Subido por monimaldon

ACTITUD y APTITUD PSICOLOGICA PICHON RIVIERE

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Aptitud y Actitud Psicológica
1. INTRODUCCIÓN.
2. LA ESTRUCTURA DE DEMORA.
3. CONTRATRANSFERENCIA Y CONTAGIO AFECTIVO
1. En la formación del psicólogo social existen dos conceptos fundamentales: las
aptitudes y las actitudes.
Aptitud: “Cualidad que hace que una cosa sea apta para un fin determinado;
idoneidad o suficiencia para ejercer un cargo; capacidad para el buen desempeño de
un arte o negocio”. Las aptitudes se desarrollan, se construyen por vía del estudio, la
experimentación, la hipotetización, y otras instancias que iremos analizando.
Para adquirir una cierta idoneidad en una especialidad es preciso informarse,
estudiar, experimentar. En el caso de la Psicología Social, si bien la apropiación de
conocimientos es en última instancia individual, el aprendizaje como categoría global
se construye con otros. De este modo cada quien, elaborará su propia versión del
andamiaje teórico-técnico adquirido.
Es en el ámbito de la aptitud que el sujeto está en posición de armar un esquema
teórico sólido y a partir de éste poder argumentar a propósito de lo que dice y hace,
es decir, dar un fundamento a la práctica concreta. Cuando se cumple con este
requisito decimos que alguien está “apto” para determinado desempeño.
Así como la aptitud remite a la cualidad del “ser apto”, la actitud tiene que ver con una
predisposición para el acto. Las actitudes son las que orientan la acción hacia un
determinado objetivo. Las actitudes tienen un aspecto voluntario, pero también tienen
una enorme porción por fuera de la voluntad ligada al sustrato emocional del sujeto.
Aptitud y actitud son dos instancias íntimamente ligadas y resulta
indispensable poder conjugarlas del mejor modo. Así como las aptitudes se
desarrollan, las actitudes se modifican.
Lo que llamamos “actitud psicológica” es la actitud que debe tener todo
psicólogo y todo psicólogo social cuando desempeñan sus funciones. Demanda
ello una serie de requisitos: fundamentalmente, debe incluir el respeto y el cuidado
por los demás, es decir, aquellos con quienes el profesional trabaja, y también por
uno mismo.
Estamos, pues, frente a una cuestión de orden ético por cuanto tiene por objeto dejar
en claro el lugar desde el cual nos posicionamos frente al mundo. Es preciso tener en
cuenta que los integrantes de un grupo jueguen el rol que jueguen, están allí para
realizar un trabajo en común.
La manipulación del otro, muy habitual en nuestra sociedad, es uno de los peligros
más claros con los que tiene que enfrentarse el psicólogo social. Es necesario
renunciar a ella, así como también a ubicarse en el centro de la escena grupal, es
decir, renunciar a poner al grupo al servicio de las propias gratificaciones narcisísticas.
Hablamos, pues, de un imperativo de descentramiento.
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Otro aspecto que coadyuva a una adecuada actitud psicológica se liga al prejuicio. Si
bien es imposible evitar absolutamente la existencia de preconceptos, quien
desempeña una función, quien se sitúa en un lugar asimétrico, debe hacerlo luego de
haber trabajado profundamente sus propios prejuicios. Como de todos modos
siempre cargamos con alguna urgencia atávica que nos exige una generalización
injusta, será necesario, al menos, abrirnos a la opinión del otro y predisponernos a
escucharlo cuando intenta señalarnos una distorsión prejuiciosa propia.
Poder desmontar los mitos y desarmar los prejuicios circulantes es parte de la tarea
de todo psicólogo social. El modo en que aparecen más claramente los prejuicios es
en los rótulos, en las adjudicaciones, en la tendencia a catalogar y a clasificar. Cada
vez que encasillamos a alguien -basándonos en rasgos con frecuencia objetivos, pero
siempre con los tintes que denuncian mayores o menores dosis de subjetividad- le
estamos quitando la posibilidad del cambio.
Otra variable fundamental que atañe a la actitud psicológica es la que nos remite a la
coherencia interna entre el pensar, el sentir y el hacer. Es preciso trabajar por la
integración de estos aspectos ya que con frecuencia disociamos estas tres funciones.
Ello no es fácil, ya que el psiquismo, como es sabido, muestra particiones
inconciliables: podemos pensar de una manera respecto de una cuestión dada y sentir
exactamente lo opuesto; lo que hagamos, es decir, nuestra conducta, estará
determinada por ambas instancias y las más de las veces optaremos por una solución
transaccional con arreglo a los mecanismos descriptos por el psicoanálisis. De todos
modos, existe una franja gobernada por la voluntad en virtud de la cual podemos
conscientemente decidir un camino que resulte más operativo que otro para el logro
de los objetivos propuestos.
