Contenidos: Introducción Los ejercicios prácticos de este libro Requisitos para trabajar con tu árbol genealógico La psicogenealogía La psicogenealogía Todo conecta con todo. Los sistemas Los límites del sistema Las normas del sistema El contrato individual El destino A cada uno su lugar. Los rangos en la familia Sistemas dentro de sistemas. Los subsistemas familiares Cómo trazar tu genograma El genograma como mapa del mundo interior Símbolos usados en el genograma Recogiendo los primeros datos Recopilar datos a través de Internet Recopilando información de registros públicos Recopilando información a través de la memoria familiar Creando un genograma por capas El cronograma familiar Un instante en el tiempo. El gráfico sincrónico El átomo de las relaciones personales Sanando tu árbol genealógico La transmisión de las normas familiares Ejercicio Práctico. Descubriendo las normas familiares (reflexión) La programación familiar se manifiesta en el nombre Ejercicio Práctico. Los nombres de tu genograma (reflexión) Ejercicio Práctico. Los significados de los nombres (reflexión) Las repeticiones familiares La maldición recurrente. El síndrome del aniversario Ejercicio Práctico. Rastreando las repeticiones (reflexión) Ejemplo. Vincent Van Gogh Los huecos del genograma Ejercicio Práctico. Conociendo a las generaciones del pasado (reflexión) Conversaciones en voz baja. Los secretos de familia Las consecuencias del secreto familiar Cuándo y cómo desvelar un secreto propio Ejercicio Práctico. Estrategias alternativas para revelar un secreto (psicomagia) Ejercicio Práctico. Descubriendo el secreto familiar oculto (reflexión) Sangre contaminada. La vergüenza generacional Ejercicio Práctico. Dar voz al excluido (dinámica) Ejemplo. La familia Hitler En el lugar de los padres. La parentificación Ejercicio Práctico. La parentificación (dinámica) No serás más que tus padres. La neurosis de clase Ejercicio Práctico. Tratando la neurosis de clase (dinámica) Cuando duele el padre. Síntomas de un padre débil Cuando la madre sufre. Síntomas de una madre herida Ejercicio Práctico. Traer de vuelta al progenitor ausente (dinámica) La vida que trae la muerte. Fallecimiento en el parto Ejercicio Práctico. Reconociendo a la mujer muerta en el parto (psicomagia) Corazones rotos. Los problemas de pareja Ejercicio Práctico. Honrando a las parejas anteriores (dinámica) Ejercicio Práctico. Conectando con los progenitores para encontrar pareja (dinámica) Ocupando el lugar de otro. Hijos de reemplazo Significado de la posición de los hermanos Ejercicio Práctico. Ocupando el lugar entre los hermanos (dinámica) Ejemplo. Las hermanas Brontë Extraños bajo el mismo techo. Hermanos que no se reconocen como tales Relaciones prohibidas. El incesto genealógico Ejercicio Práctico. Los nudos incestuosos del árbol (reflexión) Ejemplo. Charles Darwin Un viaje sin retorno. La emigración Ejercicio Práctico. Sanando el dolor de la emigración (reflexión y psicomagia) Dolor hereditario. La enfermedad generacional Ejercicio Práctico. Devolviendo una enfermedad heredada (psicomagia) Ejercicio Práctico. Sanando el dolor de conflictos o catástrofes (reflexión y psicomagia) La maldición del fracaso. Los problemas económicos y laborales Ejercicio Práctico. Rompiendo la maldición de fracaso (dinámica) Ejercicio Práctico. Reescribir la historia familiar (reflexión) Epílogo. Ahora puedes crear tu futuro Bibliografía Introducción “El oro que cae en el barro no se pudre.” Alejandro Jodorowsky La cita que encabeza este libro, que pertenece a uno de los grandes teóricos del mundo psicogenealógico, Alejandro Jodorowsky, contiene una verdad esencial que pretendo desarrollar a lo largo de esta obra. Este libro habla de familias, y de cómo la historia familiar resuena en cada uno de nosotros. No hay ninguna familia que no se mueva, de un modo u otro, en el barro del dolor, de la pérdida, de la enfermedad o del fracaso. Pero tampoco hay ninguna familia que no produzca una pepita de oro bajo la forma de cada uno de sus miembros. El barro del que provenimos, el barro bíblico del que estamos formados, no es sino la excusa de aquello que nos ha creado, llámese dios, la naturaleza, el azar o el anima mundi, para producir el oro que somos. Como veremos a lo largo de este libro, ningún sistema familiar es perfecto, y todos de alguna manera han tenido que padecer, a lo largo del tiempo, los rigores de la historia, los conflictos, las catástrofes, el hambre o la opresión de ciertas normas sociales. Pero todas las familias han producido oro: seres ejemplares, legendarios, bondadosos, o simplemente personas normales que hicieron lo posible para que sus hijos tuvieran una vida mejor. En la perfecta imperfección de este vida que vivimos, cada existencia es la suma de cientos, de miles de vidas de antepasados que están presentes en nuestros genes, en las historias que nos han contado, en los rasgos de nuestro carácter, en los silencios que nos han sido transmitidos. Todos tus antepasados viven en ti. Aquellos que murieron antes de tiempo, los que infligieron la ley, las mujeres que dieron su vida dando a luz a un nuevo ser, los enfermos crónicos, los emigrantes, los accidentados, los que partieron a la guerra y no volvieron; y los que volvieron, pero con el alma desgarrada por el dolor sufrido o causado a otros. Todos ellos están en ti. También los héroes, los patriotas, los rebeldes, los que tuvieron una vida relajada, las mujeres libres y los hombres brillantes que habitan tu historia familiar, todos están en tu interior. De todos ellos, de los felices y los desdichados, de sus genes, y también de sus historias personales, surge el átomo inicial de la persona que eres ahora. Todos llevamos en nuestro interior parte de un dolor transgeneracional que se manifiesta en lo que somos ahora, en nuestros conflictos y en nuestras dudas. Por eso es necesario conocer las historias, desvelarlas e incluso imaginarlas, de manera que podamos sanar ese dolor y convertirnos en seres más libres. A través de este libro te llevaré a conocer conceptos que quizá desafíen tu concepción de la realidad. Algunas de esas ideas pueden causarte algún rechazo, algunas quizás te parezcan absurdas. No sería sorprendente que así fuera, puesto que aquello de lo que aquí se habla, la conciencia transgeneracional, es algo que ha sido completamente menospreciado en nuestro mundo occidental. Conceptos como la conciencia del clan, la persistencia de la memoria generacional, el funcionamiento sistémico de la familia, la inocencia o la culpa heredadas, desafían mucho de lo que conocemos acerca de nosotros mismos. Ahora bien, lo más sorprendente del mundo psicogenealógico es que sus presupuestos tienen una lógica profunda que resuena en nuestro interior como una verdad que llegara de un tiempo lejano, libre de contaminaciones ideológicas, indiferente a todo aquello que es políticamente correcto. Además, existe una vertiente práctica, un camino de sanación que cuando se hace efectivo, funciona. Un camino de curación interior que tiene un efecto casi inmediato en el alma. De modo que gracias a sencillos ejercicios, muchos de los cuales se explican en las páginas que siguen, podemos comenzar a liberarnos de una carga que en ocasiones ni siquiera teníamos consciencia de llevar sobre nuestros hombros. Este libro está dividido en tres partes. La primera, denominada “La psicogenealogía”, nos ayudará a entender qué es esta corriente de pensamiento que vuelve a estar cada vez más presente en la conciencia occidental. Aquí se darán algunas pinceladas esenciales para entender lo más central del pensamiento psicogenealógico y se profundizará en temas que son esenciales para comprender el resto de la obra. En la segunda parte, que he titulado “Cómo trazar tu genograma”, te presento una guía práctica para poder trazar este gráfico genealógico tan necesario para comprender las tramas profundas de la conciencia familiar. El genograma es mucho más que un árbol genealógico al uso, ya que contiene información muy útil para desentrañar los problemas transgeneracionales que pueden estar acuciando nuestro presente. Además, este libro añade algunos elementos de análisis más, como el cronograma familiar y social, así como el átomo personal, que te permitirán descubrir aspectos esenciales de ti y de tus antepasados. Todos estos gráficos generacionales serán necesarios para completar la tercera parte de este libro. En esa tercera parte, que se denomina “Sanando tu árbol genealógico”, se ofrecen datos más precisos acerca de diversos problemas transgeneracionales que son comunes a muchas personas y en los que espero que encuentres respuestas a tus dudas vitales. Aquí he incorporado bastantes ejercicios prácticos que te ayudarán a sanar aquellos nudos familiares que puedan estar actuando sobre ti. Además, se incluyen algunos ejemplos de sistemas familiares famosos, así como referencias a casos reales, tratados por mí en los últimos años. El objetivo final de este libro es el de reconocer y sanar los patrones más nocivos de tu árbol genealógico, al tiempo que refuerzas los dones más positivos. En definitiva, dar un impulso a la energía vital que viene de tus antepasados y que se proyecta en tu presente, en tu futuro y en el futuro de tus descendientes. Te invito a que te introduzcas en este fascinante mundo de la psicogenealogía, a que explores tu genograma y a que empieces un camino de sanción transgeneracional que espero sea muy positivo para ti. Los ejercicios prácticos de este libro A lo largo de este libro te ofrezco diversos ejercicios prácticos que puedes realizar a la vez que vas dibujando el mapa genealógico de tu familia. Los ejercicios que se presentan en esta obra tienen una pretensión sanadora, de manera que puedas, con algo de paciencia, comenzar a deshacer algunos de los nudos que se presentan en tu historia familiar. En verdad, la mera confección de un genograma completo ya se puede considerar de por sí un acto sanador, puesto que abre tu conciencia a la realidad de tu familia, tanto en el aspecto de cuáles son sus dinámicas ocultas como sus evidencias más claras. Pero en este libro queremos ir más allá de la mera comprensión teórica y avanzar hacia una plena sanación, que se alcanza de un modo real a través de la práctica. Los ejercicios prácticos de este libro se distribuyen en tres categorías. Ejercicios de reflexión Este tipo de actuaciones requiere el uso de tu mente y tu capacidad de análisis racional. Los ejercicios reflexivos te ayudan a entender diversos aspectos del sistema familiar, encontrando conexiones que en un primer momento no serían evidentes. Para realizarlos sólo se requiere algo de tiempo para poder reflexionar acerca de diversas cuestiones. Las respuestas que se den a las mismas deben ser lo más honestas posible, dando así espacio a que surja un nuevo conocimiento que te ayude a entender la dinámica familiar desde una perspectiva más amplia. Para los ejercicios de carácter reflexivo tan sólo se necesita un cuaderno, un bolígrafo y algo de tiempo. A través de estas prácticas, se formularán una serie de preguntas que te harán pensar. Escribe cada pregunta en tu cuaderno y tómate un tiempo para contestar a las mismas. Si no encuentras la respuesta, deja la cuestión en blanco y sigue con el resto de las preguntas. Debajo de cada respuesta, te aconsejo que dejes un espacio vacío, para añadir datos o reflexiones que puedan llegar en otro momento. Como descubrirás, a medida que te introduzcas en el territorio del análisis genealógico, cada vez te resultará más fácil hacer las conexiones necesarias para que la verdad familiar salga a la luz. Por ese motivo, una pregunta en blanco no debe ser una fuente de desánimo, sino que debes sentir que es un acicate para que tu mente se active en busca de las respuestas. En cualquier caso, no pienses que ninguna respuesta es definitiva. Lo que eres capaz de descubrir en este momento es sólo una pequeña fracción de lo que podrás ver más adelante. Simplemente deja que tu mente esté abierta a nuevas percepciones y éstas llegarán, a veces en el momento más inesperado para ti. Dinámicas Los ejercicios dinámicos requieren movimiento y se realizan preferentemente con tu cuerpo y sus sensaciones. No es necesario tener ninguna capacidad física especial para realizarlos, ni es preciso disponer de una especial sensibilidad. Lo único que necesitas es dejar que tu cuerpo se manifieste en cada momento. Los ejercicios dinámicos que se presentan en este libro están basados en distintas fuentes, tales como Constelaciones Familiares y en menor medida, otras como Bioenergética o Terapia Gestalt, por citar las más importantes. Estas prácticas son esenciales para poder llegar a un conocimiento pleno de la dinámica familiar, puesto que los ejercicios de tipo mental sólo acceden a una capa muy determinada de nuestro entendimiento, la relacionada con la mente consciente y racional. A diferencia de la mente, que está condicionada por muchas ideas y creencias, impuestas o aceptadas libremente por nosotros, el cuerpo físico no se presta tan fácilmente a la manipulación. Cuando sentimos placer o dolor, lo hacemos siempre en tiempo presente, y de acuerdo a estímulos que son reales. Por ejemplo, no podemos engañar al cuerpo para que un golpe recibido no sea doloroso, y nunca observarás a tu cuerpo quejarse por una contusión sufrida hace un año, sino por algo que le está sucediendo ahora mismo. En definitiva, el cuerpo siempre dice la verdad y es bastante fiable como herramienta de autoconocimiento. Este tipo de ejercicios debe ser realizado en soledad, a menos que se indique lo contrario, en un lugar tranquilo donde no existan interrupciones. No se requiere de mucho espacio físico para su realización, una habitación despejada o un poco de espacio libre dentro de un cuarto algo amplio es lo más adecuado, pero si no dispones de esa facilidad, basta con tener un par de metros cuadrados en los que te puedas mover con libertad. Te recomiendo además que realices estas prácticas con ropa cómoda y con los pies descalzos o bien con calcetines gruesos si sientes frío. Evita llevar joyas, prendas apretadas o que no te permitan moverte con facilidad. Si dispones de una alfombra sobre la que poder realizar estas prácticas, lo harás de un modo más cómodo y agradable. Además, para este tipo de ejercicios necesitarás algunos elementos que puedes encontrar fácilmente en casa, como cojines, sillas u hojas de papel. Psicomagia Los ejercicios psicomágicos son una variante del pensamiento mágico tradicional. En este tipo de actividades, que surgen del pensamiento de autores como Alejandro Jodorowsky, se intenta conectar con la mente inconsciente a través del único lenguaje que ésta puede entender, el pensamiento creativo asociado tradicionalmente a la magia. A través de sencillos actos puntuales, descubrirás que existe una dimensión desconocida en nuestra mente cuyo poder sanador es excepcionalmente grande. Los actos psicomágicos requieren en ocasiones que hagas uso de materiales fáciles de obtener. Pero por encima de cualquier otro requisito, requieren el deseo de llevarlos a cabo. Los actos que se detallan en este libro suelen ser bastante fáciles de realizar y no hace falta tener un valor especial ni ningún conocimiento particular para su ejecución. Por supuesto, en todo aquello que deba ser realizado al aire libre, se requiere una dosis normal de precaución para no correr ningún riesgo físico. También hay que tener en cuenta que ninguna ley debe ser quebrantada a la hora de realizar un acto psicomágico. Ahora que ya conoces los tres tipos de ejercicios que te voy a proponer en las siguientes páginas, te aconsejo que antes de realizarlos, leas el libro por completo, de manera que tu visión del mundo psicogenealógico sea lo más amplia posible. De este modo, ganarás en profundidad en tus percepciones, actos e interpretaciones. Estos ejercicios deben ser realizados una sola vez, ya que en líneas generales, ninguno de ellos necesita ser repetido. Por supuesto, los efectos no son siempre inmediatos y hay que tener un poco de paciencia para poder notar sus beneficios. En general, los efectos positivos se pueden observar varios días o semanas después de su realización. En algunas raras ocasiones el efecto es casi inmediato, pero lo más aconsejable es tener paciencia. En todo caso, si al cabo de un par de meses después de haberlos realizado no has notado ningún cambio, puedes repetirlos. Pero te aconsejo que no los vuelvas a realizar si no es estrictamente necesario. En muchas ocasiones, el cambio ya se está produciendo, pero la impaciencia nos impide darnos cuenta. A partir de mi experiencia de muchos años trabajando con problemas generacionales, he podido comprobar la eficacia de todos y cada uno de estos ejercicios. También puedo atestiguar que son seguros, si se realizan correctamente, y que en todo caso, no tienen efectos negativos asociados. Ahora bien, cuando estamos sanando alguna herida muy profunda, puede que a nuestro alrededor empiecen a producirse cambios repentinos que no siempre son bien admitidos por algunas personas. Pero con paciencia y confianza, todos estos cambios conducen a un buen final. Como es lógico, algunos ejercicios te resultarán más fáciles y otros más complicados, ya que cada uno de nosotros tenemos cierta facilidad para unas tareas mientras que otras se nos hacen más difíciles. Así, las personas más racionales tendrán más facilidad para realizar los ejercicios reflexivos, mientras que aquellos que estén más en contacto con su cuerpo, se sentirán más a gusto con las dinámicas. Por otra parte, la dimensión mágica, que conecta directamente con la mente inconsciente, que se asocia a los ejercicios psicomágicos, puede agradar a unas personas y puede resultar completamente desconcertante para otras. En todo caso, te animo a que realices todos los ejercicios que se proponen y que sientas que puedan ser de utilidad para ti. Hay que dejar claro también que el autor de este libro declina toda responsabilidad por la práctica inadecuada, ilícita o con riesgo evidente, de los ejercicios contenidos en este libro. Todo lo expresado en este volumen se entiende como una serie de consejos o sugerencias basados en la práctica personal del autor, pero no es en ningún caso un método infalible, y sobre todo no pretende suplantar el necesario consejo de médicos, psicólogos, psiquiatras u otros profesionales de la salud, en los casos en que sea necesaria su ayuda. Estoy seguro de que algunos de estos ejercicios te van a sorprender y quizás te revelen aspectos de tu ser que no imaginabas. Es imposible saber si algo es efectivo o no hasta que no se prueba y si quieres obtener el máximo beneficio de este libro, es recomendable abordarlo con una mente abierta y libre de prejuicios, como se explica en el capítulo siguiente. Requisitos para trabajar con tu árbol genealógico Existen una serie de requisitos necesarios para comenzar el trabajo de sanación del árbol familiar. Estas capacidades, que todos poseemos y que también podemos aprender a desarrollar un poco más cada día, nos permitirán adentrarnos en la historia familiar sin cargas o prejuicios que dificulten la tarea. Entre esos requisitos, se pueden destacar los siguientes. Rigor En un estudio psicogenealógico hay dos tipos de datos. Por un lado están aquellos que son hechos factuales y que pueden ser verificados en documentos. Por ejemplo, la fecha de nacimiento de una persona, o el tiempo durante el cual un hombre ha prestado servicio militar. Por otro lado, existen datos que forman parte de relatos familiares que no pueden ser verificados. Por ejemplo, las descripciones acerca de cómo era el carácter de alguien que no hemos conocido personalmente. Sea cual sea el origen de los datos, es esencial que seamos rigurosos con la información que recojamos durante nuestra investigación, anotando todo lo que pueda ser de interés del modo más preciso posible, sin quitar ni añadir nada de nuestra cosecha. Apertura En una investigación genealógica, debemos permanecer abiertos a la verdad, sea la que sea. La verdad nos hace libres y por ese motivo, hay que estar dispuestos a manejar datos que quizá no nos agraden, que ofendan nuestras creencias o que desafíen lo que creíamos saber de nuestros familiares. La indagación que se propone en este libro no es para personas pusilánimes, sino para aquellos que se atreven a conocer aquello que está oculto, para los que desean liberarse de los nudos generacionales, sean del tipo que sean. La recompensa de esta apertura es una vida más libre de obstáculos para nosotros y nuestros descendientes. No juzgar Como consecuencia de lo anterior, es importante, al menos cuando se está investigando el árbol familiar y trabajando con los ejercicios prácticos de este libro, evitar todo juicio moral acerca de nuestros antepasados. Esto no quiere decir que uno no pueda tener un criterio ético sobre lo que está bien o mal. Simplemente, se trata aquí de no extender ese criterio a nuestros antepasados, a los que podríamos llegar a juzgar de un modo demasiado severo desde una posición de comodidad que no fue la suya. Por ejemplo, ¿se pueden juzgar los hechos que comete un hombre que ha sido forzado a participar en una guerra? Sería fácil hacerlo si tenemos en cuenta que nosotros no nos hemos visto en esa situación. Pero como es lógico, una cuestión es ver los problemas de otras personas desde una posición neutral, y otra muy distinta, encontrarnos en esas mismas situaciones. Así, matar a otras personas, aunque sea en la guerra, es algo deplorable. Pero todo aquel que se haya visto obligado a cumplir órdenes bajo una severa amenaza contra su integridad física, quizá vea las cosas de una perspectiva muy diferente. De este modo, aunque uno pueda estar legítimamente en contra de la guerra, resultará difícil juzgar a aquellos que se hayan visto obligados a participar en ellas contra sus deseos. Flexibilidad mental Entrar en el mundo transgeneracional puede ser un buen ejercicio mental, que nos obligará a pensar de un modo diferente al que estamos acostumbrados. Un ejemplo lo hemos visto en el apartado anterior, con respecto a los juicios morales. Pero hay otros desafíos importantes para nuestra comprensión de la realidad. Hay que tener en cuenta que, desde el punto de vista generacional, el tiempo no existe. De este modo, las historias de los antepasados están presentes y tienen repercusión en lo que estamos viviendo ahora, mostrando su impacto también hacia el futuro. La parte más positiva de este enfoque es que podemos resolver ahora problemas que vienen arrastrados del pasado familiar, mejorando así la calidad de vida no sólo de las personas que viven actualmente, sino de las que aún no han nacido. Además, hay que tener en cuenta la perspectiva sistémica, de la que hablaremos más adelante. Una perspectiva que nos obliga a mirar a los individuos no como seres aislados, sino como parte de algo más amplio, de un sistema familiar en el que las relaciones que se establecen entre las personas son tan importantes como las propias personas. De este modo, todos realizamos actos que son incomprensibles si se intentan analizar desde la perspectiva de un yo aislado del mundo, pero perfectamente razonables si se encuadran dentro de una lealtad ciega al clan al que pertenecemos. Un ejemplo claro de esto es cuando defendemos a “los nuestros” contra toda lógica, sólo porque nos sentimos más cerca de ellos que de quienes les atacan. Sin una mente abierta difícilmente podremos comenzar nuestra inmersión en el mundo genealógico. Espero que tú mantengas esa mente despejada en las páginas que siguen y que me acompañes a buscar oro a través del conocimiento de la psicogenealogía y los sistemas familiares. La psicogenealogía La psicogenealogía Este libro trata acerca del enfoque psicogenealógico y cómo nos puede ayudar de un modo definitivo a mejorar diversos aspectos de nuestra vida. Ahora bien, cabe preguntarse ¿qué es la psicogenealogía y de dónde surge esta corriente de pensamiento? Podemos entender la psicogenealogía como el estudio, de inspiración psicológica, de la herencia familiar que recae sobre cada ser humano. La idea esencial que está detrás de la comprensión psicogenealógica del ser humano es que, detrás de los síntomas y los conflictos que vivimos en nuestra vida presente, están presentes los problemas sin resolver de nuestros antepasados. Así, podemos entender cómo muchos comportamientos extraños, enfermedades repentinas, desgracias o bloqueos en el amor, el trabajo o la economía, suceden en nuestra vida sin que aparentemente haya una causa reconocible que los esté provocando. A través del análisis genealógico, se vuelve fácil de entender cómo por ejemplo, el nieto necesita emigrar del mismo modo que lo hizo su abuelo, cómo muchos se autolimitan para no superar a sus progenitores, o cómo los hijos repiten patrones de comportamiento nocivos que se remontan a varias generaciones atrás. La visión psicogenealógica, que puede parecer extraña a nuestra percepción del ser humano, basada en el estudio de la personalidad o el carácter individual, es muy común en casi todas las culturas tradicionales del planeta. En realidad, este saber no hace sino unirnos con algo ancestral, el reconocimiento de que estamos conectados con nuestros antepasados, en otras palabras, que la historia familiar, con sus promesas y sus amenazas, es muy importante para la construcción de lo que somos. Entender que el colectivo tiene un poder muy fuerte sobre el individuo es algo que aún nos cuesta asumir, pero que tiene una gran importancia cuando ese colectivo es nuestra propia familia, representada no sólo por la influencia evidente que nuestros padres tienen sobre nosotros, sino por toda la historia familiar, ya que ésta tiene un peso considerable a la hora de definir quiénes somos y de mostrarnos cuáles son los caminos correctos o incorrectos en la vida, como veremos más adelante. La psicogenealogía surge y se desarrolla entre Europa y Estados Unidos durante el siglo XX, gracias a las investigaciones de varios estudiosos, entre los que destacan nombres como el psicólogo de Standford, Gregory Bateson, el psicoanalista Murray Bowen, el psiquiatra húngaro-norteamericano Ivan BoszormenyiNagy, la investigadora Anne Ancelin Shützenberger, el artista franco-chileno Alejandro Jodorowsky, el terapeuta Bert Hellinger, así como personajes como Nicholas Abraham, Maria Torok, Vincent de Gaulejac y muchos otros. Aunque existen diversas visiones dentro de esta disciplina, nosotros vamos a desarrollar, a lo largo de este libro, un enfoque ecléctico, que toma lo mejor de cada corriente. De este modo, acogemos tanto la idea tradicional de que una persona solo es feliz cuando está en armonía con los deseos de su sistema familiar, como el concepto, más contemporáneo de que todos necesitamos crear nuestro propio camino, individualizarnos y generar así un destino propio que nos ayude a ser más felices. Todo conecta con todo. Los sistemas Para comprender realmente todo el pensamiento transgeneracional es muy importante entender el concepto de “sistema” y las implicaciones de esta palabra, puesto que en todo momento estaremos hablando de “sistema familiar” y a veces hablaremos también del “sistema social”. Un sistema es una organización de cualquier tipo, en la cual, sus miembros tienen una estrecha conexión entre sí. De este modo, todo lo que sucede dentro de un sistema afecta de una manera u otra a todos los miembros del mismo. Dentro de la visión sistémica, es muy importante entender que las relaciones que se dan entre los miembros del sistema son tan importantes como los propios componentes del mismo. Así, en una familia son tan importantes las relaciones de poder o cómo se expresa el amor, como las personas que configuran esa familia. Esto se debe a que no podemos entender a la familia como una colección de individuos aislados, sino que éstos están conectados por hilos invisibles. Sin ellos, no podríamos entender nada de lo que sucede entre esas personas. Así, el mismo hombre que es resolutivo en su trabajo puede vivir dominado por su esposa en el hogar, expresando en cada sistema, laboral y familiar, un rol diferente sin dejar de ser la misma persona. Vivimos en un universo de sistemas dentro de sistemas. En nuestro caso, nos interesamos específicamente por dos sistemas, el social, que engloba a todo lo que nos rodea en nuestro país y de un modo más extenso en la región del mundo a la que pertenecemos, que es Occidente, y el sistema familiar más reducido al clan del que cada uno forma parte. Los sistemas familiares son tan variados como familias existen en el mundo, y no hay dos iguales. Asomarse al interior de un sistema puede producir perplejidad, y si no lo crees, recuerda la primera vez que saliste de tu casa para ir a comer o a jugar a casa de tu mejor amigo o amiga de la infancia. ¿Acaso no descubriste costumbres extrañas para ti, relaciones de parentesco que no eran exactamente iguales a las que conocías de tu hogar? Cuando somos niños, adoptamos nuestro sistema como algo normal, y pensamos (con el pensamiento mágico de los niños), que todas las familias son como la nuestra. Pero muy pronto, al empezar a socializarnos con otros niños, descubrimos que esto no es así y que cada familia es un mundo. Lo que nos parecía normal, no es habitual en todas las casas, y hay comportamientos ajenos que vienen a abrirnos una nueva dimensión de las relaciones familiares. A medida que nos asomamos al mundo de las familias descubrimos que hay sistemas donde impera el amor, y en otros donde gobierna la disciplina. Hay familias rígidas, flexibles y desestructuradas. Existen sistemas familiares gobernados por la ley, que producen jueces y policías, y sistemas que viven al margen de la ley, que dan lugar a delincuentes. Hay sistemas de médicos y sistemas de enfermos. Los hay de artistas o de “personas de orden”. Hay sistemas donde la mujer es poderosa hasta el punto de empequeñecer al hombre, y hay otros donde la norma es la sumisión de la mujer al deseo del varón. Hay sistemas donde se concibe a los hijos con amor, y otros donde se conciben con vergüenza o bajo el temor del pecado. Los hay también donde los hijos sólo se producen mediante la violación de la mujer, o negando al hombre cualquier posibilidad de ejercer como padre. Y así hasta el infinito. Dentro del pensamiento psicogenealógico, es importante entender el significado de “nudo sistémico”, del que hablaremos en varias ocasiones a lo largo de esta obra. Un nudo sistémico es un conflicto no resuelto en algún punto del árbol familiar. En otras palabras, aquello que se soluciona no genera dolor transgeneracional, sino los temas que quedan pendientes, lo que se oculta, lo que se teme, lo que no se sana correctamente. Si tenemos en cuenta que muchas veces nuestros antepasados no contaron con medios para resolver algunos de sus problemas más graves, no es extraño que todos carguemos con algunos nudos sistémicos en nuestro pasado familiar. Ahora bien, en el mundo transgeneracional, el concepto de “pasado” no se refiere a algo que esté fuera de nuestro alcance. De hecho, los nudos sistémicos, los problemas no resueltos por nuestros antepasados están muy vivos en nuestro interior en este preciso momento, y actúan de un modo insidioso en nuestra vida actual. En los sistemas familiares no existe el tiempo ni el espacio. De este modo, lo que sucedió a algún antepasado lejano puede muy bien estar actuando en tu vida presente, como si fuera una bendición o como una maldición, ya que esa persona está muy viva dentro de tu ser. No hace falta que hayas conocido a ese antepasado, ni es preciso vivir en el mismo país o región. Todo lo que ha existido en la familia, existe dentro de ti, y probablemente también todo lo que pueda existir en el futuro. Esto tiene dos derivadas. La primera, que ya hemos visto, es que podemos estar sufriendo conflictos en nuestra vida que no están directamente relacionados con nuestros propios actos, sino que vienen heredados de conflictos familiares ancestrales que están sin resolver. La segunda, de tipo positivo, es que podemos resolver esos conflictos familiares que actúan en nosotros. En algunos casos, puede suceder que al desatar el nudo familiar que hemos heredado, se den cambios en las personas de nuestro entorno, aunque esto no siempre se puede asegurar. En todo caso, uno no debe trabajar en sí mismo para resolver los conflictos de otros miembros de la familia, sino para desatar los propios nudos y acceder a una vida más plena. Si lo que te sana a ti, sana a tu pareja, a tus padres o a tus hermanos, es una excelente noticia, pero ese no debería ser tu primer objetivo, puesto que nadie puede hacer nada por los otros que no haya hecho antes para sí mismo. Hay que reseñar que existe una excepción a lo dicho. Los hijos siempre sienten la mejoría de sus padres, independientemente de la edad que tengan. De manera que todo lo que resuelvas en ti va a tener un efecto muy positivo sobre tus hijos, si los tienes. Ni siquiera es preciso que les expliques nada de lo que hagas, si no lo deseas. Ellos notarán cambios positivos en sus vidas de un modo automático y sorprendente, por lo que se puede decir que sanar tu árbol genealógico es el mejor regalo que les puedes hacer a tus descendientes, aparte, claro está, de haberles dado la vida. Hay dos elementos básicos que definen a cada sistema, que son los límites que establece con respecto a otros sistemas y las normas internas por las cuales se rige. Veremos esos temas a continuación. Los límites del sistema Un sistema se define, entre otras cosas, por los límites que establece hacia el exterior y por cómo se organiza interiormente. La cuestión de los límites es importante en la medida en que nos permite reconocer qué es lo que pertenece al mismo y qué es lo que puede considerarse foráneo. Los límites externos del sistema se establecen siempre con respecto a los demás sistemas. Cuando hablamos del sistema familiar, que es el tema central de este libro, es fácil entender que una familia define sus límites en contraposición al resto de las familias. El factor de cierre de esa frontera es el apellido común que todos comparten, y que es la señal identitaria que les une a un tronco común y les convierte en ramas de un mismo árbol. En el plano interno, los límites se establecen a través de los rangos familiares, que estudiaremos con detenimiento en un capitulo posterior. Ahora bien, teniendo en cuenta que los límites externos son lo que define a un sistema, también es preciso tener en cuenta que, en ningún caso, estos límites son impermeables a todo lo que está fuera de la familia. Un sistema familiar forma parte de un sistema mayor que él, que es la sociedad. Entre ambos, existe una serie de conexiones que hacen que las normas sociales, por ejemplo, influyan en los miembros de una familia, o que ésta se vea influida por acontecimientos que afectan a todo el conjunto social, como puede ser un conflicto, una catástrofe natural, una crisis económica, o por el contrario, un período de prosperidad. También existe una influencia en sentido contrario, desde la familia al sistema social, puesto que toda la sociedad está formada por individuos que forman parte de familias. Las ideas que hemos recibido, los modelos que nos han ayudado a crecer, se transmiten desde la familia al conjunto y en cierto modo, impregnan al sistema más amplio en el que estamos envueltos. Observando de cerca al sistema familiar, que suele representarse como un árbol del que brotan diversas ramas, tenemos que comprender que, si cada extremidad representa a un individuo, ningún árbol genealógico puede subsistir sin el injerto de nuevas ramas. Todas las familias son heterogéneas, y todos somos hijos de padres mezclados, ya que ningún árbol podría prosperar mucho tiempo siguiendo un esquema de consanguineidad. Esta entrada de nuevos individuos al sistema familiar es esencial para la renovación del clan. Las personas que entran a la familia a través de la unión con los individuos que ya forman parte de ella, aportan nuevas ideas, formas diferentes de hacer las cosas, normas novedosas y también nuevas prohibiciones. En el plano biológico, cada vínculo con alguien externo aporta una carga genética diferente, que viene a refrescar el ADN de la familia. Esto le da oportunidad de mejorar o al menos de cambiar los patrones genéticos ya existentes. Desde el punto de vista del sistema, la persona que entra es, en primer término, un elemento extraño. Pero si lo miramos desde el punto de vista del otro sistema que viene a unirse al nuestro, nosotros también somos para ellos elementos extraños que entran a formar parte de su árbol genealógico. Estas conexiones, por más que sean imprescindibles para que el árbol siga creciendo, no son siempre bien recibidas. Depende del grado de apertura que tenga el árbol receptor que el nuevo individuo sea aceptado o rechazado. En todo caso, aunque un árbol parezca cerrado en sí mismo, impermeable a la entrada de nuevos miembros, está, como hemos visto, necesitado de savia nueva. De modo que aunque la recepción sea fría en algunos casos, esta inclusión de alguien nuevo se hace completamente necesaria para su evolución, por lo que el nuevo miembro acaba siendo aceptado, de buen grado o a regañadientes. Solamente en aquellas familias que buscan deliberadamente su propia extinción (caso que ya estudiaremos más adelante), se evita por todos los medios que entre sangre nueva a renovar al clan. Las normas del sistema Como ya hemos visto, todo sistema se define en primer lugar por sus fronteras exteriores. Así, cada familia lo es en función de que lleva un apellido diferente a las demás. El segundo elemento definitorio de cualquier sistema son sus normas internas, que varían de una familia a otra. Las reglas internas del sistema son esenciales para entender qué es lo que se espera de cada miembro del clan, qué es lo permitido y qué es lo que se castiga. El conjunto de normas que puede tener un sistema familiar puede ser extenso o breve, pero no hay una familia que no tenga sus reglas internas. Esas normas indican, por ejemplo, hasta qué punto se admite la expresión de sentimientos intensos, qué es lo que está permitido hacer o decir en torno a la mesa, cómo se habla de la sexualidad a los niños, hasta dónde se admite que llegue una mujer en el mundo laboral, o qué vestimentas se consideran decentes o indecentes, por citar unos pocos ejemplos. Algo que distingue a unos sistemas de otros es que determinadas familias son más estrictas en el cumplimiento de sus normas que otras. Las familias rígidas suelen tener además un conjunto más amplio de prohibiciones y una variedad de castigos para los que las incumplen. En cambio, hay familias que parecen no estar regidas por ninguna norma, aunque esto nunca es totalmente cierto. Las familias desestructuradas podrían ser un ejemplo de sistema sin normas, pero en realidad, cuando se estudian con detenimiento, se descubre que tienen también reglas internas. La diferencia es que estas normas suelen estar ocultas y parecen estar encaminadas a que cada individuo tenga una vida tan desdichada como sea posible. Por último, hay familias donde existe un mayor grado de libertad en el cumplimiento de las normas, son los sistemas flexibles, en los que las reglas internas se van adaptando a cada situación y tienen mayor facilidad para soportar la disidencia de sus miembros. Las normas o reglas internas del sistema permanecen relativamente estables a lo largo del tiempo, pero si se observan a través de las generaciones, vemos que experimentan ciertos cambios, así que el sistema también sufre mutaciones. Esto se debe a que, por una parte, la sociedad evoluciona, y con ella cambian lo que es aceptable e inaceptable para los individuos y para las familias. Costumbres que hace años eran imposibles, como las uniones no matrimoniales, o incluso los matrimonios entre personas del mismo sexo, son hoy en día habituales, y fuerzan a muchos sistemas familiares, anclados en el pasado, a aceptarlas como parte de un proceso que difícilmente tendrá marcha atrás. Por otro lado, la propia dinámica del árbol familiar exige que deban entrar a él, como esquejes, individuos de otros árboles. Como ya hemos visto, ninguna familia puede perdurar si no es a través de las uniones con individuos que pertenecen a otras familias. Éstas, como es lógico, traen consigo sus propias normas, sus costumbres y sus tabúes. Esta dinámica es imparable, y trae consigo una obligatoria renovación del árbol, que no es sólo genética, sino también ideológica y normativa. Por último, existen en todos los sistemas, hombres y mujeres que están dispuestos a romper las normas, que se atreven a desafiar las prohibiciones y que permiten que los sistemas progresen y no acaben asfixiados por sus propias reglas. Estas personas, que están a la vanguardia, suelen ser aquellos que viven su existencia en los límites del sistema o fuera de él, y pagan un precio por ello. En muchos casos, son los que tienen que buscar ayuda psicológica, los heridos, los desplazados, los marginados, pero también los que iluminan el camino que otros seguirán después. La primera mujer que se divorcia, el primer joven que se declara abiertamente homosexual, el primer hombre que rechaza la profesión impuesta. Todos ellos son la esperanza del sistema porque se enfrentan a las reglas y las cambian. Dicho esto, conviene saber que para comprender cabalmente un sistema, es preciso definir con la mayor claridad posible, cuáles son sus reglas internas, qué es lo esperado y lo deseado para cada miembro del clan. Conocer estas normas es esencial para que podamos reconocer qué parte de las mismas nos ayudan a crecer y cuáles pueden ser un obstáculo en nuestro camino. Las reglas internas Las normas familiares pasan de una generación a la siguiente por dos vías principales. La primera engloba a todo aquello que es explícito. La segunda se relaciona con lo implícito, que es todo aquello que se da por supuesto, pero de lo que nadie habla con claridad. Así, las normas explícitas son aquellas de las que se habla abiertamente y se suelen enseñar a los niños de manera verbal y como imperativo. Por ejemplo: “los domingos hay que ir a la iglesia”, “las niñas no dicen palabras feas” o “los niños no lloran”. En cambio, las normas implícitas no son expresadas en voz alta, sino que representan todo aquello que se da por sentado. Estas normas no se aprenden con tanta facilidad como las anteriores, puesto que nadie le dice al infante con claridad lo que puede o no puede hacer, sino que su conocimiento se adquiere siempre por vía indirecta. De este modo, una niña puede aprender una norma según la cual las chicas no pueden jugar al fútbol cuando quiere hacerlo y descubre que sus primos y hermanos varones nunca le pasan el balón. Algunas normas familiares no son sino una derivación de las normas sociales al uso. Por ejemplo, muchas de las normas sexistas que se dan en el seno de las familias no hacen sino reflejar el machismo de la sociedad que rodea al clan. Pero otras normas no tienen un encaje inmediato en el colectivo, sino que son propias de la familia. La mayor parte de estas normas privativas de la familia suelen ser implícitas, es decir, no expresadas verbalmente. Por ejemplo, una norma implícita y exclusivamente familiar podría ser que todo hombre tiene derecho a tener una amante una vez casado, o que en cada generación tiene que haber una joven soltera que se quede embarazada y se convierta en la oveja negra de la familia. Evidentemente, ninguna de estas normas familiares se expresa de viva voz, pero es aprendida a través de la transmisión de la conciencia del clan que pasa de unos familiares a otros a través del tiempo. Otro ejemplo para que nos quede bien clara la distinción entre los dos tipos de normas podría ser el siguiente. Una familia puede tener normas explícitas acerca de cómo deben comportarse las mujeres adolescentes a la hora de acudir a su primera cita con un hombre, como por ejemplo, qué tipo de vestidos son convenientes o inconvenientes, qué horarios son permisibles, etcétera. Junto a estas normas, hay otras de las que nadie habla, pero que se intentan hacer llegar a la joven de un modo indirecto. Por ejemplo, una norma implícita en estos casos podría ser: “no se puede tener sexo en tu primera cita”. Si el sexo es un tema tabú en la familia, quizá