Subido por Gonzalez Cornejo

5065.-Introduccion-a-las-…-Montenegro

Anuncio
\ Montenegro: Introducción a las
doctrinas político-económicas
Wa
wv
£
BREVIARIOS
DEI. FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
BIBLIOTECA DIGITAL
TEXTOS SOBRE BOLIVIA
FILOSOFÍA Y COSMOVISIÓN, EDUCACIÓN, ECONOMÍA, CENSOS Y
ESTADÍSTICA
DE BOLIVA
FICHA DEL TEXTO
Número de identificación del texto en clasificación Bolivia: 5065
Número del texto en clasificación por autores: 33976
Título del libro: Introducción a las doctrinas político-económicas
Autor (es): W. Montenegro
Editor: Fondo de Cultura Económica
Derechos de autor: Dominio público
Año: 1956
Ciudad y País: México D.F. – México
Número total de páginas: 218
Fuente: https://ebiblioteca.org/?/ver/143873
Temática: Doctrinas y acumulación del capital
W. Montenegro
INTRODUCCION A LAS DOCTRINAS
POLÍTICO-ECONÓMICAS
El siglo xx ha sido pródigo no tanto en
la creación de doctrinas políticas y eco­
nómicas, como en su empeño por llevar
a la práctica las ideas previamente elabo­
radas. En efecto, las formas políticas
contemporáneas son el resultado de pe­
nosas experiencias, de las cuales aún no
extraemos la enseñanza necesaria, puesto
que el hombre actual, el “hombre que
vota”, cuando ejerce el sufragio, lo hace
más por impulso que por conocimien­
to, intuitivamente más que por la razón,
v las consecuencias de ello no se han
hecho esperar.
. • •
Contra esa actitud el profesor Monte­
negro ha escrito el presente breviario. En
su clarísima exposición se verá cómo de
un simple cambio de énfasis en cualquie­
ra de los términos de la ecuación polí­
tica Individuo-Comunidad-Estado, irán
surgiendo los diversos caminos del pensa­
miento político. Del primero brotarán el
liberalismo —con sus dos formas, la po­
lítica (democracia) y la económica (capi­
talismo)— y el anarquismo de corte in­
dividualista; de la comunidad saldrán las
diferentes tendencias socialistas, y del
tercer término de la ecuación —el Es­
tado— germinarán desde el “común” in­
tervencionismo estatal hasta el dominio
absoluto de éste, como en el nazifascismo.
Se estudian también el cooperativismo y
el cristianismo social, cuyas influencias
son evidentes en nuestro tiempo, y todo
esto enmarcado en el eterno fluir políti­
co: la evolución v la revolución.
[Grabado.- Mujer turca (de la exposición La fa­
milia del hombre).]
i:p:
H r.4?
i"7*
-* • -» :<r¿
• ♦ »■<
• • • •
•■
• .%!;»?••• •-♦
•v.y?
BREVIARIOS
del
Fondo
de
Cultura Económica
122
INTRODUCCIÓN A LAS DOCTRINAS
POLÍTICO-ECONÓMICAS
Introducción a las doctrinas
político - económicas
por
Walter Montenegro
£
FONDO DE CULTURA ECONOMICA
México - Buenos Aires
Primera edición, 1956
Queda hecho el depósito que marca la ley
Copyright by Fondo de Cultura Económica
Av. de la Universidad 975-México 12, D. F.
Impreso y hecho en México
Printed and made in Mexico
Para
Clemencia
y
Elena Montenegro
Esta obra está basada en los apuntes
del curso elemental de Doctrinas Políticas
que dictó el autor en la Escuela de Servicio
Social de La Paz, Bolivia, entre los años
1947 y 1952.
EL FENÓMENO POLÍTICO
El individuo, la colectividad y el Estado.—Libertad y
autoridad.—Elementos esenciales de una doctrina polí­
tica.—Dinamismo político: evolución y revolución.
La fisonomía y definición de un cuadro político de­
penden de la forma que, en cada caso, adopta la inter­
dependencia de tres factores: el individuo, la colecti­
vidad y el Estado.
El remoto origen de esa interdependencia reside en
el hecho de que, al despuntar la aurora de su existencia
sobre el planeta, el hombre, el 4‘animal político” de
que hablara Aristóteles, encontró indispensable aso­
ciarse con sus semejantes para hacer frente a la lucha
por la vida.
En concordancia con sus necesidades y aspiraciones
crecientes, desde lo simple y rudimentario de la pre­
historia hasta lo complejo y sutil de nuestros días, el
hombre fue adoptando diferentes normas de convi­
vencia, dentro de la cual surgió el concepto de auto­
ridad como complemento ineludible. Lo que da iden­
tidad propia a un orden político es el carácter de esas
normas: su inspiración, sus fines, el radio de acción
que tienen y el papel más o menos preponderante que,
alternativamente, desempeñan el individuo, la colecti­
vidad o el Estado.
Concretamos este análisis al mundo moderno, que
empezará a tomar su forma actual con el liberalismo,
cuando van desapareciendo de Europa los últimos ves­
tigios del sistema feudal.
El individualismo, cuya expresión contemporánea es
la democracia liberal, tiene como finalidad, en lo filo­
sófico, salvaguardar los derechos “inherentes” a la per­
sonalidad humana, encarnados en el individuo: la vida,
la libertad, la felicidad. En lo material, garantizar la
9
10
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
propiedad privada, con sus complementos inseparables,
la iniciativa y la empresa también privadas.
La colectividad debe estar organizada de modo que
permita y asegure el ejercicio de aquellos ‘"derechos in­
alienables”. Sólo hay un límite para el desarrollo de
la actividad individual, y es el que señalan los derechos
de los demás. El orden jurídico y ético debe estar
establecido en forma tal que asegure la coexistencia
pacífica y armónica de las prerrogativas individuales.
El Estado no hace otra cosa que supervigilar y
garantizar el desenvolvimiento de aquellas relaciones.
Tanto mejor desempeña su papel cuanto menor es su
intromisión en el libre juego de las llamadas “leyes
naturales” de la economía. El Estado es un “gendar­
me” necesario pero incómodo, y por tanto su presencia
debe reducirse al mínimo indispensable.
El individuo es, pues, instrumento, protagonista y
fin de este orden político económico. La colectividad
lo sirve; el Estado lo protege.
Una forma extrema de individualismo es el anar­
quismo individualista que prescinde totalmente del Es­
tado y apenas admite la “necesidad limitada” de la
actividad colectiva para fines de carácter material, tales
como la producción cooperativa de los artículos de sub­
sistencia.
Dentro de las concepciones colectivistas, que in­
cluyen las diversas formas del socialismo, el individuo
deja de ser un fin en sí mismo; lo es, solamente, en la
medida en que forma parte de la colectividad entera.
La meta de la felicidad individual queda substituida
por la de la felicidad colectiva. Al hacerse evidente el
hecho de que las prerrogativas individuales no siempre
se quedan dentro de sus límites sino que, por su misma
dinámica, tienden a invadir el campo de las prerroga­
tivas ajenas y a servirse de ellas para beneficio propio,
surge el nuevo concepto: quien sirve no es la colecti­
vidad al individuo, sino éste a aquélla. Y, al contribuir
a la felicidad colectiva, el individuo se hace acreedor a
EL FENÓMENO POLÍTICO
11
la justa parte que, como a miembro integrante de la
sociedad, le corresponde. A eso y nada más.
La propiedad privada pierde el carácter casi sagrado
que le asignan las teorías individualistas. Y, de aquel
plano de preeminencia en que había sido colocada,
desciende bruscamente al banquillo del acusado. No
solamente los socialistas marxistas, sino aun los uto­
pistas, le atribuyen la mayor parte de los males que
engendró la sociedad individualista.
La única propiedad respetable, por consiguiente, es
la que cumple una "‘función social”. La propiedad
de las fuentes de riqueza (o instrumentos de produc­
ción) debe transferirse a la colectividad, de manera que
la riqueza producida pase a ser colectiva en vez de in­
dividual.
Cada una de estas teorías socialistas asigna un papel
diferente al Estado. De acuerdo con unas (el marxis­
mo y sus derivados), el Estado fue un simple cómplice
(gendarme sobornado) de la acumulación de privile­
gios en un sector minoritario de la sociedad; puede
redimirse si pasa a servir temporalmente los intereses
de la mayoría, con el nombre de dictadura del prole­
tariado, para morir después, cuando su presencia sea
innecesaria. Otras (socialismo de Estado), propugnan
la existencia permanente del Estado, a condición de
que cumpla funciones activa y directamente regulado­
ras del orden, no sólo jurídico y político de la sociedad,
sino también —y principalmente— del económico. Si
es necesario, debe competir con el individuo en este
campo para mantener el equilibrio colectivo.
Ha desaparecido el individuo como héroe del drama
social, y también desaparecen los grupos o conjuntos
de individuos que, por razón de su desigual participa­
ción en los fenómenos de la producción y la distri­
bución de la riqueza, acabaron por dividir a la sociedad
en “clases”; clase de poseedores la una y de desposeídos
la otra, con escasa gradación intermedia.
La colectividad entera ocupa el primer plano. El
individuo y el Estado la sirven sin reservas, desem-
12
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
penando funciones coadyuvantes. Si para los fines de
ese servicio debe, en un momento dado, desaparecer
el Estado, éste desaparecerá. Si para realizar los fines
supremos de la colectividad el individuo debe sacrificar
temporal o permanentemente parte de sus prerrogativas
o la totalidad de ellas y aun la vida misma (eso de­
pende del tipo de socialismo que se propugne), “el fin
habrá justificado los medios”.
Pero no sólo el individuo o la colectividad prota­
gonizan en un momento determinado la escena del
ideario político moderno. El Estado tiene también su
turno.
Pasemos por alto las monarquías absolutas que iden­
tifican al Estado con el soberano —resabio de las pri­
mitivas teocracias— para referirnos a la época en que
entra en funciones el nuevo concepto jurídico-político
del Estado, en un mundo en que el liberalismo señala
rumbos en medio de la tempestad creada por la Revo­
lución Industrial.
Poco a poco, y conforme el individualismo liberal
sin freno demuestra su incapacidad para encarar los
problemas que plantea el complejo desarrollo de la
sociedad moderna, el intervencionismo estatal gana
terreno. No se desea, pero tampoco se puede evitar.
Ya se había hecho indispensable como fuente de auto­
ridad en el orden social, y su avance en el campo de la
actividad económica es más producto de la necesidad
que de la doctrina. Al sobrevenir las depresiones o cri­
sis que, periódicamente, marcan el curso del fenómeno
capitalista, el Estado tiene que desempeñar una fun­
ción cada vez más activa. Llega, inclusive, a crear
fuentes de trabajo en gran escala, cuando la desocupa­
ción amenaza con el hambre a millones de hombres.
El ejemplo típico en esta materia es la política del
New Deál del presidente Roosevelt, falsamente inter­
pretada como un paso hacia el socialismo, cuando en
realidad fue un recurso extremo para salvar al capita­
lismo norteamericano después de la crisis de 1929.
EL FENÓMENO POLÍTICO
1?
Y, aun superadas las situaciones de emergencia, el
Estado ya no puede excluirse de las relaciones normales
del capital con el trabajo, por lo que entra a regular el
mercado laboral forzando la ley de la oferta y la de­
manda de trabajo, o dirimiendo con su autoridad los
conflictos creados por las peticiones de los obreros. El
“mal” de la intervención del Estado es preferible a los
que ocasionaría una guerra de huelgas y lockouts. Con
criterio preventivo respecto a estos problemas, el Estado
legisla en materia social, señalando salarios mínimos y
estableciendo un sistema más o menos completo de me­
didas de protección para el trabajador.
Por supuesto, la guerra moderna, que se libra tanto
en los campos de producción como en los de batalla,
impone la intervención del Estado en éstos como en
aquéllos.
Ni uno solo de esos pasos deja de ser resistido por
los obcecados partidarios del liberalismo puro; particu­
larmente, por los grandes representantes del capitalis­
mo que ven en el Estado a un intruso agresivo que
tiende a despojarlos de sus prerrogativas. Lo que esos
liberales no ven es que el Estado (el “Estado burgués”,
como lo llamaría Marx), no hace sino liberarlos de con­
flictos mayores y, en último análisis, de la ruina. Cega­
dos por el odio al Estado, enemigo teórico de la libre
empresa, no ven al Estado como aliado, en la práctica.
Hay, empero, un punto en que este género de in­
tervención más o menos indirecta es insuficiente, y se
piensa en otro Estado que ya no se limite a desempeñar
funciones de supervigilancia, de mediación o de rescate,
en último trance, respecto al individuo. Y es entonces
cuando nace la idea del Estado socialista. Dicho de
una vez, el Estado que ya no servirá al individuo sino
a la colectividad.
Se socializan los instrumentos de producción. De­
pendiendo esto del grado de avance del socialismo en
nombre del cual actúe el Estado, la socialización abarca
solamente las grandes fuentes de producción, aquellas
que constituyen el núcleo mismo de la vida económica
14
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
del país, o se aplica con carácter más o menos general.
Este proceso se inicia generalmente con las minas y los
yacimientos de petróleo, pasa por la industria siderúr­
gica y llega a los ferrocarriles y otros medios de trans­
porte. Sólo en casos extremos toca a la industria manu­
facturera. Suecia constituye uno de los ejemplos típicos
de socialismo de Estado, con la circunstancia, muy es­
pecialmente digna de anotarse, de que ese‘hecho eco­
nómico no afecta al sistema político, que se mantiene
invariable dentro del marco de la democracia liberal.
Sólo en condiciones sumamente anormales, como las
que se derivan de una guerra, la intervención del Estado
llega, en este cuadro político, a regular la distribución
y el consumo de artículos, mediante el racionamiento y
las “congelaciones” de precios, salarios, alquileres de
viviendas, etc.
Hay, más allá, otro tipo de Estado: el que, con
carácter “temporal”, propugna el comunismo, para po­
nerlo en manos de la dictadura del proletariado, como
instrumento político destinado a realizar la transfor­
mación de la sociedad burguesa en la sociedad comu­
nista, sin clases, del futuro. Lo que, en concepto de
los comunistas marxistas, justifica a este Estado absor­
bente y dictatorial es su necesidad “transitoria”, ya
que, en la otra sociedad hipotética del futuro, el Estado
habrá desaparecido también, total y definitivamente.
Por su parte, los anarquistas individualistas prescin­
den del Estado y de la colectividad' para dejar al indi­
viduo solo, libre y voluntariamente asociado en peque­
ñas agrupaciones coinstituídas con fines de servicio
mutuo; mientras que los anarquistas comunistas eli­
minan al Estado y al individuo y dejan a la colecti­
vidad sola.
La carrera del Estado no ha concluido todavía.
Falta la última etapa, aquella en que, imperativamente,
lo reclama todo para sí.
Ya no es el Estado el que sirve al individuo, den­
tro de las teorías “demo-liberales”, ni el que sirve a la
colectividad en el socialismo; tampoco se hace perdonar
EL FENÓMENO POLITICO
15
su presencia en función de los altotf intereses indivi­
duales o colectivos a los que consagra su existencia, ni
ofrece humildemente que desaparecerá cuando no se lo
necesite.
Éste, el Estado fascista o nazi, es un fin permanen­
te en sí mismo. Nacido de concepciones filosóficas
como la de Hegel, alcanza su identidad plena en la
Alemania nazi y la Italia fascista. La totalidad de
la vida colectiva gira en torno a su servicio, y el indi­
viduo convierte ese servicio en una verdadera mística.
Aquella parte de la colectividad que se consagra abso­
lutamente al Estado se hace, por ello, acreedora a todos
los privilegios y se considera a sí misma la minoría
selecta, la élite. El resto no tiene “derechos” propios,
sino los que el Estado, por autodeterminación, le
“concede”.
Es importante observar que, mientras las doctrinas
democráticas liberales, así como las socialistas, cifran
su validez en el hecho de que expresan la voluntad de
la mayoría, y justifican sus fines en razón del benefi­
cio de la mayoría de la colectividad, el nazifascismo
niega esas concepciones mayoritarias y sólo reconoce
a la minoría como fuente de poder, como instrumento
de realización política y aun como objetivo, en cuan­
to esa minoría tiene identificado su destino con los
destinos supremos del Estado.
En lo económico, el Estado nazifascista toma el
control directo de las industrias capitales (sobre todo
aquellas que tienen estrecha relación con los progra­
mas de preparación militar de la nación), y se sirve
de la empresa privada, dejando a los propietarios a la
cabeza de sus negocios, bajo una estrecha dirección y
vigilancia estatales. En otras palabras, el Estado quiere
tener a alguien que sea personalmente responsable de
las fallas que pudieran ocurrir; pero ese alguien no
tiene la verdadera conducción de la empresa. Las rela­
ciones entre el capital y el trabajo están absolutamente
supeditadas a los intereses del Estado.
Y este Estado, ampliando su acción integral (por
16
DOCTRINAS POLITICO-EC6nÓMICAS
eso se llama Estádo "totalitario”) a todos los ámbitos
de la vida colectiva, imprime también una dirección
inflexible a la educación, la literatura, el arte y aun la
ciencia.
De este modo hemos recorrido, en forma sucinta,
toda la gama de relaciones políticas entre el individuo,
la colectividad y el Estado, desdé el momento en que el
individuo se asocia con sus semejantes para la satis­
facción de sus necesidades inmediatas y elementales,
hasta que el Estado se convierte en un ente semidivino.
Es de advertir que el individuo empieza por aceptar
y considerar útil el imperio de la autoridad encamada
en el Estado. El jefe primitivo (mezcla de caudillo y
sacerdote) funda su derecho en la fuerza y en la habi­
lidad para conducir a los demás, y alega poderes sobre­
naturales para justificar sus prerrogativas; más tarde los
reyes dicen derivar su poder de Dios. Finalmente, surge
el concepto jurídico-político del Estado (la Ciudad
Estado o el Estado Nación), con su atributo esencial
de soberanía. El individuo, decíamos, acepta todo esto;
primero porque se lo imponen a la fuerza, y no le queda
otro remedio; segundo, porque la presencia de la auto­
ridad le es útil para el resguardo, siquiera relativo, de
su seguridad y sus intereses (por pequeños que éstos
sean). Pero, invariablemente, acaba por rebelarse con­
tra la autoridad. La expresión extrema de esa rebelión
es la anarquía; las formas menos radicales incluyen
todas las teorías y toda la acción desarrolladas por el
individuo en defensa de su "libertad” política y eco­
nómica. El capitalista quiere librarse del Estado; el
proletario quiere librarse del Estado capitalista. El hom­
bre quiere librarse de toda forma de opresión.
No es aventurado afirmar que gran parte del pro­
blema político gira describiendo un círculo permanente,
en torno a este problema: el individuo desearía la liber­
tad absoluta; pero como todos los individuos la desean
también, simultáneamente, llega un momento en que
surge el conflicto de libertades que se expanden unas
EL FENÓMENO POLITICO
17
a costa de las otras; entonces se hace indispensable un
sistema de regulación de la libertad por un procedi­
miento autoritario; en cuanto esa regulación llega a ser
incómoda, el individuo reacciona y clama por la liber­
tad. El hallazgo de un término medio ideal es, en
suma, la meta de -casi todas las doctrinas políticas.
¿Cómo se van produciendo estas transiciones? Por
un proceso evolutivo o por la revolución. Lo evolutivo
es la forma gradual y sin empleo de la violencia. La
transición contemporánea del régimen conservador al ré­
gimen socialista, en Gran Bretaña, es ejemplo de evo­
lución realizada por vías democráticas. El avance de la
legislación social protectora de los trabajadores, en casi
todo el mundo, es otra forma de evolución consumada,
en la mayoría de los casos, sin alterar el cuadro polí­
tico de los respectivos Estados. La revolución (ha­
blando de auténticas revoluciones y no de simples
cambios de partidos o personas en el gobierno), está
representada por la Revolución Francesa y la Revolu­
ción Rusa, que alteran totalmente la estructura polí­
tica, económica y social de las naciones en cuyo seno
se producen.
Es interesante anotar que, en el pensamiento de
Marx, ambas formas encuentran cabida. Cree él que
el deterioro constante del capitalismo obedece a leyes
de evolución inevitables, cuyas consecuencias serán tam­
bién inevitables (“determinismo” económico fundado
en la dialéctica). Pero considera que no debe prolon­
garse el sufrimiento de las clases trabajadoras hasta que
esa evolución culmine por sí misma con la caída final
del sistema capitalista, y que, en un momento dado
(no especifica cuándo, concretamente), debe precipi­
tarse mediante la acción violenta, la revolución, que
transfiera el poder político al proletariado.
Mucho de la controversia política estriba en esta
cuestión metodológica planteada en los siguientes tér­
minos generales: ¿Es indispensable la revolución? ¿Se
justifican sus riesgos? ¿Es posible una evolución pací-
18
DOCTRINAS POLITICO ECONÓMICAS
fica que alcance, efectivamente, los fines de la armonía
social?
Los partidarios de la revolución llegan inclusive
a considerar indeseables las ventajas que se obtienen,
por vía democrática, en favor de las clases trabajadoras,
tales como los aumentos de salarios y otras leyes protectivas puestas en vigencia por efecto de la acción
sindical, porque —dicen ellos— esas ventajas adorme­
cen el impulso revolucionario de las masas obreras.
Tales partidarios de la revolución creen, de acuerdo
con sus teorías económicas sobre el valor y la plus­
valía, que, de todos modos, el trabajador es explotado
dentro del régimen capitalista, y que, por consiguiente,
no hay otra forma de acabar con esa explotación que
destruir el sistema mismo, lo cual sólo puede con­
seguirse oportunamente mediante la revolución.
Es indudable que la evolución, o sea el cambio a
través de un proceso gradual y pacífico, ofrece las pers­
pectivas más gratas y deseables a los dictados de la
razón. Pero, para oprobio de la mentada “racionalidad"
del hombre, la violencia parece desempeñar una fun­
ción permanente en el curso de sus relaciones políticas.
Lo dijo el propio Jefferson: “El árbol de la libertad
debe regarse, de cuando en cuando, con sangre de pa­
triotas y tiranos. Es su abono natural". Y la experien­
cia demuestra, lamentablemente, que no se ha cumplido
ninguna de las etapas decisivas de la historia sin que
ello hubiera costado torrentes de sangre.
Las doctrinas políticas propiamente dichas contie­
nen tres elementos esenciales: análisis crítico del pasado
y del presente; programa para un futuro ideal; método
de acción mediante el que se efectuará la transición del
presente hacia ese futuro ideal.
La interpretación y crítica del pasado se hace de
muchas maneras; tantas como formas ha adoptado la
filosofía de la historia. Se utilizan muchos guiones o
puntos de referencia. Por ejemplo, los utopistas ponían
gran énfasis en los valores de orden ético, mientras que
EL FENÓMENO POLITICO
19
los marxistas asignan importancia fundamental al fac­
tor económico. Aquéllos ven los males del pasado y
del presente como resultado de fallas morales en el
hombre; éstos creen que los males se deben a una falla
orgánica del sistema económico capitalista.
El programa para el futuro es un catálogo de reme­
dios para los males del pasado y del presente. Es pro­
ducto de la mezcla de descontento con lo que se tiene,
y esperanza en lo que se quisiera tener; síntesis de
amargura y de ilusión. Por eso, en el momento opor­
tuno, a los forjadores de nuevos programas políticos se
les imputó invariablemente “envidia” y “despecho”. Y
es cierto, en una u otra medida, que todo cuanto acusa
progreso humano fue amasado con levadura de insa­
tisfacción.
En cuanto a sus fines, los programas políticos se
sitúan dentro de tres grandes categorías, según ellas
asignen la categoría de finalidad suprema al individuo,
a la colectividad o al Estado, como tenemos visto en
los primeros párrafos de este capítulo.
Otra clasificación separa a los programas cuyo obje­
tivo es esencialmente ético y jurídico (como la democra­
cia liberal), de aquellos que buscan, primero, la solu­
ción del problema económico, v. gr.: el socialismo.
Y el método o plan de acción contempla, en prin­
cipio y en detalle, en forma simple o mixta, uno o
varios de los múltiples tipos de evolucionismo y revolucionismo. Aun en ciertos casos en que se adopta
como norma de principio el método evolutivo, “gradualista”, llega a aceptarse la posibilidad de la revolu­
ción como remedio de última instancia, cuando todas
las puertas del sistema democrático han quedado ce­
rradas por una dictadura. En este punto crítico, la
filosofía política llega a considerar, inclusive, la tesis
del tiranicidio.
Por supuesto, todos los métodos conducen a un fin
inmediato: la toma del gobierno, ya que esa posesión
del gobierno, que es la encarnación del poder político,
significa la posibilidad —la única concreta— de llevar
20
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
a la práctica los programas de reforma. Un partido
político que no aspirase a tomar el gobierno de alguna
manera no tendría razón de existir.
Una cuestión de orden cronológico influye grande­
mente sobre el carácter de las doctrinas políticas: si
ellas fueron formuladas antes o después que sus crea­
dores hubieran tomado el gobierno. Las teorías socia­
listas fueron concebidas, todas, con anterioridad a ese
hecho. El fascismo y el nazismo engendraron su teoría
a posteriori. En el primer caso, la teoría es una ban­
dera; en el segundo, se convierte en una especie de
excusa para detentar el poder y adolece de todas las
flaquezas de una excusa.
No puede haber, pues, doctrina política que no
empiece por hacer la crítica del estado de cosas vigente.
Si hubiera conformidad plena, ¿cuál sería la razón de
proponer una reforma? Tampoco puede haber doctrina
política si, una vez analizados los males y problemas,
no se proponen los remedios y soluciones. Ni queda­
ría completo el cuadro si, al tiempo de ofrecer ese pro­
grama de soluciones, no se dijera en qué forma se
alcanzará el dominio del poder político, sin cuyo requi­
sito no se podría dar realidad al programa.
Algo que contribuye a mantener latente el conflicto
político a lo largo de la historia es que, una vez conce­
bida una doctrina como producto directo de las con­
diciones de tiempo y de lugar que la justifican y la
hacen necesaria, se trate de aplicarla indefinida e indis­
criminadamente en épocas o países en que no imperan
las mismas condiciones.
Ya sea que se admita el proceso “dialéctico” de la
evolución (como prescribe el marxismo) o que se acep­
te el concepto de la “evolución orgánica” (propugnado
por el socialismo reformista), lo evidente es que el
acontecer político es esencialmente flúido y dinámico.
Nada de lo que constituye la vida del hombre es está­
tico, y la política no es sino una función vital de la
sociedad humana. Todo nace, crece, muere o se trans­
forma. Constantemente surgen nuevas posibilidades y
EL FENÓMENO POLITICO
21
nuevas necesidades, nuevos problemas y nuevas solu­
ciones.
En medio de este fenómeno vertiginosamente cam­
biante, la posición política que ayer parecía adelantada
respecto a los acontecimientos resulta, de pronto, reza­
gada. Debería, por tanto, desaparecer del escenario.
Pero las posiciones políticas tienden a estabilizarse y
estratificarse conforme envejecen. Como ancianos de­
crépitos que pretendieran disputar a los jóvenes su dere­
cho a ocupar el primer plano, se aferran a lo que creen
que es suyo para siempre. Y es trágico el hecho de que,
mientras la vejez física acusa síntomas indudables —ca­
nas, temblores y arrugas que harían esa pretensión sim­
plemente grotesca e inconcebible— la vejez política es
cosa que no advierten quienes la padecen. (Hasta ahora
hay rusos blancos que mantienen las funciones de la
Corte zarista en el exilio, con la patética certidumbre
de un retorno.) La evolución, sin embargo, no se de­
tiene. Y al chocar con las posiciones que rehúsan dejar
el camino limpio, surge el conflicto. Se hace, por regla
general, inevitable la revolución. Los representantes
de la posición rezagada se constituyen en campeones de
las “instituciones nacionales’", y anatematizan a los inno­
vadores con el estigma de “enemigos de la seguridad
del Estado”, y “subversores del orden constituido”.
El genio de los grandes realizadores políticos con­
siste en acomodarse instantáneamente a las transfor­
maciones del medio en que actúan e inclusive en ade­
lantarse a ellas. Allí donde concluye su facultad de
adaptación, y donde creen haber alcanzado un remanso
definitivo (ese remanso que la historia niega inexorable­
mente), cesa su obra para dar paso a otras fuerzas que
pugnan por seguir adelante. Tal flujo constante es la
substancia misma de la historia política.
No hay fórmulas de eficacia permanente. Las que
más se aproximan a la permanencia son las que empie­
zan por negar que exista nada permanente.
Y, en cuanto a circunstancias de lugar, es ilógico
pensar que lo que fue válido y provechoso allá tenga,
22
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
indefectiblemente, que ser válido y provechoso acá. Si
bien existen líneas generales de conformación econó­
mica y social que pueden crear lo que llamaríamos
zonas de semejanza, hay todavía múltiples combina­
ciones de factores geográficos, étnicos, históricos y psi­
cológicos que demandan adaptaciones y dosificaciones
precisas y especiales para cada caso. Lo verdadero, lo
justo y eficaz de una doctrina es simple cuestión de
tiempo y circunstancia.
El presente volumen encierra una exposición sinté­
tica de las doctrinas políticas que han tenido y tienen
predominio en la edad moderna, y una relación de sus
antecedentes históricos, así como de su vigencia en la
práctica.
Hay temas, como el del socialismo cristiano o el
del cooperativismo que no pertenecen, propiamente,
a la categoría de doctrinas políticas. El primero carece
de plan político (se adhiere con ciertas reservas de
reciente data a la democracia liberal), y es más bien
una filosofía (como el liberalismo, en sus orígenes)
que un programa. El segundo no es más que un sis­
tema de asociación económica, destinado a substituir
a los agentes ordinarios de la producción y distribución
de bienes, así como a los del crédito y algunos servicios
privados y públicos, dentro del sistema liberal capita­
lista o del socialismo.
Pero el cristianismo desempeña hoy un papel muy
importante en el campo de las luchas políticas, como
abanderado del anticomunismo. Y el cooperativismo
forma parte integrante de varios sistemas políticos.
No se puede pasar por alto a ninguno de los dos.
En cambio, no se ha asignado un capítulo especial
al socialismo de Estado, porque sus formas moderadas
quedan incluidas en las teorías del socialismo reformista
y las extremas (aquellas en que los términos de socia­
lismo de Estado y capitalismo de Estado se hacen difí­
ciles de distinguir), caen dentro de la órbita de las
tendencias nazifascistas.
EL FENÓMENO POLITICO
23
Para dar mayor objetividad a la exposición de los
temas, se ha tratado de conservar la terminología carac­
terística de los expositores de cada doctrina, y por
limitaciones de espacio, así como por el carácter ele­
mental de este trabajo, se han reducido al mínimo
indispensable las referencias y citas bibliográficas.
LIBERALISMO
Filosofía política liberal y liberalismo económico.—
Antecedentes históricos.—La Revolución Industrial y
el capitalismo.—Las “leyes económicas naturales" y el
mercado.—El capitalismo como fenómeno socio-eco­
nómico.— Colonialismo.—La intervención del Esta­
do.—Capitalismos de Europa y de América.—-Glosa.
Antes de entrar en materia, debemos hacer una distin­
ción semántica. En la terminología contemporánea, hay
dos “liberalismos” que, no obstante su origen común,
pueden representar posiciones antagónicas. El primero
es el que designa a la filosofía política de la libertad, del
progreso intelectual y ruptura de las cadenas que inmo­
vilizan al pensamiento. En este sentido, liberalismo
significa actitud de renovación y avance. El segundo es,
concretamente, el liberalismo económico nacido en el
siglo xvin (cuando daban sus pasos iniciales el indus­
trialismo maquinista y el capitalismo), o sea la teoría
de laissez faire, a la que dio su expresión clásica Adam
Smith, como aplicación específica del liberalismo indi­
vidualista al fenómeno económico. Esta es la tenden­
cia que hoy se considera conservadora, frente al progreso
de las corrientes colectivistas.
De la filosofía liberal dice el profesor Sabine:1
“Puede tomarse el liberalismo, con amplia justificación
histórica, como la culminación contemporánea de toda
la tradición política occidental. En este lato sentido,
liberalismo sería igual, en su significado, a lo que en
el uso político popular se llama generalmente ‘de­
mocracia’.”
En efecto, es tan estrecha la relación histórica entre
el liberalismo y la democracia, tal como ésta se la en­
tiende hoy en el mundo occidental, que los dos concep1 George H. Sabine, Historia de /a teoría política.
24
LIBERALISMO
25
tos casi se confunden. Por razones de método y con
finalidades de aclaración, hemos separado su exposición
en dos capítulos diferentes. En el presente, tratamos
del liberalismo económico y de su producto directo, el
capitalismo, y nos ocuparemos más extensamente del li­
beralismo como filosofía política en el relativo a la de­
mocracia. Los dos se complementan.
Aunque algunas doctrinas políticas contemporáneas
tienen antecedentes históricos en la Antigüedad —como
en el caso de la democracia ateniense, o del comunis­
mo que preconizaba Platón— la conformación defini­
tiva de esas ideas y su vigencia práctica no tienen lugar
sino después de la caída del feudalismo.
Y ¿qué fue el feudalismo? Durante mucho tiempo,
y especialmente bajo el influjo del racionalismo del
siglo xviii, se pensó en la Edad Media simplemente
como en la era de la oscuridad, de la cual nada —salvo
en el orden teológico— había salido como contribución
al progreso del mundo occidental. Pero en los últimos
tiempos se ha discutido ese concepto. Los pensadores
católicos contemporáneos asignan a la Edad Media la
función de un período germinativo, de reposo, de silen­
cio y sombra fecundos, durante el cual maduró la si­
miente del mundo moderno, en tierra fertilizada con
despojos de las culturas asoladas por los bárbaros que
descendieron del Norte hacia el Mediterráneo.
Sin penetrar en el sentido de esta controversia que
atañe a la filosofía de la historia, nos limitaremos a
echar una rápida ojeada sobre el panorama del feuda­
lismo que, en términos de tiempo, se extiende desde la
caída de Roma (alrededor del siglo v de la Era Cris­
tiana) hasta los siglos xm y xiv en que, con el Renaci­
miento como etapa de transición, se inicia la Edad
Moderna.
El pensamiento moraba en la paz de los conventos,
donde a la luz del cristianismo se hacía la interpreta­
ción de la filosofía clásica, conservando, compilando,
copiando y comentando los manuscritos de los grandes
filósofos. San Agustín, Santo Tomás y otros Padres de
26
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
la Iglesia realizaban un esfuerzo gigantesco para con­
ciliar el racionalismo griego (especialmente el aristoté­
lico) con el dogma religioso (véase el capítulo relativo
a la democracia).
El derecho era un derecho de clase, y, en rigor, el
derecho del más fuerte. Lo poco que quedaba de las
instituciones jurídicas romanas se entremezclaba con
el sistema consuetudinario, o de la costumbre, impor­
tado e impuesto por los invasores del Norte y en par­
ticular por los germanos. La propiedad (concretamente
la de la tierra) era adquirida, consolidada y defendida
mediante guerras que libraban los señores feudales para
perpetuar y ampliar sus dominios.
El poder político estaba totalmente descentralizado.
Los conceptos de Estado y de soberanía habían desapa­
recido casi por completo. No había naciones en el sen­
tido moderno del vocablo. Los feudos —porciones relati­
vamente pequeñas de territorio—eran gobernados de
conformidad con ciertas prácticas de costumbre, pero, en
último análisis, a voluntad del señor. Y, aunque algu­
nos tratadistas sostengan que determinadas normas pa­
ternalistas regían estricta y justicieramente las relaciones
entre señores y siervos, la verdad es que nada, sino la
índole personal del señor, daba un tono magnánimo o
despótico a dichas relaciones. (Una medida de lo ilimi­
tado de las prerrogativas señoriales era el llamado
"derecho de pernada” o Prima nocti en virtud del cual
el señor tenía prioridad en la noche de bodas de sus
siervos.)
Imperaba un rígido e inquebrantable sistema de
clases sociales. El señor era el amo absoluto; el siervo
muy poco más que una simple parte de la propiedad
de la tierra. El siervo disfrutaba sólo la "tenencia” de
la tierra; la cultivaba a cambio de servicios que pres­
taba al señor además de entregarle a éste una parte
de los productos obtenidos. En retribución, el señor
protegía al siervo contra las depredaciones de otros
señores.
Aparte de este régimen en el que tierra y siervo
27
formaban parte de un todo indivisible, el artesano que
moraba en las villas (de ahí el término de “villano”)
y que producía los escasos artículos necesarios para el
consumo de la población, se encontraba agrupado,
según su oficio, en gremios o corporaciones cuya unidad
era el taller. El taller tenía un jefe y dueño, el maestro;
oficiales que eran sus ayudantes; y aprendices que se
iniciaban en el oficio y aspiraban a llegar, gradual­
mente, a las categorías de oficiales o maestros de taller.
Los gremios (que generalmente tomaban el nombre
de un santo patrono, como el de San José para los car­
pinteros), tenían reglas establecidas para la forma de
producir sus artículos, para fijar precios y plazas de ven­
ta de los mismos y para limitar el número de unidades
manufacturadas. En muchos casos/ contaban con el
monopolio de compra de materias primas, y desde
luego, nadie que no perteneciese al gremio respectivo
podía ejercer el oficio. Era celosa y conservadora la
vigilancia de la producción, y sucedían casos como éste,
ocurrido ya a comienzos de la Edad Moderna: cuando
algunos sastres franceses empezaron a hacer botones
de tela, el gremio de fabricantes de botones de hueso
levantó tal protesta que no solamente se prohibió la
sacrilega innovación, sino que se persiguió a las perso­
nas que usaban los nuevos botones y se registraron las
casas en busca de los mismos para quemarlos pública­
mente.
La importación de telas extranjeras (orientales) pro­
dujo un conflicto a consecuencia del cual 1,600 perso­
nas perecieron en la horca, en la rueda o en reyertas
callejeras; muchas más fueron condenadas a galeras.
El comercio y, sobre todo, el crédito (al que se con­
fundía con la usura) estaban condenados por la Igle­
sia, lo que significaba una grave restricción al desarrollo
económico.
La Iglesia desempeñaba un papel preponderante.
Su poder temporal era el único centralizado, orgánico
y estable en ese entonces, y su dominio espiritual, a
través del dogma, era casi ilimitado. Pero en ese moLIBERALISMO
28
DOCTRINAS POLITICO ECONÓMICAS
mentó excepcionalmente plástico, cuando como pocas
veces se hacía necesario poner en práctica la doctrina
igualitaria y justiciera de Cristo, las preocupaciones del
poder temporal impidieron a la Iglesia combatir los
males del sistema de privilegios del feudalismo.
En el punto en que este sistema llega a su ocaso,
entran en juego los muchos factores —amalgama de
ingredientes intelectuales y materiales— que forman
la substancia de los tiempos modernos, con sus in­
creíbles realizaciones y sus tremendas quiebras.
Los más importantes entre esos factores son los
siguientes:
El Renacimiento que, como su nombre indica, fue
—después del compás de espera de la Edad Media—
un pujante y luminoso resurgimiento de la cultura
clásica, con nuevas formas y matices propios. A este
período corresponde, como ejemplo de interés especial
para esta materia, El Príncipe, de Maquiavelo, tratado
de política cuyas normas básicas no han perdido valor
práctico hasta hoy.
Los grandes descubrimientos geográficos ensanchan
el ámbito material del progreso, abriendo nuevas rutas
de comercio y de expansión política y económica, y
contribuyen decisivamente al intercambio de conoci­
mientos y productos como en el caso de las exploracio­
nes de Marco Polo que levantan el telón del Lejano
Oriente sobre el maravilloso escenario de la cultura
china y el descubrimiento de América, emporio de
civilizaciones milenarias que guarda en su seno el ger­
men de lo que será el Nuevo Mundo. Del Oriente
viene la pólvora a dejar en desuso las armas primitivas
y a ampliar el radio de acción de las guerras y las con­
quistas.
La Reforma protestante quebranta la autoridad cen­
tral de la Iglesia romana e induce al hombre a buscar
las grandes verdades por sí mismo, en vez de acatar
ciegamente el dogma. En un orden menos elevado,
pero no menos importante para la formación de lo que
será el mundo moderno, el protestantismo revoca la
LIBERALISMO
29
condenación de la Iglesia romana contra el comercio
y abre las puertas del crédito.
La invención de la imprenta echa por tierra el
virtual monopolio que los monasterios ejercían sobre
el pensamiento y lo pone al alcance de la demanda
popular. Se rompen nuevos límites, se destruyen nue­
vos mitos y "tabús”. El espíritu humano, entumecido,
se despereza después de la larga noche.
Más tarde, en el siglo xvin, los llamados enciclope­
distas (Diderot, Montesquieu, Voltaire, d'Alembert y
otros), a tiempo de formar una enciclopedia francesa
con todos los conocimientos acumulados hasta enton­
ces por el hombre, ofrecen a los que serán progenitores
del mundo contemporáneo una visión de conjunto de
lo que la filosofía, la ciencia, el arte y las letras han
producido. Les facilitan el camino de la investigación
y les abren las puertas del intelecto, revisando, exami­
nando, analizando, criticando y catalogando todo cuan­
to sus manos ávidas recogen.
Los grandes inventos mecánicos (la máquina de
vapor, las infinitas aplicaciones del principio de la pa­
lanca y de la rueda), derriban las últimas murallas.
Los señores feudales han tenido ya que agruparse
desde bastante tiempo atrás en conjuntos cada vez más
grandes, para defenderse de esta avalancha inconteni­
ble. Van formando así los cimientos de lo que serán
las naciones modernas. Resurge el concepto del Estado
nacional caído en las últimas batallas del Sacro Imperio
Romano de Carlomagno. Apoyados por la Iglesia, los
monarcas se aferran al llamado "derecho divino” de
los reyes, y, en nombre de él, ejercen el poder autocrà­
tico. Este es su último baluarte.
Mientras la estructura política y social de Europa
sufre estas conmociones, se dejan ya sentir con claridad
alarmante, desde los comienzos del siglo xvm, los efec­
tos de un fenómeno económico profundísimo que aca­
bará, en poco más de cien años, por trastornar defini­
tivamente el orden vigente: la Revolución Industrial.
La aplicación de los inventos mecánicos a la pro-
30
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
ducción de los artículos que requiere la sociedad (cuyo
volumen y necesidades crecen constantemente) deter­
mina la aparición de nuevas formas de vida y de tra­
bajo.
La tierra cede a la fábrica y al comercio el primer
puesto como fuente de riqueza. La riqueza de la tierra,
indestructiblemente ligada a las prerrogativas de la aris­
tocracia de sangre, es substituida por el capital indus­
trial o comercial. La burguesía, compuesta por personas
que, sin pertenecer a la nobleza, mueven las ruedas de
la actividad económica, se hace dueña de los nuevos
instrumentos de producción y se sobrepone a la aris­
tocracia de sangre (la nobleza no trabaja porque eso
la rebajaría: el trabajo es cosa de siervos y villanos). El
hombre de negocios disputa posiciones al señor. Por
otra parte, la fábrica substituye al taller y en lugar del
artesano emerge —con el enorme volumen de su aporte
y de sus necesidades— el proletario, que vende su tra­
bajo por un salario. El artesano ya no se agrupará en
gremios para defenderse de la competencia de otros
artesanos. El obrero se agrupa en sindicatos para de­
fenderse del capitalista.
Estos elementos constituyen el embrión de lo que
será el mercado capitalista moderno, regido por la ini­
ciativa, la competencia, la oferta y la demanda, y tam­
bién el embrión de los grandes problemas políticosociales de nuestro tiempo.
Son típicos los efectos de esta tremenda transfor­
mación en Inglaterra, donde la industria textil inaugura
el tránsito de la obra manual a la producción mecani­
zada. La tierra que se empleaba para producir comes­
tibles resulta ahora mucho más lucrativa como campo
de pastoreo para el ganado lanar (las fábricas de teji­
dos demandan cantidades cada vez mayores de materia
prima para saciar el apetito voraz de los telares mecá­
nicos). Ilay escasez de alimentos; los labriegos se ven
desplazados ("‘donde había centenares de campesinos
ahora hay una docena de pastores y millares de ove­
jas”). Los labriegos, empujados poi la miseria, afluyen
LIBERALISMO
31
a las ciudades, tanto porque ya no tienen nada que
hacer en el campo, como porque van en busca de los
salarios de las fábricas; pero las fábricas no son sufi­
cientes para recibir esta afluencia, y hay desocupación,
hambre, problemas de habitación y de higiene. Las
ciudades quedan infestadas por una masa flotante de
fantasmas que han perdido para siempre el sitio que
ocupaban en la tierra y en la historia y que no encuen­
tran todavía un nuevo acomodo; hay revueltas de
campesinos. En las fábricas y en las minas de carbón
(las máquinas devoran combustible), la situación es
literalmente inhumana. Hay empresarios que creen
que los adultos ofrecen demasiados problemas, y pre­
fieren contratar niños desde los siete años de edad;
para evitar que se alejen del lugar de su tarea, los
niños son encadenados a las máquinas y hasta se llega
a limarles los dientes para que coman menos. En las
minas, hay hombres que no conocen el sol: fueron con­
cebidos y nacieron y mueren dentro de las galerías.
La gente que mora allí -—monstruosas hormigas de un
oscuro mundo infernal— pierde hasta la costumbre de
vestirse. Hombres y mujeres andan poco menos que
desnudos. Una de las ocupaciones que se considera
adecuada para las mujeres es la de arrastrar las vago­
netas en que se saca el carbón. Pero ingeniosos empre­
sarios han descubierto que es más barato hacer galerías
de apenas un metro de altura; las vagonetas son tam­
bién bajas; las mujeres que las arrastran deben, pues, ir
caminando a gatas. Por supuesto, no hay leyes sociales.
La abundancia de gente que busca empleo permite a
los empresarios rebajar constantemente los salarios (bas­
ta con echar al obrero que gana más y tomar a otro
por menos, salvo que el primero se avenga a la rebaja).
Dice el historiador Toynbee que, aún en 1840, el
salario medio del obrero llegaba a ocho chelines sema­
nales y sus gastos semanales a 14. La diferencia debía
ser compensada mediante la mendicidad, el robo y la
prostitución. Se trabajaba 11 horas al día, seis días por
semana. En el siglo anterior la jornada era de 16 horas.
32
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
Empiezan a amasarse grandes fortunas entre los* em­
presarios. Un economista de ese tiempo (los econo­
mistas son también producto de la época), dice que
"‘no hay orden social posible, a menos que el bienestar
de la minoría sea producto de la miseria y el sufri­
miento de la gran mayoría”. Pronto, la necesidad de
encontrar nuevas fuentes de materias primas y nuevos
mercados dará pie a la búsqueda y conquista de colo­
nias y a las guerras de expansión económica; al “colonia­
lismo” y al “imperialismo”. El advenimiento del ca­
pitalismo tiene caracteres catastróficos.
La escuela económica mercantilista (la primera que
aparece en la historia), cree descubrir que el secreto
de la riqueza y el poderío de las naciones reside pri­
mordialmente en la acumulación de metales preciosos:
oro y plata. El oro y la plata, dice, pueden comprarlo
todo: tierra, fábricas, colonias, materias primas, traba­
jadores, ejércitos. Su concepto era estático, fundado
en el atesoramiento.
Para acumular oro era necesario hacer lo que hizo
Colbert, ministro de Luis XIV de Francia: levantar
barreras aduaneras que impidieran la importación de
artículos extranjeros (siendo el oro la única moneda
internacional, las importaciones se pagan con oro); dar
al Estado el control de la producción, tanto para aco­
modarla a las necesidades del consumo interno como
para agrandar esa producción y hacer posible la expor­
tación; regular precios y aun establecer fábricas propias
del Estado para contribuir a la producción, sin caer
en los peligros de la competencia ruinosa, etc., etc. En
otros términos, una de las primeras y, para su tiempo,
más radicales muestras del intervencionismo estatal. Los
resultados no fueron, ni mucho menos, satisfactorios por­
que el concepto fundamental de la simple acumulación
de oro era falso. (En nuestros días ha quedado amplia­
mente demostrado, entre otros por el ejemplo revela­
dor de la Alemania de antes de la segunda Guerra
Mundial, que las naciones pueden enriquecerse sin ne­
cesidad de acumular oro.)
LIBERALISMO
33
Conforme crecen los problemas, surgen nuevas teo­
rías económicas para interpretarlos y solucionarlos. Los
fisiócratas —su más grande expositor fue el Dr. Fran­
cisco Quesnay, médico de Luis XV— comparan minu­
ciosamente, utilizando un diagrama del cuerpo del hom­
bre, el fenómeno económico con la fisiología humana; y
aquí introducen una noción que se anticipa a las con­
cepciones más modernas: la riqueza de una nación
—que según ellos está fundada en la tierra antes que
en las fábricas— depende de la producción y circula­
ción de bienes, más que de la acumulación de oro y
plata. Como el fenómeno económico es un fenómeno
“natural”, dicen los fisiócratas, lo lógico es dejar que
actúen por sí mismas las leyes “naturales”, sin aquella
intervención del Estado que practicó Colbert. El fisió­
crata francés Gournay (1712-1759) acuña la célebre
fórmula: laissez faite, laissez passer (dejar hacer, dejar
pasar). Dejar hacer: cancelar las limitaciones del inter­
vencionismo y abrir el campo a la iniciativa individual;
dejar pasar: abrir las puertas de las naciones, supri­
miendo las barreras aduaneras, de modo que se estimule
y active la circulación de la riqueza.
