Subido por Dawin Sosa

HISTORIA DENOMINACIONAL - AMIGO

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Introducción
La Historia Denominacional de Amigo, según el manual de la División Interamericana, abarca la época desde la ascensión de Cristo
hasta el 1844. En los orígenes del cristianismo y el nacimiento de la iglesia primitiva se notó un crecimiento fenomenológico del
cristianismo, cada día las personas devotas al paganismo dejaban su antigua creencia y se adherían a la fe cristiana, gracias a que los
Apóstoles de Cristo se empeñaron en obedecer el mandato evangélico que les diera su maestro poco antes de irse a su trono celestial,
los cuales cumplieron el mandato que nuestro Señor Jesucristo nos había dejado, “id y haced discípulos en todas las naciones,
bautizándolos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todo lo que os he mandado. Y yo estoy
con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:19-20). Las características distintivas de la iglesia primitiva se pueden
simplificar en la fe pura que expresaron los discípulos y en su empeño por predicar la palabra de Dios a todo el mundo, así como su
ejemplo de unidad y humildad.
Luego con el Movimiento de la Reforma podemos notar como despertó las conciencias de los hombres y hasta lograr debilitar y casi
darle muerte al poderío papal en el Siglo XVIII, conforme lo señalaban las profecías. La reforma protestante como período histórico
de nuestra denominación se basó en resaltar el hecho de que Jesucristo es el único intercesor entre Dios y los hombres. El tema
principal de los reformadores fue la justificación por la fe. Se destaca la significación del versículo: “El justo por la fe vivirá”
(Romanos 1:17) y como la fe viene por el oír y el oír la palabra de Dios, la reforma se destacó entonces por la lucha a favor de que las
personas tengan el derecho a leer y escudriñar las Santas Escrituras. La intención de la reforma fue cambiar la forma de un estado
pagano y supersticioso a un estado sencillo y amoroso como lo manifestó el Cristo. También se les llama protestante porque
presentaron una vida decidida a protestar y a no conformarse con las políticas en asunto de estado y religión que imponían las
autoridades del mundo. Luego de todos estos hechos desde finales del Siglo XVII y hasta la primera mitad del Siglo XVIII se inicia en
Estados Unidos el Movimiento Adventista, grupo de persona que creía en la Segunda venida de Jesucristo.
Capítulo I:
HECHOS DE LOS APÓSTOLES
Jesús resucitó al tercer día de su muerte y permaneció cuarenta días entre sus discípulos para reanimarlos en la fe.
Jesús invitó a sus discípulos hacia las afueras de la ciudad y los llevó hasta el pueblo de Bethania, se reunió con ellos en el
monte de los olivos y les aconsejó que se quedaran en la ciudad de Jerusalén hasta que recibieran el Espíritu Santo que Dios el padre
le había prometido, luego de esto los bendijo.
LA ASCENSIÓN DE CRISTO
Entonces Jesús se apartó de ellos mientras les decía algunas palabras y fue levantado al cielo y le recibió una nube que le
ocultó.
Mientras los discípulos miraban como Jesús se iba al cielo se le aparecieron dos ángeles que les dijeron: “Galileos, ¿Por qué se
han quedado mirando al cielo?
Este mismo Jesús que estuvo entre ustedes y que ha sido llevado al cielo, vendrá otra vez de la misma manera que lo han visto
irse al cielo”. Esta es la promesa que esperamos con fe, ver cumplir todos los adventistas.
LOS DISIPULOS RECIBEN EL ESPÍRITU SANTO
Los discípulos regresaron a Jerusalén, estaban siempre en el templo adorando a Dios, así cuando llegó el día de Pentecostés
estaban todos juntos y unánimes.
El Espíritu Santo descendió del cielo en forma de un viento fuerte que llenó toda la casa y se les aparecieron lenguas repartidas,
como de fuego, que se asentaron sobre cada uno de ellos y fueron todos llenos del Espíritu Santo. A este suceso se le conoce con el
nombre de “la lluvia temprana”.
Los apóstoles comenzaron a hablar en otras lenguas y la gente se sorprendía porque los apóstoles les hablaban al mismo tiempo
a varias personas que tenían idiomas diferentes, pero cada uno de los presentes escuchaba y entendía como si fuera en su propio
lenguaje.
Se sabe que en la primera prédica de Pedro, después que recibió el don del Espíritu Santo, se bautizaron como 3,000 personas
y en otra ocasión Pedro y Juan estaban hablándole de Jesús al pueblo y se convirtieron como 5,000 varones.
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Por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo y de las ciudades vecinas muchos venían a
Jerusalén trayendo enfermos y endemoniados, muchos acostaban en las calles a sus familiares enfermos para que la sombra de Pedro
lo sanara y todos eran sanados. Y los apóstoles daban testimonio de la resurrección de Cristo y cada día aumentaba el número de los
que creían en Cristo.
LA VIDA DE LOS PRIMEROS CREYENTES
Los apóstoles y todos los que habían creídos estaban siempre juntos y tenían en común todas las cosas. Unánimes adoraban en
el templo, comían juntos en las casas y se confortaban unos a otros. Entre ellos no había ningún necesitado, pues los que tenían
herencias las vendían y se las repartían entre todos según sus necesidades.
INICIA LA PREDICACIÓN A GENTILES
Los apóstoles pensaban que el evangelio sólo era para los descendientes del pueblo de Israel. Pero un día el apóstol Pedro
estaba en la Cuidad de Jope y se subió a una azotea para orar y le sobrevino una visión donde Dios le mostró que no le podía llamar
inmundo a los gentiles. [Gentiles eran las personas que no pertenecían al pueblo de Israel]. Entonces Pedro dijo: “En verdad Dios no
hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia”.
Pedro explicó en la iglesia de Jerusalén lo que había visto en visión y los demás comprendieron que el mensaje de Jesucristo
debía ser predicado a todo el mundo. Entonces el mensaje de salvación, no estando más reservado exclusivamente para el pueblo
elegido, fue dado al mundo. Pedro, guiado por Dios, dio a conocer el Evangelio al centurión de Cesarea, el piadoso Cornelio. Felipe,
descendiendo a la ciudad de Samaria, le habló de Cristo a los samaritanos. Más adelante el ardiente Pablo, ganado a la fe de Cristo fue
delegado para llevar las alegres nuevas a muchas partes del mundo habitadas sólo por gentiles. Todos los discípulos, obligados por la
persecución a huir de Jerusalén, andaban por todas partes, predicando la Palabra. (Hechos 8: 4, 5; 22: 21)
PERSECUCIÓN A LOS APÓSTOLES
La gente del pueblo admiraba a los apóstoles y estaban muy interesados por las enseñanzas y el testimonio de Jesús que ellos
les presentaban.
Por esto los sacerdotes de Israel y los miembros de la secta de los Saduceos sintieron celos de los apóstoles, entonces
amenazaron a Pedro y a Juan para que no hablaran más de Cristo, pero ello les dijeron que era necesario servir a Dios antes que a los
hombres. Como Pedro y Juan siguieron predicando fueron puestos en la cárcel, pero Dios lo libertó milagrosamente.
Esteban era un joven lleno de gracia y de poder, que hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo. Mucha gente le tenía
envidia por su sabiduría, por eso lo llevaron ante el concilio acusándolo falsamente de hablar en contra de la Biblia, mientras él les
hablaba, más se enfurecían contra él, porque él les hablaba de sus pecados.
Entonces lo llevaron fuera de la cuidad y lo apedrearon. (Con está decisión del Sanedrín judaico de matar a Esteban y propiciar
la persecución de los discípulos de Cristo, en el año 34 d.C. la nación selló su rechazó el Evangelio cumpliéndose así lo determinado
en la profecía de los 2,300 días).
Esteban fue el primer apóstol de Jesucristo que murió por ser fiel a Dios, por eso hoy se le conoce como el primer mártir.
Antes de morir dijo las palabras siguientes: “Señor Jesús, recibe mi espíritu. No le tomes en cuenta este pecado”.
PERSECUCIÓN A LOS NUEVOS CREYENTES
El día que murió Esteban hubo una gran persecución de los nuevos creyentes en Jerusalén, ese día todos los seguidores de
Cristo fueron esparcidos.
Saulo de Tarso fue el principal responsable de la muerte de Esteban y el que estuvo al frente de estas persecuciones, este
hombre entraba casa por casa arrastrando a hombres y a mujeres y los ponía en la cárcel, los perseguía hasta en las ciudades
extranjeras y los castigaba obligándolos a blasfemar (hablar en contra de Dios) y apoyaba a los principales sacerdotes cuando decidían
matar a los que él había encarcelado.
CONVERSIÓN DE SAULO DE TARSO (PABLO)
Un día Saulo salió en su caballo hacia Damasco a perseguir más creyentes, pero en el camino le pasó algo que cambió su vida.
Repentinamente le rodeó un resplandor desde el cielo que le quitó la visión y se cayó al suelo, oyó una voz que le decía:
“Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?”, así reconoció Saulo que estaba haciendo lo malo, el había pensado que perseguir a los
seguidores de Cristo era lo correcto, entonces le preguntó a Dios que debía hacer y Dios lo dirigió a la ciudad de Damasco. En ese
lugar Saulo duró tres días sin comer y no podía ver.
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Luego el apóstol Ananías que vivía en ese lugar fue enviado por Dios hasta donde estaba Saulo, Ananías le puso las manos en
los ojos y le cayeron de los ojos como dos escamas y Saulo recibió la vista y después fue bautizado.
EL MINISTERIO DEL APÓSTOL PABLO
A Saulo de Tarso, después de su conversión, se le cambió el nombre a Pablo. Este comenzó a predicar en Damasco, pero a los
judíos les parecía muy extraño que el mismo que perseguía a los seguidores de Cristo sea el mismo que ahora hablaba bien de Cristo,
así que planearon matarle, entonces los apóstoles le ayudaron a escapar.
Pablo escapó de Damasco hacia Jerusalén, en la ciudad de Jerusalén un Joven llamado Bernabé convenció a los discípulos de
que realmente Pablo se había convertido al cristianismo y así pudo predicar en esa cuidad; pero unos griegos quisieron matarlo porque
le envidiaban, por eso los discípulos le ayudaron a escapar hasta la cuidad de Tarzo.
ORIGEN DEL NOMBRE DE CRISTIANOS
Después de un tiempo Bernabé fue a buscar Pablo a su tierra natal para que fueran a predicar a una cuidad llamada Antioquia y
duraron allí todo un año predicando de cristo. En esta ciudad fue donde por primera vez a los discípulos se les llamó cristianos.
LOS VIAJES MISIONEROS DE PABLO
Después de esto Pablo se hizo acompañar de Bernabé para hacer su primer viaje misionero. En su segundo viaje lo acompañó
el joven Timoteo.
En sus viajes Pablo predicó a muchas naciones que no conocían de Cristo. En el tercer viaje Pablo pasó por las regiones ya
visitadas anteriormente para confirmar la fe de los nuevos discípulos.
CONCLUSIÓN DEL MINISTERIO DE PABLO
En sus viajes Pablo padeció persecución, fue encarcelado, fue llevado ante el concilio, además en uno de sus viajes el barco
donde el iba naufragó, también fue picado por una serpiente mortífera; pero de todas esas cosas lo libró Dios, y pudo predicar sin
problema por mucho tiempo.
Por él llegó la verdad de Cristo a miles de personas que estaban sin esperanza. Hoy nosotros podemos conocer mas del plan de
Cristo porque el fue inspirado por el Espíritu Santo y escribió trece libros de los veinte y siete que tiene el Nuevo Testamento.
PERSECUCIÓN A LOS CRISTIANOS
Los dirigentes de la religión pagana se dieron cuenta de que el evangelio de Cristo iba cada día en aumento y consideraron que
si el cristianismo seguía creciendo, sus templos y sus altares serían derribados, entonces reunieron sus fuerzas para destruir el
cristianismo.
Así que cerca del tiempo del martirio del Apóstol San Pablo, bajo el imperio de Nerón los paganos iniciaron la persecución a
los cristianos.
Los cristianos fueron despojados de sus posesiones y expulsados de sus hogares, eran inculpados calumniosamente de los más
espantosos crímenes y eran señalados como los responsables de las mayores calamidades; le acusaban de ser los responsables del
hambre, las pestes y los terremotos que ocurrían en la tierra.
La gente lo odiaba y les decían a los perseguidores en que lugar se encontraban escondidos. Se les condenaba como rebeldes
contra el imperio, enemigos de la religión y azotes de la sociedad. Muchos eran arrojados a las fieras o quemados vivos en los
anfiteatros.
Algunos eran crucificados; a otros los cubrían con pieles de animales salvajes y los echaban a la arena para ser despedazados
por los perros.
Grandes muchedumbres solían reunirse para gozar de semejantes espectáculos y veían la agonía de los moribundos con
risotadas y aplausos. Nobles y esclavos, ricos y pobres, sabios e ignorantes, todos eran muertos sin misericordia.
Donde quiera que fueran los discípulos de Cristo en busca de refugio, se les perseguía como a animales de rapiña. Se vieron
obligados a buscar escondite en lugares desolados y solitarios. Tuvieron que refugiarse en los desiertos, las montañas, en las cuevas y
en las cavernas de la tierra. (Hebreos 11: 37-38).
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Las catacumbas ofrecieron refugio a millares de cristianos. Debajo de los cerros, en las afueras de la ciudad de Roma, se
habían cavado, a través de tierra y piedra, largas galerías subterráneas, cuya obscura e intrincada red se extendían más allá de los
muros de la ciudad. En esos lugares los discípulos de Cristo sepultaban a sus muertos y hallaban hogar cuando se sospechaba de ellos
y se les desterraba.
En medio de estas persecuciones, estos testigos de Jesús conservaron su fe sin mancha. A pesar de verse privados de toda
comodidad y aun de la luz del sol mientras moraban en el oscuro, pero benigno seno de la tierra.
No se quejaron con Dios, con palabras de fe, paciencia y esperanza, se animaban unos a otros para soportar la privación y la
desgracia. La pérdida de todas las bendiciones temporales no pudo obligarlos a renunciar a su fe en Cristo.
A pesar de las persecuciones el Evangelio cundía más y más, y el número de cristianos iba en aumento. El cristianismo alcanzó
hasta las regiones inalcanzables por el imperio Romano.
Miles de cristianos eran encarcelados y muertos, pero otros los reemplazaban. Donde menos se esperaba, los paganos
abandonaban su servicio y se alistaban bajo el estandarte de Cristo. Se decía que: “…la sangre de los cristianos, es semilla del
evangelio.”
Capítulo II:
INFLUENCIA PAGANA
Como los paganos, inducidos por Satanás, no pudieron destruir la iglesia de Cristo por medio de la violencia, cambiaron de
plan por un método más sutil.
CONVERSIÓN DE LOS PAGANOS
Los dirigentes paganos hicieron que los miembros de sus iglesias aceptaran parte de la fe cristiana, muy pronto ellos profesaron
aceptar a Jesús como Hijo de Dios y creer en su muerte y en su resurrección, aunque rechazaban muchas verdades esenciales del
cristianismo.
Luego los dirigentes paganos les pidieron a los cristianos que como ellos ya habían aceptado parte de las creencias cristianas,
así también los cristianos debían aceptar algunas de sus doctrinas para que todos pudiesen unirse en el terreno común de la fe en
Cristo.
CRISTIANOS EN CONTRA DE LA UNIÓN
Para algunos cristianos sacrificar un principio por amor a la paz era pagar un precio demasiado alto. Si no se podía asegurar la
unidad sin comprometer la verdad y la justicia, más valía que siguiesen las diferencias y aun la guerra. Dijeron que no podían transigir
y se mantuvieron fieles al Autor de la verdad. Y después de varios conflictos resolvieron romper toda unión con la iglesia apóstata.
CRISTIANOS A FAVOR DE LA UNIÓN
Para otros cristianos esta propuesta de unión parecía una bendición en comparación con el desierto, la cárcel, las torturas, el
fuego y la espada.
Se declararon dispuestos a ceder o a modificar en algunos puntos su confesión de fe y a unirse con los que habían aceptado
parte del cristianismo, diciendo que eso podría llevar a los paganos a una conversión completa. Esos cristianos apóstatas primero se
unieron al paganismo y luego, junto con sus compañeros semipaganos, dirigieron sus ataques contra los puntos más esenciales de las
doctrinas de Cristo.
Con el tiempo la mayoría de los cristianos consintieron en olvidar un poco sus principios y se realizó la unión de la iglesia
cristiana con la iglesia pagana. Y así comenzó la era de introducir las falsas doctrinas a la iglesia. La religión cristiana se corrompió
y la iglesia perdió su pureza y su fuerza. Doctrinas falsas, ritos supersticiosos y ceremonias idolátricas se incorporaron en la fe y en el
culto cristiano. El paganismo dominó a la iglesia.
CONVERSIÓN DE CONSTANTINO
Un hecho importante para el triunfo de los paganos fue que a principios del Siglo IV el emperador Constantino se convirtió
falsamente al cristianismo, esto causó gran regocijo; y mucha gente se introdujo en la iglesia sin estar realmente arrepentida de sus
pecados.
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Habiendo cesado la persecución y habiendo penetrado el cristianismo en las cortes y palacios, la iglesia dejó a un lado la
humilde sencillez de Cristo y de sus apóstoles por la pompa y el orgullo de los sacerdotes y gobernantes paganos, y substituyó los
requerimientos de Dios por las teorías y tradiciones de los hombres.
Las costumbres del paganismo penetraron en la iglesia cristiana, fueron impuestas de un modo casi imperceptible, primero
poco a poco, disimuladamente y a hurtadillas, y después con más firmeza, según iban cobrando fuerza y dominio.
Capítulo III:
EL PAPADO
Los religiosos querían asegurarse honores y ganancias, y por eso fueron inducidos a buscar el favor y el apoyo de los grandes
de la tierra, y para lograrlo se sometieron al obispo de Roma. De esa manera el paganismo le cedió su lugar al papado
SE ESTABLECE EL PAPADO
En el Siglo VI, en el año 538 d.c., el obispo de Roma fue proclamado cabeza de toda la iglesia. Así se confirmó el poderío del
papado, el asiento de su poder quedó definitivamente fijado en la ciudad de Roma.
EL PAPADO CREA FALSAS DOCTRINAS
Los Siglos subsiguientes al establecimiento del papado presenciaron un constante aumento del error en las doctrinas sostenidas
por Roma.
Aun antes del establecimiento del papado, las enseñanzas de los filósofos paganos habían recibido atención y ejercido
influencia dentro de la iglesia. Muchos de los nuevos convertidos seguían creyendo en su filosofía pagana, y no sólo seguían
estudiándola, sino que inducían a otros a que la estudiaran. Y así se introdujeron graves errores en la fe cristiana.
 El Papa como Cabeza de la Iglesia
Se creo la falsa doctrina de que el papa es cabeza visible de la iglesia universal de Cristo, y que fue investido de suprema
autoridad sobre los obispos y los pastores de todas las partes del mundo. Incluso afirmaban que al papa se le dieron los títulos propios
de la divinidad. Se le tituló “Señor Dios el Papa” y se le declaró infalible. Por tanto se exigió que todos los hombres le rindan
homenaje. Las enseñanzas de los papas y de los sacerdotes habían inducido a los hombres a considerar el carácter de Dios, y aun el de
Cristo, como austero, tétrico y antipático. Se represen-taba al Salvador tan desprovisto de toda simpatía hacia los hombres caído que
era necesario recurrir al papa, a los sacerdotes y los prelados que él invistiera de autoridad.
Se les enseñó que el papa era su mediador terrenal y que nadie podía acercarse a Dios sino por medio de él, también se le
enseñó que el papa ocupaba el lugar de Dios y que por lo tanto debían obedecerle implícitamente.
 Salvación por Obras
A los fieles se les enseñó a confiar en sus propias obras para la expiación del pecado. Por eso se fijaban siempre en sí mismos,
pensando continuamente en lo pecaminoso de su condición, viéndose expuestos a la ira de Dios, afligiendo su cuerpo y su alma sin
encontrar alivio. Millares abandonaban amigos y parientes y se pasaban la vida en las celdas de un convento. Trataban en vano de
hallar paz para sus conciencias con repetidos ayunos, crueles azotes y vigilias, se postraban por largas horas sobre los pisos fríos y
húmedos de sus tristes habitaciones, con largas peregrinaciones, con sacrificios humillantes y con horribles torturas. Agobiados por el
sentido del pecado y perseguidos por el temor de la ira vengadora de Dios, muchos se sometían a padecimientos hasta que su cuerpo
no resistía más y morían, bajaban al sepulcro sin un rayo de luz o de esperanza. Se les impuso que para aplacar la ira de Dios o para
asegurar su favor tenían que hacer largas peregrinaciones, obras de penitencia, adorar imágenes, hacer construcciones de templos,
centros de reliquias y altares, donar grandes sumas a la iglesia, entre otras cosas.
 Negación de la Autoridad de la Biblia
La Biblia no fue aceptada como regla de fe. La iglesia romana prohibió su uso, pues esta denunciaba todas sus fantasías. No se
permitía a la gente que la leyese ni que la tuviese en sus casas.
El papado llegó a afirmar que la iglesia tenía autoridad sobre la Biblia y era la iglesia que podía interpretarla por eso sacerdotes
sin principios interpretaban las enseñanzas de ella y así sostenían sus pretensiones.
 La Idolatría
Para dar a los convertidos del paganismo algo que equivaliera al culto de los ídolos y para animarles a que aceptaran
nominalmente el cristianismo, se introdujo gradualmente en el culto cristiano la adoración de imágenes y de reliquias. Los nuevos
conversos cambiaron sus antiguas imágenes por las imágenes de Jesús, de María y de los apóstoles y les encendían velas y les ofrecían
oraciones.
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 El Domingo como Día de Reposo
El día sábado que Dios había bendecido y santificado fue cambiado, para colocar en su lugar el domingo, observado por los
paganos como “el venerable día del sol”. El cambio se hizo poco a poco, primero fue declarado día de fiesta en honor al día de la
resurrección de Cristo.
Algunos cristianos piadosos fueron reconociendo cierto carácter sagrado al domingo, pero no dejaron de considerar el
verdadero sábado como el día santo del Señor y lo siguieron observando en cumplimiento del cuarto mandamiento.
Después las autoridades papales no sólo exigían que se santificara el domingo sino que se profanara el sábado y acusaban y
castigaban en los términos más violentos a los que se atrevían a honrarlo.
 La Misa
La institución bíblica de la Cena del Señor fue sustituída por el sacrificio idolátrico de la misa. Los sacerdotes papales
aseveraban que con sus palabras podían convertir el pan y el vino en “el cuerpo y sangre verdaderos de Cristo.” Con blasfema
presunción se arrogaban el poder de crear a Dios, Creador de todo.
Se les obligaba a los cristianos, so pena de muerte, a confesar su fe en esta horrible herejía que afrentaba al cielo. Muchísimos
que se negaron a confesarse fueron entregados a las llamas.
 La Inmortalidad del Alma
Uno de los principales errores de la iglesia católica fue la creencia en la inmortalidad natural del hombre y en su estado
consciente después de la muerte. Esta creencia fue heredada de las filosofías paganas.
 La Invocación a los Santos
La doctrina de la inmortalidad del alma fue la base sobre la cual Roma estableció la invocación de los santos y la adoración a la
virgen María.
 El Infierno
De la misma doctrina se derivó también la herejía del infierno o tormento eterno para los que mueren sin perdón, que muy
pronto figuró en el credo papal.
 El Purgatorio
Con la doctrina del infierno se preparó el camino para la introducción de otra invención del paganismo, a la que Roma llamó
purgatorio, y de la que se valió para aterrorizar a las muchedumbres crédulas y supersticiosas.
Con esta herejía Roma afirma la existencia de un lugar de tormento, en el que las almas de los que no han merecido eterna
condenación han de ser castigadas por sus pecados, y de donde, una vez limpiadas de impureza, son admitidas en el cielo.
