Subido por Vanessa Olvera

Las mujeres que aman demasiado - Robin Norwood

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Título original
Women Who Love Too Much
Edición original.
Jeremy P. Tarcher, Inc.
Traducción
Nora Escoms.
© 1985 by Robin Norwood
© 1986 Javier Vergara Editor, S.A.
San Martín 969/Buenos Aires/Rep. Argentina
© 1986 Javier Vergara Editor, S.A. de C.V.
Av. Cuauhtémoc 1100, México, D.F./C.P. 03600 ISBN 968-497-147-8
Impreso en México - Printed in Mexico
Esta edición se terminó de imprimir en
LITOARTE, S. de R.L.
F.C. de Cuernavaca 683, México 11520, D.F.
en el mes de noviembre de 1986.
INDICE
Agradecimientos……………………………………………………………………………
03
Prólogo…………………………………………………………………………………………
04
1 Amar al hombre que no nos ama………………………………………………
08
2 Buen sexo en malas relaciones…………………………………………………
32
3 Si sufro por ti, ¿me amarás?............................................... 52
4 La necesidad de ser necesitadas………………………………………………
68
5 ¿Bailamos?..................................................................... 83
6 Los hombres que eligen a las mujeres que aman demasiado... 105
7 La Bella y la
Bestia……………………………………………………………………. 134
8 Cuando una adicción alimenta a otra…………………………………….….
175
9 Morir por
amor……………………………………………………………………… …..
189
10 El camino a la
recuperación……………………………………………………. 209
11 Recuperación e intimidad: cerrar la brecha………………………….... 246
Apéndice l
………………………………………………………………………………………
259
Apéndice
2………………………………………………………………………………………
264
2
AGRADECIMIENTOS
Deseo expresar mi más profundo agradecimiento a tres
personas, por su alentador compromiso con la creación de este
libro. En primer lugar, agradezco a mi esposo, Bob Calvert, quien
cocinó la cena todas las noches durante el último año del desarrollo
de este libro; él leyó todo lo que escribí -seis, siete veces, y más
aun- y se mantuvo enérgico, positivo y alentador, y proporcionó
con tacto una respuesta valiosísima, sugerencias útiles y
suavísimas críticas al trabajo en desarrollo. A pesar de la
considerable cantidad de tiempo, esfuerzo y atención que nos costó
este libro, siempre apoyó maravillosamente el proyecto, tanto con
palabras como con acciones.
En segundo lugar, agradezco a mi dactilógrafa, Stephanie
Stevens, que demostró una capacidad casi psíquica para descifrar
resmas enteras de mi material escrito a mano, acompañado por
complicadas instrucciones para el formato. De esas pilas de hojas
garabateadas, ella produjo hermosas páginas a tiempo para el
vencimiento de cada plazo, respondiendo siempre con entusiasmo
al material que copiaba.
Finalmente, debo agradecer a Laura Golden, la editora de
Tarcher, que vio por primera vez el manuscrito y creyó en él. La
clara comprensión de Laura del concepto de amar demasiado,
además de su perspicaz, alentador e incansable asesoramiento para
una escritora primeriza, mejoraron ampliamente la relevancia,
coherencia y calidad general del libro. Trabajar con ella ha sido una
gran bendición y una delicia.
Cada una de estas personas creyó en este libro antes de que
fuera realidad, y les estoy agradecida por su dedicación, su cariño y
su apoyo.
3
PROLOGO
Cuando estar enamorada significa sufrir, estamos amando
demasiado.
Cuando la mayoría de nuestras conversaciones con amigas
íntimas son acerca de él, de sus problemas, sus ideas, sus
sentimientos, y cuando casi todas nuestras frases comienzan con
"él...", estamos amando demasiado.
Cuando disculpamos su mal humor, su mal carácter, su
indiferencia o sus desaires como problemas debidos a una niñez
infeliz y tratamos de convertirnos en su terapeuta, estamos
amando demasiado.
Cuando leemos un libro de autoayuda y subrayamos todos los
pasajes que lo ayudarían a él, estamos amando demasiado.
Cuando no nos gustan muchas de sus conductas, valores y
características básicas, pero las soportamos con la idea de que, si
tan sólo fuéramos lo suficientemente atractivas y cariñosas, él
querría cambiar por nosotras, estamos amando demasiado.
Cuando nuestra relación perjudica nuestro bienestar emocional
e incluso, quizá, nuestra salud e integridad físicas, sin duda
estamos amando demasiado.
A pesar de todo el dolor y la insatisfacción que acarrea, amar
demasiado es una experiencia tan común para muchas mujeres que
casi creemos que es así como deben ser las relaciones de pareja.
La mayoría de nosotras hemos amado demasiado por lo menos una
vez, y para muchas de nosotras ha sido un tema recurrente en
nuestra vida. Algunas nos hemos obsesionado tanto con nuestra
pareja y nuestra relación que apenas podemos funcionar como
personas. En este libro examinaremos a fondo los motivos por los
que tantas mujeres, en busca de alguien que las ame, parecen
encontrar inevitablemente parejas nocivas y sin amor.
Analizaremos también por qué, una vez que sabemos que una
relación no satisface nuestras necesidades, nos cuesta tanto
ponerle fin. Veremos que el amor se convierte en amar demasiado
cuando nuestro hombre es inadecuado, desamorado o inaccesible
y, sin embargo, no podemos dejarlo; de hecho, lo queremos y lo
necesitamos más aun. Llegaremos a entender cómo nuestro deseo
de amar, nuestra ansia de amor, nuestro amor mismo, se convierte
en una adicción.
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"Adicción" es una palabra que asusta. Evoca imágenes de
consumidores de heroína que se clavan agujas en los brazos y
llevan una vida obviamente autodestructiva. No nos agrada la
palabra y no deseamos aplicar el concepto a nuestra forma de
relacionarnos con los hombres. Pero muchas, muchas de nosotras
hemos sido "adictas a los hombres" y, al igual que cualquier otro
adicto, necesitamos admitir la seriedad del problema antes de
poder empezar a curarnos.
Si usted alguna vez se vio obsesionada por un hombre, quizá
haya sospechado que la raíz de esa obsesión no era el amor sino el
miedo. Quienes amamos en forma obsesiva estamos llenas de
miedo: miedo a estar solas, miedo a no ser dignas o a no inspirar
cariño, miedo a ser ignoradas, abandonadas o destruidas. Damos
nuestro amor con la desesperada ilusión de que el hombre por
quien estamos obsesionadas se ocupe de nuestros miedos. En
cambio, los miedos -y nuestra obsesión- se profundizan hasta que
el hecho de dar amor para recibirlo se convierte en la fuerza que
impulsa nuestra vida. Y como nuestra estrategia no da resultado,
tratamos, amamos más aún. Amamos demasiado.
La primera vez que reconocí este fenómeno de "amar
demasiado" como un síndrome de ideas, sentimientos y conductas
fue después de varios años de asesorar a alcohólicos y drogadictos.
Luego de llevar a cabo cientos de entrevistas con adictos y sus
familias, hice un descubrimiento sorprendente. A veces, los
pacientes a quienes entrevistaba se habían criado en familias con
problemas, y a veces, no; pero sus parejas casi siempre provenían
de familias con problemas severos, en las cuales habían
experimentado tensiones y sufrimientos mayores que los comunes.
Al luchar por salir adelante con sus compañeros adictos, estas
mujeres (que en el área del tratamiento para el alcoholismo se
conocen como "co-alcohólicas") inconscientemente recreaban y
revivían aspectos significativos de su niñez.
Principalmente a través de las esposas y novias de adictos,
comencé a entender la naturaleza del hecho de amar demasiado.
Sus historias personales revelaban la necesidad de superioridad y
sufrimiento que experimentaban en su papel de "salvadoras" y me
ayudaron a comprender la profundidad de su adicción a un hombre
que, a su vez, era adicto a una sustancia. Era evidente que, en
esas parejas, ambos integrantes necesitaban ayuda por igual, y que
ambos estaban literalmente muriendo por sus adicciones: él, por
5
los efectos del consumo de sustancias químicas; ella, por los
efectos de una tensión extrema.
Esas mujeres co-alcohólicas me clarificaron el increíble poder y
la influencia de sus experiencias infantiles sobre sus patrones
adultos para relacionarse con los hombres. Ellas tienen algo que
decirnos a todas quienes hemos amado demasiado acerca de la
razón por la cual hemos desarrollado nuestra predilección por las
relaciones problemáticas, cómo perpetramos nuestros problemas y,
lo más importante, cómo podemos cambiar y mejorar.
No pretendo implicar que las mujeres sean las únicas que aman
demasiado. Algunos hombres practican esta obsesión con las
relaciones con tanto fervor como podría hacerlo una mujer, y sus
sentimientos y conductas provienen de la misma dinámica y las
mismas experiencias infantiles. Sin embargo, la mayoría de los
hombres que han sido dañados en la niñez no desarrollan una
adicción a las relaciones. Debido a una interacción de factores
biológicos y culturales, por lo general tratan de protegerse y evitar
el dolor mediante objetivos más externos que internos, más
impersonales que personales. Tienden a obsesionarse por el
trabajo, los deportes o los hobbies, mientras que la mujer, debido a
las fuerzas biológicas y culturales que la afectan, tiende a
obsesionarse con una relación, tal vez con un hombre así dañado y
distante.
Es de esperar que este libro sea útil para cualquiera que ame
demasiado, pero está escrito en especial para las mujeres porque el
hecho de amar demasiado es principalmente un fenómeno
femenino. Su propósito es muy específico: ayudar a reconocer ese
hecho a las mujeres que tienen patrones destructivos de
relacionarse con los hombres, comprender el origen de esos
patrones y obtener las herramientas necesarias para cambiar sus
vidas.
Pero si usted es una mujer que ama demasiado, me parece
justo prevenirle que éste no será un libro fácil de leer. Por cierto, si
la definición le va bien y aun así usted lee este libro en forma
superficial, sin que la afecte o la conmueva, o si se encuentra
aburrida o enojada, o no logra concentrarse en el material aquí
presentado, o si sólo piensa en lo mucho que esto podría ayudar a
otra persona, le sugiero que pruebe volver a leerlo con
posterioridad. Todos necesitamos negar lo que nos resulta
demasiado doloroso o amenazador para aceptarlo. La negación es
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un medio natural de autoprotección, que obra en forma automática
y espontánea. Tal vez en una lectura posterior usted podrá
enfrentar sus propias experiencias y sus sentimientos más
profundos.
Lea despacio, permítase relacionarse tanto intelectual como
emocionalmente con estas mujeres y sus historias. Las historias
presentadas en este libro podrán parecerle extremas. Le aseguro
que son todo lo contrario. Las personalidades, las características y
las historias que he encontrado entre cientos de mujeres a quienes
he conocido personal y profesionalmente y que entran en la
categoría de amar demasiado no están en absoluto exageradas
aquí. Sus historias reales son mucho más complicadas y llenas de
dolor. Si los problemas de ellas le parecen mucho más graves y
angustiosos que los suyos, permítame decir que su reacción inicial
es típica de la mayoría de mis pacientes. Cada una cree que su
problema "no es tan grave", aun cuando se compadece de la
situación de otras mujeres que, en su opinión, tienen "verdaderos"
problemas.
Una de las ironías de la vida es que las mujeres podamos
responder con tanta compasión y comprensión a la vida de otros y
permanecer tan ciegas a (y por) el dolor en nuestra propia vida.
Conozco eso muy bien, pues la mayor parte de mi vida fui una
mujer que amó demasiado hasta que el efecto nocivo sobre mi
salud física y emocional fue tan severo que me vi forzada a
examinar a fondo mi forma de relacionarme con los hombres. He
pasado los últimos años trabajando mucho para cambiar ese
patrón. Han sido los años más gratificantes de mi vida.
Espero que, a todas ustedes que aman demasiado, este libro
las ayude a cobrar mayor conciencia de la realidad de su situación,
pero que también las aliente a empezar a cambiarla, reencauzando
su afecto, no hacia su obsesión por un hombre, sino hacia su propia
recuperación y su propia vida.
Aquí cabe una segunda advertencia. En este libro, al igual que
en tantos libros de "autoayuda", hay una lista de pasos a seguir a
fin de cambiar. Si usted decide que realmente desea seguir esos
pasos, necesitará -como en todo cambio terapéutico- años de
trabajo y nada menos que su dedicación total. No hay atajos para
salir del patrón de amar demasiado en el que usted está atrapada.
Es un patrón aprendido a temprana edad y muy bien practicado, y
el hecho de abandonarlo será temible, amenazador y un constante
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desafío. Con esta advertencia no pretendo desalentarla. Después de
todo, si usted no cambia su patrón de relaciones, sin duda se
enfrentará a una lucha en los años venideros. Pero en ese caso, su
lucha no será por crecer sino simplemente por sobrevivir. Si elige
iniciar el proceso de recuperación, dejará de ser una mujer que
ama a alguien con tal intensidad que resulta dolorosa para pasar a
ser una mujer que se ama a sí misma lo suficiente para detener el
dolor.
CAPITULO 1
Amar al hombre que no nos ama
Víctima del amor,
veo un corazón destrozado.
Tienes una historia que contar.
Víctima del amor;
es un papel muy fácil
y tú sabes representarlo
muy bien.
... Creo que sabes
a qué me refiero.
Caminas por la cuerda floja
del dolor y el deseo,
buscando el amor.
Víctima del amor
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Era la primera sesión de Jill, y se veía indecisa. Vivaz y
menuda, con rizos rubios como los de la huerfanita Annie,
estaba sentada, muy tiesa, al borde de la silla, frente a mí.
Todo en ella parecía redondo: la forma de su cara, su figura
ligeramente rolliza y, en particular, sus ojos azules, que
observaban los títulos y certificados colgados en las paredes de
mi consultorio. Hizo algunas preguntas sobre mis estudios
universitarios y mi título de consejera y luego mencionó, con
visible orgullo, que estudiaba Derecho.
Hubo un breve silencio. Miró sus manos entrelazadas.
-Creo que será mejor que empiece a hablar de por qué
estoy aquí -dijo con rapidez, aprovechando el impulso de sus
palabras para ganar coraje-. Estoy haciendo esto... me refiero a
consultar a una terapeuta, porque soy realmente desdichada.
Es por los hombres, claro. Quiero decir, yo y los hombres.
Siempre hago algo que los aleja. Todo empieza bien.
Realmente me persiguen y todo eso, y después, cuando llegan
a conocerme... -se puso visiblemente tensa contra el dolor que
se avecinaba- ...todo se arruina.
Me miró, con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas,
y prosiguió más lentamente.
-Quiero saber qué hago mal, qué tengo que cambiar en
mí... porque lo haré. Haré todo lo que sea necesario.
Realmente soy muy trabajadora. -Comenzaba a acelerarse otra
vez.- No es que no esté dispuesta. Es sólo que no sé por qué
siempre me pasa esto. Tengo miedo de involucrarme en otra
relación. Quiero decir, cada vez que lo hago, no hay más que
dolor. Comienzo a tener miedo de los hombres.
Meneó la cabeza, sus redondos rizos se balancearon, y
explicó con vehemencia:
-No quiero que eso suceda, porque estoy muy sola. En la
escuela de Derecho tengo muchas responsabilidades, y además
trabajo
para
mantenerme.
Esas
exigencias
podrían
mantenerme ocupada todo el tiempo. De hecho, eso es
prácticamente lo único que hice el último año: trabajar, ir a las
clases, estudiar y dormir. Pero echaba de menos el hecho de
tener un hombre en mi vida.
Prosiguió con rapidez.
-Entonces conocí a Randy, mientras visitaba a unos amigos
en San Diego, hace dos meses. Es abogado, y nos conocimos
una noche en que mis amigos me llevaron a bailar. Bueno,
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hicimos buenas migas de entrada. Había tanto de que hablar...
Salvo que creo que fui yo quien más habló. Pero a él parecía
gustarle eso. Además, era fantástico estar con un hombre que
se interesaba por cosas que para mí también eran importantes.
Jill frunció el entrecejo.
-Parecía realmente atraído hacia mí. Por ejemplo, me
preguntó si era casada (soy divorciada, desde hace dos años),
si vivía sola. Ese tipo de cosas.
Yo podía imaginar cómo debió notarse el entusiasmo de Jill
mientras conversaba alegremente con Randy por sobre la
música estrepitosa aquella primera noche. Y el entusiasmo con
que lo recibió una semana después, cuando él hizo un viaje por
trabajo a Los Angeles y lo extendió 160 kilómetros más para
visitarla. Durante la cena Jill le ofreció dejarlo dormir en su
apartamento para que pudiera postergar el largo viaje de
regreso hasta el día siguiente. Randy aceptó la invitación y el
romance se inició esa noche.
-Fue fantástico. Me dejó cocinar para él y realmente
disfrutaba que lo atendiera. Le planché la camisa antes de que
se vistiera, por la mañana. Me encanta atender a los hombres.
Nos llevábamos a las mil maravillas.
Jill sonrió con una expresión de añoranza. Pero al continuar
con su historia, resultó evidente que, casi de inmediato, se
había obsesionado por completo por Randy.
Cuando él llegó de regreso a su apartamento de San Diego,
el teléfono estaba sonando. Jill le informó con calidez que había
estado preocupada por su largo viaje y que la aliviaba saber
que había llegado bien. Cuando tuvo la impresión de que él
parecía un poco perplejo por su llamada, se disculpó por
haberlo molestado y colgó, pero un intenso malestar comenzó a
crecer en ella, atizado por la comprensión de que una vez más
sus sentimientos eran mucho más profundos que los del
hombre de su vida.
-Una vez Randy me dijo que no lo presionara o
simplemente desaparecería. Me asusté mucho. Todo dependía
de mí. Se suponía que debía amarlo y al mismo tiempo dejarlo
en paz. Yo no podía hacerlo: por eso me asustaba cada vez
más. Cuanto más miedo sentía, más perseguía a Randy.
Pronto, Jill comenzó a llamarlo casi todas las noches.
Habían acordado turnarse para llamar, pero a menudo, cuando
era el turno de Randy, se hacía tarde y Jill se inquietaba
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demasiado para soportar la espera. De cualquier manera, no
podría dormir, de modo que lo llamaba. Esas conversaciones
eran tan vagas como prolongadas.
-Me decía que había olvidado llamarme, y yo le decía:
"¿Cómo puedes olvidarlo?" Después de todo, yo nunca lo
olvidaba. Entonces empezábamos a hablar de la razón por la
que él lo olvidaba, y parecía tener miedo de acercarse a mí y yo
quería ayudarlo a superar eso. Siempre decía que no sabía qué
quería en la vida, y yo trataba de ayudarlo a aclarar cuáles eran
las cosas importantes para él.
Fue así como Jill adoptó el papel de psiquiatra con Randy,
tratando de ayudarlo a estar más presente emocionalmente
para ella.
El hecho de que Randy no la quisiera era algo que Jill no
podía aceptar. Ella ya había decidido que Randy la necesitaba.
En dos oportunidades, Jill voló a San Diego para pasar el fin
de semana con él; en la segunda visita, él pasó el domingo
ignorándola, mirando televisión y bebiendo cerveza. Fue uno de
los peores días que ella podía recordar.
-¿Bebía mucho? -le pregunté. Pareció sorprendida.
-Bueno, no, no mucho. En realidad, no lo sé. Nunca lo
pensé. Claro que estaba bebiendo la noche en que lo conocí,
pero es natural. Después de todo, estábamos en un bar. A
veces, cuando hablábamos por teléfono, yo oía el tintineo del
hielo en un vaso y bromeaba al respecto... porque bebía solo y
esas cosas. En realidad, nunca estuve con él sin que bebiera,
pero simplemente supuse que le gustaba beber. Eso es normal,
¿no es cierto?
Hizo una pausa, pensativa.
- ¿Sabe? A veces, por teléfono, hablaba de una manera
rara, especialmente para un abogado. Parecía vago e
impreciso; olvidadizo, poco consistente. Pero nunca pensé que
eso sucedía porque estaba bebiendo. Creo que yo misma no me
permitía pensar en ello.
Me miró con tristeza.
- Tal vez sí bebía demasiado, pero debía de ser porque yo
lo aburría. Creo que simplemente yo no le interesaba lo
suficiente y él no deseaba estar conmigo. -Prosiguió con
ansiedad.- Mi esposo nunca quería estar conmigo... ¡eso era
obvio! -Se le llenaron los ojos de lágrimas al esforzarse por
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continuar.- Mi padre, tampoco... ¿Qué tengo? ¿Por qué todos
sienten lo mismo por mí? ¿Qué es lo que hago mal?
Desde el instante en que Jill tomó conciencia de un
problema entre ella y alguien importante para ella, estuvo
dispuesta no sólo a tratar de resolverlo sino también a asumir
la responsabilidad por haberlo creado. Si Randy, su esposo y su
padre no la hablan amado, ella sentía que debía ser por algo
que ella había hecho o dejado de hacer.
Las actitudes, los sentimientos, la conducta y las
experiencias de vida de Jill eran típicas de una mujer para
quien estar enamorada significa sufrir. Ella exhibía muchas de
las características que tienen en común las mujeres que aman
demasiado. A pesar de los detalles específicos de sus historias y
luchas, ya sea que hayan soportado una larga y difícil relación
con un solo hombre o se hayan visto involucradas en una serie
de relaciones infelices con muchos hombres, las mujeres que
aman demasiado comparten un perfil común. Amar demasiado
no significa amar a demasiados hombres, ni enamorarse con
demasiada frecuencia, ni sentir un amor genuino demasiado
profundo por otro ser. En verdad, significa obsesionarse por un
hombre y llamar a esa obsesión "amor", permitiendo que ésta
controle nuestras emociones y gran parte de nuestra conducta
y, si bien comprendemos que ejerce una influencia negativa
sobre nuestra salud y nuestro bienestar, nos sentimos
incapaces de libramos de ella. Significa medir nuestro amor por
la profundidad de nuestro tormento.
Al leer este libro, es probable que usted se identifique con
Jill, o con otra de las mujeres cuyas historias encontrará aquí, y
quizá se pregunte si usted también es una mujer que ama
demasiado. Tal vez, aunque sus problemas con los hombres
sean similares a los de ellas, le cueste asociarse con los
"rótulos" que se aplican a los antecedentes de algunas de estas
mujeres. Todos tenemos fuertes reacciones emocionales ante
palabras como alcoholismo, incesto, violencia y adicci6n, y a
veces no podemos mirar nuestra vida con realismo porque
tememos que nos apliquen esos rótulos a nosotros o a los que
amamos. Es triste, pero nuestra incapacidad de usar las
palabras cuando sí son aplicables a menudo nos impide
conseguir ayuda adecuada. Por otro lado, esos temidos rótulos
pueden no ser aplicables en su vida. Es probable que su niñez
haya tenido problemas de naturaleza más sutil. Tal vez su
12
padre, al tiempo que proporcionaba un hogar económicamente
seguro, sentía un profundo rechazo y desconfianza hacia las
mujeres, y su incapacidad de amarla evitó que usted se amara
a sí misma. O quizá la actitud de su madre hacia usted haya
sido celosa y competitiva en privado aun cuando en público se
enorgulleciera de usted, de modo que usted terminó por
necesitar un buen desempeño para ganar su aprobación y, al
mismo tiempo, temer la hostilidad que su éxito generaba en
ella.
En este libro no podemos cubrir la miríada de formas en
que una familia puede ser disfuncional: eso requeriría varios
volúmenes de naturaleza bastante diferente. Sin embargo, es
importante entender que lo que todas las familias
disfuncionales tienen en común es la incapacidad de discutir
problemas de raíz. Quizá haya otros problemas que sí se
discuten, a menudo hasta el punto de saturación, pero con
frecuencia éstos encubren los secretos subyacentes que hacen
que la familia sea disfuncional. Es el grado de secreto -la
incapacidad de hablar sobre los problemas-, más que la
severidad de los mismos, lo que define el grado de
disfuncionalidad que adquiere una familia y la gravedad del
daño provocado a sus miembros.
Una familia disfuncional es aquella en que los miembros
juegan roles rígidos y en la cual la comunicación está
severamente restringida a las declaraciones que se adecuan a
esos roles. Los miembros no tienen libertad para expresar todo
un espectro de experiencias, deseos, necesidades y
sentimientos, sino que deben limitarse a jugar el papel que se
adapte al de los demás miembros de la familia. En todas las
familias hay roles, pero a medida que cambian las
circunstancias, los miembros también deben cambiar y
adaptarse para que la familia siga siendo saludable. De esa
manera, la clase de atención materna que necesita una criatura
de un año será sumamente inadecuada para un adolescente de
trece años, y el rol materno debe alterarse para acomodarse a
la realidad. En las familias disfuncionales, los aspectos
principales de la realidad se niegan, y los roles permanecen
rígidos.
Cuando nadie puede hablar sobre lo que afecta a cada
miembro de la familia individualmente y a la familia como
grupo -es más, cuando tales temas son prohibidos en forma
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implícita (se cambia el tema) o explícita (" ¡Aquí no se habla de
esas cosas!")- aprendemos a no creer en nuestras propias
percepciones o sentimientos. Como nuestra familia niega la
realidad, nosotros también comenzamos a negarla. Y eso
deteriora severamente el desarrollo de nuestras herramientas
básicas para vivir la vida y para relacionarnos con la gente y las
situaciones. Es ese deterioro básico lo que opera en las mujeres
que aman demasiado. Nos volvemos incapaces de discernir
cuándo alguien o algo no es bueno para nosotros. Las
situaciones y la gente que otros evitarían naturalmente por
peligrosas, incómodas o perjudiciales no nos repelen, porque no
tenemos manera de evaluarlas en forma realista o
autoprotectora. No confiamos en nuestros sentimientos, ni los
usamos para guiamos. En cambio, nos vemos arrastradas hacia
los mismos peligros, intrigas, dramas y desafíos que otras
personas con antecedentes más sanos y equilibrados
naturalmente evitarían. Y por medio de esa atracción nos
dañamos más, porque gran parte de aquello hacia lo cual nos
vemos atraídas es una réplica de lo que vivimos mientras
crecíamos. Volvemos a lastimarnos una y otra vez.
Nadie se convierte en una mujer así, una mujer que ama
demasiado, por casualidad. Crecer como miembro femenino de
esta sociedad y en una familia así puede generar algunos
patrones previsibles. Las siguientes características son típicas
de las mujeres que aman demasiado, mujeres como Jill y, tal
vez, como usted.
1. Típicamente, usted proviene de un hogar disfuncional
que no satisfizo sus necesidades emocionales.
2. Habiendo recibido poco afecto, usted trata de compensar
indirectamente esa necesidad insatisfecha proporcionando
afecto, en especial a hombres que parecen, de alguna manera,
necesitados.
3. Debido a que usted nunca pudo convertir a su(s)
progenitor(es) en los seres atentos y cariñosos que usted
ansiaba, reacciona profundamente ante la clase de hombres
emocionalmente inaccesibles a quienes puede volver a intentar
cambiar, por medio de su amor.
14
4. Como la aterra que la abandonen, hace cualquier cosa
para evitar que una relación se disuelva.
5. Casi ninguna cosa es demasiado problemática, tarda
demasiado tiempo o es demasiado costosa si "ayuda" al
hombre con quien usted está involucrada.
6. Acostumbrada a la falta de amor en las relaciones
personales, usted está dispuesta a esperar, conservar
esperanzas y esforzarse más para complacer.
7. Está dispuesta a aceptar mucho más del cincuenta por
ciento de la responsabilidad, la culpa y los reproches en
cualquier relación.
8. Su amor propio es críticamente bajo, y en el fondo usted
no cree merecer la felicidad. En cambio, cree que debe ganarse
el derecho de disfrutar la vida.
9. Necesita con desesperación controlar a sus hombres y
sus relaciones, debido a la poca seguridad que experimentó en
la niñez. Disimula sus esfuerzos por controlar a la gente y las
situaciones bajo la apariencia de "ser útil".
10. En una relación, está mucho más en contacto con su
sueño de cómo podría ser que con la realidad de su situación.
11. Es adicta a los hombres y al dolor emocional.
12.Es
probable
que
usted
esté
predispuesta
emocionalmente y, a menudo, bioquímicamente, para volverse
adicta a las drogas, al alcohol y/o a ciertas comidas, en
particular los dulces.
13. Al verse atraída hacia personas que tienen problemas
por resolver, o involucrada en situaciones que son caóticas,
inciertas y emocionalmente dolorosas, usted evita concentrarse
en su responsabilidad para consigo misma.
14. Es probable que usted tenga una tendencia a los
episodios depresivos, los cuales trata de prevenir por medio de
la excitación que proporciona una relación inestable.
15
15. No la atraen los hombres que son amables, estables,
confiables y que se interesan por usted. Esos hombres
"agradables" le parecen aburridos.
Jill tenía casi todas esas características, en mayor o menor
grado. Fue tanto porque ella encarnaba tantos de los atributos
mencionados como por cualquier otra cosa que ella me haya
dicho que sospeché que Randy podía tener un problema de
alcoholismo. Las mujeres que tienen esta clase de
características emocionales se ven atraídas una y otra vez hacia
hombres que son emocionalmente inaccesibles por una razón u
otra. La adicción es una forma primaria de ser emocionalmente
inaccesible.
Desde el comienzo, Jill estuvo dispuesta a aceptar más
responsabilidad que Randy por el inicio de la relación y por
mantenerla en marcha. Al igual que tantas otras mujeres que
aman demasiado, era obvio que Jill era una persona muy
responsable, una gran emprendedora que tenía éxito en
muchas áreas de su vida, pero que no obstante tenía muy poco
amor propio. La realización de sus objetivos académicos y
laborales no bastaba para equilibrar el fracaso personal que
soportaba en sus relaciones de pareja. Cada llamada telefónica
que Randy olvidaba hacer asestaba un duro golpe a la frágil
imagen que Jill tenía de sí misma, la cual ella luego se
esforzaba heroicamente por apuntalar tratando de obtener
alguna señal de cariño por parte de él. Su voluntad para
aceptar toda la culpa por una relación frustrada era típica, al
igual que su incapacidad de evaluar la situación con realismo y
de cuidarse abandonando la relación al hacerse evidente la falta
de reciprocidad.
Las mujeres que aman demasiado tienen poca
consideración por su integridad personal en una relación
amorosa. Dedican sus energías a cambiar la conducta o los
sentimientos de la otra persona hacia ellas mediante
manipulaciones desesperadas, tales como las costosas llamadas
de larga distancia y los vuelos a San Diego de Jill. (No
olvidemos que su presupuesto era sumamente limitado.) Sus
"sesiones terapéuticas" de larga distancia con él, más que un
intento de ayudarlo a descubrir quién era, eran un intento de
convertirlo en el hombre que ella necesitaba que fuera. En
16
realidad, Randy no quería ayuda para descubrir quién era. Si le
hubiera interesado ese viaje de autodescubrimiento, él mismo
habría hecho la mayor parte del trabajo en lugar de
permanecer pasivamente sentado mientras Jill trataba de
obligarlo a analizarse. Ella hacía esos esfuerzos porque su única
otra alternativa era reconocerlo y aceptarlo tal como era: un
hombre a quien no le importaban sus sentimientos ni la
relación.
Volvamos a la sesión de Jill para comprender mejor qué la
había llevado aquel día a mi consultorio. Ahora hablaba de su
padre.
-Era un hombre muy obstinado. Juré que algún día ganaría
una discusión con él.
Reflexionó un momento.
-Sin embargo, nunca lo logré. Tal vez sea por eso que me
dediqué al Derecho. ¡Me encanta la idea de discutir un caso y
ganar!
Esbozó una amplia sonrisa al pensarlo y luego volvió a
ponerse seria.
-¿Sabe lo que hice una vez? Lo obligué a decirme que me
quería, y a darme un abrazo.
Jill trataba de contarlo como una simple anécdota de sus
años adolescentes, pero no le salió así. Se percibía la sombra
de una niña herida.
-Jamás lo habría hecho si no lo hubiera obligado. Pero me
quería. Sólo que no podía demostrármelo. Nunca pudo volver a
decirlo. Por eso me alegro de haberlo obligado. Si no, nunca lo
habría oído decírmelo. Hacía años y años que esperaba eso. Yo
tenía dieciocho años cuando le dije: "Vas a decirme que me
quieres", y no me moví hasta que me lo dijo. Después le pedí
un abrazo y, en realidad, tuve que abrazarlo yo primero. Él
apenas me abrazó y me palmeó el hombro un poco, pero bastó.
Realmente necesitaba eso de él.
Las lágrimas habían vuelto, y esta vez rodaron por sus
redondas mejillas.
- ¿Por qué le costaba tanto hacerlo? Parece una cosa tan
básica poder decir a una hija que uno la quiere.
Volvió a contemplar sus manos entrelazadas.
-Lo intenté tanto... Tal vez por eso discutía y peleaba tanto
con él. Yo pensaba que si alguna vez ganaba, él tendría que
enorgullecerse de mí. Tendría que admitir que lo hacía bien. Yo
17
quería su aprobación, que supongo que significa su amor, más
que nada en el mundo...
Al hablar más con Jill, se volvió evidente que su familia
adjudicaba el rechazo por parte de su padre al hecho de que él
había querido un hijo varón y en cambio había tenido una hija
mujer. Esa explicación facilista de la frialdad de su padre hacia
ella era mucho más sencilla para todos, inclusive para Jill, que
aceptar la verdad sobre él. Pero después de un tiempo
considerable en terapia, Jill reconoció que su padre no tenía
lazos emocionales cercanos con nadie, que había sido
virtualmente incapaz de expresar amor, calidez o aprobación a
nadie en su esfera personal. Siempre había habido "razones"
para su contención emocional, tales como discusiones y
diferencias de opinión o hechos irreversibles, como el que Jill
fuera mujer. Cada miembro de la familia prefería aceptar esas
razones como válidas en lugar de examinar la calidad siempre
distante de sus relaciones con él.
En realidad, a Jill le costaba más aceptar la incapacidad
básica de amar de su padre que continuar culpándose a sí
misma. Mientras la culpa fuera suya, también habría
esperanzas... de que algún día ella pudiera cambiar lo
suficiente para provocar un cambio en él.
Es verdad en todos nosotros que cuando sucede algo
emocionalmente doloroso y nos decimos que la culpa es
nuestra, en realidad estamos diciendo que tenemos control
sobre ello: si nosotros cambiamos, el dolor desaparecerá. Esta
dinámica subyace a gran parte de la culpabilidad que se
adjudican las mujeres que aman demasiado. Al culpamos, nos
aferramos a la esperanza de que podremos descubrir lo que
estamos haciendo mal y corregirlo, controlando así la situación
y deteniendo el dolor.
Este patrón en Jill quedó bien en claro durante una sesión,
poco después, en la cual describía su matrimonio.
Inexorablemente atraída hacia alguien con quien pudiera
recrear el clima emocionalmente carente de su niñez con su
padre, su matrimonio fue una oportunidad de que volviera a
intentar ganar un amor reprimido.
Mientras Jill relataba cómo conoció a su esposo, recordé
una máxima que había oído de labios de un colega: La gente
hambrienta
hace
malas
compras.
Desesperadamente
hambrienta de amor y aprobación, y familiarizada con el
18
rechazo aunque nunca lo identificara como tal, Jill estaba
destinada a encontrar a Paul.
Me dijo:
-Nos conocimos en un bar. Yo había estado lavando mi ropa
en un lavadero público y salí unos minutos para ir al bar de al
lado, un lugar pequeño y barato. Paul estaba jugando al pool y
me preguntó si quería jugar. Le dije que sí, y así empezó todo.
Me invitó a salir. Le dije que no, que yo no salía con hombres
que conocía en los bares. Bien, me siguió hasta el lavadero y
siguió hablándome. Finalmente le di mi número telefónico y
salimos la noche siguiente.
"Usted no va a creer esto, pero terminamos viviendo juntos
dos semanas después. El no tenía dónde vivir y yo tenía que
dejar mi apartamento, de modo que conseguimos uno para los
dos. Nada en la relación era tan estupendo, ni el sexo, ni el
compañerismo, ni nada. Pero pasó un año y mi madre empezó
a ponerse nerviosa por lo que yo estaba haciendo, entonces
nos casamos.
Otra vez Jill sacudía sus rizos.
A pesar de ese comienzo casual, pronto se obsesionó.
Debido a que Jill había crecido tratando de enmendar todo lo
que estuviera mal, naturalmente trasladó ese patrón de
pensamientos y conducta a su matrimonio.
-Me esforzaba mucho. Quiero decir, realmente lo amaba y
estaba decidida a lograr que él también me amara. Yo sería la
esposa perfecta. Cocinaba y limpiaba como loca, y al mismo
tiempo trataba de ir a las clases. Gran parte del tiempo él no
trabajaba. Estaba por ahí o desaparecía varios días. Era un
infierno, la espera y el hecho de no saber nada de él. Pero
aprendí a no preguntar dónde había estado porque... -Vaciló y
cambió su posición en la silla.- Me cuesta admitir esto. Yo
estaba tan segura de que podía hacer que todo funcionara bien
si tan sólo me esforzaba lo suficiente, pero a veces me enojaba
después de que él desaparecía y entonces él me pegaba.
"Nunca había dicho esto a nadie. Siempre me sentí tan
avergonzada... Yo misma nunca me vi de esa manera, ¿sabe?
Como alguien que se dejaría pegar.
El matrimonio de Jill terminó cuando su esposo encontró
otra mujer en una de sus prolongadas ausencias del hogar. A
pesar de la angustia en que se había convertido su matrimonio,
Jill quedó desolada cuando Paul se marchó.
19
-Yo sabía que, fuera quien fuese esa mujer, era todo lo
que yo no era. En realidad podía ver por qué me había
abandonado Paul. Yo sentía que ya no tenía nada para
ofrecerle, ni a él ni a nadie. No lo culpaba por haberme dejado.
Me refiero a que, después de todo yo tampoco podía
soportarme.
Gran parte de mi trabajo con Jill consistió en ayudarla a
comprender el proceso de enfermedad en que había estado
inmersa durante tanto tiempo: su adicción a las relaciones
condenadas al fracaso con hombres emocionalmente
inaccesibles. El aspecto adictivo de la conducta de Jill en sus
relaciones puede compararse con el uso adictivo de una droga.
Al comienzo de sus relaciones había un período "alto" inicial,
una sensación de euforia y entusiasmo mientras ella creía que
al fin podrían satisfacerse sus más profundas necesidades de
amor, atención y seguridad emocional. Al creer eso, Jill se
volvía cada vez más dependiente del hombre y de la relación
para sentirse bien. Luego, al igual que un adicto que debe
consumir más droga cuando ésta produce menos efecto,
comenzaba a dedicarse a la relación con mayor intensidad ya
que ésta le proporcionaba menos satisfacción. En un intento de
conservar lo que una vez había parecido tan maravilloso, tan
prometedor, Jill acosaba servilmente a su hombre, pues
necesitaba más contacto, más consuelo, más amor, al tiempo
que recibía cada vez menos. Cuanto peor se volvía la situación,
más le costaba desembarazarse de ella debido a la profundidad
de su necesidad. No podía renunciar.
Jill tenía veintinueve años la primera vez que vino a verme.
Hacía siete años que su padre había muerto, pero se guía
siendo el hombre más importante de su vida. En cierto modo,
era el único hombre de su vida, porque en cada relación con
otro hombre por quien se sentía atraída, en realidad se
relacionaba con su padre, esforzándose aún por ganar el amor
de aquel hombre que no podía darlo debido a sus propios
problemas.
Cuando las
experiencias
de
nuestra
niñez
son
particularmente dolorosas, a menudo nos vemos obligados
inconscientemente a recrear situaciones similares durante toda
la vida, en un impulso de obtener el control sobre ellas.
Por ejemplo, si nosotros, al igual que Jill, hemos amado y
necesitado a un progenitor que no nos correspondía, a menudo
20
nos comprometemos con una persona similar, o con una serie
de ellas, en la edad adulta, en un intento de "ganar" la vieja
lucha por ser amados. Jill personificaba esta dinámica al
sentirse atraída por un hombre inadecuado tras otro.
Hay un viejo chiste acerca de un miope que ha perdido sus
llaves a altas horas de la noche y las está buscando a la luz de
un farol callejero. Otra persona llega y se ofrece a ayudarlo a
buscarlas, pero le pregunta: "¿Está seguro de que las perdió
aquí?" El hombre responde: "No, pero aquí hay luz."
Jill, al igual que el hombre del chiste, buscaba lo que
faltaba en su vida, no donde tenía esperanzas de encontrarlo,
sino donde le resultaba más fácil buscarlo, ya que era una
mujer que amaba demasiado.
En este libro analizaremos qué es amar demasiado, por qué
lo hacemos y cómo podemos transformar nuestra forma de
amar en una forma más sana de relacionarnos. Volvamos a
examinar las características de las mujeres que aman
demasiado, esta vez una por una.
l. Típicamente, usted proviene de un hogar
disfuncional
que
no
satisfizo
sus
necesidades
emocionales.
Tal vez la mejor manera de enfocar la comprensión de esta
característica sea comenzar por la segunda mitad: "... que no
satisfizo sus necesidades emocionales". Por necesidades
emocionales no entendemos solamente las necesidades de
amor y atención. Si bien ese aspecto es importante, más crítico
aun es el hecho de que sus percepciones y sentimientos hayan
sido, en su mayor parte, ignorados o negados en lugar de ser
aceptados y valorados. Un ejemplo: Los padres están peleando.
La hija tiene miedo. La hija pregunta a la madre: "¿Por qué
estás enojada con papá?" La madre responde: "No estoy
enojada", pero se ve furiosa y perturbada. Ahora la hija se
siente confundida, más temerosa, y dice: "Yo te oí gritar." La
madre responde, enfadada: "¡Te dije que no estoy enojada,
pero lo estaré si insistes con esto!" Ahora la hija siente miedo,
confusión, enojo y culpa. Su madre ha implicado que sus
percepciones son incorrectas, pero si eso es verdad, ¿de dónde
21
provienen esos sentimientos de miedo? Ahora la niña debe
elegir entre saber que tiene razón y que su madre le ha
mentido deliberadamente, o pensar que se equivoca en lo que
oye, ve y siente. A menudo se conforma con la confusión y deja
de expresar sus percepciones para no tener que experimentar
la aflicción de que se las invaliden. Eso deteriora la capacidad
de una niña de confiar en sí misma y en sus percepciones,
tanto en la niñez como en la edad adulta, especialmente en las
relaciones cercanas.
La necesidad de afecto también puede ser negada o
satisfecha en forma insuficiente. Cuando los padres están
peleando o atrapados en otro tipo de luchas, es probable que
quede poco tiempo y atención para los hijos. Eso hace que la
niña sienta hambre de amor y, al mismo tiempo, no sepa cómo
confiarlo o aceptarlo y se sienta inmerecedora de él.
Ahora bien, en cuanto a la primera parte de la característica
-provenir de un hogar disfuncional- los hogares disfuncionales
son aquellos en que se dan uno o más de los rasgos siguientes:
abuso de alcohol y/u otras drogas (prescriptas o ilegales).
conducta compulsiva como, por ejemplo, una forma
compulsiva de comer, de trabajar, limpiar, jugar, gastar,
hacer dieta, hacer gimnasia, etc.; estas prácticas son
conductas adictivas, además de procesos de enfermedad
progresivos. Entre muchos de sus efectos, alteran y evitan
el contacto sincero y la intimidad en una familia.
maltrato del cónyuge y/o de los hijos.
conducta sexual inapropiada por parte de uno de los
progenitores para con un hijo o hija, desde seducción
hasta incesto.
discusiones y tensión constantes.
lapsos prolongados en que los padres se rehúsan a
hablarse.
padres que tienen actitudes o principios opuestos o que
exhiben conductas contradictorias que compiten por la
lealtad de los hijos.
22
padres que compiten entre sí o con sus hijos.
uno de los progenitores no puede relacionarse con los
demás miembros de la familia y por eso los evita
activamente, al tiempo que los culpa por esa efusividad.
rigidez extrema con respecto al dinero, la religión, el
trabajo, el uso del tiempo, las demostraciones de afecto,
el sexo, la televisión, el trabajo de la casa, los deportes, la
política, etc. Una obsesión por alguno de esos temas
puede impedir el contacto y la intimidad, porque el énfasis
no se coloca en relacionarse sino en acatar las reglas.
Si uno de los progenitores exhibe alguno de estos tipos de
conducta u obsesiones, resulta perjudicial para el hijo. Si
ambos padres están atrapados en alguna de esas prácticas
nocivas, los resultados pueden ser más perjudiciales aun. A
menudo
los
padres
practican
tipos
de
patología
complementarios. Por ejemplo, una persona alcohólica a
menudo se casa con otra que come compulsivamente, y
entonces cada uno lucha por controlar la adicción del otro. Con
frecuencia, los padres también se equilibran mutuamente en
formas dañinas, cuando una madre abrumadora y
sobreprotectora está casada con un padre irascible que tiende
al rechazo, en realidad las actitudes y la conducta de cada uno
de ellos inducen al otro para continuar relacionándose con los
hijos en una forma destructiva.
Las familias disfuncionales presentan muchos estilos y
variedades, pero todas comparten un mismo efecto sobre los
hijos que crecen en ellas: esos hijos sufren cierto grado de
daño en su capacidad de sentir y relacionarse.
2. Habiendo recibido poco afecto, usted trata de
compensar indirectamente esa necesidad
insatisfecha
proporcionando afecto, especialmente a hombres que
parecen, de alguna manera, necesitados.
Piense en cómo se comportan las criaturas, especialmente
las niñas, cuando les falta el amor y la atención que quieren y
necesitan. Mientras que un varón puede enfadarse y reaccionar
23
con una conducta destructiva y pelear, en una niña es más
frecuente que desvíe su atención hacia una muñeca preferida.
La acuna y la mima; al identificarse con ella en algún nivel, esa
niñita está haciendo un esfuerzo indirecto para recibir el afecto
y la atención que necesita. Al llegar a adultas, las mujeres que
aman demasiado hacen algo muy similar, sólo que tal vez en
forma ligeramente más sutil. En general, nos convertimos en
personas que proporcionamos afecto en la mayoría de las áreas
de nuestra vida, si no en todas. Las mujeres que provienen de
hogares disfuncionales (y especialmente, según he observado,
las que provienen de hogares alcohólicos) se encuentran en
enorme cantidad en las profesiones asistenciales, trabajando
como enfermeras, consejeras, terapeutas y asistentes sociales.
Nos vemos atraídas hacia los necesitados; nos identificamos
con compasión con su dolor y tratamos de aliviarlos para poder
disminuir el nuestro. El hecho de que los hombres que más nos
atraen sean aquellos que parecen necesitados tiene sentido si
entendemos que la raíz de esa atracción es nuestro propio
deseo de ser amadas.
Un hombre que nos atraiga no necesariamente tiene que
estar en bancarrota o tener mala salud. Quizá sea incapaz de
relacionarse bien con los demás, o puede ser frío y
desamorado, obstinado o egoísta, malhumorado o melancólico.
Tal vez sea un poco rebelde e irresponsable, o incapaz de
comprometerse o de ser fiel. O quizá nos diga que nunca ha
podido amar a nadie. Según nuestros propios antecedentes,
respondemos a distintas variedades de necesidad. Pero sin
duda respondemos, con la convicción de que ese hombre
necesita nuestra ayuda, nuestra compasión y nuestra sabiduría
para mejorar su vida.
3. Debido a que usted nunca pudo convertir a su(s)
progenitor(es) en los seres atentos y cariñosos que
usted ansiaba, reacciona profundamente ante la clase de
hombres emocionalmente inaccesibles a quienes puede
volver a intentar cambiar, por medio de su amor.
Quizá su lucha haya sido con uno solo de sus padres, quizá
con ambos. Pero lo que haya estado mal, lo que haya faltado o
24
haya sido doloroso en el pasado es lo que usted está tratando
de corregir en el presente.
Ahora comienza a ser evidente que sucede algo muy nocivo
y frustrante. Sería bueno que trasladáramos toda nuestra
compasión, nuestro apoyo y comprensión a relaciones con
hombres sanos, hombres con quienes hubiera alguna esperanza
de satisfacer nuestras propias necesidades. Pero no nos atraen
los hombres sanos que podrían damos lo que necesitamos. Nos
parecen aburridos. Nos atraen los hombres que reproducen la
lucha que soportamos con nuestros padres, cuando tratábamos
de ser lo suficientemente buenas, cariñosas, dignas, útiles e
inteligentes para ganar el amor, la atención y la aprobación de
aquellos que no podían darnos lo que necesitábamos, debido a
sus propios problemas y preocupaciones. Ahora funcionamos
como si el amor, la atención y la aprobación no tuvieran
importancia a menos que podamos obtenerlos de un hombre
que también es incapaz de dárnoslos, debido a sus propios
problemas y preocupaciones.
4. Como la aterra que la abandonen, hace cualquier
cosa para evitar que una relación se disuelva.
“Abandono” es una palabra muy fuerte. Implica ser
dejadas, posiblemente para morir, porque quizá no podamos
sobrevivir solas. Hay abandono literal y abandono emocional.
Todas las mujeres que aman demasiado han experimentado por
lo menos un profundo abandono emocional, con todo el terror y
el vacío que eso implica. Como adultas, el hecho de ser
abandonadas por un hombre que representa en tantos aspectos
a aquellas personas que nos abandonaron primero hace aflorar
una vez más todo ese terror. Claro que haríamos cualquier cosa
por evitar sentir eso otra vez. Esto nos lleva a la siguiente
característica.
5. Casi ninguna cosa es demasiado problemática,
tarda demasiado tiempo o es demasiado costosa si
"ayuda" al hombre con quien usted está involucrada.
La teoría que subyace a toda esa ayuda es que, sí da
resultado, el hombre se convertirá en todo lo que usted
25
necesita que sea, lo cual significa que usted ganará esa lucha
para obtener lo que ha deseado durante tanto tiempo.
Por eso, mientras que a menudo somos frugales e incluso
austeras para con nosotras mismas, llegaremos a cualquier
extremo para ayudarlo a él. Algunos de nuestros esfuerzos por
él incluyen lo siguiente:
comprarle ropa para mejorar la imagen que tiene de sí
mismo.
encontrarle un terapeuta y rogarle que vaya a verlo.
Financiar hobbies costosos para ayudarlo a aprovechar
mejor su tiempo.
soportar perturbadoras reubicaciones geográficas porque
"él no es feliz aquí".
darle la mitad o el total de nuestras propiedades y
posesiones para que no se sienta inferior a nosotras.
proporcionarle un lugar donde vivir para que se sienta
seguro.
permitir que abuse de nosotras emocionalmente porque
"antes nunca le dejaron expresar sus sentimientos".
encontrarle empleo.
Esta es solamente una lista parcial de las maneras en que
tratamos de ayudar. Rara vez cuestionamos lo apropiado de
nuestras acciones a favor de él. De hecho, gastamos mucho
tiempo y energías tratando de idear nuevos enfoques que
podrían funcionar mejor que los que ya hemos probado.
6. Acostumbrada a la falta de amor en las relaciones
personales, usted está dispuesta a esperar, conservar
esperanzas y esforzarse más para complacer.
Si otra persona con antecedentes distintos se encontrara en
nuestras circunstancias, sería capaz de decir: "Esto es horrible.
No seguiré haciéndolo más." Pero nosotras suponemos que, si
26
no da resultado y no somos felices, hay algo que no hemos
hecho bien. Vemos cada matiz de conducta como algo que
quizás indique que nuestra pareja finalmente está cambiando.
Vivimos con la esperanza de que mañana será diferente.
Esperar que él cambie en realidad es más cómodo que cambiar
nosotras y nuestra propia vida.
7. Está dispuesta a aceptar mucho más del cincuenta
por ciento de la responsabilidad, la culpa y los reproches
en cualquier relación.
A menudo aquellas que provenimos de hogares
disfuncionales tuvimos padres irresponsables, inmaduros y
débiles. Crecimos con rapidez y nos convertimos en pseudoadultas mucho tiempo antes de estar listas para la carga que
suponía ese rol. Pero también nos complacía el poder que nos
conferían nuestra familia y los demás. Ahora, como adultas,
creemos que depende de nosotras hacer que nuestras
relaciones funcionen bien, y a menudo formamos equipo con
hombres irresponsables que nos culpan y contribuyen a nuestra
sensación de que todo realmente depende de nosotras. Somos
expertas en llevar esa carga.
8. Su amor propio es críticamente bajo, y en el fondo
usted no cree merecer la felicidad. En cambio, cree que
debe ganarse el derecho de disfrutar la vida.
Si nuestros padres no nos encuentran dignas de su amor y
atención, ¿cómo podemos creer que realmente somos buenas
personas? Muy pocas mujeres que aman demasiado tienen la
convicción, en el centro de su ser, de que merecen amar y ser
amadas simplemente porque existen. En cambio, creemos que
albergamos terribles defectos o fallas y que debemos hacer
buenas obras para compensarlos. Vivimos sintiéndonos
culpables por tener esas deficiencias y temerosas de que nos
descubran. Nos esforzamos mucho en tratar de parecer buenas,
porque no creemos serlo.
9. Necesita con desesperación controlar a sus
hombres y sus relaciones, debido a la poca seguridad
que experimentó en la niñez. Disimula sus esfuerzos por
27
controlar a la gente y las situaciones bajo la apariencia
de "ser útil".
Al vivir en cualquiera de los tipos más caóticos de familia
disfuncional, como una familia alcohólica, violenta o incestuosa,
es inevitable que una niña sienta pánico por la falta de control
de la familia. No puede contar con las personas de las que
depende porque están demasiado enfermas para protegerla. De
hecho, a menudo esa familia constituye una fuente de
amenazas y daño más que la fuente de seguridad y protección
que ella necesita. Debido a que esa clase de experiencia es tan
abrumadora, tan devastadora, aquellas que hemos sufrido en
esa forma buscamos cambiar posiciones, por así decirlo. Al ser
fuertes y útiles para los demás nos protegemos del pánico que
surge al estar a merced de otro. Necesitamos estar con gente a
quien podamos ayudar, a fin de sentirnos seguras y bajo
control.
10. En una relación, está mucho más en contacto con
su sueño de cómo podría ser que con la realidad de la
situación.
Cuando amamos demasiado vivimos en un mundo de
fantasía, donde el hombre con quien somos tan infelices o
estamos tan insatisfechas se transforma en lo que estamos
seguras de que puede llegar a ser, y en lo que se convertirá
con nuestra ayuda. Dado que sabemos tan poco cómo es ser
feliz en una relación y tenemos muy poca experiencia en el
hecho de que alguien a quien queremos satisfaga nuestras
necesidades emocionales, ese mundo de ensueño es lo más que
nos atrevemos a acercarnos a tener lo que queremos.
Si ya tuviéramos a un hombre que fuera todo lo que
quisiéramos, ¿para qué nos necesitaría? Y todo ese talento (y
compulsión) para ayudar no tendría dónde operar. Una parte
importante de nuestra identidad estaría desempleada. Por eso
elegimos un hombre que no es lo que queremos... y seguimos
soñando.
28
11. Es adicta a los hombres y al dolor emocional.
Según las palabras de Stanton Peele, autor de Amor y
adicción: "Una experiencia adictiva es aquella que absorbe la
conciencia de una persona y, al igual que los analgésicos, alivia
su sensación de ansiedad y dolor. Quizá no haya nada tan
bueno para absorber nuestra conciencia como una relación
amorosa de cierta clase. Una relación adictiva se caracteriza
por un deseo de tener la presencia tranquilizadora de otra
persona... El segundo criterio es que disminuye la capacidad de
una persona para prestar atención a otros aspectos de su vida
y para ocuparse de los mismos."
Usamos nuestra obsesión con los hombres a quienes
amamos para evitar nuestro dolor, vacío, miedo y furia.
Usamos nuestras relaciones como drogas, para evitar
experimentar lo que sentiríamos si nos ocupáramos de nosotras
mismas. Cuanto más dolorosas son nuestras interacciones con
nuestro hombre, mayor es la distracción que nos proporcionan.
Una relación verdaderamente horrible cumple para nosotras la
misma función que una droga fuerte. No tener un hombre en
quien concentrarnos es como suspender el consumo de una
droga, a menudo con muchos de los mismos síntomas físicos y
emocionales que acompañan la verdadera suspensión de una
droga: náuseas, sudor, escalofríos, temblor, ansiedad, una
forma obsesiva de pensar, depresión, imposibilidad de dormir,
pánico y ataques de angustia. En un esfuerzo por aliviar esos
síntomas, volvemos a nuestra última pareja o buscamos una
nueva con desesperación.
12. Es probable que usted esté predispuesta
emocionalmente y, a menudo, bioquímicamente, para
volverse adicta a las drogas, al alcohol y/o a ciertas
comidas, en particular los dulces.
Esto se aplica especialmente a muchas mujeres que aman
demasiado que son hijas de adictos a cierta sustancia. Todas
las mujeres que aman demasiado cargan con la acumulación
emocional de experiencias que podrían llevarlas a abusar de
sustancias que alteran la mente a fin de escapar de sus
sentimientos. Pero los hijos de padres adictos tienden a heredar
29
una predisposición genética de desarrollar sus propias
adicciones.
Tal vez porque el azúcar refinada es casi idéntica en su
estructura molecular al alcohol etílico, muchas hijas de
alcohólicos desarrollan una adicción a ella y adquieren una
forma compulsiva de comer. El azúcar refinada no es una
comida sino una droga. No tiene valor alimenticio; sólo calorías
vacías. Puede alterar en forma dramática la química cerebral y
es una sustancia altamente adictiva para mucha gente.
13. Al verse atraída hacia personas que tienen
problemas por resolver, o involucrada en situaciones que
son caóticas, inciertas y emocionalmente dolorosas,
usted evita concentrarse en su responsabilidad para
consigo misma.
Si bien somos muy buenas para intuir lo que otra persona
siente o para descubrir lo que otra persona necesita o debería
hacer, no estamos en contacto con nuestros propios
sentimientos y somos incapaces de tomar decisiones acertadas
en aspectos importantes de nuestra vida que son problemáticos
para nosotras. A menudo no sabemos en realidad quiénes
somos, y el hecho de estar enredadas en problemas dramáticos
nos impide tener que detenernos a averiguarlo.
Nada de esto significa que no podamos emocionarnos.
Podemos llorar y gritar y aullar. Pero no somos capaces de usar
nuestras emociones para guiarnos en la tarea de tomar las
decisiones necesarias e importantes en nuestra vida.
14. Es probable que usted tenga una tendencia a los
episodios depresivos, los cuales trata de prevenir por
medio de la excitación que le proporciona una relación
inestable.
Un ejemplo: una de mis pacientes, que tenía antecedentes
de depresión y estaba casada con un alcohólico, comparaba la
vida con él a tener un accidente automovilístico todos los días.
Los terribles altibajos, las sorpresas, las maniobras, lo
imprevisible y la inestabilidad de la relación presentaba en
forma acumulativa una conmoción constante y diaria para su
sistema. Si usted alguna vez tuvo un accidente automovilístico
30
en el cual no sufrió heridas graves, quizás haya experimentado
una sensación de euforia un día o dos después del accidente.
Eso se debe a que su cuerpo sufrió una conmoción extrema y
de pronto tuvo cantidades inusualmente altas de adrenalina.
Esa adrenalina explica la euforia. Si usted es alguien que lucha
con la depresión, inconscientemente buscará situaciones que la
mantengan excitada, en forma muy similar al accidente
automovilístico (o al matrimonio con un alcohólico), a fin de
mantenerse demasiado eufórica para deprimirse.
La depresión, el alcoholismo y los desórdenes en la comida
están estrechamente relacionados y parecen tener una
conexión genética. Por ejemplo, la mayoría de las anoréxicas
con quienes he trabajado y muchas de mis pacientes con
problemas de depresión tenían por lo menos un progenitor
alcohólico. Si usted proviene de una familia alcohólica, tiene
doble probabilidad de tener problemas de depresión, debido a
su pasado y a su herencia genética. Es irónico, pero la
excitación de una relación con alguien que padezca esa
enfermedad puede ejercer una fuerte atracción en usted.
15. No la atraen los hombres que son amables,
estables, confiables y que se interesan por usted. Esos
hombres "agradables" le parecen aburridos.
El hombre inestable nos resulta excitante; el hombre que
no es con fiable nos parece un desafío; el hombre imprevisible,
romántico; el hombre inmaduro, encantador; el hombre
malhumorado, misterioso. El hombre furioso necesita nuestra
comprensión. El hombre desdichado necesita nuestro consuelo.
El hombre inadecuado necesita nuestro aliento, y el hombre frío
necesita nuestra calidez. Pero no podemos "arreglar" a un
hombre que está bien tal como es, y si es amable y nos quiere
tampoco podemos sufrir. Lamentablemente, si no podemos
amar demasiado a un hombre, por lo general, no podemos
amarlo.
En los capítulos siguientes, cada una de las mujeres que
usted conocerá tienen, al igual que Jill, una historia que contar
acerca de amar demasiado. Quizá sus historias la ayuden a
comprender los patrones de su propia vida con mayor claridad.
Entonces también podrá emplear las herramientas dadas hacia
el final del libro para cambiar esos patrones y transformarlos en
31
una nueva configuración de auto- realización, amor y alegría.
Este es mi deseo para usted.
CAPITULO 2
Buen sexo en malas relaciones
Oh, mi hombre, lo amo tanto;
él nunca sabrá,
toda mi vida no es más que
desesperación; pero no me importa.
Cuando él me toma en sus brazos
el mundo se ilumina...
Mi hombre
La joven sentada frente a mí estaba inmersa en la
desesperación. Su rostro bonito exhibía rastros amarillos y
verdes de los terribles golpes recibidos un mes antes, cuando
deliberadamente se lanzó a un precipicio con su automóvil.
-Salió en el periódico -me dijo lenta y dolorosamente-, todo
sobre el accidente, con fotografías del auto colgado allí... pero
él nunca se puso en contacto conmigo.
Levantó la voz un poco, y hubo una insinuación apenas
perceptible de saludable ira antes de que volviera a caer en su
desolación.
Tilly, que había estado a punto de morir por amor, planteó
entonces lo que para ella era la pregunta central, la que hacía
inexplicable y casi insoportable el hecho de haber sido
abandonada por su amante:
- ¿Cómo podía ser tan bueno el sexo entre nosotros,
hacernos sentir algo tan maravilloso y acercamos tanto cuando
32
en realidad no había nada más que nos uniera? ¿Por qué eso
funcionaba bien cuando ninguna otra cosa lo hacía? -Comenzó
a llorar, con todo el aspecto de una niña muy pequeña y muy
herida.- Yo creía que estaba logrando que me amara, al
entregarme a él. Le di todo, todo lo que podía dar. -Se inclinó
hacia adelante con los brazos cruzados sobre el vientre y
balanceándose hacia adelante y hacia atrás.- Pero duele mucho
saber que hice todo eso para nada.
Tilly permaneció doblada en dos, sollozando durante un
largo rato, perdida en el vacío en que había vivido su mito de
amor.
Cuando pudo volver a hablar, continuó con el mismo
lamento apagado.
-Lo único que me importaba era hacer feliz a Jim y
mantenerlo conmigo. No pedía nada salvo que pasara el tiempo
conmigo.
Después de que Tilly volvió a llorar un rato, recordé lo que
me había dicho sobre su familia y le pregunté suavemente:
- ¿No era eso lo mismo que quería tu madre de tu padre?
¿Básicamente que pasara el tiempo con ella?
De pronto, se enderezó en su asiento.
- ¡Oh, Dios mío! Tiene razón. Incluso estoy hablando como
mi madre. La persona a quien menos quería parecerme, la que
intentaba suicidarse para salirse con la suya. ¡Oh, Dios mío! repitió, y luego me miró, con el rostro bañado en lágrimas, y
agregó en voz baja-: Es realmente horrible.
Hizo una pausa y hablé yo.
-Muchas veces nos descubrimos haciendo las cosas que
hacía nuestro progenitor de nuestro mismo sexo, las mismas
acciones que nos prometimos no hacer nunca, jamás. Es
porque aprendimos de las acciones de ellos, incluso de sus
sentimientos, lo que es ser un hombre o una mujer.
-Pero yo no traté de matarme para vengarme de Jim protestó Tilly-. Fue sólo que no podía soportar lo horrible que
me sentía, inútil e indeseable. -Otra pausa.- Tal vez así era
como se sentía también mi madre. Supongo que así termina
sintiéndose una cuando trata de conservar a alguien que tiene
otras cosas más importantes que hacer.
Tilly lo había intentado, sí, y el aliciente que había utilizado
fue el sexo.
33
En una sesión posterior, cuando el dolor ya no estaba tan
fresco, volvió a surgir el tema del sexo.
-Siempre he respondido bien sexualmente -informó con una
mezcla de orgullo y culpa-, tanto que en la escuela secundaria
tenía miedo de ser ninfómana. Lo único que podía pensar era
en la próxima vez que mi novio y yo podríamos estar juntos
para hacer el amor. Siempre trataba de disponer todo para que
pudiéramos tener un sitio adonde ir y estar solos. Dicen que se
supone que son los hombres quienes siempre buscan el sexo.
Yo sé que lo deseaba más que él. Al menos, me preocupaba
mucho más que él para hacerla.
Tilly tenía dieciséis años la primera vez que ella y su novio
de la escuela secundaria "pasaron a mayores", como dijera ella
misma. El era un jugador de fútbol que se tomaba muy en serio
los entrenamientos. Parecía creer que una excesiva actividad
sexual con Tilly disminuiría su destreza en el campo de juego.
Mientras que él se excusaba por no quedarse hasta tarde antes
de un juego, ella disponía trabajar como niñera por la tarde; de
esa manera, podía seducirlo en el sofá de la sala mientras el
bebé dormía en su cuarto, cerca de allí. A la larga, sin
embargo, los esfuerzos más creativos de Tilly por transformar
la pasión de su novio por los deportes en una pasión por ella
fracasaron, y el joven, gracias a una beca deportiva, se marchó
a una universidad lejana.
Después de un tiempo de llorar todas las noches y de
regañarse por no haber sido capaz de persuadirlo de que la
prefiriera a ella en lugar de sus ambiciones atléticas, Tilly
estuvo lista para volver a intentarlo. Era el verano en que había
terminado la escuela secundaria y estaba por empezar la
universidad y aún vivía con sus padres, en un hogar que se
estaba desmoronando. Después de varios años de amenazar
hacerlo, la madre de Tilly finalmente había iniciado los
procedimientos de divorcio y había contratado a un abogado
conocido por su disposición a jugar sucio. El matrimonio de sus
padres había sido de los más tormentosos, donde la afición
compulsiva de su padre por el trabajo se oponía a los esfuerzos
fervientes, a veces violentos y ocasionalmente autodestructivos
de su madre por forzarlo a pasar más tiempo con ella y sus dos
hijas, Tilly y su hermana mayor, Beth. Rara vez estaba él en
casa, y cuando se encontraba allí era por períodos tan breves
que su esposa comparaba cáusticamente esas estadías con las
34
paradas de reparación que hacen los pilotos durante las
carreras automovilísticas.
-Eran como esas paradas, sí -recordaba Tilly-. Sus visitas
siempre degeneraban en peleas horribles y largas; mamá
gritaba y lo acusaba de que no quería a ninguna de nosotras, y
papá insistía en que trabajaba tanto por nuestro bien. El tiempo
que pasaba en casa siempre parecía terminar con los dos
gritándose. Por lo general, papá se marchaba, dando un
portazo y gritando: "¡No es de extrañar que nunca quiera venir
a casa!", pero a veces, si mamá había llorado lo suficiente o si
había vuelto a amenazarlo con el divorcio, o quizá si había
tomado muchas píldoras y estaba en el hospital, él cambiaba
durante un tiempo, venía a casa temprano y pasaba un cierto
período con nosotras. Mamá empezaba a cocinar esas comidas
estupendas, para recompensarlo, supongo, por haber venido a
casa con su familia. -Frunció el ceño.- Después de dos o tres
noches, volvía a demorarse y llamaba por teléfono. "Ah, ¿sí?
¡No me digas!", decía mi madre, muy fríamente. Enseguida
empezaba a gritarle obscenidades y después colgaba el teléfono
de un golpe. Y allí estábamos Beth y yo, bien arregladas porque
papá vendría a cenar a casa. Tal vez habíamos puesto la mesa
de una manera especial, como nos decía siempre mamá que la
pusiéramos cuando papá debía venir, con velas y flores. Y allí
estaba mamá, descargando su furia en la cocina, gritando y
entrechocando cacerolas e insultando horriblemente a papá.
Después se calmaba, volvía a ponerse fría y salía a decirnos
que comeríamos solas, sin él. Eso era aún peor que los gritos.
Nos servía y se sentaba, sin mirarnos. Nosotras nos poníamos
muy nerviosas, Beth y yo, con tanto silencio. No nos
atrevíamos a hablar, y no nos atrevíamos a dejar de comer.
Nos quedábamos en la mesa, tratando de hacer las cosas
mejores para mamá, pero en realidad no había nada que
pudiéramos hacer por ella. Después de esas comidas, por lo
general yo me descomponía en mitad de la noche, con terribles
náuseas y vómitos. - Tilly meneó la cabeza con estoicismo.- Sin
duda, no era bueno para la digestión.
- Ni para aprender patrones sanos de relación -agregué,
pues en ese clima había aprendido Tilly lo poco que sabía sobre
la forma de tratar a alguien a quien quería-. ¿Qué sentías
mientras pasaba todo eso? -le pregunté.
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Tilly pensó un momento y luego asintió al responder,
enfatizando lo correcto de su respuesta.
-Mientras estaba pasando tenía miedo, pero en general me
sentía sola. Nadie me miraba ni se preguntaba qué sentía o qué
hacía yo. Mi hermana era tan tímida que nunca hablábamos
mucho. Ella se escondía en su habitación, cuando no tomaba
clases de música. La mayor parte del tiempo tocaba la flauta,
creo, para no oír las discusiones y para darse una excusa para
estar fuera del camino de los demás. Yo también aprendí a no
causar problemas. Permanecía callada, fingía no advertir lo que
se estaban haciendo mis padres y, de hecho, no decía lo que
pensaba. Trataba de ir bien en la escuela. A veces parecía que
eso era lo único en que mi padre me prestaba atención.
"Muéstrame tus calificaciones", me decía, y entonces
hablábamos un poco de eso los dos. El admiraba cualquier tipo
de logro, por eso yo trataba de cumplir para él.
Tilly se frotó la frente y prosiguió, pensativa.
-También hay otro sentimiento. Tristeza. Creo que me
sentía triste todo el tiempo, pero nunca se lo dije a nadie. Si
alguien me hubiera preguntado: "¿Qué sientes dentro de ti?",
yo habría dicho que me sentía bien, absolutamente bien. Aun
cuando hubiese podido decir que estaba triste, jamás habría
podido explicar por qué. ¿Cómo podía justificar el sentirme así?
No estaba sufriendo. En mi vida no faltaba nada importante. Me
refiero a que nunca nos faltaba comida, teníamos todo cuanto
necesitábamos.
Tilly aún era incapaz de reconocer la profundidad de su
aislamiento emocional en esa familia. Había sufrido una
carencia de afecto y atención debido a un padre que era
virtualmente inaccesible y a una madre consumida por la ira y
la frustración que sentía hacia su esposo. Eso había dejado a
Tilly y a su hermana hambrientas emocionalmente. Lo ideal
habría sido que Tilly, al crecer, hubiese podido practicar el
hecho de compartir con sus padres lo que era ella, a cambio del
amor y la atención de ellos, pero sus padres eran incapaces de
recibir ese regalo de ella; estaban demasiado atrapados en su
lucha de voluntades. Por eso, cuando Tilly se hizo mayor, se
dirigió con su regalo de amor (bajo la forma del sexo) a otra
parte. Pero se ofreció a hombres igualmente inaccesibles o
renuentes. Después de todo, ¿qué otra cosa sabía hacer? Nada
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más le habría parecido "correcto" o habría concordado con la
falta de amor y atención a la que ya estaba acostumbrada.
