Subido por Victor Tineo

AD3 - NT- 1 La Sociedad de las Organizaciones

Anuncio
AG3 – NT – 1
UNIVERSIDAD DE PIURA
LA NUEVA SOCIEDAD DE LAS ORGANIZACIONES”1
1
Extraído de HARVARD DEUSTO BUSINESS REVIW. Nº53 – Enero 1993.
Esta nota técnica ha sido preparada para servir de base de discusión y no como ilustración de la gestión
adecuada o inadecuada, de una situación determinada.
LA NUEVA SOCIEDAD DE LAS ORGANIZACIONES
En la sociedad de los conocimientos, los directivos han de estar dispuestos a abandonar todo
lo que saben.
Los directivos de todas las organizaciones, desde la empresa más grande, cuyas acciones están
en manos del público, hasta la más pequeña sin fines de lucro se enfrentan con la misma
necesidad inevitable y perturbadora: introducir el cambio en la estructura de su organización.
Por una parte, esto significa estar preparada para abandonar todo lo que la organización hace.
Por otra, significa crear constantemente lo nuevo. A menos que este proceso de abandono y
creación continúe sin cesar, la organización se encontrará muy pronto con que es obsoleta.
Perderá rendimiento y con él la posibilidad de atraer y retener a las personas que la hacen
funcionar.
Lo que impulsa esta necesidad es el carácter de la propia organización. Toda organización
existe para poner los conocimientos a trabajar, pero estos cambian con gran rapidez, y lo que
hoy es certidumbre mañana será un absurdo. Ese es el motivo de que cualquier individuo
entendido deba del mismo modo adquirir nuevos conocimientos periódicamente si no quiere
quedarse anticuado.
Por familiar que sea la palabra “organización”, debemos comprender que su función está en
desestabilizar. Por eso surgen ahora tan a menudo las cuestiones de responsabilidad social.
Necesitamos nuevos modos de comprender la relación entre las organizaciones y sus
empleados, quienes pueden, de hecho, ser voluntarios sin retribución, profesionales
independientes cuya organización es una red o especialistas bien informados que pueden – a
menudo lo hacen- abandonar la organización en cualquier momento.
Durante más de 600 años, ninguna sociedad ha tenido tantos centros de poder en
competencia como ésta en la que ahora vivimos. Drucker explica por qué el cambio es –y debe
ser- la única constante en la vida de una organización y explora las consecuencias para los
directivos, los individuos y la sociedad en su conjunto.
Peter F. Drucker es profesor de la cátedra Clarke de ciencia social y dirección en Claremont
Graduate School, de Claremont, California. Este artículo está adaptado de su nuevo libro PostCapitalist Society que aparecerá en fechas próximas publicado por Harper/Collins. Este es el
artículo trigésimo de Drucker para HBR.
1
PETER F. DRUCKER
Cada varios centenares de años, se ha producido de forma periódica una brusca
transformación en la historia de Occidente. La sociedad necesita el plazo de unos decenios
para readaptarse del todo: su visión del mundo, sus valores básicos, sus estructuras sociales y
políticas, su arte y sus instituciones clave. Cincuenta años después existe un nuevo mundo, y
las personas nacidas en este nuevo entorno no pueden ni siquiera imaginar el mundo en que
vivieron sus abuelos y en el que nacieron sus propios padres.
Nuestra época es uno de esos periodos de transformación, pero esta vez, no se limita a la
sociedad occidental sino que uno de los cambios fundamentales consiste en que ya no hay una
historia “occidental” ni una civilización “occidental”. Se trata de una historia y una civilización
mundiales.
Es discutible si esta transformación empezó con la aparición del primer país no occidental,
Japón, como gran potencia económica o si empezó con el primer ordenador, es decir, con la
información. Mi candidato sería la Carta de Derechos del Soldado, que dio a cada soldado
norteamericano al volver de la segunda guerra mundial el dinero necesario para asistir a una
universidad, algo que habría carecido en absoluto de sentido sólo treinta años antes, al final de
la primera guerra mundial. La Carta de Derechos del Soldado y la respuesta entusiasta a la
misma por parte de los excombatientes norteamericanos señalaron el paso a una sociedad de
los conocimientos.