Otra instancia ligada a la actitud psicológica remite a la comprensión, al hecho de
ubicarse frente a los otros y aún ante nosotros mismos desde el intento genuino por
comprender algo de una situación compleja. Esto demanda del profesional una cuota
importante de humildad y la renuncia a las posturas superyoicas.
Se trata de evitar una preceptiva e intentar entender por qué alguien hace lo que hace,
cómo lo hace, qué relación tiene esto que hace ahora con lo que hizo antes, qué
relación tiene lo que el sujeto hace con lo que hacen los otros. Se trata de ampliar la
mirada y de no situarnos en una postura normativa.
Otro aspecto alude al interés por la investigación. Investigar en el plano de la lectura
de las crónicas, de la bibliografía, en el conocimiento de uno mismo. Para poder llevar
esto adelante es necesario tolerar cierto nivel de incertidumbre; uno nunca sabe a
ciencia cierta con qué se va a encontrar. La investigación implica, también, poder
tener cierta capacidad de asombro, estar abierto y expectante.
2. LA ESTRUCTURA DE DEMORA.
Todo lo dicho hasta aquí tiene que ver con el descentramiento, es decir, salir del
propio centro y poder operar en función de los otros. Fernando Ulloa ha instaurado un
concepto fundamental que guarda una relación directa con esta problemática del
descentramiento: la construcción de una estructura de demora.
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La estructura de demora implica la posibilidad de postergar la acción, de posponer los
impulsos. Invita a trabajar en la dirección de la auto continencia. Se trata de poder
contener dentro nuestro, nuestros propios deseos, fantasías e impulsos. Una analogía
posible, en términos freudianos, sería el pasaje del principio de placer al principio de
realidad. No se trata de renunciar a lo que deseamos, sino de adecuarlo a la realidad.
Y esto es lo que en Psicología Social llamamos adaptación activa a la realidad. La
estructura de demora se liga a la tolerancia al displacer.
Para realizar el pasaje del principio del placer al principio de realidad es necesario
realizar un trabajo al que Freud llama elaboración. La elaboración es un trabajo
psíquico que consiste en suspender momentáneamente la descarga y realizar una
descarga interna en el nivel del pensamiento con presencia de asociaciones y
registros corporales. La auto continencia es imprescindible, ya que quien no la posee
lejos está de tener la capacidad de contener a otros, y éste es un requisito
fundamental para la función del psicólogo social.
Pasando, entonces, al plano de la contención, decimos que ésta implica el poder
ubicarse en el lugar del depositario operativo, es decir que como observadores
debemos permitir que los otros -los integrantes del grupo observado- depositen en
nosotros miedos, fantasías, ansiedades, pero nunca hacernos cargo de ello.
Otro tema íntimamente vinculado con la actitud psicológica es el de la distancia
óptima, que también es algo a construir y que involucra la capacidad para poder entrar
y salir, no quedarse adherido a lo que ocurre en el grupo ni alejarse demasiado
haciendo hipótesis de envergadura, pero despojadas de todo contenido emocional.
Frente a esto será preciso poner en funcionamiento, como mecanismo interno, lo que
denominamos “disociación instrumental”, por la cual una parte de uno se identifica
con lo que pasa, resuena emocionalmente, funciona en términos de empatía, logra
en definitiva ponerse en el lugar del otro, y por otra parte se mantiene como
observador a distancia en la tarea de registrar el acontecer grupal.
Finalmente, un aspecto particularmente importante es el cumplimiento de las reglas
del encuadre (discreción, restitución y abstinencia).
Teniendo en cuenta todas estas consideraciones puntuales, estamos ahora en
condiciones de esbozar una definición de lo que es para nosotros la actitud
psicológica: La actitud psicológica es una modalidad relativamente estable, coherente
y organizada de sentimiento, pensamiento y acción, es una forma de posicionarse
frente al acontecer ajeno.
Nuestra función es la de asistir a la gente con la cual trabajamos, ya sea en los grupos
de formación y aprendizaje de la Escuela, ya sea afuera, trabajando en la comunidad,
ya se trate de hospitales, cooperadoras, centros de salud, barrios, etc. El profesional
debe respetar las necesidades, las vivencias, los tiempos, los proyectos, las
posibilidades y las limitaciones de aquellos con los cuales va a trabajar. Esto significa,
por lo tanto, renunciar a todo impulso mesiánico, a todo deseo de conducción, a toda
la intención evangelizadora que suele emanar de las posiciones asimétricas.