Mientras tanto, el conflicto entre sus padres recobraba
intensidad en el nuevo escenario de la corte de divorcio. En
medio de la fiesta, la hermana de Tilly se escapó con su
profesor de música. Sus padres apenas hicieron un alto en la
batalla el tiempo suficiente para registrar el hecho de que su
hija mayor había abandonado el estado con un hombre que la
doblaba en edad y que apenas podía mantenerse. Tilly también
buscaba amor; salía con hombres en una carrera frenética y se
acostaba con casi todos ellos. En el fondo creía que los
problemas de sus padres eran por culpa de su madre, que ésta
había alejado a su padre con sus reproches y amenazas. Tilly
juró que nunca, jamás sería la clase de mujer iracunda y
exigente que, a sus ojos, era su madre. En cambio, ganaría a
su hombre con amor, comprensión, y su total entrega. Ya había
intentado una vez, con el, futbolista, ser devotamente cariñosa
y generosa hasta el punto de ser irresistible, pero su enfoque
no había dado resultado. Su conclusión no fue que había
utilizado un enfoque incorrecto, ni que el objeto de su enfoque
había sido una mala elección, sino que ella no había dado lo
suficiente. Entonces siguió intentando, siguió dando y, sin
embargo, ninguno de los hombres con quienes salía se quedaba
con ella.
Comenzó el semestre de otoño y pronto Tilly conoció a un
hombre casado, Jim, en una de sus clases en la universidad
local. Era policía y estaba estudiando teoría de la aplicación de
la ley para conseguir un ascenso. Tenía treinta años, dos hijos
y una esposa embarazada. Una tarde, mientras tomaban un
café, contó a Tilly lo joven que se había casado y la poca
felicidad que sentía en su relación con su esposa. Le advirtió,
de forma paternal, que no cayera en la misma trampa
doméstica casándose joven y atándose a las responsabilidades.
Tilly se sintió halagada por el hecho de que él le confiara algo
tan privado como su desencanto con la vida marital. Parecía
amable y, en cierta forma, vulnerable, un poco solo e
incomprendido. Jim le dijo lo mucho que había significado para
él hablar con ella, que nunca antes había hablado con alguien
como ella... y le pidió que volvieran a encontrarse. Tilly aceptó
de inmediato, pues, si bien aquella conversación había sido más
parecida a un monólogo, en el que Jim hablaba la mayor parte
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del tiempo, había creado una mayor comunicación de la que
Tilly había experimentado en su familia. Esa charla le dio a
probar un poco de la atención que ella anhelaba. Dos días más
tarde volvieron a hablar, esta vez durante una caminata por las
colinas cercanas a la universidad y, al final del paseo, Jim la
besó. En una semana, comenzaron a encontrarse en el
apartamento de un policía de servicio, tres tardes de las cinco
que Tilly pasaba en la escuela, y su vida comenzó a girar
alrededor de ese tiempo que pasaban juntos. Tilly se rehusaba
a ver de qué manera la afectaba su relación con Jim. Faltaba a
sus clases y, por primera vez, comenzó a fallar en sus estudios.
Mentía a sus amigos acerca de sus actividades y luego llegó a
evitarlos por completo para no tener que seguir mintiendo.
Anuló casi todas sus actividades sociales, pues sólo le
importaba estar con Jim cuando podía y pensar en él cuando no
podía verlo. Quería estar disponible para él en caso de que
hubiera una hora extra aquí o allí que pudieran pasar juntos.
A cambio, Jim le proporcionaba mucha atención y muchos
halagos. El se las ingeniaba para decir exactamente lo que ella
necesitaba oír: lo maravillosa, especial y adorable que era,
cómo lo hacía más feliz de lo que había sido jamás. Sus
palabras la llevaban a esforzarse más aun por complacerlo y
deleitarlo. Primero compró hermosas prendas interiores para
usar sólo para él; luego perfumes, que él le advirtió que no
usara porque su esposa podría notar su aroma y preguntarse
qué estaba ocurriendo. Sin amilanarse, Tilly leyó libros sobre
técnicas sexuales y aplicó con él todo lo que aprendía. El
éxtasis de Jim la alentaba a seguir. Para ella no había mejor
afrodisíaco que el hecho de poder excitar a aquel hombre.
Respondía intensamente a la forma en que ella lo atraía. No era
su propia sexualidad lo que expresaba, sino más bien su
sensación de ser valorada por las respuestas sexuales de Jim
hacia ella. Debido a que, en realidad, Tilly estaba más en
contacto con la sexualidad de Jim que con la propia, cuanto
más respondía él, más gratificada se sentía. Interpretaba el
tiempo que él robaba a su otra vida para estar con ella como la
aprobación de su valor, lo cual ansiaba. Cuando no estaba con
él ideaba nuevas maneras de encantarlo. Finalmente sus
amigos dejaron de invitarla a salir, y la vida de Tilly se redujo a
una sola obsesión: hacer a Jim más feliz de lo que había sido
jamás. Sentía la excitación de la victoria en cada encuentro con
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él, victoria sobre el desencanto de Jim con su vida, su
incapacidad de experimentar amor y plenitud sexual. El hecho
de poder hacerlo feliz la hacía feliz. Al fin, su amor estaba
obrando magia en la vida de otra persona. Eso era lo que
siempre había querido. Ella no era como su madre, que alejaba
a su esposo con sus exigencias. En cambio, estaba creando un
vínculo basado por entero en el amor y el desinterés. Se
enorgullecía de lo poco que pedía a Jim.
-Me sentía muy sola cuando no estaba con él, lo cual
sucedía la mayor parte del tiempo. Lo veía solamente dos
horas, tres días por semana, y fuera de esos horarios él nunca
se ponía en contacto conmigo. El tomaba clases los lunes,
miércoles y viernes, y nos encontrábamos después de clase. El
tiempo que teníamos juntos lo pasábamos haciendo el amor.
Cuando al fin estábamos solos nos arrojábamos el uno en
brazos del otro. Era tan intenso, tan excitante, que a veces nos
costaba creer que el sexo pudiera ser tan maravilloso para
alguien más en el mundo. Y después, por supuesto, teníamos
que despedirnos. Todo el resto de la semana, cuando no estaba
con él, me parecía vacío. Pasaba la mayor parte del tiempo que
estábamos separados preparándome para volver a verlo. Me
lavaba el cabello con un champú especial, me arreglaba las
uñas y divagaba, pensando en él. No quería pensar demasiado
en su esposa y en su familia. Yo pensaba que lo habían
atrapado en el matrimonio mucho antes de que tuviera la edad
suficiente para saber lo que quería, y el hecho de que no
tuviera intenciones de abandonarlos, de huir de sus
obligaciones, me hacía quererlo más aun.
"...y me hacía sentir más cómoda con él", bien podría haber
agregado Tilly. Ella no era capaz de mantener una relación
íntima estable, de modo que el obstáculo que constituían el
matrimonio y la familia de Jim en realidad eran bienvenidos por
ella, al igual que la renuencia del futbolista para estar con ella.
Sólo nos sentimos cómodos al relacionarnos de maneras con las
que estamos familiarizados, y Jim le proporcionaba tanto la
distancia como la falta de compromiso que Tilly conocía tan
bien por la relación de sus padres con ella.
El segundo semestre de clases casi había terminado; el
verano se aproximaba y Tilly preguntó a Jim qué pasaría con
ellos cuando terminaran las clases y ya no contaran con esa
excusa conveniente para encontrarse. El frunció el ceño y
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respondió vagamente: "No estoy seguro. Ya pensaré en algo."
El ceño fruncido bastó para detener a Tilly. Lo único que los
mantenía unidos era la felicidad que ella podía darle. Si él no
era feliz, todo podría terminar. No debía hacer que él frunciera
el ceño.
Las clases terminaron y Jim no había pensado nada. "Te
llamaré", le dijo. Tilly esperó. El padre de un amigo le ofreció
un empleo por el verano en su hotel turístico. Varios de sus
amigos también trabajarían allí e insistieron en que fuera con
ellos. Sería divertido, le prometieron, trabajar todo el verano en
el lago. Tilly rechazó la oferta, temerosa de perderse la llamada
de Jim. Si bien ella rara vez salió de la casa en tres semanas, la
llamada nunca llegó.
Una tarde calurosa a mediados de julio, Tilly había ido al
centro para hacer unas compras. Salió de una tienda con aire
acondicionado, parpadeó por el brillo del sol, y allí estaba Jim:
bronceado, sonriente, de la mano de una mujer que sólo podía
ser su esposa. Junto a ellos había dos niños, un varón y una
niña, y sobre el pecho de Jim en un porta bebé azul, una
criatura. Los ojos de Tilly buscaron los de Jim. El la miró
brevemente; luego apartó la vista y pasó junto a ella con su
familia, su esposa, su vida.
De alguna manera, Tilly llegó a su automóvil, a pesar del
dolor en el pecho que casi le impedía respirar. Permaneció allí,
sentada en el caluroso estacionamiento, sollozando y jadeando
hasta mucho después de la caída del sol. Luego, lenta y
débilmente, condujo hasta la universidad y las colinas que
estaban más allá, las colinas donde ella y Jim habían tenido su
primer paseo, su primer beso. Condujo hasta un punto donde el
camino hacía una curva cerrada, y siguió derecho donde debía
haber doblado.
Fue un milagro que sobreviviera a la caída más o menos
ilesa. También fue una gran decepción para ella. Tendida en su
cama del hospital, juró volver a intentarlo en cuanto la dieran
de alta. Pasó por el traslado a la sección de psiquiatría, las
drogas sedantes, la entrevista obligatoria con el psiquiatra. Sus
padres venían a verla en turnos separados, escogidos
elaboradamente en el horario de visitas. Las visitas de su padre
daban como resultado severos sermones sobre todo lo que ella
tenía por vivir, durante los cuales Tilly contaba en silencio las
veces que él echaba un vistazo a su reloj. Por lo general
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terminaba con un impotente "Ahora sabes que tu madre y yo te
queremos, querida. Prométeme que no volverás a hacer esto."
Tilly cumplía y se lo prometía, forzando una leve sonrisa, fría
por la soledad de tener que mentir a su padre acerca de algo
tan importante. Esas visitas eran seguidas por las de su madre,
que
se
paseaba
por
la
habitación,
preguntando
constantemente: "¿Cómo pudiste hacerte esto? ¿Cómo pudiste
hacemos esto? ¿Por qué no me dijiste que algo andaba mal? De
todos modos, ¿qué diablos te pasa? ¿Estás preocupada por tu
padre y por mí?" Luego su madre se sentaba en una de las
sillas para visitantes y ofrecía una descripción detallada de
cómo iba el trámite de divorcio, lo cual se suponía que debía
tranquilizar a Tilly. Las noches siguientes a esas visitas, Tilly
sufría descomposturas de estómago.
En su última noche en el hospital, una enfermera se sentó
junto a ella y le hizo algunas preguntas discretamente
indagatorias. Toda la historia surgió plenamente. Finalmente la
enfermera le dijo: "Sé que estás pensando en volver a
intentarlo. ¿Por qué no habrías de hacerlo? Nada ha cambiado
desde hace una semana. Pero antes de que lo hagas, quiero
que vayas a ver a una persona." La enfermera, ex paciente
mía, la envió a verme.
Entonces Tilly y yo iniciamos nuestro trabajo juntas, el
trabajo de curar su necesidad de dar más amor del que recibía,
de dar y dar a partir de un lugar ya vacío en su interior. En los
siguientes dos años hubo algunos hombres más en la vida de
Tilly, que la capacitaron para analizar la forma en que ella
usaba el sexo en sus relaciones. Uno de ellos fue un profesor de
la universidad donde se había inscripto. Era un adicto al trabajo
del calibre de su padre, y, al principio, Tilly se dedicó de lleno al
intenso esfuerzo de alejarlo de su trabajo y atraerlo a sus
brazos amorosos. Sin embargo, esta vez sintió claramente la
frustración de su lucha por cambiarlo, y lo abandonó después
de cinco meses. En el comienzo el desafío había sido
estimulante, y cada vez que "ganaba" la atención de él por una
noche se veía aprobada, pero Tilly sentía que cada vez
dependía más de él emocionalmente, mientras que él, en
cambio, le daba cada vez menos. Durante una sesión me
informó: -Anoche estuve con David y lloré al decirle lo
importante que era él para mí. Comenzó a darme su respuesta
habitual de que yo tendría que comprender que él tenía
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compromisos importantes en su trabajo y... bueno, dejé de
escucharlo. De todos modos, ya había oído todo eso antes. De
pronto vi con claridad que ya había vivido esa escena con mi
novio futbolista. Me estaba arrojando sobre David de la misma
manera que lo había hecho con él.
Sonrió con tristeza.
-Usted no tiene idea de los extremos a los que he llegado
para ganar la atención de los hombres. Anduve por ahí
quitándome la ropa y soplando en sus oídos y probando todos
los trucos de seducción que conozco. Aún estoy tratando de
obtener la atención de alguien que no se interesa mucho por
mí. Creo que lo que más me complace al hacer el amor con
David es que he podido excitarlo lo suficiente para distraerlo de
lo que preferiría estar haciendo. Odio admitir esto, pero eso
siempre me ha excitado mucho, el solo hecho de lograr que
David o Jim o cualquiera me presten atención. Creo que el sexo
me ha dado mucho alivio porque me he sentido tan mal en
cada relación. Parece disolver por un momento todas las
barreras y unirnos. Y he deseado tanto esa sensación de estar
juntos. Pero no estoy dispuesta a seguir regalándome a David.
Me parece demasiado degradante.
Aun así, David no fue el último de los hombres imposibles
para Tilly. Su siguiente novio fue un joven corredor de bolsa
que además se dedicaba a las competencias de triatlón. Ella
competía con la misma dedicación que él, pero por su atención,
tratando de apartarlo de sus rigurosos horarios de
entrenamiento con la constante premisa de su cuerpo
dispuesto. Gran parte del tiempo, cuando hacían el amor, él
estaba demasiado cansado o demasiado poco interesado para
conseguir o mantener una erección.
Un día, en mi consultorio, Tilly estaba describiendo su más
reciente intento fracasado de hacer el amor y de pronto echó a
reír.
- ¡Cuando lo pienso, es demasiado! Nadie se ha esforzado
más que yo por hacer el amor con alguien que preferiría no
hacerlo. -Más risas. Finalmente, dijo con más firmeza:- Tengo
que dejar de hacer esto. Voy a dejar de buscar. Siempre
parecen atraerme los hombres que no tienen nada que
ofrecerme, y ni siquiera quieren lo que yo tengo para
ofrecerles.
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Esa fue una decisión importante para Tilly. Había llegado a
ser más capaz de quererse mediante el proceso de la terapia, y
ahora podía evaluar una relación como no gratificante, en lugar
de llegar a la conclusión de que ella no era digna de ser querida
y que debía esforzarse más. El fuerte impulso de utilizar su
sexualidad para establecer una relación con una pareja
renuente o imposible disminuyó notablemente, y después de
dos años, cuando abandonó la terapia, salía con varios jóvenes
y no se acostaba con ninguno.
- Es tan distinto salir con alguien y realmente prestar
atención respecto de si me gusta, si lo estoy pasando bien, si
me parece una persona agradable. Nunca pensé en estas cosas
antes. Siempre trataba de agradar a quienquiera que estuviese
conmigo, de asegurarme de que él lo pasara bien conmigo y
pensara que yo era una persona agradable. ¿Sabe?, después de
una cita nunca pensaba si quería volver a ver a esa persona.
Estaba demasiado ocupada preguntándome si yo le gustaba lo
suficiente para que él volviera a invitarme a salir. ¡Lo hacía
todo al revés!
Cuando Tilly decidió abandonar la terapia, ya no lo hacía al
revés. Podía distinguir con facilidad una relación imposible, y
aun cuando hubiera alguna chispa de atracción entre ella y su
renuente acompañante, se apagaba con rapidez al evaluar con
serenidad al hombre. Tilly ya no estaba en el mercado para el
dolor y el rechazo. Quería alguien que realmente pudiera ser
una pareja para ella, o bien a nadie. Nada intermedio le
serviría. Pero persistía el hecho de que no sabía nada sobre
cómo vivir con lo opuesto al dolor y el rechazo: el bienestar y el
compromiso. Ella nunca había conocido el grado de intimidad
que surge de la clase de relación que ahora requería. Si bien
había ansiado la intimidad con su pareja, nunca había tenido
que funcionar en un clima de verdadera intimidad. El hecho de
que la atrajeran hombres que la rechazaban no fue casual; Tilly
tenía muy poca tolerancia para una verdadera intimidad. En su
familia no había habido intimidad mientras ella crecía: sólo
peleas y treguas, y cada tregua marcaba, más o menos, el
comienzo de la siguiente pelea. Había habido dolor, tensión y,
ocasionalmente, cierto alivio del dolor y la tensión, pero nunca
una verdadera forma de compartir, una verdadera intimidad ni
verdadero amor. En reacción a las manipulaciones de su madre,
la fórmula de Tilly para amar había sido entregarse sin pedir
43
nada a cambio. Cuando la terapia la ayudó a salir de la trampa
de su martirio sacrificado, sabía con claridad lo que no debía
hacer, lo cual era un gran adelanto. Pero apenas había
recorrido la mitad del camino.
La siguiente tarea para Tilly era aprender a estar
simplemente en compañía de hombres a quienes considerara
agradables, aun cuando además le parecieran un poco
aburridos. El aburrimiento es la sensación que a menudo
experimentan las mujeres que aman demasiado cuando se
encuentran con un hombre "agradable": no se oyen campanas,
no explotan cohetes, no caen estrellas del cielo. En la ausencia
de excitación, se sienten inquietas, irritables y torpes: un
estado generalmente incómodo que se cubre con el rótulo de
aburrimiento. Tilly no sabía comportarse en presencia de un
hombre amable, considerado y realmente interesado en ella; al
igual que todas las mujeres que aman demasiado, su habilidad
para relacionarse estaba preparada para los desafíos, no para
disfrutar simplemente la compañía de un hombre. Si no tenía
que maniobrar y manipular a fin de mantener una relación, le
resultaba difícil relacionarse con ese hombre, sentirse cómoda
con él. Como estaba acostumbrada a la excitación y al dolor, a
la lucha y la victoria o la derrota, un intercambio que carecía de
esos poderosos elementos le parecía demasiado insípido para
ser importante, además de perturbador. Por irónico que resulte,
había más incomodidad en presencia de sujetos estables,
confiables y alegres de la que había "habido con hombres que
no respondían, emocionalmente distantes, inaccesibles o no
interesados.
Una mujer que ama demasiado está acostumbrada a los
rasgos y conductas negativos, y se siente más cómoda con
ellos que con sus opuestos a menos que se esfuerce mucho por
cambiar ese hecho por sí misma. A menos que Tilly pudiera
aprender a relacionarse cómodamente con un hombre que
considerara sus intereses tan importantes como los propios, no
tenía esperanzas de lograr una relación gratificante.
Antes de su recuperación, una mujer que ama demasiado
por lo general exhibe las siguientes características con respecto
a su forma de sentir y de relacionarse con los hombres
sexualmente:
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Pregunta "¿Cuánto me ama (o necesita)?" y no "¿Cuánto
lo quiero?"
La mayoría de sus interacciones sexuales con él están
motivadas por "¿Cómo puedo hacer que me ame (o
necesite) más?"
Su impulso de entregarse sexualmente a otros a quienes
percibe como necesitados puede dar como resultado una
conducta que ella misma considera promiscua, pero ésta
apunta principalmente a la gratificación de otra persona,
en lugar de a ella misma.
El sexo es una de las herramientas que usa para
manipular o cambiar a su pareja.
A menudo las luchas de poder de la manipulación mutua le
parecen muy excitantes. Se comporta en forma seductora
para conseguir lo que quiere y se siente estupendamente
cuando da resultado y muy mal cuando no es así. El hecho
de no obtener lo que quiere por lo general la lleva a
esforzarse más.
Confunde angustia, miedo y dolor con amor y excitación
sexual. A la sensación de tener un nudo en el estómago la
llama "amor".
Se excita a partir de la excitación de él. No sabe sentirse
bien por sí misma; de hecho, se siente amenazada por sus
propios sentimientos.
A menos que tenga el desafío de una relación no
gratificante, se vuelve inquieta. No la atraen sexualmente
los hombres con quienes no lucha. En cambio, los llama
"aburridos".
A menudo forma equipo con un hombre de menor
experiencia sexual, para poder sentirse en control.
Anhela la intimidad física, pero debido a que teme verse
envuelta por otro y/o abrumada por su propia necesidad
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de afecto, sólo se siente cómoda con la distancia
emocional creada y mantenida por la tensión de la
relación. Se vuelve temerosa cuando un hombre está
dispuesto a acompañarla emocional y sexualmente. Huye
de él o bien lo aleja.
La conmovedora pregunta de Tilly al iniciar nuestro trabajo
juntas (" ¿Cómo podía ser tan bueno el sexo entre nosotros,
hacernos sentir algo tan maravilloso y acercamos tanto cuando
en realidad no había nada más que nos uniera?") merece ser
analizada, porque las mujeres que aman demasiado a menudo
se enfrentan al dilema del buen sexo en una relación infeliz o
imposible. A muchas de nosotras nos han enseñado que "buen"
sexo significa "verdadero" amor y que, a la inversa, el sexo no
podía ser realmente satisfactorio y gratificante si la relación
entera no estaba bien para nosotras. Nada podría estar más
lejos de la verdad para las mujeres que aman demasiado.
Debido a la dinámica que opera en todos los niveles de
nuestras interacciones con los hombres, inclusive el nivel
sexual, una mala relación en realidad puede contribuir a que el
sexo sea excitante, apasionado y apremiante.
Quizá nos veamos en dificultades para explicar a la familia
y los amigos cómo alguien que no es particularmente admirable
ni siquiera muy agradable puede despertar en nosotras un
estremecimiento de deseo y una intensidad jamás igualada por
lo que sentimos por alguien más agradable o más presentable.
Es difícil expresar que nos encanta el sueño de evocar todos los
atributos positivos -el amor, el cariño, la atención, la integridad
y la nobleza- que, estamos seguras, están latentes en nuestro
amante, esperando para florecer con la calidez de nuestro
amor. Las mujeres que aman demasiado a menudo se dicen
que el hombre con quien están involucradas nunca ha sido
realmente amado antes, ni por sus padres ni por sus anteriores
esposas o novias. Lo vemos como un ser dañado y, de
inmediato, asumimos la tarea de compensar todo lo que ha
faltado en su vida desde mucho tiempo antes de que lo
conociéramos. En cierto modo, la trama es una versión con los
sexos invertidos del cuento de La Bella Durmiente, que dormía
bajo un hechizo, en espera de la liberación que llegaría con el
primer beso de su verdadero amor. Nosotras queremos ser
quienes quiebren el hechizo, liberar a ese hombre de lo que
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consideramos su cautiverio. Interpretamos su inaccesibilidad
emocional, su ira o su depresión, su crueldad o su indiferencia,
su deshonestidad o su adicción, como señales de que no lo han
amado lo suficiente. Oponemos nuestro amor a sus defectos, a
sus flaquezas, e incluso a su patología. Estamos decididas a
salvarlo mediante el poder de nuestro amor.
El sexo es una de las formas principales en las que
tratamos de llevarlo a la salud con nuestro amor. Cada
encuentro sexual lleva toda nuestra lucha por cambiarlo. Con
cada beso y cada caricia, tratamos de comunicarle lo especial y
digno que es, cuánto lo admiramos y adoramos. Sentimos la
seguridad de que, una vez que esté convencido de nuestro
amor, se transformará en su verdadero yo, y despertará a todo
lo que queremos y necesitamos que sea.
En cierto modo, el sexo en tales circunstancias es bueno
porque necesitamos que lo sea; ponemos mucha energía para
hacerlo funcionar, para hacerlo maravilloso. Cualquier reacción
que logremos nos alienta a esforzarnos más, a ser más
convincentes. Y hay también otros factores en juego. Por
ejemplo, si bien parecería que una relación sexual plenamente
satisfactoria no sería muy probable en una pareja infeliz, es
importante recordar que un clímax sexual constituye una
descarga de tensiones tanto físicas como emocionales. Mientras
que una mujer puede evitar el contacto sexual con su pareja
cuando hay conflictos y tensiones entre ambos, es posible que
a otra mujer, en circunstancias similares, el sexo le resulte una
manera sumamente efectiva de liberar gran parte de esa
tensión, al menos en forma temporaria. Para una mujer que
vive una relación infeliz o tiene una pareja que no es la más
adecuada para ella, el acto sexual puede ser el único aspecto
gratificante de la relación, y la única manera efectiva de
relacionarse con el otro.
De hecho, el grado de descarga sexual que ella
experimente puede guardar una relación directa con el grado
de incomodidad que sienta con su pareja. Esto es fácil de
comprender. Muchas parejas, tengan una relación sana o no,
experimentan un contacto sexual particularmente bueno
después de una pelea. Luego de un conflicto, hay dos
elementos que contribuyen a un acto sexual de intensidad y
éxtasis especiales. Uno es la ya mencionada descarga de
tensiones: el otro involucra una tremenda inversión, después
47
de una pelea, en hacer que el sexo "funcione", a fin de
cimentar el vínculo de la pareja, que se ha visto amenazado por
la pelea. El hecho de que la pareja disfrute una experiencia
sexual particularmente placentera y satisfactoria en tales
circunstancias, quizá parezca ratificar la relación en general.
"Mira qué unidos estamos, qué cariñosos podemos ser, qué
bien podemos hacemos sentir. Realmente debemos estar
juntos", puede ser el sentimiento generado.
El acto sexual, cuando es muy gratificante en el aspecto
físico, tiene el poder de crear lazos profundamente sentidos
entre dos personas. En especial para las mujeres que amamos
demasiado, la intensidad de nuestra lucha con un hombre
puede contribuir a la intensidad de nuestra experiencia sexual
con él y, por consiguiente, al vínculo que nos une a él. Y la
inversa también es verdad. Cuando nos relacionamos con un
hombre que no es un desafío tan grande, es posible que a la
dimensión sexual le falte fuego y pasión. Debido a que no
estamos en un estado casi constante de excitación por él, y a
que el sexo no se usa para demostrar nada, es probable que
una relación más fácil y tranquila nos resulte algo insulsa. En
comparación con los estilos tempestuosos de relación que
hemos conocido, esa clase de experiencia más inocua sólo
parece verificar que la tensión, la lucha, el dolor y el drama
realmente equivalen al "verdadero amor".
Esto nos lleva a una discusión acerca de qué es el amor
verdadero. Si bien el amor parece ser muy difícil de definir, yo
pienso que esto se debe a que en esta cultura tratamos de
combinar en una sola definición dos aspectos muy opuestos e
incluso, según parece, mutuamente excluyentes. De esta
manera, cuanto más decimos sobre el amor, más nos
contradecimos, y cuando vemos que un aspecto del amor se
opone a otro, nos damos por vencidos, confundidos y
frustrados, y decidimos que el amor es demasiado personal,
demasiado misterioso y demasiado enigmático para ser
analizado con precisión. Los griegos eran más listos. Utilizaban
palabras distintas, eros y agape, para distinguir estas dos
maneras profundamente diferentes de experimentar lo que
llamamos "amor". Eros, claro está, se refiere al amor
apasionado, mientras que agape describe la relación estable y
comprometida, libre de pasión, que existe entre dos individuos
que se quieren profundamente.
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El contraste entre eros y agape nos permite entender
nuestro dilema cuando buscamos ambas clases de amor de una
sola vez, en una sola relación con una sola persona. Nos ayuda
también a ver que tanto eros como agape tienen sus
defensores, aquellos que afirman que uno o el otro son la única
forma verdadera de experimentar el amor, pues, por cierto,
cada uno tiene su valor, verdad y belleza muy especiales. Y
cada clase de amor también carece de algo muy valioso, que
sólo la otra puede ofrecer. Veamos cómo describirían los
defensores de estas dos formas el hecho de estar enamorado.
Eros: El verdadero amor es un anhelo consumidor y
desesperado por el ser amado, a quien se percibe como
diferente, misterioso y elusivo. La profundidad del amor se
mide por la intensidad de la obsesión por el ser amado. Hay
poco tiempo y atención para otros intereses o propósitos,
debido a que se concentra tanta energía en recordar encuentros
pasados o imaginar otros futuros. A menudo hay que vencer
grandes obstáculos y, por lo tanto, en el verdadero amor hay
un elemento de sufrimiento. Otro índice de la profundidad del
amor es la voluntad de soportar dolor y penurias por el bien de
la relación. Al verdadero amor se asocian sentimientos de
excitación, embeleso, drama, ansiedad, tensión, misterio y
anhelo.
Agape: El verdadero amor es una sociedad con la cual dos
personas que se quieren están profundamente comprometidas.
Esas personas comparten muchos valores, intereses y objetivos
básicos, y toleran de buen grado sus diferencias individuales.
La profundidad del amor se mide por la confianza y el respeto
mutuos. La relación permite a cada integrante de la pareja ser
más plenamente expresivo, creativo y productivo en el mundo.
Hay mucha alegría en las experiencias compartidas, pasadas y
presentes, al igual que en las venideras. Cada integrante de la
pareja ve al otro como su amigo más querido. Otra medida de
la profundidad del amor es la voluntad de verse a sí mismo con
honestidad a fin de promover el crecimiento de la relación y la
profundización de la intimidad. Al verdadero amor se asocian
sentimientos de serenidad, seguridad, devoción, comprensión,
compañerismo, apoyo mutuo y bienestar.
El amor apasionado, eros, es lo que en general siente la
mujer que ama demasiado por el hombre que es imposible. Es
más, el hecho de que haya tanta pasión se debe a que él es
49
imposible. Para que exista la pasión, es necesario que haya una
lucha continua, obstáculos que superar, un anhelo por más de
lo que se dispone. Pasión significa literalmente sufrimiento, y a
menudo sucede que cuanto mayor es el sufrimiento, más
profunda es la pasión. La excitante intensidad de un romance
apasionado no puede ser igualada por el solaz más benigno de
una relación estable y comprometida, de modo que si la mujer
al fin recibiera del objeto de su pasión lo que tan ardientemente
ha deseado, el sufrimiento desaparecería y la pasión pronto se
consumiría. Entonces, quizás, ella se diría que ya no está
enamorada, porque ya no tendría ese dolor agridulce.
La sociedad en que vivimos y la constante presencia de los
medios de comunicación que nos rodean y saturan nuestra
conciencia confunden constantemente las dos clases de amor.
Nos prometen de mil maneras que una relación apasionada
(eros) nos traerá plenitud y satisfacción (agape). Esto sugeriría
que con una pasión suficientemente grande se forjará una
unión duradera. Todas las relaciones fracasadas que se basaron
inicialmente en una inmensa pasión pueden atestiguar que esa
premisa es falsa. La frustración, el sufrimiento y el anhelo no
contribuyen a una relación estable, duradera y sana, aunque sí
hay factores que contribuyen poderosamente a una relación
apasionada.
Hacen falta intereses comunes, valores y objetivos
comunes, y capacidad para una intimidad profunda y duradera
si se desea que el encantamiento erótico inicial de una pareja a
la larga se transforme en una devoción afectuosa y
comprometida que soporte el paso del tiempo. Sin embargo, lo
que sucede a menudo es esto: en una relación apasionada,
cargada como debe estarlo de la excitación, el sufrimiento y la
frustración de un nuevo amor, existe la sensación de que falta
algo muy importante. Lo que se necesita es compromiso, un
medio para estabilizar esa experiencia emocional caótica y
proporcionar una sensación de seguridad y solidez. Si se
superaran los obstáculos que les impiden estar juntos y se
forjara un compromiso genuino, sería probable que llegase un
momento en que esas dos personas se miraran y se
preguntaran adónde se ha ido la pasión. Se sienten seguros,
cálidos y afectuosos el uno hacia el otro, pero también se
sienten un poco estafados, porque ya no arden de deseo
mutuo.
50
El precio que pagamos por la pasión es el miedo, y el
mismo dolor y el mismo miedo que alimentan al amor
apasionado también pueden destruirlo. El precio que pagamos
por un compromiso estable es el aburrimiento, y la misma
seguridad y la misma solidez que cimentan una relación así
también pueden hacerla rígida y sin vida.
Si debe haber un desafío y una excitación constantes en la
relación luego del compromiso, éstos deben basarse, no en la
frustración ni en el ansia, sino en una exploración cada vez más
profunda de lo que D.H. Lawrence llama "los misterios gozosos"
entre un hombre y una mujer que están comprometidos
mutuamente. Según lo sugiere Lawrence, es probable que eso
dé mejores resultados con una sola persona como pareja,
puesto que la confianza y la honestidad del agape deben
combinarse con el coraje y la vulnerabilidad de la pasión a fin
de crear una verdadera intimidad. Una vez oí a un alcohólico en
tratamiento expresarlo en forma muy simple y bella. Dijo:
"Cuando bebía, me acostaba con muchas mujeres y
básicamente tenía la misma experiencia muchas veces. Desde
que estoy sobrio, sólo me acuesto con mi esposa, pero cada
vez que estamos juntos es una experiencia nueva."
La excitación y la emoción que se obtiene, no al excitar y
excitarnos sexualmente, sino al conocer y ser conocidos es
demasiado infrecuente. La mayoría de quienes tenemos una
relación comprometida y estable nos conformamos con lo
previsible, el bienestar y el compañerismo porque tenemos
miedo de explorar los misterios que personificamos como
hombre y como mujer, la exposición de nuestro yo más
profundo. Sin embargo, en ese temor a lo desconocido que
existe dentro de nosotros y entre nosotros, ignoramos y
evitamos el mismo don que nuestro compromiso pone a
nuestro alcance: la verdadera intimidad.
Para las mujeres que aman demasiado, el desarrollo de una
verdadera intimidad con su pareja puede darse sólo después de
la recuperación. Más adelante en el libro volveremos a
encontrarnos con Tilly, cuando se enfrente a ese desafío de
recuperación que nos espera a todas.
51
CAPITULO 3
Si sufro por ti, ¿me amarás?
Niña, niña, por favor, no te vayas.
Creo que me está excitando
esta depresión.
Canción del último blues
Tuve que inclinarme por encima de varios cuadros apilados
para poder leer el poema enmarcado que estaba colgado en el
centro de la pared de la sala del atestado apartamento. Viejo y
gastado, el anticuado paisaje con su poema impreso decía así:
Mi Querida Madre
Madre, querida madre
Cuando pienso en ti
Quiero ser
todo lo que es bueno,
Lo que es verdadero.
Todo lo que es digno
Noble o maravilloso
Ha venido de ti, Madre,
De tu mano que me guía.
52
Lisa, una artista de ingresos muy modestos cuyo
apartamento hacía también las veces de estudio de arte, señaló
el poema y rió con jovialidad.
-Es demasiado, ¿verdad? ¡Tan cursi!
Pero sus siguientes palabras delataron un sentimiento más
profundo.
-Lo rescaté cuando una amiga mía se mudó; ella iba a
tirarlo. Lo había comprado como broma en una tienda barata.
Pero yo creo que tiene algo de verdad, ¿no le parece? -Volvió a
reír y agregó con tristeza: - El hecho de amar a mi madre me
ha traído muchos problemas con los hombres.
En ese punto, Lisa hizo una pausa y reflexionó. Alta, de
grandes ojos verdes y cabello oscuro largo y lacio, era una
belleza. Me indicó que me sentara en un colchón cubierto por
una manta que estaba en un rincón relativamente más
despejado del suelo y me ofreció té. Mientras lo preparaba,
guardó silencio unos instantes.
Lisa había acudido a mi atención por medio de una amiga
mutua que me había contado parte de su historia. Por haber
crecido con el alcoholismo en su familia, Lisa era co-alcohólica.
La palabra co-alcohólico simplemente se refiere a alguien que
ha desarrollado un patrón dañino de relacionarse con los demás
como consecuencia de haber estado involucrado de cerca con
alguien que padece la enfermedad del alcoholismo. Ya sea que
el alcohólico haya sido uno de sus padres, un cónyuge, hijo o
amigo, la relación por lo general provoca el desarrollo de
ciertos sentimientos y ciertas conductas en el co-alcohólico:
escaso amor propio, necesidad de ser necesitado, un fuerte
deseo de cambiar y controlar a los demás, y voluntad de sufrir.
De hecho, todas las características de las mujeres que
aman demasiado por lo general están presentes en las hijas y
esposas de alcohólicos y otros adictos.
Yo ya sabía que los efectos de una niñez pasada intentando
cuidar y proteger a su madre alcohólica habían influido
profundamente en la forma en que Lisa se relacionaría con los
hombres más tarde en su vida. Esperé con paciencia y pronto
comenzó a ofrecerme algunos detalles.
Lisa era la segunda de tres hijos, nacida entre una hermana
mayor que había ocasionado el apresurado matrimonio de sus
padres y un hermano menor que había sido otra sorpresa,
53
nacido ocho años después de Lisa, mientras su madre aún
bebía. Lisa era el producto de su único embarazo planeado.
-Siempre pensé que mi madre era perfecta, tal vez porque
yo necesitaba tanto que lo fuera. La convertí en la madre que
yo quería y luego me dije que yo sería exactamente como ella.
¡En qué fantasía vivía! -Lisa meneó la cabeza y prosiguió.- Yo
nací cuando ella y mi padre estaban más enamorados que
nunca, por eso fui su favorita. Aunque ella decía que nos quería
a todos por igual, yo sabía que era muy especial para ella.
Siempre pasábamos juntas todo el tiempo que podíamos.
Cuando yo era muy pequeña supongo que me cuidaba, pero
después de un tiempo intercambiamos los roles y yo empecé a
cuidarla a ella.
"Mi padre se comportaba de una manera horrible; la mayor
parte del tiempo. La trataba con grosería y perdía todo nuestro
dinero en el juego. Tenía un buen sueldo como ingeniero, pero
nosotros nunca teníamos nada y siempre estábamos
mudándonos.
"¿Sabe? Ese poema describe la forma en que yo quería que
fuera mucho más que cómo era en realidad. Finalmente
comienzo a ver eso. Toda mi vida quise que mi madre fuera la
persona que describe ese poema, pero la mayor parte del
tiempo ella no podía siquiera acercarse a ser mi madre ideal
porque estaba ebria. Siendo muy joven aún, comencé a darle
todo mi amor y todas mis energías, con la esperanza de recibir
lo que necesitaba de ella, de recibir lo que yo estaba dando. Lisa hizo una pausa y sus ojos se empañaron un momento.Estoy aprendiendo todo esto con la terapia, y a veces duele
mucho ver cómo fue en realidad en lugar de cómo siempre
pensé que podía lograr que fuera.
"Mi madre y yo éramos muy unidas, pero a muy temprana
edad (tanto que ni siquiera recuerdo cuándo sucedió) comencé
a actuar como si yo fuera la madre y ella, la hija. Me
preocupaba por ella y trataba de protegerla de mi padre. Hacía
pequeñeces para alegrarla. Me esforzaba por hacerla feliz
porque ella era todo lo que tenía. Sabía que me quería porque a
menudo me decía que me sentara a su lado y nos quedábamos
así mucho tiempo, muy juntas y sin hablar en realidad,
simplemente abrazadas. Ahora, al recordarlo, me doy cuenta de
que siempre temí por ella, siempre esperando que pasara algo
horrible, algo que yo debía haber sido capaz de evitar si tan
54
sólo hubiese tenido el cuidado suficiente. Es una manera dura
de vivir cuando uno está creciendo, pero nunca conocí otra
cosa. Y tuvo su efecto. Cuando era adolescente, comencé a
tener graves episodios de depresión.
Lisa rió suavemente.
-Lo que más me asustaba de la depresión era que cuando
me sucedía no podía cuidar bien a mi madre. Verá, yo era muy
concienzuda... y tenía tanto miedo de dejarla, aunque fuese
sólo por un momentito. La única forma de dejarla era aferrarme
a otra persona.
Lisa trajo el té en una bandeja laqueada roja y negra y la
colocó en el suelo, delante de nosotras.
-A los diecinueve años, tuve la oportunidad de ir a México
con dos amigas. Era la primera vez que dejaba a mi madre. Nos
quedaríamos tres semanas, y la segunda semana que estuve
allí conocí a aquel mexicano tremendamente apuesto que
hablaba inglés a la perfección y era muy galante y atento
conmigo. En la tercera semana de mis vacaciones, todos los
días me pedía que me casara con él. Decía que estaba
enamorado de mí y que no soportaba la idea de estar sin mí
ahora que me había encontrado. Bueno, quizás ése fuera el
mejor argumento para usar conmigo. Me refiero a que me decía
que me necesitaba, y todo en mí respondía al hecho de ser
necesitada. Además, creo que en algún nivel yo sabía que tenía
que alejarme de mi madre. En casa todo era oscuro,
deprimente y sombrío. Y aquel hombre me prometía una vida
maravillosa. Su familia era adinerada. El tenía una buena
educación. No hacía nada, por lo que yo veía, pero yo creía que
era porque tenían tanto dinero que él no necesitaba trabajar. El
hecho de que él tuviera todo ese dinero y aun así creyera
necesitarme para ser feliz me hacía sentir inmensamente
importante y útil.
"Llamé a mi madre y se lo describí, entusiasmada. Ella me
dijo: "Confío en que tomes la decisión correcta." Pues bien, no
debió hacerlo. Decidí casarme con él, lo cual fue
definitivamente un error. "Verá, yo no tenía idea de lo que
sentía con respecto a nada. No sabía si lo amaba ni si él era lo
que yo quería. Sólo sabía que al fin había alguien que decía que
él me amaba a mí. Yo había salido con muy pocos muchachos,
no sabía casi nada sobre los hombres. Había estado demasiado
ocupada encargándome de las cosas en casa. Estaba tan vacía
55
por dentro, y aquella persona me ofrecía lo que me parecía una
enormidad. Y decía que me amaba. Durante tanto tiempo había
sido yo quien daba amor, y ahora parecía haber llegado mi
turno de recibirlo. Y justo a tiempo. Sabía que estaba casi
totalmente agotada, que no me quedaba nada para dar.
"Bueno, nos casamos de prisa, sin que lo supieran sus
padres. Ahora parece algo muy loco, pero en aquel momento
parecía demostrar lo mucho que me quería... que estaba
dispuesto a desafiar a sus padres con tal de estar conmigo.
Entonces yo pensaba que se rebelaba al casarse conmigo, una
rebelión suficiente para enfurecer a sus padres, pero no tanto
como para que lo echaran. Ahora lo veo de otra manera.
Después de todo, él tenía secretos que guardar respecto de su
identidad y conducta sexuales, y el hecho de tener una esposa
lo hacía parecer más "normal" que el no tenerla. Supongo que
a eso se refería al decir que me necesitaba. Y, por supuesto, yo
fui una elección perfecta, pues al ser estadounidense siempre
resultaría fuera de lugar, sospechosa. Cualquier otra mujer,
especialmente de su propia clase social, al ver lo que yo vi,
tarde o temprano se lo habría dicho a alguien. Entonces toda la
ciudad se habría enterado. Pero ¿a quién iba a decírselo yo?
¿Quién hablaba conmigo? ¿Y quién iba a creerme?
"Sin embargo, no creo que nada de eso haya sido
deliberado o calculado de su parte, como no lo eran mis
motivos para casarme con él. Simplemente encajábamos juntos
y, al principio, pensamos que era amor.
"De todos modos, después de la boda, ¿adivine qué pasó?
¡Tuvimos que ir a vivir con aquella gente que ni siquiera estaba
al tanto de nuestro matrimonio! Oh, fue horrible. Ellos me
odiaban y yo tenía la impresión de que hacía ya cierto tiempo
que estaban enfadados con él. Yo no hablaba una palabra de
español. Todos en su familia sabían hablar inglés, pero no
querían. Yo estaba totalmente desconectada y aislada, y desde
el comienzo tuve mucho miedo. El me dejaba sola por las
noches con mucha frecuencia, de modo que me quedaba en
nuestra habitación y finalmente aprendí a dormirme, hubiera
llegado él o no. Yo ya sabía sufrir. Lo había aprendido en casa.
En cierta forma, creía que ése era el precio que debía pagar por
estar con alguien que me amaba, que eso era lo normal.
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"A menudo él regresaba borracho y cariñoso, pero eso era
realmente horrible. Yo podía sentir el perfume de otras mujeres
en él.
"Una noche, yo ya había estado dormida por algún tiempo y
me despertó un ruido. Allí estaba mi esposo, borracho,
admirándose frente al espejo, con mi bata puesta. Le pregunté
qué estaba haciendo y me dijo: "¿No crees que me veo bonito?"
Hizo un gesto femenino y vi que tenía los labios pintados.
"Finalmente, algo se cortó. Supe que tenía que salir de allí.
Hasta entonces había sido desdichada, pero estaba segura de
que la culpa era mía, de que, de alguna manera, yo podía ser
más cariñosa y hacer que él deseara quedarse conmigo, hacer
que sus padres me aceptaran e incluso que me tuvieran cariño.
Estaba dispuesta a esforzarme más, al igual que con mi madre.
Pero eso era diferente. Eso era una locura.
"No tenía dinero ni manera de conseguirlo, entonces al día
siguiente le dije que si no me llevaba a San Diego contaría a
sus padres lo que había hecho. Mentí y le dije que ya había
llamado a mi madre y que ella me esperaba, y que si me
llevaba allá no volvería a molestarlo. No sé de dónde saqué el
coraje, porque en realidad pensaba que él me mataría o algo
así, pero dio resultado. El tenía mucho miedo de que sus
padres se enteraran. Me llevó hasta la frontera sin decir palabra
y me dio dinero para un pasaje en autobús a San Diego y unos
quince dólares. Así fue como terminé en San Diego, en casa de
una amiga. Me quedé allí hasta que conseguí empleo y después
alquilé una vivienda con tres personas más e inicié un estilo de
vida bastante loco.
"A esa altura ya no tenía absolutamente ningún sentimiento
propio. Estaba completamente insensibilizada. Pero seguía
sintiendo aquella tremenda compasión, la cual me metió en
muchos problemas. En los siguientes tres o cuatro años salí con
muchos hombres sólo porque sentía pena por ellos. Tuve suerte
de que las cosas nunca escaparan a mi control. La mayoría de
los hombres con quienes me involucré tenía problemas de
drogas o de alcohol. Los conocía en fiestas u, ocasionalmente,
en bares, y ellos también parecían necesitar que los
comprendiera, que los ayudara, y eso era como un imán para
mí."
La atracción que sentía Lisa hacia esa clase de hombres
tenía sentido perfectamente desde el punto de vista de su
57
historia con su madre. Lo más cercano al hecho de ser amada
que había experimentado Lisa consistía en ser necesitada, de
modo que cuando un hombre parecía necesitarla, en realidad le
estaba ofreciendo amor. No era necesario que fuera amable,
generoso ni cariñoso. El hecho de que estuviera necesitado
bastaba para reavivar los viejos sentimientos que ella ya
conocía e incitar su reacción de proporcionar cuidados.
La historia de Lisa continuaba.
-Mi vida era un desastre, y también la de mi madre. Sería
difícil decir cuál de las dos estaba más enferma. Yo tenía
veinticuatro años cuando mi madre dejó de beber. Lo hizo de la
manera más difícil. Sola en la sala, hizo esa llamada a A.A. y
pidió ayuda. Enviaron a dos personas que hablaron con ella y la
llevaron a una reunión esa tarde. Desde entonces no ha bebido
más.
Lisa sonrió ligeramente por el coraje de su madre.
-Realmente debió de llegar a ser insoportable, porque era
una dama muy orgullosa, demasiado orgullosa para llamar a
menos que estuviera desesperada. Gracias a Dios, yo no estuve
allí para verlo. Seguramente me habría esforzado tanto para
hacerla sentir mejor que ella nunca habría recibido verdadera
ayuda.
"Mi madre había comenzado a beber realmente mucho
cuando yo tenía unos nueve años. Yo volvía de la escuela y ella
estaba tendida en el sofá, dormida, con una botella a su lado.
Mi hermana mayor se enojaba conmigo y me decía que yo no
quería ver la realidad porque jamás admitiría lo mala que era,
pero yo amaba demasiado a mi madre para permitirme siquiera
advertir que ella estaba haciendo algo malo.
"Éramos muy unidas, por eso, cuando las cosas empezaron
a desmoronarse entre ella y papá, quise compensarla. Su
felicidad era para mí lo más importante del mundo. Yo sentía
que tenía que compensarla por las cosas que hacía mi padre y
que la lastimaban, y lo único que yo sabía hacer era ser buena.
Entonces, era buena en todas las maneras en que sabía serlo.
Le preguntaba si necesitaba ayuda con algo. Cocinaba y
limpiaba sin que me lo pidiera. Trataba de no necesitar nada
para mí.
"Pero nada daba resultado. Ahora comprendo que yo
asumía dos fuerzas de increíble poder: el deterioro del
matrimonio de mis padres y el creciente alcoholismo de mi
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madre. No tenía oportunidad de solucionarlo, pero eso no
evitaba que lo intentara... y que me culpara a mí misma
cuando fracasaba.
"Verá, la infelicidad de mi madre me dolía mucho y sabía
que había áreas en que yo podía mejorar. Mi trabajo en la
escuela, por ejemplo. En eso no me iba demasiado bien porque,
por supuesto, en casa estaba bajo mucha presión, tratando de
cuidar a mi madre, preparando las comidas y finalmente
trabajando afuera para ayudar. En la escuela sólo me quedaban
energías para un trabajo brillante por año. Lo planeaba con
esmero y lo mostraba para que las maestras vieran que no era
idiota. Pero el resto del tiempo apenas pasaba. Ellas decían que
no me esforzaba de verdad. ¡Ja! No sabían cuánto me
esforzaba... para mantener todo bien en casa. Pero mis
calificaciones no eran buenas, y mi padre gritaba y mi madre
lloraba. Yo me culpaba por no ser perfecta. Y seguía
esforzándome más que nunca."
En un hogar gravemente disfuncional como éste, donde hay
dificultades aparentemente insalvables, la familia se concentra
en otros problemas, más simples, que en cierto modo prometen
ser solucionables. De esta manera, el trabajo y las
calificaciones escolares de Lisa se convirtieron en el foco de
atención de todos, inclusive de Lisa misma. La familia
necesitaba creer que ese problema, de ser rectificado, traería
armonía.
Había una intensa presión sobre Lisa. No sólo trataba de
solucionar los problemas de su padre al tiempo que cargaba
con las responsabilidades de su madre, sino que también se la
identificaba como la causa de esa desdicha. Debido a las
proporciones monumentales de su tarea, nunca experimentó el
éxito, a pesar de sus esfuerzos heroicos. Naturalmente, su
sentido del propio valor se resintió en forma terrible.
-Una vez llamé a mi mejor amiga y le dije: "Por favor,
déjame hablarte. Si quieres, puedes leer un libro. Sólo necesito
a alguien del otro lado de la línea." ¡Ni siquiera creía merecer
que alguien escuchara mis problemas! Pero ella me escuchó,
por supuesto. Su padre era un alcohólico en recuperación que
asistía a A.A. Me costaba muchísimo admitir que algo andaba
mal, a menos que la culpa fuese de mi padre. Realmente lo
odiaba.
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Lisa y yo bebimos nuestro té en silencio unos momentos
mientras ella luchaba con amargos recuerdos. Cuando pudo
continuar, dijo simplemente:
-Mi padre nos dejó cuando yo tenía dieciséis años. Mi
hermana ya se había ido. Ella tenía tres años más que yo, y en
cuanto cumplió los dieciocho consiguió un empleo de tiempo
completo y se marchó de casa. Entonces quedamos solamente
mi madre, mi hermano y yo. Creo que comenzaba a ceder a la
presión que yo misma me imponía para mantenerla a salvo y
feliz, y para cuidar a mi hermano. Entonces fui a México y me
casé, volví y me divorcié, y después anduve con muchos
hombres durante años.
"Unos cinco meses después de que mi madre ingresó al
programa de A.A., conocí a Gary. El primer día que pasé un
rato con él estaba drogado. Paseamos en el auto con mi amiga,
que lo conocía, y él estaba fumando marihuana. Le agradé y
me agradó, y ambos por separado nos pasamos esa
información a través de mi amiga, de modo que pronto me
llamó y vino a visitarme. Hice que posara para mí mientras yo
lo dibujaba, sólo por diversión, y recuerdo que me sentí
abrumada de sentimientos por él. Era la sensación más
poderosa que había tenido por un hombre.
"Otra vez estaba drogado y, sentado allí, hablando
lentamente (usted sabe, como hablan bajo el efecto de la
"hierba"), y tuve que dejar de dibujar porque mis manos
empezaron a temblar tanto que no podía hacer nada. Sostenía
el block de dibujo inclinado, apoyado sobre mis rodillas, para
que él no pudiera ver cómo me temblaban las manos.
"Hoy sé que a lo que yo reaccionaba era al hecho de que él
hablaba como lo hacía mi madre cuando había estado bebiendo
todo el día. Las mismas pausas largas y palabras
cuidadosamente seleccionadas que salían como demasiado
recalcadas. Todo el amor y el cariño que yo sentía por mi
madre se combinaban con mi atracción física hacia él como
hombre apuesto. Pero por entonces yo no tenía idea de por qué
estaba reaccionando así; entonces, por supuesto, lo llamé
amor."
El hecho de que la atracción de Lisa hacia Gary y su
relación con él empezaran tan poco tiempo después de que su
madre dejara de beber no fue una casualidad. El vínculo que
unía a ambas mujeres nunca se había cortado. Aun cuando las
60
separaba una considerable distancia geográfica, su madre
siempre había sido la primera responsabilidad y el vínculo más
profundo para Lisa. Cuando la joven comprendió que su madre
estaba cambiando, que se estaba recuperando de su
alcoholismo sin su ayuda, reaccionó por miedo a que no la
necesitaran. Pronto, Lisa estableció una nueva relación de
profundidad con otro individuo adicto. Después de su
matrimonio, sus relaciones con los hombres habían sido
superficiales, hasta que llegó la sobriedad de su madre. Se
"enamoró" de un adicto cuando su madre recurrió a Alcohólicos
Anónimos en busca de ayuda y apoyo para recuperarse. Lisa
necesitaba una relación con una persona activamente adicta
para sentirse "normal".
Lisa siguió describiendo la relación de seis años que tuvo
con Gary. Gary se mudó al apartamento de ella casi de
inmediato y dejó en claro, durante sus primeras semanas
juntos, que en caso de que alguna vez tuvieran que elegir entre
comprar droga y pagar el alquiler, para él la droga siempre
estaría primero. Sin embargo, Lisa estaba segura de que
cambiaría, que llegaría á valorar lo que tenían juntos y querría
preservarlo. Estaba segura de que podría hacer que la amara
como ella lo amaba.
Gary rara vez trabajaba y cuando lo hacía, fiel a su palabra,
utilizaba sus ingresos para pagar la marihuana o el hachís más
costosos. Al principio Lisa lo acompañó en el consumo de
drogas, pero al ver que interfería con su capacidad de ganarse
la vida lo dejó. Después de todo, era responsable por mantener
a ambos, y tomaba su responsabilidad en serio. Cada vez que
pensaba en decir a Gary que se marchara -después de que él
había vuelto a sacarle dinero del bolso o cuando al volver,
exhausta, del trabajo, encontraba una fiesta en el apartamento,
o cuando él no había venido a casa en toda la noche- él
compraba una bolsa de comida o la esperaba con la cena lista o
le decía que había comprado un poco de cocaína especialmente
para compartirla con ella, y la decisión de Lisa se esfumaba
mientras se decía a sí misma que, después de todo, Gary la
amaba.
Las historias que él le contaba de su niñez la hacían llorar
de pena, y Lisa estaba segura de que, si lo amaba lo suficiente,
podría compensarlo por todo lo que había sufrido. Sentía que
no debía culparlo ni hacerlo responsable de su comportamiento,
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puesto que lo habían dañado cuando niño, y al concentrarse en
remediar el pasado de Gary llegaba a olvidar su propio doloroso
pasado.
Una vez, durante una discusión en que ella se negó a darle
un cheque que le había enviado su padre como regalo de
cumpleaños, Gary clavó un cuchillo en todos los cuadros del
apartamento.
Lisa prosiguió con su historia.
-En ese entonces estaba tan enferma que llegué a pensar:
"La culpa es mía; no debí hacer que se enojara tanto." Seguía
culpándome por todo, tratando de reparar lo irreparable.
"El día siguiente fue un sábado. Gary había salido un rato y
yo estaba limpiando todo, llorando y tirando las pinturas de tres
años. Tenía el televisor encendido para distraerme, Y estaban
entrevistando a una mujer que había sido golpeada por su
esposo. No se le veía la cara, pero hablaba de cómo había sido
su vida y describió algunas escenas bastante horribles y
después dijo: "No me parecía tan malo porque yo aún podía
soportarlo."
Lisa meneó la cabeza lentamente.
-Eso es lo que yo estaba haciendo: seguía en aquella
situación terrible porque aún podía soportarla. Cuando oí a esa
mujer, dije en voz alta: "¡Pero tú mereces algo más de lo peor
que puedas soportar!" Y de pronto me oí y empecé a llorar
mucho porque comprendí que yo también. Yo merecía más que
el dolor y la frustración Y la pérdida y el caos. Con cada pintura
arruinada me dije: "Ya no viviré así."
Cuando Gary volvió, sus cosas estaban empacadas,
esperándolo afuera. Lisa había llamado a su mejor amiga, que
había traído a su esposo, y esta pareja ayudó a Lisa a tener el
coraje de decir a Gary que se marchara.
-No hubo una escena porque estaban mis amigos, por eso
simplemente se marchó. Más tarde empezó a llamarme y a
amenazarme, pero yo no reaccionaba de ninguna manera, de
modo que después de un tiempo se dio por vencido.
"Sin embargo, quiero que entienda que no lo hice sola; me
refiero a no reaccionar. Esa tarde, cuando todo había pasado,
llamé a mi madre y le conté todo. Ella me dijo que comenzara a
ir a las reuniones de A.A. para hijos adultos de alcohólicos.
Solamente le hice caso porque estaba sufriendo demasiado."
62
Se trata de una comunidad de parientes y amigos de
alcohólicos que se reúnen para ayudarse entre sí y a sí mismos
a recuperarse de su obsesión por el alcohólico que hay en sus
vidas. Las reuniones de hijos adultos son para hijos de
alcohólicos que desean recuperarse de los efectos de haber
vivido con el alcoholismo cuando niños. Esos efectos incluyen la
mayoría de las características de amar demasiado.
-Entonces comencé a entenderme. Gary, para mí, era lo
que el alcohol había sido para mi madre: era una droga de la
que yo no podía prescindir. Hasta el día en que lo eché,
siempre me había aterrado la idea de que se marchara, por eso
hacía todo cuanto podía para complacerlo. Hice todas las cosas
que había hecho cuando niña: trabajar duro, ser buena, no
pedir nada para mí y encargarme de lo que era responsabilidad
de otro.
"Como el sacrificio propio siempre había sido mi patrón de
vida, no habría sabido quién era yo sin alguien a quien ayudar
o algún sufrimiento que soportar."
El profundo apego de Lisa a su madre y el gran sacrificio de
sus propias necesidades que requería ese vínculo la prepararon
para posteriores relaciones de pareja que involucraban
sufrimientos más que cualquier tipo de realización personal.
Cuando niña, ella había tomado una profunda decisión de
rectificar cualquier dificultad en la vida de su madre a través
del poder de su propio amor y desinterés.
Esa decisión pronto se volvió inconsciente, pero continuó
impulsándola. Totalmente desacostumbrada a evaluar formas
de asegurar su propio bienestar pero experta en promover el
bienestar de los demás, asumía relaciones que prometían otra
oportunidad de enmendarlo todo para otra persona mediante la
fuerza de su amor. Fiel a su historia, el hecho de no ganar ese
amor a través de sus esfuerzos sólo la hacía esforzarse más.
Gary, con su adicción, su dependencia emocional y su
crueldad, combinaba todos los peores atributos de la madre y
el padre de Lisa. Irónicamente, eso explicaba su atracción hacia
él. Si la relación que tuvimos con nuestros padres fue
esencialmente sana, con expresiones adecuadas de afecto,
interés y aprobación, entonces, como adultas, tendemos a
sentirnos cómodas con las personas que engendran
sentimientos similares de seguridad, calidez y una dignidad
positiva. Más aun, tendemos a evitar a la gente que nos hace
63
sentir menos positivas con respecto a nosotras mismas a través
de sus críticas o de su manipulación para con nosotras. Su
conducta nos resultará repelente.
Sin embargo, si nuestros padres se relacionaron con
nosotras en forma hostil, crítica, cruel, manipuladora,
dictatorial, demasiado dependiente, o en otras formas
inadecuadas, eso es lo que nos parecerá "correcto" cuando
conozcamos a alguien que exprese, quizá de manera muy sutil,
matices de las mismas actitudes y conductas. Nos sentiremos
cómodas con personas con quienes se recrean nuestros
patrones infelices de relación, y tal vez nos sentiremos
incómodas e inquietas con individuos más apacibles, más
amables o más sanos en otros aspectos. O bien, debido al
desafío de intentar cambiar a alguien a fin de hacer feliz a esa
persona o de ganar afecto o aprobación reprimidos, tal vez
simplemente nos sintamos aburridas con la gente más sana. A
menudo el aburrimiento encubre sentimientos leves a intensos
de malestar, que las mujeres que aman demasiado tienden a
sentir cuando no están en el ya conocido rol de ayudar, esperar
y prestar más atención al bienestar ajeno que al propio. En la
mayoría de los hijos de alcohólicos, como también en los de
otras clases de hogares disfuncionales, hay una fascinación con
las personas que implican problemas y una adicción a la
excitación, especialmente a la excitación negativa. Si el drama
y el caos siempre estuvieron presentes en nuestra vida y si,
como sucede con tanta frecuencia, nos vimos forzados a negar
muchos de nuestros sentimientos mientras crecíamos, a
menudo necesitaremos acontecimientos dramáticos para poder
engendrar un sentimiento. De esta manera, necesitamos la
excitación que nos proporcionan la incertidumbre, el dolor, la
decepción y la lucha sólo para sentirnos vivos.
Lisa concluyó su historia.
- La paz y la tranquilidad de mi vida después de la partida
de Gary me enloquecían. Necesité todo mi esfuerzo para no
llamarlo y volver a empezarlo todo. Pero poco a poco me fui
acostumbrando a una vida más normal.
"Ahora no estoy saliendo con nadie. Sé que todavía estoy
demasiado enferma para tener una relación saludable con un
hombre. Sé que saldría a buscar otro Gary. Por eso, por
primera vez, mi proyecto seré yo misma en lugar de tratar de
cambiar a otra persona."
64
Lisa, en relación con Gary, al igual que su madre en
relación con el alcohol, sufría un proceso de enfermedad, una
compulsión destructiva sobre la cual ella sola no ejercía control
alguno. Tal como su madre había desarrollado una adicción al
alcohol y era incapaz de dejar de beber por sus propios medios,
Lisa había desarrollado lo que también era una relación adictiva
con Gary. No hago esta analogía ni empleo la palabra adictiva a
la ligera al comparar la situación de ambas mujeres. La madre
de Lisa se había vuelto dependiente de una droga, el alcohol,
para evitar experimentar la intensa angustia y la desesperación
que le producía su situación en la vida. Cuanto más utilizaba el
alcohol para evitar sentir el dolor, más obraba la droga en su
sistema nervioso para producir los mismos sentimientos que
ella quería evitar. En última instancia, el alcohol aumentaba su
dolor en vez de disminuirlo. Entonces, por supuesto, bebía más
aun. Así fue como entró en la espiral de la adicción.
Lisa también trataba de evitar la angustia y la
desesperación. Sufría una profunda depresión subyacente,
cuyas raíces se remontaban a su dolorosa infancia. Esa
depresión subyacente constituye un factor común en los hijos
de todo tipo de hogares gravemente disfuncionales, y sus
maneras de enfrentarla o, lo que es más típico, de evitarla,
varían según el sexo, la disposición y el rol que tuvieron en la
familia durante la niñez. Cuando llegan a la adolescencia,
muchas jóvenes, como Lisa, mantienen su depresión a raya
desarrollando el estilo de amar demasiado. Al desarrollar
relaciones caóticas pero estimulantes, que las distraen, con
hombres inadecuados, están demasiado excitadas para
hundirse en la depresión que está latente justo por debajo del
nivel de la conciencia.
De esta manera, un hombre cruel, indiferente, deshonesto
o difícil en otros aspectos se convierte, para esas mujeres, en el
equivalente de una droga, y crea así un medio de evitar sus
propios sentimientos, en la misma forma que el alcohol y otras
sustancias que alteran el estado de ánimo crean en los
drogadictos una vía de escape temporaria, de la que no se
atreven a separarse. Tal como sucede con el alcohol y las
drogas, estas relaciones inmanejables que proporcionan la
distracción necesaria también acarrean su carga de dolor. En
un paralelo con el desarrollo de la enfermedad del alcoholismo,
65
la dependencia en la relación se profundiza hasta el punto de la
adicción. El hecho de estar sin la relación -es decir, estar sola
con una misma- se puede experimentar como algo peor que el
mayor sufrimiento producido por la relación, porque estar sola
significa sentir el nuevo despertar del gran dolor del pasado
combinado con el del presente.
Las dos adicciones son paralelas en ese aspecto, e
igualmente difíciles de vencer. La adicción de una mujer a su
pareja o a una serie de parejas inapropiadas puede deber su
génesis a una variedad de problemas familiares. Aunque resulte
irónico, los hijos adultos de alcohólicos tienen más suerte que
los de otros antecedentes disfuncionales porque, al menos en
las grandes ciudades, a menudo existen grupos de Alcohólicos
Anónimos para apoyarlos mientras tratan de solucionar sus
problemas con el amor propio y con las relaciones.
La recuperación de una adicción a una relación implica
conseguir ayuda de un grupo de apoyo adecuado a fin de
quebrar el ciclo de la adicción y de aprender a buscar
sentimientos de valor propio y bienestar en otras fuentes, no
en un hombre incapaz de fomentar esos sentimientos. La clave
radica en aprender a vivir una vida sana, satisfactoria y serena
sin depender de otra persona para ser feliz.
Es triste, pero para quienes están enredados en relaciones
adictivas y quienes están atrapados en la telaraña de la
adicción química, la convicción de que pueden manejar el
problema por sí solos a menudo evita que busquen ayuda y,
por lo tanto, anula la posibilidad de recuperación.
Debido a esa convicción -"puedo hacerlo solo"- a veces las
cosas deben empeorar mucho antes de que puedan empezar a
mejorar para tanta gente que lucha con alguna de esas
enfermedades de adicción. La vida de Lisa tuvo que llegar a ser
irremediablemente inmanejable para que ella pudiera admitir
que necesitaba ayuda para vencer su adicción al dolor.
Por otra parte, no la ayudaba el hecho de que nuestra
cultura otorga un viso romántico al sufrimiento por amor y a la
adicción a una relación. Desde las canciones populares hasta la
ópera, desde la literatura clásica hasta los romances
arlequinescos, desde las telenovelas diarias hasta los filmes y
obras de teatro aclamadas por la crítica, estamos rodeados por
innumerables
ejemplos
de
relaciones
inmaduras
e
insatisfactorias que se ven glorificadas y ensalzadas. Una y otra
66
vez, esos modelos culturales nos inculcan que la profundidad
del amor se puede medir por el dolor que causa y que aquellos
que sufren de verdad, aman de verdad. Cuando un cantante
canta con voz suave y melancólica acerca de no poder dejar de
amar a alguien a pesar de lo mucho que eso lo hace sufrir, hay
algo en nosotros -tal vez a fuerza de vernos repetidamente
expuestos a ese punto de vista- que acepta que lo que expresa
el cantante es lo correcto. Aceptamos que ese sufrimiento es
parte natural del amor y que la voluntad de sufrir por amor es
un rasgo positivo en lugar de negativo.
Existen muy pocos modelos de personas que se relacionan
con sus pares en forma sana, madura, honesta, no
manipuladora y no explotadora, y esto quizá se deba a dos
razones. En primer lugar, con toda sinceridad, tales relaciones
son bastante escasas en la vida real. En segundo lugar, dado
que la calidad de la interacción emocional en las relaciones
sanas a menudo es mucho mas sutil que el flagrante drama de
las relaciones insatisfactorias, su potencial "dramático tiende a
ser pasado por alto en la literatura, el teatro y las canciones. Si
nos vemos acosados por estilos perjudiciales de relacionamos,
tal vez sea porque eso es casi todo lo que vemos y sabemos.
Debido a la escasez de ejemplos de amor maduro y
comunicación sana en los medios, durante años he tenido la
fantasía de escribir un episodio de cada una de las telenovelas
principales. En mi episodio, todos los personajes se
comunicarían en forma honesta, cariñosa y no a la defensiva.
No habría mentiras, ni secretos, ni manipulaciones, nadie que
estuviera dispuesto a ser la víctima de otra persona y nadie
sería el victimario. En cambio, los espectadores que vieran el
episodio de ese día verían personas comprometidas en tener
relaciones sanas entre si, sobre la base de la genuina
comunicación.
Este estilo de relación no sólo se opondría mucho al
formato normal de esos programas sino que además ilustraría,
por medio del extremo contraste, lo saturados que estamos de
las representaciones de explotación, manipulación, sarcasmo,
búsquedas de venganza, trampas deliberadas, celos, mentiras,
amenazas, coerción, etc.; ninguna de estas cosas contribuye a
una interacción saludable. Cuando uno piensa en el efecto que
tendría un segmento que presentara una comunicación honesta
y un amor maduro sobre la calidad de estas sagas, hay que
67
considerar también el efecto que tendría la misma alteración en
la vida de cada uno de nosotros.
Todo sucede en un contexto, inclusive nuestra forma de
amar. Necesitamos tener conciencia de los defectos nocivos de
nuestra visión social del amor y resistimos a la inmadurez
superficial y contraproducente en las relaciones personales que
ésta idealiza. Necesitamos desarrollar conscientemente una
forma de relacionamos más madura y abierta que la que parece
apoyar nuestro medio cultural, para poder cambiar el torbellino
y la excitación por una intimidad más profunda.
CAPITULO 4
La necesidad de ser necesitadas
Es una mujer de buen corazón
enamorada de un oportunista;
lo ama a pesar de sus modales perversos
que ella no entiende.
Mujer de buen corazón
"No sé cómo lo hace todo. Yo me volvería loca si tuviera
que soportar todo lo que soporta ella."
"¡Y nunca la oí quejarse!"
"¿Por qué lo tolera?"
"De todos modos, ¿qué ve en él? Podría llevar una vida
mucho mejor."
La gente tiende a decir esta clase de cosas sobre una mujer
que ama demasiado, al observar lo que parecen ser sus nobles
esfuerzos
por
mejorar
una
relación
aparentemente
68
insatisfactoria. Pero las pistas que permiten explicar el misterio
de su devoto apego por lo general se pueden encontrar en las
experiencias que tuvo cuando niña: La mayoría de nosotras
crecemos y continuamos en los roles que adoptamos en
nuestra familia de origen. Para muchas mujeres que aman
demasiado, esos roles a menudo implicaban negar nuestras
propias necesidades e intentar satisfacer las de otros miembros
de la familia. Tal vez las circunstancias nos obligaron a crecer
demasiado rápido, a asumir prematuramente responsabilidades
de adultas porque nuestra madre o nuestro padre estaban
demasiado enfermos física o emocionalmente para cumplir con
sus funciones propias. O quizás alguno de nuestros padres
estuvo ausente debido a su muerte o a un divorcio y nosotras
tratamos de tomar su lugar, ayudando a cuidar tanto a
nuestros hermanos como al progenitor que nos quedaba. Tal
vez nos convertimos en la madre de la familia mientras nuestra
madre trabajaba para mantenemos. O quizá vivimos con ambos
padres, pero debido a que uno de ellos estaba furioso o
frustrado o infeliz y el otro no reaccionaba a eso con apoyo, nos
encontramos en el rol de confidentes, oyendo detalles de su
relación que eran demasiada carga para que pudiéramos
manejarla emocionalmente. Escuchábamos porque teníamos
miedo de las consecuencias que podrían aquejar al progenitor
que sufría si no lo hacíamos, y miedo de la pérdida de amor si
no cumplíamos el rol que nos había tocado en suerte. Por eso
no nos protegíamos, y nuestros padres tampoco nos protegían,
porque necesitaban vernos más fuertes de lo que éramos en
realidad. Si bien éramos demasiado inmaduras para esa
responsabilidad, terminamos protegiéndolos a ellos. Al ocurrir
esto, aprendimos a edad demasiado temprana y demasiado
bien a cuidar a todos menos a nosotras mismas. Nuestra propia
necesidad de amor, atención, cariño y seguridad quedó
insatisfecha mientras fingíamos ser más poderosas y menos
temerosas, más adultas y menos necesitadas, de lo que
realmente nos sentíamos. Y habiendo aprendido a negar
nuestro propio anhelo de que nos cuidaran, crecimos buscando
más oportunidades de hacer lo que habíamos aprendido a hacer
tan bien: preocuparnos por las necesidades y exigencias de los
demás en lugar de admitir nuestro miedo, nuestro dolor y
nuestras necesidades insatisfechas. Hace tanto tiempo que
fingimos ser adultas, que pedimos tan poco y hacemos tanto,
69
que ahora nos parece demasiado tarde para esperar nuestro
turno, entonces seguimos ayudando, con la esperanza de que
nuestro miedo desaparecerá y nuestra recompensa será el
amor.