En esta sociedad, los conocimientos son el recurso fundamental para los individuos y para la
economía en su conjunto. La tierra, el trabajo y el capital –los tradicionales factores de la
producción de los economistas- no desaparecen, pero pasan a ser secundarios. Puede
conseguirse, y conseguirse fácilmente, siempre que existan conocimientos especializados. Sin
embargo, por sí mismos, esos conocimientos no producen nada. Sólo pueden convertirse en
productivos cuando se integran en una tarea. Y ése es el motivo de que la sociedad de los
conocimientos sea también una sociedad de las organizaciones: la finalidad y la función de
cada organización, tanto las comerciales como las que no lo sean, es la integración de los
conocimientos especializados en una tarea común.
Si buscamos orientación en la historia, esta transformación no se completará hasta el año 2010
o el 2020. Por consiguiente, es arriesgado tratar de prever con todo detalle el mundo que está
surgiendo. Pero podemos, creo yo, descubrir ya con un alto grado de probabilidad, cuáles
serán las nuevas cuestiones que surgirán y dónde radicarán las grandes cuestiones.
En particular, ya conocemos las tensiones y cuestiones centrales con las que se enfrenta la
sociedad de las organizaciones: tensión creada por la necesidad de estabilidad de la
comunidad y la necesidad de la organización de desestabilizar: la relación entre el individuo y
la organización y de las responsabilidades del uno para con el otro; la necesidad que surge de
la necesidad de autonomía de la organización y de la participación de la sociedad en el bien
común; la creciente demanda de organizaciones socialmente responsables; la tensión entre los
especialistas con conocimientos especializados y la actuación como equipo. Todas estas
2
preocupaciones serán fundamentales en los
próximos años, especialmente en el mundo
desarrollado. No se resolverán con manifiestos,
o filosofía o legislación. Se resolverán donde se
originan: en cada una de las organizaciones y
en la oficina del director.
LA “DESTRUCCIÓN CREADORA”
La sociedad, la población en que se vive y la
familia son todas ellas instituciones
conservadoras. Tratan de mantener la
estabilidad y de impedir el cambio, o por lo
menos retardarlo. Pero la organización
moderna
es
desestabilizadora.
Debe
organizarse para la innovación, y la innovación,
como ha dicho el gran economista austronorteamericano Joseph Schumpeter, es
“destrucción creadora”. Y debe organizarse
para el abandono sistemático de cualquier cosa
establecida y cómoda, ya se trate de un
producto, servicio o proceso, de un conjunto
de destrezas de relaciones humanas y sociales
o de la propia organización. En resumen, debe
organizarse para el cambio constante. La
función de la organización es poner los
conocimientos a trabajar: en los instrumentos,
los productos y los procesos; en el diseño del
trabajo; en los propios conocimientos. Es la
naturaleza de los conocimientos la que cambia
con mayor rapidez, y las certidumbres de hoy
siempre serán absurdos en el mañana.
Las
destrezas
cambian
lenta
e
infrecuentemente. Si un cantero de la Grecia
antigua volviera a la vida hoy y fuera a trabajar
a un taller de marmolistas, el único cambio
importante sería el diseño que se la pediría que
tallara en las lápidas sepulcrales. Las
herramientas que utilizaría serían las mismas,
sólo que ahora tienen pilas eléctricas en los
mangos. Durante toda la historia, un artesano
había aprendido para la edad de dieciocho o
diecinueve años, todo lo que necesitaría utilizar
---------------- Creación continua-------------
Cada dirección tiene que desarrollar tres
modos de proceder sistemáticos:
El primero consiste en continuar la mejora de
todo lo que hace la organización, el proceso
que los japoneses denominan kaizen.
Todos los artistas a través de la historia han
practicado el kaizen, o automejora organizada
y continua. Pero hasta ahora sólo los japoneses
–quizá a causa de su tradición del Zen- lo han
incorporado a la vida y al trabajo cotidiano de
sus organizaciones comerciales, aunque no en
sus universidades, singularmente resistentes al
cambio. El objetivo del kaizen es mejorar un
producto o servicio para convertirlo en otro
totalmente diferente en un período de dos o
tres años.
El segundo modo de proceder hace referencia
a que cada organización tendrá que aprender a
aprovechar sus conocimientos, es decir, a
desarrollar la siguiente generación de
aplicaciones partiendo de sus propios éxitos.
De nuevo, las empresas japonesas han
obtenido el máximo partido de este esfuerzo,
hasta ahora, como lo demuestra el éxito que
han tenido los fabricantes de electrónica de
consumo en el desarrollo de un producto
nuevo tras otro partiendo de la misma
invención norteamericana: la grabadora de
cinta.