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Es preciso reconocer que los otros son los otros y no la prolongación de uno en el
mundo, que no hacen ni tienen por qué hacer lo que uno desea y que ese grupo que
uno tiene delante está compuesto por personas que hacen lo que pueden, siendo
nuestra tarea entender qué es lo que hacen, qué es lo que pueden, qué es lo que no
pueden y por qué. Sólo a partir de allí se torna válido nuestro intento de ayudar. Lo
que definitivamente no debemos hacer es pretender cambiar su proyecto o su
objetivo, o guiarlos en una dirección impuesta por nuestras necesidades.
Como síntesis final sobre el tema actitud psicológica debemos destacar sus
cuatro elementos constitutivos básicos, válidos tanto para un operador, un
coordinador o un observador dentro del campo grupal. Esos cuatro elementos son:
Continencia, Resonancia, Permisividad y Descentramiento.
1. CONTINENCIA: Remite a la capacidad de poder albergar dentro de uno el
acontecer de los otros, incluso y fundamentalmente, las dificultades, el malestar o el
sufrimiento. Puesto que uno, en tanto operador es requerido desde el malestar, desde
el dolor. Cuando uno tiene que intervenir en algún lugar es porque hay un malestar,
hay un sufrimiento, hay algo que no funciona, un problema que no se resuelve.
Nuestra función es pues soportar, contener el malestar ajeno. Al mismo tiempo, como
se ha dicho, autocontenernos en lo que atañe a nuestras propias necesidades.
2. RESONANCIA: Significa vibrar con el otro. Es la posibilidad de ser permeable, de
dejarse penetrar por el acontecer ajeno. La resonancia es algo previo a la continencia:
uno tiene que dejar que lo que emana del otro ingrese en su interior para después
albergarlo, procesarlo, meditarlo y devolverlo en la medida en que sea operativo y ese
otro sea capaz de soportarlo. En el caso de los observadores, esta función está
mediatizada ya que la devolución no la hacen directamente al grupo sino al
coordinador.
3. PERMISIVIDAD: Ser permisivos quiere decir permitir que el grupo despliegue sus
propios argumentos y escenas. Generar el marco de confianza necesario que
garantice un buen trabajo, el desenvolvimiento de la tarea, pero también que el grupo
pueda desplegar sus dificultades, sus ansiedades. Esto supone una renuncia al
autoritarismo, con la resignación de un deseo posesivo, intrusivo y directivo. La
permisividad se pone en juego durante la continencia y la resonancia, y su destinatario
no es solamente el grupo observado sino también el coordinador y los compañeros
de observación, considerando que estos dos últimos pueden o no coincidir con
nuestra mirada, nuestra escucha o nuestra interpretación de los hechos.
4. DESCENTRAMIENTO: Se lo entiende como una renuncia narcisística y es la
condición mínima indispensable para poder ser permisivo, tolerante y continente.
CONTRATRANSFERENCIA Y CONTAGIO AFECTIVO.
Pero si bien la actitud psicológica debiera ser una modalidad relativamente estable,
también sufre significativos o tenues altibajos. Hay dos procesos psíquicos que
funcionan como los principales obstáculos para el mantenimiento de la actitud
psicológica: la contratransferencia y el contagio afectivo.
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Comencemos por explicar brevemente el concepto de transferencia. Entendemos por
tal a cierta repetición del pasado en el presente. Se trata del deslizamiento del mundo
interno al grupo externo. Es una falsa conexión, es la reedición de vínculos ligados al
deseo y a la infancia, reprimidos -y en consecuencia inconscientes-, sobre personas,
objetos y situaciones del presente. Para Freud, la transferencia es una resistencia al
recuerdo porque llegaba un momento en que el paciente en lugar de recordar repetía.
Ello supone una resistencia al recuerdo, pero también a la cura. La manifestación más
evidente de la transferencia está configurada por los afectos que aparentan dirigirse
a objetos actuales; en el sistema consciente-preconsciente los afectos están ligados
a representaciones, pero cuando opera la represión, las representaciones se esfuman
mientras que los afectos permanecen vigentes y buscan ligarse a representaciones
conscientes. Cuando sentimos “algo” por una persona que acabamos de conocer, hay
una instancia transferencial puesta en marcha. Se trata de una depositación, de un
desplazamiento; no estamos amando u odiando a una persona real sino a un
personaje interno deslizado sobre ese otro.
