Subido por mariposadel67

(Octavio Deniz) - Como sanar tu arbol genealogico

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Contenidos:
Introducción
Los ejercicios prácticos de este libro
Requisitos para trabajar con tu árbol genealógico
La psicogenealogía
La psicogenealogía
Todo conecta con todo. Los sistemas
Los límites del sistema
Las normas del sistema
El contrato individual
El destino
A cada uno su lugar. Los rangos en la familia
Sistemas dentro de sistemas. Los subsistemas familiares
Cómo trazar tu genograma
El genograma como mapa del mundo interior
Símbolos usados en el genograma
Recogiendo los primeros datos
Recopilar datos a través de Internet
Recopilando información de registros públicos
Recopilando información a través de la memoria familiar
Creando un genograma por capas
El cronograma familiar
Un instante en el tiempo. El gráfico sincrónico
El átomo de las relaciones personales
Sanando tu árbol genealógico
La transmisión de las normas familiares
Ejercicio Práctico. Descubriendo las normas familiares
(reflexión)
La programación familiar se manifiesta en el nombre
Ejercicio Práctico. Los nombres de tu genograma
(reflexión)
Ejercicio Práctico. Los significados de los nombres
(reflexión)
Las repeticiones familiares
La maldición recurrente. El síndrome del aniversario
Ejercicio Práctico. Rastreando las repeticiones (reflexión)
Ejemplo. Vincent Van Gogh
Los huecos del genograma
Ejercicio Práctico. Conociendo a las generaciones del
pasado (reflexión)
Conversaciones en voz baja. Los secretos de familia
Las consecuencias del secreto familiar
Cuándo y cómo desvelar un secreto propio
Ejercicio Práctico. Estrategias alternativas para revelar un
secreto (psicomagia)
Ejercicio Práctico. Descubriendo el secreto familiar oculto
(reflexión)
Sangre contaminada. La vergüenza generacional
Ejercicio Práctico. Dar voz al excluido (dinámica)
Ejemplo. La familia Hitler
En el lugar de los padres. La parentificación
Ejercicio Práctico. La parentificación (dinámica)
No serás más que tus padres. La neurosis de clase
Ejercicio Práctico. Tratando la neurosis de clase
(dinámica)
Cuando duele el padre. Síntomas de un padre débil
Cuando la madre sufre. Síntomas de una madre herida
Ejercicio Práctico. Traer de vuelta al progenitor ausente
(dinámica)
La vida que trae la muerte. Fallecimiento en el parto
Ejercicio Práctico. Reconociendo a la mujer muerta en el
parto (psicomagia)
Corazones rotos. Los problemas de pareja
Ejercicio Práctico. Honrando a las parejas anteriores
(dinámica)
Ejercicio Práctico. Conectando con los progenitores para
encontrar pareja (dinámica)
Ocupando el lugar de otro. Hijos de reemplazo
Significado de la posición de los hermanos
Ejercicio Práctico. Ocupando el lugar entre los hermanos
(dinámica)
Ejemplo. Las hermanas Brontë
Extraños bajo el mismo techo. Hermanos que no se
reconocen como tales
Relaciones prohibidas. El incesto genealógico
Ejercicio Práctico. Los nudos incestuosos del árbol
(reflexión)
Ejemplo. Charles Darwin
Un viaje sin retorno. La emigración
Ejercicio Práctico. Sanando el dolor de la emigración
(reflexión y psicomagia)
Dolor hereditario. La enfermedad generacional
Ejercicio Práctico. Devolviendo una enfermedad
heredada (psicomagia)
Ejercicio Práctico. Sanando el dolor de conflictos o
catástrofes (reflexión y psicomagia)
La maldición del fracaso. Los problemas económicos y
laborales
Ejercicio Práctico. Rompiendo la maldición de fracaso
(dinámica)
Ejercicio Práctico. Reescribir la historia familiar
(reflexión)
Epílogo. Ahora puedes crear tu futuro
Bibliografía
Introducción
“El oro que cae en el barro no se pudre.”
Alejandro Jodorowsky
La cita que encabeza este libro, que pertenece a uno de los
grandes teóricos del mundo psicogenealógico, Alejandro
Jodorowsky, contiene una verdad esencial que pretendo
desarrollar a lo largo de esta obra.
Este libro habla de familias, y de cómo la historia familiar
resuena en cada uno de nosotros. No hay ninguna familia que no
se mueva, de un modo u otro, en el barro del dolor, de la
pérdida, de la enfermedad o del fracaso. Pero tampoco hay
ninguna familia que no produzca una pepita de oro bajo la forma
de cada uno de sus miembros. El barro del que provenimos, el
barro bíblico del que estamos formados, no es sino la excusa de
aquello que nos ha creado, llámese dios, la naturaleza, el azar o
el anima mundi, para producir el oro que somos.
Como veremos a lo largo de este libro, ningún sistema familiar
es perfecto, y todos de alguna manera han tenido que padecer, a
lo largo del tiempo, los rigores de la historia, los conflictos, las
catástrofes, el hambre o la opresión de ciertas normas sociales.
Pero todas las familias han producido oro: seres ejemplares,
legendarios, bondadosos, o simplemente personas normales que
hicieron lo posible para que sus hijos tuvieran una vida mejor.
En la perfecta imperfección de este vida que vivimos, cada
existencia es la suma de cientos, de miles de vidas de
antepasados que están presentes en nuestros genes, en las
historias que nos han contado, en los rasgos de nuestro carácter,
en los silencios que nos han sido transmitidos.
Todos tus antepasados viven en ti. Aquellos que murieron
antes de tiempo, los que infligieron la ley, las mujeres que dieron
su vida dando a luz a un nuevo ser, los enfermos crónicos, los
emigrantes, los accidentados, los que partieron a la guerra y no
volvieron; y los que volvieron, pero con el alma desgarrada por el
dolor sufrido o causado a otros. Todos ellos están en ti.
También los héroes, los patriotas, los rebeldes, los que tuvieron
una vida relajada, las mujeres libres y los hombres brillantes que
habitan tu historia familiar, todos están en tu interior. De todos
ellos, de los felices y los desdichados, de sus genes, y también de
sus historias personales, surge el átomo inicial de la persona que
eres ahora.
Todos llevamos en nuestro interior parte de un dolor
transgeneracional que se manifiesta en lo que somos ahora, en
nuestros conflictos y en nuestras dudas. Por eso es necesario
conocer las historias, desvelarlas e incluso imaginarlas, de
manera que podamos sanar ese dolor y convertirnos en seres más
libres.
A través de este libro te llevaré a conocer conceptos que quizá
desafíen tu concepción de la realidad. Algunas de esas ideas
pueden causarte algún rechazo, algunas quizás te parezcan
absurdas. No sería sorprendente que así fuera, puesto que
aquello de lo que aquí se habla, la conciencia transgeneracional,
es algo que ha sido completamente menospreciado en nuestro
mundo occidental. Conceptos como la conciencia del clan, la
persistencia de la memoria generacional, el funcionamiento
sistémico de la familia, la inocencia o la culpa heredadas,
desafían mucho de lo que conocemos acerca de nosotros mismos.
Ahora bien, lo más sorprendente del mundo psicogenealógico
es que sus presupuestos tienen una lógica profunda que resuena
en nuestro interior como una verdad que llegara de un tiempo
lejano, libre de contaminaciones ideológicas, indiferente a todo
aquello que es políticamente correcto. Además, existe una
vertiente práctica, un camino de sanación que cuando se hace
efectivo, funciona. Un camino de curación interior que tiene un
efecto casi inmediato en el alma.
De modo que gracias a sencillos ejercicios, muchos de los
cuales se explican en las páginas que siguen, podemos comenzar
a liberarnos de una carga que en ocasiones ni siquiera teníamos
consciencia de llevar sobre nuestros hombros.
Este libro está dividido en tres partes. La primera, denominada
“La psicogenealogía”, nos ayudará a entender qué es esta
corriente de pensamiento que vuelve a estar cada vez más
presente en la conciencia occidental. Aquí se darán algunas
pinceladas esenciales para entender lo más central del
pensamiento psicogenealógico y se profundizará en temas que
son esenciales para comprender el resto de la obra.
En la segunda parte, que he titulado “Cómo trazar tu
genograma”, te presento una guía práctica para poder trazar este
gráfico genealógico tan necesario para comprender las tramas
profundas de la conciencia familiar. El genograma es mucho más
que un árbol genealógico al uso, ya que contiene información
muy útil para desentrañar los problemas transgeneracionales que
pueden estar acuciando nuestro presente. Además, este libro
añade algunos elementos de análisis más, como el cronograma
familiar y social, así como el átomo personal, que te permitirán
descubrir aspectos esenciales de ti y de tus antepasados. Todos
estos gráficos generacionales serán necesarios para completar la
tercera parte de este libro.
En esa tercera parte, que se denomina “Sanando tu árbol
genealógico”, se ofrecen datos más precisos acerca de diversos
problemas transgeneracionales que son comunes a muchas
personas y en los que espero que encuentres respuestas a tus
dudas vitales. Aquí he incorporado bastantes ejercicios prácticos
que te ayudarán a sanar aquellos nudos familiares que puedan
estar actuando sobre ti. Además, se incluyen algunos ejemplos de
sistemas familiares famosos, así como referencias a casos reales,
tratados por mí en los últimos años.
El objetivo final de este libro es el de reconocer y sanar los
patrones más nocivos de tu árbol genealógico, al tiempo que
refuerzas los dones más positivos. En definitiva, dar un impulso a
la energía vital que viene de tus antepasados y que se proyecta
en tu presente, en tu futuro y en el futuro de tus descendientes.
Te invito a que te introduzcas en este fascinante mundo de la
psicogenealogía, a que explores tu genograma y a que empieces
un camino de sanción transgeneracional que espero sea muy
positivo para ti.
Los ejercicios prácticos de este
libro
A lo largo de este libro te ofrezco diversos ejercicios prácticos
que puedes realizar a la vez que vas dibujando el mapa
genealógico de tu familia. Los ejercicios que se presentan en esta
obra tienen una pretensión sanadora, de manera que puedas, con
algo de paciencia, comenzar a deshacer algunos de los nudos
que se presentan en tu historia familiar.
En verdad, la mera confección de un genograma completo ya
se puede considerar de por sí un acto sanador, puesto que abre
tu conciencia a la realidad de tu familia, tanto en el aspecto de
cuáles son sus dinámicas ocultas como sus evidencias más claras.
Pero en este libro queremos ir más allá de la mera comprensión
teórica y avanzar hacia una plena sanación, que se alcanza de
un modo real a través de la práctica.
Los ejercicios prácticos de este libro se distribuyen en tres
categorías.
Ejercicios de reflexión
Este tipo de actuaciones requiere el uso de tu mente y tu
capacidad de análisis racional. Los ejercicios reflexivos te ayudan
a entender diversos aspectos del sistema familiar, encontrando
conexiones que en un primer momento no serían evidentes. Para
realizarlos sólo se requiere algo de tiempo para poder reflexionar
acerca de diversas cuestiones. Las respuestas que se den a las
mismas deben ser lo más honestas posible, dando así espacio a
que surja un nuevo conocimiento que te ayude a entender la
dinámica familiar desde una perspectiva más amplia.
Para los ejercicios de carácter reflexivo tan sólo se necesita un
cuaderno, un bolígrafo y algo de tiempo. A través de estas
prácticas, se formularán una serie de preguntas que te harán
pensar. Escribe cada pregunta en tu cuaderno y tómate un tiempo
para contestar a las mismas. Si no encuentras la respuesta, deja
la cuestión en blanco y sigue con el resto de las preguntas.
Debajo de cada respuesta, te aconsejo que dejes un espacio
vacío, para añadir datos o reflexiones que puedan llegar en otro
momento. Como descubrirás, a medida que te introduzcas en el
territorio del análisis genealógico, cada vez te resultará más fácil
hacer las conexiones necesarias para que la verdad familiar salga
a la luz. Por ese motivo, una pregunta en blanco no debe ser una
fuente de desánimo, sino que debes sentir que es un acicate para
que tu mente se active en busca de las respuestas.
En cualquier caso, no pienses que ninguna respuesta es
definitiva. Lo que eres capaz de descubrir en este momento es
sólo una pequeña fracción de lo que podrás ver más adelante.
Simplemente deja que tu mente esté abierta a nuevas
percepciones y éstas llegarán, a veces en el momento más
inesperado para ti.
Dinámicas
Los ejercicios dinámicos requieren movimiento y se realizan
preferentemente con tu cuerpo y sus sensaciones. No es necesario
tener ninguna capacidad física especial para realizarlos, ni es
preciso disponer de una especial sensibilidad. Lo único que
necesitas es dejar que tu cuerpo se manifieste en cada momento.
Los ejercicios dinámicos que se presentan en este libro están
basados en distintas fuentes, tales como Constelaciones Familiares
y en menor medida, otras como Bioenergética o Terapia Gestalt,
por citar las más importantes.
Estas prácticas son esenciales para poder llegar a un
conocimiento pleno de la dinámica familiar, puesto que los
ejercicios de tipo mental sólo acceden a una capa muy
determinada de nuestro entendimiento, la relacionada con la
mente consciente y racional.
A diferencia de la mente, que está condicionada por muchas
ideas y creencias, impuestas o aceptadas libremente por nosotros,
el cuerpo físico no se presta tan fácilmente a la manipulación.
Cuando sentimos placer o dolor, lo hacemos siempre en tiempo
presente, y de acuerdo a estímulos que son reales. Por ejemplo,
no podemos engañar al cuerpo para que un golpe recibido no
sea doloroso, y nunca observarás a tu cuerpo quejarse por una
contusión sufrida hace un año, sino por algo que le está
sucediendo ahora mismo. En definitiva, el cuerpo siempre dice la
verdad y es bastante fiable como herramienta de
autoconocimiento.
Este tipo de ejercicios debe ser realizado en soledad, a menos
que se indique lo contrario, en un lugar tranquilo donde no
existan interrupciones. No se requiere de mucho espacio físico
para su realización, una habitación despejada o un poco de
espacio libre dentro de un cuarto algo amplio es lo más
adecuado, pero si no dispones de esa facilidad, basta con tener
un par de metros cuadrados en los que te puedas mover con
libertad.
Te recomiendo además que realices estas prácticas con ropa
cómoda y con los pies descalzos o bien con calcetines gruesos si
sientes frío. Evita llevar joyas, prendas apretadas o que no te
permitan moverte con facilidad. Si dispones de una alfombra
sobre la que poder realizar estas prácticas, lo harás de un modo
más cómodo y agradable. Además, para este tipo de ejercicios
necesitarás algunos elementos que puedes encontrar fácilmente en
casa, como cojines, sillas u hojas de papel.
Psicomagia
Los ejercicios psicomágicos son una variante del pensamiento
mágico tradicional. En este tipo de actividades, que surgen del
pensamiento de autores como Alejandro Jodorowsky, se intenta
conectar con la mente inconsciente a través del único lenguaje
que ésta puede entender, el pensamiento creativo asociado
tradicionalmente a la magia. A través de sencillos actos puntuales,
descubrirás que existe una dimensión desconocida en nuestra
mente cuyo poder sanador es excepcionalmente grande.
Los actos psicomágicos requieren en ocasiones que hagas uso
de materiales fáciles de obtener. Pero por encima de cualquier
otro requisito, requieren el deseo de llevarlos a cabo. Los actos
que se detallan en este libro suelen ser bastante fáciles de realizar
y no hace falta tener un valor especial ni ningún conocimiento
particular para su ejecución. Por supuesto, en todo aquello que
deba ser realizado al aire libre, se requiere una dosis normal de
precaución para no correr ningún riesgo físico. También hay que
tener en cuenta que ninguna ley debe ser quebrantada a la hora
de realizar un acto psicomágico.
Ahora que ya conoces los tres tipos de ejercicios que te voy a
proponer en las siguientes páginas, te aconsejo que antes de
realizarlos, leas el libro por completo, de manera que tu visión del
mundo psicogenealógico sea lo más amplia posible. De este
modo, ganarás en profundidad en tus percepciones, actos e
interpretaciones.
Estos ejercicios deben ser realizados una sola vez, ya que en
líneas generales, ninguno de ellos necesita ser repetido. Por
supuesto, los efectos no son siempre inmediatos y hay que tener
un poco de paciencia para poder notar sus beneficios. En
general, los efectos positivos se pueden observar varios días o
semanas después de su realización. En algunas raras ocasiones el
efecto es casi inmediato, pero lo más aconsejable es tener
paciencia.
En todo caso, si al cabo de un par de meses después de
haberlos realizado no has notado ningún cambio, puedes
repetirlos. Pero te aconsejo que no los vuelvas a realizar si no es
estrictamente necesario. En muchas ocasiones, el cambio ya se
está produciendo, pero la impaciencia nos impide darnos cuenta.
A partir de mi experiencia de muchos años trabajando con
problemas generacionales, he podido comprobar la eficacia de
todos y cada uno de estos ejercicios. También puedo atestiguar
que son seguros, si se realizan correctamente, y que en todo
caso, no tienen efectos negativos asociados. Ahora bien, cuando
estamos sanando alguna herida muy profunda, puede que a
nuestro alrededor empiecen a producirse cambios repentinos que
no siempre son bien admitidos por algunas personas. Pero con
paciencia y confianza, todos estos cambios conducen a un buen
final.
Como es lógico, algunos ejercicios te resultarán más fáciles y
otros más complicados, ya que cada uno de nosotros tenemos
cierta facilidad para unas tareas mientras que otras se nos hacen
más difíciles. Así, las personas más racionales tendrán más
facilidad para realizar los ejercicios reflexivos, mientras que
aquellos que estén más en contacto con su cuerpo, se sentirán
más a gusto con las dinámicas. Por otra parte, la dimensión
mágica, que conecta directamente con la mente inconsciente, que
se asocia a los ejercicios psicomágicos, puede agradar a unas
personas y puede resultar completamente desconcertante para
otras. En todo caso, te animo a que realices todos los ejercicios
que se proponen y que sientas que puedan ser de utilidad para ti.
Hay que dejar claro también que el autor de este libro declina
toda responsabilidad por la práctica inadecuada, ilícita o con
riesgo evidente, de los ejercicios contenidos en este libro. Todo lo
expresado en este volumen se entiende como una serie de
consejos o sugerencias basados en la práctica personal del autor,
pero no es en ningún caso un método infalible, y sobre todo no
pretende suplantar el necesario consejo de médicos, psicólogos,
psiquiatras u otros profesionales de la salud, en los casos en que
sea necesaria su ayuda.
Estoy seguro de que algunos de estos ejercicios te van a
sorprender y quizás te revelen aspectos de tu ser que no
imaginabas. Es imposible saber si algo es efectivo o no hasta que
no se prueba y si quieres obtener el máximo beneficio de este
libro, es recomendable abordarlo con una mente abierta y libre
de prejuicios, como se explica en el capítulo siguiente.
Requisitos para trabajar con tu
árbol genealógico
Existen una serie de requisitos necesarios para comenzar el
trabajo de sanación del árbol familiar. Estas capacidades, que
todos poseemos y que también podemos aprender a desarrollar
un poco más cada día, nos permitirán adentrarnos en la historia
familiar sin cargas o prejuicios que dificulten la tarea.
Entre esos requisitos, se pueden destacar los siguientes.
Rigor
En un estudio psicogenealógico hay dos tipos de datos. Por un
lado están aquellos que son hechos factuales y que pueden ser
verificados en documentos. Por ejemplo, la fecha de nacimiento
de una persona, o el tiempo durante el cual un hombre ha
prestado servicio militar. Por otro lado, existen datos que forman
parte de relatos familiares que no pueden ser verificados. Por
ejemplo, las descripciones acerca de cómo era el carácter de
alguien que no hemos conocido personalmente.
Sea cual sea el origen de los datos, es esencial que seamos
rigurosos con la información que recojamos durante nuestra
investigación, anotando todo lo que pueda ser de interés del
modo más preciso posible, sin quitar ni añadir nada de nuestra
cosecha.
Apertura
En una investigación genealógica, debemos permanecer
abiertos a la verdad, sea la que sea. La verdad nos hace libres y
por ese motivo, hay que estar dispuestos a manejar datos que
quizá no nos agraden, que ofendan nuestras creencias o que
desafíen lo que creíamos saber de nuestros familiares.
La indagación que se propone en este libro no es para
personas pusilánimes, sino para aquellos que se atreven a
conocer aquello que está oculto, para los que desean liberarse de
los nudos generacionales, sean del tipo que sean. La recompensa
de esta apertura es una vida más libre de obstáculos para
nosotros y nuestros descendientes.
No juzgar
Como consecuencia de lo anterior, es importante, al menos
cuando se está investigando el árbol familiar y trabajando con los
ejercicios prácticos de este libro, evitar todo juicio moral acerca
de nuestros antepasados.
Esto no quiere decir que uno no pueda tener un criterio ético
sobre lo que está bien o mal. Simplemente, se trata aquí de no
extender ese criterio a nuestros antepasados, a los que podríamos
llegar a juzgar de un modo demasiado severo desde una posición
de comodidad que no fue la suya.
Por ejemplo, ¿se pueden juzgar los hechos que comete un
hombre que ha sido forzado a participar en una guerra? Sería
fácil hacerlo si tenemos en cuenta que nosotros no nos hemos visto
en esa situación. Pero como es lógico, una cuestión es ver los
problemas de otras personas desde una posición neutral, y otra
muy distinta, encontrarnos en esas mismas situaciones. Así, matar
a otras personas, aunque sea en la guerra, es algo deplorable.
Pero todo aquel que se haya visto obligado a cumplir órdenes
bajo una severa amenaza contra su integridad física, quizá vea
las cosas de una perspectiva muy diferente.
De este modo, aunque uno pueda estar legítimamente en
contra de la guerra, resultará difícil juzgar a aquellos que se
hayan visto obligados a participar en ellas contra sus deseos.
Flexibilidad mental
Entrar en el mundo transgeneracional puede ser un buen
ejercicio mental, que nos obligará a pensar de un modo diferente
al que estamos acostumbrados. Un ejemplo lo hemos visto en el
apartado anterior, con respecto a los juicios morales. Pero hay
otros desafíos importantes para nuestra comprensión de la
realidad.
Hay que tener en cuenta que, desde el punto de vista
generacional, el tiempo no existe. De este modo, las historias de
los antepasados están presentes y tienen repercusión en lo que
estamos viviendo ahora, mostrando su impacto también hacia el
futuro. La parte más positiva de este enfoque es que podemos
resolver ahora problemas que vienen arrastrados del pasado
familiar, mejorando así la calidad de vida no sólo de las personas
que viven actualmente, sino de las que aún no han nacido.
Además, hay que tener en cuenta la perspectiva sistémica, de
la que hablaremos más adelante. Una perspectiva que nos obliga
a mirar a los individuos no como seres aislados, sino como parte
de algo más amplio, de un sistema familiar en el que las
relaciones que se establecen entre las personas son tan
importantes como las propias personas. De este modo, todos
realizamos actos que son incomprensibles si se intentan analizar
desde la perspectiva de un yo aislado del mundo, pero
perfectamente razonables si se encuadran dentro de una lealtad
ciega al clan al que pertenecemos. Un ejemplo claro de esto es
cuando defendemos a “los nuestros” contra toda lógica, sólo
porque nos sentimos más cerca de ellos que de quienes les
atacan.
Sin una mente abierta difícilmente podremos comenzar nuestra
inmersión en el mundo genealógico. Espero que tú mantengas esa
mente despejada en las páginas que siguen y que me acompañes
a buscar oro a través del conocimiento de la psicogenealogía y
los sistemas familiares.
La psicogenealogía
La psicogenealogía
Este libro trata acerca del enfoque psicogenealógico y cómo
nos puede ayudar de un modo definitivo a mejorar diversos
aspectos de nuestra vida. Ahora bien, cabe preguntarse ¿qué es
la psicogenealogía y de dónde surge esta corriente de
pensamiento?
Podemos entender la psicogenealogía como el estudio, de
inspiración psicológica, de la herencia familiar que recae sobre
cada ser humano. La idea esencial que está detrás de la
comprensión psicogenealógica del ser humano es que, detrás de
los síntomas y los conflictos que vivimos en nuestra vida presente,
están presentes los problemas sin resolver de nuestros
antepasados.
Así, podemos entender cómo muchos comportamientos
extraños, enfermedades repentinas, desgracias o bloqueos en el
amor, el trabajo o la economía, suceden en nuestra vida sin que
aparentemente haya una causa reconocible que los esté
provocando. A través del análisis genealógico, se vuelve fácil de
entender cómo por ejemplo, el nieto necesita emigrar del mismo
modo que lo hizo su abuelo, cómo muchos se autolimitan para no
superar a sus progenitores, o cómo los hijos repiten patrones de
comportamiento nocivos que se remontan a varias generaciones
atrás.
La visión psicogenealógica, que puede parecer extraña a
nuestra percepción del ser humano, basada en el estudio de la
personalidad o el carácter individual, es muy común en casi todas
las culturas tradicionales del planeta. En realidad, este saber no
hace sino unirnos con algo ancestral, el reconocimiento de que
estamos conectados con nuestros antepasados, en otras palabras,
que la historia familiar, con sus promesas y sus amenazas, es muy
importante para la construcción de lo que somos.
Entender que el colectivo tiene un poder muy fuerte sobre el
individuo es algo que aún nos cuesta asumir, pero que tiene una
gran importancia cuando ese colectivo es nuestra propia familia,
representada no sólo por la influencia evidente que nuestros
padres tienen sobre nosotros, sino por toda la historia familiar, ya
que ésta tiene un peso considerable a la hora de definir quiénes
somos y de mostrarnos cuáles son los caminos correctos o
incorrectos en la vida, como veremos más adelante.
La psicogenealogía surge y se desarrolla entre Europa y
Estados Unidos durante el siglo XX, gracias a las investigaciones
de varios estudiosos, entre los que destacan nombres como el
psicólogo de Standford, Gregory Bateson, el psicoanalista Murray
Bowen, el psiquiatra húngaro-norteamericano Ivan BoszormenyiNagy, la investigadora Anne Ancelin Shützenberger, el artista
franco-chileno Alejandro Jodorowsky, el terapeuta Bert Hellinger,
así como personajes como Nicholas Abraham, Maria Torok,
Vincent de Gaulejac y muchos otros.
Aunque existen diversas visiones dentro de esta disciplina,
nosotros vamos a desarrollar, a lo largo de este libro, un enfoque
ecléctico, que toma lo mejor de cada corriente. De este modo,
acogemos tanto la idea tradicional de que una persona solo es
feliz cuando está en armonía con los deseos de su sistema
familiar, como el concepto, más contemporáneo de que todos
necesitamos crear nuestro propio camino, individualizarnos y
generar así un destino propio que nos ayude a ser más felices.
Todo conecta con todo. Los
sistemas
Para comprender realmente todo el pensamiento
transgeneracional es muy importante entender el concepto de
“sistema” y las implicaciones de esta palabra, puesto que en todo
momento estaremos hablando de “sistema familiar” y a veces
hablaremos también del “sistema social”.
Un sistema es una organización de cualquier tipo, en la cual,
sus miembros tienen una estrecha conexión entre sí. De este
modo, todo lo que sucede dentro de un sistema afecta de una
manera u otra a todos los miembros del mismo.
Dentro de la visión sistémica, es muy importante entender que
las relaciones que se dan entre los miembros del sistema son tan
importantes como los propios componentes del mismo. Así, en una
familia son tan importantes las relaciones de poder o cómo se
expresa el amor, como las personas que configuran esa familia.
Esto se debe a que no podemos entender a la familia como una
colección de individuos aislados, sino que éstos están conectados
por hilos invisibles. Sin ellos, no podríamos entender nada de lo
que sucede entre esas personas. Así, el mismo hombre que es
resolutivo en su trabajo puede vivir dominado por su esposa en el
hogar, expresando en cada sistema, laboral y familiar, un rol
diferente sin dejar de ser la misma persona.
Vivimos en un universo de sistemas dentro de sistemas. En
nuestro caso, nos interesamos específicamente por dos sistemas, el
social, que engloba a todo lo que nos rodea en nuestro país y de
un modo más extenso en la región del mundo a la que
pertenecemos, que es Occidente, y el sistema familiar más
reducido al clan del que cada uno forma parte.
Los sistemas familiares son tan variados como familias existen
en el mundo, y no hay dos iguales. Asomarse al interior de un
sistema puede producir perplejidad, y si no lo crees, recuerda la
primera vez que saliste de tu casa para ir a comer o a jugar a
casa de tu mejor amigo o amiga de la infancia. ¿Acaso no
descubriste costumbres extrañas para ti, relaciones de parentesco
que no eran exactamente iguales a las que conocías de tu hogar?
Cuando somos niños, adoptamos nuestro sistema como algo
normal, y pensamos (con el pensamiento mágico de los niños),
que todas las familias son como la nuestra. Pero muy pronto, al
empezar a socializarnos con otros niños, descubrimos que esto no
es así y que cada familia es un mundo. Lo que nos parecía
normal, no es habitual en todas las casas, y hay comportamientos
ajenos que vienen a abrirnos una nueva dimensión de las
relaciones familiares.
A medida que nos asomamos al mundo de las familias
descubrimos que hay sistemas donde impera el amor, y en otros
donde gobierna la disciplina. Hay familias rígidas, flexibles y
desestructuradas. Existen sistemas familiares gobernados por la
ley, que producen jueces y policías, y sistemas que viven al
margen de la ley, que dan lugar a delincuentes. Hay sistemas de
médicos y sistemas de enfermos. Los hay de artistas o de
“personas de orden”. Hay sistemas donde la mujer es poderosa
hasta el punto de empequeñecer al hombre, y hay otros donde la
norma es la sumisión de la mujer al deseo del varón. Hay sistemas
donde se concibe a los hijos con amor, y otros donde se conciben
con vergüenza o bajo el temor del pecado. Los hay también
donde los hijos sólo se producen mediante la violación de la
mujer, o negando al hombre cualquier posibilidad de ejercer
como padre. Y así hasta el infinito.
Dentro del pensamiento psicogenealógico, es importante
entender el significado de “nudo sistémico”, del que hablaremos
en varias ocasiones a lo largo de esta obra.
Un nudo sistémico es un conflicto no resuelto en algún punto
del árbol familiar. En otras palabras, aquello que se soluciona no
genera dolor transgeneracional, sino los temas que quedan
pendientes, lo que se oculta, lo que se teme, lo que no se sana
correctamente. Si tenemos en cuenta que muchas veces nuestros
antepasados no contaron con medios para resolver algunos de
sus problemas más graves, no es extraño que todos carguemos
con algunos nudos sistémicos en nuestro pasado familiar.
Ahora bien, en el mundo transgeneracional, el concepto de
“pasado” no se refiere a algo que esté fuera de nuestro alcance.
De hecho, los nudos sistémicos, los problemas no resueltos por
nuestros antepasados están muy vivos en nuestro interior en este
preciso momento, y actúan de un modo insidioso en nuestra vida
actual.
En los sistemas familiares no existe el tiempo ni el espacio. De
este modo, lo que sucedió a algún antepasado lejano puede muy
bien estar actuando en tu vida presente, como si fuera una
bendición o como una maldición, ya que esa persona está muy
viva dentro de tu ser. No hace falta que hayas conocido a ese
antepasado, ni es preciso vivir en el mismo país o región. Todo lo
que ha existido en la familia, existe dentro de ti, y probablemente
también todo lo que pueda existir en el futuro.
Esto tiene dos derivadas. La primera, que ya hemos visto, es
que podemos estar sufriendo conflictos en nuestra vida que no
están directamente relacionados con nuestros propios actos, sino
que vienen heredados de conflictos familiares ancestrales que
están sin resolver. La segunda, de tipo positivo, es que podemos
resolver esos conflictos familiares que actúan en nosotros. En
algunos casos, puede suceder que al desatar el nudo familiar que
hemos heredado, se den cambios en las personas de nuestro
entorno, aunque esto no siempre se puede asegurar.
En todo caso, uno no debe trabajar en sí mismo para resolver
los conflictos de otros miembros de la familia, sino para desatar
los propios nudos y acceder a una vida más plena. Si lo que te
sana a ti, sana a tu pareja, a tus padres o a tus hermanos, es una
excelente noticia, pero ese no debería ser tu primer objetivo,
puesto que nadie puede hacer nada por los otros que no haya
hecho antes para sí mismo.
Hay que reseñar que existe una excepción a lo dicho. Los hijos
siempre sienten la mejoría de sus padres, independientemente de
la edad que tengan. De manera que todo lo que resuelvas en ti va
a tener un efecto muy positivo sobre tus hijos, si los tienes. Ni
siquiera es preciso que les expliques nada de lo que hagas, si no
lo deseas. Ellos notarán cambios positivos en sus vidas de un
modo automático y sorprendente, por lo que se puede decir que
sanar tu árbol genealógico es el mejor regalo que les puedes
hacer a tus descendientes, aparte, claro está, de haberles dado la
vida.
Hay dos elementos básicos que definen a cada sistema, que
son los límites que establece con respecto a otros sistemas y las
normas internas por las cuales se rige. Veremos esos temas a
continuación.
Los límites del sistema
Un sistema se define, entre otras cosas, por los límites que
establece hacia el exterior y por cómo se organiza interiormente.
La cuestión de los límites es importante en la medida en que nos
permite reconocer qué es lo que pertenece al mismo y qué es lo
que puede considerarse foráneo.
Los límites externos del sistema se establecen siempre con
respecto a los demás sistemas. Cuando hablamos del sistema
familiar, que es el tema central de este libro, es fácil entender que
una familia define sus límites en contraposición al resto de las
familias. El factor de cierre de esa frontera es el apellido común
que todos comparten, y que es la señal identitaria que les une a
un tronco común y les convierte en ramas de un mismo árbol.
En el plano interno, los límites se establecen a través de los
rangos familiares, que estudiaremos con detenimiento en un
capitulo posterior.
Ahora bien, teniendo en cuenta que los límites externos son lo
que define a un sistema, también es preciso tener en cuenta que,
en ningún caso, estos límites son impermeables a todo lo que está
fuera de la familia. Un sistema familiar forma parte de un sistema
mayor que él, que es la sociedad. Entre ambos, existe una serie
de conexiones que hacen que las normas sociales, por ejemplo,
influyan en los miembros de una familia, o que ésta se vea
influida por acontecimientos que afectan a todo el conjunto social,
como puede ser un conflicto, una catástrofe natural, una crisis
económica, o por el contrario, un período de prosperidad.
También existe una influencia en sentido contrario, desde la
familia al sistema social, puesto que toda la sociedad está
formada por individuos que forman parte de familias. Las ideas
que hemos recibido, los modelos que nos han ayudado a crecer,
se transmiten desde la familia al conjunto y en cierto modo,
impregnan al sistema más amplio en el que estamos envueltos.
Observando de cerca al sistema familiar, que suele
representarse como un árbol del que brotan diversas ramas,
tenemos que comprender que, si cada extremidad representa a un
individuo, ningún árbol genealógico puede subsistir sin el injerto
de nuevas ramas. Todas las familias son heterogéneas, y todos
somos hijos de padres mezclados, ya que ningún árbol podría
prosperar mucho tiempo siguiendo un esquema de
consanguineidad.
Esta entrada de nuevos individuos al sistema familiar es
esencial para la renovación del clan. Las personas que entran a la
familia a través de la unión con los individuos que ya forman
parte de ella, aportan nuevas ideas, formas diferentes de hacer
las cosas, normas novedosas y también nuevas prohibiciones. En
el plano biológico, cada vínculo con alguien externo aporta una
carga genética diferente, que viene a refrescar el ADN de la
familia. Esto le da oportunidad de mejorar o al menos de cambiar
los patrones genéticos ya existentes.
Desde el punto de vista del sistema, la persona que entra es,
en primer término, un elemento extraño. Pero si lo miramos desde
el punto de vista del otro sistema que viene a unirse al nuestro,
nosotros también somos para ellos elementos extraños que entran
a formar parte de su árbol genealógico. Estas conexiones, por
más que sean imprescindibles para que el árbol siga creciendo,
no son siempre bien recibidas. Depende del grado de apertura
que tenga el árbol receptor que el nuevo individuo sea aceptado
o rechazado.
En todo caso, aunque un árbol parezca cerrado en sí mismo,
impermeable a la entrada de nuevos miembros, está, como hemos
visto, necesitado de savia nueva. De modo que aunque la
recepción sea fría en algunos casos, esta inclusión de alguien
nuevo se hace completamente necesaria para su evolución, por lo
que el nuevo miembro acaba siendo aceptado, de buen grado o
a regañadientes. Solamente en aquellas familias que buscan
deliberadamente su propia extinción (caso que ya estudiaremos
más adelante), se evita por todos los medios que entre sangre
nueva a renovar al clan.
Las normas del sistema
Como ya hemos visto, todo sistema se define en primer lugar
por sus fronteras exteriores. Así, cada familia lo es en función de
que lleva un apellido diferente a las demás. El segundo elemento
definitorio de cualquier sistema son sus normas internas, que
varían de una familia a otra.
Las reglas internas del sistema son esenciales para entender
qué es lo que se espera de cada miembro del clan, qué es lo
permitido y qué es lo que se castiga. El conjunto de normas que
puede tener un sistema familiar puede ser extenso o breve, pero
no hay una familia que no tenga sus reglas internas. Esas normas
indican, por ejemplo, hasta qué punto se admite la expresión de
sentimientos intensos, qué es lo que está permitido hacer o decir
en torno a la mesa, cómo se habla de la sexualidad a los niños,
hasta dónde se admite que llegue una mujer en el mundo laboral,
o qué vestimentas se consideran decentes o indecentes, por citar
unos pocos ejemplos.
Algo que distingue a unos sistemas de otros es que
determinadas familias son más estrictas en el cumplimiento de sus
normas que otras. Las familias rígidas suelen tener además un
conjunto más amplio de prohibiciones y una variedad de castigos
para los que las incumplen. En cambio, hay familias que parecen
no estar regidas por ninguna norma, aunque esto nunca es
totalmente cierto. Las familias desestructuradas podrían ser un
ejemplo de sistema sin normas, pero en realidad, cuando se
estudian con detenimiento, se descubre que tienen también reglas
internas. La diferencia es que estas normas suelen estar ocultas y
parecen estar encaminadas a que cada individuo tenga una vida
tan desdichada como sea posible.
Por último, hay familias donde existe un mayor grado de
libertad en el cumplimiento de las normas, son los sistemas
flexibles, en los que las reglas internas se van adaptando a cada
situación y tienen mayor facilidad para soportar la disidencia de
sus miembros.
Las normas o reglas internas del sistema permanecen
relativamente estables a lo largo del tiempo, pero si se observan a
través de las generaciones, vemos que experimentan ciertos
cambios, así que el sistema también sufre mutaciones. Esto se
debe a que, por una parte, la sociedad evoluciona, y con ella
cambian lo que es aceptable e inaceptable para los individuos y
para las familias. Costumbres que hace años eran imposibles,
como las uniones no matrimoniales, o incluso los matrimonios
entre personas del mismo sexo, son hoy en día habituales, y
fuerzan a muchos sistemas familiares, anclados en el pasado, a
aceptarlas como parte de un proceso que difícilmente tendrá
marcha atrás.
Por otro lado, la propia dinámica del árbol familiar exige que
deban entrar a él, como esquejes, individuos de otros árboles.
Como ya hemos visto, ninguna familia puede perdurar si no es a
través de las uniones con individuos que pertenecen a otras
familias. Éstas, como es lógico, traen consigo sus propias normas,
sus costumbres y sus tabúes. Esta dinámica es imparable, y trae
consigo una obligatoria renovación del árbol, que no es sólo
genética, sino también ideológica y normativa.
Por último, existen en todos los sistemas, hombres y mujeres
que están dispuestos a romper las normas, que se atreven a
desafiar las prohibiciones y que permiten que los sistemas
progresen y no acaben asfixiados por sus propias reglas. Estas
personas, que están a la vanguardia, suelen ser aquellos que
viven su existencia en los límites del sistema o fuera de él, y
pagan un precio por ello. En muchos casos, son los que tienen
que buscar ayuda psicológica, los heridos, los desplazados, los
marginados, pero también los que iluminan el camino que otros
seguirán después. La primera mujer que se divorcia, el primer
joven que se declara abiertamente homosexual, el primer hombre
que rechaza la profesión impuesta. Todos ellos son la esperanza
del sistema porque se enfrentan a las reglas y las cambian.
Dicho esto, conviene saber que para comprender cabalmente
un sistema, es preciso definir con la mayor claridad posible,
cuáles son sus reglas internas, qué es lo esperado y lo deseado
para cada miembro del clan. Conocer estas normas es esencial
para que podamos reconocer qué parte de las mismas nos
ayudan a crecer y cuáles pueden ser un obstáculo en nuestro
camino.
Las reglas internas
Las normas familiares pasan de una generación a la siguiente
por dos vías principales. La primera engloba a todo aquello que
es explícito. La segunda se relaciona con lo implícito, que es todo
aquello que se da por supuesto, pero de lo que nadie habla con
claridad.
Así, las normas explícitas son aquellas de las que se habla
abiertamente y se suelen enseñar a los niños de manera verbal y
como imperativo. Por ejemplo: “los domingos hay que ir a la
iglesia”, “las niñas no dicen palabras feas” o “los niños no
lloran”.
En cambio, las normas implícitas no son expresadas en voz
alta, sino que representan todo aquello que se da por sentado.
Estas normas no se aprenden con tanta facilidad como las
anteriores, puesto que nadie le dice al infante con claridad lo que
puede o no puede hacer, sino que su conocimiento se adquiere
siempre por vía indirecta. De este modo, una niña puede
aprender una norma según la cual las chicas no pueden jugar al
fútbol cuando quiere hacerlo y descubre que sus primos y
hermanos varones nunca le pasan el balón.
Algunas normas familiares no son sino una derivación de las
normas sociales al uso. Por ejemplo, muchas de las normas
sexistas que se dan en el seno de las familias no hacen sino
reflejar el machismo de la sociedad que rodea al clan. Pero otras
normas no tienen un encaje inmediato en el colectivo, sino que
son propias de la familia. La mayor parte de estas normas
privativas de la familia suelen ser implícitas, es decir, no
expresadas verbalmente.
Por ejemplo, una norma implícita y exclusivamente familiar
podría ser que todo hombre tiene derecho a tener una amante
una vez casado, o que en cada generación tiene que haber una
joven soltera que se quede embarazada y se convierta en la
oveja negra de la familia. Evidentemente, ninguna de estas
normas familiares se expresa de viva voz, pero es aprendida a
través de la transmisión de la conciencia del clan que pasa de
unos familiares a otros a través del tiempo.
Otro ejemplo para que nos quede bien clara la distinción entre
los dos tipos de normas podría ser el siguiente. Una familia puede
tener normas explícitas acerca de cómo deben comportarse las
mujeres adolescentes a la hora de acudir a su primera cita con un
hombre, como por ejemplo, qué tipo de vestidos son convenientes
o inconvenientes, qué horarios son permisibles, etcétera. Junto a
estas normas, hay otras de las que nadie habla, pero que se
intentan hacer llegar a la joven de un modo indirecto. Por
ejemplo, una norma implícita en estos casos podría ser: “no se
puede tener sexo en tu primera cita”. Si el sexo es un tema tabú
en la familia, quizá alguien recuerde oportunamente el caso
desgraciado de la tía abuela que se quedó embarazada estando
soltera. De este modo, el mensaje es transmitido.