alguien recuerde oportunamente el caso desgraciado de la tía abuela que se quedó embarazada estando soltera. De este modo, el mensaje es transmitido. El problema de las normas implícitas es que éstas nunca son del todo claras. Siguiendo el ejemplo anterior, la joven podría interpretar el mensaje como: “puedes tener relaciones sexuales siempre que tengas cuidado de no quedar embarazada”, cuando lo que se le quería transmitir es: “una chica que se entrega a un hombre la primera noche, es igual que una prostituta”. La diferencia entre un concepto y otro es bastante relevante, y puede tener consecuencias si no se entiende con claridad. Existen diversos tipos de normas en cada sistema familiar, y aunque aquí vamos a tratar algunas de ellas, hay que entender que la línea divisoria entre ellas no siempre está bien definida, puesto que una norma afectiva puede tener implicaciones morales, o una norma financiera conecta con criterios emocionales y también con prohibiciones, como veremos más adelante. Así que algunos tipos de normas comunes en las familias son las siguientes. Normas morales, que tienen que ver con lo que se siente como éticamente correcto o incorrecto en el sistema. Por ejemplo, qué se entiende por un comportamiento “honrado”, o bien normas relativas al comportamiento con las personas del sexo opuesto. Qué es ser un buen o un mal hijo, cómo cuidar de los padres ancianos, si los hermanos deben compartirlo todo o se admiten privilegios con alguno de ellos, etcétera. Normas materiales, que se relacionan con el dinero y las posesiones. Aquí se estipula cómo se obtiene el dinero, quién puede conseguirlo y cómo se administra. Así por ejemplo, hay sistemas familiares donde el dinero sólo se puede obtener con unas ocupaciones concretas, mientras que otras no son admisibles. O bien, el dinero es algo que sólo puede ser conseguido por los hombres, mientras que las mujeres se ocupan de administrarlo. Normas afectivas, que indican cómo se pueden manifestar las emociones y los apegos sentimentales. Por ejemplo, si está permitido manifestar el cariño hacia la pareja o los hijos de modo abierto, o bien si esto es algo que se oculta. También cuál es el vínculo que se establece en las relaciones íntimas o cómo se puede ejercer la paternidad o la maternidad. Por ejemplo, puedo citar el caso de una familia en la que la norma era que las mujeres tuvieran hijos con hombres que no se hacían cargo de la descendencia. Así, varias generaciones de mujeres habían criado solas a sus hijas. Esta norma se convirtió, con el tiempo, en algo asfixiante, puesto que impedía cualquier tipo de paternidad responsable en el núcleo del clan. Como es lógico, una norma como ésta nunca se manifiesta de manera verbal, y es por tanto implícita. Ninguna madre le dice a su hija: “te prohíbo ser feliz con un hombre”. Pero lo cierto es que todas las mujeres, de manera inconsciente, buscaban tener hijas con hombres que eran incapaces de hacerse cargo de ellas. Cuando una mujer se atrevió a casarse con un hombre responsable y decidido a tener descendencia, se encontró con que le resultaba muy difícil quedarse embarazada, manifestando así el nudo generacional que la atenazaba. Las prohibiciones En el terreno de las normas, hay que prestar especial atención a las prohibiciones del sistema, es decir, a todo aquello que es directamente inadmisible para el clan, a los tabúes o las negaciones a ultranza. Como norma general, nos encontramos ante una prohibición cuando podemos constatar que hay una condena efectiva para aquellos que se atreven a desafiarla. Las prohibiciones son de especial importancia a la hora de analizar el conjunto de normas internas de un sistema familiar, puesto que marcan el territorio de lo que es estricto e ineludible. De hecho, no todas las normas son claras, y algunas se prestan a interpretación, o bien son reglas de menor importancia cuya violación no acarrea ninguna consecuencia. Pero todo aquello que lleva consigo una prohibición es taxativo y no suele estar sujeto a interpretación, ni se puede ser tibio en su cumplimiento. Pensemos por ejemplo, en las normas fundacionales de la religión judeocristiana, que son los diez mandamientos dados a Moisés en el monte Sinaí. Entre los mandamientos hay normas que parecen formuladas de un modo estricto, pero que en realidad, dan espacio a múltiples formas de interpretación, como “honrarás a tus padres”. En cambio, hay también prohibiciones estrictas que no admiten, en principio, ninguna escapatoria, como por ejemplo: “no matarás”. Las prohibiciones suelen ser muy estrictas y se observa con claridad su efecto sobre aquellos que se atreven a incumplirlas. Por ejemplo, recuerdo el caso de una familia en la que todos los hombres tenían que permanecer bajo el techo paterno, incluso después de casarse con una mujer. Además, existía la norma de que cada hombre aportara una parte de su salario a sus padres, en vez de compartirlo íntegramente con su propia esposa e hijos, como sería razonable. Cuando un hombre decidió romper con esa norma, yéndose a vivir a una casa independiente y dejando de pasar una pensión a sus progenitores, fue expulsado del sistema. Sus hijos se convirtieron en nietos de segunda clase para sus abuelos, y toda la familia se refería a ellos con un mote despectivo. Este es el poder de una prohibición y las consecuencias que se sufren cuando alguien decide romper con ella. Por regla general, aunque no siempre, las prohibiciones pueden tener tres orígenes posibles, que suelen estar vinculados al origen de los secretos familiares que analizaremos en un capítulo posterior. Estas tres fuentes que dan origen a prohibiciones suelen estar relacionadas con la sexualidad, y por tanto con la descendencia; con el dinero y todo lo relacionado con el mundo material, y finalmente con la muerte y sus rituales. A la hora de tratar con las normas y las prohibiciones familiares es esencial entender lo siguiente. La conciencia del clan se impone a todo nuevo miembro de un modo inconsciente y allí permanece hasta que la persona decide hacerla consciente de nuevo. Es decir, el niño que nace, acepta y toma a su familia tal como es. No la cuestiona, sino que la asume como algo natural y la incorpora, con todas sus normas, explícitas e implícitas, de un modo que queda profundamente grabado en su inconsciente personal. Como la mayor parte de estos aprendizajes se realizan a una edad muy temprana, es muy difícil que el niño o la niña puedan hacer una reflexión crítica sobre ellos. Simplemente los asumen como propios y los interiorizan sin más. Por este motivo, las normas y prohibiciones tienen una presencia tan importante en nuestra conciencia, más allá de toda lógica y afectando de un modo tan poderoso a nuestros actos, porque viven en un espacio de nuestro ser que es profundo y que permanece a oscuras. Y es por ese motivo, por el que las normas y prohibiciones se deben hacer conscientes, para que pierdan ese poder y se conviertan en una fuerza más amable que nos ayude a conocer qué somos y cuál es el contrato que, sin darnos cuenta, hemos firmado con nuestra familia. El contrato individual Tanto las normas familiares como las prohibiciones forman parte de lo que podemos denominar el “contrato individual”. Este contrato, que contiene elementos explícitos e implícitos, representa la parte de la norma que corresponde a cada individuo concreto. El contrato varía de un individuo a otro, y como las propias normas, sufrirá ciertos cambios a lo largo del tiempo. El contrato se puede entender como la suma de todo lo que una persona recibe del sistema familiar, tanto como norma, como en el plano de los deseos o las expectativas que se han puesto sobre ella. Este término es también conocido como “escenario de vida” en el trabajo del psiquiatra transaccional Eric Berne, o como “el proyecto paterno depositado en el hijo” por parte de Vincent de Gaulejac. Este proyecto o contrato recibido se basa en la necesidad esencial del sistema familiar de asignar a cada persona una meta y un conjunto de herramientas que se relacionan, de manera esencial, con el propósito del propio árbol. Para llevar a cabo estas tareas, contamos con el deseo innato del ser humano de subsistir, con la fuerza de la vida que recibimos de nuestros antepasados a través de nuestros padres. También con el deseo íntimo de cada persona de configurarse como un individuo único, dueño de sí y de su destino. Todas las potencias que convergen en cada persona: la programación familiar que comienza mucho antes de su llegada al mundo, las influencias sociales del momento, los acontecimientos que le alcanzan a lo largo de su vida y su propia necesidad de individuación, refuerzan y al mismo tiempo cuestionan el poder de ese contrato. El contrato personal no es por tanto una fuerza fatalista que nos lleva sin remedio por el camino trazado por el sistema familiar, sino una guía que nos impulsa, pero que viene condicionada por muchas circunstancias internas y externas que lo modifican y lo perfeccionan. Precisamente, es a través del estudio de nuestro sistema familiar como empezamos a comprender cuál es nuestro propio contrato, y es también gracias a las herramientas sanadoras de las que nos provee la psicogenealogía, como podemos liberarnos de los elementos más limitantes de ese proyecto, conservando las más positivas, de manera que nos ayuden a desarrollarnos como seres más plenos y autoconscientes. Los contratos que se pueden recibir son tan variados como diversos son los sistemas familiares y los individuos que los forman. Como veremos en un capítulo posterior, dedicado a los diferentes rangos familiares, cada posición en el sistema tiene unas connotaciones particulares, como las tienen el orden del nacimiento, el nombre que se nos impone y muchos otros aspectos que iremos analizando en páginas posteriores. Existen por tanto, cláusulas del contrato que permiten alejarse de la familia, mientras que otras nos obligan a permanecer muy cerca de ella. Hay contratos para fracasar en los negocios, para cuidar de los padres ancianos o para triunfar y hacer brillar el apellido familiar. Sin duda, hay también contratos que obligan a la persona a sanar el árbol familiar, aunque esa sanación sólo se alcanza curando antes el propio dolor individual. Ahora bien, cabe preguntarse ¿por qué, dentro del amplio sistema familiar a una persona le corresponde un determinado contrato y no otro? ¿Cómo se reparten los papeles en el drama o en la comedia del clan? La respuesta a esta cuestión no es sencilla, puesto que esta distribución de papeles se debe, en verdad, a una multiplicidad de causas y no todas están del todo claras aún. Por un lado, es evidente que en las familias, pertenecer a un sexo o a otro es una cuestión de extremada importancia a la hora de recibir un determinado mandato. Por más que en los tiempos actuales se hayan equiparado las oportunidades profesionales de hombres y mujeres, la realidad es que los roles sociales y familiares de ambos sexos siguen siendo muy diferentes. Si además volvemos nuestra mirada de manera retrospectiva y analizamos las generaciones que vivieron hace cincuenta, cien o doscientos años atrás, es evidente que la diferenciación debía ser más grande aún. Mucho se ha discutido acerca de qué porcentaje es biológico y qué porcentaje es social en el hecho de que hombres y mujeres tengan ciertas características diferenciadas, pero de lo que no cabe duda es que esas diferencias existen en la mayor parte de los casos, y no es probable que dejen de existir, ya que la biología nos marca en mayor medida de lo que creemos. Así, la mayor parte de las mujeres están más conectadas a los aspectos emocionales de la experiencia y dan mayor importancia a las relaciones con otras personas que el promedio de los hombres. Estos a su vez suelen ser más autosuficientes y más volcados a los aspectos racionales de la experiencia. Sin perjuicio de que haya hombres y mujeres que rompen estos cánones, en la mayor parte de los casos la realidad es que hombres y mujeres estamos hechos de una materia similar, pero que se expresa de diferente manera. Así que el sexo de cada hijo que nace en una familia, le condiciona, en primer lugar, a cumplir unos u otros roles en función de cómo estén organizadas las normas del clan. Por otra parte, el orden de nacimiento es también un elemento muy importante para determinar qué es lo que una persona está destinada a hacer. Como veremos, en algunas familias se espera que el primogénito continúe con el negocio familiar, mientras que en otras, la tarea de éste consiste en casarse y dejar todas las responsabilidades del cuidado de los padres ancianos a sus hermanos menores. Algo tan simple como los rasgos físicos de una persona, pueden también determinar la naturaleza de su contrato. El hecho de que la niña que acaba de nacer se parezca tanto a su tía que tomó los hábitos de monja y privó a los abuelos de una línea de descendencia, puede conllevar que esta persona, una vez convertida en mujer, sienta una presión formidable para traer niños al sistema. Lo mismo se puede decir de los rasgos psicológicos de una persona, que pueden llevar a que contraiga un contrato familiar relacionado con esos mismos rasgos. Así por ejemplo, si alguien es de naturaleza rebelde en una familia demasiado estricta, puede hacer que se le imponga la tarea de ser “la oveja negra” del sistema, es decir, la persona sobre la que recaen todas las culpas y que acaba convirtiéndose en un chivo expiatorio donde se vuelquen todas las tensiones que no pueden ser expresadas de otro modo. De una manera o de otra, sea a través del contexto social, sea por el sexo del individuo, por el lugar que ocupa o simplemente por su aspecto o su temperamento básico, o simplemente porque hay que repartir los papeles y a esa persona le ha tocado ese, la realidad es que cada uno de nosotros debe asumir el contrato que se le otorga en el momento de su nacimiento. De este modo, tan importante como conocer las normas y las prohibiciones de la familia, es importante que cada persona indague en cuál puede ser el contrato familiar que se le ha impuesto, de manera que pueda entender las obligaciones y las expectativas que el sistema ha puesto sobre sus hombros. A partir de ese conocimiento, uno puede comenzar la tarea de abandonar aquellos caminos que no le conducen a ningún resultado positivo, y tomar en cambio todo lo bueno que el sistema familiar le haya donado. Con estas cartas en la mano, una persona puede de verdad comenzar a labrar su propio destino, con respeto por sus antepasados, pero diseñando realmente su propio futuro. El destino Cuando hablamos de genealogía y destino, hay que aclarar que el destino genealógico no es necesariamente una fuerza sobrenatural que nos impulse a vivir experiencias sobre las que no tenemos ningún control y que pueden ser muy limitantes. El destino, como decían los clásicos, bien puede ser una proyección del propio carácter y deseos. Pero alcanzar ese destino positivo requiere un cierto esfuerzo y un cierto nivel de conciencia. A este tema dedicaremos el presente capítulo. El destino como maldición La primera concepción que se tiene del destino por parte de muchas personas es precisamente como una especie de hecho fatalista, es decir, algo que va a ocurrir de manera inevitable en nuestra vida. Esta idea del destino conecta directamente con los aspectos menos deseables del contrato individual, pero se extiende más allá. Existen acontecimientos en la vida humana que no pueden ser evitados y que tienen sobre las personas un peso muy grande, para bien o para mal. Un ejemplo de ello puede ser el hecho de padecer las consecuencias de un conflicto armado. Si alguien tiene la desgracia de pasar por esta experiencia, y sobre todo si pierde a seres queridos o si sufre algún tipo de daño físico o emocional, va a quedar marcado para siempre. Ahora bien, más allá de los grandes conflictos o catástrofes, para la mayor parte de las personas, el destino vivido como maldición no es otra cosa que la manifestación en su vida de su contrato individual. Así por ejemplo, en un sistema donde los hijos son maltratados de manera sistemática, resulta casi inevitable pasar por esta dolorosa experiencia. De hecho, en un sistema así, es el maltrato lo que hace que cada individuo se sienta unido al clan, del mismo modo que en algunas instituciones como la universidad o el ejército, se permiten las bromas hacia los novatos como una forma perversa de acogimiento dentro del colectivo. En muchos casos, el contrato individual de una persona contiene no sólo una serie de normas acerca de lo que puede ser o no, de lo que le está permitido desarrollar o no, sino que indica cómo debe ser cada etapa de su vida de un modo tan minucioso que, cuando se conoce de manera consciente, resulta pavoroso comprobar cómo nos ha ido condicionando a cada paso sin que nos diéramos cuenta. En cualquier caso, sea cual sea la manera en que se experimente esta parte menos deseable del destino personal, no cabe duda de que hay que establecer algunas estrategias de afrontamiento que nos permitan salir adelante con el menor daño posible. La primera de estas estrategias consiste, sin lugar a dudas, en reconocer cuál es nuestro contrato individual, puesto que este conocimiento nos permitirá prepararnos para lo inevitable. En segundo lugar, es importante aceptar lo que quiera que haya sucedido en nuestra vida y entender que, aún de lo peor, se puede extraer algo bueno. Este destino negativo debe ser asumido en toda su integridad, sin intentar trasladarlo a otros. De este modo, nos hacemos fuertes y deshacemos nudos que podrían afectar a nuestros descendientes. Ahora bien cuando el destino nos trae algo positivo, en forma de un premio o de una situación favorable, es preciso agradecerlo y disfrutarlo al máximo. Así, nuestros ancestros pueden sentir que han hecho algo bueno al traernos al mundo, y del mismo modo, abrimos la puerta a que nuestros descendientes aprendan a saborear la vida. El destino como realización personal Ahora bien, como ya se ha insinuado en páginas anteriores, el destino no es algo que deba producirse de manera inexorable. Entender los términos de nuestro contrato individual nos permite reconocer todo aquello de lo que no es fácil escapar, pero también qué es lo que podemos cambiar. Por ejemplo, si el destino que se nos reserva es el de cuidar del negocio familiar y ese no es nuestro deseo, ¿qué nos impide cambiar de rumbo? ¿Por qué no podemos reclamar nuestra autonomía para decidir hacer otras cosas? Y si de todos modos, la decisión es la de continuar con el negocio, ¿por qué no adaptarlo a nuestros gustos? Existe una gran diferencia entre hacer lo que se espera de nosotros, o bien tomar las herramientas que se nos dan y darles un uso diferente. El destino puede verse así como un espacio de realización personal, en el que no podemos escapar del todo de ciertas influencias ambientales (a fin de cuentas, no está en nuestras manos evitar una crisis económica global o una guerra), pero en el que podemos aprender a desarrollar nuestras mejores cualidades para crecer y convertirnos en individuos más sabios y verdaderamente libres. Hay que entender que en todos nosotros existe una guerra soterrada entre la programación familiar, con sus aspectos limitantes y también con sus partes más positivas, y el deseo de construirnos como seres individuales. La gran aportación del pensamiento psicogenealógico en este punto es el siguiente: no podemos estar totalmente separados de las influencias familiares, y pensar lo contrario es buscar una libertad ilusoria, pero podemos tomar lo mejor de esas influencias y actualizarlas de manera que los aspectos más limitantes minimicen su efecto sobre nosotros. Así que en el eterno debate entre libertad y destino, la psicogenealogía nos dice que no tenemos por qué elegir un sólo aspecto de la realidad, sino que tenemos que tener en cuenta los dos. Existe un destino prefijado por nuestra familia, pero en la medida en que ponemos luz sobre él, lo podemos transformar en autentica y madura libertad. La inocencia y la culpa Desde el punto de vista psicogenealógico, cuando una persona se enfrenta a los múltiples dilemas de la existencia, puede experimentar dichas vivencias desde el punto de vista de la inocencia o de la culpa. Precisamente, es la culpa la que nos impide, en muchos momentos, actualizar un destino fatal y convertirlo en algo más constructivo. A la hora de tomar decisiones, y como resultado de nuestro sistema social, basado en la ideología judeocristiana, tenemos la tendencia inconsciente de buscar aquellas experiencias que nos hagan sentir inocentes, rechazando todo lo que nos traiga una sensación de culpa. Por ejemplo, en una separación matrimonial, aquel que plantea el divorcio tiene que cargar sobre sí la culpa de la separación. Este es uno de los motivos por los cuales las rupturas se vuelven en ocasiones campos de batalla emocionales entre dos personas. Al dolor de la pérdida, que es natural, se suma muchas veces el peso de una culpa que se lanza en una u otra dirección, como un fardo pesado del que ninguno se quiere hacer cargo. Esto hace que muchas parejas soporten durante demasiado tiempo una convivencia imposible, ya que ninguno desea cargar con la culpa de ser quien inicie los trámites de la separación. Cada uno reclama sobre sí la inocencia, y desea descargar la culpa en el otro. Sucede esto también entre los hermanos. Cuando uno de los hermanos decide salirse de la parte más negativa de su contrato individual, reclamando para sí una libertad a la que tiene derecho, el resto de ellos, en vez de aceptar esa libertad (incluso la libertad de equivocarse) le somete al peso de la culpa. En realidad, todos estos problemas se reducirían sin todos aceptáramos nuestra parte de responsabilidad (que no de culpa), en aquello que hacemos o dejamos de hacer. Sólo así recuperamos la inocencia de poder actuar con libertad, en el acierto o en el error. Porque la inocencia del que lanza sobre el otro el paquete de la culpa, es una falsa inocencia. En un sistema, todos son responsables de todo, sea en mayor o en menor medida. Y sólo cuando todos se hacen responsables, en la medida en que sea posible, se sale del juego de culpables e inocentes y se vuelve a una posición de partida en que todos son verdaderamente libres dentro de sus obligaciones. Entender la influencia del deseo de inocencia y del uso de la culpabilidad son elementos clave para comprender muchas de las acciones humanas, sobre todo de aquellas que se realizan dentro de un sistema, ya que todos los sistemas tienen dentro de sí una contabilidad de hechos “buenos” y “malos” que influye de manera determinante en nuestra vida y en nuestras decisiones. A cada uno su lugar. Los rangos en la familia Como ya hemos visto, un sistema familiar se define básicamente a través de dos elementos: los límites que establece con el resto de los sistemas y las normas que impone a sus miembros. Esto es lo que diferencia a una familia de otra y lo que hace que los miembros de ese sistema se sientan parte de él. Ahora bien, dentro del sistema existe también un sistema de jerarquías que es importante conocer. Estas jerarquías, que se conocen como “rangos”, establecen cuáles son los subgrupos a los que cada cual pertenece, del mismo modo que marca qué tipo de relaciones se pueden establecer con los demás miembros del sistema, dependiendo de si pertenecen a nuestro mismo rango o no. Hay que aclarar que una persona puede pertenecer a varios rangos, según el lugar del árbol desde el que se la observe. Esto es fácil de entender, ya que un abuelo lo es para su nieto, al tiempo que es marido para su esposa y padre para sus hijos. De este modo, los rangos se establecen siempre alrededor de cada individuo del sistema, determinando distintos tipos de pertenencia y diferentes relaciones con los demás miembros de la familia. Dentro de la línea genealógica directa, existen al menos cinco rangos esenciales a considerar: el de los abuelos, el de los padres, el de los hermanos, el rango de la pareja y el rango de los hijos, que puede extenderse a los nietos. Vamos a conocer cada una de estas posiciones genealógicas a continuación. El rango de los abuelos nos permite realizar una conexión familiar con el pasado del clan. Desde esta perspectiva, los abuelos son muy importantes, ya que ayudan a que el relato familiar pase a las siguientes generaciones y son una fuente viva de conocimientos muy necesarios para todos. Además, los abuelos suelen ser buenos elementos para reconocer cuáles son las normas familiares, así como para entender cómo han ido evolucionando esas normas a través de las generaciones. No hay que olvidar tampoco que en algunos casos, los abuelos se convierten en padres sustitutos, sobre todo cuando los padres están incapacitados o no están presentes. El rango que está antes de los abuelos, es decir, el de los bisabuelos, nos enlaza directamente con los mitos familiares y con el pasado remoto. Esto es así porque usualmente no tenemos posibilidad de conocer a los bisabuelos, pero sí tenemos información sobre ellos, y probablemente sobre sus antepasados. De este modo, no son una presencia tangible en nuestra conciencia, pero sí permanecen en ella a través de lo que otros nos han contado acerca de sus vidas. El rango de los padres tiene una importancia capital para entender nuestro lugar dentro del sistema familiar y de la vida en general. Los padres tienen una influencia muy directa en nosotros y son el modelo esencial que nos servirá para formar conceptos como lo masculino o lo femenino en nuestro interior, como ya veremos. No hay más que hablar con una persona que haya tenido una infancia dura en relación con sus padres para entender cómo nos puede afectar el vínculo paterno-filial cuando éste no es sano. Más allá de estas cuestiones, que son evidentes para todos, en la psicogenealogía se tiene en cuenta la importancia de la energía paterna y materna en la formación del alma de cada persona. El padre nos otorga una energía activa, que nos conecta con el mundo material y con la sociedad. La madre nos trae una energía receptiva, que sirve para acercarnos a nuestro ser emocional y a todo lo relacionado con el cuidado, la nutrición y la integración afectiva del mundo que nos rodea. Donde el padre exige poner en marcha proyectos, la madre nos impulsa a dotar a esos proyectos de significado. Ambas energías son precisas, y si tenemos una mala conexión con alguna de ellas se generarán conflictos en nuestra vida. Nunca hay que olvidar que los padres, antes de serlo, son pareja, aun en el caso de que fuera una pareja breve o momentánea. Sin el vínculo sexual entre dos personas, no hay descendencia, y por tanto, en el orden genealógico se observa primero a la pareja y luego a sus hijos. Esto es así incluso en los casos de adopción, vientres de alquiler o inseminación artificial. En todos ellos hay una concepción previa, que se da entre un óvulo y un espermatozoide que sólo pueden ser donados por un hombre y una mujer. De este modo, cada ser humano tiene siempre unos padres biológicos, de los cuales hereda la carga genética. Éstos son los progenitores que deben ser tenidos en cuenta en primer lugar y es a las personas a las que nos referiremos cuando realicemos cualquier ejercicio con los padres. Si eres una persona adoptada, puedes también realizar esos ejercicios con tus padres de adopción, pero siempre que hayas tenido en cuenta a tus progenitores naturales en primer lugar. El rango de los hermanos indica a todos los hijos que han nacido del mismo padre y la misma madre aun cuando no se hayan criado bajo el mismo techo. También los hijos de uniones anteriores o posteriores de alguno de los padres que se educan como hermanos de los hijos de la pareja. Los hijos, como los hermanos, se tienen en cuenta siempre según su orden de nacimiento incluyendo a los abortos y a los fallecidos al nacer. Se ubican nombrando primero al primogénito, luego al segundo y así hasta el último. Como veremos el orden es esencial en este rango, y cuando se quiebra éste, otorgando por ejemplo al menor la responsabilidad del mayor, se crean conflictos generacionales que tienen serias consecuencias. El rango de la pareja incluye, por supuesto a las personas que forman un vínculo entre sí. Para los efectos de este libro, resulta indiferente el tipo de relación que se establezca entre las personas, siempre que ambas lo entiendan como un vínculo de pareja o siempre que esa unión pueda ser vista ante la sociedad como tal. Ocurre, en ocasiones, que algunas personas parecen querer avergonzarse de vínculos pasados, quizás porque el resultado de la relación no fue el deseado o quizás porque no era lo conveniente desde el punto de vista moral o social. Esta personas se niegan a sí mismas la realidad de que lo que vivieron, bueno o malo, fue un vínculo de pareja. Establecen así una zona de sombra en su propia conciencia, que probablemente traerá consecuencias negativas a sus descendientes. Así por ejemplo, a la hora de analizar el vínculo entre nuestros padres, es muy necesario saber qué relaciones anteriores tuvieron con otras personas. En el caso de que la relación anterior fuera un matrimonio, sin duda será un hecho conocido, puesto que algo así no puede ser negado ni ocultado. Pero en ocasiones, los padres esconden la existencia de algún antiguo noviazgo, por vergüenza social o por no incomodar a la pareja actual, y eso nunca tiene un buen resultado para los hijos. En el caso de que los progenitores o nosotros mismos no tengamos bien integradas a todas nuestras parejas anteriores, presentaremos un ejercicio que puede ayudar a solucionar este problema. El rango de las parejas incluye por tanto no sólo a aquellos que se han unido por matrimonio legal, sino a los que han convivido como pareja de hecho, así como a todas las personas con las que se han mantenido relaciones sexuales. También se deben incluir aquí a las personas que han mantenido un vínculo romántico de carácter platónico, siempre que sea significativo, como por ejemplo, un noviazgo que no desembocó en matrimonio o en relaciones íntimas. Si bien entre hermanos es muy importante el orden, en el mundo de la pareja se vuelve esencial el equilibrio como fuerza activa para el desarrollo del vínculo. El rango de los hijos engloba a todos los descendientes de una pareja. Los hijos se representan aquí desde el punto de vista de los padres, a diferencia del rango de los hermanos, que los observa desde la perspectiva de éstos. De este modo, distinguimos la mirada que los padres tienen sobre sus hijos, de la que tienen unos hermanos con respecto a otros. Desde el punto de vista de la psicogenealogía, tanto los hijos abortados por causas naturales como aquellos que se abortan voluntariamente, son también considerados hijos de la pareja, puesto que son el fruto de una unión sexual y son personas en potencia. Esto se hace con independencia del criterio moral que se tenga acerca del aborto. Simplemente se trata de constatar un hecho que ocurrió. También se consideran, como es lógico, aquellos que han fallecido al nacer, o mortinatos, así como los muertos a temprana edad. Como ocurre con los hermanos, los hijos se ubican siempre por orden de nacimiento, desde el mayor al menor. El espacio de los hijos es un lugar muy importante dentro de cualquier sistema familiar, puesto que ellos representan siempre la proyección que dicho sistema hace hacia el futuro. El nombre que se le pone al hijo, la educación que se le da, las expectativas que se ponen sobre él, son condicionantes muy poderosos que muestran cómo desea evolucionar el sistema, o por decirlo en otras palabras, hacia dónde se dirige la familia. Todos somos, como mínimo, hijos, así que todos tenemos la experiencia de este rango familiar. Pero el ser hijos no es algo que deba marcar para siempre nuestra vida. Las personas tienen un impulso natural, que es el de abandonar la órbita de los padres para poder establecerse como individuos adultos. Este impulso, que cada cual realiza del modo que considera oportuno, es una de las claves de la evolución de los sistemas humanos. En psicogenealogía, se considera que los niños, especialmente los menores de 7 a 8 años de edad, viven completamente sumergidos en el inconsciente familiar. Por eso no es extraño que manifiesten síntomas diversos cuando la familia está pasando por un período de crisis. Es a partir de la adolescencia y la juventud, cuando la persona se va separando de esa matriz, abriendo para sí un camino que le conducirá a convertirse en individuo. Como nota final a este capítulo, hay que señalar que a lo largo de este libro hablaremos de los hijos o los hermanos usando el género neutro del idioma castellano. Esto se hace para evitar repeticiones farragosas del tipo: “hijos e hijas” o “hermanas y hermanos”. En todos los casos en que el sexo no sea relevante, se entiende que nos referimos tanto a los varones como a las mujeres por igual. Sistemas dentro de sistemas. Los subsistemas familiares Las familias, siendo como son un amplio sistema, contienen dentro de sí pequeños universos que se generan tanto por afinidades entre diversos miembros, como por todo lo que se deriva de la convivencia bajo un mismo techo. Estos subsistemas familiares representan a su manera una concreción a pequeña escala del gran sistema del clan, compartiendo con éste no sólo a una parte de sus miembros, sino heredando también gran parte de sus normas y prohibiciones. Los sistemas menores de una familia o subsistemas presentan límites porosos con el resto de individuos del clan, y no pueden ser considerados plenamente como sistemas independientes, pero al mismo tiempo, pueden tener una lógica interna que difiera, en mayor o menor grado, de lo que se puede observar en la familia observada al completo. Por ejemplo, un subsistema familiar puede estar constituido por los padres e hijos que viven bajo el mismo techo y que se relacionan, de manera cotidiana, con el gran sistema familiar a través de las visitas a los abuelos, del contacto con los tíos y primos, etcétera. Este subsistema, que es el más habitual, está sufriendo en la actualidad un cambio, debido a la aparición de las familias reconstituidas, en las cuales se juntan bajo el mismo techo personas de diverso origen. Así, pueden coincidir como hermanos los hijos de los padres habidos con parejas anteriores junto a los hijos que tengan ahora en común. En estos casos, no cabe duda de que los hijos habidos con parejas anteriores traen consigo una parte de su sistema familiar de orden, con el que pueden seguir manteniendo contacto o no, pero que no deja de tener una influencia definitiva en su ser. Junto a esto, se suma la energía del nuevo sistema al que pertenecen, y que les viene dado por la nueva pareja de su progenitor y los hermanos que vienen a sumarse a su vida. Así, a la hora de analizar una familia de este tipo, no cabe otro recurso que estudiar todas las influencias hasta donde sea posible, dando especial prioridad a aquellas que nos lleguen por línea directa, y dejando como menos importantes las que provengan de sistemas con los que no tenemos una relación de parentesco directo. Como se ha indicado, en ocasiones los subsistemas familiares se generan a través de afinidades entre las personas, siendo éste uno de los elementos interesantes a analizar en todo árbol genealógico. En ocasiones, una persona tiene una cercanía especial con uno de sus tíos y su familia, mientras que se siente más alejado de otros tíos. La cercanía física entre las familias o la proximidad emocional entre los padres, pueden muy bien ser un factor esencial para esta afinidad. En otros casos, la familia tiene a su cargo el cuidado del abuelo o la abuela, que permanecen en casa de uno de sus hijos en la ancianidad. Esto crea un vínculo más poderoso de ese abuelo con ese hijo y con esos nietos, mientras que el resto de hijos y nietos están más distanciados del subsistema. A la hora de estudiar el árbol genealógico, resulta importante señalar cuáles son los subsistemas que están incluidos dentro del gran sistema familiar, especialmente, claro está, cuando se relacionan de algún modo con nosotros. Dentro de los diversos subsistemas del árbol, existen dos que tienen una enorme relevancia. El primero es el subsistema original (denominado también “sistema de origen”), es decir, aquel del cual venimos y que nos viene dado. El segundo es el subsistema propio, que es construido por nosotros a partir de nuestras relaciones de pareja y por el hecho de ser padres o madres, si es el caso. Sistema de origen El subsistema de origen está formado por todo lo que antecede a la persona o es casi contemporáneo a ella en el sistema. Esto incluye por supuesto a los antepasados remotos, los abuelos, los padres y también a los hermanos. En un sentido amplio, están aquí incluidos los tíos y también los primos. Todas las personas que han existido, existen y existirán, poseen un sistema de origen, puesto que todos venimos de alguna parte, somos hijos de alguien y por tanto, tenemos una larga línea de antepasados. Esto es así incluso en el caso de aquellas personas que no han tenido oportunidad de conocer a sus padres, en el caso de los huérfanos o los adoptados, puesto que su genética, y todo lo que ella trae consigo, proviene de un hombre y una mujer. En el caso de los adoptados hay que tener en cuenta no sólo al sistema de origen, sino que se debe considerar al sistema que les ha acogido. Esto es válido incluso cuando no hay ninguna noticia de los padres biológicos, y también cuando la persona siente que sus padres adoptivos son lo único valioso para ella. No hay que olvidar que sin padres biológicos, la persona no existiría y que es preciso tener en cuenta su existencia. Este subsistema de origen, que nos conecta con los antepasados, es la fuente de todo nuestro conocimiento primigenio y es la zona de nuestra experiencia de la que provienen tanto las normas, como las prohibiciones y el contrato individual de cada persona. Cuando nacemos, y también en los primeros años de nuestra vida, este sistema es prácticamente todo lo que conocemos del mundo, y por eso nos adherimos a él con una fuerza primal, de la cual nos vamos despojando lentamente con el paso de los años. Lo hacemos a medida que entramos en contacto con otros sistemas, y sobre todo, al fundar un subsistema propio. Sistema propio Cuando nos referimos al subsistema propio, hablamos de aquel que es creado por el individuo y que se prolonga hacia el futuro. Están incluidas aquí tanto la pareja o parejas sucesivas de una persona como los hijos que pueda llegar a tener a lo largo de su vida. También se podrían incluir, de un modo natural, sus nietos si los tiene. Crear un sistema propio suele ser esencial para que podamos salir del entorno del sistema de origen y articular nuestra propia individualidad. Aun así, no todas las personas desarrollan este subsistema, puesto que no llegan a crear relaciones de pareja. El sistema propio representa la evolución del árbol familiar, ya que cada uno de nosotros tiene la posibilidad de crear algo nuevo, nueva vida, a través de él. Este sistema propio representa la esperanza de continuidad del clan. Reuniendo la información de nuestro sistema de origen y del sistema propio que hayamos creado en nuestra vida, podemos acceder a un documento esencial para comprender las dinámicas internas de la familia, este documento, denominado genograma, será explicado con detalle en la siguiente parte de este libro. Cómo trazar tu genograma El genograma como mapa del mundo interior Todos tenemos la tendencia de ver el mundo como si estuviera dividido en dos partes: aquello que está “dentro” de nosotros en contraposición a lo que está “fuera”. Entre ambas realidades, la piel se configura como una barrera en la que nos aislamos de todo lo que no nos pertenece, un escudo protector frente a todo lo que “no es yo”. Entre los elementos que están en nuestro interior podemos sumar nuestros procesos corporales, la respiración, la digestión, el funcionamiento del aparato circulatorio, etcétera. También están los procesos mentales y emocionales. Lo que se nos pasa por la mente o aquello que acelera nuestro corazón. Externos a nosotros son los objetos de la realidad circundante y las personas y seres que nos rodean. Pero como bien sabemos, la piel no es un escudo impermeable, sino que tiene poros, y a través de ellos el cuerpo se comunica con el exterior. Así que, ¿qué sucede cuando eliminamos la distinción entre lo interno y lo externo? ¿Qué sucede cuando reconocemos la naturaleza porosa de nuestro ser? Simplemente asistimos a la realidad de lo que somos de verdad: seres en conexión con todo lo que nos rodea. En particular, seres en comunicación con nuestro sistema familiar, con nuestra pareja, hijos, hermanos, padres y también en conexión profunda con nuestros antepasados. El genograma tiene aquí una relevancia muy importante, puesto que es el mapa más preciso con el que contamos para entender cómo se produce esa conexión entre lo que “yo soy” como individuo y lo que me conecta con todo mi pasado, mi presente y por qué no decirlo, con mi futuro, representado por mis descendientes. El genograma es un mapa del mundo interior en conexión con mi familia. Lo que se expresa en él, sus energías expansivas o en contracción, sus nudos, sus vías de escape, sus paraísos e infiernos, son expresiones muy claras de lo que habita en tu interior, en un universo donde, como ya hemos explicado, no existe el tiempo ni el espacio. Pero ¿qué es de verdad el genograma? ¿En qué se diferencia de un árbol genealógico al uso? El genograma es un mapa genealógico que contiene gran cantidad de información relevante para el estudio psicogenealógico. Más allá de ser una mera recopilación de nombres, fechas y parentescos, tal como se observa en cualquier árbol genealógico, un genograma puede contener datos acerca de la profesión de los miembros del clan, de sus conflictos internos, de los subsistemas que forman, de las enfermedades, los accidentes o los acontecimientos relevantes de la vida. El genograma es por tanto un acercamiento paulatino a la conciencia familiar, un esquema familiar que resulta relevante en cada uno de los pasos de nuestra indagación genealógica. Símbolos usados en el genograma Existen una serie de símbolos comúnmente aceptados que pueden servirte para elaborar tu genograma. El uso de estos símbolos no es obligatorio, pero sí es recomendable. De modo general, se pueden resumir como sigue. Cada persona se representa de manera individual, pero unida a aquellos miembros del sistema con quien tiene una conexión genealógica directa (padres, cónyuges e hijos). Las líneas de conexión son horizontales para los matrimonios y para los hermanos. Las líneas son verticales para representar la descendencia. Si lo deseas, puedes marcar una relación estrecha con una doble línea, y las tensas con una línea en zigzag. Las parejas de hecho se pueden señalar por una línea de puntos. Las parejas separadas se señalan por una línea vertical u oblicua que rompe la horizontal. El divorcio se señala con dos líneas verticales. Los matrimonios múltiples se indican a ambos lados de la persona, señalando con números el orden de los mismos. Los hijos se ubican según su orden de nacimiento de izquierda a derecha debajo de los padres. Los hijos legales se pueden indicar por una línea continua, los adoptados con una línea discontinua. Los mellizos se indican con una línea que parte de un mismo punto y se bifurca en dos. Los gemelos se unen entre sí por una línea horizontal. Los fallecidos se pueden indicar con una “X” o con una cruz. Cuando se hace un esquema básico en el que no se presenten datos personales, se puede simbolizar a los hombres con un cuadrado y a las mujeres con un círculo. Los embarazos en curso se señalan con un triángulo. Los abortos con un círculo negro. El bebé muerto al nacer lleva inscrita una “X” o una cruz. En las Figuras que siguen, se muestran los distintos símbolos del genograma básico (sin nombres ni datos personales). Para ver cómo se configura un genograma con datos personales, te recomiendo que analices los diversos ejemplos históricos que se dan a lo largo de este libro. Figura 1. Símbolos del genograma básico Figura 2. Los vínculos de pareja en el genograma básico Figura 3. Los hijos en el genograma básico Figura 4. Ejemplo de