La historia de Melanie viene al caso como ejemplo de la
manera en que el hecho de crecer demasiado rápido con
demasiadas responsabilidades -en este caso, la de reemplazar
a un progenitor ausente- puede crear una compulsión de
atender a los demás.
El día en que nos conocimos, al terminar una charla que yo
había dado a un grupo de estudiantes de enfermería, no pude
evitar notar que su rostro era un estudio en contrastes. La nariz
pequeña y respingada, con sus pecas, y las mejillas con
profundos hoyuelos y muy blancas le daban un atractivo aire
travieso. Esos rasgos vivaces parecían fuera de lugar en el
mismo semblante que revelaba ojeras tan oscuras bajo sus
claros ojos grises. Desde debajo de su cabello castaño
ondeado, parecía un duende pálido y cansado.
Había esperado a un lado mientras yo conversaba durante
bastante tiempo con cada uno de los estudiantes que se habían
quedado luego del fin de mi conferencia. Tal como sucedía a
menudo siempre que tocaba el tema de la enfermedad familiar
del alcoholismo, varios estudiantes querían hablar de
cuestiones demasiado personales para plantearlas en el período
de preguntas y respuestas siguiente a mi exposición.
Cuando se marchó el último de sus compañeros, Melanie
me permitió un momento de descanso; luego se presentó y
estrechó mi mano con calidez y firmeza sorprendentes en
alguien tan menudo y delicado como ella.
Había esperado tanto tiempo y con tanta paciencia para
hablar conmigo que, a pesar de su aparente seguridad,
sospeché que la conferencia de esa mañana había tocado en
ella un sentimiento profundo. Para darle una oportunidad de
explayarse, la invité a caminar por el parque universitario.
Mientras yo recogía mis cosas y salíamos de la sala de
conferencias, ella conversaba con afabilidad, pero una vez que
salimos al gris mediodía de noviembre se volvió silenciosa y
meditativa.
Caminamos por un sendero desierto, donde el único sonido
era bajo nuestros pies, el crujido de las hojas caídas de los
sicomoros.
70
Melanie se detuvo para tocar con el pie un par de hojas en
forma de estrella, con sus puntas curvadas hacia arriba como
estrellas de mar secas, que dejaban al descubierto su pálido
reverso. Después de un momento, dijo suavemente:
-Mi madre no era alcohólica, pero por lo que usted dijo esta
mañana sobre la forma en que esa enfermedad afecta a una
familia, es como si lo hubiera sido. Era una enferma mental,
realmente muy loca, y eso finalmente la mató: Sufría profundas
depresiones, iba muchas veces al hospital, y a veces
permanecía allí mucho tiempo. Las drogas que utilizaban para
"curarla" sólo parecían empeorar su estado. En lugar de ser una
loca despierta, la convertían en una loca ida. Pero a pesar del
efecto de esas drogas, a la larga se las ingenió para que uno de
sus intentos de suicidio diera resultado. Si bien tratábamos de
no dejarla sola nunca, aquel día todos habíamos salido un rato.
Se ahorcó en el garaje. Mi padre la encontró.
Melanie meneó la cabeza con rapidez, como para dispersar
los oscuros recuerdos que se habían congregado en ella, y
prosiguió.
-Esta mañana oí muchas cosas con las que pude
identificarme, pero usted dijo en su conferencia que los hijos de
alcohólicos o de otros hogares disfuncionales con mucha
frecuencia eligen como pareja a un alcohólico o un adicto a
otras drogas, y eso no se aplica a Sean. A él no le gusta mucho
beber ni drogarse, gracias a Dios. Pero tenemos otros
problemas.
Apartó la vista, levantando el mentón.
-Por lo general puedo encargarme de todo -prosiguió,
bajando el mentón-, pero está comenzando a afectarme. Luego me miró de frente, sonrió y se encogió de hombros.- Me
estoy quedando sin comida, sin dinero y sin tiempo, eso es
todo.
Dijo eso como si fuera la culminación ingeniosa de un
chiste, a la que hubiera que reaccionar con diversión, sin
tomarlo en serio. Tuve que estimularla para que me diera
detalles, lo cual hizo en tono desapasionado.
-Sean se ha marchado otra vez. Tenemos tres hijos: Susie,
de seis años; Jimmy, de cuatro, y Peter, que tiene dos y medio.
Estoy trabajando parte del tiempo como empleada en un
hospital, trato de conseguir mi título de enfermera y de
71
mantener la casa. En general Sean cuida a los niños cuando no
está en la escuela de arte, o cuando no se ha marchado.
Dijo esto último sin una pizca de amargura.
-Nos casamos hace siete años. Yo tenía diecisiete y
acababa de terminar la escuela secundaria. El tenía
veinticuatro, hacía algunos trabajos como actor y estudiaba
parte del tiempo. Yo solía ir a su apartamento los domingos y
les cocinaba aquellos verdaderos festines. Yo era su chica de
los domingos por la noche. Los viernes y sábados él tenía
alguna actuación o salía con otra persona. De todos modos,
todos me querían en ese apartamento. Mis comidas eran lo
mejor que les pasaba en toda la semana. Solían bromear con
Sean, diciéndole que debería casarse conmigo y dejar que yo lo
atendiera. Creo que a él le gustó la idea porque eso fue lo que
hizo. Me pidió que me casara con él y, por supuesto, acepté. Yo
estaba encantada. Era tan apuesto. ¡Mire! -Abrió su bolso y
sacó un pequeño estuche de fotografías. La primera era de
Sean: ojos oscuros, pómulos marcados y un mentón con un
hoyuelo profundo se combinaban en un rostro meditativo y
atractivo. Era una versión de tamaño pequeño de lo que parecía
una fotografía tomada para publicidad de un actor o un modelo.
Le pregunté, si lo era, y Melanie confirmó que sí y nombró a un
famoso fotógrafo que había hecho el trabajo.
-Parece un perfecto Heathcliff -observé, y ella asintió con
orgullo.
Miramos las otras fotografías, que mostraban a tres niños
en diversas etapas de su desarrollo: gateando, empezando a
caminar, soplando velitas de cumpleaños. Con la esperanza de
ver una fotografía menos en pose de Sean, comenté que él no
aparecía en ninguna de las fotografías de los niños.
-No, por lo general él las toma. Tiene bastantes
antecedentes en fotografía, además de actuación y arte.
-¿Trabaja en alguno de, esos campos? -pregunté.
-Bueno, no. Su madre le envió un poco de dinero, así que
volvió a marcharse a Nueva York, para ver qué oportunidades
encuentra allá.
La voz de Melanie bajó en forma casi imperceptible. Dada
su evidente lealtad a Sean, yo habría esperado verla más
esperanzada con respecto a ese viaje a Nueva York. Al ver que
no era así, le pregunté:
-Melanie, ¿qué sucede?
72
Con los primeros indicios de queja, respondió:
-El problema no es nuestro matrimonio. Es su madre.
Siempre le envía dinero. Cada vez que él está a punto de
establecerse con nosotros, o que, para variar, está asentándose
en un empleo, ella le envía un cheque y entonces él se marcha.
Ella no sabe decirle que no. Si tan sólo dejara de enviarle
dinero estaríamos bien.
- ¿Y si nunca deja de hacerlo?
-Entonces Sean tendrá que cambiar. Haré que vea cuánto
nos está lastimando. -Aparecieron lágrimas en sus pestañas
oscuras.- Tendrá que rechazar sus ofrecimientos de dinero.
-Melanie, eso no parece demasiado probable por lo que me
dices.
Levantó la voz y habló con más decisión.
- Ella no va a arruinar esto. El cambiará.
Melanie encontró una hoja especialmente grande y en sus
siguientes pasos la pateó, observando cómo se desintegraba
delante de ella. Esperé unos momentos y luego pregunté:
- ¿Hay algo más?
Aún pateando la hoja, Melanie respondió:
-El ha ido a Nueva York muchas veces y cuando está allá ve
a otra persona.
Volvía a hablar en voz baja y desapasionada.
- ¿Otra mujer? -pregunté, y Melanie apartó la vista al
asentir-. ¿Cuánto tiempo hace que la ve?
-Oh, hace años, en realidad. -En ese punto Melanie se
encogió de hombros.- Comenzó con mi primer embarazo. Yo
casi no lo culpaba. Yo estaba tan enferma y me sentía tan mal,
y él estaba tan lejos...
Era asombroso, pero Melanie asumía la culpa por la
infidelidad de Sean, además de la carga de mantener a él y a
sus hijos mientras él probaba distintas ocupaciones. Le
pregunté si alguna vez había pensado en divorciarse.
-De hecho, nos separamos una vez. Es tonto decirlo,
porque estamos separados todo el tiempo, en la forma en que
él se ausenta. Pero una vez le dije que quería separarme, más
que nada para darle una lección, y entonces estuvimos
realmente separados unos seis meses. El seguía llamándome y
yo le enviaba dinero cuando lo necesitaba, si tenía alguna
oportunidad y necesitaba algo para mantenerse hasta entonces.
¡Inclusive conocí a otros dos hombres! -Melanie parecía
73
sorprendida de que otros hombres se interesaran en ella.- Los
dos eran buenos con los niños, y cada uno quería ayudarme en
la casa, arreglar lo que no andaba e incluso comprarme
pequeñeces que yo necesitaba. Era agradable que me trataran
así. Pero en realidad yo no sentía nada por ellos. Nunca pude
volver a sentir nada como la atracción que aún sentía por Sean.
Por eso, a la larga, volví a él. -Sonrió.- Entonces tuve que
explicarle por qué en casa todo estaba en tan buen estado.
Habíamos llegado a la mitad del parque y yo quería saber
más acerca de la niñez de Melanie, comprender las experiencias
que la habían preparado para las penurias de su situación
actual.
-Cuando te recuerdas como niña, ¿qué ves? -le pregunté, y
ella frunció el ceño al recordar.
- ¡Oh, es muy gracioso! Me veo con el delantal de cocina,
de pie sobre un taburete frente a la cocina, revolviendo una
cacerola. Yo era la tercera de cinco hijos y tenía catorce años
cuando murió mi madre, pero empecé a cocinar y a limpiar
mucho tiempo antes, porque ella estaba muy enferma. Después
de un tiempo, ella no salía nunca de la habitación trasera. Mis
dos hermanos mayores consiguieron trabajo después de
terminar la escuela para ayudar a mantener la casa, y yo me
convertí en una especie de madre para todos. Mis dos
hermanas eran tres y cinco años menores que yo, así que casi
todo el trabajo de la casa dependía de mí. Pero nos
arreglábamos bien. Papá trabajaba y hacía las compras. Yo
cocinaba y limpiaba. Hacíamos todo lo que podíamos. El dinero
siempre escaseaba, pero nos arreglábamos. Papá trabajaba
muchísimo, y a menudo tenía dos empleos. Por eso pasaba
mucho tiempo fuera de casa. Creo que en parte lo hacía porque
era necesario, y en parte para evitar ver a mi madre. Todos la
evitábamos cuanto podíamos. Ella era muy difícil.
"Mi padre volvió a casarse cuando yo estaba por terminar la
escuela secundaria. Las cosas enseguida se volvieron más
fáciles porque su nueva esposa también trabajaba y tenía una
hija de la misma edad que mi hermana menor, que por
entonces tenía doce años. Todo comenzó a ir bien. El dinero no
era tanto problema. Papá era mucho más feliz. Por primera vez
había suficiente para todos.
-¿Qué sentiste cuando murió tu madre? -le pregunté.
La mandíbula de Melanie se endureció.
74
- La persona que murió no había sido mi madre en muchos
años. Era otra persona: alguien que dormía o gritaba y causaba
problemas. La recuerdo cuando aún era mi madre, pero muy
vagamente. Tengo que evocar a alguien que era suave, dulce y
que nos cantaba mientras trabajaba o jugaba con nosotros.
¿Sabe? Era irlandesa y cantaba canciones muy melancólicas...
De todos modos, creo que cuando murió nos sentimos
aliviados. Pero yo también me sentía culpable de que, quizá, si
la hubiese entendido mejor o querido más ella no se habría
enfermado tanto. No pienso en ello si puedo evitarlo.
Nos estábamos acercando a mi destino, y en los instantes
que nos quedaban esperaba ayudar a Melanie a tener por lo
menos un vistazo del origen de sus problemas en el presente.
- ¿Ves alguna similitud entre tu vida cuando niña y ahora? le pregunté.
Melanie rió, incómoda.
-Más que nunca, sólo al hablarlo ahora. Veo cómo aún sigo
esperando (que Sean venga a casa, tal como esperaba a mi
padre cuando no estaba) y me doy cuenta de que nunca culpo
a Sean por lo que hace porque sus ausencias están mezcladas
en mi mente con las de mi padre, cuando se marchaba para
poder mantenemos a todos. Veo que no es lo mismo, y sin
embargo siento lo mismo al respecto, como si yo debiera
simplemente aprovechar la situación al máximo posible.
Hizo una pausa y entrecerró los ojos como para ver mejor
los patrones que se desplegaban ante ella.
-Oh, y yo sigo siendo la pequeña y valiente Melanie, la que
se encarga de todo, la que revuelve la cacerola en la cocina, la
que atiende a los niños. -Sus mejillas adquirieron un tono
rosado al reconocerlo.- Entonces es verdad lo que usted dijo en
su conferencia sobre los niños como lo fui yo. ¡Sí buscamos
personas con quienes podamos jugar los mismos roles que
cuando estábamos creciendo!
Al despedirnos, Melanie me abrazó con fuerza y dijo: Gracias por escucharme. Creo que sólo necesitaba hablar un
poco sobre todo esto. Y lo entiendo mejor, pero no estoy lista
para darme por vencida... ¡aún no! -Su ánimo había mejorado
visiblemente al decir, otra vez con el mentón levantado:Además, Sean sólo necesita crecer. Y lo hará. Tiene que
hacerlo, ¿no cree?
75
Sin esperar una respuesta, dio media vuelta y echó a andar
sobre las hojas caídas.
En verdad, la comprensión de Melanie era ahora más
profunda, pero había muchas otras similitudes entre su niñez y
su vida actual que permanecían fuera, de su conciencia.
¿Por qué una joven tan brillante, atractiva, enérgica y
capaz como Melanie necesitaría una relación tan cargada de
dolor y penurias como la que tenía con Sean? Porque para ella
y para otras mujeres que han crecido en hogares
profundamente infelices, donde las cargas emocionales eran
demasiado pesadas y las responsabilidades demasiado grandes,
para estas mujeres lo agradable y lo desagradable se han
confundido y mezclado hasta llegar a ser una misma cosa.
Por ejemplo, en el hogar de Melanie, la atención de los
padres era insignificante debido a la dificultad general para
manejar la vida mientras la familia intentaba salir adelante con
la desintegración de la personalidad de la madre. Los esfuerzos
heroicos de Melanie para encargarse de la casa se veían
recompensados con lo más cercano al amor que ella
experimentaría: la agradecida dependencia de su padre con
respecto a ella. Los sentimientos de miedo y de sobrecarga que
serían naturales en una criatura en tales circunstancias se veían
eclipsados por su sentido de competencia, que surgía de la
necesidad de su padre de que lo ayudara y de la incapacidad de
su madre. ¡Qué duro para una criatura ser tratada como
alguien más fuerte que un progenitor e indispensable para el
otro! Ese rol en su niñez formó la identidad de Melanie como
una salvadora que podía elevarse por sobre las dificultades y el
caos y rescatar a quienes la rodeaban con su coraje, su
fortaleza y su indómita voluntad.
Este complejo de salvación parece más saludable de lo que
es. Si bien es loable ser fuerte en una crisis, Melanie, al igual
que otras mujeres de antecedentes similares, necesitaba las
crisis para poder funcionar. Sin alboroto, tensiones o una
situación desesperada de la cual encargarse, los sentimientos
de sobrecarga emocional latentes desde la niñez saldrían a la
superficie y se volverían demasiado amenazadores. Cuando
niña, Melanie fue la ayudante de su padre, al tiempo que hacía
las veces de madre de los demás niños. Pero ella también era
una criatura que necesitaba a sus padres, y dado que su madre
76
estaba demasiado alterada mentalmente y su padre era
demasiado inaccesible, sus propias necesidades quedaron
insatisfechas. Los otros niños tenían a Melanie para regañarlos,
preocuparse por ellos y cuidarlos. Melanie no tenía a nadie. No
sólo le faltaba su madre; también tuvo que aprender a pensar y
actuar como un adulto: No había lugar ni tiempo para expresar
su propio pánico, y pronto esa misma falta de oportunidad para
tomar su turno emocionalmente comenzó a parecerle correcta.
Si fingía ser adulta durante el tiempo suficiente, podría
ingeniárselas para olvidar que era una niña asustada. Pronto
Melanie no sólo funcionaba bien en el caos, sino que llegó a
necesitarlo para poder vivir. La carga que llevaba sobre sus
hombros la ayudaba a evitar su propio pánico y su dolor. La
abrumaba y le daba alivio al mismo tiempo.
Más aun, el sentido de valor que ella desarrolló era el
resultado de haber cargado con responsabilidades que
sobrepasaban su capacidad de niña. Ganó aprobación
trabajando duro, atendiendo a los demás, y sacrificando sus
propias necesidades. Fue así como el martirio también llegó a
formar parte de su personalidad y se combinó con su complejo
de salvadora para hacer de Melanie un verdadero imán para
alguien que implicara problemas, alguien como Sean. Debido a
las inusuales circunstancias de su niñez, lo que de otra manera
habrían sido sentimientos y reacciones normales se exageraron
peligrosamente en Melanie. Resultará útil hacer un breve
repaso de algunos aspectos importantes del desarrollo infantil a
fin de entender mejor las fuerzas que estaban en juego en la
vida de Melanie.
Para los niños que crecen en una familia nuclear, es natural
tener fuertes deseos de deshacerse del progenitor de su mismo
sexo para poder tener al amado progenitor del sexo opuesto
sólo para ellos. Los niñitos varones desean de corazón que
papá desaparezca para tener todo el amor y la atención de
mamá. Y las niñitas sueñan con reemplazar a su madre como la
esposa de papá. La mayoría de los padres han recibido
"propuestas" de sus hijos del sexo opuesto que expresan este
anhelo. Un varón de cuatro años dice a su madre: "Cuando sea
grande me casaré contigo, mami." O una niña de tres años dice
a su padre: "Papi, tengamos una casa tú y yo solos, sin mami."
Estos anhelos muy normales reflejan algunos de los
sentimientos más fuertes que experimenta una criatura. Sin
77
embargo, si algo llegara a ocurrir al rival envidiado y eso
ocasionara un daño o la ausencia de ese progenitor en la
familia, el efecto sobre la criatura sería devastador.
Cuando en una familia así la madre sufre alteraciones
emocionales, enfermedades físicas graves o crónicas,
alcoholismo o drogadicción (o si está ausente física o
emocionalmente por cualquier otro motivo), entonces la hija
(por lo general la hija mayor, si hay dos o más) es elegida casi
invariablemente para suplir el puesto vacante debido a la
enfermedad o la ausencia de la madre. La historia de Melanie
ejemplifica los efectos de tal "ascenso" en una niña. Debido a la
presencia de una enfermedad mental debilitante en su madre,
Melanie heredó el puesto de jefe femenino de la casa. Durante
los años en que su identidad estaba en formación, ella fue, en
muchos aspectos, la compañera de su padre más que su hija.
Al discutir y organizar los problemas de la casa, funcionaban
como equipo. En cierto sentido, Melanie tenía a su padre para
ella sola porque tenía con él una relación que era
profundamente diferente de la que tenían con él sus hermanos.
Era casi su par. Además, durante varios años, ella fue mucho
más fuerte y estable que su madre enferma. Eso significó que
los deseos infantiles normales de Melanie de tener a su padre
para ella sola se cumplieron, pero a costa de la salud de su
madre y, finalmente, de la vida de ésta.
¿Qué sucede cuando los deseos infantiles de librarse del
progenitor del mismo sexo y de obtener al progenitor del sexo
opuesto para uno solo se cumplen? Hay tres consecuencias
extremadamente poderosas, que determinan el carácter y
obran en forma inconsciente.
La primera es la culpa.
Melanie se sentía culpable al recordar el suicidio de su
madre y su propia incapacidad de evitarlo, la clase de culpa que
se experimenta en forma consciente y que cualquier miembro
de la familia siente naturalmente ante una tragedia así. En
Melanie, esa culpa consciente se vio exacerbada por su
superdesarrollado sentido de la responsabilidad por el bienestar
de todos los miembros de su familia. Pero además de esta
pesada carga de culpa consciente, ella llevaba otra carga más
pesada aun.
El cumplimiento de sus deseos infantiles de tener a su
padre para ella sola produjo en Melanie una culpa inconsciente
78
además de la culpa consciente que sentía por no haber podido
salvar a su madre mentalmente enferma del suicidio. Esto, a su
vez, generó un impulso de compensación, una necesidad de
sufrir y soportar penurias a modo de expiación. Esta necesidad,
combinada con la familiaridad de Melanie con el rol de mártir,
creó en ella algo cercano al masoquismo. Había bienestar, si no
verdadero placer, en su relación con Sean, con todo su dolor,
soledad y abrumadora responsabilidad inherentes.
La
segunda
consecuencia
son
los
sentimientos
inconscientes de incomodidad ante las implicaciones sexuales
del hecho de tener al progenitor deseado para uno mismo.
Comúnmente, la presencia de la madre (o, en estos días de
divorcios frecuentes, la de otra compañera o pareja sexual para
el padre, como una madrastra o novia) proporciona seguridad
tanto al padre como a la hija. La hija está en libertad de
desarrollar un sentido de sí misma como alguien atractivo y
amado a los ojos de su padre, y al mismo tiempo sentirse
protegida de un cumplimiento abierto de los impulsos sexuales
que inevitablemente se generan entre ellos, por la fuerza del
vínculo de su padre con una mujer adulta adecuada.
Entre Melanie y su padre no se desarrolló una relación
incestuosa, pero dadas las circunstancias bien podría haber
sucedido. La dinámica que operaba en su familia está presente
con mucha frecuencia cuando se desarrollan relaciones
incestuosas entre padres e hijas. Cuando una madre, por el
motivo que fuere, abdica de su rol apropiado como pareja de su
esposo y madre de sus hijos, y provoca el ascenso de una hija
a ese puesto, está obligando a su hija no sólo a asumir sus
responsabilidades sino también la expone al riesgo de
convertirse en objeto de los impulsos sexuales de su padre. (Si
bien aquí se podría interpretar que toda la responsabilidad es
de la madre, en realidad el hecho de que haya incesto es
completa responsabilidad del padre. Esto se debe a que, como
adulto, es su deber proteger a su hija en lugar de usarla para
su propia gratificación sexual.)
Por otro lado, aun cuando el padre nunca encare a su hija
sexualmente, la falta de un vínculo fuerte entre los padres y la
asunción por parte de la hija del rol materno en la familia
sirven para acrecentar los sentimientos de atracción sexual
entre padre e hija. Debido a su relación estrecha, es probable
que la hija tenga una conciencia incómoda de que el interés
79
especial de su padre por ella tiene ciertos matices sexuales. O
bien la inusual accesibilidad emocional del padre puede hacer
que la hija concentre en él sus nacientes sensaciones sexuales
más de lo que lo haría en circunstancias normales. En un
esfuerzo por evitar la violación, aun en pensamiento, del
poderoso tabú del incesto, tal vez ella se insensibilice a la
mayoría o incluso a todos sus sentimientos sexuales. La
decisión de hacerlo, nuevamente, es inconsciente, una defensa
contra el más amenazador de los impulsos: la atracción sexual
hacia un progenitor. Como es inconsciente, esta decisión no se
examina ni se revierte con facilidad.
El resultado es una joven que puede sentirse incómoda con
cualquier sentimiento sexual, debido a las inconscientes
violaciones del tabú que se asocian con ellos. Cuando esto
sucede, la atención maternal puede ser la única forma inocua
de expresar amor.
La forma principal en que Melanie se relacionaba con Sean
consistía en sentirse responsable por él. Hacía mucho tiempo
que eso se había convertido en su manera de sentir y expresar
amor.
Cuando Melanie tenía diecisiete años, su padre la
"reemplazó" por su nueva esposa, un matrimonio que ella,
aparentemente, recibió con alivio. El hecho de que sintiera tan
poca amargura por la pérdida de su rol en el hogar quizá se
haya debido, en gran parte, a la aparición de Sean y sus
compañeros de cuarto, para quienes Melanie realizaba muchas
de las mismas funciones que había llevado a cabo antes en su
casa. Si esa situación no hubiera llegado a convertirse en un
matrimonio con Sean, Melanie podría haberse enfrentado a una
profunda crisis de identidad. Pero no fue así; Melanie quedó
embarazada de inmediato y así volvió a recrear su rol de
encargada, mientras Sean cooperaba comenzando, al igual que
el padre de Melanie, a ausentarse gran parte del tiempo.
Ella le enviaba dinero aun mientras estaban separados,
compitiendo con la madre de Sean para ser la mujer que lo
cuidaba mejor. (Era una competencia que ya había ganado a su
propia madre, en relación con su padre.)
Durante su separación de Sean, cuando aparecieron en su
vida otros hombres que no necesitaban sus cuidados
maternales y que, de hecho, trataron de invertir los roles
ofreciéndole la ayuda que tanto necesitaba, no pudo
80
relacionarse con ellos emocionalmente. Sólo se sentía cómoda
proporcionando atención.
La dinámica sexual de la relación de Melanie con Sean
nunca había proporcionado el poderoso vínculo entre ellos que
sí creaba la necesidad de Sean por la atención de Melanie. De
hecho, la infidelidad de Sean simplemente proporcionó a
Melanie otro reflejo de su experiencia infantil. Debido al avance
de su enfermedad mental, la madre de Melanie se convirtió en
una cada vez más vaga, apenas visible "otra mujer" que estaba
en la habitación trasera de la casa, emocional y físicamente
apartada de la vida y los pensamientos de Melanie. Melanie
manejaba su relación con su madre manteniendo la distancia y
evitando pensar en ella. Más tarde, cuando Sean se interesó
por otra mujer, ésta también era alguien vago y distante, a
quien Melanie no percibía como una verdadera amenaza a lo
que era, al igual que su anterior relación con su padre, una
sociedad algo asexual pero práctica. No olvidemos que el
comportamiento de Sean no carecía de precedentes. Antes de
se casaran, su patrón establecido de conducta había consistido
en buscar la compañía de otras mujeres al tiempo que permitía
que Melanie se ocupara de sus necesidades prácticas, menos
románticas. Melanie lo sabía y, aun así, se casó con él.
Después del matrimonio, ella inició una campaña para
cambiarlo mediante la fuerza de su voluntad y su amo. Esto nos
lleva a la tercera consecuencia del cumplimiento de los deseos
y fantasías infantiles de Melanie: su creencia en su propia
omnipotencia.
Los niños normalmente creen que ellos, sus pensamientos y
sus deseos tienen un poder mágico y que son la causa de todos
los acontecimientos significativos de su vida. Comúnmente, sin
embargo, aun cuando una niñita desee con ardor ser la pareja
de su padre para siempre, la realidad le enseña que eso no es
posible. Le guste o no, a la larga debe aceptar el hecho de que
la pareja de su padre es su madre. Es una gran lección en su
joven vida: aprender que ella no siempre puede lograr,
mediante el poder de su voluntad, lo que más desea. En efecto,
esta lección contribuye mucho a deshacer su creencia en su
propia omnipotencia y la ayuda a aceptar las limitaciones de su
voluntad personal.
En el caso de la joven Melanie, sin embargo, ese poderoso
deseo se cumplió. En muchos aspectos ella reemplazó a su
81
madre. Aparentemente por los poderes mágicos de sus deseos
y su voluntad, ella ganó a su padre para sí misma. Luego, con
una impertérrita creencia en el poder de su voluntad para
provocar lo que deseara, se vio atraída a otras situaciones
difíciles y emocionalmente intensas, las cuales también intentó
cambiar por arte de magia. Los desafíos que más tarde
enfrentó sin quejas, armada sólo con su voluntad -un marido
irresponsable, inmaduro e infiel, la carga de criar tres hijos
virtualmente sola, severos problemas económicos y un exigente
programa de estudios además de un trabajo por tiempo parcialfueron prueba de ello.
Sean proporcionó a Melanie un personaje perfecto para
realzar sus esfuerzos de cambiar a otra persona a través del
poder de su voluntad, tal como él satisfacía las otras
necesidades fomentadas por el rol pseudo-adulto de Melanie en
su niñez, en el hecho de que le daba amplias oportunidades de
sufrir y soportar, y de evitar la sexualidad mientras ejercía su
predilección por la atención y el cuidado de su familia.
A esta altura debe estar bien claro que Melanie no fue, de
ninguna manera, una víctima infortunada de un matrimonio
infeliz todo lo contrario. Ella y Sean satisfacían todas las
necesidades psicológicas mutuas más profundas.
Era una pareja perfecta. El hecho de que los obsequios
monetarios oportunos de la madre de Sean constituyeran un
conveniente impedimento para cualquier impulso hacia el
crecimiento o la madurez era realmente un problema para ese
matrimonio, pero no, como prefería verlo Melanie, El Problema.
Lo que en realidad funcionaba mal era el hecho de que se
trataba de dos personas cuyos patrones inadecuados de vida y
cuyas actitudes hacia la vida, si bien no eran de ningún modo
idénticos, se complementaban tan bien que, de hecho, se
capacitaban mutuamente para seguir siendo infelices.
Imaginemos a los dos, Sean y Melanie, como bailarines en
un mundo en que todos bailan y crecen aprendiendo sus rutinas
individuales. Debido a acontecimientos y personalidades
particulares y, más que nada, al aprender los bailes que se
realizaron con ellos durante toda su niñez, tanto Sean como
Melanie desarrollaron un repertorio único de gestos,
movimientos y pasos psicológicos.
Un buen día se conocieron y descubrieron que sus estilos
distintos de bailar, al hacerlo juntos, se sincronizaban
82
mágicamente en un dúo exquisito, un perfecto pas de deux de
acción y reacción. Cada movimiento que hacía uno se veía
correspondido por el otro, lo cual daba como resultado una
coreografía que permitía que sus estilos fluyeran sin
interrupción, girando una y otra vez.
Cada vez que Sean se desligaba de una responsabilidad,
ella se apresuraba a asumirla. Cuando ella reunía para sí todas
las cargas de criar a su familia, él se marchaba con una pirueta,
proporcionándole lugar de sobra para ocuparse del cuidado.
Cuando él buscaba otra compañía femenina en el escenario,
ella suspiraba con alivio y apresuraba su danza para distraerse.
Mientras él se alejaba bailando y salía del escenario, ella
realizaba un perfecto paso de espera. Girando una y otra vez...
Para Melanie, a veces era un baile excitante, a menudo
solitario; ocasionalmente, era avergonzante o agotador. Pero lo
último que deseaba era detener el baile que conocía tan bien.
Los pasos, los movimientos, todo le parecía tan bien que estaba
segura de que ese baile se llamaba amor.
CAPITULO 5
¿Bailamos?
"¿Cómo fue que te casaste con él?"
Bueno, ¿cómo se puede decir eso a
alguien? Como él bajaba la cabeza en
actitud humilde y levantaba los ojos para
mirar con aire esquivo, como lo hacen los
bebés... Cómo lograba entrar al corazón de
una: dulce, cariñoso, juguetón... El dijo:
"Eres tan fuerte, querida." Y yo le creí
¡Yo lo creí!
Marilyn French,
El Corazón Sangrante
83
¿Cómo hacen las mujeres que aman demasiado para
encontrar a los hombres con quienes pueden continuar los
patrones perjudiciales de relación que desarrollan en la niñez?
¿Cómo, por ejemplo, hace la mujer cuyo padre nunca estuvo
emocionalmente presente para encontrar un hombre cuya
atención ella busca constantemente pero no puede ganar?
¿Cómo es que la mujer que proviene de un hogar violento se
las ingenia para formar pareja con un hombre que la golpea?
¿Cómo es que la mujer que se crió en un hogar alcohólico
encuentra un hombre que ya padece o pronto desarrollará la
enfermedad del alcoholismo? ¿Cómo hace la mujer cuya madre
siempre dependió de ella emocionalmente para encontrar un
esposo que necesita que ella lo cuide?
De todas las posibles parejas que encuentran, ¿cuáles son
los indicios que llevan a estas mujeres hacia los hombres con
quienes pueden continuar el baile que conocen tan bien desde
la niñez? ¿Y cómo reaccionan (o no reaccionan) cuando se
encuentran con un hombre cuya conducta es más sana y
menos necesitada, inmadura o abusiva de lo que están
acostumbradas, cuyo estilo de baile no concuerda tan bien con
el de ellas?
En el área de la terapia hay un viejo cliché que dice que la
gente a menudo se casa con alguien que es igual a la madre o
al padre con quien lucharon mientras crecían. Este concepto no
es absolutamente acertado. No es tan cierto que la pareja que
elegimos sea igual a mamá o a papá, sino que con esa pareja
podemos sentir lo mismo y enfrentar los mismos desafíos que
encontramos al crecer: podemos repetir la atmósfera de niñez
que ya conocemos tan bien, y utilizar las mismas maniobras en
las que ya tenemos tanta práctica. Esto es lo que, para la
mayoría dé nosotras, constituye el amor. Nos sentimos en casa,
cómodas, exquisitamente "bien" con la persona con quien
podemos hacer todos nuestros movimientos conocidos y
experimentar todos nuestros sentimientos conocidos. Aun
cuando los movimientos nunca hayan dado resultado y los
sentimientos resulten incómodos, son lo que conocemos mejor.
Experimentamos esa sensación especial de que realmente es lo
correcto estar con ese hombre que nos permite, como su
pareja, bailar los pasos que ya conocemos. Es con él con quien
decidimos tratar de hacer funcionar una relación. Esa sensación
84
de misteriosa familiaridad surge cuando se juntan una mujer y
un hombre cuyos patrones de conducta encajan como piezas de
un rompecabezas. Si, además de esto, el hombre ofrece a la
mujer una oportunidad de abordar y tratar de triunfar sobre los
sentimientos infantiles de dolor y desamparo, de no ser amada
ni necesitada, entonces la atracción se vuelve virtualmente
irresistible para ella. De hecho, cuanto más dolorosa haya sido
la niñez, más poderoso será el impulso de recrear y dominar
ese dolor en la adultez.
Veamos por qué se da esto. Si una criatura ha
experimentado cierto tipo de trauma, éste volverá a aparecer
una y otra vez como tema de sus juegos hasta que haya cierta
sensación de haber llegado a dominar la experiencia. Una
criatura que debe someterse a una operación quirúrgica, por
ejemplo, puede recrear el viaje al hospital usando sus muñecas
u otros juguetes; puede convertirse en el médico en un juego y
en el paciente en otro, hasta que el miedo ligado al
acontecimiento disminuye lo suficiente. Como mujeres que
amamos demasiado, nosotras hacemos algo muy parecido:
recreamos y volvemos a experimentar relaciones infelices en un
intento de hacerlas manejables, de dominarlas.
De aquí se deduce que en realidad no hay casualidades en
las relaciones. Cuando una mujer cree que inexplicablemente
"tuvo que casarse" con cierto hombre, alguien a quien jamás
habría elegido deliberadamente como esposo, resulta
imperativo que ella examine por qué eligió una relación íntima
con ese hombre en particular, por qué corrió el riesgo de
quedar embarazada de él. Del mismo modo, cuando una mujer
afirma que se casó por capricho, o que era demasiado joven
para saber lo que hacía, o que no estaba del todo en sus
cabales y no podía tomar una decisión responsable, éstas
también son excusas que merecen un análisis más profundo.
En realidad ella sí eligió, aunque en forma inconsciente, y a
menudo con gran conocimiento sobre su futura pareja aun
desde el principio. Negar esto es negar responsabilidad por
nuestras decisiones y nuestra vida, y tal negación impide la
recuperación.
Pero ¿cómo lo hacemos? ¿Cuál es exactamente el
misterioso proceso, la fascinación indefinible que enciende la
chispa entre una mujer que ama demasiado y el hombre que la
atrae?
85
Si replanteamos la pregunta en otra forma -¿Qué señales
se encienden entre una mujer que necesita ser necesitada y un
hombre que busca a alguien que asuma la responsabilidad por
él? ¿O entre una mujer que es extremadamente sacrificada y
un hombre extremadamente egoísta? ¿O entre una mujer que
se define como víctima y un hombre cuya identidad se basa en
el poder y la agresión? ¿O una mujer que necesita controlar y
un hombre que es inadecuado?-, entonces el proceso comienza
a perder parte de su misterio. Porque hay señales definidas,
indicios que son enviados y registrados por cada uno de los
participantes del baile. Cabe recordar que en cada mujer que
ama demasiado hay dos factores en juego: 1) el hecho de que
sus patrones conocidos concuerden con los de él como una
llave en una cerradura; y 2) el impulso de recrear y vencer los
patrones dolorosos del pasado. Echemos un vistazo a los
primeros pasos vacilantes de ese dúo que informa a cada
integrante que allí hay alguien con quien va a funcionar, a
encajar bien, a sentirse bien.
Las siguientes historias ilustran con claridad el intercambio
casi subliminal de información que tiene lugar entre una mujer
que ama demasiado y el hombre que la atrae, un intercambio
que de inmediato establece la escena para el patrón de su
relación, de su danza, de allí en adelante.
MARY: estudiante universitaria de veintitrés años; hija
de un padre violento.
Crecí en una familia realmente loca. Ahora lo sé, pero
cuando era niña nunca pensé en ello salvo para desear que
nadie se enterara jamás de la forma en que mi padre golpeaba
a mi madre. Nos golpeaba a todos, y creo que casi llegó a
convencernos a mí y a mis hermanos de que merecíamos que
nos pegara. Pero yo sabía que mama no. Yo siempre deseaba
que me pegara a mí y no a ella. Sabía que yo podía soportarlo,
pero no estaba tan segura de que mamá pudiera hacerlo. Todos
queríamos que ella lo abandonara, pero ella no quería. Recibía
tan poco cariño... Yo siempre quería darle suficiente amor para
fortalecerla y que pudiera salir de eso, pero nunca lo hizo.
Murió de cáncer hace cinco años. No he vuelto a casa ni
hablado con mi padre desde el funeral. Siento que él la mató en
86
realidad, no el cáncer. Mi abuela paterna nos dejó a cada uno
de los nietos un dinero, y así fue como pude ir a la universidad,
donde conocí a Roy.
Estuvimos juntos en una clase de arte durante todo un
semestre y nunca nos hablamos. Cuando comenzó el segundo
semestre, varios de nosotros volvimos a estar juntos en la
misma clase, y el primer día empezamos una gran discusión
sobre las relaciones entre hombres y mujeres. Bueno, este
sujeto se puso a decir que las mujeres eran totalmente
malcriadas, que siempre querían salirse con la suya y que sólo
utilizaban a los hombres. Mientras decía todo eso exudaba
veneno, y yo pensé: "Oh, realmente lo han lastimado.
Pobrecito." Le pregunté: "¿De veras crees que eso es verdad?"
y empecé a tratar de demostrarle de alguna manera que no
todas las mujeres eran así... que yo no era así. ¡Mire cómo me
metí! Más tarde en nuestra relación, yo no podía exigir nada ni
cuidarme de ninguna manera, o de lo contrario estaría
demostrando que él tenía razón en su misoginia. Y toda mi
preocupación de aquel primer día de clase dio resultado. El
también se "enganchó". Me dijo: "Volveré. ¡No pensaba
quedarme en esta clase, pero quiero hablar más contigo!"
Recuerdo que en ese mismo instante sentí algo estupendo,
porque yo ya sentía que era diferente para él.
En menos de dos meses, estábamos viviendo juntos. En
cuatro meses, yo pagaba el alquiler y casi todas las demás
cuentas, además de comprar los comestibles. Pero seguí
intentándolo, dos años más, para demostrarle lo buena que
era, que no iba a lastimarlo como ya lo habían hecho. Yo sí salí
bastante lastimada en el proceso; al principio, sólo
emocionalmente, pero después también físicamente. Nadie
podía tener tanta furia como él contra las mujeres y no querer
maltratar a una de ellas. Claro que yo estaba segura de que la
culpa también era mía. Es un milagro que haya salido de eso.
Conocí a una ex novia suya y ella me preguntó enseguida: "¿Te
pega?" Le respondí: "Bueno, en realidad no." Lo estaba
protegiendo, por supuesto, y tampoco quería quedar como una
imbécil. Pero sabía que ella lo sabía, porque había pasado por
eso antes que yo. Al principio sentí pánico. Era la misma
sensación que había tenido cuando niña: no quería que nadie
viera lo que había detrás de la fachada. Todo en mí quería
mentir, actuar como si ella hubiese sido muy descarada al
87
hacerme esa pregunta. Pero me miró con tanta comprensión
que ya no tenía sentido fingir.
Hablamos mucho tiempo. Ella me habló de un grupo de
terapia al que asistía, donde todas las mujeres se parecían en
el hecho de que todas se veían atraídas hacia las relaciones
infelices, y trataban de aprender a no hacerse eso. Me dio su
número telefónico, y después de pasar dos meses más en aquel
infierno la llame. Me convenció de que fuera con ella al grupo y
creo que eso tal vez me salvó la vida. Aquellas mujeres eran
iguales a mí. Habían aprendido a soportar cantidades increíbles
de dolor, por lo general desde la niñez.
De todos modos, tardé unos meses más en dejarlo, y aun
con el apoyo del grupo fue muy difícil. Yo tenía aquella increíble
necesidad de demostrarle que era digno de ser amado. Y
pensaba que si tan sólo yo pudiera amarlo lo suficiente él
cambiaría. Gracias a Dios que superé eso; si no, estaría
haciéndolo otra vez.
La atracción de Mary hacia Roy.
Cuando Mary, la estudiante de arte, conoció a Roy, el
misógino, fue como si ella conociera a la síntesis de su madre y
su padre. Roy era irascible y odiaba a las mujeres. Ganar su
amor era para Mary como ganar el de su padre, que también
era irascible y destructivo. Cambiarlo por medio de su amor era
cambiar a su madre y salvarla. Mary veía a Roy como una
víctima de sus malos sentimientos y quería amarlo hasta que se
pusiera bien. Además, al igual que todas las mujeres que aman
demasiado, ella quería ganar en su lucha con él y con las
personas importantes que él simbolizaba para ella: su madre y
su padre. Eso hizo que fuera tan difícil acabar con esa relación
destructiva e insatisfactoria.
JANE: casada durante treinta años con un adicto al
trabajo.
Nos conocimos en una fiesta de Navidad. Yo estaba con su
hermano menor, que tenía mi edad y realmente me apreciaba.
Bueno, allí estaba Peter. Estaba fumando en pipa, tenía puesta
una chaqueta de tweed con parches en los codos, y parecía un
88
estudiante de esas universidades prestigiosas. Me impresionó
muchísimo. Pero también tenía un aire de melancolía que me
resultó tan atractivo como su aspecto. Estaba segura de que
alguna vez lo habrían lastimado profundamente y quería llegar
a conocerlo, para saber qué le había pasado y para
"entenderlo". Estaba segura de que sería inalcanzable, pero
creía que si yo podía demostrarle una compasión especial, tal
vez lograra que siguiera hablando conmigo. Fue gracioso,
porque esa noche hablamos mucho, pero en ningún momento
me enfrentó, cara a cara. Siempre estaba en ángulo,
ligeramente distraído con otra cosa, y yo trataba todo el tiempo
de ganar toda su atención. Lo que pasó fue que cada palabra
que él decía adquiría una importancia vital para mí, porque
estaba segura de que él tenía mejores cosas que hacer.
Exactamente lo mismo había sucedido con mi padre.
Cuando yo estaba creciendo, él nunca estaba allí...
literalmente. Éramos bastante pobres. Él y mi madre
trabajaban en la ciudad y nos dejaban mucho tiempo solos en
casa. Incluso en los fines de semana él hacía algunos trabajos.
La única vez que veía a papá era cuando estaba en casa
reparando algo: el refrigerador, la radio, o algo así. Recuerdo
que siempre tenía la impresión de que me daba la espalda,
pero no me importaba porque era maravilloso tenerlo en casa.
Yo solía estar con él y hacerle muchas preguntas para que me
prestara atención.
Pues bien, allí estaba yo, haciendo lo mismo con Peter,
aunque, por supuesto, entonces no lo veía así. Ahora recuerdo
cómo trataba de estar siempre en su línea de visión directa y
cómo él seguía lanzando bocanadas de humo de su pipa,
mirando hacia un lado o al techo, o tratando de mantener la
pipa encendida. Yo lo veía tan maduro, con el ceño fruncido y la
mirada distante. Me atrajo como un imán.
La atracción de Jane hacia Peter.
Los sentimientos de Jane por su padre no eran tan
ambivalentes como los de muchas mujeres que aman
demasiado. Ella amaba a su padre, lo admiraba y ansiaba su
compañía y su atención. Peter, al ser mayor que ella y
distraído, al instante se convirtió para ella en la réplica de su
esquivo padre, y el hecho de ganar su atención se volvió así
89
más importante porque, tal como sucedía con su padre, era tan
difícil lograrlo. Los hombres que la escuchaban de buen grado,
que estaban más presentes emocionalmente y que eran más
afectuosos no despertaban en Jane el profundo anhelo de ser
amada que había sentido con su padre. La distracción de Peter
ofrecía a Jane un desafío ya conocido, otra oportunidad de
ganar el amor de un hombre que la eludía.
PEGGY: criada por una abuela hipercrítica y una madre
que no la apoyaba emocionalmente; ahora está
divorciada y tiene dos hijas.
Nunca conocí a mi padre. El y mi madre se separaron antes
de que yo naciera, y mi madre salió a trabajar para
mantenemos mientras su madre se encargaba de nosotras en
casa. Eso no parece tan malo, pero lo fue . Mi abuela era una
mujer inmensamente cruel. No nos pegaba, a mi hermana y a
mí, tanto como nos lastimaba con sus palabras, todos los días.
Nos decía lo malas que éramos, todos los problemas que le
causábamos, que éramos "buenas para nada”... ésa era una de
sus frases preferidas. Lo irónico era que todas sus críticas sólo
hacían que mi hermana y yo nos esforzáramos más por ser
buenas, por valer la pena. Mi madre nunca nos protegía de ella.
Mamá tenía demasiado miedo de que la abuela se marchara y
de que ella no pudiera ir a trabajar porque no habría nadie para
cuidamos. Por eso simplemente hacía la vista gorda cuando la
abuela abusaba de nosotras.
Crecí sintiéndome muy sola, desamparada, temerosa e
indigna, tratando todo el tiempo de compensar el hecho de ser
una carga. Recuerdo que solía tratar de arreglar las cosas que
se rompían en casa, para ahorrar dinero y, de alguna manera,
ganarme la vida. Crecí y me casé a los dieciocho años porque
estaba embarazada. Me sentí pésimamente desde el comienzo.
El me criticaba todo el tiempo. Al principio lo hacía con sutileza,
pero luego era más salvaje. En realidad, yo sabía que no estaba
enamorada de él, y me casé de todos modos. No creía tener
otra alternativa. Fue un matrimonio de quince años, porque
tardé todo ese tiempo en llegar a creer que él hecho de
sentirme pésimamente era razón suficiente para el divorcio.
90
Salí de ese matrimonio desesperada por encontrar a
alguien que me amara pero, al mismo tiempo, sentía que era
indigna y que era una fracasada, y estaba segura de que no
tenía nada que ofrecer a un hombre bueno y amable.
La noche que conocí a Baird, era absolutamente la primera
vez que salía a bailar sin pareja. Mi amiga y yo habíamos ido de
compras. Ella se compró un atuendo completo -pantalones,
blusa, zapatos nuevos- y quería ponérselos y salir. Entonces
fuimos a una discoteca de la que ambas habíamos oído hablar.
Algunos hombres de negocios que no eran de la ciudad nos
invitaron con unos tragos y bailaron con nosotras, y estaba
bien... algo amistoso, pero no excitante. Entonces vi a ese
sujeto junto a la pared. Era muy alto, muy delgado, estaba
increíblemente bien vestido y era muy buen mozo. Recuerdo
que me dije: "Ese es el hombre más elegante y arrogante que
yo haya visto." Y luego: " ¡Apuesto a que podría
entusiasmarlo!"
Incidentalmente, aún recuerdo el momento en que conocí a
mi primer marido. Estábamos en la escuela secundaria y él
estaba recostado contra la pared en lugar de estar en clase, y
entonces me dije: "Parece bastante alocado. Apuesto a que yo
podría ponerle los pies sobre la tierra." ¿Lo ve? Yo siempre
estaba tratando de arreglar las cosas. Bueno, me dirigí a Baird
y lo invité a bailar. Se sorprendió mucho y creo que también se
sintió un poco halagado. Bailamos un rato y después me dijo
que él y sus amigos se marchaban a otro sitio, y me preguntó
si yo querría acompañarlos. Si bien la idea me tentaba,
respondí que no, que había ido allí a bailar y eso era todo lo
que quería hacer. Seguí bailando con los hombres de negocios
y después de un rato él volvió a invitarme a bailar. Y lo hicimos.
Había muchísima gente allí. No cabía un alfiler. Poco después,
mi amiga y yo salíamos y él estaba sentado con otra gente en
una mesa ubicada en un rincón. Me hizo señas de que me
acercara y así lo hice. Me dijo: "Tienes mi número de teléfono
en tu persona." Yo no sabía de qué hablaba. Extendió la mano
y sacó su tarjeta del bolsillo del suéter que yo tenía puesto. Era
de ésos que tienen un bolsillo grande en la parte delantera, y él
había puesto su tarjeta allí la segunda vez que volvimos a la
pista de baile. Yo estaba asombrada. No me había dado cuenta
de que lo había hecho. Y me encantaba saber que aquel
91
hombre apuesto se había tomado ese trabajo. Bueno, yo
también le di mi tarjeta.
Me llamó unos días más tarde y fuimos a almorzar. Me miró
con cierta desaprobación cuando llegué. Mi automóvil era un
poco viejo y de inmediato me sentí inadecuada... y luego
aliviada al ver que, de todos modos, almorzaría conmigo.
Estaba muy tieso y frío, y decidí que me correspondía a mí
hacerlo sentir cómodo, como si de alguna manera la culpa
fuese mía. Sus padres irían a visitarlo en la ciudad y no se
llevaba bien con ellos. Recitó una larga lista de reproches
contra ellos, que a mí no me parecieron tan graves, pero traté
de escucharlo con compasión. Salí de ese almuerzo pensando
que no tenía nada en común con él. No la había pasado bien.
Me había sentido incómoda y fuera de equilibrio. Cuando me
llamó dos días después y volvió a invitarme a salir, me sentí
aliviada. Si él lo había pasado lo suficientemente bien para
invitarme otra vez, entonces todo estaba bien.
En realidad, nunca estuvimos bien juntos. Siempre había
algo que andaba mal y yo trataba de enmendarlo. Me sentía
muy tensa con él y los únicos buenos momentos eran cuando la
tensión disminuía un poco. Esa leve disminución de la tensión
pasaba por felicidad. Pero de alguna manera aún me atraía
poderosamente.
Sé que parece una locura, pero llegué a casarme con ese
hombre sin que siquiera me agradara. El quebró la relación
varias veces antes de casarnos, diciendo que conmigo no podía
ser tal como era él. No puedo decir lo devastador que era
aquello. Yo le rogaba que me dijera qué necesitaba que yo
hiciera para sentirse más cómodo. El sólo respondía: "Tú sabes
lo que tienes que hacer." Pero yo no lo sabía. Casi me volví loca
tratando de adivinarlo. De todos modos, el matrimonio duró
apenas dos meses. El se marchó para siempre después de
decirme lo infeliz que yo lo hacía, y nunca volví a verlo, salvo
una que otra vez por la calle. Siempre finge que no me conoce.
No sé cómo transmitir lo obsesionada que estaba con él.
Cada vez que me dejaba me sentía más atraída hacia él, no
menos. Y cuando él volvía me decía que quería lo que yo tenía
para ofrecerle. Para mí no había nada como eso en todo el
mundo. Lo abrazaba y él lloraba y decía que había sido un
tonto. Ese tipo de escenas duraban una sola noche, y después
todo comenzaba a desintegrarse otra vez, y yo trataba con
92
todas mis fuerzas de hacerlo feliz, para que no volviera a
marcharse. Cuando decidió terminar con el matrimonio, yo
apenas funcionaba. Era incapaz de trabajar o de hacer algo que
no fuera sentarme, mecerme hacia adelante y atrás y llorar. Me
sentía como si estuviera muriendo. Tuve que buscar ayuda para
no volver a llamarlo, porque ansiaba que todo se solucionara,
pero sabía que no podría sobrevivir a otra vuelta en ese
carrusel.
La atracción de Peggy hacia Baird.
Peggy no sabía nada acerca del hecho de ser amada, y al
haber crecido sin padre, tampoco sabía virtualmente nada
sobre los hombres, menos aun sobre los hombres amables y
cariñosos. Pero sí sabía mucho, por su niñez con su abuela,
sobre el hecho de verse rechazada y criticada por alguien muy
insano. También sabía esforzarse al máximo por ganar el amor
de una madre que no podía, por "Sus propios motivos, dar
amor, ni siquiera protección. Su primer matrimonio ocurrió
porque ella se permitió intimar con un joven que la criticaba y
la condenaba, y por quien sentía poco afecto. El sexo con él era
más una lucha por ganar su aceptación que una expresión de
su afecto por él. Un matrimonio de quince años con ese hombre
la dejó aun más convencida de su indignidad inherente.
Tan fuerte era su necesidad de repetir el ambiente hostil de
su niñez y continuar su lucha por ganar el amor de aquellos que
no podían darlo que cuando conoció a un hombre que le pareció
frío, distante e indiferente, de inmediato se sintió atraída hacia
él. Había allí otra oportunidad de convertir a una persona
desamorada en alguien que finalmente la amara. Una vez que
se comprometieron, las pocas alusiones de él al hecho de que
Peggy estaba progresando en sus intentos de enseñarle a
amarla la capacitaban para seguir intentándolo a pesar de la
destrucción de su propia vida. Su necesidad de cambiarlo (y
también a su madre y a su abuela, a quienes él representaba)
era así de fuerte.
93
ELEANOR: sesenta y seis años; criada por una madre
divorciada y demasiado posesiva.
Mi madre no podía llevarse bien con ningún hombre. Se
divorció dos veces en una época en que nadie se divorciaba
siquiera una vez. Yo tenía una hermana, diez años mayor que
yo, y mi madre me dijo más de una vez: "Tu hermana era la
niña de tu padre, entonces yo decidí tener una para mí." Eso es
exactamente lo que yo era para ella: una posesión y una
extensión de sí misma. Ella no creía que fuéramos dos personas
distintas.
Extrañé mucho a mi padre cuando se divorciaron. Ella no lo
dejaba acercarse a mí, y él no tenía la voluntad suficiente para
pelear con ella. Nadie la tenía. Siempre me y sentí cautiva y, al
mismo tiempo, responsable de la felicidad de mi madre. Me
costó mucho dejarla, a pesar de que me sentía sofocada. Fui a
una escuela de comercio en una ciudad lejana, donde me
hospedé en casa de unos parientes. Mi madre se enfadó tanto
que nunca volvió a hablarles.
Cuando terminé la escuela, empecé a trabajar como
secretaria en el departamento de policía de una gran ciudad.
Un día entró aquel oficial buen mozo de uniforme y me
preguntó dónde estaba el surtidor de agua. Se lo señalé. Luego
me preguntó si había vasos. Le presté mi taza de café. El
necesitaba tomar unas aspirinas. Aún lo veo echando la cabeza
hacia atrás para tragar esas tabletas. Entonces dijo: "¡Vaya!
Anoche sí que me emborraché!" En ese mismo instante me
dije: "Oh, qué triste. Está bebiendo demasiado, tal vez porque
se siente solo." Era justo lo que yo quería: alguien a quien
cuidar, alguien que me necesitara. Pensé: "Me encantaría tratar
de hacerlo feliz." Nos casamos dos meses después, y pasé los
siguientes cuatro años intentándolo. Solía cocinar unas comidas
estupendas, con la esperanza de atraerlo a casa, pero él salía a
beber y no regresaba hasta muy tarde. Entonces peleábamos y
yo lloraba. La siguiente vez que él volvía tarde, yo me culpaba
por haberme enfadado la última vez, y me decía: "No es
extraño que no venga a casa." Las cosas empeoraron cada vez
más hasta que finalmente lo dejé. Todo eso pasó hace treinta y
siete años, y apenas el año pasado me di cuenta de que era
alcohólico. Siempre había pensado que la culpa de todo era
mía, que yo no sabía hacerla feliz.
94
La atracción de Eleanor hacia su esposo.
Si usted tuvo una madre que odiaba a los hombres y ella le
enseñó que son malos y si, por otro lado, usted amaba a su
padre perdido y los hombres le parecían atractivos, es muy
probable que crezca con temor de que los hombres que usted
ame la dejarán. Por lo tanto, usted podría intentar encontrar un
hombre que necesite su ayuda y su comprensión, de modo que
usted tenga control de la relación. Eso es lo que hizo Eleanor
cuando se vio atraída por el apuesto policía. Si bien esta
fórmula supuestamente nos protege de las posibles heridas y
de ser abandonadas al asegurarnos que nuestro hombre
depende de nosotras, el problema es que hay que empezar con
un hombre que tenga un problema. En otras palabras, un
hombre que ya esté en camino de entrar a la categoría de "los
hombres son malos". Eleanor quería garantizar que su hombre
no la abandonara (como lo había hecho su padre, y como le
había dicho su madre que lo haría cualquier hombre), y la
necesidad de él parecía proporcionarle esa garantía. Pero la
naturaleza de su problema hacía que fuera más probable que
se marchara.
Por tanto, la situación que supuestamente debía asegurar a
Eleanor que no sería abandonada surtió el efecto opuesto: le
garantizó que sí sería abandonada. Cada noche que él no volvía
a casa "demostraba" que la madre de Eleanor había estado en
lo cierto con respecto a los hombres, y finalmente ella, al igual
que su madre, obtuvo el divorcio de un hombre "malo".
ARLEEN: veintisiete años; de una familia violenta en la
cual trataba de proteger a su madre y sus hermanos.
Estábamos juntos en una compañía de actores, actuando
en un teatro con cena. Ellis tenía siete años menos que yo y no
me resultaba muy atractivo físicamente. No me interesaba en
particular, pero un día hicimos algunas compras juntos y
después fuimos a cenar. Mientras hablábamos, todo lo que yo
pude escuchar fue que su vida era un desastre. Había muchas
cosas de las que él no se ocupaba, y cuando hablaba de ellas
sentí una inmensa necesidad de meterme y arreglar todo.
95
Aquella primera noche mencionó que era homosexual. Como no
encajaba en mi sistema de valores, decidí tomarlo a la ligera y
bromeé al respecto. En realidad, me asustaban los hombres
cuando me hacían descaradas propuestas sexuales. Mi ex
esposo había sido abusivo conmigo, y también otro novio. Ellis
me parecía confiable. Estaba tan segura de que no podía
hacerme daño como de que yo podía ayudarlo. Bueno, poco
después nos comprometimos mucho. De hecho, vivimos juntos
varios meses hasta que di por terminada la relación durante la
cual todo el tiempo estuve tensa y asustada. Yo creía que le
estaba haciendo un gran favor, y sin embargo estaba destruida.
Mi ego también se resintió. La atracción que sentía Ellis por los
hombres siempre era mucho más fuerte que la que sentía hacia
mí. Es más, la noche que pasé en el hospital, gravemente
enferma de neumonía viral, no me visitó porque estaba con un
hombre. Tres semanas después de salir del hospital terminé mi
relación con él, pero necesité una enorme cantidad de apoyo.
Mi hermana, mi madre y mi terapeuta me ayudaron. Me
deprimí mucho, muchísimo. En realidad, no quería dejarlo. Aún
sentía que él me necesitaba y estaba segura de que con un
poco mas de esfuerzo de mi parte podríamos lograrlo juntos.
Cuando yo era niña, siempre sentía eso que en cualquier
minuto se me ocurriría la manera de solucionarlo todo.
Éramos cinco hermanos. Yo era la mayor, y mi madre se
apoyaba mucho en mí. Ella tenía que mantener feliz a nuestro
padre, lo cual era imposible Sigue siendo el hombre más
despreciable que conozco. Finalmente se divorciaron hace unos
diez años. Creo que ellos creían que nos hacían un favor al
esperar hasta que nosotros hubiésemos salido, pero fue terrible
crecer en esa familia. Mi padre nos pegaba a todos, incluso a
mi madre, pero trataba peor a mi hermana en cuanto a
violencia, y a mi hermano en cuanto a abuso verbal. De un
modo u otro nos maltrataba a todos. Lo único que yo sentía era
que debía de haber algo que yo pudiera hacer para mejorar las
cosas, pero nunca se me ocurría qué podía ser. Traté de hablar
con mi madre, pero ella era muy pasiva. Entonces enfrentaba a
mi padre, pero no demasiado porque era peligroso. Yo solía
instruir a mi hermana y a mi hermano sobre las maneras de
evitar interponerse en el camino de papá, de no responderle
mal. Incluso volvíamos a casa de la escuela y recorríamos la
casa sólo para ver qué cosa podía molestarlo y arreglarla antes
96
de que él llegara en la noche. Gran parte del tiempo todos nos
sentíamos asustados e infelices.
La atracción de Arleen hacia Ellis.
Debido a que ella se veía más fuerte, más madura y más
práctica que Ellis, Arleen esperaba llevar la voz cantante en su
relación con él y de esa manera evitar ser lastimada. Eso fue un
factor importante en su atracción hacia Ellis, porque ella tenía
una historia de abuso físico y emocional que databa de su
niñez. El miedo y la furia que sentía por su padre hacían que
Ellis le pareciera la respuesta perfecta a sus problemas con los
hombres, porque no parecía probable que él llegara a
reaccionar ante ella con tanta fuerza como para tornarse
violento. Lamentablemente, en los pocos meses que estuvieron
juntos, Arleen experimentó tanto dolor y sufrimiento como con
los hombres heterosexuales que había conocido.
El desafío de tratar, literal y figurativamente, de reencauzar
la vida de un hombre que era básicamente homosexual
guardaba proporción con el nivel de lucha que Arleen conocía
tan bien desde la niñez. El dolor emocional inherente a esa
relación también era conocido para ella: siempre esperando que
volviera a suceder, que alguien que supuestamente estaba de
su lado y supuestamente la quería la lastimara, la disgustara o
la ofendiera. La convicción de Arleen de que podría convertir a
Ellis en lo que ella necesitaba que fuera le hizo difícil dejarlo.
SUZANNAH:
veintiséis
años;
divorciada
de
dos
alcohólicos, hija de una madre emocionalmente
dependiente.
Yo estaba en San Francisco, asistiendo a un seminario de
entrenamiento de tres días para prepararme para los exámenes
y obtener mi licencia de asistente social. En el recreo
vespertino del segundo día, vi a aquel hombre muy apuesto, y
cuando pasó a mi lado le dirigí mi mejor sonrisa. Luego me
senté a descansar afuera. El vino hasta mí y me preguntó si iría
a la cafetería. Respondí que sí, por supuesto, y cuando
llegamos dijo con cierta vacilación: "¿Puedo comprarte algo?"
Tuve la sensación de que en realidad él no tenía dinero
97
suficiente, de modo que respondí: "Oh, no, no te molestes."
Entonces me compré un jugo, y regresamos juntos y charlamos
el resto del recreo. Nos contamos de dónde éramos y dónde
trabajábamos, y él dijo: "Me gustaría cenar contigo esta
noche." Acordamos encontrarnos en Fisherman's Wharf, y
cuando me reuní con él allí esa noche parecía preocupado. Dijo
que estaba tratando de decidir si debía mostrarse romántico o
práctico, porque apenas tenía dinero para llevarme en un
crucero por la bahía o bien para cenar. Por supuesto, de
inmediato le dije: "Vamos al crucero y yo te llevaré a cenar."
Así lo hicimos, y yo me sentí fuerte e inteligente por haberle
posibilitado hacer las dos cosas que quería.
La bahía estaba bellísima. El sol se ponía, y hablamos todo
el tiempo. Me contó sobre el miedo que sentía de estrechar
vínculos con alguien, que en ese momento tenía una relación
desde hacía años, aunque sabía que no era la adecuada para él.
Simplemente la conservaba porque se había encariñado con el
hijo de seis años de aquella mujer y no soportaba la idea de
que el niño creciera sin una figura masculina en su vida.
También insinuó con bastante claridad que tenía dificultades
sexuales con esa mujer, porque ella no lo atraía tanto.
Bueno, todos mis mecanismos entraron en acción. Yo
pensaba: "Es un hombre maravilloso que aún no ha conocido a
la mujer apropiada. Es obvio que es tremendamente compasivo
y honesto." No importaba que él tuviera treinta y siete años y
que quizá tuviera muchas oportunidades de desarrollar una
buena relación. Que tal vez, sólo tal vez, algo anduviera mal en
él.
El me había dado una verdadera lista de sus defectos:
impotencia, temor a la intimidad y problemas financieros. Y no
hacía falta ser muy inteligente para ver que también era
bastante pasivo, por su forma de actuar. Pero yo estaba
demasiado encantada con la idea de que podría ser yo quien
cambiara su vida para que lo que él decía me ahuyentara.
Fuimos a cenar y, por supuesto, pagué yo. El protestó,
diciendo lo mucho que eso lo incomodaba, y yo sólo le respondí
que podía visitarme y llevarme a cenar para devolverme el
favor. Le pareció una idea estupenda y quiso saber dónde vivía,
dónde podría hospedarse si venía a verme, qué oportunidades
laborales había en mi ciudad. Quince años atrás, él había sido
maestro de escuela, y después de muchos cambios de empleo 98
cada uno de ellos, según admitió, por menos dinero y menor
prestigio- ahora trabajaba en una clínica para pacientes
externos donde se brindaba asesoramiento a alcohólicos. Bien,
eso era perfecto. Yo ya había estado involucrada con
alcohólicos y me había desgarrado en el proceso, pero allí había
alguien que no podía ser alcohólico puesto que era asesor en el
tema, ¿no es cierto? Pero mencionó que nuestra mesera, una
mujer mayor de voz cascada, le recordaba a su madre, que era
alcohólica, y yo sabía con qué frecuencia los hijos de
alcohólicos también desarrollan esa enfermedad. Sin embargo,
no bebió en toda la noche; sólo ordenaba agua mineral. Yo
prácticamente ronroneaba, pensando: "Este es el hombre para
mí." No me importaban todos aquellos cambios de empleo ni el
hecho de que, en general, las perspectivas de su carrera laboral
hubiesen ido cuesta abajo. Eso tenía que deberse simplemente
a la mala suerte. El parecía tener mucha mala suerte y eso lo
hacía más atractivo. Sentí pena por él.
Pasó mucho tiempo diciéndome cuánto lo atraía, lo cómodo
que se sentía conmigo, lo bien que nos complementábamos. Yo
sentía exactamente lo mismo. Esa noche, cuando nos
despedimos, se comportó como un perfecto caballero y yo le di
un beso de buenas noches muy cálido. Me sentía a salvo; era
un hombre que no me presionaría para llegar al sexo, que sólo
quería estar conmigo porque disfrutaba mi compañía. No tomé
eso como una señal de que él tuviera problemas sexuales y por
ende, tratara de evitar toda esa cuestión. Creo que estaba
segura de que, ante la oportunidad, yo podría solucionar
cualquier pequeña dificultad que tuviera.
El seminario terminó al día siguiente, y después hablamos
de cuándo podría visitarme. Sugirió que podría venir la semana
anterior a sus exámenes y alojarse en mi apartamento, pero
sólo quería estudiar mientras estuviese allí. Yo tenía unos días
de vacaciones y me pareció que sería estupendo tomarlos para
entonces, así podría mostrarle la ciudad. Pero no, sus
exámenes eran demasiado importantes. Muy pronto comencé a
dejar de lado todo lo que yo quería hacer y a tratar de que todo
fuera perfecto para él. También sentía cada vez más miedo de
que no viniera, aun cuando el hecho de tener a alguien alojado
en mi apartamento, estudiando, mientras yo trabajaba todos
los días no me parecía muy divertido. Pero yo tenía la
necesidad de que todo saliera bien, y ya me sentía culpable si
99
él no era feliz. Además, estaba aquel tremendo desafío de
mantenerlo interesado. Desde el principio había estado tan
atraído hacia mí que ahora, si se enfriaba, parecería que yo lo
había arruinado todo, por eso me esforzaba tanto por conservar
su interés.
Bien, nos despedimos con las cosas aún sin arreglar, a
pesar de que le presenté un plan tras otro, tratando de
solucionar todos los inconvenientes que había para su visita.
Después de que nos despedimos me sentí deprimida, sin saber
por qué; sólo me sentía mal por no haber sido capaz de
solucionarlo todo y hacerlo feliz.
Me llamó la tarde siguiente, lo cual me hizo sentir
estupendamente, redimida.
La noche siguiente me llamó a las 10.30 Y comenzó a
preguntarme qué debía hacer con su novia actual. Yo no tenía
respuestas para eso y se lo dije. Mi desazón estaba
aumentando mucho. Me sentía atrapada de alguna manera, sin
embargo, por esta vez no seguí una vieja costumbre mía de
tratar de arreglarlo todo de inmediato. El se puso a gritarme
por teléfono y después colgó. Yo quedé estupefacta. Empecé a
pensar: "Tal vez la culpa sea mía; no lo ayudé lo suficiente." Y
sentí una necesidad imperiosa de llamarlo y disculparme por
haberlo enfadado tanto. Pero recuerde que yo ya había estado
involucrada con varios alcohólicos y por eso asistía con
regularidad a las reuniones de familiares de A.A.; de alguna
manera ese programa evitó que lo llamara y aceptara toda la
culpa. Bueno, pocos minutos después volvió a llamarme y se
disculpó por haberme colgado. Luego volvió a hacerme las
mismas preguntas, que yo aún no podía responder. Volvió a
gritarme y a colgar. Entonces me di cuenta de que había estado
bebiendo, pero yo aún sentía aquella necesidad de llamarlo y
tratar de enmendar la situación. Si aquella noche yo hubiese
asumido la responsabilidad por él, hoy quizás estaríamos
juntos, y tiemblo al pensar cómo sería eso. Unos días después,
recibí una nota muy amable en la que decía que no estaba
preparado para otra relación; no mencionaba que me había
gritado ni colgado por teléfono. Eso fue el fin.
Un año atrás, habría sido sólo el comienzo. Era la clase de
hombre que siempre me resultó irresistible: apuesto,
encantador, un poco necesitado, lejos de haber desarrollado
todas sus posibilidades. En las reuniones, cuando alguien
100
menciona cómo se vio atraída no por lo que un hombre era,
sino por su potencial, nos reímos mucho, porque todas lo
hemos hecho: nos hemos sentido atraídas por alguien porque
estábamos seguras de que necesitaba nuestra ayuda y nuestro
aliento para elevar sus dones al máximo. Yo conocía muy bien
esos intentos de ayudar, de complacer, de hacer todo el trabajo
y asumir toda la responsabilidad por una relación. Lo había
hecho cuando niña con mi madre, y más tarde con cada uno de
mis maridos. Mi madre y yo nunca nos llevamos bien. Ella tuvo
muchos hombres en su vida, y cuando había uno nuevo no
quería tener que molestarse cuidándome, por eso me enviaron
a un internado. Pero cada vez que un hombre la abandonaba,
ella quería tenerle cerca para que la escuchara llorar y
quejarse. Cuando estábamos juntas, mi trabajo era consolarla y
apaciguarla, pero yo nunca podía hacerlo lo bastante bien para
quitarle el dolor, entonces se enojaba conmigo y decía que en
realidad ella no me importaba. Luego aparecía otro hombre y
volvía a olvidarme por completo. Claro que crecí tratando de
ayudar a la gente. Sólo entonces me sentía importante o digna
cuando niña, y había desarrollado una necesidad de mejorar
cada vez más mi desempeño. Por eso fue una gran victoria
para mí cuando finalmente vencí la necesidad de perseguir a un
hombre que no tenía nada que ofrecerme sino la oportunidad
de ayudarlo.