El tercero establece que todas las
organizaciones tendrán que aprender a innovar
como un proceso sistemático. Si no lleva a
cabo estos procesos, la organización basada en
los conocimientos se encontrará muy pronto
anticuada, perderá capacidad de rendimiento y
la aptitud para atraer y retener a las personas
de las que depende ese rendimiento.
3
durante el resto de su vida. En la sociedad de las organizaciones, sin embargo, cabe suponer
sin temor a equivocarse que cualquiera que posea unos conocimientos tendrá que adquirir
otros conocimientos nuevos cada cuatro o cinco años o se quedará desfasado.
Esto es doblemente importante porque los cambios que afectan más profundamente al cuerpo
de conocimientos no surgen, por regla general, de su propio dominio. Después de que
Gutenberg utilizara por primera vez la letra de imprenta móvil, no hubo prácticamente ningún
cambio en el arte de imprimir durante 400 años, hasta que apareció la máquina de vapor. El
mayor reto al ferrocarril no procedió de los cambios en la explotación ferroviaria, sino del
automóvil, el camión y el avión. La industria farmacéutica está cambiando profundamente en
la actualidad gracias a los conocimientos procedentes de la genética y de la microbiología,
disciplinas de las que pocos biólogos habían oído hablar hace 40 años.
Y de ningún modo es sólo la ciencia o la tecnología la que crea nuevos conocimientos y deja
anticuados los anteriores. La innovación social es igualmente importante y a menudo más
importante que la innovación científica. En efecto, el factor que provocó la presente crisis de
ámbito mundial en el banco comercial –la institución más orgullosa del siglo XIX-, no fue el
ordenador ni ningún otro cambio tecnológico, sino el descubrimiento por parte de los no
banqueros de que el papel comercial podía utilizarse para financiar las empresas, y de ese
modo privaría a los bancos del negocio del que habían tenido un monopolio durante 200 años
y que les proporcionaba la mayor parte de sus ingresos: el préstamo comercial. El mayor
cambio de todos es probablemente haber llegado a comprender en los últimos 40 años, que la
innovación –tanto técnica como social- se ha convertido en sí misma en una disciplina
organizada que es a la vez, enseñable y asimilable.
Análogamente, cabe predecir sin temor a equivocarse que en los próximos 50 años, las
escuelas y las universidades cambiarán cada vez más radicalmente de lo que lo han hecho
desde que asumieron su forma actual hace más de 300 años, cuando se organizaron en torno
al libro impreso. Lo que obligará a realizar estos cambios es, en parte, la nueva tecnología,
como la de los ordenadores, los vídeos y las emisiones de televisión vía satélite; las demandas
de una sociedad basada en los conocimientos, en la que el aprendizaje organizado debe
convertirse en un proceso vitalicio para los intelectuales.
Para los directivos, la dinámica del conocimiento impone un claro mandato ineludible: toda
organización ha de crear la dirección del cambio en su propia estructura.
Por otra parte, esto significa que cada organización ha de prepararse para abandonar sus
prácticas habituales. Cada cierto periodo de años, los directivos tienen que aprender a
cuestionarse cada proceso, cada producto, cada procedimiento, cada política o un modo de
proceder que ha tenido éxito, algo a lo que hasta ahora sólo unas cuantas grandes empresas
japonesas se han enfrentado con decisión.
La necesidad de organizarse para el cambio requiere también un alto grado de
descentralización. Esto se debe a que la organización ha de estructurarse para tomar las
decisiones con rapidez. Y esas decisiones deben basarse en la proximidad: a la ejecución, al
mercado, a la tecnología y a todos los muchos cambios de la sociedad, al ambiente, a la
4
demografía y a los conocimientos que proporcionan oportunidades de innovación si se ven y
se utilizan.
Todo esto lleva consigo, sin embargo, que las organizaciones de la sociedad post-capitalista
deben inquietar, desorganizar y desestabilizar constantemente a la comunidad. Deben cambiar
la demanda de destrezas y conocimientos. Cuando una universidad técnica se ha preparado
para enseñar física, las organizaciones ya están demandando genetistas. Apenas los empleados
de banca han acabado de dominar el análisis del crédito necesitan ya ser asesores de
inversiones. Pero, además, las empresas deben estar en libertad de cerrar las fábricas de las
que las comunidades locales dependen para el empleo o de renovar la plantilla con
trabajadores jóvenes y expertos.