En este punto, y como campeón máximo del laissez
faite, laissez passer se hace presente el liberalismo eco­
nómico o teoría de la libertad económica, fundada en
la libre iniciativa individual movida por el deseo de
lucro; en la libre competencia, reguladora de la produc­
ción y de los precios, y en el libre juego de las “leyes
económicas naturales” o leyes del mercado.
El más grande expositor o “padre” del liberalismo
económico fue Adam Smith, filósofo y economista na­
cido en Escocia el año 1723.
Su obra fundamental (uno de los grandes monu­
mentos del pensamiento humano) se llama Investiga­
ción acerca de la causa y naturaleza de la riqueza de las
naciones, o más comúnmente, La riqueza de las naciónes, y trata del nuevo fenómeno que se anuncia en la
vida de Europa: el capitalismo.
Frecuentemente, ahora como en vida de Smith, se
34
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
le han imputado a él todos los vicios del capitalismo.
La verdad, empero, es que La riqueza de las naciones
constituye un análisis e interpretación del fenómeno
capitalista tal como se presentaba, y no una justifica­
ción de sus métodos.
Como resultado de ese análisis e interpretación,
Adam Smith deduce las leyes orgánicas y funcionales
del capitalismo. No las inventa, sino que las descubre
porque —esto es sumamente importante— la esencia
del fenómeno económico, según él y los liberales, es
que aquellas leyes son “naturales”, existen por sí mis­
mas y se desarrollan por razón de su propia dinámica.
Tan evidente es que Adam Smith no condonaba
los excesos del capitalismo, que dijo, refiriéndose a los
capitalistas de ese tiempo: “La cruel rapacidad y el
espíritu monopolizador de los manufactureros y merca­
deres. .. [hacen pensar que]. .. ni unos ni otros, cierta­
mente, deberían ser conductores de la humanidad.”
En cuanto a la distribución de la riqueza, escribió:
“Ninguna sociedad podrá ser floreciente y dichosa si
una gran mayoría de ella es pobre y miserable.”
El primero de los elementos del mecanismo capita­
lista, según Adam Smith, es el interés egoísta que, tra­
ducido en apetito de lucro, mueve a la iniciativa pri­
vada. Frente a la demanda de los artículos que la
sociedad requiere para satisfacer sus necesidades, el in­
dividuo busca y crea, en ejercicio de la libertad de
empresa, la forma (remunerativa para sí) de satisfacer
esa demanda; produce aquellas mercancías que los
demás desean adquirir, y las pone a la venta. Produce
tanto como puede, incitado por el impulso egoísta de
acrecentar sus utilidades. Naturalmente, si el produc­
tor fuese uno solo, estaría en condiciones de elevar esas
utilidades sin medida, pero aquí interviene el segundo
elemento del mecanismo: la competencia. Alucinados
por los beneficios que obtiene el primer productor, y
en uso de la misma libertad de empresa, otros indivi­
duos siguen sus pasos y producen el mismo artículo.
Tienen que venderlo, porque de eso depende su subsis-
LIBERALISMO
35
tencia y la prosperidad de sus negocios. La forma de
conseguir compradores consiste, obviamente, en ofrecer
un producto mejor y, sobre todo, un producto más
barato. El primer productor, que ve disminuir su clien­
tela (porque ella está comprando los productos simi­
lares más baratos), se ve obligado a reducir sus precios
y sus utilidades, y de esta manera, en forma “natural0,
se establece un nivel razonable de precios que beneficia
al consumidor impidiendo la especulación abusiva.
Al fundar su razonamiento, con criterio descarnada­
mente realista, en el interés propio, en el egoismo del
productor, Adam Smith parecía dar justificación ilimi­
tada a un sentimiento antisocial de explotación de las
necesidades del consumidor por parte de los produc­
tores. Pero, simultáneamente, deja sentado que la inter­
acción de intereses egoístas sirve como regulador espon­
táneo y automático.
Sin embargo, podría ocurrir, hipotéticamente, que
si hubiera un campo ilimitado para la venta de artícu­
los, fuese posible subir, también ilimitadamente, los
precios. Pero tampoco esto es cierto, y aquí surge el
tercer factor: la ley de la oferta y la demanda. Ninguna
necesidad humana es absolutamente ilimitada, lo que
quiere decir que no puede requerirse un volumen ilimi­
tado de determinado artículo dentro de un período de
tiempo determinado. Por consiguiente, la necesidad
del consumidor llega a un punto en que se satisface
y deja de existir. Los artículos ofrecidos al consumidor
mantienen su precio, únicamente, mientras el volumen
de los mismos no sobrepasa el de la demanda. He aquí
otro control automático. Porque si los productores han
ganado utilidades excesivas que les permiten incremen­
tar en forma desmedida su capacidad de producción, y
si el número de productores se ha multiplicado irracio­
nalmente en un renglón determinado, llega un punto
en que ya no hay quien compre todo lo que producen.
Tienen pues que apelar, para sobrevivir, a los expedien­
tes de reducir precios, de reducir la producción, o, final­
mente, de buscar nuevos campos de actividad, lo que
36
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
contribuye a la diversificación de la economía. Desapa­
recida la congestión anormal, suben los precios y se
restablece el equilibrio entre la oferta y la demanda.
Esto, en lo que se refiere a las relaciones del pro­
ductor con el consumidor. Otro tanto, dice Adam
Smith, ocurre en las relaciones del capital con el tra­
bajo.
La capacidad de trabajo de los obreros (el trabajo
que pueden vender) constituye un volumen potencial
de “servicios” que, lo mismo que las mercancías, está
sometido a la ley de la oferta y la demanda.
Cuando los productores elevan sus precios y obtie­
nen buenas utilidades, su natural interés los mueve a
aumentar la producción. Para este fin tienen que con­
tratar un número mayor de obreros y pagarles salarios
más altos. Pero, alcanzado el punto de saturación del
mercado, cuando la oferta de mercancías llega a ser
mayor que la demanda, se ven obligados —para mante­
ner sus utilidades— a reducir los salarios y, en último
trance, a despedir a los obreros contratados en exceso.
Los desocupados pasan inmediatamente a formar un
nuevo volumen de oferta de trabajo barato; tanto más
barato, cuanto mayor el volumen. Ese trabajo permite
a las industrias ya existentes, en otros renglones, am­
pliar sus negocios, o da margen a la creación de nuevas
industrias, incrementándose así otra vez la demanda de
obreros.
Dentro del proceso indicado, lo mismo que ocurría
con los precios, la ley de la oferta y la demanda ejerce
una regulación automática del nivel de salarios, impi­
diendo que ellos suban desmesuradamente o que bajen
fuera de proporción.
Finalmente, Smith analiza las leyes de la acumula­
ción y de la población. En virtud de la primera, las
utilidades de una empresa determinan el crecimiento
del capital que sirve para expandir la actividad econó­
mica. Dicha expansión crea una mayor demanda de
trabajadores; se necesitan más y más obreros. Esta
demanda, como tenemos visto, hace subir los salarios,
LIBERALISMO
37
y los haría subir hasta un punto en que desaparecerían
las utilidades. Pero aquí entra en juego la ley de la
población. Al mejorar los salarios, mejoran las condi­
ciones de vida del proletariado y baja el índice de la
mortalidad infantil (que en ese tiempo era altísima);
mueren menos niños, aumenta la población y hay más
obreros. Por consiguiente, aumenta la oferta de trabajo
y los salarios vuelven a bajar a su nivel.
El conjunto y el juego de estos factores fundamen­
tales es lo que constituye el “mercado” capitalista.
Las leyes de ese mercado son “las leyes naturales” de
que ya hablaron los fisiócratas y que constituyen la
médula de la teoría liberal, porque esas leyes actúan
natural y libremente, sin necesidad de intervención al­
guna por parte del Estado.
El mercado tiene en sí mismo los elementos orgá­
nicos indispensables para su funcionamiento. Está vita­
lizado por fuerzas permanentes como las que derivan
de las necesidades del individuo y de la sociedad y de
la codicia del hombre. El hecho de haber quedado
satisfechas las necesidades limita y regula el impulso
productivo. La coexistencia y la actividad simultánea
de varios impulsos de lucro encaminados en el mismo
sentido y con los mismos objetivos, o sea la competen­
cia, ponen coto al desborde y señalan una medida
adecuada.
El fenómeno es esencialmente dinámico. No hay
puntos muertos. La producción tiende a subir mien­
tras hay demanda y, por ende, mientras los precios son
relativamente altos. Cuando la oferta se hace mayor
que la demanda, los precios tienen que bajar, y con
ellos disminuye la producción. Ese descenso continúa
hasta que la oferta vuelve a ser menor que la demanda.
Al surgir la escasez, el consumidor está dispuesto a pagar
más por aquello que quiere adquirir. Eso hace subir
los precios nuevamente y sube la producción. Los sala­
rios, y hasta la población, aumentan o decrecen al
ritmo de este constante movimiento de flujo y reflujo.
Y ¿cuál es el papel del Estado? De no interven-
38
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
ción. Sostenían los liberales puros que cualquier intro­
misión en el juego de las leyes económicas naturales
(que ellos veían como un mecanismo perfecto que se
nutría, se ponía en marcha, se frenaba y se lubricaba
a sí mismo, automáticamente), no haría sino alterar
su funcionamiento. El interés político encarnado en el
Estado “corrompería” la pureza de ese equilibrio que,
no obstante estar fundado en factores reales, descar­
nados, crudamente humanos (el egoísmo, el apetito de
lucro) y no en concepciones éticas abstractas como las
de los utopistas, lleva a la realización de un ideal supe­
rior de "‘armonía social”. Precisamente, el hecho de
que los repetidos factores no estén sometidos a la acción
de “conceptos” —políticos o morales— variables y de­
pendientes de circunstancias temporales, sería la mejor
garantía de su estabilidad y solidez.
Al Estado le corresponderá, cuando más, la tarea
de vigilar la seguridad exterior de la nación y la de los
individuos (el “Estado gendarme”), y la de efectuar
ciertas tareas de beneficio común que, no ofreciendo
incentivo de utilidad a la iniciativa privada, deben, de
todos modos, ser cumplidas: la construcción y conser­
vación de caminos y la enseñanza elemental.
Es fácil imaginar que, al hacer estas últimas conce­
siones, los apóstoles del liberalismo puro (componentes
de la que se llamó “Escuela de Manchester”) lo hacían
con el gesto de repugnancia con que se ingiere una
droga de sabor intolerable, pero de imprescindible ne­
cesidad.
Adam Smith y sus discípulos trazaron con estos
caracteres el cuadro de la sociedad liberal capitalista
que en ese entonces sentaba sus reales en el mundo.
Examinemos ahora la trayectoria seguida por el libera­
lismo económico hasta nuestros días y sus perspectivas
futuras.
Su aparición, igual que todas las grandes transfor­
maciones ocurridas en la estructura económico-social
del mundo, acarreó enormes trastornos.
Así como el marxismo engendró en el terreno poli-
LIBERALISMO
39
tico un descendiente legítimo, que es el comunismo
leninista, el liberalismo tiene un hijo adoptivo, en el
campo económico; un hijo, para su época, no menos
revolucionario: el capitalismo.
Tanto los liberales como los marxistas hicieron hin­
capié doctrinal en el “determinismo”, en el carácter
ineluctable de las leyes que rigen el mecanismo capita­
lista. En este sentido, las “leyes naturales” de Adam
Smith y sus discípulos no son menos indestructibles e
inevitables que el “proceso dialéctico” de Marx y sus
continuadores. La diferencia que separa diametralmente
a unos de otros es que los primeros ven en aquellas
leyes una garantía permanente de desarrollo tendiente
a la prosperidad y la armonía, dentro de la sociedad
capitalista, mientras que los segundos.encuentran en el
“proceso dialéctico” la prognosis de la muerte del ca­
pitalismo.
Una distinción indispensable para no partir de
generalizaciones falsas que conducirían a conclusiones
ilógicas es la que diferencia al capitalismo europeo del
norteamericano.
El del Viejo Mundo parece haber seguido con
precisión dramática el pronóstico esencial de Marx.
Desde luego, ese fue el capitalismo que conoció,
estudió, interpretó y diagnosticó Marx. Lo conoció
y estudió, además, en la época en que se presentaba y
actuaba con la cruda desnudez y la absoluta impudicia
de sus primeros años. Aferrado a los principios de la
“iniciativa privada”, del “incentivo de la utilidad” y
de la “competencia”, creció desmesuradamente, se le­
vantó sobre Europa como un castillo fantástico en el
que moraba una minoría privilegiada (la burguesía que
reemplazó a la aristocracia de sangre), pero que tenía
los cimientos asentados sobre la arena movediza y ren­
corosa de la miseria de las grandes mayorías. Se olvidó
de éstas, hasta que sintió que ellas, desde abajo, recla­
maban su presa. Hizo del poder político un mero ins­
trumento de defensa de sus intereses. Cuando le falta­
ron mercados y materias primas, se expandió por el
40
DOCTRINAS POLITICO ECONÓMICAS
mundo conquistando colonias y subyugando y explo­
tando a pueblos atrasados e indefensos. Cinco sextas
partes de la Tierra: América, Asia, África y Australasia,
enriquecían las arcas de la otra sexta parte: Europa.
El Dr. Schacht, presidente del Banco de Alemania,
afirmaba en 1926: “La lucha por materias primas des­
empeña el papel más importante de la política mun­
dial. Un papel más importante aun que antes de la
guerra. La única solución para Alemania consiste en
la adquisición de colonias?’
Las “leyes naturales” no dieron los resultados hipo­
téticos que de ellas se esperaban. Para comenzar, fueron
desnaturalizadas no tanto por la acción del Estado, en
un principio, como por obra de los propios capitalistas.
Muestra de ello es la organización de monopolios y
cárteles que anularon la libre competencia y dieron ca­
rácter artificial a los precios, desvirtuando los efectos
de la ley de la oferta y la demanda.
Finalmente —para no entrar en mayores tecnicismos
económicos— el capitalismo demostró ser incapaz de
frenar oportunamente el apetito de lucro y, por ende,
la producción; y el ritmo de funcionamiento y control
mutuo de los factores del mercado resultó demasiado
lento. Al sobrevenir la sobreproducción, con caída de
precios y desocupación, y antes —mucho antes— que
hubiese intervenido la ley de la oferta y la demanda
como regulador, las depresiones económicas, las crisis,
habían hecho presa en la sociedad, con todos sus ri­
gores. Más tarde se acabó por descubrir, como veremos
adelante, que si la crisis había sido muy profunda, ya
no bastarían las fuerzas solas del mercado, su capacidad
reactiva intrínseca, para poner de nuevo a flote la eco­
nomía, y el Estado tendría que intervenir.
En aquel tempestuoso proceso, las diferencias que
separaban a las clases sociales fueron ahondándose pro­
gresivamente. Los pobres no eran, literalmente, más
pobres que antes; a costa de duras y sangrientas luchas,
los primeros sindicatos arrancaron algunas mejoras gra­
duales a las empresas, y la legislación social dio sus
LIBERALISMO
41
primeros pasos. Pero los ricos se hacían tan desmesu­
radamente ricos y las necesidades de la vida moderna
crecían tan rápidamente, que la desproporción entre
los extremos del bienestar y la miseria fue adquiriendo
caracteres monstruosos.
Como consecuencia de esta ciega carrera de autodestrucción, Europa está profundamente socavada por
el comunismo, cuyo crecimiento corresponde, en pro­
porción directa, a la ineptitud del capitalismo para resol­
ver los grandes problemas sociales. Los únicos países que
parecen haber detenido el avance comunista son preci­
samente aquellos en que el capitalismo liberal indivi­
dualista ha dejado de ser una realidad activa.
El colonialismo está en sus estertores. Después de
los grandes movimientos libertarios .de América, en los
siglos xviii y xix, nuestro tiempo es testigo de la liqui­
dación de los imperios coloniales que extendían sus
fronteras sobre el Medio y el Lejano Oriente.
Otra muestra no menos auténtica y elocuente del
fracaso del capitalismo colonialista es el hervor de na­
cionalismo económico que bulle en toda la América
Latina.
Enfocadas desde todos estos ángulos, las perspecti­
vas del capitalismo europeo parecen —valga la expre­
sión benévola— pobrísimas.
En cuanto al capitalismo norteamericano, su infan­
cia fue casi tan sórdida como la de su hermano mayor,
el europeo. Lo salvó de algunas de las fealdades que
denigraron a este último la circunstancia de que no
había en Norteamérica el residuo de servidumbre feudal
que quedó en el Viejo Mundo después de la Edad
Media. América del Norte era ya tierra de hombres
libres, donde tampoco existían las masas indígenas
—trabajo barato o gratuito— que los colonizadores es­
pañoles encontraron y explotaron en gran parte de las
Américas del Centro y del Sur.
Los grandes capitanes de industria, cuyas manos
ávidas forjaron la estructura de la inmensa riqueza de
los EE. UU., actuaban con toda la desaprensión y
42
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
falta de escrúpulos de sus antepasados europeos. Un
descarado imperialismo norteamericano hizo presas in­
defensas en México, en el Caribe y en el Pacífico. Este
ritmo se mantuvo casi inalterado hasta fines de la cen­
turia pasada y principios de la presente.
Pero las depresiones económicas que culminaron en
la catastrófica crisis de 1929, ocasionadas por el desen­
freno productivo, fueron impartiendo severas lecciones
que los norteamericanos supieron aprender, en parte
por lo menos. El capitalismo norteamericano compren­
dió que, para sobrevivir, tenía que modificar sus pro­
cedimientos. Así lo hizo, y esa fue una posibilidad
que Marx no había previsto.
En lo individual, apenas queda rastro del multi­
millonario americano de tiempos legendarios. Un sis­
tema de impuestos proporcionales progresivos a la renta,
que se lleva la totalidad de la misma cuando ésta
sobrepasa de ciertos límites, y los impuestos sobre las
herencias, han dado origen y realidad a un dicho popu­
lar: “From shirt-sleeves to shirt-sleeves in one genera­
tion."9 (De trabajar en mangas de camisa a trabajar
en mangas de camisa, en una generación.) Los grandes
herederos del pasado son hoy curiosidades de folletín.
Las astronómicas fortunas de ayer han dejado de ser
mera acumulación de riqueza personal para asumir una
función social activa. Los herederos de Rockefeller han
llevado a los cuatro puntos cardinales del mundo su
obra sanitaria y de lucha contra las endemias. Los Gug­
genheim tienen establecido un sistema de fundaciones
y becas que forma parte importantísima del movimien­
to literario y artístico de los Estados Unidos. Los Car­
negie han fundado y sostienen bibliotecas públicas hasta
en las más pequeñas ciudades del país. Los Ford han
creado centros de estudios sociales para el mejoramien­
to de las condiciones de vida de la clase trabajadora,
inclusive en la India, y en 1956 donaron 500 millones
de dólares para el ramo de educación en EE. UU.
Casi todas las grandes universidades se sostienen con
fondos provenientes de aquellas fortunas. Los hospitales
LIBERALISMO
43
y los institutos de investigación científica constituyen
testimonio palpable de la nueva actitud del adinerado
norteamericano.
Y aquí, el más revelador de todos los síntomas: el
obrero norteamericano, que debía formar la gran masa
proletaria, instrumento de la revolución marxista, es un
hombre cuyo standard de vida y, por ende, cuya men­
talidad corresponden a los del hombre de clase media
en Europa y Latinoamérica. Como consecuencia di­
recta de todo ello, no hay en los Estados Unidos un
partido comunista de masa. Lo hubo, en cierta medida,
en los años de la gran depresión económica (19291934). Decreció y, virtualmente, desapareció cuando
volvió el bienestar. Actualmente, cueüta con no más
de 20,000 adeptos (en un país altamente industriali­
zado, de 160 millones de habitantes). Tampoco hay
grandes partidos comunistas en Inglaterra o Suecia, don­
de el capitalismo dio paso al socialismo reformista.
El movimiento sindical norteamericano —en térmi­
nos generales, apolítico— ha obtenido de las empresas,
sin cruentas dificultades en relación con los resultados
alcanzados, una serie de ventajas casi inverosímiles si
se compara con la situación del obrero europeo. El
sistema de participación de los obreros y empleados
en las utilidades de las empresas no es ya una rareza.
En forma voluntaria, la Ford ha iniciado en la indus­
tria automovilística el sistema del “salario anual garan­
tizado” para los obreros que temporalmente quedan sin
trabajo por reducciones de personal en las épocas en
que se restringe la producción. Y, aunque una quinta
parte de la población norteamericana vive todavía en
condiciones de privación y hasta de miseria, está estable­
cido que el nivel de vida en los EE. UU. es, como
promedio, cuatro veces más alto que en Francia.
En lo que se refiere a la concentración de capitales
que predijo Marx, es necesario tener en cuenta dos
aspectos diferentes: la propiedad de la riqueza, y el
manejo o control de ésta. Porque ocurre ahora, como
44
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
nunca, que el poseedor de la riqueza no es, generalmen­
te, el que la maneja.
Estadísticas computadas desde 1932 hasta 1950
muestran que el control de la actividad económica
ha ido centralizándose, efectivamente, pero ya no en
manos de individuos sino en las de gigantescas empre­
sas, con millares de accionistas, o sea con millares de
‘propietarios.
De acuerdo con un célebre informe presentado ante
el Senado norteamericano (1948), cinco grandes enti­
dades controlaban el capital de empresas empleadoras
de tres quintas partes de toda la masa laboral de los
EE. UU. Y lo que viene ocurriendo en la industria
automovilística es motivo de preocupación: en 1952,
el 88.8 % de los automóviles producidos en los EE. UU.
fue fabricado por las “tres grandes” empresas: General
Motors, Ford y Chrysler. Las pocas compañías inde­
pendientes que quedaban tuvieron que refundirse, en
el curso de los tres últimos años, para no perecer. (Kayser-Frazer y Willys, Hudson y Nash, Packard y Studeba­
ker; estas dos últimas, a punto de quebrar, acabaron
por entregarse, a mediados de 1956, a la firma fabricante
de motores de avión, Curtiss-W right.)
Por supuesto, hay quienes piensan que, al amparo
de la centralización y por obra de su misma magnitud,
florecen muchas industrias pequeñas productoras de
artículos complementarios para la gran industria manu­
facturera.2
Pero es indudable que algo muy serio ocurre en esta
materia, como se demuestra por el hecho de que el
Senado norteamericano volvió a constituir un subcomité
encargado de hacer la investigación (Subcommittee on
Antitrust and Monopoly). El personal técnico de la en­
tidad, compuesto por economistas y abogados de nota,
presentó, en abril de 1956, un revelador informe enfo­
cado concretamente sobre la General Motors, “la más
grande firma manufacturera del mundo, que emplea a
2 David Lilienthal, Big Business.
LIBERALISMO
45
más de 500,000 personas. . . utiliza bancos en 289 ciu­
dades, es propietaria de compañías de seguros, y gasta
10,000 millones de dólares al año para su publicidad”.
La investigación demostró que la General Motors
produjo y vendió en los dos últimos años más autómoviles que todas las otras firmas reunidas, así como el 80 %
de todos los autobuses, todas las locomotoras para tre­
nes de pasajeros y el 83 % de las de carga.
Aclarando que la mayor preocupación de los econo­
mistas no es propiamente el “tamaño” de cada firma
sino el “oligopolio”, o sea, el hecho de que una o po­
cas firmas controlen totalmente un campo industrial
determinado, el informe dice que aun en las condiciones
actuales, la industria automovilística se considera toda­
vía “altamente competitiva” (lo que hace «presumir que
la concentración es aun mayor en otros campos). Y
para destacar los peligros de dicha concentración hace
notar que, aunque hay 50,000 poseedores de acciones
de la General Motors, a raíz de las últimas fusiones de
empresas en el seno de aquélla, 15 accionistas tienen
ahora un tercio de todas las acciones de la firma.
El informe que comentamos produjo alarma, y el
Fiscal General de la República inició un juicio por viola­
ción de las leyes contra los trusts y los monopolios, pro­
ceso que no ha llegado todavía a su fin.
Por otra parte, la concentración del control de la
riqueza no significa ya que ésta engorda ilimitadamente
al plutócrata cuya fortuna personal era asombro del
mundo y tema obligado de la caricatura anticapitalista
hasta hace dos décadas. El más fuerte accionista de una
de las más grandes empresas norteamericanas (la American Telephone and Telegraph Company) posee sólo
una centésima parte de las acciones de la misma (caso
que, con variaciones, está bastante generalizado).
El resumen estadístico de la Oficina del Censo de
los Estados Unidos (Statistical Abstract of the United
States), compilado a junio de 1954, consigna, entre
otros, los siguientes datos sobre la distribución de ac­
ciones de sociedades anónimas entre la población del
46
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
país: total de accionistas: 6.490,000; de esos accionistas,
670,000 son profesionistas y técnicos; 200,000 comer­
ciantes; 300,000 altos empleados de empresas particula­
res; 590,000 empleados —categoría media— particulares
y fiscales; 320,000 agricultores; 410,000 obreros especia­
lizados; 210,000 obreros semiespecializados; 10,000 obre­
ros no especializados; 2.130,000 amas de casa sin otra
ocupación que sus labores domésticas (el resto, distri­
buido en varios renglones menores); 2.880,000 accio­
nistas (44.4 %) ganan entre 5 y 10,000 dólares anuales
(clase media inferior); 1.560,000 (24 %) ganan más
de 10,000 al año (clase media superior y alta burguesía).
Todo ello —sumado a muchos otros indicios— pa­
rece demostrar que, mientras la propiedad misma de la
riqueza se distribuye, el control de ésta se centraliza.
En cuanto al Estado, su intervención ha ido crecien­
do, en medio de la acerba crítica de los acérrimos par­
tidarios del liberalismo puro. Hechos característicos de
este proceso inevitable fueron las leyes contra los mo­
nopolios y trusts (Sherman Act) de 1890, y, sobre todo,
la política del New Deal con la cual el presidente Roosevelt rescató de la ruina a su país en 1933. Desde
entonces, y siguiendo las alternativas de la política in­
terna y de acontecimientos internacionales como la se­
gunda Guerra Mundial, el Estado norteamericano ha
intervenido cada vez más directamente como regulador
del fenómeno capitalista, mediante impuestos a las uti­
lidades que exceden de un límite determinado, conge­
lación de precios y salarios, subsidios a la agricultura,
barreras aduaneras, etc.
En el caso del New Deal, la acción no fue simple
e indirectamente reguladora, sino que, frente al pro­
blema que planteaban 14 millones de desocupados en
1934, el Estado puso en marcha, en calidad de empre­
sario, grandes obras como la rehabilitación de tierras
en el valle del río Tennessee, cuyos resultados fructíferos
perduran hoy.
El Fair Deal, o continuación de la anterior política
por el presidente Truman, avanzó hasta el punto de
LIBERALISMO
47
tomar el control temporal de la industria siderúrgica,
amenazada por una paralización total, como resultado
de un conflicto entre empresas y obreros.
Hablar de una economía estrictamente liberal en los
Estados Unidos es pues incurrir en un error o en
una falsificación deliberada de la realidad. Y es preci­
samente esa circunstancia de haber perdido su mal en­
tendida “pureza”, lo que, dando al capitalismo norte­
americano caracteres diferentes del de Europa, le brinda
posibilidades también diferentes de estabilidad. El he­
cho de haberse conjurado la crisis que muchos creían
inevitable después de la segunda Guerra Mundial y la
Guerra de Corea, parece una prueba de dicha firmeza.
Subsiste, en el ánimo de los más acerbos críticos del
capitalismo norteamericano, la noción de que los Es­
tados Unidos necesitan otra guerra para sostener su
nivel de prosperidad. En verdad, la prueba definitiva
consistiría en saber si en las actuales circunstancias
podría sostenerse el capitalismo norteamericano sin el
preparativo bélico que ahora absorbe una buena parte
de su potencial productivo (entre el 20 y el 25%, en
forma directa).
Volviendo a la teoría capitalista en general, los eco­
nomistas neo liberales como John Maynard Keynes con­
sideran que, al producirse las profundas depresiones eco­
nómicas que sobrevienen como secuela inevitable de
las eras de gran producción y prosperidad general, sola­
mente la intervención “moderada, racional y temporal”
del Estado puede salvar a la economía de un país.
En otros términos, que las “leyes naturales” de Adam
Smith y la escuela de Manchester son incapaces, por
sí solas, de asegurar la vida del capitalismo.
Por otra parte, el ejercicio individual de la “iniciativa
privada”, el “incentivo de lucro” y la “libertad de em­
presa” han quedado substituidos por la acción de orga­
nismos amorfos, sociedades literalmente “anónimas”,
en las cuales el “espíritu de empresa” del antiguo “ca­
pitán de industria” está suplantado por la habilidad
fría y tecnificada de los directores y gerentes profesio-
48
DOCTRINAS POLITICO ECONÓMICAS
nales que ya no actúan como dueños sino como fun­
cionarios expertos a los que se paga para desempeñar
una tarea.8
Y ésta es la conclusión reveladora y aparentemente
paradójica: que el capitalismo o, en términos más am­
plios, el liberalismo económico sólo puede asegurar su
supervivencia: a) en cuanto, contrariando una de las
normas básicas que le señalaron sus teóricos originales,
acepta que el Estado lo ayude a moderar sus impulsos
y venga a rescatarlo en su hora de crisis; b) en cuanto
es capaz de substituir el descarnado "‘incentivo de lucro”
de los antiguos empresarios por el nuevo sentido so­
cial de la propiedad y la riqueza colectivas y de poner
su suerte en manos de gente que tiene más sabiduría y
técnica que primario e irracional apetito de lucro. En
otros términos, en cuanto es capaz de ""civilizarse” y de
regularse a sí mismo, y de comprender que sólo el bien­
estar general — el poder de compra de las grandes
mayorías— puede dar firmeza al mercado.
También en algunos de estos aspectos, los defen­
sores del capitalismo ven otros peligros remotos: ¿Es
posible contar con una intervención del Estado "‘racio­
nal, moderada y temporal”? Primero, ¿no es en cierto
modo inevitable que, una vez que el Estado intervenga
parcialmente, se produzca una necesidad creciente de
intervenir, cada vez más amplia y profundamente, para
ajustar el funcionamiento de los órganos económicos
todavía no intervenidos al ritmo de los que ya lo están?
Y, segundo, la acción impersonal y fría de los directores
y gerentes de empresa, despojados de aquellos móviles
individuales que daban vitalidad y autenticidad “libe­
ral” a los negocios de la libre empresa, ¿no llegará a
estratificarse hasta perecer?
Sobre las posibilidades de evolución y creación de
nuevas formas de capitalismo, dice el profesor Schumpeter:3
4 “El punto esencial que debe comprenderse,
3 James Burnham, The Managerial Revolution.
4 Joseph Schumpeter, Capitalism, Socialism and Democracy.
LIBERALISMO
49
cuando se habla del capitalismo, es que se trata de un
fenómeno evolutivo... El capitalismo es, por natura­
leza, un método de transformación económica y nunca
es ni puede ser estacionario..
Añade que el proceso
de “mutación industrial que incesantemente revoluciona
la estructura económica desde dentro, incesantemente
destruye la vieja, e incesantemente crea una nueva.
Este proceso —concluye— de destrucción creadora es
el hecho esencial relativo al capitalismo.”
De la posibilidad que tenga el capitalismo de poner
en función tal proceso dependerá su futuro. Quizá,
por las leyes de su dinámica propia, y en las condiciones
evolutivas anotadas, pueda hacerlo el capitalismo nor­
teamericano. En cuanto al otro, el del Viejo Mundo,
que no ha evolucionado como el de Gran Bretaña y
el de los países nórdicos, parece tan ciego que ni siquie­
ra advierte que está al borde del abismo.
DEMOCRACIA
Soberanía popular.—Amplitud y flexibilidad de la teoría
democrática.—Requisitos e instrumentos esenciales de
la democracia.—Antecedentes históricos.—Las revolu­
ciones liberales y la clase media.—Evolución democrá­
tica.—El factor económico.—Glosa.
La palabra “democracia” proviene de los vocablos grie­
gos demos, pueblo y kratos, autoridad o gobierno.
Frente al “poder divino” que decían encarnar y ejer­
cer los monarcas de tiempos pasados, o a la “predesti­
nación” que invocan ciertas doctrinas en favor de las
“minorías selectas”, la democracia propugna el concep­
to de la “soberanía popular”, o sea, el derecho del pue­
blo todo a gobernarse por sí mismo, con finalidades que
representen el interés de todo el pueblo. En este sen­
tido, la última parte de la oración pronunciada por
Abraham Lincoln en el campo de batalla de Gettysburg
contiene una de las más simples y perfectas definicio­
nes de la democracia: “...el gobierno del pueblo, por
el pueblo y para el pueblo.”
Por “pueblo” entiéndese “todo” el pueblo. Pero
como no se puede concebir la unanimidad absoluta en
las decisiones adoptadas respecto a los intereses colec­
tivos, lo que prima es la decisión de la mayoría. Al
respecto, Thomas Jefferson dice: “El primer principio
del republicanismo (democracia) es que la lex majoris
partís (ley de la mayoría) es la ley fundamental de
toda sociedad de individuos con iguales derechos; con­
siderar la voluntad de la colectividad, expresada aun­
que sea por mayoría de un solo voto, tan sagrada como
si fuera unánime, es la primera de las lecciones que
debe aprenderse, pero la última que se aprende com­
pletamente. Cuando se abandona esta ley no queda
otra que la de la fuerza, que concluye, inevitablemente,
en el despotismo militar”.
50
DEMOCRACIA
51
El hecho de adoptarse la decisión de la mayoría no
significa que se prescinda de la minoría. La minoría
ejercita también la parte que le corresponde en la so­
beranía popular, al desempeñar las funciones de crítica
y control que incumben a la oposición. Disfruta, ade­
más, del derecho expectaticio de convertirse, eventual­
mente, en mayoría. Casi todos los sistemas electorales
confieren a la minoría un margen específico de repre­
sentación en los parlamentos u otros cuerpos colegiados.
La democracia presupone la igualdad de los hom­
bres y su derecho igualitario tanto a ejercer la sobera­
nía popular como a alcanzar los fines que, de acuerdo
con los conceptos esenciales de la filosofía liberal, tiene
el hombre (véase la introducción al capítulo sobre el
liberalismo). Esos derechos están claramente enuncia­
dos en el lema de “Libertad, Igualdad y Fraternidad” de
la Revolución Francesa, como en la siguiente frase
de la Declaración de Independencia de los Estados
Unidos de América:
. .Todos los hombres nacen igua­
les y a todos les confiere su Creador ciertos derechos
inalienables, entre los cuales están la vida, la libertad y
la consecución de la felicidad..
El profesor Sabine1 dice lo que sigue, en relación
con la amplitud y el espíritu armónico que deben carac­
terizar al régimen democrático liberal: “El programa li­
beral de un gobierno libre y la defensa liberal de sus
procedimientos, tales como el sufragio, la representa­
ción, la organización de partidos y el control del go­
bierno por los partidos, surge naturalmente y, al mismo
tiempo, depende de la concepción de una sociedad li­
bre que ha logrado encontrar una relación eficaz entre
el bienestar colectivo y una multiplicidad de intereses
privados, de grupo y de clase.” Lo cual significa que,
así como es inadmisible la existencia de privilegios
individuales, tampoco se concibe el predominio de in­
tereses de grupos o clases a expensas del bienestar co­
lectivo.
1 George H. Sabine, op. cit.
52
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
Estos conceptos, que concretan el sentido de la
ideología democrática liberal, tienen sus antecedentes
en las más remotas formas del pensamiento político
occidental.
Más que un programa concreto, la democracia es
una filosofía política que se caracteriza por su elastici­
dad, por su flexibilidad.
En efecto, no prescribe determinada forma orgánica
de gobierno, y se la puede practicar dentro de regímenes
político-administrativos tan diferentes entre sí como el
republicano presidencialista de los Estados Unidos (don­
de no hay primer ministro y es atribución del presidente
•designar a los miembros del Gabinete), o el parlamenta­
rio de Francia (donde el jefe del gobierno es el primer
ministro que forma el gabinete o cae con él en virtud
de la aprobación o la censura del parlamento), o el
“Colegiado” del Uruguay (donde el presidente es, por
turno, uno de los nueve miembros del Consejo Nacio­
nal) o las monarquías británica, sueca, holandesa y no­
ruega, para citar únicamente algunos ejemplos notables.
Tampoco, y esto es igualmente importante, prescri­
be formas concretas de organización económica. Es
así como sigue en vigencia la democracia en Gran Bre­
taña, a través de las transiciones ocurridas en aquel
país —del partido conservador al socialista y de éste
nuevamente al conservador— y como rige en Suecia
que es, a un tiempo, monarquía y Estado socialista.
Existen también hoy en día las “democracias popu­
lares” (dentro del bloque soviético) como expresión “de
un régimen político y social en que las masas populares,
de trabajadores, tienen acceso realmente libre y directo
al control del gobierno”. Además, en la teoría de las
“democracias populares”, se exalta el concepto de que
“la igualdad en los órdenes jurídico y político no tiene
valor práctico si no está fundada en la igualdad econó­
mica”.
En medio de tal flexibilidad, hay ciertos requisitos
que, cumplidos, dan sello de autenticidad a un régimen
democrático y que, junto con un factor de orden edu-
DEMOCRACIA
53
cativo y moral que se mencionará después, constituyen
los instrumentos políticos y jurídicos imprescindibles
para el funcionamiento de una verdadera democracia:
a) El sufragio o voto popular a través del que se
expresa la voluntad del pueblo. Al emitir su voto, cada
ciudadano pone en juego, voluntariamente, la parte que
le toca de la soberanía popular. Así designa a sus repre­
sentantes; a aquellos que, en el gobierno, actuarán por
él. No siendo posible —dadas las dimensiones de las
naciones modernas— hacer que el pueblo delibere y
actúe directamente en asambleas públicas como las de
Atenas, se utiliza el sistema “representativo” o de “de­
legación de poder” mediante el cual los gobernantes
(legisladores o ejecutivos) ejercen el poder en represen­
tación de sus electores, o sea por- mandato del pueblo.
Por eso también el pueblo, al cabo de un término seña­
lado, puede, retirarles la representación, eligiendo a otros
ciudadanos para reemplazarlos. Los requisitos esencia­
les del voto son la libertad y el secreto, para eliminar
toda posibilidad de coacción o corrupción.
b) Un estatuto constitucional, o cuerpo fundamen­
tal de leyes, que establece y limita los derechos y atri­
buciones del individuo y del Estado, y las relaciones
del uno con el otro, a fin de evitar el abuso de la li­
bertad por parte de los individuos y el exceso de autori­
dad de los gobernantes.
c) La división de poderes dentro del Estado. Un
Estado centralizado tendería naturalmente al autorita­
rismo despótico. Es clásica (desde Grecia hasta nuestros
días) la división de poderes en legislativo (el parla­
mento constituido por los representantes directos del
pueblo), que formula las leyes; ejecutivo, el presidente
o primer ministro y su gabinete, así como las diferen­
tes ramas de la administración pública), que hace
cumplir las leyes; y judicial, que administra justicia
para sancionar la infracción de las leyes. En la consti­
tución existen normas fijas e inviolables, en virtud de
las cuales los tres poderes cumplen sus respectivas fun­
ciones y se controlan entre sí. Normas que, además,
54
DOCTRINAS POLITICO ECONÓMICAS
permiten un constante, activo y estrecho contacto entre
el gobierno y el pueblo. Ese contacto es lo que el
entonces candidato por primera vez a la presidencia
de los Estados Unidos, Adlai Stevenson, llamó apro­
piadamente en 1952: “El diálogo permanente entre go­
bernantes y gobernados.”
d) La adopción y vigencia de principios fundamen­
tales (establecidos en la constitución y en las leyes se­
cundarias) destinados a garantizar la vida, la igualdad
y las formas capitales de libertad de los ciudadanos:
libertad de pensamiento, de culto, de expresión, de pe­
tición, de reunión, de tránsito, etc. El ejercicio de esas
libertades está condicionado solamente a los superiores
intereses del orden social: seguridad del Estado y co­
existencia pacífica de derechos individuales. Los dere­
chos de cada uno se extienden, sin trabas, hasta el pun­
to en que pudieran ser lesivos para los derechos de los
demás y allí se detienen. El concepto de que esos de­
rechos existen como atributo inherente a la condición
humana, y de que se deben respetar, constituye la esen­
cia ético-política de la democracia.
Es difícil imaginar ningún espíritu democrático en
las sociedades primitivas en las que el miedo, la supers­
tición y la fuerza eran los tres pilares sobre los que se
asentaba el poder, y en las cuales ese poder se trasmitía,
cuando moría el jefe, al individuo que por la fuerza
podía tomarlo, o al heredero del caudillo; esto último,
en el entendido de que el espíritu del caudillo sobre­
vivía en su descendiente. De allí nace el derecho here­
ditario en que se fundan después las monarquías que,
por extensión, dan nacimiento al sistema de castas de
sangre. Con la circunstancia, digna de anotarse, de que
el simple y juicioso anhelo del hombre primitivo, de
ver al buen caudillo redivivo en su prole, se desvirtuó
totalmente. Ya no sólo heredaba el hijo del buen cau­
dillo, porque su padre había sido bueno, sino simple­
mente el hijo, por hijo.
La conexión que inevitablemente creyó encontrar el
hombre primitivo entre el poder real y los fenómenos
DEMOCRACIA
55
incomprensibles de la naturaleza (miedo físico a la
fuerza y miedo supersticioso a lo desconocido), sumada
al concepto de la herencia, dio origen a las teocracias
que ofrecen cuadros tan semejantes en algunos de sus
caracteres, a pesar de la distancia geográfica y crono­
lógica que los separa, como las de Egipto y el Imperio
de los Incas.
He ahí el “derecho divino” de los reyes elaborado
y perfeccionado a través de la Edad Media y prolonga­
do hasta bien entrada la Moderna. Hoy mismo, la
coronación de los pocos monarcas que quedan va acom­
pañada de ceremonias reminiscentes de los viejos ritos
tribales en los que el mago-sacerdote ungía al jefe de la
tribu, confirmando así la condición de éste de deposi­
tario del “divino” atributo del poder.
Todo este lapso histórico no ofrece, ni puede ofre­
cer, antecedente alguno a la democracia.
Es en Grecia, y concretamente en Atenas, donde
se enuncian expresamente y se ponen en práctica las
primeras nociones y formas de vida democrática.
De un régimen aristocrático se pasó, con el legisla­
dor Solón, a una moderada timocracia (división de cla­
ses en función de la renta o productividad económica
del individuo). La timocracia fue ampliando, gradual­
mente, las bases exclusivistas en que se asentaba el po­
der político, ya que esas clases diversas, y no sólo la
nobleza, tenían representación proporcional en el go­
bierno.
En el siglo de oro o siglo de Pericles (v a. c.), la
democracia ateniense alcanza sus manifestaciones más
logradas. No solamente el gobierno constituye, en su
mayor parte una expresión de la soberanía popular, sino
que el pueblo, directamente, discute sus problemas más
importantes en las asambleas populares, en que el ora­
dor más elocuente puede arrastrar consigo la opinión de
la mayoría.
La acción directa del pueblo en dichas asambleas
sólo era concebible, desde luego, dentro de las dimen­
siones geográficas de los Estados-Ciudad. Lo que queda
56
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
de ellas, o del plebiscito romano, es el referéndum
—propuesto por Rousseau a fines del siglo xvm y adop­
tado en la mayoría de las constituciones modernas—
que consiste en el voto directo que emite el pueblo, a
proposición del gobierno, para decidir cuestiones espe­
cíficas sumamente importantes, en circunstancias excep­
cionales.
El culto de la razón, el debate libre de todas las
ideas y el desarrollo general de la cultura griega contri­
buyen, decisivamente, a liberar de trabas el espíritu hu­
mano y a dar al hombre una clara noción de su valor
y de su destino.
Hay que hacer, sin embargo, una salvedad a la de­
mocracia ateniense: no todo el pueblo participaba en el
ejercicio de las funciones políticas, que estaban reser­
vadas solamente a los ciudadanos de Atenas (nacidos
en la ciudad). Los residentes extranjeros o viajeros
(metecos) y los esclavos no tenían acceso a tales fun­
ciones. Pero ¿por qué sorprenderse de ello? Hoy mis­
mo, en las democracias más avanzadas, se establecen
distinciones entre los derechos del “ciudadano” y los
del extranjero. El derecho de voto está también limi­
tado por razones de edad o sexo, de alfabetismo, o por
el cumplimiento previo de ciertos deberes como el pago
de impuestos o el servicio militar. Finalmente, aunque
ni la constitución ni las leyes secundarias lo legalicen,
un prejuicio racial consuetudinario, que va destruyén­
dose muy gradualmente, pone a grandes masas de po­
blación negra al margen de los actos electorales y de
las funciones públicas en los estados del Sur de los
EE. UU.
Entre los grandes filósofos clásicos, Platón, en su
República ideal, admitía la división de clases, asignan­
do a los mejores, los sabios, las funciones de gobierno,
y las tareas manuales a los menos capaces y menos edu­
cados. Las relaciones entre las clases, empero, debían
estar inspiradas en principios de justicia y respeto
mutuo.
Aristóteles, más que de formular el sueño de un E$-
DEMOCRACIA
57
tado ideal, se ocupa de los problemas prácticos de la
política; del arte del gobierno. Sostiene “que la mejor
forma de gobierno es aquella en que todos los individuos
actúan en la vida política”. Justifica, empero, la es­
clavitud, como una necesidad para el cumplimiento de
ciertos servicios dentro de la vida colectiva, y cree que
los sabios y los poseedores de fortuna deben ser los
que gobiernen. Es partidario de la división de poderes
y distingue formas “puras” e “impuras” de gobierno,
entendiendo que las primeras son las que tienen como
objetivo el bienestar general, mientras que pertenecen
a las segundas las que significan abuso de poder en be­
neficio de sólo una clase social, aunque ésta sea la de
los desposeídos.
El gran progreso de Roma en ’materia jurídica (el
derecho romano es todavía fundamento de gran parte
de las legislaciones contemporáneas) aporta elementos
doctrinales muy valiosos al desarrollo de la democracia,
entre ellos el concepto de la igualdad ante la ley y el
de la representación o delegación de poder.
Las luchas entre el patriciado (casta aristocrática)
y la plebe (sector popular remotamente precursor de
lo que será más tarde la clase inedia) se reflejan en
los diferentes grados de autoridad que, alternativamente,
se confiere al Senado (patricio) y a los Comicios o
plebiscitos en los cuales se reune el pueblo, agrupado
en curias o centurias, para dar asentimiento o negativa,
sin discusión, a las medidas de gobierno que propone
el magistrado, tribuno o cónsul. Y tales luchas, que se
inician en la monarquía romana, adquieren su mayor in­
tensidad en la República y desaparecen con el Imperio,
son también un presagio de la larga batalla mediante
la que, en tiempos modernos, la clase popular irá des­
pojando a la aristocracia de sangre de sus tradicionales
privilegios.
Luego viene el cristianismo que mina desde las ca­
tacumbas la arquitectura de la Roma imperial y levanta
en cambio el edificio de una nueva ética basada en la
igualdad de los hombres ante Dios, del desprendimien-
58
DOCTRINAS POLITICO ECONÓMICAS
to de los bienes terrenales, del amor al prójimo y de
la caridad (véase el capítulo del socialismo cristiano).
He aquí una contribución indirecta al desarrollo de la
filosofía democrática.
Sin embargo, cuando sobre los escombros de Roma
se levantan los castillos feudales, el cristianismo, que
pudo ejercer una influencia democratizante definitiva,
“queda demasiado envuelto en los intereses del poder
temporal”, y pierde contacto con la gleba, la tierra,
donde trabajan y sufren los siervos, también hijos de
Dios.
Los Padres de la Iglesia, San Agustín y, mucho
después, Santo Tomás de Aquino aplican su genio
tanto a coordinar los postulados del racionalismo grie­
go con el dogma cristiano, como a buscar fórmulas de
relación entre el poder divino y el poder temporal —la
Iglesia y los gobernantes, respectivamente— reservan­
do a aquélla el desiderátum supremo.
Dice San Agustín que “el gobernante representa la
voluntad de Dios en la tierra”, y añade que “no hay
justicia en los Estados no cristianos”. Justifica la escla­
vitud “como un reflejo de la caída del hombre”. Pero,
por supuesto, la esclavitud sólo afecta al cuerpo. El
alma es siempre libre. Y, para el cristianismo, el alma,
y no el cuerpo, es lo importante. Lo que no está clara­
mente explicado es por qué sólo los esclavos tienen a
su cargo la dura tarea de simbolizar y llevar sobre los
hombros las consecuencias de la caída del hombre.
“Frente al desorden y la descentralización del feu­
dalismo, Santo Tomás es partidario de la autocracia centralizadora y del derecho divino de los monarcas. Sos­
tiene que los gobernantes cumplen un mandato divino,
en sentido de que la verdad y la justicia sólo se alcanzan
por la razón y mediante la fe, en cuyo orden únicamente
la Iglesia es competente. Por tanto, la excomunión de­
cretada por la Iglesia contra un gobernante puede li­
berar al ciudadano de sus obligaciones para con aquél.
Todo, inclusive el Estado, forma parte del sistema uni­
versal en que creía Santo Tomás, en cuya cúspide, por
DEMOCRACIA
59
sobre la razón, y “como receptáculo de la revelación
divina, está la teología cristiana”.
No es pues concebible que, en medio de este orde­
namiento dogmático cuya suprema dirección concierne
a Dios, hubiese quedado mucho margen para ninguna
teoría ni práctica política que, como la democracia, pre­
tendiese dar al hombre y a su razón el arbitrio final
sobre los destinos de la colectividad.