 Las Indulgencias
Una impostura más necesitaba Roma para aprovecharse de los temores y de los vicios de sus adherentes. Fue ésta la doctrina de
las indulgencias. A todos los que se alistasen en las guerras que emprendía el pontífice para extender su dominio temporal, castigar a
sus enemigos o exterminar a los que se atreviesen a negar su supremacía espiritual, se concedía plena remisión de los pecados pasados,
presentes y futuros, y la condonación de todas las penas y castigos merecidos.
Se enseñó al pueblo que por medio de pagos hechos a la iglesia podían librarse del pecado y librar también a las almas de sus
amigos difuntos entregadas a las llamas del purgatorio. Por estos medios llenaba Roma sus arcas y sustentaba la magnificencia, el lujo
y los vicios de los que pretendían ser representantes de Dios.
SE ENGRANDECE EL PODERÍO PAPAL
Por más que los vicios predominaran, aun entre los jefes de la iglesia romana, la influencia de ésta parecía ir siempre en
aumento.
A fines del Siglo VIII los partidarios del papa empezaron a sostener que en los primeros tiempos de la iglesia tenían los obispos
de Roma el mismo poder espiritual que a la fecha se arrogaban.
Entonces unos monjes fraguaron viejos manuscritos. Se descubrieron decretos conciliares de los que nunca se había oído hablar
hasta entonces y que establecían la supremacía universal del papa desde los primeros tiempos. Y casi todos aceptaron rápidamente
esas suposiciones.
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Las pretensiones papales dieron otro paso más cuando en el Siglo XI el papa Gregorio VII proclamó la perfección de la iglesia
romana. Entre las proposiciones que él expuso había una que declaraba que la iglesia no había errado nunca ni podía errar, según las
Santas Escrituras. Pero nunca se presentaron las pruebas de la Biblia que apoyaran esa idea.
El altivo pontífice reclamaba además para sí el derecho de deponer emperadores, y declaraba que ninguna sentencia
pronunciada por él podía ser revocada por hombre alguno, pero que él tenía la prerrogativa de revocar las decisiones de todos los
demás.
El modo en que trató al emperador alemán Enrique IV nos pinta a lo vivo el carácter tiránico de este abogado de la
infalibilidad papal. Por haber intentado desobedecer la autoridad papal, dicho monarca fue excomulgado y destronado.
Aterrorizado ante la deserción de sus propios príncipes que por orden papal fueron instigados a rebelarse contra él, Enrique no
tuvo más remedio que hacer las paces con Roma. Acompañado de su esposa y de un fiel sirviente, cruzó los Alpes en pleno invierno
para humillarse ante el papa.
Habiendo llegado al castillo donde Gregorio se había retirado, fue conducido, despojado de sus guardas, a un patio exterior, y
allí, en el crudo frío del invierno, con la cabeza descubierta, los pies descalzos y miserablemente vestido, esperó el permiso del papa
para llegar a su presencia.
Sólo después que hubo pasado así tres días, ayunando y haciendo confesión, decidió el pontífice en perdonarle. Pero con la
condición de que el esperaría la orden del papa antes de reasumir las insignias reales o de ejercer su poder. Y Gregorio, envanecido
con su triunfo, se jactaba de que era su deber abatir la soberbia de los reyes.
LA SANTA INQUISICIÓN
En el Siglo XIII se estableció la más terrible de las maquinaciones del papado: la Santa Inquisición. Institución que se encargó
de hacer cumplir las ordenanzas del papado sin importar que medios se necesitaran para lograr su objetivo.
Santo Domingo de Guzmán llegó a la iglesia por una crisis espiritual y quiso ayudar a la iglesia católica eliminando la herejía.
El observó que ni el clero secular, ni los sacerdotes regulares, estaban preparados para luchar contra la herejía. Por eso creo una orden
para poder vencerlo que fue confirmada por Honorio III en 1216. Organizó un grupo de sacerdotes que se pareciera a los herejes:
austeros y esencialmente predicadores, esto para tratar de persuadir a los albigenses y valdenses a convertirse en católicos.
Entre 1231 y 1235 Fue creado por el papa Gregorio IX, la “santa inquisición” o “el tribunal del santo oficio” dizque para
“purificar” la iglesia, para descubrir a los herejes secretos. La palabra “inquisición” proviene del latin y significa encuesta,
investigación.
En casi todos los sitios se nombraron a los sacerdotes de la orden de Santo Domingo como inquisidores y se les dio mucho
poder para actuar. Todos los que parecían ser sospechosos debían comparecer delante de ellos, hasta los príncipes, los caballeros y los
eclesiásticos. Ejercían sus funciones con tal olfato y celo sanguinario que el pueblo los llamaba “dominicos” es decir “los perros del
maestro” o los sabuesos del señor” o sea “los policías del señor”.
Los miembros de la santa inquisición estaban encargados de penetrar en las casas, para asegurarse de que no se practicaba en
ella nada contrario a los ritos romanos. Bajo una simple sospecha podían detener a las personas, hacer un proceso sin abogados y sin
testigos, y condenarlos a cadena perpetua o al fuego. Los vienes de la victima eran confiscado y quedaban su esposa y sus hijos en la
miseria más espantosa. Todos los métodos eran buenos para ellos con el fin de encontrar pruebas contra los acusados o a los
sospechosos y para volverlos a la fe católica.
POLÍTICA Y FILOSOFÍA DEL PAPADO
La política de Roma consistió en hacer desaparecer toda huella de oposición a sus doctrinas y decretos. Trató de destruir todo
lo que era herético, bien se tratase de personas o de escritos. Las simples expresiones de duda u objeciones acerca de la autoridad de
los dogmas papales bastaban para quitarle la vida a cualquiera que se opusiera sin importar su condición social.
Igualmente se esforzó Roma en destruir todo lo que denunciase su crueldad. Los concilios papales decretaron que los libros o
escritos que hablasen sobre sus aberraciones fuesen quemados. (En esa época no existía la imprenta, y sólo había pocos libros hechos
de materiales de mala calidad, por eso le fue fácil llevar a cabo esa tarea).
Ninguna iglesia que estuviese dentro de los límites de la jurisdicción romana gozó mucho tiempo en paz de su libertad de
conciencia. No bien se hubo hecho dueño del poder el papado, extendió los brazos para aplastar a todo el que rehusara reconocer su
gobierno; y una tras otra las iglesias se sometieron a su dominio.
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RESULTADOS DEL PODERÍO PAPAL
Por centenares de años las doctrinas de Roma fueron fielmente obedecidas, sus ritos cumplidos con reverencia y observadas sus
fiestas casi por todo el mundo conocido. Su clero era colmado de honores y sostenido con liberalidad. Llegaron a prevalecer las
costumbres más absurdas y supersticiosas. Los espíritus estaban tan completamente dominados por la superstición, que la razón
misma parecía haber perdido su poder.
El papado ejerció poderío sin límites y se practicaron desenfrenadamente los vicios. Predominaron el fraude, la avaricia y el
libertinaje. Los hombres no retrocedieron ante ningún crimen que pudiese darles riquezas o posición. Los palacios de los papas y de
los prelados eran teatro de los más viles excesos.
Algunos de los pontífices reinantes se hicieron reos de crímenes tan horrorosos que los gobernantes civiles tuvieron que hacer
los trámites para quitarlos, pues eran demasiado viles para ser tolerados. Durante siglos Europa no progresó en las ciencias, ni en las
artes, ni en la civilización. La cristiandad quedó moral e intelectualmente paralizada. “El apogeo del papado fue la medianoche del
mundo.”
Capítulo IV:
SALVAGUARDAS DE LA FE
Aunque durante el largo periodo de la supremacía papal la tierra estaba sumida en tinieblas, la luz de la verdad no pudo
apagarse por completo. En todas las edades hubo testigos de Dios, hombres que conservaron su fe en Cristo como único mediador
entre Dios y los hombres, que reconocían la Biblia como única regla de su vida y santificaban el verdadero día de reposo.
PREDICACION DEL EVANGELIO EN GRAN BRETAÑA
En Gran Bretaña el Evangelio había permanecido desde los primeros siglos y no se había corrompido con la apostasía de
Roma, los cristianos primitivos eran sencillos y humildes, su carácter, doctrinas y costumbres se ajustaban a las Escrituras.
En el Siglo VI los sajones invadieron a Gran Bretaña. Los cristianos comenzaron a predicarle, pero los conquistadores sajones
no quisieron ser instruídos por sus esclavos, mientras que permitieron ser doctrinados por los prelados católicos quienes ponían de
manifiesto la superstición, la arrogancia y la pompa del papado, entonces el paganismo llegó a predominar en ese país.
El emisario de Roma exigió de las iglesias cristianas que reconociesen la supremacía del soberano pontífice.
Los habitantes de Gran Bretaña respondieron humildemente que ellos deseaban amar a todo el mundo, pero que el papa no
tenía derecho de supremacía en la iglesia y que ellos no podían rendirle más que la sumisión que era debida a cualquier discípulo de
Cristo. Varias tentativas se hicieron para conseguir que se sometieran a Roma, pero estos humildes cristianos, espantados del orgullo
que ostentaban los emisarios papales, respondieron con firmeza que ellos no reconocían a otro jefe que a Cristo.
Entonces se reveló el verdadero espíritu del papado. El enviado católico romano les dijo: “Si no recibís a los hermanos que os
traen paz, recibiréis a los enemigos que os traerán guerra; si no os unís con nosotros para mostrar a los sajones el camino de vida,
recibiréis de ellos el golpe de muerte.”
La guerra y el engaño se emplearon contra las iglesias de la primitiva Inglaterra, estas fueron destruídas u obligadas a
someterse a la autoridad del papa. Los cristianos tuvieron que refugiarse en los pedregales, muchos hallaron refugio en Escocia; de allí
la verdad fue llevada a Irlanda, allí fue donde el joven Patrick predicó y organizó diferentes escuelas para preparar misioneros. En
todos los países que fue esparcida la verdad fue recibida con gozo.
En Inglaterra La luz de Cristo fue escondida por algún tiempo, pero luego siguió ardiendo.
FIELES EN ESCOCIA, IRLANDA Y LA ISLA DE IONA
Un siglo más tarde brilló en Escocia con tal intensidad que se extendió a muy lejanas tierras.
De Irlanda salieron el piadoso Colombano y sus colaboradores que reunieron a todos los creyentes esparcidos en la solitaria
isla de Iona y establecieron allí el centro de sus trabajos misioneros. Entre estos evangelistas había uno que observaba el sábado
bíblico, y así se introdujo esta verdad entre la gente.
En Iona en fundó una escuela de la que fueron enviados misioneros no sólo a Escocia e Inglaterra, sino a Alemania, Suiza y
aun a Italia.
FIELES EN ÁFRICA Y ASIA
En los países que estaban fuera de la jurisdicción de Roma existieron por muchos siglos grupos de cristianos que
permanecieron casi enteramente libres de la corrupción papal. Pero con el transcurso de los años fueron afectados por los errores del
paganismo, no obstante siguieron considerando la Biblia como la única regla de fe y adhiriéndose a muchas de sus verdades. Creían
estos cristianos en el carácter perpetuo de la ley de Dios y observaban el sábado del cuarto mandamiento.
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Hubo en el África Central y entre los armenios de Asia iglesias que mantuvieron esta fe y esta observancia.
LOS FIELES ALBIGENSES
A principio del Siglo XII había en Francia un grupo llamado los cátaros, su nombre proviene del griego “catharos” que
significa “puros”. Este grupo, contrario a las creencias de la iglesia católica romana, creía en la creación, en la divinidad de Cristo, en
la caída del hombre, en que Jesús había venido en carne a la tierra, en su muerte expiatoria, en la ayuda divina prometida a los
creyentes por el Espíritu Santo y también en la segunda venida de Jesús.
El centro más importante de los cátaros fue la ciudad de Albi, por lo que sus integrantes fueron llamados albigenses.
Cuando los albigenses al igual que los valdenses fueron obligados a salir de sus hogares por la persecución realizada por los
miembros de la santa inquisición, salieron de Francia e Italia y se establecieron en Bohemia. Y aunque no se atrevieron a enseñar
abiertamente, trabajaron celosamente en secreto, y así se mantuvo viva la fe de siglo en siglo.
LOS FIELES VALDENSES
Los valdenses fueron los que más se resistieron a las intrusiones del poder papal. En el mismo país donde el papado se asentó
fue donde encontraron mayor oposición.
Su nombre le es dado por su máximo líder Pedro Valdo. En 1179 Valdo se dirigió al Papa Alejandro III para evitar la ruptura
con la iglesia Romana; pero su adversario al archidiácono Walter Mapes, aunque no pudo refutarlo bíblicamente pidió al concilio que
no aceptase a los valdenses.
Ellos tenían iglesias en el “Píamonte” donde adoraban sin problemas; pero después de un tiempo, Roma decidió exterminar la
herejía, para mantener su fe algunos tuvieron que abandonar sus tierras, unos a países extraños, otros se refugiaron en las montañas,
otros en los valles solitarios y allí conservaron su libertad para adorar a Dios.
Tras larga serie de luchas inútiles, los jefes de estas iglesias reconocieron aunque de mala gana la supremacía de aquel poder al
que todo el mundo parecía rendir homenaje.
Hubo sin embargo algunos que rehusaron sujetarse a la autoridad de papas o prelados. Determinaron mantenerse leales a Dios y
conservar la pureza y sencillez de su fe.
Algunos, abandonando sus tierras de los Alpes, se fueron a países extraños y allí predicaron la verdad; otros se refugiaron en
los valles solitarios y en los baluartes peñascosos de las montañas, y allí conservaron su libertad para adorar a Dios.
CARACTERÍSTICAS DE LOS VALDENSES
En su pureza y sencillez, las iglesias valdenses se asemejaban a la iglesia de los tiempos apostólicos.
Rechazaban la supremacía de papas y prelados; tenían por falsa la doctrina de que las buenas obras pueden expiar la trasgresión
de la ley de Dios; condenaron el idolátrico culto a las imágenes y declaraban que la iglesia de Roma era la Babilonia apóstata del
Apocalipsis.
Consideraban la Biblia como única autoridad suprema e infalible; creían que no distaba mucho el fin de todas las cosas,
guardaron el verdadero día de reposo y veían claramente revelado en las páginas sagradas el plan de la salvación. Hallaban consuelo,
esperanza y paz, creyendo en Jesús.
Sacrificaron su prosperidad mundana por causa de la verdad y trabajaban con incansable paciencia para conseguirse el pan.
Aprovechaban cuidadosamente todo pedazo de suelo cultivable entre las montañas, y hacían producir a los valles y a las faldas
de los cerros menos fértiles.
No se quejaban por las dificultades de su vida; y nunca se sentían solos en medio de la soledad de los montes. Daban gracias a
Dios por haberles dado un refugio donde librarse de la crueldad y de la ira de los hombres. Se regocijaban de poder adorarle
libremente.
LA BIBLIA DE LOS VALDENSES
Los valdenses se contaron entre los primeros de todos los pueblos de Europa que disfrutaron una traducción de las Santas
Escrituras.
Centenares de años antes de la Reforma tenían ya la Biblia manuscrita en su propio idioma, un dialecto del francés que se
conocía con el nombre de provenzal.
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Algunos manuscritos contenían la Biblia entera y otros solamente breves trozos escogidos, a los cuales agregaban algunas
sencillas explicaciones.
Trabajaban con paciencia y tenacidad en profundas y obscuras cavernas de la tierra, alumbrándose con antorchas, copiaban las
Sagradas Escrituras, versículo por versículo, y capítulo por capítulo.
Elena White, la mensajera de Dios de nuestro tiempo, dice que los ángeles del cielo rodeaban a tan fieles servidores.
LA EDUCACIÓN DE LOS NIÑOS VALDENSES
Desde su más tierna edad, los niños valdenses recibían instrucción en las Sagradas Escrituras y se les enseñaba a considerar
sagrados los requerimientos de la ley de Dios.
Los ejemplares de la Biblia eran escasos, por eso se aprendían de memoria sus preciosas palabras. Muchos podían recitar
grandes porciones del Antiguo y del Nuevo Testamento. Los niños aprendían a ser agradecidos de Dios.
Desde niños se les acostumbraba a sufrir penurias, a ser sumisos y, sin embargo, capaces de pensar y obrar por sí mismos.
Desde temprano se les enseñaba a llevar responsabilidades, a hablar con prudencia y a apreciar el valor del silencio. Una
palabra indiscreta que llegara a oídos del enemigo, podía no sólo hacer peligrar la vida del que la decía, sino la de centenares de sus
hermanos.
La economía y la abnegación más rigurosa formaban parte de la educación que recibían los niños. Se les enseñaba que Dios
había determinado que la vida fuese una disciplina y que sus necesidades sólo podían ser satisfechas mediante el trabajo personal, la
previsión, el cuidado y la fe. Este procedimiento era laborioso y fatigoso, pero saludable.
Mientras que se acostumbraba a los jóvenes al trabajo y a las privaciones, no se descuidaba la cultura de su inteligencia. Se les
enseñaba que todas sus facultades pertenecían a Dios y que todas debían ser aprovechadas y desarrolladas para servirle.
LOS NIÑOS VALDENSES EN LAS ESCUELAS
De sus escuelas en las montañas los valdenses enviaban algunos jóvenes a las instituciones de saber de las ciudades de Francia
e Italia, donde encontraban un campo más vasto para estudiar, pensar y observar, que el que encontraban en los Alpes de su tierra.
Los jóvenes así enviados estaban expuestos a las tentaciones, presenciaban de cerca los vicios y los más peligrosos engaños.
Pero habían recibido desde la niñez una sólida educación que los preparaba convenientemente para hacer frente a todo eso.
En las escuelas adonde iban no debían intimar con nadie. Su ropa estaba confeccionada con parches de tal modo que podía muy
bien ocultar trozos manuscritos de las Sagradas Escrituras. Siempre que podían hacerlo sin despertar sospecha, ponían cautelosamente
alguna porción de la Biblia al alcance de aquellos cuyo corazón parecía dispuesto a recibir la verdad.
En estas casas de estudios se ganaban conversos a la verdadera fe, y con frecuencia se veía que sus principios compenetraban
toda la escuela; con todo y ni siquiera haciendo minuciosas investigaciones los dirigentes papales no podían encontrar la fuente de lo
que ellos llamaban herejía corruptora.
LOS PASTORES DE LA IGLESIA
Los pastores valdenses seguían el ejemplo de su Maestro que “no vino para ser servido, sino para servir.” el pueblo se reunía a
la sombra de los montes, en los valles de los Alpes, o en tiempo de peligro en sitios peñascosos semejantes a fortalezas, para escuchar
las palabras de verdad de labios de los ministros de Cristo.
Los pastores no sólo predicaban el Evangelio, sino que visitaban a los enfermos, adoctrinaban a los niños, amonestaban a los
que andaban extraviados y trabajaban para resolver las disputas y promover la armonía y el amor fraternal.
En tiempo de paz eran sostenidos por las ofrendas voluntarias del pueblo; pero a imitación de San Pablo que hacía tiendas,
todos aprendían algún oficio o profesión con que sostenerse en caso necesario.
Los pastores impartían instrucción bíblica y escolar a los jóvenes. La Biblia era para ellos el estudio principal. Aprendían de
memoria los Evangelios de San Mateo y de San Juan y muchas de las epístolas. Se ocupaban también en copiar las Santas Escrituras.
LOS MISIONEROS VALDENSES
Los valdenses eran educados como misioneros, y a todos los que pensaban dedicarse al ministerio se les exigía primero que
adquiriesen experiencia como evangelistas. Todos debían servir tres años en alguna tierra de misión antes de encargarse de alguna
iglesia en la suya.
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Los misioneros salían de dos en dos como Jesús se lo ordenara a sus discípulos. Casi siempre se asociaba a un joven con un
hombre de edad madura y de experiencia, que le servía de guía y de compañero y que se hacía responsable de su educación,
exigiéndose del joven que fuera sumiso a la enseñanza. No andaban siempre juntos, pero con frecuencia se reunían para orar y
conferenciar, y de este modo se fortalecían uno a otro en la fe.
Los misioneros llevaban a cabo su trabajo ocultándose bajo las apariencias de una vocación secular, cada ministro sabía algún
oficio o profesión, generalmente escogían el oficio de comerciantes o buhoneros. Negociaban con sedas, joyas y con otros artículos
que en aquellos tiempos no era fácil conseguir, y se les daba la bienvenida como comerciantes allí donde se les habría despreciado
como misioneros.
Llevaban siempre ocultos ejemplares de la Biblia entera, o porciones de ella, y siempre que se presentaba la oportunidad
llamaban la atención de sus clientes a dichos manuscritos. Los misioneros valdenses con muchas precauciones les presentaban
porciones de las Santas Escrituras esmeradamente escritas.
Frecuentemente leían una y otra vez alguna parte de las Sagradas Escrituras a petición del que escuchaba, que quería asegurarse
de que había oído bien. Lo que se deseaba en forma especial era la repetición de estas palabras: “La sangre de Jesucristo su Hijo nos
limpia de todo pecado.” (1 San Juan 1: 7) “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre
sea levantado; para que todo aquel que en él creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna.” (San Juan 3: 14-15).
En lugares secretos la Palabra de Dios era así sacada a luz y leída a veces a una sola alma, y en ocasiones a algún pequeño
grupo que deseaba con ansias la luz y la verdad. Con frecuencia se pasaba toda una noche de esa manera. El mensajero de la verdad
proseguía su camino y con gusto dejaba algunas porciones de la Biblia a los que deseaban tenerlas; pero su apariencia humilde, su
sinceridad, su formalidad y su fervor profundo se prestaban a frecuentes observaciones.
En muchas ocasiones sus oyentes no le preguntaban de dónde venían ni adónde iban. Tan embargados se hallaban al principio
por la sorpresa y después por la gratitud y el gozo, que no se les ocurría hacerle preguntas.
Frecuentemente sucedía que no se volvía a ver al mensajero de la verdad. Se había marchado a otras tierras, o su vida se
consumía en algún calabozo desconocido, o quizá sus huesos blanqueaban en el sitio mismo donde había muerto dando testimonio por
la verdad. Pero las palabras que había pronunciado no podían desvanecerse.
La obra de estos misioneros empezó al pie de sus montañas, en las llanuras y valles que los rodeaban, pero se extendió mucho
más allá de esos límites. Descalzos y con ropa tosca y desgarrada por las asperezas del camino, pasaban por grandes ciudades y se
internaban en lejanas tierras. Donde quiera que pasaban se levantaban iglesias.
PERSECUCIÓN A LOS VALDENSES
La misma existencia de estos creyentes que guardaban la fe de la iglesia primitiva era un testimonio constante contra la
apostasía de Roma, Era además una ofensa que Roma no podía tolerar el que se negasen a entregar las Sagradas Escrituras.
Se determinó desaparecerlos de la tierra. En 1183 en el concilio de Verona convocado por el Papa Lucio II se excomulgó a los
valdenses y a otros grupos cristianos que se separaron de la iglesia. Entonces empezaron las más terribles cruzadas contra el pueblo de
Dios en sus hogares de las montañas. Se lanzaron a los inquisidores sobre sus huellas.
Una y otra vez fueron asolados sus fértiles campos de rebaños y viñedos, destruídas sus habitaciones y sus capillas, de modo
que, de lo que había sido campos florecientes y hogares de cristianos sencillos y hacendosos no quedaba más que un desierto.
A muchos de estos testigos de la fe pura se les perseguía por las montañas y se les cazaba por los valles donde estaban
escondidos, entre bosques espesos y cumbres rocosas. Ningún cargo se le podía hacer al carácter moral de esta gente proscrita. Sus
mismos enemigos la tenían por gente pacífica, sosegada y piadosa. Su gran crimen consistía en que no querían adorar a Dios conforme
a la voluntad del papa. Y por este crimen se les infligía todos los ultrajes, humillaciones y torturas que los hombres o los demonios
podían inventar.
El papa Inocencio VIII expidió una bula en 1487 en contra de los valdenses que los condenaba como herejes y los entregaba a
la matanza. No se les acusaba de holgazanes, ni de deshonestos, ni de desordenados, pero se declaró que tenían una apariencia de
piedad y santidad que seducía “a las ovejas del verdadero rebaño.”