Análogamente, un hospital debe poder cerrarse cuando los cambios de los conocimientos
médicos, la tecnología y la práctica hagan que un hospital con menos de 200 camas sea
antieconómico e incapaz de prestar una atención de primera clase. Para que un centro
sanitario, una escuela o cualquier otra organización comunitaria desempeñe sus funciones
sociales debemos poder cerrarlo, por muy profundamente arraigado que esté en la comunidad
local y por mucho que se le estime, si los cambios en la demografía, tecnología o
conocimientos establecen nuevos requisitos previos de rendimiento.
Pero cada uno de estos cambios inquieta a la comunidad, la trasforma, la priva de la
continuidad. Cada uno de ellos es “injusto”. Cada uno de ellos desestabiliza.
LA NATURALEZA DE LA TAREA
La organización moderna debe estar en una comunidad, pero no puede ser de ella. Los
miembros de una organización viven en un lugar determinado, hablan su lenguaje, envían a
sus hijos a sus escuelas, votan, pagan impuestos y necesitan sentirse allí como en su casa. Sin
embargo, la organización no puede sumergirse en la comunidad ni subordinarse a los fines de
ésta. Su “cultura” ha de sobrepasar la comunidad.
Es la naturaleza de la tarea, no la comunidad en que la tarea se lleva a cabo, lo que determina
la cultura de una organización.
Para llevar a cabo su tarea, la organización tiene que ser organizada y dirigida del mismo modo
que las demás de su clase. Por ejemplo, oímos hablar mucho sobre las diferencias en la
dirección entre las empresas japonesas y las norteamericanas. Pero una gran empresa
japonesa funciona de un modo muy parecido a una gran empresa norteamericana; y ambas
funcionan de un modo muy parecido a una gran empresa alemana o británica.
Además, cada organización tiene un sistema de valores que está determinado por su tarea. En
cada hospital del mundo, la atención sanitaria se considera el bien fundamental. Por su parte,
en cada empresa del mundo, ese bien es la producción y la distribución de mercancías o
servicios. Para que la organización actúe a un alto nivel, sus miembros deben creer que lo que
están haciendo es, en último término, la aportación a la comunidad y a la sociedad de la que
todos los demás dependen.
5
En su cultura, por consiguiente, la organización siempre sobrepasará a la comunidad. Si la
cultura de una organización y los valores de su comunidad chocan, la organización debe
prevalecer, o en otro caso no realizará su aportación social.
RESPONSABILIDAD SOCIAL
La cuestión de la responsabilidad social es también inherente a la sociedad de las
organizaciones. La organización moderna tiene y debe tener un poder social. Lo necesita para
tomar decisiones sobre las personas para establecer las reglas y disciplinas requeridas para
producir resultados y para decidir dónde construir fábricas, y dónde cerrarlas. Necesita poder
para fijar precios, etc.
Las entidades no empresariales, por su parte, tiene el mayor poder social, mucho más, de
hecho, que las empresas. Pocas organizaciones han tenido jamás el poder que tiene hoy la
universidad. Negarse a admitir a un estudiante o a concederle un título equivale a excluir a esa
persona de las carreras y oportunidades.
El sindicato de trabajadores tiene también un tremendo poder social.
El poder de la organización puede ser restringido por el poder político. Puede estar sujeto al
oportuno procedimiento y revisión por parte de los tribunales, pero debe ser ejercido por
organizaciones individuales en lugar de por autoridades políticas. Este es motivo de que la
sociedad post-capitalista hable tanto de las responsabilidades sociales de la organización.
Es fútil argumentar, como hace Milton Friedman, el economista norteamericano y premio
Nobel, que una empresa sólo tiene una responsabilidad: el rendimiento económico. Esta es la
primera responsabilidad de una empresa. En efecto, una empresa que no dé beneficios o por
lo menos que no les dé iguales al coste de su capital es irresponsable; malgasta recursos de la
sociedad. Pero el rendimiento económico no es la única responsabilidad de una empresa, del
mismo modo que el aprovechamiento educacional no es la única responsabilidad de una
escuela o la atención sanitaria, la única responsabilidad de un hospital.