En el seno de las corporaciones o gremios se practi­
caban formas rudimentarias de democracia, ya que, si
bien existían las categorías claramente diferenciadas de
maestro, oficial y aprendiz, esas categorías no eran in­
franqueables; podía pasarse, eventualmente, de una a
otra. Y gracias a la especie de fuero particular de que
los gremios disfrutaban en algunas partes de Europa,
administraban justicia igualitaria entre sus miembros y
cuidaban de sus intereses con miras al bienestar general.
Estamos en las postrimerías de la Edad Media, y el
mundo occidental se apresta, con el ejercicio intelec­
tual del Renacimiento, para la dura jornada de los tiempos modernos.
En 1215, sus propios condes y barones obligan al
rey de Inglaterra, llamado Juan sin Tierra, a firmal
la Carta Magna, primera forma de constitución política
de que se tiene noticia en el mundo. Mediante la
Carta, Juan sin Tierra acuerda a los ‘"ingleses libres”
todas las libertades. Declara la independencia de la
Iglesia y así debilita, por primera vez, el nudo metafísico laboriosamente atado durante la Edad Media entre
el poder divino y el temporal. Limita las facultades del
soberano para crear impuestos o exigir servicios milita­
res. Prohíbe el arresto de los hombres libres, sin causa
justificada. Restringe considerablemente los derechos
feudales. Todo ello constituye un paso trascendental
en la historia de la democracia.
A partir del Renacimiento y hasta el siglo xvm
la historia de la democracia se confunde con la del libe­
ralismo. En efecto, este último, revalidador de la razón,
de la libertad y la dignidad del ser humano fue pot
60
DOCTRINAS POLITICO ECONÓMICAS
excelencia el encargado de sentar las bases filosófico-políticas de lo que sería la democracia moderna. (Véase, en
el capítulo referente al liberalismo, de qué manera el
influjo múltiple del Renacimiento, la Reforma, los
grandes descubrimientos geográficos, la Enciclopedia, la
Revolución Industrial y las invenciones tecnológicas
acabaron por conformar el pensamiento democráticoliberal.)
Sobreviene en este punto el largo y fructífero pro­
ceso de reajuste de las instituciones políticas inglesas,
ocurrido en el transcurso del siglo xvn, a través de la
turbulenta historia de Inglaterra.
Los privilegios de la monarquía y de la aristocracia
fueron desmoronándose gradualmente para dar paso a
un sistema cada vez más completo de libertades y ga­
rantías y a una ingerencia cada vez mayor del pueblo
en el gobierno.
El habeas Corpus (extraordinaria conquista jurídica
que hasta hoy constituye el último recurso contra la
tiranía y el exceso de autoridad) tuvo su origen en
1628, y fue sucesivamente revocado, modificado y des­
conocido en la práctica, hasta 1679, cuando se lo con­
firmó definitivamente en la plenitud de sus alcances.
Un individuo puesto en prisión sin las formalidades
legales invoca el derecho o recurso de habeas Corpus, y la
autoridad que dispuso el arresto arbitrario tiene obliga­
ción de poner en libertad al preso o de entregarlo a
la autoridad competente que, de inmediato y so pena
de severas sanciones, debe decretar su libertad o iniciar,
con causa indudablemente justificada, el procedimiento
judicial correspondiente.
Por otra parte, después de la deposición de Jacobo II por Guillermo III de Orange se produjo, a partir
de los años 1688-1689, una verdadera revolución en las
mencionadas instituciones políticas inglesas. Se declaró
inconstitucional el derecho del rey para suspender la
vigencia de las leyes y la formación de ejércitos sin
autorización del parlamento; se garantizó el derecho de
petición de los ciudadanos y la libre elección de los
DEMOCRACIA
61
miembros del parlamento, así como la libertad de pala­
bra en el seno del mismo. Se crearon los jurados para
la tramitación de juicios y se estableció la inamovilidad
de los jueces; la prensa fue declarada libre y quedó
abierto el camino para determinar y demandar las res­
ponsabilidad de los altos dignatarios del Estado, etc.
En el parlamento inglés, madre de las instituciones
democráticas británicas, y modelo parlamentario para
el mundo entero, inicióse la lucha tenaz y constante
que, a lo largo de más de un siglo, fue restando poder
a la aristocracia de sangre (representada por la Cámara
de los Lores), para dar poder cada vez mayor (actual­
mente casi absoluto) a la Cámara de los Comunes, ele­
gida por el pueblo sin distinción de clases. Y esta
lucha es representativa de lo que ocurría en el resto
de Europa, frente a las monarquías absolutas que re­
gían los estados nacionales establecidos al concluir la
Edad Media, cuando los señores feudales, forzados por
la necesidad, fueron agrupando sus tierras y vasallos en
núcleos más y más grandes.
El siglo xix fue fecundo en fenómenos político-so­
ciales. Surgieron entonces, con su filiación definitiva e
inconfundible, el comunismo marxista, y la democracia
liberal. El suelo cargado de potencias germinales del
que nacieron aquellos enormes troncos ideológicos cuyo
follaje proyecta sombras hasta nuestros días fue final­
mente preparado, arado y abonado con los productos
y residuos de la Revolución Industrial. El aspecto eco­
nómico de este proceso está tratado en el capítulo del
liberalismo. Mencionaremos aquí un fenómeno socio­
económico y dos hechos históricos. Los tres, igualmente
trascendentales, afectan directamente el rumbo, la his­
toria y el destino de la democracia.
Primero, el fenómeno socio-económico: el naci­
miento de la clase media. El vacío que antes sepa­
raba a la aristocracia de la “gleba” de la Edad Media
o del incipiente proletariado que incubaron las fábricas
de la Revolución Industrial fue ocupado por este nue­
vo grupo social que se apoderó paulatinamente de los
62
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
instrumentos de producción, creando y manejando el
capital. La aristocracia, ligada a la tierra, no trabajaba.
Eso era indigno de ella. Por otra parte, la tierra perdía
su papel preponderante como fuente de grandes rique­
zas. La burguesía empezó pronto a prestar dinero y a
hipotecar a los nobles; luego compró títulos nobiliarios
y, finalmente, cuando la nobleza resultó un obstáculo
para la expansión incontenible de sus planes, la eliminó
políticamente. Tanto la democracia como el liberalis­
mo económico fueron armas apropiadas, y como hechas
a la medida, para la clase media, porque le abrían los
horizontes del poder político sin limitaciones de clase,
y los caminos de la fortuna sin las vallas del privilegio
de sangre.
La Revolución Norteamericana (1776) y la Revo­
lución Francesa (1789) fueron fenómenos típicos de
esa subversión de la clase media. En los Estados Uni­
dos, la revolución sirvió para echar abajo, en la tierra
franca y fértil de un nuevo mundo, las trabas económi­
cas erigidas por la metrópoli (Inglaterra) en el camino
de los hombres que se habían jugado la vida por la
libertad. En Francia, el largo preparativo filosófico y
económico del liberalismo culminó con la conquista,
en las calles de París, del derecho del hombre a pensar
y a enriquecerse. Se decapitó, para ello, a una nobleza
decadente, estéril y ciega, que apenas logró hacer acopio
de fuerzas para morir con dignidad. Los desarrapados,
los sans-culotte que lucharon por la revolución no vi­
vieron lo suficiente para saber que aquella revolución
no era realmente la suya sino una de clase media, de
burguesía, que no cambiaría su condición de sans-culotte.
Lo cierto es que Estados Unidos proclamó la Cons­
titución y el Estatuto de Derechos, y Francia lanzó
aquella clarinada de “Los Derechos del Hombre” y el
lema de “Libertad, Igualdad y Fraternidad” que reso­
naría en todos los confines del planeta, anunciando la
liberación definitiva de la clase media.
Las heroicas guerras libertarias de América Latina,
DEMOCRACIA
63
en los siglos xviii y xix, y el laborioso proceso (evolu­
ción unas veces, revolución las más) con que desde en­
tonces hasta hoy el individuo ha venido buscando en
todo el mundo la reafirmación de sus derechos, y el pue­
blo el ejercicio de su soberanía, completan el cuadro
histórico de la democracia.
Si las calles no se ensangrentaron con esa lucha, el
campo de batalla fue el parlamento donde se dictaron
leyes cada vez más liberales, combatiendo ya no a la aris­
tocracia de sangre sino —esta vez— a la burguesía
atrincherada en su poder económico. Revolucionaria en
los dos siglos anteriores, le tocaba ahora, a la burguesía
liberal, defender los bastiones de sus conquistas. Pro­
ceso inevitable, en el que “los revolucionarios de ayer
son los conservadores de hoy” para retener lo que ga­
naron con la revolución.
En el curso de la segunda Guerra Mundial, el pre­
sidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roose­
velt, por muchos conceptos símbolo de democracia evo­
lucionada y de liberalismo económico humanizado, hizo
una valiosa contribución al ideario democrático.
Entre las “cuatro libertades” que proclamó en su
mensaje al Congreso de 1941 como bandera de la cam­
paña contra el nazismo y el fascismo, incluyó la “li­
beración de la necesidad”. (Las otras tres: libertad de
expresión, libertad de culto, liberación del miedo.)
¿Cuál es el valor de ese enunciado aparentemente
insignificante?
Recordemos que la democracia, navegando entre
conceptos jurídicos, políticos y éticos, se había ocupado
de asegurar la proclamación y el ejercicio de derechos
que se referían a la libertad, a la justicia igualitaria, a la
anulación de los privilegios de casta, etc. Pero, imbuida
de la doctrina liberal, no había tocado el aspecto eco­
nómico, en el entendido de que cuantas menos intru­
siones se produjeran en el libre juego de las llamadas
leyes naturales del mercado, mayores probabilidades
tendría el individuo de alcanzar su bienestar.
El tiempo se encargó de demostrar que aquella no
64
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
era una verdad absoluta. El oleaje del capitalismo libe­
ral no siempre llevaba al hombre a las playas de la
abundancia. Frecuentemente, muy frecuentemente, lo
ahogaba en el violento flujo y reflujo de la prosperidad
y la crisis; y lo ahogaba, además, en masa.
La "‘liberación de la necesidad’" viene a corregir esa
falla de los planteamientos democráticos liberales. El
hombre no sólo tiene derecho a ser libre (lo que equi­
vale, muchas veces, al dudoso privilegio de morirse libre­
mente de hambre). Tiene también derecho, un dere­
cho inherente a su condición de hombre y de ciudadano,
a liberarse de la necesidad, en vez de que esa liberación
sea un simple accidente que puede o no ocurrir en la
evolución del fenómeno económico. Así como a la jus­
ticia, tiene derecho al pan de cada día. Porque si es
cierto que “no sólo de pan vive el hombre” —como reza
el viejo refrán— no es menos cierto que ninguna doc­
trina política, moral o religiosa ha inventado todavía la
forma de vivir sin pan.
La democracia no puede pues limitarse a la contem­
plación extática de sus altas concepciones ético-jurídicopolíticas, sino que, en respuesta a una demanda peren­
toria, tiene que ahondar hasta la entraña del problema
económico.
Este es el sentido que en los últimos tiempos se da
a la “democracia social0. Los partidos democráticos que
en el Viejo y en el Nuevo Mundo muestran visión y
sensibilidad respecto al problema económico de las gran­
des masas adquieren creciente prestigio y son, realmente,
los únicos que pueden levantar, con crédito y con pro­
babilidades de éxito, la bandera política de la demo­
cracia.
Es digna de anotarse la extraordinaria amplitud del
ideal democrático. Tan es así que, excepción hecha de
las tendencias aristocráticas (sin valor en la actualidad)
y del nazi-fascismo (partidario de las “minorías selec­
tas”), todas las corrientes políticas, así las democráticas
propiamente dichas como las socialistas, convergen hacia
la meta final de realizar formas democráticas de organi­
DEMOCRACIA
65
zación social. Los propios comunistas critican y atacan
a la democracia liberal precisamente “por no haber cum­
plido una función verazmente democrática” y haber de­
fraudado a las grandes mayorías al vincularse con el
sistema capitalista. Se proponen superar dicho estadio
de la evolución política con objeto de alcanzar —lo dice
textualmente el Manifiesto Comunista— lo que ellos
consideran la verdadera democracia, en la sociedad sin
clases. Sigue, pues, vigente el ideal democrático aun­
que, según los marxistas, una mala forma de democracia
hubiera fracasado.
Y es indudable que el ideal democrático, en su esen­
cia conceptual, encierra las mejores, más amplias y ele­
vadas aspiraciones del hombre, considerado como indivi­
duo y como parte integrante del organismo social.
En su día, la democracia liberal sirvió a la humani­
dad para dar uno de los pasos más decisivos de su pro­
greso. La sacó, merced a ese paso, de las sombras del
mundo medieval proyectadas todavía sobre la Edad Mo­
derna, rompiendo las cadenas del dogmatismo y del
sistema de clases que prolongó su vigencia a lo largo
del período de formación y consolidación de los nuevos
estados nacionales.
El liberalismo determinó la gran revolución del pen­
samiento oprimido por el dogma y, asimismo, la revolu­
ción que echó por tierra, para siempre, el monopolio
de la aristocracia de sangre sobre el poder político. Co­
mo autores de tales hazañas, los liberales se ganaron, en
un terreno, el título de “ateos” y, en otro, el de “sub­
versivos” y destructores del orden social. Fueron tam­
bién debidamente excomulgados, lo que parecería ilus­
trar el audaz aforismo de Bernard Shaw: “Todas las
grandes verdades empiezan por ser blasfemias”.
Gracias a las instituciones democráticas (aunque
fueran incipientes), el hombre adquirió una libertad y
una noción de su dignidad que no había conocido nun­
ca, salvo quizá, y en medida relativa, en Atenas. Apren­
dió a orientar su propio destino, sin que para ello fuera
obstáculo la posición que ocupara en la sociedad. Si
66
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
al adoptar decisiones procedió o no acertadamente es
cuestión aparte, dependiente de un factor que exami­
naremos después. Lo que importa es que tomó pose­
sión de la materia prima de ese destino; se evadió para
siempre de situaciones en que su suerte, como la de
un rebaño, era barajada por otros que, para ello, invo­
caban poderes divinos o prerrogativas hereditarias.
Pero en el imperio de la decisión mayoritaria —subs­
tancia y fuerza motriz de la democracia— los que la
detractan creen también ver su debilidad. Las pregun­
tas que hacen son éstas: ¿es siempre la decisión de la
mayoría la más sabia? O, dicho de otro modo, ¿es
lo mayoritario garantía de excelencia? ¿Es justo que
en nombre de la igualdad entre los ciudadanos —nin­
guno, como tal, es mejor que otro— el voto de un
hombre honorable, culto y consciente de sus responsa­
bilidades, tenga exactamente el mismo valor que el de
un ignorante, un irresponsable? Y ¿es efectivo que las
mayorías propiamente dichas intervienen en el acto
electoral, base misma de la función democrática?
El argumento de que el gobierno es solamente un
instrumento de las clases poseedoras, empleado por éstas
para explotar a las clases desposeídas, parece rebatido
por los hechos ocurridos en el curso de los últimos 20 o
30 años. En forma constante, los partidos políticos
representativos de las mayorías populares han venido
conquistando posiciones de predominio en los parla­
mentos y su influencia se ha hecho ya decisiva.
Esto significa dos cosas: primera, que el acceso a
las funciones de gobierno es realmente libre y que cual­
quier maniobra realizada para obstruirlo es ineficaz y
simplemente accidental, aun dentro de sistemas imper­
fectamente democráticos; segunda, que al desempeñar
las funciones de gobierno, el pueblo va adquiriendo la
educación política y la experiencia necesarias para dar
a sus decisiones (las decisiones mayoritarias) mayores
probabilidades de acierto, ya que las consecuencias de
los yerros tiene que sufrirlas, inevitablemente, el pue­
blo mismo. ¡Penoso camino de experimento y prueba
DEMOCRACIA
67
de la que no puede prescindirse ni en la política ni en
ninguna otra forma de progreso!
Es cierto que determinados grupos sociales intere­
sados en conservar sus privilegios ven con alarma que
el pueblo ("el bajo pueblo") se eduque y se ponga en
situación de exigir sus derechos. La condición en que,
por espacio de siglos, se ha mantenido a las masas indí­
genas de Sudamérica no puede sino constituir una dra­
mática muestra de ello. Pero, por fortuna, la conciencia
política contemporánea, así como los modernos medios
de comunicación y difusión del pensamiento, se prestan
cada vez menos a la empresa de levantar o conservar
murallas de ignorancia en torno al pueblo.
La educación es, pues, un requisito indispensable
para el pleno y verdadero ejercicio de la democracia.
Puesto que es el pueblo mismo el que ha de gobernarse,
nada más lógico que el pueblo cuente con capacidad
para el desempeño de tan difícil y seria tarea.
El incumplimiento de ese requisito ha producido
—en gran parte— las fallas de la democracia. Pueblos
educados como el Uruguay o Suiza lograron salvar y
adelantar sus instituciones democráticas en grado ex­
traordinario. Otros —Latinoamérica ofrece ejemplos con­
tundentes— han sufrido las consecuencias de una tre­
menda falsificación: democracias ficticias, en las que
la mayoría del pueblo no ejercía su soberanía. Hicieron
presa de esas naciones —nada menos que en nombre de
la democracia— los intereses creados, la fuerza militar
o la demagogia.
Educación, en este lato sentido, no significa exclu­
sivamente alfabetización. La alfabetización es insufi­
ciente o, peor todavía, da resultados contraproducentes
cuando le falta una sólida base ético-política. No sirve,
en efecto, sino para leer el fácil y tentador mensaje de
la demagogia, o para firmar los múltiples documentos
mediante los cuales, en los turbios ajetreos de la polí­
tica militante, se enajenan y malbaratan los intereses
colectivos.
Parafraseando una cita consignada al principio de
68
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
este capítulo, es importante repetir que esa ética con­
tiene una primera enseñanza que debe asimilarse para
poner en juego la democracia: saber perder. Y la pro­
mesa que encierra la filosofía democrática estriba en la
respuesta que pueda darse, en el caso concreto de cada
país, a esta pregunta dramáticamente simple: “¿ha
aprendido la facción que pierde en las elecciones a acep­
tar su derrota?”
Esta es, afirman los campeones de la democracia,
la primera lección del ideario, pero también la última
que se practica. Los resultados de jugar a la democracia
sin estar dispuestos a cumplir esa dura y fundamental
regla del juego forman el catálogo de las trampas con
las cuales fulleros de todo jaez han desvalijado a la fe
democrática.
A este respecto, dice el filósofo inglés Bertrand Russell: “La democracia fue concebida como un recurso
para conciliar al gobierno (como expresión de fuerza
opresiva) con la libertad. Creo firmemente en la de­
mocracia representativa como la mejor forma de go­
bierno de que pueden disfrutar quienes tengan la tole­
rancia y el dominio propio requeridos para hacerla pros­
perar. Pero los partidarios de la democracia cometen
un error si creen que puede ser aplicada en países en
los que el ciudadano medio no ha tenido todavía pre­
paración en el juego de saber dar y saber recibir golpes,
que en la democracia es indispensable.” 2
He aquí un tema al que habitualmente no se con­
cede la importancia que tiene, cuando —como en el
caso de la América Latina— se busca el porqué de las
fallas de la democracia: el papel que le corresponde
a la oposición. Es usual y ciertamente fácil imputar
la quiebra del proceso democrático al despotismo de
los gobiernos; al exceso de autoridad que conduce a la
violación de los principios éticos, jurídicos y políticos
que regulan la marcha del delicado mecanismo de la
democracia, cuyas ruedas y resortes sólo pueden funcio­
2 Bertrand Russell, Unpopular Essays.
DEMOCRACIA
69
nar con precisión dentro de un perfecto equilibrio de
factores.
Pero ¿qué puede hacer un gobierno, por bien inten­
cionado que sea, frente a una oposición que, para em­
pezar, no acata el fallo electoral y que luego, en vez
de apelar a los recursos que ofrece el régimen parlamen­
tario en espera de las próximas elecciones, se consagra
con devoción casi mística a la tarea conspiratoria?
La oposición que se concreta a combatir el despo­
tismo con métodos ilegales da lugar a un mayor despo­
tismo para contrarrestar la conspiración, y así se crea
el círculo vicioso en que han venido girando muchas
pseudo-democracias.
La oposición tiene, pues, una .responsabilidad tan
grande como la del gobierno en la preservación del
orden democrático. Y, si realmente se desea ese orden,
habrá que repudiar la falsa noción de que toda forma
de oposición es “heroica” frente al “despotismo” gu­
bernamental. Porque —con algunas excepciones— es
posible que detrás de aquel despotismo haya una opo­
sición mucho menos heroica que simplemente irres­
ponsable.
SOCIALISMO UTÓPICO
Nociones generales.—Antecedentes históricos.—Concep­
tos fundamentales.—Glosa.
Las corrientes políticas comprendidas en este título de­
ben su nombre a la obra Utopía de Tomás Moro, a la
cual nos referiremos más adelante.
Utopía significa quimera, ilusión. Lo utópico es lo
que se sueña y, en su calidad de sueño, es no sólo irreal
sino también un tanto irrealizable.
Se dirá, no sin razón, que en el germen de todas
las tendencias reformistas hay una leve sombra de uto­
pía, de sueño. Las inspiró un anhelo que, en los tiem­
pos en que fueron concebidas, pudo muy bien reputarse
ilusorio e irrealizable a la luz de las circunstancias en­
tonces reinantes.
Pero hay algo que asigna su especial condición “utó­
pica” al socialismo de ese nombre, y es que éste se li­
mita a delinear la imagen de un mundo perfecto, sin
determinar con precisión los procedimientos que, en
la práctica, habrán de materializarlo.
Por otra parte, el socialismo utópico deposita una
fe excesiva e ingenua —bellamente ingenua— en el
simple deseo de progreso y renovación del hombre. Fe
quimérica, puesto que el hombre no solamente está mo­
vido por sentimientos altruistas sino por intereses mate­
riales profundamente egoístas con los que es necesario
contar. Y aquel individuo a cuyas expensas se produci­
ría la reforma —el poseedor que dejaría de serlo— es
renuente a aceptarla, prefiriendo aferrarse al estado de
cosas que le asegura el disfrute de sus privilegios. Creer,
de principio, que ese hombre pudiera ser persuadido de
renunciar sin lucha a lo que considera suyo y ama como
suyo para formar en cambio un mundo perfecto en be­
neficio de los demás es lo que imprime el sello de la
utopía en el socialismo utópico.
70
SOCIALISMO UTÓPICO
71
La República de Platón ofrece el primer ejemplo
clásico de esquematización de una sociedad ideal, ba­
sada en los conceptos de justicia y de distribución igua­
litaria de la riqueza (véase el capítulo relativo al comu­
nismo) y con una estructura gubernamental erigida
sobre los cimientos de la razón y la sabiduría.
La Utopía de Moro, a tiempo de bautizar a todo
este sistema de ideas, es ya una obra fundada en la crí­
tica de una sociedad afectada por males y problemas
que, diversamente, se proyectan hasta nuestros días.
En efecto, Utopía fue escrita en 1516, cuando In­
glaterra afrontaba los conflictos creados por el paso de
la economía agraria a la industrial (véase el capítulo
relativo al liberalismo). Grandes extensiones de terre­
nos que antes producían artículos alimenticios fueron
convertidos en campos de pastoreo para el ganado lanar,
cuyo producto elaboraban las fábricas textiles. De este
modo los campesinos, despojados de su fuente de sub­
sistencias, se vieron obligados a emigrar en grandes ma­
sas a las ciudades que no estaban preparadas para reci­
birlos ni para absorber su capacidad de trabajo. Surgie­
ron los conflictos que eran de esperar en materia de
escasez de provisiones, falta de viviendas, desocupación,
enfermedades, etc., etc., y se desató una gran ola dé
criminalidad. Las autoridades gubernamentales aplica­
ron medidas represivas, sin investigar los orígenes de la
crisis ni hacer nada por remediarla.
Fue este cuadro de conflicto económico y social y de
intenso sufrimiento el que inspiró la crítica y el sueño
de Moro.
Utopía es un país imaginario, situado en una isla
del Pacífico. Su mecanismo económico está organizado
en torno a un conjunto de pequeñas comunidades que,
dentro de un sistema comparable al de las modernas
cooperativas, produce lo necesario para satisfacer las ne­
cesidades de la colectividad. Se ha eliminado la propie­
dad privada, y el egoísmo posesivo engendrado por ella
está substituido por sentimientos de solidaridad y anhe­
los de superación. La tierra y otros instrumentos de
72
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
producción son de propiedad común. No hay división
de clases. No hay riqueza ni pobreza. Como solamente
se trabaja para cubrir la demanda de la comunidad y
no con fines de lucro, ha sido posible reducir la jornada
de trabajo a seis horas, pero el trabajo es obligatorio
para la gente joven y sana. Los ancianos y enfermos
disfrutan de pensiones y atención. La educación es
también obligatoria y se la imparte a todos por igual.
Las comunidades están regidas por grupos que escoge
directamente la mayoría (con poderes muy limitados,
ya que la organización misma de la sociedad hace in­
necesario al rigor de la autoridad). Hay libertad
religiosa e igualdad entre individuos de uno y otro sexo.
Todos tienen el mismo derecho a un nivel básico de
comodidades materiales y a las mismas oportunidades
de superación intelectual. El recreo, el descanso y las
diversiones sanas son parte importante e imprescindible
de los derechos del ciudadano.
He ahí, a grandes rasgos, la Utopía de Moro, situada
en una isla imaginaria del Pacífico. ¿Cómo se llegará
a su realización? La respuesta no es, ni mucho menos,
clara. Al fondo de la teoría brilla una fe ilimitada en
la cordura del hombre, en su posibilidad de reaccionar
ante los males que le aquejan o aquejan a sus semejantes,
y de encontrar por sí mismo, guiado por la razón y el
altruismo, las puertas de su salvación.
Tomás Moro llegó a desempeñar las altas funciones
de Canciller del Reino en tiempos de Enrique VIII,
tiempos muy poco propicios para la realización de sus
teorías. Tan poco propicios, que al tratar de contener
los excesos del soberano, Tomás Moro es primero des­
tituido y luego ejecutado. La muerte de este soñador,
que desde tan temprano se adelantó a lo que hoy
mismo, cinco siglos más tarde, es meta ideal de la evo­
lución política, parece señalar, con el vivido color de
la sangre, la diferencia que existe entre la utopía y la
realidad política.
Son muchos, desde entonces, los esquemas que se
han formulado de un mundo mejor. Ni siquiera Francis
SOCIALISMO UTÓPICO
73
Bacon, uno de los padres de la ciencia experimental,
pudo substraerse al impulso de soñar con una utopía, y
escribió, a principios del siglo xvii, La nueva Atlantida.
Pasando por The Commomvealth of Oceana (1656) de
James Harrington y el Viaje a Icaria de Etienne Cabet
(1839), hasta la literatura contemporánea, hay por lo
menos una veintena de libros famosos que han entrado
a enriquecer la bibliografía de la quimera política.
Entre los siglos xvm y xix el socialismo utópico
enuncia fórmulas relativamente definidas en relación
con los problemas del mundo moderno que en ese mo­
mento da el paso final hacia su dramático encuentro
con la máquina, el capitalismo y la era industrial.
Es natural que, en presencia de. estos factores, el
pensamiento del socialismo utópico concentrara su
atención sobre el problema económico-social y que
su crítica se orientase directamente contra los defectos
del capitalismo industrial.
Entre los expositores representativos de este período
vamos a citar a los siguientes: el conde Henri de SaintSimon, nacido en Francia, en 1760, quien predica la
aplicación práctica de los principios del cristianismo,
proclama la necesidad de exaltar la fraternidad humana
que como incentivo y motor de la actividad social debe­
ría reemplazar al afán de lucro. Cree que la propiedad
debe ser socializada y el derecho de herencia suprimido;
que todos los miembros de la sociedad deben producir
“de acuerdo con su capacidad y ser remunerados con­
forme a sus aptitudes’", pero que esa diferencia en las
remuneraciones no debe llegar nunca a crear clases
económicas ni extremos de riqueza por una parte y de
pobreza por otra. El gobierno será encomendado a los
científicos, quienes tienen especial capacidad para es­
tudiar los problemas colectivos y darles una solución
adecuada.
No dice concretamente en qué forma se alcanzarán
estos objetivos. Sus discípulos, que hicieron del “Sansimonismo” una especie de religión del trabajo, auspicia­
ron la abolición total del derecho de propiedad.
74
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
Charles Fourier, nacido también en Francia, en
1772, critica severamente el mecanismo competitivo
de la empresa privada. Y propone, en su lugar, un “sis­
tema de falanges o comunidades cooperativas” (los
famosos “falansterios”), cuyos miembros tendrían la
garantía de un ingreso mínimo y compartirían equitati­
vamente lo producido.
La propiedad privada quedará completamente repar­
tida por medio de acciones. Fourier considera que las
ocupaciones de filósofos, soldados, intermediarios en
la circulación de bienes, etc., son “parasitarias” y deben
suprimirse. La economía se fundará en la agricultura,
y el trabajo estará distribuido en tal forma que cada
individuo tenga la oportunidad de encontrar una ac­
tividad que le sea grata. Por este medio, el trabajo se
convertirá en un placer en vez de una obligación; y la
educación vocacional, desde temprana edad, servirá
para facilitar esa distribución del trabajo. El trabajo
grato será, lógicamente, más productivo.
Fourier creyó haber determinado exactamente el
número de falansterios que se necesitarían en el mundo
(2.985,984), y no contento con esto llevó sus sueños
hasta describir la vida de los habitantes de otros pla­
netas. Su ideal reformista se materializaría, en la época
de la harmonía, después de haberse vencido las eta­
pas de la confusión, el salvajismo, el patriarcado, la bar­
barie, etc.
Robert Owen es acreedor a mención especial por
ser uno de los pocos utopistas que formularon su teoría
no en el plano de las ideas puras, ni desde la trinchera
de las clases desposeídas, sino más bien en pleno
campo de las clases poseedoras. En efecto, Owen era
un próspero industrial textil inglés, nacido en 1771,
que organizó una comunidad llamada New Lanarck
modelada en conformidad con los principios de su socia­
lismo utópico, para demostrar que las condiciones del
medio social influyen decisivamente en la posibilidad
de perfeccionar los métodos de producción.
En New Lanarck? donde tenía su fábrica, construyó
SOCIALISMO UTÓPICO
75
viviendas para los obreros, escuelas para los hijos de
éstos, comedores y campos de recreo, etc., y demostró
prácticamente que era posible trabajar en esas condicio­
nes y obtener todavía utilidades. Algo más: merced al
bienestar suministrado a sus obreros, consiguió de ellos
un índice más alto de productividad.
De los satisfactorios resultados de su experimento
sacó Owen argumentos prácticos para proponer una
serie de medidas de protección a los trabajadores, tales
como la reducción de la jornada de trabajo a sólo doce
horas (en ese entonces la duración de la jornada que­
daba al arbitrio del empresario, y era corriente que los
obreros, y aun los niños, trabajasen alrededor de 16
o 18 horas diarias), la prohibición del trabajo a los
menores de 10 años, la educación universal, organiza­
ción de gremios y asociaciones de tipo cooperativo
como controles eficaces para moderar los excesos del
capitalismo, etc. Por todo ello se considera a Robert
Owen, con justicia, uno de los precursores de la legis­
lación social y del trabajo.
De la grande obra de Owen, además de lo indicado,
quedan las cooperativas, para las cuales sentó las pri­
meras bases, y la organización sindical de la que tam­
bién fue precursor al organizar en Inglaterra la Grand
National Consolidated Trades Unión.
Edward Bellamy, en su obra (1887) Looking Backward —mirando el panorama imaginario del año 2000
en la ciudad de Boston—, concibe el mecanismo de la
producción organizado dentro de las líneas de un ejér­
cito industrial. Los instrumentos de producción son de
propiedad común. Se ha planificado de tal modo la pro­
ducción, que no hay margen para la competencia rui­
nosa ni para que el consumidor sufra las consecuencias
de las fluctuaciones de precios. Se ha suprimido la
moneda, substituyéndola con un sistema de bonos de
trabajo que sirven como medios de pago para adquirir
artículos de consumo. El trabajo es obligatorio entre
las edades de 20 y 45 años, y, después de este límite, el
retiro es también forzoso para abrir nuevas oportuni-
76
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
dades de ocupación a la gente joven, evitándose de este
modo los males de la desocupación. Pero los que se
jubilan cuentan con un sistema completo de pensiones
y seguros que les garantizan el bienestar y eliminan la
incertidumbre derivada de la vejez y la enfermedad.
Esta eliminación de la incertidumbre respecto al por­
venir constituye el arma más poderosa para destruir el
apetito de lucro y la necesidad de atesorar (esta última
es imposible, desde luego, debido a la supresión de la
moneda). En el gobierno, la administración de los
intereses colectivos es de tipo funcional (cada orden
de actividad cuenta con departamentos especiales en­
cargados de regularla desde un punto de vista estricta­
mente técnico) y así desaparecen los males inherentes
al gobierno político y a la ambición del poder. La edu­
cación es obligatoria y gratuita, y las mujeres tienen
absoluta igualdad de derechos con los hombres.
John Stuart Mili, el famoso economista inglés, atacó
en su obra Principios de economía política el mito de
la “fatalidad” de las leyes económicas, e introdujo el
factor ético en el fenómeno de la producción, lo que
significa que el hombre, movido por razones de orden
moral, es capaz de modificar el curso de aquellas leyes.
Propuso medidas de legislación social, fuertes graváme­
nes a la renta y a la herencia, organización de coopera­
tivas de producción entre los obreros, etc.
Louis Blanc, político francés, intervino activamente
en la revolución de 1848 (véase el capítulo del comu­
nismo), y era partidario de la organización de los “ta­
lleres de trabajo” (del Estado) y la substitución del
dinero por bonos de trabajo. Las teorías de Louis Blanc
forman, más propiamente, parte de la historia del socia­
lismo de Estado.
Pierre Leroux, contemporáneo de Blanc, es célebre
no tanto por sus ideas muy confusas sobre socialismo,
sino porque se le atribuye1 ser nada menos que el
inventor del término “socialismo”.
1 Gidc-Rist, Historia de las doctrinas económicas.
77
Los tres últimos nombrados, como se ve por estas
someras referencias a sus ideas, no son miembros legíti­
mos de la familia de los “utopistas”, pero se los consigna
aquí por las contribuciones parciales que hicieron a este
orden de teorías políticas.
Todos los utopistas comparten la noción de que el
hombre es fundamentalmente bueno y que atesora en su
naturaleza ricos elementos germinales de sociabilidad
y cooperación. El exasperado sentimiento posesivo que
nace de la propiedad privada a la que se rinde culto
casi religioso, el apetito de lucro, el impulso competi­
tivo, y otras condiciones incubadas por la sociedad
capitalista, pervierten al hombre y entorpecen la marcha
de su perfeccionamiento y su felicidad. Por consiguien­
te, dicen los utopistas, basta con apelar a aquella
naturaleza fundamentalmente propicia para anular las
influencias corruptoras del medio y producir la gran
reforma social. Esa reforma se concreta en los siguien­
tes puntos principales: socialización de los instrumentos
de producción, empezando por la tierra. Supresión de
la herencia, que contribuye a crear la “riqueza injusti­
ficada” y excesiva. Supresión de la moneda y substitu­
ción de ésta por bonos de trabajo. Supresión del sistema
de la empresa privada competitiva, y substitución de la
misma por un sistema de “cooperación” destinado a
producir lo que la colectividad necesita para su con­
sumo directo. Protección del individuo mediante leyes
sociales y sistemas de seguro que hagan desaparecer
la incertidumbre que da origen al apetito posesivo y al
atesoramiento. Distribución y sistematización del tra­
bajo para hacerlo eminentemente grato y productivo.
Producción sin finalidades de lucro, sino de simple
abastecimiento de la comunidad. Educación difundida
a todos los estratos sociales. Desplazamiento (más o
menos completo) del Estado centralizado por consejos
administrativos funcionales que no ejerzan poder polí­
tico, sino simples atribuciones administrativas. Igualdad
completa de derechos entre todos los hombres y entre
los varones y las mujeres.
SOCIALISMO UTÓPICO
78
DOCTRINAS POLITICO ECONÓMICAS
No faltan tratadistas que ven entre los padres del
socialismo utópico a los precursores del comunismo, en
lo relativo a finalidades, pero es obvio que en cuanto
a medios hay completa discrepancia. Los ideales del
socialismo utópico no pueden ser más bellos. Lo que
po dicen concretamente sus apóstoles es cómo puede
llegarse a realizarlos. Y, precisamente, el socialismo utó­
pico se caracteriza, entre otras cosas, por eso: porque
sus expositores, después de hacer un análisis crítico del
mundo real, saltan directamente a bosquejar el de la
quimera (en el año 2000 o en una isla del Pacífico).
Hay entre lo uno y lo otro una inmensa distancia que
debería salvar el método político, como puente entre
los dos extremos. Las pocas veces que los utopistas
tocan este plano de realidades, se limitan a hacer hin­
capié en la naturaleza fundamentalmente generosa del
hombre y en la posibilidad de estimular la acción de esa
naturaleza, mediante la persuasión, la razón, la educa­
ción, etc. Cierran los ojos al hecho previsible de que
los privilegiados de la sociedad actual, a costa de los
cuales se operaría la reforma, opondrían todos los obs­
táculos imaginables contra un cambio que les acarrease
pérdidas. Olvidan los utopistas que las “condiciones
del medio”, corruptoras de los impulsos positivos, gene­
rosos, del hombre, difícilmente pueden ser modificadas
por los mismos hombres que, al actuar bajo sus efectos,
obtienen beneficio de ellas. Y que, en suma, sería
necesario, previamente, modificar las características del
medio para luego recoger los frutos producidos por
tal modificación en la naturaleza del hombre. Caen,
pues, en un círculo vicioso cuya única salida hipotética
sería un acto de contrición de los grupos privilegiados;
una súbita “iluminación moral” capaz de hacerles ex­
clamar un día: “Estábamos equivocados. Nuestros be­
neficios y prerrogativas son injustos y perjudiciales para
los demás. Debemos, a partir de mañana, reformarnos;
ganar menos y contribuir mayormente a la felicidad de
los demás, porque así seremos también nosotros más
felices.”
Socialismo utópico
79
Mientras los marxistas cifran la perspectiva de una
transformación social en la acción coordinada y com­
bativa de las clases desposeídas, destinadas a benefi­
ciarse con el cambio, los utopistas parecen asignar la
tarea de producir ese cambio a los que saldrían per­
diendo con él.
De todo ello se desprende que el socialismo utópico
—aparte de los experimentos de ‘"Villas de Coopera­
ción”, “Harmonías” y “New Lanarks”, realizados en
Inglaterra y los Estados Unidos— no ha llegado nunca
a tomar cuerpo en el terreno político, en forma de par­
tido orgánico. (Un partido necesita, en igual medida,
de objetivos como de caminos para alcanzarlos.)
Los postulados del utopismo han servido más bien,
parcial y fragmentariamente, para alim'entar a otras
ideologías.
Ese es el valor trascendente del socialismo utópico.
Haber sido un pionero en la crítica de la sociedad de
su tiempo, y uno de los primeros en enunciar la nece­
sidad y la posibilidad de una reforma encaminada hacia
formas de vida mejores que las ofrecidas por el capita­
lismo industrial cuando éste balbuceaba los errores de
su infancia.
Sería injusto afirmar simple y llanamente que el
socialismo utópico se quedó en el plano de la quimera.
Muchos de sus hallazgos fueron absorbidos por las
corrientes ideológicas que le sucedieron. Y lo cierto
es que, con formas más o menos deseables, y con una
variedad casi infinita de nombres y rótulos doctrinarios
el sueño de una Utopía (un mundo depurado y per­
fecto) es tan válido hoy como ayer, y sigue constitu­
yendo el motor que impulsa al hombre en su áspera
ruta de superación política.
SOCIALISMO CRISTIANO
Consideraciones generales.—Antecedentes históricos.—
La Iglesia y el problema social.—Conceptos fundamentales.— Glosa.
El cristianismo es uno de los ingredientes principales
de la “cultura de Occidente”. Primero, mediante la
iglesia única de Roma, y luego por la acción diversifi­
cada de las ramas católica, protestante y ortodoxa, tuvo
parte activa tanto en la vida espiritual como en los
acontecimientos que informaron siglos, de la historia
de Europa, América y parte de otros continentes. De
uno u otro modo, tuvo que mantenerse en estrecho
contacto con los fenómenos político-sociales desarrolla­
dos en ese lapso. No se conciben ni la caída de Roma
ni el feudalismo sin la ingerencia activa del cristia­
nismo. La Reforma protestante es parte del proceso
de génesis de las ideas liberales. El cura compañero de
Pizarro y los peregrinos del Mayflower representan al
cristianismo en la conquista de las colonias de América.
La Revolución Francesa creyó haber derrocado a Dios
junto con la monarquía francesa y se equivocó. La Re­
volución Rusa tuvo y tiene todavía que tomar en cuenta
«a la iglesia ortodoxa en la formulación de su estrategia
revolucionaria.
El cristianismo no pudo mantenerse ajeno a las
conmociones causadas por la aparición del socialismo
como elemento activo en la historia de Europa. Asumió
con relación a este nuevo personaje del drama polí­
tico actitudes que van de extremo a extremo, desde
breves y cautelosos diálogos amistosos con un socialis­
mo de tipo utópico y reformista, hasta la más franca
hostilidad, con visos apocalípticos, respecto a la teoría
y al método marxistas.
El cristianismo es intrínsecamente individualista,
al proclamar los valores esenciales del hombre que es
80
Socialismo cristiano
81
reflejo de la substancia divina. Y tanto su metafísica
como su ética se asientan en el concepto dogmático
de la responsabilidad individual ante Dios, el Supremo
Hacedor.
Pero, por otra parte, también es evidente que la
doctrina de Cristo encierra un profundo e inequívoco
contenido social. La igualdad de los hombres, el amor
a los semejantes, la caridad misma (en el más sano y
positivo sentido de este vocablo), tienen similitud con
los postulados de las tendencias colectivistas. Al hacer
hincapié en la interpretación del término “caridad”, los
expositores del cristianismo desprenden de ese concepto
el carácter negativo y superficial que generalmente se le
adjudica, para asimilarlo más bien al de “justicia”. Ser
caritativo con el prójimo, conforme al lenguaje de esos
expositores o apologistas, no es darle una limosna; es
ser justo con él, entregarle lo que justamente le corres­
ponde, en el plano de la suprema igualdad de los
hombres ante Dios.
El desprendimiento de los bienes terrenales que
predicó Jesús aparta al hombre del desenfreno posesivo,
del apetito desmedido que es causa y efecto del enri­
quecimiento individual de los unos a costa de los otros.
Más de un Padre de la Iglesia empezó por negar rotun­
damente la legitimidad del derecho de propiedad (véase
el capítulo del comunismo). Tanto el Antiguo como el
Nuevo Testamento abundan en conceptos que son
prédica de justicia social (algunos de ellos podrían
parecer tomados de la literatura política contemporá­
nea); y expresan seria aprensión respecto a los obstácu­
los que las riquezas terrenales pueden sembrar en el
camino del espíritu hacia la bienaventuranza eterna.
Citaremos solamente los ejemplos clásicos. Dice el Libro
de los Salmos: “Da, Oh Dios, tu juicio y tu justicia al
hijo del rey. . . Para que gobierne a tu pueblo con jus­
ticia y a tus oprimidos con justicia... Haga justicia a
los oprimidos del pueblo, defienda a los hijos del me­
nesteroso y quebrante a los opresores... Tendrá mise­
ricordia del pobre y del menesteroso y defenderá la
82
DOCTRINAS POLITICO-ECONOMICAS
vida de los pobres. .
(72: 1, 2, 4, 13). Y los Evan­
gelios: “No podéis servir a Dios y a las riquezas”
(Mateo, 6, 24). “Cuán difícilmente entrarán en el
reino de Dios los que tienen haciendas... Es más fácil
a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un
rico entrar en el reino de Dios” (Marcos, 10: 23 y 25).
Es pues natural que el cristianismo y el socialismo
hubiesen seguido rumbos paralelos en ciertas etapas del
viaje histórico y que, en distintas épocas y formas dife­
rentes, se hubiese tratado de refundirlos. Debe obser­
varse, de otro lado, que si bien esas corrientes marcharon
por rumbos semejantes, no llegaron nunca a unirse
permanente y totalmente.
No es aventurado afirmar que, en cuanto impacto
social, la insurgencia del cristianismo frente a la Roma
de los Césares tuvo características parecidas a las del
comunismo de hoy frente al capitalismo. Las persecu­
ciones contra los cristianos, los motivos que se adurían
para justificarlas y aun el lenguaje que se empleaba
-—la salvación del “orden social” amenazado por una
doctrina “subversiva” y “enemiga del Estado”-— dan
crédito a esta comparación.
Y, en efecto, el cristianismo fue una de las fuerzas
que contribuyó más decisivamente a desmoronar el ya
carcomido edificio del Imperio Romano. La sangre
de los mártires despedazados por las fieras del circo
era esa sangre que indefectiblemente parece desempeñar
la función de lubricante en los engranajes históricos que
operan los grandes cambios de velocidad del acontecer
humano.
Luego vino la Edad Media. En su transcurso, el
cristianismo tomó sus formas teológicas definitivas,
y la Iglesia asentó su poder temporal. Pero, en estricta
verdad, no puede decirse lo mismo de la ética cristiana
en el campo social. Poco logró hacer la Iglesia para re­
mediar los males de la sociedad feudal. Hubo, como
en todo tiempo, sacerdotes que se aproximaron a los
siervos, pero en ausencia de una acción oficial definida
por parte de la Iglesia, la sola caridad cristiana no tuvo
SOCIALISMO CRISTIANO
8?
alcance para tocar el fondo del abismo que separaba a
las clases medievales.
Es cierto que la Iglesia vivía entonces absorbida por
las preocupaciones del poder temporal, en un momento
decisivo en que tenía que consolidar su existencia. Es
así que no logró valerse de su poder en el orden espiri­
tual para imprimir el acento de Cristo en el orden de
relaciones humanas que, por diez siglos, caracterizó al
feudalismo.
“El derecho de la Iglesia a imponer sanciones espi­
rituales por actos inmorales quedó reconocido, y se lo
ejercitó aun sobre los reyes. Conforme creció el pode­
río de la Iglesia y la autoridad de ésta gravitó en las
manos del Papa, el derecho de excomulgar a miembros
de la Iglesia desobedientes se convirtió en un arma
valiosa, y se estableció la doctrina de que el soberano
excomulgado perdía el derecho a la lealtad de sus súb­
ditos.” 1
Ni aquel “derecho a imponer sanciones espirituales”,
ni la acción individual de religiosos como San Vicente
de Paúl (cuya obra brilla con los destellos de los astros
solitarios) pudieron poner freno a los desmanes del
absolutismo y del sistema de privilegios.
Durante la Edad Media, la división de clases llegaba
a veces hasta el clero mismo. Los sacerdotes salidos
de los estratos inferiores realizaban la tarea evangélica,
en contacto con la gleba. Los clérigos aristócratas
hacían la política de la Iglesia. (Sobre las relaciones
entre el poder divino y el poder temporal, y el pensa­
miento de San Agustín y Santo Tomás, véase el capí­
tulo de la democracia.)
La Revolución Industrial, que llevó a su punto crn
tico el desequilibrio social, produjo memorables reac­
ciones entre algunos exponentes de las iglesias católica
y protestante.
Había dos aspectos que considerar: uno de carácter
doctrinal y otro de valor práctico. Desde el primer
1 R. G. Gettell-L. C. Wanlas, History of Political Thought.
84
DOCTRINAS POLITICO-ECONOMICAS
punto de vista, los referidos representantes de aquellas
dos ramas cristianas comprendieron que era tiempo de
revitalizar, en el campo de la realidad, las prédicas
de Cristo. El industrialismo hacía patentes, como
nunca, las injusticias sociales. El hombre había en­
contrado en el capitalismo individualista un camino
abierto para la satisfacción desenfrenada de sus apeti­
tos posesivos. El hombre había dejado de ser el “pró­
jimo”, el hermano en Jesucristo, para convertirse en
una especie de enemigo del hombre, no solamente
en el campo de batalla, con las armas en la mano, y
por el tiempo que durase la contienda, sino dentro de
un sistema organizado, permanente, de aprovechamien­
to de los unos a costa de los otros. Era hora de organizar
una gran cruzada para humanizar, para cristianizar ese
mundo en el que los cristianos eran devorados, no ya
por las fieras del circo romano, sino por los mismos
cristianos.
Y, desde el punto de vista práctico, algo debía
hacer el cristianismo para poner coto al éxodo de adep­
tos desde los rediles de la Iglesia hacia las filas del
socialismo militante, rico en promesas de soluciones
inmediatas (aunque a la larga probaran ser sólo re­
lativamente eficaces) para los problemas vitales de las
grandes masas. La gente que engrosaba las filas del mar­
xismo era gente que despoblaba los rebaños del Señor.
En el campo católico, correspondió al sacerdote
francés Robert de Lamennais iniciar en Francia, a prin­
cipios del siglo xix, un movimiento destinado a aproxi­
mar entre sí a la Iglesia romana y las masas trabaja­
doras de Europa. El planteamiento del P. Lamennais
era simple: la Iglesia debía ponerse, franca y decidi­
damente, de parte de los desposeídos, lo que inmedia­
tamente le conquistaría la simpatía y adhesión de éstos.