La atracción de Suzannah hacia el hombre de San
Francisco.
Para Suzannah, dedicarse a la asistencia social fue tan
inevitable como su atracción hacia los hombres que parecían
necesitar su consuelo y su aliento. El primer indicio que ella
tuvo de este nuevo hombre fue que el dinero era un problema
para él. Cuando lo advirtió y pagó su propio jugo, ambos
intercambiaron información vital: él le hizo saber que estaba un
poco necesitado, y ella respondió pagando lo suyo y
protegiendo los sentimientos de él. Ese tema central -el hecho
de que a él le faltaba y ella tenía suficiente para ambos- se
repitió en su cita, cuando ella pagó la cena. Problemas de
dinero, problemas sexuales, problemas con la intimidad: los
mismos indicios que deberían haber sido advertencias para
Suzannah, dado su historial de relaciones con hombres
101
necesitados y dependientes, fueron en cambio las señales que
la atrajeron, pues despertaron su interés de proporcionar
cuidados y atenciones. Fue muy difícil ignorar lo que para ella
era un "anzuelo" poderoso: un hombre que no estaba del todo
bien pero que, según parecía, con su ayuda y atención podía
llegar a ser algo especial. Suzannah no fue capaz de preguntar,
al principio: "¿Qué hay en esto para mí?" pero, como estaba en
el proceso de recuperación, finalmente pudo evaluar bajo una
luz realista lo que estaba ocurriendo. Por primera vez, prestó
atención a lo que ella obtenía de la relación, en lugar de
concentrarse por completo en cómo podría ayudar a aquel
hombre necesitado.
Es obvio que cada una de las mujeres de quienes hemos
hablado encontró un hombre que le presentaba la clase de
desafío que ella ya había conocido y que, por consiguiente, era
alguien con quien podía sentirse cómoda, sentirse ella misma,
pero es importante entender que ninguna de estas mujeres
reconoció lo que la atraía. De haber existido esa comprensión,
también habría habido una elección más consciente respecto de
entrar o no en una situación que constituía tal desafío. Muchas
veces creemos que nos atraen cualidades que parecen ser lo
opuesto a las que poseían nuestros padres. Arleen, por
ejemplo, al verse atraída por un hombre bisexual mucho más
joven que ella, de contextura menuda y nada agresivo
físicamente hacia ella, sintió conscientemente que estaría a
salvo con un hombre que, casi con certeza, no repetiría el
patrón de violencia de su padre. Pero la lucha menos consciente
por convertirlo en lo que no era, por permanecer en una
situación que desde el comienzo obviamente no satisfaría su
necesidad de amor y seguridad, fue el elemento incitante en el
desarrollo de una relación con él, y eso hizo que le resultara tan
difícil abandonar a Ellis y al desafío que él representaba.
Más tortuoso aun, pero igualmente común, es lo ocurrido
entre Mary, la estudiante de arte, y su misógino violento. En su
primera conversación estuvieron presentes todos los indicios
acerca de quién era él y de su forma de sentir, pero la
necesidad de Mary de aceptar el desafío que él representaba
era tan grande que, en lugar de verlo como peligrosamente
irascible y agresivo, lo percibió como una víctima indefensa que
necesitaba comprensión. Yo me atrevería a suponer que no
todas las mujeres que conocieran a ese hombre lo verían así.
102
La mayoría trataría de apartarse de él y de sus actitudes, pero
Mary distorsionó lo que veía, debido a la intensidad de su
impulso de relacionarse con ese hombre y con todo lo que él
representaba. .
Una vez iniciadas, ¿por qué resulta tan difícil poner fin a
estas relaciones, dejar a esa persona que nos está arrastrando
por todos los pasos dolorosos de esa danza destructiva? Hay
una regla empírica que dice así: cuanto más difícil es poner fin
a una relación que es mala para nosotros, más elementos de
nuestra lucha infantil contiene. Cuando amamos demasiado, es
porque tratamos de vencer los viejos miedos, enojos,
frustraciones y dolores de la niñez, y darse por vencido es
renunciar a una valiosísima oportunidad de encontrar alivio y
de rectificar lo que hemos hecho mal.
Si bien éstos son los fundamentos psicológicos
inconscientes que explican nuestro impulso de estar con él a
pesar del dolor, hacen poca justicia a la intensidad de nuestra
experiencia consciente.
Sería difícil exagerar la pura carga emocional que este tipo
de relación, una vez iniciada, acarrea para la mujer
involucrada. Cuando ella intenta separarse de la relación con el
hombre a quien ama demasiado, siente como si miles de voltios
de energía dolorosa fluyeran a toda velocidad y salieran por los
extremos cercenados de los mismos. La antigua sensación de
vacío renace y se arremolina a su alrededor, arrastrándola
hacia el lugar donde aún pervive su terror infantil a estar sola,
y ella está segura de que se ahogará en el dolor.
Esta clase de carga -las chispas, la atracción, el impulso de
estar con esa otra persona y de hacer que la relación funcioneno está presente en la misma medida en las relaciones más
saludables y satisfactorias, porque no representan todas las
posibilidades de saldar viejas cuentas y de prevalecer sobre lo
que una vez fue abrumador. Esta emocionante posibilidad de
rectificar viejos errores, de recuperar el amor perdido y de
ganar una aprobación reprimida es lo que, para las mujeres que
aman demasiado, constituye la atracción inconsciente que
subyace al hecho de enamorarse.
Es también por eso que, cuando entran en nuestra vida
hombres que se interesan por nuestro bienestar, nuestra
felicidad y nuestra realización personal, y que presentan la
verdadera posibilidad de una relación sana, por lo general no
103
nos interesan. Y no nos equivoquemos; esa clase de hombres sí
entran en nuestra vida. Cada una de mis pacientes que ha
amado demasiado ha podido recordar por lo menos a uno, y a
menudo a varios hombres a quienes describieron como
"realmente agradables... tan amables... de verdad se
preocupaban por mí..." Entonces, por lo general, viene la
sonrisa irónica y la pregunta: "¿Por qué no me quedé con él?" A
menudo ella es capaz de responder su propia pregunta
enseguida: "Por alguna razón nunca me entusiasmó tanto.
Supongo que era demasiado agradable, ¿no?"
Una respuesta mejor sería que las acciones de él y nuestras
reacciones, sus movimientos y aquellos con que nosotras los
correspondimos, no conformaban un dúo perfecto. Si bien estar
en compañía de él puede resultarnos agradable, sedante e
interesante, nos cuesta considerar esa relación como algo
importante y digno de desarrollarse en un nivel más serio. A los
hombres así los dejamos de inmediato o los ignoramos, o, en el
mejor de los casos, los relegamos a la categoría de "sólo
amigos", porque no despertaron en nosotras los latidos
intensos del corazón ni el nudo en el estómago que hemos
llegado a llamar amor.
A veces estos hombres permanecen en la categoría de
"amigos" durante muchos años; se reúnen con nosotras de vez
en cuando para beber algo y secar nuestras lágrimas mientras
les relatamos la última traición, ruptura o humillación de
nuestra relación actual. Esa clase de hombres compasivos y
comprensivos no nos pueden ofrecer el drama, el dolor o la
tensión que nos parecen tan estimulantes y correctos. Eso se
debe a que, para nosotras, lo que debiera hacemos sentir mal
ha llegado a hacemos sentir bien y lo que debiera parecernos
bueno ha llegado a parecemos extraño, sospechoso e
incómodo. Hemos aprendido, a través de una prolongada y
estrecha asociación, a preferir el dolor. Un hombre más sano y
cariñoso no puede tener un rol importante en nuestra vida
hasta que aprendamos a liberamos de la necesidad de revivir
una y otra vez la vieja lucha.
Una mujer con antecedentes más saludables tiene
reacciones y, por consiguiente, relaciones, que son muy
distintas, porque la lucha y el sufrimiento no le resultan tan
familiares, no integran en tanta medida su historia y, por lo
tanto, no son cómodos para ella. Si el hecho de estar con un
104
hombre hace que se sienta incómoda, herida, preocupada,
decepcionada, enfadada, celosa, o le provoca algún otro tipo de
perturbación
emocional,
ella
lo
experimentará
como
desagradable y aversivo, algo que debe evitar en lugar de
insistir. Por otro lado, sí insistirá con una relación que le ofrezca
cariño, consuelo y compañerismo porque eso la hace sentir
bien. Se podría decir, sin temor a equivocarse, que la atracción
entre dos personas que tienen la capacidad de crear una
relación gratificante sobre la base de un intercambio de
respuestas sanas, si bien puede ser fuerte y excitante, nunca
es tan apremiante como la atracción entre una mujer que ama
demasiado y el hombre con quien puede "bailar".
CAPITULO 6
Los hombres que eligen a las mujeres que aman demasiado
Ella es la roca en la que me apoyo,
Es el sol de mis días,
Y, digan lo que digan de ella,
Señor, ella me aceptó y me convirtió
en todo lo que soy-
Ella es mi roca
¿Cómo funcionan las cosas para el hombre involucrado?
¿Cuál es su experiencia de la atracción que se produce en los
primeros momentos en que conoce a una mujer que ama
demasiado? ¿Y qué sucede a sus sentimientos mientras la
relación continúa, especialmente si él empieza a cambiar y se
vuelve más sano o más enfermo?
Algunos de los hombres cuyas entrevistas aparecen a
continuación
han
ganado
un
grado
inusitado
de
autoconocimiento, además de un considerable discernimiento
de los patrones de sus relaciones con las mujeres que han sido
105
sus parejas. Varios de estos hombres que están recuperándose
de distintas adicciones tienen el beneficio de años de terapia en
Alcohólicos Anónimos o en Drogadictos Anónimos y, por lo
tanto, son capaces de identificar la atracción que ejercía sobre
ellos la mujer co-alcohólica mientras ellos se hundían o ya
estaban atrapados en la telaraña de la adicción. Otros que no
han tenido problemas de adicción han participado en tipos más
tradicionales de terapia, la cual los ayudó a entender mejor
tanto sus relaciones como a ellos mismos.
Si bien los detalles difieren de una historia a otra, siempre
está presente la atracción de la mujer fuerte que, de alguna
manera, promete compensar lo que falta en él o en su vida.
TOM: cuarenta y ocho años; sobrio desde hace doce
años; su padre murió de alcoholismo, al igual que un
hermano mayor.
Recuerdo la noche en que conocí a Elaine. Fue en un baile
en el club campestre. Los dos teníamos poco más de veinte
años, y ambos estábamos acompañados. La bebida ya era un
problema para mí. A los veinte años me habían arrestado por
conducir en estado de ebriedad y dos años más tarde tuve un
grave accidente automovilístico, que ocurrió porque había
bebido demasiado. Pero, claro, yo no creía que el alcohol me
estuviera haciendo daño. Sólo era un muchacho que sabía
divertirse.
Elaine estaba con un conocido mío, que nos presentó. Era
muy atractiva y me alegré mucho cuando cambiamos de pareja
para un baile. Naturalmente, aquella noche yo había estado
bebiendo, entonces me sentía un poco audaz; como quería
impresionarla mientras bailábamos, probé unos pasos que eran
bastante estrafalarios. Me esforzaba tanto por no parecer
brusco que literalmente me llevé por delante a otra pareja y
dejé a la mujer sin aliento. Me sentí realmente avergonzado y
no pude decir mucho, salvo mascullar una disculpa, pero Elaine
salvó la situación. Tomó a la mujer del brazo, se disculpó con
ella y con su pareja y los acompañó a sus asientos. Se mostró
tan dulce que quizás el marido se haya alegrado de que hubiera
pasado todo eso. Luego volvió, muy preocupada por mí
también. Otra mujer podría haberse enfadado y no habría
106
vuelto a hablarme. Bueno, después de eso no pensaba dejar
que se apartara de mí.
Su padre y yo siempre nos llevamos de maravillas, hasta
que él murió. Claro que él también era alcohólico. Y mi madre
adoraba a Elaine. Siempre le decía que yo necesitaba alguien
como ella para que me cuidara.
Durante mucho tiempo Elaine siguió haciendo de pantalla
para mí como aquella primera noche. Cuando finalmente buscó
ayuda para sí misma y dejó de facilitarme el hecho de seguir
bebiendo, le dije que ya no me amaba y me escapé con mi
secretaria de veintidós años. Después de eso comencé a decaer
muy rápido. Seis meses más tarde asistí a mi primera reunión
en A.A., y desde entonces no he vuelto a beber.
Elaine y yo nos reconciliamos un año después de que dejé
de beber. Fue muy duro, pero aún teníamos mucho amor. No
somos las mismas personas que se casaron hace veinte años,
pero ambos nos gustamos mutuamente y a nosotros mismos,
más que entonces, y tratamos de ser sinceros el uno con el
otro todos los días.
La atracción de Tom hacia Elaine.
Lo que ocurrió entre Tom y Elaine es típico de lo que
sucede entre un alcohólico y una co-alcohólica al conocerse. El
se mete en problemas y ella, en lugar de ofenderse, busca una
manera de ayudarlo, de disimular las cosas y hacer que él y los
demás se sientan cómodos. Proporciona una sensación de
seguridad, que para él es una atracción poderosa puesto que su
vida se está volviendo inmanejable.
Cuando Elaine ingresó a las reuniones de familiares de
alcohólicos y aprendió a dejar de ayudar a que Tom siguiera
enfermo al encubrirlo, el hizo lo que hacen muchos adictos
cuando sus parejas comienzan a recuperarse. Se desquitó en la
forma más dramática que pudo y, dado que para cada hombre
alcohólico hay muchas co-alcohólicas que buscan alguien a
quien salvar, no tardó en encontrar una reemplazante de
Elaine, otra mujer que estaba dispuesta a continuar la clase de
rescate que ahora Elaine se rehusaba a darle. También se
enfermó mucho más, hasta el punto en que sus alternativas se
107
redujeron a dos; comenzar a recuperarse o morir. Sólo
entonces aceptó cambiar.
En la actualidad la relación está intacta, debido a la
participación de ambos en los programas de Anónimos, A.A.
para Tom, familiares para Elaine. Allí están aprendiendo, por
primera vez en su vida, a relacionarse de manera sana, no
manipulativa.
Charles: sesenta y cinco años, ingeniero civil retirado con
dos hijos; divorciado, vuelto a casar, y ahora viudo.
Hace dos años que murió Helen, y finalmente comienzo a
tratar de corregirlo todo. Nunca pensé que consultaría a un
terapeuta, no a mi edad. Pero después de su muerte me puse
tan furioso que me asusté. No podía dejar de sentir que quería
lastimarla. Soñaba que la golpeaba y despertaba gritándole.
Creí que me estaba volviendo loco. Finalmente reuní el coraje
para decírselo a mi médico. El tiene mi edad y es tan
conservador como yo, por eso cuando me dijo que me convenía
consultar a un profesional me tragué mi orgullo y lo hice. Me
puse en contacto con un terapeuta que se especializa en ayudar
a la gente a sobreponerse al dolor. Bueno, trabajamos con mi
dolor y éste seguía aflorando como ira, entonces finalmente
acepté que estaba completamente loco y, con la ayuda del
terapeuta, comencé a examinar por qué.
Helen fue mi segunda esposa. Mi primera esposa, Janet,
aún vive aquí, en la ciudad, con su nuevo marido. Creo que es
gracioso usar la palabra “nuevo”.Todo esto sucedió hace
veinticinco años. Conocí a Helen cuando trabajaba para el
municipio como ingeniero civil. Ella era secretaria en el
departamento de planeamiento y yo solía verla a veces en el
trabajo, y tal vez una o dos veces por semana a la hora de
almorzar, en una cafetería pequeña del centro de la ciudad. Era
una mujer muy bonita, siempre vestía muy bien, y era un poco
tímida pero amigable. Sabía que yo le agradaba por la forma en
que me miraba y sonreía. Creo que me halagaba un poco el
hecho de que me prestara atención. Sabía que era divorciada y
tenía dos niños, y me daba un poco de pena que tuviera que
criarlos sola. Un día la invité con un café y tuvimos una charla
agradable. Dejé en claro que yo estaba casado, pero creo que
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me quejé demasiado por algunas de las frustraciones de la vida
matrimonial. Aún no sé como se las ingenió ese día para
transmitir el mensaje de que yo era un hombre demasiado
maravilloso para ser infeliz, pero salí de esa cafetería
sintiéndome como si midiera tres metros de altura y con ganas
de volver a verla, de sentirme como ella me había hecho sentir;
apreciado. Tal vez era porque ella no tenía un hombre en su
vida y echaba eso de menos, pero después de nuestra charla yo
me sentía grande, fuerte y especial.
Aun así, yo no tenía intenciones de comprometerme. Nunca
antes había hecho nada así. Había salido del ejército después
de la guerra y había sentado cabeza con la esposa que me
había estado esperando. Janet y yo no éramos la más feliz de
las parejas, pero tampoco la más infeliz. Nunca pensé que la
engañaría.
Helen había tenido dos matrimonios y en cada uno había
sufrido mucho. Ambos hombres la habían abandonado y ella
había tenido un hijo con cada uno. Ahora estaba criando sola a
sus hijos, sin ningún apoyo.
Lo peor que pudimos hacer fue relacionarnos. Sentía mucha
pena por ella, pero sabía que no tenía nada que ofrecerle. En
aquella época no se podía obtener un divorcio solamente
porque uno lo deseara, y yo no ganaba tanto dinero como para
perder todo lo que tenía. Además, tendría que formar una
nueva familia y, por tanto, mantener a dos. Además, en
realidad yo no quería el divorcio. Ya no estaba loco por mi
esposa, pero adoraba a mis hijos y me gustaba lo que teníamos
juntos. Sin embargo, todo empezó a cambiar cuando Helen y
yo seguimos viéndonos. Ninguno de los dos podía poner fin a
aquello. Helen estaba sola y decía que prefería tener un poco
de mí a no tener nada, y yo sabía que lo decía en serio. Una
vez que empecé mi relación con Helen, no había forma de salir
de ella sin que nadie saliera terriblemente lastimado. Muy
pronto comencé a sentirme el peor de todos los bribones. Las
dos mujeres contaban conmigo y yo estaba decepcionando a
ambas. Helen estaba loca por mí. Hacía cualquier cosa para
verme. Cuando traté de terminar con ella, la veía en el trabajo
y su cara triste y dulce me rompía el corazón. Bueno, más o
menos después de un año Janet se enteró de lo nuestro y me
dijo que dejara de ver a Helen o me marchara. Traté de parar
pero no pude. Además, entre Janet y yo las cosas ya eran muy
109
distintas. Parecía haber menos motivos que nunca para dejar a
Helen.
Es una larga historia. Helen y yo tuvimos un romance de
nueve años, mientras mi esposa al principio se esforzaba por
mantenerme a su lado y luego por castigarme por abandonarla.
Helen y yo vivimos juntos varias veces durante esos años hasta
que Janet finalmente se cansó y accedió al divorcio.
Aún odio pensar en lo que eso nos ocasionó a todos. En
aquel tiempo, una pareja no podía simplemente convivir. Creo
que realmente perdí todo mi orgullo durante esos años. Sentía
vergüenza por mí mismo, por mis hijos, por Helen y sus hijos,
incluso por Janet, que nunca había hecho nada para merecer
todo eso.
Finalmente cuando Janet se cansó y nos divorciamos, Helen
y yo nos casamos. Pero en cuanto se inició el divorcio hubo
algo diferente entre nosotros. En todos esos años, Helen había
sido cariñosa y seductor, muy seductora. Claro que a mí me
encantaba eso. Todo ese cariño era lo que me mantenía con
ella a pesar del dolor de mis hijos, mi esposa, ella y sus
hijos…todos nosotros. Ella me hacía sentir el hombre más
deseable del mundo. Por supuesto, habíamos peleado antes de
casarnos, porque la tensión era tremenda, pero nuestras peleas
siempre terminaban haciéndonos el amor y yo me sentía más
querido, necesitado y amado que nunca en mi vida. De alguna
manera, lo que Helen y yo teníamos juntos parecía tan
especial, tan correcto, que el precio que pagábamos casi
parecía valer la pena.
Cuando finalmente pudimos estar juntos y mantener la
frente alta, Helen se enfrió. Seguía yendo a trabajar hermosa,
pero en casa no se ocupaba de su aspecto. A mí no me
importaba, pero me daba cuenta. Y el sexo empezó a decaer.
Ella ya no se interesaba. Traté de no presionarla, pero me
resultaba frustrante. Cuando al fin me sentía menos culpable y
más dispuesto a disfrutar realmente estar con ella tanto en
casa como afuera, ella se apartaba de mí.
Dos años más tarde teníamos dormitorios separados. Y
nuestra relación siguió así, fría y distante, hasta su muerte.
Nunca pensé en marcharme. Había pagado un precio muy alto
por estar con ella, ¿cómo podía marcharme?
Al recordarlo, me doy cuenta de que tal vez Helen haya
sufrido más que yo en todos esos años de nuestro romance.
110
Ella nunca supo con certeza si yo abandonaría a Janet o a ella.
Lloraba mucho y un par de veces amenazó con suicidarse.
Odiaba ser “la otra”. Pero a pesar de lo horribles que fueron
esos años anteriores a nuestro matrimonio, en ellos nuestra
relación fue más afectuosa, excitante y especial que nunca.
Después de que nos casamos me sentí un fracaso total,
porque por alguna razón, ahora que habíamos dejado atrás
todos los problemas, no podía hacerla feliz.
Con la terapia llegué a entender mucho sobre mí mismo,
pero creo que también acepté ver algunas cosas sobre Helen
que antes no había querido enfrentar. Ella funcionaba mejor
bajo toda la tensión, la presión y el sigilo de nuestra aventura
que cuando las cosas llegaron a la normalidad. Por eso nuestro
amor murió en cuanto terminó la aventura y comenzó el
matrimonio.
Cuando pude ver todo esto con sinceridad comencé a
recuperarme de la inmensa furia que había sentido contra ella
desde su muerte. Estaba furioso porque el hecho de estar con
me había costado mucho: mi matrimonio, en muchos sentidos
el amor de mis hijos, y el respeto de mis amigos. Creo que me
sentía enfadado.
La atracción de Charles hacia Helen.
Hermosa e incitante cuando se conocieron, Helen pronto
proporcionó a Charles felicidad sexual, ciega devoción y un
amor que lindaba con la reverencia. La fuerte atracción que
experimentó Charles a pesar de tener un matrimonio estable y
bastante satisfactorio casi no requiere explicación ni
justificación. Simplemente, desde el comienzo y durante todos
esos años de su romance, Helen se dedicó de lleno a
profundizar el amor que Charles sentía por ella y hacer que la
larga lucha de él por deshacerse de su matrimonio fuese
soportable e incluso valedera.
Lo que sí merece explicación es el repentino y visible
desinterés de Helen por el hombre al cual había esperado y por
quien había sufrido tanto tiempo, una vez que él quedó en
libertad de compartir una vida con ella. ¿Por qué lo amó tanto
mientras estuvo casado y luego, rápidamente se cansó de él
cuando ya no lo estaba?
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Porque Helen sólo quería lo que en realidad no podía tener.
Para tolerar una interacción prolongada con un hombre,
persona y sexualmente, necesitaba la garantía de la distancia y
la inaccesibilidad que proporcionaba el matrimonio de Charles.
Sólo en esas condiciones podía entregarse a él. No podía
soportar cómodamente una pareja verdadera que, libre de las
demoledoras presiones del matrimonio de él, podía
desarrollarse y profundizarse sobre una base distinta de su
lucha mutua contra el mundo. Helen necesitaba la excitación, la
tensión y el dolor emocional de amar a un hombre inaccesible a
fin de poder relacionarse. No tenía virtualmente ninguna
capacidad para la intimidad, ni siquiera para mucha ternura, al
no tener que luchar por ganar a Charles. Una vez que lo ganó,
lo desechó.
Sin embargo, a través de esos largos años de espera, ella
tenía todo el aspecto de una mujer que ama demasiado.
Realmente sufría, languidecía y lloraba por el hombre a quien
amaba pero a quien no podía tener de verdad. Lo
experimentaba como el centro de su ser, la fuerza más
importante de su mundo… hasta que lo tuvo. Entonces la
realidad de él como pareja, al no existir más el romance
agridulce de su aventura ilícita, ya no elevaba hasta la emoción
de la pasión que había disfrutado durante nueve años con ese
mismo hombre.
A menudo se observa que cuando dos personas que han
estado relacionadas durante años finalmente se comprometen a
casarse, la relación pierde algo: pierde la excitación, y el amor
desaparece. El hecho de que esto suceda no necesariamente se
debe a que han dejado de intentar complacerse. Puede ser
porque uno o el otro, o ambos, al hacer ese compromiso, han
excedido su capacidad para la intimidad. Una relación sin
compromiso permite estar a salvo de una intimidad. Una
relación sin compromiso permite estar a salvo e una intimidad
más profunda. Con el compromiso, a menudo se produce un
repliegue emocional en un esfuerzo dirigido a la autoprotección.
Eso es precisamente lo que ocurrió entre Helen y Chales.
Charles, por su parte, ignoró todas las señales de la falta de
profundidad emocional de Helen debido a que sentía halagado
por su atención. Lejos de ser una víctima pasiva de las
maquinaciones y manipulaciones de Helen, Charles no quería
admitir esa parte de la personalidad de ella incompatible con la
112
visión de sí mismo-una visión que ella había fomentado y él
quería creer-según la cual él era inmensamente adorable y
sexualmente irresistible. Chales vivía en un mundo de fantasía
construido con sumo cuidado con Helen durante muchos años,
sin deseos de estropear la ilusión que su ego había llegado a
adorar. Gran parte de la ira que sintió ante la muerte de Helen
estaba dirigida a sí mismo, lo cual descubrió cuando,
tardíamente, admitió su propia negación y el rol que él había
jugado en la creación y perpetuación de la fantasía de un amor
abrasador, que finalmente dio como resultado el más estéril de
los matrimonios.
RUSELL: treinta y dos años; asistente social (recibió un
perdón del gobernador), diseña programas comunitarios
para delincuentes juveniles.
Los chicos con los que trabajo siempre se impresionan con
el tatuaje de mi nombre que tengo en el antebrazo izquierdo.
Dice mucho sobre la forma en que yo solía vivir. Me lo hice a
los diecisiete años porque estaba seguro de que algún día me
encontrarían muerto en alguna calle y nadie sabría quién era
yo. Me creía un tipo malísimo.
Viví con mi madre hasta los siete años. Después ella volvió
a casarse y yo no me llevaba bien con su nuevo esposo. Me
escapaba mucho y, en aquella época, a uno lo encerraban por
eso. Primero estuve en el reformatorio, después en hogares de
adopción y de vuelta al reformatorio. Pronto llegué al
Campamento de Niños y luego a la Autoridad de Menores.
Mientras crecía estuve varias veces en las cárceles locales y
finalmente en prisión. A los veinticinco años ya había estado en
todas las clases de instituciones correccionales de que disponía
el estado de California, hasta en las cárceles de máxima
seguridad.
De más está decir que pasé más tiempo encerrado que
afuera en esos años. Pero igualmente me las ingeniaba para
vera a Mónica. Una noche en San José, un compinche y yo
estábamos paseando en un auto “prestado”. Entramos a un
local de hamburguesas para automovilistas y estacionamos al
113
lado de aquellas dos chicas. Nos pusimos a charlar y bromear
con ellas, y pronto estábamos en el asiento trasero de su auto.
Bueno, mi compinche era un verdadero mujeriego. Era el
más experimentado, así que cuanto estábamos con chicas yo
dejaba que hablara él. Él siempre podía ganar el interés de un
par de chicas, pero también se quedaba con la mejor porque
era astuto y hacía todo el trabajo, y yo me tenía que conformar
con la otra. Aquella noche no me pude quejar, porque él eligió
a aquella rubiecita sexy que estaba al volante y yo terminé con
Mónica. Ella tenía quince años, era muy bonita, toda suave, con
ojos muy grandes y realmente interesada. Tenía modales muy
dulces, desde el comienzo, y yo parecía importarle mucho.
Ahora bien, cuando uno ha estado encerrado aprende que
hay mujeres que pensarán que uno es un imbécil y no querrán
tener nada que ver con uno. Pero hay otras a las que la sola
idea las entusiasma. Las fascina. Te ven como alguien grande y
malo y se ponen realmente seductoras, y tratan de domarte. O
bien piensan que te han lastimado y sienten pena por ti y
tratan de ayudarte. Mónica entraba en la última categoría.
También era muy agradable. No quiso nada pesado desde el
comienzo. Mientras mi compinche lo hacía con su amiga,
Mónica y yo dimos un paseo bajo la luna y conversamos. Ella
quería saberlo todo sobre mí. Mejoré bastante mi historia para
no ahuyentarla, y le hablé de muchas cosas tristes, como lo
mucho que me odiaba mi padrastro y algunos de los hogares de
adopción de mala muerte donde había estado, donde me daban
ropa usada y gastaban el dinero que era para mí en sus propios
hijos. Mientras yo hablaba, ella me apretaba la mano con
fuerza, me daba palmaditas e incluso sus grandes ojos castaños
se llenaron de lágrimas. Bueno, cuando nos despedimos esa
noche yo ya estaba enamorado. Mi compinche quería contarme
todos los detalles jugosos de lo que había hecho con la rubia y
yo ni siquiera quería escucharlo. Mónica me había dado su
dirección y su número telefónico y yo iba a llamarla al día
siguiente, pero cuando salíamos de la ciudad nos detuvo la
policía, que buscaba el auto. Yo sólo podía pensar en Mónica.
Estaba seguro de que eso era el fin, porque yo le había dicho
que estaba tratando de enderezarme para siempre.
Cuando estaba otra vez en la cárcel decidí arriesgarme y le
escribí una carta. Le dije que otra vez estaba encerrado, pero
por algo que no había hecho, que los policías me habían
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arrestado porque tenía prontuario y porque yo no les caía bien.
Mónica me contestó enseguida y siguió escribiéndome casi
todos los días en los siguientes dos años. Lo único que nos
decíamos en las cartas era lo enamorados que estábamos,
cuánto nos extrañábamos y lo que haríamos juntos cuando yo
saliera.
Cuando me soltaron, la madre de ella no la dejó verme en
Stockton, así que tomé un autobús a San José. Estaba muy
entusiasmado por volver a verla, pero también me asustaba
mucho la idea. Creo que tenía miedo de que, después de todo,
no me aceptara. Por eso, en vez de ir a verla de inmediato
busqué a algunos compinches y una cosa llevó a la otra.
Empezamos a armar las de Caín, y cuando finalmente me
llevaron a casa de Mónica habían pasado cuatro días. Yo estaba
bastante mal. Había tenido que emborracharme para ganar el
coraje de ir a verla, por el miedo que tenía de que me dijera
que me esfumara.
Su madre estaba trabajando, gracias a Dios, cuando los
muchachos me dejaron en la acera de su casa. Mónica salió
sonriendo, tan contenta de verme a pesar de que no había oído
de mí desde que yo había llegado a la ciudad. Recuerdo que
aquel día tuvimos otra de nuestras grandes caminatas en
cuanto se me pasó un poco la borrachera. Yo no tenía dinero
para llevarla a ninguna parte, y tampoco tenía auto, pero eso
nunca pareció importarle.
Durante mucho tiempo, Mónica me vio como alguien que no
podía hacer ningún daño. Por varios años estuve en prisión
varias veces, y aun así se casó conmigo y me fue leal. Su padre
había abandonado a la familia cuando ella era muy pequeña. Su
madre había quedado muy resentida por eso y yo no le caía
bien. En realidad, fue por eso que Mónica y yo nos casamos.
Una vez que me habían arrestado por falsificación de cheques,
cuando salí bajo fianza su madre no la dejó verme. Entonces
huimos y nos casamos. Mónica tenía dieciocho años. Vivimos en
un hotel hasta mi sentencia. Ella tenía un empleo como
mesera, pero renunció para poder ir a la corte todos los días
durante el juicio. Entonces, por supuesto, fui a prisión y Mónica
volvió con su madre. Peleaban tanto que Mónica se marchó y se
mudó a la ciudad más cercana a la prisión, donde volvió a
trabajar como mesera. Era una ciudad universitaria y yo
siempre esperaba que ella volviera a estudiar; realmente le
115
gustaba eso y le iba muy bien. Pero ella decía que no quería,
que sólo quería esperarme. Nos escribíamos y ella venía a
visitarme siempre que se lo permitían. Hablaba mucho sobre mí
con el capellán de la cárcel y siempre le pedía que hablara
conmigo y me ayudara, hasta que finalmente le pedí que no lo
hiciera más. Yo odiaba hablar con ese tipo. No podía
relacionarme.
Aun cuando me visitaba, Mónica seguía escribiéndome, y
me enviaba montones de libros y artículos acerca del
mejoramiento personal. Constantemente me decía que rezaba
porque yo cambiara. Yo quería mantenerme fuera de la cárcel,
pero había estado allí tanto tiempo que era lo único que sabía
hacer.
Bueno, finalmente algo pasó en mi interior y me metí en un
programa que me ayudaría en el mundo exterior. Mientras
estuve adentro estudié, aprendí un oficio, terminé los estudios
secundarios y comencé mi educación terciaria. Cuando salí, me
las arreglé para no meterme en problemas y continué mi
educación hasta graduarme en asistencia social. Pero mientras
tanto, perdí a mi esposa. Al principio, cuando luchábamos por
salir adelante, nos llevábamos bien, pero cuando las cosas
comenzaron a ser más fáciles y empezamos a conseguir lo que
siempre habíamos esperado, Mónica se puso más irascible de lo
que la había visto en todos esos años y con todos esos
problemas. Me abandonó justo cuando debería haber estado
más feliz. Ni siquiera sé dónde está ahora. Su madre no quiere
decírmelo y finalmente decidí que, si ella no quería estar
conmigo, no era cuestión mía buscarla. A veces pienso que
para Mónica era más fácil amar una idea de mí que amarme en
persona. Estábamos tan enamorados cuando apenas nos
veíamos, cuando todo lo que teníamos eran cartas, visitas y el
sueño de lo que llegaríamos a tener un día. Cuando empecé a
cumplir lo que habíamos soñado, nos separamos. Cuanto más
entrábamos en la clase media, menos le gustaba a ella. Creo
que ya no podía sentir pena por mí.
La atracción de Russell hacia Mónica.
No había nada en los antecedentes de Russell que lo
preparara para estar emocional ni físicamente presente para
otra persona en una relación afectuosa y comprometida. La
116
mayor parte de su vida había buscado activamente una
sensación de fuerza y seguridad, ya fuese huyendo o
embarcándose en aventuras peligrosas. A través de esas
actividades altamente perturbadoras y generadoras de tensión,
él buscaba evitar su propia desesperación. Se enfrentaba con el
peligro para evitar sentir dolor y desamparo por haber sido
abandonado emocionalmente por su madre.
Cuando conoció a Mónica quedó encantado con su aspecto
suavemente atractivo y su tierna actitud hacia él. En lugar de
rechazarlo por ser "malo", ella reaccionó a sus problemas con
sincero interés y profunda compasión. De inmediato le
comunicó que estaba dispuesta a ayudarlo, y no tardó mucho
en demostrar su perseverancia. Cuando él desapareció, Mónica
respondió esperando con paciencia. Parecía tener suficiente
amor, estabilidad y resistencia para soportar cualquier cosa que
hiciera Russell. Si bien parece que Mónica tenía una gran
medida de tolerancia para Russell y su comportamiento, en
realidad sucedía lo contrario. Lo que ninguno de los dos jóvenes
advertía en forma consciente era que ella podía esperarlo
siempre que él no estuviera con ella. En cuanto se separaban,
Russell encontraba en Mónica la compañera perfecta, la esposa
ideal para un prisionero. De buen grado, ella se pasaba la vida
esperando y soñando que él cambiaría y que entonces podrían
estar juntos. Las esposas de prisioneros, como Mónica,
presentan lo que quizá sea el máximo ejemplo de las mujeres
que aman demasiado. Tal vez porque son incapaces de tener
ningún grado de intimidad con un hombre, eligen vivir con una
fantasía, un sueño de lo mucho que amarán y serán amadas
algún día, cuando su pareja cambie y esté disponible para ellas.
Pero sólo pueden gozar de esa intimidad en la fantasía.
Cuando Russell logró lo que era casi imposible y comenzó a
enderezarse y a mantenerse fuera de la cárcel, Mónica se alejó.
El hecho de tenerlo presente en su vida exigía un nivel de
intimidad amenazador; la hacía sentir mucho más incómoda
que su ausencia. La realidad cotidiana con Russell tampoco
podía competir con la visión idealizada de amor mutuo que ella
había mantenido. Hay un dicho entre los convictos de que todos
tienen su Cadillac estacionado junto a la acera, esperándolos;
eso significa que tienen una visión demasiado idealizada de lo
que será la vida para ellos cuando vuelvan a las calles. En la
imaginación de las esposas de prisioneros como Mónica, lo que
117
quizás esté estacionado junto a la acera no es el Cadillac que
simboliza dinero y poder, sino un carruaje tirado por seis
caballos blancos que representan el amor mágicamente
romántico. Cómo estas mujeres amarán y serán amadas: ése
es su sueño. Al igual que a sus esposos convictos, por lo
general les resulta más fácil vivir con el sueño que luchar por
cumplirlo en el mundo real.
Lo que es importante entender es que parecía que Russell
era incapaz de amar con mucha profundidad, mientras que
Mónica, con toda su paciencia y su compasión, parecía hacerlo
muy bien. De hecho, ambos eran igualmente deficientes en la
capacidad de amar con intimidad. Por eso formaron pareja
cuando no podían estar juntos, y cuando sí podían estar juntos
su relación tuvo que terminar. Resulta instructivo notar que en
este momento Russell no tiene una nueva pareja en su vida; El
también sigue luchando con la intimidad.
TYLER: cuarenta y dos años; ejecutivo; divorciado, sin
hijos.
Yo solía bromear cuando aún estábamos juntos y decir a la
gente que la primera vez que vi a Nancy mi corazón latía con
tanta fuerza que yo no podía contener el aliento. Era verdad:
ella era enfermera y trabajaba para la firma en que estoy
empleado, y yo estaba en su consultorio para un examen de
rutina de mi sistema respiratorio, por eso mi corazón latía así y
mi respiración estaba agitada. Me había enviado mi superior
porque había engordado mucho y también porque había tenido
unos dolores en el pecho. De hecho, estaba en pésimas
condiciones. Mi esposa me había dejado un año y medio atrás
por otro hombre, y si bien en casos así los hombres van a los
bares por las noches, yo me quedaba en casa, mirando
televisión y comiendo.
Siempre me había gustado comer. Mi esposa y yo
jugábamos mucho tenis y creo que eso se encargaba de las
calorías cuando estábamos juntos, pero cuando ella se fue,
jugar al tenis me deprimía. Diablos, todo me deprimía. Aquel
día en el consultorio de Nancy supe que había aumentado
veintinueve kilos y medio en dieciocho meses. Nunca me había
preocupado por pesarme, aunque había pasado por varios talles
de ropa. Simplemente no me importaba.
118
Al principio Nancy se mostró muy profesional; me dijo lo
grave que era ese aumento de peso y lo que tendría que hacer
para adelgazar, pero yo me sentía como un viejo y en realidad
no quería esforzarme por cambiar.
Creo que simplemente sentía pena por mí mismo. Incluso
mi ex, cuando me veía, me reprendía diciendo: "¿Cómo puedes
abandonarte así?" Yo tenía cierta esperanza de que ella volviera
para salvarme, pero no lo hizo.
Nancy me preguntó si algún acontecimiento había
precipitado mi aumento de peso. Cuando le conté sobre el
divorcio ella dejó de ser tan profesional y me palmeó la mano
con compasión. Recuerdo que me emocionó un poco que hiciera
eso, y que fue especial porque hacía mucho tiempo que yo no
sentía mucho por nadie. Me aconsejó una dieta, me dio
montones de folletos y me dijo que regresara cada dos
semanas para que ella pudiera ver cómo me iba. Yo no veía la
hora de volver. Las dos semanas pasaron y yo no había hecho
la dieta ni había perdido nada de peso, pero sí había ganado la
compasión de Nancy. En mi segunda consulta pasamos todo el
tiempo hablando sobre la forma en que me había afectado el
divorcio. Ella me escuchó y me instó a hacer lo que todos dicen
que hay que hacer: asistir a clases, ingresar a un club de salud,
hacer un viaje en grupo, desarrollar nuevos intereses. Yo accedí
a todo, no hice nada y esperé otras dos semanas para volver a
verla. En esa tercera consulta la invité a salir. Yo sabía que
estaba muy gordo y mi aspecto dejaba mucho que desear, y en
realidad no sé de dónde saqué el coraje, pero lo hice, y ella
aceptó. Cuando pasé a buscarla el sábado por la noche ella
tenía más folletos, junto con artículos sobre dietas, el corazón,
ejercicios y el sufrimiento emocional. Hacía mucho tiempo que
no me prestaban tanta atención.
Comenzamos a salir y muy pronto tomamos nuestra
relación con seriedad. Yo pensaba que Nancy haría desaparecer
todo mi dolor. Ella lo intentó mucho, tengo que admitirlo.
Incluso dejé mi apartamento y me mudé al de ella. Se
esforzaba por cocinar alimentos de bajo colesterol y controlaba
todo lo que comía. Incluso me preparaba almuerzos para llevar
al trabajo. Si bien yo no comía nada parecido a lo que había
estado consumiendo todas esas noches, solo frente al televisor,
tampoco bajaba de peso. Simplemente me mantenía igual, ni
más gordo ni más delgado. En realidad, Nancy se esforzaba
119
mucho más que yo por hacerme perder peso. Ambos
actuábamos como si el a proyecto fuera de ella, como si mi
mejoría fuera su responsabilidad.
De hecho, creo que tengo un metabolismo que requiere
ejercicios extenuantes para quemar calorías con eficiencia, y yo
no hacía mucho ejercicio. Nancy jugaba al golf y yo jugaba un
poco con ella, pero no era mi deporte.
Después de estar juntos unos ocho meses, hice un viaje de
negocios a Evanston, mi ciudad natal. Por supuesto, después de
dos días allí me encontré con un par de amigos de la escuela
secundaria. Yo no quería ver a nadie con el aspecto que tenía,
pero esos tipos eran viejos amigos y teníamos mucho que
hablar. Se sorprendieron cuando les conté sobre mi divorcio. Mi
esposa era de la misma ciudad. Bueno, me convencieron para
jugar un set de tenis. Los dos jugaban, y sabían que era mi
juego preferido desde la secundaria. Yo pensé que no duraría
un solo game y se lo dije, pero insistieron.
Me sentí muy bien al volver a jugar. Si bien los kilos de más
me hacían más lento y perdí todos los juegos, les dije que
volvería al año siguiente para darles una paliza.
Cuando llegué a casa Nancy me dijo que había asistido a un
estupendo seminario sobre nutrición y quería que yo probara
todo lo que había aprendido. Le dije que no, que por un tiempo
lo haría a mi modo.
Ahora bien, Nancy y yo nunca habíamos peleado. Claro que
ella rezongaba mucho por mí y constantemente me decía que
me cuidara mejor, pero cuando volví a jugar al tenis
comenzamos a discutir. Yo jugaba al mediodía para no ocupar
el tiempo que pasábamos juntos, pero nunca volvimos a estar
como antes.
Nancy es una muchacha atractiva, unos ocho años menor
que yo, y una vez que empecé a estar más en forma pensé que
nos llevaríamos mejor que nunca porque ella estaría orgullosa
de mí. Dios sabe que me sentía mejor conmigo mismo. Pero las
cosas no funcionaron así. Ella se quejaba de que yo ya no era el
mismo y finalmente me pidió que me mudara. Para entonces yo
pesaba sólo tres kilos más que antes del divorcio. Realmente
me costó mucho dejarla. Tenía la esperanza de que a la larga
nos casaríamos. Pero cuando adelgacé, ella estaba en lo cierto:
las cosas ya no eran iguales entre nosotros.
120
La atracción de Tyler hacia Nancy.
Tyler era un hombre con necesidades de dependencia
bastante pronunciadas, que se vieron exacerbadas por la crisis
del divorcio. Su deterioro casi deliberado, calculado para
despertar la compasión y la solicitud de su esposa, fracasó con
ella pero atrajo a una mujer que amaba demasiado y que hizo
que el bienestar de otro fuera su propósito en la vida. El
desamparo y el dolor de Tyler y el ansia de ayudar de Nancy
fueron la base de su atracción mutua.
Tyler aún estaba dolido por el rechazo de su esposa y sufría
profundamente por haberla perdido y por el fin de su
matrimonio. En ese estado de desdicha que es común a todos
quienes atraviesan la angustia de la separación, no lo atrajo
tanto Nancy como persona sino más bien su rol de enfermera y
curadora, y el fin del sufrimiento que ella parecía ofrecerle.
Así como él había utilizado grandes cantidades de comida
para llenar su vacío y sofocar su sentimiento de pérdida, ahora
utilizaba la solicitud de Nancy para obtener una sensación de
seguridad emocional y reforzar de su dañada autoestima. Pero
la necesidad que Tyler sentía por la atención total de Nancy fue
temporaria, una fase pasajera en su proceso de curación. A
medida que el tiempo obró su magia, reemplazando la obsesión
consigo mismo y la autocompasión por una seguridad más
saludable, la sobreprotección de Nancy, que una vez le había
resultado reconfortante, ahora lo hastiaba. A diferencia de la
exagerada dependencia temporaria de Tyler, la necesidad que
sentía Nancy de que la necesitaran no era una fase pasajera,
sino más bien un rasgo central de su personalidad y casi su
único marco de relación con respecto a los demás. Era
"enfermera" tanto en el trabajo como en casa. Si bien Tyler
habría sido una pareja bastante dependiente aun después de
recuperarse del divorcio, su profunda necesidad de ser atendido
no podía igualar la profundidad de la necesidad que tenía Nancy
de manejar y controlar la vida de otro. La salud de Tyler, por la
cual ella, aparentemente, había trabajado en forma tan
incansable, fue en realidad el fin de su relación.
121
BART: treinta y seis años; alcohólico desde los catorce
años, sobrio por dos años.
Cuando conocí a Rita, hacía aproximadamente un año que
me había divorciado y que hacía vida de soltero. Era una
muchacha de piernas largas, ojos oscuros y aspecto de hippie,
y al principio pasamos mucho tiempo juntos, drogándonos. Yo
todavía tenía mucho dinero, y realmente la pasamos estupendo
durante un tiempo. Pero Rita nunca fue realmente hippie. Era
demasiado responsable para dejarse ir demasiado. Podía fumar
un poco de hierba conmigo, pero de alguna manera sus
antecedentes bostonianos nunca desaparecían del todo. Incluso
su apartamento estaba ordenado todo el tiempo. Yo tenía la
sensación de estar a salvo con ella, como si ella no fuera a
dejarme caer mucho.
La primera noche que salimos tuvimos una cena estupenda
y luego volvimos a su apartamento. Yo me emborraché mucho,
y creo que perdí el sentido. Bueno, desperté en el sofá, cubierto
con una manta bonita y suave, y tenía la cabeza apoyada sobre
una almohada perfumada, y me sentí como si hubiese llegado a
casa... a un puerto seguro, ¿me entiende? Rita sabía todo
acerca del cuidado a alcohólicos. Su padre, que era bancario,
había muerto de esa enfermedad. Bueno, unas semanas
después de eso me mudé con ella, y en los dos años siguientes
me porté como un brillante comerciante mientras pude, hasta
que perdí todo.
Ella había dejado de drogarse después de que estuvimos
juntos unos seis meses. Creo que consideró que era mejor que
ella se mantuviera en el control de las cosas, ya que yo no lo
estaba en absoluto. En medio de todo esto nos casamos.
Entonces me asusté de verdad. Ahora tenía otra
responsabilidad, y nunca me había ido muy bien con las
responsabilidades. Además, en el momento en que nos
casamos, yo estaba perdiendo todo económicamente. En mi
estado, ya no podía mantener las cosas bajo control, pues
bebía todo el día. Rita no sabía que estaba tan mal, porque yo
le decía por la mañana que iba a una reunión de negocios y en
cambio salía en mi Mercedes y estacionaba junto a la playa
para beber. Finalmente, cuando llegué a la quiebra y debía
dinero a todo el mundo, no supe qué hacer.
122
Salí en un largo viaje, con la intención de matarme en el
auto y hacer que pareciera un accidente. Pero ella me siguió,
me encontró en un hotelucho y me llevó a casa. Ya no tenía
dinero, pero ella me llevó a un hospital para el tratamiento del
alcoholismo. Es gracioso, pero yo no se lo agradecí. Durante
aproximadamente el primer año de sobriedad estuve furioso;
confundido, muy asustado, y totalmente apartado de ella en lo
sexual. Aún no sé si podremos solucionarlo, pero las cosas
están mejorando un poco con el tiempo.
La atracción de Bart hacia Rita.
Cuando, en su primera cita, Bart se emborrachó y perdió el
sentido, Rita, al asegurarse de que no sufriera, parecía
prometerle un respiro en su carrera hacia la autodestrucción.
Durante un tiempo parecía que ella podría protegerlo de los
estragos de su adicción, que sería capaz de salvarlo con
sutileza y dulzura. Aquella actitud aparentemente protectora en
realidad sirvió para prolongar el tiempo en que su pareja podría
practicar su adicción sin sentir las consecuencias; al protegerlo
y reconfortarlo, lo ayudó a permanecer enfermo más tiempo.
Un adicto que practica su enfermedad no está buscando a nadie
que lo ayude a recuperarse; busca a alguien con quien pueda
seguir enfermo, pero a salvo. Rita fue perfecta durante un
tiempo, hasta que Bart enfermó tanto que ni siquiera ella pudo
deshacer lo que él se estaba haciendo.
Cuando lo siguió y lo llevó al programa hospitalario para
alcohólicos, Bart comenzó a dejar el alcohol y a recuperarse.
Sin embargo, Rita se había interpuesto entre él y su droga. Ya
no cumplía su rol habitual de consolarlo y hacer que todo
estuviera bien, y él se resintió por esa aparente traición y
también porque ella parecía tan fuerte cuando él se sentía tan
débil e indefenso.
Por mal que lo hagamos, todos necesitamos sentir que
estamos a cargo de nuestra propia vida. Cuando alguien nos
ayuda, a menudo nos resentimos por el poder y la superioridad
implícitos de esa persona. Más aun, un hombre a menudo
necesita sentirse más fuerte que su pareja para sentirse
sexualmente atraído hacia ella. En este caso, la ayuda que Rita
proporcionó a Bart al llevarlo al hospital dejó en claro lo
enfermo que estaba, y fue así como ese gesto de profundo
123
afecto destruyó, al menos por un tiempo, la atracción sexual de
Bart hacia ella.
Además de este aspecto emocional, aquí puede haber
también un importante factor fisiológico en juego. Cuando un
hombre ha estado ingiriendo alcohol y otras drogas como lo
hacía Bart, y luego deja de hacerlo, a veces debe pasar un año
o más hasta que la química de su cuerpo se corrija y él pueda
responder sexualmente de modo normal. Durante este período
de adaptación física es probable que la pareja del enfermo sufra
dificultad para entender y aceptar la falta de interés de él y su
incapacidad de funcionar sexualmente.
Lo contrario también puede darse. Se puede desarrollar un
impulso sexual excepcionalmente intenso en el adicto
recientemente recuperado, quizá debido a un desequilibrio
hormonal. O bien, la razón puede ser psicológica. Como dijera
un joven que se había abstenido del alcohol y de otras drogas
durante unas semanas: "Ahora el sexo es la única manera de
excitarme." Por tanto, el sexo puede servir como sustituto de
una droga para aliviar la ansiedad que es típica en los
comienzos de la sobriedad.
La recuperación de la adicción y co-adicción es un proceso
extremadamente complejo y delicado para una pareja. Bart y
Rita podrían sobrevivir a esa transición, aunque originalmente
se unieron porque sus respectivas enfermedades de
alcoholismo y co-alcoholismo los atrajeron el uno al otro. Pero
para sobrevivir como pareja en ausencia de una adicción activa,
deben recorrer caminos separados por algún tiempo y
concentrarse cada uno en su propia recuperación. Cada uno
debe mirar hacia adentro y abrazar el yo que tanto se
esforzaron por evitar amándose y bailando el uno con el otro.
GREG: treinta y ocho años; limpio y sobrio durante
catorce años en Drogadictos Anónimos; ahora casado y
con dos hijos, trabaja como asesor de jóvenes
drogadictos.
Nos conocimos un día en el parque. Ella estaba leyendo un
periódico "subterráneo" y yo simplemente daba un paseo. Era
un sábado de verano, alrededor del mediodía, hacía mucho
124
calor y todo estaba en calma.
Yo tenía veintidós años y había dejado la universidad en el
primer año, pero seguía diciendo que iba a regresar. Lo hacía
para que mis padres siguieran enviándome dinero. Ellos no
podían desprenderse de su sueño de que yo terminara los
estudios e iniciara una profesión, por eso me a mantuvieron
durante mucho tiempo.
Alana era bastante gorda; tendría unos veinte kilos de más,
lo cual significaba que no era una amenaza para mí. Como no
era perfecta, no me importaría que me rechazara. Inicié una
conversación con ella sobre lo que estaba leyendo, y fue fácil
desde el comienzo. Ella reía mucho, y eso me hacía sentir que
yo era un tipo encantador. Me habló de Mississippi y de
Alabama, y de marchas con Martin Luther King, y de cómo
había sido eso, trabajando con toda esa gente para cambiar las
cosas.
Yo nunca me había comprometido con nada que no fuera
pasarlo bien. Mi lema era pasarlo bien y seguir adelante, y me
resultaba mucho más fácil pasarlo bien que seguir adelante.
Alana era muy intensa. Dijo que le encantaba estar de vuelta
en California, pero que a veces sentía que no tenía derecho a
estar tan cómoda cuando otras personas estaban sufriendo.
Ese día estuvimos sentados en el parque dos o tres horas,
simplemente conversando, contándonos más y más sobre
quiénes éramos. Después de un rato volvimos a la casa que yo
compartía, para drogarnos, pero cuando llegamos ella tenía
hambre. Se puso a comer y a limpiar la cocina, mientras yo me
drogaba en la sala. Había música y recuerdo que ella salió con
un frasco de manteca de maní, galletas y un cuchillo, y se
sentó muy cerca de mí. No dejábamos de reír. Creo que en ese
momento ambos nos dejamos ver como adictos, con más
claridad que nunca después de ese día. Entonces no había
excusas, sólo conductas. Y ambos estábamos haciendo
exactamente lo que queríamos, y además habíamos encontrado
a alguien que no nos reprendería por ello. Sin decir una
palabra, sabíamos que estaríamos bien juntos.
Después de eso tuvimos muchos buenos momentos, pero
no creo que haya habido otro momento en que todo fuera tan
fácil, en que ambos estuviéramos tan libres de defensas. Los
adictos son gente bastante defensiva.
Recuerdo que solíamos pelear mucho sobre si yo podía
125
hacerle el amor sin estar drogado. Ella estaba segura de que
era repulsiva por su gordura. Cuando yo me drogaba antes de
hacer el amor ella pensaba que tenía que hacerlo para poder
soportarla. En realidad, tenía que drogarme para hacer el amor
con cualquiera. Los dos teníamos una autoestima bastante
escasa. Me resultaba fácil esconderme detrás de su adicción
porque su figura demostraba que había un problema. Mi falta
de motivación y el hecho de que mi vida no iba a ningún lugar
eran menos obvios que aquellos veinte kilos que ella arrastraba
consigo. Entonces estábamos allí, peleando por si yo podía
realmente amarla a pesar de su figura. Me hacía decir que lo
que importaba era quién era ella por adentro, no su aspecto, y
entonces quedábamos en paz por un tiempo.
Ella decía que comía porque era muy infeliz. Yo decía que
me drogaba porque no podía hacerla feliz. En aquella forma
realmente enferma éramos complementos perfectos. Cada uno
tenía una excusa para lo que estaba haciendo.
Sin embargo, la mayor parte del tiempo fingíamos que no
había verdaderos problemas. Después de todo, hay mucha
gente gorda y mucha gente que se droga. Entonces
simplemente ignorábamos toda la cuestión.
Entonces me arrestaron por posesión de drogas peligrosas.
Pasé diez días en la cárcel y mis padres me consiguieron un
estupendo abogado que me llevó al asesoramiento para adictos
como alternativa a un tiempo más prolongado en la cárcel.
Mientras estuve encerrado esos diez días Alana se mudó.
Estaba furioso. Sentía que me había abandonado. De hecho,
peleábamos cada vez más. Al recordarlo me doy cuenta de que
era cada vez más difícil vivir conmigo.
La paranoia que se desarrolla en las personas que toman
drogas durante cualquier lapso había comenzado a afectarme.
Además, casi todo el tiempo estaba drogado o con ganas de
drogarme. Alana había estado tomándolo todo en forma
personal; pensaba que si tan sólo ella fuera diferente yo querría
estar más tiempo con ella en lugar de estar drogado cada
minuto. Pensaba que la estaba eludiendo. ¡Qué diablos, me
estaba eludiendo a mí mismo!
El caso es que ella desapareció durante unos diez meses;
otra manifestación, creo. El consejero a quien consulté insistió
en que fuera a las reuniones de Drogadictos Anónimos. Como
era eso o la cárcel, fui. Allí vi a algunas personas que había
126
conocido en la calle y después de un tiempo comencé a
sospechar que quizá yo tuviera un problema de drogas. Aquella
gente continuaba con su vida y yo seguía drogándome a diario,
todo el día. Entonces dejé de mentir en las reuniones y pedí
ayuda a un tipo a quien tenía en muy buen concepto. El se
convirtió en mi patrocinador en D. A., y yo lo llamaba dos veces
por día, mañana y noche. Eso significaba cambiar todo lo que
yo hacía: amigos, fiestas, todo, pero lo hice. El asesoramiento
también me ayudó, porque aquel consejero sabía todo lo que
iba a pasarme antes que yo, y me lo advertía. De todos modos,
dio resultado, y pude mantenerme lejos de las drogas y del
alcohol.
Alana regresó cuando hacía cuatro meses que yo estaba
limpio y sobrio en D. A., y enseguida volvimos a lo mismo de
antes. Teníamos un juego que jugábamos juntos. El consejero
lo llamaba "connivencia". Era nuestra forma de utilizamos el
uno al otro para sentirnos bien o mal con nosotros mismos y,
por supuesto, para practicar nuestras adicciones. Yo sabía que
si volvía a involucrarme en todo ese tipo de conductas con ella,
volvería a drogarme. Ahora ni siquiera somos amigos.
Simplemente lo nuestro no daba resultado si no podíamos estar
enfermos juntos.
La atracción de Greg hacia Alana.
Greg y Alana compartieron un vínculo poderoso desde el
comienzo. Cada uno de ellos tenía una adicción que gobernaba
su vida, y desde el día en que se conocieron se concentraron en
la adicción del otro para disminuir, en comparación, la
importancia y el poder de la propia. Luego, a lo largo de su
relación, en forma sutil o no tan sutil, intercambiaron el
permiso de permanecer enfermos, aun mientras desaprobaban
la condición del otro. Este es un patrón sumamente común en
las parejas adictivas, sean adictos a la misma sustancia o no.
Utilizan la conducta y los problemas mutuos para evitar
enfrentar la seriedad de su propio deterioro, y cuanto mayor es
ese deterioro, más necesitan a esa pareja para obtener una
distracción, para estar más enfermos, más obsesionados,
menos en control.
Junto con esta dinámica, Alana daba a Greg la impresión de
ser compasiva, de estar dispuesta a sufrir por algo en lo que
127
creía. Eso siempre constituye una atracción magnética para una
persona adictiva, porque la voluntad de sufrir es requisito
previo para una relación con un adicto. Garantiza que el adicto
no será abandonado cuando las cosas, inevitablemente,
comiencen a empeorar. Después de largos meses de amargas
peleas, fue solamente cuando Greg estuvo ausente, cumpliendo
su sentencia en la cárcel, que Alana encontró fuerzas para
dejarlo, aun en forma temporaria. Inevitablemente regresó,
lista para volver a empezar donde habían quedado, como dos
adictos practicantes.
Greg y Alana sólo sabían estar enfermos juntos. Con la
adicción de Alana aún fuera de control, ella sólo podía sentirse
fuerte y sana si Greg se mantenía drogado, tal como él podía
sentir que su uso de las drogas estaba bajo control en
comparación con los festines y el exceso de peso de Alana. La
recuperación de Greg hizo que la falta de recuperación de Alana
fuera demasiado obvia para que pudieran sentirse cómodos.
Ella habría tenido que sabotear la sobriedad de Greg para que
volvieran a un statu quo viable.
ERIK: cuarenta y dos años; divorciado y vuelto a casar.
Hacía un año y medio que estaba divorciado cuando conocí
a Sue. Un instructor de la universidad donde trabajo como
entrenador de fútbol me había convencido de que asistiera a
una fiesta que daba para inaugurar su nueva casa, así que allí
estaba yo, un domingo por la tarde, sentado solo en el
dormitorio principal mirando un partido mientras todos los
demás estaban en la sala disfrutando de la fiesta.
Sue entró a dejar su abrigo y nos saludamos. Salió y ni
media hora después volvió para ver si yo seguía allí. Bromeó un
poco acerca de que yo estaba escondido allí solo con el
televisor, y durante los avisos comerciales conversamos un
poco. Bueno, volvió a irse y regresó con un plato de todo lo
bueno que estaban sirviendo en la fiesta. Entonces la miré
realmente por primera vez y noté lo bonita lo que era. Cuando
terminó el partido me reuní con los demás, pero ella ya se
había marchado. Averigüé que trabajaba parte del tiempo como
instructora en el departamento de inglés, entonces el lunes
128
pasé por su oficina y le pedí que me permitiera retribuirle la
comida que me había llevado.
Aceptó, con la condición de que fuéramos a algún sitio
donde no hubiera televisión, y ambos reímos. Pero en realidad
no era una broma. No sería exagerado decir que, cuando conocí
a Sue, el deporte era mi vida entera. Eso es lo que tienen los
deportes. Si uno quiere, puede dedicarles toda su atención y no
tener más tiempo para otra cosa. Yo corría todos los días. Me
entrenaba para las maratones, entrenaba a mis jugadores y
viajaba con ellos a los partidos, seguía los deportes en
televisión, me ejercitaba.
Pero también me sentía solo, y Sue era muy atractiva.
Desde el comienzo me prestó mucha atención cuando yo la
necesitaba, y no interfirió con lo que yo quería o necesitaba a
hacer. Ella tenía un hijo, Tim, de seis años que me caía bien.
Su ex esposo vivía en otro estado y rara vez veía al niño, de
modo que fue fácil hacerme amigo de Tim. Yo notaba que Tim
quería tener un hombre cerca.
Sue y yo nos casamos un año después de conocernos, pero
pronto las cosas comenzaron a andar mal. Ella se quejaba de
que nunca les prestaba atención a ella ni a Tim, que siempre
estaba fuera de casa y que lo único que me importaba era
mirar los deportes por televisión. Yo me quejaba de que lo
único que ella hacía era fastidiarme y que desde el día en que
me conoció sabía cómo era yo. Si no le gustaba, ¿qué estaba
haciendo allí? Gran parte del tiempo estaba enojado con Sue,
pero por alguna razón no podía enojarme también con Tim, y
sabía que la forma en que ella y yo peleábamos lo lastimaba. Si
bien en aquel tiempo yo nunca lo admitía, Sue estaba en lo
cierto. Estaba eludiéndolos a ella y a Tim. Los deportes me
daban algo que hacer, algo de qué hablar y en qué pensar y
eran un tema inofensivo y cómodo. Yo había crecido en una
familia donde el único tema que se podía tratar con mi padre
era el deporte; era la única forma de obtener su atención. Eso
era casi lo único que yo sabía acerca de ser hombre.
Bueno, Sue y yo estábamos casi a punto de separarnos;
peleábamos mucho. Cuanto más me presionaba ella, más la
eludía y me refugiaba en mis carreras, en los juegos de pelota
o en lo que fuese. Un domingo por la tarde estaba mirando un
partido muy importante cuando sonó el teléfono. Sue había
salido con Tim, y recuerdo lo molesto que me sentí por la
129
interrupción, por tener que levantarme y dejar el televisor. La
llamada era de mi hermano, para decirme que mi padre había
sufrido un ataque cardíaco y que había muerto.
Fui al funeral sin Sue. Estábamos peleando tanto que quise
ir solo, y me alegro de que así fuera. Regresar allí me cambió la
vida. Allí estaba yo, en el funeral de mi padre, sin haber podido
jamás hablar con él y al borde de mi segundo divorcio porque
tampoco sabía relacionarme con mi esposa. Sentí que estaba
perdiendo mucho, y no podía entender por qué todo eso me
estaba pasando a mí. Yo era un buen tipo, trabajaba mucho y
nunca hacía daño a nadie. Sentí pena por mí y me sentí
totalmente solo.
Volví del funeral con mi hermano menor. El no podía dejar
de llorar. No dejaba de hablar de lo tarde que era ya, de que
nunca estaría cerca de nuestro padre. Después, en la casa,
todos hablaban de papá, como siempre después de un funeral,
y hacían bromas sobre él y los deportes, cuánto le habían
gustado y cómo siempre los miraba. Mi cuñado, tratando de ser
gracioso, dijo: "¿Saben? Es la primera vez que vengo a esta
casa y el televisor no está encendido ni él mirando un juego."
Miré a mi hermano y se puso a llorar otra vez, no con tristeza
sino con amargura. De pronto vi lo que mi padre había hecho
toda su vida y lo que yo también estaba haciendo. Igual que él,
yo no dejaba que nadie se acercara a mí, que me conociera,
que hablara conmigo. El televisor era mi armadura.
Seguí a mi hermano afuera y fuimos juntos en automóvil
hasta el lago. Estuvimos sentados allí mucho tiempo. Mientras
lo escuchaba hablar de todo el tiempo que había estado
esperando que papá le prestara atención, empecé a verme de
verdad por primera vez, y me di cuenta de lo mucho que había
llegado a parecerme a mi padre. Pensé en mi hijastro, Tim, que
siempre estaba esperando como un cachorrito triste un poco de
mi tiempo y mi atención, y en cómo yo me había mantenido
demasiado ocupado para él y su madre.
En el avión, de regreso a casa, estuve pensando en lo que
quería que dijera la gente sobre mí cuando yo muriera, y eso
me ayudó a ver lo que tenía que hacer. De vuelta en casa con
Sue, hablé con sinceridad, tal vez por primera vez en toda mi
vida. Lloramos juntos y llamamos a Tim para que estuviera con
nosotros, y él también lloró.
Después de eso, todo fue maravilloso por un tiempo.
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Hacíamos cosas juntos, salíamos a pasear en bicicleta e íbamos
de picnic con Tim. Salíamos y recibíamos a nuestros amigos.
Me costaba alejarme de toda la cuestión deportiva, pero tuve
que dejarla casi por completo para poder ver todo en
perspectiva. Realmente deseaba estar cerca de la gente a quien
quería, no morir y dejar en la gente sentimientos como los que
había dejado mi padre.
Pero resultó ser más difícil para Sue que para mí. Cuando
pasaron un par de meses, me dijo que pensaba tomar un
empleo de tiempo parcial los fines de semana. Yo no podía
creerlo. Ese era el tiempo que teníamos para estar juntos.
Ahora todo se revertía: ¡ella estaba escapando de mí! Ambos
llegamos a un acuerdo de buscar ayuda.
En el asesoramiento Sue admitió que todo nuestro
compañerismo de los últimos tiempos la había vuelto loca, que
sentía que no sabía hacerlo, que no sabía estar conmigo. Los
dos hablamos de lo difícil que es estar realmente con otra
persona. Si bien me había fastidiado con mi antiguo
comportamiento, ahora se sentía incómoda cuando le prestaba
atención. No estaba acostumbrada a eso. En todo caso, su
familia había sido peor que la mía en cuestiones de atención y
afecto. Su padre, capitán de un barco, nunca estaba en casa, y
a su madre le agradaba eso. Sue había crecido sola, siempre
con deseos de estar con alguien, pero, al igual que yo, no sabía
cómo hacerlo.
Permanecimos un tiempo en asesoramiento, y por
sugerencia del terapeuta ingresamos a la Asociación de
Padrastros y Hermanastros. A medida que Tim y yo estábamos
cada vez más unidos, a Sue le costaba dejar que yo lo
disciplinara. Se sentía excluida y como si estuviera perdiendo el
control sobre él. Pero yo sabía que tenía que establecer mis
propios límites con Tim para que él y yo realmente pudiéramos
tener una relación.
El hecho de estar en esa asociación me ayudó más que
cualquier otra cosa. Tenían reuniones grupales para familias
como la nuestra. Para mí fue estupendo escuchar a otros
hombres que luchaban con sus sentimientos. Me ayudó a hablar
de los míos con Sue.
Aún estamos hablando y seguimos juntos, aprendiendo a
estar unidos y a confiar el uno en el otro. Ninguno de los dos lo
131
hace tan bien como quisiera, pero no dejamos de practicar. Es
un juego muy nuevo para los dos.
La atracción de Erik hacia Sue.
Erik, solo en su aislamiento impuesto por él mismo,
anhelaba que lo amaran y se preocuparan por él sin tener que
arriesgarse a la intimidad. Cuando Sue se acercó a él el día en
que se conocieron, señalando en forma tácita su aceptación del
medio principal de Erik para evitar a la gente, su obsesión con
los deportes, Erik se preguntó si no habría encontrado
realmente a su mujer ideal; alguien que lo quisiera y, al mismo
tiempo, lo dejara en paz. Si bien Sue se quejó con sutileza por
su falta de atención al sugerir que en su primera cita no
hubiese televisión, él siguió suponiendo que ella tenía un alto
grado de tolerancia para la distancia. De no ser así, ella lo
habría evitado desde el comienzo.
En realidad, la evidente falta de experiencia social de Erik y
su incapacidad de relacionarse emocionalmente fueron
elementos atractivos para Sue. Su torpeza hacía que lo
estimara y, al mismo tiempo, le aseguraba que él no podría
buscar otras personas, inclusive otras mujeres, y eso era
importante. Sue, al igual que tantas otras mujeres que aman
demasiado, sentía un profundo temor al abandono. Era mejor
estar con alguien que no satisfacía del todo sus necesidades
pero a quien no perdería, que estar con alguien más cariñoso y
a quien ella pudiera amar más, que podría dejarla por otra
persona.
Además, el aislamiento social de Erik le proporcionaba algo
que hacer: tender un puente sobre el abismo que se extendía
entre él y las demás personas. Ella podía interpretarlo, a él y a
su idiosincrasia, para el resto del mundo, y atribuir a la timidez
más que a la indiferencia su retiro del contacto social. En otras
palabras, él la necesitaba.
Sue, por otra parte, se exponía a una situación que sería
una réplica de todos los peores aspectos de su niñez: la
soledad, la espera por amor y atención, el profundo desencanto
y, finalmente, la furiosa desesperación. Al tratar de obligar a
Erik a cambiar, su conducta no hizo más que confirmar los
temores que sentía Erik de las relaciones e hizo que él se
132
apartara más aun.
Pero Erik cambió en forma drástica, debido a una serie de
acontecimientos profundamente conmovedores en su vida. Se
volvió dispuesto a enfrentar a su dragón, el miedo a la
intimidad, a fin de evitar convertirse en otra versión de su
padre frío e intratable. El hecho de que se identificara tanto con
el pequeño y solitario Tim fue un factor importante en su
compromiso de cambiar. Pero ese cambio en él impuso un
cambio en cada miembro de la familia. Sue, catapultada de ser
ignorada y evitada a ser buscada y cortejada, se vio obligada a
enfrentar su propia incomodidad con el hecho real de recibir la
atención afectuosa que anhelaba. Para Sue y Erik habría sido
fácil detenerse en ese punto, con la situación invertida y el
perseguidor perseguido, quien antes evitaba ahora era evitado.
