Subido por César Rodríguez

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CONTEXTOS EDUCATIVOS, 19 (2016), 161-175. DOI: 10.18172/con.2769
LA FORMACIÓN CONTINUA COLABORATIVA A TRAVÉS
DE LA INVESTIGACIÓN-ACCIÓN. UNA FORMA DE CAMBIAR LAS
PRÁCTICAS DE AULA
Raúl A. Barba-Martín
José J. Barba
Suyapa Martínez Scott
Universidad de Valladolid
RESUMEN: La formación continua del profesorado puede realizarse a
través de diferentes modelos que sólo informan o que además acompañan
en los procesos de poner en práctica las innovaciones. La formación, a través
de procesos de reflexión, se plantea como fundamental para poder realizar
transformaciones en las aulas, además si se hacen de manera colectiva con
otros docentes o entre centros, las transformaciones no sólo se producen en el
aula, sino que se dan en todo el contexto. Una de las formas de poder llevar
una formación continua colaborativa es a través de grupos de investigaciónacción, considerándola como un conjunto de prácticas de carácter ético
cuyas características permiten que los participantes se formen en función de
sus necesidades y, a través del apoyo con otros docentes, con la finalidad
de transformar el contexto. La investigación que presentamos está enmarcada
en un PID de la Universidad de Valladolid, a través del cual docentes de
tres centros educativos se han formado en educación inclusiva mediante
investigación-acción implementando en sus aulas grupos interactivos. Este
proceso de formación colaborativo, protagonizado por los propios docentes,
ha producido transformaciones en su pensamiento, su aula y los contextos
educativos en los que desarrollan su labor.
PALABRAS CLAVE: Formación continua, colaboración, investigaciónacción, innovación educativa, educación inclusiva.
AN ONGOING COLLABORATIVE TEACHER TRAINING THROUGH
ACTION RESEARCH. A WAY OF CHANGING CLASSROOM PRACTICES
ABSTRACT: The ongoing education training for teachers can be done
through different models that could only report or also accompany the process
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of implementing innovations. The training through reflection processes is
presented as essential to make changes in the classroom; also, if it is done
collectively with other teachers or between centers, transformations will not
only occur in the classroom, but in the whole context. One way leading to a
collaborative ongoing education is through action research groups, considering
a set of ethical practices whose characteristics allow participants to be trained
according to their needs, and through support with other teachers, in order to
transform the context. The research we present here is framed in a Teaching
Innovation Project, University of Valladolid, through which teachers from three
schools that have been trained in inclusive education through action research
implementing in their classrooms interactive groups.. This collaborative
process played by teachers themselves has changed the thinking of teachers,
their classroom and their educational contexts in which they work.
KEYWORDS: Ongoing learning, collaboration, action research, educational
innovation, inclusive education.
Recibido: 30/04/2015
Aceptado: 30/07/2015
Correspondencia: Raúl A. Barba-Martín, Campus María Zambrano, Universidad de
Valladolid, Plaza de la Universidad 1, 40004 Segovia. Email: [email protected].
Formación continua colaborativa
Los modelos tradicionales de formación, basados en el rol de expertos y aprendices, dificultan a los y las docentes la incorporación en sus aulas de los conocimientos
adquiridos (Bevins y Price, 2014; López Pastor, Monjas y Manrique, 2011). Estos modelos se basan en el verbalismo o en el discurso teórico que según Freire (1968/2007)
separan lo que se dice de lo que se hace, provocando que no se actúe en la realidad.
El docente actúa como oyente pasivo y es el formador el encargado de seleccionar
los contenidos, los objetivos, las estrategias metodológicas formativas y las actividades con las que supone que ayudará a los y las docentes a conseguir cambiar sus
prácticas (González Calvo, 2013; Imbernón Muñoz, 2007). La dualidad de roles sin
interacción hace que la formación no consiga vincular de una forma eficaz práctica
y teoría, lo que dificulta que en las aulas se produzcan cambios durante un tiempo
prolongado, siendo habitual que los conocimientos adquiridos queden limitados a
momentos puntuales.