Al principio, el papa León XII apoyó a Lamennais,
quien de este modo empezó a ganar considerable in­
fluencia. Pero cuando se atrevió a pedir que la Iglesia
adoptara los principios de la Revolución Francesa (“Li­
bertad, Igualdad, Fraternidad”), estimulando además
SOCIALISMO CRISTIANO
85
la organización de sindicatos y propugnando un go­
bierno republicano, el Papa le retiró su apoyo. Y el mo­
vimiento del padre Lamennais quedó frustrado.
Otros sacerdotes, también en Francia y en Alema­
nia (Philip Joseph Buchez, el obispo von Ketteler y
Franz Hitze) hicieron iguales tentativas encaminadas
a estimular un proceso de reforma del capitalismo,
cuyos abusos se proponían contrapesar mediante las
cooperativas; pero también aquellas iniciativas indi­
viduales quedaron reducidas a simples enunciados teó­
ricos, por falta de auspicio oficial y efectivo de la
Iglesia.
Pocos años más tarde, los pastores protestantes Frederick Denison Maurice, Charles Kingsley y John
Ludlow iniciaron campañas similares en Inglaterra, so­
lidarizándose francamente con las demandas de los
trabajadores para obtener algunos beneficios justos en
aquella era de verdadera crisis social. Su programa esta­
ba fundado en la noción de que, si bien el socialismo
ignoraba las necesidades y aspiraciones espirituales del
hombre, por su parte el cristianismo descuidaba sus ne­
cesidades y aspiraciones materiales. De aquí dedujeron
la inspirada fórmula de que era preciso, simultáneamen­
te, “cristianizar al socialismo y socializar al cristianismo”.
Para contrarrestar la tendencia materialista del so­
cialismo extremo, organizaron grandes campañas educa­
tivas encaminadas tanto a levantar la conciencia política
de las masas trabajadoras como a inculcarles las ense­
ñanzas cristianas. El cooperativismo constituía el nervio
de su plan reformista en materia económica, y llegaron
a aceptar el concepto de que las grandes fuentes de ri­
queza debían pasar a ser de propiedad colectiva.
Esta acción tuvo alguna influencia en la legislación
social que gradualmente fue adoptando Inglaterra, pero
las campañas de los pastores socialistas chocaron con los
grandes intereses y la iglesia oficial, cuya acción combi­
nada acabó por disolver también este movimiento.
Volviendo al mundo católico, los papas León XIII
y Pío XI promulgaron en 1891 y 1931, respectivamen-
86
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
te, las encíclicas Rerum Novarum y Quadragesimo Armo
en las cuales formularon severas críticas contra los ex­
cesos del capitalismo, y proclamaron el derecho de los
trabajadores a una justa retribución y a otras compensa­
ciones materiales y espirituales. En la última de las
citadas encíclicas se hace referencia a la jornada de tra­
bajo y a las limitaciones que deberían imponerse al
trabajo de las mujeres y los menores de edad.
El actual pontífice, Pío XII, se ha pronunciado en
este mismo sentido en diversas oportunidades y, por
su actualidad y directa relación con el fenómeno polí­
tico-social contemporáneo, es digno de especial men­
ción el “Mensaje de Navidad” del año 1952, en el cual
hizo una crítica igualmente severa del totalitarismo es­
tatal en cualquiera de sus formas, así como del capita­
lismo desmedido, considerando que en ambos casos se
produce la subordinación y anulación del hombre, del
ente individual y de sus altas prerrogativas espirituales.
Las frases sobresalientes de ese notable documento di­
cen: “La solidaridad exige que la intolerable y provoca­
tiva desigualdad del nivel de vida entre los diferentes
grupos de una nación desaparezca... Representa una
insoluble contradicción el hecho de que, para que todos
tengan trabajo, se necesite una constante expansión de
la producción y que, al mismo tiempo, se deje sin deter­
minar hasta qué punto es posible esa expansión sin
producir una catástrofe. . . No puede uno considerar
por más tiempo el trabajo y el nivel de vida como valo­
res exclusivamente cuantitativos, sino más bien como
valores en toda la extensión del vocablo.” Y, por otra
parte: “Donde el demonio de la organización invade y
tiraniza al espíritu humano, se revelan los signos de una
falsa y anormal orientación de la sociedad. En algunos
países, el Estado moderno está convirtiéndose en una
gigantesca máquina administrativa (que) tiene bajo
su control la gama entera de la vida política, econó­
mica, social e intelectual, desde el nacimiento hasta la
muerte.”
Antes de pasar adelante, conviene hacer notar que
SOCIALISMO CRISTIANO
87
estos pronunciamientos no representan un viraje de la
Iglesia romana hacia el socialismo propiamente dicho,
sino el deseo de esa iglesia de “humanizar y poner
freno” al capitalismo, sin atacar, empero, ni sus fun­
damentos esenciales ni su estructura funcional, dentro
de los principios del liberalismo individualista. Si men­
cionamos tal actitud de la Iglesia dentro de este capí­
tulo, ello se debe, pues, a su significación ético-social
más que política.
En Francia, en los Estados Unidos y en algunos
países de Sudamérica (particularmente en Chile), sa­
cerdotes y pastores han iniciado activas campañas des­
tinadas a ganar terreno entre las masas trabajadoras,
para apartarlas de la influencia comunista. En más de
un caso estas campañas tropezaron contra el conservatismo de la iglesia oficial. Es quizá en Inglaterra donde la
jerarquía eclesiástica ha demostrado mayor amplitud de
criterio respecto a la forma de encarar el problema social.
Últimamente se han formado en diversos países del
mundo partidos de denominación “democràtico-cristia­
na”, a los cuales algunos tratadistas clasifican en la
categoría del socialismo cristiano, ya que si bien se
adhieren a los principios y métodos políticos de la de­
mocracia, pueden considerarse como la avanzada “pro­
gresista” o —quizá exagerando un tanto el término—
el “ala izquierda” del cristianismo, por su preocupación
en torno a las cuestiones económico-sociales.
El partido Demócrata-Cristiano de Italia fue fun­
dado, al concluir la primera Guerra Mundial, por el
sacerdote Luigi Sturzo, quien obtuvo permiso expreso
del papa Benedicto XV para organizar un partido de
católicos y prometió que la Iglesia no tendría influencia
sobre él. A tal punto llevó Sturzo el cumplimiento de
su promesa que años más tarde, al asumir Alcide de Gasperi la jefatura del grupo, Sturzo declaró que se man­
tendría alejado (sin desautorizar propiamente al par­
tido), porque éste se encontraba “demasiado pegado a
la Iglesia”.
El desarrollo del comunismo después de la segunda
88
DOCTRINAS POLÍTICO-EGONÓMICAS
Guerra Mundial, particularmente notorio en Italia,
consolidó las fuerzas del partido de De Gasperi.
Desde las elecciones de 1948 (en las que salieron
a votar hasta las monjas de claustro), la Iglesia católica
adoptó una posición francamente militante en materia
política, y quizá determinó el estancamiento del avance
comunista en ese momento decisivo para Italia.
En las elecciones de 1953, el Partido Demócrata
Cristiano obtuvo 10.859,554 de los 27.089,186 votos
válidos que depositaron los electores, y perdió 67 ban­
cas parlamentarias con relación a las elecciones de 1948.
(Los comunistas obtuvieron 6.122,638 —1.400,000 vo­
tos y 36 bancas más que en 1948.) Estas cifras
muestran hasta qué punto la situación era indecisa y
móvil en Italia. Acontecimientos similares ocurrían en
Alemania y Francia.
Es digno de mención el experimento político-reli­
gioso iniciado hace algunos años en Francia, donde se
confió a un grupo de sobresalientes sacerdotes jóvenes
la misión de buscar empleo en varias fábricas conocidas
como centros de actividad comunista, y realizar allí su
tarea evangélica. Los nuevos misioneros, llamados “sa­
cerdotes-obreros”, vestirían ropa corriente y, en general,
harían la vida y el trabajo de un proletario. De esta
manera —se pensó—•, íntimamente compenetrados de
las necesidades, problemas y aspiraciones de los obreros,
les sería más fácil aproximarse a ellos, destruir sus con­
vicciones comunistas y conducirlos al campo de la fe
religiosa. A la inversa, una maniobra de infiltración
proselitista parecida a la que por su parte realizan los
comunistas.
El resultado fue que a fines de 1953 el Vaticano
estuvo a punto de desautorizar definitivamente el ex­
perimento, porque una buena parte de los sacerdotes
encargados de ponerlo en práctica acabaron o inscritos
en el partido comunista o en franca simpatía con él.
Poco antes de producirse la decisión final del Vaticano,
intervino enérgicamente el clero francés que consiguió
autorización para continuar la prueba un tiempo más,
SOCIALISMO CRISTIANO
89
pero dentro de severas limitaciones destinadas a impe­
dir que se produjeran resultados tan contrarios a los
que se esperaban.
De más está decir que lo ocurrido se prestó a muy
diversas interpretaciones; sobre todo la de que, al em­
paparse de los problemas de los obreros, los sacerdotes
“no pudieron menos de comprender —si no justificar—
la atracción que ejerce el comunismo sobre los tra­
bajadores”.
Un nuevo movimiento que invoca “el advenimien­
to social de Cristo” ha sido iniciado recientemente por
el sacerdote italiano Riccardo Lombardi quien “con un
ejército de 1,000 predicadores” se propone —desde el
seno de la Iglesia católica— “reorganizar las relaciones
humanas y sociales, entre clase y clase y entre individuo
e individuo”. Cree el padre Lombardi que hay en el
mundo actual dos sistemas, el “individualista, llamado
liberal” y el otro basado en el concepto de la nación.
“El haber puesto todo el énfasis en el individuo ha
desintegrado la sociedad, ya que lo que realmente ocurre
es que ‘todos están contra todos" y esto ha conducido
al socialismo como reacción. Ambos sistemas están en
un callejón sin salida. Uno sacrifica a la colectivi­
dad en aras del individuo y el otro sacrifica a éste en
aras de aquélla. Lo que se necesita es un camino inter­
medio. ..”
El movimiento iniciado por el padre Lombardi tiene
la aprobación, por lo menos tácita, del Vaticano.
En el campo del antagonismo entre la Iglesia ca­
tólica y como muestra de lo alejados que a veces están
entre sí el dogma filosófico y la realidad política, re­
gístrase el hecho —que causa gran desconcierto entre
los observadores extranjeros— de que un enorme nú­
mero de militantes comunistas italianos son fervorosos
católicos con una conciencia tan convenientemente or­
ganizada, que no encuentran discordancia alguna entre
los deberes que impone el partido y el devoto cumpli­
miento de sus obligaciones religiosas. Ni el partido
ha logrado que dejen de concurrir a la iglesia, ni la
90
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
Iglesia ha conseguido hacerlos votar contra el partido.
La incompatibilidad filosófica no parece preocupar en lo
más mínimo a estos buenos ciudadanos que, al obrar
así creen seguramente —con lógica simplista— cumplir
al pie de la letra el precepto de “dar a Dios lo que es de
Dios” y darse a sí mismos (mediante la presión política
que el comunismo ejerce sobre el gobierno), lo que
más urgentemente necesitan en este valle de lágrimas.
La siguiente anécdota, que cuenta un escritor que
viajaba por Italia ilustra este punto:
El dueño de una finca reprochaba a su mayordomo
ser miembro del partido comunista.
—“¿Cómo es posible que tú, hombre de bien y,
sobre todo, católico, seas miembro del partido?
—Señor, si no fuera por el partido que exige y ame­
naza en Roma, no tendríamos ni agua, ni luz, ni telé­
grafo en el pueblo.
—Pero ¿no comprendes que te quitarán tu casa, tu
tierra, tu iglesia, el día en que suban al gobierno los
comunistas?
—Es que Dios no ha de querer que eso ocurra.”
La sucinta reseña de las encrucijadas donde el cris­
tianismo se encontró cara a cara con las conmociones
sociales no estaría completa sin el recuerdo del mo­
mento en que la revolución comunista derribó a la
Iglesia rusa ortodoxa, tan anquilosada y corrompida
como la nobleza zarista a la que se encontraba orgáni­
camente adherida. Empero, a pesar de esa primera
caída, y de la activa campaña ateísta realizada por el
Estado soviético, el profundo e inquebrantable senti­
miento religioso del pueblo ruso ha obligado al Kremlin
—antes de admitir una derrota— a hacer transaccio­
nes, de acuerdo con las cuales el Estado permite las
funciones del culto, en los templos y en privado, siem­
pre que la Iglesia “no intervenga en cuestiones políti­
cas”. Además, la mencionada libertad de culto está
condicionada a la libertad de propaganda antirreligiosa
que, por su parte, realiza el partido comunista.
Los conceptos fundamentales del socialismo cris-
SOCIALISMO CRISTIANO
91
tiano, que todavía no se han concretado en un progra­
ma único y definido, son una amalgama de los siguien­
tes elementos: a) la inspiración espiritualista del cristia­
nismo, fundada en la responsabilidad final del hombre
ante Dios (no ante sí mismo, ni ante la colectividad,
ni ante el Estado); la prédica de Cristo sobre la igual­
dad de los hombres ante Dios, y el amor al prójimo que
se traduce en la candad, en función de justicia y solidari­
dad entre los hombres; el desprendimiento de los bienes
terrenales y el repudio de los apetitos posesivos desen­
frenados; la paz y la armonía como normas de coe­
xistencia social; b) los métodos políticos de la democra­
cia; el gobierno emanado de la voluntad popular, con
el debido respeto al libre arbitrio, a los atributos de la
personalidad humana y a las libertades civiles; y la evo­
lución política desarrollada a través de los métodos
democráticos, la legislación libremente discutida y adop­
tada por mayoría, etc.; c) el acento del socialismo sobre
la solución de los problemas de orden económico que
aflijen a las grandes mayorías. El cristianismo se aparta
de las formas extremas del socialismo en el hecho de
que preconiza, en vez de los recursos coactivos —la
huelga, la revolución— la educación extensiva dentro
de los principios cristianos, para determinar, por influjo
del sentimiento religioso y la exaltación de los valores
espirituales y éticos, entre gobernantes y gobernados,
una evolución reformista. A la falta de unidad progra­
mática aludida líneas arriba se deben las diversas actitu­
des —más o menos radicales— que unos y otros grupos
socialistas cristianos adoptan respecto a la socialización
parcial e indemnizada de algunas fuentes de producción.
Pero, en términos generales, las iglesias cristianas (salvo
las sectas mencionadas en el capítulo del comunismo),
se adhieren básicamente al principio de la propiedad
privada inviolable.
Es indiscutible la influencia que tuvo el cristianismo
primitivo en la evolución del orden social, al plantear
sus doctrinas en un mundo dominado por el imperio
de la fuerza, del privilegio clasista, de la ley del vence-
92
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
dor sobre el vencido, del amo sobre el esclavo. Algunos
expositores del socialismo cristiano se niegan a ver en
Jesús solamente a un soñador perdido en la mística
contemplación de las bienaventuranzas ultra terrenas, y
lo presentan, más bien, como un luchador de inmensa
pasión y —cuando lo piden las circunstancias— en
franca beligerancia con los defectos e irregularidades del
mundo en que le toca vivir y morir. El Cristo que arro­
ja del templo a los mercaderes, a latigazos; el Cristo que
increpa a los fariseos llamándolos “sepulcros blanquea­
dos” y “raza de víboras”, encaja perfectamente dentro
de este enfoque con el que se pretende mostrarlo como
un revolucionario; revolucionario tanto contra la socie­
dad que le rodea, como contra la misma iglesia oficial
judía, en cuyas fuentes, sin embargo, bebe su savia
teológica el cristianismo.
Pasan los siglos, y el cristianismo, otrora revolucio­
nario erguido frente a Roma con la sola arma de su fe,
pierde dinamismo y se hace conservador.
Tanto el siervo del feudalismo como el nuevo es­
clavo económico, encadenado por la Revolución Indus­
trial, reciben escasa ayuda de la Iglesia para la satisfac­
ción de sus necesidades materiales, pero se acogen a
las compensaciones espirituales que ofrece la religión.
En la enorme distancia que separa a lo carnal de lo
espiritual según la concepción dualista del cristianismo,
perdió eficacia la acción social de la Iglesia, aunque
nunca podrá medirse la inmensidad del bien que, en
términos de consuelo sobrenatural, impartió a los hom­
bres oprimidos por todas las formas de la injusticia.
La Reforma, como se ha visto en otro capítulo, fue
una sacudida que, además de reactivar a la propia Igle­
sia romana sacándola de una estratificación letal, puso
de nuevo al cristianismo en un plano de actualidad. Dio
gran impulso a la concepción y aplicación de aquella
revolucionaria filosofía política y teoría económica que
advino con el nombre de liberalismo.
Las conmociones sociales que alcanzaron proporcio­
SOCIALISMO CRISTIANO
93
nes sísmicas a mediados del siglo xix, apenas conmo­
vieron al cristianismo.
Pero ahora que el comunismo materialista crece sin
medida, ensanchando su órbita por sobre continentes,
mares y fronteras, el cristianismo se constituye en cam­
peón de la espiritualidad. Las contingencias históricas
lo colocan en la misma trinchera que el capitalismo, al
que acepta como aliado, con reservas.
Hay pensadores que dan por bienvenida la crisis
presente, porque creen que ella ha servido para agui­
jonear al cristianismo y obligarlo a ocupar un puesto de
primera línea entre los hombres, tal como Jesús des­
cendió a luchar y padecer entre los hombres.
Frente a la hipótesis de que el cristianismo pudiera
resolver los problemas sociales contemporáneos, y aun
contando con que las iglesias de Cristo, unidas, usaran
todo el inmenso peso de su influencia en ese sentido,
se plantea una seria objeción: que, para producirse ese
* ‘milagro”, previamente todos los cristianos deberían
ser cristianos de verdad, no sólo en cuanto a profesión
de fe, sino en la práctica integral de la ética cristiana,
cosa que no se ha logrado en veinte siglos.
Además, es obvio que la solución de los problemas
del mundo ha dejado de ser una misión exclusiva o
privilegio, por así decirlo, del mundo cristiano-occiden­
tal. ¿Qué solución cristiana cabria en las grandes áreas
de la humanidad que no son cristianas?
Para este obstáculo, aparentemente insalvable, se
propone una última solución: que todas las grandes re­
ligiones, dejando a salvo sus discrepancias teológicas,
lograsen coaligarse —lo propone concretamente el his­
toriador Arnold Toynbee— en torno a los ideales de
solidaridad humana y paz justiciera en los que esos cre­
dos coinciden con el cristianismo. La intransigencia
dogmática ha sido incapaz de dar un paso semejante
hasta hoy. Pero tampoco se había presentado, hasta
hoy, una urgencia histórica semejante: el grado de ur­
gencia que exige “milagros”.
COOPERATIVISMO
Consideraciones generales y antecedentes históricos.—
Conceptos fundamentales.—Organización y formas
de cooperativas.—Difusión del cooperativismo.—El mo­
vimiento cooperativo, el capitalismo y el socialismo.—
Glosa.
El cooperativismo no es una doctrina política, no pres­
cribe normas para la función ni la organización del
Estado, ni para las relaciones de éste con el individuo.
Es simplemente un plan económico, pero ya forma
parte imprescindible de la vida de muchos Estados, y
si continúa difundiéndose y cobrando tanta importancia
como lo ha hecho en los últimos años, puede llegar a
afectar hasta la estructura política de las sociedades que
lo tengan implantado.
No sólo se trata, en este caso, de la íntima relación
funcional que existe entre lo económico y lo político,
sino que, al substituir el incentivo del lucro individual
por el concepto del servicio colectivo, el cooperativismo
ataca en su médula uno de los conceptos en que se
asientan las teorías políticas individualistas. Esto explica
el hecho de que, sin excepción, todos los programas
socialistas abogan, en mayor o menor medida, por la
adopción de sistemas cooperativistas de uno u otro
tipo. Pero tampoco hay obstáculo para practicarlos
dentro de las democracias liberales.
El cooperativismo no es producto de altas especu­
laciones académicas. Su teoría no fue concebida por
solemnes filósofos o economistas. Lo engendró, sin
pompa intelectual, el sentido común de un grupo de
trabajadores enfrentados con el problema de aritmética
elemental de su presupuesto doméstico. No nació de
una escuela ideológica, sino de 28 cocinas que no alcan­
zaban a abastecerse.
Aunque la idea de “cooperación” propugnada por
los utopistas no era exactamente la misma que inspira
94
COOPERATIVISMO
95
al cooperativismo contemporáneo, se cita a algunos de
aquéllos como precursores de éste. Robert Owen figu­
ra entre tales antecesores. Y dos de sus discípulos, Char­
les Howarth y William Cooper, desempeñaron un papel
notable en la génesis del llamado “movimiento coopera­
tivo” mundial, que hoy cuenta con adeptos tan apasiona­
dos como los de cualquier corriente política militante.
Creadores de la primera cooperativa son los clásicos
28 obreros textiles de Rochdale (Inglaterra) que un día
decidieron examinar su situación económica y buscar la
causa de la miseria en que se encontraban.
Hecho el análisis, llegaron a la conclusión de que la
falta de equilibrio entre las remuneraciones percibidas
por su trabajo y los gastos necesarios para su subsisten­
cia se debía, principalmente, a los excesivos precios que
se veían obligados a pagar por los artículos que consu­
mían. Y que esos precios crecían desmesuradamente
como consecuencia de las sucesivas ganancias o utilida­
des acumuladas —sobre el costo original de las mercan­
cías— por la cadena de intermediarios situados entre el
productor y el consumidor. En la mayoría de los casos,
esos intermediarios eran innecesarios, y su actividad, mo­
vida por el incentivo de lucro, se nutría a expensas de
una víctima permanente: el consumidor.
De aquí, los 28 fundadores de la Sociedad de Pione­
ros de Rochdale (1844) dedujeron que el remedio
para sus males consistiría en eliminar tanto a los inter­
mediarios como al incentivo de lucro, substituyéndolos
por organizaciones de consumidores dispuestos a servir­
se a sí mismos, con espíritu no utilitario sino de coope­
ración, quienes adquirirían directamente los artículos
que necesitasen de las fuentes mismas de producción.
Con grandes esfuerzos acumularon un capital de 140
libras esterlinas y establecieron la primera cooperativa
de consumo. El éxito de esta empresa fue inmediato, y
tan promisorio que sin demora se inició la difusión de
estas cooperativas, en gran escala.
Las conclusiones formuladas por los 28 obreros de
Rochdale, revisadas y ampliadas, constituyen los fun­
96
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
damentos del cooperativismo. A saber: desde que un
artículo sale de la fábrica o del campo de producción
agrícola, hasta que llega al consumidor, pasa por las
manos de innumerables intermediarios (comerciantes
mayoristas y minoristas, rescatadores, comisionistas, im­
portadores, etc.), muchos de los cuales no cumplen
ninguna función realmente útil, pero que, sin embar­
go, ganan utilidades que recargan el precio final. Los
intermediarios no siempre son indispensables y los que
no lo son deben ser eliminados.
El incentivo de lucro es el origen y la razón de ser
de los intermediarios, y debe substituirse por una no­
ción de servicio mutuo o cooperación entre los consu­
midores.
La clase consumidora es “una clase permanente y
universal”, sean cuales fueren los sistemas económico
y político que imperen en una colectividad. Y el con­
sumidor es una víctima inerme de la acción de los inter­
mediarios. Esa acción, motivada por el lucro, se mani­
fiesta en muchos de los males que afectan a la sociedad
en general y al consumidor en particular: o la compe­
tencia desmedida o los monopolios, con sus consecuen­
cias más o menos inevitables de crisis de sobrepro­
ducción o de precios atrabiliarios, respectivamente; altos
costos debidos a la multiplicación innecesaria de gastos
de administración en las diversas firmas competidoras;
propaganda engañosa; supresión de nuevas invenciones
con objeto de mantener en explotación las industrias
ya establecidas, etc., etc.
La clase consumidora tiene, por tanto, el derecho
y el deber de defenderse en forma solidaria. Y tiene
la posibilidad de hacerlo. En vez de la utilidad egoísta
de los intermediarios, la finalidad noble y solidaria con­
siste en el bienestar de los consumidores, quienes for­
man la mayor parte de la colectividad.
Las cooperativas son organizaciones constituidas sin
finalidad de lucro, que funcionan con muchas de las
características de una sociedad anónima. Tomemos la
cooperativa “tipo”, que es la de consumo.
97
Varias personas, que desean adquirir a bajo precio
los artículos necesarios para su subsistencia, deciden
organizar una cooperativa. No debe hacerse, dice la
teoría, discriminación por motivo del credo religioso,
la raza o el color político de los asociados. Cada uno
hace un aporte de dinero a cambio del cual recibe una o
más acciones (el número de acciones que puede adquirir
cada miembro es, generalmente, muy limitado). Con
la suma de las aportaciones se constituye un capital.
Con ese capital se establecen las oficinas, almacenes e
instalaciones, se nombra un gerente o administrador, se
contratan los empleados necesarios y se inicia el apro­
visionamiento. Los artículos son directamente adquiri­
dos, por la cooperativa, de los centros de producción,
o, si esto es absolutamente irrealizable, por lo menos
se prescinde del mayor número de intermediarios (a
veces la importación directa desde las fábricas del ex­
tranjero es excesivamente dificultosa o acanearía dema­
siados gastos, y en este caso, por ejemplo, es conveniente
emplear a un importador). Provista la cooperativa, se
venden las mercancías a sus asociados. Al costo de los
artículos se añade solamente un pequeño porcentaje
destinado a los gastos de administración que demanda el
funcionamiento de la propia cooperativa: sueldos de
gerentes y empleados, alquiler de oficinas y almacenes,
material de escritorio, etc., etc. Todos estos gastos re­
cargan también, normalmente, los precios de los artícu­
los que se venden en el comercio ordinario; pero a
éstos se suman además las comisiones o utilidades de los
intermediarios, que en la cooperativa han quedado su­
primidos debido a la adquisición directa.
Lo que cada miembro de la cooperativa puede com­
prar está, generalmente, limitado en razón de su apor­
te. Queda entendido que los artículos adquiridos en
una cooperativa no pueden ni deben ser revendidos.
Aunque normalmente las ventas de la cooperativa están
circunscritas a los componentes de la misma, las coope­
rativas muy grandes se permiten a veces hacerlas a extraCOOPERATIVISMO
98
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
fios, con un aumento de precio que sirve para incre­
mentar los fondos de la organización.
Las decisiones relativas a la política y al funciona­
miento de la cooperativa las toma una especie de di­
rectorio constituido por personas elegidas entre los com­
ponentes de aquélla. Y la autoridad final es la asamblea
general de asociados.
Aquí se plantean dos diferencias fundamentales en­
tre la cooperativa y la sociedad anónima. Mientras que
en esta última las votaciones de las asambleas se hacen
por el número de acciones que tiene o representa cada
accionista, es decir que si uno de ellos posee 1,000 accio­
nes su voto equivale a un mil, en la cooperativa cada
miembro tiene solamente un voto. Esto impide el con­
trol que los grandes accionistas adquieren sobre las
sociedades anónimas. La esencia misma de la coopera­
tiva. es contraria a tal posibilidad. “Las cooperativas
son verdaderamente democráticas”, dicen los tratadistas.
Y la otra diferencia: el pequeño interés que la coope­
rativa paga a cada miembro por el capital invertido, se
distribuye no sólo por acción, sino en razón del volu­
men de operaciones efectuadas por ese miembro en la
cooperativa. Esto se aplica especialmente a las coopera­
tivas de consumo. Quien compra más, percibe más.
En los casos en que no esté permitido vender a pre­
cios inferiores a los del mercado ordinario, para no crear
una competencia ruinosa a la actividad privada, la co­
operativa vende al precio corriente, y la suma corres­
pondiente a la utilidad que habrían percibido los in­
termediarios es distribuida entre los miembros de la
cooperativa.
La cooperativa descrita, la más antigua y simple, es
la de consumo. Su objeto es suministrar a los miembros
de la misma, a precios módicos, los artículos que re­
quieren para la satisfacción de sus necesidades. Pero la
acción del cooperativismo no se detiene aquí. Después
de liberar a los consumidores de la acción de los inter­
mediarios, hace lo mismo en favor de los productores.
Con ese objeto hay cooperativas de distribución, es-
COOPERATIVISMO
99
pecialmente entre los agricultores. Para evitar la explo­
tación a que son sometidos los pequeños productores
por parte de los intermediarios encargados de vender los
productos en el mercado, aquéllos se asocian en coope­
rativas encargadas de centralizar los productos y vender­
los en gran escala, recogiendo para los agricultores toda
la diferencia entre el precio de costo y el de venta.
Las cooperativas de producción constituyen el último
paso de penetración del cooperativismo dentro del fenó­
meno económico. El plan consistiría en producir, den­
tro del sistema cooperativo, los artículos que necesitan
las cooperativas de consumo. La materialización final
de este plan reside en la cooperativa mixta, que pro­
duce, distribuye y consume sus propios artículos.
Fuera de éstas, existen las cooperativas de servicio
público, encargadas de instalar y manejar la provisión
de aguas potables, electricidad, combustibles y comuni­
caciones. Los países escandinavos han hecho grandes
progresos en este terreno.
Están también muy difundidas las cooperativas de
crédito (especie de bancos), las de servicios médicos,
de seguros, de construcción de viviendas, etc. En las
grandes ciudades, donde los trabajadores no pueden ir
de las fábricas hasta sus casas al mediodía, se establecen
restaurantes cooperativos. Y se han hecho también ex­
perimentos satisfactorios en materia de escuelas, institu­
tos de estudios superiores, etc.
Cuando varias cooperativas de consumo funcionan
en una misma zona, es corriente que organicen una
agencia central de compras encargada de hacer las ad­
quisiciones, en grande, para todas ellas. Por este medio
se obtienen nuevas reducciones de precios. Y si bien
pudiera objetarse que la agencia es realmente un inter­
mediario, queda a salvo el hecho de que ese intermedia­
rio, útil en la práctica, no percibe “utilidades”. Los
gastos excesivos en que podrían incurrir las cooperati­
vas al hacer sus pedidos individualmente se reducen
al formularlos por un conducto común.
La Alianza Cooperativa Internacional, con sede en
100
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
Londres, a la que están afiliados los movimientos coope­
rativos de 35 países, consigna en su último boletín
estadístico las siguientes cifras correspondientes a 1952:
Existían ese año, en el mundo, 378,423 cooperati­
vas de diferentes tipos. Las cifras más altas correspon­
den, en Europa, a la Unión Soviética con 23,933, a
Italia con 19,294 y a Francia con 19,178. En Norte­
américa, a los EE. UU. con 14,953 (se registra un
ligero descenso en el número de cooperativas, con rela­
ción a 1951, pero el número de personas afiliadas ha
aumentado en más de 500,000 en el mismo período,
lo que se explica por la fusión de pequeñas coopera­
tivas en núcleos más grandes).
De Sudamérica sólo figuran Argentina, Brasil y
Colombia con 147, 169 y 1 cooperativas, respectiva­
mente.*
La India tiene el número mayor, en el mundo
entero, con 181,189 cooperativas.
El país con mayor porcentaje de personas afiliadas,
en relación a su población total, es Finlandia, con el
36.35 %.
De las citadas 378,423 cooperativas del mundo,
254,881 son de crédito, 64,284 agrícolas y 42,327 de
consumo (el resto, de otros tipos).
Es de advertir que en las cifras que anteceden, del
Boletín de la Alianza, no se incluye a China, donde
el movimiento cooperativo agrícola fue sumamente im­
portante, desde hace varios años.
Bajo las directivas de las organizaciones internacio­
nales, se destina una parte de los fondos de las coope­
rativas para fines de educación y propaganda tendientes
a difundir mayormente el cooperativismo.
El cooperativismo es una de las innovaciones econó­
mico-sociales que mayor éxito ha tenido y que menos
conflictos ha producido en su aplicación. Es impor­
tante hacer notar que se practica normalmente tanto
en las sociedades capitalistas (Estados Unidos) como en
En México el cooperativismo es importante. [E.]
COOPERATIVISMO
101
aquellas en que imperan diferentes formas de socia­
lismo (Suecia, la Unión Soviética).
Y aquí se plantea una cuestión capital: ¿Cuál es la
posición del cooperativismo respecto al capitalismo indi­
vidualista y al socialismo?
Desde luego, la negación que el cooperativismo hace
del incentivo del lucro como móvil fundamental de la
actividad económica ataca un concepto esencial del
capitalismo; y la adopción integral del cooperativismo
en todas las fases del fenómeno económico (produc­
ción, distribución y consumo) destruiría la estructura
del mecanismo capitalista.
Sobre este punto de doctrina no están de acuerdo
los expositores. Si bien los hay que propugnan la apli­
cación del cooperativismo como uno de los medios más
efectivos para la realización del socialismo, otros con­
sideran que debería mantenerse dentro del marco capi­
talista, limitando su acción a los campos de la distribu­
ción y del consumo, especialmente en aquellos aspectos
que no ofrecen incentivo suficiente a la iniciativa
privada.
En medio de estos puntos de vista opuestos, hay
algo que puede admitirse como definitivamente evi­
dente, y es que el cooperativismo constituye una sana y
eficaz arma de defensa del consumidor, especialmente
entre las clases sociales menos dotadas de recursos,
contra el desenfreno de las prácticas mercantiles.
Y no menos importante es la función que desem­
peña el cooperativismo al enseñar a los hombres a
sumar sus esfuerzos en beneficio común, en vez de colo­
carlos uno frente al otro, en posiciones desde las que
el más fuerte se beneficia indebidamente a costa de las
necesidades del más débil.
MARXISMO
Consideraciones generales.—El binomio Marx-Engels y
El capital.—Pilares de la teoría: dialéctica materialista
(de Hegel a Marx), materialismo histórico, lucha de
clases, valor-trabajo, plusvalía y salarios, concentración
de capitales, crisis.—Síntesis y glosa.
Se ha hecho, por lo menos en la jerga política popular,
tan corriente la confusión entre los términos “marxisíno” y “ comunismo”, que resulta indispensable formu­
lar una aclaración previa.
El marxismo es, primordialmente, un método de aná­
lisis económico-político (concretamente enfocado por
Marx sobre el capitalismo). El comunismo es: a) una
tendencia de muy remoto origen histórico hacia la
comunización de la propiedad, o sea, a la anulación
más o menos total de la propiedad privada; b) el comu­
nismo leninista (con sus ramas respectivas), programa
de acción política basado en la crítica del capitalismo
hecha por Marx. De lo cual se desprende que mientras
que el adepto del comunismo leninista —stalinista o
trotzkysta— es siempre un marxista, en cambio es posi­
ble aceptar uno o varios postulados teóricos del marxis­
mo, sin necesidad de ser, inevitablemente, comunista
del tipo trotzkysta, o soviético.
Esta discriminación conduce a otro tema de apasio­
nada controversia: el de si es o no posible ser parcialmen­
te marxista, es decir, aceptar solamente determinadas
conclusiones del marxismo y rechazar otras, o, aceptán­
dolas todas, quitarles el sello dogmático que les impri­
men sus exégetas; esos exégetas que serían incapaces de
decir lo que Marx declaró en un congreso socialista
de París: “Señores, yo no soy un marxista” (en el sen­
tido de no serlo fanáticamente).
Tanto los marxistas ortodoxos como los enemigos
acérrimos del marxismo sostienen, en común, que tal
102
MARXISMO
105
aceptación parcial o relativa es imposible ya que —con­
cluyen— el carácter orgánico, la estructura compacta
y coherente del marxismo, imposibilitan su aceptación
fragmentaria. Se ha usado para ilustrar esta afirmación
el ejemplo de que no es posible quitar algunos de sus
pilares a un edificio perfectamente equilibrado.
Ciñéndonos a la literalidad de estos ejemplos, cabría
responder que ya está probado por la física, la ingenie­
ría y la arquitectura modernas, que el equilibrio es un
concepto sumamente relativo y, en la práctica, la supre­
sión parcial de muros y pilares depende solamente de
los materiales modernos que se usan, con cuya flexibili­
dad y resistencia no se contaba antes (los materiales
políticos, económicos y sociales *del mundo contempo­
ráneo son muy diferentes y mucho más elásticos que
los que constituían la estructura del mundo analizado
por Marx).
Pero, más allá de los simples ejemplos ilustrativos,
en el campo mismo de lo político, nos encontramos
con casos reales de adopción fragmentaria del marxismo,
como en el anarquismo comunista de Bakunin y Kro­
potkin o en el socialismo evolutivo de Bernstein (véanse
los capítulos respectivos). En ambas doctrinas se tomó
el guión marxista para hacer la interpretación del
fenómeno capitalista, desechándose unas veces ciertas
conclusiones, y otras el carácter absoluto de las mis­
mas o el método político a deducir de ellas.
El propio Lenin tuvo que hacer adaptaciones prag­
máticas del marxismo para aplicarlo al cuadro político
de Rusia en 1917 (véase el capítulo del comunismo).
Y Stalin, por su parte, formuló y puso en práctica
“interpretaciones” (“falsificaciones” y “adulteraciones”,
según los trotzkystas) cada vez más heterodoxas, tanto
del marxismo original como del marxismo leninista, in­
terpretaciones que, a su turno, criticaron y revisaron
los sucesores de Stalin.
La vitalidad —prueba suprema de la validez de una
teoría política— de todas aquellas corrientes inspiradas
en la aceptación fragmentaria del marxismo, viene a
104
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
probar, con la fuerza irrebatible de los hechos, que las
adaptaciones y modificaciones son factibles.
En cuanto a la posibilidad de ser “comunista” sin
ser marxista, basta recordar que, entre otros, ya los
“utopistas” plantearon enunciados de tipo francamente
contrario a la propiedad privada.
Veamos ahora lo que en su definición original se
entiende por marxismo.
Marxismo y socialismo científico son sinónimos. El
calificativo de “científico”, aplicado a una doctrina po­
lítica, es en rigor inexacto, ya que la política es más
bien un arte que una ciencia. Pero si alguna teoría
política fue formulada dentro de un plan que se aproxi­
ma al método científico, ella es el marxismo. Esto se
debe en gran parte a que la teoría marxista tiene sus
fundamentos establecidos sobre la economía, terreno
en el que se puede, hasta cierto punto al menos, hacer
la aplicación del método científico que requiere el
empleo de factores exactos, de valor objetivo y perma­
nente. Esta es la diferencia fundamental entre el socia­
lismo “científico” y el socialismo “utópico” que concede
preeminencia a “imponderables” como la ingénita bon­
dad del hombre, su fuerza moral, su anhelo de perfec­
cionamiento, etc.
Es así que la obra que constituye la piedra angular
del socialismo científico es, en esencia, un libro de
economía: El capital, de Karl Marx, que apareció
en 1867.
Marx nació en Alemania, el año 1818, hijo de un
prestigioso abogado judío convertido al cristianismo.
Preocupado desde temprano por los problemas econó­
mico-sociales de su tiempo, realizó su obra de pensador
y agitador político en Alemania, Francia, Bélgica e
Inglaterra. En este último país vivió más de 30 años,
y en él murió.
El capital constituye un profundo e implacable
análisis del capitalismo y de las leyes que gobiernan
su dinamismo. Hay en este libro fórmulas matemá­
ticas y enunciados políticos. Pero todas las fórmulas
MARXISMO
105
conducen directa o indirectamente a conclusiones de
orden político. Sorprende a los tratadistas la forma
en que se combina, en la obra de Marx, la iracundia
de un revolucionario de barricada con la fría minucio­
sidad analítica de un académico alemán. Quienes han
recorrido paso a paso las 2,500 páginas de El capital
—aventura intelectual que pocos pueden permitirse—
admiten o rechazan las conclusiones y predicciones que
contiene, pero es casi unánime el sentir de que, sobre
todo el primero de los tres volúmenes, encierra uno
de los monumentos del pensamiento político.
Friederich Engels, compañero, amigo y colaborador
inseparable de Marx, nació también en Alemania, el
año 1820, y desde su juventud observó (en torno a los
prósperos negocios industriales de su padre) las misera­
bles condiciones de vida de los trabajadores. Absorbido
por las ideas revolucionarias que hacían explosión en
aquella etapa del siglo xix, empezó a escribir panfletos
contra el orden económico y social imperante.
Se debió en gran parte a la ayuda moral y pecunia­
ria de Engels y a su contribución intelectual, el que
Marx hubiese logrado realizar su tarea en medio de las
durísimas vicisitudes de su vida de revolucionario casi
constantemente perseguido y desterrado. El ceñudo
ardor combativo y la minuciosidad académica de Marx,
y la agilidad mental y el brillo imaginativo de Engels se
integraron perfectamente para llevar el material ideo­
lógico al planteamiento del programa político, producto
típico de esta asociación de personalidades diferentes
entre sí y por ello mismo complementarias.
Como en pocos capítulos, debemos hacer en éste
un considerable esfuerzo de síntesis para reducir la vas­
tísima y compleja teoría económico-política del marxis­
mo a términos compatibles con las dimensiones de
este volumen de divulgación elemental. Más sencillo
habría sido, sin duda, transcribir párrafos enteros de las
obras originales, que tratar de reducirlos a términos fácil­
mente comprensibles y de corta extensión. Pero no más
sencillo para los lectores. No olvidemos que hoy mismo,
106
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
y entre los grandes exégetas del marxismo, se discute
sañudamente la interpretación de determinados pasajes;
y más de una guerra política sin cuartel ha sido el resul­
tado de esas diversas interpretaciones.
Se afirma a este respecto, que sólo la Biblia puede
compararse con la obra de Marx en cuanto a haber
producido fe fanática, fanática oposición, divergencia,
controversia y conflicto entre propios y extraños.
He aquí, en brevísimo resumen, los pilares funda­
mentales de la ideología marxista:
Dialéctica materialista. El filósofo alemán Georg
Wilhelm Hegel había producido una profunda con­
moción filosófica al plantear su famoso método dialéc­
tico: cada idea engendra y lleva en sí misma los gér­
menes de su propia negación (el conocido ejemplo
simplista: no se concibe la idea de la luz sin la idea
de su negación, la oscuridad); la primera (la tesis) y
la segunda (la antítesis) entran en constante e inevita­
ble conflicto; de ese conflicto, que culmina en la des­
trucción de ambas, surge una tercera (la síntesis) en
la cual quedan absorbidos los elementos de las dos
primeras. A su vez, esta síntesis se convierte en tesis
y el ciclo se repite, sin cesar.
Aplicada dicha teoría a la interpretación de la his­
toria, ésta cobra un carácter dinámico. No es posible
ya considerar las diferentes etapas de la historia como
situaciones estáticas, inamovibles e incoherentes entre
sí. Cada una es resultado consecutivo de las anteriores.
Ese resultado es, por ende, inevitable y previsible. Esta
interdependencia dinámica, móvil, existe, como en todos
los aspectos de la actividad y del acontecer humano
(sostiene el marxismo), en el campo de los fenóme­
nos económico-sociales. Y el capitalismo, sometido a
las mismas leyes, lleva en su seno los gérmenes de su
destrucción inevitable y previsible. Más adelante expli­
caremos por qué.
Sobre este punto, el Manifiesto Comunista (redac­
tado por Marx y Engels; véase el capítulo del comu­
nismo), no deja lugar a dudas: “El desarrollo de la
MARXISMO
107
industria moderna destruye, bajo sus propios pies, las
bases sobre las cuales la burguesía produce y se apropia
de los productos. Por consiguiente, lo que la burguesía
produce, más que nada, es sus propios sepultureros.
La caída de la burguesía y la victoria del proletariado
son igualmente inevitables.”
Se considera al filósofo Feuerbach, también alemán,
el “puente” entre Hegel y Marx, ya que, habiendo
¡aceptado el método dialéctico hegeliano, le dio un sen­
tido materialista y concluyó afirmando que el pan es
el primer elemento de la “salvación del hombre”.
En cuanto a la forma en que Marx “adaptó” a su
materialismo la base dialéctica idealista de Hegel, aquél
declara, en el prólogo de El capital: “Mi método dialéc­
tico es no sólo diferente del hegeliano, sino lo opuesto.
En Hegel, el método está de cabeza. Hay que poner­
lo de pie.” Y más adelante, añade: “Para Hegel, el
mundo real no es sino la forma externa de ‘La Idea’
y para mí, por el contrario, la idea no es sino el mundo
material reflejado por la mente humana.”
Materialismo histórico. El devenir histórico no está
gobernado por ideas abstractas que los hombres ponen
en práctica, a su arbitrio, para señalar rumbos a los
acontecimientos (“los hombres hacen su propia histo­
ria, pero no la hacen como quieren; no la hacen bajo
condiciones escogidas por ellos mismos sino en condi­
ciones que encuentran, que les son dadas y transmitidas
del pasado”, dice Marx). Son los factores materiales del
desarrollo económico-social los que determinan (por
el proceso dialéctico antes mencionado) lo que ocurre
en el presente y ocurrirá en el futuro. Así ha sido
siempre y así será.
Entre aquellos factores ocupan un lugar preponderante, de influencia casi absoluta, los fenómenos eco­
nómicos; y, más específicamente aún, el fenómeno de
la producción.
La economía de una sociedad cualquiera constituye
la “infraestructura” (la armazón interior, el esqueleto)
de la misma. Sobre ella, y conformada por ella, se alza
108
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
la “superestructura”, que está integrada por todo el
mecanismo ético, jurídico y aun cultural y religioso que
abarca la vida entera de esa sociedad. El ejemplo clá­
sico: la propiedad privada es un hecho económico, de
raíz económica y finalidades económicas. Este hecho
forma parte esencial de la infraestructura de la socie­
dad capitalista o burguesa. Puesto que se trata de un
hecho fundamental y substancial, la ética y el derecho
se han visto forzados a racionalizar y justificar la pro­
piedad privada en los planos respectivos (moral y jurí­
dico) de la superestructura. Hay una relación tan
inextricable entre la infraestructura y la superestructura
(debida al imperio de la primera sobre la segunda), que
llega un momento en que hasta se pierde de vista la
relación de causa a efecto, y no parece que el hecho
real económico de la propiedad privada hubiese tenido
fuerza suficiente para crearse sus justificativos éticos y
legales, sino que fuese más bien al revés, es decir, que
la ética y el derecho hubieran creado, a priori, en abs­
tracto, el concepto de la propiedad privada. Lo cierto
es, dicen los marxistas, que lo previo (la causa) es el
hecho económico real y consumado de que el hombre
se aferra a su propiedad privada y lo segundo (el efecto)
que, para defender lo que considera suyo (y no quiere
compartirlo con los demás) ha inventado recursos mo­
rales, legales y políticos, precisamente adaptados al res­
guardo de sus intereses.
Dentro del fenómeno económico es, concretamente,
el mecanismo de la producción el que tiene importan­
cia vital y a este respecto dice Engels: “La concepción
materialista de la historia se basa en el principio de que
la producción, y con la producción el intercambio de los
productos, es la base de todo orden social... De acuer­
do con esta concepción (deben buscarse)... las causas
más recónditas de todos los cambios sociales y las revo­
luciones políticas... no en la filosofía sino en la econo­
mía de la época respectiva.”
, Sin embargo, admite Marx, hay puntos en los cuales
se establece una relación de interdependencia entre la
MARXISMO
109
infraestructura y la superestructura, o sea, que las con­
diciones políticas, jurídicas, éticas y culturales en que
se desenvuelve la sociedad ejercen, a su vez, influencia
sobre el proceso económico. Pero, en esencia, lo previo
fue siempre la economía.
El mismo Engels, años más tarde, explicó mejor su
punto de vista y el de Marx en los siguientes términos:
. .El factor decisivo en última instancia es la pro­
ducción y reproducción de la vida real. Más que esto,
ni Marx ni yo hemos afirmado nunca. Pero cuando se
hace una tergiversación para hacer aparecer que el fac­
tor económico es el único elemento, se convierte la
declaración en una frase abstracta absurda y sin sentido.
La condición económica es la base, pero los diversos
elementos de la superestructura... las formas políticas,
las constituciones. .. las formas legales y también los
Teflejos de todos estos conflictos en las mentes de
los miembros de la sociedad, los puntos de vista polí­
ticos, legales, filosóficos, religiosos. .. todos ellos ejercen
influencia sobre el desarrollo de los conflictos históri­
cos, y en muchos casos determinan su forma.”1
Como antecedente histórico, cabe anotar acá que
ya Aristóteles (Política) dijo que “el carácter de las insti­
tuciones políticas está determinado por la distribución
de la riqueza dentro de la sociedad”.
Lucha de clases, internacionalismo e imperialismo.
¿Cuáles son los elementos activos a través de los que
se cumple el proceso dialéctico del materialismo histó­
rico? Las clases económico-sociales. Y ¿cómo se dife­
rencian entre sí esas clases? Por su condición econó­
mica. Y ¿qué se entiende por condición económica?
En último análisis, lo que determina la condición
económica es el poseer o no poseer los llamados instru­
mentos de producción que son todo aquello (tierra,
herramientas, máquinas, etc.) que sirve para producir
bienes, para producir riqueza.
1 Tomado de E. R. A. Seligman, La interpretación económica
de la historia.
110
DOCTRINAS POLITICOECONÓMICAS
Desde las épocas más remotas, sostienen los marxistas, la historia del hombre no es sino la historia de la
“lucha de clases”. Las clases poseedoras (una minoría)
luchan para retener lo que poseen, utilizando (la “ex­
plotación del hombre por el hombre”) a las otras clases
(véanse las teorías del valor, la plusvalía y los salarios)
para producir, en beneficio propio, mayores riquezas.
