Subido por valentingutipati

La corneta del laucha. Rodolfo Gutipati

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LEGALES
El autor
FOTO
Rodolfo Gutipati nació el 19 de Julio de 1963 en la ciudad de Gualeguaychu, en En el seno de una familia de clase trabajadora, realizo sus estudios primarios en la escuela Provincial N 90 y obtuvo el titulo de Perito Mercantil
en el Colegio Nacional , Gualeguaychu , aparte de haber
como niño y adolescente haber asistido en la ciudad de
Gualeguaychu estudio de pintura de la artista platica de
nuestra ciudad Chaca Pintos curso la carrera de publicidad en la escuela Sup. de publicidad FIBOS y la escuela
de bellas arte Pridiliano Pueyrredon de la ciudad de Buenos Aires. Considerado el padre del historieta en el Sur
entrerriano sus taller dieron comienzo a una nueva generación hoy activa en la ciudad, publicación que a editado
en forma independiente como Necropolis Local y Mundo
Trash son las tiras historieta mas antigua con continuidad
en la provincia de Entre Ríos.
INDICE
PROLOGO?
Las visiones de José Luis
De pronto, un resonar de tambores fue aumentando
su sonoridad y en el lejano y profundo horizonte, un punto difuso fue creciendo lentamente hasta convertirse en
un estallido de colores, formas humanas, estandartes,
banderas y saltimbanquis que se acercaban más y más
hacia donde estaba José Luis que boquiabierto, se había
incorporado lentamente de su sillón sin quitar los ojos de
aquella aparición que interrumpían su fugaz sensación de
eternidad
Sin mediar presentación alguna, el grupo se convirtió
en una multicolor y ruidosa murga que desfilo frente a
el con sus alegóricos disfraces, con el Payaso Matecito
interactuando con un público invisible, con el temerario lanzallamas , las elegantes damas cortesanas con sus
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exageradas pestañas y sus vistosos abanicos, girando voluptuosas, entre las chicas que se esforzaban en cumplir
sus rudimentarias coreografías y vestidas con sus brillantes trajes de tafeta y lentejuela y más atrás, las cornetas
con sus sonidos viscerales y estridentes, apoyadas por la
poderosa percusión de redoblantes y bombos. José Luis
se sintió niño, paladeo los cubanitos rellenos de dulce de
leche que le compraban sus padres en aquellas calurosas
noches de los corsos. Se asustó otra vez con los muñecos
cabezudos y sintió rodar algunas lágrimas en el rostro.
Todo se mezclaba en sus recuerdos, los viejos carnavales de su infancia, su adolescencia, los viajes a Brasil y los
primeros intentos de evolución de aquellas murgas en las
actuales comparsas, allá por la década de los ochenta. Divagando en su memoria, fue sorprendido nuevamente.Esta vez en el horizonte, un objeto brillante comenzó a
crecer avanzando lentamente hacia donde estaba el, para
finalmente estallar en una explosión de colores, humo y
sonidos. Entrecortando sus contornos entre la bruma espesa y una cegadora luz, surgió una enorme y fantasmal
figura que, deslizándose majestuosamente, parecía regodearse de sí misma, extendiendo a su paso el dejo narcisista de ser mirada y admirada. Su opulencia y poder eran
irresistibles. Sus colores-de la más variada gama- se descomponían en sus tonos más altos o más bajos y como un
dosel se extendían en todas direcciones y entrechocándose entre sí, se mezclaban jugueteando, formando nuevos colores desconocidos y fantásticos, para luego volver
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a su color original. Las formas eran hermosas, suaves, redondeadas y ampulosas. Unas colosales figuras maestralmente esculpidas parecían inclinarse a saludar al tiempo
que sus ojos destellaban un ambiguo gesto de alegría y
de dolor. Unas palmeras agitaban lascivamente sus cocoteros y decenas de imágenes de animales y plantas entrelazaban sus movimientos y colores liberando un poderoso
monto de energía que ponía a vibrar cuanto hubiera a su
alrededor. Y los cuerpos. Esos cuerpos dorados armoniosos y brillantes que se inmolaban en una lujuriosa danza
que galopaba en la furia de aquella inconfundible música
del carnaval.José Luis siguió con atención el paso alegre y festivo de
la murga y unos minutos más tarde, el majestuoso deslizar
de las carrozas cargadas de dioses y ninfas que escapadados quién sabe qué noche estival se alejaron lentamente
hasta convertirse en un punto opaco y silencioso. En su
interminable viaje astral por la misteriosa e inabarcable
vastedad del universo.-
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El coliseo
El Coliseo se inicio en la década del setenta. Bautizado asi
por sus parroquianos, distaba bastante en magnificencia de
su homónimo de Roma, pero desarrollo durante su permanencia, una rica historia con profundos matices y legados a
una parte importante de un grupo social de un determinado