La formación que pretende transformaciones reales asentadas en el tiempo necesita que el docente cambie su pensamiento, su lenguaje y su forma de actuar, siendo
un factor clave la reflexión. Havelock y Huberman (1977) afirman que nos podemos
encontrar ante el “cambio sin el cambio”, en el que los docentes realizan modificaciones para que todo siga igual. Por ejemplo, introducen un nuevo contenido
pero siguen usando las mismas estrategias metodológicas, con lo que la realidad del
aula sigue siendo la misma, ya que no ha habido un cambio real en los factores que
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pueden transformar la enseñanza. Así, siguiendo a Havelock y Huberman la verdadera transformación de la escuela ha de provenir de experiencias que transformen el
contexto real. Para ello, el docente tiene que modificar sus concepciones educativas
y, como consecuencia, sus metodologías y sus prácticas. Diferentes autores (Barba,
González Calvo y Barba-Martín, 2014a; Elliot, 1986; González Calvo y Barba, 2014;
Kincheloe, 2012; Schön, 1998; Stenhouse, 1987; Korthagen, 2007; Korthagen y Kessels, 2009; Perrenoud, 2010; Zeichner, 1993; Zeichner y Liston, 1996) consideran
que este cambio de pensamiento docente se ha de hacer a través de procesos reflexivos del profesorado sobre su propia acción, ya sean éstos individuales o colectivos.
La formación basada en procesos individuales del profesorado permite modificar
las prácticas de aula, pero no siempre un cambio en el pensamiento docente implica
que se transforme realmente la educación que se imparte en el aula. La reflexión
crítica es una de las formas más potentes de aprendizaje en maestros y maestras
(Schön, 1998), a través de ella el profesorado abandona el peso de la tradición, y de
que las cosas son como son , para comenzar a actuar como intelectuales críticos y
transformadores dentro de su propia práctica (Giroux, 1990). Pero debemos tomar
conciencia de que no toda la reflexión docente permite un cambio crítico del pensamiento. Hay una reflexión que viene a responder a las presiones de aula (Havelock y
Huberman, 1977) que son decisiones que se han de tomar de forma rápida y precisa
debido a la velocidad, inmediatez y complejidad con la que trascurren las cosas que
suceden en el aula. Estas decisiones son reflexionadas pero no suelen provocar cambios profundos en el pensamiento docente, ya que se cuestiona los cómos y no los
por qués, hay que tener en cuenta que la propia presión de aula no permite entrar a
valorar cuestiones más allá de la inmediatez de la toma de decisiones. A esta forma
de reflexión Zeichner y Liston (1996) la denominan reflexión-en-la-acción.
La reflexión profunda que transforma el pensamiento docente es la que se da
alejada del aula, la que para Zeichner y Liston (1996) es la reflexión-sobre-la-acción.
Este tipo de reflexión permite ahondar en profundidad en lo acontecido en el aula y
vincularlo con sus conocimientos e inquietudes, pudiendo así encontrar los puntos
débiles de las prácticas y mejorarlas en su totalidad (Barba-Martín, Barba y GómezMayo, 2014). Si bien, consideramos que estos procesos reflexivos han de ser organizados y sistemáticos teniendo en cuenta diferentes posibilidades: (a) el uso de diarios
de los docentes, siendo escritos frecuentes en los que el o la docente reflexiona
sobre su docencia y muestran su evolución en prácticas, metodología y pensamiento
(Barba, González Calvo y Barba-Martín, 2014a; Moon, 2004, 2006; Porlan Ariza y
Martín Toscano, 1991; Zabalza Beraza, 2004); (b) el uso de autobiografías y autoetnografías para tomar conciencia de la propia identidad, permitiendo tomar conciencia
de lo que se ha hecho desde la perspectiva del presente y así transformar el propio
pensamiento (González Calvo y Barba, 2014; Rivas, Leite y Cortes, 2014); y (c) los
procesos reflexivos grupales, principalmente la investigación-acción como una forma
grupal que permite analizar lo que sucede en el aula, debatirlo de forma colectiva y
realizar nuevas acciones que lleven a su transformación (Barba y González Calvo,
2013; Kemmis y McTaggart, 1988; McKernan, 1996; Stringer, 2014; Zeichner, 2010).
El paso de la reflexión individual a la reflexión colectiva a través de la investigación-acción permite que las transformaciones no sólo se den en un aula, sino en todo
el contexto. Kemmis y McTaggart (1988) afirman que si los cambios son colectivos,
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éstos son más potentes, transformando el discurso colectivo, las prácticas sociales y
la organización social. Estas transformaciones grupales son clave cuando se aborda la
transformación de un centro educativo, ya que son las que permitirán que el proyecto
educativo sea un instrumento compartido que realmente represente la identidad del
centro y las prácticas que allí se realizan, a partir de un proceso de construcción realmente democrático y participativo. La construcción de las prácticas y de la identidad
colectiva a través de la investigación-acción, permite romper el aislamiento de la
innovación en el aula y promover procesos colaborativos de reflexión, la solidaridad
entre compañeros, el intercambio, el diálogo reflexivo y la planificación conjunta de
experiencias innovadoras (Barba y González Calvo, 2014; Perrenoud, 2010).