familia en el genograma básico Recogiendo los primeros datos Los primeros datos que necesitas para elaborar tu genograma surgirán, como es lógico, de conocimiento que tienes de tu árbol familiar. Recurrir a nuestra propia memoria es esencial para poder empezar a trabajar con un mapa generacional coherente. A la hora de poner por escrito todo lo que sabes sobre tus antepasados, seguramente te darás cuenta de que tu conocimiento acerca de tu familia es mucho más amplio de lo que imaginabas. El hecho de que sea un tema al que normalmente no hacemos mucho caso nos puede hacer creer que sabemos poco de nuestros antepasados, cuando la realidad es que tenemos mucha información almacenada en la memoria. Así que te recomiendo que empieces cuanto antes a anotar todo lo que recuerdes acerca de tu sistema familiar. Toma un cuaderno y haz pequeños árboles genealógicos en los que mostrar quienes son tus abuelos, padres, tíos, hermanos, pareja e hijos. Escribe en cada rama del árbol, el nombre de cada persona. En principio no te preocupes de trazar un genograma completo ni bien formado. Lo más importante es empezar a ubicar a cada uno en su lugar y dar así un orden a los datos que se irán agolpando en tu cabeza. A continuación, anota en tu cuaderno todos los datos importantes que puedas recordar de cada persona. Hazlo en páginas sucesivas, sin seguir la forma de un árbol, sino a la manera de pequeñas listas o como un relato breve de acontecimientos y anécdotas. Los datos más importantes a tener en cuenta aquí son los siguientes: Fecha de nacimiento. Si no conoces la fecha exacta, al menos intenta anotar el año. En el caso de que la persona haya fallecido, la fecha y la causa de la muerte, si se conoce. Fecha de matrimonio, si es el caso. Cuando se trate de una persona que ha tenido varias relaciones importantes, anota el año en que comienzan y terminan esos vínculos, hasta donde sepas. Profesión o aficiones relevantes de esa persona. Acontecimientos relevantes en la vida del individuo. Por ejemplo, si ha padecido alguna enfermedad grave, si participó en una guerra, si tuvo algún accidente o si ganó un gran premio en la lotería. En general, se trata de sucesos que vienen de manera automática a nuestra mente cuando pensamos en esa persona, o aquellos que es fácil suponer que hayan causado un gran impacto en ella. Más adelante puedes ir completando los datos que recuerdes acerca de cada persona de tu sistema familiar, así que deja espacio en tu cuaderno para anotar aquellos detalles que vengan a tu memoria con posterioridad. Algunos temas que parecen poco interesantes en un primer momento, se revelarán como importantes a medida que avances en tu estudio. Algunos enfoques transgeneracionales trabajan únicamente con este primer esqueleto de genograma. Se trata de dar importancia a lo que cada uno de nosotros sabe acerca de su sistema familiar, dejando de lado cualquier conocimiento externo, sea aportado por otros familiares o por estudios en archivos. Aunque hay una lógica en esa visión, en este libro vamos a utilizar todos los datos que podamos obtener acerca de nuestra genealogía. Esto es así porque consideramos que existen datos a los cuales no tenemos un acceso inmediato, pero que si los buscamos y los ubicamos en el contexto de la investigación psicogenealógica, ampliamos enormemente el espectro de lo que podemos conocer. Menos nunca es más, y no hay motivo real para renunciar a conocer la máxima cantidad de información que esté a nuestro alcance. Por este motivo, en el siguiente capítulo comenzaremos a estudiar cómo ampliar nuestra base de conocimientos sobre la familia. Recopilar datos a través de Internet Aunque existen en Internet una buena cantidad de recursos que nos permiten acceder a información genealógica, no conviene pensar que se pueda realizar toda la investigación sobre el pasado familiar a golpe de búsqueda virtual. La memoria familiar, si bien puede ser escasa en datos, es más rica en anécdotas e historias que pueden ser de utilidad en nuestras investigaciones. Ahora bien, los registros virtuales son útiles a la hora de poder generar un árbol genealógico más extenso, y proporcionan cierta información útil si se sabe cómo interpretarla. Entre los recursos a los que podemos acceder online, hay que citar los siguientes. FamilySearch (www.familysearh.org) Esta página, creada por la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (también conocida como Iglesia Mormona), es uno de los mejores recursos online donde podemos realizar algunas de nuestras búsquedas genealógicas. El motivo por el que los mormones hayan reunido una enorme cantidad de información genealógica se debe a que esta Iglesia sustenta la creencia en el bautismo vicario, que se basa en la necesidad de bautizar a todas las personas ya fallecidas en su fe. La Iglesia Mormona conserva todos sus archivos físicos en una bóveda excavada en roca granítica en la ciudad estadounidense de Salt Lake City, en el estado de Utah. Aquí se almacena información de millones de registros genealógicos referentes a nacimientos, matrimonios y defunciones de todo el planeta. También tienen datos del censo de varios países, registros de inmigración y mucho más. Ahora bien, conviene tener en cuenta que estos archivos no están completos, aunque se van introduciendo nuevos datos con regularidad, por lo que es interesante repetir nuestras búsquedas cada cierto tiempo. Por ejemplo, los datos relativos a Estados Unidos son muy extensos, mientras que los relativos a España o a países de la América hispana varían mucho en cuanto a extensión. En todo caso, conviene investigar a fondo este recurso, puesto que puede deparar sorpresas muy positivas para nuestra investigación. La base de datos de FamilySearch se puede consultar de diversas maneras. La más rápida de todas consiste en hacer una búsqueda simple a través de los registros históricos de la base de datos, usando diversas variantes ortográficas del apellido. Así que basta con anotar los apellidos buscados y acceder a un gran número de entradas que pueden tener que ver con nuestra familia o no. En estos casos, conviene ir construyendo nuestro árbol desde el presente hacia el pasado, recopilando datos de nuestros antepasados directos y desde ellos hacia atrás. De este modo se evitan errores. Esta búsqueda se puede refinar por “Colecciones”, “Año o lugar de nacimiento”, “Año o lugar de matrimonio”, “Año o lugar de residencia”, “Año o lugar de defunción” y “Sexo”, lo que permite reducir enormemente la cantidad de datos obtenidos. Por ejemplo, el apellido Déniz, devuelve casi 170.000 entradas en el momento de escribir estas líneas. Ahora bien, si se reducen al lugar de origen de mi familia, las Islas Canarias, en España, disminuye radicalmente el número de entradas. Es interesante también ampliar la búsqueda no sólo por nacimiento, que es la opción predeterminada, sino que se puede usar también el matrimonio, la residencia o la defunción. La búsqueda por Genealogías nos permite analizar árboles enviados a la base de datos. Esta información puede no estar validada, pero resulta interesante y puede traer sorpresas muy positivas. Esta página permite también acceder a datos que no están indexados y que se presentan en formato de imágenes. Además de las búsquedas directas en su base de datos, FamilySearch tiene un wiki (https://familysearch.org/wiki) donde reúne una enorme cantidad de recursos online y offline para dirigir nuestras búsquedas. Por ejemplo, en esta página se pueden encontrar datos tan diversos como las direcciones físicas de los principales cementerios de Venezuela o cómo acceder a los registros genealógicos de la comunidad judía en Argentina. Hay que dejar claro que consultar los archivos de esta Iglesia no supone ninguna obligación de compartir su fe, ni se hace a través de ella un proselitismo activo, al menos hasta donde alcanza nuestra experiencia. Blog de Genealogía Hispana (www.genealogiahispana.org) Se trata de un recurso excelente sobre genealogía española y de América. Desde aquí se pueden acceder a recursos genealógicos de diversos países, archivos de emigración, etcétera; así como un gran número de consejos útiles para la investigación. Conviene leer los artículos que presenta, puesto que son una fuente de información muy valiosa. Portal de Archivos Españoles (pares.mcu.es) El Portal de Archivos Españoles (PARES), es una iniciativa del Ministerio de Educación, Cultura y Deportes de España que pretende digitalizar archivos históricos del país. Existen colecciones que comprenden archivos importantes para conocer la emigración de España a América, o censos históricos. En esta página es también aconsejable realizar una búsqueda simple, y continuar a partir de los resultados que se encuentren. Recopilando información de registros públicos Los registros públicos son una de las fuentes de información más fidedignas que nos pueden ayudar a concretar las fechas, los nombres completos y los datos de filiación de nuestros antepasados (por ejemplo, quién era hijo de quién y con quién se casó). Cada país tiene un registro civil en el que se anotan los nacimientos, matrimonios y defunciones de sus ciudadanos. Esta información es esencial para todo tipo de cuestiones relacionadas con la vida de las personas, como por ejemplo, para ser apto para el servicio militar, reclamar una herencia o legitimar a los hijos. Ahora bien, estos registros no siempre son muy antiguos, y en ocasiones pueden haberse perdido, o pueden haber sido destruidos en el curso de la historia. Existen también archivos públicos del censo, de expedición de pasaportes o de entrada de inmigrantes que pueden ser consultados de forma presencial. A continuación, hablaremos del estado de los registros civiles y eclesiásticos en España, puesto que es el caso que mejor conocemos, seguida de una breve mención a otros países del ámbito hispano. En España, los registros más antiguos son de carácter eclesiástico, y dependiendo de las parroquias pueden alcanzar hasta el siglo VI de nuestra Era. El Concilio de Trento de 1563 estipuló la obligatoriedad de llevar un registro de los sacramentos otorgados en cada parroquia, y siguiendo esta directiva, se establece hacia 1570 el uso de los libros Sacramentales en todas las iglesias de España. Estos libros, que durante siglos fueron el único sistema de registro de la población, comprenden varios tipos de volúmenes. Los más interesantes para la investigación genealógica son los libros de bautismo, matrimonio y enterramiento. A estos libros se puede sumar el de Confirmaciones, que puede resultar de interés en algunos casos. Los archivos eclesiásticos suelen ser muy precisos, puesto que como se ha indicado, eran la base de todo el sistema de registro poblacional, y dado que todos los españoles eran considerados como católicos tras la expulsión de los judíos y los moriscos a finales del siglo XV, se puede asumir que son casi exhaustivos. Un caso interesante de los libros de bautismo eclesiástico es que pueden dar datos de aquellos hijos que no eran considerados legítimos por parte de la iglesia. Por ejemplo, se consideran “hijos naturales” a aquellos nacidos en relaciones mantenidas por personas que podrían haber contraído matrimonio en el momento de nacimiento del vástago, o bien por ser la madre soltera o viuda. Los “hijos ilegítimos” eran los nacidos en situaciones en las que los padres no podían contraer matrimonio entre sí. Los “hijos sacrílegos” eran aquellos cuyo padre o madre eran personas religiosas con voto de castidad (sacerdotes o monjas). Los “hijos adulterinos”, por su parte, eran los nacidos de un adulterio, por ejemplo cuando el padre estaba casado con otra mujer. Por fin, los “hijos incestuosos” eran los que se concebían en actos de incesto, como entre un padre y una hija. Todas estas denominaciones pueden ser muy importantes a la hora de analizar la información que recibimos de estas fuentes eclesiásticas, puesto que no sólo explican el modo de concepción de la criatura, sino que significaban una mancha original que perjudicaba a la persona durante toda su vida. En los libros de matrimonio pueden encontrarse también datos interesantes, ya que no sólo se menciona la filiación de los contrayentes, sino que se menciona a los cónyuges anteriores en caso de viudez. Los libros de defunción suelen ser de dos tipos: los de “cuerpos” (fallecidos adultos) y los de inocentes, que registran el fallecimiento, tan numeroso en la antigüedad, de los niños de la parroquia. Los libros de enterramientos hablan de la persona fallecida, mencionan a su cónyuge, así como su edad y profesión entre otros datos. También señalan si la persona solicitó algún tipo de rito específico para su enterramiento, lo que nos puede dar pistas acerca de sus creencias. También señala el lugar de enterramiento, que en caso de ser un cementerio civil, nos puede llevar a hacer una visita al camposanto. En España, la mayor parte de los archivos parroquiales de más de cien años de antigüedad suelen estar custodiados en la diócesis correspondiente. Pero en muchos casos, estos archivos se conservan en las propias iglesias donde se han llevado a cabo los sacramentos de bautizo, unión matrimonial o entierro. De este modo, si quieres estudiar este tipo de archivos, es recomendable hablar con el párroco correspondiente, así como hacer la investigación correspondiente en la sede central de cada diócesis. Los cambios políticos y sociales habidos en España obligaron a las autoridades a dejar de confiar las labores de registro únicamente en la Iglesia, lo que propició el nacimiento del Registro Civil. El Registro Civil español se crea en 1870, y recoge los nacimientos, matrimonios y defunciones de todos los ciudadanos de este país sucedidos desde el 1 de enero de ese año hasta la actualidad, sean católicos o no. Los españoles nacidos fuera del país están registrados en los consulados correspondientes y en el Registro Civil Central de Madrid. En algunas grandes poblaciones existió también un Registro previo establecido en 1841. En todo caso, los datos del Registro Civil se pueden consultar en cada provincia, previa cita y de manera gratuita. Para el resto de los países de habla hispana, conviene consultar con los Registros Civiles correspondientes. También es interesante la consulta a los archivos de entrada de inmigrantes, puesto que es bastante probable que los antepasados sean procedentes de algún país europeo (mayoritariamente España, pero también Italia, Portugal u otros). Los registros de pasaportes son también un lugar muy interesante para estudiar el movimiento de los antepasados extranjeros, ya que muchos países de América comenzaron a solicitar esos documentos a partir del siglo XIX. Valor de la información obtenida en los registros Toda la información que se recoge en registros públicos o bien online está constituida por datos muy escuetos: fechas de nacimiento, matrimonio y fallecimiento, así como nombres y parentesco entre las personas. Estos datos tan simples, que son interesantes para aquellos que sólo buscan trazar su árbol genealógico, tienen sus pros y sus contras para las personas que busca más más información. En el plano menos positivo, se trata de datos que no aportan gran cosa al relato familiar. En realidad, no sabemos ni llegaremos a saber mucho acerca de esas personas, pero si lo miramos desde un punto de vista positivo, esos pocos datos pueden aún ser de cierta utilidad. Así, al mirar a la larga lista de antepasados que podemos obtener en la búsqueda de archivos, se pueden observar algunos datos importantes. Por ejemplo, podemos ver la repetición de ciertos nombres a lo largo de las generaciones. Podemos también analizar a qué edad se contraía matrimonio, o cuántos hijos se solían tener, o bien a qué edad morían las personas. Quizás veamos ciertos patrones interesantes que se remontan a muchas generaciones, como por ejemplo, que las hijas menores permanecerían invariablemente solteras o que los hombres fallecieran a edades muy tempranas, por citar algunos ejemplos. Otras fuentes de información Otra fuente de información muy interesante son los obituarios, esquelas y cualquier documento que haya podido ser conservado en la familia. Normalmente, estos recortes de prensa o estos documentos familiares suelen contener mucha información que nos puede ser útil si se leen con atención. Por ejemplo, no sólo puedes acceder a la fecha de defunción de una persona, sino que a través de su edad, sabrás en qué año nació. También puede haber referencias a sus familiares, así como a alguna característica importante de su vida: profesión, aficiones, etcétera. Lee con atención este tipo de documentos para que no se te escape ni el más mínimo dato importante. Por supuesto, los testamentos, documentos de reparto de tierras, títulos de propiedad antiguos, contienen también mucha información de interés acerca de las personas, sus posesiones y cómo se han ido comprando y vendiendo a lo largo del tiempo. Los documentos de identidad, pasaportes, cartillas militares, permisos de conducción y libros de familia deben ser también escrutados, así como las cartillas de racionamiento, documentos que acreditan la pertenencia a algún club, diplomas, orlas, etcétera. Las fotografías contienen también información relevante si analizamos la indumentaria de las personas, sus uniformes, condecoraciones o distintivos de cualquier tipo. A través de ellas podemos estimar cuál podía ser la ocupación de una persona, ya que puede mostrar elementos de su oficio. Un ganadero, por ejemplo, se puede fotografiar junto a una vaca premiada, o un carpintero con sus herramientas en la mano. Las fotos también nos ayudan a ver las edades relativas de las personas, quién era mayor y quién más joven. En un grupo de hermanos, podemos distinguir los mayores de los menores, y entre varias generaciones, quienes vinieron antes y quienes después. Las fotos antiguas muestran también con claridad las diferencias entre sexos a la hora de vestir, las modas y también las prohibiciones en cuanto a la indumentaria permitida. No es infrecuente que en una misma imagen posen personas ataviadas de un modo más clásico junto a otras que llevan atuendos algo más modernos. Esto nos indica con claridad un momento social en que las costumbres están cambiando rápidamente. En cambio, en otras épocas todo es más homogéneo, y esto se puede apreciar en las imágenes. Tanto la indumentaria como la pose que se adopta ante la cámara pueden indicar con bastante claridad cómo era el clima social que existía en el momento de tomar la imagen. Son detalles de gran importancia, puesto que las sociedades no progresan de manera lineal, sino que sufren avances y retrocesos que pueden resultar sorprendentes y esclarecedores desde nuestra perspectiva actual. Recopilando información a través de la memoria familiar Las personas de mayor edad son una excelente fuente de información con que puedes contar a la hora de recopilar datos para elaborar tu mapa genealógico. Esto no quiere decir que la información que puedas obtener por esta vía sea siempre de la mejor calidad, por los motivos que veremos más adelante, pero sin duda es una parte de la memoria familiar que debes aprovechar mientras esté a tu disposición. Si tienes la oportunidad de entrevistar a tus padres, tíos, o mejor aún, a tus abuelos o sus hermanos, puedes obtener datos que se remontan a varias generaciones atrás. Esta información seguramente vendrá también adornada con infinidad de historias que pueden ser de gran utilidad en tus investigaciones. A continuación te sugiero algunos trucos que pueden ayudar a facilitar el trabajo. Lleva contigo un cuaderno en el que anotar toda la información que te parezca relevante. No te fíes de tu memoria, aunque sea buena, puesto que una avalancha de datos puede fácilmente confundirte. Además, todos tenemos la tendencia a recordar lo más llamativo, pero hay aspectos menores que más adelante pueden resultar de interés. Apúntalo todo. También puedes usar una grabadora, pero no es un método tan recomendable, ya que tu informante puede sentirse cohibido o puede medir más sus palabras si sabe que éstas están siendo registradas de manera fidedigna. Usa los álbumes de fotos familiares para facilitar el recuerdo. Muestra fotos de los diversos miembros de la familia y pregunta por ellos. Si en las fotografías aparecen personas que ignoras quiénes son, pregunta a tu interlocutor. Quizás te sorprendas al descubrir que un jovencito vestido de militar era tu bisabuelo, o quizás aprendas que una mujer misteriosa que aparece en otra imagen no pertenece a la familia, sino que simplemente era una vecina del pueblo. Además, puedes aprovechar para obtener datos acerca de la apariencia física de las personas. Si no dispones de fotos, siempre puedes confiar en el retrato que te hagan tus mayores acerca de sus antepasados. Incluso en el caso de que tengas algunas fotografías antiguas, ten en cuenta que éstas muestran a la persona en un momento muy concreto de su vida, quizá en la edad anciana, y seguramente no se apreciarán en ella algunos detalles interesantes que pueden ser recuperados gracias a tu entrevistado. Aspectos como que tu bisabuelo tenía los ojos azules o que en su juventud era conocido por atractivo físico, no suelen ser evidentes en una vieja foto en blanco y negro donde se le muestre ya muy anciano. En todo caso, también debes poner en su justa dimensión aquello que te cuenten sobre tus antepasados. Ten en cuenta que el tiempo tiende a distorsionar la realidad, y que ésta también puede verse modificada por las filias o las fobias de tu entrevistado. Así que no te sorprendas si la persona te dice que su malvada abuela tenía un rostro desagradable, o que su admirado abuelo tenía la fuerza de cinco hombres. Toma nota de todo, pero ejerce tu juicio crítico sobre lo que escuches. Aprovecha esta indagación para intentar descubrir quiénes son las personas enigmáticas de las fotos, aquellas sobre cuya identidad es desconocida para otros miembros de la familia. De paso, intenta obtener historias o anécdotas referidas a las personas que aparecen en las fotografías. Por regla general, los mayores disfrutan repasando estas imágenes antiguas y puede ser un entretenimiento divertido para ellos. Ahora bien, no es infrecuente que esta revisión del pasado sea también dolorosa o triste, por lo que debes tener cuidado con evocar sentimientos demasiado intensos que sólo conseguirán que tu interlocutor se cierre al diálogo. A la hora de trabajar con fotografías antiguas, puedes usar un método muy simple para anotar quién es quién en cada imagen. Antes de la entrevista, numera las imágenes con lápiz por la parte de atrás. De este modo, cuando hables con tu informante, puedes anotar en tu cuaderno el número de la foto y los nombres de las personas que aparezcan en la misma. Si se trata de varias personas, usa siempre el mismo criterio para anotarlas, por ejemplo, de atrás hacia adelante y de izquierda a derecha. Esto simplifica las anotaciones. Cuando una persona es desconocida para tu informante, simplemente anota “desconocido”. Por ejemplo: “Tío Juan, Tía María, Abuela María, mujer desconocida”. Si sólo se puede identificar a una persona en un grupo, anota su posición y su nombre. Por ejemplo: “la segunda por la izquierda es la abuela María”. No debes llevar a cabo tu indagación como un interrogatorio, sino que es preciso actuar con sutileza. A fin de cuentas la persona que ha accedido a contarte historias del pasado no tiene por qué sentirse incómoda. Si actúas con inteligencia y suavidad, lograrás que la experiencia sea agradable y seguramente podrás repetir la entrevista en ocasiones posteriores, a medida que la memoria de tu informante se vaya “aclarando”. Ten en cuenta que la memoria humana no es lineal y no se organiza como un archivo por fechas y lugares, sino que unos hechos pueden atraer a otros y es fácil divagar. Tú simplemente tira del hilo y anota todo lo que surja. Si es posible, repite la visita varias veces, espaciadas por algo de tiempo. De este modo, favoreces el recuerdo y permites que nuevas vivencias afloren en la mente de tus informantes. Muestra interés por la persona que te está ayudando. Pregúntale por su salud, comprueba si necesita algo. Sé amable y paciente, y prepárate para oír la misma historia repetida varias veces. Actúa con agradecimiento. Si es posible, lleva un presente para tu familiar, o ten un detalle con esa persona. Expresa tu agradecimiento con claridad, de manera que la persona esté predispuesta a seguir ayudándote en el futuro. La gratitud es muy importante en todos los órdenes de la vida, y abre muchas puertas. A veces la información que no está disponible en tu familia, se puede obtener a través de antiguos vecinos o amigos de tus antepasados. Si tus ancestros provienen de algún pueblo pequeño, es muy recomendable que visites la localidad y hables con las personas que viven allí. Seguramente, entre los mayores habrá recuerdos de tus familiares y quizás puedas acceder a datos que de otra manera no podrías conseguir. Visita también la parroquia y el cementerio. Además, es posible que a lo largo de tu investigación puedas acceder a cartas, diarios personales o incluso a libros de cuentas familiares. Todo este material debe ser estudiado con cuidado, pues revela mucha información interesante. Por ejemplo, las cartas, un medio de comunicación que prácticamente se ha extinguido ya, no sólo sirven para conocer hechos acontecidos, sino para entender cómo eran las personas que escribían o recibían esas misivas, cuáles eran sus preocupaciones o qué tipo de sentimientos albergaban las unas hacia las otras. A la hora de analizar estos documentos escritos es tan importante entender lo que se dice como suponer lo que se calla. Por ejemplo, es frecuente entre los emigrantes que haya ciertos silencios en cuanto a la dureza de las condiciones de vida en el país de acogida. Esto es un hecho habitual, que se hace para evitar sufrimiento a la familia en el país de origen. No obstante, en algunos casos ocurrirá todo lo contrario, y las cartas del emigrante serán un rosario de quejas y lamentos por su mala fortuna. Ambos extremos deben ser tomados con cierta precaución, puesto que la realidad nunca suele ser tan blanca ni tan oscura. Lo mismo suele suceder con las cartas escritas por soldados desde el frente de batalla. Cuando se dirigen a los padres, a la esposa, o a una hermana, es fácil que se silencien los hechos más crudos de la guerra. En cambio, cuando se escribe a hermanos varones o a amigos íntimos, el sufrimiento del remitente se puede hacer más patente. Es necesario por tanto ponerse en el lugar de la persona que escribe la carta y saber que nunca estaremos tratando con un documento fidedigno al cien por cien, sino con una interpretación que la persona hace de su realidad y que no está destinada a nosotros, sino a otra persona con la que tiene un vínculo muy estrecho. Algunos problemas que se presentan al buscar información en la familia La memoria, ya lo sabemos, es selectiva. Por ese motivo, los datos que se recogen a través de estas entrevistas deben ser siempre tomados con cautela, y aunque en principio no hay que sospechar falsedad, sí que se pueden dar errores u olvidos que son significativos. Las dos fuentes principales de error al recopilar este tipo de datos son las siguientes. Fallos de memoria o errores de interpretación. Simplemente los datos se olvidan, o se confunden sin que haya por ello ninguna intención de falsear la realidad. Si es posible, se debería contrastar la información con más de un informante, pero si no existe otra fuente disponible, hay que aceptar lo que se recibe. En todo caso, nunca olvides que incluso las historias más inverosímiles pueden ser ciertas hasta cierto punto. Silencio intencionado sobre temas específicos. Este problema se da en aquellos casos en que estemos tratando con algún secreto familiar, como veremos en un capítulo posterior de esta obra. A diferencia del caso anterior, nuestro informante conoce los datos, pero decide guardar silencio sobre el tema. Si este es el caso, conviene sondear con mucho cuidado, para evitar que nuestra fuente se “cierre”. Si es imposible ahondar en la cuestión, es mejor dejarlo y seguir la conversación por otros derroteros. Hay que entender que algunos recuerdos pueden ser extremadamente dolorosos para las personas, y que si alguien no quiere decir algo, no hay manera de forzar la situación. Por último, un consejo final acerca de esta búsqueda de información: confía en tu intuición. Lo que es verdadero en la historia familiar, resuena como tal en el interior de tu corazón. Al fin y al cabo, se trata de tu familia, y tú sabes de ella mucho más de lo que imaginas. Conserva toda la información que recibas, pero confía sólo en aquella que tiene lógica y que parece coherente con lo que sabes y sospechas. Creando un genograma por capas Crear un genograma completo puede ser una tarea muy compleja, ya que plasmar una gran cantidad de información en un solo gráfico puede llegar a crear más confusión que claridad. La cantidad de datos que se generan en una pesquisa genealógica puede llegar a ser apabullante, pero con algo de orden, seguramente encontrarás la forma de ordenar los datos de manera que sea inteligible y útil. El primer paso para reorganizar toda la información que te ha ido llegando, consiste en volver a revisar los árboles genealógicos que realizaste en un primer momento con los datos preliminares de que disponías. Ahora puedes añadir nuevas conexiones, sumar ramas al árbol y definir el rol de algunas personas que quizás no estaban bien definidas en un principio. Además, dispones de mucha información en forma de relatos, anécdotas y observaciones que hayas realizado en fotos o en libros de historia. Toma nota de todo, y adjudica a cada persona, en una página de tu cuaderno, toda la información que pueda ser relevante para su historia individual. Así, si has podido indagar acerca de tu bisabuelo, dejará de ser un nombre en una lista. Quizás ahora puedas escribir sus fechas de nacimiento y de defunción, que habrás obtenido en el Registro Civil correspondiente. A lo mejor sabes que sirvió en el ejército porque has encontrado una foto suya de uniforme. Quizá también sepas en qué fecha se casó y cuántos años tenían él y su esposa en ese momento, así como el nombre de sus hijos. Por último, puedes tener un par de buenas anécdotas sobre su vida, así como datos acerca de su carácter, que te han sido revelados por un familiar de avanzada edad. Es el momento de juntar todos estos datos, anotarlos en una página de tu cuaderno y darte cuenta de la enorme cantidad de información que has obtenido acerca de alguien que hasta ahora era casi un desconocido. A partir de ahora puedes comenzar a realizar un genograma más completo, que irás perfeccionando con el tiempo, puesto que no es preciso disponer de toda la información posible para empezar a elaborarlo. Empieza con lo que ya tienes y concédete tiempo para irlo mejorando. Por ejemplo, puedes hacer un genograma básico que muestre las personas que forman parte de la familia, ordenadas en forma de árbol genealógico. Usa para ello un folio, de manera que quepan los individuos más importantes de tu rama principal, dejando sólo una reseña de las ramas laterales. Como es lógico, el genograma estará centrado en ti, así que debes proceder hacia el pasado, es decir, hacia la parte superior. Indica quiénes son tus padres, los abuelos y bisabuelos, hasta donde conozcas. Los hermanos de todas estas personas se pueden reseñar sólo en número, y dejando claro siempre cuál es el lugar que ocupa tu antepasado directo entre los hermanos. Así, puedes anotar el nombre de tu abuelo paterno y señalar que tuvo tres hermanos, de los cuales él era el segundo, por ejemplo. Luego continúa anotando tus hermanos por su orden, ubicándote a ti en el lugar correspondiente. A continuación, indica quién es tu pareja o quiénes fueron tus anteriores parejas, por su orden. Si has tenido varias relaciones y deseas simplificar, anota sólo aquellas con las que hayas tenido descendencia, pero sabiendo que los demás también han existido en tu vida. Y ya por último, muestra a tus hijos por su orden de nacimiento, enlazándolos con la pareja con quien los tuviste. A continuación, te recomiendo que realices varias fotocopias de este genograma. Así podrás ir organizando la información por capas, de manera que cada una aporte datos coherentes entre sí y relevantes para ti. Las diferentes “capas” de información pueden ser tantas como te parezcan necesarias para ordenar tus apuntes. Como recomendación, puedes disponer de tres o cuatro copias de tu genograma básico, que pueden corresponder con las siguientes capas de información: Una copia que contenga la información del nombre, apellidos, fecha de nacimiento y de fallecimiento de todos los miembros del clan. Esta es la capa básica, a partir de la cual harás el resto de las copias. Otra copia en la que se anoten las profesiones y/o aficiones significativas de los ancestros. Por ejemplo, a través de esta capa informativa se puede descubrir que un antepasado hizo un largo viaje por mar y que en la generación actual, alguien es muy aficionado a las maquetas navales. Si es posible, anota el inicio y el final de cada período laboral. Una copia en la que anotes enfermedades, accidentes, encarcelamiento, emigración, conscripción militar o cualquier otro acontecimiento significativo. En cada caso, intenta anotar la fecha del suceso y la edad de la persona en ese momento. Otra copia donde anotes las relaciones que se establecen entre las personas. Por ejemplo, dónde hay dos personas que tienen un vínculo especialmente estrecho, o dónde no hay comunicación. Puedes señalar esas relaciones con flechas o rodeando a las personas que tienen un vínculo cercano con una línea de puntos. Esta sería la capa de los subsistemas dentro del sistema general. Puedes añadir otras capas de información con aquellos datos que consideres relevantes, o distribuir de manera diferente las que se han indicado más arriba. En definitiva, organiza tus datos como te resulte mejor, pero no intentes agruparlos todos en un solo papel, porque la cantidad de información puede ser tan abrumadora que resulte ininteligible. Revisa tus capas de información y compáralas con tus notas. Corrige los datos que puedan estar equivocados y piensa en todo lo que pueda ser añadido a medida que tus notas se vayan ampliando. Cualquier información que sea dudosa o que resulte de una intuición personal, márcala con una interrogación. Los datos contrastados como las fechas o las profesiones, pueden ser destacados con una tinta de color diferente. En las Figuras 5 y 6 se presentan dos capas del genograma de la escritora estadounidense Emily Dickinson. En la primera capa se muestran los datos de nacimiento y fallecimiento de sus familiares más cercanos, mientras que en la segunda, se dan datos acerca de la profesión de todos aquellos antepasados que hemos podido rastrear históricamente. Estos gráficos elementales se muestran como ejemplos básicos de la realización de un genograma completo. Este genograma por capas será la base de todo el trabajo práctico que vamos a realizar a los largo de los siguientes capítulos. A través de esos ejercicios irás recuperando cierta información que puedes añadir a lo que ya tienes, aparte de que podrás sanar muchos de los nudos y conflictos que se presentan en tu genealogía. Pero el trabajo de psicogenealogía, a diferencia de la genealogía clásica, tiene una derivada muy importante, y es que a medida que vayas sanando tu árbol es probable que lleguen a ti nuevos datos, nuevas revelaciones acerca de la historia familiar. Quizá un secreto sea revelado, o quizá aparezca un documento interesante. Es la magia de trabajar con el inconsciente, que abre puertas que no conocíamos y que ni siquiera sabíamos que existían. Antes de entrar en el trabajo práctico de interpretación del genograma y de sanación de las heridas familiares, vamos a conocer algunos gráficos y tablas generacionales creados por el autor y que se presentan públicamente por primera vez en este libro. Figura 5. Genograma de Emily Dickinson con nombres y fechas Figura 6. Genograma de Emily Dickinson con las profesiones El cronograma familiar Uno de los gráficos que pueden ser de gran utilidad en el análisis genealógico es el cronograma familiar, un elemento informativo que presentamos por primera vez en este libro. El cronograma tiene una extraordinaria utilidad para conocer cómo el sistema familiar se ha ido desarrollando a lo largo del tiempo. Un cronograma familiar es un gráfico o tabla de datos en los que vamos a introducir, por orden cronológico, los acontecimientos que se muestran en el genograma y en nuestras notas personales. Es una tabla informativa en la que puedes añadir gran cantidad de datos que, por su extensión no cabrían en un genograma al uso. Una de las funciones del cronograma, como ya descubrirás, consiste en conocer qué ocurría en la familia en un momento determinado, lo que será de relevancia cuando estudiemos los huecos de información en el árbol genealógico. Cómo elaborar el cronograma familiar Para elaborar el cronograma familiar debes analizar en primer lugar la cantidad de datos de las que dispones. Así, por una cuestión meramente práctica, si la cantidad de datos es elevada, será más adecuado que dividas la información de la que dispones en períodos de diez años, mientras que si los datos son escasos, puedes optar por una división en períodos de veinte o veinticinco años. Toma un cuaderno y un bolígrafo y divide las páginas con una o dos líneas horizontales. Encabeza cada apartado con el período de tiempo que quieras abarcar en el mismo. Así, si deseas desarrollar los acontecimientos ocurridos en el siglo XX en períodos de veinte años, puedes usar los siguientes ciclos de tiempo: 1901-1920 1921-1940 1941-1960 1961-1980 1981-2000 En cada uno de esos apartados, anotarás, por orden cronológico, los sucesos que están escritos en tu genograma y notas adicionales. Deja espacio libre en cada apartado para añadir cualquier información que puedas encontrar en un futuro. De esta manera, siguiendo el ejemplo, puedes anotar los sucesos familiares del siguiente modo: Período 1901-1920: 23/03/1908: Nace el Abuelo Juan 15/08/1912: Nace la Abuela Teresa 26/10/1919: Muere el Bisabuelo Mario. Una vez elaborado tu cronograma puedes pasarlo a limpio, copiando todos los datos a una lista que no esté dividida por períodos. De este modo elaboras un documento de menor tamaño y que es más fácil de consultar en cualquier momento. Una alternativa a este método consiste en realizar el cronograma en tu ordenador, a través de un documento de texto o una hoja de cálculo, que te permitirá añadir fechas o realizar cambios de un modo más simple, así como ordenarlos cronológicamente. Antes de acabar la tarea, te recomiendo que revises todas las fechas, de manera que no falte ningún acontecimiento y asegurándote de que todas las anotaciones son correctas. El cronograma social Como sabemos, el sistema familiar no es un ente aislado de la sociedad, sino que se enmarca en ella tanto para adquirir algunas de sus normas como para verse influenciado por los acontecimientos que se dan en el conjunto del colectivo. Es aquí donde puede ser apropiado añadir una columna más de información a nuestro propio cronograma familiar. En esta columna de información, que se puede ubicar a la derecha de la lista de acontecimientos de la historia familiar, se pueden situar, en sus lugares correspondientes, las fechas de diversos acontecimientos sociales que pueden resultar de interés para la interpretación completa del cronograma. Estos acontecimientos sociales deben ser sucesos de la mayor importancia, y que hayan sido susceptibles de haber causado un impacto real y directo en el devenir de la historia de nuestra familia. Por ejemplo, las fechas en que se produce una guerra que involucre a tu país, una revuelta social, o bien las grandes epidemias o ciertas catástrofes naturales que hayan azotado la región donde vivían tus antepasados, son algunas de las claves a anotar. También períodos conocidos de hambruna, malas cosechas o épocas de persecuciones políticas o religiosas que hayan podido afectar a tus ancestros. Un instante en el tiempo. El gráfico sincrónico Otro de los sistemas de información que pueden ser de gran utilidad en el estudio del sistema familiar es el gráfico sincrónico, que nos permite detener el tiempo en un instante determinado. Este gráfico se elabora a partir del cronograma que hemos aprendido a elaborar en el capítulo anterior. Simplemente, se trata de explicar cómo estaba constituida la familia en un instante concreto del tiempo. Es decir, qué personas estaban vivas, con qué edad contaban en ese momento, a qué se dedicaban e incluso cual podía ser su situación económica, o su estado de salud. Por supuesto, en esta tabla informativa debes aportar solamente aquella información que poseas de manera fidedigna, dejando las especulaciones para otro momento. Gracias a esta tabla, convertimos al cronograma, que es diacrónico, en un documento informativo de carácter sincrónico, basado en un momento determinado de la historia familiar. Además, puedes combinar la información de la parte familiar y social del cronograma para entender cómo estaban las personas del sistema en un instante histórico muy determinado. Esto te permite saber cómo se encontraban tus antepasados en el año en que dio inicio una guerra, o en el momento en que sucedió una catástrofe natural, por citar dos ejemplos. Esto es importante, puesto que no es lo mismo para una persona vivir un acontecimiento así en la edad infantil, en su madurez o en su edad anciana. La comprensión que se puede alcanzar con un gráfico de este tipo es muy profunda, ya que toca directamente con las vidas de las personas que existían en ese instante, y te permiten comprender cuáles podían ser sus circunstancias y sus sentimientos en esos momentos. El átomo de las relaciones personales Uno de los gráficos generacionales que nos ayudarán a entender mejor la energía del sistema familiar y cómo impacta sobre un individuo concreto, es lo que denominamos “átomo personal”. Este gráfico se genera a partir de una persona, que se sitúa en el centro de la representación. En torno a este núcleo se dibujan aquellos elementos que estimamos que conectan con la persona central de un modo directo. Estos elementos son, por supuesto, otras personas del sistema familiar, su profesión o aficiones, problemas de salud o sucesos relevantes de su vida. Por otra parte, se puede explicitar la naturaleza de esas conexiones, en el caso de que sea necesario. Así por ejemplo, si se conecta a la persona con un hermano, se puede indicar el tipo de relación que se ha dado entre ambos de un modo somero: “fluida, tensa, co-dependiente, con rivalidad, etcétera”. Una de las características esenciales del átomo personal es que no requiere un orden generacional como el que se aplica en el genograma. Tampoco se tiene que seguir un orden cronológico en su elaboración, sino que los hechos que se manifiestan son diacrónicos. Este gráfico tiene una conexión con el “sociograma” de Jacob Moreno, un gráfico social que permite establecer las relaciones de proximidad o lejanía entre las distintas personas de un colectivo. A diferencia del genograma simple, en el átomo personal no es tan importante usar símbolos concretos para diferenciar a los hombres y las mujeres del sistema, sino que se pueden usar simples círculos para señalarlos. Ahora bien, si deseas usar diversas figuras geométricas para los miembros del gráfico y los sucesos narrados en él, o diferenciarlos con colores o con un sombreado particular, puedes hacerlo. A la hora de establecerlo, puedes señalar la distancia afectiva que consideras que hay entre las distintas personas, indicando con una mayor proximidad, aquellas que tienen una mayor cercanía, y separando a aquellas en las que hay mayor distancia emocional. Como ejemplo, te presento el átomo personal de Vincent van Gogh (Fig. 7). En él se muestra la extraordinaria afinidad que mostró hacia su hermano Theo, quien intentó ayudarle a vender algunas de sus pinturas. También la proximidad a su madre, quien le estimuló para pintar, y el vínculo morboso con su hermano mayor fallecido que llevaba su mismo nombre y que cumplía años