El problema de las normas implícitas es que éstas nunca son
del todo claras. Siguiendo el ejemplo anterior, la joven podría
interpretar el mensaje como: “puedes tener relaciones sexuales
siempre que tengas cuidado de no quedar embarazada”, cuando
lo que se le quería transmitir es: “una chica que se entrega a un
hombre la primera noche, es igual que una prostituta”. La
diferencia entre un concepto y otro es bastante relevante, y puede
tener consecuencias si no se entiende con claridad.
Existen diversos tipos de normas en cada sistema familiar, y
aunque aquí vamos a tratar algunas de ellas, hay que entender
que la línea divisoria entre ellas no siempre está bien definida,
puesto que una norma afectiva puede tener implicaciones
morales, o una norma financiera conecta con criterios
emocionales y también con prohibiciones, como veremos más
adelante.
Así que algunos tipos de normas comunes en las familias son
las siguientes.
Normas morales, que tienen que ver con lo que se siente
como éticamente correcto o incorrecto en el sistema. Por ejemplo,
qué se entiende por un comportamiento “honrado”, o bien normas
relativas al comportamiento con las personas del sexo opuesto.
Qué es ser un buen o un mal hijo, cómo cuidar de los padres
ancianos, si los hermanos deben compartirlo todo o se admiten
privilegios con alguno de ellos, etcétera.
Normas materiales, que se relacionan con el dinero y las
posesiones. Aquí se estipula cómo se obtiene el dinero, quién
puede conseguirlo y cómo se administra. Así por ejemplo, hay
sistemas familiares donde el dinero sólo se puede obtener con
unas ocupaciones concretas, mientras que otras no son
admisibles. O bien, el dinero es algo que sólo puede ser
conseguido por los hombres, mientras que las mujeres se ocupan
de administrarlo.
Normas afectivas, que indican cómo se pueden manifestar
las emociones y los apegos sentimentales. Por ejemplo, si está
permitido manifestar el cariño hacia la pareja o los hijos de modo
abierto, o bien si esto es algo que se oculta. También cuál es el
vínculo que se establece en las relaciones íntimas o cómo se
puede ejercer la paternidad o la maternidad.
Por ejemplo, puedo citar el caso de una familia en la que la
norma era que las mujeres tuvieran hijos con hombres que no se
hacían cargo de la descendencia. Así, varias generaciones de
mujeres habían criado solas a sus hijas. Esta norma se convirtió,
con el tiempo, en algo asfixiante, puesto que impedía cualquier
tipo de paternidad responsable en el núcleo del clan.
Como es lógico, una norma como ésta nunca se manifiesta de
manera verbal, y es por tanto implícita. Ninguna madre le dice a
su hija: “te prohíbo ser feliz con un hombre”. Pero lo cierto es que
todas las mujeres, de manera inconsciente, buscaban tener hijas
con hombres que eran incapaces de hacerse cargo de ellas.
Cuando una mujer se atrevió a casarse con un hombre
responsable y decidido a tener descendencia, se encontró con
que le resultaba muy difícil quedarse embarazada, manifestando
así el nudo generacional que la atenazaba.
Las prohibiciones
En el terreno de las normas, hay que prestar especial atención
a las prohibiciones del sistema, es decir, a todo aquello que es
directamente inadmisible para el clan, a los tabúes o las
negaciones a ultranza. Como norma general, nos encontramos
ante una prohibición cuando podemos constatar que hay una
condena efectiva para aquellos que se atreven a desafiarla.
Las prohibiciones son de especial importancia a la hora de
analizar el conjunto de normas internas de un sistema familiar,
puesto que marcan el territorio de lo que es estricto e ineludible.
De hecho, no todas las normas son claras, y algunas se prestan a
interpretación, o bien son reglas de menor importancia cuya
violación no acarrea ninguna consecuencia. Pero todo aquello
que lleva consigo una prohibición es taxativo y no suele estar
sujeto a interpretación, ni se puede ser tibio en su cumplimiento.
Pensemos por ejemplo, en las normas fundacionales de la
religión judeocristiana, que son los diez mandamientos dados a
Moisés en el monte Sinaí. Entre los mandamientos hay normas
que parecen formuladas de un modo estricto, pero que en
realidad, dan espacio a múltiples formas de interpretación, como
“honrarás a tus padres”. En cambio, hay también prohibiciones
estrictas que no admiten, en principio, ninguna escapatoria, como
por ejemplo: “no matarás”.
Las prohibiciones suelen ser muy estrictas y se observa con
claridad su efecto sobre aquellos que se atreven a incumplirlas.
Por ejemplo, recuerdo el caso de una familia en la que todos los
hombres tenían que permanecer bajo el techo paterno, incluso
después de casarse con una mujer. Además, existía la norma de
que cada hombre aportara una parte de su salario a sus padres,
en vez de compartirlo íntegramente con su propia esposa e hijos,
como sería razonable.
Cuando un hombre decidió romper con esa norma, yéndose a
vivir a una casa independiente y dejando de pasar una pensión a
sus progenitores, fue expulsado del sistema. Sus hijos se
convirtieron en nietos de segunda clase para sus abuelos, y toda
la familia se refería a ellos con un mote despectivo. Este es el
poder de una prohibición y las consecuencias que se sufren
cuando alguien decide romper con ella.
Por regla general, aunque no siempre, las prohibiciones
pueden tener tres orígenes posibles, que suelen estar vinculados al
origen de los secretos familiares que analizaremos en un capítulo
posterior. Estas tres fuentes que dan origen a prohibiciones suelen
estar relacionadas con la sexualidad, y por tanto con la
descendencia; con el dinero y todo lo relacionado con el mundo
material, y finalmente con la muerte y sus rituales.
A la hora de tratar con las normas y las prohibiciones
familiares es esencial entender lo siguiente. La conciencia del clan
se impone a todo nuevo miembro de un modo inconsciente y allí
permanece hasta que la persona decide hacerla consciente de
nuevo. Es decir, el niño que nace, acepta y toma a su familia tal
como es. No la cuestiona, sino que la asume como algo natural y
la incorpora, con todas sus normas, explícitas e implícitas, de un
modo que queda profundamente grabado en su inconsciente
personal. Como la mayor parte de estos aprendizajes se realizan
a una edad muy temprana, es muy difícil que el niño o la niña
puedan hacer una reflexión crítica sobre ellos. Simplemente los
asumen como propios y los interiorizan sin más.
Por este motivo, las normas y prohibiciones tienen una
presencia tan importante en nuestra conciencia, más allá de toda
lógica y afectando de un modo tan poderoso a nuestros actos,
porque viven en un espacio de nuestro ser que es profundo y que
permanece a oscuras. Y es por ese motivo, por el que las normas
y prohibiciones se deben hacer conscientes, para que pierdan ese
poder y se conviertan en una fuerza más amable que nos ayude a
conocer qué somos y cuál es el contrato que, sin darnos cuenta,
hemos firmado con nuestra familia.
El contrato individual
Tanto las normas familiares como las prohibiciones forman
parte de lo que podemos denominar el “contrato individual”. Este
contrato, que contiene elementos explícitos e implícitos, representa
la parte de la norma que corresponde a cada individuo concreto.
El contrato varía de un individuo a otro, y como las propias
normas, sufrirá ciertos cambios a lo largo del tiempo.
El contrato se puede entender como la suma de todo lo que
una persona recibe del sistema familiar, tanto como norma, como
en el plano de los deseos o las expectativas que se han puesto
sobre ella. Este término es también conocido como “escenario de
vida” en el trabajo del psiquiatra transaccional Eric Berne, o
como “el proyecto paterno depositado en el hijo” por parte de
Vincent de Gaulejac.
Este proyecto o contrato recibido se basa en la necesidad
esencial del sistema familiar de asignar a cada persona una meta
y un conjunto de herramientas que se relacionan, de manera
esencial, con el propósito del propio árbol. Para llevar a cabo
estas tareas, contamos con el deseo innato del ser humano de
subsistir, con la fuerza de la vida que recibimos de nuestros
antepasados a través de nuestros padres. También con el deseo
íntimo de cada persona de configurarse como un individuo único,
dueño de sí y de su destino.
Todas las potencias que convergen en cada persona: la
programación familiar que comienza mucho antes de su llegada
al mundo, las influencias sociales del momento, los
acontecimientos que le alcanzan a lo largo de su vida y su propia
necesidad de individuación, refuerzan y al mismo tiempo
cuestionan el poder de ese contrato.
El contrato personal no es por tanto una fuerza fatalista que
nos lleva sin remedio por el camino trazado por el sistema
familiar, sino una guía que nos impulsa, pero que viene
condicionada por muchas circunstancias internas y externas que
lo modifican y lo perfeccionan.
Precisamente, es a través del estudio de nuestro sistema
familiar como empezamos a comprender cuál es nuestro propio
contrato, y es también gracias a las herramientas sanadoras de
las que nos provee la psicogenealogía, como podemos liberarnos
de los elementos más limitantes de ese proyecto, conservando las
más positivas, de manera que nos ayuden a desarrollarnos como
seres más plenos y autoconscientes.
Los contratos que se pueden recibir son tan variados como
diversos son los sistemas familiares y los individuos que los
forman. Como veremos en un capítulo posterior, dedicado a los
diferentes rangos familiares, cada posición en el sistema tiene
unas connotaciones particulares, como las tienen el orden del
nacimiento, el nombre que se nos impone y muchos otros aspectos
que iremos analizando en páginas posteriores.
Existen por tanto, cláusulas del contrato que permiten alejarse
de la familia, mientras que otras nos obligan a permanecer muy
cerca de ella. Hay contratos para fracasar en los negocios, para
cuidar de los padres ancianos o para triunfar y hacer brillar el
apellido familiar. Sin duda, hay también contratos que obligan a
la persona a sanar el árbol familiar, aunque esa sanación sólo se
alcanza curando antes el propio dolor individual.
Ahora bien, cabe preguntarse ¿por qué, dentro del amplio
sistema familiar a una persona le corresponde un determinado
contrato y no otro? ¿Cómo se reparten los papeles en el drama o
en la comedia del clan?
La respuesta a esta cuestión no es sencilla, puesto que esta
distribución de papeles se debe, en verdad, a una multiplicidad
de causas y no todas están del todo claras aún. Por un lado, es
evidente que en las familias, pertenecer a un sexo o a otro es una
cuestión de extremada importancia a la hora de recibir un
determinado mandato. Por más que en los tiempos actuales se
hayan equiparado las oportunidades profesionales de hombres y
mujeres, la realidad es que los roles sociales y familiares de
ambos sexos siguen siendo muy diferentes. Si además volvemos
nuestra mirada de manera retrospectiva y analizamos las
generaciones que vivieron hace cincuenta, cien o doscientos años
atrás, es evidente que la diferenciación debía ser más grande
aún.
Mucho se ha discutido acerca de qué porcentaje es biológico
y qué porcentaje es social en el hecho de que hombres y mujeres
tengan ciertas características diferenciadas, pero de lo que no
cabe duda es que esas diferencias existen en la mayor parte de
los casos, y no es probable que dejen de existir, ya que la
biología nos marca en mayor medida de lo que creemos. Así, la
mayor parte de las mujeres están más conectadas a los aspectos
emocionales de la experiencia y dan mayor importancia a las
relaciones con otras personas que el promedio de los hombres.
Estos a su vez suelen ser más autosuficientes y más volcados a los
aspectos racionales de la experiencia. Sin perjuicio de que haya
hombres y mujeres que rompen estos cánones, en la mayor parte
de los casos la realidad es que hombres y mujeres estamos
hechos de una materia similar, pero que se expresa de diferente
manera.
Así que el sexo de cada hijo que nace en una familia, le
condiciona, en primer lugar, a cumplir unos u otros roles en
función de cómo estén organizadas las normas del clan.
Por otra parte, el orden de nacimiento es también un elemento
muy importante para determinar qué es lo que una persona está
destinada a hacer. Como veremos, en algunas familias se espera
que el primogénito continúe con el negocio familiar, mientras que
en otras, la tarea de éste consiste en casarse y dejar todas las
responsabilidades del cuidado de los padres ancianos a sus
hermanos menores.
Algo tan simple como los rasgos físicos de una persona,
pueden también determinar la naturaleza de su contrato. El hecho
de que la niña que acaba de nacer se parezca tanto a su tía que
tomó los hábitos de monja y privó a los abuelos de una línea de
descendencia, puede conllevar que esta persona, una vez
convertida en mujer, sienta una presión formidable para traer
niños al sistema. Lo mismo se puede decir de los rasgos
psicológicos de una persona, que pueden llevar a que contraiga
un contrato familiar relacionado con esos mismos rasgos. Así por
ejemplo, si alguien es de naturaleza rebelde en una familia
demasiado estricta, puede hacer que se le imponga la tarea de
ser “la oveja negra” del sistema, es decir, la persona sobre la que
recaen todas las culpas y que acaba convirtiéndose en un chivo
expiatorio donde se vuelquen todas las tensiones que no pueden
ser expresadas de otro modo.
De una manera o de otra, sea a través del contexto social, sea
por el sexo del individuo, por el lugar que ocupa o simplemente
por su aspecto o su temperamento básico, o simplemente porque
hay que repartir los papeles y a esa persona le ha tocado ese, la
realidad es que cada uno de nosotros debe asumir el contrato que
se le otorga en el momento de su nacimiento. De este modo, tan
importante como conocer las normas y las prohibiciones de la
familia, es importante que cada persona indague en cuál puede
ser el contrato familiar que se le ha impuesto, de manera que
pueda entender las obligaciones y las expectativas que el sistema
ha puesto sobre sus hombros.
A partir de ese conocimiento, uno puede comenzar la tarea de
abandonar aquellos caminos que no le conducen a ningún
resultado positivo, y tomar en cambio todo lo bueno que el
sistema familiar le haya donado. Con estas cartas en la mano,
una persona puede de verdad comenzar a labrar su propio
destino, con respeto por sus antepasados, pero diseñando
realmente su propio futuro.
El destino
Cuando hablamos de genealogía y destino, hay que aclarar
que el destino genealógico no es necesariamente una fuerza
sobrenatural que nos impulse a vivir experiencias sobre las que no
tenemos ningún control y que pueden ser muy limitantes. El
destino, como decían los clásicos, bien puede ser una proyección
del propio carácter y deseos. Pero alcanzar ese destino positivo
requiere un cierto esfuerzo y un cierto nivel de conciencia. A este
tema dedicaremos el presente capítulo.
El destino como maldición
La primera concepción que se tiene del destino por parte de
muchas personas es precisamente como una especie de hecho
fatalista, es decir, algo que va a ocurrir de manera inevitable en
nuestra vida. Esta idea del destino conecta directamente con los
aspectos menos deseables del contrato individual, pero se
extiende más allá.
Existen acontecimientos en la vida humana que no pueden ser
evitados y que tienen sobre las personas un peso muy grande,
para bien o para mal. Un ejemplo de ello puede ser el hecho de
padecer las consecuencias de un conflicto armado. Si alguien
tiene la desgracia de pasar por esta experiencia, y sobre todo si
pierde a seres queridos o si sufre algún tipo de daño físico o
emocional, va a quedar marcado para siempre.
Ahora bien, más allá de los grandes conflictos o catástrofes,
para la mayor parte de las personas, el destino vivido como
maldición no es otra cosa que la manifestación en su vida de su
contrato individual. Así por ejemplo, en un sistema donde los hijos
son maltratados de manera sistemática, resulta casi inevitable
pasar por esta dolorosa experiencia. De hecho, en un sistema así,
es el maltrato lo que hace que cada individuo se sienta unido al
clan, del mismo modo que en algunas instituciones como la
universidad o el ejército, se permiten las bromas hacia los novatos
como una forma perversa de acogimiento dentro del colectivo.
En muchos casos, el contrato individual de una persona
contiene no sólo una serie de normas acerca de lo que puede ser
o no, de lo que le está permitido desarrollar o no, sino que indica
cómo debe ser cada etapa de su vida de un modo tan minucioso
que, cuando se conoce de manera consciente, resulta pavoroso
comprobar cómo nos ha ido condicionando a cada paso sin que
nos diéramos cuenta.
En cualquier caso, sea cual sea la manera en que se
experimente esta parte menos deseable del destino personal, no
cabe duda de que hay que establecer algunas estrategias de
afrontamiento que nos permitan salir adelante con el menor daño
posible.
La primera de estas estrategias consiste, sin lugar a dudas, en
reconocer cuál es nuestro contrato individual, puesto que este
conocimiento nos permitirá prepararnos para lo inevitable. En
segundo lugar, es importante aceptar lo que quiera que haya
sucedido en nuestra vida y entender que, aún de lo peor, se
puede extraer algo bueno. Este destino negativo debe ser
asumido en toda su integridad, sin intentar trasladarlo a otros. De
este modo, nos hacemos fuertes y deshacemos nudos que podrían
afectar a nuestros descendientes.
Ahora bien cuando el destino nos trae algo positivo, en forma
de un premio o de una situación favorable, es preciso
agradecerlo y disfrutarlo al máximo. Así, nuestros ancestros
pueden sentir que han hecho algo bueno al traernos al mundo, y
del mismo modo, abrimos la puerta a que nuestros descendientes
aprendan a saborear la vida.
El destino como realización personal
Ahora bien, como ya se ha insinuado en páginas anteriores,
el destino no es algo que deba producirse de manera inexorable.
Entender los términos de nuestro contrato individual nos permite
reconocer todo aquello de lo que no es fácil escapar, pero
también qué es lo que podemos cambiar.
Por ejemplo, si el destino que se nos reserva es el de cuidar
del negocio familiar y ese no es nuestro deseo, ¿qué nos impide
cambiar de rumbo? ¿Por qué no podemos reclamar nuestra
autonomía para decidir hacer otras cosas? Y si de todos modos,
la decisión es la de continuar con el negocio, ¿por qué no
adaptarlo a nuestros gustos? Existe una gran diferencia entre
hacer lo que se espera de nosotros, o bien tomar las herramientas
que se nos dan y darles un uso diferente.
El destino puede verse así como un espacio de realización
personal, en el que no podemos escapar del todo de ciertas
influencias ambientales (a fin de cuentas, no está en nuestras
manos evitar una crisis económica global o una guerra), pero en
el que podemos aprender a desarrollar nuestras mejores
cualidades para crecer y convertirnos en individuos más sabios y
verdaderamente libres.
Hay que entender que en todos nosotros existe una guerra
soterrada entre la programación familiar, con sus aspectos
limitantes y también con sus partes más positivas, y el deseo de
construirnos como seres individuales. La gran aportación del
pensamiento psicogenealógico en este punto es el siguiente: no
podemos estar totalmente separados de las influencias familiares,
y pensar lo contrario es buscar una libertad ilusoria, pero
podemos tomar lo mejor de esas influencias y actualizarlas de
manera que los aspectos más limitantes minimicen su efecto sobre
nosotros.
Así que en el eterno debate entre libertad y destino, la
psicogenealogía nos dice que no tenemos por qué elegir un sólo
aspecto de la realidad, sino que tenemos que tener en cuenta los
dos. Existe un destino prefijado por nuestra familia, pero en la
medida en que ponemos luz sobre él, lo podemos transformar en
autentica y madura libertad.
La inocencia y la culpa
Desde el punto de vista psicogenealógico, cuando una
persona se enfrenta a los múltiples dilemas de la existencia,
puede experimentar dichas vivencias desde el punto de vista de la
inocencia o de la culpa. Precisamente, es la culpa la que nos
impide, en muchos momentos, actualizar un destino fatal y
convertirlo en algo más constructivo.
A la hora de tomar decisiones, y como resultado de nuestro
sistema social, basado en la ideología judeocristiana, tenemos la
tendencia inconsciente de buscar aquellas experiencias que nos
hagan sentir inocentes, rechazando todo lo que nos traiga una
sensación de culpa.
Por ejemplo, en una separación matrimonial, aquel que
plantea el divorcio tiene que cargar sobre sí la culpa de la
separación. Este es uno de los motivos por los cuales las rupturas
se vuelven en ocasiones campos de batalla emocionales entre dos
personas. Al dolor de la pérdida, que es natural, se suma muchas
veces el peso de una culpa que se lanza en una u otra dirección,
como un fardo pesado del que ninguno se quiere hacer cargo.
Esto hace que muchas parejas soporten durante demasiado
tiempo una convivencia imposible, ya que ninguno desea cargar
con la culpa de ser quien inicie los trámites de la separación.
Cada uno reclama sobre sí la inocencia, y desea descargar la
culpa en el otro.
Sucede esto también entre los hermanos. Cuando uno de los
hermanos decide salirse de la parte más negativa de su contrato
individual, reclamando para sí una libertad a la que tiene
derecho, el resto de ellos, en vez de aceptar esa libertad (incluso
la libertad de equivocarse) le somete al peso de la culpa.
En realidad, todos estos problemas se reducirían sin todos
aceptáramos nuestra parte de responsabilidad (que no de culpa),
en aquello que hacemos o dejamos de hacer. Sólo así
recuperamos la inocencia de poder actuar con libertad, en el
acierto o en el error. Porque la inocencia del que lanza sobre el
otro el paquete de la culpa, es una falsa inocencia. En un sistema,
todos son responsables de todo, sea en mayor o en menor
medida. Y sólo cuando todos se hacen responsables, en la
medida en que sea posible, se sale del juego de culpables e
inocentes y se vuelve a una posición de partida en que todos son
verdaderamente libres dentro de sus obligaciones.
Entender la influencia del deseo de inocencia y del uso de la
culpabilidad son elementos clave para comprender muchas de las
acciones humanas, sobre todo de aquellas que se realizan dentro
de un sistema, ya que todos los sistemas tienen dentro de sí una
contabilidad de hechos “buenos” y “malos” que influye de
manera determinante en nuestra vida y en nuestras decisiones.
A cada uno su lugar. Los rangos
en la familia
Como ya hemos visto, un sistema familiar se define
básicamente a través de dos elementos: los límites que establece
con el resto de los sistemas y las normas que impone a sus
miembros. Esto es lo que diferencia a una familia de otra y lo que
hace que los miembros de ese sistema se sientan parte de él.
Ahora bien, dentro del sistema existe también un sistema de
jerarquías que es importante conocer. Estas jerarquías, que se
conocen como “rangos”, establecen cuáles son los subgrupos a
los que cada cual pertenece, del mismo modo que marca qué tipo
de relaciones se pueden establecer con los demás miembros del
sistema, dependiendo de si pertenecen a nuestro mismo rango o
no.
Hay que aclarar que una persona puede pertenecer a varios
rangos, según el lugar del árbol desde el que se la observe. Esto
es fácil de entender, ya que un abuelo lo es para su nieto, al
tiempo que es marido para su esposa y padre para sus hijos. De
este modo, los rangos se establecen siempre alrededor de cada
individuo del sistema, determinando distintos tipos de pertenencia
y diferentes relaciones con los demás miembros de la familia.
Dentro de la línea genealógica directa, existen al menos cinco
rangos esenciales a considerar: el de los abuelos, el de los
padres, el de los hermanos, el rango de la pareja y el rango de
los hijos, que puede extenderse a los nietos. Vamos a conocer
cada una de estas posiciones genealógicas a continuación.
El rango de los abuelos nos permite realizar una conexión
familiar con el pasado del clan. Desde esta perspectiva, los
abuelos son muy importantes, ya que ayudan a que el relato
familiar pase a las siguientes generaciones y son una fuente viva
de conocimientos muy necesarios para todos. Además, los
abuelos suelen ser buenos elementos para reconocer cuáles son
las normas familiares, así como para entender cómo han ido
evolucionando esas normas a través de las generaciones. No hay
que olvidar tampoco que en algunos casos, los abuelos se
convierten en padres sustitutos, sobre todo cuando los padres
están incapacitados o no están presentes.
El rango que está antes de los abuelos, es decir, el de los
bisabuelos, nos enlaza directamente con los mitos familiares y con
el pasado remoto. Esto es así porque usualmente no tenemos
posibilidad de conocer a los bisabuelos, pero sí tenemos
información sobre ellos, y probablemente sobre sus antepasados.
De este modo, no son una presencia tangible en nuestra
conciencia, pero sí permanecen en ella a través de lo que otros
nos han contado acerca de sus vidas.
El rango de los padres tiene una importancia capital para
entender nuestro lugar dentro del sistema familiar y de la vida en
general. Los padres tienen una influencia muy directa en nosotros
y son el modelo esencial que nos servirá para formar conceptos
como lo masculino o lo femenino en nuestro interior, como ya
veremos. No hay más que hablar con una persona que haya
tenido una infancia dura en relación con sus padres para
entender cómo nos puede afectar el vínculo paterno-filial cuando
éste no es sano.
Más allá de estas cuestiones, que son evidentes para todos, en
la psicogenealogía se tiene en cuenta la importancia de la
energía paterna y materna en la formación del alma de cada
persona. El padre nos otorga una energía activa, que nos conecta
con el mundo material y con la sociedad. La madre nos trae una
energía receptiva, que sirve para acercarnos a nuestro ser
emocional y a todo lo relacionado con el cuidado, la nutrición y
la integración afectiva del mundo que nos rodea. Donde el padre
exige poner en marcha proyectos, la madre nos impulsa a dotar a
esos proyectos de significado. Ambas energías son precisas, y si
tenemos una mala conexión con alguna de ellas se generarán
conflictos en nuestra vida.
Nunca hay que olvidar que los padres, antes de serlo, son
pareja, aun en el caso de que fuera una pareja breve o
momentánea. Sin el vínculo sexual entre dos personas, no hay
descendencia, y por tanto, en el orden genealógico se observa
primero a la pareja y luego a sus hijos. Esto es así incluso en los
casos de adopción, vientres de alquiler o inseminación artificial.
En todos ellos hay una concepción previa, que se da entre un
óvulo y un espermatozoide que sólo pueden ser donados por un
hombre y una mujer. De este modo, cada ser humano tiene
siempre unos padres biológicos, de los cuales hereda la carga
genética. Éstos son los progenitores que deben ser tenidos en
cuenta en primer lugar y es a las personas a las que nos
referiremos cuando realicemos cualquier ejercicio con los padres.
Si eres una persona adoptada, puedes también realizar esos
ejercicios con tus padres de adopción, pero siempre que hayas
tenido en cuenta a tus progenitores naturales en primer lugar.
El rango de los hermanos indica a todos los hijos que han
nacido del mismo padre y la misma madre aun cuando no se
hayan criado bajo el mismo techo. También los hijos de uniones
anteriores o posteriores de alguno de los padres que se educan
como hermanos de los hijos de la pareja.
Los hijos, como los hermanos, se tienen en cuenta siempre
según su orden de nacimiento incluyendo a los abortos y a los
fallecidos al nacer. Se ubican nombrando primero al primogénito,
luego al segundo y así hasta el último. Como veremos el orden es
esencial en este rango, y cuando se quiebra éste, otorgando por
ejemplo al menor la responsabilidad del mayor, se crean
conflictos generacionales que tienen serias consecuencias.
El rango de la pareja incluye, por supuesto a las personas
que forman un vínculo entre sí. Para los efectos de este libro,
resulta indiferente el tipo de relación que se establezca entre las
personas, siempre que ambas lo entiendan como un vínculo de
pareja o siempre que esa unión pueda ser vista ante la sociedad
como tal. Ocurre, en ocasiones, que algunas personas parecen
querer avergonzarse de vínculos pasados, quizás porque el
resultado de la relación no fue el deseado o quizás porque no era
lo conveniente desde el punto de vista moral o social. Esta
personas se niegan a sí mismas la realidad de que lo que
vivieron, bueno o malo, fue un vínculo de pareja. Establecen así
una zona de sombra en su propia conciencia, que probablemente
traerá consecuencias negativas a sus descendientes.
Así por ejemplo, a la hora de analizar el vínculo entre nuestros
padres, es muy necesario saber qué relaciones anteriores tuvieron
con otras personas. En el caso de que la relación anterior fuera un
matrimonio, sin duda será un hecho conocido, puesto que algo
así no puede ser negado ni ocultado. Pero en ocasiones, los
padres esconden la existencia de algún antiguo noviazgo, por
vergüenza social o por no incomodar a la pareja actual, y eso
nunca tiene un buen resultado para los hijos. En el caso de que
los progenitores o nosotros mismos no tengamos bien integradas a
todas nuestras parejas anteriores, presentaremos un ejercicio que
puede ayudar a solucionar este problema.
El rango de las parejas incluye por tanto no sólo a aquellos
que se han unido por matrimonio legal, sino a los que han
convivido como pareja de hecho, así como a todas las personas
con las que se han mantenido relaciones sexuales. También se
deben incluir aquí a las personas que han mantenido un vínculo
romántico de carácter platónico, siempre que sea significativo,
como por ejemplo, un noviazgo que no desembocó en matrimonio
o en relaciones íntimas.
Si bien entre hermanos es muy importante el orden, en el
mundo de la pareja se vuelve esencial el equilibrio como fuerza
activa para el desarrollo del vínculo.
El rango de los hijos engloba a todos los descendientes de
una pareja. Los hijos se representan aquí desde el punto de vista
de los padres, a diferencia del rango de los hermanos, que los
observa desde la perspectiva de éstos. De este modo,
distinguimos la mirada que los padres tienen sobre sus hijos, de la
que tienen unos hermanos con respecto a otros.
Desde el punto de vista de la psicogenealogía, tanto los hijos
abortados por causas naturales como aquellos que se abortan
voluntariamente, son también considerados hijos de la pareja,
puesto que son el fruto de una unión sexual y son personas en
potencia. Esto se hace con independencia del criterio moral que
se tenga acerca del aborto. Simplemente se trata de constatar un
hecho que ocurrió.
También se consideran, como es lógico, aquellos que han
fallecido al nacer, o mortinatos, así como los muertos a temprana
edad. Como ocurre con los hermanos, los hijos se ubican siempre
por orden de nacimiento, desde el mayor al menor.
El espacio de los hijos es un lugar muy importante dentro de
cualquier sistema familiar, puesto que ellos representan siempre la
proyección que dicho sistema hace hacia el futuro. El nombre que
se le pone al hijo, la educación que se le da, las expectativas que
se ponen sobre él, son condicionantes muy poderosos que
muestran cómo desea evolucionar el sistema, o por decirlo en
otras palabras, hacia dónde se dirige la familia.
Todos somos, como mínimo, hijos, así que todos tenemos la
experiencia de este rango familiar. Pero el ser hijos no es algo
que deba marcar para siempre nuestra vida. Las personas tienen
un impulso natural, que es el de abandonar la órbita de los
padres para poder establecerse como individuos adultos. Este
impulso, que cada cual realiza del modo que considera oportuno,
es una de las claves de la evolución de los sistemas humanos.
En psicogenealogía, se considera que los niños, especialmente
los menores de 7 a 8 años de edad, viven completamente
sumergidos en el inconsciente familiar. Por eso no es extraño que
manifiesten síntomas diversos cuando la familia está pasando por
un período de crisis. Es a partir de la adolescencia y la juventud,
cuando la persona se va separando de esa matriz, abriendo para
sí un camino que le conducirá a convertirse en individuo.
Como nota final a este capítulo, hay que señalar que a lo
largo de este libro hablaremos de los hijos o los hermanos usando
el género neutro del idioma castellano. Esto se hace para evitar
repeticiones farragosas del tipo: “hijos e hijas” o “hermanas y
hermanos”. En todos los casos en que el sexo no sea relevante, se
entiende que nos referimos tanto a los varones como a las mujeres
por igual.
Sistemas dentro de sistemas. Los
subsistemas familiares
Las familias, siendo como son un amplio sistema, contienen
dentro de sí pequeños universos que se generan tanto por
afinidades entre diversos miembros, como por todo lo que se
deriva de la convivencia bajo un mismo techo. Estos subsistemas
familiares representan a su manera una concreción a pequeña
escala del gran sistema del clan, compartiendo con éste no sólo a
una parte de sus miembros, sino heredando también gran parte
de sus normas y prohibiciones.
Los sistemas menores de una familia o subsistemas presentan
límites porosos con el resto de individuos del clan, y no pueden
ser considerados plenamente como sistemas independientes, pero
al mismo tiempo, pueden tener una lógica interna que difiera, en
mayor o menor grado, de lo que se puede observar en la familia
observada al completo.
Por ejemplo, un subsistema familiar puede estar constituido por
los padres e hijos que viven bajo el mismo techo y que se
relacionan, de manera cotidiana, con el gran sistema familiar a
través de las visitas a los abuelos, del contacto con los tíos y
primos, etcétera. Este subsistema, que es el más habitual, está
sufriendo en la actualidad un cambio, debido a la aparición de
las familias reconstituidas, en las cuales se juntan bajo el mismo
techo personas de diverso origen. Así, pueden coincidir como
hermanos los hijos de los padres habidos con parejas anteriores
junto a los hijos que tengan ahora en común.
En estos casos, no cabe duda de que los hijos habidos con
parejas anteriores traen consigo una parte de su sistema familiar
de orden, con el que pueden seguir manteniendo contacto o no,
pero que no deja de tener una influencia definitiva en su ser. Junto
a esto, se suma la energía del nuevo sistema al que pertenecen, y
que les viene dado por la nueva pareja de su progenitor y los
hermanos que vienen a sumarse a su vida.
Así, a la hora de analizar una familia de este tipo, no cabe
otro recurso que estudiar todas las influencias hasta donde sea
posible, dando especial prioridad a aquellas que nos lleguen por
línea directa, y dejando como menos importantes las que
provengan de sistemas con los que no tenemos una relación de
parentesco directo.
Como se ha indicado, en ocasiones los subsistemas familiares
se generan a través de afinidades entre las personas, siendo éste
uno de los elementos interesantes a analizar en todo árbol
genealógico. En ocasiones, una persona tiene una cercanía
especial con uno de sus tíos y su familia, mientras que se siente
más alejado de otros tíos. La cercanía física entre las familias o la
proximidad emocional entre los padres, pueden muy bien ser un
factor esencial para esta afinidad. En otros casos, la familia tiene
a su cargo el cuidado del abuelo o la abuela, que permanecen en
casa de uno de sus hijos en la ancianidad. Esto crea un vínculo
más poderoso de ese abuelo con ese hijo y con esos nietos,
mientras que el resto de hijos y nietos están más distanciados del
subsistema.
A la hora de estudiar el árbol genealógico, resulta importante
señalar cuáles son los subsistemas que están incluidos dentro del
gran sistema familiar, especialmente, claro está, cuando se
relacionan de algún modo con nosotros.
Dentro de los diversos subsistemas del árbol, existen dos que
tienen una enorme relevancia. El primero es el subsistema original
(denominado también “sistema de origen”), es decir, aquel del
cual venimos y que nos viene dado. El segundo es el subsistema
propio, que es construido por nosotros a partir de nuestras
relaciones de pareja y por el hecho de ser padres o madres, si es
el caso.
Sistema de origen
El subsistema de origen está formado por todo lo que
antecede a la persona o es casi contemporáneo a ella en el
sistema. Esto incluye por supuesto a los antepasados remotos, los
abuelos, los padres y también a los hermanos. En un sentido
amplio, están aquí incluidos los tíos y también los primos.
Todas las personas que han existido, existen y existirán,
poseen un sistema de origen, puesto que todos venimos de alguna
parte, somos hijos de alguien y por tanto, tenemos una larga línea
de antepasados. Esto es así incluso en el caso de aquellas
personas que no han tenido oportunidad de conocer a sus
padres, en el caso de los huérfanos o los adoptados, puesto que
su genética, y todo lo que ella trae consigo, proviene de un
hombre y una mujer.
En el caso de los adoptados hay que tener en cuenta no sólo
al sistema de origen, sino que se debe considerar al sistema que
les ha acogido. Esto es válido incluso cuando no hay ninguna
noticia de los padres biológicos, y también cuando la persona
siente que sus padres adoptivos son lo único valioso para ella. No
hay que olvidar que sin padres biológicos, la persona no existiría
y que es preciso tener en cuenta su existencia.
Este subsistema de origen, que nos conecta con los
antepasados, es la fuente de todo nuestro conocimiento
primigenio y es la zona de nuestra experiencia de la que
provienen tanto las normas, como las prohibiciones y el contrato
individual de cada persona. Cuando nacemos, y también en los
primeros años de nuestra vida, este sistema es prácticamente todo
lo que conocemos del mundo, y por eso nos adherimos a él con
una fuerza primal, de la cual nos vamos despojando lentamente
con el paso de los años. Lo hacemos a medida que entramos en
contacto con otros sistemas, y sobre todo, al fundar un subsistema
propio.
Sistema propio
Cuando nos referimos al subsistema propio, hablamos de
aquel que es creado por el individuo y que se prolonga hacia el
futuro. Están incluidas aquí tanto la pareja o parejas sucesivas de
una persona como los hijos que pueda llegar a tener a lo largo de
su vida. También se podrían incluir, de un modo natural, sus
nietos si los tiene.
Crear un sistema propio suele ser esencial para que podamos
salir del entorno del sistema de origen y articular nuestra propia
individualidad. Aun así, no todas las personas desarrollan este
subsistema, puesto que no llegan a crear relaciones de pareja.
El sistema propio representa la evolución del árbol familiar, ya
que cada uno de nosotros tiene la posibilidad de crear algo
nuevo, nueva vida, a través de él. Este sistema propio representa
la esperanza de continuidad del clan.
Reuniendo la información de nuestro sistema de origen y del
sistema propio que hayamos creado en nuestra vida, podemos
acceder a un documento esencial para comprender las dinámicas
internas de la familia, este documento, denominado genograma,
será explicado con detalle en la siguiente parte de este libro.
Cómo trazar tu genograma
El genograma como mapa del mundo
interior
Todos tenemos la tendencia de ver el mundo como si estuviera
dividido en dos partes: aquello que está “dentro” de nosotros en
contraposición a lo que está “fuera”. Entre ambas realidades, la
piel se configura como una barrera en la que nos aislamos de
todo lo que no nos pertenece, un escudo protector frente a todo lo
que “no es yo”.
Entre los elementos que están en nuestro interior podemos
sumar nuestros procesos corporales, la respiración, la digestión, el
funcionamiento del aparato circulatorio, etcétera. También están
los procesos mentales y emocionales. Lo que se nos pasa por la
mente o aquello que acelera nuestro corazón. Externos a nosotros
son los objetos de la realidad circundante y las personas y seres
que nos rodean. Pero como bien sabemos, la piel no es un escudo
impermeable, sino que tiene poros, y a través de ellos el cuerpo
se comunica con el exterior.
Así que, ¿qué sucede cuando eliminamos la distinción entre lo
interno y lo externo? ¿Qué sucede cuando reconocemos la
naturaleza porosa de nuestro ser? Simplemente asistimos a la
realidad de lo que somos de verdad: seres en conexión con todo
lo que nos rodea. En particular, seres en comunicación con
nuestro sistema familiar, con nuestra pareja, hijos, hermanos,
padres y también en conexión profunda con nuestros
antepasados.
El genograma tiene aquí una relevancia muy importante,
puesto que es el mapa más preciso con el que contamos para
entender cómo se produce esa conexión entre lo que “yo soy”
como individuo y lo que me conecta con todo mi pasado, mi
presente y por qué no decirlo, con mi futuro, representado por mis
descendientes. El genograma es un mapa del mundo interior en
conexión con mi familia. Lo que se expresa en él, sus energías
expansivas o en contracción, sus nudos, sus vías de escape, sus
paraísos e infiernos, son expresiones muy claras de lo que habita
en tu interior, en un universo donde, como ya hemos explicado,
no existe el tiempo ni el espacio.
Pero ¿qué es de verdad el genograma? ¿En qué se diferencia
de un árbol genealógico al uso? El genograma es un mapa
genealógico que contiene gran cantidad de información relevante
para el estudio psicogenealógico. Más allá de ser una mera
recopilación de nombres, fechas y parentescos, tal como se
observa en cualquier árbol genealógico, un genograma puede
contener datos acerca de la profesión de los miembros del clan,
de sus conflictos internos, de los subsistemas que forman, de las
enfermedades, los accidentes o los acontecimientos relevantes de
la vida. El genograma es por tanto un acercamiento paulatino a
la conciencia familiar, un esquema familiar que resulta relevante
en cada uno de los pasos de nuestra indagación genealógica.
Símbolos usados en el
genograma
Existen una serie de símbolos comúnmente aceptados que
pueden servirte para elaborar tu genograma. El uso de estos
símbolos no es obligatorio, pero sí es recomendable. De modo
general, se pueden resumir como sigue.
Cada persona se representa de manera individual, pero unida
a aquellos miembros del sistema con quien tiene una conexión
genealógica directa (padres, cónyuges e hijos).
Las líneas de conexión son horizontales para los matrimonios y
para los hermanos. Las líneas son verticales para representar la
descendencia. Si lo deseas, puedes marcar una relación estrecha
con una doble línea, y las tensas con una línea en zigzag. Las
parejas de hecho se pueden señalar por una línea de puntos. Las
parejas separadas se señalan por una línea vertical u oblicua que
rompe la horizontal. El divorcio se señala con dos líneas
verticales.
Los matrimonios múltiples se indican a ambos lados de la
persona, señalando con números el orden de los mismos.
Los hijos se ubican según su orden de nacimiento de izquierda
a derecha debajo de los padres. Los hijos legales se pueden
indicar por una línea continua, los adoptados con una línea
discontinua.
Los mellizos se indican con una línea que parte de un mismo
punto y se bifurca en dos. Los gemelos se unen entre sí por una
línea horizontal.
Los fallecidos se pueden indicar con una “X” o con una cruz.
Cuando se hace un esquema básico en el que no se presenten
datos personales, se puede simbolizar a los hombres con un
cuadrado y a las mujeres con un círculo. Los embarazos en curso
se señalan con un triángulo. Los abortos con un círculo negro. El
bebé muerto al nacer lleva inscrita una “X” o una cruz.
En las Figuras que siguen, se muestran los distintos símbolos
del genograma básico (sin nombres ni datos personales). Para ver
cómo se configura un genograma con datos personales, te
recomiendo que analices los diversos ejemplos históricos que se
dan a lo largo de este libro.
Figura 1. Símbolos del genograma básico
Figura 2. Los vínculos de pareja en el genograma básico
Figura 3. Los hijos en el genograma básico
Figura 4. Ejemplo de familia en el genograma básico
Recogiendo los primeros datos
Los primeros datos que necesitas para elaborar tu genograma
surgirán, como es lógico, de conocimiento que tienes de tu árbol
familiar. Recurrir a nuestra propia memoria es esencial para
poder empezar a trabajar con un mapa generacional coherente.
A la hora de poner por escrito todo lo que sabes sobre tus
antepasados, seguramente te darás cuenta de que tu
conocimiento acerca de tu familia es mucho más amplio de lo que
imaginabas. El hecho de que sea un tema al que normalmente no
hacemos mucho caso nos puede hacer creer que sabemos poco
de nuestros antepasados, cuando la realidad es que tenemos
mucha información almacenada en la memoria.