barrio.En sus inicios, la actividad se desarrollaba en un terreno
donde crecían paralelos, en un margen y otro, dos filas de
paraísos a lo largo de unos treinta metros, cual si fueran las
columnas de una catedral, dejando al centro una nave, es
decir un pasillo, de aproximadamente doce metros, lugar especifico donde se desarrollaba el juego. Si la pelota rebotaba
en un árbol o se enrredaba entre sus ramas forzando asi el
cambio de posesion de la misma, la jugada continuaba, es
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decir que los paraísos no impedían el desarrollo del juego si
no, mas bien, formaban algunas veces, parte de la estrategia
del juego.Algunos años mas tarde, otro terreno ubicado detrás del
original y que estaba cubierto de maleza, principalmente de
la variedad denominada “carqueja”, fue limpiado y ya con
dimensiones mas cercanas alas de una cancha de futbol, el
Coliseo continuo siendo el centro de reunión de un numeroso grupo de entusiastas de este deporte popular.Los asistentes se podían contar por docenas y para formar
los equipos, se utilizaba el sistema del Pan y Queso. Una vez
establecidos los equipos, se establecia un rápido Fixture en
el cual los equipos se cruzarían en partidos de dos tiempos
de unos veinte minutos cada uno, hasta que al final de la
tarde quedaba el ganador de la jornada, sin embargo esto
no resultaba demasiado importante, el objetivo era jugar al
futbol y divertirse entre amigos.La actividad empezaba luego del mediodía y se extendia
hasta la puesta del sol, los días domingos y feriados e ininterrumpidamente todo el año, excepto los días de lluvia. En verano, jugar a las dos de la tarde bajo el terrible sol del verano
y sobre el piso agrietado, reseco y casi sin pasto, no era para
flojos. Era entonces el momento donde hacia su aparición la
otra numero cinco, la damajuana de vino. Tamanaco, era por
aquellos tiempos marca líder en el mercado e innumerables
eran los viajes al almacén del barrio para comprar aquel vital
elemento que se preparaba en las siguientes proporciones:
en una gastada lata de aceite Hidromovil, de YPF, se colocaba
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la mitad de su capacidad con vino y se completaba con hielo,
agua y jugo de limón. La lata pasaba de mano en mano entre
los integrantes de los equipos que esperaban su turno para
jugar, bajo la sombra de unos frondosos árboles. En los días
de carnaval, muchos de los presentes participaban de una u
otra forma, en los corsos barriales, de tal forma que la charla
se matizaba con numerosos hechos y anécdotas ocurridas
durante aquellas noches, interrumpidas por momentos, con
el comentario de una jugada del partido que se estaba disputando en ese preciso momento.Asi se desarrollaban las tardes, febriles, pero tranquilas en
el Coliseo. Bajo la supervisión de los hermanos Garcia, cuya
familia era la propietaria de aquellos terrenos, difícilmente
existía alguna disputa o peleas, quizás alguna diferencia con
respecto a alguna jugada dudosa o de interpretación de reglamentos y eso era alentador entre aquel grupo de rudas
personas que se ganaban la vida en trabajos u oficios que se
sustentaban a pura fuerza física.Luego de muchos años volvi al barrio y me resulto difícil
establecer con exactitud la ubicación del Coliseo. El progreso había ocupado con unos pintorescos departamentos sus
terrenos y no quedaba vestigio alguno de aquel potrero de
barrio que durante varios años fue centro de reunión de la
muchachada del barrio de la escuela cinco.Pero los pelotazos que “Jubilau” Acosta pateaba deliberadamente para que su sonido anunciara, el inicio de las actividades, seguirán resonando para siempre, en el ámbito del
Coliseo.15
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La siesta
El sol de Febrero golpeaba violento sobre el caserío y
en pasillos laberínticos del asentamiento, el calor parecía
ensañarse. El destartalado carro avanzaba lentamente,
sus tripulantes y hasta el caballo mismo, parecían aletargados bajo el sopor del mediodía.
El gordo y el chino regresaban de su cotidiano recorrido en el cual “cirujiaban”, juntando lo que encontraban o
regalaban en la calle, lo que les permitía mantener apenas, una precaria economía. El caballo, que ya reconocía
su barrio, se encaminaba solo hacia el amplio terreno ubicado frente a la casa de sus dueños y donde sabia que lo
esperaba su batea con agua, sombra y pasto tierno para
comer.
-Gordo, desatalo al Doradillo, dale agua y refrescalo un
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poco, mira, pobre animal ¡esta muerto de calor! Yo me
voy a acostar un rato siesta así a la noche estoy bien despierto para la murga, no te olvidés que hoy hay corso. Y
vos también acóstate, gordo, te estás durmiendo.