Simplemente podrían haber intercambiado sus roles, mantenido
sus distancias y su nivel de comodidad. Pero tuvieron el coraje
de mirar en mayor profundidad, y luego de intentar, con la
ayuda de la terapia y el apoyo de un grupo comprensivo y
empático, arriesgarse a unirse realmente como pareja y, con
Tim, como familia.
No hay forma de exagerar la importancia de los encuentros
iniciales para todos nosotros. Como terapeuta, el impacto que
me produce un nuevo paciente me proporciona parte de la
información más importante que recibiré de esa persona. A
través de lo que se dice y de lo que queda sin decirse, y de
todo lo que revela el aspecto físico -postura, aseo, expresión
facial, modales y gestos, tono de voz, contacto visual o su falta,
actitud y estilo- recibo una abundancia de información sobre la
forma en que ese paciente opera en el mundo, en particular
bajo tensión. Todo contribuye a obtener una impresión fuerte e
innegablemente subjetiva, que me proporciona una sensación
intuitiva de cómo será trabajar con esa persona en la relación
terapéutica.
Mientras que yo, como terapeuta, trato de evaluar en forma
muy consciente el enfoque de vida de mi paciente, cuando se
conocen dos personas se produce un proceso muy similar,
aunque menos deliberado y consciente. Cada uno trata de
responder algunas preguntas acerca del otro, sobre la base de
la cantidad de información que se telegrafía automáticamente
durante esos primeros instantes juntos. Las preguntas que se
formulan en silencio son, por lo general, muy simples: ¿Eres
133
alguien con quien tengo algo en común? ¿Puedo beneficiarme
de alguna manera al cultivar una amistad contigo? ¿Es divertido
estar contigo?
Pero a menudo se formulan otras preguntas, que dependen
de quiénes sean esas personas y de lo que deseen. Para todas
las mujeres que aman demasiado, hay preguntas más fuertes
detrás de las obvias, racionales y prácticas, preguntas que
todas nos esforzamos por responder porque provienen de lo
profundo de nuestro interior.
"¿Me necesitas?", pregunta en secreto la mujer que ama
demasiado.
"¿Me cuidarás y solucionarás mis problemas?", es la muda
interrogación que subyace a las palabras del hombre que la
elegiría como pareja.
CAPITULO 7
La Bella y la Bestia
"Hay muchos hombres", dijo la Bella,
"que son peores monstruos que tú, y
yo te prefiero a pesar de tu aspecto. "
La Bella y la Bestia
En las historias de los dos capítulos anteriores, las mujeres
expresaban de manera uniforme una necesidad, de ser útiles,
de ayudar a los hombres con quienes se relacionaban. En
efecto, la oportunidad de ayudar a esos hombres constituía el
ingrediente principal de la atracción que sentían. Los hombres,
134
a su vez, indicaban que habían estado buscando a alguien que
pudiera ayudarlos, que pudiera controlar su comportamiento,
hacerlos sentir a salvo, o "salvarlos"': alguien que fuera, en las
palabras de uno de mis pacientes, la "mujer de blanco".
Este tema central de las mujeres que redimen a los
hombres a través del don de su amor desinteresado, perfecto,
que todo lo acepta, no es de ningún modo una idea moderna.
Los cuentos de hadas, que representan tan bien las lecciones
de la cultura que los crea y perpetúa, han venido ofreciendo
desde hace siglos versiones de este drama. En La Bella y la
Bestia, una joven bella e inocente conoce a un monstruo
repulsivo y aterrador. Para salvar a su familia de la ira del
monstruo, la joven acepta vivir con él. Al llegar a conocerlo, a
la larga vence su odio inicial y, finalmente, llega a amarlo, a
pesar de su personalidad animal. Cuando eso sucede, claro
está, se produce un milagro: él queda liberado de su aspecto
bestial y recupera su forma, no sólo humana, sino también
principesca. El príncipe recuperado los pasa a ser su pareja
agradecida y adecuada. De esta manera, el amor de la joven y
su aceptación del monstruo se ven pagados con creces cuando
ella asume su lugar apropiado junto a él, para compartir una
vida de dicha y buenaventura.
La Bella y la Bestia, al igual que todos los cuentos de
hadas que han perdurado a través de siglos de ser contados de
una y otra vez, encarna una profunda verdad espiritual en el
contexto de una historia irresistible. Las verdades espirituales
son muy difíciles de comprender y más difíciles aun de poner en
práctica porque a menudo van en contra de los valores
contemporáneos. Por lo tanto, hay una tendencia a interpretar
los cuentos de hadas en una forma que refuerce la tendencia
cultural. Al hacerlo, es fácil pasar por alto su significado más
profundo. Más adelante analizaremos la profunda lección
espiritual que tiene para nosotros La Bella y la Bestia. Pero
primero debemos examinar la tendencia cultural que este
cuento de hadas parece acentuar: el hecho de que una mujer
puede cambiar a un hombre si lo ama lo suficiente.
Esta creencia, tan poderosa, tan generalizada, se infiltra
hasta el centro de nuestras psiquis individuales y grupales. En
nuestra forma diaria de hablar y de actuar se ve reflejada la
tácita suposición cultural de que podemos cambiar a alguien,
135
para mejor, mediante la fuerza de nuestro amor y de que, si
somos mujeres, es nuestro deber hacerlo. Cuando alguien a
quien queremos no actúa ni siente como nosotras desearíamos,
buscamos maneras de intentar cambiar la conducta o el ánimo
de esa persona, por lo general, con la bendición de otros que
nos dan consejos y aliento en nuestros esfuerzos (" ¿Has
probado...?"). Las sugerencias pueden ser tan contradictorias
como numerosas, pero pocos amigos y parientes pueden
resistirse a la tentación de hacerlas. Todos se concentran en
ayudar. Incluso los medios de comunicación entran en escena,
no sólo reflejando este sistema de creencias sino además, con
su influencia, reforzándolo y perpetuándolo mientras continúan
delegando el trabajo a las mujeres. Por ejemplo, tanto las
revistas para mujeres como ciertas publicaciones de interés
general siempre parecen publicar artículos del tipo "Cómo
ayudar a su hombre a ser más...", mientras que en las revistas
para hombres los correspondientes artículos sobre "Cómo
ayudar a su mujer a ser más..." virtualmente no existen.
Y las mujeres compramos esas revistas y tratamos de
seguir su consejo, con la esperanza de ayudar al hombre de
nuestra vida a convertirse en lo que queremos y necesitamos
que sea.
¿Por qué a las mujeres nos atrae tan profundamente la idea
de convertir a alguien infeliz, enfermo o peor en nuestra pareja
perfecta? ¿Por qué es un concepto tan atractivo, tan
perdurable?
Para algunos, la respuesta parecería obvia: la ética judeocristiana encarna el concepto de ayudar a aquellos que son
menos afortunados que nosotros. Nos enseñan que es nuestro
deber responder con compasión y generosidad cuando alguien
tiene un problema. No juzgar sino ayudar: ésa parece ser
nuestra obligación moral.
Lamentablemente, estos motivos virtuosos de ninguna
manera explican por completo el comportamiento de millones
de mujeres que eligen como pareja a hombres que son crueles,
indiferentes, abusivos, emocionalmente inaccesibles, adictos, o
incapaces por alguna otra razón de ser cariñosos y de
interesarse por ellas. Las mujeres que aman demasiado hacen
esas elecciones impulsadas por una necesidad de controlar a
quienes están más cerca de ellas. Esa necesidad de controlar a
136
otros se origina en la niñez, durante la cual se experimentan
muchas emociones abrumadoras: miedo, furia, insoportable
tensión, culpa, vergüenza, pena por otros y por uno mismo.
Una niña que creciera en un ambiente así sería afectada por
esas emociones hasta el punto de ser incapaz de funcionar a
menos que desarrollara formas de protegerse. Siempre, sus
herramientas de autoprotección incluyen un poderoso
mecanismo de defensa, la negación, y una igualmente poderosa
motivación subconsciente, el control. Todos empleamos
inconscientemente mecanismos de defensa tales como la
negación a lo largo de nuestra vida, a veces por cuestiones
bastante triviales y otras veces por asuntos y acontecimientos
importantes. De otro modo, tendríamos que enfrentar hechos
acerca de quiénes somos y lo que pensamos y sentimos que no
concuerdan con nuestra imagen idealizada de nosotros mismos
y de nuestras circunstancias. El mecanismo de negación resulta
especialmente útil para ignorar información con la que no
queremos tratar. Por ejemplo, el no advertir (negar) cuánto
está creciendo un hijo puede ser una manera de evitar
sentimientos relacionados con el abandono del hogar por parte
de ese hijo. O el no ver ni sentir (negar) el aumento de peso
que se refleja tanto en el espejo como en la ropa ajustada
puede permitir que sigamos deleitándonos con nuestras
comidas favoritas.
Se puede definir a la negación como el hecho de rehusarse
a admitir la realidad en dos niveles: en el nivel de lo que está
sucediendo en realidad, y en el nivel de los sentimientos.
Examinemos la forma en que la negación ayuda a preparar a
una niñita para crecer y convertirse en una mujer que ama
demasiado. Cuando niña puede, por ejemplo, tener un
progenitor que rara vez esté en casa por las noches debido a
aventuras extramatrimoniales. Al decirse ella misma, o al
decirle otros miembros de la familia, que ese progenitor está
"trabajando", ella niega que haya problemas entre sus padres o
que esté sucediendo algo anormal. Eso evita que sienta miedo
por la estabilidad de su familia y por su propio bienestar.
Además, ella se dice que ese progenitor está trabajando
mucho, lo cual despierta compasión en lugar de la ira y la
vergüenza que sentiría si enfrentara la realidad. De esa
manera, niega tanto la realidad como sus sentimientos con
respecto a esa realidad, y crea una fantasía con la que le
137
resulta más fácil vivir. Con la práctica, adquiere mucha
habilidad para protegerse del dolor en esa forma, pero al
mismo tiempo pierde la capacidad de elegir libremente lo que
hace. Su negación obra en forma automática, involuntaria.
En una familia disfuncional siempre hay una negación
compartida de la realidad. Por serios que sean los problemas, la
familia no se vuelve disfuncional a menos que se produzca la
negación. Más aun, si algún miembro de la familia intentara
librarse de esa negación, por ejemplo describiendo la situación
familiar en términos precisos, el resto de la familia se resistiría
con fuerza a esa percepción. A menudo se utiliza el ridículo
para poner a esa persona en su lugar, o, si eso fallara, el
miembro renegado de la familia es excluido del círculo de
aceptación, afecto y actividad,
Nadie que utilice el mecanismo de defensa de la negación
hace una elección consciente de excluir la realidad, de usar
anteojeras a fin de dejar de registrar con precisión lo que dicen
y hacen los demás, como nadie en quien opere la negación
decide dejar de sentir sus propias emociones. Simplemente
"sucede" a medida que el yo, en su lucha por proporcionar
protección contra los miedos, las cargas y los conflictos
abrumadores, cancela la información que resulta demasiado
problemática.
Es posible que una niña cuyos padres pelean con frecuencia
invite a una amiga a pasar la noche en su casa. Durante la
visita de su amiga, ambas niñas despiertan por la noche debido
a las fuertes discusiones de los padres. La visitante susurra:
"Oye, qué ruidosos son tus padres. ¿Por qué gritan así?"
La hija, avergonzada, que ha permanecido despierta
durante muchas de esas peleas, responde vagamente: "No lo
sé", y luego permanece allí, angustiada e incómoda, mientras
los gritos continúan. La pequeña invitada no tiene idea de por
qué su amiga comienza a evitarla de allí en adelante.
La hija rechaza a su invitada porque ésta fue testigo del
secreto familiar, y por lo tanto le recuerda lo que ella preferiría
negar. Los hechos embarazosos como la pelea de los padres
durante esa visita son tan dolorosos que la hija se siente
mucho más cómoda negando la verdad, y de esa manera evita,
cada vez con más asiduidad, cualquier cosa o cualquier persona
que amenace desmantelar su defensa contra el dolor. No quiere
sentir su vergüenza, su miedo, su ira, desamparo, pánico,
138
desesperación, pena, resentimiento, hastío. Pero debido a que
esas emociones fuertes y conflictivas son aquello contra lo que
ella tendría que luchar si se permitiera sentir algo, prefiere no
sentir nada. Esta es la fuente de su necesidad de controlar a las
personas y los acontecimientos de su vida. Al controlar lo que
sucede a su alrededor, trata de crear para sí misma una
sensación de seguridad. Nada de conmociones, nada de
sorpresas, nada de sentimientos.
Cualquier persona que se encuentre en una situación
incómoda trata de controlarla, en la medida en que le sea
posible. Esta reacción natural se exagera en los miembros de
una familia enferma porque hay mucho dolor. Recuerde la
historia de Lisa, cuando sus padres la presionaban para que
obtuviera mejores calificaciones en la escuela: había cierta
esperanza realista de que sus calificaciones podían ser mejores,
pero poca oportunidad de modificar la conducta alcohólica de su
madre; por eso, en vez de enfrentar las devastadoras
implicaciones de la impotencia familiar ante el alcoholismo de la
madre, prefirieron creer que la vida de la familia mejoraría
siempre y cuando Lisa se desempeñara mejor en la escuela .
Recuerde también que Lisa se esforzaba por mejorar
(controlar) la situación "siendo buena". Su buena conducta no
era, de ningún modo, una expresión sana de su deleite con su
familia y por estar viva. Todo lo contrario. Cada tarea que
realizaba en su casa sin que se lo pidieran representaba un
intento
desesperado
de
rectificar
las
insoportables
circunstancias de la familia, por las cuales ella, de niña, se
sentía responsable.
Es inevitable que los hijos carguen con un sentimiento de
culpa por problemas graves que afectan a su familia. Eso se
debe a que, a través de sus fantasías de omnipotencia, creen
que son la causa de las circunstancias familiares y que tienen el
poder de modificarlas, para bien o para mal. Al igual que Lisa,
muchos hijos infortunados reciben activamente la culpa, por
parte de los padres o de otros miembros de la familia, por
problemas sobre los cuales los niños no tienen control. Pero
aun sin la acusación verbal de otros, un niño asume una gran
parte de la responsabilidad por los problemas de su familia.
Para nosotros no resulta fácil ni cómodo considerar que el
comportamiento desinteresado, el "ser bueno" y los esfuerzos
por ayudar pueden ser en realidad intentos de controlar, y que
139
no tienen motivaciones altruistas. Yo vi esta dinámica
representada en forma sencilla y sucinta en el cartel ubicado en
la puerta de una agencia donde trabajé una vez. Mostraba un
círculo en dos tonos, cuya parte superior era un sol naciente
amarillo y brillante y cuya parte inferior estaba pintada de
negro. El cartel decía: "La ayuda es el lado soleado del control".
Servía para recordamos a los terapeutas y a nuestros pacientes
que debemos analizar constantemente los motivos que hay
detrás de nuestra necesidad de cambiar a los demás.
Cuando los esfuerzos por ayudar provienen de personas
con antecedentes desdichados, o que están atravesando
relaciones llenas de tensiones, siempre hay que sospechar la
necesidad de controlar. Cuando hacemos por otro lo que él
mismo puede hacer, cuando planeamos el futuro o las
actividades diarias de otro, cuando sugerimos, aconsejamos,
recordamos, advertimos o tratamos de persuadir con halagos a
alguien que no es una criatura, cuando no podemos soportar
que esa persona enfrente las consecuencias de sus actos y por
eso tratamos de cambiar sus actos o prevenir las consecuencias
de los mismos: eso es controlar. Nuestra esperanza es que si
podemos controlar a esa persona, entonces podemos controlar
nuestros sentimientos en los aspectos en que nuestra vida se
une a la suya. Y, por supuesto, cuanto más nos esforzamos por
controlarlo, menos podemos hacerlo. Pero no podemos
detenernos.
Una mujer que habitualmente practica la negación y el
control se verá atraída a situaciones que exijan esas
características. La negación, al mantenerla fuera de contacto
con la realidad de sus circunstancias y de sus sentimientos
respecto de esas circunstancias, la llevará a relaciones cargadas
de dificultad. Entonces ella empleará toda su habilidad para
ayudar/controlar a fin de hacer que la situación sea más
tolerable, negando todo el tiempo lo grave que es en realidad.
La negación alimenta la necesidad de controlar, y el inevitable
fracaso en los intentos de controlar alimenta la necesidad de
negar.
Esta dinámica se ve ilustrada en las siguientes historias.
Estas mujeres han ganado una buena medida de discernimiento
en su conducta mediante la terapia y, cuando fue apropiado
debido a la naturaleza de sus problemas, por medio del
contacto con otros grupos de apoyo. Han podido reconocer su
140
patrón de querer ayudar como lo qué realmente era: un intento
con motivaciones subconscientes de negar su propio dolor
controlando a quienes tenían más cerca. La intensidad del
deseo de cada mujer de ayudar a su pareja es un indicio de que
se trata más de una necesidad que de una elección.
CONNIE: treinta y dos años; divorciada, con un hijo de
once años.
Antes de la terapia yo no podía recordar una sola cuestión
por la que mis padres pelearan. Lo único que podía recordar era
que peleaban constantemente. Todos los días, en todas las
comidas, casi a cada minuto. Se criticaban, estaban en
desacuerdo y se insultaban, mientras mi hermano y yo
mirábamos. Papá se quedaba en su trabajo, o donde fuera,
todo el tiempo que podía, pero tarde o temprano tenía que
volver a casa, y entonces todo empezaba otra vez. Mi rol en
todo esto era, en primer lugar, fingir que no pasaba nada malo,
y segundo, tratar de distraer a uno de ellos o a ambos
entreteniéndolos. Yo sacudía la cabeza, les mostraba una
amplia sonrisa y hacía un chiste o cualquier tontería que se me
ocurriera para captar su atención. En realidad, por adentro
estaba muerta de miedo, pero el miedo me impedía actuar con
sensatez. Por eso hacía payasadas y chistes, y pronto el ser
simpática se convirtió en un trabajo de tiempo completo.
Practiqué tanto en casa que después de un tiempo empecé a
actuar así también en otros lugares. Siempre mejoraba mi
actuación. Básicamente, consistía en esto: si había algo malo lo
ignoraba, y al mismo tiempo trataba de disimularlo. Esta última
oración resume lo que sucedió en mi matrimonio.
Conocí a Kenneth junto a la piscina de mi apartamento a
los veinte años. Estaba muy bronceado, y era muy apuesto. El
hecho de que, poco después de conocerme, tuviese suficiente
interés como para querer vivir conmigo me hizo sentir que nos
esperaba un gran futuro. Además, él era tan alegre como yo,
así que pensé que teníamos todos los ingredientes para ser
felices juntos.
Kenneth era un poco impreciso, un poco indeciso con
respecto a su carrera, sobre lo que quería hacer con su vida, y
en ese aspecto le di mucho aliento. Estaba segura de que lo
141
estaba ayudando a florecer, que le daba el apoyo y la dirección
que necesitaba. Yo tomé todas las decisiones que nos
concernían como pareja desde el comienzo, pero aun así, él
hacía lo que quería. Me sentía fuerte y él se sentía libre de
apoyarse en mí. Creo que era exactamente lo que ambos
necesitábamos.
Hacía tres o cuatro meses que vivíamos juntos cuando una
vieja amiga suya del trabajo lo llamó a casa. Se sorprendió
mucho al enterarse de que yo estaba viviendo con Kenneth. Me
dijo que él nunca le había mencionado que anduviera con
alguien, aunque la veía al menos dos o tres veces por semana
en el trabajo. Todo esto salió a la luz cuando ella trataba de
disculparse por haber llamado. Bueno, eso me conmocionó un
poco, e interrogué a Kenneth al respecto. Me dijo que no le
había parecido importante contárselo. Recuerdo el miedo y el
dolor que sentí entonces, pero sólo me sentí así por un
momento. Luego oculté esos sentimientos y me mostré muy
intelectual. Veía sólo dos opciones: podía pelear con él o dejar
pasar la cuestión sin esperar que él viera las cosas a mi modo.
Elegí la segunda, sin dudarlo, y bromeé sobre el asunto. Me
había prometido a mí misma que nunca, jamás, pelearía como
lo habían hecho mis padres. De hecho, la idea de enfadarme
literalmente me daba náuseas. Dado que, de niña, había estado
tan ocupada entreteniendo a todos, evitaba sentir emociones
fuertes. A esa altura las discusiones violentas me asustaban de
verdad, me hacían perder el equilibrio. Además, me gustaba
mantener las cosas en calma, por eso acepté lo que decía
Kenneth y sepulté mis dudas con respecto a la sinceridad de su
compromiso conmigo. Nos casamos unos meses después.
Doce años más tarde, por sugerencia de una amiga del
trabajo, me encontré un día en el consultorio de una terapeuta.
Yo pensaba que aún tenía control sobre mi vida, pero mi amiga
había dicho que estaba preocupada por mí e insistió en que
consultara a un especialista.
Kenneth y yo habíamos estado casados esos doce años y
yo creía que habíamos sido muy felices, pero ahora estábamos
separados por iniciativa mía. La terapeuta me interrogó. ¿Qué
había salido mal? Hablé de muchas cosas distintas, y en medio
de mi divagación mencioné que él no volvía a casa por las
noches, al principio una o dos veces por semana, luego tres o
cuatro veces por semana y, finalmente, durante los últimos
142
cinco años, seis de cada siete noches. Finalmente le dije que
parecía que en realidad él deseaba estar en otra parte, así que
tal vez sería mejor que se mudara.
La terapeuta me preguntó si sabía dónde había estado él
todas esas noches, y le respondí que no lo sabía, que nunca se
lo había preguntado. Recuerdo cuánto se sorprendió. “¿Todas
esas noches en todos esos años y nunca se lo preguntó?" Le
dije que no, nunca, que yo pensaba que las parejas casadas
tenían que proporcionarse espacio mutuo. Lo que hacía, sin
embargo, era hablar con él respecto de que debería pasar más
tiempo con nuestro hijo, Thad. El siempre estaba de acuerdo
conmigo, y después se iba de todos modos por la noche y tal
vez, de vez en cuando, venía con nosotros para hacer algo
juntos los domingos. Yo prefería verlo como alguien no muy
inteligente, que necesitaba aquellos interminables sermones
que yo le daba para mantenerlo un poco en la senda de un
buen padre. Nunca pude admitir que él estaba haciendo
exactamente lo que quería y que yo no podría cambiarlo. En
realidad, las cosas empeoraron con los años, a pesar de lo
perfecta que yo trataba de que fuera mi conducta. Durante
aquella primera sesión, la terapeuta me preguntó qué pensaba
yo que había estado haciendo Kenneth cuando no estaba en
casa. Eso me irritó. Simplemente no quería pensar en ello,
porque si lo hacía, podría lastimarme.
Ahora sé que Kenneth era incapaz de estar con una sola
mujer, aunque le gustaba la seguridad de una relación estable.
Me había dado miles de indicios de ese comportamiento tanto
antes del matrimonio como después: en los picnics en grupo,
cuando desaparecía durante horas, o en las fiestas, cuando se
ponía a hablar con alguna mujer y después desaparecían
juntos, sin siquiera pensar en lo que yo estaba haciendo en
esas situaciones. Por mi parte yo usaba mi encanto para
distraer a la gente de lo que estaba pasando y para demostrar
lo buena jugadora que era... y quizá para demostrar que era
digna de ser amada, no alguien de quien un novio o un esposo
querrían alejarse si pudieran.
Me llevó mucho tiempo de terapia poder recordar que el
problema en el matrimonio de mis padres también habían sido
otras mujeres. Sus peleas se habían debido a que mi padre
salía y no volvía a casa, y mi madre, si bien no lo decía
directamente, insinuaba que él le era infiel y luego lo regañaba
143
porque nos dejaba de lado. Yo pensaba que ella lo alejaba, y
decidí en forma muy consciente que nunca me comportaría
como ella. Por eso me contenía y siempre sonreía. Eso fue lo
que me llevó a la terapia. Yo seguía sonriendo el día siguiente a
aquel en que mi hijo de nueve años trató de suicidarse. Lo dejé
pasar como un chiste, y eso fue lo que alarmó realmente a mi
amiga del trabajo. Yo había tenido por mucho tiempo la
convicción de que si me mostraba agradable y nunca me
enfadaba, todo saldría bien.
El hecho de ver a Kenneth como alguien no muy inteligente
también ayudó. Yo lo sermoneaba y trataba de organizar su
vida, lo que para él quizá fuera un precio bajo a cambio de
tener a alguien que cocinara y limpiara mientras él hacía
exactamente lo que quería, sin preguntas de por medio.
Era tanta la profundidad de mi negación de que algo
andaba mal que no pude librarme de ella hasta que busqué
ayuda. Mi hijo era sumamente infeliz, y yo simplemente me
resistía a admitirlo. Trataba de hablar con él para convencerlo
de que todo estaba bien, bromeaba al respecto, lo que tal vez
lo hacía sentirse peor. También me rehusaba a admitir que algo
andaba mal ante la gente que nos conocía. Kenneth estuvo
fuera de casa por seis meses y yo seguía sin decir a nadie que
estábamos separados, lo que también hacía las cosas más
difíciles para mi hijo. El también tenía que guardar el secreto y
ocultar el dolor que sentía por todo eso. Como yo no quería
hablar del tema con nadie, tampoco dejaba que él lo hiciera. No
veía con cuánta desesperación él necesitaba revelar el secreto.
La terapeuta realmente me impulsó a empezar a decir a la
gente que mi matrimonio perfecto había terminado. Me costó
muchísimo admitirlo. Creo que el intento de suicidio de Thad
fue simplemente su manera de decir: "¡Oigan todos! ¡Sí hay
algo que anda mal!"
Bueno, ahora nos va mejor. Thad y yo seguimos en terapia
juntos y por separado, aprendiendo a hablamos y a sentir lo
que sentimos. En mi terapia ha habido una regla que me
prohíbe hacer bromas sobre cualquier cosa que surja durante la
sesión. Me resulta muy difícil renunciar a esa defensa y sentir lo
que me sucede cuando lo hago, pero lo estoy haciendo mucho
mejor. Cuando tengo alguna cita a veces pienso cómo me
necesitan este hombre o aquél para enderezar algunos
pequeños detalles de su vida, pero sé que no debo pensar en
144
eso por mucho tiempo. Últimamente, los únicos chistes que me
permiten hacer en la terapia son algunas referencias muy
ocasionales a esos breves impulsos enfermizos de "ayudar". Me
hace sentir bien reír de lo enfermiza que ha sido esa conducta,
en lugar de reír para disimular todo lo que ha estado mal.
Al principio, Connie utilizó el humor para distraerse a sí
misma y a sus padres de la amenazadora realidad de su
relación inestable. Empleando todo su encanto y su astucia,
podía desviar la atención de ellos hacia ella y detener así las
peleas, al menos en forma temporaria. Cada vez que ocurría
eso, ella hacía las veces de pegamento que unía a aquellos dos
combatientes, asumiendo toda la responsabilidad que implicaba
ese rol. Esas interacciones generaron su necesidad de controlar
a los demás a fin de sentirse a salvo, y ella ejercía ese control
distrayéndolos con el humor. Aprendió a ser sumamente
sensible a las señales de ira y hostilidad en aquellos que la
rodeaban, y a desviar tales expresiones con alguna ocurrencia
oportuna o una sonrisa que los desarmaba.
Connie tenía una doble causa para negar sus sentimientos:
primero, la idea de la potencial ruptura entre sus padres la
asustaba demasiado como para soportarla; y en segundo lugar,
cualquier emoción por su parte sólo lograría empeorar la
situación. Pronto, llegó a negar sus sentimientos en forma
automática, tal como buscaba manipular y controlar
automáticamente a quienes la rodeaban. Su alegría superficial
sin duda alejaba de ella a algunas personas, pero otros, como
Kenneth, que no tenían deseos de relacionarse más que en un
nivel superficial, se sentían atraídos por ese estilo.
El hecho de que Connie pudiera vivir durante años con un
hombre que desaparecía horas enteras con creciente frecuencia,
y que finalmente comenzó a desaparecer todas las noches, sin
preguntarle jamás sobre sus actividades o su paradero durante
esas ausencias es una medida de su gran capacidad para la
negación y del miedo igualmente intenso y subyacente. Connie
no quería saber, no quería pelear ni enfrentarse y, más que
nada, no quería volver a sentir el terror de su niñez. Con la
disensión todo su mundo se desmoronaría.
Fue muy difícil que Connie accediera a un proceso
terapéutico que exigía renunciar a su defensa principal: el
humor. Era como si alguien le pidiera que dejara de respirar; en
algún nivel ella estaba segura de que no sobreviviría sin él. El
145
ruego desesperado de su hijo para que ambos comenzaran a
enfrentar la dolorosa realidad de la situación apenas atravesó
las fuertes defensas de Connie. Ella estaba fuera de contacto
con la realidad, casi hasta el punto de estar realmente loca, y
durante mucho tiempo en la terapia insistió en hablar solamente
de los problemas de Thad, negando que ella también tuviera los
suyos. Como siempre había sido la "fuerte", no estaba dispuesta
a abandonar esa posición sin pelear. Pero poco a poco, a
medida que se volvió más dispuesta a experimentar el pánico
que afloraba a la superficie cuando no recurría a los chistes,
comenzó a sentirse más a salvo. Connie aprendió que, como
adulta, tenía a su disposición mecanismos mucho más
saludables que los que tanto había usado desde la niñez.
Comenzó a cuestionar, a enfrentar, a expresarse, a hacer saber
sus necesidades. Aprendió a ser más sincera de lo que había
sido en muchos, muchos años, consigo misma y con los demás.
Y finalmente pudo recuperar el buen humor, que ahora incluía el
reírse sanamente de sí misma.
PAM: treinta y seis años; divorciada dos veces, madre de
dos varones adolescentes.
Crecí en un hogar infeliz y tenso. Mi padre había
abandonado a mi madre antes de que yo naciera, y ella se
convirtió en lo que a mí me parecía una "madre soltera". Nadie
que yo conociera tenía padres divorciados, y en el lugar donde
vivíamos -una ciudad de clase media en los años '50- nos
hacían sentir como la rareza que éramos.
Yo estudiaba mucho en la escuela y era una niña muy
bonita, por eso los maestros me tenían cariño. Eso me ayudó
mucho. Al menos en los estudios podía tener éxito. Llegué a ser
la alumna perfecta; saqué las mejores calificaciones en toda la
escuela primaria. Al empezar la secundaria la presión aumentó
tanto que ya no podía concentrarme, por eso mis calificaciones
comenzaron a bajar, aunque nunca me atreví a fallar mucho.
Siempre tuve la sensación de que mi madre estaba
decepcionada conmigo, y temía avergonzarla.
Mi madre trabajaba mucho como secretaria para
mantenernos, y ahora me doy cuenta de que estaba exhausta
todo el tiempo. También tenía mucho orgullo, y una profunda
146
vergüenza, creo, por estar divorciada. Se sentía muy incómoda
cuando otros niños venían a nuestra casa. Éramos pobres; nos
costaba llegar a fin de mes, y sin embargo teníamos una
enorme necesidad de guardar las apariencias. Bueno, era más
fácil hacerlo si la gente nunca veía dónde vivíamos, por eso
nuestra casa no era un lugar muy hospitalario, por no decir algo
peor. Cuando mis amigas me invitaban a pasar la noche en su
casa, mi madre me decía: "En realidad no quieren que vayas."
Lo hacía en parte porque no quería tener que devolverles el
favor e invitarlas a nuestra casa, pero claro que por entonces yo
no sabía eso; yo creía en lo que ella me decía: que yo no era
alguien con quien la gente quisiera estar.
Crecí creyendo que había algo muy malo en mí. No estaba
segura de lo que era, pero tenía que ver con el hecho de no ser
aceptable ni digna de cariño. En casa no había amor, sólo
deber. Lo peor era que nunca podíamos hablar de la mentira
que estábamos viviendo; cuando estábamos afuera tratábamos
de parecer mejores de lo que éramos: más felices, más
adinerados, más exitosos. La presión para hacerlo era muy
intensa, pero era virtualmente tácita. Y yo nunca sentía que
pudiera hacerlo bien. Tenía mucho miedo de que en cualquier
momento se descubriera que yo no era tan buena como todos
los demás. Si bien sabía vestirme bien y me iba bien en los
estudios, siempre me sentí un fraude. Por adentro, sabía que
estaba llena de defectos. Si la gente me tenía cariño era porque
los estaba engañando. Si me conocieran bien, se alejarían.
Supongo que el hecho de crecer sin padre empeoró las
cosas, porque nunca aprendí a relacionarme con los varones en
forma recíproca. Eran animales exóticos, temibles y fascinantes
al mismo tiempo. Mi madre nunca me habló mucho de mi
padre, pero lo poco que decía me hacía sentir que no había
motivos para enorgullecerse de él, así que yo no hacía
preguntas; tenía miedo de lo que pudiera enterarme. A ella no
le agradaban mucho los hombres, e insinuaba que básicamente
eran peligrosos, egoístas, y que no había que confiar en ellos.
Pero yo no podía evitarlo; me parecían fascinantes, empezando
por los niñitos del jardín de infantes en mi primer día de
escuela. Yo buscaba con ansia lo que faltaba en mi vida, pero
no sabía qué era. Supongo que anhelaba tener una relación
estrecha con alguien, dar afecto y recibirlo. Sabía que los
hombres y las mujeres, maridos y esposas, debían amarse,
147
pero mi madre me decía, en forma sutil y no tan sutil, que los
hombres no hacían felices a las mujeres, que las hacían
desdichadas, y que lo hacían abandonándolas, fugándose con la
mejor amiga de ellas o traicionándolas de alguna manera. Esa
era la clase de historias que yo oía de mi madre cuando estaba
creciendo. Tal vez decidí muy joven que encontraría a alguien
que no se marchara, que no pudiera marcharse; quizás alguien
a quien nadie más quisiera. Después creo que olvidé que había
tomado esa decisión. Simplemente actuaba de acuerdo con ella.
En aquel tiempo nunca habría podido expresarlo con
palabras, pero la única forma en que yo sabía estar con alguien,
especialmente con un varón, era si él me necesitaba. Entonces
no me dejaría, porque yo lo ayudaría y él estaría agradecido.
No es sorprendente que mi primer novio haya sido un
inválido. Había tenido un accidente automovilístico y se había
roto la espalda. Usaba soportes ortopédicos en las piernas y
caminaba con muletas de acero. Por las noches, yo rogaba a
Dios que me dejara inválida a mí en vez de él. Íbamos juntos a
los bailes y yo me quedaba sentada a su lado toda la noche.
Ahora bien, era un muchacho agradable y cualquier chica habría
disfrutado el hecho de estar con él sólo por su compañía. Pero
yo tenía otro motivo. Estaba con él porque era seguro; como yo
le estaba haciendo un favor, no me rechazaría ni me lastimaría.
Era como tener una póliza de seguros contra el dolor.
Realmente estaba loca por ese muchacho, pero ahora sé que lo
elegí porque, como yo, tenía algo malo. Su defecto saltaba a la
vista, entonces yo podía estar cómoda sintiendo todo ese dolor
y esa lástima por él. Fue, sin duda, mi novio más sano. Después
de él vinieron delincuentes juveniles, malos alumnos... todos
perdedores.
A los diecisiete años conocí a mi primer esposo. El tenía
problemas en la escuela y estaba por abandonar los estudios.
Sus padres estaban divorciados pero seguían peleando. ¡En
comparación con esos antecedentes, los míos parecían buenos!
Podía calmarme un poco, sentir menos vergüenza y, por
supuesto, mucha pena por él. Era todo un rebelde, pero yo
pensaba que eso se debía a que nadie lo había entendido antes
que yo.
Además, yo tenía por lo menos veinte puntos más de
coeficiente intelectual que él. Y yo necesitaba esa ventaja.
Necesité eso y mucho más para siquiera empezar a creer que
148
yo estaba a su misma altura y que no me dejaría por alguien
mejor.
Toda mi relación con él -y. estuvimos casados doce añosconsistió en rehusarme a aceptar lo que era él y tratar de
convertirlo en lo que yo pensaba que debía ser. Estaba segura
de que sería mucho más feliz y se sentiría mucho mejor consigo
mismo si tan sólo me permitiera mostrarle cómo había que criar
a nuestros hijos, cómo dirigir su empresa, cómo relacionarse
con su familia. Yo había continuado mis estudios y me
especializaba, naturalmente, en psicología. Mi propia vida
estaba tan fuera de control, tan infeliz, y allí estaba yo,
estudiando cómo cuidar a los demás. Para ser justa conmigo
misma, en realidad lo que buscaba eran respuestas, pero creía
que la clave de mi felicidad residía en hacer que él cambiara.
Era obvio que necesitaba mi ayuda. No pagaba sus cuentas ni
sus impuestos. Hacía promesas, a mí y a los niños, que no
cumplía. Irritaba a sus clientes, que me llamaban a mí para
quejarse de que él no había cumplido con los trabajos que había
empezado para ellos.
No pude dejarlo hasta que al fin vi quién era él en realidad,
en lugar de quién quería yo que fuese. Pasé los últimos tres
meses de mi matrimonio simplemente observando; no dándole
aquellos interminables sermones míos, sino simplemente
callada y observando. Entonces comprendí que no podía vivir
con quien era él en realidad. Todo el tiempo, había estado
esperando poder amar al hombre maravilloso en quien yo creía
que se transformaría con mi ayuda. Lo único que me mantuvo
en todos esos años fue mi esperanza de que cambiara.
Sin embargo, aún no tenía en claro que yo tenía un patrón
de elegir a hombres que, en mi opinión, no estaban bien así
sino que los veía como si necesitaran mi ayuda. Sólo llegué a
advertir eso después de muchas relaciones más con hombres
imposibles: uno era adicto a la "hierba"; otro era homosexual;
otro era impotente, y otro, con quien finalmente tuve una larga
relación, supuestamente tenía un matrimonio muy infeliz.
Cuando esa relación terminó (en forma desastrosa), no podía
seguir pensando que todo se debía a la mala suerte. Sabía que
yo debía de tener algo que ver en lo que me había ocurrido.
Para entonces ya tenía mi título de psicóloga, y toda mi vida
giraba alrededor del hecho de ayudar a la gente. Ahora sé que
mi campo está lleno de gente como yo , que se pasan el día
149
ayudando a otros y aún sienten la necesidad de "ayudar" en sus
relaciones personales. Todo mi método de relacionarme con mis
hijos consistía en recordarles cosas, alentarlos, darles
instrucciones y preocuparme por ellos. Eso era todo lo que yo
conocía del amor; tratar de ayudar a la gente y de preocuparme
por ellos. No tenía la menor idea de aceptar a los demás tal
como eran, tal vez porque nunca me había aceptado a mí
misma.
Entonces la vida me hizo un gran favor. Todo se desmoronó
para mí. Cuando terminó mi romance con el hombre casado,
mis dos hijos tenían problemas con la ley, y mi salud estaba
completamente agotada. Ya no podía seguir cuidando a todos
los demás. Fue el agente judicial que vigilaba a mi hijo quien
me dijo que era mejor que empezara a cuidar de mí misma. Y
de alguna manera logré hacerle caso. Después de todos esos
años en psicología, fue él quien finalmente me convenció. Fue
necesario que toda mi vida se derrumbara a mi alrededor para
hacer que me examinara a mí misma y a la profundidad del odio
que sentía por mí.
Una de las cosas más difíciles que tuve que enfrentar fue el
hecho de que mi madre en realidad no había deseado la
responsabilidad de criarme; no me había querido y punto.
Ahora, como adulta, puedo entender lo duro que debió de ser
para ella. Pero todos esos mensajes que ella me daba acerca de
que los demás no querían estar conmigo... en realidad se
estaba describiendo a sí misma. Y de niña yo lo sabía en algún
nivel, pero no podía enfrentarlo, supongo, así que lo ignoraba.
Muy pronto comencé a ignorar muchas cosas. No me permitía
oír las críticas que ella me arrojaba constantemente o lo mucho
que se enfadaba si yo me divertía. Era demasiado amenazador
permitirme experimentar toda la hostilidad que ella dirigía hacia
mí, por eso dejé de sentir, dejé de reaccionar, y dediqué todas
mis energías a ser buena y a ayudar a los demás. Mientras
trabajara con los problemas de otros, nunca tenía tiempo para
prestarme atención, para sentir mi propio dolor.
Fue difícil para mi orgullo, pero ingresé a un grupo de
autoayuda formado por mujeres que tenían problemas similares
con los hombres. Era la clase de grupo que, en general, yo
dirigía profesionalmente, y allí estaba yo, como una humilde
participante. Si bien mi ego se resintió, ese grupo me ayudó a
ver mi necesidad de manejar y controlar a los demás, y me
150
ayudó a dejar de hacerlo. Comencé a curarme por dentro. En
lugar de ocuparme de los demás, al fin estaba ocupándome de
mí misma. Y tenía mucho trabajo que hacer. ¡Una vez que
empecé a concentrarme en tratar de dejar de "arreglar" a todos
los que conocía, prácticamente tuve que dejar de hablar! Hacía
mucho tiempo que todo lo que decía había sido para "ayudar".
Para mí fue una conmoción tremenda oír la medida en que yo
manejaba y controlaba. La alteración de mi conducta incluso ha
cambiado radicalmente mi trabajo profesional. Soy mucho más
capaz de estar con los pacientes para darles apoyo mientras
ellos solucionan sus problemas. Antes, sentía una enorme
responsabilidad de arreglarlos. Ahora es más importante el
hecho de entenderlos.
Pasó un tiempo, y conocí a un hombre agradable.
Realmente no había nada malo en él. Al principio me sentía muy
incómoda, aprendiendo a estar con él en lugar de tratar de
rehacerlo por completo. Después de todo, ésa había sido mi
manera de relacionarme con la gente. Pero aprendí a no hacer
nada más que ser yo misma, y parece dar resultado. Siento
como si mi vida estuviera empezando a tener sentido. Y sigo
asistiendo a las reuniones del grupo para no caer en mis viejas
costumbres otra vez. A veces todo en mí aun quiere dirigir el
espectáculo, pero sé que ya no debo ceder a esa necesidad.
¿Cómo se relaciona todo esto con la negación y el control?
Pam comenzó por negar la realidad del enfado y la
hostilidad de su madre para con ella. No se permitía sentir lo
que significaba ser un objeto indeseado en lugar de una hija
amada en su familia. No se permitía sentir porque dolía
demasiado: Más tarde, esa incapacidad de percibir y
experimentar sus emociones en realidad la utilizaría para
relacionarse con los hombres. Su sistema de advertencia
emocional era inoperante al comienzo de cada relación, debido
al elevado desarrollo de la negación. Como Pam no podía sentir
cómo era, emocionalmente, estar con esos hombres, sólo podía
percibirlos como personas que necesitaban su comprensión y su
ayuda.
El patrón de Pam de desarrollar relaciones en las cuales su
rol era comprender, alentar y mejorar a su pareja es una
fórmula muy utilizada por las mujeres que aman demasiado, y
por lo general produce exactamente lo contrario al resultado
151
esperado. En lugar de un hombre agradecido y leal que está
unido a ella por su devoción y su dependencia, una mujer así
encuentra que pronto tiene un hombre que es cada vez más
rebelde, resentido y crítico para con ella. Por su propia
necesidad de mantener su autonomía y su respeto de sí mismo,
él debe dejar de verla como la solución de todos sus problemas
y verla, en cambio, como la fuente de muchos de ellos, si no de
la mayoría.
Cuando esto sucede y la relación se derrumba, la mujer cae
en una sensación más profunda de fracaso y desesperación. Si
ni siquiera puede hacer que alguien tan necesitado e
inadecuado la ame, ¿cómo podría esperar ganar y conservar el
amor de un hombre más sano y apropiado? Eso explica por qué
con tanta frecuencia una mujer así pasa de una mala relación a
otra que es peor aun: porque con cada fracaso se siente cada
vez menos digna.
Además, esto deja en claro lo difícil que será para una
mujer así quebrar ese patrón a menos que llegue a comprender
la necesidad básica que la impulsa. Pam, al igual que muchas
otras en profesiones asistenciales, utilizó su carrera para
reforzar su frágil sentido del valor propio. Sólo podía
relacionarse con la necesidad de los demás, inclusive de sus
pacientes, sus hijos, sus maridos y otras parejas. En todas las
áreas de su vida, buscaba maneras de evitar su profunda
sensación de inadecuación e inferioridad. Sólo cuando Pam
comenzó a experimentar las poderosas propiedades curativas
de la comprensión y la aceptación por parte de sus pares en el
grupo, su autoestima creció y ella pudo empezar a relacionarse
en forma sana con los demás, inclusive con un hombre sano.
CELESTE: cuarenta y cinco años; madre de dos hijos que
viven en el extranjero con su padre.
En mi vida he estado quizá con más de cien hombres y
apuesto, al recordar, que cada uno de ellos tenía muchos años
menos que yo o era un experto embaucador o un dependiente
de la droga o del alcohol, o era homosexual o loco. ¡Cien
hombres imposibles! ¿Cómo pude encontrarlos a todos?
Mi padre era capellán en la marina. Eso significaba que en
todas partes simulaba ser un hombre amable y bueno, pero en
152
casa, donde no tenía que molestarse por ser nada que no
fuera... era mezquino, exigente, crítico y egoísta. El y mi madre
pensaban que nosotros, sus hijos, existíamos para ayudarlo a
representar su charada profesional. Debíamos parecer perfectos
obteniendo las mejores calificaciones, portarnos bien en
sociedad y nunca metemos en problemas. Dado el ambiente
que había en casa, eso era imposible. Se podía cortar la tensión
con un cuchillo cuando mi padre estaba en casa. El y mi madre
no eran nada unidos. Ella estaba furiosa todo el tiempo. No
peleaba con él en voz alta, sino que se quedaba callada,
ardiendo de ira. Cada vez que mi padre hacía algo que ella le
pedía, él lo hacía mal a propósito. Una vez había algo mal en la
mesa del comedor, y él la arregló con un clavo grande que
arruinó toda la mesa. Todos aprendimos a dejarlo en paz.
Cuando se retiró, estaba en casa todos los días y todas las
noches, sentado en su sillón, ceñudo. No decía mucho, pero el
solo hecho de que estuviera allí nos hacía la vida difícil a todos.
Yo lo odiaba de verdad. Por entonces yo no podía ver que él
tenía problemas propios o que nosotros los teníamos, por la
forma en que reaccionábamos ante él y dejábamos que nos
controlara con su presencia. Era una competencia continua:
¿quién controlaría a quién? Y él siempre ganaba, pasivamente.
Bueno, hacía ya mucho tiempo que yo me había convertido
en la rebelde de la familia. Estaba furiosa, al igual que mi
madre, y la única forma en que podía expresarlo era
rechazando todos los valores que encarnaban mis padres, salir
y tratar de ser lo contrario de todo y todos en mi familia. Creo
que lo que más me irritaba era el hecho de que, fuera de casa,
parecíamos tan normales, Yo quería gritar desde los tejados lo
horrible que era mi familla, pero nadie parecía darse cuenta. Mi
madre y mis hermanas estaban dispuestas a aceptar que fuera
yo la del problema, y yo accedía cumpliendo mi papel con total
consumación.
En la escuela secundaria, inicié un periódico subterráneo
que causó un gran alboroto. Después fui a la universidad y, en
cuanto tuve oportunidad, salí del país. No podía alejarme lo
suficiente de mi casa. Por afuera era muy rebelde, pero por
adentro no había más que confusión.
Mi primera experiencia sexual ocurrió cuando estaba en el
Cuerpo de Paz, y no fue con otro voluntario. Fue con un joven
estudiante africano. El estaba ansioso por aprender sobre
153
Estados Unidos, y yo me sentía como su tutora: más fuerte,
más instruida, más mundana. El hecho e que yo fuera blanca y
él, negro, causó muchas olas. A mí no me importaba; reforzaba
mi imagen de mí misma como rebelde.
Unos años después, conocí a un español y me casé con él.
Era un intelectual y provenía de una familia adinerada. Yo
respetaba eso. También tenía veintisiete años y aún era virgen.
Nuevamente yo era la maestra, lo cual me hacía sentir fuerte e
independiente. Y bajo control.
Estuvimos casados siete años, viviendo en el extranjero, yo
estaba inmensamente inquieta e infeliz pero no sabía por qué.
Entonces conocí a un joven estudiante huérfano inicié un
romance realmente tempestuoso con él, durante el cual
abandoné a mi esposo y a mis dos hijos. Hasta que me conoció,
ese joven sólo había tenido relaciones sexuales con hombres.
Durante dos años vivimos en mi apartamento. Él también tenía
amantes masculinos, pero a mí no me importaba. Probamos
toda clase de cosas en lo sexual, quebrantamos todas las
reglas. Para mí era una aventura, pero después de un tiempo
volví a sentirme inquieta y lo hice salir de mi vida como
amante, aunque aún hoy seguimos siendo amigos. Después de
él tuve una larga serie de relaciones con algunos sujetos de
mala vida. Todos, como mínimo, vivieron un tiempo conmigo.
La mayoría también me pedía dinero prestado, a veces miles de
dólares, y un par de ellos me comprometieron en asuntos
ilegales.
Yo no tenía idea de que tuviera un problema, ni siquiera con
todo lo que estaba ocurriendo. Como cada uno de esos hombres
obtenía algo de mí, me sentía la más fuerte, la que estaba a
cargo de las cosas.
Después volví a Estados Unidos y me relacioné con un
hombre que quizá fuera el peor de todos. Era tan alcohólico que
había sufrido daño cerebral. Se ponía violento con facilidad,
raras veces se bañaba, no trabajaba y había estado preso por
delitos relacionados con la bebida. Lo acompañé a la agencia
donde asistía a un programa para conductores ebrios convictos
y allí el instructor me sugirió que viera a una de las consejeras,
porque era evidente que yo también tenía problemas. Sería
evidente para el instructor, pero no para mí; yo pensaba que
quien tenía todos los problemas era el hombre con quien
estaba, y que yo estaba bien. Pero fui a una sesión y de
154
inmediato esa mujer me hizo hablar de la forma en que me
relacionaba con los hombres. Yo nunca había examinado mi
vida desde ese ángulo. Decidí seguir viéndola, y eso me ayudó a
comenzar a ver el patrón que yo había creado.
Cuando niña, yo había reprimido tantos sentimientos que
necesitaba todo el drama que me proporcionaban esos
hombres, sólo para sentirme viva. Problemas con la policía,
relación con las drogas, tretas financieras, gente peligrosa, sexo
loco... todo eso había llegado a ser el común de la vida para mí.
De hecho, aun con todo eso no podía sentir mucho.
Seguí con las sesiones y comencé a asistir a un grupo de
mujeres por sugerencia de la consejera. Allí, de a poco, empecé
a aprender algunas cosas sobre mí misma, sobre mi atracción
hacia hombres con taras o inadecuados a quienes podía
dominar mediante mis esfuerzos por ayudarlos. Si bien en
España había estado en análisis durante años y años, hablando
sin cesar de mi odio por mi padre y mi ira por mi madre, nunca
lo había relacionado con mi obsesión con los hombres
imposibles. Aunque siempre había pensado que el análisis me
beneficiaba inmensamente, nunca me había ayudado a
modificar mis patrones. Es más, cuando analizo mi
comportamiento, veo que en esos años no hice más que
empeorar.
Ahora, con el asesoramiento y el grupo, estoy comenzando
a mejorar y mis relaciones con los hombres también son un
poco más sanas. Hace poco tiempo tuve una relación con un
diabético que no quería aplicarse insulina, y yo estuve allí
tratando de ayudarlo, con sermones sobre el peligro de lo que
hacía y con intentos de mejorar su autoestima. Puede parecer
gracioso, pero mi relación con él fue un paso adelante. Al
menos no era un adicto total. Aun así, yo estaba practicando mi
rol conocido de mujer fuerte a cargo del bienestar de un
hombre. Ahora estoy dejando a los hombres en paz porque al
fin me he dado cuenta de que en realidad no quiero cuidar a un
hombre, y ésa sigue siendo la única forma en que sé
relacionarme con ellos. Ellos han sido solamente mi manera de
evitar cuidarme a mí misma. Estoy trabajando para aprender a
quererme, a cuidarme para variar un poco, y a abandonar todas
esas distracciones, porque eso es lo que han sido los hombres
en mi vida. Pero me asusta, porque yo era mucho mejor
cuidándolos a ellos que cuidándome a mí misma.
155
Una vez más, vemos los temas mellizos de la negación y el
control. La familia de Celeste estaba en un caos emocional, pero
ese caos nunca se expresaba ni se admitía abiertamente.
Incluso su rebelión contra las reglas y normas de su familia
apenas insinuó sutilmente los profundos problemas del núcleo
familiar. Celeste gritaba, pero nadie la escuchaba. En su
frustración y su aislamiento, ella "desconectó" todos sus
sentimientos salvo uno: la ira. Contra su padre, por no estar allí
para ella, y contra el resto de la familia por rehusarse a admitir
los problemas de ellos o el dolor de Celeste. Pero su ira flotaba
libre; ella no entendía que provenía de su impotencia para
cambiar a la familia que amaba y necesitaba. Ese medio no
podía satisfacer sus necesidades emocionales de amor y
seguridad, por eso buscaba relaciones que sí pudiera controlar,
con personas que no fueran tan instruidas o experimentadas, de
peor situación económica o social que ella. La profundidad que
adquirió su necesidad de ese patrón de relaciones se reveló con
la extrema inadecuación de su última pareja, un hombre en las
etapas avanzadas del alcoholismo que estaba muy cerca del
estereotipo del borrachín de los barrios bajos. Y aun así Celeste,
brillante, sofisticada, educada y mundana, pasó por alto todos
los indicios de lo enferma e inapropiada que era esa unión. Su
negación de sus propios sentimientos y percepciones y su
necesidad de controlar al hombre y la relación pesaban mucho
más que su inteligencia. Una parte importante de la
recuperación de Celeste implicaba que abandonara su análisis
intelectual de sí misma y de su vida y comenzara a sentir el
profundo dolor emocional que acompañaba al tremendo
aislamiento que siempre había soportado. Sus numerosas y
exóticas relaciones sexuales sólo fueron posibles porque ella
sentía muy poca conexión con los demás seres humanos y con
su propio cuerpo. En efecto, esas relaciones en realidad
evitaban que ella tuviera que arriesgarse a una relación
verdaderamente estrecha con los demás. El drama y la
excitación sustituían la amenazadora intensidad de la intimidad.
La recuperación significaba quedarse quieta consigo misma, sin
un hombre que la apartara del camino, y sintiendo sus
sentimientos, inclusive el doloroso aislamiento. Significaba
también que otras mujeres que comprendían su conducta y sus
sentimientos aprobaran sus esfuerzos por cambiar. Para
Celeste, la recuperación requiere aprender a relacionarse y a
156
confiar en otras mujeres, además de relacionarse y confiar en sí
misma.
Celeste debe desarrollar una relación consigo misma antes
de poder relacionarse en forma sana con un hombre, y aún le
queda mucho trabajo por hacer en esa área. Básicamente,
todos sus encuentros con los hombres eran meros reflejos de la
ira, el caos y la rebelión que había en su interior, y sus intentos
de controlar a esos hombres eran también intentos de
apaciguar los sentimientos y las fuerzas interiores que la
impulsaban. Su trabajo es consigo misma, y a medida que gane
más estabilidad interior ésta se verá reflejada en sus
interacciones con los hombres. Hasta que aprenda a quererse y
a confiar en sí misma, no podrá experimentar el hecho de
querer a un hombre o de confiar en él, o de que él la ame o
confíe en ella.
Muchas mujeres cometen el error de buscar un hombre con
quien desarrollar una relación sin antes desarrollar una relación
consigo mismas; pasan de un hombre a otro, en busca de lo
que falta en su interior. La búsqueda debe comenzar en casa,
dentro del yo. Nadie puede amarnos lo suficiente para
realizarnos si no nos amamos a nosotras mismas, porque
cuando en nuestro vacío vamos en busca del amor, sólo
podemos encontrar más vacío. Lo que manifestamos en nuestra
vida es un reflejo de lo que hay en lo profundo de nuestro ser:
nuestras creencias sobre nuestro propio valor, nuestro derecho
a la felicidad, lo que merecemos en la vida. Cuando esas
creencias cambian, también cambia nuestra vida.
JANICE: treinta y ocho años; casada, madre de tres
varones adolescentes.
A veces, cuando una se ha esforzado mucho por guardar las
apariencias, es prácticamente imposible mostrar lo que
realmente nos sucede por adentro. Incluso es difícil conocerse.
Durante años y años yo había estado ocultando lo que pasaba
en casa mientras que en público demostraba otra cosa.
Comencé, ya desde la escuela, a asumir responsabilidades, a
postularme, a hacerme cargo. Eso me hacía sentir
maravillosamente. A veces pienso que podría haberme quedado
en la secundaria para siempre. Allí, yo era alguien que podía
157
triunfar. Era capitana del equipo de gimnasia y vicepresidenta
de la clase. Incluso Robbie y yo fuimos elegidos como la pareja
más simpática para el anuario escolar. Todo parecía
inmejorable.
En casa también todo parecía andar bien. Papá era
vendedor y ganaba mucho dinero. Teníamos una casa grande y
bonita, con piscina y casi todo lo que queríamos en lo material.
Lo que faltaba estaba adentro, donde no se veía.
Papá estaba de viaje casi todo el tiempo. Le encantaba
alojarse en moteles y conocer mujeres en los bares. Siempre
que estaba en casa con mamá, tenían peleas terribles. Entonces
ella y quienquiera que estuviese en casa en ese momento
tenían que escuchar cómo él la comparaba con todas las
mujeres que conocía. También peleaban físicamente. Cuando
eso sucedía, mi hermano trataba de separarlos o yo tenía que
llamar a la policía. Realmente era horrible.
Cuando él volvía a irse de viaje, mi madre tenía largas
charlas con mi hermano y conmigo y nos preguntaba si debía
dejar a papá. Ninguno de nosotros quería ser responsable por
esa decisión aunque odiábamos sus peleas; entonces,
evitábamos responder. Pero ella nunca se fue, porque tenía
demasiado miedo de perder el apoyo económico que él
proporcionaba. Empezó a consultar mucho al médico y a tomar
píldoras, a fin de soportarlo. Entonces no le importaba lo que
hiciera papá. Simplemente iba a su habitación, tomaba una o
dos píldoras más y se quedaba adentro con la puerta cerrada.
Cuando ella estaba allí, yo tenía que asumir muchas de sus
responsabilidades, pero en cierto modo no me importaba. Eso
era mejor que escuchar las peleas.
Cuando conocí a mi futuro esposo ya era muy buena,
reemplazando a otros.
Robbie ya tenía problemas de bebida cuando nos conocimos
en la secundaria. Incluso tenía un apodo, "Búrgie", porque bebía
mucha cerveza Burgermeister. Pero eso no me molestaba.
Estaba segura de que podía encargarme de los malos hábitos de
Robbie. Siempre me habían dicho que era madura para mi
edad, y yo lo creía.
Robbie era tan dulce que de inmediato me atrajo. Me
recordaba a un cocker spaniel, suave y atractivo, con grandes
ojos castaños. Empezamos a salir juntos cuando yo hice saber a
su mejor amigo que él me interesaba. Prácticamente lo arreglé
158
todo yo sola. Sentía que tenía que hacerlo porque él era muy
tímido. De allí en adelante salimos juntos con regularidad. De
vez en cuando él faltaba a una cita y al día siguiente se
mostraba muy compungido, se disculpaba por haberse dejado
llevar por la bebida y haber olvidado nuestra cita. Yo lo
sermoneaba, lo regañaba y finalmente lo perdonaba. El casi
parecía agradecido por tenerme para mantenerlo en el buen
camino. Siempre fui para él una madre además de una novia.
Solía coser el dobladillo de sus pantalones, recordarle los
cumpleaños de sus familiares y aconsejarlo sobre lo que debía
hacer en la escuela y con su carrera. Los padres de Robbie eran
agradables, pero tenían seis hijos. Su abuelo, que estaba
enfermo, también vivía con ellos. Todos estaban un poco
aturdidos por la presión de todo eso, y yo estaba más que
dispuesta a compensar esa falta de atención para con Robbie.
Un par de años después de terminar la escuela secundaria
le llegó la conscripción. Era en los comienzos del reclutamiento
de tropas para Vietnam y si un muchacho estaba casado
quedaba exento del servicio. Yo no soportaba la idea de lo que
le sucedería en Vietnam. Podría decir que tenía miedo de que lo
hirieran o mataran, pero con sinceridad tengo que admitir que
temía más aun que allá creciera y, al volver, ya no me
necesitara.
Dejé bien en claro que estaba dispuesta a casarme con él
para mantenerlo fuera del servicio, y eso hicimos. Nos casamos
cuando ambos teníamos veinte años. Recuerdo que en la fiesta
de bodas se emborrachó tanto que tuve que conducir yo para
poder salir de luna de miel. Fue un gran chasco.
Después de que nacieron nuestros hijos, Robbie comenzó a
beber más. Me decía que necesitaba escapar de tanta presión, y
que nos habíamos casado demasiado jóvenes. Iba mucho a
pescar y por las noches salía con los muchachos con mucha
frecuencia. Yo nunca me enfadaba en realidad, porque sentía
mucha pena por él. Cada vez que bebía, yo inventaba excusas
para él y me esforzaba más porque las cosas anduvieran bien
en casa.
Supongo que podríamos haber seguido así para siempre,
con las cosas empeorando un poco cada año, de no ser porque
en su trabajo advirtieron la forma en que bebía. Sus
compañeros de trabajo y su jefe lo enfrentaron y le dieron dos
159
alternativas: dejaba de beber o perdía el empleo. Bien, dejó de
beber.
Entonces empezaron los problemas. Todos esos años en
que Robbie había estado bebiendo y en problemas yo sabía dos
cosas: una, que me necesitaba; y dos, que nadie más lo
soportaría. Y ésa era la única manera de sentirme a salvo. Sí,
tenía que aguantar muchas cosas, pero no me importaba. Yo
venía de un hogar en el que mi padre hacía cosas mucho peores
de las que hacía Robbie. Papá golpeaba mucho a mi madre y
tenía aventuras con mujeres que conocía en los bares. Por eso
el hecho de tener un marido que bebía demasiado en realidad
no me resultaba tan pesado. Además, yo podía manejar la casa
como quisiera, y cuando él realmente hacía algo malo yo lo
regañaba y lloraba, y entonces él se enderezaba durante una o
dos semanas. En realidad, yo no quería más que eso.
Claro que no supe nada de esto hasta que él dejó de beber.
De pronto mi pobre e indefenso Robbie asistía a las reuniones
de A.A. todas las noches, se hacía de amigos, hablaba
seriamente por teléfono con gente que yo ni siquiera conocía.
Luego consiguió un patrocinador en A.A., y ese hombre era a
quien recurría cada vez que tenía un problema o una pregunta.
¡Yo me sentía como si me hubiesen despedido del trabajo, y
estaba furiosa! Nuevamente, con sinceridad debo admitir que
me agradaba más la situación cuando él bebía. Antes de la
sobriedad yo llamaba a su jefe con falsas excusas cuando
Robbie no podía ir a trabajar por efectos de la borrachera. Yo
mentía a su familia y a sus amigos acerca de los problemas en
que Robbie se metía en el trabajo o por conducir ebrio. En
general, yo era una interferencia entre él y la vida. Ahora ni
siquiera podía entrar en el juego. Cada vez que debía
encargarse de algo difícil, llamaba por teléfono a su
patrocinador, quien siempre insistía en que Robbie hiciera frente
a los problemas. Entonces él enfrentaba el problema, fuera de
lo que fuese, y volvía a llamar a su patrocinador para darle su
informe. Todo el tiempo, yo quedaba sin intervenir.
Si bien había vivido durante años con un hombre
irresponsable, poco confiable y muy deshonesto, cuando Robbie
llevaba ya nueve meses de sobriedad y estaba mejorando en
todos los aspectos, descubrimos que peleábamos más que
nunca. Lo que más me enfadaba era que él llamaba a su
patrocinador de A. A. para preguntarle cómo debía manejarse
160
conmigo. ¡Como si yo fuera la mayor amenaza para su
sobriedad!
Estaba preparándome para pedir el divorcio cuando la
esposa de su patrocinador me llamó y me preguntó si
podríamos encontramos para tomar un café. Yo acepté de muy
mala gana, y ella fue al grano. Habló de lo difícil que había sido
para ella cuando su esposo dejó de beber, porque ya no podía
manejarlo a él ni a todos los aspectos de su vida en común.
Habló de su resentimiento por las reuniones de A.A. y
especialmente por su patrocinador, y dijo que le parecía un
milagro que siguieran casados, por no decir que eran realmente
felices. Dijo que las reuniones de familiares de alcohólicos la
habían ayudado muchísimo y me instó a que asistiera a ellas.
Bueno, yo apenas la escuchaba. Seguía creyendo que yo
estaba bien y que Robbie me debía mucho por haberlo
aguantado todos esos años. Sentía que él debía tratar de
compensarme por eso, en lugar de pasarse el tiempo en
reuniones. No tenía idea de lo difícil que era para él mantenerse
sobrio, y él no se habría atrevido a decírmelo porque yo le
habría dicho cómo hacerlo... ¡como si yo supiera algo al
respecto!
Alrededor de esa época, uno de nuestros hijos empezó a
robar y a tener problemas en la escuela. Robbie y yo fuimos a
una conferencia para padres y por algún motivo salió a la luz
que Robbie era ex alcohólico y que asistía a A.A. La consejera
sugirió con vehemencia que nuestro hijo fuera a esos grupos de
familiares de alcohólicos y preguntó si yo también acudía a
ellas. Me sentí acorralada, pero esa mujer tenía mucha
experiencia con familias como la nuestra y fue muy benigna
conmigo. Todos nuestros hijos comenzaron a ir, pero yo seguía
sin asistir. Inicié los procedimientos de divorcio y me mudé con
los niños a un apartamento. Cuando llegó el momento de
arreglar todos los detalles, los niños me dijeron que querían
vivir con su papá. Yo estaba devastada. Después de dejar a
Robbie había concentrado toda mi atención en ellos, ¡Y ahora lo
preferían a él! Tuve que dejarlos ir. Tenían edad suficiente para
decidir por sí solos. Entonces me quedé sola. Y nunca antes
había estado sola conmigo misma. Estaba aterrada, deprimida e
histérica, todo a la vez.
Después de unos días de estar fuera de combate, llamé a la
esposa del patrocinador de Robbie. Quería culpar a su esposo y
161
a A.A. por todo mi dolor. Me escuchó gritándole durante largo
rato. Luego vino a casa y se sentó conmigo mientras yo no
cesaba de llorar. Al día siguiente me llevó a una reunión y yo
escuché, aunque estaba sumamente furiosa y asustada. Muy
poco a poco, empecé a ver lo enferma que estaba. Durante tres
meses asistí a diario a esas reuniones. Después fui tres o cuatro
veces por semana durante mucho tiempo.
¿Sabe? En esas reuniones realmente aprendí a reírme de las
cosas que había tomado con tanta seriedad, como el hecho de
tratar de cambiar a otros y de manejar y controlar la vida de los
demás. Y yo escuchaba a otras personas hablar de lo mucho
que les costaba cuidar de sí mismas en lugar de concentrar toda
su atención en el alcohólico. Eso también se daba en mí. Yo no
tenía idea de lo que necesitaba para ser feliz. Siempre había
creído que sería feliz en cuanto todos los demás se corrigieran.
Allí veía a personas muy hermosas, y algunas de ellas tenían
parejas que aún bebían. Habían aprendido a liberarse y a seguir
con su propia vida. Pero también les oí decir lo difícil que era
deshacerse de nuestras viejas costumbres de cuidar de todo y
de todos, y de actuar como madre o padre del alcohólico. El
hecho de oír a algunas de esas personas hablar sobre la forma
en que solucionaron el problema de estar solas y los
sentimientos de vacío me ayudaron a encontrar mi camino.
Aprendí a dejar de sentir pena por mí misma, y a estar
agradecida por lo que sí tenía en la vida. Muy pronto dejé de
llorar durante horas y descubrí que tenía mucho tiempo en mis
manos, entonces tomé un empleo de tiempo parcial. Eso
también me ayudó. Comencé a sentirme bien al hacer algo sola.
Poco después Robbie y yo hablábamos de volver a estar juntos.
Yo me moría por volver con él, pero su patrocinador le aconsejó
que esperáramos un tiempo. La esposa de su patrocinador me
dijo lo mismo. En ese momento yo no lo entendía, pero otras
personas del programa estuvieron de acuerdo con ellos, así que
esperamos. Ahora veo por qué era necesario. Para mí era
importante esperar hasta que hubiese alguien dentro de mí
antes de poder volver con Robbie.
Al principio yo estaba tan vacía que sentía como si el viento
me atravesara. Pero con cada decisión que tomaba por mí
misma, ese vacío comenzaba a llenarse un poco más. Tenía que
averiguar quién era yo, qué me gustaba y qué no, qué quería
para mí y para mi vida. No podía averiguar esas cosas a menos
162
que tuviera tiempo para mí sola, sin nadie en quien pensar y
por quien preocuparme, porque cuando había otra persona
cerca yo prefería dirigir su vida en lugar de vivir la mía.
Cuando empezamos a pensar en volver a estar juntos, me
observé llamando a Robbie por cualquier pequeñez, queriendo
encontrarme con él y hablar sobre cada detalle. Me sentía
retroceder cada vez que lo llamaba, por eso, finalmente,
cuando necesitaba a alguien con quien hablar, iba a una
reunión o llamaba a alguien del programa. Era como
destetarme, pero sabía que tenía que aprender a dejar que las
cosas fluyeran entre los dos, en lugar de entrometerme todo el
tiempo y tratar de obligar a las cosas a ser como yo las quería.
Eso fue increíblemente difícil para mí. Creo que quizá me haya
costado mucho más dejar a Robbie en paz de lo que le costó a
él dejar la bebida. Pero sabía que tenía que hacerlo. De otro
modo, habría vuelto a caer en los roles de costumbre. Es
gracioso, pero al fin me di cuenta de que hasta que me gustara
vivir sola no estaría lista para volver al matrimonio. Pasó casi
un año, y los niños, Robbie y yo volvimos a estar juntos. El
nunca había querido el divorcio, aunque ahora no puedo
entender por qué no. Yo era muy dominante con todos ellos. El
caso es que mejoré y los dejé en más libertad, y ahora estamos
realmente bien. Los niños y yo asistimos a los grupos y Robbie
está en A.A. Creo que todos estamos más sanos que nunca
porque cada uno está viviendo su propia vida.
Hay muy poco que agregar a la historia de Janice. Su
tremenda necesidad de que la necesitaran, de tener un hombre
débil e inadecuado y de controlar la vida de ese hombre no fue
más que una manera de negar y evitar el inevitable vacío en el
centro de su ser, que surgía de sus primeros años con su
familia. Ya se ha notado que los hijos de familias disfuncionales
se sienten responsables por los problemas de su familia y
también por la solución de los mismos. Básicamente, hay tres
maneras en que esos hijos tratan de "salvar" a sus familias: ser
invisibles, ser malos o ser buenos.
Ser invisible significa nunca pedir nada, nunca causar
problemas, nunca hacer ningún tipo de exigencias. La hija que
elige este rol evita escrupulosamente agregar cualquier tipo de
carga a su ya tensionada familia. Se mantiene en su habitación
o se funde con el papel de las paredes; habla muy poco y es
163
muy reservada en lo que hace. En la escuela no anda ni mal ni
bien: de hecho, apenas se la recuerda. Su contribución a la
familia es no existir. En cuanto a su propio dolor, es insensible:
no siente nada.
Ser malo es ser rebelde, el delincuente juvenil, el que agita
una bandera roja. Esta clase de hija se sacrifica, acepta ser el
culpable de la familia, el problema de la familia. Se convierte en
el foco del dolor, la ira, el miedo y la frustración de la familia.