Así que te recomiendo que empieces cuanto antes a anotar
todo lo que recuerdes acerca de tu sistema familiar. Toma un
cuaderno y haz pequeños árboles genealógicos en los que
mostrar quienes son tus abuelos, padres, tíos, hermanos, pareja e
hijos. Escribe en cada rama del árbol, el nombre de cada
persona.
En principio no te preocupes de trazar un genograma
completo ni bien formado. Lo más importante es empezar a ubicar
a cada uno en su lugar y dar así un orden a los datos que se irán
agolpando en tu cabeza.
A continuación, anota en tu cuaderno todos los datos
importantes que puedas recordar de cada persona. Hazlo en
páginas sucesivas, sin seguir la forma de un árbol, sino a la
manera de pequeñas listas o como un relato breve de
acontecimientos y anécdotas.
Los datos más importantes a tener en cuenta aquí son los
siguientes:
Fecha de nacimiento. Si no conoces la fecha exacta, al
menos intenta anotar el año.
En el caso de que la persona haya fallecido, la fecha y la
causa de la muerte, si se conoce.
Fecha de matrimonio, si es el caso. Cuando se trate de
una persona que ha tenido varias relaciones importantes,
anota el año en que comienzan y terminan esos vínculos,
hasta donde sepas.
Profesión o aficiones relevantes de esa persona.
Acontecimientos relevantes en la vida del individuo. Por
ejemplo, si ha padecido alguna enfermedad grave, si
participó en una guerra, si tuvo algún accidente o si ganó un
gran premio en la lotería. En general, se trata de sucesos que
vienen de manera automática a nuestra mente cuando
pensamos en esa persona, o aquellos que es fácil suponer
que hayan causado un gran impacto en ella.
Más adelante puedes ir completando los datos que recuerdes
acerca de cada persona de tu sistema familiar, así que deja
espacio en tu cuaderno para anotar aquellos detalles que vengan
a tu memoria con posterioridad. Algunos temas que parecen poco
interesantes en un primer momento, se revelarán como
importantes a medida que avances en tu estudio.
Algunos enfoques transgeneracionales trabajan únicamente
con este primer esqueleto de genograma. Se trata de dar
importancia a lo que cada uno de nosotros sabe acerca de su
sistema familiar, dejando de lado cualquier conocimiento externo,
sea aportado por otros familiares o por estudios en archivos.
Aunque hay una lógica en esa visión, en este libro vamos a
utilizar todos los datos que podamos obtener acerca de nuestra
genealogía. Esto es así porque consideramos que existen datos a
los cuales no tenemos un acceso inmediato, pero que si los
buscamos y los ubicamos en el contexto de la investigación
psicogenealógica, ampliamos enormemente el espectro de lo que
podemos conocer. Menos nunca es más, y no hay motivo real
para renunciar a conocer la máxima cantidad de información que
esté a nuestro alcance.
Por este motivo, en el siguiente capítulo comenzaremos a
estudiar cómo ampliar nuestra base de conocimientos sobre la
familia.
Recopilar datos a través de
Internet
Aunque existen en Internet una buena cantidad de recursos
que nos permiten acceder a información genealógica, no
conviene pensar que se pueda realizar toda la investigación sobre
el pasado familiar a golpe de búsqueda virtual. La memoria
familiar, si bien puede ser escasa en datos, es más rica en
anécdotas e historias que pueden ser de utilidad en nuestras
investigaciones.
Ahora bien, los registros virtuales son útiles a la hora de poder
generar un árbol genealógico más extenso, y proporcionan cierta
información útil si se sabe cómo interpretarla. Entre los recursos a
los que podemos acceder online, hay que citar los siguientes.
FamilySearch (www.familysearh.org)
Esta página, creada por la Iglesia de Jesucristo de los Santos
de los Últimos Días (también conocida como Iglesia Mormona), es
uno de los mejores recursos online donde podemos realizar
algunas de nuestras búsquedas genealógicas. El motivo por el que
los mormones hayan reunido una enorme cantidad de información
genealógica se debe a que esta Iglesia sustenta la creencia en el
bautismo vicario, que se basa en la necesidad de bautizar a
todas las personas ya fallecidas en su fe.
La Iglesia Mormona conserva todos sus archivos físicos en una
bóveda excavada en roca granítica en la ciudad estadounidense
de Salt Lake City, en el estado de Utah. Aquí se almacena
información de millones de registros genealógicos referentes a
nacimientos, matrimonios y defunciones de todo el planeta.
También tienen datos del censo de varios países, registros de
inmigración y mucho más.
Ahora bien, conviene tener en cuenta que estos archivos no
están completos, aunque se van introduciendo nuevos datos con
regularidad, por lo que es interesante repetir nuestras búsquedas
cada cierto tiempo. Por ejemplo, los datos relativos a Estados
Unidos son muy extensos, mientras que los relativos a España o a
países de la América hispana varían mucho en cuanto a
extensión. En todo caso, conviene investigar a fondo este recurso,
puesto que puede deparar sorpresas muy positivas para nuestra
investigación.
La base de datos de FamilySearch se puede consultar de
diversas maneras. La más rápida de todas consiste en hacer una
búsqueda simple a través de los registros históricos de la base de
datos, usando diversas variantes ortográficas del apellido. Así que
basta con anotar los apellidos buscados y acceder a un gran
número de entradas que pueden tener que ver con nuestra familia
o no. En estos casos, conviene ir construyendo nuestro árbol
desde el presente hacia el pasado, recopilando datos de nuestros
antepasados directos y desde ellos hacia atrás. De este modo se
evitan errores.
Esta búsqueda se puede refinar por “Colecciones”, “Año o
lugar de nacimiento”, “Año o lugar de matrimonio”, “Año o lugar
de residencia”, “Año o lugar de defunción” y “Sexo”, lo que
permite reducir enormemente la cantidad de datos obtenidos. Por
ejemplo, el apellido Déniz, devuelve casi 170.000 entradas en el
momento de escribir estas líneas. Ahora bien, si se reducen al
lugar de origen de mi familia, las Islas Canarias, en España,
disminuye radicalmente el número de entradas.
Es interesante también ampliar la búsqueda no sólo por
nacimiento, que es la opción predeterminada, sino que se puede
usar también el matrimonio, la residencia o la defunción.
La búsqueda por Genealogías nos permite analizar árboles
enviados a la base de datos. Esta información puede no estar
validada, pero resulta interesante y puede traer sorpresas muy
positivas. Esta página permite también acceder a datos que no
están indexados y que se presentan en formato de imágenes.
Además de las búsquedas directas en su base de datos,
FamilySearch tiene un wiki (https://familysearch.org/wiki) donde
reúne una enorme cantidad de recursos online y offline para
dirigir nuestras búsquedas. Por ejemplo, en esta página se
pueden encontrar datos tan diversos como las direcciones físicas
de los principales cementerios de Venezuela o cómo acceder a
los registros genealógicos de la comunidad judía en Argentina.
Hay que dejar claro que consultar los archivos de esta Iglesia
no supone ninguna obligación de compartir su fe, ni se hace a
través de ella un proselitismo activo, al menos hasta donde
alcanza nuestra experiencia.
Blog de Genealogía Hispana
(www.genealogiahispana.org)
Se trata de un recurso excelente sobre genealogía española y
de América. Desde aquí se pueden acceder a recursos
genealógicos de diversos países, archivos de emigración,
etcétera; así como un gran número de consejos útiles para la
investigación. Conviene leer los artículos que presenta, puesto que
son una fuente de información muy valiosa.
Portal de Archivos Españoles
(pares.mcu.es)
El Portal de Archivos Españoles (PARES), es una iniciativa del
Ministerio de Educación, Cultura y Deportes de España que
pretende digitalizar archivos históricos del país. Existen
colecciones que comprenden archivos importantes para conocer
la emigración de España a América, o censos históricos. En esta
página es también aconsejable realizar una búsqueda simple, y
continuar a partir de los resultados que se encuentren.
Recopilando información de
registros públicos
Los registros públicos son una de las fuentes de información
más fidedignas que nos pueden ayudar a concretar las fechas, los
nombres completos y los datos de filiación de nuestros
antepasados (por ejemplo, quién era hijo de quién y con quién se
casó).
Cada país tiene un registro civil en el que se anotan los
nacimientos, matrimonios y defunciones de sus ciudadanos. Esta
información es esencial para todo tipo de cuestiones relacionadas
con la vida de las personas, como por ejemplo, para ser apto
para el servicio militar, reclamar una herencia o legitimar a los
hijos. Ahora bien, estos registros no siempre son muy antiguos, y
en ocasiones pueden haberse perdido, o pueden haber sido
destruidos en el curso de la historia. Existen también archivos
públicos del censo, de expedición de pasaportes o de entrada de
inmigrantes que pueden ser consultados de forma presencial.
A continuación, hablaremos del estado de los registros civiles
y eclesiásticos en España, puesto que es el caso que mejor
conocemos, seguida de una breve mención a otros países del
ámbito hispano.
En España, los registros más antiguos son de carácter
eclesiástico, y dependiendo de las parroquias pueden alcanzar
hasta el siglo VI de nuestra Era. El Concilio de Trento de 1563
estipuló la obligatoriedad de llevar un registro de los sacramentos
otorgados en cada parroquia, y siguiendo esta directiva, se
establece hacia 1570 el uso de los libros Sacramentales en todas
las iglesias de España. Estos libros, que durante siglos fueron el
único sistema de registro de la población, comprenden varios
tipos de volúmenes. Los más interesantes para la investigación
genealógica son los libros de bautismo, matrimonio y
enterramiento. A estos libros se puede sumar el de
Confirmaciones, que puede resultar de interés en algunos casos.
Los archivos eclesiásticos suelen ser muy precisos, puesto que
como se ha indicado, eran la base de todo el sistema de registro
poblacional, y dado que todos los españoles eran considerados
como católicos tras la expulsión de los judíos y los moriscos a
finales del siglo XV, se puede asumir que son casi exhaustivos.
Un caso interesante de los libros de bautismo eclesiástico es
que pueden dar datos de aquellos hijos que no eran considerados
legítimos por parte de la iglesia. Por ejemplo, se consideran “hijos
naturales” a aquellos nacidos en relaciones mantenidas por
personas que podrían haber contraído matrimonio en el momento
de nacimiento del vástago, o bien por ser la madre soltera o
viuda. Los “hijos ilegítimos” eran los nacidos en situaciones en las
que los padres no podían contraer matrimonio entre sí. Los “hijos
sacrílegos” eran aquellos cuyo padre o madre eran personas
religiosas con voto de castidad (sacerdotes o monjas). Los “hijos
adulterinos”, por su parte, eran los nacidos de un adulterio, por
ejemplo cuando el padre estaba casado con otra mujer. Por fin,
los “hijos incestuosos” eran los que se concebían en actos de
incesto, como entre un padre y una hija. Todas estas
denominaciones pueden ser muy importantes a la hora de
analizar la información que recibimos de estas fuentes
eclesiásticas, puesto que no sólo explican el modo de concepción
de la criatura, sino que significaban una mancha original que
perjudicaba a la persona durante toda su vida.
En los libros de matrimonio pueden encontrarse también datos
interesantes, ya que no sólo se menciona la filiación de los
contrayentes, sino que se menciona a los cónyuges anteriores en
caso de viudez.
Los libros de defunción suelen ser de dos tipos: los de
“cuerpos” (fallecidos adultos) y los de inocentes, que registran el
fallecimiento, tan numeroso en la antigüedad, de los niños de la
parroquia. Los libros de enterramientos hablan de la persona
fallecida, mencionan a su cónyuge, así como su edad y profesión
entre otros datos. También señalan si la persona solicitó algún
tipo de rito específico para su enterramiento, lo que nos puede
dar pistas acerca de sus creencias. También señala el lugar de
enterramiento, que en caso de ser un cementerio civil, nos puede
llevar a hacer una visita al camposanto.
En España, la mayor parte de los archivos parroquiales de
más de cien años de antigüedad suelen estar custodiados en la
diócesis correspondiente. Pero en muchos casos, estos archivos se
conservan en las propias iglesias donde se han llevado a cabo los
sacramentos de bautizo, unión matrimonial o entierro. De este
modo, si quieres estudiar este tipo de archivos, es recomendable
hablar con el párroco correspondiente, así como hacer la
investigación correspondiente en la sede central de cada diócesis.
Los cambios políticos y sociales habidos en España obligaron
a las autoridades a dejar de confiar las labores de registro
únicamente en la Iglesia, lo que propició el nacimiento del
Registro Civil.
El Registro Civil español se crea en 1870, y recoge los
nacimientos, matrimonios y defunciones de todos los ciudadanos
de este país sucedidos desde el 1 de enero de ese año hasta la
actualidad, sean católicos o no. Los españoles nacidos fuera del
país están registrados en los consulados correspondientes y en el
Registro Civil Central de Madrid. En algunas grandes poblaciones
existió también un Registro previo establecido en 1841. En todo
caso, los datos del Registro Civil se pueden consultar en cada
provincia, previa cita y de manera gratuita.
Para el resto de los países de habla hispana, conviene
consultar con los Registros Civiles correspondientes. También es
interesante la consulta a los archivos de entrada de inmigrantes,
puesto que es bastante probable que los antepasados sean
procedentes de algún país europeo (mayoritariamente España,
pero también Italia, Portugal u otros). Los registros de pasaportes
son también un lugar muy interesante para estudiar el movimiento
de los antepasados extranjeros, ya que muchos países de
América comenzaron a solicitar esos documentos a partir del siglo
XIX.
Valor de la información obtenida en los
registros
Toda la información que se recoge en registros públicos o bien
online está constituida por datos muy escuetos: fechas de
nacimiento, matrimonio y fallecimiento, así como nombres y
parentesco entre las personas. Estos datos tan simples, que son
interesantes para aquellos que sólo buscan trazar su árbol
genealógico, tienen sus pros y sus contras para las personas que
busca más más información.
En el plano menos positivo, se trata de datos que no aportan
gran cosa al relato familiar. En realidad, no sabemos ni
llegaremos a saber mucho acerca de esas personas, pero si lo
miramos desde un punto de vista positivo, esos pocos datos
pueden aún ser de cierta utilidad. Así, al mirar a la larga lista de
antepasados que podemos obtener en la búsqueda de archivos,
se pueden observar algunos datos importantes. Por ejemplo,
podemos ver la repetición de ciertos nombres a lo largo de las
generaciones. Podemos también analizar a qué edad se contraía
matrimonio, o cuántos hijos se solían tener, o bien a qué edad
morían las personas. Quizás veamos ciertos patrones interesantes
que se remontan a muchas generaciones, como por ejemplo, que
las hijas menores permanecerían invariablemente solteras o que
los hombres fallecieran a edades muy tempranas, por citar
algunos ejemplos.
Otras fuentes de información
Otra fuente de información muy interesante son los obituarios,
esquelas y cualquier documento que haya podido ser conservado
en la familia. Normalmente, estos recortes de prensa o estos
documentos familiares suelen contener mucha información que nos
puede ser útil si se leen con atención. Por ejemplo, no sólo puedes
acceder a la fecha de defunción de una persona, sino que a
través de su edad, sabrás en qué año nació. También puede
haber referencias a sus familiares, así como a alguna
característica importante de su vida: profesión, aficiones, etcétera.
Lee con atención este tipo de documentos para que no se te
escape ni el más mínimo dato importante.
Por supuesto, los testamentos, documentos de reparto de
tierras, títulos de propiedad antiguos, contienen también mucha
información de interés acerca de las personas, sus posesiones y
cómo se han ido comprando y vendiendo a lo largo del tiempo.
Los documentos de identidad, pasaportes, cartillas militares,
permisos de conducción y libros de familia deben ser también
escrutados, así como las cartillas de racionamiento, documentos
que acreditan la pertenencia a algún club, diplomas, orlas,
etcétera.
Las fotografías contienen también información relevante si
analizamos la indumentaria de las personas, sus uniformes,
condecoraciones o distintivos de cualquier tipo. A través de ellas
podemos estimar cuál podía ser la ocupación de una persona, ya
que puede mostrar elementos de su oficio. Un ganadero, por
ejemplo, se puede fotografiar junto a una vaca premiada, o un
carpintero con sus herramientas en la mano. Las fotos también nos
ayudan a ver las edades relativas de las personas, quién era
mayor y quién más joven. En un grupo de hermanos, podemos
distinguir los mayores de los menores, y entre varias
generaciones, quienes vinieron antes y quienes después.
Las fotos antiguas muestran también con claridad las
diferencias entre sexos a la hora de vestir, las modas y también
las prohibiciones en cuanto a la indumentaria permitida. No es
infrecuente que en una misma imagen posen personas ataviadas
de un modo más clásico junto a otras que llevan atuendos algo
más modernos. Esto nos indica con claridad un momento social en
que las costumbres están cambiando rápidamente. En cambio, en
otras épocas todo es más homogéneo, y esto se puede apreciar
en las imágenes. Tanto la indumentaria como la pose que se
adopta ante la cámara pueden indicar con bastante claridad
cómo era el clima social que existía en el momento de tomar la
imagen. Son detalles de gran importancia, puesto que las
sociedades no progresan de manera lineal, sino que sufren
avances y retrocesos que pueden resultar sorprendentes y
esclarecedores desde nuestra perspectiva actual.
Recopilando información a
través de la memoria familiar
Las personas de mayor edad son una excelente fuente de
información con que puedes contar a la hora de recopilar datos
para elaborar tu mapa genealógico. Esto no quiere decir que la
información que puedas obtener por esta vía sea siempre de la
mejor calidad, por los motivos que veremos más adelante, pero
sin duda es una parte de la memoria familiar que debes
aprovechar mientras esté a tu disposición.
Si tienes la oportunidad de entrevistar a tus padres, tíos, o
mejor aún, a tus abuelos o sus hermanos, puedes obtener datos
que se remontan a varias generaciones atrás. Esta información
seguramente vendrá también adornada con infinidad de historias
que pueden ser de gran utilidad en tus investigaciones.
A continuación te sugiero algunos trucos que pueden ayudar a
facilitar el trabajo.
Lleva contigo un cuaderno en el que anotar toda la
información que te parezca relevante. No te fíes de tu memoria,
aunque sea buena, puesto que una avalancha de datos puede
fácilmente confundirte. Además, todos tenemos la tendencia a
recordar lo más llamativo, pero hay aspectos menores que más
adelante pueden resultar de interés. Apúntalo todo.
También puedes usar una grabadora, pero no es un
método tan recomendable, ya que tu informante puede sentirse
cohibido o puede medir más sus palabras si sabe que éstas están
siendo registradas de manera fidedigna.
Usa los álbumes de fotos familiares para facilitar el
recuerdo. Muestra fotos de los diversos miembros de la familia y
pregunta por ellos. Si en las fotografías aparecen personas que
ignoras quiénes son, pregunta a tu interlocutor. Quizás te
sorprendas al descubrir que un jovencito vestido de militar era tu
bisabuelo, o quizás aprendas que una mujer misteriosa que
aparece en otra imagen no pertenece a la familia, sino que
simplemente era una vecina del pueblo.
Además, puedes aprovechar para obtener datos acerca
de la apariencia física de las personas. Si no dispones de
fotos, siempre puedes confiar en el retrato que te hagan tus
mayores acerca de sus antepasados. Incluso en el caso de que
tengas algunas fotografías antiguas, ten en cuenta que éstas
muestran a la persona en un momento muy concreto de su vida,
quizá en la edad anciana, y seguramente no se apreciarán en
ella algunos detalles interesantes que pueden ser recuperados
gracias a tu entrevistado. Aspectos como que tu bisabuelo tenía
los ojos azules o que en su juventud era conocido por atractivo
físico, no suelen ser evidentes en una vieja foto en blanco y negro
donde se le muestre ya muy anciano.
En todo caso, también debes poner en su justa dimensión
aquello que te cuenten sobre tus antepasados. Ten en cuenta que
el tiempo tiende a distorsionar la realidad, y que ésta
también puede verse modificada por las filias o las fobias de tu
entrevistado. Así que no te sorprendas si la persona te dice que su
malvada abuela tenía un rostro desagradable, o que su admirado
abuelo tenía la fuerza de cinco hombres. Toma nota de todo,
pero ejerce tu juicio crítico sobre lo que escuches.
Aprovecha esta indagación para intentar descubrir quiénes
son las personas enigmáticas de las fotos, aquellas sobre cuya
identidad es desconocida para otros miembros de la familia. De
paso, intenta obtener historias o anécdotas referidas a las
personas que aparecen en las fotografías. Por regla general, los
mayores disfrutan repasando estas imágenes antiguas y puede ser
un entretenimiento divertido para ellos.
Ahora bien, no es infrecuente que esta revisión del pasado sea
también dolorosa o triste, por lo que debes tener cuidado con
evocar sentimientos demasiado intensos que sólo
conseguirán que tu interlocutor se cierre al diálogo.
A la hora de trabajar con fotografías antiguas, puedes usar un
método muy simple para anotar quién es quién en cada imagen.
Antes de la entrevista, numera las imágenes con lápiz por
la parte de atrás. De este modo, cuando hables con tu
informante, puedes anotar en tu cuaderno el número de la foto y
los nombres de las personas que aparezcan en la misma. Si se
trata de varias personas, usa siempre el mismo criterio para
anotarlas, por ejemplo, de atrás hacia adelante y de izquierda a
derecha. Esto simplifica las anotaciones. Cuando una persona es
desconocida para tu informante, simplemente anota
“desconocido”. Por ejemplo: “Tío Juan, Tía María, Abuela María,
mujer desconocida”. Si sólo se puede identificar a una persona en
un grupo, anota su posición y su nombre. Por ejemplo: “la
segunda por la izquierda es la abuela María”.
No debes llevar a cabo tu indagación como un
interrogatorio, sino que es preciso actuar con sutileza. A fin de
cuentas la persona que ha accedido a contarte historias del
pasado no tiene por qué sentirse incómoda. Si actúas con
inteligencia y suavidad, lograrás que la experiencia sea
agradable y seguramente podrás repetir la entrevista en
ocasiones posteriores, a medida que la memoria de tu informante
se vaya “aclarando”. Ten en cuenta que la memoria humana no
es lineal y no se organiza como un archivo por fechas y lugares,
sino que unos hechos pueden atraer a otros y es fácil divagar. Tú
simplemente tira del hilo y anota todo lo que surja. Si es posible,
repite la visita varias veces, espaciadas por algo de tiempo. De
este modo, favoreces el recuerdo y permites que nuevas vivencias
afloren en la mente de tus informantes.
Muestra interés por la persona que te está
ayudando. Pregúntale por su salud, comprueba si necesita algo.
Sé amable y paciente, y prepárate para oír la misma historia
repetida varias veces. Actúa con agradecimiento. Si es posible,
lleva un presente para tu familiar, o ten un detalle con esa
persona. Expresa tu agradecimiento con claridad, de manera que
la persona esté predispuesta a seguir ayudándote en el futuro. La
gratitud es muy importante en todos los órdenes de la vida, y abre
muchas puertas.
A veces la información que no está disponible en tu familia, se
puede obtener a través de antiguos vecinos o amigos de
tus antepasados. Si tus ancestros provienen de algún pueblo
pequeño, es muy recomendable que visites la localidad y hables
con las personas que viven allí. Seguramente, entre los mayores
habrá recuerdos de tus familiares y quizás puedas acceder a
datos que de otra manera no podrías conseguir. Visita también la
parroquia y el cementerio.
Además, es posible que a lo largo de tu investigación puedas
acceder a cartas, diarios personales o incluso a libros de cuentas
familiares. Todo este material debe ser estudiado con cuidado,
pues revela mucha información interesante. Por ejemplo, las
cartas, un medio de comunicación que prácticamente se ha
extinguido ya, no sólo sirven para conocer hechos acontecidos,
sino para entender cómo eran las personas que escribían o
recibían esas misivas, cuáles eran sus preocupaciones o qué tipo
de sentimientos albergaban las unas hacia las otras.
A la hora de analizar estos documentos escritos es tan
importante entender lo que se dice como suponer lo que se calla.
Por ejemplo, es frecuente entre los emigrantes que haya ciertos
silencios en cuanto a la dureza de las condiciones de vida en el
país de acogida. Esto es un hecho habitual, que se hace para
evitar sufrimiento a la familia en el país de origen. No obstante,
en algunos casos ocurrirá todo lo contrario, y las cartas del
emigrante serán un rosario de quejas y lamentos por su mala
fortuna. Ambos extremos deben ser tomados con cierta
precaución, puesto que la realidad nunca suele ser tan blanca ni
tan oscura. Lo mismo suele suceder con las cartas escritas por
soldados desde el frente de batalla. Cuando se dirigen a los
padres, a la esposa, o a una hermana, es fácil que se silencien
los hechos más crudos de la guerra. En cambio, cuando se
escribe a hermanos varones o a amigos íntimos, el sufrimiento del
remitente se puede hacer más patente.
Es necesario por tanto ponerse en el lugar de la persona que
escribe la carta y saber que nunca estaremos tratando con un
documento fidedigno al cien por cien, sino con una interpretación
que la persona hace de su realidad y que no está destinada a
nosotros, sino a otra persona con la que tiene un vínculo muy
estrecho.
Algunos problemas que se presentan al
buscar información en la familia
La memoria, ya lo sabemos, es selectiva. Por ese motivo, los
datos que se recogen a través de estas entrevistas deben ser
siempre tomados con cautela, y aunque en principio no hay que
sospechar falsedad, sí que se pueden dar errores u olvidos que
son significativos. Las dos fuentes principales de error al recopilar
este tipo de datos son las siguientes.
Fallos de memoria o errores de interpretación.
Simplemente los datos se olvidan, o se confunden sin que haya
por ello ninguna intención de falsear la realidad. Si es posible, se
debería contrastar la información con más de un informante, pero
si no existe otra fuente disponible, hay que aceptar lo que se
recibe. En todo caso, nunca olvides que incluso las historias más
inverosímiles pueden ser ciertas hasta cierto punto.
Silencio intencionado sobre temas específicos. Este
problema se da en aquellos casos en que estemos tratando con
algún secreto familiar, como veremos en un capítulo posterior de
esta obra. A diferencia del caso anterior, nuestro informante
conoce los datos, pero decide guardar silencio sobre el tema. Si
este es el caso, conviene sondear con mucho cuidado, para evitar
que nuestra fuente se “cierre”. Si es imposible ahondar en la
cuestión, es mejor dejarlo y seguir la conversación por otros
derroteros. Hay que entender que algunos recuerdos pueden ser
extremadamente dolorosos para las personas, y que si alguien no
quiere decir algo, no hay manera de forzar la situación.
Por último, un consejo final acerca de esta búsqueda de
información: confía en tu intuición. Lo que es verdadero en la
historia familiar, resuena como tal en el interior de tu corazón. Al
fin y al cabo, se trata de tu familia, y tú sabes de ella mucho más
de lo que imaginas. Conserva toda la información que recibas,
pero confía sólo en aquella que tiene lógica y que parece
coherente con lo que sabes y sospechas.
Creando un genograma por
capas
Crear un genograma completo puede ser una tarea muy
compleja, ya que plasmar una gran cantidad de información en
un solo gráfico puede llegar a crear más confusión que claridad.
La cantidad de datos que se generan en una pesquisa
genealógica puede llegar a ser apabullante, pero con algo de
orden, seguramente encontrarás la forma de ordenar los datos de
manera que sea inteligible y útil.
El primer paso para reorganizar toda la información que te ha
ido llegando, consiste en volver a revisar los árboles genealógicos
que realizaste en un primer momento con los datos preliminares
de que disponías. Ahora puedes añadir nuevas conexiones,
sumar ramas al árbol y definir el rol de algunas personas que
quizás no estaban bien definidas en un principio.
Además, dispones de mucha información en forma de relatos,
anécdotas y observaciones que hayas realizado en fotos o en
libros de historia. Toma nota de todo, y adjudica a cada persona,
en una página de tu cuaderno, toda la información que pueda ser
relevante para su historia individual.
Así, si has podido indagar acerca de tu bisabuelo, dejará de
ser un nombre en una lista. Quizás ahora puedas escribir sus
fechas de nacimiento y de defunción, que habrás obtenido en el
Registro Civil correspondiente. A lo mejor sabes que sirvió en el
ejército porque has encontrado una foto suya de uniforme. Quizá
también sepas en qué fecha se casó y cuántos años tenían él y su
esposa en ese momento, así como el nombre de sus hijos. Por
último, puedes tener un par de buenas anécdotas sobre su vida,
así como datos acerca de su carácter, que te han sido revelados
por un familiar de avanzada edad. Es el momento de juntar todos
estos datos, anotarlos en una página de tu cuaderno y darte
cuenta de la enorme cantidad de información que has obtenido
acerca de alguien que hasta ahora era casi un desconocido.
A partir de ahora puedes comenzar a realizar un genograma
más completo, que irás perfeccionando con el tiempo, puesto que
no es preciso disponer de toda la información posible para
empezar a elaborarlo. Empieza con lo que ya tienes y concédete
tiempo para irlo mejorando.
Por ejemplo, puedes hacer un genograma básico que muestre
las personas que forman parte de la familia, ordenadas en forma
de árbol genealógico. Usa para ello un folio, de manera que
quepan los individuos más importantes de tu rama principal,
dejando sólo una reseña de las ramas laterales.
Como es lógico, el genograma estará centrado en ti, así que
debes proceder hacia el pasado, es decir, hacia la parte superior.
Indica quiénes son tus padres, los abuelos y bisabuelos, hasta
donde conozcas. Los hermanos de todas estas personas se
pueden reseñar sólo en número, y dejando claro siempre cuál es
el lugar que ocupa tu antepasado directo entre los hermanos. Así,
puedes anotar el nombre de tu abuelo paterno y señalar que tuvo
tres hermanos, de los cuales él era el segundo, por ejemplo.
Luego continúa anotando tus hermanos por su orden,
ubicándote a ti en el lugar correspondiente. A continuación,
indica quién es tu pareja o quiénes fueron tus anteriores parejas,
por su orden. Si has tenido varias relaciones y deseas simplificar,
anota sólo aquellas con las que hayas tenido descendencia, pero
sabiendo que los demás también han existido en tu vida. Y ya por
último, muestra a tus hijos por su orden de nacimiento,
enlazándolos con la pareja con quien los tuviste.
A continuación, te recomiendo que realices varias fotocopias
de este genograma. Así podrás ir organizando la información por
capas, de manera que cada una aporte datos coherentes entre sí
y relevantes para ti.
Las diferentes “capas” de información pueden ser tantas como
te parezcan necesarias para ordenar tus apuntes. Como
recomendación, puedes disponer de tres o cuatro copias de tu
genograma básico, que pueden corresponder con las siguientes
capas de información:
Una copia que contenga la información del nombre,
apellidos, fecha de nacimiento y de fallecimiento de todos los
miembros del clan. Esta es la capa básica, a partir de la cual
harás el resto de las copias.
Otra copia en la que se anoten las profesiones y/o aficiones
significativas de los ancestros. Por ejemplo, a través de esta
capa informativa se puede descubrir que un antepasado hizo
un largo viaje por mar y que en la generación actual, alguien
es muy aficionado a las maquetas navales. Si es posible,
anota el inicio y el final de cada período laboral.
Una copia en la que anotes enfermedades, accidentes,
encarcelamiento, emigración, conscripción militar o cualquier
otro acontecimiento significativo. En cada caso, intenta
anotar la fecha del suceso y la edad de la persona en ese
momento.
Otra copia donde anotes las relaciones que se establecen
entre las personas. Por ejemplo, dónde hay dos personas que
tienen un vínculo especialmente estrecho, o dónde no hay
comunicación. Puedes señalar esas relaciones con flechas o
rodeando a las personas que tienen un vínculo cercano con
una línea de puntos. Esta sería la capa de los subsistemas
dentro del sistema general.
Puedes añadir otras capas de información con aquellos datos
que consideres relevantes, o distribuir de manera diferente las que
se han indicado más arriba. En definitiva, organiza tus datos
como te resulte mejor, pero no intentes agruparlos todos en un
solo papel, porque la cantidad de información puede ser tan
abrumadora que resulte ininteligible.
Revisa tus capas de información y compáralas con tus notas.
Corrige los datos que puedan estar equivocados y piensa en todo
lo que pueda ser añadido a medida que tus notas se vayan
ampliando. Cualquier información que sea dudosa o que resulte
de una intuición personal, márcala con una interrogación. Los
datos contrastados como las fechas o las profesiones, pueden ser
destacados con una tinta de color diferente.
En las Figuras 5 y 6 se presentan dos capas del genograma
de la escritora estadounidense Emily Dickinson. En la primera
capa se muestran los datos de nacimiento y fallecimiento de sus
familiares más cercanos, mientras que en la segunda, se dan
datos acerca de la profesión de todos aquellos antepasados que
hemos podido rastrear históricamente. Estos gráficos elementales
se muestran como ejemplos básicos de la realización de un
genograma completo.
Este genograma por capas será la base de todo el trabajo
práctico que vamos a realizar a los largo de los siguientes
capítulos. A través de esos ejercicios irás recuperando cierta
información que puedes añadir a lo que ya tienes, aparte de que
podrás sanar muchos de los nudos y conflictos que se presentan
en tu genealogía. Pero el trabajo de psicogenealogía, a
diferencia de la genealogía clásica, tiene una derivada muy
importante, y es que a medida que vayas sanando tu árbol es
probable que lleguen a ti nuevos datos, nuevas revelaciones
acerca de la historia familiar. Quizá un secreto sea revelado, o
quizá aparezca un documento interesante. Es la magia de
trabajar con el inconsciente, que abre puertas que no conocíamos
y que ni siquiera sabíamos que existían.
Antes de entrar en el trabajo práctico de interpretación del
genograma y de sanación de las heridas familiares, vamos a
conocer algunos gráficos y tablas generacionales creados por el
autor y que se presentan públicamente por primera vez en este
libro.
Figura 5. Genograma de Emily Dickinson con nombres y
fechas
Figura 6. Genograma de Emily Dickinson con las profesiones
El cronograma familiar
Uno de los gráficos que pueden ser de gran utilidad en el
análisis genealógico es el cronograma familiar, un elemento
informativo que presentamos por primera vez en este libro. El
cronograma tiene una extraordinaria utilidad para conocer cómo
el sistema familiar se ha ido desarrollando a lo largo del tiempo.
Un cronograma familiar es un gráfico o tabla de datos en los
que vamos a introducir, por orden cronológico, los
acontecimientos que se muestran en el genograma y en nuestras
notas personales. Es una tabla informativa en la que puedes
añadir gran cantidad de datos que, por su extensión no cabrían
en un genograma al uso.
Una de las funciones del cronograma, como ya descubrirás,
consiste en conocer qué ocurría en la familia en un momento
determinado, lo que será de relevancia cuando estudiemos los
huecos de información en el árbol genealógico.
Cómo elaborar el cronograma familiar
Para elaborar el cronograma familiar debes analizar en
primer lugar la cantidad de datos de las que dispones. Así, por
una cuestión meramente práctica, si la cantidad de datos es
elevada, será más adecuado que dividas la información de la que
dispones en períodos de diez años, mientras que si los datos son
escasos, puedes optar por una división en períodos de veinte o
veinticinco años.
Toma un cuaderno y un bolígrafo y divide las páginas con una
o dos líneas horizontales. Encabeza cada apartado con el
período de tiempo que quieras abarcar en el mismo. Así, si
deseas desarrollar los acontecimientos ocurridos en el siglo XX en
períodos de veinte años, puedes usar los siguientes ciclos de
tiempo:
1901-1920
1921-1940
1941-1960
1961-1980
1981-2000
En cada uno de esos apartados, anotarás, por orden
cronológico, los sucesos que están escritos en tu genograma y
notas adicionales. Deja espacio libre en cada apartado para
añadir cualquier información que puedas encontrar en un futuro.
De esta manera, siguiendo el ejemplo, puedes anotar los sucesos
familiares del siguiente modo:
Período 1901-1920:
23/03/1908: Nace el Abuelo Juan
15/08/1912: Nace la Abuela Teresa
26/10/1919: Muere el Bisabuelo Mario.
Una vez elaborado tu cronograma puedes pasarlo a limpio,
copiando todos los datos a una lista que no esté dividida por
períodos. De este modo elaboras un documento de menor tamaño
y que es más fácil de consultar en cualquier momento.
Una alternativa a este método consiste en realizar el
cronograma en tu ordenador, a través de un documento de texto
o una hoja de cálculo, que te permitirá añadir fechas o realizar
cambios de un modo más simple, así como ordenarlos
cronológicamente.
Antes de acabar la tarea, te recomiendo que revises todas las
fechas, de manera que no falte ningún acontecimiento y
asegurándote de que todas las anotaciones son correctas.
El cronograma social
Como sabemos, el sistema familiar no es un ente aislado de la
sociedad, sino que se enmarca en ella tanto para adquirir
algunas de sus normas como para verse influenciado por los
acontecimientos que se dan en el conjunto del colectivo. Es aquí
donde puede ser apropiado añadir una columna más de
información a nuestro propio cronograma familiar.
En esta columna de información, que se puede ubicar a la
derecha de la lista de acontecimientos de la historia familiar, se
pueden situar, en sus lugares correspondientes, las fechas de
diversos acontecimientos sociales que pueden resultar de interés
para la interpretación completa del cronograma. Estos
acontecimientos sociales deben ser sucesos de la mayor
importancia, y que hayan sido susceptibles de haber causado un
impacto real y directo en el devenir de la historia de nuestra
familia.
Por ejemplo, las fechas en que se produce una guerra que
involucre a tu país, una revuelta social, o bien las grandes
epidemias o ciertas catástrofes naturales que hayan azotado la
región donde vivían tus antepasados, son algunas de las claves a
anotar. También períodos conocidos de hambruna, malas
cosechas o épocas de persecuciones políticas o religiosas que
hayan podido afectar a tus ancestros.
Un instante en el tiempo. El
gráfico sincrónico
Otro de los sistemas de información que pueden ser de gran
utilidad en el estudio del sistema familiar es el gráfico sincrónico,
que nos permite detener el tiempo en un instante determinado.
Este gráfico se elabora a partir del cronograma que hemos
aprendido a elaborar en el capítulo anterior.
Simplemente, se trata de explicar cómo estaba constituida la
familia en un instante concreto del tiempo. Es decir, qué personas
estaban vivas, con qué edad contaban en ese momento, a qué se
dedicaban e incluso cual podía ser su situación económica, o su
estado de salud. Por supuesto, en esta tabla informativa debes
aportar solamente aquella información que poseas de manera
fidedigna, dejando las especulaciones para otro momento.
Gracias a esta tabla, convertimos al cronograma, que es
diacrónico, en un documento informativo de carácter sincrónico,
basado en un momento determinado de la historia familiar.
Además, puedes combinar la información de la parte familiar
y social del cronograma para entender cómo estaban las
personas del sistema en un instante histórico muy determinado.
Esto te permite saber cómo se encontraban tus antepasados en el
año en que dio inicio una guerra, o en el momento en que
sucedió una catástrofe natural, por citar dos ejemplos. Esto es
importante, puesto que no es lo mismo para una persona vivir un
acontecimiento así en la edad infantil, en su madurez o en su
edad anciana.
La comprensión que se puede alcanzar con un gráfico de este
tipo es muy profunda, ya que toca directamente con las vidas de
las personas que existían en ese instante, y te permiten
comprender cuáles podían ser sus circunstancias y sus
sentimientos en esos momentos.
El átomo de las relaciones
personales
Uno de los gráficos generacionales que nos ayudarán a
entender mejor la energía del sistema familiar y cómo impacta
sobre un individuo concreto, es lo que denominamos “átomo
personal”. Este gráfico se genera a partir de una persona, que se
sitúa en el centro de la representación. En torno a este núcleo se
dibujan aquellos elementos que estimamos que conectan con la
persona central de un modo directo. Estos elementos son, por
supuesto, otras personas del sistema familiar, su profesión o
aficiones, problemas de salud o sucesos relevantes de su vida.
Por otra parte, se puede explicitar la naturaleza de esas
conexiones, en el caso de que sea necesario. Así por ejemplo, si
se conecta a la persona con un hermano, se puede indicar el tipo
de relación que se ha dado entre ambos de un modo somero:
“fluida, tensa, co-dependiente, con rivalidad, etcétera”.
Una de las características esenciales del átomo personal es
que no requiere un orden generacional como el que se aplica en
el genograma. Tampoco se tiene que seguir un orden cronológico
en su elaboración, sino que los hechos que se manifiestan son
diacrónicos. Este gráfico tiene una conexión con el “sociograma”
de Jacob Moreno, un gráfico social que permite establecer las
relaciones de proximidad o lejanía entre las distintas personas de
un colectivo.
A diferencia del genograma simple, en el átomo personal no
es tan importante usar símbolos concretos para diferenciar a los
hombres y las mujeres del sistema, sino que se pueden usar
simples círculos para señalarlos. Ahora bien, si deseas usar
diversas figuras geométricas para los miembros del gráfico y los
sucesos narrados en él, o diferenciarlos con colores o con un
sombreado particular, puedes hacerlo.
A la hora de establecerlo, puedes señalar la distancia afectiva
que consideras que hay entre las distintas personas, indicando
con una mayor proximidad, aquellas que tienen una mayor
cercanía, y separando a aquellas en las que hay mayor distancia
emocional.
Como ejemplo, te presento el átomo personal de Vincent van
Gogh (Fig. 7). En él se muestra la extraordinaria afinidad que
mostró hacia su hermano Theo, quien intentó ayudarle a vender
algunas de sus pinturas. También la proximidad a su madre,
quien le estimuló para pintar, y el vínculo morboso con su
hermano mayor fallecido que llevaba su mismo nombre y que
cumplía años el mismo día que él. En su átomo personal se han
incluido las distantes relaciones con su padre y con el mundo de
la religión, ya que llegó a ser predicador, con escaso éxito, así
como su pasión por la pintura y sus problemas mentales que le
condujeron al suicidio.
Hay que entender que, igual que sucede con el genograma,
no hay una forma correcta o incorrecta de elaborar este gráfico,
sino que tú debes hacerlo como sientas que es adecuado para ti.
Lo más importante con respecto a este átomo personal es indicar
cuáles son las conexiones esenciales de una persona con su
sistema y con los acontecimientos de su vida. También, si lo
deseas, puedes ampliar la información con las distancias
emocionales que hemos indicado. Con todos estos datos puedes
elaborar un gráfico que te permitirá individualizar a un integrante
del sistema de todo el conjunto de personas que le rodean.
Ahora que ya has comenzado la tarea de recoger información
generacional y la estás plasmando en diversas anotaciones y
gráficos, comienza la excitante tarea de sanar tu árbol familiar.
La tercera parte de este libro te ayudará a profundizar en los
distintos nudos generacionales, así como los ejercicios prácticos
que te pueden ayudar a deshacer dichos nudos.
Figura 7. Átomo personal de Vincent Van Gogh
Sanando tu árbol
genealógico
La transmisión de las normas familiares
A la hora de analizar las normas, con un ojo puesto ya en tu
propia genealogía, es interesante comprender la forma en que
éstas se han transmitido en tu caso particular. Además, es
interesante que averigües cuál es la consecuencia de romper los
tabúes del clan. Dedicaremos las siguientes páginas a esta
indagación.