el mismo día que él. En su átomo personal se han incluido las distantes relaciones con su padre y con el mundo de la religión, ya que llegó a ser predicador, con escaso éxito, así como su pasión por la pintura y sus problemas mentales que le condujeron al suicidio. Hay que entender que, igual que sucede con el genograma, no hay una forma correcta o incorrecta de elaborar este gráfico, sino que tú debes hacerlo como sientas que es adecuado para ti. Lo más importante con respecto a este átomo personal es indicar cuáles son las conexiones esenciales de una persona con su sistema y con los acontecimientos de su vida. También, si lo deseas, puedes ampliar la información con las distancias emocionales que hemos indicado. Con todos estos datos puedes elaborar un gráfico que te permitirá individualizar a un integrante del sistema de todo el conjunto de personas que le rodean. Ahora que ya has comenzado la tarea de recoger información generacional y la estás plasmando en diversas anotaciones y gráficos, comienza la excitante tarea de sanar tu árbol familiar. La tercera parte de este libro te ayudará a profundizar en los distintos nudos generacionales, así como los ejercicios prácticos que te pueden ayudar a deshacer dichos nudos. Figura 7. Átomo personal de Vincent Van Gogh Sanando tu árbol genealógico La transmisión de las normas familiares A la hora de analizar las normas, con un ojo puesto ya en tu propia genealogía, es interesante comprender la forma en que éstas se han transmitido en tu caso particular. Además, es interesante que averigües cuál es la consecuencia de romper los tabúes del clan. Dedicaremos las siguientes páginas a esta indagación. Como ya hemos visto, las normas sirven a varios propósitos, el principal de los cuales es el de favorecer la cohesión del clan, además de ayudar a que exista un sentimiento de unidad entre todos sus miembros. Pero además de estudiar el contenido de estas normas, que revelarán aspectos esenciales de tu contrato personal, es interesante conocer cómo se transmiten esas normas dentro del sistema, ya que esto mostrará aspectos muy importantes acerca de quienes ostentan el poder dentro del colectivo. Quién transmite las normas Así que una cuestión relevante acerca de las normas familiares consiste en averiguar quién es la persona que impone dichas normas, o al menos, quién es la persona que las transmite. Como observarás si reflexionas sobre ello, ser el transmisor de la norma convierte, a quien lo hace, en una figura de poder. Del mismo modo, no es la policía quien hace las leyes, pero sí quien se encarga de hacerlas respetar. Esto es algo que ya de por sí confiere un cierto grado de poder al policía dentro de la sociedad. Evidentemente, muchas normas familiares no son otra cosa que la transposición de ciertas normas sociales que están en vigor en un momento determinado. Pero el hecho de que la familia las haga suyas, las convierte en reglas familiares. Por otro lado, hay que remarcar que diferentes normas tienen diferentes transmisores. Por ejemplo, una mujer puede ser adoctrinada sobre las reglas femeninas que se dan en la familia a través de su madre o su abuela, y raramente recibirá esa información directamente de su padre. Lo mismo sucede con los varones: gran parte de las ideas normativas acerca de lo que significa ser un hombre vendrán a través de su padre o abuelo. Romper las normas tiene consecuencias Otra cuestión relevante es analizar qué sucede cuando se rompe una norma. Esto puede tener diferentes consecuencias si se trata de una norma o si estamos hablando de una prohibición familiar. La ruptura de ciertas normas puede ser condenada por algunos miembros del sistema, pero no tiene por qué tener las mismas consecuencias que cuando se viola un tabú. En este último caso, es probable que la persona se sienta expulsada del sistema, o bien que sufra graves consecuencias en el plano de la salud o en forma de accidentes o desgracias aparentemente fortuitas. Por ejemplo, un caso muy interesante es el del naturalista Charles Darwin. En su caso, la ruptura de la norma familiar, dentro de un sistema social y familiar donde la interpretación religiosa de la realidad natural se acepta como algo incuestionable, tuvo su castigo. Aun hoy es motivo de debate el origen de sus extrañas enfermedades, que no parecen ajustarse a un patrón establecido. El malestar debutó en 1837, en medio de su investigación sobre la evolución de las especies. En ese momento, Darwin se cuestionaba seriamente muchos de los dogmas de su tiempo, lo cual le causaba intensa preocupación. Los primeros síntomas que tuvo fueron palpitaciones en el corazón, algo que hoy en día asociaríamos al estrés o la ansiedad. Después de un período de descanso, que le permitió desarrollar una relación más cercana con su prima Emma, que acabaría siendo su esposa, siguió experimentando otros síntomas, tales como dolores de estómago, de cabeza, vómitos, abscesos, temblores, etcétera. Podemos especular, con lo que sabemos hoy en día, que probablemente una parte importante de los males de Darwin tenía un origen psicosomático, y estaban relacionados con el estrés. Pero por encima de todo, y desde una perspectiva psicogenealógica, es más probable ver el origen de esta difusa enfermedad como una forma de expiación frente a la separación de las normas familiares. Darwin decepcionó a su padre, que primero deseó que fuera médico y luego clérigo. Se embarcó en un viaje que no era bien visto por su progenitor, y acabó desarrollando una teoría, la de la evolución de las especies, que le ponía en contra de todo el saber aceptado en su tiempo. No hay que dejar de lado el hecho, de que Darwin, al casarse con su prima hermana (un hecho que tendrá consecuencias más profundas sobre su descendencia, como veremos más adelante), quizá intentara, de un modo inconsciente, reconciliar ambas partes de su ser: aquella que quería estar en sintonía con la familia y la que luchaba por encontrar su propio camino y su propia voz. Ejercicio Práctico. Descubriendo las normas familiares (reflexión) Descubrir cuáles son las normas que se aplican dentro del propio sistema familiar no es una tarea fácil, puesto que cada uno de nosotros es como un pez que no sabe que vive dentro del mar. Sólo desde el exterior es sencillo observar el entorno en el que vive una persona y extraer conclusiones. Ahora bien, dado que es muy importante que empieces a familiarizarte de manera consciente con las reglas internas de tu clan, te animo a descubrir cuáles son las normas esenciales del mismo a través de una reflexión. No olvides dejar espacio para futuras revelaciones que vengan a enriquecer este análisis. Para reconocer las normas esenciales de tu familia, te aconsejo que contestes a una serie de preguntas que te ayudarán a concretar tus ideas. Concédete tiempo para responder en un cuaderno o en unos folios. Con carácter general ¿qué se te ocurre que es aceptable o deseable para un hombre y para una mujer dentro de tu familia? También con carácter general, ¿qué crees que es inaceptable? ¿Recuerdas alguna ocasión en que sufrieras un fuerte castigo en tu infancia o juventud? ¿Cuál fue el motivo del castigo? ¿Qué relación ves entre el motivo y las normas familiares? ¿Quién te castigó? ¿Era esa persona una figura de poder o ejercía ese poder en nombre de otro? Cuando se castigaba un hecho, ¿se hacía de manera estricta, es decir, hasta las últimas consecuencias, o existía cierta lenidad? Si no recuerdas haber sufrido ningún castigo ni reprimenda, ¿qué interpretación haces de ese hecho? ¿No te atrevías a romper ninguna norma o es que en tu familia había una norma contra los castigos? ¿Crees que tu familia era estricta, desorganizada o flexible? ¿Qué personas de tu mismo sexo se te ponían como ejemplo? ¿Cuál era la característica esencial que se resaltaba de este modelo? Y si no se te ofrecían ejemplos, ¿por qué crees que fue así? ¿Qué es lo que se criticaba en tu familia? ¿Qué personas o comportamientos se ofrecían como ejemplos negativos en personas de tu sexo? Relaciónalos con alguna norma familiar. Contesta a las dos últimas cuestiones con ejemplos del sexo opuesto, es decir, qué era valorado como positivo y qué se criticaba como negativo. ¿Existió una “oveja negra” en tu familia? Si la respuesta es sí, ¿quién era esa persona y qué hizo para merecer ese calificativo? Pensando en tu infancia, ¿se hablaba de política en tu familia? Si era así, ¿cuál era la ideología de tus padres? ¿Eran personas de talante progresista o conservador? ¿Qué criticaba tu madre de tu padre? ¿Y a la inversa? A partir de todo lo que has averiguado hasta ahora, ¿qué preceptos fundamentales crees que constituyen tu contrato familiar individual? Es decir, ¿cuáles eran las normas que se te aplicaban de modo estricto? Las respuestas a estas preguntas te permitirán empezar a entender algunas de las normas y las prohibiciones básicas de tu sistema familiar. Ahora bien, será a través del análisis más detallado de tu árbol genealógico como lograrás desentrañar algunas otras reglas menos evidentes. En cualquier momento, te animo a que vuelvas sobre estas reflexiones y las completes con todo lo que vayas aprendiendo a lo largo de tu lectura de este libro. La programación familiar se manifiesta en el nombre No cabe duda de que el nombre propio es un elemento esencial de nuestra identidad personal. Todos atendemos con facilidad cuando alguien nos llama por nuestro nombre en una conversación y nos agrada que las personas que hemos conocido hace un tiempo sean capaces de recordar cómo nos llamamos. Así, el hecho de que alguien confunda nuestro nombre por otro suele ser bastante irritante para la mayoría de las personas. El nombre es algo con lo que nos identificamos con facilidad, incluso cuando nuestro nombre nos disgusta o no nos sentimos muy identificados con él. De hecho, no existe ninguna cultura donde no haya una forma de identificar a las personas con algún tipo de nombre o apelativo que las individualiza con respecto al resto del colectivo. En algunas sociedades, el individuo puede tener varios nombres a lo largo de su vida, que pueden reflejar los cambios propios de la edad o del estatus social. Así mismo, uno de los requisitos que se dan para entrar en ciertos cultos o sociedades secretas, consiste en adoptar un nuevo nombre conocido sólo por los miembros del grupo. En la sociedad occidental, la mayor parte de nosotros sólo usaremos un nombre a lo largo de nuestra vida, el que nos dieron nuestros padres al nacer. Sólo en muy raros casos y a través de ciertos trámites legales, puede una persona cambiarse su nombre. Del mismo modo, es usual que algunos individuos usen de manera familiar un derivado del nombre, que bien puede ser un diminutivo o una variación del mismo, como el caso de Pepe por José, Alex por Alejandro o Mary por María. Desde un punto de vista genealógico, el nombre propio es una clave esencial para entender cómo encaja el individuo dentro del clan. En cierto modo, el nombre forma parte del programa que la familia ha elegido para el nuevo ser, ya que ningún nombre se adjudica por azar y menos en estos tiempos en que las familias cada vez son más reducidas y cada hijo tiene un mayor valor para el colectivo. Observar los nombres del gráfico familiar es una tarea muy interesante, que puede deparar sorpresas inesperadas y que siempre trae un significado más profundo a nuestra existencia. Cuando observamos el genograma bajo la perspectiva de los nombres, de repente, entre el marasmo de fechas y denominaciones, surge un orden profundo que quizás no era evidente para nosotros. Con respecto a los nombres del sistema familiar, conviene analizar al menos dos cuestiones. Por un lado, las coincidencias en los nombres entre personas de distinta generación. Estas coincidencias, como veremos, son en ocasiones fruto de una elección consciente de los progenitores, pero en otros casos parecen ser “casuales”. Pero no deberíamos llevarnos a engaño, nada de lo que sucede en un núcleo tan autoconsciente como la familia debería ser clasificado como casualidad, y todo nombre impuesto tiene un sentido y obedece a una programación previa por parte de la familia. Otra vertiente a estudiar es el significado propio de los nombres, puesto que éste delata, a veces con claridad, y a veces de un modo más sibilino, el programa familiar que cada individuo ha heredado. Comenzaremos por tanto analizando las repeticiones nominales en el árbol genealógico. Coincidencias de nombre Al ser tan evidentes, las coincidencias de nombre entre miembros de un sistema familiar son uno de los primeros aspectos que llaman nuestra atención cuando observamos el árbol genealógico. No es infrecuente que los hijos tengan el nombre de sus padres o de sus abuelos, y tampoco es desacostumbrado que algunos de los retoños reciban la denominación de un tío o tía. Más raros son los casos en que se dan repeticiones entre niveles genealógicos muy distantes entre sí. Por ejemplo, llevar el nombre de un tatarabuelo del que nadie nos habló nunca, o el de una oscura tía abuela cuya historia sólo sale a la luz tras una ardua investigación en el pasado familiar. Si bien en el primer caso, en los que se heredan nombres de familiares cercanos y conocidos, sería evidente el deseo consciente de los padres de poner el nombre por tradición familiar; en el segundo caso, cuando se descubren coincidencias entre personas que no tienen una conexión muy directa ni cercana en el tiempo, se podría suponer que ha sido el inconsciente familiar el que ha escogido ese nombre, puesto que todos ellos están presentes en la memoria colectiva del clan. En verdad, se puede afirmar que todos los nombres en cada generación son impuestos por el clan, del cual los padres son sólo el instrumento necesario. Ellos mismos han recibido así su propio nombre, y como hemos visto hasta ahora, la conciencia de la familia va mucho más allá del deseo individual de los padres y se remonta a muchas generaciones atrás. En algunos casos, la coincidencia de nombres es un poco menos evidente, pero eso no quiere decir que no esté presente. Es común que entre personas de distinto sexo, se repitan nombres con el género cambiado: Juan y Juana, José y Josefa, Luis y Luisa, María y Mario, Félix y Felisa, por citar algunos ejemplos. En ocasiones, el nombre es una variante de otro nombre, como en el caso de Miriam, Maira y María; o como en Carla, Carlota, Carola y Carolina; o en los casos de Santiago, Diego, Jacobo y Yago, que son el mismo nombre. Pero también se puede dar una “coincidencia oculta” entre los nombres. Este tipo de conexiones se dan de un modo menos evidente que en los casos anteriores, y suele pasar desapercibida para la mayor parte de las personas. Aun así, existe, y es patente en cuanto observamos el árbol familiar desplegado ante nosotros. Ejemplos de esto serían los siguientes. El nombre de Ana puede estar oculto en muchos nombres propios: Juliana, Mariana, Rosana; Abelardo y Mabel esconden a Abel; Margarita y Marita esconden a Rita. Algunas veces, hay ligeros cambios en las letras que dan origen a nombres que aparentemente no tienen relación entre sí, pero cuya similitud se reconoce en cuanto se ven por escrito. Por ejemplo: Juan e Iván; Cristina y Cristian; Alonso y Alfonso; Luisa y Lucía; Amalia y Adalia. En otros casos, se puede decir que los nombres “riman”, puesto que tienen la misma terminación o simplemente, suenan parecido. Ejemplos de esto serían: Roberto y Alberto; Fernán y Hernán; Joaquín y Serafín; Delia y Celia. El significado propio de los nombres Los nombres propios suelen tener un significado que puede estar relacionado con nuestro contrato familiar. De hecho, tanto las repeticiones de los nombres como su simbolismo, suelen ser una de las formas más sencillas de acceder al contenido de ese contrato. René es un nombre de origen francés cuyo significado se podría traducir como “el renacido” o “el nacido dos veces”. Si ese es el nombre de una persona, cabría preguntarse quién ha renacido. En otras palabras, ¿cuál es el fallecido que, según el deseo del clan, se ha encarnado en la nueva criatura? Nombres como Auxiliadora o Socorro, remiten a un deseo de salvación. Otros, como Modesto, Felicidad, Paz, Inocencio o Benjamín tienen un significado tan evidente que no requiere explicación. Algunos nombres mitológicos tienen un significado que viene dado por la historia en la que están inscritos. Por citar unos pocos ejemplos, Ariadna es el personaje mitológico que salva a Teseo de perderse en el laberinto del Minotauro. Ícaro es conocido por su vuelo fatal demasiado próximo al sol. Ifigenia es la hija de Agamenón, ofrecida en sacrificio por su padre. En ocasiones, los nombres pertenecen a una esfera de significado común, que señalan algún tipo de conexión con lo religioso o lo étnico: Los nombres de ángeles y arcángeles encajan en esta categoría: Gabriel, Rafael o simplemente, Ángel. También los personajes de la Biblia, como Marta, Magdalena y Lázaro. O bien nombres relacionados con la religión musulmana, como Fátima o Aisha. O los nombres vascos en familias que no son de origen vasco, como Iker, Nekane, Izaskun, Edurne o Igor. A veces, el nombre de un individuo parece querer escapar de una norma familiar, cuando en realidad solamente la está cumpliendo de un modo más sibilino. Este sería el caso real, investigado por mí, de una familia en la que todos los primogénitos varones recibían el poco común nombre de Bautista. Cuando se decide romper la norma en una de las generaciones, se impone al hijo el nombre de Juan. Al parecer, el progenitor no era consciente de que en el Evangelio, al primo de Jesús, llamado Juan, se le conoce con el sobrenombre de “El Bautista”. Nombres de personajes famosos En algunos lugares es común poner a los hijos los nombres de personajes famosos de la historia. Por ejemplo, llamar al hijo Lenin, Marx o Stalin indica no sólo una ideología muy concreta por parte de los padres, sino un deseo de emulación del poder o la notoriedad que estas personas alcanzaron en vida. Los nombres que corresponden a personajes famosos del cine, de la cultura o del deporte son también reseñables. Estas denominaciones suelen ponerse de moda en un momento determinado y luego pasan a la oscuridad. Por ejemplo: Kevin, por Kevin Costner; Dylan, por Bob Dylan; Leo por Leo Messi, o Cristiano, por Cristiano Ronaldo, son algunos ejemplos. Por otra parte, hay que señalar también que hay nombres que se ponen de moda en un momento determinado, y pueden indicar un deseo, por parte de los padres, de acomodarse a algún tipo de norma social. Ejercicio Práctico. Los nombres de tu genograma (reflexión) Trabajar con los nombres de tu genograma es una de las experiencias más simples, y a la vez una de las más profundas que puedes acometer una vez hayas completado tu mapa generacional. Para realizar este ejercicio puedes tomar una de las copias de tu genograma, especialmente aquella que sólo contenga los nombres y las fechas de nacimiento y fallecimiento de tus familiares. Dedica un tiempo a analizar los nombres de pila de todas las personas que aparecen reflejadas en el árbol. Como ya has aprendido a distinguir diferentes tipos de similitudes entre los nombres, similitudes que van más allá de lo inmediatamente evidente, te sugiero que comiences a buscar semejanzas entre las personas de distintas generaciones. No olvides estudiar las distintas variantes de un nombre, o cómo puede cambiar de género entre personas de distinto sexo. Cuando encuentres una similitud evidente entre dos nombres, sea porque son idénticos, o bien porque el parecido es muy elevado, puedes hacer dos cosas: Puedes subrayar los nombres con un rotulador del mismo color. Cambia de color para cada conjunto de personas con nombres similares. También puedes señalarlos con una marca característica, como asteriscos, estrellas, cuadrados, círculos, letras, etcétera. O bien puedes tomar nota de las similitudes en un cuaderno. Si es posible, te recomiendo que uses ambos sistemas, ya que ambos tienen sus ventajas. Indicar las similitudes con marcas de color es un método visualmente muy claro de establecer las semejanzas, y puede despertar tu intuición y dar lugar a posteriores descubrimientos. Además, si tomas nota en tu cuaderno, dispones de espacio para escribir las ideas que se te ocurran acerca de estas similitudes. Por ejemplo, puedes anotar algo como esto: “Mi padre se llama Alberto, como su tío y ambos tuvieron las siguientes características comunes...”. También es posible que encuentres núcleos dentro del árbol donde se repitan nombres con un significado similar. Por ejemplo, y como ya se ha citado, puede haber un grupo de personas que tengan nombres relacionados con episodios mitológicos, bíblicos o de cualquier otra naturaleza. Señala estas personas con un rotulador de color y escribe en la parte de atrás de la página, o en tu cuaderno, el tipo de similitud que encuentras. Por último, y desde el conocimiento que tengas de tu historia familiar, deberías preguntarte lo siguiente: ¿tienen algún sentido estas conexiones? Quizás el significado de esas similitudes sea evidente para ti desde el primer momento: personas con el mismo nombre que tienen un destino semejante. Pero en otros casos, la cuestión puede ser un enigma. Si es así, deja tus interrogantes abiertos en el cuaderno. Las preguntas abiertas son la base para nuevos descubrimientos que llegarán a su debido tiempo. Ejercicio Práctico. Los significados de los nombres (reflexión) Como ya has visto, los nombres no sólo nos conectan con el pasado familiar, sino que son portadores de significados que a veces no son inmediatamente evidentes para la conciencia. Precisamente por este motivo es preciso estudiar con detenimiento los significados de algunos nombres dentro del mapa familiar. En principio, no te recomiendo que analices el significado de los nombres más comunes de tu genograma, tales como José, Juan o María, sino que prestes atención a aquellos que son menos usados en nuestra cultura y que pueden ser portadores de un sentido más profundo. Estos nombres menos comunes pueden ser más interesantes para tu exploración. Por ejemplo, los nombres que remiten a la mitología pueden ser una fuente fascinante de preguntas. Si en tu familia hay una Ariadna, te recomiendo que investigues acerca del mito que se asocia a tal nombre. A continuación podrías formularte en tu cuaderno las siguientes preguntas: ¿En qué laberinto está perdida mi familia? Es decir, ¿qué es lo que nos tiene enredados y perdidos desde generaciones? ¿En torno a qué núcleo, problema o conflicto estamos dando vueltas? ¿Cuál es el hilo, la solución, la salida al laberinto? ¿Qué significa llevar la carga de ser quien libere a la familia del conflicto? Esta pregunta es especialmente pertinente si tú eres Ariadna. Si Ariadna ya falleció o es una persona mayor, ¿Cuál ha sido su carga o su tarea y cómo la ha sobrellevado? En cambio, si es una persona joven, ¿se la puede liberar de esa responsabilidad? ¿O es más adecuado ayudarla en su tarea? Como puedes ver, un simple nombre puede dar lugar a una indagación muy profunda, con preguntas que en muchos casos no tienen una respuesta fácil ni inmediata, pero que deben ser formuladas. En el caso de que hayas observado un grupo de nombres que giran en torno a un tema muy concreto, es interesante tomar nota de ello y formularte preguntas. Por ejemplo, si hay una constelación de nombres que desarrollan el tema de la resurrección de Lázaro, puedes preguntarte: ¿Quién es nuestro Lázaro? ¿Cuál fue la muerte simbólica de nuestro Lázaro y quién le resucitó? ¿Cuál es el papel de Marta en este drama? Recuerda que según el relato del Evangelio de Juan, Marta era la más escéptica de las dos hermanas. ¿Cuál es el papel de María Magdalena? Ten en cuenta que María Magdalena fue la discípula más cercana de Jesús, hasta el punto de que él la exorcizó, extrayendo de ella nada menos que siete demonios que la poseían (tal como se lee en Lucas, 8:2). Hay que dejar claro, una vez más, que las preguntas son muy necesarias. Quizás más que las respuestas. Cuando buscamos una respuesta de manera muy apresurada, en realidad estamos alejando la posibilidad de encontrar otra respuesta quizá más profunda, menos evidente y más interesante. Por ese motivo, te animo a que estudies los significados de los nombres en tu mapa genealógico, y más que buscar respuestas apresuradas, empieces a formularte preguntas creativas. Por supuesto, si tu nombre tiene un significado especial, debes investigar hasta el fondo cuál es su origen y cuáles son las ramificaciones que dicho significado puede tener dentro de la historia familiar. Si existe alguna derivada histórica, religiosa o mitológica que se pueda extraer de tu nombre, te aconsejo que acudas a las fuentes originales y leas los textos donde dicho nombre aparece reflejado. A continuación, formúlate la siguiente pregunta: ¿qué relación tiene esta historia, cuento, leyenda o mito con mi experiencia vital? ¿Me reconozco en este personaje o quizás precisamente estoy intentando evitar toda relación con él o con ella? Si no encuentras una respuesta satisfactoria, puedes pedir la opinión de otra persona, preferiblemente de alguien que no forme parte de tu núcleo familiar. Si puedes recurrir a una de tus amistades, o bien a tu propia pareja, anímales a leer el texto o la historia en donde se menciona tu nombre y pídeles su opinión acerca de la relación que ese relato puede tener contigo. Quizás obtengas una respuesta que te sorprenda. Sea cual sea tu nombre, indaga qué puede significar dentro del marco de la historia familiar. ¿Cómo encaja su significado en el conjunto del clan? Si te lo han puesto con un propósito, y te puedo asegurar que es así, ¿cuál sería? Si te has negado a cumplir ese propósito, ¿qué precio has tenido que pagar? Si no te has rebelado ¿por qué no lo has intentado? ¿No era necesario rebelarse o deseabas hacerlo y no te has atrevido? Espero que, tanto a través del ejercicio anterior como en éste presente, aprendas a ver qué conexión existe entre tu nombre y los deseos, anhelos y esperanzas que tu familia puso sobre ti. Como ya se ha comentado, el nombre que se impone a todo nuevo miembro del clan responde a un plan, a una idea preconcebida que el sistema tiene sobre esa persona. Cumplir o incumplir ese plan depende sólo de nosotros, pero es algo que debe hacerse con plena consciencia, reconociendo qué tomamos o a qué renunciamos cuando aceptamos o rechazamos el plan previsto para nosotros. Sólo desde la consciencia se puede decidir acerca del propio destino. Las repeticiones familiares La repetición familiar es uno de los fenómenos más fascinantes con que los que nos podemos topar a la hora de analizar el genograma. Observar cómo se encadenan los acontecimientos de una generación a la siguiente, cómo se calcan los nombres, o cómo diversas personas parecen tener destinos paralelos, es algo que sorprende y al mismo tiempo, por qué no decirlo, provoca un cierto escalofrío de incertidumbre. A fin de cuentas, al observar los sucesos dolorosos, las edades en que fallecen los antepasados, no podemos dejar de pensar si ese destino se cumplirá también para nosotros con la misma precisión. Si sientes ese temor, espero que a lo largo de este libro consigas reducirlo, puesto que las repeticiones no son necesariamente un hecho que vaya a suceder de manera obligatoria para todos. Incluso aunque observes cierta similitud entre los acontecimientos de tu vida con la existencia de otra persona, no quiere decir que esto vaya a ser así en el futuro. Precisamente, una de las claves para evitar las repeticiones familiares en la propia vida es ser consciente de ellas. Esta es la mejor vacuna para que tu vida comience a ser propiamente tuya, y no el reflejo de la existencia de otros. Un ejemplo claro de las repeticiones familiares es el denominado “síndrome del aniversario”, del que hablaremos en el capítulo siguiente. En todo caso, hay que recordar aquella ley genealógica que viene a decir que todo lo que no se resuelve, lo que queda como nudo o problema en una generación, queda pendiente para que la próxima generación lo solucione. El motivo de que muchas veces heredemos los conflictos, problemas y limitaciones de nuestros antepasados, es porque ellos no fueron capaces de resolverlos. El sistema se regula de esta manera, permitiendo que ningún nudo quede sin desatar y dando la oportunidad a las generaciones siguientes, de curar los problemas heredados. La maldición recurrente. El síndrome del aniversario Existe un tipo de maldición recurrente que resulta muy llamativa en el estudio psicogenealógico. El “síndrome del aniversario” consiste en la repetición, a fecha fija, de determinados eventos familiares cuya naturaleza suele ser negativa. Hay que reseñar, como veremos en las páginas que siguen, que dicha repetición no siempre es exacta, sino aproximada, tanto en las fechas en que se produce como en la naturaleza de los hechos que suceden. Ahora bien, para que podamos hablar de un síndrome de aniversario debe existir una cierta simetría en los hechos y en las fechas a considerar. Debemos el descubrimiento del síndrome del aniversario a la gran estudiosa en psicogenealogía, Anne-Ancelin Schützenberger. Al realizar una investigación genealógica con enfermos de cáncer, encontró que en algunos casos la enfermedad se manifestaba a la misma edad en que había fallecido un antepasado de la persona. O bien, un hombre tenía un accidente de tráfico en el mismo día del año en que su padre había tenido otro accidente años atrás. Estas repeticiones, como es lógico, llamaron su atención. Para Schützenberger, el inconsciente “tiene buena memoria, le gustan los nexos de familia y marca los sucesos importantes del ciclo de vida por repetición de fecha o de edad”. El inconsciente familiar tiene por tanto un conocimiento certero de lo que ha sucedido con otros miembros de la familia, conoce el momento concreto en que se produjo tal accidente o se desencadenó tal enfermedad. Esta conexión entre generaciones muestra hasta qué punto la persona que las padece está unida por destino con un antepasado. El síndrome del aniversario se puede entender como una forma de fidelidad intergeneracional negativa, que nos impide ser libres y que cercena la capacidad humana de crear su propio destino. En la práctica, el síndrome del aniversario se expresa a través de dos vías básicas: Fenómenos repetidos que se dan en una determinada fecha del año. Esa fecha coincide con un acontecimiento similar ocurrido a un antepasado años atrás en ese día concreto del mismo mes. Sucesos que se reproducen a la misma edad en que un antepasado vivió un fenómeno parecido. En definitiva, las repeticiones se pueden dar tanto por la fecha del año en que ocurre un acontecimiento, como por el hecho de que la edad de los protagonistas sea la misma. Un ejemplo de síndrome del aniversario se puede observar entre los hermanos Brontë. La saga familiar de la familia Brontë es bien conocida entre los amantes de la literatura y se detalla con más atención en otro capítulo de este libro. En todo caso, a continuación se adelantan algunos detalles que revelan aspectos del síndrome del aniversario que se da entre los hermanos Brontë. En el caso de las dos hermanas mayores del clan, Maria y Elizabeth, ambas murieron en el transcurso de un mes, teniendo las dos una diferencia de edades de apenas un año. Concretamente, Maria falleció a los 11 años de edad y su hermana a los 10, ambas de la misma enfermedad, tuberculosis. En cuanto a los tres hermanos menores de la familia: Branwell, Emily y Ann, todos fallecieron entre los 29 y los 31 años de edad, y todos en un plazo de unos ocho meses. Branwell murió por causa de sus adicciones, agravadas por la tuberculosis que padecía. Esta última enfermedad fue también la culpable de la muerte de sus dos hermanas. La única que parecía escapar a esta maldición de muertes tempranas fue la hermana mediana, Charlotte. Sin embargo, ella falleció a los 38 años de edad por causa también de la tuberculosis, enfermedad que se sumó a las complicaciones que ya le estaba causando su primer embarazo. Curiosamente, su madre había fallecido de un cáncer ovárico a los 38 años de edad. Como podemos ver a través de este ejemplo familiar, el síndrome del aniversario no tiene por qué producirse a una edad exacta para que tenga relevancia. El hecho de que de seis hermanos, las dos mayores fallezcan a una edad similar y muy temprana, que los tres menores acaben su vida apenas en la treintena, y que la única que les sobrevive muera a la misma edad que la madre, puede considerarse muy significativo. Si además las causas de los fallecimientos están relacionadas entre sí, no podemos dudar de la existencia de un síndrome del aniversario. Ejemplos de este tipo de síndromes del aniversario suelen ser bastante comunes. Por ejemplo, en una familia la madre muere a los 68 años, mientras que la hija lo hace a los 67. O bien un hijo fallece a los quince años de edad a causa de una enfermedad, la misma edad que tenía un tío que sufrió un accidente mortal montando en bicicleta. Este tipo de repeticiones suele ser bastante llamativa en cuanto se analiza el árbol familiar, pero por algún motivo, no siempre es reconocida por los miembros del clan. Como observamos en otros muchos eventos familiares, no siempre lo evidente es visible, sino que se mantiene oculto por una suerte de “velo de inocencia”, que nos impide acceder a la realidad de un modo consciente, aunque inconscientemente siempre haya estado ahí. El síndrome del aniversario social Aunque en este libro nos ocupamos del síndrome del aniversario familiar, hay que señalar que existe también un síndrome del aniversario social, que hunde sus raíces en acontecimientos históricos funestos que parecen condenados a repetirse en el tiempo. Así, más allá del destino familiar, en este tipo de aniversarios nos encontramos frente a frente con la dimensión grupal y generacional del destino. Un ejemplo de este síndrome del aniversario social se dio el 10 de abril de 2010, cuando un avión oficial en el que viajaba el presidente de Polonia, Lech Kaczynski y su séquito, se precipitó a tierra muy cerca de la base militar de Smolensk, en Rusia. Como resultado del accidente, fallecieron los 96 ocupantes del avión, todos ellos dirigentes políticos, militares y religiosos de Polonia. Las causas del accidente se achacaron a la desobediencia del piloto de la aeronave, que desoyendo las recomendaciones de la torre de control, intentó el aterrizaje en unas pésimas condiciones meteorológicas. El presidente Kaczynski acudía a territorio ruso a conmemorar un hecho sucedido justo setenta años antes, durante la Segunda Guerra Mundial. Un hecho conocido como la “Masacre de Katyn”. En efecto, durante la primavera de 1940, un numeroso grupo de prisioneros de guerra polacos fue víctima de asesinatos masivos por parte de agentes del NKVD, la policía secreta soviética dirigida por el siniestro Lavrenti Beria. La masacre de los bosques de Katyn, cerca de la ciudad de Smolensk, aprobada por Stalin y el politburó soviético el 5 de marzo de 1940, tenía como objetivo acabar con una parte importante de la clase dirigente polaca y dejar así el camino expedito para el dominio comunista de Polonia. Se estima que las víctimas de esta matanza fueron casi 22 mil ciudadanos polacos. La mayor parte de ellos, oficiales del ejército, miembros de la policía, sacerdotes católicos e intelectuales. Casi todos, fueron asesinados con armas cortas, con disparos individuales realizados directamente a la nuca de los presos. Los ejecutores soviéticos emplearon en su siniestra tarea pistolas y munición de origen alemán, ya que se pretendía culpar al ejército nazi de la masacre. Este intento de culpar a Alemania de la muerte de los presos, duró poco tiempo y pronto se descubrió la autoría de los crímenes, que apuntaba directamente a Iosif Stalin. En una extraña vuelta de tuerca del destino, setenta años después, el presidente de Polonia y una parte de la clase dirigente de su país muere en los mismos bosques de Katyn donde fueron asesinados miles de compatriotas. Por cierto, volaban a bordo de un avión de fabricación rusa. Identificando el síndrome del aniversario en el genograma Una atenta observación del genograma nos permitirá encontrar aquellos casos de síndrome del aniversario que puedan darse en la historia familiar. Como ya se ha comentado, es probable que algunas coincidencias te sorprendan, puesto que siempre han estado ahí y quizás tú no has sido consciente de ellas pese a ser muy evidentes. Hay que tener en cuenta que, como estamos haciendo en toda nuestra indagación del árbol familiar, cada nuevo descubrimiento es sanador por sí mismo, aparte de que será la base para generar nuevas indagaciones y desarrollar otros ejercicios que se muestran en este libro. He aquí algunas indicaciones acerca de qué es lo que debes buscar en tu genograma: Observa las fechas de nacimiento y fallecimiento de los diversos miembros del clan. Aquí, hay que buscar coincidencias en día y mes de nacimiento con un margen de error de dos o tres días de diferencia. Por cuestiones de pura estadística, las distancias mayores en las fechas pueden ser poco relevantes, especialmente si el árbol familiar es lo suficientemente grande. En otras palabras, en un árbol muy poblado, será normal que varias personas hayan nacido en el mes de diciembre, pero es relevante si dos o tres han nacido en torno al día quince del mes, por poner un ejemplo. Analiza la edad en que fallecieron todas las personas del árbol. Las coincidencias en esta materia deben ser lo más precisas posible, por lo que la edad de fallecimiento debe ser la misma o con un año de diferencia. Hay que tener muy en cuenta aquellas similitudes en muertes que se han producido demasiado pronto, en la infancia o juventud, así como las que sobrepasan con mucho la vida media habitual en nuestro entorno. Presta atención a la edad en que se produjeron acontecimientos importantes y dolorosos en la vida de las personas. Por ejemplo, accidentes, enfermedades, encarcelamientos, abortos, incorporación a un conflicto armado, etc. Observa si hay paralelismos con la edad a la que se dan otros hechos traumáticos en personas de generaciones posteriores. En este caso no importan tanto la naturaleza del hecho traumático, sino la coincidencia en edades. Por ejemplo, el abuelo puede haber sido llamado a filas para participar en una guerra con 18 años, y el nieto puede haber sufrido una grave enfermedad a esa edad. Anota en un cuaderno toda la información que obtengas de esta indagación. Por ejemplo, si hay tres personas que han nacido en torno al 15 de diciembre, apunta sus nombres y el día de nacimiento de todas ellas. A continuación indica que es un posible síndrome del aniversario. Si hay acontecimientos traumáticos que se repiten a la misma edad, señala quiénes son las personas implicadas y los hechos. En el siguiente ejercicio te animo a hacer esta indagación. Ejercicio Práctico. Rastreando las repeticiones (reflexión) Como ya se ha indicado, una de las claves esenciales para evitar que las repeticiones del árbol genealógico tengan influencia en nuestra vida es ser conscientes de estas repeticiones. El hecho de verlas, de subrayarlas, es un acto curativo de enormes consecuencias para ti y para tus descendientes. Así que toma tu genograma y comienza a analizarlo con detenimiento. Presta especial atención a las siguientes repeticiones: Los nombres, que ya habrás analizado en el ejercicio anterior. Las edades en que se producen determinados hechos traumáticos, como por ejemplo, accidentes, pérdida inesperada de seres queridos, ruina económica o encarcelamiento, por citar algunas posibilidades. Fechas del año en que se producen acontecimientos importantes, como nacimientos, muertes, etcétera. Vidas paralelas, que nunca serán idénticas, pero sí muy similares entre sí. Por ejemplo, el abuelo que emigra y retorna al país natal a buscar esposa, y el nieto que emigra, pero que permanece soltero por no haber podido realizar ese viaje de vuelta. Repetición en el número y el sexo de los hijos. Cualquier otro paralelismo que puedas ver en tu genograma. Anota en tu cuaderno todas las repeticiones que veas o intuyas entre personas o niveles genealógicos. Escribe tus impresiones al respeto, sin establecer ningún juicio sobre ellas. Simplemente anota con la mayor ecuanimidad qué es lo que ves como similar entre las personas del clan. Cuando hayas terminado el ejercicio deja espacio para nuevas ideas o nuevos datos que puedan surgir en el curso de los próximos días y semanas. No es necesario hacer más. Ejemplo. Vincent Van Gogh La historia de Vincent Van Gogh, conocido por su genialidad, pero también por los trastornos mentales que le llevaron al suicidio a los 37 años de edad es relevante en cuanto a las repeticiones fatales dentro del clan. Analizado desde una perspectiva psicogenealógica, observamos que en la familia Van Gogh, los nombres de cada miembro del clan aparecen repetidos en todas las generaciones, con variaciones de género o con pequeños cambios morfológicos. Por ejemplo, el nombre de Vincent fue utilizado para designar nada menos que a dos hermanos del artista. El primero murió al nacer un 30 de marzo. Justo un año después, el mismo 30 de marzo, nació Vincent Willem, que pasaría a la historia por su genio en la pintura. Esta repetición en la fecha de nacimiento y en el nombre se puede considerar un síndrome del aniversario en toda regla. No cabe duda de que este hecho produjo un profundo impacto en la mente del joven Vincent, que siendo niño podía observar la tumba de su hermano mayor, llamado como él. El tercero de los hermanos en llevar este nombre fue el pequeño de la familia, Cornelius Vincent, denominado “Cor” por la familia. Las repeticiones son múltiples en todos los niveles genealógicos de la familia. La madre, Anna Cornelia, tiene una hermana llamada Cornelia. A su vez, una de las hijas se llama Anna Cornelia, y uno de sus hijos, del que acabamos de hablar, fue Cornelius Vincent. Pero es que uno de los hermanos de Theodorus, su padre, se llama Cornelis. Por otro lado, Theodorus tiene dos hermanos denominados Vincent y Willem, mientras que Anna Cornelia tiene una hermana llamada Willemina. Como ya hemos visto, Vincent, Willem y Wilhelmina son nombres que se repiten entre los hijos del matrimonio. Analizar las repeticiones de nombres y los matrimonios incestuosos entre las dos familias (uniones entre cuñados) sería muy prolijo y es una tarea que sale por completo fuera del alcance de este libro, pero al menos debe quedar constancia que el árbol familiar de los Van Gogh contiene todo tipo de duplicidades y triplicidades en cuanto a nombres, así como conexiones que, desde el punto de vista psicogenealógico, no son nada recomendables. Durante toda su vida, Vincent estuvo muy unido a su hermano Theo, quien se ocupó de intentar vender algunos de sus cuadros y, aun siendo el hermano menor, actuó como su mentor. Estas conexiones aparecen reflejadas en el Átomo Personal que se mostró en la Fig. 7. Figura 8. Genograma de Vincent Van Gogh Los huecos del genograma Tan importante como lo que es visible en el árbol genealógico, es todo aquello que no aparece reflejado en el mismo, pero se puede intuir. Estos espacios vacíos, que causan extrañeza en cuanto uno repara en ellos, son lo que podemos denominar los “huecos informativos” del genograma. A diferencia de los secretos, que analizaremos más adelante, muchas veces los huecos informativos no están causados por ningún intento de silenciar algo que haya sucedido. Simplemente hay cosas que se olvidan o en las que nadie parece reparar, hasta que una generación posterior se pregunta qué es lo que ha sucedido en ese espacio en el que debería haber algo, o alguien, y no lo hay. Algunos ejemplos de huecos generacionales podrían ser los siguientes. Un hombre contrae matrimonio a una edad avanzada para los usos de la época y no se le conoce ninguna relación antes del matrimonio. Excepto en aquellos casos en que haya una buena razón para este vacío, como por ejemplo una enfermedad prolongada, una carrera eclesiástica, o cuestiones similares, es difícil creer que no haya existido alguna relación sentimental previa al noviazgo y matrimonio conocidos. Esto puede ser válido también para las mujeres, con la salvedad de que no en todas las épocas se