A su vez, las clases desposeídas (que constituyen la
gran mayoría) luchan para conseguir la posesión de los
instrumentos de producción y la riqueza, tratando, así
de liberarse del yugo a que están sometidas. Las clases
atraviesan períodos de crecimiento, desarrollo y decaden­
cia. La clase que está en proceso de decadencia se de­
fiende desesperadamente para conservar hasta el final
los privilegios de que durante mucho tiempo disfrutó.
Nadie renuncia sin combate a lo que cree que es
suyo. (La aristocracia de sangre fue desplazada por
la burguesía —Revolución Francesa— y la burguesía
deberá ser desplazada por el proletariado —período
actual de la lucha de clases.)
Los medios de producción tienen una relación di­
recta con las clases: la tierra con la aristocracia de san­
gre, de origen feudal; la máquina con la burguesía
nacida de la Revolución Industrial.
La clase económica constituye la única distinción
verdadera entre los diferentes grupos de hombres. Aquí
viene el enfoque “intemacionalista” del marxismo, por­
que conforme a esta doctrina, el vínculo de necesidades,
de intereses y aspiraciones comunes que une a ios
obreros de Alemania y de Francia, por ejemplo, es
mucho más real y consistente que la denominación
“nacional” que los separa. Así como el gran capital
puede llegar a internacionalizarse y a operar en función
de intereses que rebasan las fronteras, el proletariado
debe actuar también con criterio internacional.
Hegel entendía el proceso dialéctico de la historia
en forma de antagonismos (tesis versus antitesis) de
“espíritus” nacionales, y para él el “espíritu nacional”
de Prusia era la última síntesis de todas las perfeccio-
MARXISMO
111
nes. Para Marx no hay factores “nacionales”. Lo único
que hay en todo el mundo son dos clases: la desposeída
(el proletariado) , y la poderosa (la burguesía), en
perenne conflicto. Ese conflicto es la médula misma
del devenir histórico.
¿Qué función desempeña, en medio de aquel con­
flicto de clases, el Estado político? El de simple instru­
mento de la clase poseedora y dominante. Al entrar
en posesión de los instrumentos de producción, la clase
que empieza a dominar, y que construye a su gusto
la superestructura, tiene que tomar también el control
del Estado, para hacer las leyes que “legalicen” sus
adquisiciones y posesiones; para utilizar esas leyes en
servicio propio; para contar con la fuerza; para mane­
jar la educación, etc., etc. (“En toda época las ideas
dominantes fueron las ideas de la clase dominante”,
dice Marx.)
Las guerras entre naciones son producto del con­
flicto de clases extendido hasta más allá de las fronteras.
Cuando el capitalismo crece desproporcionadamente
adquiere las dimensiones “colonialistas” e “imperialis­
tas” que lo llevan a expandir los privilegios de la clase
poseedora de una nación sobre el territorio de otra.
La guerra está realmente motivada por estos factores
económicos, según los marxistas, pero para realizarla
se mueve el sentimiento “nacional” de las grandes
masas de desposeídos quienes son, finalmente, las encar­
gadas de librar las batallas. Para todas estas operaciones
de largo alcance, es indispensable que el Estado, el
gobierno, la Ley, la fuerza, el ejército, la educación,
los motores de la moral y la sanción pública se encuen­
tren en manos de las clases poseedoras. Y es por ello
por lo que, al operarse una gran transformación de
orden político, la clase social que emerge al primer
plano (el proletariado, en el caso presente) debe tomar
el poder político y ejercer temporalmente el gobierno,
por la fuerza (“dictadura del proletariado”), ya que
la clase que anteriormente lo dominaba no permitirá de
buen grado que se le escape de las manos. Sobre la
112
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
lucha de clases y la función del proletariado, dice
Marx: “Lo que yo hice, por primera vez, fue probar:
1) Que la existencia de las clases está solamente rela­
cionada con fases particulares, históricas, del desarrollo
de la producción. 2) Que la lucha de clases conduce
inevitablemente a la dictadura del proletariado. 3) Que
esta misma dictadura constituye solamente la transición
a la abolición total de clases y a una sociedad sin
clases. ” 2
En cuanto a la diferencia entre una revolución de
clase, y no simplemente política, dice un expositor,
parafraseando a Marx, que las revoluciones políticas
sólo significan que el poder político pasa de manos de
una clase a otra igualmente dominante, pero dejan
intacto el hecho de que siempre queda una clase domi­
nada o explotada. En síntesis, que las revoluciones
políticas sólo liberan al ciudadano pero dejan intacto
al hombre, víctima de las condiciones económicas. El
caso de las naciones sudamericanas con grandes masas
de población indígena (Bolivia, Perú, Ecuador, etc.)
prueba ese aserto. Todas esas naciones tuvieron “revo­
luciones libertarias” en el siglo pasado. Esas revoluciones
transfirieron el poder político de la corona de España
a la clase colonial criolla. Se pusieron en vigencia cons­
tituciones que otorgaban libertad e igualdad de derechos
a todos los ciudadanos. Pero la mísera condición de
las grandes masas indígenas no cambió.
Valor-trabajo. Para comprender de qué manera la
clase poseedora se beneficia a costa de la clase despo­
seída (que es la clase trabajadora), es necesario entrar
al conocimiento de la relación absoluta que Marx esta­
blece entre el trabajo y el valor de los bienes que se
producen y consumen en una sociedad.
Empieza por diferenciar dos clases de valores: el
“valor de uso” que es aquel que el individuo asigna
a un bien, de acuerdo con la utilidad o interés de
una u otra índole que ese bien tiene para él. (Un sello
2 Carlos Marx, Carta a Weydemeyer.
MARXISMO
115
de correos antiguo, usado, no tiene valor alguno para
una persona cualquiera, pero es un tesoro para un colec­
cionista.) Este valor “cualitativo” es subjetivo, y varía
de persona a persona. Por consiguiente, no puede ser­
vir de patrón ni de medida, por su falta de universalidad
y permanencia. El segundo tipo de valor, el “cuantita­
tivo”, es el “valor de cambio”, o sea aquel en razón del
cual un bien es intercambiable por otros. (Una man­
zana puede ser intercambiada por dos naranjas: luego,
una naranja tiene una mitad del valor de una man­
zana.) También esta “forma” de valor es inestable y
sujeta a fluctuaciones. ¿Y cuál es el “valor” mismo, o
esencia del valor que, en mayor o menor medida, está
presente en todos los bienes? Responde Marx en El
capital: “El trabajo que los bienes contienen. El tra­
bajo que ha costado producirlos. El valor es una simple
'cristalización’ del trabajo humano.”
Este concepto fue ya anticipado por el economista
David Ricardo y otros, y aun por el propio Adam Smith.
El trabajo contenido o “cristalizado” en un bien se
mide en razón del tiempo que se empleó en la tarea
de producir ese bien; se lo mide en “unidades de
tiempo socialmente necesario”. Las unidades pueden
ser meses, semanas, días u horas. Y por tiempo “social­
mente necesario” se entiende el tiempo promedio que
emplea un obrero normalmente eficiente con las máqui­
nas y técnica corrientes en su época, para producir un
bien. (Entre el rendimiento de un obrero ineficiente,
con malas máquinas y mala técnica, que hace un par
de zapatos en 24 horas de trabajo, y otro eficiente, con
buenas máquinas y buena técnica, que hace el mismo
par de zapatos en 18 horas, se toman las 18 horas como
índice del “tiempo socialmente necesario”.)
Para calcular, en último análisis, el trabajo conte­
nido en un bien, no solamente debe tomarse en cuenta
el trabajo directamente realizado en su producción,
sino el que se empleó para extraer la materia prima y
para hacer las máquinas con las cuales se fabrica ese
bien, etc., etc.
114
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
En la determinación del trabajo que cuesta a un
médico extender una receta (cosa de minutos), se tiene
en cuenta el tiempo de aprendizaje y la experiencia de
ese profesional. Pero trátese de trabajo directo o indi­
recto, lo cierto, según Marx, es que el trabajo y sólo el
trabajo contenido en un bien es lo que le da a éste su
valor. (Si hacer una silla requiere dos veces más tiempo
que hacer una mesa, el valor de la silla es dos veces
mayor que el de la mesa.)
A la clásica objeción de que hay bienes, como las
piedras preciosas, que tienen mucho valor y cuya pro­
ducción, sin embargo, no ha costado gran trabajo, Marx
responde (El capital) en los siguientes términos: “Los
brillantes aparecen rara vez en la superficie de la tierra,
y por tanto su descubrimiento demanda mucho tiempo
de trabajo. Consecuentemente, hay mucho trabajo re­
presentado en un pequeño objeto. . . De acuerdo con
Eschwege, el producto total de las minas de brillantes
del Brasil durante los ochenta años que concluyeron
en 1823 no había igualado el precio de la producción
media de café y azúcar en el mismo país, durante un
año y medio, aunque los brillantes costaban mucho más
trabajo y, por consiguiente, representaban mayor valor.
Con minas más ricas, la misma cantidad de trabajo
quedaría distribuida en un número mayor de brillantes
y el valor de éstos caería... Si se pudiera, con poco
gasto de trabajo, convertir carbón en brillantes, el valor
de los diamantes caería por debajo del de los ladrillos.
Por consiguiente, el valor de una mercancía varía en
razón directa de la cantidad e inversa de la producti­
vidad del trabajo incorporado en esa mercancía/'
Cuanto mayor es la productividad del trabajo, me­
nor es el tiempo de trabajo requerido para producir un
artículo y menor el valor de éste. Y, viceversa, cuanto
menor es la productividad del trabajo, mayor la canti­
dad de trabajo cristalizado en aquel artículo, y mayor
el valor de éste. Por eso, el artículo hecho a mano vale
más que el fabricado con máquinas.
Plusvalía y salarios. Este punto, en el que se esta-
MARXISMO
115
blece la relación que existe entre el salario pagado por
el empresario al obrero y el valor del trabajo realizado
por éste para aquél, es uno de los más complejos e im­
portantes de la teoría.
El trabajo que el obrero vende al empresario (a cam­
bio del salario) es una mercancía, puesto que puede
venderse. Como todas las demás, esta mercancía tiene
un valor, que es el del trabajo contenido en ella. El
“valor-trabajo” contenido en la “mercancía-trabajo”
es el del “tiempo socialmente necesario” que se emplea
para producir las cosas que consume el obrero (alimen­
to, ropa, etc.) y que lo mantienen vivo y en condiciones
de producir trabajo. Ese “tiempo socialmente necesa­
rio” es equivalente al salario de subsistencia, al salario
mínimo del obrero, cuyas necesidades (sobre todo en
tiempos de Marx) son también mínimas.
Supongamos, como ejemplo, que lo que mantiene
vivo al obrero tenga un valor de cinco horas diarias. Sólo
el valor de esas cinco horas, y no más, es lo que el em­
presario paga al obrero, tanto porque (según Marx) ése
es el verdadero valor (el “valor-trabajo”) de la mercan­
cía que el obrero le vende, como porque (en tiempos
de Marx) el trabajo, como todas las mercancías, está
sometido, sin defensa alguna, a la ley de la oferta y la
demanda, y hay más oferta que demanda, o sea que
el obrero tiene que vender su trabajo al precio que quie­
ran pagarle.
Pero el obrero, al que sólo le pagan el valor de aque­
llas cinco horas, tiene que trabajar la jornada ordinaria
entera, de ocho horas (o más, en ese entonces), y,
por ende, produce el valor de ocho horas de trabajo
para el empresario. Por consiguiente, el empresario se
beneficia con las tres horas de diferencia. Esa dife­
rencia, o trabajo no pagado, es la plusvalía (“plusvalía
directa”) que constituye las utilidades, el lucro, en que
se funda la empresa capitalista.
Aunque nunca ha llegado a explicarse claramente
por qué el trabajo humano —según esta teoría— siem­
pre produce más de lo que consume, algún tratadista
116
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
dice que poniendo el ejemplo de las máquinas es más
fácil comprender qué es aquello del “trabajo contenido
en el trabajo”, si recordamos que se puede, perfecta­
mente, hablar del valor (trabajo cristalizado) de la
gasolina necesaria para producir un kilovatio de electri­
cidad. La máquina que consume gasolina y produce
electricidad es como el obrero que consume artículos
de subsistencia y produce trabajo.
La teoría de que los salarios sólo son equivalentes a
las necesidades mínimas, de mera subsistencia, de los
obreros fue ya enunciada por David Ricardo, y Ferdinand Lassalle le dio el nombre de “Ley de hierro de
los salarios” con el que se conoce generalmente. Lo que
hizo Marx fue suministrarle una base de análisis “cien­
tífico” que no había tenido hasta entonces.
Volviendo por vía ilustrativa a la plusvalía, cabe
explicar que cuando se habla de la plusvalía de las pro­
piedades inmuebles, como en el caso de una finca
que ha aumentado de valor merced a un nuevo cami­
no que pasa a su vera, la plusvalía se origina en el tra­
bajo empleado en hacer ese camino que indirectamente
(sin contribución de su parte) beneficia al propietario
de la finca, al aumentar el valor de ésta.
En cuanto a los salarios, y a la proporción en que
se los fija (al nivel de las necesidades mínimas del
obrero), debe recordarse nuevamente que en la época
de Marx no existía ni la legislación social que protege
al trabajador, ni la organización sindical con que éste
se defiende en nuestros días. Aquella “venta” de la
mercancía denominada trabajo era una venta hecha en
un mercado libre en el que no primaba otra cosa que
la más descarnada ley de la oferta y la demanda. Y, en
un momento en que grandes masas de población eran
desplazadas del campo hacia las ciudades, la oferta era
siempre mayor que la demanda. Inclusive los aumentos
temporales de salarios, al estimular la natalidad entre
las familias de trabajadores, acababan —lo dijeron Malthus y Ricardo— por aumentar la población y, por
tanto, la oferta de trabajo. De ahí que el obrero se
MARXISMO
117
ofreciera a cambio de una ración de hambre (véase el
capítulo del liberalismo).
Es lógico que las plusvalías que percibe y acumula
el empresario aumenten en razón directa del número
de obreros que emplea y, por ende, del tiempo de tra­
bajo no pagado con que se beneficia dicho empresario.
Esta es la raíz de la “acumulación progresiva del
capital”.
Concentración de capitales. El capital no sólo au­
menta en razón del fenómeno anotado líneas arriba, sino
que se concentra en manos de un número cada vez me­
nor de empresarios. Poique si una fábrica emplea más
obreros y, por consiguiente, rinde mayores utilidades a
su propietario, éste tiene más dinero para ampliar ins­
talaciones, para perfeccionar sus métodos, para producir
un volumen mayor de mercancías, y (esto es muy im­
portante) para producirlas más baratas y así cubrir un
área mayor del mercado. Esto acaba por crear una com­
petencia insoportable para el empresario pequeño que
en condiciones desfavorables fabrica los mismos artícu­
los y acaba por verse frente a un dilema: o caer en la
quiebra (en cuyo caso el empresario grande le compra
en remate la fábrica) o unirse al grande. Repetido este
proceso consecutivamente, llega un momento en que se
establece un virtual monopolio. Los monopolios indus­
triales ofrecen oportunidades aún mejores para contra­
tar (sin competencia) a obreros que ganan menos y
que, por consiguiente, producen mayores plusvalías.
Hasta aquí los aspectos más importantes de la teoría
marxista. Después de haberlos examinado, se compren­
derá mejor aquello que decíamos al comenzar este capí­
tulo: que el marxismo, más que un programa político, es
un “método” de análisis histórico aplicado al capi­
talismo.
Una de las características de ese método es su cohe­
rencia. En efecto, adoptar el principio dialéctico ofrece,
al que lo acepta, la posibilidad de comprender cada es­
tadio de la historia, no como un fenómeno aislado,
incongruente y estático, sino como el resultado dina-
118
DOCTRINAS POLITICO ECONÓMICAS
mico y lógico del fenómeno histórico que le antecedió
y de los elementos de autodestrucción que éste ence­
rraba en sí mismo. Aceptar el materialismo histórico
quiere decir buscar, en medio de otros factores inter­
dependientes, la causa económica profunda que, “en
última instancia”, determina el acontecer histórico. La
teoría del valor-trabajo nos lleva a la de la plusvalía y
ésta explica el mecanismo de acumulación de riquezas
en manos de una clase social, a costa de la miseria de
la otra. La constante beligerancia entre ambas clases,
su lucha sin cuartel ni tregua es lo que, a la larga, cons­
tituye la médula misma de la historia.
La complementación de estos elementos de la teoría
es pues clara y coherente. Pero falta algo más: la expli­
cación de la forma en que los factores anotados entran
en juego para determinar la caída final e “inevitable”
del sistema capitalista. En otros términos, la conclu­
sión política a que llega Marx mediante la aplicación
de su método dialéctico.
El proceso —a grandes rasgos— es el siguiente: la
fuente de las utilidades y, por ende, de la riqueza de
los capitalistas es la plusvalía, o sea el valor del trabajo
no pagado al obrero. La constante y creciente acumu­
lación de estas plusvalías significa que se hacen nuevas
inversiones y que la industria crece. Al crecer, hace in­
dispensable al aumento del número de obreros. La
búsqueda de nuevos obreros, o sea la demanda de
trabajo, hace que los salarios suban, ya que, como el pro­
ceso de expansión se deja sentir no sólo en una empresa
sino en el mercado entero, todos los empresarios, al
mismo tiempo, están contratando a un número mayor
de trabajadores. Al subir los salarios, disminuye la plus­
valía (o sea que disminuyen las utilidades). Esto llega
a un punto intolerable para las empresas, y el recurso a
que apelan consiste en utilizar nuevas máquinas para re­
emplazar a los obreros. Se hacen despidos en masa y
se produce la desocupación. Empero, “los empresarios
no se han salvado. En primer lugar, poique si la ma­
quinaria llega a producir 1,000 pesos, quiere decir que
MARXISMO
119
el empresario ha tenido que desembolsar los mil pesos
que representa esa producción”; según Marx, solamente
el valor del trabajo humano (“capital variable”) y no el
de las máquinas (“capital constante”) produce plus­
valía. En segundo lugar, porque como todos los empre­
sarios están haciendo lo mismo, simultáneamente, y la
competencia es desesperada, se reduce cada vez más
el margen de las utilidades hasta que virtualmente
desaparece. En esta etapa las empresas grandes absor­
ben a las pequeñas. La producción se ha hecho tan
grande y los consumidores han disminuido de tal ma­
nera, por las reducciones de personal en las industrias,
que el mercado acaba por paralizarse. Ha llegado la
crisis.
Con grandes dificultades se produce la recuperación.
Los obreros, sometidos por hambre, venden su trabajo
a cualquier precio. La maquinaria que quedó paralizada
puede ser adquirida a precio vil. Las empresas más fuer­
tes logran ponerse en pie.
El proceso es constante. Sus consecuencias cada
vez peores. Según Marx, a través de estas caídas repe­
tidas es como se va abriendo un abismo más y más
ancho y profundo entre la clase poseedora cada vez me­
nos numerosa, compuesta por los propietarios de las
empresas que resurgen, y la clase de los desposeídos,
cada vez más grande y miserable, ya que cada nuevo
golpe, más duro que el anterior, aumenta el número de
víctimas.
Se llegará a un punto crítico en el que las masas
desposeídas, el proletariado (cuyo trabajo, de acuerdo
con Marx, es la fuente única de toda la riqueza), aca­
bará por rebelarse para dar un último empujón a las
paredes ya carcomidas del edificio. Tal es la acción
revolucionaria indispensable “para que la agonía no se
prolongue”. La revolución que, a través del período
transitorio de la “dictadura del proletariado”, acabará
estableciendo las bases para la “sociedad sin clases” del
futuro. El proceso dialéctico se ha cumplido. La tesis,
el sistema capitalista. La antítesis, sus propias fallas, las
1 20
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
defectuosas leyes de su dinámica, que engendran las cri­
sis e incrementan la miseria de las mayorías: los “se­
pultureros'’ del capitalismo de que habla el Manifiesto
Comunista. El choque entre la tesis y la antítesis crea
la síntesis: la sociedad futura.
Obsérvese que todo esto significa el imperio de un
“determinismo” histórico y un encadenamiento “ine­
vitable”, de causa a efecto, que conduce al capitalismo
a su ruina final. (Lo que el marxismo no explica es
en qué forma afectará el “proceso dialéctico” a la so­
ciedad sin clases del futuro.)
Es así como se cumple el proceso, en teoría.
¿Se cumple también en la práctica? Los marxistas
ortodoxos dicen que sí, y lo demuestran con estadísti­
cas relativas a la concentración de capitales, a las crisis
ocurridas (desde el tiempo de Marx), etc. Los antimar­
xistas sostienen lo contrario, valiéndose en muchos ca­
sos de las mismas estadísticas (la estadística puede de­
mostrarlo todo, según como se presenten las cifras y
según como se las interprete).
En medio de esta polémica interminable, podemos
sacar algunas conclusiones relativamente claras a la
luz de la experiencia:
a) El socialismo en general puede reclamar para
sí el mérito de haber incorporado el elemento de la
necesidad y la angustia humanas a las fórmulas que
hoy se utilizan para analizar el fenómeno económico.
Los panegiristas del “liberalismo puro” consideraron
el trabajo como un simple valor abstracto y frío, deshu­
manizado, en la ecuación del capitalismo. Cupo a los
socialistas restituir su realidad carnal a ese factor trabajo.
Y —¿paradoja?— fue el socialismo “materialista” de
Marx el que impartió a tal evaluación humanizadora
una urgencia dramática de la que ya no es posible hacer
caso omiso hoy, aunque se rechace el marxismo como
doctrina.
b) Marx contemplaba un capitalismo distinto del
que conocemos hoy. Aquel capitalismo había alcan­
zado, aparentemente, su punto de saturación. Parecía
MARXISMO
121
que no podría crecer más. Giraba, golpeándose contra
sus propios límites, dando tumbos y levantándose pe­
nosamente, cada vez más débil, cada vez más preparado
para la próxima caída. Pero, el mundo capitalista cre­
ció desmesuradamente después de Marx. Los límites
se agrandaron tanto, que los golpes se hicieron menos
frecuentes y menos rudos. Nuevos mercados, nuevas
invenciones, nuevas necesidades, crearon ámbitos —im­
previsibles para Marx— de actividad, de prosperidad, de
trabajo. “Imagínese solamente la cantidad de trabajo
humano que ha absorbido la industria automovilística,
poniendo en duda —siquiera temporalmente— el su­
puesto axioma de que la máquina devoraría al hom­
bre.” Esa posibilidad expansiva es uno de los factores
que ha hecho fallar, por lo menos en sus consecuencias
inmediatas, la predicción marxista.
c) El proletariado de hoy no es el que tenía ante
sus ojos Marx. El salario del trabajador ha dejado de
ser apenas lo indispensable para mantenerlo vivo. El
obrero se ha asociado, ha constituido una fuerza in­
mensa (la fuerza sindical), de acción decisiva mediante
la huelga. En países como Estados Unidos o Suecia, la
mayor parte del proletariado ha perdido, además, su
“conciencia de clase”. La que hoy tiene, en cambio,
es una conciencia de clase media, una conciencia “bur­
guesa”. Por otra parte, la clase media ha crecido en tal
forma que casi llena el abismo (que según Marx debía
ser progresivamente más ancho y más profundo) entre
la burguesía y el proletariado. Finalmente, los impues­
tos que hoy reclama para sí el Estado merman consi­
derablemente el margen de utilidades del capital. Estos
y otros cambios ocurridos desde fines del siglo xix
han modificado profundamente las leyes de la dinámica
capitalista.
d) Marx consideraba que el gobierno es siempre
un instrumento de la clase poseedora, creado por ésta
para defender sus privilegios y para hacer factible la
explotación de la clase desposeída. Sin embargo, la cla­
se desposeída ha encontrado acceso directo o indirecto
122
DOCTRINAS POLITICO ECONÓMICAS
al gobierno, sin necesidad de la violencia. De este
modo, se han dictado leyes francamente favorables al
proletariado y represivas para el capital. Este nuevo
tipo de gobierno, que ha permitido el desarrollo de
la fuerza sindical y ha legislado en favor del obrero, ya
no es, lisa y llanamente, “un instrumento de la clase
poseedora”.
e) Para concluir, la clase poseedora tampoco es la
misma que conoció Marx. Más por instinto de con­
servación que por generosidad, ha tenido que rendirse
a la evidencia de los hechos. Tuvo que comprender
que, si no modificaba su conducta, la predicción de
Marx se cumpliría rápida e inexorablemente. Por eso,
de buen grado en algunos casos, y a regañadientes en
los más, hizo concesiones. En vez de derrocar a los go­
biernos que dejaron de ser “su” instrumento, acató las
leyes que aquéllos dictaron en favor de los obreros. Para
no verse obligada a ceder a las demandas ilimitadas de
los sindicatos, y aun para minar a éstos, dio de sí, es­
pontáneamente, mejores salarios y beneficios tales como
participación de los obreros en las utilidades, seguros
de salud, fondos de jubilación, etc. (Véase el capítu­
lo del liberalismo.)
Todo esto representa lo que no se ha cumplido
(aún no se ha cumplido, dicen los marxistas) de la
predicción de Marx. Hay otro aspecto, empero, en
el que, según señala Heilbroner,3 el pronóstico marxista
fue acertado. Marx se refería a un “capitalismo puro”,
al de su tiempo. El capitalismo de hoy es un capita­
lismo que se salva, en algunas partes del mundo, gracias
a la pérdida de su “pureza”. Una sociedad en la cual
los capitalistas se reforman; en la que los trabajadores
no están, por regla general, a ración de hambre; en la
que esos trabajadores tienen acceso al gobierno, en
la que el gobierno pone freno a la libre empresa y
en la que el propio capitalismo “liberal” se “deslibera­
liza” voluntariamente, admitiendo leyes sociales contra
3 R. Heilbroner, The Worldly Philosophers.
MARXISMO
125
el monopolio, y soportando sistemas impositivos vir­
tualmente expropiatorios, ya no es la "sociedad capita­
lista” de que hablaba Marx.
En este sentido, Marx tenía razón: el puro capitalis­
mo liberal ha muerto, conforme a la profecía, pero de­
jando herederos que él no había previsto.
COMUNISMO
Antecedentes históricos.—El Manifiesto Comunista.—
Las Internacionales y la Revolución Rusa.—Lenin.—
Trotzkysmo y Stalinismo.—La U.R.S.S.—La dictadura
del proletariado y el Partido Comunista.—Glosa.
La piedra angular de la doctrina comunista es la pro­
piedad “común” o colectiva de los instrumentos de pro­
ducción —y por ende la negación del derecho a la
propiedad privada de los mismos— y la rebelión de las
clases desposeídas contra las clases poseedoras. De ahí
que los historiadores del comunismo encuentren los an­
tecedentes de esta teoría en todas las ideas y hechos
que, a través de la historia de la humanidad, significan
una negación del derecho a la propiedad privada o una
forma de subversión contra los órdenes políticos, socia­
les y económicos fundados en aquélla y erigidos sobre
una estructura clasista.
Con este criterio, Max Beer,1 cita como a uno de
los precursores a Licurgo que, en Esparta, hacia el
siglo ix a. c., legisló, entre otras cosas, contra el acapa­
ramiento de las riquezas por parte de unos pocos en
desmedro de los demás y substituyó las monedas corrien­
tes de oro por otras de hierro, de gran tamaño y peso,
que dificultaban el atesoramiento.
Más tarde, también en Esparta, el rey Agis IV, in­
dignado por los abusos de la oligarquía, quiso restable­
cer la legislación austera y justiciera de Licurgo, propuso
la redistribución de bienes empezando por repartir sus
tierras y otras propiedades personales así como las de su
madre, e incitó a los demás a que siguieran el ejemplo.
Algunos lo hicieron, pero el plan encontró gran resisten­
cia entre la oligarquía espartana y Agis fue destronado y
arrestado. Se le pidió que retirase su proyecto de refor1 Max Beer, Historia general del socialismo y las luchas sociales.
124
COMUNISMO
125
ma agraria como condición para salvar su vida. Agis
se negó y fue ahorcado junto con su madre, adquirien­
do así la categoría de “primer mártir” de esta causa.
En Atenas encontramos a Platón que, en La Repú­
blica, propone la comunización de todos los bienes, in­
clusive las mujeres.
En Roma son las masas las que forjan el siguiente
eslabón, en la larga y ensangrentada cadena de las luchas
sociales, mediante sucesivas rebeliones de esclavos que
se levantaron en busca de libertad e igualdad. En
187 a. c., 7,000 esclavos fueron crucificados por este
motivo. Veinte mil sufrieron igual pena en Sicilia, y
más tarde Espartaco, el más famoso de los caudillos
“esclavistas”, encabezó la gran insurrección que costó
el ajusticiamiento de otros 6,000.
Cristo —hoy símbolo de la lucha contra el comunis­
mo— ha sido muchas veces citado como precursor
de-esta doctrina, por su prédica igualitaria y de despren­
dimiento de los bienes terrenales (véase el capítulo
del socialismo cristiano). Pero la ética cristiana inspi­
rada en la renunciación, la paciencia y la humildad es
diametralmente opuesta a la bandera reivindicacionista
y al método subversivo del comunismo.
Entre los Padres de la Iglesia, se cita a Justiniano
que preconizaba la comunidad total de bienes; a Tertu­
liano, para quien la justicia debía entenderse como la
participación de todos los hombres en todos los bienes
del mundo, con exclusión de las mujeres; y a Juan
Crisostomo, quien sostenía que “es imposible enrique­
cerse honradamente”.
Entre las postrimerías del feudalismo y la iniciación
de la Edad Moderna, numerosas rebeliones de campe­
sinos (como la insurrección de Flandes en 1300 y las
revueltas de aldeanos en Francia e Inglaterra —especial­
mente la célebre encabezada por John Ball— dan tes­
timonio del descontento de las masas y de su propósito,
que encierra más violencia que dirección y más pasión
126
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
que eficacia, de buscar soluciones desesperadas para el
problema del desequilibrio socio-económico.
Así llegamos hasta mediados del siglo xix, época de
la más grande trascendencia en el desarrollo de las
corrientes socialistas. Es cierto que ya los utopistas
habían criticado severamente el régimen de la propie­
dad privada y el orden social de su tiempo. Pero al
concluir la primera mitad del siglo citado, cuando el des­
arrollo incontrolado del capitalismo individualista hacía
sentir sus efectos, el fermento revolucionario latente
buscaba formas de expresión y vías de realización más
concretas e inmediatas (véase el capítulo del marxismo).
Con la Revolución Industrial, cinco elementos hasta
entonces desconocidos intervienen en la alquimia del
fenómeno económico-social: 1) Los nuevos instrumentos
de producción: las máquinas, las fábricas. 2) La bur­
guesía, clase que, habiendo desplazado a la nobleza de
sangre, posee los nuevos instrumentos de producción.
3) El proletariado, clase mayoritaria que, en beneficio
de la burguesía, trabaja manejando las máquinas y pue­
de, hipotéticamente, ser devorado por éstas. 4) El
salario, precio del trabajo del proletario. 5) El capital,
producto pecuniario del trabajo y de las utilidades que
éste produce, que a su vez sirve para adquirir más má­
quinas y más trabajo humano.
Al proletariado ya no le bastaban, en esas circuns­
tancias, los nobles planteamientos ni las esperanzas que
le ofrecían los utopistas. La máquina, al acelerar el
ritmo de producción, había acelerado también angus­
tiosamente el desarrollo del fenómeno político y social.
La “Liga Comunista” de Alemania, que anterior­
mente se llamó “Liga de los Justos” y “Liga de los Co­
munes”, encomendó a Karl Marx y Friederich Engels la
redacción de un documento que, sintetizando los prin­
cipios de la ideología marxista, prescribiese las normas
mediante las cuales dichos principios deberían llevarse
al campo de la acción política.
El resultado de esa labor fue el Manifiesto Comu­
nista que se publicó en 1848 y que desde entonces, y
COMUNISMO
127
a través de las múltiples interpretaciones que de él se
han hecho, sigue siendo la proclama fundamental del
comunismo en el mundo.
Después de enunciar sintéticamente algunos concep­
tos básicos de la teoría marxista, el Manifiesto hace una
acerba crítica del orden capitalista; de la propiedad
privada (“en todo caso, nueve décimas partes de la po­
blación no la tiene”); de la concentración de riquezas
en manos de unos pocos (la burguesía) y de la miseria
de los más (el proletariado), etc. Luego descarta a la
clase media como posible instrumento de lucha, por­
que la clase media no se identifica con el proletariado
sino que tiende a sumarse a la burguesía. Seguidamente,
el Manifiesto declara que el proletariado y sólo el pro­
letariado puede y debe realizar la gran transformación.
¿Por qué medios? Por la acción revolucionaria, para
conquistar el poder político, ya que la burguesía no se
avendrá a desprenderse voluntariamente del gobierno
que no es sino un instrumento suyo.
Analizando la sociedad capitalista, el Manifiesto se
refiere a la familia y dice que, "‘bajo el régimen bur­
gués”, la familia no es tal, sino un conglomerado en el
que los padres explotan a los hijos y los hijos hacen
usufructo d,e los padres, así como los maridos de sus
mujeres y viceversa; que el trabajador no tiene, en ver­
dad, familia, puesto que ella está desnaturalizada en sus
fines y desintegrada, al cabo, por las implacables nece­
sidades de la vida: la mujer y los hijos, desde su más
tierna edad, deben trabajar y son aniquilados por la
mala alimentación, la falta de unidad del hogar, el
peso del trabajo en la fábrica, la corrupción derivada
de la miseria y otras calamidades semejantes.
(Esta crítica de ciertas condiciones imperantes en
aquel entonces es interpretada a veces como una nega­
ción de la familia en general.)
En cuanto a la patria, ésta es apenas una ficción
para los proletarios, ya que no tienen patria alguna,
en el verdadero sentido del vocablo (“¿Qué les da la
patria?”); sólo se deben, por consiguiente, a una solida-
128
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
ridad de clase; sin fronteras; las miserias y las aspiracio­
nes de los de su clase, esparcidos por todo el mundo,
unen a los proletarios entre sí, sin distinciones naciona­
les que carecen de realidad.
Consumada la toma del poder político —continúa
el Manifiesto— deberá establecerse la dictadura del pro­
letariado, para realizar la transición del sistema capita­
lista a la sociedad sin clases del futuro. Esa dictadura
hará, entre otras cosas, lo siguiente: abolir la propiedad
privada de la tierra y de los demás instrumentos de pro­
ducción, y aplicar la renta de la tierra a los gastos de
orden público; crear un fuerte impuesto progresivo a
la renta; abolir el derecho de herencia; confiscar los
bienes de los reaccionarios; centralizar el crédito en
manos del Estado; centralizar y controlar los medios de
comunicación y transporte; multiplicar las fábricas del
Estado y otros instrumentos colectivos de producción, y
mejorar la productividad de la tierra de acuerdo con
un plan colectivista; proclamar la obligatoriedad del
trabajo y crear ejércitos industriales y agrícolas; combi­
nar las explotaciones agrícola e industrial con tendencia
a abolir las diferencias entre el campo y la ciudad; ins­
tituir la educación pública obligatoria y gratuita para
todos los niños; prohibir el trabajo de los niños; armo­
nizar los planes de educación y de trabajo, etc.
Concluye el Manifiesto diciendo: “Los comunistas
declaran abiertamente que sus objetivos sólo pueden al­
canzarse derrocando por la violencia todo el orden social
existente... los proletarios sólo tienen sus cadenas que
perder y un mundo que ganar. ¡Proletarios del mundo,
unios!”
Pero debían pasar todavía alrededor de 70 años
antes que llegase la oportunidad de hacer un experi­
mento práctico con este plan. Tentativas como la revo­
lución de 1848 en París, alzamiento obrero que fue
sofocado a costa de 10,000 vidas, o la Commune, otro
golpe comunista realizado en Francia al concluir la gue­
rra franco-prusiana, en 1871, no fueron sino balbuceos
fracasados, premonitorios de la prueba decisiva.
COMUNISMO
129
El trabajo de preparación estuvo a cargo de las
“Internacionales” (organizaciones socialistas internacio­
nales de trabajadores). La primera se constituyó en
1865, en Londres, bajo la dirección del propio Marx;
en el desarrollo de las labores de esta Internacional se
separaron de los marxistas ortodoxos los anarquistas de
Bakunin. La segunda fue fundada en 1889, en París;
duró hasta el comienzo de la primera Guerra Mundial
y en el curso de su existencia se desmembró la rama del
socialismo evolutivo o reformista de Bernstein. La ter­
cera quedó instituida en Moscú, en 1919, bajo el con­
trol del comunismo soviético. Y la cuarta, la trotzkysta,
tuvo sedes sucesivas en varias ciudades de Europa y
América, después que Trotzky fue desterrado de Rusia
en 1923.
La prueba decisiva para el comunismo —y quizá
para el hombre de este tiempo— es la Revolución Rusa.
Al concluir la segunda década de nuestra centuria, Ru­
sia era uno de los países más atrasados de Europa. Im­
peraba allí un régimen monárquico absolutista, en lo
político, y de características feudales en lo económico y
social. El liberalismo de los siglos xvm y xix apenas
tocó a Rusia. Y las nuevas tendencias revolucionarias
sólo se tradujeron en acciones terroristas incoherentes
y negativas como aquellas de que fue protagonista el
nihilismo (véase el capítulo del anarquismo). A fines
del siglo xix se formaron partidos de filiación socialista
como el Social Revolucionario que pronto se dividió en
dos bandos, los mencheviques o minoría, y los bolche­
viques o mayoría, de espíritu más radical que el primero.
Rusia formó parte de la alianza contra Alemania en
la primera Guerra Mundial. La ineptitud y corrupción
del gobierno del zar Nicolás II condujeron a la nación
al borde del desastre. El hambre y el desaliento prepa­
raron el terreno para la rebelión. Los alemanes, que
percibieron esta situación, ayudaron a los tres caudillos
comunistas exiliados en Suiza, Lenin, Trotzky y Kerensky, a entrar subrepticiamente en Rusia y preparar la re­
vuelta. En marzo de 1917, después de una huelga que
1 30
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
paralizó al país, se produjo la abdicación del zar (más
tarde asesinado con toda su familia), y subió al gobier­
no, por espacio de cuatro meses, el príncipe Luvov,
quien fracasó en su propósito de instaurar un régimen
(democrático parlamentario. Fue sucedido por Kerensky,
con los mencheviques, también incapaces de dominar la
situación. En noviembre (octubre según el calendario
ruso antiguo), tomó el poder Lenin, con sus bolchevi­
ques, cuyo lema era: “Paz, tierra y pan.” Y a principios
de 1918 Rusia firmaba el armisticio de Brest-Litovsk
con Alemania.
Desde 1918 hasta 1921 se desarrolló una terrible
guerra civil en que los comunistas (“rojos”) encabeza­
dos por Lenin y Trotzky, lucharon contra los “ejércitos
blancos” (rusos anticomunistas ayudados por tropas
mercenarias y voluntarias de toda Europa). Vencieron
finalmente los comunistas. Pero Rusia, agotada por la
.campaña contra Alemania y por la guerra civil, estaba
al borde del colapso, mientras se ponían en práctica,
bajo el imperio de la primera Constitución soviética,
los principios del Manifiesto Comunista.
En 1921, Lenin adoptó la llamada Nueva Política
Económica (NEP) consistente en la restauración par­
cial del sistema de la libre empresa en pequeña escala;
se permitió el restablecimiento de ciertas industrias bajo
control privado, se legalizó el comercio minorista, etc.,
con objeto de sostener la vida del pueblo mientras se
preparaban los planes del futuro (“un paso atrás para
dar dos adelante”, dijo Lenin).
Se ha afirmado que sólo la aparición de Cristo y
el cristianismo produjo * una conmoción comparable
a la creada, en el campo político, por el binomio MarxLenin.
Ni los más enconados enemigos de Lenin le niegan
la categoría del genio. Este personaje de apariencia
modesta, cuyo verdadero nombre era Vladimir Ilich
Ulianov, nacido en el seno de una familia pertenecien­
te a la burguesía, es el padre del comunismo marxistaleninista y padre de la Revolución Rusa.
COMUNISMO
131
Producto característico de su dual personalidad de
ideólogo y conductor político fue el haber creado, por
una parte, una verdadera mística en torno al dogma
marxista, mientras que por otra ductilizó la interpre­
tación de ese dogma cuantas veces lo creyó necesario,
para aplicarlo a las características del fenómeno político
que le tocó encarar. Ejemplo de ello es que si bien
la teoría marxista prescribía un país altamente indus­
trializado, de capitalismo sobresaturado y con un gran
proletariado como condición precisa para el estallido
de la revolución proletaria, esa revolución fue realizada
por Lenin en Rusia, país semifeudal, casi sin indus­
trias ni proletariado y con una enorme masa rural.
Una contribución específica de Lenin a la doctri­
na marxista consiste en haberla adaptado a las condi­
ciones del “capitalismo imperialista” que en aquel
entonces empezaba a madurar los rasgos de su fisono­
mía propia, definidos por el mismo Lenin en estos tér­
minos: “Concentración de la producción y el capital,
llevada al extremo de crear monopolios que desempeñan
un papel decisivo en la vida económica. Fusión del
capital bancario con el capital industrial y creación,
sobre la base de este ‘capital financiero", de una oligar­
quía financiera. Exportación de capital (diferente de
la exportación de mercancías) que adquiere importan­
cia especial. Formación de capitales monopolistas, que
se reparten el mundo. División territorial del mundo
por parte de las más grandes potencias capitalistas/" 2
Las guerras modernas, y concretamente la primera
de ellas, en 1914, se convierten en una simple fase del
desarrollo capitalista, como un'medio de expansión o un
recurso para evitar las crisis o para salir de ellas. La
crueldad humana de la guerra imperialista constituye
una razón más para unir a la clase proletaria “por en­
cima de las fronteras nacionales”, en la misma forma
que el capitalismo financiero, que empieza a crecer en
2 Lenin, Imperia/ismo. Cita tomada de A. Cray, Tbe socialist tiadition from Moses to Lenin.
132
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
función de intereses monopolís ticos nacionales y acaba
por rebasar las fronteras.
¿Cuál debe ser la posición del proletariado ante ta­
les guerras? De abstención respecto a “las ficciones na­
cionales”; y debe tratar de convertir la guerra impe­
rialista en una guerra civil, en una guerra de clases, que
precipite la gran revolución mundial.
Lenin creía que las guerras anteriores a 1914 fueron
guerras de “liberación de nacionalidades” en las que to­
davía pudo y debió tomar parte el proletariado, a manera
de avanzar un paso más en el camino de la transforma­
ción político-social del mundo.
(En cuanto al término “imperialismo”, anotaremos,
por vía ilustrativa, que, aparentemente, lo empleó por
primera vez en su moderno sentido el economista inglés
John A. Hobson, nacido en 1858, como título de un li­
bro en el que señalaba y criticaba la expansión colonia­
lista y la guerra como resultado inevitable del creci­
miento desmesurado del capitalismo. Corresponde tam­
bién a Hobson la paternidad de aquella interesante
fórmula según la cual el capitalismo está condenado
a perecer, porque los ricos que pueden gastar y consumir
los bienes producidos son muy pocos, mientras que los
muchos que podrían consumir son muy pobres: “¡Se­
ría ideal que un millón de personas que tuviesen una
libra esterlina por persona comprasen cada una un par
de zapatos, pero no es posible pensar que el hombre
que tiene un millón de libras compre un millón de
zapatos!”)
Sobre la obra de Lenin, es difícil encontrar una de­
finición mejor que ésta: <4E1 leninismo es el marxismo
de la era imperialista y de la revolución proletaria. Para
ser más exactos, el leninismo es la teoría y la táctica de
la revolución proletaria en general, y la teoría y la tác­
tica de la dictadura del proletariado en particular.” 3
A la muerte de Lenin, en 1924, el sucesor lógico pa­
recía ser León Trotzky, por su alta categoría intelectual
3 Stalin, Fundamentos del leninismo.
COMUNISMO
133
y por su obra durante la revolución; pero fue brusca e
inesperadamente desplazado por un oscuro luchador,
José Stalin, cuyas distinciones se perfilan mejor en el
campo de la acción que en el del pensamiento. Se fugó
—se dice— hasta siete veces de Siberia, a donde le ha­
bían llevado sus actividades conspiratorias durante el
régimen zarista y en el período de la guerra civil fue
el brazo derecho, implacable, de Lenin, quien solía en­
viarlo a los frentes rojos que cedían. Y poco después
recibía un telegrama lacónico que decía invariablemen­
te: “Fusilé expertos, situación mejora?" Los “expertos’"
eran los militares profesionales cuya falta de fervor
revolucionario, según Stalin, era la causa del desastre.
Pero además de su energía tuvo también, por lo visto,
gran habilidad política y poquísimos escrúpulos. Sólo
así se explica que hubiera podido eclipsar al otro ideó­
logo y caudillo sobresaliente de la revolución, Trotzky,
asesinado muchos años más tarde en su refugio en
México.
Bajo el régimen de Stalin, la NEP llegó a su tér­
mino en 1928, porque para entonces se tenían ya listos
los llamados Planes Quinquenales, destinados, con el
tiempo, a transformar los despojos de la Rusia zarista,
en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
(U.R.S.S.) de hoy, una de las dos más grandes poten­
cias del mundo.
Los planes fueron científicamente preparados e in­
exorablemente puestos en práctica. La simple falta de
cumplimiento de la cuota de producción asignada a una
fábrica significaba la “liquidación” de su director, y
según el propio Stalin, en declaración hecha a Winston
Churchill, la reforma agraria costó la vida a cerca de
10.000,000 de campesinos “reaccionarios ”. “Fue espan­
toso; duró cuatro años”, dijo. Se empezó por dotar a
Rusia de las fuentes de energía y materias primas esen­
ciales y se alcanzaron, a la postre, los grados más avan­
zados de producción industrial.
La segunda Guerra Mundial interrumpió el Tercer
Plan Quinquenal dedicado, en buena parte, a la manu-
1 34
DOCTRINAS POLITICO ECONÓMICAS
factura de artículos de consumo. El ataque de Ilitler
a Rusia en 1941 (después de una alianza oportunista
con Stalin), situó a la U.R.S.S. junto a los Aliados.
Cuando el ejército rojo derrotó a los nazis en Stalingrado, se había dado un primer paso hacia la victoria
final aliada. Al empezar la disputa del botín de guerra,
murió Stalin en 1953, concluyendo así la carrera del
campesino georgiano que, desde asaltador de trenes para
nutrir las arcas del partido comunista, ascendió a la
posición de mayor poderío alcanzada por hombre alguno
en la historia, en términos de extensión territorial y de
número de hombres sometidos a su férreo dominio:
cerca de una cuarta parte de la superficie de la Tierra
y casi un tercio de su población total.
La controversia entre el stalinismo y el trotzkysmo
se originó cuando, a la muerte de Lenin, Stalin tomó el
poder y proscribió a Trotzky. Este último había sido
uno de los ideólogos de la revolución; su prestigio in­
terno e internacional era indudablemente mayor que el
del primero, opaco pero eficaz hombre de acción tanto
en el período pre-revolucionario como durante la guerra
civil. No es pues aventurado afirmar que a la contro­
versia doctrinal precedió el hecho consumado de que
Stalin había conquistado ya el poder. Fue más tarde,
a posteriori, cuando se elaboró la “ideología” stalinista.
El antagonismo trascendió los límites puramente
teóricos relacionados con la interpretación de los prin­
cipios marxistas, y se tradujo en hechos reales (la con­
ducción de la política de la U.R.S.S.), cuyas conse­
cuencias se han proyectado hasta nuestros días y se
dejarán sentir en el futuro.
En efecto, de acuerdo con Trotzky, Rusia debió
haber llevado a término la revolución completa hasta
instaurar el régimen propiamente comunista; y debió
emplear todas sus fuerzas y recursos para propagar y
consumar la revolución en todo el mundo (la llamada
“revolución permanente”).
En cambio, con Stalin, Rusia se estacionó en la
etapa de la “dictadura del proletariado” o “socialismo
COMUNISMO
155
de Estado0 tal como el propio Stalin definía al régimen
imperante en la Unión Soviética. El objetivo stalinista
era fortalecer a Rusia como potencia nacional utili­
zando todos sus recursos y posibilidades para difundir
desde allí el comunismo. A esto llaman los trotzkystas
“la revolución traicionada”.
¿Cuáles eran las perspectivas si Rusia hubiera se­
guido el camino de Trotzky? Los trotzkystas creen que
no se habría producido la segunda Guerra Mundial
porque los proletariados europeos, debidamente adoctri­
nados y dirigidos, se hubieran negado a participar en la
guerra, ni como combatientes ni trabajando en las fábri­
cas de pertrechos bélicos. “Sin la inyección de la
guerra”, el capitalismo estaría hoy al borde de su ruina
y el mundo a un paso del comunismo universal.
En cambio, los stalinistas sostienen que la segunda
Guerra Mundial dio la razón a Stalin. Esa guerra no
se habría evitado, como no se evitó la primera. Y si
Rusia no hubiese estado preparada como gran poten­
cia militar, Alemania la habría arrollado sin dificultad
alguna; el foco de expansión futura del comunismo
estaría definitivamente destruido.
Sea cual fuere la verdad, la lucha entre ambos sec­
tores fue implacable. En la Unión Soviética se per­
siguió y se persigue todavía al “trotzkysmo” con tanta
saña como al “reaccionario”. Con la muerte de Trotzky,
y el carácter de conflicto entre potencias nacionales
que viene tomando la rivalidad entre los EE. UU. y la
U.R.S.S., el trotzkysmo ha perdido terreno y los stali­
nistas han afirmado su posición en el Kremlin.