Como ya hemos visto, las normas sirven a varios propósitos, el
principal de los cuales es el de favorecer la cohesión del clan,
además de ayudar a que exista un sentimiento de unidad entre
todos sus miembros. Pero además de estudiar el contenido de
estas normas, que revelarán aspectos esenciales de tu contrato
personal, es interesante conocer cómo se transmiten esas normas
dentro del sistema, ya que esto mostrará aspectos muy
importantes acerca de quienes ostentan el poder dentro del
colectivo.
Quién transmite las normas
Así que una cuestión relevante acerca de las normas familiares
consiste en averiguar quién es la persona que impone dichas
normas, o al menos, quién es la persona que las transmite. Como
observarás si reflexionas sobre ello, ser el transmisor de la norma
convierte, a quien lo hace, en una figura de poder. Del mismo
modo, no es la policía quien hace las leyes, pero sí quien se
encarga de hacerlas respetar. Esto es algo que ya de por sí
confiere un cierto grado de poder al policía dentro de la
sociedad.
Evidentemente, muchas normas familiares no son otra cosa
que la transposición de ciertas normas sociales que están en vigor
en un momento determinado. Pero el hecho de que la familia las
haga suyas, las convierte en reglas familiares.
Por otro lado, hay que remarcar que diferentes normas tienen
diferentes transmisores. Por ejemplo, una mujer puede ser
adoctrinada sobre las reglas femeninas que se dan en la familia a
través de su madre o su abuela, y raramente recibirá esa
información directamente de su padre. Lo mismo sucede con los
varones: gran parte de las ideas normativas acerca de lo que
significa ser un hombre vendrán a través de su padre o abuelo.
Romper las normas tiene consecuencias
Otra cuestión relevante es analizar qué sucede cuando se
rompe una norma. Esto puede tener diferentes consecuencias si se
trata de una norma o si estamos hablando de una prohibición
familiar. La ruptura de ciertas normas puede ser condenada por
algunos miembros del sistema, pero no tiene por qué tener las
mismas consecuencias que cuando se viola un tabú. En este último
caso, es probable que la persona se sienta expulsada del sistema,
o bien que sufra graves consecuencias en el plano de la salud o
en forma de accidentes o desgracias aparentemente fortuitas.
Por ejemplo, un caso muy interesante es el del naturalista
Charles Darwin. En su caso, la ruptura de la norma familiar,
dentro de un sistema social y familiar donde la interpretación
religiosa de la realidad natural se acepta como algo
incuestionable, tuvo su castigo. Aun hoy es motivo de debate el
origen de sus extrañas enfermedades, que no parecen ajustarse a
un patrón establecido.
El malestar debutó en 1837, en medio de su investigación
sobre la evolución de las especies. En ese momento, Darwin se
cuestionaba seriamente muchos de los dogmas de su tiempo, lo
cual le causaba intensa preocupación. Los primeros síntomas que
tuvo fueron palpitaciones en el corazón, algo que hoy en día
asociaríamos al estrés o la ansiedad. Después de un período de
descanso, que le permitió desarrollar una relación más cercana
con su prima Emma, que acabaría siendo su esposa, siguió
experimentando otros síntomas, tales como dolores de estómago,
de cabeza, vómitos, abscesos, temblores, etcétera.
Podemos especular, con lo que sabemos hoy en día, que
probablemente una parte importante de los males de Darwin tenía
un origen psicosomático, y estaban relacionados con el estrés.
Pero por encima de todo, y desde una perspectiva
psicogenealógica, es más probable ver el origen de esta difusa
enfermedad como una forma de expiación frente a la separación
de las normas familiares. Darwin decepcionó a su padre, que
primero deseó que fuera médico y luego clérigo. Se embarcó en
un viaje que no era bien visto por su progenitor, y acabó
desarrollando una teoría, la de la evolución de las especies, que
le ponía en contra de todo el saber aceptado en su tiempo.
No hay que dejar de lado el hecho, de que Darwin, al casarse
con su prima hermana (un hecho que tendrá consecuencias más
profundas sobre su descendencia, como veremos más adelante),
quizá intentara, de un modo inconsciente, reconciliar ambas
partes de su ser: aquella que quería estar en sintonía con la
familia y la que luchaba por encontrar su propio camino y su
propia voz.
Ejercicio Práctico. Descubriendo
las normas familiares (reflexión)
Descubrir cuáles son las normas que se aplican dentro del
propio sistema familiar no es una tarea fácil, puesto que cada uno
de nosotros es como un pez que no sabe que vive dentro del mar.
Sólo desde el exterior es sencillo observar el entorno en el que
vive una persona y extraer conclusiones. Ahora bien, dado que es
muy importante que empieces a familiarizarte de manera
consciente con las reglas internas de tu clan, te animo a descubrir
cuáles son las normas esenciales del mismo a través de una
reflexión. No olvides dejar espacio para futuras revelaciones que
vengan a enriquecer este análisis.
Para reconocer las normas esenciales de tu familia, te
aconsejo que contestes a una serie de preguntas que te ayudarán
a concretar tus ideas. Concédete tiempo para responder en un
cuaderno o en unos folios.
Con carácter general ¿qué se te ocurre que es aceptable o
deseable para un hombre y para una mujer dentro de tu familia?
También con carácter general, ¿qué crees que es inaceptable?
¿Recuerdas alguna ocasión en que sufrieras un fuerte castigo
en tu infancia o juventud? ¿Cuál fue el motivo del castigo? ¿Qué
relación ves entre el motivo y las normas familiares? ¿Quién te
castigó? ¿Era esa persona una figura de poder o ejercía ese
poder en nombre de otro?
Cuando se castigaba un hecho, ¿se hacía de manera estricta,
es decir, hasta las últimas consecuencias, o existía cierta lenidad?
Si no recuerdas haber sufrido ningún castigo ni reprimenda,
¿qué interpretación haces de ese hecho? ¿No te atrevías a romper
ninguna norma o es que en tu familia había una norma contra los
castigos?
¿Crees que tu familia era estricta, desorganizada o flexible?
¿Qué personas de tu mismo sexo se te ponían como ejemplo?
¿Cuál era la característica esencial que se resaltaba de este
modelo? Y si no se te ofrecían ejemplos, ¿por qué crees que fue
así?
¿Qué es lo que se criticaba en tu familia? ¿Qué personas o
comportamientos se ofrecían como ejemplos negativos en
personas de tu sexo? Relaciónalos con alguna norma familiar.
Contesta a las dos últimas cuestiones con ejemplos del sexo
opuesto, es decir, qué era valorado como positivo y qué se
criticaba como negativo.
¿Existió una “oveja negra” en tu familia? Si la respuesta es sí,
¿quién era esa persona y qué hizo para merecer ese calificativo?
Pensando en tu infancia, ¿se hablaba de política en tu familia?
Si era así, ¿cuál era la ideología de tus padres? ¿Eran personas
de talante progresista o conservador?
¿Qué criticaba tu madre de tu padre? ¿Y a la inversa?
A partir de todo lo que has averiguado hasta ahora, ¿qué
preceptos fundamentales crees que constituyen tu contrato familiar
individual? Es decir, ¿cuáles eran las normas que se te aplicaban
de modo estricto?
Las respuestas a estas preguntas te permitirán empezar a
entender algunas de las normas y las prohibiciones básicas de tu
sistema familiar. Ahora bien, será a través del análisis más
detallado de tu árbol genealógico como lograrás desentrañar
algunas otras reglas menos evidentes. En cualquier momento, te
animo a que vuelvas sobre estas reflexiones y las completes con
todo lo que vayas aprendiendo a lo largo de tu lectura de este
libro.
La programación familiar se
manifiesta en el nombre
No cabe duda de que el nombre propio es un elemento
esencial de nuestra identidad personal. Todos atendemos con
facilidad cuando alguien nos llama por nuestro nombre en una
conversación y nos agrada que las personas que hemos conocido
hace un tiempo sean capaces de recordar cómo nos llamamos.
Así, el hecho de que alguien confunda nuestro nombre por otro
suele ser bastante irritante para la mayoría de las personas. El
nombre es algo con lo que nos identificamos con facilidad,
incluso cuando nuestro nombre nos disgusta o no nos sentimos
muy identificados con él.
De hecho, no existe ninguna cultura donde no haya una forma
de identificar a las personas con algún tipo de nombre o
apelativo que las individualiza con respecto al resto del colectivo.
En algunas sociedades, el individuo puede tener varios nombres a
lo largo de su vida, que pueden reflejar los cambios propios de la
edad o del estatus social. Así mismo, uno de los requisitos que se
dan para entrar en ciertos cultos o sociedades secretas, consiste
en adoptar un nuevo nombre conocido sólo por los miembros del
grupo.
En la sociedad occidental, la mayor parte de nosotros sólo
usaremos un nombre a lo largo de nuestra vida, el que nos dieron
nuestros padres al nacer. Sólo en muy raros casos y a través de
ciertos trámites legales, puede una persona cambiarse su nombre.
Del mismo modo, es usual que algunos individuos usen de manera
familiar un derivado del nombre, que bien puede ser un
diminutivo o una variación del mismo, como el caso de Pepe por
José, Alex por Alejandro o Mary por María.
Desde un punto de vista genealógico, el nombre propio es una
clave esencial para entender cómo encaja el individuo dentro del
clan. En cierto modo, el nombre forma parte del programa que la
familia ha elegido para el nuevo ser, ya que ningún nombre se
adjudica por azar y menos en estos tiempos en que las familias
cada vez son más reducidas y cada hijo tiene un mayor valor
para el colectivo.
Observar los nombres del gráfico familiar es una tarea muy
interesante, que puede deparar sorpresas inesperadas y que
siempre trae un significado más profundo a nuestra existencia.
Cuando observamos el genograma bajo la perspectiva de los
nombres, de repente, entre el marasmo de fechas y
denominaciones, surge un orden profundo que quizás no era
evidente para nosotros.
Con respecto a los nombres del sistema familiar, conviene
analizar al menos dos cuestiones. Por un lado, las coincidencias
en los nombres entre personas de distinta generación. Estas
coincidencias, como veremos, son en ocasiones fruto de una
elección consciente de los progenitores, pero en otros casos
parecen ser “casuales”. Pero no deberíamos llevarnos a engaño,
nada de lo que sucede en un núcleo tan autoconsciente como la
familia debería ser clasificado como casualidad, y todo nombre
impuesto tiene un sentido y obedece a una programación previa
por parte de la familia.
Otra vertiente a estudiar es el significado propio de los
nombres, puesto que éste delata, a veces con claridad, y a veces
de un modo más sibilino, el programa familiar que cada individuo
ha heredado.
Comenzaremos por tanto analizando las repeticiones
nominales en el árbol genealógico.
Coincidencias de nombre
Al ser tan evidentes, las coincidencias de nombre entre
miembros de un sistema familiar son uno de los primeros aspectos
que llaman nuestra atención cuando observamos el árbol
genealógico. No es infrecuente que los hijos tengan el nombre de
sus padres o de sus abuelos, y tampoco es desacostumbrado que
algunos de los retoños reciban la denominación de un tío o tía.
Más raros son los casos en que se dan repeticiones entre niveles
genealógicos muy distantes entre sí. Por ejemplo, llevar el nombre
de un tatarabuelo del que nadie nos habló nunca, o el de una
oscura tía abuela cuya historia sólo sale a la luz tras una ardua
investigación en el pasado familiar.
Si bien en el primer caso, en los que se heredan nombres de
familiares cercanos y conocidos, sería evidente el deseo
consciente de los padres de poner el nombre por tradición
familiar; en el segundo caso, cuando se descubren coincidencias
entre personas que no tienen una conexión muy directa ni cercana
en el tiempo, se podría suponer que ha sido el inconsciente
familiar el que ha escogido ese nombre, puesto que todos ellos
están presentes en la memoria colectiva del clan.
En verdad, se puede afirmar que todos los nombres en cada
generación son impuestos por el clan, del cual los padres son sólo
el instrumento necesario. Ellos mismos han recibido así su propio
nombre, y como hemos visto hasta ahora, la conciencia de la
familia va mucho más allá del deseo individual de los padres y se
remonta a muchas generaciones atrás.
En algunos casos, la coincidencia de nombres es un poco
menos evidente, pero eso no quiere decir que no esté presente. Es
común que entre personas de distinto sexo, se repitan nombres
con el género cambiado: Juan y Juana, José y Josefa, Luis y Luisa,
María y Mario, Félix y Felisa, por citar algunos ejemplos. En
ocasiones, el nombre es una variante de otro nombre, como en el
caso de Miriam, Maira y María; o como en Carla, Carlota,
Carola y Carolina; o en los casos de Santiago, Diego, Jacobo y
Yago, que son el mismo nombre.
Pero también se puede dar una “coincidencia oculta” entre los
nombres. Este tipo de conexiones se dan de un modo menos
evidente que en los casos anteriores, y suele pasar desapercibida
para la mayor parte de las personas. Aun así, existe, y es patente
en cuanto observamos el árbol familiar desplegado ante nosotros.
Ejemplos de esto serían los siguientes. El nombre de Ana
puede estar oculto en muchos nombres propios: Juliana, Mariana,
Rosana; Abelardo y Mabel esconden a Abel; Margarita y Marita
esconden a Rita.
Algunas veces, hay ligeros cambios en las letras que dan
origen a nombres que aparentemente no tienen relación entre sí,
pero cuya similitud se reconoce en cuanto se ven por escrito. Por
ejemplo: Juan e Iván; Cristina y Cristian; Alonso y Alfonso; Luisa y
Lucía; Amalia y Adalia.
En otros casos, se puede decir que los nombres “riman”,
puesto que tienen la misma terminación o simplemente, suenan
parecido. Ejemplos de esto serían: Roberto y Alberto; Fernán y
Hernán; Joaquín y Serafín; Delia y Celia.
El significado propio de los nombres
Los nombres propios suelen tener un significado que puede
estar relacionado con nuestro contrato familiar. De hecho, tanto
las repeticiones de los nombres como su simbolismo, suelen ser
una de las formas más sencillas de acceder al contenido de ese
contrato.
René es un nombre de origen francés cuyo significado se
podría traducir como “el renacido” o “el nacido dos veces”. Si
ese es el nombre de una persona, cabría preguntarse quién ha
renacido. En otras palabras, ¿cuál es el fallecido que, según el
deseo del clan, se ha encarnado en la nueva criatura?
Nombres como Auxiliadora o Socorro, remiten a un deseo de
salvación. Otros, como Modesto, Felicidad, Paz, Inocencio o
Benjamín tienen un significado tan evidente que no requiere
explicación.
Algunos nombres mitológicos tienen un significado que viene
dado por la historia en la que están inscritos. Por citar unos pocos
ejemplos, Ariadna es el personaje mitológico que salva a Teseo
de perderse en el laberinto del Minotauro. Ícaro es conocido por
su vuelo fatal demasiado próximo al sol. Ifigenia es la hija de
Agamenón, ofrecida en sacrificio por su padre.
En ocasiones, los nombres pertenecen a una esfera de
significado común, que señalan algún tipo de conexión con lo
religioso o lo étnico:
Los nombres de ángeles y arcángeles encajan en esta
categoría: Gabriel, Rafael o simplemente, Ángel.
También los personajes de la Biblia, como Marta,
Magdalena y Lázaro.
O bien nombres relacionados con la religión musulmana,
como Fátima o Aisha.
O los nombres vascos en familias que no son de origen
vasco, como Iker, Nekane, Izaskun, Edurne o Igor.
A veces, el nombre de un individuo parece querer escapar de
una norma familiar, cuando en realidad solamente la está
cumpliendo de un modo más sibilino. Este sería el caso real,
investigado por mí, de una familia en la que todos los
primogénitos varones recibían el poco común nombre de Bautista.
Cuando se decide romper la norma en una de las generaciones,
se impone al hijo el nombre de Juan. Al parecer, el progenitor no
era consciente de que en el Evangelio, al primo de Jesús, llamado
Juan, se le conoce con el sobrenombre de “El Bautista”.
Nombres de personajes famosos
En algunos lugares es común poner a los hijos los nombres de
personajes famosos de la historia. Por ejemplo, llamar al hijo
Lenin, Marx o Stalin indica no sólo una ideología muy concreta
por parte de los padres, sino un deseo de emulación del poder o
la notoriedad que estas personas alcanzaron en vida.
Los nombres que corresponden a personajes famosos del cine,
de la cultura o del deporte son también reseñables. Estas
denominaciones suelen ponerse de moda en un momento
determinado y luego pasan a la oscuridad. Por ejemplo: Kevin,
por Kevin Costner; Dylan, por Bob Dylan; Leo por Leo Messi, o
Cristiano, por Cristiano Ronaldo, son algunos ejemplos.
Por otra parte, hay que señalar también que hay nombres que
se ponen de moda en un momento determinado, y pueden indicar
un deseo, por parte de los padres, de acomodarse a algún tipo
de norma social.
Ejercicio Práctico. Los nombres de
tu genograma (reflexión)
Trabajar con los nombres de tu genograma es una de las
experiencias más simples, y a la vez una de las más profundas
que puedes acometer una vez hayas completado tu mapa
generacional.
Para realizar este ejercicio puedes tomar una de las copias de
tu genograma, especialmente aquella que sólo contenga los
nombres y las fechas de nacimiento y fallecimiento de tus
familiares. Dedica un tiempo a analizar los nombres de pila de
todas las personas que aparecen reflejadas en el árbol.
Como ya has aprendido a distinguir diferentes tipos de
similitudes entre los nombres, similitudes que van más allá de lo
inmediatamente evidente, te sugiero que comiences a buscar
semejanzas entre las personas de distintas generaciones. No
olvides estudiar las distintas variantes de un nombre, o cómo
puede cambiar de género entre personas de distinto sexo.
Cuando encuentres una similitud evidente entre dos nombres,
sea porque son idénticos, o bien porque el parecido es muy
elevado, puedes hacer dos cosas:
Puedes subrayar los nombres con un rotulador del mismo
color. Cambia de color para cada conjunto de personas con
nombres similares. También puedes señalarlos con una marca
característica, como asteriscos, estrellas, cuadrados, círculos,
letras, etcétera.
O bien puedes tomar nota de las similitudes en un cuaderno.
Si es posible, te recomiendo que uses ambos sistemas, ya que
ambos tienen sus ventajas. Indicar las similitudes con marcas de
color es un método visualmente muy claro de establecer las
semejanzas, y puede despertar tu intuición y dar lugar a
posteriores descubrimientos. Además, si tomas nota en tu
cuaderno, dispones de espacio para escribir las ideas que se te
ocurran acerca de estas similitudes. Por ejemplo, puedes anotar
algo como esto: “Mi padre se llama Alberto, como su tío y ambos
tuvieron las siguientes características comunes...”.
También es posible que encuentres núcleos dentro del árbol
donde se repitan nombres con un significado similar. Por ejemplo,
y como ya se ha citado, puede haber un grupo de personas que
tengan nombres relacionados con episodios mitológicos, bíblicos
o de cualquier otra naturaleza. Señala estas personas con un
rotulador de color y escribe en la parte de atrás de la página, o
en tu cuaderno, el tipo de similitud que encuentras.
Por último, y desde el conocimiento que tengas de tu historia
familiar, deberías preguntarte lo siguiente: ¿tienen algún sentido
estas conexiones?
Quizás el significado de esas similitudes sea evidente para ti
desde el primer momento: personas con el mismo nombre que
tienen un destino semejante. Pero en otros casos, la cuestión
puede ser un enigma. Si es así, deja tus interrogantes abiertos en
el cuaderno. Las preguntas abiertas son la base para nuevos
descubrimientos que llegarán a su debido tiempo.
Ejercicio Práctico. Los significados
de los nombres (reflexión)
Como ya has visto, los nombres no sólo nos conectan con el
pasado familiar, sino que son portadores de significados que a
veces no son inmediatamente evidentes para la conciencia.
Precisamente por este motivo es preciso estudiar con detenimiento
los significados de algunos nombres dentro del mapa familiar.
En principio, no te recomiendo que analices el significado de
los nombres más comunes de tu genograma, tales como José, Juan
o María, sino que prestes atención a aquellos que son menos
usados en nuestra cultura y que pueden ser portadores de un
sentido más profundo. Estos nombres menos comunes pueden ser
más interesantes para tu exploración.
Por ejemplo, los nombres que remiten a la mitología pueden
ser una fuente fascinante de preguntas. Si en tu familia hay una
Ariadna, te recomiendo que investigues acerca del mito que se
asocia a tal nombre. A continuación podrías formularte en tu
cuaderno las siguientes preguntas:
¿En qué laberinto está perdida mi familia? Es decir, ¿qué es
lo que nos tiene enredados y perdidos desde generaciones?
¿En torno a qué núcleo, problema o conflicto estamos dando
vueltas?
¿Cuál es el hilo, la solución, la salida al laberinto?
¿Qué significa llevar la carga de ser quien libere a la familia
del conflicto? Esta pregunta es especialmente pertinente si tú
eres Ariadna.
Si Ariadna ya falleció o es una persona mayor, ¿Cuál ha
sido su carga o su tarea y cómo la ha sobrellevado?
En cambio, si es una persona joven, ¿se la puede liberar de
esa responsabilidad? ¿O es más adecuado ayudarla en su
tarea?
Como puedes ver, un simple nombre puede dar lugar a una
indagación muy profunda, con preguntas que en muchos casos no
tienen una respuesta fácil ni inmediata, pero que deben ser
formuladas.
En el caso de que hayas observado un grupo de nombres que
giran en torno a un tema muy concreto, es interesante tomar nota
de ello y formularte preguntas. Por ejemplo, si hay una
constelación de nombres que desarrollan el tema de la
resurrección de Lázaro, puedes preguntarte:
¿Quién es nuestro Lázaro? ¿Cuál fue la muerte simbólica de
nuestro Lázaro y quién le resucitó?
¿Cuál es el papel de Marta en este drama? Recuerda que
según el relato del Evangelio de Juan, Marta era la más
escéptica de las dos hermanas.
¿Cuál es el papel de María Magdalena? Ten en cuenta que
María Magdalena fue la discípula más cercana de Jesús,
hasta el punto de que él la exorcizó, extrayendo de ella nada
menos que siete demonios que la poseían (tal como se lee en
Lucas, 8:2).
Hay que dejar claro, una vez más, que las preguntas son muy
necesarias. Quizás más que las respuestas. Cuando buscamos
una respuesta de manera muy apresurada, en realidad estamos
alejando la posibilidad de encontrar otra respuesta quizá más
profunda, menos evidente y más interesante.
Por ese motivo, te animo a que estudies los significados de los
nombres en tu mapa genealógico, y más que buscar respuestas
apresuradas, empieces a formularte preguntas creativas. Por
supuesto, si tu nombre tiene un significado especial, debes
investigar hasta el fondo cuál es su origen y cuáles son las
ramificaciones que dicho significado puede tener dentro de la
historia familiar. Si existe alguna derivada histórica, religiosa o
mitológica que se pueda extraer de tu nombre, te aconsejo que
acudas a las fuentes originales y leas los textos donde dicho
nombre aparece reflejado.
A continuación, formúlate la siguiente pregunta: ¿qué relación
tiene esta historia, cuento, leyenda o mito con mi experiencia
vital? ¿Me reconozco en este personaje o quizás precisamente
estoy intentando evitar toda relación con él o con ella?
Si no encuentras una respuesta satisfactoria, puedes pedir la
opinión de otra persona, preferiblemente de alguien que no forme
parte de tu núcleo familiar. Si puedes recurrir a una de tus
amistades, o bien a tu propia pareja, anímales a leer el texto o la
historia en donde se menciona tu nombre y pídeles su opinión
acerca de la relación que ese relato puede tener contigo. Quizás
obtengas una respuesta que te sorprenda.
Sea cual sea tu nombre, indaga qué puede significar dentro
del marco de la historia familiar. ¿Cómo encaja su significado en
el conjunto del clan?
Si te lo han puesto con un propósito, y te puedo asegurar que
es así, ¿cuál sería? Si te has negado a cumplir ese propósito,
¿qué precio has tenido que pagar? Si no te has rebelado ¿por
qué no lo has intentado? ¿No era necesario rebelarse o deseabas
hacerlo y no te has atrevido?
Espero que, tanto a través del ejercicio anterior como en éste
presente, aprendas a ver qué conexión existe entre tu nombre y
los deseos, anhelos y esperanzas que tu familia puso sobre ti.
Como ya se ha comentado, el nombre que se impone a todo
nuevo miembro del clan responde a un plan, a una idea
preconcebida que el sistema tiene sobre esa persona. Cumplir o
incumplir ese plan depende sólo de nosotros, pero es algo que
debe hacerse con plena consciencia, reconociendo qué tomamos
o a qué renunciamos cuando aceptamos o rechazamos el plan
previsto para nosotros. Sólo desde la consciencia se puede
decidir acerca del propio destino.
Las repeticiones familiares
La repetición familiar es uno de los fenómenos más fascinantes
con que los que nos podemos topar a la hora de analizar el
genograma. Observar cómo se encadenan los acontecimientos de
una generación a la siguiente, cómo se calcan los nombres, o
cómo diversas personas parecen tener destinos paralelos, es algo
que sorprende y al mismo tiempo, por qué no decirlo, provoca un
cierto escalofrío de incertidumbre. A fin de cuentas, al observar
los sucesos dolorosos, las edades en que fallecen los
antepasados, no podemos dejar de pensar si ese destino se
cumplirá también para nosotros con la misma precisión.
Si sientes ese temor, espero que a lo largo de este libro
consigas reducirlo, puesto que las repeticiones no son
necesariamente un hecho que vaya a suceder de manera
obligatoria para todos. Incluso aunque observes cierta similitud
entre los acontecimientos de tu vida con la existencia de otra
persona, no quiere decir que esto vaya a ser así en el futuro.
Precisamente, una de las claves para evitar las repeticiones
familiares en la propia vida es ser consciente de ellas. Esta es la
mejor vacuna para que tu vida comience a ser propiamente tuya,
y no el reflejo de la existencia de otros.
Un ejemplo claro de las repeticiones familiares es el
denominado “síndrome del aniversario”, del que hablaremos en
el capítulo siguiente.
En todo caso, hay que recordar aquella ley genealógica que
viene a decir que todo lo que no se resuelve, lo que queda como
nudo o problema en una generación, queda pendiente para que
la próxima generación lo solucione. El motivo de que muchas
veces heredemos los conflictos, problemas y limitaciones de
nuestros antepasados, es porque ellos no fueron capaces de
resolverlos.
El sistema se regula de esta manera, permitiendo que ningún
nudo quede sin desatar y dando la oportunidad a las
generaciones siguientes, de curar los problemas heredados.
La maldición recurrente. El
síndrome del aniversario
Existe un tipo de maldición recurrente que resulta muy
llamativa en el estudio psicogenealógico. El “síndrome del
aniversario” consiste en la repetición, a fecha fija, de
determinados eventos familiares cuya naturaleza suele ser
negativa. Hay que reseñar, como veremos en las páginas que
siguen, que dicha repetición no siempre es exacta, sino
aproximada, tanto en las fechas en que se produce como en la
naturaleza de los hechos que suceden. Ahora bien, para que
podamos hablar de un síndrome de aniversario debe existir una
cierta simetría en los hechos y en las fechas a considerar.
Debemos el descubrimiento del síndrome del aniversario a la
gran estudiosa en psicogenealogía, Anne-Ancelin Schützenberger.
Al realizar una investigación genealógica con enfermos de
cáncer, encontró que en algunos casos la enfermedad se
manifestaba a la misma edad en que había fallecido un
antepasado de la persona. O bien, un hombre tenía un accidente
de tráfico en el mismo día del año en que su padre había tenido
otro accidente años atrás. Estas repeticiones, como es lógico,
llamaron su atención.
Para Schützenberger, el inconsciente “tiene buena memoria, le
gustan los nexos de familia y marca los sucesos importantes del
ciclo de vida por repetición de fecha o de edad”.
El inconsciente familiar tiene por tanto un conocimiento certero
de lo que ha sucedido con otros miembros de la familia, conoce
el momento concreto en que se produjo tal accidente o se
desencadenó tal enfermedad. Esta conexión entre generaciones
muestra hasta qué punto la persona que las padece está unida
por destino con un antepasado.
El síndrome del aniversario se puede entender como una forma
de fidelidad intergeneracional negativa, que nos impide ser libres
y que cercena la capacidad humana de crear su propio destino.
En la práctica, el síndrome del aniversario se expresa a través de
dos vías básicas:
Fenómenos repetidos que se dan en una
determinada fecha del año. Esa fecha coincide con un
acontecimiento similar ocurrido a un antepasado años atrás
en ese día concreto del mismo mes.
Sucesos que se reproducen a la misma edad en que
un antepasado vivió un fenómeno parecido.
En definitiva, las repeticiones se pueden dar tanto por la fecha
del año en que ocurre un acontecimiento, como por el hecho de
que la edad de los protagonistas sea la misma.
Un ejemplo de síndrome del aniversario se puede observar
entre los hermanos Brontë. La saga familiar de la familia Brontë es
bien conocida entre los amantes de la literatura y se detalla con
más atención en otro capítulo de este libro. En todo caso, a
continuación se adelantan algunos detalles que revelan aspectos
del síndrome del aniversario que se da entre los hermanos Brontë.
En el caso de las dos hermanas mayores del clan, Maria y
Elizabeth, ambas murieron en el transcurso de un mes, teniendo
las dos una diferencia de edades de apenas un año.
Concretamente, Maria falleció a los 11 años de edad y su
hermana a los 10, ambas de la misma enfermedad, tuberculosis.
En cuanto a los tres hermanos menores de la familia: Branwell,
Emily y Ann, todos fallecieron entre los 29 y los 31 años de edad,
y todos en un plazo de unos ocho meses. Branwell murió por
causa de sus adicciones, agravadas por la tuberculosis que
padecía. Esta última enfermedad fue también la culpable de la
muerte de sus dos hermanas.
La única que parecía escapar a esta maldición de muertes
tempranas fue la hermana mediana, Charlotte. Sin embargo, ella
falleció a los 38 años de edad por causa también de la
tuberculosis, enfermedad que se sumó a las complicaciones que
ya le estaba causando su primer embarazo. Curiosamente, su
madre había fallecido de un cáncer ovárico a los 38 años de
edad.
Como podemos ver a través de este ejemplo familiar, el
síndrome del aniversario no tiene por qué producirse a una edad
exacta para que tenga relevancia. El hecho de que de seis
hermanos, las dos mayores fallezcan a una edad similar y muy
temprana, que los tres menores acaben su vida apenas en la
treintena, y que la única que les sobrevive muera a la misma edad
que la madre, puede considerarse muy significativo. Si además
las causas de los fallecimientos están relacionadas entre sí, no
podemos dudar de la existencia de un síndrome del aniversario.
Ejemplos de este tipo de síndromes del aniversario suelen ser
bastante comunes. Por ejemplo, en una familia la madre muere a
los 68 años, mientras que la hija lo hace a los 67. O bien un hijo
fallece a los quince años de edad a causa de una enfermedad, la
misma edad que tenía un tío que sufrió un accidente mortal
montando en bicicleta. Este tipo de repeticiones suele ser bastante
llamativa en cuanto se analiza el árbol familiar, pero por algún
motivo, no siempre es reconocida por los miembros del clan.
Como observamos en otros muchos eventos familiares, no
siempre lo evidente es visible, sino que se mantiene oculto por una
suerte de “velo de inocencia”, que nos impide acceder a la
realidad de un modo consciente, aunque inconscientemente
siempre haya estado ahí.
El síndrome del aniversario social
Aunque en este libro nos ocupamos del síndrome del
aniversario familiar, hay que señalar que existe también un
síndrome del aniversario social, que hunde sus raíces en
acontecimientos históricos funestos que parecen condenados a
repetirse en el tiempo. Así, más allá del destino familiar, en este
tipo de aniversarios nos encontramos frente a frente con la
dimensión grupal y generacional del destino.
Un ejemplo de este síndrome del aniversario social se dio el
10 de abril de 2010, cuando un avión oficial en el que viajaba el
presidente de Polonia, Lech Kaczynski y su séquito, se precipitó a
tierra muy cerca de la base militar de Smolensk, en Rusia. Como
resultado del accidente, fallecieron los 96 ocupantes del avión,
todos ellos dirigentes políticos, militares y religiosos de Polonia.
Las causas del accidente se achacaron a la desobediencia del
piloto de la aeronave, que desoyendo las recomendaciones de la
torre de control, intentó el aterrizaje en unas pésimas condiciones
meteorológicas.
El presidente Kaczynski acudía a territorio ruso a conmemorar
un hecho sucedido justo setenta años antes, durante la Segunda
Guerra Mundial. Un hecho conocido como la “Masacre de
Katyn”.
En efecto, durante la primavera de 1940, un numeroso grupo
de prisioneros de guerra polacos fue víctima de asesinatos
masivos por parte de agentes del NKVD, la policía secreta
soviética dirigida por el siniestro Lavrenti Beria. La masacre de los
bosques de Katyn, cerca de la ciudad de Smolensk, aprobada por
Stalin y el politburó soviético el 5 de marzo de 1940, tenía como
objetivo acabar con una parte importante de la clase dirigente
polaca y dejar así el camino expedito para el dominio comunista
de Polonia.
Se estima que las víctimas de esta matanza fueron casi 22 mil
ciudadanos polacos. La mayor parte de ellos, oficiales del
ejército, miembros de la policía, sacerdotes católicos e
intelectuales. Casi todos, fueron asesinados con armas cortas, con
disparos individuales realizados directamente a la nuca de los
presos. Los ejecutores soviéticos emplearon en su siniestra tarea
pistolas y munición de origen alemán, ya que se pretendía culpar
al ejército nazi de la masacre.
Este intento de culpar a Alemania de la muerte de los presos,
duró poco tiempo y pronto se descubrió la autoría de los
crímenes, que apuntaba directamente a Iosif Stalin. En una
extraña vuelta de tuerca del destino, setenta años después, el
presidente de Polonia y una parte de la clase dirigente de su país
muere en los mismos bosques de Katyn donde fueron asesinados
miles de compatriotas. Por cierto, volaban a bordo de un avión de
fabricación rusa.
Identificando el síndrome del aniversario
en el genograma
Una atenta observación del genograma nos permitirá
encontrar aquellos casos de síndrome del aniversario que puedan
darse en la historia familiar. Como ya se ha comentado, es
probable que algunas coincidencias te sorprendan, puesto que
siempre han estado ahí y quizás tú no has sido consciente de ellas
pese a ser muy evidentes.
Hay que tener en cuenta que, como estamos haciendo en toda
nuestra indagación del árbol familiar, cada nuevo descubrimiento
es sanador por sí mismo, aparte de que será la base para
generar nuevas indagaciones y desarrollar otros ejercicios que se
muestran en este libro.
He aquí algunas indicaciones acerca de qué es lo que debes
buscar en tu genograma:
Observa las fechas de nacimiento y fallecimiento
de los diversos miembros del clan. Aquí, hay que
buscar coincidencias en día y mes de nacimiento con un
margen de error de dos o tres días de diferencia. Por
cuestiones de pura estadística, las distancias mayores en las
fechas pueden ser poco relevantes, especialmente si el árbol
familiar es lo suficientemente grande. En otras palabras, en
un árbol muy poblado, será normal que varias personas
hayan nacido en el mes de diciembre, pero es relevante si
dos o tres han nacido en torno al día quince del mes, por
poner un ejemplo.
Analiza la edad en que fallecieron todas las
personas del árbol. Las coincidencias en esta materia
deben ser lo más precisas posible, por lo que la edad de
fallecimiento debe ser la misma o con un año de diferencia.
Hay que tener muy en cuenta aquellas similitudes en muertes
que se han producido demasiado pronto, en la infancia o
juventud, así como las que sobrepasan con mucho la vida
media habitual en nuestro entorno.
Presta atención a la edad en que se produjeron
acontecimientos importantes y dolorosos en la vida
de las personas. Por ejemplo, accidentes, enfermedades,
encarcelamientos, abortos, incorporación a un conflicto
armado, etc. Observa si hay paralelismos con la edad a la
que se dan otros hechos traumáticos en personas de
generaciones posteriores. En este caso no importan tanto la
naturaleza del hecho traumático, sino la coincidencia en
edades. Por ejemplo, el abuelo puede haber sido llamado a
filas para participar en una guerra con 18 años, y el nieto
puede haber sufrido una grave enfermedad a esa edad.
Anota en un cuaderno toda la información que obtengas de
esta indagación. Por ejemplo, si hay tres personas que han
nacido en torno al 15 de diciembre, apunta sus nombres y el día
de nacimiento de todas ellas. A continuación indica que es un
posible síndrome del aniversario. Si hay acontecimientos
traumáticos que se repiten a la misma edad, señala quiénes son
las personas implicadas y los hechos. En el siguiente ejercicio te
animo a hacer esta indagación.
Ejercicio Práctico. Rastreando las
repeticiones (reflexión)
Como ya se ha indicado, una de las claves esenciales para
evitar que las repeticiones del árbol genealógico tengan influencia
en nuestra vida es ser conscientes de estas repeticiones. El hecho
de verlas, de subrayarlas, es un acto curativo de enormes
consecuencias para ti y para tus descendientes.
Así que toma tu genograma y comienza a analizarlo con
detenimiento. Presta especial atención a las siguientes
repeticiones:
Los nombres, que ya habrás analizado en el ejercicio
anterior.
Las edades en que se producen determinados hechos
traumáticos, como por ejemplo, accidentes, pérdida
inesperada de seres queridos, ruina económica o
encarcelamiento, por citar algunas posibilidades.
Fechas del año en que se producen acontecimientos
importantes, como nacimientos, muertes, etcétera.
Vidas paralelas, que nunca serán idénticas, pero sí muy
similares entre sí. Por ejemplo, el abuelo que emigra y
retorna al país natal a buscar esposa, y el nieto que emigra,
pero que permanece soltero por no haber podido realizar
ese viaje de vuelta.
Repetición en el número y el sexo de los hijos.
Cualquier otro paralelismo que puedas ver en tu genograma.
Anota en tu cuaderno todas las repeticiones que veas o intuyas
entre personas o niveles genealógicos. Escribe tus impresiones al
respeto, sin establecer ningún juicio sobre ellas. Simplemente
anota con la mayor ecuanimidad qué es lo que ves como similar
entre las personas del clan.
Cuando hayas terminado el ejercicio deja espacio para
nuevas ideas o nuevos datos que puedan surgir en el curso de los
próximos días y semanas.
No es necesario hacer más.
Ejemplo. Vincent Van Gogh
La historia de Vincent Van Gogh, conocido por su genialidad,
pero también por los trastornos mentales que le llevaron al
suicidio a los 37 años de edad es relevante en cuanto a las
repeticiones fatales dentro del clan. Analizado desde una
perspectiva psicogenealógica, observamos que en la familia Van
Gogh, los nombres de cada miembro del clan aparecen repetidos
en todas las generaciones, con variaciones de género o con
pequeños cambios morfológicos.
Por ejemplo, el nombre de Vincent fue utilizado para designar
nada menos que a dos hermanos del artista. El primero murió al
nacer un 30 de marzo. Justo un año después, el mismo 30 de
marzo, nació Vincent Willem, que pasaría a la historia por su
genio en la pintura. Esta repetición en la fecha de nacimiento y en
el nombre se puede considerar un síndrome del aniversario en
toda regla. No cabe duda de que este hecho produjo un
profundo impacto en la mente del joven Vincent, que siendo niño
podía observar la tumba de su hermano mayor, llamado como él.
El tercero de los hermanos en llevar este nombre fue el pequeño
de la familia, Cornelius Vincent, denominado “Cor” por la familia.
Las repeticiones son múltiples en todos los niveles genealógicos
de la familia. La madre, Anna Cornelia, tiene una hermana
llamada Cornelia. A su vez, una de las hijas se llama Anna
Cornelia, y uno de sus hijos, del que acabamos de hablar, fue
Cornelius Vincent. Pero es que uno de los hermanos de
Theodorus, su padre, se llama Cornelis. Por otro lado, Theodorus
tiene dos hermanos denominados Vincent y Willem, mientras que
Anna Cornelia tiene una hermana llamada Willemina. Como ya
hemos visto, Vincent, Willem y Wilhelmina son nombres que se
repiten entre los hijos del matrimonio.
Analizar las repeticiones de nombres y los matrimonios
incestuosos entre las dos familias (uniones entre cuñados) sería
muy prolijo y es una tarea que sale por completo fuera del
alcance de este libro, pero al menos debe quedar constancia que
el árbol familiar de los Van Gogh contiene todo tipo de
duplicidades y triplicidades en cuanto a nombres, así como
conexiones que, desde el punto de vista psicogenealógico, no son
nada recomendables.
Durante toda su vida, Vincent estuvo muy unido a su hermano
Theo, quien se ocupó de intentar vender algunos de sus cuadros
y, aun siendo el hermano menor, actuó como su mentor. Estas
conexiones aparecen reflejadas en el Átomo Personal que se
mostró en la Fig. 7.
Figura 8. Genograma de Vincent Van Gogh
Los huecos del genograma
Tan importante como lo que es visible en el árbol genealógico,
es todo aquello que no aparece reflejado en el mismo, pero se
puede intuir. Estos espacios vacíos, que causan extrañeza en
cuanto uno repara en ellos, son lo que podemos denominar los
“huecos informativos” del genograma. A diferencia de los
secretos, que analizaremos más adelante, muchas veces los
huecos informativos no están causados por ningún intento de
silenciar algo que haya sucedido. Simplemente hay cosas que se
olvidan o en las que nadie parece reparar, hasta que una
generación posterior se pregunta qué es lo que ha sucedido en
ese espacio en el que debería haber algo, o alguien, y no lo hay.
Algunos ejemplos de huecos generacionales podrían ser los
siguientes.
Un hombre contrae matrimonio a una edad avanzada para los
usos de la época y no se le conoce ninguna relación antes del
matrimonio. Excepto en aquellos casos en que haya una buena
razón para este vacío, como por ejemplo una enfermedad
prolongada, una carrera eclesiástica, o cuestiones similares, es
difícil creer que no haya existido alguna relación sentimental
previa al noviazgo y matrimonio conocidos. Esto puede ser válido
también para las mujeres, con la salvedad de que no en todas las
épocas se ha admitido fácilmente que las mujeres tengan diversas
relaciones a lo largo de su vida.
Una pareja tiene varios hijos con una periodicidad de 2 ó 3
años entre los nacimientos, pero uno de los hijos nace con una
diferencia en años muy superior a la de los otros. Se puede intuir
que en ese espacio de tiempo ocurrió algo que pudo afectar a la
familia, un aborto no reconocido, un distanciamiento sentimental
entre los padres o un período de duelo por la muerte de un ser
querido. Sería importante aquí estudiar qué ocurrió en esa época,
para lo que puede ser interesante hacer uso del cronograma
familiar. Si en el período de tiempo en que no hubo nacimientos
se dio algún acontecimiento doloroso, es probable que esté aquí
la causa del vacío. Tampoco se puede descartar una somera
investigación histórica, puesto que en ese ciclo pudo darse algún
acontecimiento social de especial virulencia, como el inicio de
una guerra o una catástrofe natural que tuviera resonancia en la
familia.
Existe un antepasado directo sobre el que prácticamente no
hay información. Esto nos debería hacer sospechar, ya que
incluso aquellas personas que mueren a una edad temprana
dejan un hueco en el sistema familiar. Si por ejemplo, no se
dispone de casi ninguna información acerca de un abuelo,
podemos intuir la presencia de un secreto familiar originado por
algún acto de esa persona.