ha admitido fácilmente que las mujeres tengan diversas relaciones a lo largo de su vida. Una pareja tiene varios hijos con una periodicidad de 2 ó 3 años entre los nacimientos, pero uno de los hijos nace con una diferencia en años muy superior a la de los otros. Se puede intuir que en ese espacio de tiempo ocurrió algo que pudo afectar a la familia, un aborto no reconocido, un distanciamiento sentimental entre los padres o un período de duelo por la muerte de un ser querido. Sería importante aquí estudiar qué ocurrió en esa época, para lo que puede ser interesante hacer uso del cronograma familiar. Si en el período de tiempo en que no hubo nacimientos se dio algún acontecimiento doloroso, es probable que esté aquí la causa del vacío. Tampoco se puede descartar una somera investigación histórica, puesto que en ese ciclo pudo darse algún acontecimiento social de especial virulencia, como el inicio de una guerra o una catástrofe natural que tuviera resonancia en la familia. Existe un antepasado directo sobre el que prácticamente no hay información. Esto nos debería hacer sospechar, ya que incluso aquellas personas que mueren a una edad temprana dejan un hueco en el sistema familiar. Si por ejemplo, no se dispone de casi ninguna información acerca de un abuelo, podemos intuir la presencia de un secreto familiar originado por algún acto de esa persona. Sólo existe información detallada de los hombres del sistema, o bien de las mujeres, de manera que uno de los sexos parece estar rodeado de una nebulosa. Este silencio sólo puede deberse a que se ha restado importancia a las personas de ese sexo, de manera que se les quiere mostrar como irrelevantes. Dentro del sistema, las personas de un sexo determinado están adornadas con adjetivos similares. Como no es posible que todos los hombres o todas las mujeres de una familia tengan las mismas características, quizás nos encontremos aquí con un intento de enmascarar las características de un miembro concreto de la familia, sumergiéndolo en una constelación de adjetivos comunes que no quieren decir nada. Existen referencias vagas o estereotipadas con respecto a algunos miembros del sistema. Por ejemplo, la información que recabamos acerca de los padres de una persona es que eran “buenos padres”, sin ningún matiz añadido. En casos como estos cabe preguntarse si no hay un enmascaramiento de la realidad. Por otro lado, hay huecos en el árbol que tienen su lógica, como por ejemplo, que falte información sobre un pariente lateral que emigró y del que no se volvió a tener noticias. En estos casos, es razonable pensar que no ha habido un deseo de ocultar información, sino una imposibilidad material. Como norma general, siempre que aparece un hueco en el árbol, hay que cuestionarse qué es lo que falta en ese lugar. Si existe el espacio vacío de información, es por un buen motivo que conviene conocer. A ese propósito dedicaremos el siguiente ejercicio práctico. Como se ha indicado, también puede existir un hueco de información relacionado con acontecimientos sociales que tengan alguna relación con la familia. Para esto es conveniente repasar la columna social del cronograma que has elaborado. Así, te puedes cuestionar si en ese tiempo hay alguna situación de origen social que haya podido dañar a tu familia, creando un hueco genealógico que tendrá efecto en la historia del clan. Por ejemplo, una guerra puede provocar un gran sufrimiento en las personas, con la participación en hechos que deban ser silenciados, tales como crímenes, apropiaciones de tierras o bienes, agresiones sexuales, y un largo etcétera. Ejercicio Práctico. Conociendo a las generaciones del pasado (reflexión) A la hora de investigar en el pasado familiar, antes o después nos encontraremos con un límite que nos impide viajar más atrás en el tiempo. Esto es lógico si tenemos en cuenta que es casi imposible, para cualquier familia, rastrear sus orígenes más allá de unas ciertas fechas. La memoria del clan sólo alcanza a la generación de los bisabuelos o los tatarabuelos, y los registros oficiales tampoco dan mucha información acerca de los nacimientos habidos en tiempos remotos. Solamente aquellas personas que tienen un pasado familiar que puede rastrearse en los libros de historia, o que pertenecen a la aristocracia, suelen tener un registro extenso de su familia que se extiende por espacio de siglos. La nobleza, así como las familias reales, necesitan contar con estos registros, puesto que su legitimidad se basa precisamente en la capacidad que tengan de dibujar su árbol genealógico hacia el pasado más remoto. El resto de las personas, es decir, la inmensa mayoría de los individuos, tenemos que conformarnos con una cantidad de información mucho menor, y más cercana en el tiempo. Ahora bien, existe la posibilidad de viajar al pasado familiar de manera que podamos acceder a algo de información acerca de cómo pudo ser la vida de nuestros antepasados. Para ello tenemos que armarnos de libros de historia y hacer algunos simples cálculos matemáticos. Cada generación humana tiene una duración de aproximadamente 30 años. Esto quiere decir que una persona que nace en un momento determinado, alcanza la plenitud vital en torno a los treinta años de edad. Probablemente unos pocos años antes de esa edad ya habrá contraído matrimonio y en el comienzo de la treintena va a tener a sus hijos. Con esta cifra en mente, podemos viajar hacia atrás en el tiempo de treinta en treinta años para ir desarrollando todas las posibles generaciones de nuestra familia. Está claro que no podremos obtener información concreta de nuestra familia por este medio, pero sí un acercamiento a cómo era el mundo que le tocó vivir a cada generación del clan. De este modo, vamos a suponer que el registro más antiguo que puedes rastrear es el de un antepasado que nació en 1890. Si restas treinta años a esta cifra, sabremos que sus padres nacieron en torno a 1860. Evidentemente, puede ser que nacieran cinco años antes o cinco después, puesto que la regla de los treinta años es sólo un promedio y hay personas que tienen descendencia a una edad muy temprana y otros, en su madurez. Pero vamos a tomar el año de 1860 como una fecha probable. Si quieres conocer cuándo nacieron los antepasados de esa generación de 1860, restas otros 30 años y llegas a la fecha de 1830, y si quieres seguir hacia atrás en el tiempo, tenemos 1800, 1770, 1740, etcétera. Pues bien, a continuación puedes escribir en un cuaderno todas las fechas que consideres oportunas, aunque te recomiendo que no vayas más atrás de un siglo o dos para no complicar demasiado el análisis. El siguiente paso consiste en conocer qué estaba sucediendo aproximadamente en esas fechas en el lugar donde vivían esas personas. Para ello hay que recurrir a los libros de historia y ver cómo era la vida de las personas en esos momentos. Como recomendación general, evita interesarte por los grandes acontecimientos de la política, puesto que éstos no suelen tener una influencia directa en la vida de las personas. Evita también aquellos asuntos que no estén relacionados con el país o la región de tus antepasados, puesto que en el pasado, los sucesos acaecidos en lugares lejanos tenían poca o ninguna influencia en la existencia de las personas comunes. Estudia los libros de historia y analiza qué acontecimientos sociales se dieron en aquel tiempo en el país o en la región de origen de tus antepasados. ¿Hubo alguna guerra, conflicto, epidemia o catástrofe natural? ¿Cómo crees que pudo influir en ellos? ¿Cómo era la vida material en esa época? ¿Era un tiempo de cierta prosperidad o en cambio predominaba la pobreza? ¿Fue una época de emigración? ¿Cómo eran las costumbres? ¿Eran épocas de represión o en cambio había cierta libertad? ¿Cuál era el papel de la religión en la vida de las personas? Este análisis como puedes ver, es muy extenso y te puede llevar muy lejos. No es algo para realizar en un solo día. Pero si te atreves a afrontarlo, puedes descubrir claves muy interesantes que tendrán que ver con el desarrollo de tu sistema familiar. Conversaciones en voz baja. Los secretos de familia Los secretos de familia son, sin lugar a dudas, uno de los elementos más tóxicos que se pueden extender en el terreno generacional. Los secretos crean alrededor un espacio de silencio culpable que, como veremos, se extiende como una mancha a través del tiempo con consecuencias nada positivas. Conviene dejar claro, antes de entrar de lleno en el terreno de los secretos familiares, que no todos los silencios son negativos. De hecho, algunos secretos son necesarios, sobre todo en aquellos temas que se relacionan con la propia intimidad o con cuestiones que uno conoce de manera confidencial. El secreto es así una especie de “habitación personal”, donde se almacenan recuerdos o ideas que sólo nos pertenecen a nosotros mismos, o bien todo aquel conocimiento que alguien nos ha confiado para su custodia. El secreto personal nos ayuda a diferenciar lo que es propio de aquello que compartimos con los demás, y es por tanto un estímulo a la creación de una conciencia individual. A fin de cuentas, yo soy “yo” por todo lo que me diferencia de lo que “no soy yo”. De manera que los secretos que guardamos en nuestra intimidad son una parte esencial que delimita nuestras fronteras psíquicas y emocionales. Del mismo modo que hay espacios físicos en los que nos gusta guardar la intimidad, y no compartimos nuestros actos íntimos con cualquiera, el espacio íntimo de los secretos nos otorga una sensación de necesaria seguridad. Podemos descansar sobre nuestros secretos, y cuando los compartimos con alguien, lo hacemos con la confianza de que serán guardados con el mismo celo con que los hemos conservado en nuestro interior. Ahora bien, a la hora de hablar de los secretos en el ámbito familiar y transgeneracional, entramos en un terreno algo más complejo. Sobre todo cuando se intenta mantener oculta una información que es precisa para los demás miembros del clan, o para las generaciones venideras. Hay que entender que todo ser humano tiene derecho a conocer la historia de su familia, puesto que como ya hemos visto, hay muchos acontecimientos dolorosos que se repiten en diversas generaciones precisamente por la falta de conocimiento de esos hechos. Así, si el abuelo materno es una persona de la que nadie habla porque ingresó en prisión y fue repudiado por su familia, tenemos derecho a conocer esa historia, que no es en ningún modo íntima, sino que tiene un componente público evidente. El hecho de que se intente mantener oculto ese pasaje del relato familiar no es en ningún modo beneficioso para nadie. No lo es para la memoria del abuelo, ya que se le está privando de su historia vital, y tampoco para sus descendientes, que ignorantes de la misma en el plano consciente, pueden muy bien repetirla de un modo inconsciente. Porque esta es una de las claves esenciales de los secretos familiares. La historia de la familia se articula en dos estratos diferentes. Una parte tiene que ver con el relato consciente, con todo aquello que hemos escuchado, con lo que nos han querido contar. Pero existe otra parte, oculta, que es el relato inconsciente, que se transmite no a través de las palabras, sino de los silencios y los sobreentendidos. Y para una correcta comprensión de lo que significa la transmisión generacional es preciso entender que ambos relatos coexisten en la conciencia de todos los miembros del clan. Precisamente lo oculto, lo no-dicho, es lo que acaba teniendo más fuerza en el destino de las personas. Pero ¿cuál es el origen de estos secretos familiares? ¿Por qué algunos acontecimientos se intentan mantener ocultos mientras que otros son revelados abiertamente? Para comprender esto hay que señalar que los secretos son tanto más estrictos cuanto más rígido es el sistema familiar, y que es precisamente en las familias más flexibles donde queda menos espacio para el desarrollo de estas estructuras tóxicas. Un sistema familiar rígido se caracteriza por tener unas normas muy marcadas, generalmente establecidas firmemente dentro del sistema moral de la sociedad en la que vive. Determinadas ideologías políticas o religiosas pueden ser favorables a esta rigidez moral, pero no siempre es así. Hay familias estructuras en torno al concepto del “honor”, que no tienen una ideología definida, pero que pueden actuar con especial virulencia ante aquellos individuos que rompen las reglas, condenándolos al silencio y al olvido generacional. Los acontecimientos que suelen generar secretos generacionales suelen estar relacionados con uno o más de uno de estos temas: La muerte culpable, sea a destiempo, provocada, por causa de un crimen, un suicidio, la muerte de un familiar por desatención, un accidente que se pudo evitar, etcétera. La sexualidad, a través de actos considerados inmorales o ilegales, como la corrupción de un menor, violaciones sufridas o cometidas, también los hijos ilegítimos, el embarazo adolescente, el aborto, usar servicios de prostitutas o prostituirse, también conflictos relacionados con la identidad sexual, homosexualidad oculta, etcétera. El dinero, sea por robo, apropiación de los bienes que han sido confiados al cuidado de la persona, mala gestión de un negocio familiar, etcétera. Aun cuando algunos de los temas que acabamos de mencionar son ilegales, es evidente que hay otros que probablemente no lo sean. Pero aquí, hay que dejarlo claro, no hablamos de la moral social ni de la ley, sino de aquello que la familia considera reprobable a partir de sus códigos internos. De manera típica, el secreto familiar se desarrolla a lo largo de tres o más escalones generacionales del siguiente modo: En la primera generación se produce el hecho ignominioso, que por supuesto, acaba siendo conocido por las personas adultas del sistema. Por ejemplo, la familia descubre que uno de sus miembros está robando dinero de la empresa familiar hasta llevarla casi a la ruina y que el dinero hurtado se emplea para sostener a una amante. Tras el consiguiente escándalo, la segunda generación, es decir, los hijos de la anterior, conocedora de los hechos, decide mantenerlos en secreto. Aquí se extiende la culpa como una mancha común, y se emplea el silencio para intentar ocultarla. La tercera generación, que no había nacido cuando se produjeron los hechos iniciales, es ignorante de lo sucedido. Pero en todas las conversaciones en que surge el abuelo, se extiende un silencio culpable entre los miembros de la segunda generación. En otras palabras, el abuelo es alguien de “quien no se habla”. En las generaciones siguientes, el acontecimiento es un “impensable”, algo que está en un profundo agujero negro en el que ni siquiera se es consciente de que hay un secreto. Ya no es algo de lo que no se habla, algo que es molesto pero que existe, ahora es algo que simplemente parece no existir aunque flote en el aire. Es en estas generaciones donde surgen los síntomas más dolorosos. Este silencio es siempre sospechoso, puesto que lo “no-dicho” es tan importante para la conciencia como aquello que se dice. Así que si se habla abiertamente de otros antepasados más “honorables”, ¿por qué en la familia no se habla de algunas personas? Desafortunadamente, cuanto más oculto está el secreto, tanto más evidente es para todos su existencia. A partir de aquí, este silencio, que surge a partir del secreto, se extiende entre los descendientes como una mancha extraña, a la que nadie se refiere, pero que está sobrevolando la convivencia familiar en todo momento. El secreto antes o después se manifestará en forma de violencia, tristeza crónica, culpa o conflicto posterior, como veremos en el siguiente capítulo. Las consecuencias del secreto familiar Existe una ley transgeneracional que dicta que “todo aquello que no se conoce de la historia familiar, se repite”. El porqué de esta aseveración, refrendada continuamente en la práctica, es en el fondo un enigma. Lo más probable es que todo lo que no se conoce conscientemente sí que se conozca a un nivel inconsciente. Y también es bastante probable que todo lo que es rechazado por la conciencia, pero conocido a un nivel profundo, necesite ser reivindicado, sacado a la luz, reconocido. De este modo, la única manera de salir de la pesadilla de la repetición generacional consiste en arrojar luz sobre todo aquello que está oculto, sobre todo aquello que una parte del sistema familiar ha decidido mantener en una zona de sombra. Los secretos familiares son la zona de sombra por excelencia dentro de la conciencia familiar. Siguiendo el símil empleado por algunos autores, podemos decir que en la conciencia de la familia hay una zona que actúa como una cripta oscura, un calabozo en el que habitan los fantasmas ocultos de la familia. Estos fantasmas, que no se resignan al olvido al que se les quiere obligar, gritan su dolor en forma de enfermedades, accidentes aparentemente inevitables y repeticiones nefastas de todo tipo. Todo aquello que es “cripta” en una generación, se vuelve “fantasma” en la siguiente. En otras palabras, lo que una generación esconde, la siguiente lo vive como algo amenazante, desconocido y carente de forma definida. Las consecuencias de mantener un secreto son nefastas para todos aquellos que, aun reconociendo la existencia de una zona de sombra en su relato familiar, ignoran qué puede ocultarse detrás de todo lo “no-dicho”. Los fantasmas familiares crean en las personas que han de vivir con ellos, una situación de ira y de miedo que estalla con violencia en todo tipo de síntomas. La zona oscura donde habitan los fantasmas ocultos del pasado es un lugar excelente que funciona como un vertedero de todo lo que no se puede admitir o expresar acerca de uno mismo. De este modo, el individuo hace suyo el territorio gris de la familia, creando lugares donde esconder sus propios secretos inconfesables, sus miedos, sus manías y sus obsesiones. Al fin, esto desemboca en una dualidad dentro de la persona, con la sensación de que en ella existe un yo oculto que florece en un entorno de culpabilidad. El efecto práctico de esta dualidad puede ser tanto más grave cuanto más perturbador sea el secreto. Por ejemplo, dudas sobre la filiación de un antepasado llevan a algunos de sus descendientes a tener la misma preocupación sobre su origen. Así, la persona que sufre el efecto de un antiguo secreto familiar puede sentir que no es hijo de sus padres, que de alguna manera debe haber sido adoptado o de que su padre no es quien le han dicho que es. Aun cuando esta sospecha sea totalmente infundada, la sensación de “no pertenecer” se hace muy poderosa en la persona, que intentará durante toda su vida remar a contracorriente, haciendo todo lo contrario de lo que se espera de ella, y con una perpetua sensación de fracaso. En los niños, la existencia de un secreto familiar se manifiesta de formas diversas, a través de miedos irracionales (por ejemplo, a través de temores acerca de fantasmas o monstruos), dificultades en el aprendizaje, aislamiento con respecto a otros niños, escasa confianza en los adultos. En casos más severos se manifiesta en problemas como el autismo, hiperactividad o incluso psicosis. En la adolescencia, el peso de los secretos familiares es aún más poderoso y se puede relacionar con brotes de esquizofrenia, toxicomanía o delincuencia. Suele actuar también a través de males como la depresión y se puede vincular con algunos casos de suicidio. Como efecto colateral, se suele observar un incremento de la energía y el deseo sexual que se da en los descendientes en el momento preciso en el momento en que fallece la persona que ha iniciado el secreto. De algún modo, la energía de la vida, contenida por el afán de mantener el secreto, se abre paso de un modo torrencial cuando el objeto de ese secreto deja de estar presente. Este hecho, que en muchos casos se vive de un modo culpable, se constata una y otra vez cuando en un sistema se emplea una gran energía en mantener oculto un secreto. A fin de cuentas, la energía que anima a los sistemas humanos, es la energía vital o “libido” en términos psicoanalíticos. Es una fuerza que se relaciona con la sexualidad, la creatividad o simplemente con la capacidad de disfrutar de la existencia. Esa energía, constreñida por los secretos familiares, se abre de un modo sorprendente en los momentos de duelo, para volver a cerrarse rápidamente si el secreto no se revela. A este fenómeno se la ha denominado la “fiesta maníaca”, por su breve duración y su sorprendente carga energética. Pero si mantener el secreto tiene un coste tan alto, ¿por qué en muchas familias se opta por seguir manteniéndolo oculto? ¿Por qué no se hace un esfuerzo por desvelarlo? La ocultación de un secreto en el seno de la familia se relaciona directamente con la necesidad de mantener la fidelidad al grupo. Esa forma de vinculación, aunque sea nociva para todos, se resiste tercamente a cualquier intento de desvelamiento. Es una ley del silencio que incumbe a todos y que, de algún modo, les revela como miembros devotos del colectivo. En el fondo, a nivel inconsciente, todos queremos ser el buen hijo que mantiene la estructura del clan. Así que siempre son una minoría aquellos que se atreven a romper las normas, ya que hacerlo tiene un coste muy elevado. Ahora bien, tan cierto como que existe un secreto es que junto a él siempre se genera la necesidad imperiosa de revelarlo, de reconocerlo, de poner luz sobre él. No todos los miembros del sistema cooperan para que el secreto sea ocultado, sino que algunos, a veces de manera aparentemente casual, abren las puertas para que el secreto sea revelado. Un simple comentario, un gesto, o un sobreentendido, dan lugar a que seamos conscientes de aquello que se ha venido ocultando. Esta apertura de ojos acaba con la inocencia de la persona que desconoce el origen del secreto, y lo hace de un modo que puede ser sorprendente o traumático. Es por este motivo, por la sorpresa que lleva a que la persona que desvela el secreto exclame: “no me digas que no lo sabías”, lo que hace que muchas veces, ella misma se vuelva atrás e intente de nuevo esconder el secreto o minimizarlo. En todo caso, una vez que el secreto ha sido revelado, ya no hay vuelta atrás. Conocer un secreto implica perder la inocencia de una vez y para siempre. A partir de ese momento, no se puede mirar a la historia familiar, ni a alguno de los miembros del clan, del mismo modo. Pero por doloroso o desconcertante que pueda ser el hecho, conocer el secreto es algo necesario, imprescindible para poder entender la dinámica real del sistema familiar. Ese desvelamiento nos ayuda a comprender muchas de las cosas que se presentan como un enigma, y sobre todo, representa el primer paso para soltar algunas cargas hereditarias que desconocíamos. Por ejemplo, saber que una abuela dejó morir a dos de sus hijos de hambre en un contexto de guerra para conseguir que los demás salieran adelante, nos ayuda a entender por qué su nieta, perfectamente sana, ha tenido dos abortos naturales y teme no poder quedarse embarazada. O bien saber que un antepasado fue encarcelado de manera injusta nos permite entender por qué una persona de la generación actual ha tenido que hacer frente a una acusación falsa que le llevó a la cárcel. Ciertamente, como vemos en el último de estos casos reales, el conocimiento no siempre es sanador, sobre todo cuando el secreto familiar es conocido en un momento en que ya no hay remedio para el mal causado. Pero en otras ocasiones, aún estamos a tiempo de solucionar algunos nudos generacionales que pueden estar actuando sobre nosotros. Así, la mujer del primer ejemplo, al conocer el destino de su abuela, pudo al fin tener descendencia, pero en el segundo ejemplo, el mal ya está hecho, y el hombre ya ha sufrido un encarcelamiento injusto. Ahora bien, cabe preguntarse qué hubiera sucedido si ese conocimiento le hubiera llegado antes de los hechos que le llevaron a la cárcel. ¿Hubiera cambiado su destino? Basándome en otros casos, mi opinión es que sí. Acceder al secreto familiar tiene un efecto preventivo muy importante, puesto que evita caer en las repeticiones del árbol genealógico. Además, cada vez que un secreto sale a la luz, se despeja una parte de la cripta interior donde habitan los fantasmas oscuros del pasado. Sacar lo oculto a la luz, permite reunificar la conciencia, ayudando a la persona a escapar de las dualidades nocivas y los sentimientos de disgregación interior que azotan a los herederos del secreto. Cuándo y cómo desvelar un secreto propio Una vez que se conoce la toxicidad de los secretos familiares, es evidente que no podemos ser nosotros mismos los creadores o los mantenedores de secretos que puedan afectar a otros miembros del sistema. Esto es especialmente importante para las personas que tienen descendencia, puesto que el efecto de los secretos sobre las generaciones posteriores es, como ya hemos visto, muy peligroso. Si uno mismo es portador de un secreto que debe ser expresado, es conveniente sacarlo a la luz, mostrarlo, de manera que sea escuchado por todos aquellos miembros del sistema que deban conocerlo. Ahora bien, a la hora de mostrar los secretos propios hay que tener en cuenta varias cuestiones. La primera es diferenciar qué secretos deben ser revelados y cuáles es mejor dejar ocultos. Por regla general, todo aquello que pertenece a la esfera de los pensamientos y sentimientos íntimos, puede permanecer en secreto sin mayores consecuencias. Ahora bien, cuando salimos del recinto privado de nuestra mente y entramos en el terreno de todo aquello que hemos hecho, es decir, cuando se trata del resultado de nuestros actos, empezamos a entrar en un territorio que quizás no deba permanecer oculto. Por otra parte, si uno mismo es el conocedor del secreto de un familiar referente a otra persona y su protagonista ha fallecido o, estando vivo, nos da permiso para ello, podemos comunicar su secreto con toda libertad. La segunda cuestión a considerar es cuándo es el mejor momento para revelar dicho asunto. Un secreto sólo debería ser revelado en el contexto adecuado, cuando las personas que han de recibir la información están preparadas para ello. Por ese motivo, si son los hijos quienes deben ser partícipes del mismo, es adecuado esperar a la edad correcta en la que puedan entender lo sucedido con claridad y sin que les provoque ningún trauma. Hay pocas cosas peores que expresar algo difícil de asumir a alguien que no está preparado para recibirlo y entenderlo. Esta verdad, que se aplica en cualquier ámbito relacional, es especialmente importante cuando estamos tratando con personas que aún no están maduras. Los niños requieren una protección especial, que les mantenga protegidos de aquellos asuntos que no están preparados para comprender. La tercera cuestión consiste en la forma de revelar el secreto. En este ámbito, y dando por sentado que la persona está preparada para entender y asumir el material que se va a exponer ante ella, la mejor forma de explicar la cuestión es hacerlo de un modo simple y directo. En cualquier caso, es importante evitar, tanto como sea posible, entrar en calificativos morales o en juicios exagerados. Si el hecho que ha motivado el secreto es un acto ilegal o éticamente reprobable, es adecuado hacer una indicación en este sentido, pero tampoco sería recomendable cargar las tintas ni exagerar los condicionantes morales. Un ejemplo de lo anterior podría ser el siguiente. Por ejemplo, un padre podría decirle a su hijo: “Cuando tenía más o menos tu edad, tuve problemas con la ley. Andaba con malas compañías y cometí algunos pequeños robos, hasta que me pillaron y mis padres tuvieron que pagar una multa. Nunca te lo he contado porque consideré que no era el momento. Pero el momento ha llegado. Fue una experiencia de la que aprendí mucho. Ver llorar a mi madre me hizo reflexionar y darme cuenta de que iba por mal camino. Así que a partir de ese momento cambié de actitud y nunca más volví a meterme en problemas. Cuando haces algo mal no sólo te dañas a ti mismo, sino que haces sufrir a las personas que te quieren.” Ejercicio Práctico. Estrategias alternativas para revelar un secreto (psicomagia) En el caso de que resulte muy difícil revelar un secreto de forma oral, podemos optar por contarlo a través de una carta. De este modo se hace mucho más llevadero contar la verdad. Por otra parte, la persona que lee la carta tiene más tiempo para reflexionar sobre lo que se le está revelando y no se siente en la obligación de dar una respuesta o de hacer un comentario inmediato. Una forma de contar una historia familiar complicada a un menor consiste en darle forma de cuento. De hecho, los cuentos populares están llenos de historias, que desde tiempos remotos se han utilizado para educar a los niños y revelarles, de un modo asequible para ellos, ciertas verdades de la existencia. El cuento es también es un buen medio para suavizar el tono emocional de una historia que quizás nos resulta demasiado complicada de explicar. Como es lógico, el cuento sólo se puede utilizar si tenemos costumbre de contar relatos a los menores. En medio de otras historias, un relato familiar, convenientemente adornado, entra con facilidad en la conciencia de los infantes sin que les produzca demasiada extrañeza. A partir de ese momento, es preciso confiar en que la mente inconsciente del niño hará el resto del trabajo, ya que el contenido será accesible a su conciencia poco a poco, a medida que su mente vaya madurando. Si aun así resulta demasiado difícil revelar el secreto, podemos llevar a cabo un acto postrero que consiste en dejarlo escrito en algún documento que sólo será abierto después de nuestro fallecimiento. De este modo, se evita cualquier malestar propio, al tiempo que se ayuda a que el asunto sea conocido por todos. Un ejemplo claro de este uso se observa en la famosa película “Los Puentes de Madison”. En todo caso, sea cual sea el medio que usemos para revelar un secreto, es esencial tener en cuenta que la persona que recibe esa información debe estar preparada para ello. En caso contrario, se hace más daño que bien. Ejercicio Práctico. Descubriendo el secreto familiar oculto (reflexión) Existe un medio muy práctico para descubrir un secreto familiar cuya presencia intuimos pero a cuyo corazón no parece fácil llegar, bien sea porque las personas conocedoras mantienen su hermetismo, bien porque estas personas hayan fallecido y no haya forma de acceder a esa información. Lo importante aquí es reconocer los efectos del secreto, es decir, qué es lo que sucede en el sistema, y a partir de ahí, intentar reconocer cuál puede ser el origen. Es decir, si un hecho “A”, sucedido en una generación concreta, provoca un acontecimiento “B” en una generación posterior, ¿por qué no intentar el camino contrario, desde “B” hacia “A”? En otras palabras, si una causa provoca un efecto, ¿por qué no, conociendo el efecto, intentar averiguar cuál es la causa más probable que lo ha provocado? De este modo, sería posible rellenar los huecos en el árbol genealógico a partir de los hechos que observamos en las generaciones posteriores a ese espacio vacío. Conociendo como conocemos las posibles consecuencias de los diversos conflictos que se dan en el seno de una familia, podemos hacer el camino inverso y estimar el origen más probable del problema. Por ejemplo, supongamos que una persona tiene tendencia a la dualidad sentimental, viviendo relaciones donde parece que siempre aparece algún amante que viene a enturbiar sus vínculos emocionales establecidos ¿acaso no estará repitiendo algún patrón que se ha mantenido en secreto en la generación de sus padres o abuelos? Es decir, la consecuencia nos puede dar una buena pista acerca de la causa probable. Para realizar este ejercicio es importante aprender a confiar no sólo en el conocimiento adquirido hasta ahora, sino que hay que dejar un cierto espacio para la intuición. Si piensas que hay un secreto familiar que puede estar influyendo en un comportamiento o problema que tienes en tu vida, es tiempo de pensar cuál puede ser ese secreto. Ten en cuenta por ejemplo las repeticiones familiares y la posible influencia en lo que está sucediendo en el presente. Si no hay una repetición evidente y conocida ¿acaso puede haber quedado escondida en el secreto? En el caso de que no seas capaz de encontrar un origen posible, tanto a través del análisis racional como desde el punto de vista intuitivo, no te preocupes. Simplemente anota tus impresiones y permite que en los próximos días te puedan llegar las respuestas que necesitas. Ten en cuenta que cuando se descubre la causa de un secreto familiar, algo simplemente hace “clic” en su lugar. Es como situar la pieza final de un rompecabezas, que nos permite ver la imagen completa que hemos ido creando poco a poco. Lo que es verdadero se siente como tal. Además, descubrir o intuir el secreto familiar tiene implicaciones muy importantes en tu vida, ya que desde el momento en que el origen del secreto se hace evidente para ti, todo empieza a fluir y tu vida comienza a cambiar de un modo sorprendente y casi mágico. Por ejemplo, la persona que vivía relaciones duales puede entender que alguno de sus antepasados tuvo un amante y que ella solamente está repitiendo el patrón, oculto por la vergüenza familiar. Darse cuenta de esto ya es sanador, y puede suceder que la situación sentimental se aclare por sí sola y que el problema no se vuelva a repetir en su vida posterior. Por otro lado, no hay que descartar que en el momento en que se revela el secreto, es muy probable que “milagrosamente” aparezcan datos que revelen la verdad y confirmen tus sospechas. De algún modo, el sistema entiende que ahora se puede dar a luz todo lo que estaba oculto. Así que puede que aparezca un documento revelador, o bien que alguna de las personas conocedoras de la verdad se atreva a hablar. Esto ocurre en ocasiones sin que tengas que decir nada, sin que pidas explicaciones. El simple hecho de que indagues en tu interior, de que abras el espacio a la duda, puede movilizar al sistema para que los datos ocultos se hagan visibles. Ahora bien, lo más importante de revelar este secreto no es sólo el beneficio que trae a nuestra vida, sino a la existencia de todo el sistema, incluso aunque decidas no revelarlo a nadie. El sistema encuentra alivio de alguna manera, y esto beneficia especialmente a las nuevas generaciones, que crecerán libres del problema. Solamente por eso, merece la pena desvelar todos los secretos ocultos. Sangre contaminada. La vergüenza generacional En ocasiones, nos encontramos árboles genealógicos que parecen abocados a la extinción. Familias en las que una generación completa decide, consciente o inconscientemente, no reproducirse y acabar con la existencia del clan. Es evidente que este suicidio generacional no se produce de manera inmediata, sino que viene precedida por varias generaciones en las que hay una tasa reproductiva muy baja. En un árbol frondoso es casi imposible que se produzca un hecho así, puesto que siempre habrá ramas activas que se reproducirán. Pero en un árbol esquelético, debilitado durante generaciones, se puede producir ese corte radical que extingue a la familia y borra su rastro del mundo. Ahora bien ¿por qué se produce esta debilidad y esa muerte final? Personalmente, defino a este problema generacional como el “síndrome de la sangre contaminada” y lo defino como la percepción generacional de que existe algo tan negativo en el propio sistema que provoca un sentimiento generalizado de culpa y el deseo de no seguir reproduciéndose. El problema de la sangre contaminada se puede dar tanto por causa de un incesto genealógico, caso que estudiaremos más adelante, como por el hecho de que algún antepasado haya cometido actos terribles, actos que manchan el honor de toda la familia y hace insuperable portar su mismo apellido. No se trata, en principio, de un problema biológico o de salud, aunque esto también puede tener influencia en algunos casos, sino de una cuestión de conciencia del clan. Este movimiento de autodestrucción puede parecer algo extremado o difícil de ver en la realidad, pero es un tema más común de lo que creemos. A veces, este afán no llega a sus extremos más autodestructivos, pero se va trasladando de una generación a la siguiente, sin que termine de exterminar el árbol, pero debilitándolo de un modo muy evidente. En verdad, nadie es culpable de los pecados de sus antepasados, y sólo por una idea errónea de lo que debe ser una mala conciencia, se puede asumir la carga de los antecesores como un baldón propio. Aun así, el síndrome de la sangre contaminada, actúa en muchos sistemas, acelerando su autodestrucción. La solución en estos casos pasa por reclamar la propia inocencia ante las faltas de los antepasados, ya que cada persona que viene al mundo está en principio libre del pecado de sus progenitores. En segundo lugar, es preciso dar voz a aquellos que han sido silenciados, e incluso a los malditos, puesto que ellos forman parte de nuestra historia. Negarles su existencia es, en gran medida, negar al propio árbol y condenarlo a una lenta extinción. Ejercicio Práctico. Dar voz al excluido (dinámica) El objetivo de esta dinámica es que aprendas lo que sienten las personas excluidas del sistema viviéndolo en tu propio cuerpo. Como se trata de un ejercicio seguro, puedes tener la tranquilidad de que no tendrá un efecto negativo sobre ti, sino que más bien al contrario, te ayudará a integrar en tu interior a los individuos que el sistema ha intentado ignorar o dejar de lado. Puedes realizar esta práctica con tantos antepasados como desees, aunque es recomendable que entre una experiencia y la siguiente dejes pasar unos cuantos días. Las fuerzas que se pueden evocar con este ejercicio, aunque sanadoras, son bastante poderosas y deben ser integradas con tiempo y algo de paciencia. En esta dinámica necesitarás, como en todas las que se proponen en este libro, un espacio físico tranquilo, en el que sientas protección y calma, así como algo de tiempo sin molestias externas para poder desarrollar la energía que se va a evocar durante el ejercicio. Para realizar la práctica deberás evitar vestir cualquier prenda de ropa que sea molesta, que te apriete o que te impida moverte con comodidad. Del mismo modo, es recomendable que tengas tus pies descalzos, aunque si tienes frío, puedes cubrirlos con unos calcetines gruesos. Toma al menos dos folios en blanco y escribe en uno de ellos tu nombre de pila, en grande y con letras mayúsculas. En el segundo folio, escribe el nombre de pila de la persona en cuestión, también con letras grandes y mayúsculas. Si lo deseas, puedes anotar debajo del nombre, su grado de parentesco contigo, como por ejemplo: “abuela”, “tío” o “hermana”. Sitúa esos dos folios sobre el suelo, con los nombres boca arriba y frente a frente, de manera que si dos personas se situaran sobre ellos se miraran la una a la otra. La distancia entre los papeles puede ser de uno a dos metros, aproximadamente. Colócate en primer lugar, de pie sobre el papel donde has escrito tu nombre. Desde esa posición, observa al papel que está ubicado frente a ti, con el nombre de tu antepasado. Cuida que tus brazos no estén cruzados y que tus ojos estén bien abiertos. Quédate unos minutos en esa posición y observa las sensaciones de tu cuerpo mientras observas el folio ubicado frente a ti. No hagas ningún juicio sobre las sensaciones que llegan a tu conciencia. Si quieres llorar o reír, hazlo. Si quieres enfadarte o simplemente no sientes nada, también es correcto. Cuando sientas que es el momento adecuado, haz una breve inclinación hacia el espacio donde está ese folio ubicado frente a ti. Esta genuflexión se asemeja al saludo protocolario que se hace en Oriente y que se basa en una leve inclinación del tronco a nivel de la cintura. Pon las palmas de tus manos sobre tus rodillas e inclina la cabeza, así sentirás que la posición es más cómoda. Pasado un minuto o dos, vuelve a situar tu columna en posición erguida. A continuación, sitúate de pie sobre el otro papel, el que representa a la persona excluida del sistema. Permanece unos instantes en calma, respirando con tranquilidad y cuidando que tus brazos no se crucen y tus ojos estén bien abiertos. Presta atención a tus sensaciones corporales sin realizar ningún juicio sobre ellas. ¿Cómo te sientes? Observa tu cuerpo desde los pies hasta la cabeza, deteniéndote en cada parte del organismo: las piernas, la zona abdominal, el pecho, los brazos y la cabeza. ¿Dónde sientes molestias, ansiedad, picor, dolor, frío o calor intenso? No te preocupes por esas sensaciones y simplemente obsérvalas. A continuación intenta “sentir” qué tiene que decir esa persona. Puedes dejar que la expresión surja desde las sensaciones corporales, o bien puedes intentar expresar lo que sientes que está en el corazón de ese individuo. Deja que las palabras afloren a tu mente. Te darás cuenta de cómo, simplemente con colocarte en su posición, te conectas con esa persona de un modo que parece mágico. Pronuncia en voz alta las palabras que surjan, y si no surge ninguna, simplemente acepta las sensaciones que tienes en tu cuerpo. Tu organismo es sabio y hará por sí solo el trabajo de sanación. Cuando hayan pasado unos minutos en esta posición, abandónala. Vuelve a situarte sobre el papel que lleva tu nombre e inclinándote ante la posición del antepasado que acabas de asumir. Dale las gracias en tu corazón o de viva voz. Si lo que ha surgido en la sesión es muy doloroso, te recomiendo que añadas la siguiente expresión: “lo siento”, aun cuando tú no seas responsable del dolor de ese antepasado. Como esta práctica puede provocar algunas emociones intensas, te recomiendo que descanses un poco antes de volver a tus actividades habituales. Si es posible, vete a dar un paseo para integrar lo que has experimentado, o también puedes darte una ducha de larga duración. Eso te aliviará. No olvides anotar todo lo vivido por si deseas reflexionar sobre ello más adelante. Para conocer un caso extremo de este síndrome y hasta dónde puede llegar el deseo de autodestrucción de personas que no tienen culpa alguna de los males perpetrados por sus antepasados, deberíamos observar el destino de un apellido maldito, el apellido Hitler. Ejemplo. La familia Hitler Adolf Hitler, pese a haberse convertido en líder de la Alemania nazi, tiene sus orígenes en una familia de origen austriaco. Su padre, Alois, era un orgulloso funcionario de aduanas que contrajo matrimonio en tres ocasiones, siendo Adolf, uno de los hijos habidos en su tercer matrimonio. Alois Hitler, el padre de Adolf, era hijo de una madre soltera, Maria Anna, y fue bautizado con el apellido de su madre, Schicklgruber, e inscrito como ilegítimo. A los cinco años, su madre fue a vivir con el viudo Johan Georg Hiedler, del cual tomó el apellido, modificándolo en Hitler. Se da por sentado que Johan era su padre biológico, y que su madre le inscribió como ilegítimo en un momento en el que el padre no podía hacerse cargo de él, puesto que estaba casado con otra mujer. Como se ha comentado, Alois contrajo matrimonio en tres ocasiones. Su primera unión, con Anna Glasl-Hörer, una mujer mucho mayor que él y de elevada posición económica, no tuvo descendencia. Estando Anna, enferma, Alois, que contaba 43 años de edad, comenzó una relación extramarital con Franziska Matzelsberger, de 19. Al mismo tiempo, Alois contrató como sirvienta a una pariente lejana suya, Klara Polzl, que era nieta de su tío Johann Nepomuk. Dado que Anna sospechó de la relación entre ambos, Klara fue expulsada del hogar de los Hitler. En definitiva, Alois mantuvo relaciones simultáneas con al menos tres mujeres, las cuales acabarían siendo sus esposas con el transcurso del tiempo. En 1882, Alois tuvo un hijo ilegítimo con su amante Franziska, que recibió también el nombre de Alois, pero que fue bautizado con el apellido materno. Vemos aquí una repetición de su propia concepción, puesto que a la muerte de su primera esposa, Alois se casó con Franziska y otorgó a su hijo su apellido. Como podemos observar, existe un paralelismo evidente entre esta situación y la vivida por el propio Alois, quien nació de la relación entre un hombre casado y una mujer joven y soltera, fue inscrito como ilegítimo y luego “adoptado” por su padre biológico, una vez fallecida la primera esposa. Según todos los