La relación de sus padres puede estar desintegrándose, pero
ella les proporciona un tema inofensivo en el que pueden
trabajar juntos. Ellos pueden preguntar: "¿Qué vamos a hacer
con Joanie?" en lugar de "¿Qué vamos a hacer con nuestro
matrimonio?" Así es como ella trata de "salvar" a la familia. Y
tiene un solo sentimiento: la ira. Esta cubre su dolor y su
miedo.
Ser bueno es ser lo que fue Janice: una persona de éxito en
el mundo, cuyos logros apuntan a redimir a la familia y a llenar
el vacío interior. Su apariencia feliz, brillante y entusiasta sirve
para disimular la tensión, el miedo y la furia interiores. Verse
bien se vuelve mucho más importante que sentirse bien... que
sentir algo.
A la larga, Janice necesitaba agregar a su lista de logros el
hecho de cuidar a alguien, y Robbie, al replicar el alcoholismo
del padre de Janice y la pasiva dependencia de su madre, era
una elección apropiada. El (y, después de su partida, los niños)
se convirtió en la carrera de Janice, en su proyecto, y en su
manera de evitar sus propios sentimientos.
Sin su esposo y sus hijos para concentrar su atención, era
inevitable una crisis, porque ellos habían sido el medio principal
por el cual ella podía evitar su dolor, su vacío y su miedo. Sin
ellos, sus sentimientos la abrumaban. Janice siempre se había
visto como la persona fuerte, la persona que ayudaba, alentaba
y aconsejaba a quienes la rodeaban y, sin embargo, su esposo
y sus hijos cumplían un rol más importante para ella que el que
cumplía ella para ellos. Si bien ellos carecían de la "fortaleza" y
la "madurez" de Janice, podían funcionar sin ella. Ella no podía
funcionar sin ellos. El hecho de que esta familia haya
sobrevivido intacta se debe, en gran parte, a la buena suerte
que tuvieron de ver a una consejera experimentada y a la
honestidad y la sabiduría del patrocinador de Robbie y su
esposa. Cada una de esas personas reconoció que la
164
enfermedad de Janice debilitaba tanto como la de Robbie, y que
su recuperación era tan importante como la de él.
RUTH: veintiocho años; casada, madre de dos hijas.
Yo sabía, aun antes de casamos, que Sam tenía problemas
con su rendimiento sexual. Habíamos intentado hacer el amor
un par de veces, y nunca había funcionado bien, pero ambos lo
atribuíamos al hecho de que no estábamos casados.
Compartíamos convicciones religiosas muy fuertes; es más, nos
reuníamos en las clases nocturnas en un colegio religioso y
salimos juntos durante dos años antes de tratar de tener
relaciones sexuales. En ese momento ya estábamos
comprometidos y habíamos fijado la fecha de la boda, de modo
que no nos importó la impotencia de Sam y la adjudicamos a la
forma en que Dios nos protegía del pecado antes de casamos.
Yo pensaba que Sam era un muchacho muy tímido, y que yo
podría ayudarlo a superar eso una vez que estuviéramos
casados. Ansiaba guiarlo a través del proceso. Salvo que no fue
así como salieron las cosas.
En nuestra noche de bodas Sam estaba listo, y luego perdió
la erección y me preguntó en voz baja: "¿Aun eres virgen?" Al
ver que yo no respondía enseguida dijo: "No lo creía." Se
levantó, fue al baño y cerró la puerta. Los dos llorábamos, a
ambos lados de aquella puerta. Fue una noche larga y
desastrosa, la primera de muchas.
Yo había estado comprometida, antes de conocer a Sam,
con un hombre que ni siquiera me agradaba mucho, pero una
vez me había vuelto loca y habíamos tenido relaciones
sexuales, y después de eso yo sentí que tenía que casarme con
él para redimirme. A la larga se cansó de mí y se alejó. Yo
seguía usando su anillo cuando conocí a Sam. Creo que,
después de aquella experiencia, yo esperaba seguir célibe para
siempre, pero Sam era muy bueno y nunca me presionaba para
tener relaciones con él, así que me sentía segura y aceptada.
Podía ver que Sam era menos sofisticado y más conservador
aun que yo en lo relativo al sexo, yeso me hacía sentir segura
de la situación. Ese hecho, junto con nuestras convicciones
religiosas compartidas, me aseguraban que éramos el uno para
el otro.
165
Después de nuestro matrimonio, debido a mi sentimiento
de culpa, yo asumí toda la responsabilidad por la curación de la
impotencia de Sam. Leí todos los libros que pude encontrar,
mientras él se negaba a leerlos. Conservé todos esos libros, con
la esperanza de que los leyera. Más tarde me enteré de que sí
los había leído a todos, cuando yo no lo veía. El también
ansiaba encontrar respuestas, pero yo no lo sabía porque Sam
no quería hablar de eso. Me preguntaba si estaba dispuesta a
que fuéramos sólo amigos, y yo mentía y decía que sí. Lo peor
para mí no era la falta de sexo en nuestra vida; de todos
modos, eso no me importaba mucho. Era mi sentimiento de
culpa, de que yo había arruinado todo de alguna manera, desde
el comienzo mismo.
Algo que yo aún no había probado era la terapia. Le
pregunté si iría. Dijo rotundamente que no. Yo ya estaba
obsesionada, con la sensación de que yo lo estaba privando a él
de aquella maravillosa vida sexual que podría haber tenido de
no haberse casado conmigo. Aun así sentía que quizás hubiese
algo que un terapeuta podría decirme y que ayudaría, algo que
los libros habían omitido. Estaba desesperada por ayudar a
Sam. Y aún lo amaba. Ahora me doy cuenta de que en aquel
tiempo gran parte de mi amor era en realidad una combinación
de culpa y lástima, pero también sentía un genuino afecto por
él. Era un hombre bueno, dulce y amable.
Bueno, fui a mi primera consulta con una consejera que me
habían recomendado en Paternidad Planificada porque tenía
experiencia en sexualidad humana. Yo sólo estaba allí para
ayudar a Sam, y se lo dije. Me respondió que no podíamos
ayudar a Sam puesto que él no estaba allí, en el consultorio,
pero que podíamos trabajar conmigo y con lo que yo sentía
respecto de lo que pasaba y lo que no pasaba entre Sam y yo.
Yo no estaba en absoluto preparada para hablar de mis
sentimientos. Ni siquiera sabía que los tuviera. Durante toda
aquella primera consulta, traté de volver a llevar la
conversación hacia Sam, y ella me volvía a llevar poco a poco
hacia mí y mis sentimientos. Era la primera vez que yo veía mi
habilidad para evitarme a mí misma, y más que nada porque
ella se mostró tan sincera conmigo decidí volver a verla,
aunque no estábamos trabajando en lo que yo estaba segura
de que era el verdadero problema: Sam.
166
Entre nuestra segunda y tercera sesión, tuve un sueño muy
vívido y perturbador, en el cual me perseguía y me amenazaba
una figura cuya cara yo no podía ver. Cuando se lo conté a la
terapeuta me ayudó a trabajar con ese sueño hasta que
comprendí que esa figura amenazadora era mi padre. Ese fue el
primer paso en un largo proceso que finalmente me posibilitó
recordar que mi padre había abusado sexualmente de mí con
frecuencia cuando yo tenía entre nueve y quince años. Yo había
enterrado por completo ese aspecto de mi vida, y cuando los
recuerdos empezaron a regresar pude dejarlos aflorar a mi
conciencia muy poco a poco, porque eran sumamente
devastadores.
A menudo mi padre salía por las noches y no volvía hasta
muy tarde. Mi madre, supongo que para castigarlo, cerraba con
llave la puerta de su dormitorio. Se suponía que él debía dormir
en el sofá, pero después de un tiempo, empezó a venir a mi
cama. El bromeaba y me amenazaba con que nunca se lo dijera
a nadie, y yo nunca lo hice porque sentía mucha vergüenza.
Estaba segura de que lo que ocurría entre nosotros era mi
culpa. La nuestra era una familia donde nunca se trataban los
temas sexuales, pero de alguna manera se comunicaba la
actitud general de que el sexo era algo sucio. Yo me sentía
sucia, y no quería que nadie lo supiera.
A los quince años conseguí un empleo y empecé a trabajar
por las noches, los fines de semana y en verano. Permanecía
fuera de casa todo el tiempo que podía, y compré una
cerradura para mi puerta. La primera vez que cerré con llave,
mi padre se quedó allí afuera, dando fuertes golpes en mi
puerta. Yo fingí no saber lo que pasaba, y mi madre despertó y
le preguntó qué estaba haciendo. El respondió: "¡Ruth ha
cerrado su puerta con llave!", y mi madre dijo: "¿Y qué? ¡vete a
dormir!" Eso fue el fin. No hubo preguntas de mi madre. No
hubo más visitas de mi padre.
Yo había necesitado todo el coraje para poner una
cerradura en mi puerta. Temía que no diera resultado y que mi
padre entrara y se pusiera furioso porque lo había dejado
afuera. Pero más aun, yo casi estaba dispuesta a seguir como
antes, en lugar de correr el riesgo de que alguien se enterara
de lo que había estado pasando.
A los diecisiete años me marché a la universidad y conocí al
hombre con quien me comprometí a los dieciocho. Yo compartía
167
un apartamento con otras dos chicas, y una noche trajeron
unos amigos a quienes yo no conocía. Me acosté temprano,
más que nada para evitar la escena de marihuana que se
estaba desarrollando. Si bien prácticamente todos los
estudiantes se burlaban de las reglas estrictas de la escuela
sobre la bebida y las drogas, yo nunca me acostumbré a
hacerlo ni a estar cerca cuando alguien lo hacía. Bueno, mi
dormitorio estaba junto al baño, y ambos estaban al final de un
largo corredor. Uno de los sujetos que estaban en la fiesta,
mientras buscaba el baño, entró por error a mi habitación. Al
ver lo que había hecho, en lugar de marcharse me preguntó si
podía hablar conmigo. Yo no pude decir que no. Es difícil
explicarlo, pero no pude. Bueno, se sentó al borde de mi cama
y empezó a hablarme. Luego me dijo que me diera vuelta para
masajearme la espalda. Muy pronto estaba en mi cama,
haciéndome el amor. Y fue así como terminé comprometida con
él fumara marihuana o no, creo que era casi tan conservador
como yo y que, al igual que yo, pensaba que el hecho de tener
relaciones sexuales implicaba que teníamos que seguir juntos.
Seguimos viéndonos unos cuatro meses hasta que, como dije,
se alejó. Poco más de un año después conocí a Sam. Entonces
supuse, porque nunca hablábamos de sexo, que lo evitábamos
debido a nuestras convicciones religiosas. No me di cuenta de
que lo evitábamos porque ambos estábamos tan dañados
sexualmente. Me agradaba la sensación de ayudar a Sam, de
trabajar duro con él para vencer nuestro problema a fin de que
yo quedara embarazada. Me gustaba ser útil, comprensiva,
paciente... y controlar. Cualquier cosa menor que ese control
absoluto habría despertado aquellos viejos sentimientos que me
producía mi padre al acercarse y tocarme durante todas
aquellas noches y todos aquellos años.
Cuando lo que ocurrió entre mi padre y yo comenzó a salir
a la superficie en la terapia, mi terapeuta me instó con
vehemencia a asistir a las reuniones de un grupo de autoayuda
de mujeres que habían sido sexualmente abusadas por sus
padres. Me resistí durante mucho tiempo pero finalmente
accedí. Realmente fue una bendición hacerlo. El hecho de
enterarme de que había tantas otras mujeres que tenían
experiencias parecidas y, a menudo, mucho peores que la mía
fue tranquilizador y curativo. Varias de aquellas mujeres
también se habían casado con hombres que tenían problemas
168
sexuales propios. Esos hombres también formaban un grupo de
autoayuda, y de alguna manera Sam reunió el coraje para
integrarse a ellos.
Los padres de Sam habían tenido la obsesión de criarlo, en
sus propias palabras, como "un muchacho limpio y puro". Si él
tenía las manos sobre las rodillas en las comidas, le ordenaban
mantenerlas sobre la mesa "donde podamos ver lo que estás
haciendo". Si permanecía mucho tiempo en el baño, golpeaban
la puerta y gritaban: "¿Qué estás haciendo allí adentro?" Era
constante. Revisaban sus cajones en busca de revistas, y su
ropa en busca de manchas. El adquirió tanto temor a tener
cualquier sentimiento o experiencia sexual que, a la larga, no
podía tenerlos aunque lo intentara.
Cuando comenzamos a mejorar, en algunos aspectos la
vida se volvió más difícil para nosotros como pareja. Yo seguía
teniendo una inmensa necesidad de controlar cada expresión de
sexualidad en Sam (tal como lo habían hecho sus padres),
porque cualquier agresividad sexual de su parte me resultaba
amenazadora. Si él me buscaba espontáneamente yo me
retraía, o me daba vuelta, o me alejaba, o empezaba a hablar o
hacía alguna otra cosa para evitar sus proposiciones. No
soportaba que se inclinara sobre mí cuando yo estaba acostada
porque me recordaba mucho la manera en que mi padre se me
acercaba. Pero su recuperación exigía que se hiciera cargo por
completo de su cuerpo y de sus sentimientos. Yo tenía que
dejar de controlarlo para que pudiera, literalmente,
experimentar su propia potencia. Y sin embargo, mi miedo a
verme abrumada también era un problema. Aprendí a decir:
"Ahora me estoy asustando", y Sam respondía: "¿Qué necesitas
que haga?" Por lo general eso bastaba: el solo hecho de saber
que a él le importaban mis sentimientos y me prestaba
atención.
Hicimos un trato por el cual nos turnaríamos para estar a
cargo de lo que ocurriera entre nosotros sexualmente.
Cualquiera de los dos podía negarse a lo que no le gustara o no
quisiera hacer, pero básicamente uno de los dos orquestaría
todo el encuentro. Esa fue una de las mejores ideas que
hayamos tenido, porque estaba dirigida a la necesidad que
tenía cada uno de nosotros de estar a cargo de nuestro propio
cuerpo y de lo que hacíamos con él sexualmente. Realmente
aprendimos a confiar el uno en el otro y a creer que podíamos
169
dar y recibir amor con nuestros cuerpos. Además teníamos
nuestros grupos de apoyo. Los problemas y sentimientos de
todos eran tan parecidos que realmente nos ayudaba a ver
nuestras luchas en perspectiva. Una noche nuestros dos grupos
se reunieron juntos y pasamos la velada hablando de nuestras
reacciones personales a las palabras impotente y frigidez. Hubo
lágrimas y risas, y mucha comprensión y sensación de
compartir. Eso nos quitó gran parte de la vergüenza y el dolor.
Tal vez porque Sam y yo ya habíamos compartido tanto
hasta entonces y nos teníamos tanta confianza, la parte sexual
de nuestra relación comenzó a funcionar. Ahora tenemos dos
hermosas hijas y somos muy felices con ellas, con nosotros
mismos y el uno con el otro. Soy menos madre para Sam y
más pareja. El es menos pasivo y más seguro de sí. No me
necesita para mantener en secreto su impotencia, y yo no lo
necesito para ser asexual. Ahora tenemos muchas alternativas,
¡y con esa libertad nos elegimos el uno al otro!
La historia de Ruth ilustra otra faceta de la forma en que se
manifiestan la negación y la necesidad de controlar. Al igual
que tantas mujeres que se obsesionan con los problemas de su
pareja, Ruth sabía con exactitud, antes de su matrimonio con
Sam, cuáles eran los problemas de él. Por lo tanto, no la
sorprendió su incapacidad de funcionar juntos sexualmente. De
hecho, ese fracaso era una especie de garantía de que ella
nunca tendría que volver a sentirse fuera de control sobre su
propia sexualidad. Ella podía ser la iniciadora, la que estaba en
control, en lugar de lo que era para ella su único otro rol en el
sexo: la víctima. Nuevamente, esta pareja tuvo suerte porque
la ayuda que recibió estaba hecha a medida para sus
problemas. Para ella, el grupo de apoyo apropiado era el
formado para promover la recuperación en las familias donde
ha habido incesto. Por fortuna, los esposos de aquellas víctimas
del incesto habían formado un grupo correspondiente, y en ese
clima de comprensión, aceptación y experiencia compartida,
cada una de esas personas dañadas pudo acercarse con cautela
hacia la expresión sexual sana.
Para cada una de las mujeres que aparecen en este
capítulo, la recuperación exigió que ella enfrentara el dolor,
pasado y presente, que había tratado de evitar. Cuando niña,
cada una de ellas había desarrollado un estilo para sobrevivir
170
que incluía la práctica de la negación y el intento de obtener el
control. Más tarde, en la adultez, esos estilos perjudicaron a
esas mujeres. De hecho, sus defensas eran lo que más
contribuían a su dolor.
Para la mujer que ama demasiado, la práctica de la
negación, magnánimamente expresada como "pasar por alto
los defectos de él" o "mantener una actitud positiva", oculta la
forma en que los defectos de él le permiten ejercer su rol
deseado. Cuando el impulso de controlar se disfraza bajo la
actitud de "ser útil" y "brindar apoyo", nuevamente lo que se
ignora es la propia necesidad de superioridad y poder implícitos
en esta clase de interacción. Es necesario que reconozcamos
que la práctica de la negación y el control, en cualquier forma
que se los llame, no conduce a mejorar nuestra vida ni nuestras
relaciones. Más bien, el mecanismo de la negación nos lleva a
relaciones que permiten la representación compulsiva de
nuestras viejas luchas, y la necesidad de controlar nos
mantiene allí, tratando de cambiar a otra persona en lugar de
cambiar nosotras mismas.
Ahora regresemos al cuento de hadas al que nos referimos
en el comienzo del capítulo. Según notamos antes, el cuento La
Bella y la Bestia parecería ser un vehículo para perpetuar la
creencia de que una mujer tiene el poder de transformar a un
hombre si tan sólo le brinda amor con devoción. En este nivel
de interpretación, el cuento parece defender tanto la negación
como el control como métodos para lograr la felicidad. La Bella,
al amar al temible monstruo sin cuestionamientos (negación),
parece tener el poder de cambiarlo (controlarlo). Esta
interpretación parece acertada, porque encaja con los roles
sexuales que dicta nuestra cultura. No obstante, yo sugiero que
una interpretación tan simplista equivoca ampliamente el
significado de este antiguo cuento de hadas. El hecho de que
esta historia perdure no se debe a que refuerza los preceptos y
estereotipos de cualquier época. Perdura porque encarna una
profunda ley metafísica, una lección vital sobre cómo vivir
nuestra vida en forma sensata y buena. Es como si la historia
contuviera un mapa secreto, el cual, si tenemos la astucia
suficiente para descifrarlo y el coraje de seguirlo, nos guiará a
un gran tesoro escondido: nuestra propia felicidad por siempre
jamás.
171
Entonces, ¿cuál es la intención de La Bella y la Bestia? La
aceptación. La aceptación es la antítesis de la negación y el
control. Es la voluntad de reconocer cuál es la realidad y dejarla
tal como es, sin necesidad de modificarla. En eso radica una
felicidad que surge no de la manipulación de la gente o de las
condiciones externas, sino del desarrollo de la paz interior, aun
frente a los desafíos y dificultades.
Recuerde que, en el cuento de hadas, la Bella no tenía
necesidad de que la Bestia cambiara. Ella lo veía con realismo,
lo aceptaba tal como era y lo apreciaba por sus buenas
cualidades. No trataba de convertir a un monstruo en un
príncipe. No decía: "Seré feliz cuando él ya no sea un animal."
No le tenía lástima por lo que era ni trataba de cambiarlo. Y allí
radica la lección. Debido a su actitud de aceptación, la Bestia
fue liberada para convertirse en su verdadero yo. El hecho de
que su verdadero yo resultara ser un apuesto príncipe (y una
pareja perfecta para la Bella) demuestra simbólicamente que
ella fue recompensada con creces por practicar la aceptación.
Su recompensa fue una existencia rica y plena, representada
por su vida feliz por siempre jamás con el príncipe.
La verdadera aceptación de un individuo tal como es, sin
tratar de cambiarlo mediante el aliento, la manipulación o la
coacción, es una forma muy elevada del amor y, para la
mayoría de nosotros, resulta muy difícil de practicar. En el
fondo de todos nuestros esfuerzos para cambiar a alguien hay
un motivo básicamente egoísta, una creencia de que a través
de ese cambio seremos felices. No hay nada malo en desear ser
felices, pero colocar la fuente de esa felicidad fuera de nosotros
mismos, en las manos de otra persona, significa que evitamos
nuestra capacidad y nuestra responsabilidad de modificar
nuestra propia vida para bien.
Resulta irónico, pero esta misma práctica de la aceptación
es lo que permite a otra persona cambiar si así lo desea.
Analicemos cómo funciona esto. Si la pareja de una mujer tiene
un problema de adicción al trabajo, por ejemplo, y ella se queja
y discute con él por las largas horas que pasa fuera de casa,
¿cuál es el resultado habitual? El pasa el mismo tiempo o más
lejos de ella, pues se siente justificado a hacerlo a fin de
escapar de esos lamentos sin fin. En otras palabras, al regañar,
quejarse y tratar de cambiarlo, ella en realidad le hace creer
que el problema entre ellos no es su adicción al trabajo sino la
172
forma en que ella lo fastidia; y, en efecto, su compulsión de
cambiarlo puede llegar a ser un factor tan importante para la
distancia emocional entre ellos como la compulsión de él al
trabajo. En sus esfuerzos por obligarlo a estar más cerca de
ella, en realidad lo aleja más aun.
La adicción al trabajo es una alteración grave, como lo son
todas las conductas compulsivas. Sirve a un propósito en la
vida de su esposo; éste puede ser protegerlo de la cercanía y la
intimidad que él teme e impedir que surjan diversas emociones
incómodas para él, principalmente la ansiedad y la
desesperación. (La adicción al trabajo es una de las maneras de
evitarse a sí mismos que emplean con frecuencia los hombres
que provienen de familias disfuncionales, tal como amar
demasiado es uno de los principales medios de prevención
utilizados por las mujeres provenientes de ese tipo de familias.)
El precio que ese hombre paga por esta prevención es una
existencia unidimensional que le impide disfrutar gran parte de
lo que ofrece la vida. Pero solamente él puede decidir si el
precio es demasiado alto, y sólo él puede elegir tomar las
medidas necesarias y correr los riesgos que se requieren para
que él cambie. La tarea de su esposa no es enderezar la vida
de su marido sino realzar la propia.
La mayoría de nosotros tenemos la capacidad de ser mucho
más felices y plenos como individuos de lo que creemos. A
menudo, no reclamamos esa felicidad porque creemos que el
comportamiento de otra persona nos lo impide. Ignoramos
nuestra obligación de desarrollamos mientras planeamos,
maniobramos y manipulamos para cambiar a otro, y nos
enfadamos, nos desalentamos y nos deprimimos cuando
nuestros esfuerzos fracasan. El intentar cambiar a otra persona
es frustrante y deprimente, pero el ejercer el poder que
tenemos para cambiar nuestra propia vida es vivificante.
Para que la esposa de un adicto al trabajo esté libre para
vivir una vida plena, haga lo que haga su esposo, debe llegar a
creer que el problema de él no es el suyo, y que no está en su
poder ni es su deber ni su derecho cambiarlo. Debe aprender a
respetar el derecho que tiene él de ser quien es, aun cuando
ella desee que sea distinto.
Al hacerlo, ella quedará libre: libre de resentimiento por la
inaccesibilidad de él, libre de culpa por no ser capaz de
cambiarlo, libre de la carga de tratar incansablemente de
173
cambiar lo que no puede. Con menos resentimiento y culpa es
probable que ella empiece a sentir más afecto hacia él por las
cualidades que sí aprecia.
Cuando ella deje de tratar de cambiarlo y reencauce su
energía al desarrollo de sus propios intereses, experimentará
cierto grado de felicidad y satisfacción, sin importar lo que él
haga. A la larga ella quizá descubra que sus objetivos son
suficientemente gratificantes y que puede disfrutar una vida
plena y satisfactoria sola, sin mucha compañía de su esposo. O
bien, a medida que se vuelva cada vez menos dependiente de
él para su felicidad, ella puede decidir que su compromiso con
un hombre ausente no tiene sentido y puede decidir proseguir
su vida sin el constreñimiento de un matrimonio insatisfactorio.
Ninguno de estos dos caminos es posible mientras ella necesite
que él cambie para ser feliz. Hasta que lo acepte tal como es,
estará congelada en animación suspendida, esperando que él
cambie para poder empezar a vivir su vida.
Cuando una mujer que ama demasiado se da por vencida
en su cruzada de cambiar al hombre de su vida, entonces él
queda solo para reflexionar en las consecuencias de su propio
comportamiento. Como ella ya no está frustrada ni infeliz, sino
que cada vez se entusiasma más con la vida, se intensifica el
contraste con la existencia de él. El puede elegir luchar por
desembarazarse de su obsesión y llegar a ser más accesible
física y emocionalmente. O quizá no. Pero sea lo que fuere lo
que él decida hacer, al aceptar al hombre de su vida
exactamente como es, una mujer queda en libertad, de una
forma o de otra, para vivir su propia vida... con felicidad por
siempre jamás.
174
CAPITULO 8
Cuando una adicción alimenta a otra
Hay mucho dolor en la vida y
quizá el único dolor que se puede
evitar es el que proviene de
intentar evitar el dolor.
R. D. Laing
En el peor de los casos, las mujeres que amamos
demasiado somos adictas a las relaciones, "hombreadictas"
intoxicadas de dolor, miedo y anhelo. Como si eso no fuera
suficiente, es posible que los hombres no sean lo único a lo que
estamos "enganchadas". A fin de bloquear nuestros
sentimientos más profundos de la niñez, algunas también
hemos desarrollado dependencias de sustancias adictivas. En
nuestra juventud o, más tarde, en la adultez, quizás hemos
comenzado a abusar del alcohol o de otras drogas o, lo que es
más típico en las mujeres que amamos demasiado, de la
comida. Hemos comido en exceso o escasamente, o ambas
cosas, para olvidar la realidad, para distraernos, y para
insensibilizamos al vasto vacío emocional que hay en lo
profundo de nuestro ser.
No todas las mujeres que aman demasiado también comen
demasiado o beben demasiado o abusan de las drogas, pero
para aquéllas que sí lo hacemos, nuestra recuperación de la
adicción a las relaciones debe ir de la mano de nuestra
recuperación de la adicción a la sustancia de la que abusamos.
He aquí la razón: cuanto más dependemos del alcohol, las
drogas o la comida, más culpa, vergüenza, miedo y odio por
nosotras mismas sentimos. Cada vez más solas y aisladas, es
posible que nos desesperemos por el consuelo que parece
prometer una relación con un hombre. Como nos sentimos
175
pésimamente con nosotras mismas, queremos un hombre que
nos haga sentir mejor. Como no podemos queremos,
necesitamos que él nos convenza de que somos dignas de ser
amadas. Incluso nos decimos que con el hombre adecuado no
necesitaremos tanta comida, tanto alcohol o tantas drogas.
Utilizamos las relaciones de la misma manera en que utilizamos
nuestra sustancia adictiva: para alejar el dolor. Cuando una
relación nos falla, recurrimos con mayor frenesí a la sustancia
de la que hemos abusado, nuevamente en busca de alivio. Se
crea un círculo vicioso cuando la dependencia física con
respecto a una sustancia se ve exacerbada por la tensión de
una relación dañina, y los sentimientos caóticos engendrados
por la adicción física intensifican la dependencia emocional con
respecto a una relación. Utilizamos el hecho de estar sin un
hombre o de estar con un hombre inapropiado para explicar y
excusar nuestra adicción física. A la inversa, nuestro uso
continuo de la sustancia adictiva nos permite tolerar nuestra
relación dañina insensibilizándonos al dolor y quitándonos la
motivación necesaria para cambiar. Culpamos a una por la otra.
Utilizamos una para enfrentar la otra y cada vez nos volvemos
más dependientes de ambas.
Mientras estamos empeñadas en huir de nosotras mismas y
evitar nuestro dolor, seguimos enfermas. Cuanto más tratamos
y cuantas más vías de escape buscamos, más nos enfermamos
al combinar adicciones con obsesiones. A la larga descubrimos
que nuestras soluciones se han convertido en nuestros
problemas más graves. Al necesitar mucho alivio y no
encontrarlo, a veces podemos empezar a enloquecer un poco.
-Estoy aquí porque me envió mi abogado. -Brenda casi
susurraba al hacer esta confesión en ocasión de nuestra
primera cita.- Yo... Yo... Bueno, tomé algunas cosas y me
atraparon, y a él le pareció una buena idea que consultara a un
profesional... -prosiguió en tono de conspiración-, que daría
una mejor impresión cuando vuelva a la corté, si ellos creen
que estoy consultando a alguien para analizar mis problemas.
Apenas tuve tiempo de asentir antes de que ella prosiguiera
de prisa.
- Excepto que, bueno, ya no creo tener ningún problema.
Tomé un par de cosas de una pequeña farmacia y olvidé
pagarlas. Es horrible que piensen que las robé, pero en realidad
176
fue un descuido. Lo peor de todo es la vergüenza. Pero yo no
tengo verdaderos problemas, no como algunas personas.
Brenda me estaba presentando uno de los desafíos más difíciles
del trabajo de consejera: una paciente que no tiene motivación
suficiente para buscar ayuda, que incluso niega necesitar ayuda
y, sin embargo, está en el consultorio, enviada por otra persona
que cree que el asesoramiento la beneficiaría.
Mientras ella conversaba sin cesar, me encontré sin prestar
atención a aquel torrente de palabras. En cambio, estudiaba a
la mujer en sí. Era alta, de por lo menos un metro ochenta y
delgada como una modelo: pesaría como máximo cincuenta y
dos kilos. Llevaba un vestido elegante pero sencillo de seda
color coral profundo, acentuado con joyas de marfil y oro. Con
su cabello rubio color miel y sus ojos verde mar debería haber
sido una belleza, pero faltaba algo. Tenía el ceño crónicamente
fruncido, lo que creaba una profunda arruga vertical entre sus
cejas. Contenía mucho el aliento y las aletas de su nariz se
abrían constantemente. Y su cabello, si bien cuidadosamente
cortado y peinado, estaba seco y quebradizo. Tenía la piel
cetrina y con aspecto de papel a pesar de su atractivo
bronceado. Su boca habría sido ancha y llena, pero ella
apretaba los labios constantemente, lo que los hacía parecer
finos y leves. Cuando sonreía, era como si corriera
cuidadosamente una cortina sobre sus dientes, y cuando
hablaba se mordía los labios con frecuencia. Comencé a
sospechar que practicaba vómitos autoinducidos junto con un
apetito insaciable (bulimia) y/o auto inanición (anorexia),
debido a la calidad de su piel y de su cabello, además de su
extrema delgadez.
Las mujeres que sufren desórdenes alimenticios también
tienen con frecuencia episodios de robo compulsivo, de modo
que ésa era otra pista. Yo tenía fuertes sospechas de que era
co-alcohólica. En mi experiencia profesional, casi todas las
mujeres que he visto con desórdenes alimenticios eran hijas de
un alcohólico, de dos alcohólicos (especialmente las mujeres
que practican la bulimia) o de un alcohólico y una persona que
come por compulsión. Los que comen por compulsión a menudo
se casan con alcohólicos, y viceversa, lo cual no resulta
sorprendente dado que muchas mujeres que comen por
compulsión son hijas de alcohólicos, y las hijas de alcohólicos
tienden a casarse con alcohólicos. La persona que come por
177
compulsión está decidida a controlar su comida, su cuerpo y a
su pareja con la fuerza de su voluntad. A Brenda y a mí nos
esperaba mucho trabajo.
-Háblame de ti -le pedí con la mayor suavidad posible,
aunque sabía lo que sobrevendría.
Como era de esperar, la mayor parte de lo que procedió a
decirme aquel primer día eran mentiras: que estaba bien, que
era feliz, que no sabía qué había sucedido en la farmacia, que
no podía recordarlo en absoluto, que nunca antes había robado
nada. Luego dijo que su abogado era muy bueno, como yo
obviamente lo era, y que no quería que nadie más se enterara
de aquel incidente porque nadie más lo entendería como lo
hacíamos el abogado y yo. El halago estaba calculado para que
yo me confabulara con ella en que en realidad no pasaba nada
malo, para que la apoyara en su mito de que el arresto era un
error, una pequeña broma inconveniente del destino y nada
más.
Por fortuna, había bastante tiempo entre la primera
consulta y el momento en que finalmente se fallaría en su caso,
y como ella sabía que yo estaba en contacto con su abogado
siguió tratando de ser una "buena paciente". Asistió a todas las
sesiones, y después de un tiempo, poco a poco, empezó a
mostrarse más sincera, a su pesar. Cuando eso sucedió, ella
experimentó el alivio que sobreviene al dejar de vivir una
mentira. Pronto, estaba en terapia tanto por ella misma como
por el efecto que eso podría tener sobre el juez que oyera el
caso. Cuando la sentenciaron (seis: meses suspendida y
restitución total, más cuarenta horas de trabajo comunitario
que cumplió en el Club de Jóvenes local) estaba trabajando
para ser sincera con la misma intensidad con que antes había
trabajado para disimular quién era y qué hacía.
La verdadera historia de Brenda, que al principio reveló con
mucha vacilación y cautela, comenzó a emerger durante
nuestra tercera sesión. Parecía muy cansada y ojerosa, y
cuando se lo comenté admitió que esa semana le había costado
dormir. Le pregunté qué había provocado eso.
Primero culpó al juicio venidero, pero esa explicación no
parecía totalmente cierta, de modo que insistí.
-¿Hay alguna otra cosa que te preocupe esta semana?
Brenda esperó un momento, mordiéndose los labios con
178
decisión, avanzando sistemáticamente desde el labio superior
hasta el inferior y viceversa. Luego dijo abruptamente:
-Pedí a mi esposo que se marchara, finalmente, y ahora
deseo no haberlo hecho. No puedo dormir, no puedo trabajar,
soy una pila de nervios. Odiaba lo que él estaba haciendo,
andando en forma tan evidente con esa chica de su trabajo,
pero seguir sin él es más difícil que aguantar todo aquello.
Ahora no sé qué hacer, y me pregunto si, de todos modos, no
habrá sido mi culpa. El siempre decía que lo era, que yo era
demasiado fría y distante, que no era suficientemente mujer
para él. Y creo que tenía razón. Yo me enfadaba y me apartaba
mucho, pero era por todas sus críticas. Siempre le decía: "Si
quieres que sea cálida contigo, tienes que tratarme como si yo
te gustara y decirme cosas bonitas, en lugar de decirme lo
horrible o tonta o poco atractiva que soy."
Entonces, de inmediato, Brenda se asustó, levantó las cejas
más aun y comenzó a desestimar todo lo que acababa de
revelar. Agitando sus manos bien cuidadas, dijo:
-En realidad no estamos separados; sólo estamos
tomándonos un tiempo lejos el uno del otro. Y Rudy no me
critica tanto; creo que en realidad me lo merezco. A veces
vuelvo del trabajo cansada y no quiero cocinar, especialmente
porque a él no le gusta lo que cocino. Le gusta tanto lo que
cocina su madre que deja la mesa y se va a casa de su madre y
no vuelve hasta las dos de la mañana. Simplemente no tengo
ganas de esforzarme tanto por hacerlo feliz cuando, de todos
modos, no da resultado. Muchas mujeres la pasan peor.
- ¿Qué hace él hasta las dos? No puede estar todo ese
tiempo en casa de su madre -cuestioné.
-Ni siquiera deseo saberlo. Supongo que sale con su
amiguita. Pero no me importa. Prefiero que me deje sola.
Muchas veces quiere pelear cuando finalmente llega a casa, y
fue más por eso (que me dejaba tan cansada para trabajar al
día siguiente) que por su romance que al fin le pedí que se
marchara.
Había allí una mujer decidida a no sentir ni revelar sus
emociones. El hecho de que éstas casi gritaban para hacerse oír
sólo la llevaba a crear más situaciones difíciles en su vida para
sofocarlas.
Después de nuestra tercera sesión llamé a su abogado y le
dije que insistiera cuidadosamente a Brenda sobre la
179
importancia de que siguiera en terapia conmigo. Yo iba a
arriesgarme con ella y no quería perderla. Al comienzo de
nuestra cuarta sesión, arremetí.
-Háblame de ti y la comida, Brenda -le pedí con la mayor
amabilidad posible.
Sus ojos verdes se dilataron con alarma, su piel cetrina
perdió más color aun, y ella se retrajo visiblemente. Luego esos
ojos se estrecharon y Brenda sonrió para desarmarme.
-¿A qué se refiere? ¡Es una pregunta tonta!
Le dije lo que veía en su aspecto que me había alertado y le
hablé de la etiología de los desórdenes alimenticios. El hecho de
identificarla como una enfermedad compartida por muchas
mujeres ayudó a Brenda a colocar su conducta compulsiva en
una mejor perspectiva. No me llevó tanto tiempo como había
temido hacerla hablar.
La historia de Brenda era larga y complicada, y le llevó
bastante tiempo separar la realidad de su necesidad de
distorsionar, disimular y fingir. Se había vuelto tan experta en
aparentar que se había atrapado en su propia telaraña de
mentiras. Se había esforzado por perfeccionar una imagen a
presentar al mundo exterior, una imagen que enmascarara su
miedo, su soledad, y el terrible vacío interior. Le costó mucho
evaluar su situación para poder dar los pasos necesarios para
satisfacer sus propias necesidades. Y esa necesidad era la razón
por la que robaba, comía, vomitaba y volvía a comer, y mentía,
todo por compulsión, intentando desesperadamente cubrir
todos sus movimientos.
La madre de Brenda también comía por compulsión y, de
acuerdo a lo que Brenda podía recordar, siempre había estado
muy excedida de peso. Su padre, un hombre delgado, fuerte y
enérgico, que desde mucho tiempo atrás rechazaba el aspecto
y la excentricidad religiosa de su esposa, durante años había
burlado sus votos matrimoniales. Nadie en la familia dudaba de
que fuera infiel, y nadie hablaba nunca del tema. Sabían que
era una cosa pero admitían que era otra, una violación del
acuerdo tácito de la familia: lo que no reconocemos en voz alta
no existe para nosotros como familia y, por lo tanto, no puede
lastimarnos. Era una regla que Brenda aplicaba con vigor a su
propia vida. Si no admitía que pasaba algo malo, entonces así
era. Los problemas no existían a menos que los expresara con
palabras. No es de extrañarse que se aferrara con tanta
180
tenacidad a las mismas mentiras e invenciones que la estaban
destruyendo. Y tampoco es de extrañarse que le costara tanto
estar en terapia.
Brenda creció delgada como su padre, y con un inmenso
alivio de saber que podía comer mucho sin engordar como su
madre. A los quince años su cuerpo empezó a revelar de pronto
los efectos de la enorme cantidad de comida que ingería. A los
dieciocho años pesaba 108 kilos, y estaba más desesperada e
infeliz que nunca. Ahora papá decía cosas desagradables a
aquella muchacha que había sido su hija favorita. Le decía que,
después de todo, estaba resultando como su madre. Claro que
él no habría dicho esas cosas si no hubiese estado bebiendo,
pero el hecho era que en ese entonces bebía la mayor parte del
tiempo, aun cuando estaba en casa, lo cual no ocurría con
mucha frecuencia. Mamá no dejaba de rezar y de alabar al
Señor, y papá no dejaba de beber y de tener aventuras, y
Brenda seguía comiendo, tratando de no sentir el pánico que
crecía en su interior.
La primera vez que estuvo lejos de su casa como
estudiante universitaria, y echando mucho de menos a la
misma madre y al mismo padre a quienes también censuraba,
hizo un increíble descubrimiento. Sola en su habitación, en
medio de una comilona, descubrió que podía vomitar casi todo
lo que había comido sin verse castigada por su enorme
consumo de comida aumentando de peso. Pronto estuvo tan
fascinada por el control que ahora sentía sobre su peso que
comenzó a ayunar, y a vomitar todo lo que comía. Estaba
pasando de la etapa bulímica de su desorden alimenticio
compulsivo a la etapa anoréxica. En los siguientes años Brenda
tuvo repetidos accesos de obesidad intercalados con una
extrema delgadez. Lo que nunca experimentó en ese tiempo
fue un solo día sin su obsesión por la comida. Cada mañana
despertaba con la esperanza de que ese día fuera diferente del
anterior, y cada noche se acostaba decidida a ser "normal" al
día siguiente, y a menudo despertaba en mitad de la noche lista
para otra comilona. Brenda no entendía realmente lo que le
ocurría. No sabía que tenía un desorden alimenticio, con tanta
frecuencia presente en las hijas de alcohólicos y en los hijos de
quienes comen por obsesión. No comprendía que tanto ella
como su madre sufrían de una alergia-adicción a ciertas
comidas, principalmente a los carbohidratos refinados, que
181
formaba un paralelo casi exacto con la alergia-adicción de su
padre al alcohol. Ninguno de ellos podía ingerir una cantidad
pequeñísima de su sustancia adictiva sin desatar un intenso
deseo de ingerir más y más. Y al igual que la relación de su
padre con el alcohol, la relación de Brenda con la comida -y
especialmente con los alimentos dulces horneados- consistía en
una larga y dilatada batalla por controlar la sustancia que, en
cambio, la controlaba a ella.
Brenda siguió practicando el vómito autoinducido durante
años después de haberlo "inventado" en la universidad. Su
aislamiento y su sigilo fueron cada vez más extremos, y en
muchos aspectos esta conducta se veía alentada tanto por su
familia como por su enfermedad. La familia de Brenda no
quería recibir ninguna noticia suya a la que no pudieran
responder: "¡Qué bien, querida!" No había sitio para el dolor, el
miedo, la soledad, la honestidad; no había sitio para la verdad
sobre ella misma o sobre su vida. Como ellos siempre eludían la
verdad, era implícito que ella también debía eludirla, en lugar
de perturbar la calma. Con sus padres como cómplices mudos,
Brenda se hundió más aun en la mentira que era su vida,
segura de que si se las ingeniaba para verse bien por fuera,
todo estaría bien -o, al menos, tranquilo- por dentro.
Aun cuando su aspecto estuviera bajo control durante
períodos prolongados, no se podía ignorar el torbellino interior.
Aunque Brenda hacía todo lo que podía por lucir bien -ropa
diseñada por modistos de alta costura, junto con la última
moda en maquillaje y peinados-, no bastaba para apaciguar su
miedo, para llenar su vacío. En parte debido a todas las
emociones que ella se rehusaba a reconocer y en parte por la
devastación que su malnutrición auto-impuesta estaba
produciendo en su cerebro, el estado mental de Brenda era
confuso, ansioso, mórbido y obsesivo.
Tratando de liberarse de ese torbellino interior, Brenda, al
seguir el patrón de su madre, buscó solaz en un grupo religioso
fanático que se reunía en la universidad. Fue en ese círculo
donde, en su último año de estudios, conoció a su futuro
esposo, Rudy, una especie de ganador insospechado que la
fascinó más aun por su misterio. Brenda estaba acostumbrada
a los secretos, y él tenía muchos. En las historias que contaba y
los nombres que mencionaba había insinuaciones de que había
estado involucrado en actividades clandestinas relacionadas con
182
la corrida de apuestas y números en la ciudad de Nueva Jersey
donde había nacido. Aludió vagamente a grandes sumas de
dinero que había ganado y gastado, automóviles y mujeres
resplandecientes, clubes nocturnos, bebida y drogas. Y ahora
allí estaba, metamorfoseado en un estudiante serio que vivía en
el terreno de una formal universidad del medio oeste, activo en
un grupo religioso para jóvenes, luego de dejar atrás su dudoso
pasado en busca de algo mejor. El hecho de que inclusive había
interrumpido la comunicación con su familia implicaba que se
había marchado de prisa y bajo coacción, pero Brenda estaba
tan impresionada con su pasado oscuro y misterioso y con sus
intentos, en apariencia sinceros, de cambiar, que no tenía
necesidad de pedir explicaciones detalladas de sus andanzas
pasadas. Después de todo, ella también tenía sus secretos.
Entonces, esas dos personas que fingían ser lo que no eran
-él, un delincuente disfrazado de niño cantor; ella, una mujer
que" comía por compulsión disfrazada de figurín de modas-
naturalmente se enamoraron, con una ilusión proyectada
recíprocamente. El hecho de que alguien amara lo que ella
simulaba ser selló el destino de Brenda. Ahora tendría que
persistir con el engaño, y más de cerca. Más presión, más
tensión, más necesidad de comer, vomitar, esconderse.
La abstinencia de Rudy de los cigarrillos, el alcohol y las
drogas duró hasta que se enteró de que su familia se había
mudado a California. Aparentemente decidió que, con suficiente
distancia geográfica entre él y su pasado, podría volver sin
peligro a su familia y a sus viejas costumbres, y él y su nueva
esposa Brenda se marcharon hacia el oeste. Casi en el mismo
instante en que atravesaron la primera frontera su personalidad
comenzó a alterarse, a revertir a lo que había sido antes de que
Brenda lo conociera. El camuflaje de Brenda duró más tiempo,
hasta que ella y Rudy comenzaron a vivir con los padres de él.
Con tanta gente en la casa, no podía continuar con sus vómitos
autoinducidos. Si bien sus comilonas eran más difíciles de
disimular, éstas cobraron impulso bajo la tensión de aquellas
circunstancias, y Brenda comenzó a engordar. En poco tiempo
aumentó veinte kilos, y la bella esposa rubia de Rudy
desapareció en los pliegues matronales del cuerpo cada vez
más gordo de Brenda. Rudy, que se sentía estafado y furioso,
la dejaba en casa mientras él salía a beber, y en busca de
alguien cuyo aspecto complementara el suyo como una vez lo
183
había hecho el de Brenda. Desesperada, ella comía más que
nunca, al tiempo que se prometía a ella misma y a Rudy que lo
único que necesitaba era una casa para ellos solos y que así
podría volver a adelgazar. Cuando finalmente tuvieron su
propia casa, Brenda comenzó a bajar de peso en forma tan
precipitada como había aumentado, pero Rudy rara vez estaba
en casa para notarlo. Ella quedó embarazada, y cuatro meses
más tarde tuvo un aborto sola, mientras Rudy pasaba la noche
en otro lugar.
Brenda estaba segura de que todo lo que ocurría era por su
culpa. El hombre que una vez había sido sano y feliz y que
había compartido sus principios y sus creencias era ahora otra
persona, alguien a quien ella no conocía y que no le agradaba.
Discutían por el comportamiento de él y por las quejas de ella.
Brenda trataba de no fastidiarlo, con la esperanza de que
cambiara su conducta. No lo hizo. Brenda no estaba gorda
como su madre, y aun así él tenía aventuras como su padre.
Sentía pánico por su incapacidad de poner orden en su vida.
Brenda había robado cuando era adolescente, no con sus
amigos en un asalto compartido al botín del mundo adulto, sino
sola, en secreto, y rara vez usaba o conservaba las cosas que
robaba. Luego, en su matrimonio infeliz con Rudy, comenzó a
robar otra vez, como una forma simbólica de quitar al mundo
aquello que no le era dado: amor, apoyo, comprensión y
aceptación. Pero sus robos solamente la aislaban más aun, le
proporcionaban otro secreto para guardar, otra fuente de
vergüenza y culpa. Mientras tanto, su aspecto exterior volvía a
convertirse en su mayor defensa para evitar que la vieran tan
cual era: una persona temerosa, vacía y solitaria. Una vez más
estaba delgada, y tenía un empleo principalmente para poder
comprar la ropa cara que ansiaba. Hizo algunos trabajos como
modelo, con la esperanza de que Rudy se sintiera orgulloso de
ella. Mientras él se jactaba de su esposa, la modelo, nunca se
molestaba en ir a verla caminar por una sola pasarela.
Debido a que Brenda recurría a Rudy para obtener aprecio
y aprobación, la incapacidad de él de proporcionarle eso redujo
más aun la autoestima de ella, que ya era tan marginal. Cuanto
menos le daba Rudy, más necesitaba ella que le diera. Brenda
se esforzaba por perfeccionar su aspecto, pero sentía que le
faltaba algún elemento misteriosamente atractivo que todas las
mujeres con quienes andaba Rudy parecían exudar sin
184
esfuerzo. Se presionó más para ser delgada, porque ser
delgada significaba ser más perfecta. Además, se volvió
perfeccionista en el cuidado de la casa, y pronto estuvo
totalmente ocupada con sus diversas conductas obsesivocompulsivas: limpiar, robar, comer, vomitar. Mientras Rudy
estaba fuera de casa, bebiendo y con otras mujeres, Brenda
limpiaba la casa a altas horas de la noche, se acostaba con un
sentimiento de culpa y fingía dormir si oía que el automóvil de
Rudy entraba al garaje.
Rudy se quejaba por su minuciosidad en la casa, y con
bastante agresividad deshacía los efectos de la cuidadosa
limpieza todas las noches cuando volvía a la casa, fuese tarde o
temprano. El resultado era que Brenda no veía la hora de que
él se marchara para poder limpiar y acomodar lo que él había
desarreglado. Cuando él salía por la noche a beber y andar de
parranda, ella se sentía aliviada. Todo se volvía cada vez más
demencial.
Su arresto en la farmacia fue, sin duda, una bendición, en
el sentido de que creó una crisis que la llevó a la terapia, donde
empezó a examinar en qué se había convertido su vida. Hacía
mucho tiempo que quería alejarse de Rudy, pero no había
podido abandonar su compulsión de reparar la relación
perfeccionándose a sí misma. Por irónico que parezca, cuanto
más completamente se separaba de Rudy, con más ardor la
perseguía él: le llevaba flores, la llamaba por teléfono, aparecía
inesperadamente en su lugar de trabajo con entradas para un
concierto. Los compañeros de trabajo de Brenda, que lo
conocieron en una de esas actuaciones, pensaban que ella era
una tonta al dejar a un hombre tan enamorado y devoto.
Hicieron falta dos reconciliaciones esperanzadas, cada una de
ellas seguida por dolorosas rupturas, para que ella aprendiera
que Rudy sólo quería lo que no podía tener. Una vez que
volvieron a vivir juntos como marido y mujer, él pronto
reanudó sus aventuras. Durante la segunda ruptura Brenda le
dijo que pensaba que él tenía un problema con la bebida y las
drogas. El se dispuso a buscar ayuda para demostrar que no
era así. Durante dos meses estuvo limpio y sobrio. Volvieron a
reconciliarse, y en ocasión de su primera discusión, unos días
después, él bebió y pasó la noche afuera. Cuando sucedió eso,
Brenda, con la ayuda de la terapia, vio el patrón en que ambos
estaban atrapados. Rudy utilizaba la turbulencia deliberada de
185
su relación con Brenda para disimular y justificar su adicción al
alcohol, las drogas y las mujeres. Al mismo tiempo, Brenda
utilizaba la tremenda tensión generada por su relación como
excusa para entregarse a su bulimia y a otras conductas
compulsivas. Cada uno utilizaba al otro para evitar enfrentarse
a sí mismo y a sus propias adicciones. Cuando Brenda al fin
reconoció eso, pudo abandonar la esperanza de tener un
matrimonio feliz.
La recuperación de Brenda implicaba tres elementos muy
importantes y necesarios. Permaneció en terapia, asistió a
grupos para tratar su co-alcoholismo de toda la vida, y
finalmente, con el alivio que proviene de la rendición, se
sumergió en Gordos Anónimos, donde recibió ayuda y apoyo
para tratar su desorden alimenticio. Para Brenda, ingresar a G.
A. fue el factor más importante de su recuperación, y al cual se
había resistido con más vigor desde el comienzo. Su hábito
compulsivo de comer, vomitar y matarse de hambre
comprendía su problema más serio y arraigado, su proceso
primario de enfermedad. La obsesión con la comida agotaba
toda la energía que necesitaba para lograr cualquier tipo de
relación sana consigo misma y con otras personas en su vida.
Hasta que pudiera dejar de obsesionarse con su peso, su
ingestión de comida, las calorías, las dietas, etc., no podría
sentir verdaderas emociones con respecto a nada que no fuese
la comida, y tampoco podría ser sincera consigo misma o con
los demás.
Mientras sus sentimientos estuvieran ahogados por su
desorden alimenticio, no podría empezar a cuidarse, a tomar
decisiones sensatas por sí misma, o a vivir realmente su vida.
En cambio, la comida era su vida, y en muchos aspectos era la
única vida que ella quería. Por desesperada que fuera su batalla
por controlar la comida, era una lucha menos amenazadora que
la que enfrentaba consigo misma, con su familia, con su
esposo. Si bien había fijado límites por hora respecto de lo que
comería o no, Brenda nunca había impuesto límites para lo que
los demás podían hacerle o decirle. A fin de recuperarse, tenía
que empezar a definir el punto en que terminaban los demás y
comenzaba ella como persona autónoma. También tenía que
permitirse enojarse con los demás, no sólo consigo misma, lo
cual había sido su estado crónico.
186
En G. A. Brenda empezó a practicar la sinceridad por
primera vez en muchos, muchos años. Después de todo, ¿qué
sentido tenía mentir sobre su conducta a personas que la
entendían y aceptaban como era y con lo que hacía? A cambio
de su sinceridad obtuvo el poder curativo de la aceptación de
sus pares. Eso le dio el coraje de trasladar esa honestidad a un
círculo más amplio fuera del programa de G. A., hasta su
familia, sus amigos y posibles parejas.
Los grupos de familiares de alcohólicos la ayudaron a
entender las raíces de su problema en su familia de origen y
además le dieron herramientas para comprender tanto los
desórdenes compulsivos de sus padres como la forma en que
las enfermedades de éstos. la habían afectado. Allí aprendió a
relacionarse con ellos en forma más sana.
Rudy volvió a casarse en cuanto se completó el divorcio, a
pesar de afirmar por teléfono, la noche anterior a su segunda
boda, que sólo quería a Brenda. Esa conversación profundizó la
comprensión de Brenda de la incapacidad de Rudy para cumplir
con los compromisos que asumía, de su necesidad de buscar
constantemente una forma de evitar cualquier relación que
tuviera. Al igual que el padre de Brenda, era un vagabundo a
quien también le gustaba tener esposa y hogar.
Brenda pronto aprendió que era necesario que mantuviera
una
distancia
considerable,
tanto
geográfica
como
emocionalmente, entre ella y su familia. Dos visitas a casa, que
reactivaron en forma temporaria su síndrome de comilonas y
purgas, le enseñaron que aún no podía estar con su familia sin
recurrir a sus viejas maneras de manejar la tensión.
Mantenerse sana se ha convertido en su primera prioridad,
pero sigue asombrándose por lo difícil que es ese desafío y por
la poca habilidad que posee para ello. El hecho de llenar su vida
con un trabajo agradable, además de nuevas amistades e
intereses, ha sido un proceso lento, paso por paso. Como sabía
muy poco sobre el hecho de ser feliz, estar cómoda y en paz,
ha tenido que evitar rigurosamente el crear problemas que le
permitirían sentir aquella locura ya conocida.
Brenda sigue asistiendo a sus dos grupos de apoyo y
ocasionalmente a sesiones de terapia cuando siente necesidad
de hacerlo. Ya no es tan delgada como lo fue una vez, ni tan
gorda. "¡Soy normal!", exclama, riendo de sí misma y sabiendo
que nunca lo será. Su desorden alimenticio es una enfermedad
187
de por vida que exige su respeto, aunque ya no ejerce un
dominio absoluto sobre su salud ni su gordura.
La recuperación de Brenda sigue siendo algo frágil. Pasará
mucho tiempo hasta que esa manera nueva y sana de vivir la
haga sentir más cómoda que la anterior. Podría recaer una vez
más en el hábito de evitarse a sí misma y a sus sentimientos,
mediante la comida o a través de la obsesión con una relación
dañina. Como lo sabe, Brenda actualmente actúa con los
hombres con cautela; nunca acepta una cita que le exigiría
faltar a una reunión de alguno de los grupos, por ejemplo. Su
recuperación es valiosísima para ella, y no tiene intenciones de
perjudicarla. En sus propias palabras: "Me he acostumbrado a
no guardar más secretos, ya que, en primer lugar, fue por eso
que me enfermé. Ahora cuando conozco a un hombre, si me
parece que la relación podría llegar a algún lado, siempre le
cuento sobre mi enfermedad y la importancia que tienen para
mí los programas de Anónimos. Si él no soporta saber la verdad
sobre mí o es incapaz de comprender, lo considero su
problema, no el mío. Ya no trato de hacer lo imposible para
complacer a un hombre. Hoy en día mis prioridades son muy
diferentes. Mi recuperación está en primer lugar. De otro modo,
no me queda nada que ofrecer a nadie más."
188
CAPITULO 9
Morir por amor
Todos, cada uno de nosotros,
estamos llenos de horror. Si te
casas para espantar tu horror,
sólo lograrás casar tu horror con
el de otra persona; los dos
horrores tendrá el matrimonio, tú
sangrarás y llamarás a eso amor.
Michael Ventura
Bailando con la propia
sombra
en
la
zona
matrimonial.
Fumando un cigarrillo tras otro, con los hombros erguidos y
tensos, Margo movía su pierna cruzada rápidamente hacia
adelante y hacia atrás, y su pie daba un impulso extra al final
de cada oscilación. Estaba sentada muy tiesa, inclinada hacia
adelante, junto a la ventana de la sala de espera, mirando
fijamente uno de los paisajes más bellos del mundo. Los techos
de tejas rojas de Santa Bárbara trepaban las colinas azules y
púrpuras sobre el océano, pero la escena, ligeramente teñida
de rosa y oro en aquella tarde de verano, no lograba comunicar
su tranquilidad española al rostro de Margo. Parecía una mujer
apresurada, y en efecto lo era.
Cuando le señalé el camino, se movió con rapidez, con sus
tacones golpeteando en el suelo; entró a mi consultorio y se
sentó, nuevamente al borde de la silla, y me clavó la mirada.
189
- ¿Cómo sé si usted me puede ayudar? Nunca hice esto de
venir a hablar con alguien sobre mi vida. ¿Cómo sé si valdrá el
tiempo y el dinero?
Yo sabía que también trataba de preguntarme: "¿Cómo sé
si puedo confiar en que usted se interese por mí si le dejo ver
cómo soy en realidad?" Por eso, con mi respuesta, intenté
contestar ambas preguntas.
-La terapia requiere una inversión de tiempo y dinero. Pero
la gente nunca viene, siquiera a su primera consulta, a menos
que en su vida esté sucediendo algo muy terrible o muy
doloroso, algo que ya se han esforzado por dominar pero nunca
lo han logrado. Nadie viene por casualidad a ver a un
terapeuta. Estoy segura de que tú debes de haberlo pensado
mucho antes de decidirte avenir.
La precisión de esa declaración pareció aliviarla un poco, y
se permitió recostarse en la silla con un leve suspiro.
-Tal vez debí hacer esto hace quince años, o antes, pero
¿cómo sabía que necesitaba ayuda? Yo creía que me iba bien. Y
en algunos aspectos así era... inclusive ahora. Tengo un buen
empleo y gano un sueldo decente. -Se detuvo de pronto y
luego, con actitud más reflexiva, prosiguió:- A veces es como si
tuviera dos vidas. Voy a trabajar, y soy brillante e inteligente;
me respetan. La gente me pide consejos y me da mucha
responsabilidad, y me siento adulta, capaz y segura de mi
misma. -Miró al techo y tragó saliva para controlar su voz.Después vuelvo a casa y mi vida es como una larga y de mala
calidad. Es tan mala que, si fuera un libro, no lo leería.
Demasiado cursi, ¿sabe? Pero aquí estoy, sin poder dejar de
vivirla. Ya estuve casada cuatro veces, y apenas tengo treinta y
cinco años. ¡Apenas! Dios mío, me siento muy vieja. Comienzo
a tener miedo de no poder nunca arreglar mi vida, y de que se
me acabe el tiempo. Ya no soy tan joven como antes, ni tan
bonita. Me asusta la idea de que nadie más me quiera, de
haber gastado todas mis oportunidades y de que ahora siempre
estaré sola.
El miedo que reflejaba su voz concordaba con las arrugas
de preocupación que se marcaron en su frente al expresar eso.
Tragó saliva varias veces y parpadeó con fuerza.
-Sería difícil decir cuál de mis matrimonios fue el peor.
Todos fueron desastrosos, pero en distinta forma.
190
"Mi primer marido y yo nos casamos cuando yo tenía veinte
años. Cuando lo conocí, sabía que era licencioso. Me era infiel
antes de casamos, y también después. Yo creía que al estar
casados sería distinto, pero no fue así. Cuando nació nuestra
hija yo estaba segura de que eso lo frenaría un poco, pero
surtió el efecto contrario. Permanecía más tiempo fuera de
casa. Cuando estaba con nosotras era muy malo. Yo podía
soportar que me gritara, pero cuando empezó a castigar a la
pequeña Autumn por nada y por todo, decidí interferir. Al ver
que eso no daba resultado, me marché y me llevé a mi hija. No
fue fácil, porque ella era muy pequeña y yo tenía que buscar
trabajo. El nunca nos dio ninguna clase de apoyo, y yo tenía
miedo de que nos causara problemas para que yo no acudiera
al fiscal de distrito o algo así. No podía volver a casa de mis
padres, porque habría sido igual que mi matrimonio. Mi padre
abusaba mucho de mi madre, tanto física como verbalmente, y
también de mis hermanos y de mí. Cuando era niña, siempre
estaba escapando. Finalmente, me fugué y " me casé para salir
de allí, por eso estaba decidida a no volver. "Tardé dos años
desde que me marché en reunir el coraje para divorciarme de
mi primer marido. No podía hacerlo hasta haber encontrado
otro hombre. El abogado que manejó mi divorcio terminó
convirtiéndose en mi segundo esposo. Era bastante mayor que
yo y también acababa de divorciarse. No creo que estuviera
realmente enamorada de él, pero quería estarlo, y creí haber
encontrado a alguien que podría cuidarnos a Autumn y a mí.
Hablaba mucho de que quería volver a empezar en la vida,
iniciar una nueva familia con alguien a quien pudiera amar de
verdad. Creo que me sentí halagada de que sintiera eso por mí.
Me casé con él al día siguiente de terminar el divorcio. Todo
saldría bien, estaba segura. Conseguí un buen preescolar para
Autumn y reanudé mis estudios. Mi hija y yo pasábamos las
tardes juntas, luego yo hacía la cena y volvía a la universidad
para las clases nocturnas. Por las noches, Dwayne se quedaba
en casa con Autumn, haciendo trabajos legales. Una mañana en
que estábamos solas, Autumn dijo algunas cosas que me
hicieron comprender que algo horrible, algo sexual, estaba
ocurriendo entre ella y Dwayne. En ese momento yo también
sospechaba que estaba embarazada, pero esperé hasta el día
siguiente, como si todo estuviera normal, y después de que
Dwayne fue a trabajar puse a mi hija y todo lo nuestro en mi
191
automóvil y me marché. Le escribí una nota en la que hablaba
de lo que me había dicho Autumn y le advertí que no tratara de
encontramos o revelaría lo que le había hecho a la niña. Yo
tenía tanto miedo de que tuviera alguna forma de encontramos
y hacemos volver que decidí que, si estaba embarazada, no se
lo diría ni le pediría nada. Sólo quería que nos dejara en paz.
"Por supuesto, sí averiguó dónde vivíamos y me envió una
carta, sin ninguna referencia a Autumn. En cambio, me culpaba
por haber sido fría e indiferente con él, porque lo dejaba solo
mientras iba a estudiar por las noches. Durante mucho tiempo
me sentí culpable por eso, pensando que lo que le había pasado
a Autumn era mi culpa. Yo creía que mi hija estaría bien y en
cambio la había puesto en una situación horrible.
Una expresión perturbada cubrió el rostro de Margo al
recordar aquella vez.
-Por suerte, encontré una habitación en una casa con otra
joven madre. Ella y yo teníamos mucho en común. Ambas nos
habíamos casado demasiado jóvenes y proveníamos de hogares
infelices. Nuestros padres se parecían mucho, al igual que
nuestros primeros esposos. Pero ella había estado casada una
sola vez. - Margo meneó la cabeza y prosiguió.- La cuestión es
que cuidábamos a nuestros respectivos bebés, y eso nos
permitía continuar con los estudios y salir. Sentía más libertad
que nunca en mi vida, aunque resultó que sí estaba
embarazada. Dwayne aún no lo sabía, y yo nunca se lo dije.
Recordaba todas sus historias acerca de las maneras en que
podía causar problemas a la gente dentro de lo legal, y sabía
que conmigo también podía hacerlo. No quería tener nada más
que ver con él. Antes de casarnos, esas historias me habían
hecho pensar que era fuerte. Ahora me daban miedo de él.
"Susie, mi compañera de cuarto, me preparó para el parto
natural con mi segunda hija, Darla. Parece una locura, pero fue
uno de los mejores momentos de mi vida. Éramos tan pobres,
estudiábamos, cuidábamos a nuestros bebés, comprábamos
ropa en las tiendas baratas y comida con cupones. Pero a
nuestra manera éramos libres.
Se encogió de hombros.
-Sin embargo, yo estaba muy inquieta. Quería un hombre
en mi vida. Conservaba la esperanza de encontrar a alguien
que hiciera que mi vida fuese como yo la quería. Aún siento lo
192
mismo. Quiero aprender a encontrar alguien que sea bueno
para mí. Hasta ahora no me ha ido muy bien en eso.
El rostro tenso de Margo, aún bonito aunque muy delgado,
me miró con expresión de ruego. ¿Podría yo ayudarla a
encontrar y conservar al señor Maravilloso? Esa era la pregunta
escrita en aquella cara, la razón por la que había acudido a la
terapia.
Margo continuó con su saga. El siguiente jugador en su
torneo matrimonial fue Giorgio, que conducía un convertible
Mercedes Benz blanco y se ganaba la vida proveyendo cocaína
a algunas de las narices más adineradas de Montecito. Desde el
comienzo, su relación con Giorgio fue como un paseo en la
montaña rusa, y pronto Margo no podía distinguir entre la
química de la droga que él le proporcionaba con tanta
generosidad y la química de su relación con aquel hombre
moreno y peligroso. De pronto, su vida era veloz y sofisticada.
También era muy dura para ella, física y emocionalmente. Su
temperamento se alteró. Regañaba a sus hijas por pequeñeces.
Sus frecuentes peleas con Giorgio se convirtieron en batallas
físicas. Después de quejarse incansablemente a su compañera
de cuarto por la desconsideración, la infidelidad y las
actividades ilegales de Giorgio, Margo se asombró cuando Susie
finalmente le dio un ultimátum. Olvidaba a Giorgio o se iba de
esa casa. Susie ya no quería escucharlo ni verlo. Esa decisión
no fue buena para Margo ni para las niñas. Margo, exasperada,
voló a los brazos de Giorgio. El permitió que ella y sus hijas se
mudaran a la casa donde hacía la mayor parte de sus
transacciones, con la condición implícita de que el arreglo sería
temporario. Poco después, lo arrestaron por venta de drogas.
Antes del juicio, Giorgio y Margo se casaron, aunque para
entonces sus enfrentamientos casi siempre llegaban al borde
del punto de ebullición.
La razón que dio ella para su tercera decisión de casarse
fue la presión de Giorgio sobre ella para que, al convertirse en
su esposa, no le pudieran pedir que atestiguara en su contra.
La tentación de atestiguar era una posibilidad clara, dada la
naturaleza inflamatoria de sus enfrentamientos y la persistencia
del fiscal. Una vez que se casaron, el desagradecido Giorgio se
negó a tener relaciones sexuales con ella porque, según decía,
se sentía atrapado. A la larga se anuló el matrimonio, pero no
antes de que Margo conociera al número cuatro, un hombre
193
cuatro años menor que ella que nunca había trabajado porque
siempre había estado estudiando. Margo se dijo que ese
estudiante serio era justo lo que ella necesitaba, después de su
catástrofe con Giorgio, y para entonces ya la aterraba la idea
de estar sola. Marga trabajaba y mantenía a ambos, hasta que
él se marchó para ingresar a una comunidad religiosa. Durante
ese cuarto matrimonio, Margo había obtenido una considerable
suma de dinero por la muerte de un familiar, y permitió que su
esposo tuviera acceso a esa suma con la esperanza de que ese
gesto demostrara su lealtad, confianza y amor por él (los cuales
él cuestionaba todo el tiempo). El dio la mayor parte del dinero
de Margo a la comunidad, y luego le aclaró que ya no deseaba
estar casado y que no quería que ella lo siguiera allí, pues la
culpaba por el fracaso de su matrimonio por ser tan
"mundana".
Esos acontecimientos habían marcado profundamente a
Margo, y aun así estaba ansiosa por conocer al número cinco,
con la seguridad de que esa vez todo saldría bien si lograba
hallar al hombre adecuado. Recurrió a la terapia demacrada y
con los ojos hundidos, pues temía haber perdido su belleza y no
poder atraer a otro hombre. Estaba totalmente fuera de
contacto con su eterno patrón de relacionarse con hombres
imposibles, hombres en quienes no confiaba o que no le
agradaban. Si bien había admitido que hasta entonces no había
tenido suerte al elegir maridos, no tenía conciencia de la
manera en que sus propias necesidades la habían atrapado en
cada desastre matrimonial.
El cuadro que presentaba era alarmante. Además de estar
demasiado delgada (sus úlceras hacían que el hecho de comer
fuese para ella una tortura autoimpuesta, en las raras
ocasiones en que tenía apetito), Margo exhibía una cantidad de
otros síntomas nerviosos, relacionados con la tensión. Estaba
pálida (confirmó que estaba anémica), con las uñas muy
comidas y el cabello seco y quebradizo. Describió problemas de
eczema, diarrea e insomnio. Su presión sanguínea era
demasiado alta para su edad y su nivel de energías era
alarmantemente bajo. -A veces me cuesta muchísimo
levantarme e ir a trabajar. He usado todas mis licencias por
enfermedad para quedarme en casa llorando. Me siento
culpable si lloro cuando las niñas están en casa, por eso es un
194
alivio descargarme cuando están en la escuela. En realidad no
sé por cuánto tiempo podré seguir así. .
Informó que sus dos hijas tenían problemas en la escuela,
en lo académico y en lo social. En casa se peleaban
constantemente, y Margo se enfadaba con rapidez. Aún recurría
con frecuencia a la cocaína para levantar su ánimo, como
acostumbrara hacerlo en sus días con Giorgio; era algo que mal
podía permitirse, económica o físicamente.
Sin embargo, ninguno de estos factores preocupaba a
Margo tanto como el hecho de estar sin pareja. Desde la
adolescencia, en toda su vida nunca lo había estado. Cuando
niña había peleado con su padre y, ya adulta, en una u otra
forma, había peleado con todas sus parejas. Ahora hacía cuatro
meses que estaba sola, y era sólo por su triste historial que se
encontraba tan reacia a buscar otro hombre como a quedarse
quieta consigo misma.
Muchas mujeres, debido a realidades económicas opresivas,
sienten que necesitan un hombre que las mantenga, pero no
era ése el caso de Margo. Ella tenía un empleo con buena paga
haciendo un trabajo que le agradaba. Ninguno de sus maridos
la había mantenido a ella ni a sus hijas. Su necesidad de otro
hombre apuntaba a otra dirección. Era adicta a las relaciones, y
a las malas.
En su familia de origen había habido abuso para con su
madre, sus hermanos y ella misma. Había problemas de dinero,
inseguridad, sufrimiento. La tensión emocional de esta clase de
niñez había dejado profundas marcas en su psiquis.
En primer lugar, Margo sufría de una grave depresión
subyacente, presente con tanta frecuencia en las mujeres con
historias similares. Irónicamente, debido a esa depresión,
además de los roles ya conocidos que ella podía jugar con cada
pareja, Margo se veía atraída hacia hombres que eran
imposibles:
abusivos,
imprevisibles,
irresponsables,
o
insensibles. En ese tipo de relaciones habría muchas
discusiones, incluso peleas violentas, salidas dramáticas y
reconciliaciones, y períodos de espera con tensión y miedo.
Podía haber serios problemas de dinero o incluso con la ley,
Mucho drama. Mucho caos. Mucha excitación. Mucha
estimulación.