Por lo tanto el papa ordenó que si “la maligna y abominable secta de malvados”, rehusaba retractarse, “fuese aplastada como
serpiente venenosa”.
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En aquella bula se convocaba a todos los miembros de la iglesia a participar en una cruzada contra los herejes. Como incentivo
para persuadirlos a que tomaran parte en tan despiadada empresa se perdonaba de toda penalidad eclesiástica, tanto general como
particular, a todos los que se unieran a la cruzada, quedando de hecho libres de cualquier juramento que hubieran prestado. El edicto
declaraba legítimos sus títulos sobre cualquiera propiedad que hubieran adquirido ilegalmente, y prometía la remisión de todos sus
pecados a aquellos que mataran a cualquier hereje. Anulaba todo contrato hecho en favor de los valdenses; ordenaba a los criados de
éstos que los abandonasen; prohibía a todos que les prestasen ayuda de cualquiera clase y los autorizaba para tomar posesión de sus
propiedades.
Las persecuciones que por muchos siglos cayeron sobre esta gente temerosa de Dios fueron soportadas por ella con una
paciencia y constancia que honraban a su Redentor. Muchas veces, en encumbrado risco cantaron las alabanzas de Dios, y los ejércitos
de Roma no podían acallar sus cantos de acción de gracias.
No obstante las cruzadas lanzadas contra ellos y la inhumana matanza a que fueron entregados, siguieron enviando a sus
misioneros a diseminar la preciosa verdad. Se los buscaba para darles muerte; y con todo, su sangre regó la semilla sembrada, que no
dejó de dar fruto.
CONCLUSIÓN DE LA OBRA VALDENSE
Los valdenses conservaron por mil años la fe de los apóstoles. Fueron testigos de Dios Siglos antes del nacimiento de Lutero.
Esparcidos por muchas tierras, arrojaron la semilla de la Reforma que brotó en tiempo de Wiclef, se desarrolló y echó raíces en días de
Lutero, para seguir creciendo hasta el fin de los tiempos mediante el esfuerzo de todos cuantos estén listos para sufrirlo todo “a causa
de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús.” (Apocalipsis 1: 9)
LA IDOLATRIA
El culto de las imágenes se introdujo en la iglesia cautelosamente y casi sin que se notara. Esta corrupción no se desarrolló de
un golpe, como aconteció con otras herejías, pues en tal caso habría sido censurada y condenada enérgicamente, sino que, una vez
iniciada en forma disfrazada y plausible, se fueron introduciendo nuevas prácticas una tras otra de modo tan paulatino que la iglesia se
vio totalmente envuelta en idolatría no sólo sin enérgica oposición, sino sin siquiera protesta resuelta alguna.
Las imágenes y los cuadros fueron introducidos al principio en la iglesia no para que fueran adorados, sino para que sirvieran
como de libros que facilitaran la tarea de enseñar a los que no sabían leer o para despertar en otros los sentimientos de devoción.
Difícil es decir hasta qué punto este medio correspondió al fin propuesto; pero aun concediendo que así fuera durante algún
tiempo, ello no duró, y pronto los cuadros e imágenes puestos en las iglesias, en lugar de ilustrar, obscurecían la mente de los
ignorantes y degradaban la devoción de los creyentes en lugar de exaltarla.
Los decretos para instituir el culto de las imágenes se realizaron en el Segundo Concilio de Nicea, en el año 787 de J. C Para
remate de su obra corruptora, Roma se atrevió a borrar de la ley de Dios el segundo mandamiento, que prohibe la adoración de las
imágenes y a dividir en dos el último mandamiento para conservar el número de éstos.
EL DÍA DE REPOSO
Satanás atentó también contra el cuarto mandamiento y trató de echar a un lado el antiguo sábado, el día que Dios había
bendecido y santificado (Génesis 2:2, 3), para colocar en su lugar el día festivo observado por los paganos como “el venerable día del
sol”.
Este intento no se hizo al principio abiertamente. En los primeros siglos el verdadero día de reposo, el sábado había sido
guardado por todos los cristianos, los cuales siendo celosos de la honra de Dios y creyendo que su ley es inmutable, respetaban
escrupulosamente la santidad de sus preceptos.
Primero, para llamar la atención de las gentes hacia el domingo, fue declarado día de fiesta en honor de la resurrección de
Cristo. Se celebraban servicios religiosos en ese día; no obstante se lo consideraba como día de recreo, y seguía guardándose
piadosamente el sábado.
Con el fin de preparar el terreno para la realización de sus fines, Satanás indujo a los judíos, antes del advenimiento de Cristo, a
que recargasen el sábado con las más rigurosas exacciones, de modo que su observancia fuese una pesada carga. Aprovechándose
luego de la falsa luz bajo la cual lo había hecho considerar, hizo que lo despreciaran como institución judaica. Mientras que los
cristianos seguían observando generalmente el domingo como día de fiesta alegre, el diablo los indujo a hacer del sábado un día de
ayuno, de tristeza y de abatimiento para hacer patente su odio al judaísmo.
A principios del Siglo IV, el 7 de marzo del año 321 de J. C, el emperador Constantino expidió un decreto que hacía del
domingo un día de fiesta pública en todo el Imperio Romano. La ley decía que todos los jueces, todos los mercaderes, todos los
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artesanos y todos los habitantes de la ciudad debían descansar en el venerable día del sol, pero se permitía que los labradores
atendieran con plena libertad al cultivo de los campos; ya que en la época se consideraba que ningún otro día era tan adecuado para la
siembra del grano o para plantar la viña y por eso no era correcto que se dejara pasar el tiempo favorable concedido por el cielo.
Una ley posterior del año 425 d. c. prohibió la celebración de toda clase de representaciones teatrales, y finalmente en el Siglo
VIII se aplicaron en todo su rigor al domingo cristiano las prohibiciones del Sábado judaico”.
El día del sol fue reverenciado por sus súbditos paganos y honrado por los cristianos; pues era política del emperador conciliar
los intereses del paganismo y del cristianismo que se hallaban en pugna. Los obispos de la iglesia, inspirados por su ambición y su sed
de dominio, le hicieron obrar así, pues comprendieron que si el mismo día era observado por cristianos y paganos, éstos llegarían a
aceptar nominalmente el cristianismo y ello redundaría en beneficio del poder y de la gloria de la iglesia.
Pero a pesar de que muchos cristianos piadosos fueron poco a poco inducidos a reconocer cierto carácter sagrado al domingo,
no dejaron de considerar el verdadero sábado como el día santo del Señor ni de observarlo en cumplimiento del cuarto mandamiento.
Pero de vez en cuando convocaban grandes concilios, en que se reunían los dignatarios de la iglesia de todas partes del mundo.
Casi en cada concilio el día de reposo que Dios había instituído era deprimido un poco más en tanto que el domingo era exaltado en
igual proporción. Así fue cómo la fiesta pagana llegó a ser honrada como institución divina, mientras que el sábado de la Biblia era
declarado reliquia del judaísmo y se pronunciaba una maldición sobre sus observadores.
Entre los errores y la superstición que prevalecían, muchos de los verdaderos hijos de Dios se encontraban tan confundidos,
que a la vez que observaban el sábado se abstenían de trabajar el domingo. Más esto no satisfacía a los jefes papales. No sólo exigían
que se santificara el domingo sino que se profanara el sábado; y acusaban en los términos más violentos a los que se atrevían a
honrarlo. Sólo huyendo del poder de Roma era posible obedecer en paz a la ley de Dios.
Capítulo V:
EL LUCERO DE LA REFORMA:
Juan Wiclef
Juan Wiclef predicó en Inglaterra en el Siglo XIV. Es llamado “El Lucero de la Reforma” por que fue una estrella del
conocimiento y de la razón, que surgió de entre las tinieblas de los tiempos de ignorancia y superstición.
No pudo apoyarse en las palabras, obras o acciones de otras personas, pues nadie había trabajado antes de él en temas de
reforma. A pesar de ser el primero, las verdades que presentó fueron perfectas y sin errores. Presentó la verdad con tanta fi delidad, que
mereció el título de “Doctor evangélico”.
INFANCIA Y EDUCACIÓN DE WICLEF
Wiclef recibió una educación liberal, para él era el amor de Jehová el principio de la sabiduría. Se distinguió en el colegio por
su ferviente piedad, sobresalía entre los más intelectuales de la nación. Se educó en la filosofía escolástica, en los cánones de la iglesia
y en el derecho civil, especialmente en el de su país.
En ese tiempo la Biblia existía sólo en los idiomas primitivos, los eruditos eran los únicos que podían leerla. Estando Wiclef
todavía en el colegio se dedicó al estudio de las Santas Escrituras. Se consagró a escudriñarlas con empeño, en ella halló revelado el
plan de la salvación, y vio a Cristo representado como el único abogado para el hombre. Se entregó al servicio de Cristo y resolvió
proclamar las verdades que había descubierto a todo el mundo de su generación.
REFORMADOR EVANGÉLICOB Y OFICIAL DEL REY
Aunque no estaba opuesto a Roma, Wiclef comenzó su obra acusando a los obispo de haber eliminado el estudio de las Santas
Escrituras, les exigía que la Biblia fuese entregada al pueblo y que se reestableciera con su sagrada autoridad. Wiclef era maestro y
predicador elocuente.
Mientras desempeñaba el cargo de capellán del rey, Wiclef se opuso al pago de los tributos que el papa exigía al rey de
Inglaterra, demostró que la pretensión del pontífice al asumir autoridad sobre los gobiernos seculares era contraria tanto a la razón
como a la Biblia. Entonces el rey y los nobles se unieron para negar el dominio temporal del papa y rehusar pagar el tributo.
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Wiclef también se opuso a la “Orden De Los Frailes Mendicantes”, porque eran unos vagos que pidiendo se hicieron ricos, lo
que produjo que los jóvenes vieran el trabajo con menosprecio, los padres decidieron no enviar a sus hijos a las universidades para
evitar que sean influenciados por estos monjes y así predominó la ignorancia, y como toda clase de crimines eran aceptado si se
compraban las indulgencias, se notó un gran desarrollo de los vicios más perniciosos. Entonces Wiclef empezó a publicar folletos
contra los frailes, no tanto para provocarlos a discutir con él, sino para llamar la atención de la gente hacia Dios y las enseñanzas de la
Biblia. Declaró que el poder de perdonar o de condenar no le había sido otorgado al papa.
Wiclef fue nuevamente llamado a defender los derechos de la corona de Inglaterra contra las usurpaciones de Roma, y
habiendo sido nombrado embajador del rey, pasó dos años en los Países Bajos conferenciando con los comisionados del papa. Allí
estuvo en contacto con eclesiásticos de Francia, Italia y España. Así se dio cuenta de su verdadero carácter y pronunció que la codicia,
el orgullo y la impostura eran los dioses de Roma. Poco después de su regreso a Inglaterra, Wiclef recibió del rey el nombramiento de
rector de la universidad de Lutterworth. Eso le convenció de que el rey no estaba descontento con la franqueza con que él había
hablado. Su influencia se dejó sentir en las resoluciones de la corte tanto como en las opiniones religiosas de la nación.
WICLEF ES CITADO PARA SER JUZGADO
Los obispos, inspirados por su celo, habían citado a Wiclef a que compareciera ante ellos para ser juzgado; pero dos de los más
poderosos príncipes del reino le acompañaron al tribunal, y el gentío que estaba dentro y fuera del edificio dejó a los jueces tan
cohibidos, que se suspendió el proceso y se le permitió a Wiclef que se retirara en paz.
El pontífice Gregorio XI decretó tres bulas contra Wiclef y las envió a Inglaterra: a la universidad, al rey y a los prelados,
ordenando que se arreste y encarcele al hereje o que se condene a la hoguera. Pero, Gregorio XI se murió y los eclesiásticos que se
habían reunido para el juicio de Wiclef se dispersaron. Poco después, los prelados buscaban la forma de que el rey Eduardo III, que ya
estaba muy viejo, se pusiera en contra del reformador; pero murió, y el antiguo protector de Wiclef llegó a ser gobernador del reino.
EL CISMA DE LOS PAPAS
Muerto Gregorio, se eligieron dos papas rivales. Los dos pretendían ser infalible, reclamaban la obediencia de los creyentes.
Cada uno pedía el auxilio de los fieles para hacerle la guerra al otro, decían maldiciones a los adversarios y promesas celestiales a sus
partidarios. Ríos de sangre corrían en la contienda de tan encontrados intereses. La iglesia rebosaba de crímenes y escándalos. Esto
debilitó notablemente el poder papal y preparó el camino para la Reforma, pues ayudó al pueblo a conocer la verdadera forma del
papado.
Wiclef pudo descansar por algún tiempo de los ataques que le hacían los obispos, permaneció tranquilo en su parroquia de
Lutterworth trabajando diligentemente para que los hombres apartaran la atención de los papas en guerra y la fijaran en Jesús, el
Príncipe de Paz. En un folleto que publicó Wiclef sobre “El cisma de los papas”, exhortó al pueblo a considerar si ambos sacerdotes
no decían la verdad al condenarse uno a otro como anticristos. En otra obra llamada “La verdad y el significado de las Escrituras”
Wiclef dio a conocer su intención de traducir la Biblia para que todo hombre en Inglaterra pudiera leer en su propia lengua y conocer
por sí mismo las obras maravillosas de Dios.
LA BIBLIA SE TRADUCE AL INGLÉS
Wiclef inició la traducción de la Biblia en el idioma inglés. Pero de pronto tuvo que suspender su trabajo porque le sobrevino
una peligrosa enfermedad. Mientras toda la cristiandad se hallaba envuelta en tumultos, el reformador no hacía caso de lo que pasaba
en su derredor y se dedicaba a la tarea que había escogido. Por fin acabó la primera traducción de la Biblia que se hiciera en inglés. El
Libro de Dios quedaba abierto para Inglaterra. Esta fue la mayor de sus obras y la mejor arma contra roma.
Muchos se dedicaron voluntariamente a copiar la Biblia; sin embargo, les costaba mucho a los copistas satisfacer los pedidos.
Algunos de los compradores más ricos deseaban la Biblia entera, otros compraban solamente una porción y en muchos casos se unían
varias familias para comprar un ejemplar. De este modo la Biblia de Wiclef no tardó en abrirse paso en los hogares del pueblo . La
distribución de la Biblia no pudo ser interrumpida por que no había ley en Inglaterra que prohibiera su lectura ya que nunca había
existido en el idioma del pueblo.
CONDENAS Y APELACIONES DE WICLEF
Primero una asamblea de obispos declaró que sus escritos eran heréticos, y logrando persuadir al joven rey Ricardo II, se
obtuvo un decreto real que condenaba a prisión a todos los que sostuviesen las doctrinas condenadas. Wiclef apeló al parlamento,
exigiendo que se reformaran los enormes abusos aprobados por la iglesia y la asamblea nacional emocionada por el discurso, revocó el
edicto de persecución y el reformador se vio nuevamente libre.
Luego le citaron para formarle juicio ante el más alto tribunal eclesiástico del reino. El poder del Espíritu Santo se dejó sentir
en la sala del concilio. El cargo de herejía que pesaba sobre él, Wiclef lo lanzó contra ellos con poder irresistible. Los interpeló por el
atrevimiento con que extendían sus errores y los denunció como traficantes que por amor al lucro comerciaban con la gracia de Dios.
Y se retiró de la asamblea sin que ninguno de los adversarios intentara detenerlo. Por último Wiclef fue convocado para presentarse
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ante el tribunal papal de Roma, hubiera asistido a la cita si no se lo hubiese impedido un ataque de parálisis que le dejó imposibilitado
para hacer el viaje. Entonces decidió escribir a Urbano VI una carta donde censuraba la pompa y el orgullo de la sede papal.
MUERTE DE WICLEF
Wiclef cayó herido de parálisis al momento en que iba a dar la comunión en su iglesia de Lutterworth y murió al poco tiempo.
Fue tanto el cambio transformador causado por Wiclef que los papistas en su odio, por un decreto del concilio de Constanza, más de
cuarenta años después de la muerte de Wiclef, sus huesos fueron desenterrados y quemados públicamente, y las cenizas arrojadas a un
arroyo cercano. Dijo un antiguo escritor: “Ese arroyo llevó las cenizas al río Avón, el Avón al Severna, el Severna a los mares y éstos
al océano; así es como las cenizas de Wiclef son emblema de sus doctrinas, las cuales se hallan esparcidas hoy día por el mundo
entero.”
LA OBRA WICLEFISTAS
Wiclef predicaba el Evangelio a los pobres de su propia Parroquia de Lutterworth y a los estudiantes en las aulas de la
Universidad de Oxford donde se desempeñaba como profesor de teología. Para lograr evangelizar en toda Inglaterra, organizó un
cuerpo de predicadores de hombres sencillos y piadosos, que amaban la verdad y que deseaban extenderla por todas partes. A estos
hombres se les conoce en la historia con el nombre de Lolardos o Wiclefistas.
Cuando Wiclef falleció, los Wiclefistas trabajaron con más ardor que antes, llevaron el conocimiento del Evangelio por toda
Inglaterra y a otros países. Las multitudes acudían a escuchar sus enseñanzas, algunos miembros de la nobleza y la misma esposa del
rey fueron convertidos. En muchos lugares se vio un cambio notable en las costumbres del pueblo y se sacaron de las iglesias los
símbolos idólatras del romanismo, la nueva fe fue aceptada por casi la mitad del pueblo inglés. Miles de Wiclefistas, aterrorizados por
la furia de los perseguidores, compraron su libertad haciendo el sacrificio de su fe, y salieron de las cárceles llevando el hábito de los
arrepentidos para hacer pública retractación; pero no fue escaso el número de los que sin miedo alguno daban testimonio de la verdad
en los calabozos (en las “torres lolardas”) gozosos en medio de los tormentos y las llamas.
Capítulo VI:
DOS GRANDES EN LA REPÚBLICA CHECA: JUAN HUS Y JERÓNIMO
Para la época, es decir, finales del Siglo XIV y principios del Siglo XV, en la que se desarrolló la reforma en esta cuidad, su
nombre era Bohemia que luego pasó a llamarse República de Checoslovaquia, pero en 1993 producto a situaciones políticas el país se
dividió en dos, conformando los países de Eslovenia y La República Checa. Este último conserva como su antigua capital la cuidad de
Praga, lugar donde se desarrolla la vida de Juan Hus.
REFORMAS EN BOHEMIA ANTES DE HUS
La semilla del evangelio había sido sembrada en Bohemia desde el Siglo IX; la Biblia había sido traducida y el culto público se
celebraba en el idioma del pueblo; pero conforme iba aumentando el poder papal se obscurecía también la Palabra de Dios. El papa
Gregorio VII se propuso humillar el orgullo de los reyes y a esclavizar al pueblo, por eso expidió una bula para prohibir que se
celebrasen cultos públicos en lengua bohemia.
Pero el cielo había provisto otros agentes para la preservación de la iglesia. Muchos valdenses y albigenses, expulsados de sus
hogares por la persecución, salieron de Francia e Italia y fueron a establecerse en Bohemia. Aunque no se atrevían a enseñar
abiertamente, trabajaron celosamente en secreto, y así se mantuvo la fe de Siglo en Siglo. Hubo también algunos hombres que se
levantaron para condenar abiertamente la corrupción de la iglesia y el libertinaje de las masas, entonces las autoridades papales
iniciaron una bestial persecución contra aquellos discípulos del Evangelio. Fueron obligados a celebrar el culto en los bosques y en las
montañas.
INFANCIA Y EDUCACIÓN DE JUAN HUS
Juan Hus era de humilde cuna y había perdido a su padre en temprana edad. Su piadosa madre, considerando la educación y el
temor de Dios como la más valiosa hacienda, procuró asegurar la enseñanza a su hijo. Estudió en la escuela de la provincia y pasó
después a la universidad de Praga donde fue admitido por caridad. Hus se distinguió por su aplicación, su constancia en el estudio, sus
rápidos progresos, e igualmente por su conducta intachable, sus afables y simpáticos modales, con lo que se ganó la estimación de
todos.
PREDICADOR EVANGÉLICO Y OFICIAL DEL REY
Cuando terminó sus estudios en la universidad, ingresó en el sacerdocio y por sus virtudes logró darse a conocer en poco
tiempo y por eso fue elegido para prestar sus servicios en la corte del rey. También fue nombrado catedrático y posteriormente rector
de la universidad de Praga. En pocos años llegó a ser el orgullo de su país y famoso en toda Europa.Hus fue elegido predicador de la
capilla llamada de Belén. En esta iglesia la predicación de las Santas Escrituras se hacía en el idioma del pueblo, a pesar de la
oposición de Roma, esta práctica no había desaparecido del todo de Bohemia. Sin embargo, era mucha la ignorancia respecto a l a
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Biblia, y los peores vicios reinaban en todas las clases de la sociedad, Hus denunció estos males apelando a la Palabra de Dios para
reforzar los principios de verdad y de pureza que procuraba inculcar.
HUS ES CITADO A COMPARECER
Las noticias de la obra hecha en Praga llegaron a Roma y pronto Hus fue citado a comparecer ante el papa, era claro para todos
que si Hus obedecía su muerte era segura, por eso sus amigos de la universidad, miembros de la nobleza, altos dignatarios, él rey y la
reina de Bohemia, dirigieron una solicitud general al pontífice para que permitieran a Hus contestar por medio de unos representantes.
En lugar de acceder a la súplica, el papa procedió a juzgar y condenar a Hus y por añadidura declaró a la ciudad de Praga en
entredicho, o sea, las iglesias iban a ser cerradas, las ceremonias del matrimonio se confirmarían en los cementerios, los muertos se
enterraban en las zanjas porque se les negaba sepultura en los camposantos. Esto produjo una preocupación general ya que ellos creían
que mientras el papa no se dignara en levantar la maldición la puerta del cielo estaba cerrada y los difuntos no podían entrar en la
mansión de los bienaventurados.
Muchos opinaron que Hus tenía la culpa de todas estas calamidades y exigieron que fuese entregado a la venganza de Roma.
Para que se calmara la tempestad, el reformador se retiró por algún tiempo a su pueblo natal, a donde también llevó la fe reformada.
Hus no cesó de trabajar, viajó por los países vecinos predicando a las muchedumbres que les escuchaban con ansia. Cuando se
calmó la excitación en Praga, volvió a su capilla de Belén para reanudar con mayor valor y celo la predicación de la Palabra de Dios.
Sus enemigos eran activos y poderosos, pero la reina y muchos de los nobles eran amigos suyos y gran parte del pueblo estaba de su
lado.
DOS PINTORES EVANGÉLICOS
Llegaron a Praga dos extranjeros procedentes de Inglaterra, hombres instruídos que habían recibido la luz del Evangelio y
venían a esparcirla en aquellas apartadas regiones. Comenzaron por atacar públicamente la supremacía del papa, pero rápidamente las
autoridades les obligaron a guardar silencio.
Los extranjeros dibujaron en una plaza pública dos cuadros que representaban dos escenarios diferentes: Uno de los cuadros
representaba la entrada de Cristo en Jerusalén, “manso y sentado sobre un asno, seguido por sus discípulos, descalzos y vestidos con
túnicas deterioradas por las asperezas del camino”. El otro cuadro representaba una procesión pontifical, en la cual se veía al papa
adornado con sus ricas vestiduras y con su triple corona, montado en un caballo magníficamente engalanado, precedido por clarines y
seguido por cardenales y prelados que ostentaban deslumbrantes galas.
Las multitudes acudían a mirarlos. Ninguno dejaba de sacar la moraleja. Praga se conmovió mucho y después de algún tiempo
los extranjeros tuvieron que marcharse para ponerse a salvo. Los cuadros hicieron impresión en Hus y le indujeron a estudiar con más
empeño la Biblia y los escritos de Wiclef que había recibido de un vecino llamado Jerónimo que estuvo en Inglaterra. La reina de ese
país era una princesa bohemia que se había convertido a las enseñanzas de Wiclef y por medio de su influencia las obras del
reformador obtuvieron gran circulación en su tierra natal.