-Y, nos tomamos tres cajita- Acoto el gordo.La quietud y el silencio de la siesta solo se interrumpía
a veces, con el ladrido de un perro o el correteo y los gritos de algunos gurises. El chino se acostó sin comer nada
y el gordo se ocupo de sus tareas mientras pensaba si en
su casa lo esperaba un plato de comida.Alrededor de las diecisiete, el chino se removía incomodo en su catre, el pequeño ventilador no le servía de
mucho además sentía que algo o alguien interrumpía su
sueño.-Chino, chino, despertate, ¡dale!, no sabe lo que encontré.-Dejame dormir gordo, raja.-No loco, ¡mira, mirá!Lentamente, el chino abrió los ojos y se sobresaltó, inclinado sobre el una enorme y oscura figura extendía sus
brazos sosteniendo un objeto frente a su cara. El chino se
incorporó rápidamente en su lecho, asustado, refregándose el rostro. Agudizando la vista en la penumbra de la
casilla, volvió a escuchar la agitada voz del gordo.-¡Mirá, es un paquete de droga, mirá! Efectivamente el
chino pudo comprobar, ya despabilado, que aquel objeto
que su amigo insistía en mostrarle, era un envoltorio de
plástico de un kilo o más de cocaína.18
¡¿De dónde lo sacaste?!-¡De la bolsa, no sé, estaba en una bolsa llena de botellas! De las que juntamos hoy, ¿y ahora qué hacemo, la
devolvemo?.¡Estás loco, y a quién! Es nuestra oportunida de pasar
al frente, ¡vamo a venderla y no llenamo de plata, gordo!.-Bueno, no se, es peligroso chino.-Vo déjame a mi.Y así, los amigos siguieron deliberando y haciendo planes y con el pretexto de asegurarse si aquello era realmente lo que ellos pensaban, la probaron en reiteradas
ocasiones. Al final, decidieron esconderla en la casa de la
abuela del chino, no sin antes guardarse una buena cantidad, y esperar unos días para ver si se enteraban que
alguien buscaba aquel misterioso paquete que sorpresivamente había llegado a sus manos .Luego de colocarlo
en una caja de cartón, el gordo monto una bicicleta, el
chino se sentó en el caño apoyando la caja en el manubrio
y meta pedal partieron rumbo a la casa de la abuela.-¡Abuela!, te dejo esto por unos días, tenelo acá en el
ropero, despué lo vengo a buscar.-¿Qué es m’hijo?.-Nada abuela, es un regalo sorpresa para mi novia, déjalo ahí.-No vayan a andar en bandidiadas ustes dos, ¿he?, no
se hagan los locos.No pasa nada abuela, intervino el gordo que si bien
no era su nieto, inspiraba más confianza y ternura en la
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La buseca
El club Villa La Armonia funcionaba en el mismo caserón derruido en el que había sido fundado sesenta años
atrás. Si bien siempre estuvo en las ligas amateur, en algunos años había logrado participar en las mayores, obteniendo algún tercer o segundo puesto, de los que se
conservaban varios trofeos en una vitrina olvidada en un
rincón.
El negro moretón y por herencia de su padre que había
sido el fundador, era ahora Presidente, concesionario del
buffet y consejero autorizado del equipo del único deporte que se practicaba en el club, el futbol. Lo que si siempre
funciono con vientos favorables fue el bar, donde viejos y
jóvenes, día tras día, dejaban lentamente sus vidas apoyados en el mostrador. Aquel bodegón era el único lugar
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social y de reunión del barrio por lo que también algunas veces, albergaba cumpleaños, casamientos, loterías y
desde algunos años había sido plataforma de lanzamiento
de una modesta murga que los representaba en el Corso
Barrial. Los Coloridos del Negro era el ocurrente nombre
de la murga, y de una u otra manera, todos participaban
en la puesta en escena de aquel proyecto barrial.Licho, el hojalatero había fabricado las cornetas, Pipoque tenia oído para la música y sabia de electronica-se
encargaba de los músicos y las cuestiones del sonido. Las
mujeres, dirigidas por la esposa del Negro, cosian y armaban los trajes, Lucia se encargaba de las coreos y hasta
doña Marciana, ciega y con las manos deformadas por la
artritis y el trabajo, pegaba con singular habilidad lentejuelas sobre los ingeniosos diseños en los trajes y estandartes. Así, también, el humilde barrio se unía y trabajaba en numerosos proyectos como lo era, por ejemplo,
conseguir un mejor alumbrado público, mejorar la plaza
o cualquier otra necesidad colectiva o individual de algún
integrante del barrio. Todas estas gestiones eran encabezadas por el negro Moretón que en su paso como trabajador de Segba, había llegado a ser Secretario gremial,
particularidad lo que lo autorizaba en el manejo de trámites burocráticos y todo tipo de contactos con políticos
y funcionarios.Promediaba Agosto y en una charla con parroquianos
del bar y algunos integrantes de la Comisión Directiva, el
Negro les propuso organizar una buseca con el objeto de
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recaudar fondos para costear los gastos de la murga, el
año pasaba rápido y ya era tiempo de comenzar con los
preparativos. En aquella reunión se repaso brevemente
también, el esquema y la puesta en escena de la murga
que básicamente, seria la misma de los años anteriores.