La contratransferencia engloba a los afectos del analista, el psicólogo o el psicólogo
social, respecto de un otro actual. También aquí se opera un desplazamiento desde
personajes internos a personas reales, sólo que mayoritariamente se trata de afectos
que se ponen de manifiesto como consecuencia de la transferencia de ese otro. La
contratransferencia sería, entonces, el efecto rebote, el reflejo de una transferencia
previa.
Hoy la contratransferencia, en tanto fenómeno transferencial del operador –que pone
en juego su propio inconsciente y su historia personal- ha dejado de considerarse un
mero escenario donde tiene lugar un deslizamiento simétrico.
La contratransferencia -palabra que pese a la actualización del concepto continúa
empleándose- es entendida como resistencia en la medida en que hay en marcha un
proceso inconsciente de mezcla, de contaminación de lo externo con lo interno.
Cuando uno está dominado por un proceso transferencial o contratransferencial, no
reconoce la diferencia entre la situación actual y objetiva y la escena del pasado que
viene a superponerse a aquélla.
Bajo los efectos de la transferencia y sin las asociaciones ligadas a la memoria, el
operador desarrolla frente a un grupo o frente a un otro la misma reacción emocional
que habría puesto en acto en la escena pretérita.
Se trata de una repetición inconsciente de vivencias, se repite sin saber que está
repitiendo. En la medida en que uno toma conciencia de la repetición, se abre el
camino para dejar de hacerlo.
La contratransferencia es un obstáculo: si confundimos lo nuevo con lo viejo, no
reconocemos lo nuevo. Y es precisamente desde esta perspectiva que pensamos a
los fenómenos transferenciales y contratrasferenciales como resistencias al
aprendizaje, desde el momento en que aprender es incorporar lo nuevo.
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Los fenómenos transferenciales y contratransferenciales pueden revestir un carácter
hostil, en cuyo caso se manifiestan bajo las formas del aburrimiento, el enojo o el
rechazo, entre otras, o bien puede revestir un carácter amoroso, cuyas más típicas
manifestaciones son la fascinación y la seducción.
La salida viable a esta situación no es otra que el análisis y para analizar lo que nos
pasa con el otro todos los ámbitos son válidos: la sesión, la reunión de equipo, el
grupo propio, la charla con los compañeros fuera del encuadre institucional, etc.
La segunda reacción emocional que funciona como resistencia es la que
denominamos contagio afectivo.
Los afectos en los grupos se contagian y circulan a gran velocidad; con frecuencia
uno se siente impregnado del clima afectivo grupal. Imaginemos una situación por la
cual un integrante llega al grupo y cuenta que ha muerto su madre, se entristece y se
pone a llorar. Con toda seguridad, sus compañeros también se van a entristecer y van
a surgir relatos acerca de otras muertes y otras pérdidas.
Todos los integrantes del grupo habrán tenido alguna pérdida en su vida y entonces
van a evocar conscientemente esa pérdida. Como consecuencia de ello el conjunto
se angustia. Pero en esa situación cada uno de los integrantes sabe que está
angustiado y conoce la causa de esa angustia; y ese saber no sirve, no basta, para
salir de esa angustia. A eso denominamos contagio afectivo.
La diferencia entre éste y los fenómenos contratransferenciales es que en el contagio
afectivo uno se da cuenta de la causa por la que se produce ese sentimiento.
En lo que atañe al observador, mientras ese afecto esté presente no va a poder
observar adecuadamente, ya que se va a sentir invadido por fuertes sentimientos.
Nos hemos referido a la angustia, pero también podría tratarse de la euforia.
Tanto la contratransferencia como el contagio afectivo se derivan de un mecanismo
básico psíquico que es la identificación en cuanto deseo de ser. En la
contratransferencia, ese deseo está reprimido, es inconsciente, por tanto el
profesional se enfrenta con un sentimiento del que no puede dar cuenta. En el caso
del contagio afectivo se produce una identificación de carácter consciente, puede
saber dónde se opera esa identificación, pero ese saber no le permite salir de ella. En
ambos casos se trata de una resistencia, de un obstáculo, en la medida en que la
tarea se ve perturbada.
Hay otro proceso psíquico, también una reacción emocional, pero no se trata de un
obstáculo, sino que es el sostén de la actitud psicológica y de la función. A ese
proceso o reacción emocional Freud lo llamó empatía o contacto empático, que se
podría traducir, en el caso de la función en cuestión, como el deseo de ayudar a los
otros. La empatía también supone una identificación con los otros, pero de carácter
operativo. Sólo en la medida en que el observador pueda identificarse operativamente
con los otros es que puede tener continencia, permisividad, resonancia y tolerancia,
ya que, previo a la comprensión conceptual, hay un entendimiento vivencial del otro.
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