Sólo existe información detallada de los hombres del sistema,
o bien de las mujeres, de manera que uno de los sexos parece
estar rodeado de una nebulosa. Este silencio sólo puede deberse
a que se ha restado importancia a las personas de ese sexo, de
manera que se les quiere mostrar como irrelevantes.
Dentro del sistema, las personas de un sexo determinado están
adornadas con adjetivos similares. Como no es posible que todos
los hombres o todas las mujeres de una familia tengan las mismas
características, quizás nos encontremos aquí con un intento de
enmascarar las características de un miembro concreto de la
familia, sumergiéndolo en una constelación de adjetivos comunes
que no quieren decir nada.
Existen referencias vagas o estereotipadas con respecto a
algunos miembros del sistema. Por ejemplo, la información que
recabamos acerca de los padres de una persona es que eran
“buenos padres”, sin ningún matiz añadido. En casos como estos
cabe preguntarse si no hay un enmascaramiento de la realidad.
Por otro lado, hay huecos en el árbol que tienen su lógica,
como por ejemplo, que falte información sobre un pariente lateral
que emigró y del que no se volvió a tener noticias. En estos casos,
es razonable pensar que no ha habido un deseo de ocultar
información, sino una imposibilidad material.
Como norma general, siempre que aparece un hueco en el
árbol, hay que cuestionarse qué es lo que falta en ese lugar. Si
existe el espacio vacío de información, es por un buen motivo que
conviene conocer. A ese propósito dedicaremos el siguiente
ejercicio práctico.
Como se ha indicado, también puede existir un hueco de
información relacionado con acontecimientos sociales que tengan
alguna relación con la familia. Para esto es conveniente repasar
la columna social del cronograma que has elaborado. Así, te
puedes cuestionar si en ese tiempo hay alguna situación de origen
social que haya podido dañar a tu familia, creando un hueco
genealógico que tendrá efecto en la historia del clan. Por
ejemplo, una guerra puede provocar un gran sufrimiento en las
personas, con la participación en hechos que deban ser
silenciados, tales como crímenes, apropiaciones de tierras o
bienes, agresiones sexuales, y un largo etcétera.
Ejercicio Práctico. Conociendo a
las generaciones del pasado
(reflexión)
A la hora de investigar en el pasado familiar, antes o después
nos encontraremos con un límite que nos impide viajar más atrás
en el tiempo. Esto es lógico si tenemos en cuenta que es casi
imposible, para cualquier familia, rastrear sus orígenes más allá
de unas ciertas fechas. La memoria del clan sólo alcanza a la
generación de los bisabuelos o los tatarabuelos, y los registros
oficiales tampoco dan mucha información acerca de los
nacimientos habidos en tiempos remotos.
Solamente aquellas personas que tienen un pasado familiar
que puede rastrearse en los libros de historia, o que pertenecen a
la aristocracia, suelen tener un registro extenso de su familia que
se extiende por espacio de siglos. La nobleza, así como las
familias reales, necesitan contar con estos registros, puesto que su
legitimidad se basa precisamente en la capacidad que tengan de
dibujar su árbol genealógico hacia el pasado más remoto.
El resto de las personas, es decir, la inmensa mayoría de los
individuos, tenemos que conformarnos con una cantidad de
información mucho menor, y más cercana en el tiempo.
Ahora bien, existe la posibilidad de viajar al pasado familiar
de manera que podamos acceder a algo de información acerca
de cómo pudo ser la vida de nuestros antepasados. Para ello
tenemos que armarnos de libros de historia y hacer algunos
simples cálculos matemáticos.
Cada generación humana tiene una duración de
aproximadamente 30 años. Esto quiere decir que una persona
que nace en un momento determinado, alcanza la plenitud vital
en torno a los treinta años de edad. Probablemente unos pocos
años antes de esa edad ya habrá contraído matrimonio y en el
comienzo de la treintena va a tener a sus hijos.
Con esta cifra en mente, podemos viajar hacia atrás en el
tiempo de treinta en treinta años para ir desarrollando todas las
posibles generaciones de nuestra familia. Está claro que no
podremos obtener información concreta de nuestra familia por
este medio, pero sí un acercamiento a cómo era el mundo que le
tocó vivir a cada generación del clan.
De este modo, vamos a suponer que el registro más antiguo
que puedes rastrear es el de un antepasado que nació en 1890.
Si restas treinta años a esta cifra, sabremos que sus padres
nacieron en torno a 1860. Evidentemente, puede ser que
nacieran cinco años antes o cinco después, puesto que la regla
de los treinta años es sólo un promedio y hay personas que tienen
descendencia a una edad muy temprana y otros, en su madurez.
Pero vamos a tomar el año de 1860 como una fecha probable.
Si quieres conocer cuándo nacieron los antepasados de esa
generación de 1860, restas otros 30 años y llegas a la fecha de
1830, y si quieres seguir hacia atrás en el tiempo, tenemos 1800,
1770, 1740, etcétera.
Pues bien, a continuación puedes escribir en un cuaderno
todas las fechas que consideres oportunas, aunque te recomiendo
que no vayas más atrás de un siglo o dos para no complicar
demasiado el análisis.
El siguiente paso consiste en conocer qué estaba sucediendo
aproximadamente en esas fechas en el lugar donde vivían esas
personas. Para ello hay que recurrir a los libros de historia y ver
cómo era la vida de las personas en esos momentos. Como
recomendación general, evita interesarte por los grandes
acontecimientos de la política, puesto que éstos no suelen tener
una influencia directa en la vida de las personas. Evita también
aquellos asuntos que no estén relacionados con el país o la región
de tus antepasados, puesto que en el pasado, los sucesos
acaecidos en lugares lejanos tenían poca o ninguna influencia en
la existencia de las personas comunes.
Estudia los libros de historia y analiza qué acontecimientos
sociales se dieron en aquel tiempo en el país o en la región de
origen de tus antepasados. ¿Hubo alguna guerra, conflicto,
epidemia o catástrofe natural? ¿Cómo crees que pudo influir en
ellos?
¿Cómo era la vida material en esa época? ¿Era un tiempo de
cierta prosperidad o en cambio predominaba la pobreza? ¿Fue
una época de emigración?
¿Cómo eran las costumbres? ¿Eran épocas de represión o en
cambio había cierta libertad? ¿Cuál era el papel de la religión en
la vida de las personas?
Este análisis como puedes ver, es muy extenso y te puede
llevar muy lejos. No es algo para realizar en un solo día. Pero si
te atreves a afrontarlo, puedes descubrir claves muy interesantes
que tendrán que ver con el desarrollo de tu sistema familiar.
Conversaciones en voz baja. Los
secretos de familia
Los secretos de familia son, sin lugar a dudas, uno de los
elementos más tóxicos que se pueden extender en el terreno
generacional. Los secretos crean alrededor un espacio de silencio
culpable que, como veremos, se extiende como una mancha a
través del tiempo con consecuencias nada positivas.
Conviene dejar claro, antes de entrar de lleno en el terreno de
los secretos familiares, que no todos los silencios son negativos.
De hecho, algunos secretos son necesarios, sobre todo en
aquellos temas que se relacionan con la propia intimidad o con
cuestiones que uno conoce de manera confidencial. El secreto es
así una especie de “habitación personal”, donde se almacenan
recuerdos o ideas que sólo nos pertenecen a nosotros mismos, o
bien todo aquel conocimiento que alguien nos ha confiado para
su custodia.
El secreto personal nos ayuda a diferenciar lo que es propio
de aquello que compartimos con los demás, y es por tanto un
estímulo a la creación de una conciencia individual. A fin de
cuentas, yo soy “yo” por todo lo que me diferencia de lo que “no
soy yo”. De manera que los secretos que guardamos en nuestra
intimidad son una parte esencial que delimita nuestras fronteras
psíquicas y emocionales.
Del mismo modo que hay espacios físicos en los que nos gusta
guardar la intimidad, y no compartimos nuestros actos íntimos con
cualquiera, el espacio íntimo de los secretos nos otorga una
sensación de necesaria seguridad. Podemos descansar sobre
nuestros secretos, y cuando los compartimos con alguien, lo
hacemos con la confianza de que serán guardados con el mismo
celo con que los hemos conservado en nuestro interior.
Ahora bien, a la hora de hablar de los secretos en el ámbito
familiar y transgeneracional, entramos en un terreno algo más
complejo. Sobre todo cuando se intenta mantener oculta una
información que es precisa para los demás miembros del clan, o
para las generaciones venideras.
Hay que entender que todo ser humano tiene derecho a
conocer la historia de su familia, puesto que como ya hemos visto,
hay muchos acontecimientos dolorosos que se repiten en diversas
generaciones precisamente por la falta de conocimiento de esos
hechos. Así, si el abuelo materno es una persona de la que nadie
habla porque ingresó en prisión y fue repudiado por su familia,
tenemos derecho a conocer esa historia, que no es en ningún
modo íntima, sino que tiene un componente público evidente. El
hecho de que se intente mantener oculto ese pasaje del relato
familiar no es en ningún modo beneficioso para nadie. No lo es
para la memoria del abuelo, ya que se le está privando de su
historia vital, y tampoco para sus descendientes, que ignorantes
de la misma en el plano consciente, pueden muy bien repetirla de
un modo inconsciente.
Porque esta es una de las claves esenciales de los secretos
familiares. La historia de la familia se articula en dos estratos
diferentes. Una parte tiene que ver con el relato consciente, con
todo aquello que hemos escuchado, con lo que nos han querido
contar. Pero existe otra parte, oculta, que es el relato inconsciente,
que se transmite no a través de las palabras, sino de los silencios
y los sobreentendidos. Y para una correcta comprensión de lo que
significa la transmisión generacional es preciso entender que
ambos relatos coexisten en la conciencia de todos los miembros
del clan. Precisamente lo oculto, lo no-dicho, es lo que acaba
teniendo más fuerza en el destino de las personas.
Pero ¿cuál es el origen de estos secretos familiares? ¿Por qué
algunos acontecimientos se intentan mantener ocultos mientras
que otros son revelados abiertamente?
Para comprender esto hay que señalar que los secretos son
tanto más estrictos cuanto más rígido es el sistema familiar, y que
es precisamente en las familias más flexibles donde queda menos
espacio para el desarrollo de estas estructuras tóxicas.
Un sistema familiar rígido se caracteriza por tener unas
normas muy marcadas, generalmente establecidas firmemente
dentro del sistema moral de la sociedad en la que vive.
Determinadas ideologías políticas o religiosas pueden ser
favorables a esta rigidez moral, pero no siempre es así. Hay
familias estructuras en torno al concepto del “honor”, que no
tienen una ideología definida, pero que pueden actuar con
especial virulencia ante aquellos individuos que rompen las
reglas, condenándolos al silencio y al olvido generacional.
Los acontecimientos que suelen generar secretos
generacionales suelen estar relacionados con uno o más de uno
de estos temas:
La muerte culpable, sea a destiempo, provocada, por
causa de un crimen, un suicidio, la muerte de un familiar por
desatención, un accidente que se pudo evitar, etcétera.
La sexualidad, a través de actos considerados inmorales o
ilegales, como la corrupción de un menor, violaciones
sufridas o cometidas, también los hijos ilegítimos, el
embarazo adolescente, el aborto, usar servicios de prostitutas
o prostituirse, también conflictos relacionados con la
identidad sexual, homosexualidad oculta, etcétera.
El dinero, sea por robo, apropiación de los bienes que han
sido confiados al cuidado de la persona, mala gestión de un
negocio familiar, etcétera.
Aun cuando algunos de los temas que acabamos de
mencionar son ilegales, es evidente que hay otros que
probablemente no lo sean. Pero aquí, hay que dejarlo claro, no
hablamos de la moral social ni de la ley, sino de aquello que la
familia considera reprobable a partir de sus códigos internos.
De manera típica, el secreto familiar se desarrolla a lo largo
de tres o más escalones generacionales del siguiente modo:
En la primera generación se produce el hecho ignominioso,
que por supuesto, acaba siendo conocido por las personas
adultas del sistema. Por ejemplo, la familia descubre que uno
de sus miembros está robando dinero de la empresa familiar
hasta llevarla casi a la ruina y que el dinero hurtado se
emplea para sostener a una amante.
Tras el consiguiente escándalo, la segunda generación, es
decir, los hijos de la anterior, conocedora de los hechos,
decide mantenerlos en secreto. Aquí se extiende la culpa
como una mancha común, y se emplea el silencio para
intentar ocultarla.
La tercera generación, que no había nacido cuando se
produjeron los hechos iniciales, es ignorante de lo sucedido.
Pero en todas las conversaciones en que surge el abuelo, se
extiende un silencio culpable entre los miembros de la
segunda generación. En otras palabras, el abuelo es alguien
de “quien no se habla”.
En las generaciones siguientes, el acontecimiento es un
“impensable”, algo que está en un profundo agujero negro
en el que ni siquiera se es consciente de que hay un secreto.
Ya no es algo de lo que no se habla, algo que es molesto
pero que existe, ahora es algo que simplemente parece no
existir aunque flote en el aire. Es en estas generaciones
donde surgen los síntomas más dolorosos.
Este silencio es siempre sospechoso, puesto que lo “no-dicho”
es tan importante para la conciencia como aquello que se dice.
Así que si se habla abiertamente de otros antepasados más
“honorables”, ¿por qué en la familia no se habla de algunas
personas? Desafortunadamente, cuanto más oculto está el secreto,
tanto más evidente es para todos su existencia.
A partir de aquí, este silencio, que surge a partir del secreto,
se extiende entre los descendientes como una mancha extraña, a
la que nadie se refiere, pero que está sobrevolando la
convivencia familiar en todo momento. El secreto antes o después
se manifestará en forma de violencia, tristeza crónica, culpa o
conflicto posterior, como veremos en el siguiente capítulo.
Las consecuencias del secreto
familiar
Existe una ley transgeneracional que dicta que “todo aquello
que no se conoce de la historia familiar, se repite”. El porqué de
esta aseveración, refrendada continuamente en la práctica, es en
el fondo un enigma. Lo más probable es que todo lo que no se
conoce conscientemente sí que se conozca a un nivel
inconsciente. Y también es bastante probable que todo lo que es
rechazado por la conciencia, pero conocido a un nivel profundo,
necesite ser reivindicado, sacado a la luz, reconocido.
De este modo, la única manera de salir de la pesadilla de la
repetición generacional consiste en arrojar luz sobre todo aquello
que está oculto, sobre todo aquello que una parte del sistema
familiar ha decidido mantener en una zona de sombra.
Los secretos familiares son la zona de sombra por excelencia
dentro de la conciencia familiar. Siguiendo el símil empleado por
algunos autores, podemos decir que en la conciencia de la familia
hay una zona que actúa como una cripta oscura, un calabozo en
el que habitan los fantasmas ocultos de la familia. Estos
fantasmas, que no se resignan al olvido al que se les quiere
obligar, gritan su dolor en forma de enfermedades, accidentes
aparentemente inevitables y repeticiones nefastas de todo tipo.
Todo aquello que es “cripta” en una generación, se vuelve
“fantasma” en la siguiente. En otras palabras, lo que una
generación esconde, la siguiente lo vive como algo amenazante,
desconocido y carente de forma definida.
Las consecuencias de mantener un secreto son nefastas para
todos aquellos que, aun reconociendo la existencia de una zona
de sombra en su relato familiar, ignoran qué puede ocultarse
detrás de todo lo “no-dicho”. Los fantasmas familiares crean en
las personas que han de vivir con ellos, una situación de ira y de
miedo que estalla con violencia en todo tipo de síntomas.
La zona oscura donde habitan los fantasmas ocultos del
pasado es un lugar excelente que funciona como un vertedero de
todo lo que no se puede admitir o expresar acerca de uno mismo.
De este modo, el individuo hace suyo el territorio gris de la
familia, creando lugares donde esconder sus propios secretos
inconfesables, sus miedos, sus manías y sus obsesiones. Al fin,
esto desemboca en una dualidad dentro de la persona, con la
sensación de que en ella existe un yo oculto que florece en un
entorno de culpabilidad.
El efecto práctico de esta dualidad puede ser tanto más grave
cuanto más perturbador sea el secreto. Por ejemplo, dudas sobre
la filiación de un antepasado llevan a algunos de sus
descendientes a tener la misma preocupación sobre su origen.
Así, la persona que sufre el efecto de un antiguo secreto familiar
puede sentir que no es hijo de sus padres, que de alguna manera
debe haber sido adoptado o de que su padre no es quien le han
dicho que es. Aun cuando esta sospecha sea totalmente
infundada, la sensación de “no pertenecer” se hace muy
poderosa en la persona, que intentará durante toda su vida remar
a contracorriente, haciendo todo lo contrario de lo que se espera
de ella, y con una perpetua sensación de fracaso.
En los niños, la existencia de un secreto familiar se manifiesta
de formas diversas, a través de miedos irracionales (por ejemplo,
a través de temores acerca de fantasmas o monstruos),
dificultades en el aprendizaje, aislamiento con respecto a otros
niños, escasa confianza en los adultos. En casos más severos se
manifiesta en problemas como el autismo, hiperactividad o incluso
psicosis.
En la adolescencia, el peso de los secretos familiares es aún
más poderoso y se puede relacionar con brotes de esquizofrenia,
toxicomanía o delincuencia. Suele actuar también a través de
males como la depresión y se puede vincular con algunos casos
de suicidio.
Como efecto colateral, se suele observar un incremento de la
energía y el deseo sexual que se da en los descendientes en el
momento preciso en el momento en que fallece la persona que ha
iniciado el secreto. De algún modo, la energía de la vida,
contenida por el afán de mantener el secreto, se abre paso de un
modo torrencial cuando el objeto de ese secreto deja de estar
presente.
Este hecho, que en muchos casos se vive de un modo
culpable, se constata una y otra vez cuando en un sistema se
emplea una gran energía en mantener oculto un secreto. A fin de
cuentas, la energía que anima a los sistemas humanos, es la
energía vital o “libido” en términos psicoanalíticos. Es una fuerza
que se relaciona con la sexualidad, la creatividad o simplemente
con la capacidad de disfrutar de la existencia. Esa energía,
constreñida por los secretos familiares, se abre de un modo
sorprendente en los momentos de duelo, para volver a cerrarse
rápidamente si el secreto no se revela. A este fenómeno se la ha
denominado la “fiesta maníaca”, por su breve duración y su
sorprendente carga energética.
Pero si mantener el secreto tiene un coste tan alto, ¿por qué en
muchas familias se opta por seguir manteniéndolo oculto? ¿Por
qué no se hace un esfuerzo por desvelarlo?
La ocultación de un secreto en el seno de la familia se
relaciona directamente con la necesidad de mantener la fidelidad
al grupo. Esa forma de vinculación, aunque sea nociva para
todos, se resiste tercamente a cualquier intento de desvelamiento.
Es una ley del silencio que incumbe a todos y que, de algún
modo, les revela como miembros devotos del colectivo.
En el fondo, a nivel inconsciente, todos queremos ser el buen
hijo que mantiene la estructura del clan. Así que siempre son una
minoría aquellos que se atreven a romper las normas, ya que
hacerlo tiene un coste muy elevado.
Ahora bien, tan cierto como que existe un secreto es que junto
a él siempre se genera la necesidad imperiosa de revelarlo, de
reconocerlo, de poner luz sobre él. No todos los miembros del
sistema cooperan para que el secreto sea ocultado, sino que
algunos, a veces de manera aparentemente casual, abren las
puertas para que el secreto sea revelado. Un simple comentario,
un gesto, o un sobreentendido, dan lugar a que seamos
conscientes de aquello que se ha venido ocultando. Esta apertura
de ojos acaba con la inocencia de la persona que desconoce el
origen del secreto, y lo hace de un modo que puede ser
sorprendente o traumático. Es por este motivo, por la sorpresa que
lleva a que la persona que desvela el secreto exclame: “no me
digas que no lo sabías”, lo que hace que muchas veces, ella
misma se vuelva atrás e intente de nuevo esconder el secreto o
minimizarlo.
En todo caso, una vez que el secreto ha sido revelado, ya no
hay vuelta atrás. Conocer un secreto implica perder la inocencia
de una vez y para siempre. A partir de ese momento, no se puede
mirar a la historia familiar, ni a alguno de los miembros del clan,
del mismo modo.
Pero por doloroso o desconcertante que pueda ser el hecho,
conocer el secreto es algo necesario, imprescindible para poder
entender la dinámica real del sistema familiar. Ese desvelamiento
nos ayuda a comprender muchas de las cosas que se presentan
como un enigma, y sobre todo, representa el primer paso para
soltar algunas cargas hereditarias que desconocíamos.
Por ejemplo, saber que una abuela dejó morir a dos de sus
hijos de hambre en un contexto de guerra para conseguir que los
demás salieran adelante, nos ayuda a entender por qué su nieta,
perfectamente sana, ha tenido dos abortos naturales y teme no
poder quedarse embarazada. O bien saber que un antepasado
fue encarcelado de manera injusta nos permite entender por qué
una persona de la generación actual ha tenido que hacer frente a
una acusación falsa que le llevó a la cárcel.
Ciertamente, como vemos en el último de estos casos reales, el
conocimiento no siempre es sanador, sobre todo cuando el
secreto familiar es conocido en un momento en que ya no hay
remedio para el mal causado. Pero en otras ocasiones, aún
estamos a tiempo de solucionar algunos nudos generacionales
que pueden estar actuando sobre nosotros.
Así, la mujer del primer ejemplo, al conocer el destino de su
abuela, pudo al fin tener descendencia, pero en el segundo
ejemplo, el mal ya está hecho, y el hombre ya ha sufrido un
encarcelamiento injusto. Ahora bien, cabe preguntarse qué
hubiera sucedido si ese conocimiento le hubiera llegado antes de
los hechos que le llevaron a la cárcel. ¿Hubiera cambiado su
destino? Basándome en otros casos, mi opinión es que sí.
Acceder al secreto familiar tiene un efecto preventivo muy
importante, puesto que evita caer en las repeticiones del árbol
genealógico. Además, cada vez que un secreto sale a la luz, se
despeja una parte de la cripta interior donde habitan los
fantasmas oscuros del pasado. Sacar lo oculto a la luz, permite
reunificar la conciencia, ayudando a la persona a escapar de las
dualidades nocivas y los sentimientos de disgregación interior que
azotan a los herederos del secreto.
Cuándo y cómo desvelar un
secreto propio
Una vez que se conoce la toxicidad de los secretos familiares,
es evidente que no podemos ser nosotros mismos los creadores o
los mantenedores de secretos que puedan afectar a otros
miembros del sistema. Esto es especialmente importante para las
personas que tienen descendencia, puesto que el efecto de los
secretos sobre las generaciones posteriores es, como ya hemos
visto, muy peligroso.
Si uno mismo es portador de un secreto que debe ser
expresado, es conveniente sacarlo a la luz, mostrarlo, de manera
que sea escuchado por todos aquellos miembros del sistema que
deban conocerlo.
Ahora bien, a la hora de mostrar los secretos propios hay que
tener en cuenta varias cuestiones. La primera es diferenciar qué
secretos deben ser revelados y cuáles es mejor dejar ocultos. Por
regla general, todo aquello que pertenece a la esfera de los
pensamientos y sentimientos íntimos, puede permanecer en
secreto sin mayores consecuencias. Ahora bien, cuando salimos
del recinto privado de nuestra mente y entramos en el terreno de
todo aquello que hemos hecho, es decir, cuando se trata del
resultado de nuestros actos, empezamos a entrar en un territorio
que quizás no deba permanecer oculto.
Por otra parte, si uno mismo es el conocedor del secreto de un
familiar referente a otra persona y su protagonista ha fallecido o,
estando vivo, nos da permiso para ello, podemos comunicar su
secreto con toda libertad.
La segunda cuestión a considerar es cuándo es el mejor
momento para revelar dicho asunto. Un secreto sólo debería ser
revelado en el contexto adecuado, cuando las personas que han
de recibir la información están preparadas para ello. Por ese
motivo, si son los hijos quienes deben ser partícipes del mismo, es
adecuado esperar a la edad correcta en la que puedan entender
lo sucedido con claridad y sin que les provoque ningún trauma.
Hay pocas cosas peores que expresar algo difícil de asumir a
alguien que no está preparado para recibirlo y entenderlo. Esta
verdad, que se aplica en cualquier ámbito relacional, es
especialmente importante cuando estamos tratando con personas
que aún no están maduras. Los niños requieren una protección
especial, que les mantenga protegidos de aquellos asuntos que no
están preparados para comprender.
La tercera cuestión consiste en la forma de revelar el secreto.
En este ámbito, y dando por sentado que la persona está
preparada para entender y asumir el material que se va a
exponer ante ella, la mejor forma de explicar la cuestión es
hacerlo de un modo simple y directo.
En cualquier caso, es importante evitar, tanto como sea
posible, entrar en calificativos morales o en juicios exagerados. Si
el hecho que ha motivado el secreto es un acto ilegal o éticamente
reprobable, es adecuado hacer una indicación en este sentido,
pero tampoco sería recomendable cargar las tintas ni exagerar
los condicionantes morales.
Un ejemplo de lo anterior podría ser el siguiente. Por ejemplo,
un padre podría decirle a su hijo: “Cuando tenía más o menos tu
edad, tuve problemas con la ley. Andaba con malas compañías y
cometí algunos pequeños robos, hasta que me pillaron y mis
padres tuvieron que pagar una multa. Nunca te lo he contado
porque consideré que no era el momento. Pero el momento ha
llegado. Fue una experiencia de la que aprendí mucho. Ver llorar
a mi madre me hizo reflexionar y darme cuenta de que iba por
mal camino. Así que a partir de ese momento cambié de actitud y
nunca más volví a meterme en problemas. Cuando haces algo
mal no sólo te dañas a ti mismo, sino que haces sufrir a las
personas que te quieren.”
Ejercicio Práctico. Estrategias
alternativas para revelar un
secreto (psicomagia)
En el caso de que resulte muy difícil revelar un secreto de
forma oral, podemos optar por contarlo a través de una carta. De
este modo se hace mucho más llevadero contar la verdad. Por
otra parte, la persona que lee la carta tiene más tiempo para
reflexionar sobre lo que se le está revelando y no se siente en la
obligación de dar una respuesta o de hacer un comentario
inmediato.
Una forma de contar una historia familiar complicada a un
menor consiste en darle forma de cuento. De hecho, los cuentos
populares están llenos de historias, que desde tiempos remotos se
han utilizado para educar a los niños y revelarles, de un modo
asequible para ellos, ciertas verdades de la existencia. El cuento
es también es un buen medio para suavizar el tono emocional de
una historia que quizás nos resulta demasiado complicada de
explicar.
Como es lógico, el cuento sólo se puede utilizar si tenemos
costumbre de contar relatos a los menores. En medio de otras
historias, un relato familiar, convenientemente adornado, entra
con facilidad en la conciencia de los infantes sin que les produzca
demasiada extrañeza. A partir de ese momento, es preciso
confiar en que la mente inconsciente del niño hará el resto del
trabajo, ya que el contenido será accesible a su conciencia poco
a poco, a medida que su mente vaya madurando.
Si aun así resulta demasiado difícil revelar el secreto, podemos
llevar a cabo un acto postrero que consiste en dejarlo escrito en
algún documento que sólo será abierto después de nuestro
fallecimiento. De este modo, se evita cualquier malestar propio, al
tiempo que se ayuda a que el asunto sea conocido por todos. Un
ejemplo claro de este uso se observa en la famosa película “Los
Puentes de Madison”.
En todo caso, sea cual sea el medio que usemos para revelar
un secreto, es esencial tener en cuenta que la persona que recibe
esa información debe estar preparada para ello. En caso
contrario, se hace más daño que bien.
Ejercicio Práctico. Descubriendo
el secreto familiar oculto
(reflexión)
Existe un medio muy práctico para descubrir un secreto
familiar cuya presencia intuimos pero a cuyo corazón no parece
fácil llegar, bien sea porque las personas conocedoras mantienen
su hermetismo, bien porque estas personas hayan fallecido y no
haya forma de acceder a esa información.
Lo importante aquí es reconocer los efectos del secreto, es
decir, qué es lo que sucede en el sistema, y a partir de ahí,
intentar reconocer cuál puede ser el origen. Es decir, si un hecho
“A”, sucedido en una generación concreta, provoca un
acontecimiento “B” en una generación posterior, ¿por qué no
intentar el camino contrario, desde “B” hacia “A”? En otras
palabras, si una causa provoca un efecto, ¿por qué no,
conociendo el efecto, intentar averiguar cuál es la causa más
probable que lo ha provocado?
De este modo, sería posible rellenar los huecos en el árbol
genealógico a partir de los hechos que observamos en las
generaciones posteriores a ese espacio vacío. Conociendo como
conocemos las posibles consecuencias de los diversos conflictos
que se dan en el seno de una familia, podemos hacer el camino
inverso y estimar el origen más probable del problema.
Por ejemplo, supongamos que una persona tiene tendencia a
la dualidad sentimental, viviendo relaciones donde parece que
siempre aparece algún amante que viene a enturbiar sus vínculos
emocionales establecidos ¿acaso no estará repitiendo algún
patrón que se ha mantenido en secreto en la generación de sus
padres o abuelos? Es decir, la consecuencia nos puede dar una
buena pista acerca de la causa probable.
Para realizar este ejercicio es importante aprender a confiar
no sólo en el conocimiento adquirido hasta ahora, sino que hay
que dejar un cierto espacio para la intuición.
Si piensas que hay un secreto familiar que puede estar
influyendo en un comportamiento o problema que tienes en tu
vida, es tiempo de pensar cuál puede ser ese secreto. Ten en
cuenta por ejemplo las repeticiones familiares y la posible
influencia en lo que está sucediendo en el presente. Si no hay una
repetición evidente y conocida ¿acaso puede haber quedado
escondida en el secreto?
En el caso de que no seas capaz de encontrar un origen
posible, tanto a través del análisis racional como desde el punto
de vista intuitivo, no te preocupes. Simplemente anota tus
impresiones y permite que en los próximos días te puedan llegar
las respuestas que necesitas.
Ten en cuenta que cuando se descubre la causa de un secreto
familiar, algo simplemente hace “clic” en su lugar. Es como situar
la pieza final de un rompecabezas, que nos permite ver la
imagen completa que hemos ido creando poco a poco. Lo que es
verdadero se siente como tal.
Además, descubrir o intuir el secreto familiar tiene
implicaciones muy importantes en tu vida, ya que desde el
momento en que el origen del secreto se hace evidente para ti,
todo empieza a fluir y tu vida comienza a cambiar de un modo
sorprendente y casi mágico. Por ejemplo, la persona que vivía
relaciones duales puede entender que alguno de sus antepasados
tuvo un amante y que ella solamente está repitiendo el patrón,
oculto por la vergüenza familiar. Darse cuenta de esto ya es
sanador, y puede suceder que la situación sentimental se aclare
por sí sola y que el problema no se vuelva a repetir en su vida
posterior.
Por otro lado, no hay que descartar que en el momento en que
se revela el secreto, es muy probable que “milagrosamente”
aparezcan datos que revelen la verdad y confirmen tus
sospechas. De algún modo, el sistema entiende que ahora se
puede dar a luz todo lo que estaba oculto. Así que puede que
aparezca un documento revelador, o bien que alguna de las
personas conocedoras de la verdad se atreva a hablar. Esto
ocurre en ocasiones sin que tengas que decir nada, sin que pidas
explicaciones. El simple hecho de que indagues en tu interior, de
que abras el espacio a la duda, puede movilizar al sistema para
que los datos ocultos se hagan visibles.
Ahora bien, lo más importante de revelar este secreto no es
sólo el beneficio que trae a nuestra vida, sino a la existencia de
todo el sistema, incluso aunque decidas no revelarlo a nadie. El
sistema encuentra alivio de alguna manera, y esto beneficia
especialmente a las nuevas generaciones, que crecerán libres del
problema. Solamente por eso, merece la pena desvelar todos los
secretos ocultos.
Sangre contaminada. La
vergüenza generacional
En ocasiones, nos encontramos árboles genealógicos que
parecen abocados a la extinción. Familias en las que una
generación completa decide, consciente o inconscientemente, no
reproducirse y acabar con la existencia del clan.
Es evidente que este suicidio generacional no se produce de
manera inmediata, sino que viene precedida por varias
generaciones en las que hay una tasa reproductiva muy baja. En
un árbol frondoso es casi imposible que se produzca un hecho
así, puesto que siempre habrá ramas activas que se reproducirán.
Pero en un árbol esquelético, debilitado durante generaciones, se
puede producir ese corte radical que extingue a la familia y borra
su rastro del mundo.
Ahora bien ¿por qué se produce esta debilidad y esa muerte
final? Personalmente, defino a este problema generacional como
el “síndrome de la sangre contaminada” y lo defino como la
percepción generacional de que existe algo tan negativo en el
propio sistema que provoca un sentimiento generalizado de culpa
y el deseo de no seguir reproduciéndose.
El problema de la sangre contaminada se puede dar tanto por
causa de un incesto genealógico, caso que estudiaremos más
adelante, como por el hecho de que algún antepasado haya
cometido actos terribles, actos que manchan el honor de toda la
familia y hace insuperable portar su mismo apellido. No se trata,
en principio, de un problema biológico o de salud, aunque esto
también puede tener influencia en algunos casos, sino de una
cuestión de conciencia del clan.
Este movimiento de autodestrucción puede parecer algo
extremado o difícil de ver en la realidad, pero es un tema más
común de lo que creemos. A veces, este afán no llega a sus
extremos más autodestructivos, pero se va trasladando de una
generación a la siguiente, sin que termine de exterminar el árbol,
pero debilitándolo de un modo muy evidente.
En verdad, nadie es culpable de los pecados de sus
antepasados, y sólo por una idea errónea de lo que debe ser una
mala conciencia, se puede asumir la carga de los antecesores
como un baldón propio. Aun así, el síndrome de la sangre
contaminada, actúa en muchos sistemas, acelerando su
autodestrucción. La solución en estos casos pasa por reclamar la
propia inocencia ante las faltas de los antepasados, ya que cada
persona que viene al mundo está en principio libre del pecado de
sus progenitores. En segundo lugar, es preciso dar voz a aquellos
que han sido silenciados, e incluso a los malditos, puesto que
ellos forman parte de nuestra historia. Negarles su existencia es,
en gran medida, negar al propio árbol y condenarlo a una lenta
extinción.
Ejercicio Práctico. Dar voz al
excluido (dinámica)
El objetivo de esta dinámica es que aprendas lo que sienten
las personas excluidas del sistema viviéndolo en tu propio cuerpo.
Como se trata de un ejercicio seguro, puedes tener la tranquilidad
de que no tendrá un efecto negativo sobre ti, sino que más bien al
contrario, te ayudará a integrar en tu interior a los individuos que
el sistema ha intentado ignorar o dejar de lado.
Puedes realizar esta práctica con tantos antepasados como
desees, aunque es recomendable que entre una experiencia y la
siguiente dejes pasar unos cuantos días. Las fuerzas que se
pueden evocar con este ejercicio, aunque sanadoras, son
bastante poderosas y deben ser integradas con tiempo y algo de
paciencia.
En esta dinámica necesitarás, como en todas las que se
proponen en este libro, un espacio físico tranquilo, en el que
sientas protección y calma, así como algo de tiempo sin molestias
externas para poder desarrollar la energía que se va a evocar
durante el ejercicio.
Para realizar la práctica deberás evitar vestir cualquier prenda
de ropa que sea molesta, que te apriete o que te impida moverte
con comodidad. Del mismo modo, es recomendable que tengas
tus pies descalzos, aunque si tienes frío, puedes cubrirlos con unos
calcetines gruesos.
Toma al menos dos folios en blanco y escribe en uno de ellos
tu nombre de pila, en grande y con letras mayúsculas. En el
segundo folio, escribe el nombre de pila de la persona en
cuestión, también con letras grandes y mayúsculas. Si lo deseas,
puedes anotar debajo del nombre, su grado de parentesco
contigo, como por ejemplo: “abuela”, “tío” o “hermana”.
Sitúa esos dos folios sobre el suelo, con los nombres boca
arriba y frente a frente, de manera que si dos personas se situaran
sobre ellos se miraran la una a la otra. La distancia entre los
papeles puede ser de uno a dos metros, aproximadamente.
Colócate en primer lugar, de pie sobre el papel donde has
escrito tu nombre. Desde esa posición, observa al papel que está
ubicado frente a ti, con el nombre de tu antepasado. Cuida que
tus brazos no estén cruzados y que tus ojos estén bien abiertos.
Quédate unos minutos en esa posición y observa las sensaciones
de tu cuerpo mientras observas el folio ubicado frente a ti. No
hagas ningún juicio sobre las sensaciones que llegan a tu
conciencia. Si quieres llorar o reír, hazlo. Si quieres enfadarte o
simplemente no sientes nada, también es correcto.
Cuando sientas que es el momento adecuado, haz una breve
inclinación hacia el espacio donde está ese folio ubicado frente a
ti. Esta genuflexión se asemeja al saludo protocolario que se hace
en Oriente y que se basa en una leve inclinación del tronco a
nivel de la cintura. Pon las palmas de tus manos sobre tus rodillas
e inclina la cabeza, así sentirás que la posición es más cómoda.
Pasado un minuto o dos, vuelve a situar tu columna en
posición erguida. A continuación, sitúate de pie sobre el otro
papel, el que representa a la persona excluida del sistema.
Permanece unos instantes en calma, respirando con tranquilidad y
cuidando que tus brazos no se crucen y tus ojos estén bien
abiertos.
Presta atención a tus sensaciones corporales sin realizar
ningún juicio sobre ellas. ¿Cómo te sientes? Observa tu cuerpo
desde los pies hasta la cabeza, deteniéndote en cada parte del
organismo: las piernas, la zona abdominal, el pecho, los brazos y
la cabeza. ¿Dónde sientes molestias, ansiedad, picor, dolor, frío o
calor intenso? No te preocupes por esas sensaciones y
simplemente obsérvalas.
A continuación intenta “sentir” qué tiene que decir esa
persona. Puedes dejar que la expresión surja desde las
sensaciones corporales, o bien puedes intentar expresar lo que
sientes que está en el corazón de ese individuo. Deja que las
palabras afloren a tu mente. Te darás cuenta de cómo,
simplemente con colocarte en su posición, te conectas con esa
persona de un modo que parece mágico. Pronuncia en voz alta
las palabras que surjan, y si no surge ninguna, simplemente
acepta las sensaciones que tienes en tu cuerpo. Tu organismo es
sabio y hará por sí solo el trabajo de sanación.
Cuando hayan pasado unos minutos en esta posición,
abandónala. Vuelve a situarte sobre el papel que lleva tu nombre
e inclinándote ante la posición del antepasado que acabas de
asumir. Dale las gracias en tu corazón o de viva voz. Si lo que ha
surgido en la sesión es muy doloroso, te recomiendo que añadas
la siguiente expresión: “lo siento”, aun cuando tú no seas
responsable del dolor de ese antepasado.
Como esta práctica puede provocar algunas emociones
intensas, te recomiendo que descanses un poco antes de volver a
tus actividades habituales. Si es posible, vete a dar un paseo para
integrar lo que has experimentado, o también puedes darte una
ducha de larga duración. Eso te aliviará.
No olvides anotar todo lo vivido por si deseas reflexionar
sobre ello más adelante.
Para conocer un caso extremo de este síndrome y hasta dónde
puede llegar el deseo de autodestrucción de personas que no
tienen culpa alguna de los males perpetrados por sus
antepasados, deberíamos observar el destino de un apellido
maldito, el apellido Hitler.
Ejemplo. La familia Hitler
Adolf Hitler, pese a haberse convertido en líder de la
Alemania nazi, tiene sus orígenes en una familia de origen
austriaco. Su padre, Alois, era un orgulloso funcionario de
aduanas que contrajo matrimonio en tres ocasiones, siendo Adolf,
uno de los hijos habidos en su tercer matrimonio.
Alois Hitler, el padre de Adolf, era hijo de una madre soltera,
Maria Anna, y fue bautizado con el apellido de su madre,
Schicklgruber, e inscrito como ilegítimo. A los cinco años, su
madre fue a vivir con el viudo Johan Georg Hiedler, del cual tomó
el apellido, modificándolo en Hitler. Se da por sentado que Johan
era su padre biológico, y que su madre le inscribió como ilegítimo
en un momento en el que el padre no podía hacerse cargo de él,
puesto que estaba casado con otra mujer.
Como se ha comentado, Alois contrajo matrimonio en tres
ocasiones. Su primera unión, con Anna Glasl-Hörer, una mujer
mucho mayor que él y de elevada posición económica, no tuvo
descendencia. Estando Anna, enferma, Alois, que contaba 43
años de edad, comenzó una relación extramarital con Franziska
Matzelsberger, de 19.
Al mismo tiempo, Alois contrató como sirvienta a una pariente
lejana suya, Klara Polzl, que era nieta de su tío Johann Nepomuk.
Dado que Anna sospechó de la relación entre ambos, Klara fue
expulsada del hogar de los Hitler. En definitiva, Alois mantuvo
relaciones simultáneas con al menos tres mujeres, las cuales
acabarían siendo sus esposas con el transcurso del tiempo.
En 1882, Alois tuvo un hijo ilegítimo con su amante Franziska,
que recibió también el nombre de Alois, pero que fue bautizado
con el apellido materno. Vemos aquí una repetición de su propia
concepción, puesto que a la muerte de su primera esposa, Alois
se casó con Franziska y otorgó a su hijo su apellido. Como
podemos observar, existe un paralelismo evidente entre esta
situación y la vivida por el propio Alois, quien nació de la
relación entre un hombre casado y una mujer joven y soltera, fue
inscrito como ilegítimo y luego “adoptado” por su padre
biológico, una vez fallecida la primera esposa.
Según todos los testimonios, Alois Hitler era un hombre de mal
temperamento, duro y propenso a la violencia. Su nueva esposa,
Franziska, dio a luz a una nueva hija, Angela, y contrajo una
enfermedad pulmonar. Como consecuencia, Alois dispuso que
fuera enviada a otro hogar, mientras Klara volvía para cuidar a la
enferma y a los hijos de Franziska.
Tras la muerte de Franziska, con apenas 23 años, Klara, que
ya estaba embarazada fruto de su relación con Alois, se convirtió
en la tercera esposa del funcionario. Un detalle interesante es
que, incluso después de casarse, Klara continuó llamando “tío” a
su marido.
Alois y Klara tuvieron seis hijos: Gustav, Ida, Otto, Adolf,
Edmund y Paula. Sólo Adolf y Paula llegaron a la edad adulta,
puesto que los demás niños murieron de diversas enfermedades.
Adolf Hitler siempre estuvo muy unido a su madre, Klara, y la
muerte de ella, cuando él contaba con 22 años de edad, le
provocó una herida de la que nunca se recuperó. En cambio, la
relación entre Adolf y su padre Alois fue siempre muy tensa,
puesto que el progenitor esperaba de él que siguiera su carrera
en la administración pública, mientras que Adolf se sentía atraído
por el arte.