En el estandarte Graciela y Rulo, de payaso el loco Valija porque le encantaba, las mellizitas del Negro, Vanina y
Yanina vestidas de princesitas, en el centro un grupo de
chicas bailando y por último la batería con las cornetas,
cerrando el espectáculo.Abocados a la organización, el día previsto para el
evento, finalmente llego. La tarde anterior, el Negro fue
hasta la carnicería de Garra a buscar el mondongo que
había encargado con anterioridad, pero volvió con las
manos vacías. Don Garra, el carnicero, le explico que su
proveedor le había fallado pero que al día siguiente y a
primera hora, este fundamental elemento en aquel guiso
vernáculo, estaría a su disposición. El Negro sabia que el
viejo y tradicional carnicero no le fallaría, así que calculo
rápidamente y concluyo, que un tanto ajustado, tendría
tiempo para cocinarlo, cortarlo -que era uno de los principales trabajos- para finalmente tener la buseca lista antes
de las nueve de la noche, que era la hora estimada para
su inicio. La venta de tarjetas había sido exitosa, inclusive
con gente de otros barrios y también del centro, que encargaban porciones para llevar.A las ocho y treinta de la mañana, el Negro estaba de
vuelta en el club con los veinticinco kilos de mondongo
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y que gracias a los adelantos de mercado, ya venia precocido desde el frigorífico, por lo tanto, con dos horas
o un poco mas hirviendo a un fuego fuerte y constante,
cerca del mediodía, ya estaría cocinado, lo que le daría
el margen de todo el resto de la tarde para terminar de
completar el resto de la preparación. Secundado por el
flaco Tatin y Pata de Catre, amigos del barrio y consuetudinarios asistentes del bar, el Negro armo una hornalla de anafe sobre la que colocaron una enorme olla con
el mondongo bajo una galería abierta que daba al patio
de la vieja casona y encargo a sus ayudantes su cuidado,
pues el tenia que salir a realizar unas compras que aun le
quedaban pendientes. La mañana era luminosa pero un
poco fresca y Tatin y Pata decidieron tomar algo fuerte
como para ir haciendo una previa y calentando el cuerpo.
Alrededor del mediodía y luego de varios y generosos vasos de Doble V, se pasaron al vino para alivianar un poco
la ingesta y estar a tono con la hora. El reloj marcaba las
doce y treinta y cinco y luego de varias pruebas y deliberaciones, los encargados de la cocción, decidieron que el
mondongo estaba listo y que ellos mismos y para adelantar los tiempos, lo colarían para que cuando llegara el
Negro, el mondongo estuviera en el proceso de enfriado.
Para asentar el pulso y mientras el recipiente y su contenido reposaban y perdían al menos un poco de temperatura para su manipulación, los amigos se agasajaron
con una nueva ronda hasta que finalmente se dispusieron a terminar su tarea. Tambaleantes, arrastraron la olla
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hasta un viejo pozo del aljibe que ostentaba el caserón
antiguo, el agua de la cocción que era de una cantidad
importante. Sosteniendo con una mano la tapa y con la
otra la olla, que aun estaba caliente, la apoyaron al borde
de la boca del pozo negro, inclinandola con la intención
de dejar escurrir el agua pero debido al exagerado peso
del mondongo, a que el agua que deslizaba con inusitada
violencia y las torpezas de origen etílico de los operarios,
todo el contenido resbalo pesadamente hacia el fondo,
Demorado por algún retraso, el negro volvió pasada las
trece y encontró a sus ayudantes sentados, con los brazos
colgando hacia los lados, palidos y sombríos. ¿Que paso?,
les pregunto sin levantar la voz pero lanzándoles una furibunda mirada pues intuia algún terrible contratiempo.Heee, el, el, el mondongo. El mondongo, Negro, el
mondongo..¡se nos cayo en el pozo!