Pero la investigación-acción también se puede desarrollar entre diferentes centros
educativos provocando procesos de aprendizaje compartido. Hargreaves y Shirley
(2012) definen la transferencia lateral como los aprendizajes de las mejores prácticas
que se producen entre colegios cercanos. La investigación-acción, cuando se realiza
entre docentes de diferentes centros educativos, permite que exista un espacio donde compartir experiencias, dificultades y buscar soluciones. Además, estos procesos
realizados entre diferentes centros, ayudan a ampliar el conocimiento a través de buscar soluciones a una misma problemática compartida, lo que supone la generación
simultánea de buenas prácticas. Entendiendo por buenas prácticas educativas las que
reducen el abandono, el fracaso y la exclusión educativa, incrementando la cohesión
social (Amores y Ritacco, 2012).
La investigación-acción en la formación de docentes
Compartimos la visión de Greenwood (2000) respecto a la investigación-acción
como una forma de relación a través de compromisos intelectuales y éticos. En sus
propias palabras “La investigación-acción no es una disciplina, ni una facultad, ni un
método. Es un grupo de prácticas multidisciplinares orientadas a una estructura de
compromisos intelectuales y éticos” (Greenwood, 2000: 32). Desde esta perspectiva
se entiende la investigación más allá de una metodología basada en espirales, sino
que la importancia se da a las cuestiones éticas y a la participación como una democrática real. De ahí que los “dueños del problema” (Greenwood, 2000) tomen las
decisiones en todos los momentos del proceso, tales como: el diseño de procesos; la
recopilación de preguntas y resultados; la evaluación de resultados de forma individual y colectiva; y la puesta en práctica de nuevas propuestas de mejora (Greenwood
y Levin, 2007; Stringer, 2014). Los dueños del problema llevan a cabo la investigación
en sus aulas y los métodos utilizados deben ir conformes a sus necesidades docentes
para desarrollar su compromiso de democratizar su aula (Beane y Apple, 2005). No
obstante, dentro de las múltiples formas de entender la investigación-acción Greenwood y Levin (2007) consideran que ésta siempre ha de tener tres componentes, que
son:(a) acción; (b) participación; e (c) investigación.
Acción
La investigación-acción tiene como meta transformar el contexto donde se desarrolla a partir de la participación activa de los dueños del problema (Carr y Kemmis,
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1988; Contreras Domingo, 1994; Elliot, 1993; Kemmis y McTaggart, 1988). Por esta
razón, el éxito o el fracaso se valorará en función del grado de cambio producido
por las acciones diseñadas (Greenwood, 2000). Los y las docentes desarrollan sus
propias propuestas en las aulas con el fin de mejorar los aprendizajes del alumnado
y el clima del aula (Contreras Domingo, 1994; McKernan, 1996; Stenhouse, 1984).
Las acciones desarrolladas no se quedan en lo anecdótico o en lo puntual, sino que
persiguen mejoras duraderas a lo largo del tiempo que supongan verdaderas transformaciones estables.
El proceso de reflexión conjunta es fundamental para poder conseguir transformaciones sociales estables (Elliot, 1993). A través de la reflexión colectiva de las
dificultades, de los problemas y de los logros, los docentes se plantean cómo transformar la acción. Así, hay que entender la acción como una parte de la praxis (Freire,
1968/2007), es decir, como un proceso que vincula la reflexión con la acción, no
siendo adecuado darle un sentido de activismo, de actuar sin una reflexión sólida que
apoye lo que se hace. A través de esta unión de reflexión con acción se van construyendo mejoras progresivas a partir de modificaciones o bien nuevas propuestas que
dan respuesta a los problemas desde la perspectiva de sus dueños. La investigaciónacción busca generar una emancipación en los dueños del problema para que se
conviertan en investigadores de su propia práctica y sean capaces de generar su propio conocimiento sin el apoyo del académico (Greenwood y Levin, 2007; Stringer,
2014). Pese a que la investigación-acción se ha de realizar entre los docentes y los
académicos, no debemos de caer en modelos de investigación-acción más próximos
a modelos basados en consultorías o en establecer grupos de investigación dependientes del académico, ya que pueden propiciar la imposición de visiones externas al
grupo limitando la participación real (Barba, González Calvo y Barba-Martín, 2014b).
Nuestra forma de entender la investigación supone un proceso de colaboración en
un proyecto compartido que tiene como finalidad la emancipación de los dueños del
problema. Así, los participantes aprenden a desenvolverse en la acción, generando
soluciones a sus propios problemas a través de la reflexión colectiva. Al trabajar de
manera continua sobre la propia acción los docentes se hacen expertos en la práctica
y en la reflexión-sobre-la-práctica.
Participación
La investigación-acción establece una colaboración entre académicos y docentes, sin que haya un experto, o grupo de expertos, que tenga el control del proceso.