JUAN HUS Y LOS TRES PAPAS RIVALES
En una ocasión tres papas se disputaban la supremacía, cada uno arrojaba violentos maldiciones hacia los otros, cada uno se
propuso hacer provisión de armamentos y reclutar soldados. Para ganarse el dinero que necesitaban para hacerles la guerra a los otros
candidatos que aspiraban ser papa, los tres pusieron a la venta todos los dones, oficios y beneficios de iglesia. De la misma forma los
sacerdotes, imitando a sus superiores, apelaron a la deshonra y a la guerra para humillar a sus rivales y para aumentar su poderío.
Con intrepidez Hus protestó enérgicamente contra las abominaciones que se toleraban en nombre de la religión y el pueblo
acusó abiertamente a los jefes papales de ser causantes de las miserias que oprimían a la cristiandad. Esto produjo que la ci udad de
Praga fuera puesta por segunda vez en entredicho.
El emperador Segismundo le solicitó a Juan XXIII, uno de los tres papas rivales, que convocara un concilio general con dos
objetivos: uno era poner fin al cisma de la iglesia y el otro era arrancar de raíz la herejía, para de esa manera lograr contener los males
que asolaban a Europa. Al papa Juan XXIII no le agradaba la idea de organizar un concilio para realizar investigaciones, pero no pudo
oponerse a la voluntad de Segismundo. Entonces fueron citados a comparecer ante la asamblea los dos antipapas y Juan Hus.
El papa Juan acudió con mucho recelo ya que sospechaba de la intención secreta del emperador de destituirle; temía ser
llamado a dar cuentas por los vicios con que había desprestigiado el puesto que ostentaba y por los crímenes de que se había valido
para lograrlo.
Sin embargo, hizo su entrada en la ciudad de Constanza con gran pompa, se hizo acompañar de los eclesiásticos de más alta
categoría y de un séquito de cortesanos. Salieron a recibirle el clero y los dignatarios de la ciudad, junto a un inmenso gentío. Venía
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debajo de un dosel dorado sostenido por cuatro de los principales magistrados. La hostia iba delante de él y las ricas vestiduras de los
cardenales daban un aspecto imponente a la procesión.
Mientras tanto, también Hus se dirigía a la ciudad de Constanza. Se había despedido de sus amigos como si ya no pensara
volverlos a ver, él estaba consiente del riesgo que corría, arregló bien todos sus asuntos en previsión de su probable muerte.
Emprendió el viaje presintiendo que terminaría en la hoguera, a pesar de que había obtenido un salvoconducto del rey de Bohemia y
otro que recibió del emperador Segismundo estando ya en camino.
En el curso de su viaje Hus vio por todas partes señales de la propagación de sus doctrinas y de la buena acogida de que gozaba
su causa. Las gentes se agolpaban para ir a su encuentro y en algunos pueblos le acompañaban los gobernadores por las calles. Al
llegar a Constanza Hus fue dejado en completa libertad. Además de los salvoconductos que había recibido, se le dio una garantía
personal que le aseguraba la protección del papa Juan XXIII.
Pero esas solemnes y repetidas promesas de seguridad fueron violadas, pronto el reformador fue arrestado y encerrado en un
inmundo calabozo por orden del pontífice y de los cardenales. Más tarde fue transferido a un castillo feudal, al otro lado del río Rin
donde se le tuvo preso. El emperador se opuso a que se procediera contra Hus, pero luego aceptó de mala gana.
Luego se aprobó ante el concilio que el papa Juan XXIII además de homicidios, corrupción y adulterio, era culpable de los
delitos más viles, “pecados que no se pueden mencionar”, así lo declaro el mismo concilio y finalmente se le despojó de la tiara y lo
encerraron en un calabozo en la misma cárcel donde él había puesto a Hus. Los antipapas no asistieron al concilio, sólo mandaron a
sus delegados porque consideraron que corrían peligro sí se presentaban. Estos también fueron degradados y fue elegido un nuevo
pontífice.
HUS COMPARECE POR ÚLTIMA VEZ
Hus fue al fin llevado ante el concilio, debilitado por la enfermedad y por el encierro, pues el aire húmedo y sucio del calabozo
le ocasionó una fiebre que casi lo lleva al sepulcro. Cargado de cadenas se presentó ante el emperador que empeñara su honor y buena
fe en protegerle. Durante todo el largo proceso sostuvo Hus la verdad con firmeza y en presencia de los dignatarios de la igl esia y del
estado elevó una enérgica y solemne protesta contra la corrupción del clero. Cuando se le exigió que escogiese entre retractarse o
sufrir la muerte, eligió la suerte de los mártires.
Luego ante una asamblea numerosa y deslumbra-dora Hus fue llevado por última vez a comparecer. Estaban presentes el
emperador, los príncipes del imperio, delegados reales, cardenales, obispos y sacerdotes, y una inmensa multitud de personas que
habían acudido a presenciar los acontecimientos del día. Se le solicitó a Hus que manifestara su decisión final, entonces declaró que se
negaba a retractarse, y fijando su penetrante mirada en el monarca que tan vergonzosamente violara la palabra empeñada, dijo:
“Resolví, de mi propia y espontánea libertad, comparecer ante este concilio, bajo la fe y la protección pública del emperador aquí
presente”. El bochorno se le subió a la cara al monarca Segismundo al fijarse en él las miradas de todos los presentes.
LA MUERTE DE HUS
Le exhortaron otra vez a que se retractara, Hus mirando al pueblo dijo: “Y entonces, ¿con qué cara me presentaría en el cielo?
¿Cómo miraría a las multitudes de hombres a quienes he predicado el Evangelio puro? No; estimo su salvación más que este pobre
cuerpo destinado ya a morir”. Las vestiduras le fueron quitadas una por una, pronunciando cada obispo una maldición cuando le
tocaba tomar parte en la ceremonia. Por último, “colocaron sobre su cabeza una gorra o mitra de papel en forma de pirámide, en la que
estaban pintadas horribles figuras de demonios que en su frente decía: 'El archihereje'. “Con gozo -dijo Hus- llevaré por ti esta
corona de oprobio, oh Jesús, que llevaste por mí una de espinas”.
Acto continuo, los prelados dijeron: “Ahora dedicamos tu alma al diablo”. “Y yo -dijo Hus, levantando sus ojos al cielo- en tus
manos encomiendo mi espíritu, oh Señor Jesús, porque tú me redimiste”. Fue luego entregado a las autoridades seculares y le
condujeron al lugar de la ejecución. Iba seguido por inmensa procesión formada por centenares de hombres armados, sacerdotes y
obispos que lucían sus ricas vestiduras, y por el pueblo de Constanza.
Cuando lo sujetaron a la estaca y todo estuvo dispuesto para encender la hoguera, se instó una vez más al mártir a que se
salvara retractándose de sus errores. Dijo Hus: “¿A cuáles errores debo renunciar? De ninguno me encuentro culpable. Tomo a Dios
por testigo de que todo lo que he escrito y predicado ha sido con el fin de rescatar a las almas del pecado y de la perdición; y por
consiguiente, con el mayor gozo confirmaré con mi sangre aquella verdad que he anunciado por escrito y de viva voz”.
Cuando las llamas comenzaron a arder alrededor de él, comenzó a cantar: “Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí.” y
continuó hasta que su voz enmudeció para siempre. Sus mismos enemigos se conmovieron frente a tan heroica conducta. Cuando el
cuerpo de Hus fue consumido por completo, recogieron sus cenizas, las mezclaron con la tierra donde yacían y las arrojaron al río Rin,
que las llevó hasta el océano.
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EL GRAN COMPAÑERO DE HUS
Jerónimo se había unido con Hus en la obra de reforma. Cuando Hus partió para el concilio Jerónimo le exhortó a ser valiente y
firme, le prometió a Juan que si caía en algún peligro él mismo volaría en su auxilio. Al enterarse de que el reformador se h allaba
encarcelado, salió para Constanza con un sólo compañero y sin proveerse de salvoconducto.
Al llegar a la ciudad se dio cuenta que no le era posible hacer nada para libertar a Hus y entendió que sólo se había expuesto al
peligro. Entonces huyó, pero fue arrestado en el camino y devuelto a la ciudad cargado de cadenas, bajo la custodia de una compañía
de soldados.
JERÓNIMO SE RETRACTA
En su primera comparecencia ante el concilio, sus esfuerzos para contestar los cargos que le arrojaban se malograban entre los
gritos: “¡A la hoguera con él! ¡A las llamas!”. Entonces fue arrojado en un calabozo, lo encadenaron en una postura muy penosa y lo
mantuvieron a pan y agua. Después de algunos meses, las crueldades de la prisión le causaron una enfermedad que puso en peligro su
vida, y sus enemigos temiendo que se muriera sin antes lograr que se retractara, le trataron con menos severidad aunque lo dejaron en
la cárcel por un año.
Jerónimo fue llevado otra vez ante el concilio y se le instó para que escogiera entre la retractación o la muerte en la hoguera.
Jerónimo, debilitado por su enfermedad y por los rigores de su prisión, detenido en aquellas mazmorras, sufriendo torturas y angustias,
separado de sus amigos y herido en el alma por la muerte de Hus, su ánimo decayó y consintió someterse al concilio. Se comprometió
a adherirse a la fe católica y aceptó el auto de la asamblea que condenaba las doctrinas de Wiclef y de Hus, exceptuando, sin embargo,
las “santas verdades” que ellos enseñaron.
Jerónimo trató de librarse de la condena; pero cuando volvió al calabozo y quedó a solas consigo mismo percibió la magnitud
de su acto. Comparó el valor y la fidelidad de Hus con su propia retractación. Pensó en el divino Maestro a quien él se había propuesto
servir y que por causa suya sufrió la muerte en la cruz. Antes de su retractación había hallado consuelo en medio de sus sufrimientos,
seguro del favor de Dios; pero ahora, el remordimiento y la duda torturaban su alma.
EL DISCURSO FIEL DE JERÓNIMO
Pronto fue llevado otra vez ante el concilio, pues sus declaraciones no habían dejado satisfechos a los jueces. Jerónimo exigió
que se le diera oportunidad para defenderse. Temiendo los prelados el efecto de sus palabras, insistieron en que él se limitara a afirmar
o negar lo bien fundado de los cargos que se le hacían. Jerónimo le replicó y al fin le concedieron lo que se defendiera.
Antes de hablar Jerónimo se arrodilló en presencia de sus jueces y pidió que el Espíritu divino guiara sus pensamientos y le
diese palabras para que nada de lo que iba a decir fuese contrario a la verdad e indigno de su Maestro. Las palabras de J erónimo
produjeron sorpresa y admiración aun a sus enemigos. Durante trescientos cuarenta días había estado encerrado en un calabozo, sin
poder leer, donde ni siquiera podía ver la luz, sufriendo física y mentalmente, y no obstante, supo presentar sus argumentos con tanta
claridad y con tanta fuerza como si hubiera podido estudiar constantemente.
Jerónimo fue devuelto a su calabozo. A pesar de todo, hubo en la asamblea algunos que quedaron impresionados por sus
palabras y desearon salvarle la vida. Algunos dignatarios de la iglesia le visitaron y le instaron a que se sometiera al concilio. Se le
hicieron las más brillantes promesas si renunciaba a su oposición contra Roma. Pero Jerónimo se mantuvo firme.
CONDENACIÓN Y MUERTE DE JERÓNIMO
En breve se falló sentencia de muerte contra él. Le condujeron en seguida al mismo lugar donde Hus había dado su vida. Fue al
suplicio cantando, iluminado el rostro de gozo y paz. Fijó en Cristo su mirada y la muerte ya no le infundía miedo alguno.
Cuando el verdugo iba ha encender la hoguera, se puso detrás de él, el mártir exclamó: “Ven por delante, sin vacilar. Prende la
hoguera en mi presencia. Si yo hubiera tenido miedo, no estaría aquí”. Cuando las llamas le envolvían, las últimas palabras que
pronunció fueron hechas una oración: “Señor, Padre todopoderoso, ten piedad de mí y perdóname mis pecados, porque tú sabes que
siempre he amado tu verdad.” Su voz dejó de oírse, pero sus labios siguieron murmurando la oración. Cuando el fuego hubo
terminado su obra, las cenizas del mártir fueron recogidas juntamente con la tierra donde estaban esparcidas y fueron arrojadas al río
Rin al igual como hicieron con las cenizas de Hus.
PERSECUCIÓN A LOS HUSITAS
El pueblo Bohemio se indignó por la ejecución de Hus. La nación entera se conmovió al reconocer que había caído víctima de
la malicia de los sacerdotes y de la traición del emperador. A Hus se le declaró fiel maestro de la verdad, y el concilio que decretó su
muerte fue culpado del delito de asesinato. Como consecuencia de esto, las doctrinas del reformador llamaron más que nunca la
atención y muchos fueron inducidos así a aceptar la fe reformada.
Se realizaron tres cruzadas contra los husitas, para lograr vencerlo se reclutaron guerreros de toda Europa ofreciéndoles el
perdón de sus pecados, asegurándole a los que murieran que entrarían a la gloria del cielo y a los que vivieran les ofrecieron riquezas y
honores; pero a pesar de ser mayor en número que los Husitas, los cruzados fueron derrotados vez tras vez.
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LA IGLESIA DE LOS HERMANOS UNIDOS
En vista de que algunos husitas pataron la paz con Roma, los que se adherían a la vieja fe se organizaron en una iglesia distinta
a la que llamaron “los Hermanos Unidos”. Se reunían para leer la Palabra de Dios y para celebrar el culto refugiándose en los
bosques y las cuevas.
A través de sus mensajeros secretos que mandaron a varios países, llegaron a saber que había, diseminados en varias ciudades
algunos sostenedores de la verdad. Supieron que entre las montañas de los Alpes había una iglesia antigua que se basaba en las
Sagradas Escrituras, y que protestaba contra la idólatra corrupción de Roma. La Iglesia de los Hermanos Unidos y los Cristianos
Valdenses iniciaron relaciones por correspondencia.
Aunque distaban mucho de no ser molestados, gozaron sin embargo de relativa tranquilidad. La última parte del Siglo XV vio
el crecimiento lento pero seguro de las iglesias de los Hermanos Unidos. A principios del Siglo XVI se contaban doscientas de sus
iglesias en Bohemia y en Moravia.
Capítulo VII:
EL REFORMADOR DE SUIZA: ULRICO ZUINGLIO
La Providencia de Dios Fue iluminando a varios hombres al mismo tiempo. Pocas semanas después que naciera Lutero en la
cabaña de un minero de Sajonia, nació en la choza de un pastor de los Alpes Ulrico Zuinglio.
INFANCIA Y EDUCACIÓN DE ZUINGLIO
Fue criado entre bellezas naturales imponentes, así descubrió la inmensidad, el poder y la majestad de Dios. Su abuela le contó
los pocos relatos bíblicos que ella pudo apartar de entre las leyendas y tradiciones de la iglesia. Con mucho interés él escuchaba sobre
los grandes hechos de los patriarcas, de los profetas y de los pastores de Belén.
Su padre deseaba darle una buena educación, por eso fue a estudiar a la ciudad de Berna cuando tenía trece años de edad. Ese
lugar tenía la mejor escuela de Suiza. Los frailes dominicos intentaron seducir a Zuinglio a entrar en su convento, porque pensaron que
con las habilidades del joven obtendrían más ganancias y honra que la conseguida por la pompa. Pero su padre no quería que su hijo
siguiera la vida indigna y holgazana de los monjes, por eso le ordenó que regresara a su casa sin demorarse y Zuinglio obedeció. Un
tiempo después Zuinglio logró establecerse en Basilea para retornar a sus estudios.
ZUINGLIO ENCUENTRA LA BIBLIA
En Basilea fue donde Zuinglio oyó por primera vez el Evangelio de la gracia de Dios. En esa ciudad el profesor Wittenbach le
daba clase de idiomas antiguos, este había encontrado en sus estudios del griego y del hebreo el conocimiento de las Sagradas
Escrituras y se las enseñaba a sus estudiantes. Él maestro decía que la muerte de Cristo era el único rescate del pecador.
Pronto Zuinglio recibió las órdenes sacerdotales, fue llamado de Basilea a dirigir una parroquia alpina no muy distante de su
valle natal. Se dedicó con ardor a investigar la Biblia. A medida que escudriñaba las Escrituras, más claro le resultaba el contraste
entre las verdades en ellas encerradas y las herejías de Roma. Se sometía a la Biblia y la reconocía como la Palabra de Dios y única
regla suficiente e infalible.
En 1516 Zuinglio fue llamado a predicar en el convento de Einsiedeln. En ese lugar había una virgen que según la gente estaba
dotada del poder de hacer milagros. En todo tiempo iban peregrinos a visitar el santuario de la virgen, pero en el día de la gran fiesta
anual de su consagración venían multitudes de toda Suiza y hasta de Francia y Alemania.
Zuinglio, aprovechó la oportunidad para proclamar la libertad por medio del Evangelio a aquellas almas esclavas de la
superstición. Muchos recibieron con desagrado las enseñanzas de Zuinglio; pero otros recibieron con alegría las nuevas de la
redención por Cristo. Los peregrinos convertidos al regresar a sus hogares revelaban a otros la luz preciosa que habían recibido. Así
fue llevada la verdad de aldea en aldea, de pueblo en pueblo, y el número de peregrinos que iban al santuario de la virgen, disminuyó
notablemente. Así las ofrendas menguaron y el salario de Zuinglio se redujo, porque él sacaba su subsistencia del dinero que la gente
llevaba a la iglesia. Pero él se sentía feliz al ver que se debilitaba el poder del fanatismo.
En Suiza la venta de indulgencias había sido encomendada a los franciscanos y era dirigida por un fraile italiano llamado
Samsón. Este cruzaba la cuidad atrayendo a grandes multitudes, despojando a los pobres campesinos de sus escasas ganancias y
obteniendo ricas ofrendas entre los ricos.
Samsón se presentó con su mercadería en una población vecina a Einsiedeln. Zuinglio se opuso inmediatamente y comenzó a
explicarle a la gente lo que el fraile pretendía. Zuinglio y Samsón no se encontraron frente a frente, pero fue tan completo el éxito del
reformador que Samsón se vio obligado a dejar aquel lugar y tomar otro rumbo.
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LA OBRA DE ZUINGLIO EN ZURICH
Después de tres años en Einsiedeln, Zuinglio fue llamado a desempeñar el cargo de predicador en la catedral de Zurich, la
ciudad más importante de la confederación suiza.
Para evitar que Zuinglio hiciera otra cosa de lo que los frailes esperaban, ellos procedieron a destacarle sus deberes. Los cuales
consistían en exhortar a los fieles a que paguen el dinero que le correspondía a la iglesia. Le dijeron a Zuinglio que predicar y guiar a
los hermanos también era parte de sus funciones, pero si el quería podía buscar un sacerdote substituto que hiciera esas cosas por él.
Zuinglio procedió a explicar que su plan de trabajo era predicar sobre todo el Evangelio según San Mateo, ciñéndose a la fuente de la
Sagrada Escritura, para enseñarle la vida de Jesús a la gente.
En torno del predicador se reunían multitudes de personas de todas las clases sociales, desde los estadistas y los estudiantes,
hasta los artesanos y los campesinos. Muchos que desde hacía tiempo habían dejado de asistir a la iglesia, se hallaban ahora entre sus
oyentes. Todos escuchaban sus palabras con el más profundo interés. Muchos regresaban de la catedral dando alabanzas a Dios.
Zuinglio predicó con energía contra los que traficaban con el perdón de los pecados, y cuando el fraile franciscano llamado
Samsón se acercó a la ciudad para vender indulgencia, le salió al encuentro un mensajero enviado por el concejo para ordenarle que no
entrara. Samsón logró entrar usando artimaña, pero se fue sin haber podido vender ni un sólo perdón.
Un amigo de la Reforma, residente en Basilea, mandó a la ciudad de Zurich a un tal Luciano que llevaba consigo varios de los
escritos de Lutero. Después que Zuinglio observó que Luciano era prudente y hábil lo envió a vender los escritos de Lutero de casa en
casa entre los suizos. De este modo se esparcieron los rayos de luz.
En el año 1519 apareció otro factor que impulsó la reforma. En Suiza una gran enfermedad que producía la muerte y se
propagó azotando toda la ciudad. Al verse los hombres cara a cara con la muerte, se convencían de que los perdones comprados poco
antes eran vanos e inútiles, y ansiaban tener un fundamento más seguro sobre el cual basar su fe.
Zuinglio se contagió de la peste y se enfermó de tal modo que se llegó a pensar que no sobreviviría, Incluso por muchos lugares
circuló el rumor de que había muerto. Cuando se recupero, el pueblo le dio la bienvenida con regocijo a su amado pastor que volvía de
los umbrales de la muerte. Y él se dispuso a predicar el Evangelio con más fervor que nunca antes, sus palabras iban revestidas de
nuevo poder. Los temas que él prefería eran la caída del hombre y el plan de redención. Creció tanto el interés en las predicaciones de
Zuinglio, que la catedral se llenaba con las multitudes de oyentes que acudían para oírle. El predicador les exponía la verdad poco a
poco, cuidaba de no crearle prejuicios. Su obra era ganar sus corazones a las enseñanzas y el ejemplo de Cristo.
Los frailes se propusieron estorbar la obra de reforma que paso a paso iba avanzando en Zurich y condenar las enseñanzas que
presentaba Zuinglio. Muchos le atacaron con burlas y sátiras; otros le lanzaron amenazas. De vez en cuando algunos discípulos de él
eran entregados a la hoguera, pero esto no bastaba; ellos pensaron que era necesario sentenciar al que enseñaba la herejía.
ZUINGLIO ES CITADO A COMPARECER
El obispo de Constanza envió tres delegados al concejo de Zurich, para acusar a Zuinglio de enseñar al pueblo a violar las leyes
de la iglesia, con lo que trastornaba la paz y el buen orden de la sociedad. Zuinglio explicó que por cuatro años había estado
predicando el Evangelio en Zurich, y que la ciudad estaba más tranquila que cualquiera otra ciudad de la confederación. En el consejo
se discutieron varios temas a los que Zuinglio replicó y como resultado de esa reunión, uno de los delegados del obispo se convirtió a
la fe reformada. El concejo se abstuvo de proceder contra Zuinglio, y la verdad siguió propagándose con más fuerza.
El punto señalado para el debate fue Baden, pero Zuinglio no fue porque el concejo de Zurich, sospechando las intenciones de
los papistas, y advertido del peligro por las horrendas hogueras que habían sido encendidas para los confesores del Evangelio , no
permitió que su pastor se expusiera a este peligro. Entonces fueron elegidos Ecolampadio y Haller para representar a los
reformadores, en tanto que el famoso doctor Eck, sostenido por un ejército de sabios doctores y prelados, era el campeón de Roma.
A pesar de haberse prohibido tomar notas, un estudiante escribía todas las tardes los argumentos que habían sido presentados, y
otros dos estudiantes se encargaban de llevar a Zuinglio estos papeles, juntamente con cartas de Ecolampadio. El reformador
contestaba dando consejos y proponiendo ideas. Escribía sus cartas durante la noche y por la mañana los estudiantes regresaban con
ellas a Baden. Para burlar la vigilancia de la guardia en las puertas de la ciudad, estos mensajeros llevaban en la cabeza canastos con
aves de corral, de modo que se les dejaba entrar sin inconveniente alguno.
El debate se prolongó durante dieciocho días. Al terminarlo la dieta declaró vencidos a los reformadores y todos fueron
separados de la iglesia. Pero el debate tuvo por consecuencia un gran impulso de la causa protestante, y no mucho después las
importantes ciudades de Berna y Basilea se declararon en favor de la Reforma.
Mientras que muchos rincones aceptaban la fe reformada, otros se aferraban ciega y obstinadamente al credo de Roma. Las
persecuciones dirigidas contra los que aceptaban la verdad provocaron finalmente una guerra civil. Zuinglio y muchos de los que se
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habían unido con él en la Reforma sucumbieron en el sangriento campo de Cappel. Ecolampadio, agobiado por estos terribles
desastres, murió poco después.