El Negro sintió que un repentino calor le recorria el
cuerpo, que sus manos se crispaban y que iba a tomar del
cuello a aquel par de…, pero se contuvo, al fin y al cabo
eran sus amigos, unos seres con una existencia miserable,
olvidados de la vida e inmersos en una eterna pesadilla
de alcohol. Se repuso y luego de escuchar los precipitados relatos sobre como había ocurrido aquel desgraciado
“accidente”, ordeno a sus compañeros: Tatin, trae algunas
de esas varillas de fierro que están alla, vos Pata, consegui
unas líneas de pesca con los anzuelos mas grandes, y traelos. Reunidos los elementos pusieron manos a la obra.Asomandose al oscuro pozo y al primer golpe de linter26
na, pudieron ver al mondongo flotando en aquel como
una enorme ballena blanca nadando en un mar viejo
quieto . Luego de varios intentos, lograron enganchar los
trozos mas importantes y poco a poco, como una chorreante presa, el mondongo fue emergiendo congelado
por el agua fresca y turgente del pozo. Finalizada la “pesca”, el mondongo fue rápidamente lavado- bajo el mas
absoluto secreto- para luego ser cortado y reunido con
el resto de los ingredientes que ya estaban cocinándose
desde hacia un par de horas.Alrededor de las veintiuna, el salón del club estaba
colmado de gente que se iba tomando sus lugares en los
largos tablones dispuestos sobre caballetes en el espacioso lugar que había sido cuidadosamente adornado con
globos, banderines y guirnaldas. Los niños correteaban
y algunos perros, atraídos por el movimiento y el aroma
a comida, se escurrían temerosos entre las piernas de la
gente. A las veintiuna y treinta, el Negro Moreton hizo su
aparición y como Presidente y afecto a los discursos que
era, saludo a los comensales, agradeció y luego de otras
breves consideraciones arengo: y ahora, vecinos y amigos, ¡a comer la buseca que se enfria! y con un cerrado
aplauso los comensales festejaron el discurso y el sonido
del entrechocar de los platos, vasos y cubiertos, las voces
y el ¡shhh! de los sifones invadieron el recinto.La buseca fue un éxito y todos coincidían que estaba
deliciosa. Pero el Negro, Tatin y el Pata, ocultos detrás del
mostrador, comieron sandwichs de mortadela y queso.27
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Gisela
Pateando vasos de plástico enredados entre las serpentinas y el papel picado, con su traje de leopardo rasgado, caminando con la dificultad que le producía un taco
aguja roto en sus sandalias, Gisela regresaba de otra furiosa noche carnaval.El sol de Febrero se asomaba con su habitual insolencia, sofocando sin tregua a la somnolienta ciudad que
apenas recién despertaba. Gisela, mientras caminaba
rumbo a su casa, repasaba mentalmente cada momento
de su triunfal desfile en el corso barrial. Su performance
en la pasarela había sido impecable, arrancando aplausos
y expresiones de asombro a cada paso. Su participación
era de forma individual, es decir, competía en la categoría
de disfraz carnavalero y para ello se había preparado todo
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el año, ensayando numerosas coreografías y soñando con
obtener un premio. A pesar de sus carencias, ella lograba conseguir los elementos para la confección de su traje
que ese año había sido el de un leopardo, y así, rescatando algo por acá, reciclando alguna otra cosa por allá,
lograba finalmente terminar su traje a tiempo y desfilar
esplendida en las noches de los corsos. Porque desde el
momento mismo en que pisaba el circuito, Gisela parecía estar rodeada por un maravilloso aura que enmarcaba
toda la plasticidad de su cuerpo y que volvía especialmente radiante, sus ojos, sus manos y su rostro. En aquellas
noches, Gisela, dejaba atrás sus oscuros días de miserias
y discriminación y desafiante, se plantaba frente a la misma sociedad que muchas veces la excluía y la negaba,
pero esta vez ella estaba en la calle, su casa, y en aquella
fiesta, ella era la anfitriona, la principal protagonista y la
heroína del show.Antes de llegar a la Plaza San Martín, un auto cruzó
velozmente junto a ella salpicándola con el agua estancada de un bache al tiempo que desde su interior unos
jóvenes eufóricos le gritaban y le hacían gestos y señas
obscenas. Ella les sonrió, los saludó y el auto prosiguió su
loca marcha. Al llegar a la plaza, se topó con un grupo de
turistas que bailaban como poseídos con la música de las
comparsas sonando en el estéreo de sus autos y vibrando
aún en sus cuerpos y sus almas. Allí, y por unos tragos, les
brindó el más exquisito show de primera pasista, arrancando aplausos y vítores a sus casuales espectadores a
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los que se le fueron sumando algunos otros que pasaban
por allí. De pronto, aquel lugar se convirtió un gran baile
popular con gente que bajaba espontáneamente de sus
autos, los cuales dejaban estacionados en cualquier lado,
con la supuesta impunidad que otorgan los días de carnaval. Gisela, en el centro de un gran círculo de personas que la alentaban batiendo sus palmas, bailaba como
poseída por un extraño paroxismo que la convertía en
una momentánea diosa y reina carnavalera. A pesar de la
cercanía del mismísimo edificio de la Departamental de
Policía, la fiesta duro varios minutos hasta que, finalmente, una partida de uniformados irrumpió para dispersar
la muchedumbre. Los más entusiastas opusieron alguna
resistencia llegando, inclusive, cerrar un cerco alrededor
de Gisela con la intención de protegerla, pero el personal
policial que ya contaba con la experiencia de muchos carnavales y sus habituales conflictos, dispersó rápidamente el grupo sin mayores inconvenientes e hizo regresar a
Gisela a la realidad con unos no muy gentiles sacudones
pues, a pesar de los gritos y las corridas, ella seguía bailando como poseída en un trance. Acostumbrada a este
tipo de tratos, no intentó resistirse, pero en un momento
de descuido, logro estamparle un ruidoso beso a un joven
oficial recién salido de la escuela, que sorprendido y rojo
de vergüenza, no paraba de refregarse los labios con un
pañuelo. Este hecho puntual determinó que por mucho
tiempo, el desafortunado policía fuera reconocido entre
sus compañeros de fuerza, como el “novio Oficial de Gi31
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sela”. Una señora mayor, un tanto menuda, agobiada y
con un rosario entre sus manos, pasaba en ese preciso
momento camino a la catedral e involuntariamente fue
parte involucrada en el tumulto al ser embestida por una
joven turista, sin embargo, Angelita, tal el nombre con el
que se identificó, no tuvo ningún tipo de lesiones y se alejó rápidamente del lugar.Así era Gisela; extrovertida, descontrolada, impredecible. Mostrándose siempre despojada de toda moral, es
decir, de toda construcción o subjetividad cultural que
pretendiera impedirle ser Gisela o Rony, o ambos a la vez.