La relación entre Alois y su hijo mayor también fue muy tensa,
y tras una agria discusión, Alois Jr. abandonó el hogar familiar a
los 14 años de edad y huyó a Irlanda. Allí sobrevivió a base de
pequeños robos y acabó casándose con una ciudadana
irlandesa. Tuvo con ella un hijo, llamado William Patrick.
Alois Jr. retornó luego a Alemania, donde se casó con una
ciudadana alemana y tuvo un hijo, Heinrich. Fue procesado por
bigamia, puesto que su primer matrimonio seguía vigente, aunque
fue absuelto gracias a la intervención de su esposa irlandesa. Un
nuevo paralelismo con la historia paterna, en la que se dan
diversas relaciones extramaritales.
Por su parte, Angela Hitler, medio-hermana de Adolf, se casó
con Leo Raubal y tuvieron tres hijos: Leo, Angela (Geli) y Elfriede.
La tercera hermana viva de Adolf, Paula, no se casó ni tuvo
descendencia.
Cuando Adolf Hitler comenzó a ser una figura de cierta
relevancia en la política alemana, decidió que su medio-hermana
Angela se convirtiera en su ama de llaves. Esto hizo que Adolf se
fijara en su sobrina Geli, que por entonces contaba 17 años de
edad. Desde ese momento, se estableció una profunda relación
entre ambos sobre la que ha habido mucha especulación.
Se ignora si la relación Adolf y Geli era sentimental o incluso
sexual, pero lo que sí se conoce con claridad es que él ejerció
sobre su sobrina un férreo control, que impedía a la joven llevar
una vida normal. Adolf ordenó que Geli no saliera del domicilio
que compartían en Múnich sin que alguien la acompañara. Ella
por su parte, acompañaba a Adolf a todos los actos públicos,
comportándose como su pareja de facto ante los ojos de todos.
Aun así, el celoso Adolf hizo todo lo posible para apartar a
cualquier posible rival masculino y llevó a Geli a una situación
desesperada.
En los años en que su carrera política comenzaba a despegar,
Adolf Hitler conoció a Eva Braun, una joven de 17 años, con la
que comenzó una relación, aunque sin dejar libre a Geli. Como
consecuencia, su sobrina se suicidó con un arma propiedad de
Adolf en 1931. Este hecho provocó en él una profunda
conmoción, que le llevó a recordar a la fallecida, dotándola de
un aura de santidad. Adolf hizo colgar un retrato de Geli en su
despacho y la consideró siempre como su único amor aun cuando
había hecho todo lo posible para arruinar su vida.
No podemos olvidar que Geli Raubal era sobrina de Adolf
Hitler, del mismo modo que Klara, la madre de Adolf, era sobrina
de su padre Alois. Un nuevo paralelismo incestuoso que dota a
toda la historia familiar de un toque aún más siniestro.
En todo caso, la relación entre Adolf y Eva Braun se consolidó
después de la muerte de Geli, y especialmente después de un
intento de suicidio de Eva, en 1932, y de una segunda intentona
en 1935, ambas con la intención de reclamar la atención de su
amante. A partir de ese momento, ambos estuvieron unidos hasta
la muerte, acaecida por suicidio en el búnker de Berlín en 1945.
Con respecto al hermano mayor de Hitler, Alois Jr., debemos
recordar que éste dejó a una mujer y un hijo en Irlanda. William
Patrick, sobrino de Adolf Hitler, luchó contra su tío en la Segunda
Guerra Mundial y después de emigrar a Estados Unidos, se
cambió el apellido y tuvo a su vez cuatro hijos varones. Según
todos los testimonios, esos parientes de Adolf Hitler renunciaron a
tener descendencia, pese a que cambiaron su apellido para evitar
atraer la atención de la prensa norteamericana sobre ellos.
También el segundo hijo de Alois Jr., habido con su esposa
alemana falleció sin tener descendencia, por lo que la familia se
puede considerar prácticamente extinguida.
Figura 9. Genograma de la familia Hitler
Figura 10. Descendientes de Alois Hitler Jr.
En el lugar de los padres. La
parentificación
El concepto de parentificación es una de las ideas más
interesantes que se ha desarrollado en el campo
transgeneracional. Originalmente, aparece en el trabajo de uno
de los precursores de la psicogenealogía, Ivan Boszormenyi-Nagi.
Podemos entender la parentificación como una inversión en el
orden familiar, en el que los hijos toman el papel de sus padres,
quedando estos como hijos de los primeros. Evidentemente, esto
es algo que sale fuera del orden natural en las relaciones, puesto
que son los padres los que deben ocuparse de los hijos y no a la
inversa. Este tipo de relaciones crean un “hijo salvador”, que
parece destinado a resolver conflictos que exceden, con mucho, a
sus capacidades.
Para entender de un modo profundo lo que significa el
proceso de parentificación, es preciso entender el orden profundo
que se da en las relaciones entre las diferentes generaciones.
Convertirse en padre o madre es un gran sacrificio, en el cual una
persona deja de lado una parte de su bienestar para dedicarse a
la crianza de un nuevo ser. Dado que los hijos reciben una gran
cantidad de cuidados en su infancia y también mucha ayuda en
su época juvenil y aun en la edad adulta, éstos quedan en deuda
con sus padres. Pero siendo todo esto cierto, no hay que dejar de
lado que la mayor deuda que un hijo adquiere con sus padres es
el hecho de vivir. Los padres regalan a su descendencia el tesoro
más grande que se puede disfrutar: la vida.
Como sucede en todas las relaciones humanas, el equilibrio es
un estado ideal al que todos aspiramos. Pero, ¿qué equilibrio se
puede alcanzar con una persona que te ha dado la vida, que te
ha cuidado en tu infancia y que te ha ayudado aún después? Es
evidente que por mucho que el descendiente haga por sus
progenitores, nunca podrá devolver lo que se la ha dado. Nunca
podrá entregar a sus padres nada que se asemeje al regalo de la
vida.
Realmente, a nivel transgeneracional sí que hay una forma de
devolver la vida que se ha recibido de los padres. Esta forma de
devolución no es hacia el nivel anterior, hacia los progenitores,
sino hacia la propia descendencia. Así, teniendo hijos, una
persona toma el don de la vida que ha recibido y lo transmite a
una generación posterior. De este modo la energía de la vida
fluye como un río hacia el futuro, representado por los hijos, y no
hacia el pasado, que es el dominio de los padres.
Otra forma de devolver el regalo de la vida, para aquellas
personas que libremente desean no tener descendencia, o que no
pueden tenerla, consiste en vivir la propia vida con la mayor
plenitud posible. Para decirlo con las palabras que usamos en la
terapia transgeneracional: “haciendo algo bueno con la vida que
hemos recibido”.
Ahora bien, dicho todo lo anterior, no existe razón para no
ocuparse de los propios padres cuando estos se hacen mayores,
ni para evitar tener hacia ellos gestos de amor y de generosidad.
Cuidar de los padres, ayudarles, es positivo. Simplemente, se
trata de entender que la fuerza de la vida viaja siempre hacia el
futuro, y que es en la vida que está por delante, es decir, en la
propia existencia y en la de los hijos, donde hay que volcar
nuestra mayor cantidad de energía.
El problema de la parentificación
Ahora que hemos entendido cuál es el orden normal en las
relaciones entre diferentes generaciones, tenemos que entender
por qué en algunos casos, ese orden se invierte.
Existen padres que esperan que sus hijos ocupen el lugar o la
responsabilidad que a ellos les compete, incluso desde una edad
muy temprana. Esto ocurre especialmente cuando los padres
tienen una enfermedad crónica, sea física o mental, una
discapacidad o una grave adicción. En estos casos, los hijos
sienten la responsabilidad de ponerse en el lugar de uno o de
ambos progenitores, como si de algún modo desearan “salvarles”
del mal que les aqueja.
Este cambio de papeles se hace siempre por amor, ya que
como hemos visto, todos percibimos a nuestro sistema familiar
como la primera y esencial fuente de cariño. Así, si papá es
alcohólico, o si mamá tiene una grave depresión, siempre habrá
un hijo que tome sobre sí la responsabilidad del bienestar de la
familia. Esto es la parentificación.
En muchos sistemas familiares se observa cómo uno de los
vástagos, especialmente una mujer soltera, se hace cargo de los
padres que tienen una avanza edad, empeñando en ello grandes
sacrificios personales. Cuando no hay una mujer soltera que
pueda ejercer ese papel, éste puede ser realizado por una
casada o por un hombre. De hecho, en ciertos sistemas era
costumbre que la pareja designara explícitamente a una hija,
usualmente la menor, para cumplir esta tarea.
Cuidar de los padres no es de ninguna manera algo por lo
que una persona deba sentirse mal, ni es un acto que en sí mismo
sea negativo. Tampoco revela por sí solo una parentificación.
Solamente cuando la persona renuncia a su vida y a su felicidad
para hacerse cargo de sus progenitores, cuando rechaza la vida
de pareja, o cuando este cuidado se realiza a base de un terrible
sacrificio personal, es cuando podemos sospechar la presencia de
este patrón de comportamiento.
Cuando se da una parentificación, ésta siempre se vive como
una carga excesiva, muy difícil de sobrellevar, y que conduce a la
persona a sufrir episodios de ansiedad, angustia o incluso a la
depresión. Estos síntomas se suelen dar en casi todos los casos, y
pueden ser una pista útil para entender cuándo se está dando un
proceso de este tipo.
En todo caso, es importante entender que, dondequiera que
exista un hijo parentificado, hay un padre o una madre débiles,
enfermos o adictos. De este modo, hay que reconocer que el mal
no está en el hijo, que sólo está intentando resolver un problema
que le viene dado. En muchos casos, tampoco es un problema
que pueda ser achacado por entero al progenitor, ya que si
analizamos las causas de su debilidad, casi siempre veremos que
ellos también han sido víctimas de alguna carencia previa. Así,
como sucede casi siempre en el análisis transgeneracional, no
hay inocentes ni culpables, sino personas que sufren y que sin
querer, hacen sufrir a otros.
Ejercicio Práctico. La
parentificación (dinámica)
Cuando los hijos se vuelven padres, suelen hacerlo desde una
edad muy temprana y es importante que, a la hora de analizar tu
genograma, prestes especial atención a estos casos. Anótalos en
tu cuaderno como tales y analiza en qué medida se repiten entre
diferentes generaciones.
Por supuesto, si tú eres una persona parentificada te habrás
identificado claramente con el patrón de comportamiento que se
ha descrito en el capítulo anterior. Si este es tu caso, te
recomiendo que realices el ejercicio práctico que se explica a
continuación.
Busca algo que simbolice a tu padre o madre, dependiendo
de la persona con la que sientas que exista la parentificación; o
con ambos, si es el caso. Puede ser una fotografía de cierto
tamaño o un objeto que te recuerde a ellos. Si no dispones de
nada, bastará con que escribas su nombre en un papel.
Ubica ese símbolo o el papel sobre una silla, de tal manera
que puedas verlo si te sitúas de pie frente a ella a una distancia
de un metro. Sitúate de pie, con los pies descalzos o cubiertos por
calcetines gruesos, y dejando los brazos sueltos a ambos lados
del cuerpo, así como los ojos abiertos.
Una vez te hayas situado frente a la imagen paterna o
materna, es importante que hagas el siguiente movimiento, que se
corresponde con un movimiento del Yoga conocido como la
“postura del niño” o balasana, en sánscrito.
Ponte de rodillas sobre el suelo y deja que la cara inferior de
los muslos descanse sobre los músculos gemelos de las piernas. Al
mismo tiempo, permite que tu abdomen y tu pecho descansen
también sobre la parte superior de tus muslos. Deja los brazos
descansando en el suelo, extendidos hacia atrás. Si es posible,
permite que tu frente toque el suelo. Si no puedes, intenta al
menos que tu cabeza esté inclinada con respecto al tronco. Se
trata de una postura donde prácticamente todo tu cuerpo está
aplastado contra el piso. Si te permites descansar unos minutos en
esta posición, cerrando los ojos, percibirás cómo el peso de tu
organismo te hace estar en pleno contacto con la tierra,
produciendo un estado de bienestar y relajación muy agradable.
Si tu cuerpo no es muy flexible, realiza la postura lo mejor que
puedas, ya que lo importante es la intención. Y si tienes serios
problemas físicos, cambia esta postura por una inclinación de
tronco o de cabeza. En todo caso, si realizas la postura del niño,
abandona la posición en cualquier momento si sientes dolor en
alguna parte de tu organismo.
Cuando lo desees, incorpórate lentamente, con cuidado para
no sufrir ningún mareo y para que ninguna parte de tu cuerpo te
provoque dolor. Hazlo con los ojos abiertos y con tranquilidad.
Una vez estés de pie, mira a la silla que representa a tu
progenitor y di en voz alta y clara: “Ese es tu lugar (señalando a
la silla) y éste es el mío (señalando al suelo bajo tus pies). Tú eres
el padre (o la madre) y yo soy el hijo (o la hija). Esto es lo
correcto.”
Observa tu cuerpo y toma nota mental de tus sensaciones.
Como sucede en todos los ejercicios de este tipo, no hagas
ningún juicio sobre lo que sientes. Tu cuerpo se reajustará por sí
mismo y no necesita ninguna interferencia de la mente para
comprender lo que acabas de sanar en tu alma.
El efecto de este ejercicio es muy poderoso, y tiene efectos
benéficos para todas las personas, incluso para aquellos que no
sientan estar parentificados.
No serás más que tus padres. La
neurosis de clase
El término “neurosis de clase” fue introducido en el
pensamiento psicogenealógico por Vincent de Gaulejac. Este
investigador, que procede del campo de la sociología, estima que
en cada persona existe un deseo de mejora socioeconómica que
es natural y que nos impulsa a intentar tener una vida mejor que
la de nuestros padres.
La denominada “neurosis de clase”, se da cuando un hijo está
en disposición de alcanzar una posición más elevada que su
progenitor, sea en el plano social, económico o académico, e
inconscientemente se sabotea para no lograrlo. Las formas de
autosabotaje son múltiples, como puede ser una enfermedad
repentina en el día del examen definitivo, malas decisiones que
impiden prosperar el negocio emprendido, o desarrollar una
ludopatía para gastar todo el dinero y llevar al individuo a la
bancarrota, por citar algunos ejemplos comunes.
Este tipo de comportamientos son típicos de aquellos sistemas
en los que existe una doble demanda hacia los hijos. Por una
parte, ellos reciben de sus padres el mandato que dice: “debes
llegar más lejos que yo”. Pero por otra, y a veces de un modo
sutil, junto con este deseo expresado en voz alta, hay un mandato
inconsciente que dice que “no puedes ser mejor que tus padres”.
Este conflicto crea en la persona una disyuntiva interna que no
tiene solución. Haga lo que haga, estará traicionando a su
familia. Si triunfa, dejará a sus padres por debajo, y si fracasa,
renegará del mandato que le ordena que tiene que prosperar.
Como se ha indicado, la neurosis de clase se da en los
terrenos académico, social, laboral y/o económico, y puede
manifestarse de diversas maneras. Por regla general, lo que se
observa en todos los casos es un autosabotaje, más o menos
evidente, en el que la persona hace algo que le perjudica
gravemente y que en muchos casos se enmascara bajo un hecho
accidental o una enfermedad que surge aparentemente de la
nada.
Un caso conocido por mí es el de un hombre cuyo padre era
un reputado médico. A la hora de acceder a un examen oral que
le permitiría acceder al mismo nivel laboral que su progenitor (en
este caso, ni siquiera se trataba de superarle), sufrió un problema
de dicción que le impidió tomar la palabra ante el tribunal.
Posteriormente se sintió incapaz de repetir el examen y se
conformó con una posición inferior en la carrera médica.
El autosabotaje toma formas muy diversas. Por ejemplo, hay
personas que luchan con fuerza para obtener lo que desean, y
cuando lo logran, son golpeados con un grave acontecimiento
personal o familiar. Así, un hombre puede triunfar en su negocio
después de una dura lucha de años y encontrarse a continuación
con que su esposa le solicita el divorcio porque se ha sentido
abandonada durante todo ese tiempo.
En otros casos, el autosabotaje no se manifiesta a través de un
problema que impide alcanzar el éxito, o de un golpe trágico que
se da después de haberlo logrado, sino que tiene su origen en el
propio inicio de la carrera ascendente de la persona. No son
pocos los individuos que se ponen un listón demasiado alto,
intentando alcanzar objetivos que en ningún caso estaban a su
alcance. De este modo, el fracaso está siempre asegurado.
Algunas conductas que llevan el ansia de perfección a sus
extremos más altos, pueden estar relacionadas con este tipo de
autosabotaje. Si una persona aspira no sólo a completar sus
estudios, sino que desea alcanzar la mejor nota de su promoción
y no tiene capacidad real para ello, o está rodeada de individuos
mucho más brillantes que ella, está creando las bases de una
decepción que puede estar originada por una “neurosis de
clase”.
Evidentemente, la neurosis de clase no afecta a todas las
personas que intentan superar a sus progenitores. De hecho,
suelen ser casos minoritarios, ya que en la mayor parte de las
ocasiones, el deseo de los padres de que el hijo les supere es tan
poderoso que permite a éste dejar atrás cualquier temor y
avanzar en su carrera profesional.
Ahora bien, cuando se da este conflicto, suele ser bastante
difícil de reconocer, y por tanto, de resolver de un modo
satisfactorio. Esto se debe a que la persona normalmente no actúa
de manera consciente en contra de sus propios intereses, sino que
todo parece confabularse en su contra de un modo sorprendente y
fuera de la lógica habitual. Sólo cuando el individuo reflexiona
sobre los acontecimientos que le han impedido mejorar su fortuna,
es cuando reconoce que en el fondo “no lo deseaba” o que tenía
un extraño temor a lo que sucedería si conseguía sus objetivos.
Esto se resume en esa creencia que tienen muchas personas de
que: “no se puede triunfar en todo” o “junto a lo bueno siempre
viene una desgracia”.
Como en cualquier dicotomía, la solución al conflicto nunca
está en el mismo nivel en el que dicho conflicto es formulado, sino
en un nivel superior. Intentar contentar a las dos voces que hablan
en nuestro interior y que dicen “ten éxito y fracasa”, es imposible.
Hay que elevarse hacia una visión más amplia del propio ser, de
la propia valía, conjugando lo positivo que hemos recibido de
nuestros progenitores con nuestro deseo de alcanzar un éxito
razonable y que tenga un buen encaje en nuestra vida.
En el siguiente ejercicio trataremos el tema de la neurosis de
clase. Si sientes que este es un tema que resuena en tu interior, te
recomiendo que lo estudies a fondo y lo lleves a cabo. Se trata de
una poderosa práctica que te permitirá trabajar con los temores
que están asociados a este importante problema generacional.
Ejercicio Práctico. Tratando la
neurosis de clase (dinámica)
Puedes realizar este ejercicio con uno de tus padres,
dependiendo de por qué lado de tu árbol venga la dificultad. En
caso de que no tengas claro con cuál de tus progenitores debes
sanar la neurosis, puedes hacerlo con ambos. En todo caso, será
un ejercicio muy beneficioso y que producirá cambios muy
importantes en la forma en que enfrentas la vida a partir de este
momento.
El ejercicio consiste en decir una serie de frases sencillas.
Precisamente, por su aparente sencillez, es un ejercicio engañoso,
ya que al leerlo te puede parecer trivial, pero a la hora de
realizarlo quizás te des cuenta de que es un poco más
complicado de lo que parece. Precisamente, si sientes que surge
en tu interior una cierta resistencia ante el ejercicio, es una señal
clara de que debes realizarlo, ya que se vuelve tanto más difícil
cuanto más hayas interiorizado la neurosis.
Para realizar el ejercicio debes disponer, como en todas las
dinámicas de un lugar tranquilo y de un espacio de tiempo en el
que no recibas ninguna visita ni molestia. Desconecta el teléfono y
cualquier aparato y evita llevar ropa que no sea cómoda.
Descálzate y si lo deseas, cubre tus pies con calcetines gruesos.
Toma un elemento que va a simbolizar a tu progenitor, que
bien puede ser un cojín, un papel con su nombre o incluso un
muñeco de peluche. Cualquier objeto vale, siempre que sientas
que puede ser útil para hacer esta representación. Mirando al
objeto, puedes decir en voz alta: “eres mi padre (o bien mi
madre, o ambos)”.
Sitúate frente al objeto o el papel de pie, con los ojos abiertos
y los brazos descansando a ambos lados del cuerpo. Tómate unos
instantes para sentir tu cuerpo, sin dar mayor importancia a
cualquier sensación que pueda surgir. Simplemente deja que
transcurran unos minutos antes de pronunciar las frases que te
propongo a continuación.
Las palabras que debes decir a tu progenitor o progenitores,
despacio y reflexionando sobre el significado de cada oración,
son las siguientes:
“Papá (o mamá), te doy las gracias por la vida que he
recibido de ti. Es un regalo maravilloso y como tal lo acepto. A
partir de este momento voy a ser plenamente feliz, y voy a tener
éxito en lo que emprenda. Y cada vez que esté disfrutando de un
momento de felicidad y éxito, me acordaré de ti y disfrutaré en tu
honor.”
Si tu padre o madre ya ha fallecido, puedes añadir lo
siguiente: “Disfrutaré de la vida mientras dure, y un día me iré”.
Observa tu estado emocional al decir estas frases. Si sientes
tristeza, alegría, enfado, incredulidad o convencimiento,
simplemente deja que esa emoción pase a través de ti y se
disuelva. Si surgen las lágrimas, permite que caigan y luego,
sécate los ojos.
Si observas una fuerte resistencia a la hora de decir estas
frases, sea por resentimiento o porque algo en tu interior impide
que las palabras salgan de tu boca, te propongo que hagas lo
siguiente. En la misma posición en que te encuentras, debes
inclinarte a la altura de la cintura, haciendo una leve genuflexión
ante la figura o el papel que representa a tu progenitor. No
olvides hacerlo agachando también la cabeza y haciendo
descansar las palmas de las manos sobre las rodillas, como ya
has hecho en otros ejercicios. Intenta estar en esa situación un par
de minutos y luego vuelve con cuidado a la posición erguida.
A continuación, intenta decir las frases. Notarás que te resulta
mucho más fácil. En caso de que aun así no pudieras decir las
frases que se indicaron anteriormente, no te sientas mal contigo.
Deja el ejercicio y vuelve a realizarlo en una semana, o como
máximo en dos semanas. En ese momento lo lograrás con
seguridad, pero no lo retrases más de dos semanas. A veces el
cuerpo necesita algo de tiempo para acomodarse a un
sentimiento nuevo, y hay que concedérselo.
Como es lógico, una vez hayas realizado el ejercicio, intenta
cumplir tu palabra cada vez que tengas un éxito, por pequeño
que sea. Por ejemplo, cuando brindes tras un logro conseguido,
ten un pensamiento hacia tu progenitor y di para tu interior: “esto
también es por ti”. Cuando estés disfrutando de lo que has
obtenido con tu dinero, por ejemplo en un viaje de placer, piensa
en tu progenitor y di: “esto lo disfruto gracias a ti”. Estos
pensamientos traen prosperidad y por encima de todo, te ayudan
a disfrutar aún más de la vida.
Cuando duele el padre. Síntomas
de un padre débil
Cuando hablamos de la relación entre padres e hijos, y desde
una perspectiva psicogenealógica, es importante entender que
para que una persona realmente esté sana y con plena energía,
necesita tener tras de sí la energía de un padre y una madre
fuertes. El hecho de que los padres estén vivos o hayan fallecido
no es relevante en este sentido, puesto que con lo que tratamos
aquí es con la energía recibida de los progenitores, que de algún
modo, sigue presente en nuestro interior más allá de las
circunstancias actuales. Incluso, aunque la relación con los padres
no hubiera sido la mejor, aun puede venir algo bueno de ellos si
su energía es poderosa y sana.
La presencia de un padre lleno de energía es algo que se nota
fácilmente al examinar la vida presente de cualquier persona. Si
el individuo tiene fuerza para sacar adelante sus proyectos, si
tiene una buena conexión con la realidad circundante,
especialmente con el mundo material, y si se está en armonía con
la energía masculina, independientemente de cuál sea su sexo, es
bastante probable que su conexión con la esencia paterna sea
bastante sana, y que el propio padre sea o haya sido un
individuo bien enraizado en la vida.
Hay que dejar claro, por si hubiera alguna duda, que un
padre lleno de energía no es un progenitor severo, rígido,
exigente o incluso machista. En absoluto, un padre fuerte es aquel
que se sostiene por sí mismo en la vida y sabe dar a sus hijos la
capacidad de salir adelante en medio de las dificultades,
reforzando su energía personal y su autoestima.
Ahora bien, cuando la energía del padre es débil, notaremos
una serie de síntomas que nos pueden hacer sospechar que es
preciso actualizar nuestro contacto con la energía que nos
socializa y nos mantiene enraizados en la materia. El padre es
energía masculina, capacidad de dar un paso adelante, valor y
superación de las dificultades, aquello que nos da el impulso
necesario para tener éxito en la vida.
No hace falta señalar que estas características se pueden
manifestar por igual en hombres o en mujeres. Simplemente
indicamos que, en el sistema familiar, es el padre quien las
transmite con más facilidad y es de él de quien debemos
recibirlas.
Si el padre no ha sido capaz de transferir esa energía a su
descendencia, es fácil notarlo por la escasa capacidad de
iniciativa de éstos. Un padre débil crea hijos con poca fuerza,
que vegetan por la vida sin atreverse a iniciar nada y con un
escaso arraigo en el mundo físico.
El creador del método de Constelaciones Familiares, Bert
Hellinger, suele comentar que el hijo que ha sufrido la carencia
de una figura paterna fuerte, tiende a refugiarse en la religión
como un medio para compensar esa pérdida. Esto tiene una
explicación genealógica y sociológica. En nuestra cultura, cuyo
origen es cristiano sea cual sea nuestra creencia, la figura del
padre se asocia de manera inconsciente con la divinidad. A dios
se le considera el “padre” creador de la humanidad, y por más
que una persona esté o no de acuerdo con esta idea, en su mente
inconsciente este pensamiento inculcado por la sociedad durante
siglos, tiene una fuerza muy poderosa.
De este modo, la ausencia o la debilidad de un padre
terrenal, conduce a algunos hombres hacia la búsqueda de un
padre “superior” en el cielo. A este padre celestial no cabe
achacarle ninguna falta ni flaqueza, puesto que es el Creador de
todo lo que existe. Así, algunos hombres que se crían en hogares
donde el padre es débil y la madre debe hacerse fuerte (y
especialmente cuando el padre es alcohólico), rechazan al padre
terreno por el padre divino, buscando consuelo en la religión o en
cierta espiritualidad etérea.
Esta tendencia se observa también en algunas mujeres que
sufren la carencia paterna, que se vuelcan hacia la religión o bien
hacia una espiritualidad vaporosa, sin base alguna en el mundo
terrenal.
En algunos casos, la elección de Dios se antepone a la
elección de una mujer. Así el hombre evita relacionarse con el
sexo opuesto, o huye en cuanto una relación empieza a derivar
hacia un acercamiento más íntimo. En estos casos, la mujer que
tiene relación con este hombre se siente profunda y
dolorosamente rechazada, puesto que ni siquiera es tenida en
cuenta como sujeto de deseo, y es sustituida por algo con lo que
es imposible competir, que es la vivencia directa de la divinidad.
No quiero decir con esto que seguir una búsqueda de carácter
espiritual sea de por sí algo negativo, sino que en algunas
ocasiones, las personas buscan en lo espiritual una forma de huir
de los conflictos del mundo. En estos casos, el individuo desea
elevarse por encima de los problemas sin realmente hacerles
frente. Este tipo de espiritualidad tiene poca base, y se derrumba
con facilidad cuando las circunstancias que rodean a la persona
se vuelven más difíciles. Cualquier forma de vida espiritual
requiere tener un firme asiento en el mundo material.
Un padre puede presentar debilidad por muchas causas. Entre
las más usuales, se pueden citar las siguientes:
Es un hombre enfermo, probablemente por tener también
detrás de sí a otro padre débil.
Está afectado por algún tipo de adicción, en especial por el
alcoholismo. La presencia de un padre débil en la familia
parece estar relacionada, en muchos casos, con la adicción
al alcohol de algún descendiente.
Actúa más como un hijo de su esposa que como un
compañero en plenitud de derechos. Este tipo de hombres
suelen atraer a mujeres fuertes o bien maternales, que cubren
sus carencias afectivas. En estos casos, el problema del
padre no es con su propio padre, sino más directamente con
su madre.
Es un hombre afectado por algún acontecimiento social
especialmente grave, como una guerra o una catástrofe.
Aquellos hombres que han de ir a la guerra, especialmente si
lo hacen por obligación, suelen regresar de ella muy
dañados por las atrocidades presenciadas o cometidas.
Ha padecido algún accidente o discapacidad que trunca sus
expectativas vitales.
Si sientes que algo de todo esto resuena con tu experiencia
personal, puedes observar la debilidad paterna en tu árbol y
rastrear sus orígenes. Ten en cuenta que detrás de un padre débil
siempre hay, o bien un progenitor debilitado, o bien un
acontecimiento vital grave. No es cuestión por tanto de
culpabilizar al padre, sino de entender las causas de su
debilidad.
Cuando la madre sufre. Síntomas
de una madre herida
Del mismo modo que un padre débil tiene una enorme
influencia en la vida de cualquier persona, limitando su
capacidad de salir adelante en el mundo material y creando
conflicto en sus relaciones con los hombres, una madre herida
puede tener un efecto muy poderoso en nuestra existencia.
Las heridas maternas se relacionan en gran medida con
nuestra capacidad de amar, de confiar y de permitir que otras
personas se aproximen a nosotros. El principio femenino se
manifiesta en todo aquello que es receptivo, que no es lo mismo
que pasivo, como algunos han entendido de un modo erróneo. La
receptividad de la tierra, por ejemplo, le permite acoger a la
semilla y darle el entorno adecuado para que ésta pueda
germinar y dar lugar a un árbol frondoso. Del mismo modo, la
receptividad de la mujer representa una energía poderosa, capaz
de dar vida, de inspirar y de crear, y no es ningún modo una
fuerza pasiva.
Ahora bien, cuando por ejemplo el principio receptivo es
violentado, cuando no se permite que las puertas del corazón
femenino se abran al ritmo adecuado, sino que se fuerzan, se
produce una herida que tiene consecuencias generacionales muy
poderosas.
En muchos casos, una madre está herida por lo que ella ha
sentido como una deslealtad por parte de su pareja masculina.
Esos sucesos, que vienen causados por una infidelidad, por una
falta de respeto, por abusos o bien por falta de amor, tienen su
impacto en la mujer y causan en ella un sufrimiento considerable.
También puede existir un daño cuando una mujer no se siente
tratada con la suficiente devoción e interés por parte del hombre
que ama.
Por supuesto, la mujer puede ser herida por las mismas causas
que un hombre puede ser dañado. Bien sea por una enfermedad,
por un accidente, o por ser víctima de la violencia o de un
conflicto o catástrofe. También cuando su pareja masculina ha
sido víctima de alguno de esos problemas y le deja a ella con
toda la responsabilidad de sacar adelante a la familia.
No todas las mujeres comprenden que un hombre herido tiene
también un proceso doloroso que superar, y se sienten heridas
por la debilidad de él. Esto es común en las generaciones que
han de vivir las consecuencias de una guerra o un conflicto grave,
en las que el hombre muchas veces se ve forzado a tomar las
armas, mientras la mujer se queda al cuidado de la familia con
graves sufrimientos y una sensación comprensible de temor y
soledad. Si el hombre regresa sano y salvo debe soportar el
reproche de ella por el abandono sufrido, y aun si muere, es
condenado por haber dejado huérfana a la familia.
Este dolor silencioso de la mujer se hereda generacionalmente,
como he podido comprobar en algunas mujeres que viven
actualmente y cuyas abuelas sufrieron el abandono por parte de
sus maridos en la Guerra Civil Española (1936-1939). Estas
mujeres sienten una sorda antipatía hacia lo masculino, o ven a
los hombres como seres incompetentes y poco inteligentes, sin
conocer realmente la causa de esos sentimientos, que vienen
heredados del dolor de sus abuelas.
No hay que olvidar tampoco el grave daño que el machismo
ha causado a las mujeres en el pasado y aun en la actualidad. El
desprecio con el que muchos hombres han tratado a la mujer, el
abuso del cuerpo femenino por parte de algunos, la misoginia o
la falta de oportunidades, tienen un impacto muy grande en el
alma femenina, y están presentes en la herida esencial que
muchas mujeres portan actualmente.
Existe un caso particular de herida maternal, que se relaciona
con la muerte de una mujer en el momento del parto. Este golpe
energético puede darse en nuestro propio nacimiento o en un
nivel anterior del árbol genealógico. En todo caso, representa un
dolor generacional muy fuerte, que repercute en diversas personas
a lo largo de los años y de manera particular entre los hombres.
Ese caso concreto, por su enorme importancia, se analizará en un
capítulo posterior.
Ejercicio Práctico. Traer de vuelta
al progenitor ausente (dinámica)
Hay dos maneras de realizar este ejercicio, entre las cuales
puedes elegir aquella que mejor se adapte a tus circunstancias.
Puedes, si lo deseas, contar con una persona de tu máxima
confianza. O bien puedes usar un objeto apropiado, como un
muñeco o un cojín. Lo más recomendable es hacerlo con la ayuda
de alguien, pero si no cuentas con una persona que te inspire
plena tranquilidad y que pueda entender el sentido de este
ejercicio, es mejor realizarlo a solas. En todo caso, cuando leas la
descripción podrás valorar cuál es la mejor opción para ti.
Si dispones de un ayudante, explícale el ejercicio antes de
realizarlo, de manera que no le resulte chocante y pueda
ayudarte en todo momento. El sexo de tu ayudante no tiene por
qué coincidir con el del progenitor que estás intentando traer de
vuelta, así que puedes dejarte ayudar por un hombre o una mujer,
con independencia de que vayas a trabajar con el padre o la
madre ausentes.
Para iniciar el ejercicio necesitas pensar acerca del progenitor
que faltó en tu infancia. ¿Es tu padre o tu madre? Si compartiste
algún tiempo con él o ella, piensa cómo le denominabas en la
infancia. Si no fue el caso, cómo le hubieras denominado. Por
ejemplo, si el progenitor que te faltó fue tu padre, debes buscar el
término con el que le llamarías en tu infancia, que normalmente
será “papá”. Si tu idioma natal no es el castellano, usarás la
palabra correspondiente en tu idioma, por ejemplo, aita si eres
vasco-hablante. Si en tu familia existe alguna costumbre particular
a la hora de llamar a los padres, síguela.
Si dispones de una fotografía del progenitor ausente que se
remonte a la época de tu infancia, te recomiendo que la observes
durante unos minutos. Puedes, si lo deseas, tener esa foto en tu
mano mientras haces el ejercicio o puedes dejarla a un lado. Si
no dispones de ninguna foto, intenta imaginar cómo era esa
persona en tus primeros años de vida.
A continuación, debes situarte de pie frente a la persona que
te va a ayudar en el ejercicio. Si no vas a usar un ayudante,
ubica una silla frente a ti, a un par de metros de distancia, y pon
sobre ella el muñeco o el cojín. Por supuesto, la persona o el
muñeco deben mirar en tu dirección.
Haz una pequeña reverencia ante la persona o el objeto,
diciendo: “eres papá (o mamá)”. A continuación, vuelve a
ponerte en posición erguida y mira a la persona u objeto, que
para simplificar llamaremos el “representante”. Si ves que te
resulta difícil hacerlo, prueba a mirar a los pies del representante
o a las patas de la silla.
En este momento viene la parte más delicada del ejercicio, en
la que tienes que llamar a tu progenitor usando la palabra infantil
que antes hemos dilucidado. Así, puedes decir “papá” y repetir
esta palabra varias veces, intentando tener plena conciencia de lo
que significa para ti.
Si el representante es una persona, instrúyele para que espere
un poco antes de acudir a tu llamada. La persona tiene que sentir
el deseo o la necesidad de acudir a ti, y eso en ningún caso es
automático. Se requieren unas cuantas llamadas antes de que
pueda sentir ese deseo. En cuanto esa necesidad surja en el
representante, éste deberá acercarse lentamente hacia ti y
abrazarte. Por eso es muy importante que se trate de alguien de
tu plena confianza, puesto que durante unos minutos, vas a estar
literalmente en sus manos y es muy importante que entienda lo
que está haciendo y que realice su tarea con la mayor ternura y
respeto del que sea capaz.
Si estás usando un objeto como representante, tendrás que
acercarte tú, pero siempre que sientas que es el momento
correcto. Observa tu cuerpo y déjate sentir. Cuando hayas
llamado varias veces a tu progenitor y sientas que es el momento
de acercarte, hazlo. Toma el objeto en tus manos y abrázalo con
fuerza.
Esta dinámica es muy poderosa y puede provocar reacciones
emocionales muy intensas. Si necesitas llorar, hazlo sin
cortapisas. Procura tener a mano algunos pañuelos y déjate llevar
por lo que surja. El único sentimiento con el que debes tener
cuidado es con la ira, puesto que podrías hacer daño a tu
ayudante, aún sin querer. Si sientes enfado, prueba a dar un par
de golpes fuertes con la planta del pie en el suelo y deja que se
aleje de ti.
Cuando sientas que es el momento, sepárate del representante
y si lo deseas, pídele la bendición, que la persona realizará
colocando su mano derecha sobre tu cabeza durante unos
instantes. Este paso no es obligatorio.
En el caso de que uses un objeto, puedes dejarlo sobre la silla.
Si en cambio has usado a un ayudante, agradécele su
colaboración. A continuación, te recomiendo que salgas a dar un
paseo o bien que te des un baño caliente o una ducha
prolongada. De este modo, descargarás toda la energía sobrante
y se estabilizará tu estado de ánimo.
Por último, una nota aclaratoria. Si bien este ejercicio se
puede hacer como ayuda para las dos personas, intercambiando
los papeles, no es recomendable hacerlo en el mismo día. Es
mejor que en una jornada uno haga de hijo y el otro de
progenitor y que se cambien los papeles en una sesión a realizar
en un día posterior. Las energías que se mueven con esta práctica
son muy poderosas y requieren un cierto descanso.
La vida que trae la muerte.
Fallecimiento en el parto
Cuando una mujer fallece al dar a luz, o como consecuencia
del embarazo, suele crear un halo de culpa en su pareja, aun
cuando ella no le reproche nada y él no tenga responsabilidad
alguna en su muerte. En estos casos, la muerte de la mujer se
experimenta como una falta personal, puesto que en el
inconsciente del hombre, él la ve como una víctima de su apetito
sexual, ante el cual ella ha sido sacrificada.
No es extraño que la culpa por la muerte de una mujer en el
parto se traslade a las siguientes generaciones por dos vías
diferentes. En el caso de otras mujeres del sistema, puede nacer
un rechazo frontal a la idea de la maternidad, que luego es
justificado a nivel racional con todo tipo de explicaciones.
También se da el caso de mujeres que repiten al pie de la letra la
maldición ancestral y sufren graves problemas en sus embarazos
o fallecen del mismo modo en el parto.
Conviene aclarar que no todas las mujeres que reniegan de la
maternidad lo hacen a consecuencia del miedo a reproducir el
fallecimiento de una antepasada, sino que esta decisión puede
estar también determinada por cualquier otro motivo. Es en los
casos donde existen estas muertes donde se debe rastrear la
negativa a la maternidad desde una base genealógica, ya que
sólo sanando ese dolor se puede tomar una decisión
verdaderamente libre sobre este asunto.
En el caso de los hombres que vienen al mundo en
generaciones posteriores, hay también una dura carga que viene
dada por el deseo inconsciente de llevar el doble peso de sentirse
causantes del mal y de ser al mismo tiempo, receptores de la
culpa paterna. Los hombres que descienden de una mujer que
muere al dar a luz tienden a sentir una mezcla de dolor interior y
de agresividad hacia las mujeres con las que comparten su vida.
El hijo que ha nacido bajo estas terribles circunstancias no es
ajeno al hecho luctuoso, como es lógico. Así que el descendiente
no sólo sentirá la carencia maternal a lo largo de su vida, sino
que será arrastrado también, en cierto modo, por la culpa que ha
recibido de su padre. A fin de cuentas, la percepción de que
alguien tuvo que entregar su vida para que él naciera, tendrá un
peso considerable sobre su conciencia. Esto es así, aun cuando el
hijo, como el padre, es totalmente inocente de esa muerte. Pero
hay que recordar aquí una vez más que, a nivel interno, el ser
humano no se rige por lo razonable, sino por emociones muy
primarias que difícilmente podemos entender.
No es infrecuente que un hombre que pierde a su esposa en el
parto busque llenar el vacío con una nueva pareja. En este caso,
la madre sustituta tiene que asumir un papel muy duro, puesto que
es posible que esté, en la conciencia del hijo, por debajo de la
idealización que él puede crear de su madre fallecida. Esto suele
ser así aun cuando la madre sustituta realice su labor con la
mayor dedicación.
Es el caso tratado por mí de un hombre cuya madre falleció
tras el nacimiento de un hermano menor. El padre rápidamente
contrajo matrimonio con la hermana de la madre, su cuñada, con
lo que no sólo nos encontramos con un caso de muerte de la
madre en el nacimiento, sino de incesto genealógico. En casos
así, un hombre desarrolla una compleja relación con las mujeres,
puesto que la percepción profunda es que él es peligroso en sus
relaciones con ellas, ya que carga con la creencia de que la
unión sexual con una mujer puede ponerla en peligro de muerte.
Otro caso real es el de una mujer sana que, después de un
embarazo normal, padeció una grave enfermedad tras el parto.
Aunque el hijo nació sin dificultad, la cesárea creó
complicaciones que pusieron en grave peligro la vida de la
madre. Afortunadamente esta mujer pudo contar con todos los
adelantos de la medicina contemporánea y salvar la vida. Pero no
hace falta recalcar que en cualquier otro momento del pasado, sin
duda este problema le habría causado la muerte. El efecto sobre
otras mujeres del sistema ha sido el de crear un halo de temor a
la maternidad.
La sanación de estos problemas intergeneracionales pasa por
reconocer a la mujer fallecida, devolviéndole su dignidad y
reduciendo el impacto negativo de su destino en los
descendientes. En cualquier caso, hay que reconocer que una
mujer embarazada es consciente de los riesgos que corre y aun
así, los asume para crear el milagro de traer una nueva vida al
mundo. La vida no está exenta de riesgos y por ese motivo, los
actos más importantes de la existencia caminan muy cerca de la
muerte.
Una mujer fallecida en el parto puede muy bien ser el
personaje central de un árbol genealógico, y con su poder puede
influir en las generaciones sucesivas con una fuerza irresistible.
Pero para poder llevar una vida plena y libre de miedos o
culpabilidades, es preciso que los descendientes trabajen con este
símbolo y lo sanen. Es lo que haremos en el siguiente ejercicio.
Ejercicio Práctico. Reconociendo a
la mujer muerta en el parto
(psicomagia)
Como se ha explicado en el capítulo anterior, la presencia de
una mujer muerta en el parto representa una energía muy
poderosa en todo el sistema familiar. Lejos de ser un personaje
maldito o una víctima, hay que comprender que esa antepasada
es una guía luminosa que nos puede reconciliar con la vida, y
muy bien puede convertirse en una especie de espíritu tutelar para
ti y para todo el clan.