Capítulo VIII:
EL PADRE DE LA REFORMA: MARTÍN LUTERO
El más distinguido de todos los que fueron llamados a guiar a la iglesia de las tinieblas del papado a la luz de una fe más pura,
fue Martín Lutero. Celoso, ardiente y abnegado, sin más temor que el temor de Dios y sin reconocer otro fundamento de la fe
religiosa que el de las Santas Escrituras. A través de él Dios realizó una gran obra para reformar a la iglesia e iluminar al mundo. Hoy
puede decirse que Lutero es el padre de la reforma.
INFANCIA Y EDUCACIÓN DE LUTERO
Lutero nació en Sajonia, Alemania. Sus padres velaban por la educación y la dirección de sus hijos. Lutero se vio obligado por
algún tiempo a ganar su sustento cantando de puerta en puerta al salir de su casa para la escuela y aún así muchas veces pasaba
hambre.
A la edad de dieciocho años se inscribió en la universidad de Erfurt. Se dedicó a estudiar los mejores autores, pronto quedó
Lutero como el primero de entre sus compañeros por su buena memoria, su activa imaginación, sus sólidas facultades de raciocinio y
su incansable consagración al estudio. Lutero comenzaba cada día con una oración y elevaba constantemente su corazón a Dios para
pedirle su dirección y su auxilio. Él decía: “Orar bien es la mejor mitad del estudio”.
Un día, mientras examinaba unos libros en la biblioteca de la universidad, Lutero descubrió una Biblia latina. Jamás había visto
aquel libro. Hasta ignoraba que existiese. Había oído porciones de los Evangelios y de las Epístolas que se leían en el culto público y
suponía que eso era todo lo que contenía la Biblia. Ahora veía por primera vez la Palabra de Dios completa.
Inducido por un sincero deseo de librarse del pecado y de reconciliarse con Dios, se entró en un claustro para consagrarse a la
vida monástica, su padre no confiaba en el sistema eclesiástico y además quería que ese hijo fuera abogado, y por eso duró dos años
sin hablarle.
En el monasterio se obligó a Lutero a desempeñar los trabajos más humillantes y a pedir limosnas de casa en casa. Esas
ocupaciones le mortificaban y ofendían sus sentimientos naturales; pero todo lo sobrellevaba con paciencia, creyendo que lo
necesitaba por causa de sus pecados. Dedicaba al estudio todo el tiempo que le dejaban libre sus ocupaciones de cada día y aun robaba
al sueño y a sus escasas comidas el tiempo que hubiera tenido que darles. Sobre todo se deleitaba en el estudio de la Palabra de Dios.
Había encontrado una Biblia encadenada en el muro del convento, y allá iba con frecuencia a escudriñarla.
Lutero se sentía perdido, las ideas religiosas tenebrosas y supersticiosas que predominaban en su tiempo le llenaban de pánico,
pero un amigo le ayudó. El piadoso Staupitz le expuso la Palabra de Dios y le indujo a apartar la mirada de sí mismo, a dejar de
contemplar un castigo venidero infinito por haber violado la ley de Dios, y a acudir a Jesús, el Salvador que le perdonaba sus pecados.
Sus palabras dieron ánimo a Lutero y la paz reinó en su alma.
LUTERO SE INICIA COMO SACERDOTE
Lutero fue ordenado sacerdote, pasando directamente a la cátedra de la universidad de Wittenberg. Allí se dedicó al estudio de
las Santas Escrituras en las lenguas originales. Comenzó a dar conferencias sobre la Biblia. Staupitz, su amigo y superior, lo motivaba
para que predicara desde el púlpito la Palabra de Dios. Lutero vacilaba sintiéndose indigno de hablar al pueblo en lugar de Cristo, pero
luego se convenció de que era su deber. Su elocuencia cautivaba a los oyentes, la claridad y el poder con que presentaba la verdad
persuadía a todos y su fervor conmovía los corazones.
Lutero decidió hacer una visita a Roma. Empezó el viaje a pie, hospedándose en los conventos que hallaba en su camino. En
uno de ellos, en Italia, observó como los monjes vivían en espléndidas mansiones, vestidos con los trajes más ricos y comían en lujosa
mesa. Lutero se quedó perplejo al mirar todo aquello que tanto contrastaba con la vida de abnegación y de privaciones que el llevaba.
Finalmente llegó a la ciudad de las siete colinas. Con profunda emoción, cayó de rodillas y, levantando las manos hacia el
cielo, exclamó: “¡Salve Roma Santa!”. Entró en la ciudad de Roma, visitó las iglesias, prestó oídos a las maravillosas narraciones de
los sacerdotes y de los monjes, y cumplió con todas las ceremonias de reglamento. Sin embargo, al mezclarse con los monjes y con el
pueblo descubrió en ellos una vida de disipación e intemperancia. A donde quiera que mirara, tropezaba con libertinaje y corrupción
en vez de santidad.
Por decreto expedido poco antes, el papa prometía indulgencia a todo aquel que subiese de rodillas “la escalera de Pilato” que
se decía ser la misma que había pisado Jesús al bajar del tribunal romano, y que según aseguraban, había sido llevada de Jerusalén a
Roma de un modo milagroso. Un día, mientras estaba Lutero subiendo devotamente por esos escalones, recordó de pronto estas
palabras que como trueno repercutieron en su corazón: “El justo vivirá por la fe”. (Romanos 1: 17). Se puso de pie rápidamente y
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huyó de aquel lugar sintiendo vergüenza y horror. Ese pasaje bíblico no dejó nunca de ejercer poderosa influencia en su alma. Al
retirarse de Roma, también apartó su corazón y comenzó a disminuir sus relaciones con la iglesia papal.
Al regresar de Roma, recibió Lutero en la universidad de Wittenberg el grado de doctor en teología. Esta nueva categoría le
daba mayor libertad que antes para consagrarse a las Santas Escrituras, que tanto amaba. Había formulado el voto solemne de estudiar
cuidadosamente y de predicar con toda fidelidad por toda la vida la Palabra de Dios, y no los dichos ni las doctrinas de los papas. Ya
no sería un simple monje o profesor, sino el mensajero autorizado de la Biblia.
LA VENTA DE INDULGENCIAS EN ALEMANIA
Con el pretexto de reunir fondos para la construcción de la iglesia de San Pedro en Roma, se ofrecían en ventas públicas
indulgencias por el pecado con autorización del papa. En Alemania la venta de indulgencias había sido encomendada a los dominicos
y era dirigida por el perverso monje llamado Tetzel. Este recibió el cargo a pesar de estar acusado de haber cometido los más viles
crímenes contra la sociedad y contra la ley de Dios.
Cuando Tetzel entraba en una ciudad, iba delante de él un mensajero gritando: “La gracia de Dios y la del padre santo están a
las puertas de la ciudad”. Y el pueblo recibía al blasfemo usurpador como si el mismo Dios hubiera descendido del cielo. Tetzel
anunciaba las indulgencias desde el púlpito como si hubiesen sido el más precioso don de Dios. Contaba leyendas maravillosas para
engañar al pueblo ignorante, crédulo y supersticioso.
Decía que al que comprara las indulgencias le quedaban perdonados aún aquellos pecados que desease cometer después, y que
ni aún el arrepentimiento era necesario. Hasta aseguraba a sus oyentes que las indulgencias tenían poder para salvar no sólo a los vivos
sino también a los muertos, y que en el instante en que las monedas resonaran al caer en el fondo de su cofre, el alma por la cual se
hacía el pago escaparía del purgatorio y se dirigiría al cielo. Millares de personas aceptaban el ofrecimiento de Tetzel, la gente le creía
porque no estudiaban la Biblia, pues estaba prohibida leerla en el idioma del pueblo.
Muchos de los feligreses de Lutero habían comprado certificados de perdón y fueron a confesar sus pecados esperando que él
le ofreciera perdón, Lutero les negó la absolución y les advirtió que morirían en sus pecados sino reformaban su vida y se arrepentían
de sus pecados. Llenos de duda recurrieron a Tetzel para quejarse de que su confesor no aceptaba los certificados; y hubo algunos que
con toda energía exigieron que les devolviese su dinero.
El fraile se llenó de ira. Lanzó las más terribles maldiciones, hizo encender hogueras en las plazas públicas, y declaró que había
recibido del papa la orden de quemar a los herejes que intentaran levantarse contra sus santísimas indulgencias.
Lutero empezó a denunciar las mentiras y a predicar la verdad desde el púlpito. Expuso al pueblo el carácter ofensivo del
pecado y le enseñó que al hombre le era imposible reducir su culpabilidad o evitar el castigo por sus propias obras. Sólo el
arrepentimiento ante Dios y la fe en Cristo podían salvar al pecador. La gracia de Cristo no podía comprarse; era un don gratuito.
Aconsejaba a sus oyentes a que no compraran indulgencias, sino que tuviesen fe en el Redentor crucificado.
PUBLICACION DE LAS 95 TESIS
Viendo que Tetzel seguía con su tráfico y sus impías declaraciones, Lutero resolvió hacer una protesta más enérgica contra
semejantes abusos. Lutero aprovechó la oportunidad que tendría con la fiesta que se acercaba. La iglesia del castillo de Wittenberg era
dueña de muchas reliquias que se exhibían al pueblo en ciertos días festivos, en esos días se concedía plena remisión de pecados a los
que visitasen la iglesia e hiciesen confesión de sus culpas. De acuerdo con esto, el pueblo acudía en masa a aquel lugar.
Lutero se mezcló con las muchedumbres que iban a la iglesia el día de “la fiesta de todos los santos”, y pegó en las puertas del
templo de Wittenberg un papel que contenía noventa y cinco proposiciones contra la doctrina de las indulgencias. Donde además
declaró que estaba listo para defender esas 95 tesis al día siguiente en la universidad, contra cualquiera que quisiera rebatirlas.
Las 95 tesis publicadas en el año 1517 atrajeron la atención general. Fueron leídas y vueltas a leer y se repetían por todas
partes. Fue muy intensa la excitación que produjeron en la universidad y en toda la ciudad, luego se esparcieron por toda Alemania y
en pocas semanas se difundieron por todos los dominios de la cristiandad. Las tesis de Lutero desafiaban a discutir; pero nadie osó
aceptar el reto.
Las proposiciones demostraban que jamás se había otorgado al papa ni a hombre alguno el poder de perdonar los pecados y de
aplicar el castigo consecuente. Todo ello no era sino una farsa, un artificio para ganar dinero valiéndose de las supersticiones del
pueblo, un invento de Satanás para destruir las almas de todos los que confiasen en tan necias mentiras. Se probaba además con toda
evidencia que el Evangelio de Cristo es el tesoro más valioso de la iglesia, y que la gracia de Dios revelada en él se otorga de balde a
los que la buscan por medio del arrepentimiento y de la fe.
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LUTERO ES CITADO A COMPARECER
Los sermones y escritos de Lutero despertaron el interés en miles y miles de personas en Alemania. Una fe viva fue
reemplazando el formalismo muerto de Roma. Este interés general produjo que las autoridades papales en un mismo día acusaran,
juzgaran y sentenciaran a Lutero sin su presencia, y sin investigar primero su caso. Por eso lo citaron a Roma para que se defendiera
sobre la acusación de herejía que se le había dictado.
Este mandato asustó a sus amigos. Ellos sabían el riesgo que correría Lutero si asistía a Roma. De modo que protestaron contra
su viaje y pidieron que fuese examinado en Alemania. Se concedió la petición y se eligió la ciudad de Augsburgo para realizar el
juicio, también se eligió al delegado papal que debería atender el asunto.
El papa dijo al delegado que Lutero ya había sido declarado hereje. Su deber era procesarlo y constreñirlo lo antes posible. En
caso de que persistiera firme le daba poder para proscribirle de todos los puntos de Alemania, así como para desterrar, maldecir y
excomulgar a todos sus seguidores. Además que excomulgara a todos los que fueran negligentes para agarrar a Lutero, sin importar
cual fuera su categoría en la iglesia o en el estado, con excepción del emperador.
En sus entrevistas con Lutero, el delegado le exigía que se sometiera implícitamente a la autoridad de la iglesia; pero fingía
gran amistad, pensando que así lo conquistaría. Lutero manifestó su veneración por la iglesia, su deseo de conocer la verdad, su
disposición para contestar las objeciones que se hicieran a lo que él había enseñado y que sometería sus doctrinas al fallo de las
principales universidades. Pero protestó contra la actitud del cardenal que le exigía que se retractara sin primero probarle su error.
La única respuesta que se le daba era: “¡Retráctate! ¡Retráctate!” Lutero alegó que su actitud era apoyada por las Santas
Escrituras, y que él no podía renunciar a la verdad. El delegado no pudo refutar los argumentos de Lutero, entonces sin dejar al
reformador la oportunidad para hablar, pronunció muchísimos reproches y burlas con citas de las tradiciones y dichos de los padres de
la iglesia.
Lutero observó que la conferencia resultaría inútil si seguía como iba, por eso pidió permiso para presentar su respuesta por
escrito, le concedieron su solicitud aunque de mala gana. En la subsiguiente entrevista, Lutero presentó una clara, concisa y rotunda
exposición de sus opiniones, bien apoyada con muchas citas bíblicas. Este escrito, después de haberlo leído en alta voz, lo puso en
manos del cardenal, quien lo arrojó despectivamente a un lado, declarando que era una mezcla de palabras tontas y de citas
desatinadas.
Lutero se levantó con toda dignidad y atacó al orgulloso prelado en su mismo terreno -el de las tradiciones y enseñanzas de la
iglesia- refutando completamente todas sus aseveraciones.
Cuando vio el prelado que aquellos razonamientos de Lutero eran incontrovertibles, perdió el dominio sobre sí mismo y en un
arrebato de ira exclamó: “¡Retráctate! que si no lo haces, te envío a Roma, para que comparezcas ante los jueces encargados de
examinar tu caso. Te excomulgo a ti, a todos tus secuaces, y a todos los que te son o fueren favorables, y los expulso de la iglesia”. Y
en tono soberbio y airado dijo al fin: “Retráctate o no vuelvas”.
El reformador se retiró junto con sus amigos, demostrando así a las claras que no debía esperarse una retractación de su parte.
El cardenal quedó afligido por el fracaso de sus planes. El se había sentido seguro de que por la violencia obligaría a Lutero a
someterse.
LUTERO SE SEPARA DE LA IGLESIA
Los opositores de Lutero que se consumían en deseos de venganza, exigían que el papa tomara medidas decisivas contra él.
Entonces se decretó que sus doctrinas fueran condenadas inmediatamente. Se concedió un plazo de sesenta días al reformador y a sus
seguidores, para que se retractaran y sino lo hacían todos serían excomulgados.
Cuando tuvo conocimiento de la bula papal, Lutero la despreció y devolvió a Roma la sentencia de condenación, declaró
públicamente que había decidido separarse de ella para siempre. En presencia de muchos estudiantes, doctores y personas de todas las
clases de la sociedad, quemó la bula del papa con las leyes canónicas, las decretales y otros escritos que daban apoyo al poder papal.
El papa había amenazado a Lutero con la excomunión si no se retractaba, y la amenaza se cumplió. Se expidió una nueva bula para
publicar la separación definitiva de Lutero de la iglesia romana. Se le declaraba maldito por el cielo, y se incluía en la misma
condenación a todos los que recibiesen sus doctrinas.
Poco tiempo después de que Carlos V ascendiera al trono de Alemania en 1520, se convocó en Worms la reunión de los
estados alemanes, vasta asamblea conocida con el nombre de “La Dieta”. Se tratarían varios asuntos políticos importantes, pero el
asunto que despertaba más interés era que Lutero iba a comparecer.
El delegado del papa llamado Aleandro era el responsable de llevar el caso de Lutero. Y previendo que el resultado sería
desastroso solicitó al emperador presentar el caso sin la presencia del Reformador. En la asamblea el delegado mencionó todo lo que
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se podía decir para justificar la erradicación de la reforma que proponía Lutero y al mismo tiempo había presentado al gobierno del
papa del modo más favorable.
Con la impresión que causó el discurso de Aleandro, en la asamblea surgió una disposición general de condenar a Lutero junto
con las doctrinas que enseñaba. Entonces se levantó, motivado por Dios, el duque Jorge de Sajonia. Este, a pesar de que se había
declarado en contra de Lutero, expuso con exactitud los engaños y las abominaciones del papado y sus fatales consecuencias. Dijo que
Roma sólo estaba interesada en conseguir más dinero, siempre más dinero y por esto permitía cualquier tipo de crimen. Solicitó que se
hiciera una reforma universal.
Como resultado la dieta nombró una comisión encargada de sacar una lista de todas las opresiones papales que agobiaban al
pueblo alemán. La comisión presentó al emperador una lista que contenía ciento una especificaciones, acompañada de una solicitud en
que se le pedía que tomase medidas para reprimir estos abusos.
LUTERO ES CITADO A COMPARECER EN WORMS
Lutero fue citado a comparecer ante la dieta en el 1521. Se nombró a un dignatario imperial para que lo condujese a la sala de
audiencias, a la que llegaron no sin dificultad. Todas las calles estaban obstruídas por el gentío que se agolpaba en todas partes,
curioso de conocer al monje que se había atrevido a resistir la autoridad del papa.
En el momento en que entraba en la presencia de sus jueces, un viejo general, héroe de muchas batallas, le dijo en tono
bondadoso: “¡Frailecito! ¡Frailecito! ¡Haces frente a una empresa tan ardua, que ni yo ni otros capitanes hemos visto jamás en
nuestros más sangrientos combates! Pero si tu causa es justa, y si estás convencido de ello, ¡avanza en nombre de Dios, y nada
temas! ¡Dios no te abandonará!”.
Esta comparecencia era ya un manifiesto triunfo conseguido sobre el papismo. El papa había condenado a este hombre; y él se
hallaba ante un tribunal que se colocaba así sobre el papa. El papa le había puesto en entredicho y expulsado de toda sociedad humana,
y sin embargo se le había convocado con términos honrosos, e introducido ante la más augusta asamblea del universo. El papa le había
impuesto silencio; él iba a hablar delante de miles de oyentes reunidos de los países más remotos de la cristiandad. Una revolución sin
límites se había cumplido así por medio de Lutero. Roma bajaba ya de su trono, y era la palabra de un fraile la que la hacía descender.
Lutero fue conducido hasta un lugar situado frente al trono del emperador. Un profundo silencio reinó en la numerosa
asamblea. En seguida un alto dignatario se puso en pie y señalando una colección de los escritos de Lutero, exigió que el reformador
contestase dos preguntas: Si reconocía aquellas obras como suyas, y si estaba dispuesto a retractar el contenido de ellas.
Habiendo sido leídos los títulos de los libros, Lutero dijo que sí los reconocía como suyos. Y sobre la segunda pregunta dijo
que debido a que se trataba de la fe y la salvación de las almas sería imprudente responder sin reflexión, dijo: “Pudiera afirmar
menos de lo que se me pide, o más de lo que exige la verdad”. Entonces solicitó al emperador que le concediera tiempo para
responder. Y la petición fue concedida.
Al día siguiente, antes de presentarse a la dieta, Lutero se sintió incapaz, temía que por su debilidad la causa de la verdad se
malograra. Entonces oró a Dios, no por su propia seguridad, sino por el triunfo del Evangelio y la paz volvió a su alma. Con el ánimo
puesto en Dios se preparó Lutero para la lucha que le aguardaba. Meditó un plan de defensa, examinó pasajes de sus propios escritos y
sacó pruebas de las Santas Escrituras para sustentar sus proposiciones. Luego, colocando la mano izquierda sobre la Biblia que estaba
abierta delante de él, alzó la diestra hacia el cielo y juró permanecer fiel al Evangelio, y confesar libremente su fe, aunque tuviera que
sellar su confesión con su sangre.
Lutero presentó su discurso en alemán y se le pidió que lo repitiera en latín. La providencia de Dios dirigió este asunto. La
mente de muchos de los príncipes estaba tan cegada por el error y la superstición que la primera vez no apreciaron la fuerza de los
argumentos de Lutero; pero al repetirlos pudieron darse mejor cuenta de los puntos desarrollados por él.
Inmediatamente después que hubo dejado de hablar, el que tenía que contestar en nombre de la dieta le dijo con indignación:
“No habéis respondido a la pregunta que se os ha hecho... Se exige de vos una respuesta clara y precisa. ¿Queréis retractaros, sí o
no?”
El reformador contestó: “Ya que su serenísima majestad y sus altezas exigen de mí una respuesta sencilla, clara y precisa, voy
a darla, y es ésta: Yo no puedo someter mi fe ni al papa ni a los concilios, porque es tan claro como la luz del día que ellos han caído
muchas veces en el error así como en muchas contradicciones consigo mismos. Por lo cual, si no se me convence con testimonios
bíblicos, o con razones evidentes, y si no se me persuade con los mismos texto que yo he citado, y si no sujetan mi conciencia a la
Palabra de Dios, yo no puedo ni quiero retractar nada, por no ser digno de un cristiano hablar contra su conciencia. Heme aquí; no
me es posible hacerlo de otro modo. ¡Que Dios me ayude! ¡Amén!”. Así se mantuvo firme.
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La asamblea entera quedó un rato muda de asombro. La primera vez Lutero había hablado en tono respetuoso y bajo, en actitud
casi sumisa. Los romanistas habían interpretado todo esto como prueba evidente de que el valor empezaba a faltarle. Se habían
figurado que la solicitud de un plazo para dar su contestación equivalía al inicio de su retractación.
El mismo Carlos, al notar el hábito gastado del fraile, su actitud tan llana, la sencillez de su oración, había exclamado con
desprecio: “Por cierto no será este monje el que me convierta en hereje”. Pero el valor y la energía que presentó, así como la fuerza y
la claridad de sus argumentaciones, los dejaron a todos sorprendidos. El emperador, lleno de admiración, exclamó entonces: “El fraile
habla con un corazón intrépido y con inmutable valor”. Muchos de los príncipes alemanes veían con orgullo y satisfacción a este
representante de su raza.
El orador de la dieta dijo: “Si no te retractas, el emperador y los estados del imperio verán lo que debe hacerse con un hereje
obstinado.” Pero el doctor mismo, con toda calma, repuso: “¡Dios me ayude! porque de nada puedo retractarme.”
Se indicó a Lutero que se retirase mientras los príncipes deliberaban. Todos se daban cuenta de que era un momento de gran
crisis. La persistente negativa de Lutero a someterse podía afectar la historia de la iglesia por muchos Siglos. Se acordó darle otra
oportunidad para retractarse.
Por última vez le hicieron entrar de nuevo en la sala. Se le volvió a preguntar si renunciaba a sus doctrinas. Contestó: “No
tengo otra respuesta que dar, que la que he dado.” Era ya bien claro y evidente que no podrían inducirle a ceder, ni de grado ni por
fuerza, a las exigencias de Roma. Los caudillos papales se afligieron porque su poder, que había hecho temblar a los reyes y a los
nobles, era así despreciado por un pobre monje, y se propusieron hacerle sentir su ira, entregándole al tormento.
LA DESAPARICIÓN DE LUTERO
Pronto recibió Lutero orden del emperador de volver al lugar de su residencia, y comprendió que aquello era un síntoma
precursor de su condenación. En su viaje de regreso fue recibido en los pueblos que pasó, con más homenajes que los que se le
tributaran al ir a Worms. Príncipes de la iglesia daban la bienvenida al excomulgado monje, y gobernantes civiles tributaban honores
al hombre a quien el monarca había despreciado. Se le instó a que predicase, y a despecho de la prohibición imperial volvió a ocupar
el púlpito. Dijo: “Nunca me comprometí a encadenar la Palabra de Dios, y nunca lo haré.”