Quizás por eso ella bailaba, reía y jugaba, exorcizando, tal
vez los demonios que intentaban encarcelar su espíritu,
su cuerpo y su pasión. Porque ella era dueña de un derecho por el que la humanidad ha batallado desde siempre
y ese derecho es ser dueños de nuestra propia libertad.Y tan libre fue Gisela que le costó su propia muerte.-
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Angelita
Angelita cruzaba a paso vivo la plaza San Martín cuando se topó con un grupo de jóvenes que bailaban y reían
al ritmo de la música del carnaval vibrando en los parlantes de sus autos y sus almas. Apretó fuerte el crucifijo que
llevaba entre sus manos, suspiró y apuró aún más el paso
para llegar a la catedral, sin embargo, la última imagen de
una pareja desbaratándose a besos, quedó congelada en
sus retinas.
Entonces recordó. Ha pasado mucho tiempo, pensó,
éramos unas gurisonas. Mirábamos el desfile de máscaros y de murgas desde el balcón de los García-Villafañe, la
gente nos saludaba y nosotros les tirábamos papel picado y serpentinas, estábamos como en un pedestal. Él comenzó a venir y se paraba cerca del balcón y me miraba,
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era alto, morocho y con el bigote siempre bien recortado,
con un traje negro con rayas grises y la corbata blanca y
ancha. Usaba un funye hecho en casa Negrette, pude ver
la etiqueta de ese comercio una vez que estaba con él y
se lo quitó para saludarme. Era muy elegante y varonil y
yo estaba enamorada de él.Con el pretexto de comprar agua perfumada, nos dejaban salir un ratito a la calle entonces el aprovechaba a
acercarse y cruzábamos algunas palabras, mis amigas se
ponían nerviosas porque temían que nos pudieran descubrir pero a mí no me importaba nada, solo quería estar
con él. Dos veces me besó, una vez en la mejilla y otra
vez brevemente en los labios, me tomaba de las manos y
mi corazón parecía salirse y una vez fui yo la que lo besé
y después salí corriendo. Eran los carnavales de mil novecientos cincuenta y cinco, lo recuerdo bien porque mi
padre organizaba reuniones en mi casa y hablaban de la
Revolución Libertadora con la que finalmente sacaron a
Perón de la presidencia.
Antes de terminar los carnavales de ese año, mi familia se enteró de mis furtivos encuentros y mi padre que
era muy severo y devoto, me llevó a su escritorio y me
dio una terrible reprimenda. Ese hombre no es para vos
m’hija. Él solo es un taita arrabalero que anda que esos
peronchos, esos energúmenos que dicen tener derechos,
¡válgame Dios!, pero papá… intenté balbucear algo en su
defensa y en la mía-¡basta carajo, he dicho!, gritó y finalizó diciendo, ¡Y te queda terminantemente prohibido sa36
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lir excepto para algún trámite importante y acompañada
por la sirvienta! Escapé de aquella habitación llorando y
ya casi nunca salí de mi casa. Pasaba los días bordando,
leyendo, ayudaba a mi padre con algunas tareas administrativas referidas a su condición de administrador de estancias e integrante de la Sociedad Rural. Solo salía para
ir a misa o la botica y soñaba con cruzármelo otra vez,
hermoso, parado en una ochava esperándome, pero nunca volví a verlo. Una de las muchachas que trabajaba en
casa me dijo una vez que había visto un hombre con esas
características rondando la casa, pero nunca me animé a
salir, ni a buscarlo.
Primero enfermó mamá y murió, luego fue papá. Estuve todos estos años entregada a sus cuidados y ahora
que quede sola y vieja, me cuida el Señor que es mi pastor. Mis bienes se los dejaré al Obispado y esperaré a mi
muerte rezando. Y ese hombre que amé ¿Aún me estará
buscando..? Ah… y esos jóvenes, ¿Por qué tienen que besarse de esa manera?