Para reconocer el poder de esa mujer, es preciso que te sitúes
en un espacio de comunión con su energía. Así que debes escribir
en un papel su nombre, o bien escoger algo que la simbolice, por
ejemplo un objeto que le perteneció o bien algo que te recuerde
su presencia.
Debes llevar contigo ese papel o símbolo durante nueve días,
que por supuesto representan los nueve meses de embarazo. Si es
posible, pórtalo en contacto con tu piel durante ese tiempo.
Duerme con ese elemento simbólico bajo tu almohada, y cada
mañana, antes de salir de casa o de hacer tus tareas domésticas,
pronuncia en voz alta su nombre y ten un breve recuerdo para
ella.
Cuando llegue el noveno día, toma el papel o el elemento y
obsérvalo durante un instante. Escribe en el mismo papel, o en
una hoja que adjuntarás al objeto la siguiente frase: “Gracias
[nombre de la mujer fallecida] por la vida que ha venido a través
de ti. No hay culpables. Todos somos inocentes”.
A continuación, debes tener preparada una planta con flores,
junto a la que enterrarás el objeto y el papel. Puedes, si lo
deseas, ir a comprar una planta de maceta y hacer un pequeño
agujero en el sustrato para enterrarlo. O bien puedes aprovechar
para trasplantar una mata florida de tu propiedad a una maceta
mayor, ubicando este símbolo en la parte interior del nuevo tiesto.
También tienes la opción de ir a un lugar público donde puedas
hacer un agujero y enterrarlo. En todo caso, debe tratarse siempre
de una planta con flor.
Así reconoces la vida que ha venido a través de la muerte y
como ésta ha florecido hasta llegar hasta ti.
Corazones rotos. Los problemas
de pareja
Los conflictos sentimentales representan uno de los grandes
problemas que aquejan a muchas personas en uno u otro
momento de sus vidas. Por supuesto, los conflictos de pareja
pueden tener muchos orígenes, y en este libro vamos a intentar
resolver aquella parte que pueda ser achacada a los nudos de
nuestro árbol genealógico. Pero no dejes de lado otras causas
que puedan estar operando en tu caso.
Desde el punto de vista genealógico es muy importante
conocer las parejas anteriores que puedan haber tenido nuestros
padres antes de traernos al mundo. En caso de que no haya
habido un reconocimiento, o de que se haya intentado echar
tierra sobre esas relaciones anteriores, te recomiendo que las
subrayes muy bien en tu genograma e intentes, en la medida de
lo posible, conocer todo lo que puedas acerca de esas personas.
Este simple reconocimiento de las parejas anteriores de nuestros
padres, es un hecho sanador por sí mismo.
Yendo un poco más lejos, es interesante reconocer el efecto de
ciertas configuraciones en el ámbito familiar y cómo impactan en
las relaciones que se establecen dentro del clan. Hay que tener en
cuenta que todas las relaciones familiares se desarrollan a través
de dos tipos de vínculo:
Las diadas se crean a través de la relación mutua de dos
personas. Las diadas pueden ser conflictivas o armoniosas, y
en muchas ocasiones, manifiestan conflictos generacionales
que repercuten en los individuos que viven actualmente en el
sistema. Estas personas parecen condenadas a enfrentarse
sin entender la razón. Las diadas se pueden dar entre
personas del mismo rango (por ejemplo, la pareja), o entre
miembros de rangos diferentes (como una madre y su hijo).
Generalmente, cuando la diada evoluciona hacia una
relación más tensa o compleja, surge la triada, que
engloba a un tercer individuo que gravita en medio del
conflicto. Esta tercera persona se siente atraída a la diada
original y la modifica con su presencia. Las triadas son
relaciones triangulares que suelen englobar a personas de
varios rangos generacionales, como pueden ser los dos
padres y uno de sus hijos.
Tanto las relaciones diádicas como triádicas son normales en
todos los sistemas familiares, pero en caso de conflicto, crean una
gran tensión entre todos los miembros de este subsistema. Así,
cuando la discrepancia se da en el seno de la pareja y ambas
personas no parecen capaces de solucionarla por sí mismos,
suelen incorporar a uno de los hijos al conflicto.
En estas situaciones se pueden dar dos casos:
En ocasiones, alguno de los cónyuges en conflicto decide
usar a uno de los hijos como intermediario frente a su pareja.
En estos casos, el hijo se convierte en un mensajero que lleva
y trae mensajes entre dos personas que no se hablan y no se
soportan.
En otros casos, que no son incompatibles con el ejemplo
anterior, el cónyuge toma al hijo como aliado y lo enfrenta a
su pareja. Esto es común en determinados casos de
separación o divorcio, en los que un progenitor busca el
modo de ponerlos en contra de su pareja, convirtiéndolos en
transmisores de su odio.
Normalmente, cuando los hijos entran en el conflicto parental,
hay malas consecuencias para todos. Es una norma de salud
genealógica que cada rango solucione por sí mismo los
problemas que se dan entre los miembros del mismo. Así, cuando
hay conflicto entre los hermanos, deben ser ellos los que lo
resuelvan, sin interferencias paternas que pueden hacer sentir que
unos son preferidos sobre los otros.
En el caso de las relaciones de pareja, introducir a los hijos en
el conflicto resulta nefasto para ellos, puesto que los hijos
“pertenecen” por igual a su padre y a su madre (entendiendo esta
pertenencia desde el punto de vista del origen). Biológicamente
son la mezcla de ambos, y en su carácter habrá tanto aspectos
heredados de la rama paterna como de la materna. Pedir al hijo
que resuelva un conflicto parental es como pedirle que decida qué
parte de su cuerpo o su mente debe prevalecer sobre la otra.
Por otro lado, es preciso saber que la energía genealógica
viaja en una única dirección, desde las generaciones pasadas
hacia las presentes. Esto implica que los padres pueden ayudar a
los hijos, pero los hijos no están en disposición de ayudar a los
padres. Carecen de energía para ello, y cuando lo intentan, caen
en el problema que ya hemos conocido como “parentificación”.
Los problemas de la pareja debe ser resueltos entre los
miembros de la pareja (o acudiendo a ayuda profesional) pero
nunca se deben extender a los hijos.
Por último, tenemos que entender que, a la hora de desarrollar
una relación sana con la pareja actual o con futuras relaciones, es
preciso reconocer y valorar la existencia de nuestras propias
parejas anteriores. De modo que si ya hemos recordado a las
parejas anteriores de nuestros progenitores, es tiempo de
reconocer a nuestras relaciones anteriores, con independencia de
cuál fuera el resultado de esa experiencia.
A ese propósito esencial dedicamos el próximo ejercicio
práctico.
Ejercicio Práctico. Honrando a las
parejas anteriores (dinámica)
El presente ejercicio es válido no sólo para las personas que
tienen problemas con su relación de pareja actual, sino que
puede ser muy recomendable para aquellos que tienen dificultad
para encontrar una pareja o llevan mucho tiempo viviendo en
soledad. También es apropiado para ti, si estás disfrutando
actualmente de una relación gratificante, puesto que ayuda a que
ésta sea aún mejor.
La idea que subyace en este ejercicio es descubrir hasta qué
punto una relación no finalizada correctamente acaba por lastrar
los vínculos que se dan a continuación. Así, sanando y liberando
las relaciones antiguas, podemos abrirnos a nuevas experiencias
más positivas.
Para realizarlo, piensa en las personas con las que has tenido
una relación significativa en el pasado, es decir, tus parejas
anteriores. Entendemos como parejas significativas a las personas
que cumplen alguno de estos requisitos:
Como es lógico, aquellos con los que has contraído
matrimonio legal.
Personas con las que has convivido como pareja de hecho,
sin que exista un documento legal que lo acredite.
Parejas sexuales, sin necesidad de que haya habido
convivencia, pero sí relaciones íntimas. Se incluyen también
aquí las relaciones sexuales no consentidas.
Relaciones platónicas (sin vínculo sexual) de larga duración.
Se incluyen aquí las relaciones importantes mantenidas a
distancia.
A la hora de anotar las personas con las que has tenido un
vínculo, debes tener en cuenta que esa relación no tiene por qué
haber sido positiva, ni siquiera consentida, sino que se trata de
reflejar la realidad de lo que ha sido tu vida en este ámbito. El
hecho de que algo no te haya dejado un buen recuerdo no borra
su existencia, y por tanto debe ser asumida como algo que
sucedió y que, para bien o para mal, forma parte de tu historia.
Anota en un papel, por orden, los nombres propios de
aquellas personas con las que has tenido un vínculo. Si hubo
alguna relación que se desarrolló en dos o más fases, usa el
orden del primer vínculo que mantuviste con esa persona.
Toma a continuación varios folios y anota, en cada uno de
ellos, el nombre propio de una de tus anteriores parejas, así como
el de tu pareja actual, si es el caso. Ubica esos folios en el suelo,
boca arriba y por orden, del primero al último y de izquierda a
derecha.
Sitúate de pie frente a todos esos papeles. Como ya sabes,
debes permanecer con los brazos sueltos y los ojos abiertos.
Observa cada uno de los papeles por orden, diciendo el
nombre de la persona en voz alta y observando las reacciones de
tu cuerpo. Como en todos los casos, no debes analizar lo que
expresa tu cuerpo, sino que simplemente debes sentirlo. Es
probable que distintas personas traigan a tu ser diferentes
reacciones, y que algunas de esas percepciones sean incluso
desagradables. Esto es natural.
Cuando hayas pasado revista a todas tus parejas, te pido que
te sitúes, por orden, sobre cada uno de los papeles. Deja un cojín
o un papel con tu nombre en tu posición, y vete ubicándote, de
pie, sobre cada uno de los papeles que represente a cada una de
tus parejas. De este modo, cuando te sitúes sobre cada papel, di
en voz alta el nombre de la persona y observa el cojín o papel
que te representa. Como en la situación anterior, tan solo tienes
que observar tu cuerpo, sin hacer ningún juicio sobre las
sensaciones que surjan en ti.
Es probable que algunas sensaciones te sorprendan o incluso
que te causen algún leve malestar. No lo juzgues y simplemente
obsérvate, ya que esa observación es sanadora. Ten en cuenta
que tú tienes tu versión acerca de la relación que has mantenido
con esa persona, pero quizás nunca te has puesto en su lugar
para saber lo que esa persona siente. Eso es lo que tu cuerpo está
registrando ahora.
Una vez hayas pasado por todas las posiciones de tus
parejas, vuelve a tu lugar y haz lo siguiente. De manera
consecutiva, vas a hablar a cada una de esas personas,
representadas por esos papeles. Si se trató de relaciones
consentidas, vas a decir su nombre en voz alta, y a continuación
expresa algo como lo siguiente: “Te doy las gracias por todo lo
que me has dado”. Hazlo aunque en algún caso te resulte difícil.
De hecho, cuanto más difícil te resulte, tanto más beneficioso será
para ti.
Si se trata de tu primera relación, debes añadir: “Tú fuiste el
primero (o la primera)”. Para el resto de las relaciones, debes
señalar a la persona que estuvo anteriormente en tu vida y decir:
“Él (o ella) estuvo antes, tú viniste después”. Cuando llegues a tu
última relación y esta no sea positiva para ti, debes añadir: “Tú
fuiste el último (o la última), hasta ahora. Pero estoy abierto (o
abierta) a alguien nuevo y mejor para mí”. Si actualmente estás
en una relación satisfactoria, puedes decir: “Tú estás ahora
conmigo. Gracias.”
Si la relación fue consentida, pero su resultado final fue
negativo, por ejemplo, si acabó en una separación dolorosa, aun
así debes reconocer que en algún momento, esa persona te dio
algo bueno (en caso contrario no habrías accedido a estar con
ella). Así que en este caso, debes proceder como en el resto de
vínculos consentidos expresando tu gratitud hacia la persona.
En el caso de que se trate de una relación que en ningún
momento fue consentida, por ejemplo, si fue una violación o si la
persona abusó de ti en una época en que eras inocente,
haciéndote creer que la relación era algo bueno aunque no lo
fuera, debes variar las palabras que expreses. En estos casos
basta con decir lo siguiente: “lo que me hiciste no estuvo bien,
pero ocurrió”. No expreses aquí ningún agradecimiento, pero
tampoco muestres odio. Limítate a decir esa frase y confía en que
ella te sanará.
Ahora ya puedes terminar el ejercicio. Si te sientes mal, no te
preocupes, vete a dar un largo paseo, o date una ducha larga. En
pocos días notarás cómo se recoloca todo.
Ejercicio Práctico. Conectando con
los progenitores para encontrar
pareja (dinámica)
En aquellos casos en que exista una dificultad evidente para
encontrar pareja, te recomiendo que hagas un ejercicio de
conexión con tus progenitores que te puede ayudar a romper los
nudos que te impiden progresar en el amor.
Una de las cuestiones que hay que entender bien en el
contexto transgeneracional, es que cada uno de nosotros recibe la
energía de dos canales distintos, que se relacionan con el linaje
recibido por parte de nuestro padre y por el que nos llega a
través del linaje femenino. La energía masculina de nuestro padre
se enfoca hacia nuestras relaciones con los hombres, mientras que
la energía femenina materna nos facilita las relaciones con las
mujeres.
Como es lógico, el que estos canales de energía estén limpios
u obstruidos tendrá un impacto muy claro en las relaciones que
vamos a mantener con las personas de uno u otro sexo,
independientemente de cual sea nuestro género o nuestras
preferencias sexuales.
Una de las ventajas de trabajar con el padre débil o con la
madre herida, es que resolver esos nudos nos permite salvar
algunos de los problemas que pueden aquejar a nuestras
relaciones con los hombres o con las mujeres. Por este motivo, el
ejercicio “Trayendo de vuelta al progenitor ausente” es de la
mayor importancia para poder liberar una gran parte de los
obstáculos que te puedan aquejar en tu vida sentimental. Si no lo
has realizado, te recomiendo que lo ejecutes antes de efectuar
esta práctica que te recomiendo a continuación.
El presente ejercicio puede ser realizado de dos maneras, en
completa soledad o con ayuda de una persona que sea de tu
absoluta confianza. Si puedes realizarlo con alguien, debe ser
una persona del mismo sexo que aquel con el que quieras
resolver tus problemas sentimentales. Ahora bien, no es
recomendable que se trate de tu pareja, sino de alguna amistad,
varón o mujer, que se preste a ayudarte. Como es lógico, debes
explicar muy bien a esta persona qué es lo que deseas hacer y el
objetivo final de la práctica.
Si vas realizar el ejercicio en soledad, necesitas una silla y un
elemento que represente a tu padre o madre, dependiendo de si
quieres trabajar tus problemas sentimentales con hombres o
mujeres. Una fotografía o cualquier objeto que te recuerde a tu
progenitor, es suficiente.
Sitúate de pie, con los pies descalzos, los brazos sin cruzar
sobre el pecho y los ojos abiertos frente a tu ayudante o ante el
símbolo que has colocado sobre la silla. Di en voz alta a ese
representante: “tú eres mi padre (o madre)” y siente tu cuerpo.
Observa, como ya sabes, cuáles son tus sensaciones, pero en
ningún caso hagas ningún juicio sobre ellas.
A continuación, imagina que detrás de esa persona está todo
su linaje de género. En otras palabras, si se trata de tu padre,
imagina que detrás de él está su padre, su abuelo paterno, su
bisabuelo paterno y una larga hilera de hombres que se pierde en
el infinito. En caso de que se trate de tu madre, haz lo propio con
su linaje femenino: su madre, su abuela materna, bisabuela
materna, etcétera.
Cuando sientas que es el momento, haz una pequeña
reverencia ante el representante que simboliza a tu progenitor,
doblando tu cuerpo a la altura de la cintura y agachando un poco
la cabeza. Apoya las manos sobre las rodillas, para que la
postura sea más cómoda. Permanece en esa posición alrededor
de un minuto.
Vuelve a enderezar la columna y mira al representante. Con
calma, acércate a él y gírate para darle la espalda. En ese
momento, el representante debe estar instruido para ubicar, con
mucha suavidad, su mano derecha sobre tu hombro. Si se trata de
un varón, lo hará sobre el lado derecho de tu hombro. Si es una
mujer, sobre el lado izquierdo. En caso de que estés usando una
silla, simplemente imagina que esa silla es tu padre o madre, y
que esa persona está poniendo su mano sobre la parte
correspondiente de tu hombro.
Siente que a través de esa mano viene toda la energía del
linaje masculino o femenino, de todos los hombres o mujeres de tu
sistema desde el origen del tiempo. Siente esa mano como una
bendición que te llega desde el origen de la humanidad, y que te
alinea con los hombres o las mujeres de tu presente y tu futuro.
Deja que la energía fluya durante unos minutos.
Cuando lo desees, sepárate del representante y simplemente
di en voz alta: “gracias, de ti lo tomo con amor”.
Esto es todo lo que necesitas hacer.
Ocupando el lugar de otro. Hijos
de reemplazo
El fenómeno de los hijos de reemplazo era más frecuente en
tiempos pasados, en los que la mortalidad infantil era elevada y
no era extraño que en cualquier familia se diera el fallecimiento
de uno o varios infantes. Aun así, es un caso que puede darse en
la actualidad, ya que como hemos visto, las repeticiones son una
constante en casi todos los sistemas familiares, y una grave
tragedia ocurrida en generaciones pasadas se puede volver a
producir en las generaciones presentes.
Se conoce como hijo de reemplazo a aquel que viene a llenar
el hueco emocional dejado por un hermano muerto antes de su
nacimiento. En no pocas ocasiones, a este hijo de reemplazo se le
da el nombre del fallecido, por lo que la conexión entre el vivo y
el muerto se hace aún más evidente. En otros casos, aunque no se
imponga el nombre del hermano muerto, el fenómeno del
reemplazo viene reforzado por comentarios de la familia, que en
un momento u otro, recuerdan el parecido entre ambos hermanos.
Por regla general, cualquier hijo nacido después del
fallecimiento de un hermano se puede considerar como hijo de
reemplazo. En estos casos, los padres, aun sin querer, van a
intentar “resucitar” al fallecido a través del ser que viene al
mundo a continuación. Este intento de resucitar al muerto es un
acto simbólico, puesto que nadie puede creer que tal cosa sea
posible, pero a un nivel inconsciente sí que es un sentimiento real,
expresado a través de un acto mágico. En culturas ancestrales, el
hecho de que los vivos traigan incorporada el alma de los
fallecidos, es una creencia común.
Generalmente, los hijos de reemplazo son niños nacidos en un
periodo de luto, en el que la madre aún no se ha repuesto de la
muerte de un hijo anterior. Es el caso de Salvador Dalí, cuyo
hermano mayor, llamado también Salvador, falleció cuando su
madre estaba embarazada de él. El dolor de esta pérdida tuvo un
eco en el vástago que nació a continuación, y marcó de forma
indeleble la vida del genial pintor español.
Algunos de estos hijos de reemplazo son también “niños
reparadores”. Se conoce así a los seres a los que desde su
nacimiento, o aun antes en la concepción o el embarazo, se les
adjudica la responsabilidad de sanar la tristeza de los padres.
Como se puede suponer, ser un hijo reparador es una carga
demasiado grande para cualquier infante, puesto que no hay
manera de sanar el dolor por la muerte de un niño fallecido de
manera prematura. Por más que el hijo reparador desee restituir a
sus padres a la condición anterior a la muerte del hijo, una
condición libre de dolor, está condenado al fracaso.
Para dejar clara la sutil diferencia entre un caso y otro,
definimos al hijo de reemplazo como aquel que está destinado a
sustituir a un hermano que falleció antes de su nacimiento. De este
hijo no se espera que tenga una vida propia, sino que sea la
continuación de lo que el sistema familiar había dispuesto para su
hermano mayor. Un hijo reparador es un hijo de reemplazo que
además carga con la responsabilidad de consolar a los padres de
su dolor, por lo que es un candidato perfecto a ser un hijo
parentificado.
Por ese motivo, ser un hijo reparador es una experiencia
necesariamente frustrante, que sólo se puede resolver cuando el
hijo renuncia a ser lo que de ninguna manera puede ser. Deja así
por tanto de vivir una existencia que no era suya y restituye al
fallecido al lugar que el destino le concedió.
Cualquier herida se cicatriza con el tiempo, siempre que se la
deje seguir su proceso natural. Del mismo modo, el dolor de los
padres ante la muerte de un hijo es una herida que nunca sanará
del todo, pero que con tiempo y aceptación, se vuelve cada vez
menos dolorosa. Así, el hecho de intentar, aunque sea de modo
inconsciente, prolongar la vida de un hijo fallecido en su
hermano, no es más que un intento vano que sólo sirve para que
el proceso de cicatrización se retrase en el tiempo.
Únicamente cuando los padres aceptan plenamente que el hijo
fallecido nunca existirá como adulto, y que el hijo que le sigue es
un ser diferente, con un propósito de vida completamente nuevo,
se libera la energía de curación que coloca a cada uno en el
lugar que le corresponde. Así, los padres comienzan a aceptar el
dolor, la memoria del difunto es respetada y el hijo vivo puede
separarse del fantasma genealógico de su hermano.
Te recomiendo que analices tu mapa genealógico para
encontrar este tipo de nudos genealógicos, tanto si te afectan
directamente como si no. Ser un hijo de reemplazo, o peor aún,
un hijo reparador del dolor paterno, es una de las peores cargas
generacionales que una persona puede llevar sobre sus espaldas.
En todo caso, existen métodos para sanar ésta herida
generacional, como veremos un poco más adelante.
Significado de la posición de los
hermanos
El orden de nacimiento de los hermanos en una familia tiene
una extraordinaria importancia, puesto que cada posición, desde
el mayor hasta el más pequeño, tiene sus ventajas e
inconvenientes. Estas normas no son siempre seguidas en todas
las familias, y pueden ser diferentes en la tuya. En todo caso, es
interesante reconocer el valor relativo que suele tener cada
posición de nacimiento en la mayor parte de las familias.
El hermano mayor
El hermano mayor, por su posición, suele adquirir un gran
sentido de la responsabilidad hacia sus hermanos menores desde
temprana edad, ya que en muchas ocasiones se le pide que cuide
de ellos. Esta responsabilidad suele ir unida a un cierto
ascendiente sobre los demás, de modo que todos los que le
siguen en el rango suelen dar gran importancia a las normas
impuestas por el primogénito, incluso a la hora de rebelarse
contra ellas. La rebelión puede venir del hecho de que los
menores sienten que tiene una conexión mayor con los padres, o
más privilegios que ellos, lo que atrae cierto grado de
animadversión.
El hijo mayor puede vivir bajo el peso de grandes
responsabilidades desde una temprana edad. En gran medida, se
espera de él que dé ejemplo a los demás, y esto es una carga
que no todos asumen fácilmente. Desde todos los puntos de vista,
este hijo será el más observado, tanto por los padres que esperan
mucho de él, como por parte de sus hermanos menores, que le
ven como un ejemplo a imitar o a superar.
En todo caso, tampoco hay que olvidar que, al ser el primero,
el mayor suele disfrutar durante algún tipo de las comodidades de
ser hijo único, excepto en el caso de que deba compartir su
primogenitura con un gemelo.
La tarea del hijo mayor de la familia puede estar relacionada
con mantener la integridad del sistema familiar. Los hijos mayores
suelen ser los mejores transmisores de las normas del clan. Por
este motivo, se espera de ellos que sigan una profesión similar a
la de los progenitores, que cuiden el negocio familiar, o al menos,
que se encarguen de que el orden familiar no se rompa por las
tensiones que introducen los demás componentes del rango.
El hermano mediano
Los hijos medianos de la familia ocupan un lugar intermedio
en el sistema que les permite desarrollar habilidades muy útiles
desde el punto de vista social. Así, mientras el hermano mayor
tiene más posibilidades de ser un líder y el menor un aventurero,
el mediano es alguien que aprende a manejar las relaciones con
los demás, sirviendo de mediador entre todos.
No es infrecuente que los medianos sean los hermanos más
equilibrados del conjunto, puesto que siempre están ubicados en
una posición de puente que les ayuda a comunicar a los mayores
con los menores. También se benefician de su posición,
colocándose en un extremo o en otro del conjunto a su
conveniencia. Estarán con el mayor en unos casos, y del lado del
menor en otros.
En todo caso, del mismo modo que el hermano mayor ha sido
hijo único alguna vez, el mediano ha ejercido como hijo menor
durante un tiempo. Esto tiene algunas desventajas, y la más
evidente de todas es que experimentará lo que es ser un príncipe
destronado sin poder aspirar nunca al estatus de primogénito.
Así, los medianos siempre se quedan a mitad de camino en todo.
En familias desestructuradas, el mediano tiene más
posibilidades de pasar desapercibido en momentos de conflicto,
pero también puede llegar a ser prácticamente invisible para los
padres cuando hay algo que repartir, sea amor, atención o
cualquier bien material. Tendrá en todo caso menos presiones y
habrá menos presión paterna sobre él.
Vivir el rol del hermano intermedio puede ser complicado para
aquellas personas que demanden atención, pero bastante positivo
para los que necesitan pasar desapercibidos.
El hermano menor
En general, el hermano menor se beneficia de la experiencia
que los padres han ido acumulando a través de la crianza de sus
hermanos mayores. De este modo, los padres suelen estar menos
ansiosos con este hijo y las expectativas que se ponen sobre él
son menores. Ahora bien, existen casos, sobre todo en las familias
numerosas, en que los menores suelen recibir menos cuidados y
atenciones por parte de unos padres agotados y sobrepasados
por las responsabilidades. En estos casos, suelen ser los hermanos
mayores los que se convierten en unos padres sustitutos.
En la mayor parte de las familias, el hijo menor tiene más
posibilidades de ser sobreprotegido e incluso mimado. En
ocasiones, este exceso de atenciones despierta los celos de sus
hermanos mayores, que sienten que ellos han tenido que soportar
más responsabilidades. Esto se agrava por el hecho de que el
menor suele gozar de mayor libertad. De este modo, tienen más
espacio para experimentar por su cuenta, sienten una menor
presión de las normas familiares y son menos respetuosos con la
autoridad en general.
En sistemas gravemente dañados, el hermano menor puede ser
la fuente de conflictos de todo el sistema. Él será aquel que
quiebra las leyes, el que se mete en problemas, quien sufre
enfermedad mental o quien cae en la adicción. El modo de vida
de los menores, más libre y menos controlado que el de los
mayores, puede ayudar a que estas conductas se produzcan.
A menudo se espera del menor que cuide de los padres en su
vejez. Esto es así, en parte, porque los mayores y medianos
suelen tener más libertad para formar pareja y perpetuar el linaje,
mientras que los pequeños sufren el miedo de los padres a
quedarse solos. El hijo menor suele ser la víctima del “síndrome
del nido vacío” en algunos hogares. Por ese motivo no es
infrecuente que se queden solteros para poder convertirse en
cuidadores de los padres.
El hijo único
La posición del hijo único tiene muchas similitudes con la del
primogénito, puesto que la presión que existe sobre él para
continuar con las normas y las estructuras familiares es muy
poderosa. Pero a diferencia del mayor, el hijo único no tiene
hermanos menores sobre los que descargar una parte de la
presión. Esta posición es por tanto compleja, y la manera de
sobrellevarla depende en gran medida de la estructura de la
familia.
En sistemas rígidos, el hijo único vive todo lo peor de la
primogenitura, y recibe a cambio muy poco amor o
consideración. Aquí estamos ante una posición que puede
generar una fuerte personalidad de líder, pero también puede
derivar hacia una forma de actuar despótica, a la que le cuesta
llegar a acuerdos con los demás. La presión que reciben los
únicos en estos sistemas es tan intensa que en no pocos casos, se
generan problemas psicológicos en estas personas, así como todo
tipo de enfermedades psicosomáticas.
En el caso de que el sistema sea más flexible, el hijo único
puede disfrutar de ciertas ventajas, como una atención muy
directa por parte de sus padres. Puede ser mimado con
demasiada facilidad, y sentir un sobre su cabeza un
proteccionismo extremo, que asfixie su capacidad de salir
adelante por sí solo.
En resumen, esta es una situación de gran soledad, en la que
tanto se puede generar una personalidad resolutiva y
perfeccionista, como demasiado infantil e inmersa en las
expectativas del sistema.
Ejercicio Práctico. Ocupando el
lugar entre los hermanos
(dinámica)
Encontrar el orden correcto entre los hermanos es de la mayor
importancia para que la energía personal se despliegue de un
modo sano en nuestra vida cotidiana. Sabiendo esto, en muchas
ocasiones podemos sentir que no hemos estado ocupando el sitio
que nos corresponde de acuerdo al orden de nacimiento. Así que
te propongo realizar un poderoso ejercicio que te ayudará a
ubicarte en tu lugar dentro del conjunto de tus hermanos.
Comienza escribiendo los nombres de tus hermanos en varios
papeles. En tu lista de hermanos no deben faltar aquellos que
murieron al nacer o a muy corta edad. Además, si tu madre sufrió
algún aborto, natural o provocado, debes añadir a este nonato a
tu lista de hermanos. Como no tiene nombre, puedes escribir en la
lista: “hermano no nacido” o “aborto”. No olvides poner tu
nombre en un papel.
Ubica el papel con tu nombre sobre al suelo, de manera que
puedas ver la cara escrita. Coloca a continuación los papeles con
los nombres de tus hermanos frente a ti, por orden de nacimiento
y de izquierda a derecha. Debes dejar un hueco libre en el lugar
que te correspondería por tu orden de nacimiento.
Una vez hayas colocado todos los papeles, sitúate de pie
sobre el que lleva escrito tu nombre, de manera que mires de
frente a los papeles con los nombres de tus hermanos. Observa la
posición que ocupa cada uno, de acuerdo a su orden de
nacimiento.
A continuación, si lo deseas, puedes ubicarte de manera
alternativa en cada una de las posiciones de tus hermanos,
aunque esto no es obligatorio. Si lo haces, presta atención a tus
sensaciones corporales en cada lugar. Mira a ver qué es lo que tu
cuerpo te revela en cada ubicación.
Sitúate de nuevo en tu posición y revisa tus sensaciones
corporales. De nuevo, no hagas ningún análisis acerca de ellas.
El objetivo de las dinámicas del libro es que tu cuerpo realice
también un trabajo de sanación, y en estas cuestiones, cuanto
menos se utilice la mente, mejor.
Ahora, dirígete a cada uno de tus hermanos por sus nombres.
Siguiendo su orden de nacimiento puedes decir, por ejemplo:
“Juan, tú eres el mayor, María tú eres la segunda, etcétera”.
Cuando llegues a tu lugar puedes decir algo como esto, “yo soy
[tu nombre] y mi lugar entre vosotros es el [tu número ordinal]”.
Por ejemplo, puedes usar esta fórmula: “yo soy Carolina y soy la
más pequeña”, o bien: “soy Carlos y mi lugar es el cuarto”.
Recita todos los nombres y las posiciones en voz alta y a
continuación di: “este es el orden correcto, y así lo asumo”.
Observa tu cuerpo y mira a ver si la reacción del mismo es
agradable o desagradable, sin hacer ningún juicio sobre ello.
Por último, toma tu papel del suelo y sitúalo en su lugar
correcto entre los hermanos. Ubícate sobre tu papel y di en voz
alta, señalando el lugar en que te encuentras: “reclamo mi
espacio, que es éste, con amor a todos mis hermanos y con
gratitud por lo recibo que de ellos”. Siente lo que es estar ahí, en
el lugar correcto y con gratitud en tu corazón.
Una vez hayas terminado, reflexiona acerca de lo que
significa reclamar tu espacio correcto. Así, si has sido el último y
has tenido que ejercer de hermano mayor, siente el alivio de
encontrar tu lugar. En el caso opuesto, si siendo el mayor has
vivido como si fueras el más pequeño de todos, puedes encontrar
la satisfacción de recuperar tu poder personal y tu capacidad de
conducir tu vida por el camino que desees.
Te advierto que en los días o semanas posteriores quizá
encuentres algunos cambios en la relación que mantienes con tus
hermanos. Si el vínculo estaba muy dañado, incluso es posible
que haya algún pequeño problema o malentendido por ambas
partes. Lo que haces en el plano sistémico afecta a todo el
sistema, no lo olvides, así que tus hermanos pueden tener algún
tipo de reacción inesperada hacia ti, agradable o desagradable.
Observa todo lo que ocurra y no reacciones de un modo
precipitado. Si dejas que las energías sigan actuando, en unos
días las cosas se calmarán e incluso te darás cuenta de que la
relación empieza a cambiar hacia mucho mejor.
Ejemplo. Las hermanas Brontë
El patriarca de la familia Brontë, Patrick Brunty, nació en
Irlanda el día de San Patricio de 1777. A pesar de haber venido
al mundo en el día del patrón de la Irlanda católica y de ser
bautizado con el nombre del santo, Patrick profesó toda su vida la
religión anglicana, de la que llegó a ser pastor.
Pronto, Patrick tuvo la oportunidad de viajar a Inglaterra,
donde estudió y donde cambió la ortografía de su apellido a
Brontë, como una forma de distanciarse de sus orígenes
irlandeses.
Tras su ordenación sacerdotal en 1807, fue trasladado a
Yorkshire, donde conocería la que sería su esposa, Maria
Branwell, hija de un mercader de Cornwall. Patrick era un hombre
interesado por la cultura, que se esforzó en que todos sus hijos
tuvieran acceso al conocimiento y al mundo de las artes. De
hecho, él mismo fue autor de poemas y novelas, que publicó a lo
largo de su vida.
Patrick tuvo una larga existencia para la época, ya que
falleció con 84 años de edad. Desgraciadamente, su vida no fue
feliz, ya que tuvo el infortunio de ver morir a su esposa y a sus
seis hijos a edades muy tempranas, sobreviviéndoles a todos.
El matrimonio de Patrick y Maria tuvo en total cinco hijas y un
hijo varón. El deseo de Patrick, dada la pobreza en que vivían,
era que sus hijas se convirtieran en institutrices. En aquel tiempo
era necesaria una buena dote para casar a las hijas, y él supuso,
con razón, que si sus hijas no tenían un medio de ganarse la
vida, no podían esperar nada del matrimonio. En cambio,
depositó en su hijo grandes esperanzas, ya que toda la familia le
suponía dotado de un gran talento para las artes.
Las hijas mayores, Maria y Elizabeth fueron enviadas al
colegio interno de Cowan Bridge, adonde las siguieron poco
después las dos siguientes, Charlotte y Emily. Debido a las malas
condiciones sanitarias del centro, se declaró una epidemia de
tuberculosis, que mató a Maria, con 11 años de edad y a
Elizabeth, con 10. Esta desgracia urgió a su padre para sacar a
sus dos hijas menores del centro, lo que sin duda les salvó la vida.
La infancia de los cuatro hermanos que sobrevivieron a la
tragedia estuvo marcada por cierto aislamiento, relacionándose
prácticamente sólo entre ellos. En ese mundo cerrado, los
imaginativos hermanos Brontë inventaron mundos de fantasía,
poblados por mitos, poemas e historias. Charlotte y Branwell
crearon el mundo de Angria, mientras que las hermanas más
pequeñas, Emily y Anne, imaginaron un mundo paralelo,
denominado Gondal.
Años después, Charlotte y Emily acudieron a un internado
privado en Bruselas, de donde tuvieron que regresar al morir su
tía, que había quedado al cuidado del hogar tras la muerte de su
madre. Al tiempo, su hermano Branwell intentaba sin éxito abrirse
camino en el campo de la pintura, y acabó trabajando con un tal
Sr. Robinson, quien le despidió al descubrir que estaba
cortejando a su esposa. El carácter de Branwell era débil,
caprichoso, colérico y manipulativo, propio de un hombre que
había crecido como un auténtico niño consentido.
Branwell tuvo un triste final, adicto a la bebida y al opio, fue
cuidado por su hermana Emily hasta su fallecimiento por
tuberculosis en septiembre de 1848. Como modelo literario, se
pueden observar rasgos de su personalidad en varios personajes
masculinos de las obras novelescas de sus hermanas.
Emily, la autora de “Cumbres Borrascosas” tenía un
temperamento muy tímido, intransigente y frío, que la impedía
tener conversación con nadie extraño a la familia. Viajó poco y
vivió prácticamente encerrada en su casa, haciendo escapadas a
los páramos de Yorkshire, cuya salvaje desolación tan bien refleja
en su novela. Al decir de algunos estudiosos, es probable que
Emily nunca abandonara el mundo imaginario de Gondal. Por
desgracia, Emily sobrevivió a su hermano apenas tres meses.
Anne, la más pequeña de los hermanos, que había quedado
huérfana a los 20 meses de edad, fue criada por la tía Elizabeth.
Tuvo varias experiencias docentes, pero la dificultad de obtener
éxito en la educación de los niños con los que tuvo que trabajar,
la desmoralizó. Sufrió, como todas sus hermanas, por la
inestabilidad emocional de Branwell, a quien todos adoraban
pese a su insufrible carácter. Anne viajó con frecuencia a
Scarborough, para ver el mar. Allí falleció de tuberculosis a los
29 años de edad, en mayo de 1849.
Charlotte, fue sin duda, la líder entre sus hermanos, ya que
tras las muertes de Maria y Elizabeth, quedó como primogénita.
Era una persona de carácter fuerte, ambiciosa y altamente
inteligente. Desde muy pequeña tuvo que convivir con la muerte
de sus seres queridos y tomar una posición firme con respecto a
sus hermanos más pequeños. Era, según quienes la conocieron
una mujer de ideas conservadoras y elevados principios morales,
algo tímida, pero con gran audacia a la hora de defender sus
principios. Ella fue la que impulsó a sus hermanas a publicar sus
obras y fue la única que logró contraer matrimonio. Por
desgracia, murió también de manera temprana, tras
complicaciones en su primer embarazo.
La recepción crítica de las novelas de las tres hermanas fue
desigual. “Jane Eyre” de Charlotte alcanzó un gran éxito,
mientras que la “Agnes Grey” de Anne, tuvo una moderada
repercusión. “Cumbres borrascosas”, de Emily, fue una novela
incomprendida en su tiempo, en parte por su novedosa estructura
formal, y en parte porque las desatadas pasiones que muestra no
eran del agrado del público de la época. Hoy en día, se
considera a Emily como la más genial de las tres hermanas
Brontë, y su novela, una de las obras más excelsas de la literatura
universal.
Figura 11. Genograma de las hermanas Brontë
Extraños bajo el mismo techo.
Hermanos que no se reconocen
como tales
Dos de las cuestiones que son esenciales a la hora de entender
las relaciones entre los hermanos son el orden y la pertenencia.
Del orden ya hemos hablado en páginas anteriores. En lo que
respecta a la pertenencia, lo habitual es que los hermanos se
sientan parte de un grupo que posee una identidad propia, a
pesar de sus naturales diferencias. Como ya se ha explicado, esto
se debe a que todos ellos se sienten parte de un mismo rango
genealógico.
Ahora bien, hay ocasiones en que alguno de los hermanos se
puede sentir alienado con respecto a los demás. La razón de este
sentimiento puede ser fácil de entender en algunos casos, y es
que no siempre los hermanos del mismo padre y la misma madre
se crían bajo el mismo techo. De esta manera, las influencias que
reciben les hacen tan diferentes como las personas que provienen
de familias diversas.
Puedo relatar en este sentido un caso tratado por mí. Una
mujer primogénita se casó con un hombre en contra de los deseos
de su madre. Para intentar recuperar el equilibrio, años después,
la pareja entregó a su hija primogénita a la abuela, con el
pretexto de que en el nuevo hogar la niña tendría más
oportunidades de educarse “correctamente”. Este supuesto
beneficio no se aplicó al resto de los hijos de la pareja, que se
educaron en el hogar de sus padres.
Como sucedió posteriormente en este caso, cuando los
hermanos biológicos se crían en diferente hogar, pueden con
facilidad volverse extraños. Así, la hija criada en casa de los
abuelos se convirtió en una persona incómoda para sus hermanos
menores, que no eran capaces de establecer un vínculo adecuado
con ella.
Otro caso en el que se puede dar un extrañamiento entre los
hermanos se produce cuando éstos son hijos de uno de los
progenitores, pero no del otro. Aunque hay muchas familias en
las que se hace un esfuerzo consciente por hacer sentir a todos los
niños como hermanos, estos no siempre se logra, y se produce un
extrañamiento entre individuos que se han criado bajo el mismo
techo y han compartido la infancia.
En cierto modo, el hecho de no compartir los dos padres
biológicos, sí que causa una cierta diferenciación entre
hermanastros, aunque se críen juntos. La herencia biológica es
muy importante en la conciencia humana, por más que hoy en día
parezca un hecho secundario en el contexto de las familias
adoptivas o reconstituidas en el que vivimos.
Algo, en el interior de cada hijo, le hace reconocer la
conexión con sus padres biológicos, como se demuestra muchas
veces en la práctica psicogenealógica. Esto no debería ser
extraño, puesto que la energía básica que a todos nos anima
proviene de la fusión de un óvulo y un espermatozoide que
pertenecen a un hombre y una mujer muy concretos. Sin ese
hecho fundacional, un ser humano no puede existir, y por buenas
que sean las intenciones de los padres no biológicos, resulta
imposible dejar de lado el hecho de que la propia materia física
de la que está compuesto el hijo no proviene de ellos.
A veces, el hijo sospecha que su padre no es su verdadero
padre, o incluso que ninguno de sus progenitores son realmente
sus padres biológicos. Esto puede tener alguna justificación real,
pero también puede tener una base genealógica más compleja.
Un secreto generacional que esté relacionado con la filiación, por
ejemplo cuando un abuelo es hijo ilegítimo, puede tener sobre un
descendiente el efecto de hacerle sentir extraño a su familia,
aunque no haya ninguna causa objetiva para ese sentimiento.
En todo caso, hay que dejar claro que sea cual sea el origen
del sentimiento de alienación, éste no suele tener una base del
todo real. Aquellos hermanos de sangre que se han criado en
familias diferentes son fruto de los mismos progenitores, y
comparten genes. Aquellos que se han criado juntos, pero siendo
de un padre o una madre diferente a aquel con el que conviven,
tienen algo en común con ese progenitor en el aspecto de
crianza, costumbres aprendidas y experiencias compartidas.
La solución en todos estos casos consiste en devolver a la
persona a la comunidad de hermanos a la que pertenece, en
otras palabras, devolverle a su rango propio, puesto que en ese
espacio se sentirá fuerte.
No quiere decir esto que personas adultas, que llevan muchos
años distanciados de sus hermanos o hermanastros, deban forzar
una reconciliación que, en todo caso, debería ser aceptada
libremente por todos. Lo que pretendo expresar es que en el
interior de cada persona hay que hacer nacer la sensación de
pertenencia, que le permitirá recuperar el vínculo a nivel
inconsciente. Si este paso da lugar a una reconciliación o no con
el resto de los hermanos, es un tema secundario. Trabajándolo
internamente, se abre la posibilidad de recobrar toda la energía
que está presente en su lugar dentro del rango de los hermanos, y
esto es lo que importa. Para esta tarea, te recomiendo que
realices el ejercicio ya presentado de “Ocupar el lugar entre los
hermanos”.