No hacía mucho que el reformador dejara a Worms cuando los papistas consiguieron que el emperador expidiera contra él un
edicto en el cual se le denunciaba como “el mismo Satanás bajo la figura humana y envuelto con hábito de fraile.” Se ordenaba que
tan pronto como dejara de ser valedero su salvoconducto, se tomaran medidas para detener su obra. Se prohibía guarecerlo,
proporcionarle alimento, bebida o socorro alguno, con obras o palabras, en público o en privado. Debían apresarlo en cualquier parte
donde le hallaran y entregarlo a las autoridades. Sus seguidores debían ser encarcelados también y sus bienes confiscados. Todos los
escritos de Lutero debían ser destruídos y, finalmente, cualquiera que osara obrar en contradicción con el decreto quedaba incluido en
las condenaciones del mismo.
Dios dio sabiduría a Federico de Sajonia para idear un plan que salvara la vida de Lutero. Ayudado por varios amigos
verdaderos se llevó a cabo el propósito del elector, y Lutero fue efectivamente sustraído a la vista de amigos y enemigos. Mientras
regresaba a su residencia, se vio rodeado de repente, separado de sus acompañantes y llevado por fuerza a través de los bosques al
castillo de Wartburg, fortaleza que se alzaba sobre una montaña aislada.
Tanto su secuestro como su escondite fueron rodeados de tanto misterio, que Federico mismo por mucho tiempo no supo dónde
se hallaba el reformador. Esta ignorancia tenía un propósito, pues mientras el elector no conociera el paradero del reformador, no
podía revelar nada. Se aseguró de que Lutero estuviera protegido, y esto le bastaba.
En el momento en que sus enemigos se lisonjeaban de haberle acallado, los asombraron y confundieron las pruebas tangibles
de su actividad. Un sinnúmero de tratados, provenientes de su pluma, circulaban por toda Alemania. También prestó entonces valioso
servicio a sus compatriotas al traducir al alemán el Nuevo Testamento. Desde su Patmos perdido entre riscos siguió casi un año
proclamando el Evangelio y censurando los pecados y los errores de su tiempo.
Las noticias de que él estaba en salvo, aunque prisionero, calmaron los temores del pueblo y hasta acrecentaron el entusiasmo
en su favor. Sus escritos se leían con mayor avidez que nunca antes. Un número siempre creciente de adeptos se unía a la causa del
hombre heroico que frente a desventajas abrumadoras defendía la Palabra de Dios. La Reforma iba cobrando constantemente fuerzas.
La semilla que Lutero había sembrado brotaba en todas partes. Su ausencia realizó una obra que su presencia no habría realizado.
EL REGRESO DE LUTERO
Pronto se supo por todo Wittenberg que Lutero había vuelto y que iba a predicar. El pueblo acudió de todas partes, al punto que
no podía caber en la iglesia. Subiendo al púlpito, instruyó el reformador a sus oyentes; con notable sabiduría y mansedumbre los
exhortó y los amonestó.
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Refiriéndose en su sermón a las medidas violentas de que algunos habían echado mano para abolir la misa, dijo: “La misa es
una cosa mala. Dios se opone a ella. Debería abolirse, y yo desearía que en su lugar se estableciese en todas partes la santa cena del
Evangelio. Pero no apartéis de ella a nadie por la fuerza. Debemos dejar el asunto en manos de Dios. No somos nosotros los qu e
hemos de obrar, sino su Palabra… Prediquemos; y confiemos lo demás a Dios. Si me resuelvo a hacer uso de la fuerza, ¿qué
conseguiré? Fingimientos, formalismo, ordenanzas humanas, hipocresía.... Pero en todo esto no se hallará sinceridad de corazón, ni
fe, ni amor. Y donde falte esto, todo falta, y yo no daría ni una paja por celebrar una victoria de esta índole… Dios puede hacer más
mediante el mero poder de su Palabra que vosotros y yo y el mundo entero con nuestros esfuerzos unidos. Dios sujeta el corazón, y
una vez sujeto, todo está ganado... Estoy listo para predicar, alegar y escribir; pero a nadie constreñiré, porque la fe es un acto
voluntario”. Por siete días consecutivos predicó Lutero a las ansiosas muchedumbres. La Palabra de Dios quebrantó la esclavitud del
fanatismo. El poder del Evangelio hizo volver a la verdad al pueblo que se había descarriado.
LA BIBLIA SE TRADUCE AL ALEMÁN
A su regreso de la Wartburg, terminó Lutero su traducción del Nuevo Testamento y no tardó el Evangelio en ser ofrecido al
pueblo de Alemania en su propia lengua. Esta versión fue recibida con agrado por todos los amigos de la verdad, pero fue vilmente
desechada por los que preferían dejarse guiar por las tradiciones y los mandamientos de los hombres. Se alarmaron los sacerdotes al
pensar que el pueblo iba a poder discutir con ellos los preceptos de la Palabra de Dios y descubrir la ignorancia de ellos.
Roma puso en juego toda su autoridad para impedir la circulación de las Santas Escrituras; pero los decretos, los anatemas y el
mismo tormento eran inútiles. Cuanto más se condenaba y prohibía la Biblia, mayor era el afán del pueblo por conocer lo que ella
enseñaba. Todos los que sabían leer deseaban con ansia estudiar la Palabra de Dios por sí mismos. La llevaban consigo, la leí an y
releían, y no se quedaban satisfechos antes de saber grandes trozos de ella de memoria. Viendo la buena voluntad con que fue acogido
el Nuevo Testamento, Lutero dio comienzo a la traducción del Antiguo y la fue publicando por partes conforme las iba terminando.
Sus escritos tenían aceptación en la ciudad y en las aldeas. “Lo que Lutero y sus amigos escribían, otros (colportores) se
encargaban de esparcirlo por todas partes. Los monjes que habían reconocido el carácter ilegítimo de las obligaciones monacal es y
deseaban cambiar su vida de indolencia por una de actividad, pero se sentían muy incapaces de proclamar por sí mismos la Palabra de
Dios, cruzaban las provincias vendiendo los escritos de Lutero y sus colegas.
Estos escritos eran estudiados con profundo interés por ricos y pobres, por letrados e ignorantes. De noche, los maestros de las
escuelas rurales los leían en alta voz a pequeños grupos que se reunían al amor de la lumbre. Cada esfuerzo que en este senti do se
hacía convencía a algunas almas de la verdad, y ellas a su vez habiendo recibido la Palabra con alegría, la comunicaban a otros. El
estudio de la Biblia no sólo purificaba y ennoblecía la naturaleza espiritual de la gente, sino que daban nuevas fuerzas y vigor a la
inteligencia. Se veían a personas de todas las clases sociales defender, con la Biblia en la mano, las doctrinas de la Reforma.
Las multitudes se congregaban para escuchar a hombres de poca ilustración defender la verdad y hasta discutir acerca de ella
con teólogos instruídos y elocuentes. La vergonzosa ignorancia de estos grandes hombres se descubría tan luego como sus argumentos
eran refutados por las sencillas enseñanzas de la Palabra de Dios. Los hombres de trabajo, los soldados y hasta los niños, estaban más
familiarizados con las enseñanzas de la Biblia que los sacerdotes y los sabios doctores. En vano se mancomunaban las autoridades
civiles y eclesiásticas para detener el avance de la herejía. Inútilmente recurrían a la cárcel, al tormento, al fuego y a la espada.
Millares de creyentes sellaban su fe con su sangre, pero la obra seguía adelante. La persecución no servía sino para hacer cundir la
verdad, y el fanatismo que Satanás intentara unir a ella, no logró sino hacer resaltar aun más el contraste entre la obra diabólica y la de
Dios.
Capítulo IV:
LA PROTESTA DE LOS PRÍNCIPES
A pesar del edicto de Worms, que colocaba a Lutero fuera de la ley, y prohibía enseñar o creer sus doctrinas, la calma religiosa
había prevalecido en el imperio. La providencia de Dios había contenido las fuerzas que se oponían a la verdad. En 1526, la dieta de
Spira había concedido a cada estado plena libertad en asuntos religiosos, hasta que se lograra realizar un concilio general.
Carlos V se esforzaba por aniquilar la Reforma, pero muchas veces, al intentar dañarla, se veía obligado a desviar el golpe. Vez
tras vez había parecido inevitable la inmediata destrucción de los que se atrevían a oponerse a Roma; pero, en el momento crítico,
aparecían los ejércitos de Turquía en las fronteras del oriente, o bien el rey de Francia o el papa mismo, celosos de la grandeza del
emperador, le hacían la guerra; y de esta manera, entre el tumulto y las contiendas de las naciones la Reforma había podido extenderse
y fortalecerse.
DECISIÓN DE LOS PRÍNCIPES EVANGÉLICOS
Los príncipes evangélicos se reunieron para conferenciar, los miembros se miraban unos a otros con manifiesto desaliento.
Todos se preguntaban unos a otros: "¿Qué hacer?" Estaban en juego grandes consecuencias para el porvenir del mundo. "¿Debían
someterse los jefes de la Reforma y obedecer el edicto?
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A pesar de que a los príncipes luteranos y a sus súbditos se les garantizaba el libre ejercicio de su culto, esto se concedía como
un favor no como un derecho y además nadie más tendría derecho de gozar de libertad religiosa por lo tanto los príncipes guiados por
Dios decidieron rechazar el nuevo decreto, dijeron: “En asuntos de conciencia la mayoría no tiene poder”. “Es al decreto de 1526 al
que debemos la paz de que disfruta el imperio su abolición llenaría a Alemania de disturbios y facciones. Es incompetente la dieta
para hacer más que conservar la libertad religiosa hasta tanto que se reúna un concilio general."
Proteger la libertad de conciencia es un deber del estado, y es el límite de su autoridad en materia de religión.
TRATAN DE PERSUADIR A LOS PRÍNCIPES
El rey Fernando, representante del emperador ante la dieta, vio que el decreto causaría serios disturbios, a menos que se
indujese a los príncipes a aceptarlo y apoyarlo. En vista de esto, apeló al arte de la persuasión, pues sabía muy bien que emplear la
fuerza contra semejantes hombres no tendría otro resultado que confirmarlos más en sus resoluciones.
Suplicó a los príncipes que aceptasen el decreto, asegurándoles que este acto llenaría de regocijo al emperador. Pero estos
hombres leales reconocían una autoridad superior a todos los gobernantes de la tierra, y contestaron con toda calma: "Nosotros
obedeceremos al emperador en todo aquello que contribuya a mantener la paz y la gloria de Dios."
Finalmente manifestó el rey al elector y a sus amigos en presencia de la dieta que el edicto "iba a ser promulgado como decreto
imperial," y que "lo único que les quedaba era someterse a la decisión de la mayoría." Y habiéndose expresado así, salió de la
asamblea, sin dar oportunidad a los reformadores para discutir o replicar. "En vano éstos le mandaron mensajeros para instarle a que
volviera." A las súplicas de ellos, sólo contestó: "Es asunto concluido; no queda más que la sumisión."
Pero aunque débiles en número, y en desacuerdo con Roma, los príncipes cristianos tenían fuerza porque apelaban de las
decisiones de la dieta a la Palabra de Dios, y del emperador Carlos V a Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores.
DECLARACIÓN DE LOS PRÍNCIPES EVANGÉLICOS
Como Fernando se negara a tener en cuenta las convicciones de los príncipes, decidieron éstos no hacer caso de su ausencia,
sino presentar sin demora su protesta ante el concilio nacional. Se formuló en consecuencia una declaración que fue presentada a la
dieta diciendo los príncipes que no darían su consentimiento ni se unirían de manera alguna al propuesto decreto.
Este acto produjo honda impresión en el ánimo de la dieta. La mayoría de ella se sorprendió y alarmó ante el valor y la energía
de los que suscribían semejante protesta. El porvenir se presentaba incierto y proceloso. Las disensiones, las contiendas y el
derramamiento de sangre parecían inevitables. Pero los reformadores, firmes en la justicia de su causa, y entregándose en brazos del
Omnipotente, se sentían "fuertes y animosos."
El valor, la fe y la rectitud de aquellos hombres de Dios, aseguraron para las edades futuras la libertad de pensamiento y la
libertad de conciencia. Esta protesta dio a la iglesia reformada el nombre de protestante. La protesta de Spira fue un solemne
testimonio contra la intolerancia religiosa y una declaración en favor del derecho que asiste a todos los hombres para adorar a Dios
según les dicte la conciencia.
EL DIA MÁS GRANDE DE LA REFORMA
Para calmar las disensiones que perturbaban al imperio, Carlos V, un año después de la protesta de Spira del 1529, convocó una
dieta en Augsburgo, manifestando que él mismo la presidiría en persona. Y a ella fueron convocados los jefes de la causa protestante.
El elector de Sajonia y su comitiva se encaminaron a Augsburgo. Todos conocían el peligro que les amenazaba, y muchos
seguían adelante con triste semblante y corazón turbado. Pero Lutero, que los acompañó hasta Coburgo, reanimó su débil fe cantando
el himno escrito en el transcurso de aquel viaje: "Castillo fuerte es nuestro Dios."
Los príncipes reformados habían resuelto redactar una exposición sistemática de sus opiniones, con pruebas de las Santas
Escrituras, y presentarla a la dieta; y la preparación de ella fue encomendada a Lutero, Melanchton y sus compañeros. Esta confesión
fue aceptada por los protestantes como expresión genuina de su fe, y se reunieron para firmar tan importante documento.
Llegó el momento señalado para comparecer ante el emperador. Carlos V, sentado en su trono, rodeado de los electores y los
príncipes, dio audiencia a los reformadores protestantes. Se dió lectura a la confesión de fe de éstos. Fueron presentadas con toda
claridad las verdades del Evangelio ante la augusta asamblea, y señalados los errores de la iglesia papal. Con razón fue llamado aquel
día "el día más grande de la Reforma y uno de los más gloriosos en la historia del cristianismo y de la humanidad."
Varios príncipes alemanes fueron convertidos a la fe reformada, y el mismo emperador declaró que los artículos protestantes
contenían la verdad. La confesión fue traducida a muchos idiomas y circuló por toda Europa, y en las generaciones subsiguient es
millones la aceptaron como expresión de su fe.
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Capítulo X:
LA REFORMA EN LOS PAÍSES BAJOS
En los Países Bajos se levantó muy temprano una enérgica protesta contra la tiranía papal. Setecientos años antes de los
tiempos de Lutero, dos obispos que habían sido enviados en delegación a Roma, al darse cuenta del verdadero carácter de la "santa
sede," dirigieron sin temor al pontífice romano las siguientes acusaciones: “Dios Os introducís en el templo del Señor y en él os
eleváis como Dios; en vez de pastor, sois el lobo de las ovejas”
Otros hombres se levantaron Siglo tras Siglo para repetir esta protesta. Y aquellos primitivos maestros que, atravesando
diferentes países y conocidos con diferentes nombres, poseían el carácter de los misioneros valdenses y esparcían por todas partes el
conocimiento del Evangelio, penetraron en los Países Bajos. Sus doctrinas cundieron con rapidez. Tradujeron la Biblia valdense en
verso del Siglo XII al holandés.
EL MINISTERIO DE MENNO SIMONIS
De una de las provincias de Holanda vino Menno Simonis. Educado católico romano, y ordenado para el sacerdocio,
desconocía por completo la Biblia, y no quería leerla por temor de ser inducido en herejía. Después de algún tiempo, fue indu cido a
estudiar el Nuevo Testamento, y esto unido a los escritos de Lutero, le hizo abrazar la fe reformada.
Poco después, presenció en un pueblo vecino la decapitación de un hombre por el delito de haber sido bautizado de nuevo. Esto
le indujo a estudiar las Escrituras para investigar el asunto del bautismo de los niños. No pudo encontrar evidencia alguna en favor de
eso, pero comprobó que en todos los pasajes relativos al bautismo, la condición impuesta para recibirlo era que se manifestase
arrepentimiento y fe.
Menno abandonó la iglesia romana y consagró su vida a enseñar las verdades que había recibido. Se opuso con energía a
doctrinas erróneas enseñadas por unos fanáticos. Viajó durante veinticinco años, con su esposa y sus hijos, exponiendo muchas veces
su vida. Atravesó los Países Bajos y el norte de Alemania. Sus partidarios eran dispersados y oprimidos. Y sin embargo, a pesar de
todo, era muy grande el número de los que eran convertidos por su ministerio.
PERSECUCIÓN EN LOS PAISES BAJOS
En ninguna parte fueron recibidas las doctrinas reformadas de un modo tan general como en los Países Bajos. Y en pocos
países sufrieron sus adherentes tan espantosas persecuciones. En Alemania Carlos V había publicado edictos contra la Reforma, y de
buena gana hubiera llevado a la hoguera a todos los partidarios de ella; pero allí estaban los príncipes oponiendo una barrera a su
tiranía.
En los Países Bajos su poder era mayor, y los edictos de persecución se seguían unos a otros en rápida sucesión. Leer la Biblia,
oírla leer, predicarla, o aun referirse a ella en la conversación, orar a Dios en secreto, abstenerse de inclinarse ante las imágenes, o
cantar un salmo era incurrir en la pena de muerte por la hoguera, aun los que se retractaban de sus errores eran condenados, si eran
hombres, a ser degollados, y si eran mujeres, a ser enterradas vivas. Millares perecieron durante los reinados de Carlos y de Felipe II.
En cierta ocasión llevaron ante los inquisidores a toda una familia acusada de no oír misa y de adorar a Dios en su casa.
Interrogado el hijo menor respecto de las prácticas de la familia, contestó: "Nos hincamos de rodillas y pedimos a Dios que ilumine
nuestra mente y nos perdone nuestros pecados. Rogamos por nuestro soberano, para que su reinado sea próspero y su vida feliz.
Pedimos también a Dios que guarde a nuestros magistrados. Algunos de los jueces quedaron hondamente conmovidos, pero, no
obstante, el padre y uno de los hijos fueron condenados a la hoguera.
La ira de los perseguidores era igualada por la fe de los mártires. No sólo los hombres sino aun delicadas señoras y doncellas
desplegaron un valor inquebrantable. "Las esposas se colocaban al lado de sus maridos en la hoguera y mientras éstos eran envueltos
en las llamas, ellas los animaban con palabras de consuelo, o cantándoles" salmos. "Las doncellas, al ser enterradas vivas, se acostaban
en sus tumbas con la tranquilidad con que hubieran entrado en sus aposentos o subían a la hoguera y se entregaban a las llamas,
vestidas con sus mejores galas, lo mismo que si fueran a sus bodas.
Finalmente, la revolución acaudillada por el noble Guillermo de Orange dio a Holanda la libertad de adorar a Dios.
TAUSEN, EL REFORMADOR DE DINAMARCA
Tausen era hijo de un campesino. Desde su temprana edad dio pruebas de poseer una inteligencia vigorosa; tenía sed de
instruirse; pero no pudiendo aplacarla, debido a las circunstancias de sus padres, entró en un claustro. Allí la pureza de su vida, su
diligencia y su lealtad le granjearon la buena voluntad de su superior.
Los exámenes demostraron que tenía talento y que podría prestar buenos servicios a la iglesia. Se resolvió permitirle que se
educase en una universidad de Alemania o de los Países Bajos. Se le concedió libertad para elegir la escuela a la cual quisiera asistir,
siempre que no fuera la de Wittenberg. No convenía exponer al educando a la ponzoña de la herejía, pensaban los frailes.
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Tausen fue a Colonia, que era en aquella época uno de los baluartes del romanismo. Pronto le desagradó el misticismo de los
maestros de la escuela. Por aquel mismo tiempo llegaron a sus manos los escritos de Lutero. Los leyó maravillado y deleitado; y sintió
ardientes deseos de recibir instrucción personal del reformador. Pero no podía conseguirlo sin ofender a su superior monástico ni sin
perder su sostén. Pronto tomó su resolución, y se matriculó en la universidad de Wittenberg.
Cuando volvió a Dinamarca se reintegró a su convento. Nadie le sospechaba contagiado de luteranismo; tampoco reveló él su
secreto, sino que se esforzó, sin despertar los prejuicios de sus compañeros, en conducirlos a una fe más pura y a una vida más santa.
Abrió las Sagradas Escrituras y explicó el verdadero significado de sus doctrinas, y finalmente le predicó a Cristo como la justicia de
los pecadores, y su única esperanza de salvación. Grande fue la ira del prior, que había abrigado firmes esperanzas de que Tausen
llegase a ser valiente defensor de Roma. Inmediatamente lo cambiaron a otro monasterio, y lo confinaron en su celda, bajo estricta
vigilancia. Pronto algunos de los monjes se declaraban ganados al protestantismo.
Un edicto real, que se acababa de promulgar, ofrecía protección a los propagadores de la nueva doctrina. Tausen principió a
predicar. Las iglesias le fueron abiertas y el pueblo acudía en masa a oírle. Había también otros que predicaban la Palabra de Dios. El
Nuevo Testamento fue traducido en el idioma dinamarqués y circuló con profusión. Los esfuerzos que hacían los papistas para
detener la obra sólo servían para esparcirla más y más, y al poco tiempo Dinamarca declaró que aceptaba la fe reformada.
LA REFORMA EN SUECIA
Dos de los caudillos de la Reforma de Suecia, Olaf y Lorenzo Petri, hijos de un herrero de Orebro, estudiaron bajo la
dirección de Lutero y de Melanchton, y con diligencia se pusieron a enseñar las mismas verdades en que fueron instruídos. Como el
gran reformador, Olaf, con su fervor y su elocuencia despertaba al pueblo, mientras que Lorenzo, como Melanchton, era sabio,
juicioso, y de ánimo sereno. Ambos eran hombres de piedad ardiente, de profundos conocimientos teológicos y de un valor a toda
prueba al luchar por el avance de la verdad.
No faltó la oposición de los papistas. Los sacerdotes católicos incitaban a las multitudes ignorantes y supersticiosas. La turba
asaltó repetidas veces a Olaf Petri, y en más de una ocasión sólo a duras penas pudo escapar con vida. Sin embargo, estos
reformadores eran favorecidos y protegidos por el rey, por que este decidió reformar la iglesia y el estado ya que el pueblo estaba
dividido y luchaban unos con otros.
En presencia del monarca y de los hombres principales de Suecia, Olaf Petri defendió con mucha habilidad las doctrinas de la
fe reformada, contra los campeones del romanismo. Manifestó que las doctrinas de los padres de la iglesia no debían aceptarse sino
cuando concordasen con lo que dice la Sagrada Escritura, y que las doctrinas esenciales de la fe están expresadas en la Biblia de un
modo claro y sencillo, que todos pueden entender. Probó que los decretos de la iglesia no tienen autoridad cuando están en pugna con
los mandamientos de Dios, y sostuvo el gran principio protestante de que "la Biblia y la Biblia sola" es la regla de fe y práctica.
Como consecuencia de estas discusiones, el rey de Suecia aceptó la fe protestante, y poco después la asamblea nacional se
declaró también en favor de ella. El Nuevo Testamento había sido traducido al idioma sueco por Olaf Petri, y por deseo del rey
ambos hermanos emprendieron la traducción de la Biblia entera. De esta manera, el pueblo sueco recibió por primera vez la Palabra de
Dios en su propio idioma. La dieta dispuso que los ministros explicasen las Escrituras por todo el reino, y que en las escuelas se
enseñase a los niños a leer. Libre ya de la opresión de Roma, alcanzó la nación una fuerza y una grandeza que jamás conociera hasta
entonces.
Un Siglo más tarde, fueron los ejércitos de Suecia los que habilitaron a Alemania para rechazar la ola romanista y asegurar
tolerancia para los protestantes -calvinistas y luteranos,- y para devolver la libertad de conciencia a los pueblos que habían aceptado la
Reforma.
Capítulo XI:
LA REFORMA EN ESPAÑA
España era por tradición un pueblo amante de la libertad, por eso fue que la autoridad de los obispos de roma fueron
reconocidos ocho Siglos después de haberse iniciado el poderío papal. Fue en 1483, en hora fatal para España, cuando Fernando e
Isabel permitieron el establecimiento de la Santa Inquisición como tribunal permanente en Castilla y su restablecimiento en Aragón,
con Tomás de Torquemada como inquisidor general.
Con la llegada en 1520 del reinado de Carlos Quinto (nieto del rey Fernando) la represión de las libertades del pueblo siguió
profundizándose a pesar de las apelaciones en la corte y de las revueltas ocasionadas en las ciudades de Castilla para conservar sus
antiguas libertades.