Pero, a la muerte de Stalin, la unidad monolítica del
comunismo soviético sufrió una tremenda conmoción
cuyos efectos a largo plazo son todavía imprevisibles.
Después del corto período durante el que Giorgi
Malenkov desempeñó las funciones de primer ministro,
fue sucedido por el mariscal Nikolai Bulganin, a cuyas
espaldas gobernaba el verdadero “hombre fuerte” de
la Unión Soviética: el secretario general del Partido Co­
munista, Nikita Khrushchev.
136
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
En el XX Congreso del Partido, celebrado en Moscú
en febrero de 1956, y ante un auditorio atónito, Khrush­
chev pronunció el largo y memorable discurso en el que
“demolió” a Stalin. De la interminable serie de acu­
saciones que lanzó contra el difunto dictador ex­
tractaremos las siguientes: Errores garrafales en el
planeamiento y ejecución de la política agraria e im­
positiva; errores que pudieron haber costado la vida
a la Unión Soviética en la dirección atrabiliaria de
algunas operaciones militares de la segunda Guerra
Mundial; y lo más grave, la consagración del “culto
personal” que indujo a Stalin a endiosarse, a conside­
rarse infalible (“creyendo que así servía los intereses
del partido, de las masas trabajadoras y de la revolu­
ción; ¡en eso reside toda la tragedia!”) y a establecer
un régimen de “represión en masa” sin justificación
Añadió Khrushchev que ciertas medidas de “repre­
sión extrema” fueron necesarias en los primeros tiempos
del régimen soviético (“Lenin las consideró indispen­
sables”) para salvar a la Rusia roja que era “como una
fortaleza asediada y cercada por el capitalismo”. Explicó
que, en aquel período, Stalin prestó “grandes servicios al
Partido”. Pero que pasada esa época en la que hasta
las discrepancias de Bukharin, Plekhanov y Zinoviev
fueron combatidas en un terreno puramente ideológico
después de lo cual “Lenin hizo lo posible para retener­
los en las filas del Partido”; y derrotado ya como había
sido el trotzkysmo, no tuvieron razón de ser las repre­
siones en masa de los años 1935, 36 y 38 en la que
aquellos altos dirigentes y muchos otros como Kamenev,
Kirov, Komarov, Kaminsky, etc., e innumerables jefes
militares (el mariscal Tukhachevsky y su grupo) fueron
liquidados, previa aplicación de métodos de “aniquila­
ción moral y física” “contrarios a la legalidad revo­
lucionaria”, para obtener sus “confesiones”, casos que
se repitieron varias veces hasta poco antes de morir
Stalin.
De este modo —continúa el texto del discurso de
COMUNISMO
137
Khrushchev— se violó el principio “colectivo” y “de­
mocrático” de lá conducción del Partido (“compuesto
de obreros, campesinos e “intelligentsia”) substituyén­
dolo por una dictadura personal “despótica y brutal”
(los comunistas rusos contemporáneos conocieron en
el XX Congreso, por primera vez, aquel documento
en que el propio Lenin, al subrayar la arbitrariedad
caracterítisca de Stalin, ponía en guardia al Partido
sobre los peligros que entrañaba el darle una posición
preeminente); se cometieron “flagrantes violaciones de
la legalidad revolucionaria”; y se privó al Partido de va­
liosos elementos directivos, así como a Rusia de jefes
militares cuya falta pudo haber significado la derrota
en la segunda Guerra Mundial.
El estallido de esta bomba oratoria, con la que se
inició el proceso de “desestalinización” en el Congreso
de Moscú, repercutió en el mundo entero.
Los países de la órbita soviética (Rumania, Bulgaria,
Polonia, Hungría, Checoeslovaquia, etc) presenciaron
la caída automática de los gobernantes cuyos regímenes
se habían identificado con la política stalinista. En el
seno de los grandes partidos comunistas de Francia e
Italia, la sacudida tuvo caracteres sísmicos. Palmiro
Togliatti, el líder comunista italiano, pidió una inter­
pretación “marxista” del stalinismo. Pietro Neni, jefe
de los socialistas de extrema izquierda, atacó la base
ideológica de la “dictadura del proletariado” e inició
poco después la ruptura de su alianza de muchos años
con los comunistas. Hubo tentativas de escisión en el
comunismo francés. Por sobre el embrollo de la con­
troversia doctrinal, se alzó una pregunta: ¿Por qué el
propio Khrushchev, así como Bulganin, Malenkov, Mo­
lotov, Mikoyan, Kaganovich y otros antiguos camaradas
y colaboradores inmediatos de Stalin no lo habían de­
nunciado antes? ¿Por qué se complicaron con aquellos
errores y abusos incalificables?
El Comité Central del Partido Comunista de la
U.R.S.S. tuvo que explicar, en un comunicado oficial,
primero, que la “desestalinización” no significaba una
138
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
fractura en la unidad de la ideología marxista-leninista,
ni en el plan de acción política del comunismo. Se­
gundo, que los antiguos colaboradores de Stalin no
pudieron hacer nada, a) porque Stalin estaba poseído
de tal delirio de persecución y había organizado su me­
canismo de represión en tal forma, que “bastaba una
mirada mal interpretada por él para ser aniquilado”;
b) porque Stalin había desempeñado un papel tan
importante en la “construcción del socialismo” y el
éxito de esa construcción había sido tan grande, que
habría sido imposible obtener el respaldo del pueblo
para derrocar al dictador; c) porque, tanto en el mo­
mento en que se encaraban las grandes dificultades que
entrañaba el poner en pie a la Unión Soviética, como
cuando poco después sobrevino la segunda Guerra
Mundial, el derrocamiento de Stalin habría podido
ocasionar la ruina de la obra revolucionaria; d) porque
muchos de los crímenes de Stalin sólo se conocieron
después de su muerte.
Un último paso del proceso de “demolición” de
Stalin (hasta sus retratos y estatuas empezaron a desapa­
recer de los lugares públicos) fue la disolución del
Cominform, organismo creado por el dictador que cen­
tralizaba y coordinaba las actividades del comunismo
internacional.
Los partidos comunistas del mundo acabaron por
acatar, a regañadientes, el nuevo evangelio soviético.
Para evitar futuros riesgos del “culto personal”, se habló
de que se adoptaría el concepto del “policentrismo” o
sea que no habría uno sino varios centros directores del
pensamiento y la acción comunistas.
Pero esta aceptación oficial no consiguió sino di­
simular superficialmente las profundas grietas abiertas
en el edificio comunista. A los dirigentes y militantes
comunistas, que durante años habían estado haciendo
prodigios de dialéctica para justificar la política de Sta­
lin, no les fue fácil admitir, de pronto, que todo cuanto
dijeron estaba equivocado; que todos sus razonamientos
COMUNISMO
139
no habían hecho sino encubrir una montaña de yerros
y crímenes.
Quizá nadie expresó mejor aquel drama, particular­
mente agudo en el caso de los intelectuales, que el
escritor norteamericano y comunista Howard Fast,
quien en un patético artículo publicado por The Daily
Worker, órgano oficial del comunismo en Nueva York,
dijo refiriéndose al discurso de Khrushchev: “Es un
extraño y tremendo documento, quizás sin paralelo
en la historia, y uno debe reconocer el hecho de que
contiene, en detalle, un testimonio de barbarie y de sed
de sangre que será recuerdo perdurable y vergonzoso
para el hombre civilizado...” Refiriéndose a la Unión
Soviética, y reprochándose no haber ejercido un sentido
crítico más severo respecto a ella, continúa: “Sólo vi un
país que había conquistado el socialismo, y no logré
ver que conquistar el socialismo y abandonar el sacro
derecho del hombre a su propia conciencia, a su dig­
nidad, a su derecho de decir lo que quiere y cuando
quiere, a defender valientemente la verdad, tal como él
la entiende y sin temor a nadie, esté en lo cierto o en
un error, no es victoria alguna.. . Nunca volveré a
aceptar como cosa justa dentro del socialismo aquello
que sé que es injusto. Nunca volveré a callar cuando
vea una injusticia..
Los expertos han tratado de interpretar de muchas
maneras el nuevo giro de la política soviética. Creen
que ese obedece a la necesidad de aplacar el descon­
tento del pueblo ruso frente a los excesos del stalinismo.
Piensan que la “desestalinización” es parte del nuevo
plan internacional de Rusia que consistiría en abando­
nar (frente al peligro de destrucción total que significa
el uso de las armas atómicas y nucleares) sus supuestos
planes de agresión armada para substituirlos por otros
de orden ideológico y económico. Las hipótesis se mul­
tiplican hasta el infinito, y sólo el tiempo se encargará
de confirmar unas y descartar otras.
Pero lo cierto es que el comunismo mundial ha su­
frido un golpe tremendo, especialmente en aquel punto
140
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
vulnerable que es la fe ciega por la que, a lo largo de
la vida de Stalin, lucharon y murieron muchos comu­
nistas. Y que el concepto de la “dictadura del prole­
tariado”, así como el sentido de la “legalidad revolucio­
naria” no podrán debatirse nunca más en términos
puramente ideológicos, sin que surja el sangriento fan­
tasma evocado por Khrushchev en el seno del XX Con­
greso del Partido Comunista.
Es pues un error ver en la Unión Soviética un ejem­
plo de “comunismo” realizado. En verdad, Rusia atra­
viesa (y no hay idea definida sobre el tiempo que esto
pueda durar) el período de transición, previsto por el
propio Marx, de la dictadura del proletariado, identificable como un régimen de socialismo de Estado lle­
vado, como acabamos de ver, a su expresión más tota­
litaria.
“La dictadura es el poder basado directamente en
la fuerza y no restringido por ninguna ley. La revolu­
cionaria dictadura del proletariado es el poder ganado
y mantenido por la acción violenta del proletariado
contra la burguesía; poder que no está restringido por
ninguna ley.” 4
“Mientras exista el Estado, no habrá libertad. Cuan­
do haya libertad, no habrá Estado.”5
En cuanto a la forma en que el trabajo estará orga­
nizado en la futura sociedad comunista “sin clases ni
Estado”, dice Lenin que los grandes sindicatos indus­
triales reemplazarán a los sindicatos de oficio (horizon­
tales). Y continúa: “Más tarde, esos sindicatos in­
dustriales conducirán, a su vez, a la abolición de la
división del trabajo entre la gente; a la educación y pre­
paración de gente que tendrá un desarrollo y una
preparación múltiples, gente que podrá hacerlo todo. ..”
Actualmente, la U.R.S.S. es una unión federal de
17 repúblicas. La unidad política es el “soviet” (con­
sejo). Hay minúsculos soviets en los últimos villorrios,
y soviets de soviets.
4 Lenin, La revolución proletaria y el renegado Kautsky.
5 Stalin, op. cit.
141
El Consejo Supremo de los soviets es una especie
de parlamento federal en el que están representados
unos 70,000 soviets de las provincias y las repúblicas
(las repúblicas tienen, en pequeño, una organización
similar). Cuando el Consejo Supremo no está en pe­
ríodo de sesiones, sus funciones son ejercidas por el Pre­
sidium, designado por el Consejo, y compuesto de 37
miembros. Hasta aquí el poder legislativo.
Elegido por el Consejo Supremo o el Presidium, el
Consejo de los Comisarios del Pueblo (o gabinete)
desempeña el poder ejecutivo, con un primer ministro
a la cabeza.
Una Corte Suprema, con cortes de distrito y juz­
gados regionales y locales, constituye el poder judicial.
La dictadura del proletariado la ejerce el Partido
Comunista, el único que tiene existencia legal recono­
cida. El Partido Comunista (“ingeniero de la revolu­
ción, y arquitecto de la nueva sociedad”) tiene una
organización celular paralela a la del Estado político,
de modo que en cada rama o departamento de la admi­
nistración, así como en cada centro de actividad econó­
mica o cultural, existe una célula del Partido. Las
decisiones y rumbos de la política estatal están, pues,
directa y absolutamente influidos por el Partido. Así
se ejerce la dictadura, y asi también se explica que
hasta el estallido de la segunda Guerra Mundial, Stalin
no hubiese necesitado ser otra cosa que Secretario Gene­
ral del Partido (su único título) para ser, realmente, el
dictador absoluto de la U.R.S.S. La última cifra cono­
cida (1952) sobre el número de miembros del Partido
Comunista ruso, en el que se hace una rigurosísima
selección y se ejerce la más severa disciplina, es de
7.000,000.
El carácter dogmático de la teoría marxista elimi­
na la razón de ser que, en la democracia liberal, tiene
la oposición. ¿Cómo y por qué podría nadie oponerse
a lo que está oficialmente consagrado como verdad
única y absoluta?
Una resolución de la Tercera Internacional define
COMUNISMO
142
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
en esta forma al Partido Comunista y su papel en la
U.R.S.S.: “El Partido Comunista es parte de la clase
trabajadora; la parte más avanzada, con mayor concien­
cia de clase y, por consiguiente, la más revolucionaria.
El Partido Comunista está formado por los mejores y
los más inteligentes obreros, aquellos que tienen el
mayor espíritu de sacrificio y el punto de vista más
avanzado. El Partido Comunista es una palanca polí­
tica organizada, mediante la cual la parte más adelan­
tada de la clase trabajadora conduce al proletariado y
a la masa semiproletaria en la dirección correcta.”
Al presentar el proyecto de la constitución soviética
de 1936, Stalin estableció de este modo la relación entre
las clases sociales existentes en Rusia, el monopolio
político del Partido Comunista y la dictadura del pro­
letariado: “Debo admitir que el proyecto de la nueva
constitución mantiene el régimen de la dictadura del
proletariado, así como mantiene, inalterada, la actual
posición conductora del Partido Comunista de la
U.R.S.S. Un partido es parte de una clase; su parte
más avanzada. Varios partidos y, como consecuencia,
la libertad para la actuación de los partidos, pueden
existir solamente en una sociedad donde hay clases
antagónicas cuyos intereses son mutuamente hostiles e
inconciliables. En la U.R.S.S. hay solamente dos clases
—obreros y campesinos— cuyos intereses, lejos de ser
mutuamente hostiles, son más bien amistosos. Por con­
siguiente, no hay razón, en la U.R.S.S., para la existen­
cia de varios partidos.”
El mismo Stalin había definido ya anteriormente
(1928) la función del Partido, declarando: “...Pode­
mos decir que la dictadura del proletariado es, substan­
cialmente, la dictadura del Partido, siendo el Partido la
fuerza que, efectivamente, guía al proletariado.”
En materia económica, el Estado tiene el monopo­
lio absoluto de los instrumentos de producción, desde
la tierra hasta las organizaciones industriales. La pro­
piedad de los bienes de consumo (de necesidad indivi­
dual) es privada. La agricultura se desarrolla en dos
eOMÜÑÍSMO
143
formas: a) las propiedades del Estado, en las cuales
los trabajadores perciben salarios, y b) las granjas colec­
tivas, organizadas como cooperativas. En estas últimas,
el agricultor, que tiene participación en los produc­
tos, puede, además, poseer personalmente pequeños
terrenos, junto a su casa, que le sirven para el cultivo
de legumbres, fruta, etc., destinadas al consumo de su
familia.
En las fábricas y otras unidades industriales, los
obreros, asociados en sindicatos unitarios (que repre­
sentan a la fábrica entera), perciben salarios a los que
se añaden gratificaciones como premio a la eficiencia de
cada obrero. Se estimula además la producción subra­
yando los estímulos morales: el servicio a la colectivi­
dad, el anhelo de superación, el “heroísmo en el tra­
bajo”, etc. La huelga está legalmente permitida, pero
es fácil comprender que, si el Estado es el propietario
de la fábrica, la huelga que paralizase la producción
destinada a los fines del Estado acabaría por consti­
tuir un delito contra el Estado; aparte de que, teniendo
el Partido Comunista el control absoluto de las organi­
zaciones obreras, la huelga simplemente no se produce.
También la distribución está sometida al control
estatal, mediante almacenes públicos, cooperativas de
agricultores, etc.
El hincapié que, desde la muerte de Stalin, se viene
haciendo en la producción de bienes de consumo y en
la reducción proporcional de la de material bélico pa­
rece obedecer, por igual, a la necesidad de contentar
al pueblo, agobiado por largos años de privación,
como al desplazamiento de los planes estratégicos de
Rusia hacia el preparativo para una hipotética con­
tienda con armas atómicas.
Un sistema completo de legislación social protege
al ciudadano de la Unión Soviética “desde la cuna
hasta la tumba”, cubriendo sus necesidades de alimen­
tación, educación, salud, descanso, recreo, etc. El prin­
cipio establecido es el de que “quien no trabaja no
come”, pero al mismo tiempo el Estado se encarga de
144
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
suministrar trabajo a todos. Nunca se ha presentado
el problema de la desocupación.
El Estado monopoliza el crédito. La constitución
de 1936, vigente todavía con algunas modificaciones,
autoriza el ahorro y aun la herencia, entendiéndose,
por supuesto, que ella se aplica sólo a los bienes de
uso personal que son los únicos sujetos al régimen de la
propiedad privada.
La política de completa libertad y facilidad que se
otorgó después de la Revolución para el divorcio (“el
amor libre”), ha sufrido un viraje completo, hasta
el punto que hoy no solamente se resguarda y es­
timula la unidad familiar, sino que el divorcio se ha
hecho más difícil que en muchos países no comunistas.
El Estado se encarga de los hijos en aquellos casos en
que sus padres, por razones de salud o trabajo, no pue­
den cuidarlos.
El dogmatismo de la teoría marxista y el carácter
dictatorial que en función de dicho dogmatismo tiene
el régimen soviético, en esta fase de su desarrollo, deter­
minan un control absoluto, totalitario, del Estado sobre
la educación y la actividad cultural, condicionándolas
a los fines y necesidades de la causa comunista.
La delincuencia común es enfocada con moderno
criterio de defensa social y con métodos penales suma­
mente avanzados. Pero, a pesar del acto de contrición
de los nuevos gobernantes, se castiga todavía inexorable­
mente el llamado “delito contra el Estado”, que puede
ser la simple negligencia en el desempeño de la fun­
ción asignada a cada individuo en el seno de la socie­
dad o cualquier actitud que pudiera reputarse como
subversiva. Por “subversión” se entendía durante la
dictatura stalinista el “desviacionismo” respecto a la or­
todoxia del Partido, la disconformidad con los jefes del
mismo y aun la enunciación de una teoría científica
que no concordase con la interpretación marxista del
hombre, de la historia o de la biología, así como el re­
torno a formas de creación artística “burguesa” o “deca­
dente”. Bajo el régimen imperante a mediados de 1956,
COMUNISMO
145
se advierten signos promisorios de una libertad intelec­
tual incomparablemente mayor.
En la actualidad, los grupos más favorecidos por el
régimen de salarios y beneficios sociales son los de cien­
tíficos, técnicos y artistas, aparte de la alta burocracia
soviética.
Dentro del pragmatismo stalinista, la exaltación de
los valores nacionales rusos substituyó (en la U.R.S.S.)
al internacionalismo de la teoría marxista. La segunda
Guerra Mundial, que exigió del pueblo ruso una especie
de milagro de abnegación, así como las perspectivas de
una tercera guerra, han llevado esa tendencia hasta los
últimos extremos del fervor patriótico. Dice Toynbee
que la mística tradicional de “la santa Rusia’7, puesta
al servicio del plan marxista, es uno de los factores
que da mayor fuerza al comunismo ruso.
El culto religioso que, por la íntima relación del
régimen zarista con la Iglesia rusa ortodoxa, fue di­
rectamente atacado por los bolcheviques (“la religión
es el opio del pueblo”, dijo Lenin), disfruta hoy de
relativa libertad en la Unión Soviética. La libertad
de culto está complementada con la libertad de pro­
paganda antireligiosa. Los fieles concurren sin mayores
trabas a los templos y, aparentemente, no se ejercen
represalias contra ellos.
El fenómeno ruso, por razones históricas, raciales,
económicas y circunstanciales, es un caso silí generis, y
sus características se prestan poco a generalizaciones
simplistas.
Los treinta y tantos años de vida del “experimento”
soviético son, históricamente hablando, un relámpago.
Transiciones sociales mucho menos radicales (como la
Revolución Francesa) requirieron tres y cuatro veces
más tiempo para establecer su verdadera identidad;
aquella con la cual pudo enjuiciárselas finalmente.
No es caso que deba pasarse por alto el hecho de
que en ese breve lapso Rusia, uno de los países más
atrasados de Europa hasta 1920, ha logrado convertirse
en una de las dos potencias mayores del mundo. Pero
146
DOCTRINAS POLITÍCO-fcCONÓMICAS
tampoco hay que olvidar, para el balance definitivo,
que lo ha hecho a costa de un sacrificio ilimitado y
cruento de las prerrogativas individuales, tal como vino
a demostrarse en el proceso de demolición del stalinismo.
La proyección más trascendental del comunismo en
los últimos años ha sido el establecimiento y consolida­
ción de la República Comunista China, después de una
lucha de casi tres décadas y de la victoria de Mao Tsétung y sus ejércitos rojos sobre las fuerzas nacionalistas
del generalísimo Chiang Kai-shek. Dada la enorme
masa de población (alrededor de 600 millones de almas)
y la extensión territorial que abarca este acontecimien­
to político —aparte del terreno propicio que encuentra
el comunismo en la miseria de los pueblos asiáticos—
hay quienes piensan que el fenómeno de China tiene
aún mayores alcances, presentes y futuros, que la Revo­
lución Rusa. Ante la creciente inquietud del mundo
occidental, China se ha convertido, en poco tiempo, en
una potencia de primera magnitud no sólo en el Asía
sino en el mundo entero. La adaptación hecha por
Mao Tsé-tung del programa comunista a las condicio­
nes de país eminentemente agrario que informan la
economía y la sociología chinas, representa una tarea
de vastas proporciones, tanto en lo teórico como en lo
práctico.
Los partidos comunistas de Francia e Italia, con
tres y cinco millones de adherentes, aproximadamente,
son los más fuertes de Europa. Es muy sintomático
que esas dos fortalezas comunistas tengan sus cimientos
en países donde el capitalismo industrial llegó al punto
extremo de su corrupción decadente, demostrando una
incapacidad absoluta para evolucionar con el ritmo de
las ideas y la vida modernas.
Como principio, el comunismo, o sea la tendencia
a anular la propiedad privada y a substituirla por la pro­
piedad común de los instrumentos de producción, es
una idea muy antigua. Surgió en todos los tiempos
como reacción contra los males que determinaba el
COMUNISMO
147
régimen de la propiedad privada, puesto en práctica
sin escrúpulos ni medida para beneficio de una minoría
y a costa de la mayoría.
Concretamente, el comunismo marxista es una reac­
ción contra los excesos que cometió el capitalismo libe­
ral en su juventud desaprensiva y rapaz. Las caracterís­
ticas del comunismo marxista no son sino la contraparte
de aquellas condiciones.
En tiempos en que los postulados idealistas del socia­
lismo utópico habían empezado a demostrar su impo­
tencia, fue inevitable que se volvieran los ojos a una
interpretación realista (“materialista”) del cuadro po­
lítico-social, e inevitable también que se buscaran solu­
ciones realistas basadas no en la promesa de mundos
quiméricos sino en la fuerza y la acción directa de la
clase social interesada en el cambio.
Cuando el poder político era, efectivamente, un ins­
trumento de las clases privilegiadas, inaccesible a las
clases trabajadoras, y antes que la democracia y el socia­
lismo reformista, unidos, hubieran demostrado que las
clases trabajadoras pueden alcanzar el gobierno por mé­
todos pacíficos, evolutivos, era natural propugnar la
revolución como único camino de rehabilitación.
Frente a un capitalismo impermeable a los postu­
lados de la justicia social, e incapaz todavía de refre­
narse, no parecía haber otro medio que declararle la
guerra (“la guerra de clases”) y advocar su destrucción
total.
Eso, la destrucción del capitalismo, es lo que pro­
pugnan los comunistas, quienes ven con malos ojos el
mejoramiento gradual de las condiciones sociales, por­
que ese mejoramiento —dicen ellos, y no sin razón—
resta energía y agresividad a las masas proletarias. Sin
embargo, es interesante anotar que el comunismo ha
provocado indirectamente —en gran parte por el miedo
que se le tiene— una serie de concesiones que, sin ese
estímulo, quizás no habría hecho el capitalismo. En tal
sentido, el comunismo ha actuado como aquellos agen­
tes químicos llamados catalizadores que por su sola pre-
i 48
DOCTRINAS POLITICO-ECONOMICAS
sencia y sin intervenir directamente, determinan ciertas
reacciones que de otro modo no habrían ocurrido.
Refiriéndose a los socialismos pre-marxistas y al cam­
bio que imprimió el “deterninismo” marxista en el
pensamiento socialista, dice el profesor Schumpeter6:
“Las doctrinas socialistas, que en algunas de sus raíces
son, posiblemente, tan antiguas como el pensamiento
articulado, eran sueños —bellos u odiosos—, ansias im­
potentes fuera de contacto con la realidad, mientras les
faltaron medios para convencer de que el proceso de
transformación social se encaminaba por sí solo hacia
la realización del socialismo. Eran una prédica en el
desierto, mientras no establecieron contacto con la fuen­
te existente o potencial de poder social..” Esa fuente
de poder la encontró Marx en la “clase proletaria”
directa y vitalmente afectada por el problema. Y, ha­
biéndola encontrado, la puso en la trinchera de la revo­
lución y le encomendó la misión de tomar el gobierno
y ejercer la dictadura del proletariado hasta el arribo
de la sociedad comunista sin clases y sin Estado.
Así se explica el cuadro lógicamente. Por ello resulta
pueril aceptar la noción de que el comunismo es una
simple “invención diabólica”, concebida por “teóricos”
imbuidos de resentimiento social; pueril y peligroso, al
par, olvidar que el comunismo nació como efecto inevi­
table de causas reales y tangibles. Peligroso, porque
oscurece la comprensión del problema y, sobre todo,
porque si se cree encontrar el origen de los “males del
comunismo” en simples concepciones abstractas, tam­
bién se creerá posible curarlos con vagos enunciados de
propaganda “ideológica” o con medidas de represión
violenta, como cuando se intentó destruir el cristianis­
mo echando a algunos cristianos a las fieras del circo
romano. El comunismo es el reflejo orgánico de un
profundo malestar social, y sólo en la medida en que se
lograse anular todas las formas de ese malestar se podría,
efectivamente, dejar al comunismo sin bandera y, en
último análisis, sin razón de ser.
6 J. Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia.
COMUNISMO
149
Mucho de esa razón de ser ha desaparecido ya en
algunas partes del mundo. Marx no podía preverlo
(véase el capítulo del marxismo). Pero lo que nos
interesa ahora no es discutir la exactitud académica de
esa predicción formulada hace un siglo, sino la realidad
actual.
A la luz de esa realidad, bastante diferente de la
que pronosticó Marx, podemos preguntarnos hoy: pro­
bado como está que las reformas sociales pueden alcan­
zarse sin necesidad de la revolución mundial ¿se justi­
fican los riesgos de esa revolución? Probado como estg
que no es imposible el acceso de la clase trabajadora al
gobierno ¿se justifica la instauración de la dictadura
del proletariado sacrificando las prerrogativas de la per­
sonalidad humana? Ante la posibilidad de alcanzar gra­
dualmente la nivelación de clases ¿se justifica mantener
encendida la guerra clasista y correr el peligro de que,
como consecuencia final de ella, se perpetúe una dicta­
dura del proletariado capaz de crear nuevos privilegios
de clase tan odiosos como los que destruyó? ¿Y qué
garantía existe de que la dictadura del proletariado no
se haga, en la práctica, permanente en vez de transi­
toria, perpetuando monstruosos excesos como los que
se revelaron al morir Stalin?
Frente a estas consideraciones (para citar sólo las
más salientes), cabe hacer una nueva evaluación del
comunismo marxista. Sobre todo, en el aspecto de su
aplicación indiscriminada en todas partes del mundo.
Al plantear dicha evaluación no debe perderse de vista
que ni el comunismo ni ninguna otra doctrina política
nacen, crecen y dan frutos sino en el terreno propicio
que, al brindarles su savia, les da legitimidad histórica.
SOCIALISMO REFORMISTA
Editará Bernstein.—Crítica del marxismo.—La doctrina
revisada.—La “evolución orgánica”.—El Partido Social
Demócrata en Alemania.—El fabianismo y el Partido
Laborista en Inglaterra.—Glosa.
El socialismo reformista, también llamado socialismo
evolutivo, socialismo revisionista, revisionismo o demo­
cracia social, tiene como padre a Eduard Bernstein,
pensador y político judío alemán nacido en 1850. Aun
en las épocas más agitadas de su vida pública, se aferró
con notable tenacidad al empleo en un banco que su
padre le había conseguido cuando muy joven; el detalle
es revelador respecto a la psicología del personaje, y
parece concordar con el espíritu de su doctrina.
Bernstein no fue un gran caudillo. Se le recuerda
más bien como a ideólogo dotado de una gran capacidad
analítica, y hombre de inquebrantable honradez inte­
lectual, dispuesto siempre a sacrificar conveniencias
políticas en aras de sus convicciones.
Nació el socialismo reformista en aquel período
turbulento y germinal que fue la segunda mitad del
siglo xix, cuando, bajo el influjo de los problemas crea­
dos por el agigantamiento del capitalismo industrial,
empezaron a tomar cuerpo las teorías socialistas con­
temporáneas. El socialismo utópico estaba ya descar­
tado; sus soluciones resultaron ineficaces para resolver
el conflicto económico-social moderno. El Manifiesto
Comunista y El capital de Marx sacudían al mundo
occidental, esbozando en el horizonte el perfil de aquel
"fantasma que se yergue sobre Europa”, de que hablaba
el Manifiesto. Las grandes masas de trabajadores bus­
caban, aquí y allá, trincheras ideológicas y métodos de
acción política para reivindicar sus derechos. El capi­
talismo se defendía en los últimos bastiones del “libe150
SOCIALISMO REFORMISTA
151
ralismo puro”, que pronto empezarían a caer, uno
tras otro.
Los antecedentes del revisionismo son complejos;
en más de un aspecto, sus raíces se nutren de savias
antagónicas entre sí.
¿Por qué, entre otras cosas, se llama revisionismo a
esta doctrina? Porque ella constituye una profunda "‘re­
visión” del socialismo científico marxista. Y, de este
modo, el marxismo forma la base misma de su estudio.
Aun en los puntos en que Bernstein discrepa radical­
mente con Marx, la relación creada por esa misma
discrepancia es tan estrecha que no se pueden consi­
derar aisladamente ambos pensamientos. Bernstein
mantuvo una “beligerante amistad” con Engels (Marx
había muerto ya) y nunca dejó de admirarlo aun en
medio de las más duras controversias.
La teoría reformista fue formulada al calor de un
constante y apasionado debate de las ideas marxistas
predominantes en el último período de la vida de la
Primera Internacional. Y al constituirse la Segunda,
dominada por los revisionistas (véase el capítulo del
comunismo), la separación entre las dos corrientes se
hizo total y definitiva.
Por la razón anotada, el mejor método para estudiar
el socialismo reformista consiste en seguir las líneas
generales del marxismo e ir anotando las coincidencias
y desacuerdos que surgen sobre cada uno de los enun­
ciados básicos de esta teoría.
El marxismo preconiza el determinismo económico,
es decir, la teoría de que las leyes del desarrollo capi­
talista conducen, por un proceso dialéctico (de conflicto
entre tesis y antítesis), a catastróficos e inevitables re­
sultados. Y, ante la inminencia irremediable del colapso
capitalista, las clases trabajadoras deben precipitarlo por
acción directa, revolucionaria, para organizar después
la nueva sociedad sin Estado ni clases.
Bernstein empieza por negar el determinismo. Con
una frase “casi simplista” (“después de todo, los hom­
bres tienen cabeza”), implanta el concepto de que el
152
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
hombre no es una simple víctima inerme del proceso
económico y que, por el contrario, es capaz de modi­
ficar los acontecimientos y gobernar su propio destino.
Frente al fatalismo dialéctico clasista, levanta la ban­
dera de la “evolución orgánica”, gradual, movida por la
voluntad humana, en razón de ideales de ética social.
No los “castillos en el aire” de los utopistas, sino los
objetivos concretos de la justicia social en favor de
las clases desposeídas y de la sociedad en general.
Y por ello dice: “Bajo esta bandera —Kant, no
Hegel— la clase trabajadora lucha hoy por su emanci­
pación.” Pero algunos expositores1 sostienen que Bernstein sólo percibió superficialmente la complicada estruc­
tura de la ética kantiana; que su pensamiento se
asemeja, más bien, al de los utilitaristas ingleses, Bentham, Mili, etc., en sentido de considerar que aquello
que es fundamentalmente útil para la colectividad es
lo bueno y lo que debe perseguirse.
Critica el determinismo que destruye (en espera
de lo que irremediablemente ocurrirá) “la voluntad de
quienes participan en la lucha”. Para él esa voluntad
es insustituible, y sostiene que el movimiento socialis­
ta, en vez de fundar su acción en algo que de todos
modos “ha de suceder”, debe inspirarla en lo que
“conviene que suceda”.
Niega también la categoría “científica” del socia­
lismo marxista, afirmando que el socialismo usa de la
ciencia pero que no puede ser, en sí mismo, una cien­
cia. Concluye haciendo esta definición: “Llamemos
a nuestra disciplina socialismo crítico.”
Desde este punto de partida filosófico arranca la
larga cadena de disensiones.
Lo que antecede descarta, en el pensamiento bernsteniano, la posición del marxismo ortodoxo respecto al
materialismo histórico. Bernstein reconoce la impor­
tancia fundamental del factor económico en el desarro1 P. Gay, The Dilenima oí Democratic Socialism y S. Graves,
Jlistory oí Socialism.
SOCIALISMO REFORMISTA
153
lio del fenómeno histórico. Pero, tal como lo hizo el
propio Engels en sus últimos años (véase el capítulo
del marxismo), cree que hay una "‘interdependencia”
constante e indestructible entre ese factor económico y
otros de orden intelectual, moral, religioso, etc.
La lucha de clases no conduce, como cree Marx,
a una división cada vez más profunda y clara de la
sociedad en dos grupos: el de los poseedores, que se va
reduciendo en número al propio tiempo que aumenta
su riqueza, y el de los desposeídos, que se hace cons­
tantemente más grande y más miserable. Y la clase
media, que vive y actúa entre ellas, tampoco tiende a
desaparecer. Por el contrario, se agranda y su papel
adquiere cada vez mayor importancia. No se alía nece­
sariamente con el capitalismo ni tampoco se suma sin
condiciones a la clase proletaria. Su posición es incierta
y difícil de definir, porque empieza (en aquel tiempo)
a acomodarse dentro de los múltiples casilleros que
ofrecen el desarrollo y la complejidad crecientes de los
mecanismos industrial y estatal. Aquella afirmación
del Manifiesto Comunista de que “el estrato inferior de
la clase media —los pequeños comerciantes, tenderos
y comerciantes retirados, los artesanos y labriegos todos
ellos— desciende gradualmente al seno del prole­
tariado”, no es absolutamente cierta. Afirma Bernstein: “La estructura de la sociedad no se ha simplifi­
cado. Lejos de ello. Tanto en lo que se refiere a sus
ingresos como a su vitalidad económica, se ha hecho
cada vez más diferenciada y gradualizada... Conside­
rables diferencias en tipos de empleo y niveles de in­
gresos crean, en último análisis, conductas diferentes y
diferentes exigencias con relación a la vida.”
Sobre la lucha de clases, se pronuncia en estos tér­
minos: “De ninguna manera niego que se esté librando
una lucha de clases dentro de la sociedad moderna.
Pero quiero argüir contra la concepción estereotipada
de esa lucha, así como contra la afirmación de que
ella tiene que asumir caracteres cada vez más violentos.”
Con abundantes estadísticas, se esfuerza por demos-
154
doctrinas politico económicas
trar que la ‘‘creciente miseria” de las mayorías no es
tal, y que la organización de las grandes sociedades
anónimas, por acciones, ha contribuido a distribuir la
riqueza. Lo que sí se ha concentrado es el control de
la misma. De este modo rebate otro punto fundamen­
tal de la teoría marxista, negando, además, que las
crisis sean cada vez más agudas y frecuentes y que por
tanto el capitalismo esté aproximándose a su ruina total.
En cuanto al valor, admite que el trabajo constituye
una parte esencial de su substancia. Pero se inclina a
creer que, cuando el valor adquiere forma de precio
(esto es, en el mercado), hay otros factores que in­
fluyen decisivamente en su definición. “Los tipos de
utilidades (las utilidades que se ganan en el intercambio
de mercancías) tienden a nivelarse, y tienen poco que
ver con el trabajo incorporado en esas mercancías.”
Sin abandonar totalmente la noción del valor-tra­
bajo, Bernstein acepta las conclusiones de la escuela
austríaca, del “valor marginal”, especialmente en los
términos en que esas conclusiones fueron expuestas por
el economista inglés Jevons.
De aquí, el reformismo pasa al análisis de la plus­
valía, deduciendo que la legislación social y otras formas
de intervención estatal, así como la acción de los sin­
dicatos, han echado por tierra el mercado libre del
trabajo en que el empresario pagaba salarios mínimos
apenas suficientes para satisfacer las necesidades más
elementales del obrero. Y aun esas necesidades han
cambiado fundamentalmente al elevarse el nivel gene­
ral de vida.
Respecto al método político (uno de los campos
de diametral discrepancia entre el reformismo y el mar­
xismo), Bernstein empieza por negar que sea inevitable
la decadencia y crisis final del capitalismo, para con­
cluir rechazando la inevitable necesidad de la revolu­
ción. Su camino es el de la evolución gradual, por
medios democráticos, ya que, aun en ese entonces,
quedó demostrado en Alemania que el poder político
era accesible a las clases trabajadoras, por la vía parla-
SOCIALISMO
reformista
155
mentaría, siempre que dichas clases realizarán una acción
metódica y dirigida con claro conocimiento de sus
objetivos.
El proletariado tiene dos esferas de actividad: la
sindical, destinada a arrancar de la empresa privada
ventajas inmediatas para los obreros (mejores salarios,
jornada de trabajo reducida, jubilaciones, vacaciones
pagadas, etc.), y la política, cuya conducción correspon­
dería al partido socialista. Ambas pueden y deben
coordinarse circunstancialmente, como en el caso de
las huelgas políticas destinadas a ejercer presión sobre
el gobierno. Empero, “el abuso de la huelga general es
un absurdo general”. La huelga, para ser efectiva, no
sólo debe contar con el apoyo de los trabajadores que
la realizan, sino también con el de la opinión pública,
si se quiere que sus efectos sean reales y duraderos. De
otro modo, sólo conseguirá que la gran masa neutral
—la mayoría de la clase media, por ejemplo— cuyo
concurso necesitan el partido socialista y la causa pro­
letaria en momentos críticos como el de las elecciones,
se incline en favor de los sectores reaccionarios.
Todo ello puede asegurar, con el transcurso del
tiempo y desaparecido el ritmo de dramática urgencia
que creyó ver Marx en la supuesta crisis inmediata del
capitalismo, un equilibrio social fundado en “la evolu­
ción orgánica” que envuelve todos los estratos socia­
les, antes que en la destrucción de la sociedad burguesa.
Así pues, “la dictadura del proletariado fue una idea
bárbara”. Declaraba Bernstein a fines del siglo pasado:
“A pesar del gran progreso realizado por la clase traba­
jadora desde los días en que escribieron Marx y Engels,
no la considero, hoy mismo, suficientemente desarrollada
para asumir el poder político por sí sola. .. ¿Tiene
sentido aferrarse a la frase “dictadura del proletariado”,
en una época en que la democracia social se ha si­
tuado en la base misma del parlamentarismo, de la
representación popular equitativa y de la legislación
social, todo lo cual contradice la idea de la dictadura?
.. .El objetivo superior consiste en el más grande bien-
156
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
estar económico, político y moral para todos.” Y añade
un tratadista parafraseando a Bernstein: “La verdadera
democracia social sólo puede alcanzarse por medios de­
mocráticos”.
He aquí, a grandes rasgos, la crítica que del marxis­
mo hace el socialismo reformista, y sobre la cual edifica
su propia doctrina.
Este hecho de que el reformismo hubiera tenido
como punto de partida la crítica del marxismo se ha
prestado a la frecuente acusación de que tanto Bernstein
como su teoría carecieron de originalidad. Esto es sólo
relativamente cierto, ya que apenas existe una doctrina
política que no hubiese recogido en su contexto ele­
mentos de otras ideologías anteriores o contemporáneas,
en tomo a las cuales tuvo que hacer una tarea previa
de crítica y revisión. Esa fue, por ejemplo, la primera
labor que el marxismo realizó respecto al capitalismo
liberal. Pero mientras que, como producto de esa crí­
tica, el marxismo dedujo la conclusión de que el capi­
talismo tenía que ser destruido, el reformismo propugnó
solamente una profunda modificación de la teoría marxista. La diferencia entre ambos casos es, pues, más
bien de medida o grado, y estriba en que Marx juzgaba
un fenómeno ya existente en la realidad, como era el
capitalismo a mediados del siglo xix, en tanto que
Bernstein analizaba sólo la concepción teórica del mar­
xismo. Es hipotéticamente concebible que si Bernstein
hubiese vivido y actuado a mediados de este siglo, su
crítica y sus conclusiones sobre el marxismo habrían
sido aún más radicales.
La teoría reformista se resume en los siguientes
términos:
La historia es producto de una gradual “evolución
orgánica”, (no dialéctica) en la cual al voluntad y la
razón del hombre, al servicio de un ideal ético (el bien­
estar colectivo) desempeñan un papel preponderante
para la creación de las nuevas formas de convivencia
humana; y éstas, por ende, no son simple producto
del determinismo económico.
SOCIALISMO REFORMISTA
1 57
El factor económico tiene importancia primaria pe­
ro no absoluta. Hay una estrecha y constante inter­
dependencia entre ese factor y otros de orden cultu­
ral, intelectual, ético, etc., pudiendo estos últimos im­
poner modificaciones al primero.
El valor está, en gran parte, determinado por la
cantidad de trabajo cristalizado en un bien. Pero desde
el momento en que ese valor se expresa en términos
de precio pecuniario, para los fines del intercambio en
el mercado, intervienen otros elementos valorativos, de
apreciación subjetiva (v. gr.: la mayor o menor deseabilidad de un bien para cada persona diferente). Es
equivocado, por tanto, fundar toda una teoría econó­
mico-social en la noción de la plusvalía directamente
resultante del valor-trabajo.
La lucha de clases es un fenómeno real, que con­
tinúa produciéndose mientras unas clases tienen con­
centrada en sus manos la mayor parte de la riqueza
y otras, las más, permanecen en la miseria. Pero ni
es cierto que la situación de estas últimas empeore gra­
dualmente, ni tampoco es evidente que la clase media
desaparezca absorbida por los dos extremos. Está de­
mostrado que la clase media crece al compás del des­
arrollo económico y político de la sociedad contempo­
ránea y que es un conjunto heterogéneo, compuesto
de diferentes grupos cuyas necesidades, aspiraciones,
inclinaciones y simpatías políticas están condicionadas
por los diversos grados de bienestar económico de que
disfrutan y por el tipo de trabajo que realiza cada uno
de esos grupos. Esto significa que tanto la división de
clases como la lucha entre ellas se hace cada vez más
difícil de definir dentro de cuadros y ordenamientos
precisos y dogmáticos.
La riqueza no se concentra en un número de manos
cada vez menor; lo que se concentra es más bien el
control de esa riqueza. Las sociedades anónimas, por
acciones, han servido tanto para redistribuir la riqueza
como para concentrar el control.
Entre los papeles de Bernstein se encontraron cier-
158
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
tas anotaciones hechas en un sobie que paiecen resumir perfectamente los conceptos de aquel pensador en
esta materia:
“Los labriegos no se hunden; la clase media no
desaparece; las crisis no se hacen cada vez mayores;
la miseria y la servidumbre no aumentan. Hay, sí, un
aumento en la inseguridad, la dependencia, las distan­
cias sociales, el carácter social de la producción y la
superfluidad funcional de los poseedores de la propie­
dad”.
En cuanto al programa político del reformismo, su
esencia es la “evolución orgánica”, o sea el proceso
gradual y pacífico (aunque intenso y constante) me­
diante el que debe buscarse la justicia y la armonía
sociales, teniendo como objetivo inmediato mejorar la
situación de las masas trabajadoras y como meta final
el bienestar general de la colectividad entera.
Los medios a que se recurrirá para alcanzar estos
fines tienen carácter esencialmente democrático: el su­
fragio universal, el parlamento. Por otra parte, los sin­
dicatos y las cooperativas de consumo, primero, y de
producción más tarde, completan el cuadro.
En la máxima concesión que hace Bernstein a la
revolución, dice que, por supuesto, ella se justificaría
en aquellos países donde las vías democráticas hubiesen
quedado total y permanentemente cerradas.
Entre tanto, lo más que debe hacerse es utilizar
metódica y cautelosamente la huelga, como palanca para
ejercer presión política.
Pero las armas capitales son la organización y la edu­
cación de la clase trabajadora, hacia la cual debe
atraerse a todos los grupos de la clase media y aun de
la burguesía progresista que deseen abrazar la causa
de la reforma social.
Sólo para los fines de la lucha debe producirse esta
polarización en torno al proletariado que es, efectiva­
mente (sostiene Bernstein), el grupo más directa y
activamente interesado en ella. Porque, en cuanto a los
resultados finales, es decir, la suerte misma de la socie-
SOCIALISMO REFORMISTA
1 59
dad burguesa y de las diferentes clases, la tesis bernsteniana es no sólo diferente sino antagónica a la de
Marx.
Afirma Bernstein en sus Conclusiones: “Nadie alien­
ta la idea de destruir a la sociedad burguesa como sis­
tema social civilizado y ordenado. Por el contrario,
la democracia social no desea disolver esa sociedad y
hacer proletarios de todos sus miembros. Se empeña
más bien, constantemente, en levantar al obrero de
la posición social de proletario a la de ‘burgués’, y en
esta forma hacer la burguesía —o ciudadanía— uni­
versal.”
La relación del socialismo reformista con la demo­
cracia es íntima e indisoluble. En las mismas Conclu­
siones, Bernstein enuncia esta importante fórmula: “La
democracia es, al mismo tiempo, un medio y un fin.
Es un medio de lucha para el socialismo y es la forma
que el socialismo adoptará una vez que haya sido
realizado.”
El estímulo de la educación y de los móviles éticos
(no el altruismo que predicaban algunos utopistas, sino
“la obligación social”) ocupa lugar preponderante en
el programa reformista. Son condiciones indispensables
para realizar aquella acción conjunta y coordinada que,
mediante el sufragio universal, brindará a las grandes
mayorías posiciones que le permitan legislar en beneficio
colectivo. Ya en su tiempo pudo ver Bernstein que el
control político no estaba vedado a las masas, si ellas
actuaban coordinadamente.
En cuanto a la socialización de la propiedad, Berns­
tein adopta también una posición pragmática, afirman­
do que “deberá procederse a la socialización donde ésta
se justifique con criterio económico. Donde el Estado
opere menos eficientemente que la industria privada,
sería antisocialista dar preferencia al Estado sobre la
la empresa privada”.
La legilslación que limite la acumulación de utili­
dades excesivas por parte de las clases poseedoras, y
que amplíe los beneficios sociales en favor de las masas
160
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
trabajadoras (obreros o trabajadores de “cuello blan­
co”), los impuestos a la herencia, los seguros sociales
y otras medidas de esta índole se encargarán de crear
el equilibrio económico-social.
La historia del socialismo reformista puesto en prác­
tica en el campo político tiene dos raíces: la alemana
con el Partido Social Demócrata, y la inglesa con el
fabianismo. En esta genealogía, es difícil asignar la
primogenitura a una de ellas. Los movimientos se pro­
dujeron casi simultáneamente, y siendo cierto que
Bernstein, cofundador del Partido Social Demócrata
Alemán, recibió la influencia de los fabianos, con quie­
nes mantuvo estrecho contacto mientras permaneció
en Inglaterra, también es evidente que la experiencia
alemana se reflejó en el pensamiento de los reformistas
ingleses. Sin embargo, Bernstein dejó constancia, en
más de una oportunidad, de que las fórmulas de acción
política reformista propugnadas por los fabianos sólo
podrían dar resultados satisfactorios entre los ingleses,
por las condiciones especiales del temperamento de
aquel pueblo y por el grado de avance de sus institu­
ciones democráticas; y que tratar de aplicar directamente
tales fórmulas a Alemania sería erróneo e ineficaz.
El Partido Social Demócrata Alemán surgió en 1890
como resultado final del conflicto creado por las siguien­
tes fuerzas:
a) El movimiento obrero iniciado por Ferdinand
Lassalle (uno de los precursores de este género de orga­
nizaciones ), que derivó hacia una forma típica del socia­
lismo de Estado. Se dice que Lassalle habría conducido
a su célebre y poderosa Federación Alemana del Tra­
bajo por caminos de acción política más radical, pero
que “con la impaciencia que caracteriza a los intelectua­
les frente a lo irracional de ciertos fenómenos políticos”,
acabó por sentirse decepcionado respecto a las posibi­
lidades de acción independiente del obrerismo, y pensó
que lo mejor sería poner esa fuerza en manos del Estado.