Davydd Greenwood (2000) afirma que “la investigación-acción es una forma de investigación «co-generativa», en el sentido de que un grupo formado por los dueños
legítimos del problema y un investigador profesional se reúnen para co-desarrollar
sus metas investigadoras y para el cambio social” (p. 33). El proceso en el que está
implicado todo el grupo es colaborativo, siendo el rol del investigador interno al grupo y no teniendo la potestad de dirigirlo (Greenwood y Levin, 2007). Estos procesos
de relación igualitaria basada en el diálogo constante favorecen el desarrollo de una
colaboración efectiva entre académicos y docentes (Bevins y Price, 2014). Es de resaltar el objetivo común y compartido de transformar el contexto en función de sus
propias demandas y necesidades.
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Los docentes son los dueños del problema y participan de todos los momentos del
proceso, desde el establecimiento de los objetivos en función de sus necesidades, a
la elaboración de los resultados, pasando por las dinámicas de funcionamiento del
grupo y los temas que se abordan. La investigación-acción es una forma de investigación al servicio del docente (Barba, 2013; McKernan, 1996). La búsqueda de mejoras
en el contexto se realiza desde las necesidades de los propios participantes quienes
demandan necesidades formativas para resolver sus problemas. Hay que tener en
cuenta que son ellos mismos los que buscan formas de mejorar sus prácticas y de
evaluar los resultados obtenidos. En este sentido, es un proceso de formación vinculado a sus propios intereses, a la mejora de sus conocimientos y a la vinculación de
los debates y aprendizajes teóricos con la práctica, considerando que la participación
activa es un proceso formativo integral.
Los y las docentes participantes, a través de la reflexión conjunta, desarrollan
su propio conocimiento compartido sobre qué es la educación, la democracia en
educación, la participación educativa y las prácticas de aula. Cuando los debates
que están presentes en este modelo de investigación se dan entre diferentes centros educativos, se promueve la transferencia lateral del conocimiento entre los
propios participantes, pudiendo aprender de las mejores prácticas y de las mejores
soluciones a problemas similares dadas por otros centros educativos. A través de
la participación en debates y reflexiones conjuntas acerca de experiencias, los docentes construyen soluciones y formas de abordar situaciones que ellos consideran
problemáticas a la vez que se transforma la concepción educativa de las escuelas
de la ciudad o de la comarca.
Investigación
La reflexión-sobre-la-acción constante por parte de los participantes les lleva a
mejorar su capacidad investigadora sobre su propia práctica. La reflexión docente sobre la propia acción es uno de los aspectos claves en el aprendizaje del profesorado
(Schön, 1998), si además se realiza de manera sistemática y organizada se convierte
en investigación sobre su propia práctica (Zeichner y Liston, 1996). A través de la
reflexión sistemática el docente aprende a analizar su propia práctica, a no culpabilizarse por las dificultades y a buscar soluciones.
La forma de desarrollar la investigación-acción es beneficiosa para el grupo, ya
que aprende de otros iguales y alcanza una autonomía de investigación sobre su
propia práctica que le permitirá en el futuro asumir un liderazgo en su aula y en
su contexto para ser el percusor de transformaciones (Hargreaves y Shirley, 2012).
En este sentido, nos encontramos con que la investigación-acción tiene un carácter
emancipador, en el que el rol del investigador no es perpetuar un grupo de investigación, sino que consiste en promover transformaciones sociales y dotar de autonomía a los dueños del problema para que puedan resolver nuevos problemas por sí
mismos. Además de esta labor, el investigador académico también ha de buscar la
transferencia entre contextos del proyecto, para que pueda ser aprovechado por otras
instituciones educativas, así como explicar de forma clara el proyecto desarrollado
(Greenwood, 2000).
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La vinculación de escuelas y la universidad a través de un proyecto
de innovación docente sobre educación inclusiva
El marco de un Proyecto de Innovación Docente (PID) de la Universidad de Valladolid nos permitió comenzar a trabajar con docentes de tres centros educativos sobre
educación inclusiva mediante investigación-acción. Al construir el proyecto contábamos con un pequeño grupo de profesores de universidad, cuatro docentes de infantil
y primaria con los que compartíamos la forma de entender la educación inclusiva
y la necesidad de actuar en las aulas. Entendemos que la educación inclusiva es un
proceso de eliminación de barreras, especialmente de los colectivos y estudiantes
más débiles, que permite al alumnado tener presencia, participar y aprender en el
centro educativo en el que están escolarizados (Ainscow, Booth y Dyson, 2006). Si
bien nuestras experiencias y concepciones partían de los principios y convicciones
de la investigación-acción-participativa, también nos veíamos reforzados por la idea
de Ainscow y colaboradores (Ainscow,Booth y Dyson, 2004; Ainscow, Howes, Farrell
y Frankham, 2004) que consideran la investigación-acción como un método adecuado para transformar los colegios en escuelas inclusivas. La ilusión por comenzar el
proyecto hizo que los cuatro docentes convencieran a compañeros y compañeras de
su centro para participar, siendo diecisiete en la primera toma de decisiones.