testimonios, Alois Hitler era un hombre de mal temperamento, duro y propenso a la violencia. Su nueva esposa, Franziska, dio a luz a una nueva hija, Angela, y contrajo una enfermedad pulmonar. Como consecuencia, Alois dispuso que fuera enviada a otro hogar, mientras Klara volvía para cuidar a la enferma y a los hijos de Franziska. Tras la muerte de Franziska, con apenas 23 años, Klara, que ya estaba embarazada fruto de su relación con Alois, se convirtió en la tercera esposa del funcionario. Un detalle interesante es que, incluso después de casarse, Klara continuó llamando “tío” a su marido. Alois y Klara tuvieron seis hijos: Gustav, Ida, Otto, Adolf, Edmund y Paula. Sólo Adolf y Paula llegaron a la edad adulta, puesto que los demás niños murieron de diversas enfermedades. Adolf Hitler siempre estuvo muy unido a su madre, Klara, y la muerte de ella, cuando él contaba con 22 años de edad, le provocó una herida de la que nunca se recuperó. En cambio, la relación entre Adolf y su padre Alois fue siempre muy tensa, puesto que el progenitor esperaba de él que siguiera su carrera en la administración pública, mientras que Adolf se sentía atraído por el arte. La relación entre Alois y su hijo mayor también fue muy tensa, y tras una agria discusión, Alois Jr. abandonó el hogar familiar a los 14 años de edad y huyó a Irlanda. Allí sobrevivió a base de pequeños robos y acabó casándose con una ciudadana irlandesa. Tuvo con ella un hijo, llamado William Patrick. Alois Jr. retornó luego a Alemania, donde se casó con una ciudadana alemana y tuvo un hijo, Heinrich. Fue procesado por bigamia, puesto que su primer matrimonio seguía vigente, aunque fue absuelto gracias a la intervención de su esposa irlandesa. Un nuevo paralelismo con la historia paterna, en la que se dan diversas relaciones extramaritales. Por su parte, Angela Hitler, medio-hermana de Adolf, se casó con Leo Raubal y tuvieron tres hijos: Leo, Angela (Geli) y Elfriede. La tercera hermana viva de Adolf, Paula, no se casó ni tuvo descendencia. Cuando Adolf Hitler comenzó a ser una figura de cierta relevancia en la política alemana, decidió que su medio-hermana Angela se convirtiera en su ama de llaves. Esto hizo que Adolf se fijara en su sobrina Geli, que por entonces contaba 17 años de edad. Desde ese momento, se estableció una profunda relación entre ambos sobre la que ha habido mucha especulación. Se ignora si la relación Adolf y Geli era sentimental o incluso sexual, pero lo que sí se conoce con claridad es que él ejerció sobre su sobrina un férreo control, que impedía a la joven llevar una vida normal. Adolf ordenó que Geli no saliera del domicilio que compartían en Múnich sin que alguien la acompañara. Ella por su parte, acompañaba a Adolf a todos los actos públicos, comportándose como su pareja de facto ante los ojos de todos. Aun así, el celoso Adolf hizo todo lo posible para apartar a cualquier posible rival masculino y llevó a Geli a una situación desesperada. En los años en que su carrera política comenzaba a despegar, Adolf Hitler conoció a Eva Braun, una joven de 17 años, con la que comenzó una relación, aunque sin dejar libre a Geli. Como consecuencia, su sobrina se suicidó con un arma propiedad de Adolf en 1931. Este hecho provocó en él una profunda conmoción, que le llevó a recordar a la fallecida, dotándola de un aura de santidad. Adolf hizo colgar un retrato de Geli en su despacho y la consideró siempre como su único amor aun cuando había hecho todo lo posible para arruinar su vida. No podemos olvidar que Geli Raubal era sobrina de Adolf Hitler, del mismo modo que Klara, la madre de Adolf, era sobrina de su padre Alois. Un nuevo paralelismo incestuoso que dota a toda la historia familiar de un toque aún más siniestro. En todo caso, la relación entre Adolf y Eva Braun se consolidó después de la muerte de Geli, y especialmente después de un intento de suicidio de Eva, en 1932, y de una segunda intentona en 1935, ambas con la intención de reclamar la atención de su amante. A partir de ese momento, ambos estuvieron unidos hasta la muerte, acaecida por suicidio en el búnker de Berlín en 1945. Con respecto al hermano mayor de Hitler, Alois Jr., debemos recordar que éste dejó a una mujer y un hijo en Irlanda. William Patrick, sobrino de Adolf Hitler, luchó contra su tío en la Segunda Guerra Mundial y después de emigrar a Estados Unidos, se cambió el apellido y tuvo a su vez cuatro hijos varones. Según todos los testimonios, esos parientes de Adolf Hitler renunciaron a tener descendencia, pese a que cambiaron su apellido para evitar atraer la atención de la prensa norteamericana sobre ellos. También el segundo hijo de Alois Jr., habido con su esposa alemana falleció sin tener descendencia, por lo que la familia se puede considerar prácticamente extinguida. Figura 9. Genograma de la familia Hitler Figura 10. Descendientes de Alois Hitler Jr. En el lugar de los padres. La parentificación El concepto de parentificación es una de las ideas más interesantes que se ha desarrollado en el campo transgeneracional. Originalmente, aparece en el trabajo de uno de los precursores de la psicogenealogía, Ivan Boszormenyi-Nagi. Podemos entender la parentificación como una inversión en el orden familiar, en el que los hijos toman el papel de sus padres, quedando estos como hijos de los primeros. Evidentemente, esto es algo que sale fuera del orden natural en las relaciones, puesto que son los padres los que deben ocuparse de los hijos y no a la inversa. Este tipo de relaciones crean un “hijo salvador”, que parece destinado a resolver conflictos que exceden, con mucho, a sus capacidades. Para entender de un modo profundo lo que significa el proceso de parentificación, es preciso entender el orden profundo que se da en las relaciones entre las diferentes generaciones. Convertirse en padre o madre es un gran sacrificio, en el cual una persona deja de lado una parte de su bienestar para dedicarse a la crianza de un nuevo ser. Dado que los hijos reciben una gran cantidad de cuidados en su infancia y también mucha ayuda en su época juvenil y aun en la edad adulta, éstos quedan en deuda con sus padres. Pero siendo todo esto cierto, no hay que dejar de lado que la mayor deuda que un hijo adquiere con sus padres es el hecho de vivir. Los padres regalan a su descendencia el tesoro más grande que se puede disfrutar: la vida. Como sucede en todas las relaciones humanas, el equilibrio es un estado ideal al que todos aspiramos. Pero, ¿qué equilibrio se puede alcanzar con una persona que te ha dado la vida, que te ha cuidado en tu infancia y que te ha ayudado aún después? Es evidente que por mucho que el descendiente haga por sus progenitores, nunca podrá devolver lo que se la ha dado. Nunca podrá entregar a sus padres nada que se asemeje al regalo de la vida. Realmente, a nivel transgeneracional sí que hay una forma de devolver la vida que se ha recibido de los padres. Esta forma de devolución no es hacia el nivel anterior, hacia los progenitores, sino hacia la propia descendencia. Así, teniendo hijos, una persona toma el don de la vida que ha recibido y lo transmite a una generación posterior. De este modo la energía de la vida fluye como un río hacia el futuro, representado por los hijos, y no hacia el pasado, que es el dominio de los padres. Otra forma de devolver el regalo de la vida, para aquellas personas que libremente desean no tener descendencia, o que no pueden tenerla, consiste en vivir la propia vida con la mayor plenitud posible. Para decirlo con las palabras que usamos en la terapia transgeneracional: “haciendo algo bueno con la vida que hemos recibido”. Ahora bien, dicho todo lo anterior, no existe razón para no ocuparse de los propios padres cuando estos se hacen mayores, ni para evitar tener hacia ellos gestos de amor y de generosidad. Cuidar de los padres, ayudarles, es positivo. Simplemente, se trata de entender que la fuerza de la vida viaja siempre hacia el futuro, y que es en la vida que está por delante, es decir, en la propia existencia y en la de los hijos, donde hay que volcar nuestra mayor cantidad de energía. El problema de la parentificación Ahora que hemos entendido cuál es el orden normal en las relaciones entre diferentes generaciones, tenemos que entender por qué en algunos casos, ese orden se invierte. Existen padres que esperan que sus hijos ocupen el lugar o la responsabilidad que a ellos les compete, incluso desde una edad muy temprana. Esto ocurre especialmente cuando los padres tienen una enfermedad crónica, sea física o mental, una discapacidad o una grave adicción. En estos casos, los hijos sienten la responsabilidad de ponerse en el lugar de uno o de ambos progenitores, como si de algún modo desearan “salvarles” del mal que les aqueja. Este cambio de papeles se hace siempre por amor, ya que como hemos visto, todos percibimos a nuestro sistema familiar como la primera y esencial fuente de cariño. Así, si papá es alcohólico, o si mamá tiene una grave depresión, siempre habrá un hijo que tome sobre sí la responsabilidad del bienestar de la familia. Esto es la parentificación. En muchos sistemas familiares se observa cómo uno de los vástagos, especialmente una mujer soltera, se hace cargo de los padres que tienen una avanza edad, empeñando en ello grandes sacrificios personales. Cuando no hay una mujer soltera que pueda ejercer ese papel, éste puede ser realizado por una casada o por un hombre. De hecho, en ciertos sistemas era costumbre que la pareja designara explícitamente a una hija, usualmente la menor, para cumplir esta tarea. Cuidar de los padres no es de ninguna manera algo por lo que una persona deba sentirse mal, ni es un acto que en sí mismo sea negativo. Tampoco revela por sí solo una parentificación. Solamente cuando la persona renuncia a su vida y a su felicidad para hacerse cargo de sus progenitores, cuando rechaza la vida de pareja, o cuando este cuidado se realiza a base de un terrible sacrificio personal, es cuando podemos sospechar la presencia de este patrón de comportamiento. Cuando se da una parentificación, ésta siempre se vive como una carga excesiva, muy difícil de sobrellevar, y que conduce a la persona a sufrir episodios de ansiedad, angustia o incluso a la depresión. Estos síntomas se suelen dar en casi todos los casos, y pueden ser una pista útil para entender cuándo se está dando un proceso de este tipo. En todo caso, es importante entender que, dondequiera que exista un hijo parentificado, hay un padre o una madre débiles, enfermos o adictos. De este modo, hay que reconocer que el mal no está en el hijo, que sólo está intentando resolver un problema que le viene dado. En muchos casos, tampoco es un problema que pueda ser achacado por entero al progenitor, ya que si analizamos las causas de su debilidad, casi siempre veremos que ellos también han sido víctimas de alguna carencia previa. Así, como sucede casi siempre en el análisis transgeneracional, no hay inocentes ni culpables, sino personas que sufren y que sin querer, hacen sufrir a otros. Ejercicio Práctico. La parentificación (dinámica) Cuando los hijos se vuelven padres, suelen hacerlo desde una edad muy temprana y es importante que, a la hora de analizar tu genograma, prestes especial atención a estos casos. Anótalos en tu cuaderno como tales y analiza en qué medida se repiten entre diferentes generaciones. Por supuesto, si tú eres una persona parentificada te habrás identificado claramente con el patrón de comportamiento que se ha descrito en el capítulo anterior. Si este es tu caso, te recomiendo que realices el ejercicio práctico que se explica a continuación. Busca algo que simbolice a tu padre o madre, dependiendo de la persona con la que sientas que exista la parentificación; o con ambos, si es el caso. Puede ser una fotografía de cierto tamaño o un objeto que te recuerde a ellos. Si no dispones de nada, bastará con que escribas su nombre en un papel. Ubica ese símbolo o el papel sobre una silla, de tal manera que puedas verlo si te sitúas de pie frente a ella a una distancia de un metro. Sitúate de pie, con los pies descalzos o cubiertos por calcetines gruesos, y dejando los brazos sueltos a ambos lados del cuerpo, así como los ojos abiertos. Una vez te hayas situado frente a la imagen paterna o materna, es importante que hagas el siguiente movimiento, que se corresponde con un movimiento del Yoga conocido como la “postura del niño” o balasana, en sánscrito. Ponte de rodillas sobre el suelo y deja que la cara inferior de los muslos descanse sobre los músculos gemelos de las piernas. Al mismo tiempo, permite que tu abdomen y tu pecho descansen también sobre la parte superior de tus muslos. Deja los brazos descansando en el suelo, extendidos hacia atrás. Si es posible, permite que tu frente toque el suelo. Si no puedes, intenta al menos que tu cabeza esté inclinada con respecto al tronco. Se trata de una postura donde prácticamente todo tu cuerpo está aplastado contra el piso. Si te permites descansar unos minutos en esta posición, cerrando los ojos, percibirás cómo el peso de tu organismo te hace estar en pleno contacto con la tierra, produciendo un estado de bienestar y relajación muy agradable. Si tu cuerpo no es muy flexible, realiza la postura lo mejor que puedas, ya que lo importante es la intención. Y si tienes serios problemas físicos, cambia esta postura por una inclinación de tronco o de cabeza. En todo caso, si realizas la postura del niño, abandona la posición en cualquier momento si sientes dolor en alguna parte de tu organismo. Cuando lo desees, incorpórate lentamente, con cuidado para no sufrir ningún mareo y para que ninguna parte de tu cuerpo te provoque dolor. Hazlo con los ojos abiertos y con tranquilidad. Una vez estés de pie, mira a la silla que representa a tu progenitor y di en voz alta y clara: “Ese es tu lugar (señalando a la silla) y éste es el mío (señalando al suelo bajo tus pies). Tú eres el padre (o la madre) y yo soy el hijo (o la hija). Esto es lo correcto.” Observa tu cuerpo y toma nota mental de tus sensaciones. Como sucede en todos los ejercicios de este tipo, no hagas ningún juicio sobre lo que sientes. Tu cuerpo se reajustará por sí mismo y no necesita ninguna interferencia de la mente para comprender lo que acabas de sanar en tu alma. El efecto de este ejercicio es muy poderoso, y tiene efectos benéficos para todas las personas, incluso para aquellos que no sientan estar parentificados. No serás más que tus padres. La neurosis de clase El término “neurosis de clase” fue introducido en el pensamiento psicogenealógico por Vincent de Gaulejac. Este investigador, que procede del campo de la sociología, estima que en cada persona existe un deseo de mejora socioeconómica que es natural y que nos impulsa a intentar tener una vida mejor que la de nuestros padres. La denominada “neurosis de clase”, se da cuando un hijo está en disposición de alcanzar una posición más elevada que su progenitor, sea en el plano social, económico o académico, e inconscientemente se sabotea para no lograrlo. Las formas de autosabotaje son múltiples, como puede ser una enfermedad repentina en el día del examen definitivo, malas decisiones que impiden prosperar el negocio emprendido, o desarrollar una ludopatía para gastar todo el dinero y llevar al individuo a la bancarrota, por citar algunos ejemplos comunes. Este tipo de comportamientos son típicos de aquellos sistemas en los que existe una doble demanda hacia los hijos. Por una parte, ellos reciben de sus padres el mandato que dice: “debes llegar más lejos que yo”. Pero por otra, y a veces de un modo sutil, junto con este deseo expresado en voz alta, hay un mandato inconsciente que dice que “no puedes ser mejor que tus padres”. Este conflicto crea en la persona una disyuntiva interna que no tiene solución. Haga lo que haga, estará traicionando a su familia. Si triunfa, dejará a sus padres por debajo, y si fracasa, renegará del mandato que le ordena que tiene que prosperar. Como se ha indicado, la neurosis de clase se da en los terrenos académico, social, laboral y/o económico, y puede manifestarse de diversas maneras. Por regla general, lo que se observa en todos los casos es un autosabotaje, más o menos evidente, en el que la persona hace algo que le perjudica gravemente y que en muchos casos se enmascara bajo un hecho accidental o una enfermedad que surge aparentemente de la nada. Un caso conocido por mí es el de un hombre cuyo padre era un reputado médico. A la hora de acceder a un examen oral que le permitiría acceder al mismo nivel laboral que su progenitor (en este caso, ni siquiera se trataba de superarle), sufrió un problema de dicción que le impidió tomar la palabra ante el tribunal. Posteriormente se sintió incapaz de repetir el examen y se conformó con una posición inferior en la carrera médica. El autosabotaje toma formas muy diversas. Por ejemplo, hay personas que luchan con fuerza para obtener lo que desean, y cuando lo logran, son golpeados con un grave acontecimiento personal o familiar. Así, un hombre puede triunfar en su negocio después de una dura lucha de años y encontrarse a continuación con que su esposa le solicita el divorcio porque se ha sentido abandonada durante todo ese tiempo. En otros casos, el autosabotaje no se manifiesta a través de un problema que impide alcanzar el éxito, o de un golpe trágico que se da después de haberlo logrado, sino que tiene su origen en el propio inicio de la carrera ascendente de la persona. No son pocos los individuos que se ponen un listón demasiado alto, intentando alcanzar objetivos que en ningún caso estaban a su alcance. De este modo, el fracaso está siempre asegurado. Algunas conductas que llevan el ansia de perfección a sus extremos más altos, pueden estar relacionadas con este tipo de autosabotaje. Si una persona aspira no sólo a completar sus estudios, sino que desea alcanzar la mejor nota de su promoción y no tiene capacidad real para ello, o está rodeada de individuos mucho más brillantes que ella, está creando las bases de una decepción que puede estar originada por una “neurosis de clase”. Evidentemente, la neurosis de clase no afecta a todas las personas que intentan superar a sus progenitores. De hecho, suelen ser casos minoritarios, ya que en la mayor parte de las ocasiones, el deseo de los padres de que el hijo les supere es tan poderoso que permite a éste dejar atrás cualquier temor y avanzar en su carrera profesional. Ahora bien, cuando se da este conflicto, suele ser bastante difícil de reconocer, y por tanto, de resolver de un modo satisfactorio. Esto se debe a que la persona normalmente no actúa de manera consciente en contra de sus propios intereses, sino que todo parece confabularse en su contra de un modo sorprendente y fuera de la lógica habitual. Sólo cuando el individuo reflexiona sobre los acontecimientos que le han impedido mejorar su fortuna, es cuando reconoce que en el fondo “no lo deseaba” o que tenía un extraño temor a lo que sucedería si conseguía sus objetivos. Esto se resume en esa creencia que tienen muchas personas de que: “no se puede triunfar en todo” o “junto a lo bueno siempre viene una desgracia”. Como en cualquier dicotomía, la solución al conflicto nunca está en el mismo nivel en el que dicho conflicto es formulado, sino en un nivel superior. Intentar contentar a las dos voces que hablan en nuestro interior y que dicen “ten éxito y fracasa”, es imposible. Hay que elevarse hacia una visión más amplia del propio ser, de la propia valía, conjugando lo positivo que hemos recibido de nuestros progenitores con nuestro deseo de alcanzar un éxito razonable y que tenga un buen encaje en nuestra vida. En el siguiente ejercicio trataremos el tema de la neurosis de clase. Si sientes que este es un tema que resuena en tu interior, te recomiendo que lo estudies a fondo y lo lleves a cabo. Se trata de una poderosa práctica que te permitirá trabajar con los temores que están asociados a este importante problema generacional. Ejercicio Práctico. Tratando la neurosis de clase (dinámica) Puedes realizar este ejercicio con uno de tus padres, dependiendo de por qué lado de tu árbol venga la dificultad. En caso de que no tengas claro con cuál de tus progenitores debes sanar la neurosis, puedes hacerlo con ambos. En todo caso, será un ejercicio muy beneficioso y que producirá cambios muy importantes en la forma en que enfrentas la vida a partir de este momento. El ejercicio consiste en decir una serie de frases sencillas. Precisamente, por su aparente sencillez, es un ejercicio engañoso, ya que al leerlo te puede parecer trivial, pero a la hora de realizarlo quizás te des cuenta de que es un poco más complicado de lo que parece. Precisamente, si sientes que surge en tu interior una cierta resistencia ante el ejercicio, es una señal clara de que debes realizarlo, ya que se vuelve tanto más difícil cuanto más hayas interiorizado la neurosis. Para realizar el ejercicio debes disponer, como en todas las dinámicas de un lugar tranquilo y de un espacio de tiempo en el que no recibas ninguna visita ni molestia. Desconecta el teléfono y cualquier aparato y evita llevar ropa que no sea cómoda. Descálzate y si lo deseas, cubre tus pies con calcetines gruesos. Toma un elemento que va a simbolizar a tu progenitor, que bien puede ser un cojín, un papel con su nombre o incluso un muñeco de peluche. Cualquier objeto vale, siempre que sientas que puede ser útil para hacer esta representación. Mirando al objeto, puedes decir en voz alta: “eres mi padre (o bien mi madre, o ambos)”. Sitúate frente al objeto o el papel de pie, con los ojos abiertos y los brazos descansando a ambos lados del cuerpo. Tómate unos instantes para sentir tu cuerpo, sin dar mayor importancia a cualquier sensación que pueda surgir. Simplemente deja que transcurran unos minutos antes de pronunciar las frases que te propongo a continuación. Las palabras que debes decir a tu progenitor o progenitores, despacio y reflexionando sobre el significado de cada oración, son las siguientes: “Papá (o mamá), te doy las gracias por la vida que he recibido de ti. Es un regalo maravilloso y como tal lo acepto. A partir de este momento voy a ser plenamente feliz, y voy a tener éxito en lo que emprenda. Y cada vez que esté disfrutando de un momento de felicidad y éxito, me acordaré de ti y disfrutaré en tu honor.” Si tu padre o madre ya ha fallecido, puedes añadir lo siguiente: “Disfrutaré de la vida mientras dure, y un día me iré”. Observa tu estado emocional al decir estas frases. Si sientes tristeza, alegría, enfado, incredulidad o convencimiento, simplemente deja que esa emoción pase a través de ti y se disuelva. Si surgen las lágrimas, permite que caigan y luego, sécate los ojos. Si observas una fuerte resistencia a la hora de decir estas frases, sea por resentimiento o porque algo en tu interior impide que las palabras salgan de tu boca, te propongo que hagas lo siguiente. En la misma posición en que te encuentras, debes inclinarte a la altura de la cintura, haciendo una leve genuflexión ante la figura o el papel que representa a tu progenitor. No olvides hacerlo agachando también la cabeza y haciendo descansar las palmas de las manos sobre las rodillas, como ya has hecho en otros ejercicios. Intenta estar en esa situación un par de minutos y luego vuelve con cuidado a la posición erguida. A continuación, intenta decir las frases. Notarás que te resulta mucho más fácil. En caso de que aun así no pudieras decir las frases que se indicaron anteriormente, no te sientas mal contigo. Deja el ejercicio y vuelve a realizarlo en una semana, o como máximo en dos semanas. En ese momento lo lograrás con seguridad, pero no lo retrases más de dos semanas. A veces el cuerpo necesita algo de tiempo para acomodarse a un sentimiento nuevo, y hay que concedérselo. Como es lógico, una vez hayas realizado el ejercicio, intenta cumplir tu palabra cada vez que tengas un éxito, por pequeño que sea. Por ejemplo, cuando brindes tras un logro conseguido, ten un pensamiento hacia tu progenitor y di para tu interior: “esto también es por ti”. Cuando estés disfrutando de lo que has obtenido con tu dinero, por ejemplo en un viaje de placer, piensa en tu progenitor y di: “esto lo disfruto gracias a ti”. Estos pensamientos traen prosperidad y por encima de todo, te ayudan a disfrutar aún más de la vida. Cuando duele el padre. Síntomas de un padre débil Cuando hablamos de la relación entre padres e hijos, y desde una perspectiva psicogenealógica, es importante entender que para que una persona realmente esté sana y con plena energía, necesita tener tras de sí la energía de un padre y una madre fuertes. El hecho de que los padres estén vivos o hayan fallecido no es relevante en este sentido, puesto que con lo que tratamos aquí es con la energía recibida de los progenitores, que de algún modo, sigue presente en nuestro interior más allá de las circunstancias actuales. Incluso, aunque la relación con los padres no hubiera sido la mejor, aun puede venir algo bueno de ellos si su energía es poderosa y sana. La presencia de un padre lleno de energía es algo que se nota fácilmente al examinar la vida presente de cualquier persona. Si el individuo tiene fuerza para sacar adelante sus proyectos, si tiene una buena conexión con la realidad circundante, especialmente con el mundo material, y si se está en armonía con la energía masculina, independientemente de cuál sea su sexo, es bastante probable que su conexión con la esencia paterna sea bastante sana, y que el propio padre sea o haya sido un individuo bien enraizado en la vida. Hay que dejar claro, por si hubiera alguna duda, que un padre lleno de energía no es un progenitor severo, rígido, exigente o incluso machista. En absoluto, un padre fuerte es aquel que se sostiene por sí mismo en la vida y sabe dar a sus hijos la capacidad de salir adelante en medio de las dificultades, reforzando su energía personal y su autoestima. Ahora bien, cuando la energía del padre es débil, notaremos una serie de síntomas que nos pueden hacer sospechar que es preciso actualizar nuestro contacto con la energía que nos socializa y nos mantiene enraizados en la materia. El padre es energía masculina, capacidad de dar un paso adelante, valor y superación de las dificultades, aquello que nos da el impulso necesario para tener éxito en la vida. No hace falta señalar que estas características se pueden manifestar por igual en hombres o en mujeres. Simplemente indicamos que, en el sistema familiar, es el padre quien las transmite con más facilidad y es de él de quien debemos recibirlas. Si el padre no ha sido capaz de transferir esa energía a su descendencia, es fácil notarlo por la escasa capacidad de iniciativa de éstos. Un padre débil crea hijos con poca fuerza, que vegetan por la vida sin atreverse a iniciar nada y con un escaso arraigo en el mundo físico. El creador del método de Constelaciones Familiares, Bert Hellinger, suele comentar que el hijo que ha sufrido la carencia de una figura paterna fuerte, tiende a refugiarse en la religión como un medio para compensar esa pérdida. Esto tiene una explicación genealógica y sociológica. En nuestra cultura, cuyo origen es cristiano sea cual sea nuestra creencia, la figura del padre se asocia de manera inconsciente con la divinidad. A dios se le considera el “padre” creador de la humanidad, y por más que una persona esté o no de acuerdo con esta idea, en su mente inconsciente este pensamiento inculcado por la sociedad durante siglos, tiene una fuerza muy poderosa. De este modo, la ausencia o la debilidad de un padre terrenal, conduce a algunos hombres hacia la búsqueda de un padre “superior” en el cielo. A este padre celestial no cabe achacarle ninguna falta ni flaqueza, puesto que es el Creador de todo lo que existe. Así, algunos hombres que se crían en hogares donde el padre es débil y la madre debe hacerse fuerte (y especialmente cuando el padre es alcohólico), rechazan al padre terreno por el padre divino, buscando consuelo en la religión o en cierta espiritualidad etérea. Esta tendencia se observa también en algunas mujeres que sufren la carencia paterna, que se vuelcan hacia la religión o bien hacia una espiritualidad vaporosa, sin base alguna en el mundo terrenal. En algunos casos, la elección de Dios se antepone a la elección de una mujer. Así el hombre evita relacionarse con el sexo opuesto, o huye en cuanto una relación empieza a derivar hacia un acercamiento más íntimo. En estos casos, la mujer que tiene relación con este hombre se siente profunda y dolorosamente rechazada, puesto que ni siquiera es tenida en cuenta como sujeto de deseo, y es sustituida por algo con lo que es imposible competir, que es la vivencia directa de la divinidad. No quiero decir con esto que seguir una búsqueda de carácter espiritual sea de por sí algo negativo, sino que en algunas ocasiones, las personas buscan en lo espiritual una forma de huir de los conflictos del mundo. En estos casos, el individuo desea elevarse por encima de los problemas sin realmente hacerles frente. Este tipo de espiritualidad tiene poca base, y se derrumba con facilidad cuando las circunstancias que rodean a la persona se vuelven más difíciles. Cualquier forma de vida espiritual requiere tener un firme asiento en el mundo material. Un padre puede presentar debilidad por muchas causas. Entre las más usuales, se pueden citar las siguientes: Es un hombre enfermo, probablemente por tener también detrás de sí a otro padre débil. Está afectado por algún tipo de adicción, en especial por el alcoholismo. La presencia de un padre débil en la familia parece estar relacionada, en muchos casos, con la adicción al alcohol de algún descendiente. Actúa más como un hijo de su esposa que como un compañero en plenitud de derechos. Este tipo de hombres suelen atraer a mujeres fuertes o bien maternales, que cubren sus carencias afectivas. En estos casos, el problema del padre no es con su propio padre, sino más directamente con su madre. Es un hombre afectado por algún acontecimiento social especialmente grave, como una guerra o una catástrofe. Aquellos hombres que han de ir a la guerra, especialmente si lo hacen por obligación, suelen regresar de ella muy dañados por las atrocidades presenciadas o cometidas. Ha padecido algún accidente o discapacidad que trunca sus expectativas vitales. Si sientes que algo de todo esto resuena con tu experiencia personal, puedes observar la debilidad paterna en tu árbol y rastrear sus orígenes. Ten en cuenta que detrás de un padre débil siempre hay, o bien un progenitor debilitado, o bien un acontecimiento vital grave. No es cuestión por tanto de culpabilizar al padre, sino de entender las causas de su debilidad. Cuando la madre sufre. Síntomas de una madre herida Del mismo modo que un padre débil tiene una enorme influencia en la vida de cualquier persona, limitando su capacidad de salir adelante en el mundo material y creando conflicto en sus relaciones con los hombres, una madre herida puede tener un efecto muy poderoso en nuestra existencia. Las heridas maternas se relacionan en gran medida con nuestra capacidad de amar, de confiar y de permitir que otras personas se aproximen a nosotros. El principio femenino se manifiesta en todo aquello que es receptivo, que no es lo mismo que pasivo, como algunos han entendido de un modo erróneo. La receptividad de la tierra, por ejemplo, le permite acoger a la semilla y darle el entorno adecuado para que ésta pueda germinar y dar lugar a un árbol frondoso. Del mismo modo, la receptividad de la mujer representa una energía poderosa, capaz de dar vida, de inspirar y de crear, y no es ningún modo una fuerza pasiva. Ahora bien, cuando por ejemplo el principio receptivo es violentado, cuando no se permite que las puertas del corazón femenino se abran al ritmo adecuado, sino que se fuerzan, se produce una herida que tiene consecuencias generacionales muy poderosas. En muchos casos, una madre está herida por lo que ella ha sentido como una deslealtad por parte de su pareja masculina. Esos sucesos, que vienen causados por una infidelidad, por una falta de respeto, por abusos o bien por falta de amor, tienen su impacto en la mujer y causan en ella un sufrimiento considerable. También puede existir un daño cuando una mujer no se siente tratada con la suficiente devoción e interés por parte del hombre que ama. Por supuesto, la mujer puede ser herida por las mismas causas que un hombre puede ser dañado. Bien sea por una enfermedad, por un accidente, o por ser víctima de la violencia o de un conflicto o catástrofe. También cuando su pareja masculina ha sido víctima de alguno de esos problemas y le deja a ella con toda la responsabilidad de sacar adelante a la familia. No todas las mujeres comprenden que un hombre herido tiene también un proceso doloroso que superar, y se sienten heridas por la debilidad de él. Esto es común en las generaciones que han de vivir las consecuencias de una guerra o un conflicto grave, en las que el hombre muchas veces se ve forzado a tomar las armas, mientras la mujer se queda al cuidado de la familia con graves sufrimientos y una sensación comprensible de temor y soledad. Si el hombre regresa sano y salvo debe soportar el reproche de ella por el abandono sufrido, y aun si muere, es condenado por haber dejado huérfana a la familia. Este dolor silencioso de la mujer se hereda generacionalmente, como he podido comprobar en algunas mujeres que viven actualmente y cuyas abuelas sufrieron el abandono por parte de sus maridos en la Guerra Civil Española (1936-1939). Estas mujeres sienten una sorda antipatía hacia lo masculino, o ven a los hombres como seres incompetentes y poco inteligentes, sin conocer realmente la causa de esos sentimientos, que vienen heredados del dolor de sus abuelas. No hay que olvidar tampoco el grave daño que el machismo ha causado a las mujeres en el pasado y aun en la actualidad. El desprecio con el que muchos hombres han tratado a la mujer, el abuso del cuerpo femenino por parte de algunos, la misoginia o la falta de oportunidades, tienen un impacto muy grande en el alma femenina, y están presentes en la herida esencial que muchas mujeres portan actualmente. Existe un caso particular de herida maternal, que se relaciona con la muerte de una mujer en el momento del parto. Este golpe energético puede darse en nuestro propio nacimiento o en un nivel anterior del árbol genealógico. En todo caso, representa un dolor generacional muy fuerte, que repercute en diversas personas a lo largo de los años y de manera particular entre los hombres. Ese caso concreto, por su enorme importancia, se analizará en un capítulo posterior. Ejercicio Práctico. Traer de vuelta al progenitor ausente (dinámica) Hay dos maneras de realizar este ejercicio, entre las cuales puedes elegir aquella que mejor se adapte a tus circunstancias. Puedes, si lo deseas, contar con una persona de tu máxima confianza. O bien puedes usar un objeto apropiado, como un muñeco o un cojín. Lo más recomendable es hacerlo con la ayuda de alguien, pero si no cuentas con una persona que te inspire plena tranquilidad y que pueda entender el sentido de este ejercicio, es mejor realizarlo a solas. En todo caso, cuando leas la descripción podrás valorar cuál es la mejor opción para ti. Si dispones de un ayudante, explícale el ejercicio antes de realizarlo, de manera que no le resulte chocante y pueda ayudarte en todo momento. El sexo de tu ayudante no tiene por qué coincidir con el del progenitor que estás intentando traer de vuelta, así que puedes dejarte ayudar por un hombre o una mujer, con independencia de que vayas a trabajar con el padre o la madre ausentes. Para iniciar el ejercicio necesitas pensar acerca del progenitor que faltó en tu infancia. ¿Es tu padre o tu madre? Si compartiste algún tiempo con él o ella, piensa cómo le denominabas en la infancia. Si no fue el caso, cómo le hubieras denominado. Por ejemplo, si el progenitor que te faltó fue tu padre, debes buscar el término con el que le llamarías en tu infancia, que normalmente será “papá”. Si tu idioma natal no es el castellano, usarás la palabra correspondiente en tu idioma, por ejemplo, aita si eres vasco-hablante. Si en tu familia existe alguna costumbre particular a la hora de llamar a los padres, síguela. Si dispones de una fotografía del progenitor ausente que se remonte a la época de tu infancia, te recomiendo que la observes durante unos minutos. Puedes, si lo deseas, tener esa foto en tu mano mientras haces el ejercicio o puedes dejarla a un lado. Si no dispones de ninguna foto, intenta imaginar cómo era esa persona en tus primeros años de vida. A continuación, debes situarte de pie frente a la persona que te va a ayudar en el ejercicio. Si no vas a usar un ayudante, ubica una silla frente a ti, a un par de metros de distancia, y pon sobre ella el muñeco o el cojín. Por supuesto, la persona o el muñeco deben mirar en tu dirección. Haz una pequeña reverencia ante la persona o el objeto, diciendo: “eres papá (o mamá)”. A continuación, vuelve a ponerte en posición erguida y mira a la persona u objeto, que para simplificar llamaremos el “representante”. Si ves que te resulta difícil hacerlo, prueba a mirar a los pies del representante o a las patas de la silla. En este momento viene la parte más delicada del ejercicio, en la que tienes que llamar a tu progenitor usando la palabra infantil que antes hemos dilucidado. Así, puedes decir “papá” y repetir esta palabra varias veces, intentando tener plena conciencia de lo que significa para ti. Si el representante es una persona, instrúyele para que espere un poco antes de acudir a tu llamada. La persona tiene que sentir el deseo o la necesidad de acudir a ti, y eso en ningún caso es automático. Se requieren unas cuantas llamadas antes de que pueda sentir ese deseo. En cuanto esa necesidad surja en el representante, éste deberá acercarse lentamente hacia ti y abrazarte. Por eso es muy importante que se trate de alguien de tu plena confianza, puesto que durante unos minutos, vas a estar literalmente en sus manos y es muy importante que entienda lo que está haciendo y que realice su tarea con la mayor ternura y respeto del que sea capaz. Si estás usando un objeto como representante, tendrás que acercarte tú, pero siempre que sientas que es el momento correcto. Observa tu cuerpo y déjate sentir. Cuando hayas llamado varias veces a tu progenitor y sientas que es el momento de acercarte, hazlo. Toma el objeto en tus manos y abrázalo con fuerza. Esta dinámica es muy poderosa y puede provocar reacciones emocionales muy intensas. Si necesitas llorar, hazlo sin cortapisas. Procura tener a mano algunos pañuelos y déjate llevar por lo que surja. El único sentimiento con el que debes tener cuidado es con la ira, puesto que podrías hacer daño a tu ayudante, aún sin querer. Si sientes enfado, prueba a dar un par de golpes fuertes con la planta del pie en el suelo y deja que se aleje de ti. Cuando sientas que es el momento, sepárate del representante y si lo deseas, pídele la bendición, que la persona realizará colocando su mano derecha sobre tu cabeza durante unos instantes. Este paso no es obligatorio. En el caso de que uses un objeto, puedes dejarlo sobre la silla. Si en cambio has usado a un ayudante, agradécele su colaboración. A continuación, te recomiendo que salgas a dar un paseo o bien que te des un baño caliente o una ducha prolongada. De este modo, descargarás toda la energía sobrante y se estabilizará tu estado de ánimo. Por último, una nota aclaratoria. Si bien este ejercicio se puede hacer como ayuda para las dos personas, intercambiando los papeles, no es recomendable hacerlo en el mismo día. Es mejor que en una jornada uno haga de hijo y el otro de progenitor y que se cambien los papeles en una sesión a realizar en un día posterior. Las energías que se mueven con esta práctica son muy poderosas y requieren un cierto descanso. La vida que trae la muerte. Fallecimiento en el parto Cuando una mujer fallece al dar a luz, o como consecuencia del embarazo, suele crear un halo de culpa en su pareja, aun cuando ella no le reproche nada y él no tenga responsabilidad alguna en su muerte. En estos casos, la muerte de la mujer se experimenta como una falta personal, puesto que en el inconsciente del hombre, él la ve como una víctima de su apetito sexual, ante el cual ella ha sido sacrificada. No es extraño que la culpa por la muerte de una mujer en el parto se traslade a las siguientes generaciones por dos vías diferentes. En el caso de otras mujeres del sistema, puede nacer un rechazo frontal a la idea de la maternidad, que luego es justificado a nivel racional con todo tipo de explicaciones. También se da el caso de mujeres que repiten al pie de la letra la maldición ancestral y sufren graves problemas en sus embarazos o fallecen del mismo modo en el parto. Conviene aclarar que no todas las mujeres que reniegan de la maternidad lo hacen a consecuencia del miedo a reproducir el fallecimiento de una antepasada, sino que esta decisión puede estar también determinada por cualquier otro motivo. Es en los casos donde existen estas muertes donde se debe rastrear la negativa a la maternidad desde una base genealógica, ya que sólo sanando ese dolor se puede tomar una decisión verdaderamente libre sobre este asunto. En el caso de los hombres que vienen al mundo en generaciones posteriores, hay también una dura carga que viene dada por el deseo inconsciente de llevar el doble peso de sentirse causantes del mal y de ser al mismo tiempo, receptores de la culpa paterna. Los hombres que descienden de una mujer que muere al dar a luz tienden a sentir una mezcla de dolor interior y de agresividad hacia las mujeres con las que comparten su vida. El hijo que ha nacido bajo estas terribles circunstancias no es ajeno al hecho luctuoso, como es lógico. Así que el descendiente no sólo sentirá la carencia maternal a lo largo de su vida, sino que será arrastrado también, en cierto modo, por la culpa que ha recibido de su padre. A fin de cuentas, la percepción de que alguien tuvo que entregar su vida para que él naciera, tendrá un peso considerable sobre su conciencia. Esto es así, aun cuando el hijo, como el padre, es totalmente inocente de esa muerte. Pero hay que recordar aquí una vez más que, a nivel interno, el ser humano no se rige por lo razonable, sino por emociones muy primarias que difícilmente podemos entender. No es infrecuente que un hombre que pierde a su esposa en el parto busque llenar el vacío con una nueva pareja. En este caso, la madre sustituta tiene que asumir un papel muy duro, puesto que es posible que esté, en la conciencia del hijo, por debajo de la idealización que él puede crear de su madre fallecida. Esto suele ser así aun cuando la madre sustituta realice su labor con la mayor dedicación. Es el caso tratado por mí de un hombre cuya madre falleció tras el nacimiento de un hermano menor. El padre rápidamente contrajo matrimonio con la hermana de la madre, su cuñada, con lo que no sólo nos encontramos con un caso de muerte de la madre en el nacimiento, sino de incesto genealógico. En casos así, un hombre desarrolla una compleja relación con las mujeres, puesto que la percepción profunda es que él es peligroso en sus relaciones con ellas, ya que carga con la creencia de que la unión sexual con una mujer puede ponerla en peligro de muerte. Otro caso real es el de una mujer sana que, después de un embarazo normal, padeció una grave enfermedad tras el parto. Aunque el hijo nació sin dificultad, la cesárea creó complicaciones que pusieron en grave peligro la vida de la madre. Afortunadamente esta mujer pudo contar con todos los adelantos de la medicina contemporánea y salvar la vida. Pero no hace falta recalcar que en cualquier otro momento del pasado, sin duda este problema le habría causado la muerte. El efecto sobre otras mujeres del sistema ha sido el de crear un halo de temor a la maternidad. La sanación de estos problemas intergeneracionales pasa por reconocer a la mujer fallecida, devolviéndole su dignidad y reduciendo el impacto negativo de su destino en los descendientes. En cualquier caso, hay que reconocer que una mujer embarazada es consciente de los riesgos que corre y aun así, los asume para crear el milagro de traer una nueva vida al mundo. La vida no está exenta de riesgos y por ese motivo, los actos más importantes de la existencia caminan muy