Relaciones prohibidas. El incesto
genealógico
En casi todas las culturas existe un tabú con respecto a las
uniones entre parientes muy cercanos: abuelos con nietos, padres
con hijos o hermanos entre sí. Esta prohibición, que
denominaremos “incesto estricto”, para diferenciarlo del concepto
más amplio de “incesto genealógico”, tiene una base genética
que analizaremos a continuación, y se ha trasladado como un
delito a la legislación de gran parte de los países del mundo.
El incesto estricto puede tener, como es conocido, un grave
impacto en la carga genética que se traslada a los posibles frutos
de la relación. La causa de ello reside en la manera en que la
herencia genética pasa de padres a hijos. Sabemos que los genes
de un individuo pueden ser dominantes, si manifiestan su
información, o recesivos, si ocultan dicha información ante la
presencia de un gen dominante. Dado que muchas enfermedades
se esconden en los genes recesivos, éstas sólo se pueden expresar
cuando un individuo hereda esos genes recesivos de ambos
progenitores. Esto es un caso relativamente frecuente en las
uniones sexuales donde existe consanguineidad, por lo que los
hijos habidos tras un incesto estricto son más propensos a sufrir
graves enfermedades que el promedio de la población.
Algunas excepciones al tabú generado en torno al incesto
estricto se dan en ciertas familias reales. Así, en el antiguo Egipto,
existía una costumbre generalizada entre la familia del faraón de
celebrar uniones entre hermanos y hermanas, de forma que la
descendencia tuviera una sangre real pura. Las consecuencias de
esta práctica a lo largo de los siglos fueron muy negativas para la
familia reinante, como se ha observado en el estudio de diversas
momias faraónicas, siendo el caso arquetípico el de Tutankamón,
quien padecía diversas enfermedades causadas por las uniones
incestuosas de sus antepasados.
En las familias reales europeas se da también este tipo de
problemas, puesto que en ellas hay siglos de matrimonios
entrecruzados, que han permitido que en algunos miembros se
dieran problemas de salud tan graves como la hemofilia, aparte
de algunos casos de severa discapacidad mental, como en el
caso del rey Carlos II de España, apodado “El Hechizado”. Por
otro lado, el incesto estricto se ha dado también en ciertos
ámbitos marginales o en comunidades históricamente aisladas.
El incesto genealógico es un concepto algo más amplio y
menos restrictivo que el incesto estricto, tal como se considera
desde la óptica biológica o legal. El incesto genealógico se puede
entender, en la mayor parte de los casos, como un incesto
simbólico, en el que una persona tiene relaciones sexuales con
alguien demasiado próximo, que trae al inconsciente del clan el
temor de una consanguineidad peligrosa.
Como veremos a continuación, la inmensa mayoría de los
incestos genealógicos posibles no se pueden considerar
peligrosos desde el punto de vista de la salud. Pero la realidad es
que en casi todos los casos, estas uniones provocan resultados
nocivos en la descendencia, si no desde el punto de vista
biológico, sí desde el ámbito transgeneracional. Esto es así
porque la huella que estas uniones “peligrosas” dejan en el
inconsciente compartido por todos los miembros del clan es muy
profunda, y su eco se siente durante generaciones.
Los casos más habituales de incesto genealógico son los
siguientes:
Primos hermanos que se casan entre sí.
Matrimonios entre parejas de hermanos, como por
ejemplo, dos hombres hermanos entre sí que se casan con
dos mujeres que también son hermanas entre sí.
Uniones sexuales entre cuñados.
Uniones sexuales entre el padrastro o la madrastra con
el descendiente de su pareja, tanto si se produce por
voluntad de las partes como si se trata de algo forzado.
Uniones sexuales entre tíos y sobrinos, sean libres o
forzadas.
Y por supuesto, el incesto en el sentido estricto, es
decir, la unión sexual entre padres e hijos, entre abuelos y
nietos, o bien entre hermanos, sea de modo voluntario o
forzado.
El efecto del incesto genealógico puede ser muy intenso en la
generación que es producto de dicha unión. En algunos casos, los
descendientes se sienten marcados con un difuso sentimiento de
culpa que no llegan a racionalizar, puesto que la unión de la que
proceden no suele estar penada por la ley, ni merece ningún
reproche social. No son infrecuentes los casos en que las
personas se comportan como en un caso de “sangre
contaminada”, negándose el derecho a ser felices, desarrollando
enfermedades mentales o padeciendo graves enfermedades
físicas. Tampoco es extraño que algunas personas que han
nacido de una unión de este tipo desarrollen fantasías acerca de
la pureza de la sangre, o incluso que eviten tener descendencia.
Un interesante ejemplo de hasta qué punto puede afectar el
fantasma del incesto genealógico es el caso del matrimonio
Darwin. Charles Darwin y su esposa Emma compartían abuelos
maternos, y por tanto eran primos hermanos. Ambos descendían
de Josiah y Sarah Wedgwood, que eran primos terceros entre sí,
siendo Charles hijo de la primogénita de los Wedgwood y su
esposa Emma, hija de su tío Josiah II. Además, en la familia
existió otro incesto genealógico, con un matrimonio entre primos
hermanos, al contraer matrimonio la hermana de Charles Darwin
con el hermano de Sarah Wedgwood.
Como naturalista, Darwin estaba muy preocupado por el
efecto nocivo que la consanguineidad existente entre él y su
esposa pudiera tener sobre sus descendientes. El matrimonio
Darwin tuvo un total de diez hijos, de los cuales tres no
alcanzaron la edad adulta. Un caso especialmente doloroso fue el
de Anne, que falleció a los diez años de edad, siendo la hija
predilecta de Charles. Esta muerte, provocada por la fiebre
escarlata agravada por una probable tuberculosis, le llevó a una
profunda crisis de fe que le impidió volver a pisar una iglesia
durante el resto de su vida.
El resto de sus vástagos disfrutó de vidas relativamente largas
y en general, honorables, ya que tres de los miembros masculinos
del clan llegaron a ser miembros de la Royal Society.
Curiosamente, varios de los hijos del matrimonio Darwin se
convirtieron en apasionados defensores de la eugenesia, una
filosofía que busca mejorar el potencial genético de la
humanidad, privando de la posibilidad de procrear a aquellos
individuos que se consideran poco aptos. La eugenesia, que nació
en la Gran Bretaña de finales del siglo XIX y comienzos del XX,
fue la triste inspiradora de algunas de las prácticas más
deleznables de la Alemania nazi.
El hecho de que los hijos de un matrimonio incestuoso, desde
el punto de vista genealógico, se decantaran por esta ideología
basada en la pureza de sangre, no deja de ser sintomático.
También lo es que, de los siete hijos del matrimonio que
alcanzaron la edad adulta, sólo tres de ellos llegaron a tener
descendencia.
Ejercicio Práctico. Los nudos
incestuosos del árbol (reflexión)
Ahora que ya conoces los diferentes tipos de uniones
incestuosas que se pueden dar en el árbol genealógico, es el
momento de empezar a analizar tu genograma en busca de este
tipo de vínculos.
El primer paso será revisar todo el genograma en busca de las
diferentes uniones que se dan a través del mismo. Si has señalado
no sólo los matrimonios, sino que también has indicado aquellos
casos en que hubo algún tipo de vínculo sexual o sentimental de
carácter prolongado, tendrás una gran parte de la tarea
realizada. No olvides incluir como vínculo a aquel que se
establece a causa de las relaciones sexuales no consentidas.
Como es lógico, las relaciones sentimentales se pueden dar tanto
entre personas de sexo contrario como entre individuos del mismo
sexo.
Toma una hoja de papel y escribe, una por una, todas las
uniones sentimentales que encuentres en tu genograma. En cada
caso, anota los nombres de las personas implicadas.
A continuación escribe, para cada unión, qué tipo de relación
se da entre ambos. Hazlo sin hacer valoraciones sobre las
mismas. Por ejemplo: “Juan y María: matrimonio eclesiástico;
Pedro y Amalia: relación platónica”.
Analiza cuáles de esas uniones se pueden entender como un
incesto genealógico. Revisa el capítulo anterior, si es necesario, y
concédete tiempo para ir estudiando todas las relaciones de tu
árbol. Si encuentras algún incesto genealógico, escríbelo en la
lista que estás construyendo. Si además, el incesto se puede
considerar como “estricto”, es decir, por ejemplo, un padre que
abusa de su hija, indícalo expresamente. Si lo deseas, puedes
marcar o subrayar con tinta roja estos casos.
Con la lista delante de tus ojos, ¿puedes observar algunos
casos de incesto genealógico en tu familia? En caso de que la
respuesta sea negativa, puedes dar por finalizado este ejercicio.
Pero si existen, te invito a que continúes con lo siguiente.
Observando estas uniones incestuosas, cuestiónate lo siguiente
¿en qué casos hubo descendencia? ¿Qué observas en esos
descendientes? ¿Han vivido existencias plenas y satisfactorias, o
quizás han sido personas con destinos difíciles? Anota tus
impresiones para analizarlas posteriormente.
Prestando atención a las personas que protagonizaron la
unión. ¿Cómo fue su vida posterior? El hecho de analizar todas
estas cuestiones es profundamente sanador.
Para contestar estas preguntas, debes tener cierta información
acerca de todos los miembros de tu genograma. En caso de no
disponer de esos datos, simplemente deja las preguntas abiertas,
puesto que es posible que en un futuro te llegue alguna
información.
Por último, debo hacer una recomendación. A la hora de
realizar este ejercicio es importante dejar fuera cualquier
intención moralizante. Lo que sucedió ya es pasado, y aunque
puede tener un efecto en el presente, es algo que no se puede
variar. Intenta analizar cada caso con objetividad, olvidando los
roles de “perpetrador” y “víctima”, si es necesario. Se trata de
observar con claridad la historia de la familia y ver cuáles son las
consecuencias de ciertos sucesos. Evita condenar el incesto
aunque quizás te repugne, e intenta descubrir qué consecuencias
objetivas ha tenido en tu familia.
Ejemplo. Charles Darwin
Charles Robert Darwin fue el quinto de los seis hijos del
médico Robert Darwin y su esposa Susannah. Nacido en 1809 en
el seno de una familia profundamente religiosa, Charles parecía
desde su nacimiento destinado a ser médico o clérigo. En
realidad, él estaba más interesado en las ciencias naturales, y a
duras penas consiguió licenciarse en letras, después de
abandonar la carrera médica, para disgusto de su progenitor.
Al finalizar su carrera, Darwin aceptó una invitación para
participar en la expedición del buque HMS Beagle, bajo las
órdenes del capitán Robert FitzRoy. La misión del buque consistía
en cartografiar la costa de América del Sur, y a Darwin se le
proponía convertirse en el naturalista de a bordo, en un viaje que
duraría dos años y en el que no cobraría ningún sueldo. A pesar
de la oposición paterna, que prefería que el joven Darwin se
empleara en la carrera eclesiástica, Charles embarcó con 22
años en un viaje que cambiaría no sólo su forma de pensar, sino
el rumbo de las ciencias naturales.
A la vuelta de su viaje, que no duró los dos años previstos,
sino cinco, Darwin dedicó mucho tiempo a reflexionar sobre todo
lo que había observado a lo largo de su periplo en torno al
mundo. El hombre que había partido en 1831, profundamente
religioso y convencido de la autoridad de la Biblia, regresaba en
1836 con múltiples dudas acerca del relato de la Creación. Como
es lógico, la idea paterna de hacerse párroco fue completamente
apartada de su conciencia.
En los años previos a la publicación de “El origen de las
especies”, Darwin hizo múltiples experimentos y publicó otras
obras sobre geología y acerca de sus viajes. En este contexto,
Darwin comenzó a desarrollar diversos síntomas físicos que hasta
el día de hoy continúan causando controversia entre los
investigadores. Lo más probable es que sus continuas
enfermedades, que afectaban a órganos diversos, se debieran a
un problema psicosomático.
En 1838 se declaró a su prima hermana Emma Wedgwood,
con la que se casó. Una carta de Emma antes de la boda es
interesante para comprender el curioso vínculo que existió entre
ambos. En ella, Emma le dice: “No sigas poniéndote malo, mi
querido Charley hasta que pueda estar contigo para cuidarte”.
En 1839, con apenas 30 años de edad, Darwin ya formaba
parte de la Royal Society. El investigador contaba con una
merecida fama en su país, pero cuando su obra principal salió a
la luz, lo hizo acompañada de un gran éxito y un fenomenal
escándalo público. La idea de que las especies no habían sido
creadas por la divinidad tal como existen en la actualidad, sino
que son el fruto de un proceso evolutivo de lenta adaptación,
gobernado por la supremacía de los más dotados y sin ninguna
intervención de un ser superior, fue un duro golpe para la
creencia común en la certeza literal del Génesis que era común
en la época.
En su vida privada, Charles y Emma fueron padres de diez
hijos, siete de los cuales alcanzaron la edad adulta. Charles
Darwin fue un padre cariñoso, lo cual no era común en la época,
y observó a sus hijos no sólo como padre, sino con la mirada de
un naturalista fascinado por el milagro de la vida. Como se ha
comentado, la muerte de la hija primogénita, Anne, a los diez
años de edad, fue un duro golpe para él. Desde ese momento, su
pensamiento evolucionó desde el agnosticismo al ateísmo de sus
últimos años de vida. Su esposa, que provenía de una familia
cristiana unitaria, aceptó con normalidad su cambio de creencias.
A pesar de las controversias, el pensamiento de Darwin se fue
asentando entre los estamentos científicos de la época. A su
fallecimiento, fue enterrado entre grandes honores en la Abadía
de Westminster, en un espacio reservado a los personajes más
célebres del Reino Unido.
Sus últimas palabras, dirigidas a sus hijos en el lecho de
muerte son reveladoras de la relación que se estableció entre
todos los miembros de la familia Darwin: “Casi ha merecido la
pena estar enfermo para recibir vuestros cuidados”.
Figura 12. Genograma de Charles y Emma Darwin
Figura 13. Los descendientes de Charles y Emma Darwin
Un viaje sin retorno. La
emigración
La emigración es uno de los temas más dolorosos con los que
puede vivir una persona, especialmente cuando la emigración se
produce por causas forzosas. No es extraño que las
consecuencias de estos sucesos tengan repercusión en varias
generaciones.
Un movimiento migratorio puede ser originado por muchas
causas, pero la más habitual suele económica, producida por
unas condiciones de vida muy pobres en el lugar de origen. Otra
causa de la migración humana suelen ser los conflictos o las
catástrofes naturales, que obligan a grandes masas humanas a
desplazarse para evitar las consecuencias terribles del caos
existente en el propio país. Como es lógico, cuando alguien
emigra por alguna de estas causas forzosas lleva consigo un gran
dolor interior, ya que la partida supone romper con las raíces,
dejar atrás a seres queridos, paisajes de la infancia, costumbres y
recuerdos que probablemente nunca se recuperen.
Pero es que, incluso en aquellos casos en que la persona
consigue retornar a su lugar de origen, el mundo que le espera no
es, de ninguna manera, aquel que dejó atrás. Algunos seres
queridos ya habrán fallecido y todo el entorno habrá sufrido
cambios. El emigrante lleva consigo una fotografía emocional que
nunca se corresponde con la realidad que se encuentra en su
retorno, y por eso, si la huida es dolorosa, la vuelta no es en
absoluto gozosa.
Se añade a esto el problema de los hijos que han nacido o se
han criado en el país de acogida. Si se les pretende llevar a la
zona de origen de sus progenitores, se sentirán extraños en ella,
puesto que ya no pertenecen a ese lugar. Pero también sentirán
un cierto desarraigo en su país de acogida, puesto que en verdad
ellos no pertenecen por completo a ese lugar. Llevan consigo la
herida de los padres y nunca estarán a gusto ni en uno ni en otro
lugar.
Se da entonces, entre la segunda y la tercera generación de
emigrantes, una sensación de desasosiego, el sentimiento de que
ningún lugar es bueno para vivir, de que no existe un hogar al
que regresar, puesto que nada se siente como propio. No es
extraño por tanto que algún hijo o nieto de emigrantes se vuelva
viajero, o que se vea forzado a convertirse a su vez en emigrante.
En verdad, la emigración suele ser un trauma que causa dolor
a varias generaciones, y cuya solución no se encuentra con
facilidad. Sin contar con los casos en que los inmigrantes deben
afrontar la amenaza de movimientos sociales o políticos que
dificultan su existencia en el país de acogida, e incluso deben
sufrir por el racismo o la xenofobia de sus propios vecinos.
Ejercicio Práctico. Sanando el
dolor de la emigración (reflexión
y psicomagia)
Este ejercicio está enfocado a aquellas personas que tienen en
su árbol familiar una historia de emigración a otro país o una
región muy lejana de la original. Como ya hemos visto, la
emigración, sobre todo si es forzosa, es un hecho que marca no
sólo a las personas que la protagonizan, sino a todo el sistema
familiar en su conjunto.
Si tú eres la persona que ha emigrado, probablemente sientas
que el efecto de esta práctica es muy poderoso en ti. Te advierto
que no sólo será positivo para tu vida, sino que tendrá un efecto
beneficioso en tus descendientes, puesto que les permitirá
liberarse del efecto más negativo y doloroso de una emigración
que ellos seguramente no han elegido.
En el caso de que seas un descendiente de emigrantes, sea en
primera o en segunda generación, quizás hayas sentido una
identificación con todo lo que se ha expresado en el capítulo
anterior. Es probable que no te sientas a gusto en ningún lugar, o
que busques con desesperación un “hogar” que no acabas de
encontrar.
Este ejercicio consiste en dos partes. La primera es un pequeño
ejercicio de reflexión y de conexión con la emoción. La segunda,
una sencilla práctica psicomágica.
Toma un papel y un bolígrafo y reflexiona durante unos
minutos acerca de tu vida como emigrante, o bien acerca de la
emigración de tus antepasados. A continuación, escribe una carta
donde reflejarás tanto tus emociones como tus ideas al respecto.
Esta carta irá dirigida a tus familiares o amigos que han quedado
en tu lugar de origen, si tú eres la persona emigrada, o bien a los
antepasados que se desplazaron, si eres descendiente de ellos.
No omitas ningún detalle. Refleja todo lo bueno y lo malo de
tu experiencia, tu dolor y tus esperanzas. Pide perdón o enfádate.
Siéntete libre de expresarte como desees. Piensa que ésta es una
carta de despedida, en la que te atreves a decir cualquier cosa,
sin temor a lo que puedan sentir los destinatarios. Firma la carta
con tu nombre de pila, pero evita en ella cualquier referencia que
pueda identificarte a ti o a tu familia (apellidos, dirección postal,
etcétera). El motivo lo entenderás a continuación.
Cuando hayas escrito tu carta es posible que hayan emergido
muchas emociones. Permite que éstas se serenen, y si es
necesario, deja el resto del ejercicio para otro día.
Para completar el ejercicio, tendrás que buscar algo que
simbolice a tu país natal o al país natal de tus antepasados, si
eres descendiente de emigrantes. Debe ser un objeto pequeño y
no muy pesado. Puede ser una fotografía de algún lugar
característico, un recuerdo de esa zona, o incluso, si es posible,
un poco de tierra de ese lugar. Coge una manzana y practica en
ella un agujero de tamaño suficiente en el que introducir la carta
bien doblada y el objeto que has seleccionado. Cierra el agujero
con cinta adhesiva.
Simbolizaremos el viaje de los emigrantes como un tránsito a
través del mar, aunque haya sido realizado por tierra o por aire.
Así que debes buscar a continuación una corriente de agua o una
playa donde arrojar la manzana. Si se trata del mar, espera a
que la marea esté empezando a subir y acércate a la orilla con
precaución. Si lo haces en un río, simplemente mira hacia donde
fluye la corriente y arroja la fruta en esa dirección. En todo caso,
hazlo desde un lugar seguro, donde no corras ningún peligro de
caer.
La manzana flotará, y muy pronto se la llevará la marea o
bien la corriente del río. Obsérvala mientras se aleja y, en tu
interior, di adiós a todo el pasado. Cuando sientas que es el
momento, da media vuelta y aléjate. Dedica el resto de la jornada
a algo que te haga feliz.
Dolor hereditario. La enfermedad
generacional
Generacionalmente se puede entender a la enfermedad desde
dos perspectivas diferentes, pero no necesariamente excluyentes.
Por un lado, la enfermedad puede muy bien ser un intento
sistémico de retornar al equilibrio del clan. Así, si una persona ha
padecido un destino trágico en el pasado, porque murió muy
joven o porque sufrió alguna enfermedad o discapacidad, se
genera dentro del sistema un nudo doloroso que se hereda en la
siguiente generación. Dado que una de las fuerzas esenciales de
cualquier sistema es su necesidad de cohesión y de resolución de
los conflictos internos, alguien suele tomar sobre sí ese nudo,
desarrollándolo como una enfermedad propia. Esto es difícil de
comprender si miramos a cada persona desde un punto de vista
exclusivamente individual, así que es preciso recurrir a la visión
sistémica para poder aclarar lo que ocurre aquí.
Los lazos que unen a cualquier sistema familiar son muy
fuertes, y no se rompen por el paso del tiempo, ni por la distancia
física entre las personas. Esos lazos, como hemos visto, requieren
que haya un equilibrio continuo, una curación permanente de las
heridas. Pero ¿qué sucede cuando las heridas originales no son
sanadas, cuando el dolor no es asumido y transformado? En esos
casos, alguien, desde un pensamiento mágico y sin posibilidad
alguna de éxito, recoge el problema y lo hace suyo, intentando
que nadie en el sistema no lo padezca.
Como es lógico, esto no resuelve de ninguna manera el
conflicto, y sólo consigue crear una nueva víctima del mismo. Pero
es algo que ocurre constantemente en los sistemas, siguiendo una
dinámica que el creador de las Constelaciones Familiares, Bert
Hellinger describe muy bien con las siguiente frases: “te sigo en el
dolor, antes yo que tú”, o expresándolo de otra manera: “tomo tu
carga para que tú estés bien, y además me amarás por ello”.
La solución, por supuesto, consiste en devolver el problema a
quien lo padeció, deshaciéndonos así de una carga que no nos
pertenece. Como en el pensamiento sistémico no existe el tiempo,
resulta indiferente que esa persona haya fallecido hace mucho o
que no la hayamos conocido. Para la conciencia interior, los
antepasados siempre están en nuestro interior como fuerzas
vivientes, y del mismo modo que podemos enfermar por fidelidad
a ellos, también podemos sanar por devoción a nosotros mismos.
El ejercicio que se muestra en el capítulo siguiente:
“Devolviendo una enfermedad heredada” puede ser útil para
trabajar este tipo de conexiones nefastas para nuestra salud.
La segunda vía transgeneracional por la que podemos
enfermar consiste en lo que se podría denominar “enfermedad
por expiación”, y se formula de la siguiente manera. Cuando
alguien tiene un destino “bueno” junto a otras personas del mismo
sistema que han tenido un destino “malo”, siente de manera
inconsciente una necesidad de devaluar su vida para poder
recuperar el equilibrio dentro del sistema. En este caso, la
sensación interior es: “no merezco lo bueno si otras personas de
mi familia lo han pasado tan mal”.
Como es lógico, esto es otro tipo de pensamiento mágico
inconsciente que resulta muy negativo para el desarrollo de la
persona. Es preciso, cuanto antes, recuperar el propio destino,
abrazarlo, sin dejar de lamentar el mal que otros hayan tenido
que padecer. Recuerda que apagando tu luz no enciendes la luz
de nadie, sino que te condenas a la oscuridad.
Este tipo de problemas se trabaja en el ejercicio “Sanando el
dolor de conflictos y catástrofes” y puedes adaptarlo para
cualquier caso que sientas que te pueda estar afectando desde el
punto de vista transgeneracional.
Un caso de enfermedad generacional heredada pueden ser
las adicciones de cualquier tipo. Aquí suele haber algún problema
a la hora de aceptar completamente la energía de los padres,
bien porque estos estén debilitados, o bien porque alguno de ellos
haya intentado separarnos del otro progenitor. En todos estos
casos, es muy apropiado realizar el ejercicio “Traer de vuelta al
progenitor ausente”, que se explicó en páginas anteriores.
Por último hay que dejar claro que el diagnóstico y la curación
de las enfermedades corresponde a los médicos. Los ejercicios e
ideas que aquí se exponen son simplemente una ayuda en el
proceso de curación, pero en ningún caso deben sustituir el
tratamiento sanitario que sea recomendado por un profesional de
la medicina.
Ejercicio Práctico. Devolviendo
una enfermedad heredada
(psicomagia)
La herencia genética lleva consigo una serie de beneficios y
desventajas que son bien conocidas por todos. Por un lado, hay
ciertas cualidades que se transmiten de padres e hijos, como el
atractivo físico o la inteligencia, pero también, no hay que
dudarlo, se reciben de los antepasados ciertas taras,
enfermedades y otros problemas. Sucede lo mismo con la llamada
“herencia genealógica”, es decir, con el conjunto de ideas
inconscientes, relatos verbales y silencios que recibimos de
nuestros antepasados.
Como hemos ido exponiendo a lo largo de esta obra, si bien
estamos conectados con el pasado desde un punto de vista
fisiológico, también lo estamos ideológicamente, recibiendo de los
antepasados no pocos conflictos sin resolver. Las enfermedades
físicas son uno de estos problemas heredados que, bien por una
herencia puramente biológica, o por el desconocido mecanismo
de la herencia genealógica, llegan a nosotros.
En este ejercicio, la primera tarea a realizar consiste en
identificar a la persona de la que proviene el mal, o al menos, la
primera que sabes con certeza que lo ha padecido en el árbol
genealógico. Considera a esta persona como el origen, aunque
sin culparla de nada.
A continuación resulta importante reducir, a un símbolo y a
unas pocas palabras, el motivo del mal que te aqueja. El símbolo
debe ser algo material, no necesariamente valioso, pero que para
el inconsciente tenga el efecto de señalar el problema a tratar. Las
palabras a usar tienen que ser una descripción simple de la
enfermedad.
Por ejemplo, si una mujer tiene una enfermedad en los ovarios
de origen genealógico, puede buscar algo que simbolice estos
órganos, por ejemplo, un par de bolas pequeñas que pintará de
color negro para representar el mal. La descripción verbal de la
enfermedad es, simplemente, “el quiste que tengo en los ovarios”.
Otro ejemplo. Si un hombre tiene una enfermedad coronaria
que se refleja en su árbol genealógico, puede adquirir un corazón
de plástico en un comercio, o simplemente recortar en una
cartulina roja la forma de un corazón. Para simbolizar la
enfermedad, puede marcarlo con manchas, con trazos de color
negro, o simplemente arrancarle un pequeño trozo. Aquí la
descripción verbal puede ser: “la enfermedad de mis válvulas
coronarias”.
En definitiva, es importante emplear la imaginación tanto en
éste como en todos los ejercicios que impliquen el uso de la
psicomagia. De este modo, se puede usar una esponja para
representar el tejido pulmonar, una nuez para el cerebro, un trozo
de cuero para la piel, o un par de alubias grandes para los
riñones, por citar algunas ideas.
Ahora que ya tenemos tu símbolo y la descripción, te aconsejo
que dediques un tiempo a la reflexión. Sitúa el objeto simbólico
que has escogido frente a ti, sobre tu mesa, y piensa ¿qué
aspectos positivos te ha traído la enfermedad? Esto puede sonar
extraño a algunas personas, puesto que es fácil pensar que un
mal físico no puede tener ninguna consecuencia positiva, pero
esto no es cierto. Las enfermedades, aunque no sean deseables,
traen interesantes aprendizajes para todos nosotros. De modo que
es importante que detectes alguna parte positiva del mal para que
el ejercicio pueda tener un efecto beneficioso para ti.
A continuación debes escribir una carta, tan breve o tan larga
como desees, en la que te dirijas al antepasado que has
identificado como el foco o el origen de la enfermedad. En ella
debes hablarle de tu mal, de las consecuencias que ha tenido
sobre tu vida, pero también debes reconocer los aspectos
positivos que has adquirido a través de la enfermedad. Da las
gracias a tu antepasado por estos aprendizajes positivos, y
siéntelos como un regalo que te ha dado esa persona.
Para finalizar la carta, expresa que ahora que ya has
reconocido la parte positiva del regalo, deseas devolvérselo,
puesto que ya no es necesario para ti. Indica que la enfermedad
no es tuya, sino suya, y que lo apropiado es que la tome de
vuelta. En ningún caso escribas estas palabras desde el
resentimiento, sino desde la gratitud y el deseo de desprenderte
de algo que ya no deseas tener más en tu vida.
Si el antepasado ha fallecido, es conveniente visitar su lugar
de enterramiento, si es conocido por ti, y dejar el objeto junto a
su tumba. Puedes doblar la carta e introducirla junto a la lápida.
En cambio, si la persona aún vive, puedes hacer un ejercicio más
simple. Busca un regalo agradable para esa persona, como unas
flores, una caja de bombones o algo de ropa, según sus gustos.
Junto a tu regalo, encuentra la manera de disimular el objeto
representativo. La carta la puedes enterrar en algún lugar al aire
libre, cerca un árbol frondoso.
Ejercicio Práctico. Sanando el
dolor de conflictos o catástrofes
(reflexión y psicomagia)
El presente ejercicio es útil en aquellos casos en que tu familia
haya sufrido el efecto de graves conflictos armados, guerras,
hambrunas o catástrofes naturales que hayan afectado de un
modo dramático a los miembros del clan.
Para realizar el presente ejercicio te recomiendo que hagas
uso del cronograma familiar que te presenté en un capítulo
anterior de esta obra. El cronograma es el gráfico que puede
mostrarnos el estado de una familia en el momento en que se
produce un acontecimiento concreto. Así pues, conociendo la
fecha o el período de tiempo en que sucedió el conflicto o la
catástrofe que asoló a tu familia, puedes tomar tu cronograma y
hacer una serie de análisis.
En primer lugar, observa qué personas del sistema estaban
vivas en ese momento. Anota en un papel sus nombres y su edad
en esos momentos. Como es lógico, el impacto no será el mismo
para un bebé o una persona de edad avanzada, que para un
adulto, y por ese motivo es preciso conocer las edades. Si lo
deseas, puedes anotar junto a cada nombre, su profesión.
A continuación reflexiona acerca de cómo pudo impactar el
acontecimiento en cada una de esas personas. En algún acaso, es
seguro que tendrás información precisa que te habrá llegado a
través de tu familia, o quizás porque tú has estado presente en el
suceso. Pero en esta reflexión quiero que vayas un poco más allá,
intentando entender, desde una perspectiva más profunda, los
verdaderos sentimientos de tus antepasados.
Así que con lo que ya conoces a través de tu lectura de este
libro, ¿cómo crees que se sentían los protagonistas del suceso?
¿Cuál podría ser la sensación de los hombres adultos? ¿La
definirías como rabia, impotencia, frustración o resignación? ¿Y
cuál era el sentimiento de las mujeres adultas? Piensa también en
los niños y los ancianos, en su sensación de desvalimiento ante la
catástrofe. Anota todas tus impresiones.
Reflexiona ahora acerca de lo siguiente. ¿Qué efecto tiene
esta experiencia sobre mí? ¿Acaso soy una persona temerosa?
¿Vivo pensando que lo bueno se puede acabar en cualquier
momento? ¿Soy una persona ahorrativa en extremo? Piensa en los
rasgos de tu personalidad que puedan conectar con la vivencia
de tu familia.
Si este ejercicio te ha producido una honda impresión
emocional, no tienes que preocuparte, puesto que es normal.
Aprovecha esa energía para realizar la segunda parte del
ejercicio.
Escribe a continuación una breve historia acerca de ese
episodio. Cuenta lo que sucedió, tal y como lo sientes, pero
intenta hacer algo original con tu relato. Busca la manera de
darle un final feliz. No importa que el final no sea “real”, puesto
que no estás escribiendo un libro de historia, sino que estás
trabajando con tu mente inconsciente. De este modo, te preparas
para el ejercicio que realizarás al final de este libro.
Enciende una vela por todos aquellos que sufrieron y siente
que su luz está contigo, en todas tus células, en todos los relatos
familiares que viven dentro de ti. Deja la vela en un lugar seguro,
donde no pueda causar ningún problema, hasta que se apague
por sí misma.
Para concluir el ejercicio, te pido que selecciones una causa
social que sea valiosa para ti y realices una donación económica.
Especialmente deberías tratar de ayudar a personas que hayan
sufrido algún tipo de catástrofe o conflicto en algún lugar del
mundo. Por ejemplo puedes donar a alguna organización que se
ocupe de los millones de refugiados que existen actualmente en el
planeta. Todas estas personas, que huyen de algún conflicto
armado, del hambre o de alguna catástrofe natural, están siempre
necesitadas de nuestra colaboración. Ayudándoles, haces que el
dolor de tus antepasados haya servido para algo.
La maldición del fracaso. Los
problemas económicos y
laborales
Como ya habrás supuesto a lo largo de la lectura de este
libro, muchos de los conflictos que podemos sufrir en el plano
laboral o en nuestra economía, tiene una resonancia directa con
las historias y los conflictos de nuestros antepasados.
En líneas generales, podemos conectar el origen de cualquier
disfunción en el mundo práctico con tres causas probables desde
el plano psicológico. La primera viene referida a la “neurosis de
clase”. La segunda, a la conexión entre la energía de los
progenitores, especialmente dentro de los organigramas de las
empresas. La tercera, a las repeticiones fatales del árbol
genealógico. Veamos a continuación estas tres causas.
Ya hemos hablado del denominado síndrome de la “neurosis
de clase” que impide al hijo escalar por encima del nivel
socioeconómico alcanzado por los progenitores. Trabajando con
esas limitaciones auto-impuestas es muy probable que se despeje
el camino para la mejora de la vida material, y por eso te invito a
reconsiderar todo lo expresado en ese capítulo del libro.
Cuando hay problemas laborales, resulta también interesante
analizar la relación que existe entre la figura que nos está
causando el problema y nuestro progenitor del mismo sexo. Así
por ejemplo, si tienes un gran conflicto con tu jefa inmediata, que
es mujer, sería recomendable que analizaras la relación
generacional con tu propia madre. Probablemente vas a encontrar
ahí claves muy importantes que ni imaginabas.
Si este es el caso, lo más apropiado es trabajar la conexión
con el progenitor correspondiente, realizando ejercicios como
“Traer de vuelta al progenitor ausente”.
Tampoco hay que dejar de lado el problema de las
repeticiones dentro de la historia del sistema familiar. No es
infrecuente que algunas personas revivan los conflictos laborales o
la ruina económica de sus antepasados en su propia vida, de
manera que parecen obligados a una repetición fatal de lo peor
de la historia familiar. Si sientes que éste puede ser tu caso, te
invito a que analices con cuidado los acontecimientos que se
hayan podido dar en tu historia familiar con respecto al dinero y
el éxito profesional.
Si hubo algún antepasado que sufrió ruina o que tuvo algún
tipo de contratiempo grave en el desarrollo de su vida laboral, es
posible que de algún modo estés reproduciendo sus esquemas de
comportamiento. Este fracaso autoimpuesto es completamente
estéril y no beneficia a nadie, por lo que conviene sanarlo cuando
antes.
Para ese propósito, sirve el sencillo ejercicio que te propongo
a continuación.
Ejercicio Práctico. Rompiendo la
maldición de fracaso (dinámica)
Para realizar el presente ejercicio es preciso que hayas
localizado a la persona que sufrió el problema laboral o
económico en el pasado familiar. Si en tu sistema hay varios
episodios de ese tipo, te recomiendo que empieces a trabajar con
el caso más antiguo del que tengas noticia. Esto es debido a que
es muy probable que el resto de los problemas en otras personas
sean una consecuencia de ese primero, así que sanando el
origen, estás liberando todo lo que haya venido después.
Como has hecho en otras dinámicas, vas a trabajar con un
papel en el que escribirás el nombre de la persona o personas
que sufrieron ese fracaso laboral, bancarrota o empobrecimiento
repentino.
Sitúa el papel frente a ti en el suelo y tú, como es costumbre,
debes situarte de pie frente a él, a un metro de distancia
aproximadamente. Con los pies descalzos o cubiertos con
calcetines, los ojos abiertos y los brazos sin cruzar, dedica unos
minutos a observar tus sensaciones corporales. Ya sabes que en
estos casos no conviene hacer ningún tipo de juicio, simplemente
observa lo que sientes y confía en tu cuerpo.
A continuación, pronuncia las siguientes palabras en voz alta,
despacio y siendo consciente de cada una de las frases y su
significado: “Hasta ahora te he estado siguiendo. Pero ya no lo
haré más. Te devuelvo tu destino y ahora tomo el mío en mis
manos. Te doy las gracias por todo lo que he aprendido de ti.”
Si sientes mucho dolor en tu corazón, simplemente añade: “Lo
siento”.
Por último, da media vuelta y mira hacia delante. Si es
posible, sal inmediatamente del lugar en que te encuentras y vete
a dar un paseo por un lugar hermoso, por el parque, por el
campo, por una playa o a la orilla de un río. Respira hondo y
deja que tus emociones se manifiesten. Algo muy grande se está
liberando dentro de ti.
Ejercicio Práctico. Reescribir la
historia familiar (reflexión)
Como ya hemos visto a lo largo de este libro, la historia
familiar es algo que nos viene dado en su integridad y que sólo a
través de una profunda investigación se despliega ante nosotros
no sólo en el plano consciente sino en todas sus derivadas
inconscientes. Ahora bien, nada nos impide, aunque sea a título
de experimento, construir una historia paralela que pueda tener
un impacto sanador en nuestra alma. Por eso quiero terminar este
libro con un ejercicio muy poderoso, que puede cambiar tu vida
de un modo profundo.
Podemos tomar como ejemplo al maestro Alejandro
Jodorowsky, quien en su obra “Donde mejor canta un pájaro”,
reescribe toda la historia de sus antepasados, dando a cada uno
la oportunidad de desarrollar un destino más positivo que el que
tuvieron en realidad. Este libro, cuya lectura te recomiendo
vivamente, presenta a cada uno de los ancestros del autor,
enfrentado a los dilemas que tuvo a lo largo de su vida. A partir
de este punto, Jodorowsky construye en su imaginación una vida
paralela para dicho antepasado, que le permite resolver el dilema
y tener, en el mundo de la imaginación, una vida mejor.
Sin necesidad de llegar a la excelencia literaria de
Jodorowsky, cada uno de nosotros puede realizar una tarea
similar con su propio relato familiar.
El presente ejercicio requiere que hagas uso de toda tu
imaginación y de las cualidades que tengas para escribir y para
contar historias. No es necesario, como ya se acaba de indicar,
que realices una pieza literaria de gran valor, y ni siquiera se
requiere que la creación sea de larga extensión. Lo importante
aquí es que trabajes con la idea de crear algo interesante, que
permita crear una imagen nueva de tus antepasados y que pueda
tener también su peso en tu inconsciente.
La idea que está detrás de este ejercicio es provocadora pero
interesante: si cada uno de nosotros es capaz de modificar su
futuro cambiando sus hábitos del presente, y si el tiempo carece
de valor en el mundo del inconsciente generacional ¿por qué no
intentar modificar también el pasado?
Si te atreves a entrar en este juego, te pido que pienses en uno
de tus antepasados que haya tenido un destino especialmente
difícil. Debe ser alguien de quien conozcas su vida con cierto
detalle, ya que tendrás que desarrollar su historia en un papel.
A continuación piensa qué debería haber pasado para que
ese destino no se concretase de una manera tan negativa. Deja
volar tu imaginación y no pongas ningún límite a la historia que
quieres crear. A fin de cuentas, es un cuento que estás creando
ahora mismo, así que ¿por qué ponerte cortapisas?
Por ejemplo, puedes imaginar una vida diferente para esa tía
que sufrió abusos sexuales en la infancia. Imagina que en uno de
sus paseos, mucho antes de sufrir esa violación, tu tía conoce a
una mujer que resulta ser maestra de artes marciales. Con ayuda
de su mentora, imagina que aprende las técnicas de autodefensa
que le permiten rechazar físicamente los abusos. Puestos a
imaginar, piensa que tu tía se convierte a su vez en una maestra
que enseña a otras mujeres a defenderse de los violadores. Tu tía
desvalida se ha convertido en tu imaginación en un ser poderoso,
que irradia luz a todas las mujeres del clan.
Deja volar tu imaginación y crea una vida nueva para ese
familiar herido, para aquella persona que sólo te producía
compasión, o para aquel que hizo daño a los demás. Convierte
al antepasado en un héroe de leyenda, en un personaje mítico
que proyecte energía positiva a todos sus descendientes.
Una vez que tengas tu historia en la mente, ponla por escrito.
No hace falta que escribas un largo relato, si no lo deseas, pero
cuenta por escrito todo lo que has imaginado y no olvides darle a
tu historia un final feliz. Una vez hayas terminado, observa tu
interior. Probablemente te sentirás con una gran energía y
optimismo.
Este ejercicio, aunque parezca imaginativo y de poca
importancia es una de las prácticas más poderosas para sanar a
las personas más heridas de tu árbol genealógico. No dudes en
llevarlo a cabo con aquellas personas que lo necesiten. De hecho,
sería apropiado hacerlo con todos tus antepasados.
Por último, te aconsejo que lleves este ejercicio a su conclusión
lógica. ¿Te atreves a reescribir tu propia historia? Quizás si
piensas en los aspectos menos agradables de tu contrato familiar,
puedas crear un nuevo relato para ti. Un relato en el que tu vida
tome un camino diferente al que marcan las obligaciones o los
tabúes familiares. Sin desestimar lo más positivo que has recibido
de tus antepasados, escribe un nuevo cuento acerca de tu propia
vida, más libre, enfocado al destino que quieres alcanzar en esta
existencia. Pon ese relato por escrito. Al hacerlo, estarás creando
magia.
Epílogo. Ahora puedes
crear tu futuro
Ya hemos visto, a lo largo de este libro, que en la conciencia
transgeneracional de la que todos participamos, el tiempo no
existe. El pasado familiar está vivo dentro de nosotros y el futuro
es un relato que podemos empezar a escribir ahora mismo. Más
que creer que la familia nos condiciona, que la historia del clan
se impone ante nosotros como una maldición, es el momento de
empezar a creer que somos verdaderamente libres, no con una
libertad inocente, despreocupada, o individualista, sino
consciente.
La auténtica libertad individual sólo se alcanza a través de la
conciencia y del amor. La conciencia de lo que nos ha traído
hasta aquí, es decir, la historia de todos los antepasados que nos
han dado la vida y el contenido esencial de nuestra alma, así
como el deseo de crear algo mejor para los que vendrán. El amor
que debemos a los que nos precedieron y también a los que están
delante de nosotros en este árbol familiar, nuestros descendientes.
Pero por encima de todo, la conciencia de lo que somos, y el
amor a lo que somos.
La libertad no se construye creyendo que somos seres aislados.
Al contrario, la libertad nace cuando nos sentimos en una sana
conexión con todo lo que nos rodea, con lo que nos precede y
con lo que está por venir. La libertad se afianza valorando lo que
hemos recibido y dando fuerza a lo que estamos transmitiendo.
Esa libertad sabia, que sana las heridas del pasado y vive
intensamente el presente, es la que nos permite crear un futuro
mejor.
¿Te atreves a crear tu propio futuro?
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