A menos que el poder esté equilibrado por la responsabilidad, se convertirá en tiranía. Por
consiguiente, la demanda de organizaciones socialmente responsables no sólo no
desaparecerá sino que se ampliará.
Afortunadamente, sabemos también, aunque sólo de un modo aproximado, cómo responder
al problema de la responsabilidad social. Cada organización debe asumir la plena
responsabilidad de su repercusión en los empleados, el ambiente, los clientes y todos los
agentes con los que mantiene contacto. Esa es su responsabilidad social. Pero sabemos
también que la sociedad recurrirá cada vez más a las organizaciones importantes, tanto las
lucrativas como las no lucrativas, para que aborden las principales enfermedades sociales. Y
sería mejor que estuviéramos alerta porque las buenas intenciones no siempre son
socialmente responsables. Es irresponsable que una organización acepte –y no digamos
emprenda- responsabilidades que obstaculizarían su capacidad para llevar a cabo su principal
tarea y misión o que actúe donde carece de competencia.
6
ESPECIALIZACIÓN
La organización se ha convertido en un término cotidiano. Todo el mundo asiente con la
cabeza cuando alguien dice: “En nuestra organización, todo gira en torno al cliente” o “En esta
organización, nunca perdonan una equivocación”. Sin embargo, nadie había hablado de
“organizaciones” hasta después de la segunda guerra mundial. El Concise Oxford Dictionary ni
siquiera enumeraba este término en su acepción actual en la edición de 1950. Sólo la parición
de la dirección desde la segunda guerra mundial, lo que yo denomino “Revolución de la
Dirección”, nos ha permitido ver que la organización es separada y distinta de las demás
instituciones de la sociedad.
A diferencia de “comunidad”, “sociedad”, o “familia”, las organizaciones siempre están
especializadas. Comunidad y sociedad se definen por los lazos que mantienen unidos a sus
miembros, ya sea el lenguaje, la cultura, la historia o la localidad. Las organizaciones se definen
por su tarea. La orquesta sinfónica no intenta curar al enfermo: interpreta música. El hospital
se hace cargo del enfermo, pero no intenta interpretar a Beethoven.
En efecto, una organización sólo es eficaz, si se concentra en una tarea. La diversificación
destruye la capacidad de ejecución de una organización, ya se trate de una empresa, un
sindicato obrero, una escuela, un hospital, un servicio municipal o una iglesia. La sociedad y la
comunidad deben ser multidimensionales; están dentro de unos ambientes. Una organización
es un instrumento. Y como con cualquier otro instrumento, cuanto más especializado, mayor
es su capacidad para ejecutar una tarea determinada.
Debido a que la organización está compuesta de especialistas, cada uno con su propio
estrecho campo de pericia, su misión debe ser tan clara como el cristal. La organización debe
tener un solo propósito, o de lo contrario sus miembros se sentirán confusos. Seguirán su
propia especialidad en lugar de aplicarla a la tarea común. Cada uno de ellos definirá los
“resultados” desde el punto de vista de su propia especialidad e impondrá sus valores a la
organización. Solamente una misión centrada y común mantendrá unida a la organización y le
permitirá producir. Sin tal misión, la organización pronto perderá credibilidad y, como ello, su
aptitud para atraer a las personas que necesitan para actuar.
Puede ser muy fácil para los directivos olvidarse de que entrar en una organización es siempre
un acto voluntario.
Del mismo modo, puede ser difícil abandonar una organización, pero siempre es posible.
Cuanto más se convierten en organizaciones de intelectuales, más fácil es abandonarlas. Por
consiguiente, una organización está siempre en competencia por su recurso más esencial:
personas cualificadas y expertas.
7
Organización: del dobles de tenis al equipo de béisbol
Debido a que la organización moderna se compone de especialistas intelectuales, es un entorno de iguales, de
colegas y asociados. Ningún conocimiento es de mayor nivel que otro; cada uno se juzga por su aportación a la
tarea común en lugar de por una superioridad o inferioridad inherentes. Por consiguiente, la organización
moderna no puede ser una organización de jefe y empleado. Debe organizarse como un equipo.
Sólo hay tres clases de equipos: uno es el formado en los dobles de tenis. En él cada miembro se adapta a la
personalidad, las destrezas, las cualidades y los defectos del otro. El siguiente es el equipo de fútbol. Cada
jugador tiene una posición fija pero el equipo se mueve a la vez como un todo (excepto el guardameta)
mientras los miembros individuales mantienen sus posiciones relativas. Por último, existe el equipo de béisbol
norteamericano –o la orquesta- en la que todos los miembros tienen posiciones fijas.