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Los zombies
Los zombies atacaban por doquier en el playón de la
vieja usina. Un grupo de mujeres y niños, parapetados en
lo alto de un videt, se defendían como podían con palos
y a patadas. Alla abajo, una furiosa guerrera enfundada
en un ajustado traje de combate, dirigía la defensa contra aquellos cadáveres sedientos de sangre mientras sus
transpirados y enmarañados cabellos caian sobre sus voluptuosos senos. De pronto, un golpe sordo y Juan despertó a medias. Estaba soñando.Confundido trato de ubicarse en la penumbra y luego
de unos instantes reconocio su habitación y otra vez escucho un ruido, una puerta que se cerraba, alguien estaba en la casa. Se incorporo, se sento en la cama, había
una atmosfera calurosa y opresiva y su boca estaba seca.
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Ahora escucho un ruido a platos y a botellas, entonces
recordó que la noche anterior había tenido una reunión
con amigos y los sonidos que escuchaba se debían a que
Yolanda-la señora que le hacia la limpieza-estaba realizando sus tareas. Se levanto vacilante y pensó en una
ducha refrescante, entreabrió la puerta de su habitación,
Yolanda no parecía estar a la vista, el sonido de un chorro
de agua y a vajilla entrechocándose, le aseguraba que ella
estaba en la cocina, entonces se escabullo hasta el baño
y se metio bajo la ducha. Al termino, se envolvió un toallon en la cintura mientras se secaba el torso y la cabeza
y luego de repasar el espejo empañado del botiquín se
encontró cara a cara consigo mismo. Al igual que Narciso
comento: “¡ Que lindo guacho so Juan!...Y encima te va
re-bien y mira de donde veni, de una casucha de chapa
en el asentamiento, pero no le aflojaste, la peleaste, dale
y dale y mira ahora, ¡saliste del barro, Juan!. Te alquilaste
un buloncito, casi céntrico y con estos días de carnaval la
clientela se triplica y la estas moviendo, chabón. Anoche
unas amiguitas, unos champusitos y ahora tene hasta una
que te viene a limpia”.Cerro con esto ultimo sus pensamientos y el tintineo de las botellas que Yolanda juntaba
en una bolsa lo trajo al presente, luego hubo un silencio.
Fue ahí entonces cuando recordó todo.La tarde anterior y a sabiendas que iba a venir un
numeroso grupo de personas a su casa, tomo el sendo
paquete de cocaína que había recibido en la mañana y
decidio esconderlo en alguna parte del departamento.
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Pensó y pensó el mejor escondite y finalmente decidió
que lo obvio seria lo mejor. Envolvió el paquete con nylon
y lo coloco en el fondo del tacho de la basura, que estaba
en el lavadero y que contenía una bolsa de residuos, y lo
tapo con bollos de papel, cartones, botellas, latas vacias
y otros elementos simulando basura, pensando que de
esa manera a nadie se le ocurriría buscar y encontrar ese
precioso tesoro en ese preciso lugar. La dura vida de la
calle lo había vuelto desconfiado y mucho mas en aquel
ambiente tan competitivo y con pocos escrupulos. De
pronto, tuvo un terrible presentimiento y corrió hacia el
lavadero y vio que el tacho estaba vacio, se lanzo luego a
donde estaba Yolanda, perdiendo en el trayecto la toalla
anudada en la cintura. ¡Labolsa, la bolsa!, gritaba, ¿donde
esta la bolsa que estaba en el tacho del lavadero?. Yolanda, sin saber si mirar el rostro desencajado de aquel
hombre o su entrepierna, balbuceo: la, la, la saque a la
vereda para que se la lleven los recolectores…No termino
la frase cuando Juan, desnudo como estaba, salió corriendo a la calle, pero la bolsa ya no estaba allí. Un rato antes,
un desvencijado carro con dos tripulantes y tirado por
un agobiado caballo la habían cargado y apilado juntos a
otros despojos que en sus infinitas recorridas juntaban y
con lo que sostenian, apenas, sus miserables vidas.-
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La corneta del Laucha
El carnaval desde sus remotos orígenes fue pagano, es
decir del pago o pueblo que utilizaba esos días para divertirse y revelarse a su cotidiana y opresiva vida, entonces,
grupos de personas desfilaban disfrazados por las calles,
parodiando y hasta criticando, con inusual audacia, a sus
gobernantes. A través de la historia, la humanidad ha conservado esta costumbre y en nuestra cultura, el carnaval,
ha mantenido esa impronta y se ha instalado como una de
sus principales fiestas populares. Quizás por ello, cuando
en las calurosas noches de los corsos. El Laucha salía a la
calles del carnaval de manso que era, se volvía un portentosa, llena de un cúmulo de proezas que parecían pertenecerle al misterio que desataba la noche carnavalera de
todos los tiempos. Siempre fue vestido con su conjunto
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de tafeta dorada impecable y sus inmaculadas alpargatas
blancas que le cosía doña Dora, su mamá, que le daba los
gustos como a un niño, a pesar de sus veintiséis años ya
cumplidos- y por supuesto, con su corneta a cuestas, la
que cuidaba con especial esmero.