cerca de la muerte. Una mujer fallecida en el parto puede muy bien ser el personaje central de un árbol genealógico, y con su poder puede influir en las generaciones sucesivas con una fuerza irresistible. Pero para poder llevar una vida plena y libre de miedos o culpabilidades, es preciso que los descendientes trabajen con este símbolo y lo sanen. Es lo que haremos en el siguiente ejercicio. Ejercicio Práctico. Reconociendo a la mujer muerta en el parto (psicomagia) Como se ha explicado en el capítulo anterior, la presencia de una mujer muerta en el parto representa una energía muy poderosa en todo el sistema familiar. Lejos de ser un personaje maldito o una víctima, hay que comprender que esa antepasada es una guía luminosa que nos puede reconciliar con la vida, y muy bien puede convertirse en una especie de espíritu tutelar para ti y para todo el clan. Para reconocer el poder de esa mujer, es preciso que te sitúes en un espacio de comunión con su energía. Así que debes escribir en un papel su nombre, o bien escoger algo que la simbolice, por ejemplo un objeto que le perteneció o bien algo que te recuerde su presencia. Debes llevar contigo ese papel o símbolo durante nueve días, que por supuesto representan los nueve meses de embarazo. Si es posible, pórtalo en contacto con tu piel durante ese tiempo. Duerme con ese elemento simbólico bajo tu almohada, y cada mañana, antes de salir de casa o de hacer tus tareas domésticas, pronuncia en voz alta su nombre y ten un breve recuerdo para ella. Cuando llegue el noveno día, toma el papel o el elemento y obsérvalo durante un instante. Escribe en el mismo papel, o en una hoja que adjuntarás al objeto la siguiente frase: “Gracias [nombre de la mujer fallecida] por la vida que ha venido a través de ti. No hay culpables. Todos somos inocentes”. A continuación, debes tener preparada una planta con flores, junto a la que enterrarás el objeto y el papel. Puedes, si lo deseas, ir a comprar una planta de maceta y hacer un pequeño agujero en el sustrato para enterrarlo. O bien puedes aprovechar para trasplantar una mata florida de tu propiedad a una maceta mayor, ubicando este símbolo en la parte interior del nuevo tiesto. También tienes la opción de ir a un lugar público donde puedas hacer un agujero y enterrarlo. En todo caso, debe tratarse siempre de una planta con flor. Así reconoces la vida que ha venido a través de la muerte y como ésta ha florecido hasta llegar hasta ti. Corazones rotos. Los problemas de pareja Los conflictos sentimentales representan uno de los grandes problemas que aquejan a muchas personas en uno u otro momento de sus vidas. Por supuesto, los conflictos de pareja pueden tener muchos orígenes, y en este libro vamos a intentar resolver aquella parte que pueda ser achacada a los nudos de nuestro árbol genealógico. Pero no dejes de lado otras causas que puedan estar operando en tu caso. Desde el punto de vista genealógico es muy importante conocer las parejas anteriores que puedan haber tenido nuestros padres antes de traernos al mundo. En caso de que no haya habido un reconocimiento, o de que se haya intentado echar tierra sobre esas relaciones anteriores, te recomiendo que las subrayes muy bien en tu genograma e intentes, en la medida de lo posible, conocer todo lo que puedas acerca de esas personas. Este simple reconocimiento de las parejas anteriores de nuestros padres, es un hecho sanador por sí mismo. Yendo un poco más lejos, es interesante reconocer el efecto de ciertas configuraciones en el ámbito familiar y cómo impactan en las relaciones que se establecen dentro del clan. Hay que tener en cuenta que todas las relaciones familiares se desarrollan a través de dos tipos de vínculo: Las diadas se crean a través de la relación mutua de dos personas. Las diadas pueden ser conflictivas o armoniosas, y en muchas ocasiones, manifiestan conflictos generacionales que repercuten en los individuos que viven actualmente en el sistema. Estas personas parecen condenadas a enfrentarse sin entender la razón. Las diadas se pueden dar entre personas del mismo rango (por ejemplo, la pareja), o entre miembros de rangos diferentes (como una madre y su hijo). Generalmente, cuando la diada evoluciona hacia una relación más tensa o compleja, surge la triada, que engloba a un tercer individuo que gravita en medio del conflicto. Esta tercera persona se siente atraída a la diada original y la modifica con su presencia. Las triadas son relaciones triangulares que suelen englobar a personas de varios rangos generacionales, como pueden ser los dos padres y uno de sus hijos. Tanto las relaciones diádicas como triádicas son normales en todos los sistemas familiares, pero en caso de conflicto, crean una gran tensión entre todos los miembros de este subsistema. Así, cuando la discrepancia se da en el seno de la pareja y ambas personas no parecen capaces de solucionarla por sí mismos, suelen incorporar a uno de los hijos al conflicto. En estas situaciones se pueden dar dos casos: En ocasiones, alguno de los cónyuges en conflicto decide usar a uno de los hijos como intermediario frente a su pareja. En estos casos, el hijo se convierte en un mensajero que lleva y trae mensajes entre dos personas que no se hablan y no se soportan. En otros casos, que no son incompatibles con el ejemplo anterior, el cónyuge toma al hijo como aliado y lo enfrenta a su pareja. Esto es común en determinados casos de separación o divorcio, en los que un progenitor busca el modo de ponerlos en contra de su pareja, convirtiéndolos en transmisores de su odio. Normalmente, cuando los hijos entran en el conflicto parental, hay malas consecuencias para todos. Es una norma de salud genealógica que cada rango solucione por sí mismo los problemas que se dan entre los miembros del mismo. Así, cuando hay conflicto entre los hermanos, deben ser ellos los que lo resuelvan, sin interferencias paternas que pueden hacer sentir que unos son preferidos sobre los otros. En el caso de las relaciones de pareja, introducir a los hijos en el conflicto resulta nefasto para ellos, puesto que los hijos “pertenecen” por igual a su padre y a su madre (entendiendo esta pertenencia desde el punto de vista del origen). Biológicamente son la mezcla de ambos, y en su carácter habrá tanto aspectos heredados de la rama paterna como de la materna. Pedir al hijo que resuelva un conflicto parental es como pedirle que decida qué parte de su cuerpo o su mente debe prevalecer sobre la otra. Por otro lado, es preciso saber que la energía genealógica viaja en una única dirección, desde las generaciones pasadas hacia las presentes. Esto implica que los padres pueden ayudar a los hijos, pero los hijos no están en disposición de ayudar a los padres. Carecen de energía para ello, y cuando lo intentan, caen en el problema que ya hemos conocido como “parentificación”. Los problemas de la pareja debe ser resueltos entre los miembros de la pareja (o acudiendo a ayuda profesional) pero nunca se deben extender a los hijos. Por último, tenemos que entender que, a la hora de desarrollar una relación sana con la pareja actual o con futuras relaciones, es preciso reconocer y valorar la existencia de nuestras propias parejas anteriores. De modo que si ya hemos recordado a las parejas anteriores de nuestros progenitores, es tiempo de reconocer a nuestras relaciones anteriores, con independencia de cuál fuera el resultado de esa experiencia. A ese propósito esencial dedicamos el próximo ejercicio práctico. Ejercicio Práctico. Honrando a las parejas anteriores (dinámica) El presente ejercicio es válido no sólo para las personas que tienen problemas con su relación de pareja actual, sino que puede ser muy recomendable para aquellos que tienen dificultad para encontrar una pareja o llevan mucho tiempo viviendo en soledad. También es apropiado para ti, si estás disfrutando actualmente de una relación gratificante, puesto que ayuda a que ésta sea aún mejor. La idea que subyace en este ejercicio es descubrir hasta qué punto una relación no finalizada correctamente acaba por lastrar los vínculos que se dan a continuación. Así, sanando y liberando las relaciones antiguas, podemos abrirnos a nuevas experiencias más positivas. Para realizarlo, piensa en las personas con las que has tenido una relación significativa en el pasado, es decir, tus parejas anteriores. Entendemos como parejas significativas a las personas que cumplen alguno de estos requisitos: Como es lógico, aquellos con los que has contraído matrimonio legal. Personas con las que has convivido como pareja de hecho, sin que exista un documento legal que lo acredite. Parejas sexuales, sin necesidad de que haya habido convivencia, pero sí relaciones íntimas. Se incluyen también aquí las relaciones sexuales no consentidas. Relaciones platónicas (sin vínculo sexual) de larga duración. Se incluyen aquí las relaciones importantes mantenidas a distancia. A la hora de anotar las personas con las que has tenido un vínculo, debes tener en cuenta que esa relación no tiene por qué haber sido positiva, ni siquiera consentida, sino que se trata de reflejar la realidad de lo que ha sido tu vida en este ámbito. El hecho de que algo no te haya dejado un buen recuerdo no borra su existencia, y por tanto debe ser asumida como algo que sucedió y que, para bien o para mal, forma parte de tu historia. Anota en un papel, por orden, los nombres propios de aquellas personas con las que has tenido un vínculo. Si hubo alguna relación que se desarrolló en dos o más fases, usa el orden del primer vínculo que mantuviste con esa persona. Toma a continuación varios folios y anota, en cada uno de ellos, el nombre propio de una de tus anteriores parejas, así como el de tu pareja actual, si es el caso. Ubica esos folios en el suelo, boca arriba y por orden, del primero al último y de izquierda a derecha. Sitúate de pie frente a todos esos papeles. Como ya sabes, debes permanecer con los brazos sueltos y los ojos abiertos. Observa cada uno de los papeles por orden, diciendo el nombre de la persona en voz alta y observando las reacciones de tu cuerpo. Como en todos los casos, no debes analizar lo que expresa tu cuerpo, sino que simplemente debes sentirlo. Es probable que distintas personas traigan a tu ser diferentes reacciones, y que algunas de esas percepciones sean incluso desagradables. Esto es natural. Cuando hayas pasado revista a todas tus parejas, te pido que te sitúes, por orden, sobre cada uno de los papeles. Deja un cojín o un papel con tu nombre en tu posición, y vete ubicándote, de pie, sobre cada uno de los papeles que represente a cada una de tus parejas. De este modo, cuando te sitúes sobre cada papel, di en voz alta el nombre de la persona y observa el cojín o papel que te representa. Como en la situación anterior, tan solo tienes que observar tu cuerpo, sin hacer ningún juicio sobre las sensaciones que surjan en ti. Es probable que algunas sensaciones te sorprendan o incluso que te causen algún leve malestar. No lo juzgues y simplemente obsérvate, ya que esa observación es sanadora. Ten en cuenta que tú tienes tu versión acerca de la relación que has mantenido con esa persona, pero quizás nunca te has puesto en su lugar para saber lo que esa persona siente. Eso es lo que tu cuerpo está registrando ahora. Una vez hayas pasado por todas las posiciones de tus parejas, vuelve a tu lugar y haz lo siguiente. De manera consecutiva, vas a hablar a cada una de esas personas, representadas por esos papeles. Si se trató de relaciones consentidas, vas a decir su nombre en voz alta, y a continuación expresa algo como lo siguiente: “Te doy las gracias por todo lo que me has dado”. Hazlo aunque en algún caso te resulte difícil. De hecho, cuanto más difícil te resulte, tanto más beneficioso será para ti. Si se trata de tu primera relación, debes añadir: “Tú fuiste el primero (o la primera)”. Para el resto de las relaciones, debes señalar a la persona que estuvo anteriormente en tu vida y decir: “Él (o ella) estuvo antes, tú viniste después”. Cuando llegues a tu última relación y esta no sea positiva para ti, debes añadir: “Tú fuiste el último (o la última), hasta ahora. Pero estoy abierto (o abierta) a alguien nuevo y mejor para mí”. Si actualmente estás en una relación satisfactoria, puedes decir: “Tú estás ahora conmigo. Gracias.” Si la relación fue consentida, pero su resultado final fue negativo, por ejemplo, si acabó en una separación dolorosa, aun así debes reconocer que en algún momento, esa persona te dio algo bueno (en caso contrario no habrías accedido a estar con ella). Así que en este caso, debes proceder como en el resto de vínculos consentidos expresando tu gratitud hacia la persona. En el caso de que se trate de una relación que en ningún momento fue consentida, por ejemplo, si fue una violación o si la persona abusó de ti en una época en que eras inocente, haciéndote creer que la relación era algo bueno aunque no lo fuera, debes variar las palabras que expreses. En estos casos basta con decir lo siguiente: “lo que me hiciste no estuvo bien, pero ocurrió”. No expreses aquí ningún agradecimiento, pero tampoco muestres odio. Limítate a decir esa frase y confía en que ella te sanará. Ahora ya puedes terminar el ejercicio. Si te sientes mal, no te preocupes, vete a dar un largo paseo, o date una ducha larga. En pocos días notarás cómo se recoloca todo. Ejercicio Práctico. Conectando con los progenitores para encontrar pareja (dinámica) En aquellos casos en que exista una dificultad evidente para encontrar pareja, te recomiendo que hagas un ejercicio de conexión con tus progenitores que te puede ayudar a romper los nudos que te impiden progresar en el amor. Una de las cuestiones que hay que entender bien en el contexto transgeneracional, es que cada uno de nosotros recibe la energía de dos canales distintos, que se relacionan con el linaje recibido por parte de nuestro padre y por el que nos llega a través del linaje femenino. La energía masculina de nuestro padre se enfoca hacia nuestras relaciones con los hombres, mientras que la energía femenina materna nos facilita las relaciones con las mujeres. Como es lógico, el que estos canales de energía estén limpios u obstruidos tendrá un impacto muy claro en las relaciones que vamos a mantener con las personas de uno u otro sexo, independientemente de cual sea nuestro género o nuestras preferencias sexuales. Una de las ventajas de trabajar con el padre débil o con la madre herida, es que resolver esos nudos nos permite salvar algunos de los problemas que pueden aquejar a nuestras relaciones con los hombres o con las mujeres. Por este motivo, el ejercicio “Trayendo de vuelta al progenitor ausente” es de la mayor importancia para poder liberar una gran parte de los obstáculos que te puedan aquejar en tu vida sentimental. Si no lo has realizado, te recomiendo que lo ejecutes antes de efectuar esta práctica que te recomiendo a continuación. El presente ejercicio puede ser realizado de dos maneras, en completa soledad o con ayuda de una persona que sea de tu absoluta confianza. Si puedes realizarlo con alguien, debe ser una persona del mismo sexo que aquel con el que quieras resolver tus problemas sentimentales. Ahora bien, no es recomendable que se trate de tu pareja, sino de alguna amistad, varón o mujer, que se preste a ayudarte. Como es lógico, debes explicar muy bien a esta persona qué es lo que deseas hacer y el objetivo final de la práctica. Si vas realizar el ejercicio en soledad, necesitas una silla y un elemento que represente a tu padre o madre, dependiendo de si quieres trabajar tus problemas sentimentales con hombres o mujeres. Una fotografía o cualquier objeto que te recuerde a tu progenitor, es suficiente. Sitúate de pie, con los pies descalzos, los brazos sin cruzar sobre el pecho y los ojos abiertos frente a tu ayudante o ante el símbolo que has colocado sobre la silla. Di en voz alta a ese representante: “tú eres mi padre (o madre)” y siente tu cuerpo. Observa, como ya sabes, cuáles son tus sensaciones, pero en ningún caso hagas ningún juicio sobre ellas. A continuación, imagina que detrás de esa persona está todo su linaje de género. En otras palabras, si se trata de tu padre, imagina que detrás de él está su padre, su abuelo paterno, su bisabuelo paterno y una larga hilera de hombres que se pierde en el infinito. En caso de que se trate de tu madre, haz lo propio con su linaje femenino: su madre, su abuela materna, bisabuela materna, etcétera. Cuando sientas que es el momento, haz una pequeña reverencia ante el representante que simboliza a tu progenitor, doblando tu cuerpo a la altura de la cintura y agachando un poco la cabeza. Apoya las manos sobre las rodillas, para que la postura sea más cómoda. Permanece en esa posición alrededor de un minuto. Vuelve a enderezar la columna y mira al representante. Con calma, acércate a él y gírate para darle la espalda. En ese momento, el representante debe estar instruido para ubicar, con mucha suavidad, su mano derecha sobre tu hombro. Si se trata de un varón, lo hará sobre el lado derecho de tu hombro. Si es una mujer, sobre el lado izquierdo. En caso de que estés usando una silla, simplemente imagina que esa silla es tu padre o madre, y que esa persona está poniendo su mano sobre la parte correspondiente de tu hombro. Siente que a través de esa mano viene toda la energía del linaje masculino o femenino, de todos los hombres o mujeres de tu sistema desde el origen del tiempo. Siente esa mano como una bendición que te llega desde el origen de la humanidad, y que te alinea con los hombres o las mujeres de tu presente y tu futuro. Deja que la energía fluya durante unos minutos. Cuando lo desees, sepárate del representante y simplemente di en voz alta: “gracias, de ti lo tomo con amor”. Esto es todo lo que necesitas hacer. Ocupando el lugar de otro. Hijos de reemplazo El fenómeno de los hijos de reemplazo era más frecuente en tiempos pasados, en los que la mortalidad infantil era elevada y no era extraño que en cualquier familia se diera el fallecimiento de uno o varios infantes. Aun así, es un caso que puede darse en la actualidad, ya que como hemos visto, las repeticiones son una constante en casi todos los sistemas familiares, y una grave tragedia ocurrida en generaciones pasadas se puede volver a producir en las generaciones presentes. Se conoce como hijo de reemplazo a aquel que viene a llenar el hueco emocional dejado por un hermano muerto antes de su nacimiento. En no pocas ocasiones, a este hijo de reemplazo se le da el nombre del fallecido, por lo que la conexión entre el vivo y el muerto se hace aún más evidente. En otros casos, aunque no se imponga el nombre del hermano muerto, el fenómeno del reemplazo viene reforzado por comentarios de la familia, que en un momento u otro, recuerdan el parecido entre ambos hermanos. Por regla general, cualquier hijo nacido después del fallecimiento de un hermano se puede considerar como hijo de reemplazo. En estos casos, los padres, aun sin querer, van a intentar “resucitar” al fallecido a través del ser que viene al mundo a continuación. Este intento de resucitar al muerto es un acto simbólico, puesto que nadie puede creer que tal cosa sea posible, pero a un nivel inconsciente sí que es un sentimiento real, expresado a través de un acto mágico. En culturas ancestrales, el hecho de que los vivos traigan incorporada el alma de los fallecidos, es una creencia común. Generalmente, los hijos de reemplazo son niños nacidos en un periodo de luto, en el que la madre aún no se ha repuesto de la muerte de un hijo anterior. Es el caso de Salvador Dalí, cuyo hermano mayor, llamado también Salvador, falleció cuando su madre estaba embarazada de él. El dolor de esta pérdida tuvo un eco en el vástago que nació a continuación, y marcó de forma indeleble la vida del genial pintor español. Algunos de estos hijos de reemplazo son también “niños reparadores”. Se conoce así a los seres a los que desde su nacimiento, o aun antes en la concepción o el embarazo, se les adjudica la responsabilidad de sanar la tristeza de los padres. Como se puede suponer, ser un hijo reparador es una carga demasiado grande para cualquier infante, puesto que no hay manera de sanar el dolor por la muerte de un niño fallecido de manera prematura. Por más que el hijo reparador desee restituir a sus padres a la condición anterior a la muerte del hijo, una condición libre de dolor, está condenado al fracaso. Para dejar clara la sutil diferencia entre un caso y otro, definimos al hijo de reemplazo como aquel que está destinado a sustituir a un hermano que falleció antes de su nacimiento. De este hijo no se espera que tenga una vida propia, sino que sea la continuación de lo que el sistema familiar había dispuesto para su hermano mayor. Un hijo reparador es un hijo de reemplazo que además carga con la responsabilidad de consolar a los padres de su dolor, por lo que es un candidato perfecto a ser un hijo parentificado. Por ese motivo, ser un hijo reparador es una experiencia necesariamente frustrante, que sólo se puede resolver cuando el hijo renuncia a ser lo que de ninguna manera puede ser. Deja así por tanto de vivir una existencia que no era suya y restituye al fallecido al lugar que el destino le concedió. Cualquier herida se cicatriza con el tiempo, siempre que se la deje seguir su proceso natural. Del mismo modo, el dolor de los padres ante la muerte de un hijo es una herida que nunca sanará del todo, pero que con tiempo y aceptación, se vuelve cada vez menos dolorosa. Así, el hecho de intentar, aunque sea de modo inconsciente, prolongar la vida de un hijo fallecido en su hermano, no es más que un intento vano que sólo sirve para que el proceso de cicatrización se retrase en el tiempo. Únicamente cuando los padres aceptan plenamente que el hijo fallecido nunca existirá como adulto, y que el hijo que le sigue es un ser diferente, con un propósito de vida completamente nuevo, se libera la energía de curación que coloca a cada uno en el lugar que le corresponde. Así, los padres comienzan a aceptar el dolor, la memoria del difunto es respetada y el hijo vivo puede separarse del fantasma genealógico de su hermano. Te recomiendo que analices tu mapa genealógico para encontrar este tipo de nudos genealógicos, tanto si te afectan directamente como si no. Ser un hijo de reemplazo, o peor aún, un hijo reparador del dolor paterno, es una de las peores cargas generacionales que una persona puede llevar sobre sus espaldas. En todo caso, existen métodos para sanar ésta herida generacional, como veremos un poco más adelante. Significado de la posición de los hermanos El orden de nacimiento de los hermanos en una familia tiene una extraordinaria importancia, puesto que cada posición, desde el mayor hasta el más pequeño, tiene sus ventajas e inconvenientes. Estas normas no son siempre seguidas en todas las familias, y pueden ser diferentes en la tuya. En todo caso, es interesante reconocer el valor relativo que suele tener cada posición de nacimiento en la mayor parte de las familias. El hermano mayor El hermano mayor, por su posición, suele adquirir un gran sentido de la responsabilidad hacia sus hermanos menores desde temprana edad, ya que en muchas ocasiones se le pide que cuide de ellos. Esta responsabilidad suele ir unida a un cierto ascendiente sobre los demás, de modo que todos los que le siguen en el rango suelen dar gran importancia a las normas impuestas por el primogénito, incluso a la hora de rebelarse contra ellas. La rebelión puede venir del hecho de que los menores sienten que tiene una conexión mayor con los padres, o más privilegios que ellos, lo que atrae cierto grado de animadversión. El hijo mayor puede vivir bajo el peso de grandes responsabilidades desde una temprana edad. En gran medida, se espera de él que dé ejemplo a los demás, y esto es una carga que no todos asumen fácilmente. Desde todos los puntos de vista, este hijo será el más observado, tanto por los padres que esperan mucho de él, como por parte de sus hermanos menores, que le ven como un ejemplo a imitar o a superar. En todo caso, tampoco hay que olvidar que, al ser el primero, el mayor suele disfrutar durante algún tipo de las comodidades de ser hijo único, excepto en el caso de que deba compartir su primogenitura con un gemelo. La tarea del hijo mayor de la familia puede estar relacionada con mantener la integridad del sistema familiar. Los hijos mayores suelen ser los mejores transmisores de las normas del clan. Por este motivo, se espera de ellos que sigan una profesión similar a la de los progenitores, que cuiden el negocio familiar, o al menos, que se encarguen de que el orden familiar no se rompa por las tensiones que introducen los demás componentes del rango. El hermano mediano Los hijos medianos de la familia ocupan un lugar intermedio en el sistema que les permite desarrollar habilidades muy útiles desde el punto de vista social. Así, mientras el hermano mayor tiene más posibilidades de ser un líder y el menor un aventurero, el mediano es alguien que aprende a manejar las relaciones con los demás, sirviendo de mediador entre todos. No es infrecuente que los medianos sean los hermanos más equilibrados del conjunto, puesto que siempre están ubicados en una posición de puente que les ayuda a comunicar a los mayores con los menores. También se benefician de su posición, colocándose en un extremo o en otro del conjunto a su conveniencia. Estarán con el mayor en unos casos, y del lado del menor en otros. En todo caso, del mismo modo que el hermano mayor ha sido hijo único alguna vez, el mediano ha ejercido como hijo menor durante un tiempo. Esto tiene algunas desventajas, y la más evidente de todas es que experimentará lo que es ser un príncipe destronado sin poder aspirar nunca al estatus de primogénito. Así, los medianos siempre se quedan a mitad de camino en todo. En familias desestructuradas, el mediano tiene más posibilidades de pasar desapercibido en momentos de conflicto, pero también puede llegar a ser prácticamente invisible para los padres cuando hay algo que repartir, sea amor, atención o cualquier bien material. Tendrá en todo caso menos presiones y habrá menos presión paterna sobre él. Vivir el rol del hermano intermedio puede ser complicado para aquellas personas que demanden atención, pero bastante positivo para los que necesitan pasar desapercibidos. El hermano menor En general, el hermano menor se beneficia de la experiencia que los padres han ido acumulando a través de la crianza de sus hermanos mayores. De este modo, los padres suelen estar menos ansiosos con este hijo y las expectativas que se ponen sobre él son menores. Ahora bien, existen casos, sobre todo en las familias numerosas, en que los menores suelen recibir menos cuidados y atenciones por parte de unos padres agotados y sobrepasados por las responsabilidades. En estos casos, suelen ser los hermanos mayores los que se convierten en unos padres sustitutos. En la mayor parte de las familias, el hijo menor tiene más posibilidades de ser sobreprotegido e incluso mimado. En ocasiones, este exceso de atenciones despierta los celos de sus hermanos mayores, que sienten que ellos han tenido que soportar más responsabilidades. Esto se agrava por el hecho de que el menor suele gozar de mayor libertad. De este modo, tienen más espacio para experimentar por su cuenta, sienten una menor presión de las normas familiares y son menos respetuosos con la autoridad en general. En sistemas gravemente dañados, el hermano menor puede ser la fuente de conflictos de todo el sistema. Él será aquel que quiebra las leyes, el que se mete en problemas, quien sufre enfermedad mental o quien cae en la adicción. El modo de vida de los menores, más libre y menos controlado que el de los mayores, puede ayudar a que estas conductas se produzcan. A menudo se espera del menor que cuide de los padres en su vejez. Esto es así, en parte, porque los mayores y medianos suelen tener más libertad para formar pareja y perpetuar el linaje, mientras que los pequeños sufren el miedo de los padres a quedarse solos. El hijo menor suele ser la víctima del “síndrome del nido vacío” en algunos hogares. Por ese motivo no es infrecuente que se queden solteros para poder convertirse en cuidadores de los padres. El hijo único La posición del hijo único tiene muchas similitudes con la del primogénito, puesto que la presión que existe sobre él para continuar con las normas y las estructuras familiares es muy poderosa. Pero a diferencia del mayor, el hijo único no tiene hermanos menores sobre los que descargar una parte de la presión. Esta posición es por tanto compleja, y la manera de sobrellevarla depende en gran medida de la estructura de la familia. En sistemas rígidos, el hijo único vive todo lo peor de la primogenitura, y recibe a cambio muy poco amor o consideración. Aquí estamos ante una posición que puede generar una fuerte personalidad de líder, pero también puede derivar hacia una forma de actuar despótica, a la que le cuesta llegar a acuerdos con los demás. La presión que reciben los únicos en estos sistemas es tan intensa que en no pocos casos, se generan problemas psicológicos en estas personas, así como todo tipo de enfermedades psicosomáticas. En el caso de que el sistema sea más flexible, el hijo único puede disfrutar de ciertas ventajas, como una atención muy directa por parte de sus padres. Puede ser mimado con demasiada facilidad, y sentir un sobre su cabeza un proteccionismo extremo, que asfixie su capacidad de salir adelante por sí solo. En resumen, esta es una situación de gran soledad, en la que tanto se puede generar una personalidad resolutiva y perfeccionista, como demasiado infantil e inmersa en las expectativas del sistema. Ejercicio Práctico. Ocupando el lugar entre los hermanos (dinámica) Encontrar el orden correcto entre los hermanos es de la mayor importancia para que la energía personal se despliegue de un modo sano en nuestra vida cotidiana. Sabiendo esto, en muchas ocasiones podemos sentir que no hemos estado ocupando el sitio que nos corresponde de acuerdo al orden de nacimiento. Así que te propongo realizar un poderoso ejercicio que te ayudará a ubicarte en tu lugar dentro del conjunto de tus hermanos. Comienza escribiendo los nombres de tus hermanos en varios papeles. En tu lista de hermanos no deben faltar aquellos que murieron al nacer o a muy corta edad. Además, si tu madre sufrió algún aborto, natural o provocado, debes añadir a este nonato a tu lista de hermanos. Como no tiene nombre, puedes escribir en la lista: “hermano no nacido” o “aborto”. No olvides poner tu nombre en un papel. Ubica el papel con tu nombre sobre al suelo, de manera que puedas ver la cara escrita. Coloca a continuación los papeles con los nombres de tus hermanos frente a ti, por orden de nacimiento y de izquierda a derecha. Debes dejar un hueco libre en el lugar que te correspondería por tu orden de nacimiento. Una vez hayas colocado todos los papeles, sitúate de pie sobre el que lleva escrito tu nombre, de manera que mires de frente a los papeles con los nombres de tus hermanos. Observa la posición que ocupa cada uno, de acuerdo a su orden de nacimiento. A continuación, si lo deseas, puedes ubicarte de manera alternativa en cada una de las posiciones de tus hermanos, aunque esto no es obligatorio. Si lo haces, presta atención a tus sensaciones corporales en cada lugar. Mira a ver qué es lo que tu cuerpo te revela en cada ubicación. Sitúate de nuevo en tu posición y revisa tus sensaciones corporales. De nuevo, no hagas ningún análisis acerca de ellas. El objetivo de las dinámicas del libro es que tu cuerpo realice también un trabajo de sanación, y en estas cuestiones, cuanto menos se utilice la mente, mejor. Ahora, dirígete a cada uno de tus hermanos por sus nombres. Siguiendo su orden de nacimiento puedes decir, por ejemplo: “Juan, tú eres el mayor, María tú eres la segunda, etcétera”. Cuando llegues a tu lugar puedes decir algo como esto, “yo soy [tu nombre] y mi lugar entre vosotros es el [tu número ordinal]”. Por ejemplo, puedes usar esta fórmula: “yo soy Carolina y soy la más pequeña”, o bien: “soy Carlos y mi lugar es el cuarto”. Recita todos los nombres y las posiciones en voz alta y a continuación di: “este es el orden correcto, y así lo asumo”. Observa tu cuerpo y mira a ver si la reacción del mismo es agradable o desagradable, sin hacer ningún juicio sobre ello. Por último, toma tu papel del suelo y sitúalo en su lugar correcto entre los hermanos. Ubícate sobre tu papel y di en voz alta, señalando el lugar en que te encuentras: “reclamo mi espacio, que es éste, con amor a todos mis hermanos y con gratitud por lo recibo que de ellos”. Siente lo que es estar ahí, en el lugar correcto y con gratitud en tu corazón. Una vez hayas terminado, reflexiona acerca de lo que significa reclamar tu espacio correcto. Así, si has sido el último y has tenido que ejercer de hermano mayor, siente el alivio de encontrar tu lugar. En el caso opuesto, si siendo el mayor has vivido como si fueras el más pequeño de todos, puedes encontrar la satisfacción de recuperar tu poder personal y tu capacidad de conducir tu vida por el camino que desees. Te advierto que en los días o semanas posteriores quizá encuentres algunos cambios en la relación que mantienes con tus hermanos. Si el vínculo estaba muy dañado, incluso es posible que haya algún pequeño problema o malentendido por ambas partes. Lo que haces en el plano sistémico afecta a todo el sistema, no lo olvides, así que tus hermanos pueden tener algún tipo de reacción inesperada hacia ti, agradable o desagradable. Observa todo lo que ocurra y no reacciones de un modo precipitado. Si dejas que las energías sigan actuando, en unos días las cosas se calmarán e incluso te darás cuenta de que la relación empieza a cambiar hacia mucho mejor. Ejemplo. Las hermanas Brontë El patriarca de la familia Brontë, Patrick Brunty, nació en Irlanda el día de San Patricio de 1777. A pesar de haber venido al mundo en el día del patrón de la Irlanda católica y de ser bautizado con el nombre del santo, Patrick profesó toda su vida la religión anglicana, de la que llegó a ser pastor. Pronto, Patrick tuvo la oportunidad de viajar a Inglaterra, donde estudió y donde cambió la ortografía de su apellido a Brontë, como una forma de distanciarse de sus orígenes irlandeses. Tras su ordenación sacerdotal en 1807, fue trasladado a Yorkshire, donde conocería la que sería su esposa, Maria Branwell, hija de un mercader de Cornwall. Patrick era un hombre interesado por la cultura, que se esforzó en que todos sus hijos tuvieran acceso al conocimiento y al mundo de las artes. De hecho, él mismo fue autor de poemas y novelas, que publicó a lo largo de su vida. Patrick tuvo una larga existencia para la época, ya que falleció con 84 años de edad. Desgraciadamente, su vida no fue feliz, ya que tuvo el infortunio de ver morir a su esposa y a sus seis hijos a edades muy tempranas, sobreviviéndoles a todos. El matrimonio de Patrick y Maria tuvo en total cinco hijas y un hijo varón. El deseo de Patrick, dada la pobreza en que vivían, era que sus hijas se convirtieran en institutrices. En aquel tiempo era necesaria una buena dote para casar a las hijas, y él supuso, con razón, que si sus hijas no tenían un medio de ganarse la vida, no podían esperar nada del matrimonio. En cambio, depositó en su hijo grandes esperanzas, ya que toda la familia le suponía dotado de un gran talento para las artes. Las hijas mayores, Maria y Elizabeth fueron enviadas al colegio interno de Cowan Bridge, adonde las siguieron poco después las dos siguientes, Charlotte y Emily. Debido a las malas condiciones sanitarias del centro, se declaró una epidemia de tuberculosis, que mató a Maria, con 11 años de edad y a Elizabeth, con 10. Esta desgracia urgió a su padre para sacar a sus dos hijas menores del centro, lo que sin duda les salvó la vida. La infancia de los cuatro hermanos que sobrevivieron a la tragedia estuvo marcada por cierto aislamiento, relacionándose prácticamente sólo entre ellos. En ese mundo cerrado, los imaginativos hermanos Brontë inventaron mundos de fantasía, poblados por mitos, poemas e historias. Charlotte y Branwell crearon el mundo de Angria, mientras que las hermanas más pequeñas, Emily y Anne, imaginaron un mundo paralelo, denominado Gondal. Años después, Charlotte y Emily acudieron a un internado privado en Bruselas, de donde tuvieron que regresar al morir su tía, que había quedado al cuidado del hogar tras la muerte de su madre. Al tiempo, su hermano Branwell intentaba sin éxito abrirse camino en el campo de la pintura, y acabó trabajando con un tal Sr. Robinson, quien le despidió al descubrir que estaba cortejando a su esposa. El carácter de Branwell era débil, caprichoso, colérico y manipulativo, propio de un hombre que había crecido como un auténtico niño consentido. Branwell tuvo un triste final, adicto a la bebida y al opio, fue cuidado por su hermana Emily hasta su fallecimiento por tuberculosis en septiembre de 1848. Como modelo literario, se pueden observar rasgos de su personalidad en varios personajes masculinos de las obras novelescas de sus hermanas. Emily, la autora de “Cumbres Borrascosas” tenía un temperamento muy tímido, intransigente y frío, que la impedía tener conversación con nadie extraño a la familia. Viajó poco y vivió prácticamente encerrada en su casa, haciendo escapadas a los páramos de Yorkshire, cuya salvaje desolación tan bien refleja en su novela. Al decir de algunos estudiosos, es probable que Emily nunca abandonara el mundo imaginario de Gondal. Por desgracia, Emily sobrevivió a su hermano apenas tres meses. Anne, la más pequeña de los hermanos, que había quedado huérfana a los 20 meses de edad, fue criada por la tía Elizabeth. Tuvo varias experiencias docentes, pero la dificultad de obtener éxito en la educación de los niños con los que tuvo que trabajar, la desmoralizó. Sufrió, como todas sus hermanas, por la inestabilidad emocional de Branwell, a quien todos adoraban pese a su insufrible carácter. Anne viajó con frecuencia a Scarborough, para ver el mar. Allí falleció de tuberculosis a los 29 años de edad, en mayo de 1849. Charlotte, fue sin duda, la líder entre sus hermanos, ya que tras las muertes de Maria y Elizabeth, quedó como primogénita. Era una persona de carácter fuerte, ambiciosa y altamente inteligente. Desde muy pequeña tuvo que convivir con la muerte de sus seres queridos y tomar una posición firme con respecto a sus hermanos más pequeños. Era, según quienes la conocieron una mujer de ideas conservadoras y elevados principios morales, algo tímida, pero con gran audacia a la hora de defender sus principios. Ella fue la que impulsó a sus hermanas a publicar sus obras y fue la única que logró contraer matrimonio. Por desgracia, murió también de manera temprana, tras complicaciones en su primer embarazo. La recepción crítica de las novelas de las tres hermanas fue desigual. “Jane Eyre” de Charlotte alcanzó un gran éxito, mientras que la “Agnes Grey” de Anne, tuvo una moderada repercusión. “Cumbres borrascosas”, de Emily, fue una novela incomprendida en su tiempo, en parte por su novedosa estructura formal, y en parte porque las desatadas pasiones que muestra no eran del agrado del público de la época. Hoy en día, se considera a Emily como la más genial de las tres hermanas Brontë, y su novela, una de las obras más excelsas de la literatura universal. Figura 11. Genograma de las hermanas Brontë Extraños bajo el mismo techo. Hermanos que no se reconocen como tales Dos de las cuestiones que son esenciales a la hora de entender las relaciones entre los hermanos son el orden y la pertenencia. Del orden ya hemos hablado en páginas anteriores. En lo que respecta a la pertenencia, lo habitual es que los hermanos se sientan parte de un grupo que posee una identidad propia, a pesar de sus naturales diferencias. Como ya se ha explicado, esto se debe a que todos ellos se sienten parte de un mismo rango genealógico. Ahora bien, hay ocasiones en que alguno de los hermanos se puede sentir alienado con respecto a los demás. La razón de este sentimiento puede ser fácil de entender en algunos casos, y es que no siempre los hermanos del mismo padre y la misma madre se crían bajo el mismo techo. De esta manera, las influencias que reciben les hacen tan diferentes como las personas que provienen de familias diversas. Puedo relatar en este sentido un caso tratado por mí. Una mujer primogénita se casó con un hombre en contra de los deseos de su madre. Para intentar recuperar el equilibrio, años después, la pareja entregó a su hija primogénita a la abuela, con el pretexto de que en el nuevo hogar la niña tendría más oportunidades de educarse “correctamente”. Este supuesto beneficio no se aplicó al resto de los hijos de la pareja, que se educaron en el hogar de sus padres. Como sucedió posteriormente en este caso, cuando los hermanos biológicos se crían en diferente hogar, pueden con facilidad volverse extraños. Así, la hija criada en casa de los abuelos se convirtió en una persona incómoda para sus hermanos menores, que no eran capaces de establecer un vínculo adecuado con ella. Otro caso en el que se puede dar un extrañamiento entre los hermanos se produce cuando éstos son hijos de uno de los progenitores, pero no del otro. Aunque hay muchas familias en las que se hace un esfuerzo consciente por hacer sentir a todos los niños como hermanos, estos no siempre se logra, y se produce un extrañamiento entre individuos que se han criado bajo el mismo techo y han compartido la infancia. En cierto modo, el hecho de no compartir los dos padres biológicos, sí que causa una cierta diferenciación entre hermanastros, aunque se críen juntos. La herencia biológica es muy importante en la conciencia humana, por más que hoy en día parezca un hecho secundario en el contexto de las familias adoptivas o reconstituidas en el que vivimos. Algo, en el interior de cada hijo, le hace reconocer la conexión con sus padres biológicos, como se demuestra muchas veces en la práctica psicogenealógica. Esto no debería ser extraño, puesto que la energía básica que a todos nos anima proviene de la fusión de un óvulo y un espermatozoide que pertenecen a un hombre y una mujer muy concretos. Sin ese hecho fundacional, un ser humano no puede existir, y por buenas que sean las intenciones de los padres no biológicos, resulta imposible dejar de lado el hecho de que la propia materia física de la que está compuesto el hijo no proviene de ellos. A veces, el hijo sospecha que su padre no es su verdadero padre, o incluso que ninguno de sus progenitores son realmente sus padres biológicos. Esto puede tener alguna justificación real, pero también puede tener una base genealógica más compleja. Un secreto generacional que esté relacionado con la filiación, por ejemplo cuando un abuelo es hijo ilegítimo, puede tener sobre un descendiente el efecto de hacerle sentir extraño a su familia, aunque no haya ninguna causa objetiva para ese sentimiento. En todo caso, hay que dejar claro que sea cual sea el origen del sentimiento de alienación, éste no suele tener una base del todo real. Aquellos hermanos de sangre que se han criado en familias diferentes son fruto de los mismos progenitores, y comparten genes. Aquellos que se han criado juntos, pero siendo de un padre o una madre diferente a aquel con el que conviven, tienen algo en común con ese progenitor en el aspecto de crianza, costumbres aprendidas y experiencias compartidas. La solución en todos estos casos consiste en devolver a la persona a la comunidad de hermanos a la que pertenece, en otras palabras, devolverle a su rango propio, puesto que en ese espacio se sentirá fuerte. No quiere decir esto que personas adultas, que llevan muchos años distanciados de sus hermanos o hermanastros, deban forzar una reconciliación que, en todo caso, debería ser aceptada libremente por todos. Lo que pretendo expresar es que en el interior de cada persona hay que hacer nacer la sensación de pertenencia, que le permitirá recuperar el vínculo a nivel inconsciente. Si este paso da lugar a una reconciliación o no con el resto de los hermanos, es un tema secundario. Trabajándolo internamente, se abre la posibilidad de recobrar toda la energía que está presente en su lugar dentro del rango de los hermanos, y esto es lo que importa. Para esta tarea, te