En los últimos años de su vida, Lassalle trató, pues, de
establecer contactos con el “Estado paternalista” de Bis-
SOCIALISMO REFORMISTA
161
marck, con la aristocracia y la casta militar prusiana,
considerando que dichos elementos, más su federación
obrera, integraban orgánicamente la médula del Estado
alemán a cuyo culto se entregó sin reservas.
b) El paternalismo de Bismarck (principios de legis­
lación obrera, ciertas restricciones al capitalismo, etc.),
que tenía desconcertadas a las masas trabajadoras res­
pecto al verdadero cauce que debería seguir su acción
política.
c) El marxismo, que contaba en ese momento, en
Alemania, con el terreno más propicio para un experi­
mento inicial.
En último análisis, el Partido Social Demócrata Ale­
mán nació de la enconada controversia que se suscitó
entre los marxistas ortodoxos deseosos de arrastrar a
la masa obrera alemana, y los reformistas que empeza­
ron, con Bernstein a la cabeza, a hacer la crítica del
marxismo.
Como precursores, se cita a F. A. Lange, Karl Hochberg, mentor de Bernstein, y George von Vollman,
viejos socialistas alemanes que iniciaron la revisión
del marxismo en términos a los que Bernstein dio,
más tarde, concreción y unidad. Eduard David, Ludwig Frank y Kurt Eisner fueron los más brillantes y
activos colaboradores de Bernstein, y August Bebel,
Karl Kautsky y, sobre todo, Rosa Luxemburgo sus
críticos más acerbos. La vida política de Bernstein
fue una constante polémica con dichos personajes. Al
calor de esa polémica doctrinaria sobre el marxismo
y su aplicación a la realidad política alemana se templó
el flexible metal de la ideología reformista.
El Partido Social Demócrata Alemán recibió su bau­
tismo de fuego durante la primera Guerra Mundial.
Poco después de iniciada la contienda, Bernstein la defi­
nió como un paso dado por el imperialismo económico y
militarista de su propio país. Pero las grandes masas
obreras que, según los marxistas, no irían a la guerra
y reafirmarían más bien su afinidad de clase con los
otros proletarios de Europa, defraudaron estas predic-
162
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
ciones y, por encima de la consigna de clase y de par­
tido, enarbolaron sus respectivas banderas nacionales.
Al concluir la guerra, el Partido Social Demócrata
tomó el poder e instauró la llamada República de
Weimar con una constitución de tipo democrático-so­
cialista. A pesar de que se debe a dicho régimen el
extraordinario resurgimiento posbélico de Alemania, el
problema de ese país era, en ese momento, demasiado
agudo y dramático para que bastasen las soluciones mo­
deradas y “gradualistas” del reformismo. Ante el avan­
ce incontenible del nazismo, que encarnaba la tormen­
tosa pasión fermentada en el espíritu del pueblo ale­
mán, la República de Weimar pronto llegó a su fin
(véase el capítulo del nazismo). Bernstein murió poco
antes de la ascensión de Hitler al poder, y el Partido
Socialista Alemán de nuestros días es el heredero de
sus doctrinas. Tiene 600,000 adherentes inscritos, y
en las elecciones de 1953 obtuvo ocho millones de
votos, con el apoyo (que tiene carácter casi perma­
nente) de los seis millones de obreros de la Federa­
ción Sindical.
En Inglaterra, la Sociedad Fabiana fue organizada
en 1884, con el concurso de altos valores intelectuales
como Bernard Shaw (entonces activamente dedicado
a los estudios económicos), Sidney y Beatrice Webb,
ideólogos políticos del grupo, el novelista H. G. Wells
y otros personajes igualmente destacados que iniciaban
6u vida pública.
El fabianismo ha sido descrito como la forma típica
de adaptación del socialismo al temperamento mode­
rado, al extraordinario sentido común y a la sólida tra­
dición democrática de los ingleses. Constituye el vértice
ideológico donde se unen el socialismo, el liberalismo y
la democracia. Sidney Webb dijo en una frase lúcida­
mente sintética que “el aspecto económico del ideal
democrático es, en realidad, el socialismo”. Y Sidney
Olivier añadió que “el socialismo es solamente el indivi­
dualismo racionalizado”.
La Sociedad Fabiana (llamada así por el general
SOCIALISMO REFORMISTA
163
romano Quintus Fabius Maximus que derrotó a Aníbal
gracias a su táctica de contención gradual) sintetizó
sus principios en una declaración de la que extractamos
los párrafos más importantes:
“La Sociedad Fabiana está formada por socialistas.
Por consiguiente, aspira a la reorganización de la so­
ciedad mediante la emancipación de la tierra y el capital
industrial de la propiedad individual y de clase para
entregarlos a la comunidad en beneficio general. . .
Consiguientemente, la Sociedad labora por la extensión
de la propiedad privada de la tierra. . . Labora, además,
por la transferencia a la comunidad de aquel capital
industrial que pueda ser convenientemente manejado
por la sociedad. .. Si se llevan a la práctica estas me­
didas. .. la renta y los intereses [de la tierra y del ca­
pital] se añadirán a la remuneración del trabajo, la clase
ociosa inevitablemente desaparecerá y una igualdad
práctica de oportunidades será mantenida por la acción
espontánea de las fuerzas económicas, con mucha me­
nos interferencia respecto a la libertad individual que
la que entraña el presente sistema.. . La Sociedad...
se propone alcanzar estos fines mediante la disemina­
ción general de los conocimientos pertinentes a la
relación entre el individuo y la sociedad en sus aspectos
económico, ético y político/’
Nunca la Sociedad Fabiana llegó a ser un partido
político. Sus componentes se dedicaron a realizar, más
bien, una obra de vasto y profundo estudio económico,
y a difundir, en libros, conferencias, obras teatrales,
etc., las ideas del socialismo reformista o democracia
social.
La semilla del fabianismo dio un fruto cuya madu­
rez se planifica en estos tiempos: el Partido Laborista
Británico. Al reorganizarse y tomar su forma actual,
en 1918, adoptó los principios socialistas enunciados
por Sidney Webb en su obra El trabajo y el nuevo
orden social, en sentido de adoptar “mínimos objetivos
nacionales —de reposo, de salud, de educación y de
subsistencia— por debajo de los cuales sería contrario
1 64
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
al interés público que cayera una gran parte de la
población”.
Comenta un expositor: “En 1942, el comité ejecu­
tivo del Partido reafirmó su creencia de que una socie­
dad planificada puede ser "una sociedad mucho más
libre" que otra basada en la competencia, porque aquélla
puede ofrecer a los que trabajan en su seno una opor­
tunidad continua para expresar su capacidad, por una
parte, y por otra para participar íntegramente en la
formulación de las reglas bajo cuyo imperio trabajan"".
La historia del Partido Laborista Británico es su­
mamente importante porque constituye un ejemplo
de aplicación práctica de la doctrina evolucionista. Al
asumir este partido el gobierno de Gran Bretaña, me­
diante las elecciones generales del año 1945, probó que
las clases trabajadoras pueden alcanzar el poder por
medios democráticos, sin necesidad de recurrir a la
acción violenta.
El gobierno laborista, encabezado por el primer
ministro Attlee, procedió, conforme a su programa, a la
nacionalización del Banco de Inglaterra, las industrias
del hierro, el acero y el carbón, ferrocarriles y otros
transportes de larga distancia, aviación, cables y radio,
electricidad y gas, energía atómica y compra de algodón
en rama. Estableció, además, un sistema de seguros
“desde la cuna hasta la tumba” y socializó la medicina.
Los resultados prácticos alcanzados no fueron satis­
factorios en todos los renglones. Esta fue, entre otras
muy complejas, la razón de que el Partido Laborista
fuera derrotado en las últimas elecciones generales, pero
los conservadores (tories) no pudieron dar marcha atrás
en todos los aspectos del plan de nacionalizaciones adop­
tado por sus predecesores. Se limitaron a restituir la
industria del acero y parte de los transportes a larga
distancia a la empresa privada; descentralizaron (sin
que el Estado abandonase su propiedad) los ferrocarri­
les y dieron mayor flexibilidad a la medicina socializada.
En otros términos, no hubo “restauración"" sino rectifi­
cación de procedimientos.
SOCIALISMO REFORMISTA
165
Tanto la derrota del laborismo como las rectifica­
ciones anotadas se han interpretado, con ligereza, como
“pruebas del fracaso del experimento socialista”. Mal
pueden ser ocho años tiempo suficiente para “probar”
definitivamente la bondad o ineficacia de un experi­
mento que entraña transformación tan radical como la
que produjo el laborismo.
Posiblemente las penurias, privaciones e incertidum­
bres que inevitablemente trajo consigo el fenómeno de
transición movieron al pueblo inglés a reaccionar mo­
mentáneamente contra los innovadores. Se aplica aquí,
como en todos los casos semejantes, la ley del péndulo.
Además, a tiempo de cumplirse la primera etapa del
experimento socialista, Gran Bretaña atravesaba un pe­
ríodo que, con razón, se ha considerado como el más
difícil de su historia. Después de la segunda Guerra
Mundial, y mientras se liquidaba el Imperio, tuvo que
sobrellevar los efectos de la destrucción producida por
la guerra y debió reajustar su posición general en
el mundo (de señora de los mares y poseedora del im­
perio más grande de la historia, a potencia de segunda
clase). Hubo verdadera miseria, y el racionamiento de
artículos de primera necesidad casi tocó los límites
del hambre. Cualquier gobierno, liberal o conservador,
habría fracasado en aquel momento. Y es obvio que
la posibilidad de fracaso tenía que ser aun mayor para
el régimen que, en tales circunstancias, puso en marcha
la enorme evolución socialista.
Por todo ello, el experimento sociali /t de Gran Bre­
taña no puede, ni mucho menos, considerarse con­
cluido.
En publicaciones aparecidas desde 1952 (A Ncw
Statement of Principies) hasta principios de 1956 (Toward Equality, Twentieth Century Socialism) y otras
el Partido Laborista Británico ha venido reafirmando
aquel concepto fundamental del socialismo reformista:
el repudio del dogmatismo político y la necesidad de
flexibilizar la doctrina para adaptarla al dinamismo del
fenómeno económico-social.
166
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
Al proceder en esta forma, el laborismo británico
encara y acepta dos realidades: que el capitalismo como
lo definió Adam Smith ha sufrido una evolución radi­
cal —en verdad casi nunca estuvo vigente en su pura
forma teórica— y que los objetivos que el Socialismo
se había señalado en Gran Bretaña quedaron en gran
parte logrados al ponerse en práctica las reformas del
gobierno laborista, reformas que dieron a ese régimen
el título de Welfare State (Estado paternal, benefactor
o del bienestar).
El socialismo del siglo xx tiene, pues, que tomar
una nueva posición de lucha frente al nuevo capitalismo
—dicen los laboristas— y buscar nuevas metas más allá
de lo que ya se ha conseguido mediante la socializa­
ción de grandes fuentes de producción, mediante el esta­
blecimiento del seguro social y de salud, y gracias a la
organización sindical y a la legislación que protege
al trabajador. La clave de su nueva posición la encuen­
tran los laboristas en que “la igualdad cuantitativa” que
buscaba el socialismo (más salarios, menos horas de
trabajo, etc.) debe dar paso ahora a una “igualdad
cualitativa”.
Empiezan por definir la igualdad diciendo que
“igualdad no significa uniformidad” y que “ser igual
no es ser lo mismo”. Que la naturaleza establece entre
los hombres una serie de desigualdades que es inevita­
ble reconocer, pero que esas desigualdades no deben
significar que “el fuerte pueda poner impunemente al
débil contra k pared, ni que el inescrupuloso pueda
llenarse los bolsillos a expensas del inocente”. Que,
en este aspecto, no basta pues con establecer la “igual­
dad de oportunidades”, que significa que todos puedan
“comenzar la carrera al mismo tiempo”, ya que hay
unos más ágiles que otros, más vigorosos y aptos que
los demás, lo que permitiría que unos acaparasen ven­
tajas y privilegios, a costa de los otros. “También el
corredor cojo debe tener su oportunidad. Lo que quiere
el socialismo es, pues, igualdad de oportunidades, pero
una igualdad que cubra la vida entera del individuo.”
SOCIALISMO REFORMISTA
167
Por supuesto, eso no implica que todos deben llegar a
la misma meta ni recoger los mismos beneficios. Puesto
que las aptitudes y, por ende, las oportunidades son di­
ferentes, las compensaciones tienen también que ser
diferentes. “Lo que el socialismo quiere es evitar
extremas diferencias de ingresos económicos —los ex­
tremadamente pobres y los extremadamente ricos— que
dividen a la sociedad en clases incapaces de entremez­
clarse en iguales términos.’"
¿Cómo puede conseguirse esta regulación equitati­
va, igualitaria? “Sólo mediante la deliberada y continua
intervención del Estado.” Pero (y hay que ver aquí
un resultado de la experiencia práctica del laborismo en
el gobierno), no una intervención indiscriminada. “La
clave del realismo socialista ha sido siempre el énfasis
que ha puesto en la necesidad de una transformación
del sistema económico. Esto debe mantenerse. Lo que
tiene que rechazarse es la idea de realizar esa transfor­
mación mediante la propiedad pública (socialización)
total; eso conduce únicamente al totalitarismo. La
primera parte del realismo de hoy es reconocer ese hecho
y aceptar sus consecuencias. Una economía socialista
es una economía mixta, parte privada y parte pública,
y mixta en todos sus aspectos. Comprende la inver­
sión pública (estatal) así como la privada; la propiedad
privada como la pública; la empresa pública así como
la privada... Se requiere la intervención del Estado no
para privar a la gente de su derecho a adoptar decisiones
y aceptar responsabilidades, sino para alterar la distri­
bución de poder de modo que se mantenga el equilibrio
y ningún interés privado sea privilegiado. .. Donde el
realismo falla hoy es en pensar respecto al interés pú­
blico casi exclusivamente en términos de industrias na­
cionalizadas. Este es un error que deriva de los días
en que todo el poder económico estaba indentificado
con la propiedad de los instrumentos de producción.
Pero el poder económico —lo sabemos ahora— puede
adoptar muchas formas que están bajo el control directo
del Estado.”
168
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
Al analizar las relaciones del capital y el trabajo
en función de la producción y el consumo, los laboristas
hacen la interesante observación de que, en la lucha
del poder capitalista con el nuevo coloso, el poder
sindical, la víctima resulta el consumidor, porque al
subir los salarios suben los precios. “Es, pues, necesario
dar protección socialista e igualitaria al consumidor
como tal.”
En estos y parecidos términos, el laborismo britá­
nico redefine su posición, dando ejemplo de una flexi­
bilidad opuesta a la ortodoxia doctrinaria que —como
la esclerosis en el organismo humano— señala el prin­
cipio del fin para las corrientes políticas cuyos adeptos
olvidan que no hay postulados ni programas de valor
permanente.
Acaba de aparecer (septiembre de 1956) el primer
tomo de otra obra cuyo autor es el prominente labo­
rista John Strachey. Se llama Contemporary Capita­
lism, y las primeras referencias críticas anuncian que
se trata de un lúcido análisis del capitalismo en que “la
competencia del siglo xix ha quedado substituida por
la actitud vigilante de gigantes económicos temerosos
de —con un falso movimiento— promover una lucha
a muerte”. “El control de la riqueza ha quedado se­
parado de la propiedad de la misma”, y como conse­
cuencia de ello, la concentración, tal como la predijo
Marx, no ha ocurrido. Del análisis del fenómeno eco­
nómico-social interno, Strachey pasa a considerar el
problema de la “igualdad” internacional y en ese te­
rreno, como en el otro, cree posible la aplicación de
avanzadas formas de “socialismo democrático”. La crí­
tica autorizada e imparcial califica a este libro como
“una de las más valiosas contribuciones al pensamiento
económico contemporáneo”.
El Partido Laborista Británico tiene actualmente
seis millones de afiliados.
Otro plan de socialismo reformista, muy satisfacto­
rio, es el puesto en práctica en Suecia, donde tampoco
(igual que en Inglaterra) se ha alterado por ello la
SOCIALISMO REFORMISTA
169
estructura monárquico-parlamentaria del Estado. Res­
pecto a este movimiento, dice el profesor Schumpeter:2 “Siendo lo que los suecos son como pueblo, y
siendo su estructura social lo que es, no será difícil
comprender las dos características principales de su so­
cialismo. El Partido Socialista, casi siempre competente
y serenamente dirigido, creció lentamente en respues­
ta a un proceso social muy normal, sin hacer ninguna
tentativa para adelantarse al desarrollo normal de los
acontecimientos ni crear antagonismos por el gusto de
crearlos. De aquí que su ascensión al poder político
no haya ocasionado convulsiones.”
Otra vez, como en el caso de Inglaterra, el reformismo parece haber encontrado en Suecia las condiciones
favorables de una psicología colectiva adecuada y una
educación política avanzada, para realizar sin tropiezos
la tarea cuyas características esenciales son el pacifismo
y el gradualismo.
Socialismos reformistas del tipo británico, aunque
conducidos con menos acierto, están vigentes en Aus­
tralia y Nueva Zelandia. La medida desproporcionada
en que se permitió desarrollarse al intervencionismo
estatal y el control desmedido y negativo de los sindi­
catos obreros sobre las industrias produjo resultados
depresivos para la economía de ambos países.
Los partidos reformistas francés e italiano ocupan
ahora una posición intermedia entre los comunistas y
los grupos democrático-liberales, aliándose con éstos
o aquéllos de acuerdo con su punto de vista específico
sobre cada uno de los casos sometidos a votación par­
lamentaria. (Sobre el caso de Italia, véase el capítulo
del comunismo.)
El Uruguay ofrece un interesante ejemplo de demo­
cracia social en pleno funcionamiento. De los dos ele­
mentos componentes de la fórmula —democracia y
socialismo— es el primero el que predomina, no ha­
biéndose llevado la ejecución del programa socialista
hasta un punto en el que discuerde con la estructura
2 J. Schumpeter, op. cit
1 70
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
socio-económica de la República Oriental del Uruguay.
Se agitaron banderas de socialismo reformista en
casi todo el resto de la América Latina. La falta de
planes adecuados para adaptar la doctrina a los proble­
mas de las diferentes naciones, así como la demagogia
con que inescrupulosos caudillos explotaron la buena fe
de las masas trabajadoras, desacreditaron profundamente
al reformismo, abriendo paso a las dictaduras militares
ultranacionalistas. Así y todo, es evidente que mucho
del gran progreso alcanzado en esta parte del mundo,
en materia de legislación social, se debe a un proceso de
reforma socialista del tipo bemsteniano.
Se acusa a Bernstein de haber formulado una teoría
política deslucida y fría, cuya propia moderación y me­
sura le quitaba atractivo ante los ojos de las masas
trabajadoras que prefirieron alistarse bajo banderas de
más vivos colores.
Eso es cierto, y entraña una curiosa paradoja: hasta
aquel momento, el marxismo había reclamado para sí,
sin discusión, la posición de campeón del cientificismo
político. El socialismo marxista era el único ^científi­
co", frente a los “idealismos” de los utopistas, e hizo
de esa cualidad un dogma político. En torno al dogma
se creó el mito de la infalibilidad y en tomo a la infa­
libilidad nada menos que una mística marxista. Y de
este modo el marxismo materialista y científico resultó
creciendo e invadiendo el orbe impulsado por la fuerza
de una mística, con fanatismo, con mártires y hasta
con imágenes.
Pues bien, vino Bernstein y atacó la base misma de
la mística, porque su obra fue, más que otra cosa, un
esfuerzo desesperado para traer al plano del análisis
racional los postulados absolutos del dogma marxista.
Puede decirse, pues, forzando un tanto la comparación,
que el reformismo bemsteniano es como un frío marxis­
mo racionalista, sin mística.
He aquí una de sus debilidades. Parece como si las
grandes masas populares requiriesen, indispensablemen­
te, ingredientes de fe irracional en las fuentes donde
SOCIALISMO REFORMISTA
171
sacian su sed de fuerza política. Por eso (en un mo­
mento de especial predisposición, hay que admitirlo), el
plan sereno, mesurado y previsor de Bernstein quedó
arrasado, como dibujo en la arena, por el furioso oleaje
de la pleamar nazi.
Por eso también, sintomáticamente, el reformismo
surge y triunfa en países de avanzada educación demo­
crática y de espíritu reflexivo que han hecho de la
cordura una norma de vida y un substituto permanente
para la pasión exacerbada.
Sólo podrá superarse esta limitación del reformismo
con el transcurso del tiempo, mediante el desarrollo
de la educación política entre las grandes masas.
La ideología bernsteniana, en sí misma, parece ofre­
cer una solución perfecta para conciliar los antagonismos
que hoy estallan entre el liberalismo individualista y el
comunismo.
Tan evidente es ello que los países que ni pudieron
mantenerse dentro del marco cerrado del liberalismo
puro ni quisieron tomar el camino del extremismo co­
munista, tuvieron que llegar, aun sin quererlo ni admi­
tirlo expresamente, a poner en práctica más de uno de
los principios de los métodos del reformismo. Aunque
parezca una paradoja tratándose del país liberal capi­
talista por excelencia, ¿no es ese el caso de los Estados
Unidos cuando levanta el nivel de vida de su proletaria­
do hasta casi convertirlo en una “burguesía”, cuando
avanza progresivamente su legislación social, cuando re­
gula el desarrollo de su empresa privada, cuando crea
actividades estatales que compiten con la empresa pri­
vada, en beneficio público, y cuando da paso a la acción
de una fuerza sindical con cerca de 20 millones de
afiliados?
Recordando que Bernstein consideraba a su socia­
lismo indisolublemente unido con la democracia, es jus­
to imaginar que, si despertase, le complacería ver cómo
las únicas democracias que hoy actúan, revitalizadas,
son las que sirven de vehículo y agente ejecutor para
el género de reformas a las que él dio nombre y sistema.
ANARQUISMO
Consideraciones generales.—Antecedentes históricos.—
Conceptos fundamentales.—Glosa.
El término “anarquía” deriva de la partícula privativa
griega a (sin, desprovisto de) y del vocablo también
griego arkos (gobierno). De donde se tiene que anar­
quía significa falta de gobierno o negación del gobierno.
Y el anarquismo es la doctrina política que sostiene la
conveniencia de prescindir del gobierno.
Fue inevitable que surgieran dos sentimientos en el
espíritu del hombre, desde que abrió los ojos a la noción
de la autoridad: primero, el deseo de ejercerla, para
disfrutar los privilegios que ella entraña; y, segundo, la
resistencia más o menos consciente, más o menos activa,
a esa autoridad cuando la ejercen los demás, tanto por
simple envidia cuanto porque la autoridad tiende a
restringir la libertad individual en servicio de las con­
veniencias de una persona, de un grupo o del conjunto
social. Sólo en las colectividades avanzadas, donde el
gobierno —que es la autoridad organizada— se ejerce
con claros y definidos objetivos de interés común, el
individuo renuncia de buen grado a una parte de sus
prerrogativas; lo hace a cambio de los beneficios que
percibe como efecto de la limitación simultáneamente
impuesta a otras libertades individuales cuyos desmanes
podrían ser perjudiciales para la suya propia.
De esta limitación correlativa surge la armonía so­
cial. Si el gobierno es capaz, en la práctica, de crear
esa armonía, o si más bien contribuye a destruirla, es el
tema de debate que surge en torno a la teoría del anar­
quismo. El anarquismo sostiene la segunda de estas
proposiciones.
Zenón de Zitio, padre de la escuela filosófica estoi­
ca griega, es un precursor del anarquismo, entre los años
324 y 267 a. c. por haber sostenido que la existencia
172
ANARQUISMO
173
del gobierno y su ingerencia en la vida privada y colec­
tiva determina los males que afligen a la sociedad. Ante
Dios y la naturaleza, decía Zenón, el hombre tiene el
derecho inalienable de regir y determinar su propia con­
ducta, mientras que el gobierno sólo sirve para alterar
la relación normal entre los individuos.
A fines del siglo xvm se actualizó y sistematizó este
concepto, cuando William Godwin, nacido en Ingla­
terra en 1756, sin hablar propiamente de anarquismo,
sostuvo que el hombre posee la capacidad de transfor­
mar por sí mismo sus experiencias sensoriales en una
acción inteligente y moral, lo que hace innecesaria la
coacción autoritaria. Añadía que si se daba al hombre
suficiente libertad para escoger su camino se inclinaría
espontáneamente hacia los impulsos de sociabilidad y de
cooperación recíproca, en busca de finalidades de bene­
ficio colectivo. Pero que la aparición del gobierno den­
tro de este cuadro armonioso determinaría un cambio
fundamental en el orden de las relaciones humanas. “El
poder ejerce, por su propia naturaleza, una influencia
perniciosa.”
Los gobernantes tienden, inevitablemente, a abusar
del poder para su beneficio egoísta. Esto acaba por
determinar la formación de grupos y clases que, al am­
paro del gobierno, y por medio de él, explotan a los de­
más, creando un completo sistema de privilegios excluyentes. Los gobernados, por su parte, se ven obligados
a defenderse. Y, mientras los gobernantes apelan a la
fuerza y al fraude (justificado por las leyes que ellos
mismos dictan) para mantener su situación de preemi­
nencia, los otros recurren también a cualquier expe­
diente (la violencia, el engaño, el servilismo) para
defenderse del ataque continuo y sistemático de que son
objeto. Si se produce un cambio de posiciones, los úl­
timos harán lo mismo que hicieron los primeros, y así
sucesivamente. Por consiguiente, es preciso eliminar
la fuente de estos males reemplazando al Estado, cuya
expresión autoritaria es el gobierno, por pequeñas co­
munidades en las que quede suprimida toda forma de
174
DOCTRINAS POLITICO ECONÓMICAS
coacción y los intereses colectivos sean resueltos por
acuerdo voluntario. También la propiedad privada de­
bería ser eliminada.
Pierre-Joseph Proudhon (Francia, 1809) dio mayor
consistencia a estas teorías a principios del siglo xix,
frente a los problemas planteados por la Revolución In­
dustrial, y es autor de dos frases célebres: ‘"El gobierno
es la maldición de Dios” y “La propiedad es un robo.”
Fue también uno de los primeros en proponer la subs­
titución del mecanismo capitalista de producción, dis­
tribución, consumo y crédito, por las cooperativas, y
pensó asimismo en utilizar bonos de trabajo en lugar
de dinero para impedir el enriquecimiento injustificado
y el atesoramiento.
Tanto Godwin como Proudhon eran partidarios de
un anarquismo ajeno a la violencia, considerando que la
resistencia pasiva individual bastaría para derrocar al sis­
tema estatal capitalista. El segundo se opuso al marxis­
mo porque consideraba que la clase trabajadora ■—si
bien digna de protección y apoyo para la reivindicación
de sus derechos— sería, en función de clase, tan mala
como las otras si llegaba a la posesión del poder.
La necesidad de un eficaz programa de acción, así
como la creciente conciencia de clase del proletariado
conforme se desarrollaba el industrialismo, dieron origen
al “anarquismo comunista”, que previamente se llamó
“comunismo libertario”, nombre con el que todavía
actuó en España, por ejemplo, en el siglo xx.
El anarquismo comunista traslada la teoría anarquis­
ta desde el plano “utópico” en que la situaron sus
precursores al terreno de la acción política directa,
haciendo énfasis en la inexorabilidad de sus métodos
de destrucción del sistema estatal capitalista.
Miguel Bakunin, nacido en Rusia en 1812, fue el
primero en dar forma a la nueva doctrina en los años
iniciales de la Primera Internacional (véase el capítulo
del comunismo), durante los cuales compartió con
Marx las vicisitudes de la lucha social, apartándose
luego de él tanto por discrepancias respecto a la fun­
ANARQUISMO
175
ción del Estado en el esquema del futuro como porque
consideraba que los planes revolucionarios de aquél no
eran suficientemente radicales; no lo eran, ciertamente,
en la medida en que Bakunin formulaba los suyos en el
libro titulado Catecismo del revolucionario y otras obras:
“Quiero no sólo la propiedad colectiva de la tierra sino
la liquidación social universal. Pido la destrucción de
todos los Estados, lo que supone una reorganización
completa.” “El revolucionario debe estar dispuesto a
morir y a matar. No deben detenerlo los afectos per­
sonales”, etc.
Sentando como premisa el hecho de que la clase
poseedora monopoliza el ejercicio de la autoridad a ex­
pensas de los desposeídos, Bakunin llegaba a la con­
clusión de que no sería posible restablecer el equilibrio
y la justicia en las relaciones humanas sin antes haber
desalojado del gobierno a los poseedores. Y que, como
éstos disponían de la fuerza para defenderse, sólo por
la fuerza se lograría desprender de sus manos los ins­
trumentos de la opresión económica y política, po­
niendo en juego para ello el único recurso decisivo: la
violencia organizada e inexorable.
Pedro Kropotkin, príncipe ruso (1842) que empezó
adquiriendo renombre como científico dedicado a la
geología, la geografía y la sociología, dio su forma orgá­
nica más completa a la doctrina anarquista, introdu­
ciendo en ella importantes elementos de análisis y
planeamiento económico fundado en la acción de las
cooperativas. Fue también él quien hizo la fusión defi­
nitiva de la teoría anarquista con el método revolucio­
nario comunista. Alcanzó a ver personalmente los
primeros pasos del experimento soviético, pues murió
en Rusia en 1921, después de haber pasado los últimos
decenios de su vida en el exilio.
De aquí en adelante el anarquismo, dividido en sus
ramas representativas —individualista y comunista—
surge esporádicamente en diversas partes del mundo.
El primero fue preconizado en Alemania por Max
Stirner (verdadero nombre, Kaspar Schmith, 1845).
176
DOCTRINAS POLITICO ECONÓMICAS
Se llamó a su ideario “anarquismo egoísta”, por el hin­
capié que hizo en la independencia del individuo,
anticipándose, en algunos de sus pensamientos más
avanzados, a Nietzsche.
Henry Thoreau (1817) predicó en los Estados Uni­
dos las excelencias. de “la sencilla vida del campesino”,
para liquidar la sociedad industrial y estatal atrinche­
rada y corrompida en los reductos de la vida urbana,
incitando a una campaña de resistencia pasiva contra
el pago de impuestos y de desobediencia a las leyes
opresivas.
Enrique Mala testa (1853) agitó la bandera anar­
quista en Italia, y el conde León Tolstoi (1828) fue el
apóstol ruso del retorno a la naturaleza y las formas
de vida simple y patriarcal.
El anarquismo revolucionario estuvo representado
en una modalidad típicamente terrorista por el “nihi­
lismo” ruso, y asumió una de sus formas políticas más
vigorosas en el llamado anarcosindicalismo o incorpo­
ración de la ideología anarquista al movimiento obrero
organizado. Esta corriente tuvo gran arraigo en España,
y no es aventurado afirmar que, como en el caso del
nazismo en Alemania o el fascismo en Italia, influyó
decisivamente el temperamento del pueblo para que el
anarquismo hiciera carne allí. En efecto, nada mejor
podría ofrecerse al individualismo altivo e intransigente
de los españoles, que la perspectiva de vivir a su albe­
drío, sin sujeción a forma alguna de imposición auto­
ritaria.
El anarco-sindicalismo fue uno de los elementos de­
cisivos para derrocar a la monarquía borbónica y alcanzó
un alto grado de preminencia al constituirse la Repú­
blica. La acción desarrollada en el seno de ésta con­
tribuyó indirectamente a preparar su caída. Por vía
anecdótica, es interesante recordar que la campaña
terrorista del anarquismo en España se inició por in­
termedio de la célebre asociación secreta “La mano
negra”,
Se hicieron, en diversas partes del mundo, y par-
ANARQUISMO
177
ticularmente en los EE. UU., experimentos anarquistas
del tipo “utópico”, organizados por comunidades em­
peñadas en hacer de sus teorías una realidad. Todos
ellos fracasaron —según los anarquistas materialistas—
porque dichas comunidades eran como islas perdidas en
medio del océano hostil de la sociedad estatal.
Por lo demás, el anarquismo revolucionario sólo
existe hoy en pequeñas organizaciones clandestinas, dis­
persas por todo el orbe, y decididas a mantener latente
el espejismo de sus aspiraciones en medio del fragor
de la lucha actual entre tendencias políticas de alcance
más inmediato. Creen que de esa lucha puede quedar
como saldo un mundo donde el anarquismo se con­
vierta en una realidad al destruirse materialmente todo
vestigio de Estado. La guerra termonuclear se conver­
tiría así en un aliado de última instancia que Bakunin
y Kropotkin no pudieron haber imaginado.
La noción fundamental del anarquismo consiste en
que el gobierno, y el Estado, por ende, son la fuente
de los males que afectan a la sociedad, al crear en los
gobernantes el apetito de poder y el abuso consiguiente,
y en los gobernados el deseo de burlar y combatir, por
todos los medios, a los gobernantes.
A esto se añade, en el anarquismo comunista expues­
to por Bakunin y Kropotkin, la adopción explícita del
concepto marxista de la lucha de clases y la negación del
derecho de propiedad privada que se considera el ori­
gen del conflicto de clases. Hasta aquí, la coincidencia
doctrinal entre el anarquismo y el comunismo. En el
terreno político, el primero toma también del segundo
el método revolucionario como único recurso para des­
truir al Estado. Pero de ahí en adelante, una de las
más claras y mejores formas de definir las líneas carac­
terísticas del anarquismo comunista, es, precisamente,
señalar sus diferencias con el marxismo. Esas diferen­
cias fundamentales’son las siguientes:
a) El marxismo comunista sostiene que, hasta el
momento de realizarse la transformación total de la
sociedad capitalista en una sociedad sin clases, la acción
178
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
política del proletariado debe ser ejercida por interme­
dio del Estado, ya sea infiltrándose transitoriamente en
los regímenes democráticos (acción de los frentes po­
pulares, por ejemplo), o bien, consumado el derroca­
miento del gobierno demo-buigués, mediante la dicta­
dura del proletariado. El anarquismo, en cambio,
rechaza de plano toda posibilidad de complicarse con
el Estado, ni aun como instrumento temporal para al­
canzar sus propios fines. La acción directa del anar­
quismo debe encaminarse a aniquilarlo empleando
cualquier arma, sin discriminación: huelga, “boycot”
y terrorismo, si es preciso (“Lo que es bueno para la
revolución, es moral”).1
b) El marxismo tiene como enemigo principal al
capitalismo y considera que el Estado no es sino un
inevitable subproducto de aquél, o sea que las clases
poseedoras crean y detentan el poder encarnado en el
Estado para defender sus privilegios económicos. El
anarquismo, a la inversa, ve en el capitalismo un pro­
ducto de la acción del Estado; los que poseen y contro­
lan el poder político desde el gobierno, tienen, por esa
razón, los medios necesarios para apoderarse de la ri­
queza y concentrarla en sus manos, con desmedro de
una distribución justiciera.
c) Ambas doctrinas admiten la necesidad final de
eliminar al Estado, pero el anarquismo prefiere hacer
esa eliminación en forma directa e inmediata, sin acep­
tar en ningún momento la conveniencia de crear pe­
ríodos intermedios; el marxismo juzga indispensable la
etapa transitoria del totalitarismo estatal llamado dicta­
dura del proletariado. No puede haber nada más dia­
metralmente opuesto a la doctrina anarquista que la
idea de una “dictadura” o sea, por definición, el ejer­
cicio del poder político absoluto.
Dicen los más modernos expositores del anarquismo
que, si bien preconizan la acción directa, no justifican el
terrorismo “ilimitado e indiscriminado” con que se
1 Bakunin, Catecismo del revolucionario.
ANARQUISMO
179
identifica a los anarquistas desde los tiempos de Ba­
kunin. “Esos sólo son recursos extremos —concluyen—
a los que se apela después de haber agotado los otros,
tales como la huelga, el boycot y el sabotaje pasivo”.
Los anarquistas, y especialmente Kropotkin, formu­
lan el plan de la futura sociedad anarquista como un
conjunto de pequeñas comunidades cooperativas —en
algo semejantes a las corporaciones de la Edad Media—
dedicadas a los diferentes órdenes de la actividad pro­
ductiva, ya no con fines de lucro sino de simple autoabastecimiento e intercambio directo (trueque). Des­
aparecido el Estado, los problemas de la colectividad se
resuelven de común acuerdo. Ese acuerdo será posible
y fácil cuando se hayan eliminado los intereses egoístas
engendrados por el Estado mismo. Y, para la solución
de otras controversias más difíciles, que en el Estado
atañen al sistema judicial se apelará al procedimiento
del arbitraje, en virtud del cual las partes interesadas
nombran a sus representantes y éstos a un tercero dirimidor encargado de emitir el fallo definitivo, cuando
los representantes no pueden ponerse de acuerdo para
resolver la disputa.
Como el anarquismo presupone que la índole del
hombre habrá cambiado ya totalmente dentro de la
sociedad anarquista, no necesita plantearse la inquie­
tante pregunta de qué hacer si una de las partes inte­
resadas se negase a aceptar el fallo arbitral.
El esquema de la sociedad anarquista no va más
allá en el terreno de los planteamientos concretos, no
tanto —dicen los expositores— porque sea imposible
ese planteamiento, como porque, desaparecido el Es­
tado, y librado el hombre a sus impulsos naturales, las
soluciones surgirán también natural y espontáneamente.
Las corrientes anarquistas se polarizan en dos ex­
tremos ideológicos: el individualista y el colectivista.
El primero, que aboga por la libertad individual
por encima de toda atadura y limitación autoritaria,
es considerado como una forma exacerbada y “utópica”
de liberalismo, ya que también este último desecha al
1 80
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
Estado, reduciendo sus funciones al mínimo indispen­
sable. Los liberales puros deberían examinar las pro­
posiciones del anarquismo para ver su propia imagen
como a través de una lente de aumento.
El anarquismo colectivista se aparta de la simple
proposición teórica de la “libertad individual” absolu­
ta, para reconocer la necesidad práctica pero limitada
de la coexistencia social. Por eso propugna las agru­
paciones de tipo cooperativo destinadas a organizar la
producción de los artículos indispensables para el sos­
tenimiento de la comunidad. Y admite también la ne­
cesaria interdependencia de esas unidades productivas,
cuando avanza hasta el punto de proponer que los
grupos podrían constituir “federaciones regionales” en
cuyo seno se haría el trueque de mercancías.
El argumento principal que se esgrime contra el
anarquismo es de índole positiva más bien que filosó­
fica. El tema de ese argumento es la “naturaleza hu­
mana”. ¿Puede la “naturaleza humana” modificarse por
la acción de agentes exteriores (la economía, la educa­
ción, un nuevo concepto de la vida, etc.), hasta el pun­
to de hacer innecesario el principio de autoridad?
El pensamiento clásico niega esa posibilidad, afir­
mando que la “naturaleza humana”, tal como la cono­
cemos hoy, es inherente al hombre: el hombre es, por
naturaleza, egoísta, ambicioso, posesivo y agresivo —di­
cen los partidarios de esta tesis.
No existe la “naturaleza humana” como patrón o
molde general e inamovible, responden las nuevas teo­
rías biológicas, psicológicas y sociológicas. El hombre
es realmente producto de su medio. Salvo en casos pa­
tológicos, no nace con una naturaleza inalterablemente
predeterminada. Su naturaleza está condicionada por
la herencia individual, en cierta medida, y en su mayor
parte por factores sociales. Por tanto, es susceptible de
cambio. La actual “naturaleza humana” es sólo un
producto de influencias, experiencias y necesidades que
han hecho del hombre un ser egoísta, posesivo y agre­
sivo. (“.. .Una parte —del hombre—, aquella con la
181
que nacemos, pasa de generación en generación sin al­
teraciones perceptibles. Por otro lado, es obvio que
nuestra manera de pensar y, por consiguiente, nuestra
manera de actuar ha sufrido enormes cambios en el
curso de la historia humana.. .”).2
Las doctrinas espiritualistas como el cristianismo
confieren al ser humano el atributo del libre albedrío
para que escoja su camino en la perenne encrucijada
del bien y el mal.
El anarquismo, de esencia materialista, rechaza tan­
to la noción del libre albedrío como la del fatalismo
de la naturaleza humana. Cree que, desaparecido el
enemigo que es el Estado capitalista, germen y con­
creción político-económica de todos los males, la
conducta humana, gradualmente modificada, hará fac­
tible la sociedad anarquista.
Al margen de tal hipótesis, cuya demostración im­
plicaría un proceso secular de readaptación del hombre
a través de varias generaciones, es inconcebible la con­
vivencia humana fuera del marco del Estado moderno.
Lo más que puede hacerse es modificar la estructura,
el alcance y los fines de ese Estado. Y, entre tanto,
el mito de una sociedad perfecta, sin autoridad, no
pasa todavía de ser un mito.
ANARQUISMO
2 W. C. Mitchell, Lecture Notes on Types of Economic Theory.
FASCISMO
Consideraciones generales.—Antecedentes históricos.—
Estado, gobierno y Partido fascistas.—Culminación y
caída del fascismo.—Glosa.
El término fascismo proviene de la palabra italiana fasció, y ésta del latín fascis, que significa haz o conjunto.
Servía en Roma para designar al haz de varas, con un
hacha al centro, símbolo de la autoridad de los lictores
y de la fuerza en la unidad.
Por obra del fascismo aparecen y se ponen en prác­
tica conceptos totalmente nuevos en el campo de la
política contemporánea.
Es sabido que sistemas de pensamiento tan dife­
rentes y aun antagónicos entre sí como la democracia
liberal individualista y las diversas formas de socialismo
coinciden en la adopción de ciertas premisas básicas
como las siguientes: todos los hombres tienen los mis­
mos derechos; el gobierno debe constituir la expresión
y el ejercicio de la voluntad mayoritaria; la mayoría
tiene derecho a imponer su voluntad por los medios
que señalan las leyes; el sistema electoral suministra el
mejor camino para expresar esa voluntad; los elegidos
son responsables ante los electores y éstos gozan de
libertad para demandar esas responsabilidades; hay obli­
gaciones recíprocas entre gobernantes y gobernados,
etc.
En efecto, háblese del “pueblo” (en la democracia
liberal) o de “las masas trabajadoras” (en el socialismo
marxista), pasando por una extensa gama de denomi­
naciones, lo que se hace es aludir a la soberanía popu­
lar expresada por mayoría.
Además, todas estas doctrinas enuncian como fina­
lidad de sus programas la armonía entre los individuos
(para el bienestar de cada uno de ellos o de la colectivi­
dad), dentro de normas de justicia igualitaria, y, más
182
FASCISMO
183
allá, la armonía entre los conjuntos sociales (las nacio­
nes).
Finalmente, se considera al Estado como a un sir­
viente más o menos deseable o inevitable, permanente
o transitorio, ya sea del individuo (en el liberalismo) o
de la colectividad (en las ideologías socialistas).
No son, entonces, ni los principios básicos ni los
objetivos los que, en último análisis, separan a dichas
doctrinas, sino la forma en que cada una de ellas iden­
tifica las causas del malestar social y los métodos que
prescribe para remediarlo.
El fascismo, en cambio, proclama: “La inmutable,
benéfica y provechosa desigualdad de clases”; el derecho
inmanente de los* “mejores” a gobernar; la “predesti­
nación” de las “élites” (los mejores) a manejar los
asuntos de la colectividad; el derecho privilegiado de
esas élites a ocupar las posiciones de mando; la abso­
luta e indiscutible supremacía del Estado, encamado en
las élites, sobre el individuo; los principios inviolables
de la disciplina, la autoridad y la jerarquía; la misión
de “sacrificio y heroísmo de las élites, inspirada en el
heroísmo y la santidad”; la actitud de renunciamiento
a la comodidad y al bienestar, a cambio de “vivir peli­
grosamente,” en busca de la superación; la supedita­
ción de los valores materiales de la vida a los del espí­
ritu.1
Es importante anotar, como se verá más adelante,
que mientras las otras tendencias fueron preformuladas
desde abajo, con ideologías y programas más o menos
orgánicos que luego serían aplicados desde el gobierno,
el fascismo surgió como un movimiento oportunista y
circunstancial sin ideología definida, cuya doctrina fue
concebida y modelada desde arriba, desde el poder.
Esto explica muchas de sus características. En efecto,
quienes eran los “mejores”, los “predestinados”, etc.,
etc., sino los miembros del partido fascista que ya ocu­
1 Todos los entrecomillados de este párrafo son citas de Be­
nito Mussolini,
184
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
paban el gobierno y que desde allí lanzaban la teoría
hecha a su gusto y medida?
El razonamiento doctrinal que encadena entre sí
los postulados que se consignan líneas arriba se des­
arrolla en estos términos:
Si, por designio inmutable de la naturaleza, los
individuos y, por ende, los grupos de individuos, no
son intrínsecamente iguales entre sí, habiendo unos me­
jores que otros, es lógico y justo que los primeros go­
biernen a los segundos. En función de la misma ley
natural, los mejores no son los más sino los menos.
Por consiguiente, no es admisible ni razonable preco­
nizar el gobierno por las mayorías, lo que significaría
sobreponer la voluntad de los inferiores a la de los
mejores. Y de ahí el derecho y la “predestinación” de
las minorías selectas, de las élites, a gobernar.
Pero este destino de las élites, por la propia superio­
ridad de éstas, no implica solamente un privilegio, sino
una mayor responsabilidad; la suya es una misión de
sacrificio inspirada en los más altos ideales del espíritu.
Y como las élites constituyen los grupos directivos cuya
última concreción, en proceso ascendente, es el Estado,
se deducen dos consecuencias: primera, debe estable­
cerse un orden jerárquico y disciplinario inviolable. ¿A
título de qué podría transgredirse ese orden de jerarquía
y disciplina si de antemano está determinada la supe­
rioridad intrínseca de los unos sobre los otros? Segunda,
la autoridad del Estado —síntesis jurídica y política del
pensamiento y la voluntad de los mejores— debe, nece­
sariamente, ser suprema. El Estado se convierte, en­
tonces, en un ente casi místico; a su servicio quedan
subordinados los intereses y las voluntades individuales.
Aquella libertad y otros atributos que el liberalismo de­
mocrático respeta como derechos inmanentes del hom­
bre no son sino “concesiones” que, sólo bajo restrin­
gidas y específicas condiciones, hace el Estado fascista
a los individuos, siempre que esa libertad y demás atri­
butos no sean lesivos para los fines del Estado.
Descartada por los fascistas la noción “artificial y
185
decadente0 de la igualdad entre los hombres, quedan
en vigencia las leyes naturales que rigen la vida desde
lo más hondo de la biología: la lucha como norma de
supervivencia; la 4"selección natural0; el triunfo del me­
jor, del más fuerte, sobre el más débil, sobre el incapaz.
l_.a política interna y, en proyección, las relaciones in­
ternacionales, se inspiran en esas leyes inquebrantables.
La lucha constante, infatigable, no está encaminada a
alcanzar finalidades materiales, de orden económico,
sino al perfeccionamiento del espíritu por los caminos
del heroísmo y del sacrificio; pero el sacrificio activo,
no pasivo ni negativo. La búsqueda del peligro es el
síntoma capital de la superioridad. La paz sólo puede
ser aquella paz determinada por el imperio del orden
de jerarquías selectivas, o sea la paz impuesta por el
mejor.
Esa es, a grandes rasgos, la teoría política fascista.
Pero el fascismo, lo dijimos antes, no nació con
teoría determinada. Fue engendrado en el vientre pro­
picio de Italia después de la primera Guerra Mundial.
Su padre fue Benito Mussolini, y el vástago empezó a
amoldarse con ductilidad pasmosa a todas las varia­
ciones meteorológicas de aquella turbulenta y viciada
atmósfera política de posguerra.
Italia, que se contaba entre los vencedores de la
contienda, quedó en situación casi tan lamentable co­
mo la de los vencidos.
Sus ideales nacionales se vieron frustrados; no obtuvo
lo que esperaba en el reparto del botín de guerra. La
inevitable descomposición de los períodos posbélicos al­
canzó caracteres lindantes con la anarquía, tanto por
la debilidad de la Corona, como por las condiciones
características del temperamento italiano.
Inflación monetaria, desocupación, ineficacia parla­
mentaria y descontento general reinaban en la península.
El gobierno de tipo socialista establecido en 1919 no
hizo otra cosa que demostrar su incapacidad para resol­
ver estos problemas.
Fue entonces cuando Mussolini, oscuro caudillo,
FASCISMO
186
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
nacido en 1883, organizó sus primeros Fasci di combati­
mento (grupos de combate). Aunque su vaga posición
ideológica deambuló por todos los campos, desde el
anarquismo hasta las formas extremas del socialismo,
lo que realmente le permitió definir el rumbo de su
acción fue la lucha contra el avance comunista. En­
contró, muy pronto, que esa bandera le granjearía el
apoyo moral y la ayuda material de los círculos capi­
talistas amedrentados por el comunismo.
A título de “destruir al bolchevismo en Italia”, los
fasci iniciaron una campaña de violencia para adquirir
el control del escenario político. Por igual se estrellaron
contra los comunistas, los socialistas, los cooperativistas y
las antiguas organizaciones masónicas. La figura de Mussolini fue perfilándose como la de un caudillo de ex­
traordinaria fuerza personal, de gran sentido de opor­
tunidad, de genio ejecutivo y de escasos escrúpulos
cuando se trataba de alcanzar sus fines. Dijo en un
artículo escrito en 1924: "‘Nosotros los fascistas tene­
mos el valor de descartar todas las teorías políticas
tradicionales, y somos aristócratas y demócratas, revolu­
cionarios y reaccionarios, proletarios y antiproletarios,
pacifistas y antipacifistas. Basta con tener un solo
punto fijo: la nación. El resto es obvio.”