La primera decisión partió de los y las docentes, ya que consideraban necesario
adquirir una mejor formación sobre educación inclusiva y conocer experiencias concretas antes de comenzar a desarrollar prácticas de este tipo en sus aulas. Tras realizar
un curso en el que, a través de presentar diferentes propuestas de centros educativos
se revisaban los conceptos teóricos, llegó la hora de comenzar a plantearnos cómo
actuar en las aulas. Así, a través de un proceso reflexivo conjunto de análisis de las
diferentes realidades, se valoró cuáles eran los aspectos de la educación inclusiva
que los y las docentes querían mejorar en sus contextos y, además, con qué tipo de
prácticas podrían conseguir mejores resultados en este sentido.
Con respecto a la segunda decisión, los y las docentes valoraron de forma muy
positiva poder vincular la mejora de la educación inclusiva con la mejora de la participación familiar, para lo que eligieron realizar grupos interactivos. (Elboj y Nimela,
2010; Valls y Kiriades, 2013). Esta decisión llevó aparejada una nueva demanda por
parte de los y las docentes, que fue un nuevo proceso de formación teórica sobre
grupos interactivos. Tras esta formación, en las reuniones se entremezclaba la ilusión
por desarrollar la nueva práctica que permitiría mejorar la educación inclusiva y
la participación familiar, junto con las dudas por las nuevas demandas docentes y
por que las familias entraran al aula. El proceso formativo en grupos interactivos se
construyó con los y las docentes como epicentro, ya que a partir de la narración de
sus experiencias en las sesiones se establecía la colaboración con los demás para
transformar las prácticas educativas en sus aulas y, por ende, en las escuelas en las
que trabajaban. Por parte de las escuelas ha supuesto una valoración positiva de esta
forma de trabajo frente a metodologías más tradicionales con las que acostumbraban
a formarse.
Un aspecto clave en el proceso de innovación en las aulas era la reunión mensual
en la que participábamos los miembros del proyecto, exponiendo casos concretos
de prácticas de aula, estableciendo similitudes y diferencias con otras y buscando
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soluciones a las dificultades surgidas. Las soluciones emergían del propio colectivo,
generando conocimiento a partir de ello. La dinámica de funcionamiento se basaba
en que todas las personas podían aportar lo que considerasen oportuno, si bien en
el caso de los investigadores había un especial cuidado en la participación para no
monopolizar el debate e imponer su criterio, siendo habitual que sus intervenciones
se realizaran a través de preguntas a los y las docentes. El grupo había creado un espacio de debate acorde a sus necesidades en el que exponían datos y reflexiones que
les habían surgido en las sesiones previas a la reunión para ser abordadas de forma
colaborativa.
La recogida de datos se ha realizado de múltiples formas. Las reuniones han sido
grabadas para después ser analizadas. Estos datos han sido triangulados con los que
se obtenían a través de otras herramientas: (a) un cuestionario abierto que se pasó al
empezar el Proyecto, para conocer las expectativas y necesidades de los participantes; (b) entrevistas, que se realizaron cuando acabó el primer año del Proyecto para
conocer las aportaciones que este tipo de formación había tenido individualmente
en cada docente; y (c) observaciones en las aulas, que se realizaban cuando los participantes del PID que no éramos maestros y maestras entrábamos como voluntariado
cultural en los grupos interactivos. Para la redacción de este artículo hemos elaborado
una narrativa del proceso (Greenwood y Levin, 2007).
Gestión de la participación familiar
La principal acción llevada a cabo durante el desarrollo del Proyecto fue la implementación de nuevas prácticas de educación inclusiva en las aulas. Los y las docentes decidieron poner en práctica en sus aulas grupos interactivos siendo éste un
proceso de innovación docente abordado de una forma colectiva. Al participar de
la investigación-acción se consiguió que la formación no quedase únicamente en
la base teórica de qué son y cómo se hacen, sino que las y los docentes fueron los
encargados de llevar a cabo la acción, de implementarlos, de debatir sobre las dificultades encontradas y logros conseguidos para contrastar la teoría. La labor semanal
de los y las docentes preparando materiales para grupos interactivos, gestionando
las actividades y el tiempo, formando al voluntariado previamente al trabajo con el
alumnado, evaluándolo, etc., no se desarrollaba de manera individual, ya que se contaba con el apoyo del resto del grupo para no desfallecer y encontrarse en soledad.