recomiendo que realices el ejercicio ya presentado de “Ocupar el lugar entre los hermanos”. Relaciones prohibidas. El incesto genealógico En casi todas las culturas existe un tabú con respecto a las uniones entre parientes muy cercanos: abuelos con nietos, padres con hijos o hermanos entre sí. Esta prohibición, que denominaremos “incesto estricto”, para diferenciarlo del concepto más amplio de “incesto genealógico”, tiene una base genética que analizaremos a continuación, y se ha trasladado como un delito a la legislación de gran parte de los países del mundo. El incesto estricto puede tener, como es conocido, un grave impacto en la carga genética que se traslada a los posibles frutos de la relación. La causa de ello reside en la manera en que la herencia genética pasa de padres a hijos. Sabemos que los genes de un individuo pueden ser dominantes, si manifiestan su información, o recesivos, si ocultan dicha información ante la presencia de un gen dominante. Dado que muchas enfermedades se esconden en los genes recesivos, éstas sólo se pueden expresar cuando un individuo hereda esos genes recesivos de ambos progenitores. Esto es un caso relativamente frecuente en las uniones sexuales donde existe consanguineidad, por lo que los hijos habidos tras un incesto estricto son más propensos a sufrir graves enfermedades que el promedio de la población. Algunas excepciones al tabú generado en torno al incesto estricto se dan en ciertas familias reales. Así, en el antiguo Egipto, existía una costumbre generalizada entre la familia del faraón de celebrar uniones entre hermanos y hermanas, de forma que la descendencia tuviera una sangre real pura. Las consecuencias de esta práctica a lo largo de los siglos fueron muy negativas para la familia reinante, como se ha observado en el estudio de diversas momias faraónicas, siendo el caso arquetípico el de Tutankamón, quien padecía diversas enfermedades causadas por las uniones incestuosas de sus antepasados. En las familias reales europeas se da también este tipo de problemas, puesto que en ellas hay siglos de matrimonios entrecruzados, que han permitido que en algunos miembros se dieran problemas de salud tan graves como la hemofilia, aparte de algunos casos de severa discapacidad mental, como en el caso del rey Carlos II de España, apodado “El Hechizado”. Por otro lado, el incesto estricto se ha dado también en ciertos ámbitos marginales o en comunidades históricamente aisladas. El incesto genealógico es un concepto algo más amplio y menos restrictivo que el incesto estricto, tal como se considera desde la óptica biológica o legal. El incesto genealógico se puede entender, en la mayor parte de los casos, como un incesto simbólico, en el que una persona tiene relaciones sexuales con alguien demasiado próximo, que trae al inconsciente del clan el temor de una consanguineidad peligrosa. Como veremos a continuación, la inmensa mayoría de los incestos genealógicos posibles no se pueden considerar peligrosos desde el punto de vista de la salud. Pero la realidad es que en casi todos los casos, estas uniones provocan resultados nocivos en la descendencia, si no desde el punto de vista biológico, sí desde el ámbito transgeneracional. Esto es así porque la huella que estas uniones “peligrosas” dejan en el inconsciente compartido por todos los miembros del clan es muy profunda, y su eco se siente durante generaciones. Los casos más habituales de incesto genealógico son los siguientes: Primos hermanos que se casan entre sí. Matrimonios entre parejas de hermanos, como por ejemplo, dos hombres hermanos entre sí que se casan con dos mujeres que también son hermanas entre sí. Uniones sexuales entre cuñados. Uniones sexuales entre el padrastro o la madrastra con el descendiente de su pareja, tanto si se produce por voluntad de las partes como si se trata de algo forzado. Uniones sexuales entre tíos y sobrinos, sean libres o forzadas. Y por supuesto, el incesto en el sentido estricto, es decir, la unión sexual entre padres e hijos, entre abuelos y nietos, o bien entre hermanos, sea de modo voluntario o forzado. El efecto del incesto genealógico puede ser muy intenso en la generación que es producto de dicha unión. En algunos casos, los descendientes se sienten marcados con un difuso sentimiento de culpa que no llegan a racionalizar, puesto que la unión de la que proceden no suele estar penada por la ley, ni merece ningún reproche social. No son infrecuentes los casos en que las personas se comportan como en un caso de “sangre contaminada”, negándose el derecho a ser felices, desarrollando enfermedades mentales o padeciendo graves enfermedades físicas. Tampoco es extraño que algunas personas que han nacido de una unión de este tipo desarrollen fantasías acerca de la pureza de la sangre, o incluso que eviten tener descendencia. Un interesante ejemplo de hasta qué punto puede afectar el fantasma del incesto genealógico es el caso del matrimonio Darwin. Charles Darwin y su esposa Emma compartían abuelos maternos, y por tanto eran primos hermanos. Ambos descendían de Josiah y Sarah Wedgwood, que eran primos terceros entre sí, siendo Charles hijo de la primogénita de los Wedgwood y su esposa Emma, hija de su tío Josiah II. Además, en la familia existió otro incesto genealógico, con un matrimonio entre primos hermanos, al contraer matrimonio la hermana de Charles Darwin con el hermano de Sarah Wedgwood. Como naturalista, Darwin estaba muy preocupado por el efecto nocivo que la consanguineidad existente entre él y su esposa pudiera tener sobre sus descendientes. El matrimonio Darwin tuvo un total de diez hijos, de los cuales tres no alcanzaron la edad adulta. Un caso especialmente doloroso fue el de Anne, que falleció a los diez años de edad, siendo la hija predilecta de Charles. Esta muerte, provocada por la fiebre escarlata agravada por una probable tuberculosis, le llevó a una profunda crisis de fe que le impidió volver a pisar una iglesia durante el resto de su vida. El resto de sus vástagos disfrutó de vidas relativamente largas y en general, honorables, ya que tres de los miembros masculinos del clan llegaron a ser miembros de la Royal Society. Curiosamente, varios de los hijos del matrimonio Darwin se convirtieron en apasionados defensores de la eugenesia, una filosofía que busca mejorar el potencial genético de la humanidad, privando de la posibilidad de procrear a aquellos individuos que se consideran poco aptos. La eugenesia, que nació en la Gran Bretaña de finales del siglo XIX y comienzos del XX, fue la triste inspiradora de algunas de las prácticas más deleznables de la Alemania nazi. El hecho de que los hijos de un matrimonio incestuoso, desde el punto de vista genealógico, se decantaran por esta ideología basada en la pureza de sangre, no deja de ser sintomático. También lo es que, de los siete hijos del matrimonio que alcanzaron la edad adulta, sólo tres de ellos llegaron a tener descendencia. Ejercicio Práctico. Los nudos incestuosos del árbol (reflexión) Ahora que ya conoces los diferentes tipos de uniones incestuosas que se pueden dar en el árbol genealógico, es el momento de empezar a analizar tu genograma en busca de este tipo de vínculos. El primer paso será revisar todo el genograma en busca de las diferentes uniones que se dan a través del mismo. Si has señalado no sólo los matrimonios, sino que también has indicado aquellos casos en que hubo algún tipo de vínculo sexual o sentimental de carácter prolongado, tendrás una gran parte de la tarea realizada. No olvides incluir como vínculo a aquel que se establece a causa de las relaciones sexuales no consentidas. Como es lógico, las relaciones sentimentales se pueden dar tanto entre personas de sexo contrario como entre individuos del mismo sexo. Toma una hoja de papel y escribe, una por una, todas las uniones sentimentales que encuentres en tu genograma. En cada caso, anota los nombres de las personas implicadas. A continuación escribe, para cada unión, qué tipo de relación se da entre ambos. Hazlo sin hacer valoraciones sobre las mismas. Por ejemplo: “Juan y María: matrimonio eclesiástico; Pedro y Amalia: relación platónica”. Analiza cuáles de esas uniones se pueden entender como un incesto genealógico. Revisa el capítulo anterior, si es necesario, y concédete tiempo para ir estudiando todas las relaciones de tu árbol. Si encuentras algún incesto genealógico, escríbelo en la lista que estás construyendo. Si además, el incesto se puede considerar como “estricto”, es decir, por ejemplo, un padre que abusa de su hija, indícalo expresamente. Si lo deseas, puedes marcar o subrayar con tinta roja estos casos. Con la lista delante de tus ojos, ¿puedes observar algunos casos de incesto genealógico en tu familia? En caso de que la respuesta sea negativa, puedes dar por finalizado este ejercicio. Pero si existen, te invito a que continúes con lo siguiente. Observando estas uniones incestuosas, cuestiónate lo siguiente ¿en qué casos hubo descendencia? ¿Qué observas en esos descendientes? ¿Han vivido existencias plenas y satisfactorias, o quizás han sido personas con destinos difíciles? Anota tus impresiones para analizarlas posteriormente. Prestando atención a las personas que protagonizaron la unión. ¿Cómo fue su vida posterior? El hecho de analizar todas estas cuestiones es profundamente sanador. Para contestar estas preguntas, debes tener cierta información acerca de todos los miembros de tu genograma. En caso de no disponer de esos datos, simplemente deja las preguntas abiertas, puesto que es posible que en un futuro te llegue alguna información. Por último, debo hacer una recomendación. A la hora de realizar este ejercicio es importante dejar fuera cualquier intención moralizante. Lo que sucedió ya es pasado, y aunque puede tener un efecto en el presente, es algo que no se puede variar. Intenta analizar cada caso con objetividad, olvidando los roles de “perpetrador” y “víctima”, si es necesario. Se trata de observar con claridad la historia de la familia y ver cuáles son las consecuencias de ciertos sucesos. Evita condenar el incesto aunque quizás te repugne, e intenta descubrir qué consecuencias objetivas ha tenido en tu familia. Ejemplo. Charles Darwin Charles Robert Darwin fue el quinto de los seis hijos del médico Robert Darwin y su esposa Susannah. Nacido en 1809 en el seno de una familia profundamente religiosa, Charles parecía desde su nacimiento destinado a ser médico o clérigo. En realidad, él estaba más interesado en las ciencias naturales, y a duras penas consiguió licenciarse en letras, después de abandonar la carrera médica, para disgusto de su progenitor. Al finalizar su carrera, Darwin aceptó una invitación para participar en la expedición del buque HMS Beagle, bajo las órdenes del capitán Robert FitzRoy. La misión del buque consistía en cartografiar la costa de América del Sur, y a Darwin se le proponía convertirse en el naturalista de a bordo, en un viaje que duraría dos años y en el que no cobraría ningún sueldo. A pesar de la oposición paterna, que prefería que el joven Darwin se empleara en la carrera eclesiástica, Charles embarcó con 22 años en un viaje que cambiaría no sólo su forma de pensar, sino el rumbo de las ciencias naturales. A la vuelta de su viaje, que no duró los dos años previstos, sino cinco, Darwin dedicó mucho tiempo a reflexionar sobre todo lo que había observado a lo largo de su periplo en torno al mundo. El hombre que había partido en 1831, profundamente religioso y convencido de la autoridad de la Biblia, regresaba en 1836 con múltiples dudas acerca del relato de la Creación. Como es lógico, la idea paterna de hacerse párroco fue completamente apartada de su conciencia. En los años previos a la publicación de “El origen de las especies”, Darwin hizo múltiples experimentos y publicó otras obras sobre geología y acerca de sus viajes. En este contexto, Darwin comenzó a desarrollar diversos síntomas físicos que hasta el día de hoy continúan causando controversia entre los investigadores. Lo más probable es que sus continuas enfermedades, que afectaban a órganos diversos, se debieran a un problema psicosomático. En 1838 se declaró a su prima hermana Emma Wedgwood, con la que se casó. Una carta de Emma antes de la boda es interesante para comprender el curioso vínculo que existió entre ambos. En ella, Emma le dice: “No sigas poniéndote malo, mi querido Charley hasta que pueda estar contigo para cuidarte”. En 1839, con apenas 30 años de edad, Darwin ya formaba parte de la Royal Society. El investigador contaba con una merecida fama en su país, pero cuando su obra principal salió a la luz, lo hizo acompañada de un gran éxito y un fenomenal escándalo público. La idea de que las especies no habían sido creadas por la divinidad tal como existen en la actualidad, sino que son el fruto de un proceso evolutivo de lenta adaptación, gobernado por la supremacía de los más dotados y sin ninguna intervención de un ser superior, fue un duro golpe para la creencia común en la certeza literal del Génesis que era común en la época. En su vida privada, Charles y Emma fueron padres de diez hijos, siete de los cuales alcanzaron la edad adulta. Charles Darwin fue un padre cariñoso, lo cual no era común en la época, y observó a sus hijos no sólo como padre, sino con la mirada de un naturalista fascinado por el milagro de la vida. Como se ha comentado, la muerte de la hija primogénita, Anne, a los diez años de edad, fue un duro golpe para él. Desde ese momento, su pensamiento evolucionó desde el agnosticismo al ateísmo de sus últimos años de vida. Su esposa, que provenía de una familia cristiana unitaria, aceptó con normalidad su cambio de creencias. A pesar de las controversias, el pensamiento de Darwin se fue asentando entre los estamentos científicos de la época. A su fallecimiento, fue enterrado entre grandes honores en la Abadía de Westminster, en un espacio reservado a los personajes más célebres del Reino Unido. Sus últimas palabras, dirigidas a sus hijos en el lecho de muerte son reveladoras de la relación que se estableció entre todos los miembros de la familia Darwin: “Casi ha merecido la pena estar enfermo para recibir vuestros cuidados”. Figura 12. Genograma de Charles y Emma Darwin Figura 13. Los descendientes de Charles y Emma Darwin Un viaje sin retorno. La emigración La emigración es uno de los temas más dolorosos con los que puede vivir una persona, especialmente cuando la emigración se produce por causas forzosas. No es extraño que las consecuencias de estos sucesos tengan repercusión en varias generaciones. Un movimiento migratorio puede ser originado por muchas causas, pero la más habitual suele económica, producida por unas condiciones de vida muy pobres en el lugar de origen. Otra causa de la migración humana suelen ser los conflictos o las catástrofes naturales, que obligan a grandes masas humanas a desplazarse para evitar las consecuencias terribles del caos existente en el propio país. Como es lógico, cuando alguien emigra por alguna de estas causas forzosas lleva consigo un gran dolor interior, ya que la partida supone romper con las raíces, dejar atrás a seres queridos, paisajes de la infancia, costumbres y recuerdos que probablemente nunca se recuperen. Pero es que, incluso en aquellos casos en que la persona consigue retornar a su lugar de origen, el mundo que le espera no es, de ninguna manera, aquel que dejó atrás. Algunos seres queridos ya habrán fallecido y todo el entorno habrá sufrido cambios. El emigrante lleva consigo una fotografía emocional que nunca se corresponde con la realidad que se encuentra en su retorno, y por eso, si la huida es dolorosa, la vuelta no es en absoluto gozosa. Se añade a esto el problema de los hijos que han nacido o se han criado en el país de acogida. Si se les pretende llevar a la zona de origen de sus progenitores, se sentirán extraños en ella, puesto que ya no pertenecen a ese lugar. Pero también sentirán un cierto desarraigo en su país de acogida, puesto que en verdad ellos no pertenecen por completo a ese lugar. Llevan consigo la herida de los padres y nunca estarán a gusto ni en uno ni en otro lugar. Se da entonces, entre la segunda y la tercera generación de emigrantes, una sensación de desasosiego, el sentimiento de que ningún lugar es bueno para vivir, de que no existe un hogar al que regresar, puesto que nada se siente como propio. No es extraño por tanto que algún hijo o nieto de emigrantes se vuelva viajero, o que se vea forzado a convertirse a su vez en emigrante. En verdad, la emigración suele ser un trauma que causa dolor a varias generaciones, y cuya solución no se encuentra con facilidad. Sin contar con los casos en que los inmigrantes deben afrontar la amenaza de movimientos sociales o políticos que dificultan su existencia en el país de acogida, e incluso deben sufrir por el racismo o la xenofobia de sus propios vecinos. Ejercicio Práctico. Sanando el dolor de la emigración (reflexión y psicomagia) Este ejercicio está enfocado a aquellas personas que tienen en su árbol familiar una historia de emigración a otro país o una región muy lejana de la original. Como ya hemos visto, la emigración, sobre todo si es forzosa, es un hecho que marca no sólo a las personas que la protagonizan, sino a todo el sistema familiar en su conjunto. Si tú eres la persona que ha emigrado, probablemente sientas que el efecto de esta práctica es muy poderoso en ti. Te advierto que no sólo será positivo para tu vida, sino que tendrá un efecto beneficioso en tus descendientes, puesto que les permitirá liberarse del efecto más negativo y doloroso de una emigración que ellos seguramente no han elegido. En el caso de que seas un descendiente de emigrantes, sea en primera o en segunda generación, quizás hayas sentido una identificación con todo lo que se ha expresado en el capítulo anterior. Es probable que no te sientas a gusto en ningún lugar, o que busques con desesperación un “hogar” que no acabas de encontrar. Este ejercicio consiste en dos partes. La primera es un pequeño ejercicio de reflexión y de conexión con la emoción. La segunda, una sencilla práctica psicomágica. Toma un papel y un bolígrafo y reflexiona durante unos minutos acerca de tu vida como emigrante, o bien acerca de la emigración de tus antepasados. A continuación, escribe una carta donde reflejarás tanto tus emociones como tus ideas al respecto. Esta carta irá dirigida a tus familiares o amigos que han quedado en tu lugar de origen, si tú eres la persona emigrada, o bien a los antepasados que se desplazaron, si eres descendiente de ellos. No omitas ningún detalle. Refleja todo lo bueno y lo malo de tu experiencia, tu dolor y tus esperanzas. Pide perdón o enfádate. Siéntete libre de expresarte como desees. Piensa que ésta es una carta de despedida, en la que te atreves a decir cualquier cosa, sin temor a lo que puedan sentir los destinatarios. Firma la carta con tu nombre de pila, pero evita en ella cualquier referencia que pueda identificarte a ti o a tu familia (apellidos, dirección postal, etcétera). El motivo lo entenderás a continuación. Cuando hayas escrito tu carta es posible que hayan emergido muchas emociones. Permite que éstas se serenen, y si es necesario, deja el resto del ejercicio para otro día. Para completar el ejercicio, tendrás que buscar algo que simbolice a tu país natal o al país natal de tus antepasados, si eres descendiente de emigrantes. Debe ser un objeto pequeño y no muy pesado. Puede ser una fotografía de algún lugar característico, un recuerdo de esa zona, o incluso, si es posible, un poco de tierra de ese lugar. Coge una manzana y practica en ella un agujero de tamaño suficiente en el que introducir la carta bien doblada y el objeto que has seleccionado. Cierra el agujero con cinta adhesiva. Simbolizaremos el viaje de los emigrantes como un tránsito a través del mar, aunque haya sido realizado por tierra o por aire. Así que debes buscar a continuación una corriente de agua o una playa donde arrojar la manzana. Si se trata del mar, espera a que la marea esté empezando a subir y acércate a la orilla con precaución. Si lo haces en un río, simplemente mira hacia donde fluye la corriente y arroja la fruta en esa dirección. En todo caso, hazlo desde un lugar seguro, donde no corras ningún peligro de caer. La manzana flotará, y muy pronto se la llevará la marea o bien la corriente del río. Obsérvala mientras se aleja y, en tu interior, di adiós a todo el pasado. Cuando sientas que es el momento, da media vuelta y aléjate. Dedica el resto de la jornada a algo que te haga feliz. Dolor hereditario. La enfermedad generacional Generacionalmente se puede entender a la enfermedad desde dos perspectivas diferentes, pero no necesariamente excluyentes. Por un lado, la enfermedad puede muy bien ser un intento sistémico de retornar al equilibrio del clan. Así, si una persona ha padecido un destino trágico en el pasado, porque murió muy joven o porque sufrió alguna enfermedad o discapacidad, se genera dentro del sistema un nudo doloroso que se hereda en la siguiente generación. Dado que una de las fuerzas esenciales de cualquier sistema es su necesidad de cohesión y de resolución de los conflictos internos, alguien suele tomar sobre sí ese nudo, desarrollándolo como una enfermedad propia. Esto es difícil de comprender si miramos a cada persona desde un punto de vista exclusivamente individual, así que es preciso recurrir a la visión sistémica para poder aclarar lo que ocurre aquí. Los lazos que unen a cualquier sistema familiar son muy fuertes, y no se rompen por el paso del tiempo, ni por la distancia física entre las personas. Esos lazos, como hemos visto, requieren que haya un equilibrio continuo, una curación permanente de las heridas. Pero ¿qué sucede cuando las heridas originales no son sanadas, cuando el dolor no es asumido y transformado? En esos casos, alguien, desde un pensamiento mágico y sin posibilidad alguna de éxito, recoge el problema y lo hace suyo, intentando que nadie en el sistema no lo padezca. Como es lógico, esto no resuelve de ninguna manera el conflicto, y sólo consigue crear una nueva víctima del mismo. Pero es algo que ocurre constantemente en los sistemas, siguiendo una dinámica que el creador de las Constelaciones Familiares, Bert Hellinger describe muy bien con las siguiente frases: “te sigo en el dolor, antes yo que tú”, o expresándolo de otra manera: “tomo tu carga para que tú estés bien, y además me amarás por ello”. La solución, por supuesto, consiste en devolver el problema a quien lo padeció, deshaciéndonos así de una carga que no nos pertenece. Como en el pensamiento sistémico no existe el tiempo, resulta indiferente que esa persona haya fallecido hace mucho o que no la hayamos conocido. Para la conciencia interior, los antepasados siempre están en nuestro interior como fuerzas vivientes, y del mismo modo que podemos enfermar por fidelidad a ellos, también podemos sanar por devoción a nosotros mismos. El ejercicio que se muestra en el capítulo siguiente: “Devolviendo una enfermedad heredada” puede ser útil para trabajar este tipo de conexiones nefastas para nuestra salud. La segunda vía transgeneracional por la que podemos enfermar consiste en lo que se podría denominar “enfermedad por expiación”, y se formula de la siguiente manera. Cuando alguien tiene un destino “bueno” junto a otras personas del mismo sistema que han tenido un destino “malo”, siente de manera inconsciente una necesidad de devaluar su vida para poder recuperar el equilibrio dentro del sistema. En este caso, la sensación interior es: “no merezco lo bueno si otras personas de mi familia lo han pasado tan mal”. Como es lógico, esto es otro tipo de pensamiento mágico inconsciente que resulta muy negativo para el desarrollo de la persona. Es preciso, cuanto antes, recuperar el propio destino, abrazarlo, sin dejar de lamentar el mal que otros hayan tenido que padecer. Recuerda que apagando tu luz no enciendes la luz de nadie, sino que te condenas a la oscuridad. Este tipo de problemas se trabaja en el ejercicio “Sanando el dolor de conflictos y catástrofes” y puedes adaptarlo para cualquier caso que sientas que te pueda estar afectando desde el punto de vista transgeneracional. Un caso de enfermedad generacional heredada pueden ser las adicciones de cualquier tipo. Aquí suele haber algún problema a la hora de aceptar completamente la energía de los padres, bien porque estos estén debilitados, o bien porque alguno de ellos haya intentado separarnos del otro progenitor. En todos estos casos, es muy apropiado realizar el ejercicio “Traer de vuelta al progenitor ausente”, que se explicó en páginas anteriores. Por último hay que dejar claro que el diagnóstico y la curación de las enfermedades corresponde a los médicos. Los ejercicios e ideas que aquí se exponen son simplemente una ayuda en el proceso de curación, pero en ningún caso deben sustituir el tratamiento sanitario que sea recomendado por un profesional de la medicina. Ejercicio Práctico. Devolviendo una enfermedad heredada (psicomagia) La herencia genética lleva consigo una serie de beneficios y desventajas que son bien conocidas por todos. Por un lado, hay ciertas cualidades que se transmiten de padres e hijos, como el atractivo físico o la inteligencia, pero también, no hay que dudarlo, se reciben de los antepasados ciertas taras, enfermedades y otros problemas. Sucede lo mismo con la llamada “herencia genealógica”, es decir, con el conjunto de ideas inconscientes, relatos verbales y silencios que recibimos de nuestros antepasados. Como hemos ido exponiendo a lo largo de esta obra, si bien estamos conectados con el pasado desde un punto de vista fisiológico, también lo estamos ideológicamente, recibiendo de los antepasados no pocos conflictos sin resolver. Las enfermedades físicas son uno de estos problemas heredados que, bien por una herencia puramente biológica, o por el desconocido mecanismo de la herencia genealógica, llegan a nosotros. En este ejercicio, la primera tarea a realizar consiste en identificar a la persona de la que proviene el mal, o al menos, la primera que sabes con certeza que lo ha padecido en el árbol genealógico. Considera a esta persona como el origen, aunque sin culparla de nada. A continuación resulta importante reducir, a un símbolo y a unas pocas palabras, el motivo del mal que te aqueja. El símbolo debe ser algo material, no necesariamente valioso, pero que para el inconsciente tenga el efecto de señalar el problema a tratar. Las palabras a usar tienen que ser una descripción simple de la enfermedad. Por ejemplo, si una mujer tiene una enfermedad en los ovarios de origen genealógico, puede buscar algo que simbolice estos órganos, por ejemplo, un par de bolas pequeñas que pintará de color negro para representar el mal. La descripción verbal de la enfermedad es, simplemente, “el quiste que tengo en los ovarios”. Otro ejemplo. Si un hombre tiene una enfermedad coronaria que se refleja en su árbol genealógico, puede adquirir un corazón de plástico en un comercio, o simplemente recortar en una cartulina roja la forma de un corazón. Para simbolizar la enfermedad, puede marcarlo con manchas, con trazos de color negro, o simplemente arrancarle un pequeño trozo. Aquí la descripción verbal puede ser: “la enfermedad de mis válvulas coronarias”. En definitiva, es importante emplear la imaginación tanto en éste como en todos los ejercicios que impliquen el uso de la psicomagia. De este modo, se puede usar una esponja para representar el tejido pulmonar, una nuez para el cerebro, un trozo de cuero para la piel, o un par de alubias grandes para los riñones, por citar algunas ideas. Ahora que ya tenemos tu símbolo y la descripción, te aconsejo que dediques un tiempo a la reflexión. Sitúa el objeto simbólico que has escogido frente a ti, sobre tu mesa, y piensa ¿qué aspectos positivos te ha traído la enfermedad? Esto puede sonar extraño a algunas personas, puesto que es fácil pensar que un mal físico no puede tener ninguna consecuencia positiva, pero esto no es cierto. Las enfermedades, aunque no sean deseables, traen interesantes aprendizajes para todos nosotros. De modo que es importante que detectes alguna parte positiva del mal para que el ejercicio pueda tener un efecto beneficioso para ti. A continuación debes escribir una carta, tan breve o tan larga como desees, en la que te dirijas al antepasado que has identificado como el foco o el origen de la enfermedad. En ella debes hablarle de tu mal, de las consecuencias que ha tenido sobre tu vida, pero también debes reconocer los aspectos positivos que has adquirido a través de la enfermedad. Da las gracias a tu antepasado por estos aprendizajes positivos, y siéntelos como un regalo que te ha dado esa persona. Para finalizar la carta, expresa que ahora que ya has reconocido la parte positiva del regalo, deseas devolvérselo, puesto que ya no es necesario para ti. Indica que la enfermedad no es tuya, sino suya, y que lo apropiado es que la tome de vuelta. En ningún caso escribas estas palabras desde el resentimiento, sino desde la gratitud y el deseo de desprenderte de algo que ya no deseas tener más en tu vida. Si el antepasado ha fallecido, es conveniente visitar su lugar de enterramiento, si es conocido por ti, y dejar el objeto junto a su tumba. Puedes doblar la carta e introducirla junto a la lápida. En cambio, si la persona aún vive, puedes hacer un ejercicio más simple. Busca un regalo agradable para esa persona, como unas flores, una caja de bombones o algo de ropa, según sus gustos. Junto a tu regalo, encuentra la manera de disimular el objeto representativo. La carta la puedes enterrar en algún lugar al aire libre, cerca un árbol frondoso. Ejercicio Práctico. Sanando el dolor de conflictos o catástrofes (reflexión y psicomagia) El presente ejercicio es útil en aquellos casos en que tu familia haya sufrido el efecto de graves conflictos armados, guerras, hambrunas o catástrofes naturales que hayan afectado de un modo dramático a los miembros del clan. Para realizar el presente ejercicio te recomiendo que hagas uso del cronograma familiar que te presenté en un capítulo anterior de esta obra. El cronograma es el gráfico que puede mostrarnos el estado de una familia en el momento en que se produce un acontecimiento concreto. Así pues, conociendo la fecha o el período de tiempo en que sucedió el conflicto o la catástrofe que asoló a tu familia, puedes tomar tu cronograma y hacer una serie de análisis. En primer lugar, observa qué personas del sistema estaban vivas en ese momento. Anota en un papel sus nombres y su edad en esos momentos. Como es lógico, el impacto no será el mismo para un bebé o una persona de edad avanzada, que para un adulto, y por ese motivo es preciso conocer las edades. Si lo deseas, puedes anotar junto a cada nombre, su profesión. A continuación reflexiona acerca de cómo pudo impactar el acontecimiento en cada una de esas personas. En algún acaso, es seguro que tendrás información precisa que te habrá llegado a través de tu familia, o quizás porque tú has estado presente en el suceso. Pero en esta reflexión quiero que vayas un poco más allá, intentando entender, desde una perspectiva más profunda, los verdaderos sentimientos de tus antepasados. Así que con lo que ya conoces a través de tu lectura de este libro, ¿cómo crees que se sentían los protagonistas del suceso? ¿Cuál podría ser la sensación de los hombres adultos? ¿La definirías como rabia, impotencia, frustración o resignación? ¿Y cuál era el sentimiento de las mujeres adultas? Piensa también en los niños y los ancianos, en su sensación de desvalimiento ante la catástrofe. Anota todas tus impresiones. Reflexiona ahora acerca de lo siguiente. ¿Qué efecto tiene esta experiencia sobre mí? ¿Acaso soy una persona temerosa? ¿Vivo pensando que lo bueno se puede acabar en cualquier momento? ¿Soy una persona ahorrativa en extremo? Piensa en los rasgos de tu personalidad que puedan conectar con la vivencia de tu familia. Si este ejercicio te ha producido una honda impresión emocional, no tienes que preocuparte, puesto que es normal. Aprovecha esa energía para realizar la segunda parte del ejercicio. Escribe a continuación una breve historia acerca de ese episodio. Cuenta lo que sucedió, tal y como lo sientes, pero intenta hacer algo original con tu relato. Busca la manera de darle un final feliz. No importa que el final no sea “real”, puesto que no estás escribiendo un libro de historia, sino que estás trabajando con tu mente inconsciente. De este modo, te preparas para el ejercicio que realizarás al final de este libro. Enciende una vela por todos aquellos que sufrieron y siente que su luz está contigo, en todas tus células, en todos los relatos familiares que viven dentro de ti. Deja la vela en un lugar seguro, donde no pueda causar ningún problema, hasta que se apague por sí misma. Para concluir el ejercicio, te pido que selecciones una causa social que sea valiosa para ti y realices una donación económica. Especialmente deberías tratar de ayudar a personas que hayan sufrido algún tipo de catástrofe o conflicto en algún lugar del mundo. Por ejemplo puedes donar a alguna organización que se ocupe de los millones de refugiados que existen actualmente en el planeta. Todas estas personas, que huyen de algún conflicto armado, del hambre o de alguna catástrofe natural, están siempre necesitadas de nuestra colaboración. Ayudándoles, haces que el dolor de tus antepasados haya servido para algo. La maldición del fracaso. Los problemas económicos y laborales Como ya habrás supuesto a lo largo de la lectura de este libro, muchos de los conflictos que podemos sufrir en el plano laboral o en nuestra economía, tiene una resonancia directa con las historias y los conflictos de nuestros antepasados. En líneas generales, podemos conectar el origen de cualquier disfunción en el mundo práctico con tres causas probables desde el plano psicológico. La primera viene referida a la “neurosis de clase”. La segunda, a la conexión entre la energía de los progenitores, especialmente dentro de los organigramas de las empresas. La tercera, a las repeticiones fatales del árbol genealógico. Veamos a continuación estas tres causas. Ya hemos hablado del denominado síndrome de la “neurosis de clase” que impide al hijo escalar por encima del nivel socioeconómico alcanzado por los progenitores. Trabajando con esas limitaciones auto-impuestas es muy probable que se despeje el camino para la mejora de la vida material, y por eso te invito a reconsiderar todo lo expresado en ese capítulo del libro. Cuando hay problemas laborales, resulta también interesante analizar la relación que existe entre la figura que nos está causando el problema y nuestro progenitor del mismo sexo. Así por ejemplo, si tienes un gran conflicto con tu jefa inmediata, que es mujer, sería recomendable que analizaras la relación generacional con tu propia madre. Probablemente vas a encontrar ahí claves muy importantes que ni imaginabas. Si este es el caso, lo más apropiado es trabajar la conexión con el progenitor correspondiente, realizando ejercicios como “Traer de vuelta al progenitor ausente”. Tampoco hay que dejar de lado el problema de las repeticiones dentro de la historia del sistema familiar. No es infrecuente que algunas personas revivan los conflictos laborales o la ruina económica de sus antepasados en su propia vida, de manera que parecen obligados a una repetición fatal de lo peor de la historia familiar. Si sientes que éste puede ser tu caso, te invito a que analices con cuidado los acontecimientos que se hayan podido dar en tu historia familiar con respecto al dinero y el éxito profesional. Si hubo algún antepasado que sufrió ruina o que tuvo algún tipo de contratiempo grave en el desarrollo de su vida laboral, es posible que de algún modo estés reproduciendo sus esquemas de comportamiento. Este fracaso autoimpuesto es completamente estéril y no beneficia a nadie, por lo que conviene sanarlo cuando antes. Para ese propósito, sirve el sencillo ejercicio que te propongo a continuación. Ejercicio Práctico. Rompiendo la maldición de fracaso (dinámica) Para realizar el presente ejercicio es preciso que hayas localizado a la persona que sufrió el problema laboral o económico en el pasado familiar. Si en tu sistema hay varios episodios de ese tipo, te recomiendo que empieces a trabajar con el caso más antiguo del que tengas noticia. Esto es debido a que es muy probable que el resto de los problemas en otras personas sean una consecuencia de ese primero, así que sanando el origen, estás liberando todo lo que haya venido después. Como has hecho en otras dinámicas, vas a trabajar con un papel en el que escribirás el nombre de la persona o personas que sufrieron ese fracaso laboral, bancarrota o empobrecimiento repentino. Sitúa el papel frente a ti en el suelo y tú, como es costumbre, debes situarte de pie frente a él, a un metro de distancia aproximadamente. Con los pies descalzos o cubiertos con calcetines, los ojos abiertos y los brazos sin cruzar, dedica unos minutos a observar tus sensaciones corporales. Ya sabes que en estos casos no conviene hacer ningún tipo de juicio, simplemente observa lo que sientes y confía en tu cuerpo. A continuación, pronuncia las siguientes palabras en voz alta, despacio y siendo consciente de cada una de las frases y su significado: “Hasta ahora te he estado siguiendo. Pero ya no lo haré más. Te devuelvo tu destino y ahora tomo el mío en mis manos. Te doy las gracias por todo lo que he aprendido de ti.” Si sientes mucho dolor en tu corazón, simplemente añade: “Lo siento”. Por último, da media vuelta y mira hacia delante. Si es posible, sal inmediatamente del lugar en que te encuentras y vete a dar un paseo por un lugar hermoso, por el parque, por el campo, por una playa o a la orilla de un río. Respira hondo y deja que tus emociones se manifiesten. Algo muy grande se está liberando dentro de ti. Ejercicio Práctico. Reescribir la historia familiar (reflexión) Como ya hemos visto a lo largo de este libro, la historia familiar es algo que nos viene dado en su integridad y que sólo a través de una profunda investigación se despliega ante nosotros no sólo en el plano consciente sino en todas sus derivadas inconscientes. Ahora bien, nada nos impide, aunque sea a título de experimento, construir una historia paralela que pueda tener un impacto sanador en nuestra alma. Por eso quiero terminar este libro con un ejercicio muy poderoso, que puede cambiar tu vida de un modo profundo. Podemos tomar como ejemplo al maestro Alejandro Jodorowsky, quien en su obra “Donde mejor canta un pájaro”, reescribe toda la historia de sus antepasados, dando a cada uno la oportunidad de desarrollar un destino más positivo que el que tuvieron en realidad. Este libro, cuya lectura te recomiendo vivamente, presenta a cada uno de los ancestros del autor, enfrentado a los dilemas que tuvo a lo largo de su vida. A partir de este punto, Jodorowsky construye en su imaginación una vida paralela para dicho antepasado, que le permite resolver el dilema y tener, en el mundo de la imaginación, una vida mejor. Sin necesidad de llegar a la excelencia literaria de Jodorowsky, cada uno de nosotros puede realizar una tarea similar con su propio relato familiar. El presente ejercicio requiere que hagas uso de toda tu imaginación y de las cualidades que tengas para escribir y para contar historias. No es necesario, como ya se acaba de indicar, que realices una pieza literaria de gran valor, y ni siquiera se requiere que la creación sea de larga extensión. Lo importante aquí es que trabajes con la idea de crear algo interesante, que permita crear una imagen nueva de tus antepasados y que pueda tener también su peso en tu inconsciente. La idea que está detrás de este ejercicio es provocadora pero interesante: si cada uno de nosotros es capaz de modificar su futuro cambiando sus hábitos del presente, y si el tiempo carece de valor en el mundo del inconsciente generacional ¿por qué no intentar modificar también el pasado? Si te atreves a entrar en este juego, te pido que pienses en uno de tus antepasados que haya tenido un destino especialmente difícil. Debe ser alguien de quien conozcas su vida con cierto detalle, ya que tendrás que desarrollar su historia en un papel. A continuación piensa qué debería haber pasado para que ese destino no se concretase de una manera tan negativa. Deja volar tu imaginación y no pongas ningún límite a la historia que quieres crear. A fin de cuentas, es un cuento que estás creando ahora mismo, así que ¿por qué ponerte cortapisas? Por ejemplo, puedes imaginar una vida diferente para esa tía que sufrió abusos sexuales en la infancia. Imagina que en uno de sus paseos, mucho antes de sufrir esa violación, tu tía conoce a una mujer que resulta ser maestra de artes marciales. Con ayuda de su mentora, imagina que aprende las técnicas de autodefensa que le permiten rechazar físicamente los abusos. Puestos a imaginar, piensa que tu tía se convierte a su vez en una maestra que enseña a otras mujeres a defenderse de los violadores. Tu tía desvalida se ha convertido en tu imaginación en un ser poderoso, que irradia luz a todas las mujeres del clan. Deja volar tu imaginación y crea una vida nueva para ese familiar herido, para aquella persona que sólo te producía compasión, o para aquel que hizo daño a los demás. Convierte al antepasado en un héroe de leyenda, en un personaje mítico que proyecte energía positiva a todos sus descendientes. Una vez que tengas tu historia en la mente, ponla por escrito. No hace falta que escribas un largo relato, si no lo deseas, pero cuenta por escrito todo lo que has imaginado y no olvides darle a tu historia un final feliz. Una vez hayas terminado, observa tu interior. Probablemente te sentirás con una gran energía y optimismo. Este ejercicio, aunque parezca imaginativo y de poca importancia es una de las prácticas más poderosas para sanar a las personas más heridas de tu árbol genealógico. No dudes en llevarlo a cabo con aquellas personas que lo necesiten. De hecho, sería apropiado hacerlo con todos tus antepasados. Por último, te aconsejo que lleves este ejercicio a su conclusión lógica. ¿Te atreves a reescribir tu propia historia? Quizás si piensas en los aspectos menos agradables de tu contrato familiar, puedas crear un nuevo relato para ti. Un relato en el que tu vida tome un camino diferente al que marcan las obligaciones o los tabúes familiares. Sin desestimar lo más positivo que has recibido de tus antepasados, escribe un nuevo cuento acerca de tu propia vida, más libre, enfocado al destino que quieres alcanzar en esta existencia. Pon ese relato por escrito. Al hacerlo, estarás creando magia. Epílogo. Ahora puedes crear tu futuro Ya hemos visto, a lo largo de este libro, que en la conciencia transgeneracional de la que todos participamos, el tiempo no existe. El pasado familiar está vivo dentro de nosotros y el futuro es un relato que podemos empezar a escribir ahora mismo. Más que creer que la familia nos condiciona, que la historia del clan se impone ante nosotros como una maldición, es el momento de empezar a creer que somos verdaderamente libres, no con una libertad inocente, despreocupada, o individualista, sino consciente. La auténtica libertad individual sólo se alcanza a través de la conciencia y del amor. La conciencia de lo que nos ha traído hasta aquí, es decir, la historia de todos los antepasados que nos han dado la vida y el contenido esencial de nuestra alma, así como el deseo de crear algo mejor para los que vendrán. El amor que debemos a los que nos precedieron y también a los que están delante de nosotros en este árbol familiar, nuestros descendientes. Pero por encima de todo, la conciencia de lo que somos, y el amor a lo que somos. La libertad no se construye creyendo que somos seres aislados. Al contrario, la libertad nace cuando nos sentimos en una sana conexión con todo lo que nos rodea, con lo que nos precede y con lo que está por venir. La libertad se afianza valorando lo que hemos recibido y dando fuerza a lo que estamos transmitiendo. Esa libertad sabia, que sana las heridas del pasado y vive intensamente el presente, es la que nos permite crear un futuro mejor. ¿Te atreves a crear tu propio futuro? Bibliografía Abraham, Nicolas y Maria Torok: La corteza y el núcleo. 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