En cualquier momento dado, una organización puede desarrollar solamente una clase de juego. Y puede sólo
utilizar una clase de equipo para una tarea determinada. Qué equipo hay que utilizar o qué juego se debe
practicar en una de las decisiones más arriesgadas en la vida de una organización. Pocas cosas son tan difíciles
en una organización como pasar de construir una clase de equipo a otra.
Tradicionalmente la industria norteamericana ha utilizado el estilo del equipo de béisbol para producir un
nuevo producto o modelo. El departamento de investigación realizaba su trabajo y se lo pasaba al de
ingeniería. Este hacía su labor y se lo pasaba al de fabricación.
Fabricación llevaba a cabo su trabajo y se lo pasaba a Marketing.
Contabilidad solía entrar en la fase de fabricación. Personal solamente intervenía cuando existía una verdadera
crisis, y a menudo ni siquiera en ese caso.
Los japoneses reorganizaron su labor de desarrollo de nuevos productos en forma de equipo de fútbol. En
dicho equipo, cada función realiza su trabajo, pero desde el comienzo trabajan juntos. Se mueven con la tarea,
por así decirlo, de la forma en que se mueve un equipo de fútbol con el balón. A los japoneses les costó por lo
menos quince años aprender el modo de hacer esto. Pero una vez que dominaron el nuevo concepto,
redujeron el tiempo de desarrollo en dos tercios. Mientras tradicionalmente se tardaba cinco años en lanzar al
mercado un nuevo modelo de automóvil, Toyota, Nissan y Honda lo hacen ahora en dieciocho meses. Este
factor, tanto como su control de calidad, les ha dado a los japoneses la superioridad en los mercados de
automóviles norteamericano y europeo.
Algunos fabricantes norteamericanos han estado trabajando con ahínco para reorganizar su trabajo de
desarrollo con arreglo al modelo japonés. Ford Motor Company, por ejemplo, empezó a hacerlo así al principio
de los 80. Diez años más tarde, al comienzo de los 90, ha realizado un progreso considerable: pero no lo
suficiente como para alcanzar a los japoneses. Cambiar un equipo es algo que exige el aprendizaje más difícil
que cabe imaginar: el desaprendizaje. Este obliga a abandonar destrezas logradas con esfuerzo, hábitos de
toda una vida, los valores profundamente acariciados de la artesanía y el profesionalismo, y – quizá lo más
difícil de todo – exige abandonar las viejas y atesoradas relaciones humanas. Significa abandonar lo que las
personas siempre han considerado como “nuestra comunidad” o “nuestra familia”.
Pero para que la organización rinda, ha de estar organizada como un equipo. Cuando surgieron por primera
vez las organizaciones modernas al final del siglo XIX, el único modelo era el militar. El ejército prusiano era
una maravilla de organización tan grande para el mundo de 1870 como lo fue la cadena de montaje de Henry
Ford en el mundo de 1920. En el ejército de 1870, cada miembro realizaba prácticamente la misma tarea, y el
número de personas con algún conocimiento era infinitamente pequeño. El ejército se organizó mediante
mando y control, y la empresa comercial, así como la mayoría de las demás instituciones copiaron ese modelo.
Esto está cambiando rápidamente. A medida que un mayor número de organizaciones se basan ya en la
información, se transforman en equipo de fútbol o de tenis, es decir, cada miembro debe actuar como un
decisor responsable. Todos los miembros, dicho de otro modo, tienen que considerarse a sí mismos como
“ejecutivos”.
Aún así, una organización ha de ser dirigida. La dirección puede ser intermitente y superficial, como lo es, por
ejemplo, en la asociación de padres y profesores en una escuela suburbana. O puede ser un trabajo a tiempo
completo y absorbente para un grupo bastante grande de personas, como ocurre en el ejército, en la empresa
comercial, en el sindicato y en la universidad; pero tiene que haber personas que tomen decisiones o nunca se
conseguirá que se haga algo. Ha de haber personas responsables de la misión de su organización, de su
espíritu, de su actuación, de sus resultados. La sociedad, la comunidad y la familia pueden tener “líderes”; pero
sólo las organizaciones conocen una “dirección”. Y aunque esta dirección debe tener una autoridad
considerable, su labor en la organización moderna no es la de mandar, sino la de inspirar.