La acción no se quedó solo en la transformación de las aulas, sino que los docentes transformaron la relación con las familias para que participaran como voluntarias
en grupos interactivos. Incluir a los adultos de la comunidad en las aulas conllevaba
la necesidad de una organización familiar novedosa y compleja. Los y las docentes
de cada centro educativo se coordinaron para reunirse con las familias explicándoles
en qué consistía la nueva actuación, lo necesaria que era su participación y las ventajas que conllevaba. La primera cuestión que se trató en las reuniones era la gestión de
los voluntarios y voluntarias y cómo asegurarse que al empezar las sesiones hubiera
suficiente voluntariado, etc. El colectivo decidió que lo más apropiado sería que en
cada centro una persona vinculada al proyecto gestionara las cuestiones del voluntariado y su organización en las aulas a través de listas planificadas con días de antelación. El grado de complejidad fue diferente entre las aulas unitarias, donde la mayor
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dificultad se encontró en que muchos familiares repetían muy a menudo, y los colegios con siete aulas, que llegaron al centenar de voluntarios y voluntarias. Resueltos
los primeros problemas de organización los y las docentes decidieron aprovechar la
inclusión del voluntariado en las aulas para conseguir mejorar la vida del centro. Así,
se plantearon que los familiares conociesen al alumnado de aulas diferentes a las de
sus hijos e hijas. En el caso de los colegios grandes, con dos o tres líneas por curso,
existía la preocupación de que las familias conocieran al resto de docentes implicados, a los niños y niñas del colegio y a familias con hijos e hijas en otras aulas, por
esta razón, se creyó necesario que los familiares rotasen por las diferentes clases. Se
consideró que esta era una manera de comenzar a crear una gran comunidad en el
centro y que las familias traspasaran las fronteras del aula.
Ante la baja participación de familias inmigrantes en grupos interactivos se planteó un debate en el grupo para promoverlo. Nos encontramos con que la dificultad
con el idioma hacía que participasen poco en la vida del centro. Si bien se cumplía
un primer objetivo que es que las familias del lugar conocieran y se relacionaran de
una forma positiva con niños y niñas inmigrantes, faltaba la segunda parte del proceso inclusivo, que las familias inmigrantes participaran de la escuela. Tras debatir diferentes soluciones, el grupo decidió que los y las docentes buscaran momentos para
dialogar y convencerlos de que al menos probasen a ir una vez. Esto acabó surtiendo
efecto y algunos familiares inmigrantes se animaron a participar viviendo una experiencia positiva para ellos, para sus hijos e hijas y para el resto de la comunidad. Esto
provocó un efecto de contagio animando a otras familias inmigrantes a participar.
Actuaciones en el aula
Una vez que los y las docentes conocieron diferentes actuaciones inclusivas para
llevar a cabo en el aula, definieron el objetivo que querían conseguir a través de la
formación. Los profesores universitarios decidieron que para que el proceso fuese
realmente participativo, eran los y las docentes quienes debían elegir qué actuación
desarrollar en función de sus intereses y de sus aulas. Tras un análisis de las diferentes
realidades, se llegó al acuerdo de que se quería fomentar la participación familiar y
la inclusión a través de grupos interactivos. Las cuestiones debatidas en el colectivo,
en cuanto a su puesta en práctica, se realizaron en torno a dos aspectos: (a) el diseño
de actividades; y (b) el papel del voluntariado dentro del grupo.
Diseño de actividades, los y las docentes tenían preocupaciones respecto a realizar actividades que conllevaran interacciones entre los niños y niñas con los adultos.
El trabajar de forma colaborativa con docentes de otros colegios permitió apoyarse de
forma conjunta y debatir sobre qué aspectos modificar para hacer las prácticas más
inclusivas y dialógicas, siendo éstas: (a) evitar poner actividades individuales para
que tuviesen que compartirlo, debido a que habían comprobado que si no se centraban mucho en su tarea y se olvidaban de los compañeros y compañeras; y (b) exigir
que hubiera diálogo y consenso entre el alumnado antes de comenzar las tareas. Esta
aportación fue realizada por una maestra que lo había observado de un voluntario, lo
expuso al grupo y se consideró una opción muy positiva ya que fomentaba el diálogo.