El laucha era un apodo ganado por su fama de un tipo
tranquilo, simple, siempre con una sonrisa franca y un cigarrillo entre sus dedos curtidos por la cal. Vecino del barrio, era un asiduo asistente al club donde gustaba compartir algunas cervezas con sus amigos, entre partidos
de truco o desafíos en la cancha de bochas donde había
entusiasmado a los concurrente a armar la desfachatada
murga.
El Laucha soplaba con fuerza la caña de su corneta,
exhalaba la rabia de las interminables y frías noches que
los gobiernos prepotentes e impunes le arrastraban a una
vida de miserias. La corneta era instrumento de viento,
una invención de algún luthier local en los inicios de nuestros corsos Gualeguaychenses, allá por el mil novecientos
treinta y algo. Actualmente se fabrica en chapa, artesanalmente, y se la podría describir de la siguiente manera:
su forma es la de un embudo gigante, es decir, tiene forma cónica y en el extremo donde se cierra el cono, posee
un apéndice cilíndrico, también de chapa, de aproximadamente tres centímetros de diámetro por unos seis u
ocho de largo. Dentro de él, se introduce un trozo de caña
o caño plástico, de unos diez centímetros de largo, al que
se le realiza una ranura. Cubriendo esta ranura y hasta el
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extremo externo de la caña/o, se coloca un trozo de papel
celofán que en la mayoría de los casos es el envoltorio de
los paquetes de cigarrillos. Para sujetarlo, se utiliza una
bandita elástica. El ejecutante, debe sostener la corneta con una mano desde una manija remachada al cuerpo
central del instrumento y puesta allí para tal uso, y con
la otra mano, especialmente con la palma, debe obstruir
el extremo de la caña de tal manera que al soplar en la
ranura, el aire expande a través del cono, produciendo
una sonoridad vibrante- dado por el celofán- y es ese, entonces, el sonido particular de la corneta, que junto a la
percusión compuesta por redoblantes, bombos, platillos
y maracas, dan la musicalidad tan singular de nuestras
murgas.La corneta del Laucha había quedado allí, sobre el mostrador de madera de la cantina del club. El laucha la depositó en ese lugar al regreso de una noche de ensayos o
de corsos y nunca más volvió a buscarla. Algunos decían
que esa tarde el laucha se había encabronado con lospremios del corso , que siempre quedaban de garrón con
los bacanes del centro y los gurises no querían salir más
a dar lástima , otros que simplemente con el alcohol y el
tabaco ya no le daban los pulmones y estaba cansado de
andar lidiando con los todo los bártulos él solo , desde las
corneta hasta los trajes se los cargaba él en la siambretta
verde que todo eso le sacó el entusiasmo , no hay quien
dijera que en realidad con Casildo González habían tenido
un encontronazo por unas letras y algunas polleras esa
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mañana después de la premoción su madre lo encontró
muerto cuando fue a despertarlo para que fuera a trabajar de eso también hay varias conjeturas creíbles y de las
otras .
El negro Moreton, cuando repasaba con su desgastada
rejilla el largo mostrador sudoroso de tabaco y alcohol,
trataba de no tocar el instrumento y mucho menos moverla de su lugar.” Y como resoplaba; pobre el negrito, me
hacía temblar el botellerío el solo nomás, me pedía el bar
para ensayar. ¿Y cómo no se lo iba a dar? Durante años
se rehusaron a armar la corneta, la patrona siempre se
enojó porque fue más lo que tocaba que lo que consumían pero donde sino, había que verlos ahí en los paraísos en el campito, daban lástima. Los gurises eran sanos,
no me acuerdo de trifulcas. Además el negro siempre nos
nombraba en la radio, nos hacia la fama en el barrio y esa
noche cuando el vino después del corso tan desilusionado y dejó la corneta, yo decidí que se quedara como un
homenaje, a veces me preguntan y les cuentos la historia,
porque en el fondo acá nació la desfachatada que tantos
años fue la murga del barrio. Muchos de los integrantes de murga ya hechos unos hombrones todavía vienen
y cuando entran al bar la miran de soslayo mientras se
persignaban, algunos aseguraban que estaba embrujada
pues al acercarse a ella sentían como unas manos invisibles oprimían sus gargantas, otros sin embargo, sostenían
que aquello no era otra cosa que la angustia de recordar a
un muerto con quien había pasado tantos verano.
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Y allí quedará la corneta, desafiante al paso de los hombres y su historia, impertérrita, orgullosa. Un objeto ominoso para algunos, cotidiano para otros, pero que social
y culturalmente seguirárepresentando con su continua y
poderosa presencia,la vida, la lucha y la muerte de nuestro pueblo, ancestralmente de todos los pueblos -
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