Suena agotador, ¿verdad? Claro, a la larga lo es pero, como
sucede cuando se usa cocaína u otro estimulante poderoso, a
195
corto plazo estas relaciones proporcionan una estupenda vía de
escape, una gran distracción y, por cierto, una máscara muy
eficaz para la depresión. Es casi imposible experimentar la
depresión cuando estamos muy excitados, ya sea en forma
positiva o negativa, debido a los elevados niveles de adrenalina
que se libera y nos estimulan. Pero una exposición demasiado
prolongada a una excitación fuerte agota la capacidad de
respuesta del cuerpo, y el resultado es una depresión más
profunda que la anterior, esta vez con una base tanto física
como emocional.* Muchas mujeres como Margo, debido a sus
historias emocionales de haber vivido con episodios constantes
y/o severos de tensión en la niñez (y también porque a menudo
es probable que hayan heredado una vulnerabilidad bioquímica
a la depresión por parte de un progenitor alcohólico o en
general bioquímicamente ineficaz), son básicamente depresivas
incluso antes de iniciar sus relaciones amorosas en la
adolescencia y la adultez. Es posible que tales mujeres busquen
el poderoso estímulo de una relación difícil y dramática a fin de
obligar a sus glándulas a liberar adrenalina: una práctica similar
al hecho de azotar a un caballo cansado para que la pobre
bestia exhausta camine unos kilómetros más. Es por eso que,
cuando se elimina el fuerte estímulo que constituye el
comprometerse en una relación dañina, ya sea porque la
relación llega a su fin o porque el hombre empieza a
recuperarse de sus problemas y a relacionarse con ella en
forma más sana, una mujer de este tipo por lo general se
.hunde en la depresión. Cuando está sin pareja, o bien trata de
revivir la última relación fracasada o busca con frenesí otro
hombre difícil en quien concentrarse, porque necesita con
desesperación el estímulo que él le proporciona. Si el hombre
comenzara a enfrentar sus propios problemas en forma más
sana, es probable que ella se encontrara de pronto ansiando
* * Hay dos tipos de depresión: exógena y endógena. La depresión
exógena se produce en reacción a acontecimientos externos y está
estrechamente relacionada con el dolor emocional. La depresión endógena
es el resultado de un funcionamiento inadecuado de la bioquímica y
parece guardar una relación genética con el hecho de comer por
compulsión y/o con la adicción al alcohol y a las drogas. De hecho, éstas
pueden ser distintas expresiones de los mismos o similares desórdenes
bioquímicos.
196
hablar a alguien más excitante, más estimulante, a alguien que
le permita evitar el enfrentamiento con sus propios
sentimientos y problemas.
Nuevamente, los paralelos entre el uso de una droga y su
interrupción resultan obvios. Para evitar sus propios
sentimientos, ella literalmente se "inyecta" con un hombre,
utilizándolo como su droga de escape. Para que se produzca la
recuperación, ella debe obtener el apoyo para afirmarse y
permitir que vengan los sentimientos dolorosos, No es una
exageración comparar este proceso con lo que se produce
cuando un adicto a la heroína interrumpe su consumo de golpe
y en forma total. El miedo, el dolor y la inquietud son enormes,
y la tentación de recurrir a otro hombre, a otra inyección, es
igualmente grande.
Una mujer que utiliza al hombre como una droga hará de
su relación con él algo tan negativo como cualquier adicto a
una sustancia química. Experimentará el mismo grado de
resistencia y miedo a desembarazarse de la droga como del
hombre. Pero en general, si se la enfrenta con suavidad y
firmeza, en algún momento reconocerá el poder de su adicción
a las relaciones y sabrá que está en poder de un patrón de
conducta sobre el cual ha perdido el control.
El primer paso para tratar a una mujer con este problema
es ayudarla a comprender que, al igual que cualquier adicto,
sufre de un proceso de enfermedad que es identificable, que es
progresivo sin tratamiento, y que responde bien al tratamiento
específico. Ella necesita saber que es adicta al dolor y a la
familiaridad de una relación insatisfactoria, que es una
enfermedad que afecta a muchísimas mujeres y que tiene su
origen en las relaciones perturbadas de la niñez.
Esperar que alguien como Margo descubra por sí sola que
es una mujer que ama demasiado, cuya enfermedad es cada
vez más grave y, a la larga, puede costarle la vida, es tan
inapropiado como escuchar todos los síntomas típicos de
cualquier otra enfermedad y luego esperar que la paciente
adivine cuál es su enfermedad y su tratamiento. Más pertinente
aun, es tan improbable que Margo, con su enfermedad en
particular y la negación que la acompaña, pudiera
autodiagnosticarse, como lo es que un alcohólico igualmente
enfermo pudiera autodiagnosticarse con precisión. Tampoco
podría ninguno de ellos esperar recuperarse solo, o
197
simplemente con la ayuda de un médico o terapeuta, porque la
recuperación requiere que dejen de hacer lo que parece
proporcionarles alivio.
La terapia sola no ofrece una alternativa de apoyo
adecuado para la dependencia del alcohólico con la droga o de
la adicta a las relaciones con su hombre. Cuando alguien que
ha estado practicando una adicción trata de ponerle fin, se crea
un enorme vacío en la vida de esa persona: un vacío
demasiado grande para ser llenado por una hora de sesión con
un terapeuta una o dos veces por semana. Debido a la
tremenda ansiedad que se genera cuando se interrumpe la
dependencia de la sustancia o la persona, hay que tener un
acceso constante a cierto apoyo, consuelo y comprensión. La
mejor manera de obtener esto es con pares que han pasado
por el mismo proceso doloroso.
Otro fracaso de la terapia tradicional en el tratamiento de
cualquier tipo de adicción es la tendencia a ver la adicción, ya
sea a una sustancia o a una relación, como un mero síntoma,
en lugar de reconocerla como el proceso de enfermedad
principal que debe tratarse primero para que la terapia continúe
y progrese. En cambio, por lo general se permite que el
paciente siga practicando su conducta adictiva mientras que las
sesiones de terapia se dedican a descubrir las "razones" para
esa conducta. Este enfoque es absolutamente inverso a lo
necesario y, en general, totalmente ineficaz. Cuando alguien ya
está en una situación alcohólica, el problema básico es la
adicción al alcohol, y eso es lo que hay que enfocar; es decir,
hay que eliminar el hábito de beber antes de que se puedan
empezar a mejorar otros aspectos de la vida. La búsqueda de
motivos subyacentes para el hábito de beber en exceso con la
esperanza de que el descubrimiento de la "causa" permitirá
eliminar el abuso de alcohol no da resultado. La "causa" es que
esa paciente tiene la enfermedad del alcoholismo. Sólo si se
enfrenta primero al alcoholismo hay posibilidades de
recuperación.
Para la mujer que ama demasiado, su enfermedad principal
es la adicción al dolor y la familiaridad de una relación que no
es gratifican te. Claro que eso se genera a partir de patrones
que datan de la infancia, pero antes que nada ella debe tratar
sus patrones en el presente, a fin de que pueda comenzar su
recuperación. Por enfermo, cruel o incompetente que sea su
198
hombre, ella, junto con su médico o terapeuta, debe entender
que cada intento suyo de cambiarlo, ayudarlo, controlarlo o
culparlo es una manifestación de su propia enfermedad, y que
debe eliminar esas conductas antes de poder mejorar otras
áreas de su vida. Su único trabajo legítimo radica en ella
misma. En el siguiente capítulo delinearemos los pasos
específicos que debe dar una mujer adicta a las relaciones a fin
de recuperarse.
Los siguientes cuadros que describen las características de
los alcohólicos y las mujeres adictas a las relaciones, en su
práctica y en vías de recuperación, dejan en claro los paralelos
de conducta de estas enfermedades, tanto en la fase activa
como en la recuperación. Lo que un cuadro no puede transmitir
de verdad es el marcado paralelismo de la lucha por
recuperarse de cualquiera de las dos enfermedades. Es tan
difícil recuperarse de la dependencia de las relaciones (o amar
demasiado) como lo es recuperarse del alcoholismo. Y para
quienes sufren de alguna de estas dos enfermedades, esa
recuperación bien puede constituir la diferencia entre la vida y
la muerte.
CARACTERISTICAS DE LA PRÁCTICA
Alcohólicos
Mujeres adictas a las relaciones
obsesión con el alcohol
obsesión con la relación
negación del alcance del
negación del alcance del problema.
problema
mienten para disimular lo
mienten para disimular lo que sucede
mucho que beben
en la relación.
evitan a la gente para ocultar
evitan a la gente para ocultar
problemas de bebida
problemas en la relación.
repetidos intentos de controlar
repetidos intentos de controlar la
la bebida
relación.
cambios anímicos inexplicables
cambios anímicos inexplicables
ira, depresión, culpa
ira, depresión, culpa resentimiento
resentimiento
actos irracionales
actos irracionales
violencia
violencia
accidentes debidos a la inaccidentes debidos a la distracción.
toxicación.
auto-odio/ auto-justificación
auto-odio/ auto-justificación
dolencias físicas debidas al
dolencias físicas por a enfermedades.
abuso del alcohol
relacionadas con el stress.
199
CARACTERISTICAS DE LA RECUPERACION
Alcohólicos
Mujeres adictas a las relaciones
admiten incapacidad de controlar admiten incapacidad de controlar la
la enfermedad
enfermedad.
dejan de culpar a otros por sus
dejan de culpar a otros por sus
problemas
problemas.
concentración en el yo asumiendo concentración en el yo, asumiendo
responsabilidad por los propios
responsabilidad por los propios actos.
actos.
buscan ayuda de sus pares para buscan ayuda a sus pares para
recuperarse.
recuperarse.
empiezan a enfrentar sus propios empiezan a enfrentar sus propios
sentimientos en lugar de evitarlos. sentimientos
lugar
de
evitarlos
creación de un círculo de amigos creación de un círculo de amigos
apropiados; intereses sanos
apropiados; intereses sanos.
Cuando
estamos
gravemente
enfermos,
nuestra
recuperación a menudo requiere que se identifique
correctamente el proceso específico de enfermedad que
padecemos a fin de proporcionar el tratamiento adecuado. Si
consultamos a profesionales, parte de su responsabilidad para
con nosotros consiste en estar familiarizados con los síntomas y
signos de las enfermedades específicas comunes para poder
diagnosticar nuestra enfermedad y tratamos de acuerdo con
ella, utilizando los medios más efectivos disponibles.
Yo defiendo la aplicación del concepto de enfermedad al
patrón de amar demasiado. Eso podrá parecerle una
exageración, y si usted se resiste a aceptar esta propuesta,
espero que al menos vea la analogía existente entre una
enfermedad como el alcoholismo, que es la adicción a una
sustancia, y lo que sucede en las mujeres que aman
demasiado, adictas como lo son a los hombres de sus vidas. Yo
estoy plenamente convencida de que lo que aqueja a las
mujeres que aman demasiado no es como un proceso de
enfermedad; es un proceso de enfermedad, que requiere un
diagnóstico específico y un tratamiento específico.
Analicemos primero lo que se quiere decir literalmente, con
la palabra enfermedad: cualquier desviación de la salud con un
conjunto específico y progresivo de síntomas identificables en
sus víctimas, que pueden reaccionar a formas específicas de
tratamiento.
200
Esta definición no exige la presencia de un virus o un
microbio ni de otro agente físico causante en especial; sólo que
la víctima de la enfermedad desmejora en una forma
reconocible y previsible, exclusiva de esa enfermedad, y que la
recuperación puede ser posible después de la aplicación de
ciertas intervenciones apropiadas.
No obstante, es un concepto difícil de aplicar para muchos
en la profesión médica cuando la enfermedad tiene
manifestaciones de conducta en lugar de físicas en sus etapas
iniciales y medias. Esta es una de las razones por las cuales la
mayoría de los médicos no reconoce el alcoholismo a menos
que la víctima esté en las etapas tardías, cuando el deterioro
físico es evidente.
Tal vez resulte más difícil aun reconocer como enfermedad
al hecho de amar demasiado, porque la adicción no es con una
sustancia sino con una persona. Sin embargo, la mayor barrera
para reconocerlo como condición patológica que requiere
tratamiento es que los médicos, consejeros y todo el resto de
nosotros tenemos ciertas creencias muy arraigadas respecto de
las mujeres y el amor. Todos tendemos a creer que el
sufrimiento es una señal de verdadero amor, que el negarse a
sufrir es egoísta, y que si un hombre tiene un problema
entonces una mujer debe ayudarlo a cambiar. Estas actitudes
ayudan a perpetuar ambas enfermedades: el alcoholismo y
amar demasiado.
Tanto el alcoholismo como amar demasiado son
enfermedades sutiles en sus primeras etapas. Cuando se hace
evidente que está ocurriendo algo muy destructivo, la tentación
es examinar y tratar las manifestaciones físicas -el hígado o el
páncreas del alcohólico, los nervios o la alta presión sanguínea
de la mujer adicta a las relaciones- sin evaluar con precisión el
cuadro entero. Es vital ver a esos "síntomas" en el contexto
general de los procesos de enfermedad que los han creado y
reconocer la existencia de estas enfermedades cuanto antes
posible a fin de detener la continua destrucción de la salud
emocional y física.
El paralelismo entre la progresión de la enfermedad del
alcoholismo y la progresión de la enfermedad de amar
demasiado está claramente delineado en los siguientes
gráficos. Cada gráfico demuestra cómo la adicción, ya sea a
una sustancia que altera la mente o a una relación infeliz, a la
201
larga afecta todas las áreas de la vida del adicto en forma
progresivamente desastrosa. Los efectos van del área
emocional a la física, e involucran no sólo a otros individuos
(hijos, vecinos, amigos, compañeros de trabajo) sino que, para
la mujer adicta a las relaciones, a menudo incluyen también
otros procesos de enfermedad, tales como el comer, robar o
trabajar compulsivamente. Los gráficos describen también los
procesos paralelos de recuperación para las personas adictas a
sustancias químicas y a las relaciones. Cabe mencionar que el
gráfico de la progresión y la recuperación de la enfermedad del
alcoholismo quizá sea ligera- mente más representativo de lo
que ocurre cuando el alcohólico es un hombre, y el gráfico
sobre la adicción a las relaciones es más representativo del
proceso de enfermedad y recuperación de una mujer, y no de
un hombre, que ama demasiado. Las variaciones debidas al
sexo no son importantes y quizá se las pueda imaginar con
facilidad al ver ambos gráficos, pero no está dentro del alcance
de este libro analizar esas diferencias en detalle. La cuestión
principal aquí es comprender con mayor claridad cómo las
mujeres que aman demasiado se enferman y cómo pueden
sanar.
Recuerde también que la historia de Margo no estaba
basada en el gráfico, como tampoco el gráfico fue construido
para reflejar su historia. Ella, con varias parejas, pasó por las
mismas etapas progresivas de la enfermedad por las que
pasaría otra mujer que ama demasiado con una sola pareja. Si
la adicción a las relaciones, o el hecho de amar demasiado, es
una enfermedad similar al alcoholismo, entonces sus etapas
son igualmente identificables y su progresión es igualmente
previsible.
El próximo capítulo analizará en detalle el aspecto de
recuperación del gráfico, pero ahora concentrémonos
brevemente en los sentimientos y conductas descritos en el
gráfico, que indican tanto la presencia de la enfermedad de
amar demasiado como su progresión hacia abajo.
Tal como lo indica cada historia presentada en este libro,
las mujeres que aman demasiado provienen de familias en las
cuales estuvieron muy solas y aisladas, o bien fueron
rechazadas
o
sobrecargadas
con
responsabilidades
inapropiadas, y por esa razón se volvieron excesivamente
maternales y altruistas; si no, se vieron sujetas a un caos
202
peligroso, de modo que desarrollaron una abrumadora
necesidad de controlar a quienes las rodeaban y a las
situaciones en que se encontraban. La consecuencia natural de
esto es que una mujer que necesita controlar, atender, o
ambas cosas, sólo podrá hacerlo con un hombre que al menos
le permita -o, más aun, invite- ese tipo de conducta. Es
inevitable que ella se involucre con un hombre que es
irresponsable en por lo menos algunas áreas importantes de su
vida, porque está claro que él necesita su ayuda, su atención y
su control. Allí comienza la lucha de esa mujer por tratar de
cambiarlo mediante el poder y la persuasión de su amor.
Es en este punto inicial donde se presagia la posterior
insania de la relación, cuando ella comience a negar la realidad
de esa relación. Recuerde que la negación es un proceso
inconsciente, que ocurre en forma automática e involuntaria. El
sueño que ella tiene sobre cómo podrían ser las cosas y sus
esfuerzos por lograr esa meta distorsionan su percepción de
cómo son las cosas. Ignora o disipa racionalmente cada
decepción, fracaso y traición en la relación. "No es tan malo."
"Tú no entiendes cómo es él en realidad." "No lo hizo a
propósito." "No es su culpa." Estas son sólo algunas de las
frases hechas que emplea la mujer que ama demasiado a esta
altura de su proceso de enfermedad para defender su pareja y
su relación.
Al mismo tiempo que ese hombre la decepciona y le falla,
ella se vuelve más dependiente de él en lo emocional. Esto se
debe a que ella ya se ha concentrado totalmente en él, en sus
problemas, en su bienestar y, lo que quizá sea más importante,
en sus sentimientos hacia ella. Mientras sigue tratando de
cambiarlo, él absorbe la mayor parte de sus energías. Muy
pronto ese hombre se convierte en la fuente de todas las cosas
buenas en su vida. Si el hecho de estar con él no la hace sentir
bien, trata de arreglarlo a él o a sí mismo para que sí lo haga.
No busca gratificación emocional en otra parte. Está demasiado
ocupada tratando de que la relación funcione. Está segura de
que si puede hacerla feliz él la tratará mejor, y entonces ella
también será feliz. En sus esfuerzos por complacer, ella se
convierte en celosa guardiana del bienestar de su hombre.
Cada vez que él se enfada, ella interpreta esa reacción como su
propio fracaso y se siente culpable, por no haber sido capaz de
aliviar la infelicidad de él, por no haber podido rectificar las
203
insuficiencias de su hombre. Pero quizá, más que nada, se
sienta culpable por ser infeliz ella misma. Su negación le dice
que en realidad no hay nada malo en él, entonces toda la culpa
debe ser de ella.
En su desesperación, que considera fundada en problemas
triviales y quejas sin importancia, comienza a tener una intensa
necesidad de discutir las cosas con su pareja. A continuación se
producen largas charlas (si él acepta hablar con ella), pero en
general no se tratan los verdaderos problemas. Si él está
bebiendo demasiado, la negación de la mujer hace que ella no
pueda adm1tirlo, y le ruega que le diga por qué es tan
desdichado, dando por sentado que su hábito de beber no es
importante pero que la infelicidad sí lo es. Si él le es infiel, ella
le pregunta por qué no es suficiente mujer para él, y acepta la
situación como su culpa, en lugar de culparlo a él. Y así
sucesivamente.
Las cosas empeoran. Pero como el hombre teme que ella se
desaliente y se aparte de él, y él necesita su apoyo -emocional,
económico, social o práctico-, le dice que está equivocada, que
imagina cosas, que la ama y que la situación está mejorando
pero que ella es demasiado negativa para notarlo. Y ella le
cree, porque necesita tanto creerle. Acepta esa opinión de que
ella está exagerando los problemas y se aleja más aun de la
realidad.
El se ha convertido en su barómetro, su radar, su medidor
emocional. Y lo observa constantemente. Todos sus
sentimientos son generados por el comportamiento de él. Al
tiempo que le da el poder de dominarla emocionalmente,
interfiere entre él y el mundo. Trata de que él luzca mejor de lo
que es y de que ambos parezcan más felices de lo que son.
Encuentra explicaciones para cada falla de él, para cada
decepción, y mientras oculta la verdad ante el mundo también
la oculta ante sí misma. Incapaz de aceptar que él es como es y
que sus problemas son de él, no de ella, experimenta una
profunda sensación de haber fracasado en todos sus enérgicos
intentos de cambiarlo. Su frustración aflora en una erupción de
ira y se producen batallas, a veces físicas, que ella inicia en su
furia impotente por lo que parece ser un bloqueo deliberado por
parte de él para con sus mejores esfuerzos. Tal como una vez
excusó cada falla de él, ahora toma todo en forma personal.
Siente que es la única que trata de que la relación funcione. Su
204
sentimiento de culpa aumenta mientras se pregunta de dónde
viene esa furia en ella y por qué no puede ser suficientemente
digna de ser amada para que él quiera cambiar por ella, por los
dos.
Cada vez más decidida a provocar en él los cambios que
desea, ahora está dispuesta a intentar cualquier cosa.
Intercambian promesas. Ella no lo fastidiará si él no bebe ni
vuelve tarde ni le es infiel o lo que sea. Ninguno de los dos es
capaz de cumplir con el trato, y ella percibe vagamente que
está perdiendo el control, no sólo sobre él sino también sobre sí
misma. No puede dejar de pelear, de regañarlo, de intentar
persuadirlo con halagos o con ruegos. Su respeto por sí misma
decae en forma vertiginosa.
Es probable que se muden, pensando que los amigos, el
trabajo, los familiares, son culpables de sus problemas. Y tal
vez las cosas mejoren por un tiempo... pero sólo por un
tiempo. Muy pronto, los viejos patrones vuelven a asentarse.
A esta altura, ella ya está tan consumida por esa amarga
batalla que no le queda tiempo ni energías para otra cosa. Si
hay hijos, éstos sufren una negligencia emocional, si no
también física. Las actividades sociales llegan a un punto
muerto. Hay demasiada acritud y demasiados secretos que
guardar para que una aparición en público sea otra cosa que
una ordalía. Y la falta de contacto social sirve para aislar más
aun a la mujer que ama demasiado. Ha perdido otro vínculo
vital con la realidad. Su relación ha pasado a ser su mundo
entero.
Hubo una vez en que la irresponsabilidad y la necesidad de
ese hombre la atraían. Era cuando ella estaba segura de que
podría cambiarlo, repararlo. Ahora se encuentra llevando sobre
sus hombros cargas que le corresponden a él, y mientras siente
un profundo resentimiento hacia él por ese cambio de la
situación, también se deleita con la sensación de control que
eso le da por sobre él, pues es ella quien dispone del dinero de
él y quien asume el control total sobre los hijos.
Si usted tiene en mente el gráfico, notará que ya estamos
en la llamada "fase crucial", un tiempo de rápido deterioro,
primero emocional y luego físico. La mujer que ha estado
obsesionada por la relación puede incorporar ahora un
desorden; alimenticio a sus otros problemas, si es que no lo
tiene ya. Buscando recompensarse por todos sus esfuerzos y,
205
además, tratando de sofocar la ira y el resentimiento que bullen
en su interior, es probable que empiece a usar la comida como
droga tranquilizante. O bien puede descuidar seriamente su
alimentación debido a úlceras o a problemas estomacales
crónicos, tal vez combinados con una actitud de mártir. ("No
tengo tiempo para comer.") También es probable que controle
su alimentación con rigidez para compensar la sensación de
descontrol que experimenta con su vida en general. Puede
comenzar el abuso del alcohol o de otras drogas "recreativas"
y, con mucha frecuencia, las drogas prescriptas llegan a formar
parte de su repertorio para tolerar la insostenible situación en
que se encuentra. Los médicos, al no diagnosticar en forma
apropiada su alteración progresiva, pueden exacerbar su
condición ofreciéndole tranquilizantes para sofocar la ansiedad
generada por su situación en la vida y su actitud hacia la
misma. Ofrecer esa clase de drogas potencialmente muy
adictivas a una mujer que atraviesa tales circunstancias es
como ofrecerle un trago fuerte de ginebra. Tanto la ginebra
como un tranquilizante mitigarán el dolor en forma temporaria,
pero su uso puede crear más problemas aun, sin solucionar
ninguno.
Es inevitable que, cuando una mujer llegue a esta altura de
la progresión de su enfermedad, aparezcan problemas físicos
además de los emocionales. Pueden manifestarse cualquiera de
las alteraciones provocadas por la exposición a una tensión
severa y prolongada. Como notamos antes, puede desarrollarse
una dependencia a la comida, al alcohol o a otras drogas.
Puede haber también problemas digestivos y/o úlceras, además
de todo tipo de problemas en la piel, alergias, alta presión
sanguínea, tics nerviosos, insomnio y constipación o diarrea, o
ambas cosas alternadamente. Pueden empezar períodos
depresivos o si, como sucede tan a menudo, la depresión ya ha
sido un problema, los episodios ahora pueden prolongarse y
profundizarse en forma alarmante.
A esta altura, cuando el cuerpo comienza a quebrantarse
debido a los efectos de la tensión, entramos a la fase crónica.
Es posible que el sello distintivo de la fase crónica sea el hecho
de que a esta altura el pensamiento se ha afectado tanto que a
la mujer le cuesta evaluar su situación con objetividad. Hay una
insania gradualmente progresiva implícita en el hecho de amar
demasiado, y en esta etapa la insania está en pleno
206
florecimiento. Ahora la mujer es totalmente incapaz de ver
cuáles son sus alternativas desde el punto de vista de la vida
que lleva. Gran parte de lo que hace es en reacción a su pareja,
inclusive las aventuras amorosas, la obsesión con el trabajo o
con otros intereses, o la devoción a "causas" en las que
nuevamente trata de ayudar/controlar la vida y la situación de
quienes la rodean. Es triste, pero incluso el hecho de que
busque personas e intereses fuera de la relación ya forma parte
de su obsesión.
Ha llegado a sentir una tremenda envidia por la gente que
no tiene sus problemas, y cada vez más se encuentra
descargando sus frustraciones en quienes la rodean, mediante
ataques cada vez más violentos a su pareja e incluso, a veces,
a sus hijos. A esta altura, a modo de intento supremo de
controlar a su pareja mediante la culpabilidad, puede amenazar
o llegar a intentar suicidarse. Huelga decir que ella y todos los
que la rodean ya están enfermos, muy enfermos,
principalmente en lo emocional y a menudo también en lo
físico.
Resulta ilustrativo considerar por un momento la manera
en que se vería afectada una criatura cuya madre padece la
enfermedad de amar demasiado. Muchas de las mujeres que
protagonizaron las historias que usted ya ha leído aquí
crecieron en esas condiciones.
Cuando la mujer que ha comenzado amando demasiado al
fin se da cuenta de que lo ha probado todo para cambiar a su
hombre y que sus mejores esfuerzos han fallado, tal vez pueda
ver que debe buscar ayuda. Por lo general, esa ayuda implica
recurrir a otra persona, quizás a un profesional, en otro intento
de cambiar a su hombre. Es crucial que la persona a quien ella
recurra la ayude a reconocer que ella es quien debe cambiar,
que su recuperación debe empezar por ella misma.
Esto es muy importante, porque amar demasiado es una
enfermedad progresiva, como ya quedó tan claramente
demostrado. Una mujer como Margo va camino a la muerte.
Quizá la muerte llegue por una alteración relacionada con el
stress, como, por ejemplo, una insuficiencia cardiaca o un
ataque de apoplejía, o algún otro problema físico causado o
exacerbado por el stress. O bien ella puede morir por la
violencia que ha llegado a formar una parte tan grande de su
vida, o quizás en un accidente que no habría ocurrido de no
207
haber estado distraída por su obsesión. Puede morir muy
rápidamente o pasar muchos años en un deterioro progresivo.
Sea cual fuere la causa aparente de la muerte, quiero reiterar
que amar demasiado puede matar.
Ahora volvamos a Margo, desalentada por el estado de su
vida y, al menos por el momento, buscando ayuda
tentativamente. En realidad, Margo tiene sólo dos alternativas.
Necesita que se las delineen con claridad y luego debe elegir
entre ambas.
Puede seguir buscando el hombre perfecto para ella. Dada
su predilección por los hombres hostiles y poco dignos de
confianza, será inevitable que la atraigan más sujetos de la
misma clase que ya conoció. O bien puede iniciar la tarea muy
difícil y exigente de llevar a su conciencia sus patrones dañinos
de relación, y al mismo tiempo escrutar con objetividad los
ingredientes que han contribuido a la "atracción" entre ella y
diversos hombres. Puede seguir buscando fuera de sí misma el
hombre que la haga feliz, o bien puede comenzar el proceso
lento y concienzudo (pero a la larga mucho más gratificante) de
aprender a quererse y cuidarse con la ayuda y el apoyo de sus
pares. Es triste, pero la vasta mayoría de las mujeres como
Margo elegirán continuar practicando su adicción, buscando al
hombre mágico que las haga felices, o tratando sin cesar de
controlar y mejorar al hombre con quien están.
Parece mucho más fácil y resulta mucho mas conocido el
hecho de seguir buscando una fuente de felicidad fuera de sí
misma que practicar la disciplina que se requiere para construir
los recursos interiores propios, aprender a llenar el vacío desde
adentro más que desde afuera. Pero para aquellas que son lo
suficientemente sensatas, que están lo bastante cansadas o
desesperadas como para sentir más deseos de curarse que de
reparar al hombre con quien están o encontrar uno nuevo, para
aquellas que sí desean cambiar, a continuación están los pasos
a seguir para la recuperación.
208
CAPITULO 10
El camino a la recuperación
Si un individuo es capaz de amar
productivamente, también se ama a sí
mismo; si sólo sabe amar a los
demás, no sabe amar en absoluto.
Erich Fromm, El arte de Amar
Después de leer en estas páginas sobre tantas mujeres que
se parecen tanto en su forma infeliz de relacionarse, quizás
usted ya crea que eso es una enfermedad. ¿Cuál es, entonces,
el tratamiento apropiado? ¿Cómo puede recuperarse una mujer
atrapada en esa enfermedad? ¿Cómo hace para dejar atrás esa
serie interminable de luchas con "él" y aprender a emplear sus
energías en la creación de una existencia rica y plena para sí
misma? ¿Y en qué difiere de las muchas mujeres que no se
recuperan, que nunca logran desembarazarse del lodazal y la
desdicha de las relaciones insatisfactorias?
No es, por cierto, la gravedad de sus problemas lo que
determina si una mujer se recuperará o no. Antes de la
recuperación, las mujeres que aman demasiado se parecen
mucho en carácter, a pesar de los detalles específicos de sus
circunstancias actuales o de sus historias pasadas. Pero una
mujer que ha vencido a su patrón de amar demasiado es
profundamente distinta de quien era y de lo que era antes de la
recuperación.
Tal vez, hasta ahora, haya sido la suerte o el destino los
que determinaron cuáles de esas mujeres encontrarían su
camino y cuáles no. Sin embargo, yo he observado que todas
las mujeres que se recuperan a la larga han tomado medidas
para hacerlo. Mediante un método de tanteo y a menudo sin
pautas con qué guiarse, ellas siguieron, a pesar de todo, una y
otra vez, el programa de recuperación que bosquejaré para
usted. Más aun, en mi experiencia personal y profesional,
jamás he visto una mujer que siguiera estos pasos y no se
recuperara, y jamás he visto una mujer recuperarse sin haber
209
seguido estos pasos. Si esto parece una garantía, lo es. Las
mujeres que sigan estos pasos se curarán.
Los pasos son sencillos, pero no fáciles. Todos son
igualmente importantes y aparecen en la lista en el orden
cronológico más típico:
1. Busque ayuda.
2. Haga que su recuperación sea la primera priori- dad en su
vida.
3. Busque un grupo de apoyo integrado por pares que la
entiendan.
4. Desarrolle su lado espiritual mediante la práctica diaria.
5. Deje de manejar y controlar a los demás.
6. Aprenda a no "engancharse" en los juegos.
7. Enfrente con coraje sus propios problemas y defectos.
8. Cultive lo que necesite desarrollar en usted misma.
9. Vuélvase "egoísta".
10. Comparta con otros lo que ha experimentado y aprendido.
Uno por uno, analizaremos qué significa cada uno de estos
pasos, qué requiere, por qué es necesario y cuáles son sus
implicaciones.
1. BUSQUE AYUDA.
Qué significa
El primer paso en la búsqueda de ayuda puede implicar
desde la consulta de un libro pertinente en la biblioteca (lo cual
puede requerir una enorme cantidad de coraje; ¡una se siente
como si todo el mundo estuviera mirando!) hasta concertar una
cita con un terapeuta. Puede significar una llamada anónima a
una línea de emergencia para hablar de lo que usted siempre
se esforzó tanto por mantener en secreto, o ponerse en
contacto con una agencia de su comunidad que se especialice
en la clase de problemas que usted enfrenta, ya sea coalcoholismo, una historia de incesto, una pareja que la golpea,
o lo que sea. Puede significar averiguar dónde se reúne un
grupo de autoayuda y reunir el coraje para asistir, o tomar una
clase a través de la educación para adultos, o ir a un centro de
210
asesoramiento que se ocupe de su tipo de problemas. Incluso
puede significar llamar a la policía. Básicamente, buscar ayuda
significa hacer algo, dar el primer paso, extender la mano. Es
muy importante entender que buscar ayuda no significa
amenazar a su pareja con el hecho de que usted está pensando
en hacerlo. Un movimiento así, por lo general, es un intento de
chantajearlo para que se corrija de modo que usted no tenga
que exponerlo públicamente como la pésima persona que es.
Déjelo fuera del asunto. De otro modo, buscar ayuda (o
amenazar con hacerlo) será apenas un intento más de
manejarlo y controlarlo. Trate de recordar que está haciendo
esto por usted.
Qué requiere el hecho de buscar ayuda
Para buscar ayuda usted debe abandonar, al menos en
forma temporaria, la idea de que puede arreglárselas sola.
Debe enfrentar la realidad de que, con el tiempo, las cosas
empeoraron en su vida en lugar de mejorar y comprender que,
a pesar de sus mejores esfuerzos, usted no es capaz de
resolver el problema. Eso significa que debe sincerarse consigo
misma sobre su verdadera situación. Lamentablemente, esta
sinceridad sólo nos llega cuando la vida nos ha dado un golpe o
una serie de golpes tan grandes que hemos caído de rodillas y
jadeando. Como en general ésa es una situación temporaria, en
cuanto podemos volver a funcionar tratamos de reanudar
donde habíamos interrumpido: siendo fuertes, manejando,
controlando y haciéndolo todo solas. No se conforme con el
alivio temporario. Si empieza leyendo un libro, entonces
necesita dar el paso siguiente, que tal vez sea ponerse en
contacto con algunas de las fuentes de ayuda que ese libro
recomienda.
Si concerta una cita con un profesional, averigüe si esa
persona entiende la dinámica de su problema en particular. Si,
por ejemplo, usted ha sido víctima de un incesto, alguien que
no tenga entrenamiento especial ni sea experto en esa área no
le será tan útil como alguien que conozca aquello por lo que
usted ha pasado y cómo puede haberla afectado.
Vea a alguien que sea capaz de formular preguntas sobre la
historia de su familia, similares a las planteadas en este libro.
211
Es probable que usted desee saber si su potencial terapeuta
está de acuerdo con la premisa de que amar demasiado es una
enfermedad progresiva y acepta el tratamiento esbozado aquí.
Mi fuerte inclinación personal es que las mujeres deben
tener consejeras mujeres. Nosotras compartimos la experiencia
básica de lo que es ser mujer en esta sociedad, y eso crea una
profundidad especial de comprensión. Además, podemos evitar
los juegos de hombre-mujer casi inevitables que podríamos
vernos tentadas a jugar con un terapeuta hombre o que,
lamentablemente, él podría verse tentado a jugar con nosotras.
Pero el hecho de consultar a una mujer no basta. Esa mujer
también debe tener conciencia de los métodos más efectivos de
tratamiento, según los factores que estén presentes en su
historia, y estar dispuesta a derivarla a un grupo de apoyo
apropiado, o más aun, a hacer que la participación en tal grupo
sea un elemento obligatorio del tratamiento.
Por ejemplo, yo no asesoro a alguien que es co-alcohólica a
menos que ingrese a los grupos de familiares de alcohólicos. Si
después de varias visitas se muestra renuente a hacerlo, llego
a un acuerdo con ella de que sólo volveré a atenderla si decide
hacerlo, pero no de otro modo. Mi experiencia me ha enseñado
que sin participar en esos grupos, los co-alcohólicos no se
recuperan. En cambio, repiten sus patrones de conducta y
continúan con sus formas alteradas de pensar, y la terapia sola
no basta para cambiar eso. Sin embargo, con la terapia y
dichos grupos de apoyo, la recuperación se produce con mayor
rapidez; estos dos aspectos del tratamiento se complementan
muy bien.
Su terapeuta también debe requerirle que usted ingrese a
un grupo de autoayuda que sea apropiado para usted. De otro
modo, es posible que ella le permita quejarse de su situación
sin requerir que usted haga todo lo que pueda para ayudarse.
Una vez que encuentre una buena terapeuta, debe
permanecer con ella y seguir sus recomendaciones. Nadie
cambió nunca un patrón de toda la vida solamente con una o
dos visitas a un profesional.
Buscar ayuda puede requerir gastar dinero, o no. No hay
correlación entre el terapeuta más caro y el tratamiento más
eficaz. Lo que usted busca es alguien que tenga experiencia y
pericia, y que sea una persona con la que usted se sienta
212
cómoda. Confíe en sus propios sentimientos y esté dispuesta a
ver a varios terapeutas, si es necesario, hasta poder encontrar
al más adecuado para usted.
No es imprescindible que usted inicie específicamente la
terapia para recuperarse. De hecho, ver a un terapeuta que no
es el apropiado puede hacer más daño que bien. Pero alguien
que entienda el proceso de enfermedad que implica el amar
demasiado puede ser una ayuda inapreciable para usted.
Buscar ayuda no requiere que usted esté dispuesta a poner
fin a su relación actual, si la tiene. Tampoco es necesario que lo
haga en ningún punto del proceso de recuperación. A medida
que siga estos pasos, del uno al diez, la relación se encargará
de sí misma. Cuando las mujeres vienen a verme, a menudo
quieren dejar su relación antes de estar listas, lo cual significa
que volverán o bien empezarán una nueva e igualmente infeliz.
Si siguen estos diez pasos, cambia su perspectiva de quedarse
o marcharse. Estar con él deja de ser El Problema, y
abandonarlo deja de ser La Solución. En cambio, la relación se
convierte en una de las muchas cosas a tener en cuenta en el
cuadro general de su manera de vivir.
Por qué es necesario buscar ayuda
Es necesario porque usted ya se ha esforzado mucho y, a la
larga, ninguno de sus mejores esfuerzos ha dado resultado. Si
bien pueden haberle dado ocasionalmente alivio temporario, el
cuadro general muestra un deterioro progresivo. Aquí la parte
engañosa es que usted tal vez no se dé cuenta todo lo mal que
se ha puesto la situación porque, sin duda, tiene un alto grado
de negación funcionando en su vida. Esa es la naturaleza de la
enfermedad. Por ejemplo, mis pacientes me han dicho
incontables veces que sus hijos no saben que algo anda mal en
casa, o que sus hijos no se despiertan con las peleas nocturnas.
Este es un ejemplo muy común de la negación autoprotectora.
Si estas mujeres enfrentaran el hecho de que sus hijos están
sufriendo de verdad, se verían abrumadas por la culpa y los
remordimientos. Por otro lado, su negación les hace muy difícil
ver la gravedad del problema y buscar la ayuda necesaria.
213
Dé por sentado que su situación es peor de lo que usted se
permite admitir actualmente, y que su enfermedad está
avanzando. Comprenda que necesita tratamiento adecuado,
que no puede hacerlo sola.
Qué implica buscar ayuda
Una de las implicaciones más temidas es que la relación, si
la hay, pueda terminar. De ninguna manera es necesariamente
verdad, aunque, si usted siguiera estos pasos, le garantizo que
la relación mejorará o terminará. Ni la relación ni usted serán
las mismas.
Otra implicación temida es develar el secreto. Una vez que
una mujer ha buscado ayuda con sinceridad, rara vez se
arrepiente de haberlo hecho, pero el miedo previo puede ser
monumental. Ya sea que los problemas que vive una mujer
dada sean desagradables e inconvenientes o gravemente
dañinos o incluso constituyan una amenaza para su vida, ella
puede decidir buscar ayuda o no. Es la magnitud de su miedo, y
a veces también de su orgullo, lo que determina si buscará
ayuda, y no la gravedad de sus problemas.
Para muchas mujeres, buscar ayuda ni siquiera parece una
alternativa; hacerlo les parece correr un riesgo innecesario en
una situación ya precaria. "No quería que él se enfadara" es la
respuesta clásica de la mujer golpeada cuando se le pregunta
por qué no llamó a la policía. Un profundo miedo de empeorar
las cosas, irónicamente, la convicción de que aún puede
controlar la situación de alguna manera evitan que recurra a las
autoridades, o a otros que podrían ayudarla. Esto también se
da en una escala menos dramática. Es posible que una esposa
frustrada no quiera agitar cosas porque la fría indiferencia de su
esposo "no es tan mala". Se dice a sí misma que básicamente
es un buen hombre, que no tiene muchas de las características
indeseables que ella ve en los maridos de sus amigas, y por eso
tolera una vida sexual inexistente, la actitud desalentadora de
su esposo hacia cada entusiasmo suyo, o su concentración en
los deportes durante todo el tiempo que están juntos. Eso no es
tolerancia por parte de ella. Es falta de confianza en el hecho
de que la relación pueda sobrevivir Á su renuencia a seguir
esperando pacientemente la atención de él, que nunca llega y
214
es, más precisamente aun, una falta de convicción de que ella
merezca más felicidad de la que tiene. Este es un concepto
clave en la recuperación. ¿Usted merece algo mejor que sus
circunstancias actuales? ¿Qué está dispuesta a hacer para
mejorar su propia situación? Comience por el principio, y
busque ayuda.
2. HAGA QUE SU RECUPERACION SEA SU PRIMERA
PRIORIDAD.
Qué significa
Hacer que su recuperación sea su primera prioridad
significa decidir que, no importa lo que se requiera, usted está
dispuesta a seguir esos pasos para ayudarse. Ahora bien, si eso
le parece extremo, piense un momento hasta qué extremos
estaría dispuesta a llegar para hacerlo cambiar a él, para
ayudarlo a él a recuperarse. Entonces desvíe la fuerza de esa
energía hacia usted misma. Aquí la fórmula mágica es que, si
bien todo su trabajo y todos sus esfuerzos no pueden cambiarlo
a él, usted sí puede, con el mismo gasto de energías,
cambiarse a sí misma. Entonces, use su poder donde pueda
surtir efecto: ¡en su propia vida!
Qué requiere hacer que su recuperación sea su
primera prioridad.
Requiere un compromiso total con usted misma. Quizás
ésta sea la primera vez en su vida que usted se ve como
alguien realmente importante, realmente digno de su propia
atención y su propio cuidado. Tal vez le resulte muy difícil
hacerlo, pero si cumple con los procedimientos de asistir a las
consultas, participar en un grupo de apoyo, etc., eso la ayudará
a aprender a valorar y promover su propio bienestar. Entonces,
por un tiempo, hágase ver, y empezará el proceso de curación.
Pronto se sentirá tanto mejor que querrá continuar.
Para colaborar en el proceso, esté dispuesta a educarse
sobre su problema. Si usted creció en una familia alcohólica,
por ejemplo, lea libros sobre el tema. Vaya a conferencias
215
pertinentes al tema y averigüe lo que se sabe sobre los efectos
de esa experiencia en la vida posterior. Será algo incómodo y a
veces hasta doloroso exponerse a esa información, pero no tan
incómodo como el continuar viviendo sus patrones sin ninguna
comprensión de la forma en que su pasado la controla. Con la
comprensión viene la oportunidad de elegir, de modo que
cuanto mayor sea la comprensión, mayor será su libertad para
elegir.
Se requiere también la voluntad de continuar invirtiendo
tiempo y quizá también dinero para curarse. Si usted se resiste
a invertir tiempo y dinero en su recuperación, si le parece un
gasto inútil, considera cuánto tiempo y dinero ha gastado
tratando de evitar el dolor, ya sea por mantener su relación o
por llevarla a su fin. Bebiendo, usando drogas, comiendo
demasiado, haciendo viajes para huir de todo, teniendo que
reponer cosas (de él o suyas) que rompió en sus ataques de
furia, faltando al trabajo, haciendo costosas llamadas de larga
distancia a él o alguien que usted espera que entienda,
comprándole regalos a modo de compensación, comprando
regalos para usted misma para ayudarse a olvidar, pasando
días y noches llorando por él, descuidando su salud hasta el
punto de enfermar de gravedad... la lista de formas en las que
usted ha invertido tiempo y dinero para mantenerse enferma
quizá sea lo suficientemente larga como para hacerla sentir
muy incómoda si la mira con honestidad. La recuperación
requiere que usted esté dispuesta a invertir, por lo menos, eso
mismo para curarse. Y como inversión, tiene la garantía de que
le dará ganancias considerables.
El compromiso total con su recuperación también requiere
que usted reduzca severamente o suspenda del todo el
consumo del alcohol o de otras drogas durante el proceso
terapéutico. El uso de sustancias que alteran la mente durante
dicho proceso le impedirá experimentar totalmente las
emociones
que
aflorarán
en
usted,
y
solamente
experimentándolas en profundidad podrá obtener la curación
que proviene de la liberación de esas emociones. El malestar y
el miedo que le produzcan esos sentimientos pueden llevarla a
intentar apagarlos de una manera u otra (incluso utilizando la
comida como droga), pero es importante que no lo haga. La
216
mayor parte del "trabajo" de terapia ocurre durante las horas
en que usted no está en el grupo ni en sesión. Mi experiencia
con las pacientes es que cualquier conexión que se haga
durante las sesiones de terapia o entre ellas tiene valor
duradero sólo si la mente se halla inalterada al procesar ese
material.
Por qué es necesario hacer que su recuperación sea
su primera prioridad
Es necesario porque, si no lo hace, usted nunca tendrá
tiempo de curarse. Estará demasiado ocupada haciendo todas
las cosas que la mantienen enferma. De la misma manera en
que el aprendizaje de un nuevo idioma a menudo requiere una
exposición repetida a nuevos sonidos y estructuras que se
contradicen con las formas ya conocidas de hablar y de pensar,
y no puede ser entendido en absoluto si esa exposición es
infrecuente o esporádica, lo mismo sucede con la recuperación.
Un gesto ocasional y no muy decidido de hacer algo por usted
misma no bastará para afectar sus formas arraigadas de
pensar, sentir y relacionarse. A través del hábito
exclusivamente, se reafirmarían sin un trabajo correctivo.
Para contribuir a ponerlo en perspectiva, considere los
extremos a los que llegaría usted si tuviera cáncer y alguien le
ofreciera una esperanza de recuperación. Esté dispuesta a
llegar a esos extremos para recuperarse de esta enfermedad,
que destruye la calidad de la vida y, posiblemente, la vida
misma.
Qué implica hacer que su recuperación sea su
primera prioridad
Sus citas con el terapeuta o su tiempo con el grupo están
en primer lugar. Son más importantes que:
una invitación a almorzar o cenar con el hombre de su
vida.
encontrarse con su hombre para hablar de la situación.
evitar sus críticas o su ira.
217
hacerlo (a él o a cualquier otro) feliz; obtener su
aprobación (de él o de cualquier otro).
hacer un viaje para huir de todo por un tiempo (para
poder volver y seguir soportando lo mismo).
3. BUSQUE UN GRUPO DE APOYO INTEGRADO POR PARES QUE
LA ENTIENDAN
Qué significa
Encontrar un grupo de apoyo integrado por pares que
comprendan puede requerir cierto esfuerzo. Si el grupo
específico que mejor se adapta a sus necesidades no existe en
su comunidad, busque un grupo de apoyo en el que las mujeres
traten sus problemas de dependencia emocional con respecto a
los hombres, o inicie su propio grupo. En el Apéndice
encontrará pautas para formar su propio grupo.
Un grupo de apoyo de pares no es una reunión no
estructurada de mujeres que hablan de todas las cosas
horribles que les han hecho los hombres, ni sobre las malas
pasadas que les ha hecho la vida. Un grupo es un lugar donde
trabajar para su propia recuperación. Es importante hablar de
traumas pasados, pero si descubre que usted u otras mujeres
relatan largas historias con muchos "él dijo... y entonces yo le
dije...", es probable que esté en la senda equivocada, y quizá
también en el grupo equivocado. La empatía sola no provocará
la recuperación. U n buen grupo de apoyo se dedica a ayudar a
mejorar a todas las que asisten e incluye a algunos miembros
que han logrado cierto grado de recuperación y que pueden
compartir con las recién llegadas los principios por los cuales lo
lograron.
Qué requiere un grupo de apoyo
Se le pedirá que asuma un compromiso con usted misma y
con el grupo y que asista a un mínimo de seis reuniones antes
de decidir que no tiene nada que ofrecerle. Esto es necesario
porque es el tiempo que se tarda en empezar a sentirse parte
del grupo, en aprender la jerga, si existe, y en comenzar a
entender el proceso de recuperación.
218
Será necesario asistir con regularidad. Si bien es
importante para las demás que usted esté allí, su asistencia es
para su propio beneficio. A fin de recibir lo que el grupo tiene
para ofrecer, usted debe presentarse.
Lo ideal es que usted llegue a sentir cierto nivel de
confianza, pero aun cuando eso no sea algo que usted pueda
todavía dominar, sí puede ser sincera. Hable de su falta de
confianza para con la gente en general, con el grupo, con el
proceso; irónicamente, su confianza comenzará a aumentar.
Por qué es necesario un grupo de apoyo de pares
A medida que las demás mujeres compartan sus historias,
usted podrá identificarse con ellas y con sus experiencias. Ellas
la ayudarán a recordar aquello que usted ha bloqueado fuera de
su conciencia, tanto hechos como sentimientos. Se pondrá más
en contacto con usted misma.
Al descubrir que se identifica con las demás y las acepta a
pesar de sus defectos y sus secretos, usted podrá aceptar más
esas características y sentimientos en usted misma. Este es el
comienzo del desarrollo de la autoaceptación, que es un
requisito absolutamente vital para la recuperación.
Cuando esté lista, compartirá algunas de sus propias
experiencias, y al hacerlo se volverá más honesta y menos
sigilosa y temerosa. Al aceptar el grupo lo que ha sido tan
inaceptable para usted, su autoaceptación aumentará.
Verá a otras mujeres utilizando en su vida técnicas que dan
resultado, y usted también podrá probarlas. Verá también
personas que intentan cosas que no dan resultado, y podrá
aprender de sus errores.
Junto con toda la empatía y la experiencia compartida que
proporciona un grupo, hay un elemento de humor que también
es vital para la recuperación. Las sonrisas comprensivas al
reconocer un intento más de manejar a alguien, los aplausos
felices cuando alguien ha logrado superar un obstáculo
219
importante, las risas por las idiosincrasias compartidas, todo
eso es verdaderamente curativo.
Usted comenzará a sentir que pertenece a ese grupo. Esto
tiene una importancia crítica para cualquiera que provenga de
una familia disfuncional, puesto que esa experiencia produce
intensas sensaciones de aislamiento. El hecho de estar con
otros que entienden su experiencia y la comparten produce una
sensación de seguridad y bienestar que usted necesita.
Qué implica encontrar un grupo de apoyo de pares e
ingresar a él
El secreto se devela. Claro que no todos lo saben, pero
algunas personas sí. Usted acude a grupos de familiares de
alcohólicos y hay una suposición tácita de que alguna vez, en
algún lugar, usted se vio afectada por el alcoholismo. El miedo
de que otros lo sepan evita que mucha gente obtenga la ayuda
que podría salvarles la vida y las relaciones. Recuerde que en
cualquier grupo de apoyo válido su asistencia y lo que se
discute allí nunca sale del grupo. Se respeta y protege su
privacidad. De no ser así, es necesario encontrar un grupo
donde sí lo sea.
Por otro lado, el hecho de ir una sola vez significa que los
demás saben que usted tiene un problema. Es de esperar que,
a esta altura del libro, usted pueda ver que el hecho de
contárselo a algunas personas, especialmente cuando ellas
también comparten su problema, es una forma de salir de su
doloroso aislamiento.
4. DESARROLLE SU ESPIRITUALIDAD CON LA PRÁCTICA
DIARIA
Qué significa
Bueno, significa distintas cosas para las distintas personas.
Para algunas de ustedes, la idea en sí resulta de inmediato
repelente, y quizás usted se esté preguntando si puede saltar
este paso. No quiere saber nada de ese asunto de "Dios". Para
220
usted, tales creencias son inmaduras e ingenuas, y usted es
demasiado sofisticada para tomarlas en serio.
Otras tal vez ya estén rezando con decisión a un Dios que
no parece escucharlas. Les han dicho lo que está mal y lo que
necesitan componer y aun así se sienten muy mal. O quizá han
rezado tanto durante tanto tiempo sin obtener resultados
visibles que se han enfadado, se han dado por vencidas, o se
sienten traicionadas y se preguntan qué cosa terrible han hecho
para merecer ese castigo.
Tenga usted o no una creencia en Dios -y, si la tiene, hable
con él o no-, igualmente puede practicar este paso. Desarrollar
su espiritualidad puede significar en gran medida seguir el
camino que usted elija. Aun cuando usted sea cien por ciento
atea, tal vez le produzca placer y solaz una caminata tranquila,
o contemplar una puesta de solo algún aspecto de la
naturaleza. Este paso incluye cualquier cosa que la lleve más
allá de sí misma, hasta una perspectiva más amplia de las
cosas. Averigüe qué es lo que le da paz y serenidad y dedique
un poco de tiempo, al menos media hora diaria, a esa práctica.
Por angustiantes que sean sus circunstancias, esta disciplina
puede traerle alivio e incluso consuelo.
Si usted aún no está convencida de que haya un poder
superior en el universo, quizá le interese actuar como si creyera
en él, aunque no sea así. El hecho de empezar a adjudicar
aquello que usted no puede manejar a un poder mayor que
usted puede traerle un enorme alivio. O bien, si eso la hace
sentir obligada a hacer algo que usted no desea hacer, ¿qué le
parece usar a su grupo de apoyo como poder superior? Sin
duda hay más fuerza en el grupo que la que pueda tener
cualquiera de ustedes por separado. Permítase usar al grupo en
conjunto como fuente de fuerza y apoyo, o comprométase a
ponerse en contacto con un miembro individual para que la
ayude cuando llega un momento difícil. Sepa que ya no está
sola.
Si usted tiene una fe activa, si la ejerce con regularidad y
reza con frecuencia, desarrollar su espiritualidad puede
significar confiar en que lo que está ocurriendo en su vida tiene
su propia razón y sus propios resultados, y que Dios está a
cargo de su pareja, no usted. Tómese un tiempo de
tranquilidad para meditar y rezar, y para pedir consejo sobre la
221
forma de vivir su propia vida al tiempo que deja que los demás
vivan la suya.
Desarrollar su espiritualidad, sea cual fuere su orientación
religiosa, básicamente significa abandonar la obstinación, la
decisión de hacer que las cosas sucedan como creemos que
deben suceder. En cambio, usted debe aceptar el hecho de que
quizá no sepa lo que es mejor en una situación dada para usted
misma o para otra persona. Es posible que haya resultados y
soluciones que usted nunca tuvo en cuenta, o quizá los que
usted más temió y trató de evitar sean exactamente lo que se
necesita para que las cosas comiencen a mejorar. Obstinación
significa creer que usted sola tiene todas las respuestas.
Abandonar la obstinación significa estar dispuesta a
permanecer quieta, a abrirse, y a esperar asesoramiento para
usted misma. Significa aprender a deshacerse del miedo (todos
los "¿y si...?") y la desesperación (todos los "si tan sólo...") y
reemplazarlos con declaraciones y pensamientos positivos
sobre su vida.
Qué requiere el desarrollo de su espiritualidad
Requiere voluntad, no fe. A menudo con la voluntad viene
la fe. Si usted no quiere fe, es probable que no la consiga, pero
aun así puede encontrar más serenidad que nunca.
Desarrollar su espiritualidad también requiere que usted
use afirmaciones para vencer viejos patrones de pensar y
sentir, y para reemplazar viejos sistemas de creencias. Crea
usted o no en un poder superior, las afirmaciones pueden
cambiarle la vida. Utilice algunas de las que aparecen en el
Apéndice 2 o, mejor aun, invéntelas usted misma. Haga que
sean totalmente positivas y repítalas en silencio, o en voz alta
si es posible, cada vez que pueda. Sólo para ayudarla a
empezar, aquí va una: "Ya no sufro. Mi vida está llena de
alegría, prosperidad y plenitud."
Por qué es necesario desarrollar su espiritualidad
Sin desarrollo espiritual, es casi imposible dejar de manejar
y controlar, y llegar a creer que todo saldrá como debe.
222
La práctica espiritual la tranquiliza, y ayuda a cambiar su
perspectiva de víctima por la de verse elevada.
Es una fuente de fortaleza en las crisis. Cuando los
sentimientos o las circunstancias son abrumadores, usted
necesita recurrir a algo más grande que usted misma.
Sin desarrollo espiritual, es casi imposible abandonar la
obstinación, y sin abandonar la obstinación usted no podrá dar
el siguiente paso. No podrá dejar de manejar y controlar al
hombre de su vida porque seguirá creyendo que es su deber
hacerlo. No podrá ceder el control de la vida de él a una fuerza
más elevada que usted misma.
Qué implica desarrollar su espiritualidad
Usted queda liberada de la abrumadora responsabilidad de
componerlo todo, de controlar al hombre de su vida y de evitar
los desastres.
Usted tiene herramientas .para encontrar alivio que no
requieren que usted manipule a nadie para que haga o sea lo
que usted desee. Nadie tiene por qué cambiar para que usted
se sienta bien. Como usted tendrá acceso al consuelo espiritual,
su vida y su felicidad estarán más bajo su control y menos
vulnerables a las acciones de los demás.
5. DEJE DE MANEJARLO y DE CONTROLARLO
Qué significa
Dejar de manejarlo y controlarlo significa no ayudarlo ni
aconsejarlo. Supongamos que este otro adulto a quien usted
está ayudando y aconsejando tiene tanta capacidad como usted
para encontrar un empleo, un apartamento, un terapeuta, una
reunión de A. A., o cualquier otra cosa que necesite. Quizá no
tenga tanta motivación como usted para encontrar esas cosas
para sí mismo, o para solucionar sus propios problemas. Pero
cuando usted trata de solucionarle sus problemas, él queda
liberado de su propia responsabilidad por su propia vida.
223
Entonces usted queda a cargo del bienestar de él, y cuando sus
esfuerzos fallan, él la culpará a usted.
Permítame darle un ejemplo de cómo funciona esto. Con
frecuencia recibo llamadas de esposas y novias que desean
concertar una cita para su pareja. Yo siempre insisto en que
sean los hombres quienes concierten la cita. Si la persona que
se supone será el paciente no tiene suficiente motivación para
elegir su propio terapeuta y concertar su propia cita, ¿cómo
espera estar motivado para seguir en terapia y trabajar por su
propia recuperación? Antes, en mi carrera de terapeuta, yo
solía aceptar esas citas, pero después siempre recibía otra
llamada de la esposa o novia para decirme que él había
cambiado de idea respecto de consultar a alguien, o que no
quería ver a una mujer terapeuta, o que quería ver a alguien
con distintas credenciales. Entonces esas mujeres me
preguntaban si podía recomendarles a otro profesional a quien
pudieran llamar para concertar otra cita para él. Aprendí a no
aceptar nunca citas concertadas por alguien que no fuera el
paciente y a pedir a esas esposas y novias que vinieran a
verme por ellas mismas.
No manejarlo ni controlarlo también significa salirse del rol
de alentarlo y elogiarlo. Es probable que usted haya utilizado
esos métodos para tratar de que él hiciera lo que usted quería,
y eso significa que se han convertido en herramientas para
manipularlo. El elogio y el aliento están muy cerca de la
presión, y cuando usted hace eso nuevamente está tratando de
controlar la vida de él. Piense por qué usted alaba algo que él
ha hecho. ¿Lo hace para ayudar a elevar su amor propio? Eso
es manipulación. ¿Lo hace para que él continúe con la conducta
que usted está elogiando? Eso es manipulación. ¿Lo hace para
que él sepa lo orgullosa que está? Eso puede ser una carga
pesada para él. Deje que él desarrolle su propio orgullo a partir
de sus propios logros. De otro modo, se acercará
peligrosamente a un rol de madre para con él. El no necesita
otra madre (¡por mala que haya sido su madre!) y, lo que es
más pertinente: usted no necesita que él sea su hijo.
Significa dejar de observarlo. Preste menos atención a lo
que él está haciendo y más atención a su propia vida. A veces,
cuando usted comience a abandonar estas conductas, su pareja
224
"elevará su apuesta inicial", por así decirlo, para que usted siga
observándolo y sintiéndose responsable por el resultado. De
pronto, las cosas pueden ir de mal en peor para él. ¡Deje que
así sea! El debe solucionar sus propios problemas, no usted.
Deje que él asuma toda la responsabilidad por sus problemas y
todo el crédito por sus soluciones. Manténgase afuera. (Si usted
está ocupada con su propia vida y practicando su propio
desarrollo espiritual, le resultará más fácil apartar los ojos de
él.)
Significa desprenderse. Para eso es necesario que usted
desembarace su ego de los sentimientos de él y,
especialmente, de sus acciones y los resultados de las mismas.
Es necesario que usted le permita ocuparse de las
consecuencias de su conducta, que no lo salve de su dolor.
Puede continuar queriéndolo, pero no lo cuide. Permítale
encontrar su propio camino, tal como usted está tratando de
encontrar el suyo.
Qué requiere dejar de manejarlo y controlarlo
Requiere aprender a no decir ni hacer nada. Esta es una de
las tareas más difíciles que usted enfrentará en la recuperación.
Cuando la vida de él es inmanejable, cuando todo en usted
quiere hacerse cargo, aconsejarlo y alentarlo, manipular la
situación de cualquier manera que usted pueda, debe aprender
a estarse quieta, a respetar a esa otra persona lo suficiente
para permitir que la lucha sea de él, no de usted.
Requiere enfrentar sus propios miedos con respecto a lo
que podría pasarle a él y a su relación si usted deja de
manejarlo todo, y luego se esfuerza por eliminar esos miedos
en lugar de manipularlo a él.
Requiere que usted use su práctica espiritual para
sostenerse cuando se asuste. Su desarrollo espiritual cobra
especial importancia cuando usted aprende a dejar de sentir
que debe dirigir todo. En realidad, se puede llegar a producir la
sensación física de caer desde un acantilado cuando usted
comienza a dejar de controlar a otros en su vida. La sensación
de no tener control sobre sí misma cuando deja de intentar
225
controlar a otros puede ser alarmante. Aquí puede serle útil su
práctica espiritual, porque en lugar de abandonarse a un vacío,
usted puede ceder el control de quienes ama a su poder
superior.
Requiere un concienzudo análisis de lo que es, en lugar de
lo que usted espera que sea. Cuando usted deja de controlar y
manejar, también debe abandonar la idea de que "cuando él
cambie seré feliz". Es posible que él no cambie nunca. Usted
debe dejar de intentar hacerlo cambiar. Y debe aprender a ser
feliz de todos modos.
Por qué es necesario dejar de manejarlo y controlarlo
Mientras usted se concentre en cambiar a alguien sobre
quien no tiene poder (y nadie tiene poder para cambiar a nadie
más que a sí mismo), no puede emplear sus energías para
ayudarse a sí misma. Lamentablemente, el hecho de cambiar a
alguien nos resulta mucho más atractivo que trabajar en
nosotras mismas, de modo que hasta que abandonemos la
noción anterior nunca podremos ponemos a trabajar en la
segunda.
La mayor parte de la insania y la desesperación que usted
experimenta proviene directamente de sus intentos de manejar
y controlar lo que no puede. Piense en todos los intentos que
ha hecho: los interminables sermones, los ruegos, las
amenazas, extorsiones, tal vez incluso violencia, todos los
caminos que ha probado y que no han dado resultado. Y
recuerde cómo se sintió después de cada intento fallido. Su
autoestima se redujo más aun, y se volvió más ansiosa, más
impotente, más furiosa. La única manera de salir de todo eso
es abandonar los intentos de controlar lo que no puede: a él y
su vida.
Finalmente, es necesario dejar de hacerlo porque él casi
nunca cambiará ante esa presión por parte de usted. Lo que
debiera ser problema de él empieza a parecer de usted y, de
alguna manera, usted termina atascada en ese problema a
menos que deje de intentarlo. Aun cuando él trate de
apaciguarla con alguna promesa de cambiar sus costumbres, es
226
probable que vuelva a su viejo comportamiento, a menudo con
mucho resentimiento hacia usted. Recuerde: si usted es la
razón por la cual él abandona una conducta, también será la
razón por la cual la reanude.
Ejemplo: Una pareja de jóvenes están en mi consultorio.
Derivado por su agente judicial de vigilancia debido a delitos
relacionados con el alcohol o las drogas, él está allí porque
tiene problemas con la ley. Ella está allí porque trata de
acompañarlo a todos lados. Considera que es su deber
mantenerlo en buen camino. Como es tan común en tales
casos, ambos provienen de hogares donde hay alcoholismo en
por lo menos uno de los padres. Sentados frente a mí, tomados
de la mano, me dicen que van a casarse.
- Yo creo que el matrimonio lo ayudará -dice la muchacha,
a veces con tímida compasión, a veces con firme decisión.
-Sí -asiente él con timidez-. Ella evita que me vuelva loco.
Me ayuda mucho.
Hay un matiz de alivio en su voz, y su novia brilla de placer
por la fe que él le tiene, por la responsabilidad que le ha sido
conferida sobre la vida de él.
Y yo trato -con suavidad, por la esperanza y el amor de
ambos- de explicarles que si él tiene problemas con el alcohol u
otras drogas y ella es el motivo por el cual él se dedica menos a
ello, deja de beber o de usar drogas, ella también será el
motivo por el cual, más adelante, él vuelva a beber o a usar
drogas. Les advierto a ambos que algún día él le dirá, en medio
de una discusión: "Dejo de beber por ti y ¿qué ha cambiado?
Nunca te conformas, así que ¿por qué he de seguir
intentándolo?" Pronto serán destrozados por las mismas fuerzas
que ahora parecen unirlos.
Qué implica dejar de manejarlo y controlarlo
Es probable que él se enfade mucho y la acuse de no
quererlo más. Esa ira se genera en el pánico que siente él al
tener que responsabilizarse por su propia vida. Mientras pueda
pelear con usted, hacerle promesas o tratar de recuperarla, su
lucha está fuera de él, con usted, y no dentro de él consigo
mismo. (¿Le resulta conocido? Esto también se aplica para
usted, mientras su pelea sea con él.)
227
Quizás encuentre que hay muy poco de qué hablar una vez
que dejan de discutir, amenazar, pelear y reconciliarse. Está
bien. Haga sus afirmaciones en voz baja o en silencio.
Es muy probable que, una vez que usted realmente deje de
manejarlo y controlarlo, se libere gran parte de su energía, que
entonces usted podrá utilizar para examinarse, desarrollarse y
mejora. Sin embargo, es importante saber que volverá a sentir
la tentación de buscar una razón de ser fuera de sí misma.
Evite esa inclinación y manténgase concentrada en usted
misma.
Es justo mencionar que, mientras usted abandone el rol de
componer la vida de él, las cosas pueden volverse caóticas, y
usted puede recibir críticas de gente que no entiende lo que
está haciendo (o lo que no está haciendo). Trate de no estar a
la defensiva y no se moleste en darles explicaciones detalladas.
Si lo desea, recomiéndeles este libro y luego cambie de tema.
Si insisten, evítelos por algún tiempo.
Por lo general, tales críticas son mucho menos frecuentes y
mucho menos intensas de lo que esperamos y tememos.
Nosotras, somos nuestras peores críticas, y proyectamos
nuestra expectativa a críticas a quienes nos rodean, las vemos
y oímos en todas partes. Manténgase de su propio lado en todo
esto, y el mundo se convertirá por arte de magia en un lugar
de mayor aprobación.
Una de las implicaciones del hecho de dejar de manejar y
controlar a otros es que usted debe renunciar a la identidad de
“ser útil” pero, irónicamente, esa misma renunciación es a
menudo lo más útil que usted pueda hacer por la persona que
ama. La identidad de “ser útil” es un error del ego. Si
realmente quiere ser útil, renuncie a los problemas de él y
ayúdese a sí misma.
6. APRENDA A NO ENGANCHARSE EN LOS JUEGOS
Qué significa
El concepto de juegos según se aplican entre dos personas
proviene del tipo de psicoterapia conocida como análisis
228
transaccional. Los juegos son formas estructuradas de
interacción que se emplean para evitar la intimidad. Todo el
mundo recurre a veces a los juegos en sus interacciones, pero
en las relaciones insalubres los juegos abundan. Son maneras
estereotipadas de reaccionar que sirven para evitar cualquier
intercambio genuino de información y sentimientos, y permiten
a los participantes poner en manos del otro la responsabilidad
por su bienestar o su angustia. Típicamente, los roles que
juegan las mujeres que aman demasiado y sus parejas son
variedades de las posiciones de rescatador, perseguidor y
víctima. En un intercambio típico, cada miembro de la pareja
juega cada uno de estos roles muchas veces. Designaremos el
rol de rescatador como (R) y lo definiremos como "quien trata
de ayudar"; el rol de perseguidor como (P) y lo definiremos
como "quien trata de culpar", y el rol de víctima como (V),
definido como "quien está libre de culpa e indefenso". El
siguiente libreto ilustrará el funcionamiento de este juego:
Tom, que a menudo vuelve tarde a casa, acaba de llegar a
su dormitorio. Son las 11.30 de la noche y su esposa, Mary,
comienza.
MARY (llorosa): (V) ¿Dónde estabas? He estado
preocupadísima. No podía dormir, y tenía miedo de que hubiera
habido un accidente. Tú sabes cómo me preocupo. ¿Cómo
pudiste dejarme así sin al menos llamarme para decirme que
seguías vivo?
TOM (en tono apaciguador): (R) Oh, querida, lo siento.
Pensé que estarías dormida y no quería despertarte con una
llamada. No te enfades. Ya volví y te prometo que la próxima
vez te llamaré. En cuanto me prepare te masajearé la espalda y
te sentirás mejor.
MARY (enfadándose): (P) ¡No quiero que me toques! ¡Dices
que la próxima vez llamarás! Bromeas. La última vez que pasó
esto dijiste que llamarías, ¿y lo hiciste? ¡No! No te importa si yo
estoy aquí pensando que estás muerto en la calle. Nunca
piensas en los demás, así que no sabes lo que es preocuparse
por alguien querido.
229
TOM (desvalido): (V) Querida, eso no es cierto. Sí pensaba
en ti. No quería despertarte. No sabía que te enfadarías. Sólo
trataba de ser considerado. Parece que haga lo que haga, me
equivoco. ¿Y si te hubiese llamado y tú hubieras estado
dormida? Entonces yo sería un imbécil por haberte despertado.
Nunca puedo ganar.
MARY (cediendo): (R) Bueno, eso no es verdad. Es sólo que
eres muy importante para mí; quiero saber que estás bien, que
no te han atropellado por ahí. No estoy tratando de hacerte
sentir mal; sólo quiero que entiendas que me preocupo por ti
porque te quiero mucho. Lamento haberme enfadado tanto.
TOM (presintiendo una ventaja): (P) Bueno, si te preocupas
tanto, ¿por qué no te alegra verme cuando llego a casa? ¿Cómo
es que me recibes con todos estos reproches sobre dónde he
estado? ¿Acaso no confías en mí? Me estoy cansando de tener
que explicarte todo siempre. ¡Si confiaras en mí te dormirías, y
cuando yo llegara te alegrarías de verme en lugar de atacarme!
A veces pienso que simplemente te gusta pelear.
MARY (levantando la voz): (P) ¡Alegrarme de verte!
¿Después de estar aquí dos horas pensando dónde estarías? Si
no confío en ti es porque nunca haces nada para que confíe en
ti. ¡No llamas, me culpas por enojarme, y después me acusas
de no ser agradable contigo cuando al fin llegas! ¿Por qué no
vuelves adonde estabas, donde sea que hayas estado toda la
noche?
TOM (en tono conciliador): (R) Mira, sé que estás enojada,
y mañana tengo mucho trabajo. ¿Y si te preparo una taza de
té? Eso es lo que necesitas. Después me daré una ducha y
vendré a la cama. ¿De acuerdo?
MAR Y (llorando): (V) Tú no entiendes lo que es esperar y
esperar, sabiendo que podrías llamar pero no lo haces, porque
no soy tan importante para ti...