El papel del voluntario o voluntaria dentro del grupo. A los docentes les daba
respeto corregir al voluntariado que, en grupos interactivos, en lugar de generar inte-
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racciones entre el alumnado guiaba sus actividades. Estas nuevas relaciones planteaban muchas dudas, ya que no sabían cómo reorientar la participación del familiar,
si entrando disimuladamente en el grupo y dando pequeñas pautas, si diciéndoselo
directamente a él, o bien hablando fuera de los grupos explicándole un poco los errores vistos. Tras varios debates colectivos entre los miembros del grupo decidieron que
la mejor manera era hacer un recordatorio antes de comenzar los grupos interactivos
respecto al papel del voluntariado si bien esta actuación no fue del todo eficaz. A partir de la experiencia de docentes que habían probado a entrar en el grupo interactivo
a dar alguna pauta al voluntariado, se debatió esta forma de actuar y se consideró
que era la opción más adecuada, avalada por que en muchos casos las personas que
actuaban de voluntarias habían agradecido la corrección.
Evaluación y difusión de resultados
A lo largo del texto hemos mostrado cómo generando un espacio de diálogo
mediado por el profesorado universitario, los propios docentes no necesitaban de un
experto que evaluase y diera solución a sus dificultades. Los mismos docentes eran
quienes llevaban todo el peso de la evaluación de su actuación y, a partir de un proceso de reflexión-sobre-la-acción, se estaba constituyendo un proceso de evaluación
formativa y colectiva que les permitió encontrar las soluciones a las demandas que
ellos mismos descubrían.
Estos procesos sistemáticos de evaluación y de búsqueda de la mejora de la práctica docente han convertido a los docentes de las escuelas en investigadores e investigadoras de su propia práctica. Así, han participado en congresos y en jornadas
contando las experiencias que han desarrollado en sus aulas haciendo especial énfasis en los procesos personales y escolares de innovación educativa. Este carácter
investigador, adquirido por el proceso, les confiere una emancipación que les permite afrontar la innovación educativa y la solución de futuros problemas de forma
autónoma, siendo esta característica compartida por el grupo.
Discusión
La reflexión docente es una de las herramientas más favorecedoras para desarrollar la formación continua del profesorado debido a que tiene sentido desde su propia realidad educativa, si bien afrontar esto desde una dimensión colectiva permite
lograr mayores metas. En el análisis del PID que ha sido expuesto, los y las docentes
han transformado sus prácticas educativas en función de la reflexión sobre sus necesidades y de la búsqueda de soluciones colectiva. El conocimiento profundo de sus
propias realidades les ha ayudado a definir los problemas con los que no estaban
conformes, a observar y reflexionar para analizarlos, y a buscar soluciones individuales y colectivas para cambiarlos. A través de la investigación-acción se consigue
que la formación docente parta de las necesidades de los y las participantes (Liston y
Zeichner, 2003; Woods, 1987). Los procesos reflexivos colaborativos guiaron al PID
hacia el fomento de la participación familiar en las aulas. Durante varios meses los
y las docentes estuvieron realizando grupos interactivos y reflexionando constantemente sobre su propia práctica para dar solución a los problemas que les surgieron,
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tales como: ¿qué tipo de actividades hacer? ¿qué papel adoptar durante los grupos
interactivos? ¿cómo fomentar la participación de familias inmigrantes? ¿cómo tratar
con el voluntariado? Estos problemas se solucionaron con la práctica continua y a
través de las experiencias de los compañeros y compañeras y, actualmente, son estos
docentes los que tranquilizan a los nuevos participantes del grupo que tienen las
mismas dudas que ellos cuando empezaron.
La realización del PID más allá del ámbito de un único centro educativo ha permitido transformaciones más allá del aula y del centro. Se ha comenzado a plantear
la educación inclusiva como una realidad que va mas allá de un aula o de un centro
educativo generando lenguajes y experiencias que sirven como forma de diálogo con
compañeros y compañeras de otros centros. Al final se han desarrollados unas prácticas y un lenguaje propio del grupo independientemente del aula, del docente o del
tipo de centro educativo. Además, la unión de profesores y profesoras más allá de las
fronteras de un centro, pero con intención de innovar en sus prácticas de aula sobre
un aspecto común –la educación inclusiva– ha permitido que se perdiera el miedo
al cambio. La aportación continua de los participantes para solucionar problemas
reales descubiertos en sus contextos por ellos mismos, ayudó a que se realizasen propuestas sólidas y a que rápidamente se animaran a buscar nuevos retos para no dejar
de mejorar. Nuestra investigación ratifica lo enunciado por Ainscow y colaboradores
(Ainscow et al., 2004; Ainscow, Howes, Farrell y Frankham, 2004; Howes, Frankham,
Ainscow y Farrell, 2004) referente a que una de las mejores formas de vincular la
investigación escolar sobre inclusión y los equipos multinivel es la investigaciónacción. El PID ha dado respuesta a las demandas de todos los y las participantes, pese
a su perfil variado, ya que había profesorado universitario, con maestros y maestras
en ejercicio y con estudiantes de Grado de Maestro y del Máster en Investigación.