SURGE UN MOVIMIENTO EVANGELISTA
A pesar de tan extraordinarios esfuerzos para despojar a los hombres de sus libertades civiles, religiosas, y hasta del
pensamiento, el ardor del entusiasmo religioso, unido al instinto profundo de la libertad civil, indujo a muchos hombres y mujeres
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piadosos a aferrarse tenazmente a las enseñanzas de la Biblia y a sostener el derecho que tenían de adorar a Dios según los dictados de
su conciencia.
Con la invención de la imprenta se propagó la Biblia por los hogares del pueblo español, y muchos aprendieron a leer la
Palabra de Dios. Entonces se dieron cuenta que habían vivido lejos de las enseñanzas de los fundadores de la iglesia primitiva.
Estaban corrompidos hasta los monjes que supuestamente habían hecho voto de consagración a la fe.
Muchas personas relacionadas a la iglesia y de entre todas las clases sociales notaban las corrupciones que se habían
introducido en la iglesia, y anhelaban la reforma. Por lo que surgieron por todas partes evangelistas inspirados por una doct rina más
pura, estos dieron origen a un nuevo movimiento. A este se unieron muchos católicos cristianos, nobles y muchos miembros del clero
español e italiano. Rápidamente el movimiento se extendió por Alemania y Francia.
LA OBRA DE COLPORTAJE
Ya en 1519 empezaron a aparecer, en forma de pequeños folletos en latín, los escritos de los reformadores de otros países, y
meses después, aparecieron obras escritas casi todas en castellano. Las exposiciones de la libertad del Evangelio que mencionaban
esos escritos no podían dejar de llamar la atención en un país donde el amor a la libertad era tan arraigado. Los tratados y folletos
pasaron de mano en mano. Los amigos del movimiento evangélico en Suiza, Alemania y los Países Bajos seguían mandando a España
gran número de publicaciones.
No era tarea fácil para los comerciantes burlar la vigilancia de los sicarios de la Inquisición. No obstante, los amigos de la
causa perseveraron, hasta que muchos miles de tratados y de libritos fueron introducidos de contrabando, burlando la vigilancia de los
agentes apostados en los principales puertos del Mediterráneo y a lo largo de los pasos del Pirineo.
A veces se metían estas publicaciones dentro de fardos de heno o de yute (cáñamo de las Indias), o en barriles de vino de
Borgoña o de Champaña.
A veces iban empaquetadas en un barril interior impermeable dentro de otro barril más grande lleno de vino. Año tras año,
durante la mayor parte del Siglo XVI, se hicieron esfuerzos constantes para abastecer al pueblo con Testamentos y Biblias en
castellano y con los escritos de los reformadores, gracias a los esfuerzos de los comerciantes y colportores. Esto sucedía así
especialmente en las provincias del norte, en Cataluña, Aragón y Castilla la Vieja, donde los valdenses habían sembrado
pacientemente la semilla.
Uno de los colportores más tesoneros y afortunados en la empresa fue Julián Hernández, un enano que, disfrazado a menudo
de buhonero o de carretero, hizo muchos viajes a España, cruzando los Pirineos o entrando por alguno de los puertos del sur de
España.
LOS POLITICOS REFORMADOS
Alfonso de Valdés secretario imperial que acompañó a Carlos Quinto con motivo de su coronación en 1520, y a la dieta de
Worms, en 1521, Alfonso aprovechó su viaje a Alemania y a los Países Bajos para informarse bien respecto al origen y a la
propagación del movimiento evangélico, y escribió dos cartas a sus amigos de España haciendo un relato completo de cuanto había
oído, incluso un informe detallado de la comparecencia de Lutero ante la dieta.
Unos diez años después estuvo con Carlos Quinto en la dieta de Augsburgo, donde tuvo oportunidad para conversar libremente
con Melanchton, le dijo que se le había encargado decirle que su majestad deseaba que escribiera un compendio claro de las opiniones
de los luteranos, poniéndolas en oposición, artículo por artículo, con las de sus adversarios.
El reformador Melanchton accedió gustoso al pedido, y el resultado de su labor fue comunicado por Valdés a Campegio,
legado del papa. Luego que Valdés regresó a su país natal, se le acusó ante el 'Santo Oficio' y fue condenado como sospechoso de
luteranismo.
Entre los primeros reformadores españoles que se valieron de la imprenta para esparcir el conocimiento de la verdad bíblica,
hay que mencionar a Juan de Valdés, hermano de Alfonso, sabio jurisconsulto y secretario del virrey español de Nápoles. Sus obras
se caracterizaban por un amor a la libertad. Escritas con gran maestría y agudeza, en estilo ameno y con pensamientos muy ori ginales
contribuyeron grandemente a echar los cimientos del protestantismo en España.
Francisco San Román, natural de Burgos, e hijo del alcalde mayor de Bribiesca, en el curso de sus viajes comerciales tuvo
oportunidad de visitar a Bremen, donde oyó predicar las doctrinas evangélicas. De regreso a Amberes fue encarcelado durante ocho
meses, luego se le permitió proseguir su viaje a España, donde se creía que guardaría silencio. Pero no pudo callar lo que había
escuchado y por lo tanto fue entregado a la Inquisición en Valladolid. Se le realizó un corto proceso. Confesó abiertamente su fe en las
principales doctrinas de la Reforma, y ni con súplicas ni con torturas pudo inducírsele a que se retractara; se le sentenció, a la hoguera,
y sufrió el martirio en un notable acto de fe, en 1544.
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LA REFORMA EN VALLADOLID
Hacía casi 250 años que la doctrina reformada había llegado por primera vez a Valladolid, pero sus discípulos (más o menos
dos mil personas) se habían contentado con guardarla en sus corazones o hablar de ella con la mayor cautela a sus amigos de confianza
y por eso no se conocían entre sí los que amaban la reforma. Con el martirio de San Román, la gente empezó a expresar simpatía por
su suerte, o de admiración por sus opiniones, y esto sirvió para que pudieran reconocerse unos a otros los que estaban de acuerdo con
la nueva fe.
Pocos años después del martirio de Francisco San Román, los simpatizantes de la reforma se organizaron y formaron una
iglesia que se reunía con regularidad, en privado, para la instrucción y el culto religioso. Esta iglesia tuvo por primer pastor a
Domingo de Rojas. “Su padre fue Don Juan, primer marqués de Poza; su madre fue hija del conde de Salinas, y descendía de la
familia del marqués de la Mota.
Además de los libros de los reformadores alemanes, con los que estaba familiarizado, Domingo de Rojas propagó ciertos
escritos suyos, y particularmente un tratado con el título de “Explicación de los artículos de fe”, que contenía una corta exposición y
defensa de las nuevas opiniones. Rechazaba como contraria a las Escrituras la doctrina del purgatorio, la misa y otros artículos de la fe
establecida. Merced a sus exhortaciones llenas de celo, muchos fueron inducidos a unirse a la iglesia reformada de Valladolid, entre
los que se contaban varios miembros de la familia del mismo Rojas, como también de la del marqués de Alcañices y de otras familias
nobles de Castilla. Después de algunos años de servicio en la buena causa, Rojas sufrió el martirio de la hoguera.
El Dr. Don Agustín Cazalla, compañero y sucesor de Rojas, era hijo de Pedro Cazalla, oficial mayor del tesoro real y se le
consideraba como a uno de los principales oradores sagrados de España. En 1545 fue nombrado capellán del emperador a quien
acompañó el año siguiente a Alemania, y ante quien predicó ocasionalmente años después, cuando Carlos Quinto se hubo retirado al
convento de Yuste.
De 1555 a 1559 tuvo Cazalla oportunidad para pasar larga temporada en Valladolid, de donde era natural su madre, en cuya
casa solía reunirse secretamente para el culto de la iglesia protestante. No pudo resistir a las repetidas súplicas con que se le instó para
que se hiciera cargo de los intereses espirituales de ésta; la cual, favorecida con el talento y la nombradía del nuevo pastor, creció
rápidamente en número y respetabilidad.
En Valladolid la doctrina reformada penetró hasta en los monasterios. Fue abrazada por gran número de las monjas de Santa
Clara, y de la orden cisterciense de San Belén, y contaba con personas convertidas entre la clase de mujeres devotas, llamadas beatas,
que se dedicaban a obras de caridad. Las doctrinas protestantes se esparcieron por todas partes alrededor de Valladolid, habiendo
convertidos en casi todas las ciudades y en muchos de los pueblos del antiguo reino de León. En la ciudad de Toro fueron aceptadas
las nuevas doctrinas por Antonio Herrezuelo, abogado de gran talento, y por miembros de las familias de los marqueses de la Mota y
de Alcañices. En la ciudad de Zamora, Don Cristóbal de Padilla era cabeza de los protestantes.
LA REFORMA EN SEVILLA
Al paso que la Reforma se propagaba por todo el norte de España, con Valladolid por centro, una obra de igual importancia,
centralizada en Sevilla, se llevaba a cabo en el sur. Gracias a una serie de circunstancias providenciales, Rodrigo de Valero, joven
acaudalado, fue inducido a apartarse de los deleites y pasatiempos de los ricos ociosos y a hacerse heraldo del Evangelio de Cristo.
Consiguió un ejemplar de la Vulgata, y aprovechaba todas las oportunidades para aprender el latín, en que estaba escrita su
Biblia. A fuerza de estudiar día y noche, pronto logró familiarizarse con las enseñanzas de las Sagradas Escrituras. Entonces Rodrigo
salió a las plazas, las calles y a las gradas de Sevilla a explicar al pueblo y a los romanistas cuánto se habían apartado del cristianismo
primitivo.
El más distinguido entre los conversos de Rodrigo de Valero fue el Dr. Egidio apodado Juan Gil, canónigo mayor de la corte
eclesiástica de Sevilla. Logró ganar convertidos a Cristo, y además logró educar mártires para la verdad. El Dr. Egidio contaba entre
sus convertidos al Dr. Vargas, como también al Dr. Constantino Ponce de la Fuente, hombre de talento poco común, que había
predicado durante muchos años en la catedral de Sevilla, y quien en 1539, pronunció la oración fúnebre con motivo de la muert e de la
emperatriz. En 1548 el Dr. Constantino acompañó, por mandato real, al príncipe Felipe a los Países Bajos para hacer ver a los
flamencos que no le faltaban a España sabios y oradores corteses. De regreso a Sevilla Constantino predicaba regularmente en la
catedral cada dos domingos. Cuando el tenía que predicar la iglesia se llenaba a las tres de la madrugada, aunque por lo regular el
culto era a las ocho de la mañana.
Era, en verdad, una grandísima bendición para los creyentes protestantes de Sevilla, tener como guías espirituales a hombres
como los Dres. Egidio y Vargas, y el elocuente Constantino que cooperó con tanto ánimo y de un modo incansable para el adelanto de
la causa que tanto amaban. Constantino instruía al pueblo de Sevilla desde el púlpito, y se ocupaba en propagar el conocimiento
religioso por el país por medio de la prensa. Un hecho histórico y singular fue el que Carlos Quinto escogiera uno de los libros del Dr.
Constantino como una de las treinta obras favoritas que constituían aproximadamente toda su biblioteca.
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El pequeño grupo de Sevilla creció y llego a ser el tronco principal del que se tomaron ramas para plantarlas en las ciudades
vecinas.
LOS FRAILES REFORMADOS
La reforma llegó hasta algunos de los monasterios, que a su vez se volvieron centros de luz y bendición. El capellán del
monasterio dominicano de San Pablo propagaba con celo las doctrinas reformadas. Se contaban discípulos en el convento de Santa
Isabel y en otras instituciones religiosas de Sevilla y sus alrededores.
Pero fue en el convento Jeronimiano de San Isidro del Campo, uno de los más célebres monasterios de España, situado a unos
dos kilómetros de Sevilla, donde la luz de la verdad divina brilló con más fulgor.
Uno de los monjes, García de Arias, llamado vulgarmente Dr. Blanco, enseñaba precavidamente a sus hermanos que el recitar
en los coros de los conventos, de día y de noche, las sagradas plegarias, ya rezando ya cantando, no era rogar a Dios; que los ejercicios
de la verdadera religión eran otros que los que pensaba el vulgo religioso; que debían leerse y meditarse con suma atención las
Sagradas Escrituras, y que sólo de ellas se podía sacar el verdadero conocimiento de Dios y de su voluntad. Esta enseñanza la puso
hábilmente en realce otro monje, Casiodoro de Reyna, que se hizo célebre posteriormente traduciendo la Biblia en el idioma de su
país.
La instrucción dada por tan notables personalidades preparó el camino para “el cambio radical” que, en 1557, fue introducido
en los asuntos internos de aquel monasterio. Los frailes recibieron varios ejemplares de las Escrituras y de libros protestantes escritos
en castellano. Entonces él párroco y otros oficiales, de acuerdo con la congregación, resolvieron reformar su institución religiosa.
Las horas que habían llamadas “horas de rezo” fueron dedicadas a oír conferencias sobre las Escrituras; los rezos por los
difuntos fueron substituídos con enseñanzas para los vivos; se suprimieron por completo las indulgencias, se dejaron las imágenes,
pero ya no se las reverenciaba; la temperancia habitual substituyó a los ayunos supersticiosos; y a los novicios se les instruía en los
principios de la verdadera piedad, en lugar de iniciarlos en los hábitos ociosos y degradantes del monaquismo. Del sistema antiguo no
quedaba más que el hábito monacal y la ceremonia exterior de la misa, que no podían abandonar sin exponerse a inevitable e
inminente peligro.
Los buenos efectos de semejante cambio no tardaron en dejarse sentir fuera del monasterio de San Isidro del Campo. Por medio
de sus pláticas y de la circulación de libros, aquellos diligentes monjes difundieron el conocimiento de la verdad por las comarcas
vecinas y la dieron a conocer a muchos que vivían en ciudades bastante distantes de Sevilla.
LA BIBLIA SE TRADUCE AL CASTELLANO
Hacía unos cuarenta años que las primeras publicaciones que contenían las doctrinas reformadas habían penetrado en España.
Los esfuerzos combinados de la iglesia católica romana no habían logrado contrarrestar el avance secreto del movimiento, y año tras
año la causa del protestantismo se había robustecido, hasta contarse por miles los adherentes a la nueva fe.
De cuando en cuando se iban algunos a otros países para gozar de la libertad religiosa. La desaparición de estos creyentes,
muchos de los cuales se habían destacado en la vida política y religiosa, había despertado, desde hacía mucho tiempo, las sospechas de
la Inquisición. Y andando el tiempo, algunos de los ausentes fueron descubiertos en el extranjero, desde donde se afanaban por
fomentar la causa protestante en España. Esto indujo a creer que había muchos protestantes en España. Empero los creyentes habían
sido tan discretos, que ninguno de los familiares de la Inquisición podía ni siquiera fijar el paradero de ellos.
En 1556 Juan Pérez, que vivía al momento en Ginebra, terminó su versión castellana del Nuevo Testamento. Esta edición,
junto con ejemplares del catecismo español que preparó el año siguiente y con una traducción de los Salmos, deseaba mandarla a
España, pero durante algún tiempo le fue imposible encontrar a alguien que estuviese dispuesto a acometer tan arriesgada empresa.
Finalmente, Julián Hernández, el fiel colportor, se ofreció a hacer la prueba. Colocando los libros dentro de dos grandes barriles,
logró burlar los secuaces de la Inquisición y llegó a Sevilla, desde donde se distribuyeron rápidamente los preciosos volúmenes. Esta
edición del Nuevo Testamento fue la primera versión protestante que alcanzara gran circulación en España.
Durante su viaje, Hernández había dado un ejemplar del Nuevo Testamento a un herrero en Flandes. El herrero enseñó el libro
a un cura que obtuvo del donante una descripción de la persona que se lo había dado a él, y la transmitió inmediatamente a los
inquisidores de España. Por eso los inquisitoriales le acecharon a su regreso y le detuvieron cerca de la ciudad de Palma. Le volvieron
a conducir a Sevilla, y le encerraron entre los muros de la Inquisición, donde durante más de dos años se hizo cuanto fue posible para
inducirle a que delatara a sus amigos, pero sin resultado alguno. Fiel hasta el fin, sufrió valientemente el martirio de la hoguera,
gozoso de haber sido honrado con el privilegio de introducir la luz de la verdad divina en su descarriado país.
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PERSECUCIÓN EN ESPAÑA
Por aquel tiempo, uno de los agentes secretos de la Santa Inquisición consiguió informes sobre la iglesia de Valladolid.
Inmediatamente se ordenó que se hicieran investigaciones en cada una de las jurisdicciones, así se consiguieron los nombres de
centenares de creyentes, y al tiempo señalado y sin previo aviso, fueron éstos capturados simultáneamente y encarcelados. Los
miembros nobles de las prósperas iglesias de Valladolid y de Sevilla, los monjes que permanecieron en el monasterio de San Isidro del
Campo, los fieles creyentes que vivían lejos en el norte, al pie de los Pirineos, y otros más en Toledo, Granada, Murcia y Valencia,
todos se vieron de pronto encerrados entre los muros de la Inquisición, para sellar luego su testimonio con su sangre. Entre los
primeros que fueron apresados en Sevilla figuraba el Dr. Constantino Ponce de la Fuente, que había trabajado tanto tiempo sin
despertar sospechas.
Tal fue la suerte que corrieron muchos que en España se habían identificado íntimamente con la Reforma protestante en el
Siglo XVI, pero de esto “no debemos sacar la conclusión de que los mártires españoles sacrificaran sus vidas y derramaran su sangre
en vano. Ofrecieron a Dios sacrificios de grato olor. Dejaron en favor de la verdad un testimonio que no se perdió del todo.
Capítulo XII:
LA REFORMA EN FRANCIA
En Francia se iniciaron labores de reforma por muchos hombres valientes siervos de Dios, mucho antes que el nombre de
Lutero fuese conocido como el de un reformador.
LA OBRA REALIZADA POR LEFEVRE
Lefevre fue un hombre de muchos conocimientos, catedrático de la universidad de París, y fiel discípulo del papa. Era
apasionado adorador de los santos y decidió hacer una investigación para preparar una historia de éstos y de los mártires como la dan
las leyendas de la iglesia. Ésta era una magna obra a la cual se había consagrado; pero ya estaba muy adelantado en ella cuando
decidió estudiar la Biblia con el propósito de obtener de ella datos para su libro. En el sagrado libro halló santos, pero no como los que
figuran en el calendario romano. Perplejo y disgustado abandonó el trabajo que se había propuesto, y se consagró a la Palabra de Dios.
Pronto, en 1512 antes que Lutero y Zuinglio, comenzó a enseñar las preciosas verdades que encontraba en ella a sus
estudiantes.
Lefevre se encargó de traducir el Nuevo Testamento al francés y al mismo tiempo que la Biblia alemana de Lutero salía de la
imprenta en Wittenberg, el Nuevo Testamento francés se publicaba en Meaux. El obispo de Meaux no omitió esfuerzo ni gasto
alguno para hacerlo circular entre sus feligreses, y muy pronto el pueblo de Meaux se vio en posesión de las Santas Escrituras. Pronto
se notó un cambio muy notable en todas estas comunidades. Al obispo de Meaux, le obligaron a elegir entre la hoguera y la
retractación, y optó por retractarse; pero sus seguidores se mantuvieron firme a la reforma. Muchos dieron testimonio de la verdad
entre las llamas.
LA OBRA REALIZADA POR GUILLERMO FAREL
Guillermo Farel fue uno de los discípulos de Lefevre. Era hijo de padres piadosos y se le había enseñado a aceptar con fe
implícita las enseñanzas de la iglesia católica. Era devoto romanista, el decía que le rechinaba los dientes como un lobo furioso,
cuando oía que alguno hablaba en contra del papa. En compañía de Lefevre, adoraba en los altares y adornaba con ofrendas los santos
relicarios. Pero estas observancias no podían infundir paz a su alma. Todos los actos de penitencia que practicaba no podían borrar la
profunda convicción de pecado que sentía sobre él. Oyó como una voz del cielo las palabras del reformador: “La salvación es por
gracia.” “Es sólo la cruz de Cristo la que abre las puertas del cielo, y la que cierra las del infierno.” Farel aceptó gozoso la verdad.
Entre tanto que Lefevre continuaba esparciendo entre los estudiantes la luz divina, Farel, tan celoso en la causa de Cristo como
lo había sido en la del papa, se dispuso a predicar la verdad en público. Los maestros que se destacaban por su capacidad y talento se
adhirieron a su propagación del Evangelio, la hermana de Francisco I, que era entonces el monarca reinante, abrazó la fe reformada,
el mismo rey y la reina madre simpatizaron con la reforma.
Durante la persecución en Meaux, se prohibió a los predicadores de la Reforma que siguieran en su obra de propaganda, por lo
cual fueron a establecerse en otros campos de acción. Lefevre, al cabo de algún tiempo, se dirigió a Alemania, y Farel volvió a su
pueblo natal, en el este de Francia para esparcir la luz en la tierra de su niñez. Muy pronto las autoridades le impusieron silencio y le
echaron de la ciudad. Ya que no podía trabajar en público, se puso a recorrer los valles y los pueblos, enseñando en casas particulares
y en apartados campos, hallando abrigo en los bosques y en las cuevas de las peñas conocidas por él desde que los frecuentara en los
años de su infancia.
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FAREL PREDICA DESDE SUIZA
Por algunas circunstancias, Farel se vio obligado a huir de la tierra de sus padres. En Suiza colaboró con la obra de Zuinglio,
ayudando a aumentar el interés por la Reforma.
Dedicó gran parte de su tiempo a predicar a sus paisanos franceses cerca de la frontera, Con el auxilio de otros desterrados,
tradujo al francés los escritos del reformador alemán, los escritos de Lutero junto a la Biblia traducida en la lengua popular se
imprimieron en grandes cantidades, que fueron vendidas en toda Francia por los colportores que conseguían esos escritos a bajo precio
y con el producto de la venta avanzaban más y más en el trabajo.
Farel dio comienzo a sus trabajos en Suiza como humilde maestro de escuela. Se retiró a una parroquia apartada y se consagró
a la enseñanza de los niños. Además de las clases usuales requeridas por el plan de estudios, introdujo con mucha prudencia las
verdades de la Biblia, esperando alcanzar a los padres por medio de los niños. Algunos creyeron, pero los sacerdotes se apresuraron a
detener la obra, y los supersticiosos campesinos fueron incitados a oponerse a ella.
Farel andaba de aldea en aldea, y de pueblo en pueblo, a pie, sufriendo hambre, frío, fatigas, y exponiendo su vida en todas
partes. Predicaba en las plazas, en las iglesias y a veces en los púlpitos de las catedrales. En ocasiones se reunía poca gente a oírle; en
otras, interrumpían su predicación con burlas y gritería, y le echaban abajo del púlpito. Más de una vez le dieron golpes hasta dejarlo
medio muerto. Sin embargo seguía firme en su propósito. Aunque le rechazaban a menudo, volvía a la carga con incansable
perseverancia y logró al fin que una tras otra, las ciudades que habían sido los baluartes del papismo abrieran sus puertas al Evangelio.
Fue aceptada la fe reformada en aquella pequeña parroquia donde había trabajado primero. Las ciudades de Morat y de Neuchatel
renunciaron también a los ritos romanos y quitaron de sus templos las imágenes de idolatría.
FAREL SE PROPONE EVANGELIZAR GINEBRA
Farel había deseado mucho plantar en Ginebra el estandarte protestante. El pensaba que si esa ciudad podía ser ganada a la
causa, se convertiría en centro de la Reforma para Francia, Suiza e Italia. Para conseguirlo prosiguió su obra hasta que los pueblos y
las aldeas de alrededor quedaron conquistados por el Evangelio.
Luego entró en Ginebra con un sólo compañero. Pero sólo pudo predicar dos sermones. Los sacerdotes se empeñaron en
conseguir que las autoridades civiles le condenaran, y como no lo lograron, entonces lo citaron a un concejo eclesiástico. Los
sacerdotes llevaron armas bajo sus sotanas resueltos a asesinarle. Fuera de la sala, una furiosa turba, con palos y espadas, se aglomeró
para estar segura de matarle en caso de que lograse escaparse del concejo. La presencia de los magistrados y de una fuerza armada le
salvó de la muerte. Al día siguiente, muy temprano, lo condujeron con su compañero a la ribera opuesta del lago y los dejaron fuera de
peligro. Así terminó su primer esfuerzo para evangelizar a Ginebra.