8
EN BENEFICIO MUTUO
Todas las organizaciones afirman sistemáticamente que “las personas son nuestro mayor
activo”. Sin embargo, pocos practican lo que predican, y no digamos creer verdaderamente en
ello. La mayoría siguen creyendo, aunque quizá no conscientemente, lo mismo que en el siglo
XIX: las personas nos necesitan más que nosotros a ellas. Pero, en realidad, las organizaciones
tienen que vender en el mercado la afiliación tanto como los productos y servicios… y quizá
más. Tienen que atraer a la gente, retenerla, reconocer sus méritos, recompensarla, motivarla,
servirla y satisfacerla.
La relación entre los intelectuales y sus organizaciones es un fenómeno claramente nuevo.
El grupo de empleados que trabajan en ocupaciones subordinadas –la vendedora del mercado,
la limpiadora del hospital, el conductor de la furgoneta de reparto—son uno de los principales
problemas sociales con lo que se enfrenta la sociedad moderna.
Pero la relación entre la organización y los trabajadores intelectuales, que ya suponen
probablemente dos quintos de toda la masa salarial, es radicalmente diferente. Pueden
trabajar sólo porque existe una organización, por consiguiente, también son dependientes.
Pero al mismo tiempo, poseen “los medios de producción”: sus conocimientos. A este
respecto, son independientes y muy móviles.
Los trabajadores intelectuales siguen necesitando los instrumentos de producción. En realidad,
la inversión de capital en los instrumentos del empleado intelectual puede ser ya mayor que lo
que nunca fueron las herramientas del trabajador de fabricación. También la inversión social
en la educación del trabajador intelectual, es mucho mayor que la desarrollada en la formación
del trabajador manual. Los operarios de máquinas de la fábrica hacían lo que se les decía. La
máquina decidía no solamente lo que había que hacer sino cómo había que hacerlo. El
empleado intelectual puede necesitar también una máquina, ya sea un ordenador, un
analizador ultrasónico o un telescopio. Pero la máquina no le dice al trabajador intelectual lo
que tiene que hacer; y no digamos la manera de hacerlo. Y sin estos conocimientos, que
pertenecen al empleado, la máquina es improductiva.
Los trabajadores intelectuales no pueden ser supervisados eficazmente. A menos que ellos
sepan más acerca de su especialidad que cualquier otra persona de la organización, son
básicamente inútiles. El director de marketing puede decir al investigador de mercado que la
empresa necesita saber algo acerca del diseño del nuevo producto y del segmento de mercado
en el que debe situarse. Pero corresponde al investigador de mercado decir al director de la
empresa qué tipo de investigación se necesita, cómo iniciarla y qué significan sus resultados.
Durante la traumática reestructuración de la empresa norteamericana en los años 80, millares,
cuando no centenares de millares de trabajadores intelectuales perdieron sus puestos de
trabajo. Sus empresas fueron absorbidas, fusionadas, escindidas o liquidadas. Sin embargo, al
cabo de unos cuantos meses, la mayoría de ellos encontraron nuevos puestos de trabajo en los
que poder aplicar sus conocimientos. El periodo de transición fue penoso, y en
aproximadamente la mitad de los casos, el nuevo empleo no retribuía tanto como el antiguo y
quizá no haya sido tan grato. Pero los técnicos profesionales y los directivos despedidos se
9
encontraron que tenían “el capital”, los conocimientos: poseían los medios de producción. La
organización tenía los instrumentos de producción por lo que los dos se necesitaban
mutuamente.
Una consecuencia de esta nueva relación – y es otra nueva tensión de la sociedad moderna –
es que la lealtad ya no puede lograrse con el sueldo. La organización debe ganarse la lealtad
demostrando a sus trabajadores intelectuales que les ofrece oportunidades excepcionales de
aplicar sus conocimientos al trabajo. No hace mucho, hablábamos sobre la “mano de obra”,
expresión que estamos sustituyendo por la de “recursos humanos”. Este cambio nos recuerda
que es el individuo, y especialmente el empleado especializado y experto el que decide en gran
medida lo que él o ella aportarán a la organización y de qué cuantía será el rendimiento de sus
conocimientos.
LOS CENTROS DE PODER
La sociedad de las organizaciones no tiene precedentes en la historia humana.