Al profesorado de universidad le ha permitido co-aprender con docentes que buscaban mejorar sus prácticas educativas. Han podido acceder de primera mano a las
necesidades y problemas que maestros y maestras tienen en los centros escolares y
a conocer cómo solucionarlos, uniendo práctica y teoría (Freire, 1968/2007). A los y
las estudiantes universitarios les ha permitido conocer la realidad educativa, a veces
tan alejada de la formación inicial (Barba, 2006), y poder así desarrollar sus Trabajos
de Fin de Grado y Trabajos Fin de Máster sobre educación inclusiva a través de una
experiencia vivida en contextos escolares.
La formación no consistió en aprender una técnica y ponerla en práctica, sino
que en función de las dificultades y de los replanteamientos se buscaron las formas
más eficaces para desarrollarlo. No se conformaron con saber qué eran grupos interactivos y ponerlo en práctica, sino que se buscó cómo sacar el máximo rendimiento
en cada aula. Gracias a esto, se han llegado a producir grandes cambios en las aulas
como el de un docente que antes de participar en el Proyecto no realizaba dinámicas de pequeño grupo en su aula –como el trabajo por rincones– y al finalizar había
superado el miedo a perder el control del aula. Ahora este docente está muy comprometido con las prácticas grupales y el diálogo en su aula, lo que antes consideraba
complicadísimo, ahora lo considera sencillo y favorecedor de los aprendizajes. Este
cambio ha sido posible gracias a que la formación del profesorado se ha desarrollado
mediante la reflexión docente (Schön, 1998). El docente ha transformado su pensamiento a través de procesos reflexivos en los que analizaba su propia práctica (Kin-
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cheloe, 2012; Stenhouse, 1987; Perrenoud, 2010). Este cambio en sus concepciones
educativas ha permitido las transformaciones en su aula que se han asentado en el
tiempo (Havelock y Huberman, 1977; Schön, 1998; Zeichner, 1993).
La investigación-acción, ha sido la forma de unir los procesos de reflexión-sobre
la-acción y el carácter colectivo de la formación continua para facilitar a los y las
docentes la puesta en práctica de propuestas de mejora en sus aulas, a la vez que se
vinculaban con la Universidad. El rol de los universitarios ha sido de acompañante
del proceso ayudando en las demandas de los y las docentes, a la reflexión y al análisis de las actuaciones. El profesorado universitario fue el encargado de especificar,
junto con el resto de miembros, los objetivos del Proyecto al principio y de cuidar
que se tuviesen en cuenta todas las variables posibles. Esto favoreció que el PID
haya funcionado a través de la colaboración efectiva entre académicos y docentes,
alejándose de relaciones del tipo cliente-proveedor que hubiesen hecho fracasar la
cooperación prevista entre los miembros (Bevins y Price, 2014).
Hay que tener en cuenta que el otro logro de los académicos ha sido generar
autonomía en estas situaciones para el grupo de docentes, que son capaces de
realizar grupos interactivos y colaborar con sus compañeros y compañeras. Los y
las docentes son capaces de innovar de forma autónoma con grupos interactivos,
lo que supone que la investigación-acción ha generado un proceso emancipatorio
(Contreras Domingo, 1994; Greenwood y Lewin, 2007; Stringer, 2014). Por ello,
el académico deja de ser una figura necesaria en el proceso en el que ya se han
formado y su papel pasa a ser el de iniciador de nuevos retos. En el caso del PID,
los participantes, al finalizar el primer año, admitían tener autonomía para realizar
grupos interactivos pero no para desarrollar nuevas propuestas inclusivas en las aulas. Por esta razón, al evaluar el PID un grupo numeroso de docentes consideraron
que en el siguiente curso académico el grupo debía de seguir trabajando en nuevas
líneas como las tertulias literarias dialógicas.
El futuro del Proyecto tiene como horizonte la realización de nuevas prácticas
inclusivas y afianzar las ya trabajadas en las aulas y en los nuevos miembros del
grupo. La intención es seguir dando cabida a todas las necesidades, grupales e individuales, tanto de los miembros que han estado el primer año, como de los que
entran nuevos. Además, nos enfrentamos al reto del paso de los docentes como
investigadores de sus propias prácticas, aspecto que se está empezando a trabajar a
través de la realización de Trabajos de Fin de Grado y de Trabajo Fin de Máster de
los docentes sobre los procesos de innovación de sus aulas. Pero no hemos de perder el referente de que el PID tiene un eje común, y con una única finalidad, que
las acciones realizadas produzcan cambios positivos en las aulas, en las escuelas, y
en las comunidades, fomentando una mayor justicia social y una concepción más
ética de la educación.
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