Lanzó en 1919 un primer programa, incoherente,
que incluía postulados tales como la reforma parlamen­
taria, la abolición de los títulos de nobleza, la jornada
de ocho horas, fuertes gravámenes sobre la herencia,
participación de los obreros en la administración de los
negocios, represión de las tendencias “disolventes de la
nacionalidad”, etc.
Sus filas se fueron engrosando con todos los descon­
tentos e inadaptados que la guerra dejó como saldo.
Cuando los socialistas, en alianza más o menos di­
recta con el comunismo, jugaron su carta decisiva para
tomar el gobierno, declarando una huelga general en
julio de 1922, Mussolini vio que había llegado su hora.
Dio un ultimátum de 48 horas al gobierno para
normalizar la situación. “Vencido ese término, dijo,
FASCISMO
187
el fascismo reivindicará su plena libertad de acción
y substituirá al gobierno impotente”.
El gobierno demostró, efectivamente, su impotencia.
Y los fasci entraron en acción. Por la violencia en la
mayoría de los casos, y por la persuasión y la propaganda
en otros, restablecieron el orden en menos de ocho días.
El prestigio de Mussolini se levantó como la espuma
en un mar de tormenta. El mismo año, después de
un gigantesco desfile de fascistas en Nápoles, se organi­
zó la llamada “Marcha sobre Roma”. Millares de par­
tidarios del caudillo afluyeron de toda Italia a la capital.
El rey Víctor Manuel III, después de algunas vacila­
ciones propias de su carácter, y ante la alternativa de
declarar la ley marcial, acabó por llamar a Mussolini
el 19 de octubre de 1922 para organizar un nuevo
gobierno.
Desde entonces, la carrera del fascismo fue verti­
ginosa. Frente a la incapacidad, la timidez y la divi­
sión de las demás fuerzas políticas, Mussolini fue to­
mando gradualmente todos los resortes del gobierno.
Llegó a desempeñar simultáneamente catorce carteras
ministeriales y empleó todo el peso incontrastable de
su influencia para organizar y fortalecer al partido fas­
cista. Después de formar algunos gabinetes de coalición
y de jugar con el parlamento hasta donde le fue con­
veniente, suprimió a los demás partidos. En 1926, era
el dictador absoluto: el Duce.
Si recordamos una vez más que la teoría fascista fue
formulada para justificar, explicar y racionalizar, a posteriori, el hecho consumado de la posesión del poder,
comprenderemos mejor la substancia de esa doctrina.
De la filosofía de Hegel se tomó la concepción casi
mística del Estado, resumida en esta frase de Mussolini:
“Todo en el Estado; nada fuera del Estado ni contra
el Estado.” Y en esta otra de un expositor del fascismo:
“El Estado es omnipotente, omnipresente y omniscien­
te” (no existen mejores definiciones del Estado “tota­
litario”).
Si a ello se suma otro enunciado de Mussolini: “El
188
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
fascismo es una concepción religiosa en la cual aparece
el hombre en inmanente relación a una ley superior,
a una voluntad objetiva que trasciende lo individual
y lo hace miembro consciente de una sociedad espiri­
tual”, se deducirá fácilmente la indestructible relación
del Estado con el Partido Fascista. En cuanto a la sumi­
sión del individuo al Estado, y al problema de la li­
bertad, Giovanni Gentile, “filósofo” del fascismo, dice:
“Siempre, el máximo de libertad coincide con el má­
ximo de fuerza del Estado. .. Toda fuerza es fuerza
moral porque siempre es una exprensión de voluntad;
y sea cual fuere el argumento que se emplee —la prédica
o el palo— su eficacia no puede ser otra que la de obte­
ner, finalmente, el apoyo de un hombre y la de persua­
dirlo a ponerse de acuerdo con ella (la fuerza)”.2
Las ideas de Schopenhauer, Nietzsche, Croce y Bergson convenientemente aplicadas a cada caso dieron
lo poco de “filosofía” que necesitaba el fascismo, más
para presentarse ante el mundo exterior que para con­
sumo interno. No olvidemos que Mussolini dijo:
“Acción, no palabras; no hay necesidad de dogma,
basta con la disciplina”.
Si los fascistas son, por autodeterminación, aquella
minoría predestinada, aquella élite cuya misión es regir
el destino de la nación, el Estado fascista es, por una
parte, el instrumento político, institucional y adminis­
trativo para cumplir ese destino y, por otra, la mate­
rialización suprema de ese mismo destino.
No se tolera la existencia de otros partidos. ¿Por
qué y para qué, si ya se sabe de antemano quienes deben
gobernar y no se concibe que existan otros capaces de
hacerlo?
Y si, por su propia naturaleza, el Partido Fascista
suministra la alquimia perfecta para destilar las mejores
esencias de la capacidad humana, tampoco se justifica
ni admite la división de poderes que constituye una de
las bases fundamentales de la teoría democrática liberal
2 G. Gentile, Qué cosa es el fascismo.
189
(véase el capítulo de la democracia). Por el contrario,
el Estado fascista es una pirámide cuya base forman
la masa y los organismos de menor jerarquía. Conforme
asciende la estructura piramidal, esa jerarquía se hace
más estrecha; y sube gradualmente hasta la cúspide
donde está situado el jefe supremo, el Duce, síntesis
del concepto y el ejercicio de la autoridad.
A cada uno de los planos de la organización estatal
corresponde un organismo del Partido Fascista. El jefe
del Estado es, pues, el jefe del Partido. La mística del
Estado; el concepto de selección; el sentido de predes­
tinación y la necesaria y lógica disciplina férrea que se
deducen de estos conceptos dan al jefe, al Duce, una
autoridad suprema e indivisible.
El gobierno, encabezado por el Duce, incluye al
Gran Consejo Directivo del Partido Fascista. El ga­
binete y el Gran Consejo formulan las decisiones gubernamenatles. El parlamento está compuesto por un
Senado vitalicio (prominentes miembros del partido
nombrados para el desempeño de esas funciones), y por
una Cámara de fascios y corporaciones (estas últimas
representan, con carácter funcional, a las organizaciones
de empresarios y trabajadores de las distintas actividades
producitvas). Pero ninguna de las cámaras puede ini­
ciar proyectos de ley; su tarea consiste solamente en
discutirlos y, por supuesto, aprobarlos. La iniciación de
proyectos es atribución privativa del gabinete y del
Gran Consejo.
La ingerencia del Partido cubre todos los campos.
La educación política se inicia desde la infancia, me­
diante agrupaciones especiales (los balillas), en que se
inculca a los niños normas de valor y disciplina. Se
hace luego una selección gradual para ir formando los
cuerpos superiores de la organización fascista. La lite­
ratura, la ciencia, la prensa, la radio, el cine, tienen
que seguir las normas del Partido. “Nada fuera del
Estado... Nada fuera del Partido?’ El Estatuto del Tra­
bajo, de 1927, dice por una parte, que el Estado Cor­
porativo (así llamado dentro de la doctrina fascista)
FASCISMO
190
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
considera a “la empresa privada el más efectivo y útil
instrumento para los intereses de la nación”, lo que
parecería conformar con los principios del liberalismo
individualista. Pero, a continuación, el mismo docu­
mento establece que “en vista de que la organización
privada de la producción es una función de trascenden­
cia nacional, los organizadores de la empresa son respon­
sables ante el Estado del sentido que den a esa pro­
ducción”.
La conciliación de estos dos conceptos aparente­
mente contradictorios da como resultado el mecanismo
económico del Estado Corporativo.
En efecto, se deja a la iniciativa privada, con todos
los estímulos que le son propios (el incentivo de la uti­
lidad, por ejemplo), la organización y manejo del fenó­
meno de la producción. Pero por encima está el Estado
como rector supremo o palanca central de todo ese me­
canismo.
El Estado se reserva el derecho de suplantar a la
empresa privada en aquellos campos de actividad como
el de las minas, la industria pesada, las fábricas de arma­
mentos, los astilleros, etc., cuya acción se encuentra
directamente vinculada a los programas militares de la
nación.
En los demás aspectos, el Estado señala los límites,
la dirección y los grados de actividad dentro de los
cuales se desenvolverá la empresa privada.
En el terreno de los problemas de trabajo, como
en todos los demás, el Fascismo pone en práctica el
principio de la supremacía del Estado. El panorama
corriente dentro del sistema liberal capitalista, que
muestra al proletariado en lucha permanente, casi in­
dispensable, con el capital, queda substituido por otro
en que esta beligerancia se encuentra absolutamente
supeditada a los intereses y a la autoridad del Estado.
Los empresarios y los trabajadores de cada industria
se encuentran organizados en una especie de asociacio­
nes gremiales que constituyen consejos locales o regio­
nales y, más adelante, federaciones nacionales, llama-
191
das “corporaciones” en todas las cuales está represen­
tado el Partido Fascista. Y es el Partido el que, como
personero nato del Estado, soluciona todos los proble­
mas emergentes de los contratos colectivos de trabajo,
reclamaciones sobre salarios, horas de trabajo, etc., etc.
De más está decir que, dentro de las normas totali­
tarias del Estado fascista, también los representantes
de las empresas y los de los trabajadores son personas
allegadas al Partido; queda íntegramente proscrito el
sindicato como instrumento de lucha de los trabajadores
contra las empresas, y la huelga es inconcebible. Por lo
demás, el gobierno fascista estableció programas de se­
guro social, vacaciones para obreros, protección a la ma­
dre trabajadora, cooperativas de vivienda y abasto, etc.
Consecuentes con sus doctrinas esenciales de supe­
rioridad racial y rabioso nacionalismo, el fascismo ini­
ció, en 1938 (la influencia de la Alemania nazi fue
notoria en este aspecto), campañas de discriminación
antisemita. Ciertos campos de actividad quedaron ve­
dados a los judíos, y se expulsó a muchos de ellos del
territorio italiano. La persecución no alcanzó, empero,
los grados de saña que se registraron en Alemania.
Era difícil la conciliación de la “mística” fascista
con otra religión que no fuese la del Partido y la del
Estado. Y fue notoria la fricción que durante mucho
tiempo existió entre el gobierno de Mussolini y el Va­
ticano. Pero en este campo, como en otros, prevalecie­
ron las razones “pragmáticas”, de conveniencia mutua,
y se suscribió en 1929 el Concordato de Letrán entre
el Vaticano y el Estado fascista. Mediante este acuerdo,
laborioso y sutil en sus estipulaciones, se permitió la
enseñanza religiosa en los establecimientos de educa­
ción pública, pero quedó vedada a la Iglesia toda inge­
rencia en aquellos asuntos cuyo manejo se reservaba
para sí el Estado. El papel de la Iglesia no debía salir
del ámbito del culto.
El período comprendido entre los años 1938 y 1940
marcó la culminación del fascismo en Italia.
El desarrollo de tendencias semejantes a las del
FASCISMO
192
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
fascismo en Alemania y el Japón determinó la forma­
ción del llamado “Eje Roma-Berlín-Tokio”. El poderío
militar de estas potencias y sus designios expansionistas
acabaron chocando con los intereses de las naciones de
filiación liberal-democrática, y estalló la segunda Gue­
rra Mundial. Por obra del ataque alemán contra Rusia,
en 1941, este último país se sumó al bloque enfrentado
con el Eje.
Desde las primeras etapas de su intervención en el
conflicto, Italia sufrió una serie de graves reveses que
fueron minando tanto el prestigio de Mussolini como
el del Partido Fascista. La prédica guerrera, que llegó
a hacerse carne en la Alemania nazi, no tocó sino la
fina epidermis del alma italiana, sin llegar nunca a pe­
netrar en ella.
Fue necesaria la intervención del ejército alemán en
el propio territorio de Italia para salvar a esa parte
del Eje de una caída prematura. Aun antes de derrum­
barse Alemania por efecto de la acción combinada de
los ejércitos de Gran Bretaña, Rusia y los Estados Uni­
dos de América, Italia había capitulado ya sin dificultad.
Una tremenda reacción del pueblo italiano, poco
antes de concluir la guerra, puso fin a la carrera me­
teòrica del Duce que acabó sus días, cerca de Milán,
fusilado y colgado de los pies por aquel mismo popu­
lacho al que había adoctrinado en las teorías de la
violencia como método político.
La rígida estructura piramidal del Estado y el
Partido Fascista perdieron instantáneamente el sentido
de su existencia, al desaparecer el ápice donde Musso­
lini se había colocado como protagonista de uno de
los más notables actos de magia política que registra
la historia de todos los tiempos.
El neofascismo está representado hoy en Italia por
el partido llamado Movimento Sociale Italiano, cuya
actuación en las dos últimas elecciones generales de­
muestra que su popularidad —que pareció subir rápi­
damente unos cinco años después de la guerra— se
mantiene estacionaria.
FASCISMO
193
Los opositores del fascismo hacen estas preguntas:
¿Qué poder superior es el que designa a las élites?
¿Quién puede determinar cuales son, en efecto, “los
mejores’? ¿Es justo y racional que sean los propios
“mejores” los que se autocalifiquen así y se arroguen
la función de mando? ¿No hay un peligro constante
y casi inevitable de que se confunda el concepto “del
mejor” con el “del más fuerte”? ¿No son las pre­
rrogativas emanadas de la “predestinación” unidas a
la disciplina férrea e incuestionable que entraña,el fas­
cismo, una invitación abierta al abuso del poder polí­
tico? Y ese “abuso” del “poder”, que se practica pri­
mero en el orden interno, ¿no acaba por trascender al
orden internacional, justificando, con la bandera de la
“superioridad”, cualquier forma de agresión armada?
Respecto al planteamiento de que los más no son
nunca los mejores y, por consiguiente, no son los lla­
mados a gobernar, la democracia responde que, en
efecto, los más pueden no ser los mejores, pero sí tienen
a su disposición los medios necesarios para escoger y
elegir a los mejores. La educación progresiva de las
mayorías les dará la posibilidad de hacer la selección
y la elección con sentido crítico cada vez más refinado.
La teoría fascista de las élites ofreció perspectivas
muy atrayentes, no sólo dentro de Italia. Los militares
y grupos políticos militaristas, así como las oligarquías,
ía acogieron con especial beneplácito. Se expandió par­
ticularmente en aquellos países donde el bajo nivel de
educación de las masas pudo ser utilizado como justifi­
cativo para el “derecho inmanente” de las “minorías
selectas” a regir los destinos de la colectividad. Y más
de un mandón vulgar, aquí y allá, se sintió “predesti­
nado”.
Por lo demás, el fascismo fue producto caracterís­
tico de un medio y de un clima histórico especiales.
Hizo vibrar la tensa superficie del espíritu teatral ita­
liano. Hizo concebir a aquel pueblo, nostálgico de glo­
ria, la ilusión fugaz de revivir episodios dormidos en
la historia de la Roma Imperial.
194
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
El relativo éxito de ciertas corrientes neofascistas
allí donde a la democracia liberal le ha faltado visión
y dinamismo, se debe a que tales movimientos neofas­
cistas se han constituido en paladines del “espiritualismo” y del “nacionalismo”, frente al materialismo y al
internacionalismo comunista. El capitalismo recalci­
trante y, sobre todo, el sentimiento religioso ultracon­
servador quieren ver en el neofascismo un baluarte de
defensa, olvidando que tanto la Iglesia católica como
las protestantes se pronunciaron en diversas oportuni­
dades (véase el capítulo del socialismo cristiano), con­
tra la absorción del individuo por el Estado. Esos
pronunciamientos van por igual dirigidos contra el co­
munismo y el fascismo que quiere hacer del Estado
una divinidad política; una divinidad comparable a
aquellas, bárbaras, que no satisfechas con el culto faná­
tico de sus adeptos, reclaman de tiempo en tiempo,
para aplacar su sed, la sangre propiciatoria de los que
no comulgan con su culto.
NAZISMO
Consideraciones generales.—Antecedentes históricos.—*
Estado, gobierno y Partido nazis.—Economía y trabajo,
racismo y religión.—Culminación y caída del nazismo.
—Glosa.
La palabra “nazi” es una contracción del nombre del
Partido Obrero Nacional Socialista Alemán.
Todo el análisis ideológico concerniente al fascismo
italiano es aplicable al nazismo alemán. Los primeros
conceptos relativos a las élites o minorías selectas; al
valor de la disciplina, la jerarquía y el sentido de la
predestinación; a la concentración en vez de la división
de poderes; a la idealización y predominio absoluto del
Estado y a la fusión indisoluble del partido único con
el Estado y el gobierno, constituyen la substancia del
nazismo (véase el capítulo del fascismo).
También el nazismo es un producto vivo de la
oportunidad histórica antes que una ideología concebi­
da en abstracto. Pero fue muy fácil hacerle la teoría,
en el momento oportuno, con genuinos materiales de
construcción suministrados por la filosofía, la historia
y el temperamento alemanes. Este último factor, sobre
todo, determina la diferencia entre el profundo grado
de saturación que alcanzó el nazismo en Alemania y
el florecimiento un tanto superficial, decorativo y tea­
tral del fascismo en Italia.
Hegel, Nietzsche, Schopenhauer y aun Kant son
los filósofos en cuyas fuentes bebieron su inspiración los
que, a posteriori —cuando el nazismo estaba ya en el
poder— dieron forma a la teoría nazi. De allí surgieron
el concepto semimístico del Estado-gobierno y el de la
predestinación del pueblo alemán al cumplimiento de
una misión rectora entre las naciones. El nazismo in­
hala e incorpora en los glóbulos de su sangre aquel
“espíritu o genio de la nación” que, según Hegel, es,
195
196
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
a través de los individuos, “el verdadero creador del arte,
de la ley y de la religión” de un pueblo. Nietzsche
aporta la imagen del superhombre, predestinado, cuya
categoría excepcional lo sitúa por encima de las normas
(jurídicas o éticas) que circunscriben el campo de ac­
ción del común de los mortales. De aquí hay apenas
un paso a la tesis de las minorías selectas y las “razas
selectas” definida en esta frase de Adolfo Hitler: “La
historia del mundo está hecha por las minorías, allí
donde las minorías incorporan la mayoría de la volun­
tad y la determinación”. Y en un enunciado, bastante
confuso, en el que engloba sus ideas sobre la raza (aria),
“el suelo y la sangre”, la tradición del pueblo (Volk),
la nación y el Estado, declarando: “La más alta fina­
lidad del Estado del pueblo es atender a la preservación
de aquellos elementos raciales primarios que, al sumi­
nistrar la cultura, crean la belleza y la dignidad de
una humanidad más alta. Nosotros, como arios, pode­
mos, por consiguiente, imaginar al Estado únicamente
como el organismo viviente de una nacionalidad, que
no sólo salvaguarda la preservación de esa nacionalidad
sino que, haciendo un ejercicio aún mayor de su capa­
cidad espiritual e ideal, la conduce hacia una mayor
libertad.” 1
Schopenhauer contribuye con su noción de la “vo­
luntad” que es la fuerza ciega e incontrastable, más
potente que el intelecto y que la razón, cuya dinámica
mueve lá naturaleza y la vida humana. Esa “voluntad”,
esa fuerza primaria capaz de todo, ajena a la cautela cal­
culadora del “racionalismo decadente”^ era, según los
nazis, la esencia de su vigor, de su fe y de su capacidad
realizadora.
Se añade a todo esto, para completar el cuadro del
nazismo, los rasgos característicos de la psicología
del pueblo alemán. Su innato sentido de disciplina;
su amor y adhesión automática a las formas de organi­
zación encarnadas en la férrea tradición de la casta mi­
litar prusiana.
1 A. Hitler, Mein Kampf.
197
Discuten todavía, los historiadores, cual de los dos,
si el fascismo o el nazismo, surgió primero. El punto
de controversia no tiene mayor importancia. Lo más
acertado es, seguramente, afirmar que fueron movimien­
tos políticos nacidos y desarrollados simultáneamente
como productos de condiciones económicas, políticas
y sociales semejantes. Pero, si en ejercicio de una gran
sutileza cronológica se asigna cierta prelación al fas­
cismo, también es evidente que el nazismo creó moldes
que —sobre todo en la última época— fueron fielmen­
te copiados por el fascismo. Hubo, pues, un equitativo
intercambio de contribuciones.
La causa eficiente del nacimiento y desarrollo del
nazismo fue la aparición de un hombre (Adolfo Hitler,
el Fueherer —el jefe, líder) en un sombrío panorama
de posguerra.
Si aun para una nación vencedora, como Italia, los
efectos de la contienda mundial se habían traducido en
desórdenes, descontento, pobreza, desocupación, ines­
tabilidad política, etc., es fácil imaginar lo que ese pe­
ríodo representó para la Alemania derrotada. Derrotada
en el terreno de las armas, y abrumada por el peso de
las tremendas sanciones que, en forma de astronómicas
deudas de guerra, pago de “reparaciones” y pérdida de
sus colonias, le impusieron las naciones victoriosas me­
diante el Tratado de Versalles.
Vistas las cosas en perspectiva histórica, es hoy casi
unánime el consenso de que el peso monstruoso de
ese tratado, sobre Alemania, engendró la presión que
luego se desahogaría y desbordaría mediante la válvula
de escape abierta por el nazismo reivindicacionista.
A la conclusión de la primera Guerra Mundial y
a la caída del kaiser Guillermo II, en 1918, se formó
un gobierno de tipo socialista.
En medio del caos nacional, dos fuerzas políticas
se disputaban el campo (disputa que revistió caracteres
sangrientos): los espartaquistas, de tendencia comunista
y los social-demócratas de filiación socialista moderada,
evolucionista (véase el capítulo del socialismo reformista).
NAZISMO
198
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
Esta beligerancia concluyó con el asesinato de los
líderes espartaquistas Karl Liebnecht y Rosa Luxemburgo; decapitado el grupo, se afirmó el predominio de los
social-demócratas quienes convocaron, en 1919, una
Asamblea Constituyente que proclamó el llamado Se­
gundo Reich o República de Weimar y dictó la Consti­
tución de Weimar. (El Primer Reich fue el que se
formó alrededor de 1870, después de la guerra francoprusiana, cuando se fundieron varios principados de ori­
gen germano bajo el control de Prusia y constituyeron
el Imperio Alemán regido por el Kaiser.)
La Constitución de Weimar era de tipo democrático-socialista. De la doctrina democrática tomaba todo
lo que se refiere a la soberanía popular, al sufragio
universal, a la organización del gobierno y a la división
de poderes dentro del Estado. Pero en materia econó­
mica y social seguía las líneas del socialismo reformista,
poniendo bajo el control del Estado a las industrias
principales —y estableciendo provisiones para la indem­
nización que debería pagarse a los propietarios originales
de dichas empresas. La socialización de los instrumen­
tos de producción se realizaría en forma gradual.
Estos conceptos, unidos a las reformas que se ins­
tauraron en materia social, favorables a la clase trabaja­
dora, chocaron contra los grandes intereses económicos
y los residuos todavía muy fuertes del monarquismo.
El gobierno quiso satisfacer, por una parte, a la
reacción, y por otra a las demandas crecientes del ala
izquierda. Sus vacilaciones fueron restándole prestigio.
Simultáneamente con el descrédito de los social-demó­
cratas y su programa moderado fue creciendo el co­
munismo que, en las elecciones de 1933, obtuvo cerca
de seis millones de votos, cifra sin precedente aun en
la Rusia Soviética.
El impacto de la gran depresión económica sub­
secuente a la crisis de 1929, que conmovió los cimien­
tos aun de las naciones más prósperas, se dejó sentir
con particular severidad en Alemania, cuya posibili-
199
dades de resurgimiento se asfixiaban bajo el peso de las
limitaciones impuestas por el Tratado de Versalles.
Ya, para ese entonces, tenía formados sus primeros
cuadros Adolfo Hitler, oscuro cabo del ejército ale­
mán, que, desmovilizado después de la derrota de 1918,
se ganaba la vida como empapelador.
Su prédica, la que dio origen al Partido Obrero
Nacional Socialista Alemán, no tenía pretensiones ideo­
lógicas. Dijo en 1933: “Todos los programas son vanos;
lo decisivo es la voluntad humana, la visión certera, el
coraje varonil, la sinceridad de la fe, la voluntad inte­
rior. .. esas son las cosas decisivas.” 2 Era, en cambio,
una fórmula empírica (especie de remedio casero sin
nombre científico) para los males que entonces afligían
a su país. El meollo de esa fórmula: la denuncia del
Tratado de Versalles y un llamado, sin ambajes, a la
liberación de Alemania del yugo que le habían im­
puesto los vencedores. Para este gesto de rebeldía invo­
caba Hitler lo más vital, lo más sensible de las tradicio­
nes, del espíritu, del orgullo y el resentimiento del
pueblo alemán.
La bandera no podía ser más popular. Era todo lo
que esperaba Alemania. Si a esto se añade el temor
general frente al avance del comunismo, se explicará
fácilmente cómo ascendió Hitler y creció su partido
ayudado no sólo por la fuerza popular de la clase media
y los recursos del capitalismo alemán, sino también
por las mismas potencias oceidentales (Inglaterra y
Francia) que empezaron a ver en Hitler la única arma
eficaz contra el comunismo. Vale decir, el arma (Ale­
mania) para destruir a Rusia, de la cual (Rusia) se
servirían más tarde (Inglaterra y Francia) para destruir
a Alemania. El juego de palabras es tan confuso co­
mo el entretejido de los acontecimientos históricos que
se desarrollaron entre 1933 y 1945. Y por si esto fuera
poco, ya se plantea otra vez la posibilidad de que el
“mundo occidental” utilice a Alemania para intentar
destruir a Rusia.
NAZISMO
2 Konrad Heiden, Der Fuehrer.
200
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
Con la bandera de reintegrar la totalidad del territo­
rio y las colonias de Alemania; de suspender el pago
de las deudas de guerra y las reparaciones; de reivindi­
car el derecho de Alemania a su independencia eco­
nómica (sólo se le permitía una producción limitada
para evitar que volviera a armarse); y con el lema de
impedir la fusión de los bloques comunistas ruso y
alemán, el Partido Nazi, ante el beneplácito de Ingla­
terra y Francia, triunfó en las elecciones parlamentarias
de 1933. El ex cabo Adolfo Hitler, cuyas “tropas de
asalto"’ demostraron ya la inexorabilidad de sus métodos
coactivos en la campaña contra los comunistas, fue
llamado por el presidente Hindenburg para organizar
el nuevo gabinete, en calidad de canciller del Segun­
do Reich.
Gracias a su abrumadora mayoría parlamentaria le
fue fácil a Hitler introducir una reforma constitucional
mediante la que se otorgaba al poder ejecutivo la fa­
cultad de dictar leyes. Con esta nueva arma y con los
violentos procedimientos represivos que puso en prác­
tica, anuló en poco tiempo los focos de resistencia que
aún quedaban en los sectores democrático, socialistademocrático y comunista. Hindenburg falleció en 1934,
dejando a Hitler en la doble función de presidente y
canciller. Desde entonces hasta 1945, la historia de
Alemania es la historia del nazismo, escrita con el verbo
candente del Fuehrer.
En materia económica, como en todas las demás,
se aplicó el concepto de la primacía del Estado. No
asumió éste el manejo directo del mecanismo de la pro­
ducción, sino a través de los propietarios particulares,
sometiéndolos a un severo control; tanto más riguroso
el control cuanto más íntimamente estuviera ligado de­
terminado renglón de actividades a las necesidades del
Estado. Estas necesidades eran, primordialmente, las
de defensa y preparación militar. La intervención esta­
tal se hacía menos penetrante en lo relativo a los bienes
de consumo de la población, pero no llegaba nunca
a desaparecer totalmente. Fue fácil la ejecución de esta
NAZISMO
201
política, pues los grandes “cárteles” existentes en Ale­
mania desde muchos años atrás tenían ya más o menos
centralizado el manejo de los negocios.
De igual modo se condujeron las relaciones en tie
el capital y el trabajo, con la ingerencia del Estado
que dirimía, en última instancia, todas las diferencias
y disputas. Se organizó el llamado Frente Obrero,
cuyos resortes vitales estaban en manos del Partido y,
por ende, del gobierno nazi. Se adoptó una ampulosa
política de protección a los obreros, dentro de las líneas
generales del “Estado paternalista” de Bismarck. En
otros términos, y a diferencia del concepto socialista
que pone por delante los derechos y prerrogativas de
los trabajadores, y les brinda armas como la huelga
para hacerlos efectivos, era el Estado nazi el que, con
criterio protector, se encargaba de “conceder” tales de­
rechos, condicionados invariablemente a los intereses
supremos del Estado mismo. Se hizo hincapié espe­
cial en los programas de mejoramiento de la vivienda
y de las condiciones sanitarias y de nutrición de los
obreros y sus familias, así como en la concesión de va­
caciones y medios de recreo. Pero las exigencias cre­
cientes del programa de preparación bélica que deman­
daban un esfuerzo productivo cada vez mayor dejaron
muchos de dichos planes y esquemas en el campo de los
simples enunciados. No podía concebirse compensación
ni premio comparable al de sacrificarse por el Esta­
do y por el Partido único (todos los demás quedaron
violentamente abolidos). Y, como era natural, tam­
bién se estimuló la natalidad, mediante premios conce­
didos a las familias numerosas. El Estado necesitaba
más ciudadanos para trabajar por el engrandecimiento
de la nación en tiempo de paz y para morir por ella en
la guerra.
Un tema que ocupó lugar preponderante en la po­
lítica nazi hasta casi constituir una de sus caracterís­
ticas salientes —por la cual será largamente recorda­
da— fue el de la discriminación racial antijudía. El
Partido Nazi se constituyó en depositario y salvador de
202
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
las prerrogativas y del sino superior de los arios; se acu­
saba a los semitas, entre otras cosas (tales como su
“inferioridad” ingénita), de haber monopolizado ar­
teramente el control de los negocios, de haber rehusado
el aporte de su sangre a Alemania durante la primera
Guerra Mundial, de ser los “autores del marxismo, de
la democracia, del mercantilismo y de los postula­
dos negativos del amor y la humildad”. Se inició y
desarrolló la persecución en medida que no tiene para­
lelo en la historia. Antes de la guerra, y en el curso
de la misma, los campos de concentración, las cáma­
ras de gas para ejecuciones en masa, los experimentos
científicos para los cuales se utilizaba a los judíos como
a conejillos de Indias y otros procedimientos seme­
jantes, causaron la muerte de algo así como seis mi­
llones de semitas. Sólo los que lograron incorporarse
al gran éxodo del siglo xx, huyendo a todos los con­
fines del mundo, lograron sobrevivir.
Cabe anotar, empero, que los padres de la teoría
racista que atribuye virtudes excepcionales a los arios
y caracteres de inferioridad a los semitas, amarillos y
negros, no fueron alemanes, sino el francés Arthur de
Gobineau y el inglés (suegro de Richard Wagner)
Houston Stewart Chamberlain, a mediados y fines
del siglo pasado.
La acción totalitaria del Estado abarcó los cam­
pos de la educación y la cultura en todos sus aspec­
tos. Libros y obras de arte que no concordaban con
los principios del nazismo fueron destruidos o negados.
En primer término, cupo esta suerte a todo cuanto
provenía del pensamiento judío.
Se acentuaron dentro de los programas educativos
aquellas enseñanzas de interés directo para el partido,
adoctrinándose a los niños desde la más temprana edad.
Y en agrupaciones de tipo deportivo-cultural y político,
como la Juventud Hitlerista, se moldeaban los futuros
hombres de la causa nazi dentro de los principios de
la más rígida disciplina y de la teoría del Partido. Dice
Hitler en Mein Kampf: “Ningún niño o niña deberá
NAZISMO
203
dejar la escuela sin que se le haya llevado al completo
conocimiento de la necesidad y la naturaleza de la
pureza de la sangre.”
Aunque no hubo ruptura abierta con las iglesias
cristianas, ni persecución oficial de carácter religioso,
los exégetas del nazismo no dejaron duda acerca de sú
alejamiento del cristianismo. No podía, en verdad, ser
de otra manera. Habría sido sumamente difícil con­
ciliar la teoría y la práctica nazi con los principios
cristianos. Se hizo, en cambio, gran énfasis en el culto,
a medias estético y religioso, de la mitología germana.
De ahí el auge de las óperas de Wagner, en armonía
con las inclinaciones musicales del propio Hitler.
El Estado nazi representa —como el fascista—- la
materialización perfecta del “totalitarismo” o control
absoluto del Estado sobre todos los aspectos de la vida
individual y colectiva.
Dentro del Estado, la norma vital es la disciplina;
el principio estructural sobre el que se encuentra edi­
ficado, la jerarquía autoritaria.
En razón de este principio, no se concibe ni admite
la posibilidad de la división de poderes que inspira e
informa a los Estados de tipo democrático. El Estado
nazi, como el fascista, es una organización piramidal
en la que, conforme se asciende, se reduce más y más
el numero de los que ejercen el poder. Corresponde a la
cúspide el sitial privilegiado y excluyen te, al líder o
Fuehrer, cuya autoridad es ilimitada e indiscutible.
El Partido Nazi está íntima e inseparablemente li­
gado al Estado; es su esqueleto, su mente y su sistema
nervioso, al mismo tiempo. Aparte de que tiene or­
ganizaciones propias, permanentes —la Juventud Hitlerista, las Tropas de Asalto, las Élites, etc., que se
encargan de ejecutar las órdenes del gobierno, sus ra­
mificaciones abarcan, directa o indirectamente, todos
los planos y sectores de la estructura gubernamental
sobre la que ejerce funciones de dirección y supervigilancia. No se concibe, por supuesto, la existencia
de otros partidos.
204
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
En el gobierno se ha suprimido toda forma de poder
legislativo. . Es el Fiiehrer quien dicta los decretos, por
conducto de sus ministros; el gabinete está consti­
tuido con criterio estrictamente funcional, pero en el
entendido de qu,e la ejecución de la política del Par­
tido Nazi es la función primordial del gobierno.
La casta aristocrático-militar que, en un principio,
vio a Hitler con desconfianza y hasta menosprecio, aca­
bó sumándose —con ciertas reservas que se hicieron
visibles en la hora del desastre— al programa nazi, en
el que veía un renacimiento de sus designios tradicio­
nales y un instrumento adecuado para ponerlos en prác­
tica. Hitler se sirvió de esta casta en todo lo que pudo
sérle útil, pero no hizo esfuerzo alguno para darle
prerrogativas especiales.
Con el poder totalmente centralizado en los orga­
nismos ejecutivos del gobierno, el sistema judicial fue
también reorganizado en forma adecuada para que no
pudiese en ningún caso crear interferencias de orden
legal, limitando su acción a la administración de la
justicia ordinaria dentro de procedimientos estrecha­
mente ceñidos a la línea de la política nazi.
Alfred Rosenberg, “filósofo” del nazismo, de as­
cendencia eslava, dio forma oficial a la ideología del
Partido, especialmente en el aspecto de la superioridad
y predestinación de los arios. Joseph Goebbels, minis­
tro de propaganda, se encargó de difundirla dentro y
fuera de Alemania.
El desarrollo económico de Alemania, liberada ésta
por Hítler de las cargas que le imponía el Tratado de
Versalles, fue inmenso. Concentrado ese desarrollo en
torno a los fines de la reivindicación nacional, fue in­
evitable el choque con las demás potencias europeas.
Después de constituirse el Eje Roma-Berlín (que luego
se extendió a Tokio), Alemania emprendió una serie
de campañas expansionistas (Austria, Checoslovaquia),
encaminadas a “reincorporar” a las minorías alemanas
que vivían fuera del país (los sudetes). Con objeto
de rectificar uno de los más grandes errores del Tra-
205
tado de Versalles, que consistía en la división del
territorio alemán en dos partes, mediante la creación
del corredor de Danzig, para dar salida al mar a Po­
lonia, Alemania atacó a este país y estalló la segunda
Guerra Mundial, en 1939.
Parecía incontenible y perfectamente seguro el triun­
fo del Eje, que había invadido a Francia, Bélgica, Ho­
landa y Dinamarca. Pero Hitler sufrió su primer tro­
piezo cuando, en 1941, se volvió contra su aliado
circunstancial, Rusia. Después de un avance al que
nada parecía capaz de oponerse, con sus tropas a las
puertas de Moscú y Leningrado, Hitler fue derrotado
por los rusos en Stalingrado, y de allí en adelante cam­
bió el rumbo de la historia contemporánea.
El final de la guerra, en 1945, fue el del nazis­
mo. Hitler se suicidó entre las ruinas de Berlín, al
ser bombardeada y capturada esa ciudad por los rusos,
entonces aliados victoriosos de las potencias occidentales.
Dentro de la política nazi, el fenómeno trascen­
dental es Hitler mismo. Nadie ha pensado, hasta
ahora, en atribuirle portentosas condiciones intelec­
tuales. Era, más bien, la encarnación viviente de ese
“político” que Ortega y Gasset define como la antítesis
del “intelectual”. Su campo era el de la acción más
que el del pensamiento. Su arma, el instinto antes que
la idea.
Ese instinto lo llevó a captar, con certeza infalible,
los sentimientos, los anhelos y la emoción del pue­
blo alemán. Por eso su programa no fue una ideología
metódicamente articulada, sino un conjunto de pro­
posiciones caras al espíritu de Alemania después de la
primera Guerra Mundial y, sobre todo, después del Tra­
tado de Versalles. Los alemanes no admitían la derrota;
Hitler les ofreció la revancha. Los alemanes se sentían
injustamente tratados y oprimidos; Hitler les prometió
la reivindicación. Los alemanes no podían pagar las
deudas de guerra y las “reparaciones”; Hitler los exi­
mió de pagarlas. Los alemanes querían reintegrar su
territorio; Hitler se comprometió a hacerlo; y todo esto
NAZISMO
206
DOCTRINAS POLÍTICO-ECONÓMICAS
lo cumplió en los primeros años de su gobierno, hasta la
iniciación de la guerra. Lo demás, lo que hubiera po­
dido venir después, habría sido la realización de viejos
sueños acariciados en las profundidades subconscien­
tes de un pueblo culto, fuerte, organizado, disciplinado
y seguro de su “predestinación”.
De qué manera la mayoría de ese pueblo superior
perdió el sentido de la proporción y se complicó con
los excesos de la política nazi, particularmente en el
aspecto de la bárbara persecución racista, es un fenó­
meno que, al margen del diagnóstico de los especialistas
en psicología colectiva, sólo puede explicarse por el vér­
tigo del poder. Y esta vez el poder era tan grande, que
el vértigo tuvo también que ser inmenso.
Lo cierto es que al caer Alemania no quedó rastro
visible de nazismo en Europa ni, virtualmente, en nin­
guna parte del mundo. Pero sería absurdo suponer que
ciertos ingredientes explosivos de esa doctrina se hubie­
sen volatilizado definitivamente. Apenas transcurridos
diez años del fin de la segunda Guerra Mundial, llegan
otra vez de Alemania sordos rumores que recuerdan,
como un eco amenazador, los fragores de la tormenta
hitlerista. El miedo al comunismo es un factor que,
en el ánimo de mucha gente, señala al nazismo como
la única fuerza capaz de oponérsele eficazmente. En
medio de los vaivenes de la política internacional, hay
intereses que en un momento dado vieron en Hitler
su salvación, y que luego destruyeron su obra y aven­
taron hasta sus cenizas, pero que suspiran otra vez, con
nostalgia mal disimulada, añorando la barrera de acero
y fuego que el nazismo levantó en las fronteras que
separan a Rusia del mundo occidental.
Si bien se puede “explicar” el fenómeno nazi en
Alemania y en la época de su auge, es difícil admitir la
aplicación universal y permanente de una teoría cuyo
fundamento es el predominio de jacto de “los mejores”
y “los más fuertes”. ¿Quiénes son los mejores y los
más fuertes?
Para saberlo en el terreno de los hechos —que es el
207
único en el que estas cosas pueden decidirse finalmen­
te— la humanidad tendría que someterse a una especie
de cruentas oposiciones o exámenes de competencia, que
dejarían un día al vencedor proclamando a gritos su
victoria, ebrio de poder y sangre, sobre una montaña
de escombros. Aceptar resignadamente la idea de pe­
recer entre esos escombros significaría una aberración
moral tan grande como la de prepararse de antemano a
corear los gritos del vencedor.
NAZISMO
ÍNDICE GENERAL
El fenómeno político .............................................
9
Liberalismo.................................................................
24
Democracia.................................................................
50
Socialismo utópico ..................................................
70
Socialismo cristiano..................................................
80
Cooperativismo .................................................
94
Marxismo ...................................................................
102
Comunismo ...............................................................
124
Socialismo reformista...............................................
150
Anarquismo ..............................................................
172
Fascismo.....................................................................
182
Nazismo .....................................................................
195
Este libro se terminó de imprimir el día
26 de diciembre de 1956, en los talleres
de Gráfica Panamericana, S. de R. L.,
esq. Parroquia y Nicolás San Juan, Méxi­
co, D. F. De él se tiraron 10.000 ejem­
plares y en su composición se utilizaron
tipos Electra 7:8 y 9:10. La edición estuvo
al cuidado de F. González Aramburo y
E. González Pedrero.
BREVIARIOS PUBLICADOS
ARTE
6.A. Salazar, La Danza y el Ballet
9.Juan de la Encina, La Pintura Italiana del Renacimiento
17. H. Velarde, Historia de la Arquitectura
26. A Salazar, La Música
29. G. Sadoul, El Cine: su Historia y su Técnica
31. J. N. Forkel, Juan Sebastián Bach
37. A. H. Brodrick, La Pintura Prehistórica
45. G. Baty y R. Chavance, El Arte Teatral
48. Juan de la Encina, La Pintura Española
54. W. H. Hadow, Ricardo Wagner
59. E. Mâle, El Arte Religioso
65. J. Romero Brest, LoPintura Europea Contemporánea
68. J. C. Paz, La Música en los Estados Unidos
72. M. Steinitzer, Beethoven
78. J. y F. Gall, La Pintura Galante
80. W. Worringer, Abstracción y Naturaleza
87. G. Barthel, El Arte Alemán
95. P. Westheim, El Grabado en Madera
99. A. H. Brodick, La Pintura China
101. A. Copland, Cómo Escuchar la Música
109. G. Sadoul, Vida de Chaplin
115. B. Berenson, Estética e Historia en las Artes Visuales
117. A. Salazar, La Música Orquestal en el Siglo XX
LITERATURA
1.C. M. Bowra, Historia de la Literatura Griega
4. R. G. Escarpit, Historia de la Literatura Francesa
7. G. Murray, Eurípides y su Epoca
24. L. L. Schücking, El Gusto Literario
33. A. Millares Cario, Historia de la Literatura Latina
41. J. Pfeiffer, La Poesía
46. J. Middle ton Murry, El Estilo Literario
53. J. L. Borges y D. Ingenieros, Antigua Literatura Germánica
56. J. Torri, La Literatura Española
73. H. Peyre, ¿Qué es el Clasicismo?
79. H. Straumann, La Literatura Norteamericana
89. E. Anderson Imbetr, Historia de la Literatura Hispano­
americana
96. E. Sapir, El Lenguaje. Introducción al Estudio del Habla
100. A. Reyes, Trayectoria de Goethe
106. W. J. Entwistle y E. Gillet, Historia de la Literatura Inglesa
112. D. Keene, La Literatura Japonesa
HISTORIA
2. A. S. Turberville, La Inquisición Española
5. N. H. Baynes, El Imperio Bizantino
12. J. L. Romero, La Edad Media
25. T. S. Ashton, La Revolución Industrial
30. L. C. Goodrich, Historia del Pueblo Chino
35. J. L. Myres, El Amanecer de la Historia
38. R. H. Barrow, Los Romanos
43. G. M. Trevelyan, La Revolución Inglesa: 1688-1689
49. D. G. Hogar th, El Antiguo Oriente
51. E. Troeltsch, El Protestantismo y el Mundo Moderno
60. J. H. Parry, Europa y la Expansión del Mundo
64. M. Bloch, Introducción a la Historia
71. A. Ramos-Oliveira, Historia Social y Política de Alemania
75. C. Leonard Woolíey, Ur, la Ciudad de los Caldeos
81. H. J. Laski, El Liberalismo Europeo
86. J. A. Wilson, La Cultura Egipcia
92. V. Gordon Childe, Los Orígenes de la Civilización
105. M. Collis, Marco Polo
111. B. K. Rattey, Los Hebreos
113. L. Febvre, Martín Lutero
120. G. R. Crone, Historia de los Mapas
121. A. Petrie, Introducción al estudio de Grecia
124. E. Wilson, Los rollos del Mar Muerto
RELIGIÓN Y FILOSOFÍA
10. M. Buber, ¿Qué es el Hombre?
11. W. Szilasi, ¿Qué es la Ciencia?
16. I. M. Bochenski, La Filosofía Actual
20. N. Bobbio, El Exietencialismo
23. N. Micklem, La Religión
28. Varios, Filosofía del Oriente
34. J. Wahl, Introducción a la Filosofía
39. E. F. Carritt, Introducción a la Estética
42. G. Radbruch, Introducción a la Filosofía del Derecho
50. W. Dilthey, Historia de la Filosofía
55. B. Russell, Religión y Ciencia
58. H. A. R. Gibb, El Mahometismo
63. A. Schweitzer, El Pensamiento de la India
67. M. R. Cohén, Introducción a la Lógica
70. H. Nohl, Introducción a la Ética
74. E. Fromm, Ética y Psicoanálisis
76. S. Serrano Poncela, El Pensamiento de Unamuno
77. K. Jaspers, La Filosofía
83. E. May* Filosofía Natural
85. L. Lavelle, Introducción a la Ontología
88. W. K. C. Guthrie, Los Filósofos Griegos
94 P. Vignaux, El Pensamiento en la Edad Media
H. y H. A. Frankfort, J. A. Wilson y T. Jacobsen, El Pen­
samiento Prefilosófico. I: Egipto y Mesopotamia
98. W. A. Irwin, H. y H. A. Frankfort, El Pensamiento Prefño
sófico. 11: Los Hebreos
103. M. Zambrano, El Hombre y lo Divino
108. N. Abbagnano, Introducción al Existencialismo
114. Ch. Guignebert, El Cristianismo Antiguo
97.
PSICOLOGÍA Y CIENCIAS SOCIALES
3.
13.
15.
18.
21.
27.
32.
36.
40.
47.
52.
57.
62.
82.
91.
93.
104.
107.
119.
122.
H. Nicolson, La Diplomacia
C. Kluckhohn, Antropología
B. Russell, Autoridad e Individuo
E. Weilenmann, El Mundo de los Sueños
H. Nohl, Antropología Pedagógica
V. E. Frankl, Psicoanálisis y Existencialismo
M. Halbwachs, Las Clases Sociales
G. Soule, Introducción a la Economía Contemporánea
E. Cassirer, Las Ciencias de la Cultura
C. Thompson, El Psicoanálisis
H. J. Laski, Los Sindicatos en la Nueva Sociedad
P. Vinogradoff, Introducción al Derecho
W. A. Lewis, La Planeación Económica
W. Wolff, Introducción a la Psicología
T. Mende, La India Contemporánea
F. Zweig, El Pensamiento Económico
M. Buber, Caminos de Utopía
A. H. Brodrick, El Hombre Prehistórico
W. Wolff, Introducción a la Psicopatología
W. Montenegro, Introducción a las Doctrinas Político-eco­
nómicas
CIENCIA Y TÉCNICA
8.L. C. Dunn y Th. Dobzhansky, Herencia, Raza y Sociedad
14. H. H. Read, Geología
19. F. D. Ommanney, El Océano
22. P. Jordán, La Física del Siglo XX
44. E. C. Titchmarsh, Esquema de la Matemática Actual
6Í. G. J. Whitrow, La Estructura del Universo
66. J. L. Tamayo, Geografía de América
69. H. Woltereck, La Vida Inverosímil
84. J. Jeans, Historia de la Física
90. G. Pittaluga, Temperamento, Carácter y Personalidad
102. L. Howard, Los Pájaros y su Individualidad
110. J. A. Hayward, Historia de la Medicina
116. G. Gamow, La Investigación del Atomo
118. G. Abetti, Historia de la Astronomía
123. C. J. Webb, Los Nombres de las Estrellas
HW
fei
Sèrèr-:::>>i
B • . ;;w:
r?
.- '
•r«r
5£
ALGUNAS OBRAS
publicadas en la sección de
POLITICA Y DERECHO
del
Fondo
de
Cultura Económica
G. D. H. Colé
Doctrinas y formas de la organización política
176 pp.
H. Heller
Teoría del Estado. 344 pp.
J. P. Mayer
Trayectoria del pensamiento político. 432 p
C. E. Merriam
Prólogo a la ciencia política. 172 pp.
G. H. Sabine
Historia de la teoría política. 762 pp.
F. Sternberg
¿Capitalismo o Socialismo? 620 pp.
EN OTRAS SECCIONES:
H. E. Barnes y H. Becker
Historia del pensamiento social. 2 vols., 880
466 pp.
K. Mannheim
Ideología y utopia, xxxn 4- 310 pp.
E. Cassirer
El mito del Estado. 364 pp.
L. Quintanilla
Bergsonismo y política. 210 pp.
Los Breviarios del Fondo de Cultura Eco­
nómica constituyen la base de una biblioteca
que lleva la universidad al hogar, poniendo al
alcance del hombre o la mujer no especiali­
zados los grandes temas del conocimiento mo­
derno. Redactados por especialistas de crédito
universal, cada uno de estos Breviarios es un
tratado sumario, y completo sobre la materia
que anuncia su título; en su conjunto, cuida­
dosamente planeado, forman esa biblioteca de
consulta y orientación que la cultura de nues­
tro tiempo hace indispensable.
Volumen medio
ARTE
PSICOLOGÍA y CIENCIAS SOCIALES
CIENCIA y TÉCNICA
LITERATURA
RELIGIÓN y FILOSOFÍA
HISTORIA
Descargar