¿Nos detenemos aquí? Como podrán ver, estos dos podrían
seguir intercambiando lugares en su triángulo de posiciones
como rescatador, perseguidor y víctima durante muchas horas
o días más, incluso años. Si usted se encuentra respondiendo a
230
cualquier declaración o acción de otra persona desde cualquiera
de estas posiciones, ¡cuidado! Usted está participando en un
ciclo sin ganador de acusación, refutación, culpa y contraculpa
que no tiene sentido, es fútil y degradante. Deténgase. Deje de
tratar que las cosas salgan como usted quiere mostrándose
amable, enfadada o indefensa. Cambie lo que pueda, ¡Y eso
significa cambiarse usted misma! Deje de necesitar ganar. Deje
incluso de necesitar pelear, o hacer que él le dé una buena
razón o excusa por su comportamiento o su abandono. Deje de
necesitar que él se arrepienta lo suficiente.
Qué requiere no engancharse en los juegos
No engancharse requiere que aun cuando usted se vea
tentada a reaccionar en alguna de las formas que sabe que
seguirá el juego, no lo haga. Reaccione en una forma que
ponga fin al juego. Al principio es un poco difícil no caer en las
trampas, pero con la práctica usted llegará a dominarlo con
facilidad (si domina también su necesidad de participar en los
juegos, lo cual es parte del paso anterior: dejar de manejar y
controlar).
Volvamos a examinar la situación presentada y veamos en
qué forma Mary podría mantenerse fuera de ese triángulo
mortal con Tom. A esta altura, Mary ya ha comenzado a
desarrollar su espiritualidad, y tiene conciencia de que no debe
tratar de manejar y controlar a Tom. Como está tratando de
cuidarse, esa noche, al ver que se hacía tarde y Tom no
regresaba, en lugar de permitirse ponerse nerviosa y enfadarse
por ello, llamó a una amiga suya del grupo de apoyo. Hablaron
de su miedo cada vez mayor, lo cual ayudó a calmarla. Mary
necesitaba que alguien oyera cómo se sentía, y su amiga la
escuchó con comprensión pero sin darle consejos. Luego de
colgar, practicó una de sus afirmaciones favoritas: "Mi vida está
guiada por la divinidad, y crezco en paz, seguridad y serenidad
cada día, cada hora." Dado que nadie puede mantener dos
pensamientos distintos al mismo tiempo, Mary descubrió que al
dedicar sus pensamientos a las palabras tranquilizadoras de la
afirmación, se calmaba e incluso se relajaba. Cuando Tom llegó
a casa, a las 11.30, ella estaba dormida. Ella despertó al entrar
a la habitación, y Mary de inmediato sintió el regreso del
fastidio y la ira, por eso repitió para sí su afirmación un par de
231
veces y dijo: "Hola, Tom. Me alegra que hayas vuelto." Ahora
bien, Tom siempre ha estado acostumbrado a pelear en esas
circunstancias, y se sintió un poco perplejo por el saludo de
Mary. "Iba a llamarte, pero..." comienza a excusarse a la
defensiva. Mary espera a que termine y dice: "Si quieres,
podemos hablar de eso en la mañana. Ahora tengo demasiado
sueño. Buenas noches." Si Tom se sentía culpable por la hora
tardía, una pelea con Mary habría apaciguado ese sentimiento
de culpa. Entonces él podría decirse que Mary era una regañona
y el problema pasaría a ser de ella, por sus reproches, en lugar
de ser de él, por haber llegado tarde. Con esta alteración de la
situación, Tom se queda con su sentimiento de culpa y ella no
sufre por las acciones de él. Así debe ser.
Es como un juego de ping pong, cuando ambos juegan al
rescatador-perseguidor-víctima. Cuando a uno le llega la
pelota, siempre la devuelve. Para no engancharse en el juego,
usted tiene que aprender a dejar que la pelota pase de largo y
caiga de la mesa. Una de las mejores maneras de dejarla pasar
de largo es cultivar el uso de la exclamación "Ah". Por ejemplo,
en respuesta a la excusa de Tom, Mary puede responder
simplemente "Ah" y seguir durmiendo. Es una experiencia
fortalecedora el no dejarse atrapar en la lucha implícita en los
intercambios
de
rescatador-perseguidor-víctima.
No
engancharse, mantener la objetividad y la dignidad, hacen que
una se sienta maravillosamente. Y significa que una ha dado
otro paso en su recuperación.
Por qué es necesario no engancharse en los juegos
Para comenzar, entienda que los roles que representamos
en esos juegos no se limitan a los intercambios verbales. Se
extienden a la forma en que llevamos nuestra vida, y cada una
de nosotras tiene un rol en especial que debe preferir.
Tal vez su rol sea el de rescatadora. Para muchas mujeres
que aman demasiado resulta conocido y reconfortante sentir
que están cuidando (manejando y controlando) a otra persona.
De su historial caótico y/o de privaciones, han elegido ese
camino como forma de mantenerse a salvo y de ganarse cierto
grado de autoaceptación. Lo hacen con amigos, familiares, y a
menudo también en su vida profesional.
232
O quizás usted se encuentre haciendo de perseguidora, la
mujer empeñada en encontrar el defecto, señalarlo y enderezar
las cosas. Una y otra vez, esa mujer debe recrear la lucha con
las fuerzas oscuras que la derrotaron cuando niña, con la
esperanza de tener más paridad en la batalla ahora que es
adulta. Furiosa desde la niñez, busca en el presente vengarse
del pasado; es una luchadora, buscapleitos, polemista,
regañona. Necesita castigar. Exige disculpas, retribución.
Y finalmente, y esto es lamentable, usted puede ser la
víctima, la posición más impotente de las tres, que no ve otra
alternativa que estar a disposición del comportamiento de
otros. Tal vez cuando usted era una niña no parecía haber otra
alternativa que ser la víctima, pero ahora está tan familiarizada
con el rol que en realidad puede ganar fuerzas de él. Hay cierta
tiranía en la debilidad; su moneda es la culpabilidad, y ésa es la
moneda de intercambio en las relaciones de la víctima.
El hecho de jugar en cualquiera de estas posiciones, ya sea
en una conversación o en la vida, impide que usted se
concentre en sí misma y la mantiene en su patrón infantil de
miedo, furia e impotencia. Usted no puede desarrollar su
potencial como ser humano plenamente evolucionado, una
mujer adulta a cargo de su vida, sin renunciar a cada uno de
esos roles restrictivos, esas formas de estar obsesionada con
quienes la rodean. Mientras esté atrapada en esos roles, esos
juegos, parecerá que otra persona está impidiéndole alcanzar
su meta de felicidad. Una vez que usted renuncie a esos
juegos, le queda su total responsabilidad por su propia
conducta, sus propias decisiones y su propia vida. De hecho,
cuando los juegos terminan, sus decisiones (tanto las que ya ha
tomado como las otras que tiene ahora) se vuelven más obvias,
menos evitables.
Qué implica no dejarse enganchar en los juegos
Ahora usted debe desarrollar nuevas maneras de
comunicarse con usted misma y con los demás, maneras que
demuestren su voluntad de asumir responsabilidad por su vida.
Menos "Si no fuera por..." y mucho más "Ahora estoy
decidiendo que..."
233
Cuando empiece a practicar este paso, necesitará toda la
energía liberada al renunciar al hecho de manejar y controlar,
para evitar caer en los juegos (el mismo hecho de anunciar "No
voy a jugar" es jugar). Con la práctica se vuelve mucho más
fácil, y después de un tiempo le servirá mucho para
autofortalecerse.
Usted necesitará aprender a vivir sin toda la excitación de
las batallas acaloradas, esos dramas que consumen tiempo y
agotan energías en que usted ha compartido el papel
protagónico. Esto no es fácil de hacer. Muchas mujeres que
aman demasiado han sepultado sus sentimientos tan
profundamente que necesitan la excitación de las peleas, las
separaciones y las reconciliaciones simplemente para sentirse
vivas. ¡Cuidado! Al principio, el hecho de no tener otra cosa en
qué concentrarse que su vida interior puede resultarle aburrido.
Pero si usted puede soportar el aburrimiento, éste se convertirá
en autodescubrimiento. Y usted estará lista para el siguiente
paso.
7. ENFRENTE CON CORAJE SUS PROPIOS PROBLEMAS Y
DEFECTOS
Qué significa
Enfrentar sus problemas significa que, habiendo renunciado
a manejar y controlar a otros y a los juegos, ahora no le queda
nada para distraerla de su propia vida, de sus problemas y de
su dolor. Este es el momento en que usted necesita empezar a
mirarse en profundidad, con la ayuda de su programa
espiritual, su grupo de apoyo y su terapeuta, si lo tiene. No
siempre es necesario tener un terapeuta para este proceso. En
los programas de Anónimos, por ejemplo, las personas que han
experimentado una gran medida de recuperación pueden
convertirse en patrocinadores de los recién llegados, y en ese
rol a menudo ayudan a sus patrocinados a atravesar ese
proceso de auto-análisis.
Significa también que usted examine a fondo su vida
actual, tanto lo que la hace sentir bien como lo que la hace
234
sentir incómoda o infeliz. Haga listas de ambas cosas. Y
también examine el pasado. Examine todos sus recuerdos,
buenos y malos, sus logros, sus fracasos, las veces que se vio
lastimada y las veces que usted lastimó a otros. Examínelo
todo, nuevamente por escrito. Concéntrese en áreas de
especial dificultad. Si el sexo es una de esas áreas, escriba una
historia sexual personal completa. Si los hombres siempre han
sido un problema para usted, comience por sus primeras
relaciones con ellos y, nuevamente, haga una historia
completa. ¿Sus padres? Utilice la misma técnica con ellos.
Comience por el principio y escriba. Hay mucho que escribir, es
cierto, pero es una herramienta valiosísima que la ayudará a
clasificar su pasado y a empezar a reconocer los patrones, los
temas repetitivos, en sus luchas, con usted misma y con los
demás.
Cuando inicie este proceso, haga un trabajo lo más
completo que pueda antes de detenerse. Esta es una técnica
que usted querrá volver a utilizar más adelante, cuando surjan
áreas problemáticas. Es probable que al principio se concentre.
en las relaciones. Más tarde, en otro momento, quizá desee
escribir su historial de trabajos, qué sentía respecto de cada
uno de ellos antes de empezar, durante el tiempo en que
estuvo empleada allí y después. Simplemente deje que sus
recuerdos, sus pensamientos y sus sentimientos fluyan. No
analice lo que escribe en busca de patrones sobre la marcha;
hágalo después.
Qué requiere enfrentar con coraje sus propios
problemas y defectos
Usted tendrá que escribir mucho, dedicar el tiempo y las
energías necesarios para lograrlo. Quizá para usted la escritura
no sea una forma de expresión fácil o cómoda. Sin embargo, es
la mejor técnica para este ejercicio. No se preocupe por hacerlo
a la perfección, ni siquiera por hacerlo bien. Sólo hágalo de
manera que tenga sentido para usted.
Tendrá que ser completamente honesta y revelar lo más
posible sobre sí misma en todo lo que escriba. Una vez que
haya completado este proyecto lo mejor que pueda, compártalo
con otro ser humano que la quiera y en quien usted confíe. Esa
persona debe ser alguien que entienda lo que usted trata de
235
hacer para recuperarse y que simplemente pueda escuchar lo
que usted ha escrito sobre su historia sexual, su historia de
relaciones, su historia con sus padres, sus sentimientos para
consigo misma y los hechos de su vida, buenos y malos. La
persona a quien usted elija para escucharla debe, obviamente,
ser compasiva y comprensiva. No hay ninguna necesidad de
comentarios, y esto debe quedar entendido desde el comienzo.
Nada de consejos, nada de aliento. Sólo escuchar.
A esta altura de su recuperación, no elija a su pareja para
que escuche todo esto sobre usted. Mucho, mucho tiempo más
tarde podrá decidir compartir con él lo que ha escrito, o no.
Pero ahora no es apropiado compartirlo con él. Usted deja que
alguien escuche eso para que usted pueda experimentar lo que
es contar su propia historia y ser aceptada. No es un
mecanismo para planchar arrugas en la relación. Su propósito
es el autodescubrimiento, y punto.
Por qué es necesario enfrentar con coraje sus propios
problemas y defectos
La mayoría de quienes amamos demasiado estamos
atrapadas en el hábito de culpar a otros por la infelicidad de
nuestra vida, mientras negamos nuestras propias fallas y
nuestras propias decisiones. Este es un enfoque canceroso de la
vida, que debe extirparse de raíz y eliminarse, y la forma de
hacerlo es examinarnos a fondo y con honestidad. Sólo al ver
nuestros problemas y fallas (y también nuestros aspectos
buenos y éxitos) como nuestros, en lugar de verlos como de
alguna manera relacionados con él, podemos tomar las
medidas necesarias para cambiar aquello que hay que cambiar.
Qué implica enfrentar con coraje sus propios
problemas y defectos
En primer lugar, es muy probable que usted pueda
renunciar a la culpa secreta relacionada con muchos de los
acontecimientos y sentimientos del pasado. Esto despejará el
camino para permitir que en su vida se pongan de manifiesto
más alegrías y actitudes más sanas.
236
Luego, como alguien ha oído sus peores secretos y eso no
la ha destruido a usted, comenzará a sentirse más a salvo en el
mundo.
Cuando usted deja de culpar a los demás y asume la
responsabilidad por sus propias decisiones, queda en libertad
de abrazar toda clase de opciones que no estaban a su alcance
cuando usted se veía como víctima de los demás. Eso la
prepara para comenzar a cambiar aquellas cosas de su vida que
no le hacen bien, ni son satisfactorias ni le dan plenitud.
8. CULTIVE LO QUE NECESITE DESARROLLAR EN USTED
MISMA
Qué significa
Cultivar lo que necesite desarrollar en usted misma significa
no esperar que él cambie antes de seguir con la vida. Esto
también significa no esperar el apoyo de él -en cuestiones
financieras, emocionales o prácticas- para iniciar lo más posible
su carrera, o cambiar su carrera, o retomar los estudios, o lo
que usted desee hacer. En lugar de subordinar sus planes a la
cooperación de él, actúe como si no tuviera nadie más que
usted misma en quien apoyarse. Cubra todas las contingencias
-el cuidado de los hijos, dinero, tiempo, transporte- sin usarlo a
él como recurso (¡ni como excusa!). Si, mientras lee esto usted
está protestando que sin la colaboración de él sus planes son
imposibles, considere sola, o con una amiga, cómo lo haría si
no lo conociera. Descubrirá que es muy posible hacer que la
vida funcione bien para usted cuando deje de depender de él y
haga uso de todas sus otras alternativas.
Cultivarse significa actuar en pro de sus intereses. Si usted
ha estado demasiado ocupada con él por demasiado tiempo y
no tiene vida propia, entonces comience por tomar muchos
caminos distintos para averiguar qué le atrae. Esto no es fácil
para la mayoría de las mujeres que aman demasiado. Dado que
ese hombre fue su proyecto durante tanto tiempo, se sienten
incómodas al pasar a concentrarse en sí mismas y analizar lo
que es bueno para su crecimiento personal. Esté dispuesta a
237
probar por lo menos una actividad nueva por semana. Vea la
vida como si fuera una mesa de platos variados, y sírvase
muchas experiencias distintas para poder descubrir qué la
atrae.
Cultivarse significa correr riesgos: conocer gente nueva,
entrar a un aula por primera vez en años, hacer un viaje sola,
buscar un empleo... cualquier cosa que usted sepa que necesita
hacer pero no ha podido reunir el coraje suficiente para
emprenderla. Este es el momento de zambullirse. En la vida no
hay errores, sino sólo lecciones, de modo que salga y permítase
aprender algo de lo que la vida quiere enseñarle. Utilice su
grupo de apoyo como fuente de aliento y realimentación. (No
recurra a su relación ni a aquella familia disfuncional de origen
en busca de aliento. Ellos necesitan que usted siga siendo la
misma, para poder seguir siendo los mismos. No se sabotee
usted misma ni a su crecimiento apoyándose en ellos.)
Qué requiere cultivar lo que necesita desarrollar en
usted misma
Para comenzar, cada día haga dos cosas que no desee
hacer, a fin de elastizarse y expandir su idea de quién es usted
y de qué es capaz de hacer. Defiéndase cuando preferiría fingir
que no le importa, o vuelva sobre un punto insatisfactorio
aunque prefiera hacerlo a un lado. Haga esa llamada telefónica
que preferiría evitar. Aprenda a cuidarse mejor y a preocuparse
menos por los demás en sus interacciones. Diga que no para
complacerse, en lugar de decir que sí para complacer a otro.
Pida con claridad algo que desee, y arriésguese a que se lo
nieguen.
Luego, aprenda a darse a sí misma. Dése tiempo, atención,
objetos materiales. A menudo el hecho de comprometerse a
comprarse algo todos los días puede ser una verdadera lección
de amor propio. Los regalos pueden ser baratos, pero
francamente cuanto menos prácticos y más frívolos, mejor.
Este es un ejercicio de autocomplacencia. Necesitamos
aprender que nosotras mismas podemos ser la fuente de cosas
buenas en nuestra vida, y ésta es una buena forma de
empezar. Pero si usted no tiene problemas por gastar dinero en
238
sí misma, si hace compras y gasta en forma compulsiva para
calmar su ira o su depresión, entonces esta lección de darse
necesita tomar otra dirección. Regálese nuevas experiencias en
lugar de juntar más objetos materiales (y más deudas). Dé un
paseo por el parque, haga una excursión por las sierras o vaya
al zoológico. Deténgase a observar la puesta de sol. La idea es
pensar en usted misma y en cómo le gustaría que fuese su
presente ese día, y luego permitirse, experimentar tanto el dar
como el recibir. Por lo general somos muy buenas dando a los
demás, pero tenemos muy poca práctica en darnos a nosotras
mismas. ¡Entonces, practique!
Al dar estos pasos, de vez en cuando se le pedirá que haga
algo muy difícil. Tendrá que enfrentar el terrible vacío que
aflora cuando usted no está concentrada en otra persona. A
veces el vacío será tan profundo que usted casi podrá sentir el
viento al pasar a través del lugar donde debería estar su
corazón. Permítase sentirlo, en toda su intensidad (de otro
modo, usted buscará otra manera dañina de distraerse). Abrace
el vacío y sepa que no siempre se sentirá así, y que con sólo
estarse quieta y sentirlo comenzará a llenarlo con la calidez de
la autoaceptación. Que su grupo de apoyo la ayude con esto. La
aceptación de ellos también puede ayudar a llenar el vacío, al
igual que nuestros propios proyectos y actividades. Con lo que
hacemos por nosotras mismas y la forma en que desarrollamos
nuestra propia capacidad, logramos una sensación de identidad
propia. Si usted dedicó todos sus esfuerzos al desarrollo de los
demás, sin duda se sentirá vacía. Ahora es su turno.
Por qué es necesario cultivar lo que necesita
desarrollar en usted
A menos que eleve sus propios talentos al máximo, siempre
estará frustrada. Y entonces podrá culparlo a él por esa
frustración, cuando en realidad surge del hecho de que usted
no sigue con su propia vida. El desarrollo de su potencial quita
la culpa de los hombros de él y ubica la responsabilidad por su
vida exactamente donde debe estar: en usted.
Los proyectos y las actividades que usted elija la
mantendrán demasiado ocupada para poder concentrarse en lo
que él hace o no hace. Si en este momento usted no tiene una
239
relación, esto le dará una alternativa sana al suspirar por su
último amor o esperar al próximo.
Qué implica cultivar lo que necesita desarrollar en
usted
En primer lugar, no necesitará buscar a un hombre que sea
lo contrario de usted para equilibrar su vida. Lo explicaré: al
igual que la mayoría de las mujeres que aman demasiado, es
probable que usted sea excesivamente seria y responsable. A
menos que cultive activamente su lado juguetón, se verá
atraída hacia hombres que encarnen lo que a usted le falta. Un
hombre despreocupado e irresponsable es encantador como
amigo, pero es una mala perspectiva para una relación
satisfactoria. No obstante, hasta que usted pueda darse
permiso para ser más despreocupada, lo necesitará para crear
la diversión y la excitación en su vida.
Por otro lado, el hecho de cultivarse le permite crecer. Al
llegar a ser todo lo que usted es capaz de ser, usted también
asume toda la responsabilidad por sus decisiones, su vida, y en
esta
forma
abraza
la
adultez.
Mientras
no
nos
responsabilicemos por nuestra propia vida y nuestra propia
felicidad, no seremos seres humanos totalmente maduros, sino
que seguiremos siendo niños dependientes y asustados con
cuerpos de adultos.
Finalmente, desarrollarse hace que usted sea mejor en una
pareja, porque es una mujer creativa, totalmente expresiva, no
alguien que está incompleto (y por lo tanto asusta- do) sin un
hombre. Irónicamente, cuanto menos necesite una pareja,
mejor pareja se vuelve usted... y atrae (y se ve atraída por)
hombres más sanos.
9. VUELVASE EGOISTA
Qué significa
Al igual que la palabra espiritualidad en el paso 4, aquí la
palabra egoísta necesita una cuidadosa explicación. Es probable
que evoque imágenes exactas de lo que usted no quiere ser:
240
indiferente, cruel, desconsiderada, egocéntrica. Para algunas
personas, el egoísmo puede significar todo eso, pero recuerde
que usted es una mujer que tiene un historial de amar
demasiado. Para usted, volverse egoísta es un ejercicio
necesario para renunciar al martirio. Examinemos qué significa
un egoísmo sano para las mujeres que aman demasiado.
Usted coloca su bienestar, sus deseos, su trabajo, juegos,
planes y actividades en primer lugar en vez de último; antes, y
no después de que estén satisfechas las necesidades de los
demás. Aun cuando usted tenga hijos pequeños, incorpora a su
día algunas actividades puramente en beneficio propio.
Usted espera e incluso requiere que las situaciones y las
relaciones sean cómodas para usted. No trata de adaptarse a
las incómodas.
Cree que sus deseos y necesidades son muy importantes, y
que es su tarea satisfacerlos. Al mismo tiempo, con- cede a los
demás el derecho de responsabilizarse por sus propios deseos y
necesidades.
Qué requiere volverse egoísta
Al comenzar a ponerse en primer lugar, usted debe
aprender a tolerar la ira y la desaprobación de los demás. Son
reacciones inevitables de aquellos cuyo bienestar usted había
puesto hasta ahora antes que el propio. No discuta, no se
disculpe ni trate de justificarse. Manténgase lo más serena y
alegre que le sea posible y siga con sus actividades. Los
cambios que usted está haciendo en su vida requieren que los
que la rodean también cambien, y es natural que se resistan.
Pero a menos que usted dé crédito a esa indignación, durará
bastante poco. No es más que un intento de volver a llevarla a
su viejo comportamiento abnegado, a hacer por ellos lo que
ellos pueden y deberían hacer solos.
Usted debe escuchar con atención a su voz interior en
cuanto a lo que es bueno o correcto para usted, y luego hacerle
caso. Así desarrolla un sano interés por usted misma:
escuchando sus propios indicios. Es probable que, hasta ahora,
241
usted haya tenido una capacidad casi psíquica para captar los
indicios de los demás sobre la forma en que querían que usted
se comportara. "Desconecte" esos indicios, o continuarán
sofocando los suyos.
Finalmente, volverse egoísta requiere que usted reconozca
que su valor es grande, que sus talentos son dignos de
expresión, que su realización personal es tan importante como
la de cualquier otra persona, y que su mejor identidad personal
es el mejor regalo que tiene usted para el mundo en general y,
más especialmente, para quienes están más cerca de usted.
Por qué es necesario volverse egoísta
Sin este fuerte compromiso con usted misma, la tendencia
es volverse pasiva, desarrollarse no para su mayor expresión
sino para beneficio de otra persona. Si bien el hecho de
volverse egoísta (lo que también significa volverse honesta)
hará de usted una mejor pareja, ése no puede ser su objetivo
final. Su objetivo debe ser el logro de su propio y más alto yo.
No basta haber superado todas las dificultades que
encontró. Aún le queda vivir su vida, explorar su propio
potencial. Es el paso que sigue naturalmente cuando usted
gana respeto para sí y empieza a satisfacer sus deseos y
necesidades.
Asumir responsabilidad por usted misma y por su felicidad
da una mayor libertad a los hijos que se sentían culpables y
responsables por su infelicidad (y siempre se sienten así). Un
hijo nunca puede esperar equilibrar la balanza o saldar una
deuda cuando uno de sus padres ha sacrificado su vida, su
felicidad, su realización personal por ese hijo o por la familia. El
hecho de ver que uno de sus padres abraza totalmente la vida
da al hijo permiso para hacer lo propio, del mismo modo que
ver sufrir a uno de sus padres indica al hijo que toda la vida es
sufrimiento.
Qué implica volverse egoísta
Sus relaciones automáticamente se vuelven más sanas.
Nadie le "debe" el hecho de ser distinta de ellos, porque usted
ya no es para ellos distinta de usted misma.
242
Usted deja a las demás personas en su vida en libertad
para ocuparse de sí mismas sin preocuparse por usted. (Es muy
probable que sus hijos, por ejemplo, se hayan sentido
responsables por mitigar su frustración y su dolor. Al ocuparse
usted más de sí misma, ellos quedan libres para ocuparse
mejor de sí mismos.)
Ahora usted puede decir que sí o que no cuando desee.
En este dramático cambio de roles, al pasar de cuidadora
de los demás a cuidadora de sí misma, es muy probable que su
conducta se vea equilibrada por cambios de roles en todas sus
relaciones. Si los cambios de roles son demasiado difíciles para
el hombre de su vida, quizás él se marche en busca de alguien
que sea como usted era antes, de modo que es posible que
usted no termine con la persona con quien empezó.
Por otro lado, resulta irónico que al volverse más capaz de
atenderse, tal vez descubra que ha atraído a alguien capaz de
atenderla. Al volvemos más sanas y equilibradas, atraemos a
parejas más sanas y equilibradas. Al volvemos menos
necesitadas, una mayor parte de nuestras necesidades se ven
satisfechas. Al renunciar al rol de superencargada, hacemos
lugar para que alguien nos atienda.
10. COMPARTA CON OTROS LO QUE HA EXPERIMENTADO Y
APRENDIDO
Qué significa
Compartir sus experiencias con otros significa recordar que
éste es el último paso en la recuperación, no el primero. Ser
demasiado dispuestas a ayudar y concentramos demasiado en
los demás es parte de nuestra enfermedad, de modo que
espere hasta haber trabajado duro en pro de su propia
recuperación antes de emprender este paso.
En su grupo de apoyo de pares, significa compartir con las
recién llegadas cómo era la vida antes para usted y cómo es
ahora. Eso no significa aconsejar, sino sólo explicar lo que dio
resultado para usted. Tampoco significa dar nombres ni echar
243
la culpa a otros. A esta altura de la recuperación usted ya sabe
que el culpar a otros no la ayudará.
Compartir con otros significa también que cuando conozca
a alguien que tiene antecedentes similares o se encuentra en
una situación parecida a la que tuvo usted, está dispuesta a
hablar de su propia recuperación sin necesidad de coaccionar a
esa persona para que haga lo que usted hizo para recuperarse.
Aquí no hay lugar para manejar ni controlar, como tampoco lo
había en su relación.
Compartir puede significar dedicar algunas horas como
voluntaria para ayudar a otras mujeres, tal vez trabajando en
una línea telefónica de emergencia o en reuniones personales
con alguien que ha pedido ayuda.
Finalmente, puede significar educar a las profesiones
médicas y de asesoramiento psicológico acerca del enfoque y
tratamiento apropiados para usted y mujeres como usted.
Qué requiere compartir con otros lo que ha
experimentado y aprendido
Usted debe aprovechar su profunda gratitud por haber
llegado tan lejos, y por la ayuda que le dieron otras personas al
compartir con usted sus experiencias.
Necesita honestidad y voluntad de desprenderse de sus
secretos y su necesidad de "verse bien".
Finalmente, debe revelar una capacidad de dar a otros sin
motivos de gratificación personal. La mayor parte de lo que
"dábamos" cuando amábamos demasiado era en realidad
manipulación. Ahora tenemos suficiente libertad para dar
libremente. Nuestras propias necesidades están satisfechas y
estamos llenas de amor. Ahora es natural compartir ese amor,
sin esperar nada a cambio.
244
Por qué es necesario compartir lo que ha
experimentado y aprendido
Si usted cree tener una enfermedad, también necesita
comprender que, al igual que un alcohólico que está sobrio,
podría sufrir una recaída. Sin una vigilancia constante usted
podría recaer en su antigua forma de pensar, sentir y
relacionarse. Trabajar con recién llegadas contribuye a
mantenerla en contacto con el grado de enfermedad que tuvo
una vez, y con lo mucho que ha progresado. Evita que usted
niegue lo malo que fue en realidad, porque la historia de una
recién llegada será muy parecida a la suya, y usted recordará
con compasión, por ella y por usted misma, cómo era.
Al hablar de ello, usted da esperanza a los demás, y validez
a todo lo que atravesó en su lucha por recuperarse. Gana
perspectiva de su coraje y de su vida.
Qué implica compartir lo que ha experimentado y
aprendido
Ayudará a otras a recuperarse. Y mantendrá su propia
recuperación.
Este hecho de compartir, entonces, es en última instancia
un acto de egoísmo sano, por el cual usted promueve más aun
su propio bienestar manteniéndose en contacto con los
principios de recuperación que le servirán toda la vida.
245
CAPITULO 11
Cerrar la brecha
Para nosotros el matrimonio es un
viaje hacia un destino desconocido...
el descubrimiento de que la gente
debe compartir no sólo lo que no
saben el uno del otro, sino también lo
que no saben de sí mismos.
Michael Ventura,
Bailando con la propia sombra en la
zona matrimonial.
-Lo que quisiera saber es adónde se fueron todos mis
sentimientos sexuales.
Tilly sigue en movimiento, dando grandes pasos hacia el
sofá de mi consultorio. Hace esa incógnita a un lado como a la
ligera, pero cuando pasa junto a mí noto un destello de
acusación en su mirada. En su mano izquierda, un anillo de
compromiso lanza su brillo propio, y yo tengo una intensa
corazonada de por qué concertó la cita. Han pasado ocho
meses desde la última vez que la vi, y hoy se la ve mejor que
nunca; sus cálidos ojos castaños brillan y su hermoso cabello
castaño-rojizo de ondas suaves parece más largo y con más
cuerpo de lo que yo recordaba. Su rostro tiene la misma
atracción dulce, casi como el de una gatita, pero las dos
expresiones entre las que una vez alternó en forma crónica -la
de huerfanita triste y la de mujer mundana- han sido
reemplazadas por un femenino resplandor de confianza. Ha
recorrido un largo camino en los tres años que pasaron desde
su intento de suicidio, cuando terminara su romance con Jim, el
policía casado.
Me alegra ver que su proceso de recuperación todavía
continúa. Tilly aún no lo sabe, pero inclusive los problemas
sexuales que se le presentan ahora forman parte del inevitable
proceso de su recuperación.
246
-Háblame de eso, Tilly -le pido, y ella vuelve a acomodarse
en el sofá. -Bueno, tengo a un hombre maravilloso en mi vida.
¿Recuerda a Hal? Estaba saliendo con él la última vez que vine.
Recuerdo muy bien ese nombre. Había sido uno de los
varios jóvenes con los que salía Tilly al dejar la terapia. "Es
agradable, pero un poco aburrido", había dicho entonces.
"Conversamos mucho y me parece sólido y confiable. También
es apuesto, pero no hay fuegos artificiales, así que supongo
que no es el hombre adecuado." En aquel momento, Tilly había
estado de acuerdo conmigo en que necesitaba ejercitarse en el
hecho de estar con un hombre considerado y confiable, de
modo que decidió seguir viéndolo por un tiempo, "sólo para
practicar".
Ahora prosigue con orgullo:
-Es muy distinto de la clase de hombres con los que solía
involucrarme, gracias a Dios, y estamos comprometidos para
casamos en setiembre... pero, bueno, tenemos algunos
problemas. No nosotros, en realidad; soy yo. Me cuesta
excitarme de verdad, y como eso nunca fue un problema para
mí, quiero saber qué sucede. Usted sabe cómo era yo.
Prácticamente rogaba tener relaciones sexuales con cada uno
de aquellos hombres que nunca me amaron, pero como ya no
me arrojo a los brazos de nadie, parezco una solterona
mojigata e inhibida. Allí está Hal, apuesto, responsable,
confiable, y realmente enamorado de mí. Y yo estoy en la cama
con él, sintiéndome como un pedazo de madera.
Yo asiento, pues sé que Tilly está enfrentando un obstáculo
que la mayoría de las mujeres que aman demasiado deben
superar cuando se recuperan. Habiendo utilizado su sexualidad
como herramienta para manipular a un hombre difícil o
imposible y lograr que las amara, una vez eliminado ese desafío
no saben ser sexuales con una pareja que las quiere.
La aflicción de Tilly es evidente. Se golpea la rodilla
suavemente con el puño, enfatizando casi cada palabra.
- ¿Por qué no me puedo excitar con él? -Entonces deja de
golpearse la rodilla y me mira con temor.- ¿Es porque no lo
amo de verdad? ¿Es eso lo que pasa con nosotros?
- ¿Tú crees que lo amas? -le pregunto.
-Creo que sí, pero estoy confundida porque todo es muy
distinto de lo que conocí antes. Me gusta mucho estar con él.
Podemos hablar de cualquier cosa. El conoce toda mi historia,
247
de modo que no hay secretos entre nosotros. No finjo nada con
él. Soy completamente yo misma, lo que significa que con él
estoy más relajada de lo que estuve jamás con otro hombre.
Ahora no actúo, lo cual es estupendo, pero a veces aquellas
actuaciones eran más fáciles que el solo hecho de relajarme y
confiar en que bastará con mostrarme tal como soy para
mantener el interés de alguien.
"Tenemos muchos gustos en común: navegar, pasear en
bicicleta e ir de excursión. Compartimos principios casi
idénticos, y cuando discutimos, él sabe pelear limpio. En
realidad, es casi un placer discutir con Hal. Pero al principio
incluso las charlas abiertas y francas que teníamos sobre las
cosas en que no coincidíamos me asustaban. Yo no estaba
acostumbrada a que alguien fuera tan honesto y franco sobre lo
que sentía ni a que esperara que yo hiciera lo mismo. Hal me
ayudó a no tener miedo de decir lo que pensaba o a pedirle lo
que necesitaba de él, porque nunca me ha castigado por ser
honesta. Siempre terminamos llegando a un acuerdo y
sintiéndonos más unidos. Es el mejor amigo que yo haya
tenido, y me enorgullece que me vean con él. Por eso, sí,
pienso que lo amo, pero si estoy enamorada de él, ¿por qué no
puedo estar bien con él en la cama? Tampoco hay nada malo
en su forma de hacer el amor. Es muy considerado, realmente
quiere complacerme. Eso es muy nuevo para mí. No es tan
agresivo como era Jim, pero no creo que eso sea el problema.
Yo sé que él piensa que soy maravillosa, y se excita mucho
conmigo, pero por mi parte no pasa mucho. Gran parte del
tiempo me siento fría y avergonzada. Sabiendo cómo era yo
antes, no tiene mucho sentido, ¿no cree?
Me alegra poder tranquilizarla.
-En realidad, Tilly, tiene mucho sentido. Lo que te está
pasando es algo que muchas mujeres con antecedentes
similares a los tuyos, y que han logrado recuperarse, enfrentan
cuando empiezan a relacionarse con un hombre que es una
pareja adecuada. La excitación, el desafío, el viejo nudo en el
estómago simplemente no están más, y dado que es así como
siempre han sentido el "amor", temen que les falte algo muy
importante. Lo que falta es la locura, el dolor, el miedo, la
espera y la ilusión.
"Ahora, por primera vez, tienes a un hombre agradable,
seguro y confiable que te adora, y no tienes motivos para tratar
248
de cambiarlo. El ya tiene las cualidades que buscabas en un
hombre, y se ha comprometido contigo. El problema es que tú
nunca experimentaste el hecho de tener lo que querías. Sólo
conociste cómo era el no tenerlo, y esforzarte con locura por
conseguirlo. Estás acostumbrada al anhelo y al suspenso, lo
cual crea una excitación muy fuerte. ¿Lo hará él, o no lo hará?
¿Lo hace o no lo hace? Tú sabes a qué me refiero.
Tilly sonríe.
-Demasiado bien. Pero ¿cómo se relaciona todo esto con
mis sentimientos sexuales?
-Se relaciona porque el hecho de no tener lo que quieres es
mucho más estimulante que el tenerlo. Un hombre bueno, que
te quiere y se dedica a ti nunca hará fluir tu adrenalina como lo
hacía Jim por ejemplo.
- ¡Oh, es verdad! Siempre estoy cuestionando toda la
relación porque no estoy obsesionada con Hal. A veces me he
preguntado si no estaría demasiado segura de él.
Tilly ya no está enojada. Ahora está entusiasmada, como
un detective que está descifrando un importante misterio.
Yo afirmo:
-Bueno, es probable que sí lo tomes por seguro en cierta
medida. Sabes que él estará allí cuando lo necesites. No va a
abandonarte. Puedes contar con él. Entonces no hay necesidad
de obsesionarte. La obsesión no es amor, Tilly. Es sólo
obsesión.
Ella asiente, recordando.
-¡Lo sé! ¡Lo sé!
-Y a veces -prosigo-, el sexo funciona muy bien cuando
estamos obsesionadas. Todos esos intensos sentimientos de
excitación y ansioso deseo, incluso temor, contribuyen a un
poderoso conjunto que llamamos amor. En realidad, es
cualquier cosa menos eso. Aun así, eso es lo que nos dicen
todas las canciones sobre el amor. Eso de "No puedo vivir sin ti,
nena". Casi nadie escribe canciones sobre la calma y la
comodidad de una relación amorosa sana. Todos escriben sobre
el miedo, el dolor, la pérdida y el sufrimiento. Entonces
llamamos a eso amor, y no sabemos qué hacer cuando aparece
algo que no es una locura. Empezamos a relajarnos y luego
tememos que no sea amor, porque no estamos obsesionadas.
Tilly asiente.
249
-Exactamente. Eso es exactamente lo que pasó. Al principio
no lo llamé amor porque era demasiado sosegado, y yo no
estaba acostumbrada a que nada lo fuera, como usted sabe. Sonríe y continúa: - Simplemente él creció en mí durante los
meses en que nos vimos. Yo sentía que podía relajarme y
mostrarme tal como era y que aun así él no se iría. Esperamos
mucho tiempo antes de tener relaciones sexuales; primero
llegamos a conocemos como personas. El me agradaba cada
vez más, y los momentos que pasaba con él eran buenos y
felices para mí. Cuando finalmente nos acostamos juntos fue
algo muy tierno, y me sentí muy vulnerable. Lloré mucho. Aún
lo hago a veces, pero a él no parece molestarle. - Tilly baja la
vista.- Supongo que todavía me vienen muchos recuerdos
dolorosos relacionados con el sexo, de verme rechazada y
sentirme tan lastimada. -Después de una pausa, agrega:Ahora, en cuanto al sexo, yo estoy mucho más preocupada que
él. A él le gustaría que fuese más excitante por el bien de
ambos, pero en realidad no se queja. Yo sí, porque sé cómo
podría ser.
-Está bien -respondo-, dime cómo es ahora entre tú y Hal.
-Está enamorado de mí. Puedo verlo por la forma en que
me trata. Cada vez que conozco a algún amigo suyo, me doy
cuenta de que Hal ya le ha dicho cosas maravillosas de mí por
la forma en que me saluda. Y cuando estamos solos, es tan
afectuoso, tan ansioso de hacerme feliz. Pero yo me pongo
dura, fría, casi rígida. Parece que no puedo reaccionar a él. No
sé qué me detiene...
- ¿Qué sientes cuando tú y Hal empiezan a hacer el amor,
Tilly?
Tilly guarda silencio un momento, pensativa. Luego me
mira.
- ¿Miedo, quizás? -Luego, respondiéndose a sí misma,
agrega:- Sí, eso es. ¡Tengo miedo, mucho miedo!
¿De…? – insisto.
Más silencio pensativo. Finalmente continúa:
-No estoy segura. De que me conozca, de alguna manera.
Oh, eso suena tan bíblico. Usted sabe cómo hablan de eso en la
Biblia. "Entonces la conoció." Ese tipo de cosas. Pero de alguna
manera me siento como si, si se lo permitiera, Hal podría
conocerme de verdad, no sólo sexualmente, sino también de
250
otras maneras. Parece que no puedo rendirme a él. Me asusta
demasiado.
Formulo la pregunta obvia.
- ¿Qué pasará si lo haces?
-Oh, Dios, no lo sé.
- Tilly empieza a moverse, incómoda, en la silla.- Me siento
tan vulnerable, tan desnuda cuando lo pienso. Me siento tonta
al hablar así del sexo, después de todas mis andanzas. Pero
esto es diferente, de alguna manera. No es tan fácil ser sexual
con alguien que realmente quiere estar cerca de mí en todos
los aspectos. Me cierro como una almeja o, si no, sigo los
movimientos mientras parte de mí se reprime. Actúo como una
virgen tímida o algo así.
- Tilly -la tranquilizo-, en lo referente a la clase de intimidad
que ya tienen tú y Hal, y a la que pueden tener en el futuro,
eres en gran medida virgen. Todo es nuevo, y tienes muy poca
experiencia en esta forma de estar con un hombre; con
cualquiera, en realidad. Tienes miedo, sí.
-Bueno,
así
es
exactamente
como
me
siento:
autoprotectora, como si fuera a perder algo muy importante asiente.
-Sí, y lo que temes perder es tu armadura, tu protección
contra las heridas verdaderas. Si bien antes te entregabas a los
hombres, en realidad nunca te arriesgaste a intimar con
ninguno de ellos. Nunca tuviste que ocuparte de la intimidad
porque ellos tampoco podían intimar. Ahora estás con Hal, que
lo que más desea es estar cerca de ti en todos los aspectos, y
sientes pánico. Está bien cuando conversan y disfrutan la
compañía mutua, pero con el sexo, cuando se eliminan todas
las barreras posibles entre ustedes, es diferente. Con tus otras
parejas, ni siquiera el sexo eliminaba las barreras. De hecho,
contribuía a mantenerlas en su lugar porque tú utilizabas el
sexo para evitar comunicar quién eras en realidad y cómo te
sentías. Por eso, por más relaciones sexuales que tuvieras,
nunca llegaban a conocerse más. Dado que una vez usaste el
sexo para controlar las relaciones, creo que te cuesta mucho
renunciar a ese control, siendo sexual en lugar de usar el sexo
como herramienta.
"Me agrada tu frase, Tilly, acerca de que te "conozca",
porque eso es lo que significa ahora compartir el sexo. Tú y
Hal han compartido tanto de ustedes mismos que el sexo se ha
251
convertido en una manera de profundizar ese conocimiento
mutuo, no de evitarlo. ..
Los ojos de Tilly brillan con lágrimas.
- ¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué no puedo relajarme?
Sé que este hombre no va a hacerme daño deliberadamente. Al
menos no lo creo... -Cuando oye su propia vacilación, cambia
rápidamente de línea.- Está bien, usted me dice que sólo sé ser
sexy con alguien que no me quiere, al menos no del todo, y
que no sé ser sexy con alguien como Hal, que es bueno y
amable y piensa que soy maravillosa, porque tengo miedo de la
intimidad. Entonces, ¿qué hago?
-La única salida es pasar por ello. En primer lugar, renuncia
a la idea de "ser sexy" y permítete ser simplemente sexual. Ser
sexy es una actuación. Ser sexual es relacionarse íntimamente
a nivel físico. Tendrás que decir a Hal exactamente lo que te
pase y cuando te pase: todos tus sentimientos, por irracionales
que sean. Dile cuándo tienes miedo, cuándo necesitas apartarte
y cuándo estás lista para reanudar la intimidad. Si lo necesitas,
asume un mayor control del acto sexual y ve tan rápidamente y
tan lejos como te resulte cómodo. Hal te entenderá si le pides
ayuda con tus miedos. Y trata de no juzgar lo que te suceda. El
amor y la confianza no son áreas en las que hayas tenido
mucha experiencia hasta ahora. Está dispuesta a ir muy
lentamente y construye tu voluntad de rendirte. Tú sabes, Tilly,
que para ti, en todas las relaciones sexuales que tuviste antes,
había muy poca entrega, pero sí mucho manejo y control de la
otra persona; lo manipulabas con el sexo, y eras muy
obstinada.
Estabas
actuando,
esperando
críticas
entusiasmadas. Mira lo que hacías antes y lo que tratas de
hacer ahora como la diferencia entre hacer el papel de gran
amante y permitir que te amen. Representar un papel puede
ser muy estimulante, especialmente cuando se tiene la atención
del público. Permitir que te amen es mucho más difícil porque
debe venir de un sitio muy privado, el sitio donde tú ya te
amas. Si allí ya hay mucho amor, es más fácil aceptar que
mereces el amor de otra persona. Si hay muy poco amor
propio, es mucho más difícil dejar entrar el amor que proviene
de fuera de ti. Has avanzado mucho con respecto al amor
propio. Ahora estás en el siguiente paso: confiar lo suficiente
como para permitir que este hombre te ame.
Tilly reflexiona.
252
-En realidad, todo aquel desenfreno mío era calculado.
Ahora lo veo. En realidad no renunciaba mucho, aunque sí era
una actuación estimulante. Por eso ahora tengo que dejar de
tratar y empezar a ser simplemente. Es curioso cómo eso es
más difícil. Ser amada... -murmura Tilly-. Sé que en eso
todavía me falta mucho por recorrer. A veces miro a Hal y me
pregunto cómo puede estar tan encantado conmigo. No estoy
segura de tener nada maravilloso cuando no estoy en una
actuación espectacular. -Los ojos de Tilly se dilatan.- Eso es lo
que lo hacía tan difícil para mí, ¿verdad? No tener que actuar.
No tener que hacer nada especial. No tener que tratar. He
tenido miedo de amar a Hal porque estaba segura de que no
sabía hacerlo. Creía que, a menos que cumpliera mi rutina
seductora, lo que hiciera con él no bastaría y él se aburriría. No
podía usar la actuación seductora porque éramos tan buenos
amigos antes de llegar a ser amantes que era totalmente
inapropiado que yo empezara de pronto a jadear y a arrojarme
hacia él. Además, no era necesario. El ya estaba muy
interesado sin que yo hiciera nada de eso.
"Es como el resto de lo que tenemos juntos. Todo es mucho
más fácil de lo que pensé que podría ser el amor. ¡Sólo basta
con ser yo misma! - Tilly se detiene, y luego me mira con
timidez.- ¿Ve este tipo de cosas a menudo? -pregunta.
-No con tanta frecuencia como quisiera -respondo-. Lo que
estás enfrentando ahora es sólo una cuestión para una mujer
que realmente se ha recuperado de amar demasiado... y la
mayoría de las mujeres no se recuperan. Consumen su tiempo,
sus energías, su vida, usando su sexualidad como herramienta,
tratando de convertir a alguien que no es capaz de amarlas en
alguien que lo sea. Nunca da resultado, pero es algo inofensivo,
porque mientras estén envueltas en la lucha nunca tienen que
ocuparse de la verdadera intimidad, de que otro ser humano
llegue a conocerlas en el sentido más profundo. Entonces,
mientras su soledad las impulsa hacia las relaciones, su miedo
las hace elegir a personas con quienes nunca dará resultado.
Tilly pregunta:
- ¿Acaso Hal hizo eso conmigo? ¿Eligió alguien con quien no
podría intimar?
-Puede ser -respondo. -Entonces ahora estoy en el otro
extremo de esto, soy la que se resiste a la intimidad. Es todo
un cambio.
253
-Sucede muchas veces. Todos tenemos la capacidad de
jugar ambos roles, ¿sabes? El perseguidor, que es lo que tú
solías ser, o el distanciador, que es lo que eran tus parejas.
Ahora, en cierta medida, tú eres la distanciadora, la que huye
de la intimidad, y Hal es el perseguidor. Si tú dejaras de huir,
sería interesante ver qué sucedería. Verás, lo que tenderá a
seguir igual es la brecha entre tú y otra persona. Podrán
cambiar de rol, pero la brecha seguirá constante.
- Entonces, no importa quién persiga y quién huya, ninguno
tiene por qué enfrentarse a la intimidad -observa Tilly. Luego,
con suavidad y cautela, agrega-: No es el sexo, ¿verdad? Es la
intimidad lo que asusta. Pero realmente creo que quiero
estarme quieta y dejar que Hal me alcance. Me asusta y me
parece terriblemente amenazador, pero quiero cerrar la brecha.
Tilly habla de estar dispuesta a entrar a un nivel de
existencia con otra persona que muy poca gente logra. La
necesidad de evitarlo subyace a todas las luchas en que se
involucran las mujeres que aman demasiado y los hombres que
aman demasiado poco. Las posiciones de perseguidor y
distanciador son reversibles, pero para que dos personas las
eliminen por completo hace falta mucho coraje. Yo les doy el
único consejo que puedo ofrecerles para guiarlos en su viaje.
-Bien, te sugiero que hables de esto con Hal. Y no dejen de
hablar cuando estén en la cama. Hazle saber lo que te pasa.
Esa es una forma muy importante de la intimidad. Sé muy,
muy honesta, y el resto se solucionará solo.
Tilly parecía inmensamente aliviada.
-Me ayuda muchísimo entender lo que ha estado pasando.
Sé que usted tiene razón, que todo esto es nuevo para mí y
que todavía no sé hacerlo. Tampoco me ha ayudado pensar que
debería hacer las locuras que hacía antes. De hecho, me ha
causado más problemas. Pero ya confío en Hal con todo el
corazón y los sentimientos. Ahora necesito confiar en él con el
cuerpo. -Sonríe, meneando la cabeza.- Nada de esto es fácil,
¿verdad? Pero es exactamente lo que debe suceder. Le avisaré
cómo van las cosas... y gracias.
-Ha sido un placer, Tilly -respondo de corazón y nos damos
un abrazo de despedida.
Para ver cuánto ha avanzado Tilly en su recuperación,
podemos comparar sus creencias sobre sí misma y su estilo de
comportarse en una relación íntima con las características de
254
una mujer que se ha recuperado de amar demasiado. No olvide
que la recuperación es un proceso de por vida y una meta que
luchamos por alcanzar, no que logramos de una vez por todas.
Estas son las características de una mujer que se ha
recuperado de amar demasiado.
1. Se acepta por completo, aun cuando desea cambiar partes
de sí misma. Hay un amor propio y una autoconsideración
básicos, que ella alimenta con cuidado y expande con
decisión.
2. Acepta a los demás tal como son, sin tratar de cambiarlos
para satisfacer sus propias necesidades.
3. Está en contacto con sus sentimientos y actitudes en todos
los aspectos de su vida, inclusive la sexualidad.
4. Atesora cada aspecto de sí misma: su personalidad, su
apariencia, sus creencias y principios, su cuerpo, sus
intereses y logros. Se autoaprueba, en lugar de buscar
una relación que le otorgue una sensación de valor propio.
5. Su autoestima es lo suficientemente grande para que
pueda disfrutar la compañía de los demás, especialmente
de los hombres, que le parecen bien tal como son. No
necesita que la necesiten para sentirse digna.
6. Se permite ser abierta y confiada con la gente apropiada.
No teme que la conozcan en un nivel personal profundo,
pero tampoco se expone a la explotación de quienes no se
interesan por su bienestar.
7. Se pregunta: "¿Esta relación es buena para mí? ¿Me
permite llegar a ser todo lo que soy capaz de ser?"
8. Cuando una relación es destructiva, es capaz de renunciar
a ella sin experimentar una depresión incapacitante. Tiene
un círculo de amigos que la apoyan e intereses sanos que
la ayudan a superar las crisis.
9. Valora su propia serenidad por sobre todas las cosas.
Todas las luchas, el drama y el caos del pasado han
perdido su atracción. Se protege a sí misma, su salud y su
bienestar.
10.Sabe que una relación, para que funcione, debe, darse
entre dos personas que compartan objetivos, intereses y
valores similares, y que tengan capacidad para la intimidad.
Sabe también que ella, es digna de lo mejor que le pueda
ofrecer la vida.
255
Hay varias fases en la recuperación de amar demasiado. La
primera fase comienza cuando comprendemos lo que estamos
haciendo y deseamos poder detenernos. Luego sigue nuestra
voluntad de obtener ayuda para nosotras mismas, seguida de
nuestro intento inicial de buscar ayuda. Después de eso,
entramos en la fase de la recuperación que requiere el
compromiso con nuestra curación y la voluntad de continuar
con nuestro programa de recuperación. Durante este período
empezamos a cambiar nuestra forma de actuar, de pensar y de
sentir. Lo que una vez nos pareció normal y familiar comienza a
parecemos incómodo e insalubre. Entramos a la fase siguiente
de la recuperación cuando empezamos a tomar decisiones que
ya no siguen nuestros viejos patrones sino que realzan nuestra
vida y promueven nuestro bienestar. En todas las etapas de la
recuperación, el amor propio crece lenta pero firmemente.
Primero dejamos de odiamos; luego nos volvemos más
tolerantes con nosotras mismas. Más tarde hay una incipiente
apreciación de nuestras cualidades, y luego se desarrolla la
autoaceptación. Finalmente, evoluciona el genuino amor propio.
A menos que tengamos autoaceptación y amor propio, no
podemos tolerar que nos "conozcan", como lo expresara tan
bien Tilly, porque sin esos sentimientos no podemos creer que
somos dignas de ser amadas tal como somos. En cambio,
tratamos de ganar amor dándolo a otra persona, siendo
maternales y pacientes, sufriendo y sacrificándonos,
proporcionando una vida sexual excitante o cocinando de
maravillas, o lo que sea.
Una vez que la autoaceptación y el amor propio empiezan a
desarrollarse y arraigarse, entonces estamos listas para
practicar conscientemente el solo hecho de ser nosotras mismas sin tratar de complacer, sin actuar de maneras calculadas
para ganar la aprobación y el amor de otros. Pero el hecho de
eliminar la actuación, si bien es un alivio, también puede
asustamos. Cuando nos mostramos como somos en lugar de
actuar, nos invade una sensación de torpeza y de gran
vulnerabilidad. Al luchar para creer que somos dignas, tal como
somos, del amor de alguien que es importante para nosotras,
siempre estará allí la tentación de actuar aunque sea un
poquito para él, y sin embargo, si el proceso de recuperación
ha progresado, también habrá una renuencia a recaer en las
viejas conductas y manipulaciones. Esta es la encrucijada que
256
ahora enfrenta Tilly: ya no puede utilizar su viejo estilo de
relacionarse sexualmente pero la asusta avanzar hacia una
modalidad más genuina, menos controlada (habiendo sido su
desenfreno anterior una actuación bien controlada) de
experiencia sexual. Al principio, el hecho de dejar de actuar nos
hace sentir heladas. Cuando ya no estamos dispuestas a hacer
las maniobras calculadas para producir un efecto determinado,
hay un período de tiempo durante el cual sufrimos por no saber
qué hacer hasta que nuestros impulsos genuinos de amar
tengan oportunidad de hacerse oír y sentir para afirmarse.
Renunciar a las viejas estratagemas no significa que nunca
nos acerquemos, nunca amemos, nunca atendamos, nunca
ayudemos, nunca tranquilicemos ni estimulemos ni seduzcamos
a nuestra pareja. Pero con la recuperación, nos relacionamos
con otra persona como expresión de nuestra propia esencia, no
porque tratemos de obtener una respuesta determinada o de
crear un efecto o de producir una modificación en él. En
cambio, lo que tenemos para ofrecer es lo que somos de
verdad cuando no nos escondemos ni calculamos, cuando
estamos sin disfraz y sin maquillaje.
Primero debemos vencer nuestro miedo a ser rechazadas si
permitimos que alguien nos vea de verdad, nos conozca de
verdad. Luego debemos aprender a no sentir pánico cuando
todas nuestras fronteras emocionales ya no estén en su lugar,
rodeándonos y protegiéndonos. En el área sexual, esta nueva
calidad de relación requiere no sólo que estemos desnudas y
vulnerables
físicamente,
sino
también
emocional
y
espiritualmente desnudas y vulnerables.
No es extraño que este grado de conexión entre dos
individuos sea tan poco frecuente. Nuestro terror es que sin
esas fronteras nos disolveremos.
¿Qué hace que el riesgo valga la pena? Sólo cuando nos
revelamos de verdad podemos ser amadas de verdad. Cuando
nos relacionamos tal como somos, a partir de nuestra esencia,
entonces si nos aman, aman nuestra esencia. Nada es más
valorable en un nivel personal y más liberador en una relación.
Sin embargo, cabe destacar que esta clase de comportamiento
de nuestra parte sólo es posible en un clima libre de miedo, de
modo que no sólo debemos vencer nuestros propios miedos a
ser genuinas sino también evitar a las personas cuyas actitudes
y conductas para con nosotras nos produzcan miedo. Por
257
dispuesta que se vuelva usted con la recuperación a ser
genuina, siempre habrá personas cuya ira, hostilidad y agresión
inhibirán su voluntad de ser honesta. Ser vulnerable con ellos
es ser masoquista. Por lo tanto, sólo debemos bajar nuestras
defensas y, a la larga, eliminarlas, con personas -amigos,
familiares o amantes- con quienes tengamos una relación llena
de confianza, amor, respeto y reverencia por nuestra
humanidad tierna y compartida.
Lo que sucede a menudo con la recuperación es que, a
medida que cambian nuestros patrones de relación, también
cambian nuestros círculos de amistades y nuestras relaciones
íntimas. Cambiamos en la forma de relacionamos con nuestros
padres y nuestros hijos. Con nuestros padres nos volvemos
menos necesitadas y menos iracundas, y a menudo también
menos congraciadoras. Nos volvemos mucho más honestas, a
menudo más tolerantes, y a veces llegamos a tener un afecto
más genuino. Con nuestros hijos nos volvemos menos
controladoras, menos preocupadas y menos culpables. Nos
relajamos y los disfrutamos más porque somos capaces de
relajamos y disfrutarnos más a nosotras mismas. Sentimos más
libertad para buscar la satisfacción de nuestras necesidades e
intereses, yeso los deja a ellos en libertad de hacer lo mismo.
Las amigas con quienes una vez pudimos compadecernos
sin cesar ahora pueden parecemos obsesivas e indeseables y, si
bien podemos ofrecernos a compartir lo que nos ha ayudado,
no nos permitiremos cargar el peso de sus problemas. La
desdicha mutua como criterio para la amistad es reemplazada
por intereses mutuos más gratificantes.
En resumen, la recuperación le cambiará la vida en más
formas de las que yo pueda predecir en estas páginas, y a
veces eso le resultará incómodo. No deje que eso la detenga. El
miedo a cambiar, a renunciar a lo que siempre hemos conocido,
hecho y sido, es lo que previene nuestra metamorfosis hacia un
yo más sano, más elevado y de un amor más genuino.
No es el dolor lo que nos retiene. Ya estamos soportando
niveles alarmantes de dolor sin perspectivas de alivio a menos
que cambiemos. Lo que nos retiene es el miedo, el miedo a lo
desconocido. La mejor manera que conozco de enfrentar y
combatir el miedo es unir fuerzas con otras mujeres que estén
en el mismo viaje. Busque un grupo de apoyo formado por esas
otras que ya estuvieron donde está usted y que se dirigen o ya
258
han llegado al destino que usted intenta alcanzar. Únase a ellas
en el camino hacia una nueva forma de vivir.
APENDICE 1
Cómo iniciar su propio grupo de apoyo
Primero, averigüe cuáles son los recursos disponibles en el
área donde usted vive. A menudo las comunidades tienen una
guía de todas las agencias de servicios y fuentes de ayuda. Aun
en caso de que no hubiera una publicación así, la línea de
emergencias de su comunidad quizá le proporcione los nombres
de diversos grupos de autoayuda o asesoramiento que puedan
ser adecuados para usted. Además, la mayoría de las guías
telefónicas ahora incluyen una lista de "servicios humanitarios",
de modo que también puede verificar eso.
Sin embargo, no dé por sentado qué una sola llamada a un
grupo o a un profesional le proporcionará toda la información
que necesita. Para cualquier profesional en una gran comunidad
es difícil mantenerse al tanto de todos los recursos que ofrece
el área, y lamentablemente muchos profesionales carecen de
suficiente información sobre lo que hay en la actualidad.
Trabaje también en su casa. Haga todas las llamadas que
necesite, anónimamente si lo desea. Vea si el grupo que usted
necesita ya existe. No tiene sentido volver a inventar la rueda o
entrar en competencia con un grupo que ya está funcionando y
que podría necesitar su participación. Si usted es candidata
para Gordos Anónimos, grupos de familiares de alcohólicos, los
servicios de refugio para mujeres maltratadas, esté dispuesta a
tomarse cierto tiempo y algunas molestias, tal vez viajar cierta
distancia para asistir a las reuniones que ofrecen. Valdrá la
pena.
Si, después de una, asidua búsqueda, tiene absoluta
certeza de que el grupo que usted necesita no existe, inicie uno
usted misma.
Quizá la mejor manera de empezar sea publicar un aviso en
la sección de Personales de su periódico local. Podría decir algo
así:
259
MUJERES: ¿Enamorarse les ha traído sufrimiento
emocional tarde o temprano? Hay un grupo de autoayuda en
formación para mujeres cuyas relaciones con los hombres han
sido, hasta ahora, destructivas. Si desea vencer este problema,
llame a (su nombre de pila y su número telefónico) para
información y el lugar de reunión.
Publicando ese aviso algunas veces podrá reunir un grupo.
Lo ideal sería que el grupo tuviera entre siete y doce miembros,
pero de ser necesario empiece con menos.
Recuerde que en esa primera reunión las mujeres que se
presenten estarán allí porque esto es un problema serio para
ellas y buscan ayuda. No pase demasiado tiempo de reunión
hablando de la organización de futuras reuniones, si bien eso
también es importante. La mejor manera de empezar es
compartiendo sus historias, porque el hecho de hacerlo forjará
un vínculo inmediato y una sensación de pertenecer a ese
grupo. Las mujeres que aman demasiado son mucho más
parecidas que diferentes, y eso lo sentirán todas ustedes. Por
eso, compartir sus historias debe ser su primera prioridad.
Pruebe este programa para su primera reunión, que no
debe durar más de una hora.
1. Empiece puntualmente. Eso indicará a todas que en las
reuniones futuras deben ser puntuales.
2. Preséntese como la persona que publicó el aviso y
explique que quisiera que el grupo llegara a ser una fuente
continua de apoyo para usted y para todas las presentes.
3. Enfatice que todo lo que se diga durante la reunión no
deberá salir de allí, que nunca, jamás, se debe hablar
fuera de las reuniones de las asistentes ni de lo que se
dice allí. Sugiera que las presentes utilicen sólo sus
nombres de pila para presentarse.
4. Explique que quizá sería útil para todas oír las razones de
cada una para asistir al grupo y que cada persona podría
hablar hasta cinco minutos sobre lo que la decidió a ir.
Enfatice que nadie tiene la obligación de hablar todo ese
tiempo, pero que si lo desea dispone de él. Ofrézcase
como voluntaria para empezar dando su nombre de pila y
contando brevemente su historia.
260
5. Cuando todas las que lo deseen hayan compartido sus
historias, vuelva a alguna que no haya querido hablar en
su turno y pregúntele, sin forzarla, si quisiera hacerlo
ahora. No presione a nadie para hablar. Deje bien en claro
que todas son bienvenidas, estén listas o no para hablar
de su situación.
6. Ahora hable de algunas de las pautas que usted querría
que siguiera el grupo. Yo recomiendo las siguientes, que
deberán copiarse y ser entregadas a cada participante:
No dar consejos. Todas podrán, si así lo desean,
compartir sus experiencias y lo que las ha ayudado a
sentirse mejor, pero nadie deberá aconsejar a otra
sobre lo que debe hacer. Si alguien da un consejo, se
deberá señalarlo con suavidad.
La presidencia dentro del grupo debe ser rotativa y
semanal; cada reunión debe ser presidida por un
miembro distinto. La responsabilidad del que dirige
es empezar la reunión puntualmente, elegir un tema
de discusión, reservar unos minutos al final para
cualquier cuestión organizativa y elegir otro que
presida para la siguiente semana antes de cerrar la
reunión.
Las reuniones deben tener una duración específica.
Yo recomiendo una hora. Nadie solucionará sus
problemas en una sola reunión y es importante no
intentarlo. Las reuniones deben empezar y terminar
con puntualidad. (Es mejor que sean demasiado
cortas y no demasiado largas. Los miembros pueden
decidir, más adelante, prolongar las reuniones si lo
desean.)
De ser posible, el lugar de reunión deberá ser un sitio
neutral y no la casa de alguien. Las casas presentan
muchas distracciones: hijos, llamadas telefónicas y
falta de privacidad para los miembros del grupo,
especialmente para la anfitriona. Más aun, se debe
evitar el rol de anfitriona. No será una reunión social
entre amigas; estarán trabajando juntas como pares
261
para recuperarse de sus problemas comunes. Muchos
bancos e iglesias proporcionan habitaciones sin cargo
para reuniones grupales por las noches.
No deberán comer, fumar ni ingerir ningún tipo de
bebidas en el transcurso de la reunión: eso apartará
la atención del tema que se esté tratando. Se lo
puede hacer antes y después de la reunión, si el
grupo decide que es importante. Nunca debe haber
alcohol. Distorsiona los sentimientos y las reacciones
de las personas y constituye un estorbo para el
trabajo.
Eviten hablar sobre "él". Esto es muy importante. Las
mujeres del grupo deben aprender a concentrarse en
sí mismas y en sus propios pensamientos,
sentimientos y conductas, y no en el hombre que es
su obsesión. Al principio es inevitable que se hable un
poco de ellos, pero cada una, al compartir sus
experiencias, deberá esforzarse por reducirlo al
mínimo posible.
No se debe criticar a nadie por lo que hace o no hace,
ya sea cuando está presente o ausente en el grupo.
Si bien los miembros pueden pedir conocer las
impresiones de las demás, éstas nunca se deben
proporcionar sin que las hayan solicitado. Al igual que
para los consejos, en un grupo de apoyo no hay sitio
para las críticas.
Aténgase al tema que se esté tratando. Casi
cualquier tema que un líder desee tratar estará bien,
excepto lo que tenga que ver con la religión, la
política o temas externos como acontecimientos de
actualidad, celebridades, programas de tratamiento o
modalidades terapéuticas. En un grupo de apoyo no
hay sitio para el debate ni las ironías. Y recuerden
que no están reunidas para quejarse de los hombres.
Les interesa su propio crecimiento y curación, al
compartir la forma en que están desarrollando
nuevas
herramientas
para
enfrentar
viejos
262
problemas. A continuación hay algunos temas
sugeridos:
Por qué necesito este grupo
Sentimiento de culpa y resentimiento
Mis peores miedos
Lo que más me gusta y lo que menos me gusta de mí
Cómo me ocupo de mí misma y cómo satisfago mis
necesidades
La soledad
Qué hago respecto de la depresión
Mis actitudes sexuales: cuáles son y de dónde provienen
La ira: cómo manejo la mía y la de los demás
Cómo me relaciono con los hombres
Qué creo que piensa la gente de mí
Examino mis motivos
Mis responsabilidades conmigo misma; responsabilidades
con los demás
Mi espiritualidad (esto no es una discusión sobre creencias
religiosas sino sobre la forma en que cada integrante del
grupo experimenta o no su propia dimensión espiritual)
Dejar de culpar, incluso a mí misma
Patrones de mi vida
Se recomienda que las integrantes del grupo lean Las
Mujeres que Aman Demasiado, pero esto no es un requisito
sino sólo una sugerencia.
El grupo puede decidir agregar unos quince minutos al
tiempo de reunión una vez por mes para tratar asuntos
organizativos o cambios de formato, la eficacia de las pautas o
cualquier otro problema.
Ahora volvamos al formato sugerido para la primera
reunión:
263
7. Discutan la lista de pautas en grupo.
8. Pregunte si alguien estaría dispuesta a presidir el grupo la
semana siguiente.
9. Confirmen el lugar de reunión del grupo para la semana
siguiente y lleguen a un acuerdo en el tema de los refrigerios
antes o después de las reuniones.
10.Discutan la posibilidad de invitar a más mujeres, de publicar
el aviso una semana más o de que las presentes inviten a
otras mujeres.
11.Cierren la reunión ubicándose todas de pie formando un
círculo, tomadas de las manos y con los ojos cerrados por
unos instantes.
Una última palabra acerca de estas pautas. Los principios de
confidencialidad, rotación del liderazgo, ausencia de críticas, no dar
consejos, no discutir temas polémicos o externos, no debatir, etc.,
son muy importantes para la armonía y la cohesión del grupo. No
violen esos principios con el fin de complacer a una integrante del
grupo. Siempre hay que considerar primero lo que es mejor para el
grupo en general.
Con todo esto en mente, usted tiene las herramientas básicas
para iniciar un grupo de mujeres que amen demasiado. No
subestime el gran valor curativo que estas sencillas reuniones de
una hora para compartir experiencias personales llegarán a tener
en la vida de todas ustedes. Juntas, estarán ofreciéndose la
oportunidad de recuperarse. ¡Buena suerte!
APENDICE 2
Afirmaciones
Comenzaré con una afirmación que enfoca lo más importante y,
a la vez, lo más difícil de hacer, para algunas mujeres que aman
264
demasiado. Dos veces por día, durante tres minutos cada vez,
mírese a los ojos en un espejo y diga en voz alta: "(Su nombre), te
quiero y te acepto tal como eres."
Esta también es una excelente afirmación para repetirse en voz
alta cuando usted está sola en su automóvil, o en silencio cada vez
que se sienta autocrítica. No se pueden mantener dos
pensamientos al mismo tiempo, de modo que reemplace sus
declaraciones negativas sobre usted, tales como "¿Cómo pude ser
tan tonta?" o "Nunca podré hacer esto bien", por afirmaciones
positivas. Si se las repite con asiduidad, las afirmaciones positivas
realmente tienen el poder de eliminar pensamientos y sentimientos
destructivos, aun cuando la negatividad se haya prolongada
durante años.
Otras afirmaciones que son cortas y fáciles de recordar, y que
se pueden utilizar en el tiempo que usted pase conduciendo su
automóvil, haciendo gimnasia, esperando, o simplemente
descansando, son las siguientes:
Estoy libre de dolor, ira y miedo.
Disfruto una paz y un bienestar perfectos.
En todos los aspectos de mi vida me dirijo a mi mayor
felicidad y realización.
Todos los problemas y luchas se desvanecen: estoy
serena.
Ahora se manifiesta la solución perfecta para todos los
problemas.
Soy libre y estoy llena de luz.
Si usted cree en Dios o en su poder superior, haga que esa
creencia sea parte importante de sus afirmaciones:
Dios me ama.
Dios me bendice.
Dios se ocupa de mi vida.
La oración de la serenidad es una de las mejores afirmaciones
posibles cuando se la dice así:
265
Dios, dame serenidad
para aceptar las cosas que no puedo cambiar, coraje para
cambiar las cosas que puedo, y sabiduría para conocer la
diferencia.
(Recuerde que usted no puede cambiar a los demás, pero sí
puede cambiarse a sí misma.)
Si usted no cree en Dios, quizá se sienta más cómoda con una
afirmación como las siguientes:
Todo es posible con amor.
El amor funciona en mí para curarme y fortalecerme,
Para calmarme y guiarme en paz.
Es importante que usted también invente sus propias
afirmaciones. Las que le parezcan exactamente correctas darán
mejores resultados para usted. Entonces, practique éstas hasta que
esté lista para diseñar sus propias afirmaciones cien por ciento
positivas, incondicionales, completamente aprobatorias, hechas a
medida para usted y por usted. No cree afirmaciones como "Todo
anda perfectamente bien entre Tom y yo y nos casaremos." El "y
nos casaremos" puede no ser la solución perfecta para lo que
ocurra entre usted y Tom. Déjelo en "Todo anda perfectamente
bien", y agregue quizá "para mi bien". No exija resultados
específicos. Simplemente afírmese, afirme su vida, su valor propio
y su maravilloso futuro. Al hacer afirmaciones, usted programa su
inconsciente para que esté dispuesto a renunciar a los viejos
patrones y a aceptar nuevas formas de vida, más sanas,
regocijantes y prósperas. En realidad, ésta no es una afirmación tan
mala:
Libero todo el dolor del pasado y doy la bienvenida a la salud,
la alegría y el éxito que me corresponden.
¿Ve cómo se hace? Muy bien, aquí hay un poco de lugar para
sus propias creaciones.
266
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