Existe una tensión latente entre la necesidad de la organización de ser innovadora y
desestabilizadora. Hay una división entre los “intelectuales” y los “directivos”, pero unos y
otros son necesarios. Los primeros para producir conocimientos y los segundos para aplicar los
conocimientos y hacerlos productivos. Pero mientras los intelectuales concentran su atención
en las palabras y en las ideas, los directivos lo hacen en las personas, el trabajo y la actuación.
Durante más de 600 años, ninguna sociedad ha tenido tantos centros de poder en
competencia por una autoridad central, denominada primero el “príncipe”, luego el “Estado”.
A mediados del siglo XIX, el Estado unitario había triunfado en todos los países desarrollados,
excepto en Estados Unidos, que seguían siendo profundamente pluralistas en sus
organizaciones religiosas y educativas. En efecto, la abolición del pluralismo fue la causa
“progresista” durante casi 600 años.
Pero precisamente cuando el triunfo del Estado parecía asegurado, surgió la primera nueva
organización: la gran empresa comercial. Desde entonces, ha surgido una nueva organización
tras otra. Y las viejas organizaciones como la universidad, que en Europa parecían haber sido
puestas a salvo bajo el control de los gobiernos centrales, se han convertido de nuevo en
autónomas, irónicamente, el totalitarismo del siglo XX, especialmente el comunismo,
representó el último intento desesperado de salvar el antiguo credo progresista en el que sólo
hay un centro de poder y una organización en lugar de un pluralismo de organizaciones
autónomas y en competencia.
Este intento fracasó, como sabemos. Pero el fracaso de la autoridad central no hace nada por
resolver las cuestiones que son consecuencia de una sociedad pluralista. Para aclarar esto,
podemos recordar una historia que muchas personas han oído o, más exactamente, han oído
mal.
Durante su vida, Charles E. Wilson fue una personalidad destacada en Estados Unidos, primero
como presidente y director de General Motors, en aquel momento el fabricante mayor de más
éxito del mundo, luego como secretario de Defensa en la administración Eisenhower. Pero si
hoy se recuerda a Wilson es por algo que no dijo: “Lo que es bueno para General Motors es
10
bueno para Estados Unidos”. Lo que Wilson dijo realmente en su información pública de
confirmación en 1953 para el cargo de Departamento de Defensa fue: “Lo que es bueno para
los Estados Unidos es bueno para General Motors”.
Durante el resto de su vida, Wilson trató de corregir la cita errónea. Pero nadie le escuchó.
De esta forma, tal y como hemos comentado ya, los ejecutivos de una organización – ya sea
una empresa, una universidad, un hospital o los “Boy Scouts” – deben estar convencidos de
que su misión y tarea son las más importantes de la sociedad. Si no lo creen así, su
organización pronto perderá la fe y la confianza en sí misma, el orgullo y la aptitud para
ejecutar.
La diversidad característica de una sociedad desarrollada y que le proporciona su mayor fuerza
sólo es posible a partir de las organizaciones especializadas, de tarea única, que hemos
desarrollado desde la Revolución Industrial y, especialmente, durante los últimos cincuenta
años. La característica que les otorga la capacidad para actuar es precisamente esa autonomía
guiada solamente por su propia misión y visión, sus propios y estrechos valores, no por
ninguna consideración a la sociedad y a la comunidad.
Por consiguiente, volveremos al antiguo nunca resuelto problema de la sociedad pluralista:
¿quién equilibra los objetivos y valores separados, y muchas veces en competencia, de las
instituciones de la sociedad? ¿quién toma las decisiones que exigen ponderación de
alternativas y sobre qué base deben tomarse?
El feudalismo medieval fue sustituido por el Estado unitario soberano precisamente porque no
podía responder a estas preguntas. Pero el Estado unitario soberano ha sido ahora
reemplazado por un nuevo pluralismo – un pluralismo de la función en lugar de un poder
político - porque no podía satisfacer las necesidades de la sociedad ni llevar a cabo las
necesarias tareas de la comunidad. Esa es la lección fundamental que ha de aprenderse del
fracaso del socialismo, del fracaso de la creencia en el Estado todopoderoso que todo lo
abarca. El reto al que tenemos que hacer frente ahora y especialmente en las democracias
desarrolladas de libre mercado es hacer que el pluralismo de las organizaciones autónomas
basadas en los conocimientos redunde tanto en el rendimiento económico como en la
cohesión política y social.
11
Descargar