Para la siguiente tentativa el elegido fue un instrumento menos destacado: un joven de tan humilde apariencia que era tratado
con frialdad hasta por los que profesaban ser amigos de la Reforma. Fromento principió su obra como maestro de escuela. Las
verdades que inculcaba a los niños en la escuela, los niños las repetían en sus hogares. No tardaron los padres en acudir a escuchar la
explicación de la Biblia, hasta que la sala de la escuela se llenó de atentos oyentes. Se distribuyeron gratis folletos y Nuevos
Testamentos que alcanzaron a muchos que no se atrevían a venir públicamente a oír las nuevas doctrinas. Después de algún tiem po
Fromento tuvo que huir; pero las verdades que había propagado quedaron grabadas en la mente del pueblo.
La Reforma se había establecido e iba a desarrollarse y fortalecerse. Volvieron los predicadores, y gracias a sus trabajos, el
culto protestante se arraigó finalmente en Ginebra.
LA PROTESTA DE LUIS DE BERQUIN
En el palacio, había almas grandiosas para quienes la verdad valía más que los tesoros, las categorías sociales y aun que la
misma vida. Luis de Berquín era de noble alcurnia. Cortés y bravo caballero, dedicado al estudio, de elegantes modales y de intachable
moralidad, era discípulo del papa y celoso oyente de misas y sermones, y aborrecía de todo corazón el luteranismo.
Pero, como a otros muchos, la Providencia le condujo a la Biblia, y quedó maravillado de hallar en ella, no las doctrinas de
Roma, sino las doctrinas de Lutero. Desde entonces se entregó con entera devoción a la causa del Evangelio. Los papistas decían: “Es
peor que Lutero.” Y efectivamente, era más temido que Lutero por los romanistas de Francia. Le echaron en la cárcel por hereje, pero
el rey mandó soltarle. La lucha duró varios años. Francisco fluctuaba entre Roma y la Reforma, tolerando y restringiendo
alternadamente el celo de los frailes.
Tres veces fue apresado Berquín por las autoridades papales, para ser librado otras tantas por el monarca, quien, admirando su
genio y la nobleza de su carácter, se negó a sacrificarle a la malicia del clero. Berquín fue avisado repetidas veces del peligro que le
amenazaba en Francia, pero cuanto más cuerpo iban tomando los peligros, más se afirmaba el fervor de Berquín.
Lejos de adoptar el consejo de Erasmo de que solicitara irse de Francia como embajador en Alemania, resolvió no sólo seguir
siendo defensor de la verdad, sino que iba a intentar atacar el error. Berquín entresacó doce proposiciones de los escritos de los
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doctores y frailes de la facultad de teología de la universidad de París, una de las más altas autoridades eclesiásticas de la capital y de
la nación. Berquín declaró públicamente que esas proposiciones eran contrarias a la Biblia, y por lo tanto heréticas; y apeló al rey para
que actuara de juez en la controversia.
El monarca, por la oportunidad de humillar la soberbia de los altivos frailes, ordenó a los romanistas que defendiesen su causa
con la Biblia. Los romanistas sabían que no podrían ganarle a Berquín, entonces buscaban un modo de escapar.
Por aquel tiempo, una imagen de la virgen, que estaba colocada en la esquina de una calle, amaneció mutilada. Esto produjo
gran agitación en la ciudad. Multitud de gente acudió al lugar dando señales de duelo y de indignación. El mismo rey fue hondamente
conmovido. Los monjes aprovechándose de la situación dijeron que eso sucedió por causa de las doctrinas de Berquín, dijeron que
todo iba a ser echado por tierra, la religión, las leyes y el trono mismo, por esa conspiración luterana.
Berquín fue apresado de nuevo. El rey salió de París y los frailes pudieron obrar a su gusto. Enjuiciaron al reformador y le
condenaron a muerte, y para que Francisco no pudiese interponer su influencia para librarle, la sentencia se ejecutó el mismo día en
que fue pronunciada. Berquín fue estrangulado y su cuerpo entregado a las llamas en 1529. La noticia de su muerte entristeció a los
amigos de la Reforma en todas partes de Francia. Pero su ejemplo no quedó sin provecho.
JUAN CALVINO, EL PEQUEÑO SACERDOTE
En una de las escuelas de París se hallaba un joven formal, de ánimo tranquilo, que daba muestras evidentes de poseer una
mente poderosa y perspicaz, y que no era menos notable por la pureza de su vida que por su actividad intelectual y su devoción
religiosa. Su talento y aplicación hicieron pronto de él un motivo de orgullo para el colegio, y se susurraba entre los estudiantes que
Juan Calvino sería un día uno de los más capaces y más ilustres defensores de la iglesia.
Calvino se reunía con frecuencia con su primo hermano para discutir las cuestiones que perturbaban a la cristiandad. Su primo
Olivetán, que se había unido con los reformadores decía: “No hay más que dos religiones en el mundo: Una, que los hombres han
inventado, y según la cual se salva el ser humano por medio de ceremonias y buenas obras; la otra es la que está revelada en la
Biblia y que enseña al hombre a esperar su salvación de la gracia soberana de Dios.” Y Calvino respondió: “No quiero tener nada
que ver con ninguna de vuestras nuevas doctrinas ¿creéis que he vivido en el error todos los días de mi vida?”
Pero se despertaron en su mente pensamientos que ya no podía eliminar de su mente. A solas en su aposento meditaba en las
palabras de su primo. El sentimiento del pecado se había apoderado de su corazón; se veía sin intercesor en presencia de un Juez santo
y justo. La mediación de los santos, las buenas obras, las ceremonias de la iglesia, todo ello le parecía ineficaz para expiar el pecado.
Un día pasaba por casualidad por una plaza pública, presenció la muerte de un hereje en la hoguera. Se llenó de admiración al
ver la expresión de paz que se pintaba en el rostro del mártir. En medio de las torturas de una muerte espantosa, y b ajo la terrible
condenación de la iglesia, daba el mártir pruebas de una fe y de un valor que el joven estudiante comparaba con dolor con su propia
desesperación y con las tinieblas en que vivía a pesar de su estricta obediencia a los mandamientos de la iglesia. Sabía que los herejes
fundaban su fe en la Biblia; por lo tanto se decidió a estudiarla para descubrir, si fuera posible, el secreto del gozo del mártir.
En la Biblia encontró a Cristo. El dijo: “Su cruz ha llevado mi maldición; su muerte ha hecho expiación por mí. Habíamos
inventado muchas locuras inútiles, pero tú has puesto delante de mí tu Palabra como una antorcha y has conmovido mi corazón para
que tenga por abominables todos los méritos que no sean los de Jesús.”
Calvino había sido educado para el sacerdocio. Tenía sólo doce años cuando fue nombrado capellán de una pequeña iglesia y el
obispo le rapó la cabeza para cumplir con el canon eclesiástico. No fue consagrado ni desempeñó los deberes del sacerdocio, pero sí
fue hecho miembro del clero, se le dio el título de su cargo y percibía la renta correspondiente.
Viendo entonces que ya no podría jamás llegar a ser sacerdote, se dedicó por un tiempo a la jurisprudencia, y por último
abandonó este estudio para consagrarse al Evangelio. Pero no podía decidirse a dedicarse a la enseñanza. Era tímido por naturaleza, le
abrumaba el peso de la responsabilidad del cargo y deseaba seguir dedicándose aún al estudio. Las reiteradas súplicas de sus amigos
lograron por fin convencerle.
Calvino empezó su obra con ánimo tranquilo y sus palabras eran como el rocío que refresca la tierra. Se había alejado de París
y ahora se encontraba en un pueblo de provincia bajo la protección de la princesa Margarita, la cual era amante del Evangelio,
extendía su protección a los que lo profesaban. Comenzó su trabajo visitando a los lugareños en sus propias casas. Allí, rodeado de los
miembros de la familia, leía la Biblia y exponía las verdades de la salvación. Los que oían el mensaje, llevaban las buenas nuevas a
otros, y pronto el maestro fue más allá, a otros lugares, predicando en los pueblos y aldeas. Se le abrían las puertas de los castillos y de
las chozas, y con su obra colocaba los cimientos de iglesias de donde iban a salir más tarde los valientes testigos de la verdad.
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EL EVANGELIO DE CRISTO EN LA CORTE DEL REY
Llevado por consideraciones políticas, el rey no estaba enteramente al lado de Roma contra la Reforma. Margarita abrigaba aún
la esperanza de que el protestantismo triunfara en Francia. Resolvió que la fe reformada fuera predicada en París. Ordenó durante la
ausencia del rey que un ministro protestante predicase en las iglesias de la ciudad. Pero habiéndose opuesto a esto los dignatarios
papales, la princesa abrió entonces las puertas del palacio.
Se dispuso uno de los salones para que sirviera de capilla y se dio aviso que cada día, a una hora señalada, se predicaría un
sermón, al que podían acudir las personas de toda jerarquía y posición. Muchedumbres asistían a las predicaciones. No sólo se llenaba
la capilla sino que las antesalas y los corredores eran invadidos por el gentío. Millares se congregaban diariamente: nobles,
magistrados, abogados, comerciantes y artesanos.
El rey, en vez de prohibir estas reuniones, dispuso que dos de las iglesias de París fuesen abiertas a este servicio. Antes de esto
la ciudad no había sido nunca conmovida de modo semejante por la Palabra de Dios. El Espíritu de vida que descendía del cielo
parecía soplar sobre el pueblo. La templanza, la pureza, el orden y el trabajo iban substituyendo a la embriaguez, al libertinaje, a la
contienda y a la pereza.
Pero el clero no descansaba. Como el rey se negase a hacer cesar las predicaciones, apeló entonces al populacho. Durante dos
años fue predicada la Palabra de Dios en la capital; pero si bien muchas personas aceptaban el Evangelio, la mayoría del pueblo lo
rechazaba. Francisco había dado pruebas de tolerancia por mera conveniencia personal, y los papistas lograron al fin recuperar su
favor. De nuevo fueron clausuradas las iglesias y se levantó la hoguera.
EL ESCAPE DE CALVINO
Calvino permanecía aún en París, preparándose por medio del estudio, la oración y la meditación, para su trabajo futuro, y
seguía derramando luz. Pero, al fin, se hizo sospechoso. Las autoridades acordaron entregarlo a las llamas. Calvino pensaba que estaba
seguro y fuera de peligro en su retiro, cuando sus amigos llegaron apresurados a su estancia para darle aviso de que llegaban emisarios
para aprisionarle.
En aquel instante se oyó que llamaban con fuerza en el patio. No había pues ni un momento que perder. Algunos de sus amigos
detuvieron a los emisarios en la puerta, mientras otros le ayudaban a descolgarse por una ventana, para huir luego precipitadamente
hacia las afueras de la ciudad. Encontrando refugio en la choza de un campesino, amigo de la Reforma, se disfrazó con la ropa de él, y
llevando al hombro una azada, emprendió viaje. Caminando hacia el sur volvió a hallar refugio en los dominios de Margarita. Allí
permaneció varios meses, seguro bajo la protección de amigos poderosos, y ocupado como anteriormente en el estudio.
Pero su corazón estaba empeñado en evangelizar a Francia y no podía permanecer mucho tiempo inactivo. Tan pronto como
escampó la tempestad, buscó nuevo campo de trabajo en Poitiers, donde había una universidad y donde las nuevas ideas habían
encontrado aceptación. Personas de todas las clases sociales oían con gusto el Evangelio. No había predicación pública, pero en casa
del magistrado principal, en su propio aposento, y a veces en un jardín público, explicaba Calvino las palabras de vida eterna a
aquellos que deseaban oírlas.
CALVINO ORGANIZA UNA PEQUEÑA IGLESIA
Después de algún tiempo, como creciese el número de oyentes, se pensó que sería más seguro reunirse en las afueras de la
ciudad. Se escogió como lugar de culto una cueva que se encontraba en la falda de una profunda quebrada, en un sitio escondido por
árboles y rocas sobresalientes.
En pequeños grupos, y saliendo de la ciudad por diferentes partes, se congregaban allí. En ese retiro se leía y explicaba la
Biblia. Allí celebraron por primera vez los protestantes de Francia la Cena del Señor. De esta pequeña iglesia fueron enviados a
otros lugares varios fieles evangelistas.
Calvino volvió a París. No podía abandonar la esperanza de que Francia como nación aceptase la Reforma. Pero halló cerradas
casi todas las puertas. Predicar el Evangelio era ir directamente a la hoguera, y resolvió finalmente partir para Alemania.
Apenas había salido de Francia cuando estalló un movimiento contra los protestantes que de seguro le hubiera envuelto en la
ruina general, si se hubiese quedado.
JUAN CALVINO AYUDA A FORTALECER LA OBRA EN GINEBRA
Calvino volvía de su última visita a su tierra natal y se dirigía a Basilea, cuando hallando el camino invadido por las tropas de
Carlos V, tuvo que hacer un rodeo y pasar por Ginebra. Aunque Ginebra había aceptado ya la fe reformada, quedaba aún una gran
obra por hacer. No era tarea de poca monta la de implantar entre aquel pueblo los principios puros del Evangelio y alejarlos de los
vicios a los que estaba acostumbrado.
Farel estaba seguro de haber hallado en Calvino a uno que podría unírsele en esa ardua tarea. En el nombre de Dios rogó al
joven evangelista que se quedase allí a trabajar. Calvino retrocedió alarmado. Era tímido y amigo de la paz, quería evitar el trato
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violento de los ginebrinos. Por otra parte, su poca salud y su afición al estudio le inclinaban al retraimiento. Creyendo que con su
pluma podría servir mejor a la causa de la Reforma, deseaba encontrar un sitio tranquilo donde dedicarse al estudio, y desde allí, por
medio de la prensa, instruir y edificar a las iglesias. Pero la solemne amonestación de Farel le pareció un llamamiento del cielo, y no
se atrevió a oponerse a él.
Calvino trabajó en Ginebra por cerca de treinta años; primero para establecer una iglesia que se adhiriese a la moralidad de la
Biblia, y después para fomentar el movimiento de la Reforma por toda Europa. De Ginebra salían publicaciones y maestros que
esparcían las doctrinas reformadas. Y a ella acudían los perseguidos de todas partes, en busca de instrucción, de consejo y de aliento.
La ciudad de Calvino se convirtió en refugio para los reformadores que en toda la Europa occidental eran objeto de persecución.
Muchos de los que se refugiados regresaron a sus propias tierras para combatir la tiranía de Roma.
Juan Knox, el valiente reformador de Escocia, no pocos de los puritanos ingleses, los protestantes de Holanda y de España y los
hugonotes de Francia, llevaron de Ginebra la antorcha de la verdad con que desvanecer las tinieblas en sus propios países.
EL MOVIMIENTO EN CONTRA DE LA MISA
Los reformadores franceses, se propusieron dar a las supersticiones de Roma un golpe audaz que hiciera levantarse a toda la
nación. Con este fin en una misma noche y en toda Francia se fijaron carteles que atacaban la misa.
En lugar de ayudar a la Reforma, este movimiento inspirado por el celo más que por el buen juicio reportó un fracaso no sólo
para sus propagadores, sino también para los amigos de la fe reformada por todo el país. Dio a los romanistas lo que tanto habían
deseado: una coyuntura de la cual sacar partido para pedir que se concluyera por completo con los herejes a quienes tacharon de
perturbadores peligrosos para la estabilidad del trono y la paz de la nación.
Una mano secreta, la de algún amigo indiscreto, o la de algún astuto enemigo, pues nunca quedó aclarado el asunto, fijó uno de
los carteles en la puerta de la cámara particular del rey. El monarca se horrorizó. En ese papel se atacaban con rigor supersticiones que
por Siglos habían sido veneradas.
La ira del rey se encendió por el atrevimiento sin igual de los que introdujeron hasta su real presencia aquellos escritos tan
claros y precisos. En su asombro quedó el rey por algún tiempo tembloroso y sin articular palabra alguna. Luego dio rienda suelta a su
enojo con estas terribles palabras: “Préndase a todos los sospechosos de herejía luterana... Quiero exterminarlos a todos.” La suerte
estaba echada. El rey Francisco I resolvió pasarse por completo al lado de Roma.
Francisco I se vanagloriaba de ser uno de los caudillos del gran movimiento que hizo revivir las letras a principios del Siglo
XVI. Tenía especial deleite en reunir en su corte a literatos de todos los países. A su empeño de saber, y al desprecio que le inspiraba
la ignorancia y la superstición de los frailes se debía, siquiera en parte, el grado de tolerancia que había concedido a los reformadores.
Pero, en su celo por aniquilar la herejía, este fomentador del saber expidió un edicto declarando abolida la imprenta en toda Francia.
CEREMONIA EN CONTRA DE LA REFORMA
Francia, por medio de una ceremonia pública y solemne, iba a comprometerse formalmente en la destrucción del
protestantismo. Los sacerdotes exigían que el insulto lanzado al Cielo en la condenación de la misa, fuese expiado con sangre, y que el
rey, en nombre del pueblo, sancionara la espantosa tarea.
Se señaló el 21 de enero de 1535 para efectuar la terrible ceremonia. Tenía que empezar el día con el desfile de una larga e
imponente procesión. Las casas por delante de las cuales debía pasar, estaban enlutadas, y se habían levantado altares, de trecho en
trecho. Frente a todas las puertas había una luz encendida en honor del “santo sacramento.” Desde el amanecer se formó la procesión
en el palacio. Iban delante las cruces y los pendones de las parroquias, y después, seguían los particulares de dos en dos, l levando teas
encendidas.
A continuación seguían las cuatro órdenes de frailes, luciendo cada una sus vestiduras particulares. A éstas seguía una gran
colección de famosas reliquias. Iban tras ella, en sus carrozas, los altos dignatarios eclesiásticos, ostentando sus vestiduras moradas y
de escarlata adornadas con pedrerías, formando todo aquello un conjunto espléndido y deslumbrador.
La hostia era llevada por el obispo de París bajo vistoso dosel sostenido por cuatro príncipes de los de más alta jerarquía. Tras
ellos iba el monarca Francisco I, iba en esa ocasión despojado de su corona y de su manto real. Con la cabeza descubierta y la vista
hacia el suelo, llevando en su mano un cirio encendido, el rey de Francia se presentó en público, como penitente.
Se inclinaba ante cada altar, humillándose, no por los pecados que manchaban su alma, ni por la sangre inocente que habían
derramado sus manos, sino por el pecado mortal de sus súbditos que se habían atrevido a condenar la misa. Cerraban la marcha la
reina y los dignatarios del estado, que iban también de dos en dos llevando en sus manos antorchas encendidas.
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Como parte del programa de aquel día, el monarca mismo dirigió un discurso a los dignatarios del reino en la vasta sala del
palacio episcopal. Se presentó ante ellos con aspecto triste, y con conmovedora elocuencia, lamentó el crimen, la blasfemia, y el día de
luto y de desgracia que habían sobrevenido a toda la nación. Instó a todos sus leales súbditos a que cooperasen en la extirpación de la
herejía que amenazaba arruinar a Francia.
“Tan cierto, señores, como que soy vuestro rey -declaró,- si yo supiese que uno de mis miembros estuviese contaminado por
esta asquerosa podredumbre, os lo entregaría para que fuese cortado por vosotros.... Y aun más, si viera a uno de mis hijos
contaminado por ella, no lo toleraría, sino que lo entregaría yo mismo y lo sacrificaría a Dios.” Las lágrimas le ahogaron la voz y la
asamblea entera lloró, exclamando unánimemente: “¡Viviremos y moriremos en la religión católica!”
Se volvió a formar la procesión y los representantes de Francia se marcharon dispuestos a dar principio a la obra que habían
jurado llevar a cabo. De trecho en trecho, a lo largo del camino, se habían preparado hogueras para quemar vivos a ciertos cristianos
protestantes, y las cosas estaban arregladas de modo que cuando se encendieran aquéllas al acercarse el rey, debía detenerse la
procesión para presenciar la ejecución. Los detalles de los tormentos que sufrieron estos confesores de Cristo, no son para descritos;
pero no hubo desfallecimiento en las víctimas.
Al volver al lugar de donde habían partido, se dispersó la muchedumbre y se retiraron el rey y los prelados, satisfechos de los
actos de aquel día y congratulándose entre sí porque la obra así comenzada se proseguiría hasta lograrse la completa destrucción de la
herejía.
PERSECUCIÓN A LOS HUGONOTES
Se tomaron medidas para arrestar a todos los luteranos o reformadores que se hallasen en París. Un pobre artesano, adherente a
la fe reformada, que tenía por costumbre convocar a los creyentes para que se reuniesen en sus asambleas secretas, fue apresado e
intimidándolo con la amenaza de llevarlo inmediatamente a la hoguera, se le ordenó que condujese a los emisarios papales a la casa de
todo protestante que hubiera en la ciudad. Se estremeció de horror al oír la vil proposición que se le hacía; pero, al fin, vencido por el
temor de las llamas, consintió en convertirse en traidor de sus hermanos.
Precedido por la hostia, y rodeado de una compañía de sacerdotes, monaguillos, frailes y soldados, Morin, el policía secreto del
rey, junto con el traidor, recorrían despacio y sigilosamente las calles de la ciudad simulando que se hacía en honor del “santo
sacramento”. Al pasar frente a la casa de un luterano, el traidor hacía una señal, pero no pronunciaba palabra alguna. La procesión se
detenía, entraban en la casa, sacaban a la familia y la encadenaban, y la terrible compañía seguía adelante en busca de nuevas víctimas.
“No perdonaron casa, grande ni chica, ni los departamentos de la universidad de París... Morin hizo temblar la ciudad… Era el reinado
del terror.
Las víctimas sucumbían en medio de terribles tormentos, pues se había ordenado a los verdugos que las quemasen a fuego
lento para que se prolongara su agonía. Pero morían como vencedores. No menguaba su fe, ni desmayaba su confianza. Los
perseguidores, viendo que no podían conmover la firmeza de aquellos fieles, se sentían derrotados.
Se erigieron hogueras en todos los barrios de la ciudad de París y se quemaban herejes todos los días con el fin de sembrar el
terror entre los partidarios de las doctrinas heréticas, multiplicando las ejecuciones. Sin embargo, al fin la ventaja fue para el
Evangelio. Todo París pudo ver qué clase de hombres eran los que abrigaban en su corazón las nuevas enseñanzas. No hay mejor
púlpito que la hoguera de los mártires.
Con el fin de atizar aun más la furia del pueblo, los sacerdotes hicieron circular las más terribles calumnias contra los
protestantes. Los culpaban de querer asesinar a los católicos, derribar al gobierno y matar al rey. Aunque ni sombra de evidencia
podían presentar en apoyo de tales asertos.
LA MATANZA DE SAN BARTOLOMÉ
Pero lo más inicuo que se registra en el lóbrego catálogo de los crímenes, el más horrible de los actos diabólicos de aquella
sucesión de Siglos espantosos, fue la “matanza de San Bartolomé”, ocurrida el 24 de agosto de 1572.
El rey de Francia instado por los sacerdotes y prelados de Roma permitió tan espantoso crimen. El tañido de una campana,
resonando a medianoche, dio la señal del degüello. Millares de protestantes que dormían tranquilamente en sus casas, confiando en la
palabra que les había dado el rey, asegurándoles protección, fueron arrastrados a la calle sin previo aviso y asesinados a sangre fría.
La matanza continuó en París por siete días, con una furia indescriptible durante los tres primeros. Y no se limitó a la ciudad,
sino que por decreto especial del rey se hizo extensiva a todas las provincias y pueblos donde había protestantes. No se respetaba edad
ni sexo. No escapaba el inocente niño ni el anciano de canas. Nobles y campesinos, viejos y jóvenes, madres y niños, sucumbían
juntos. La matanza siguió en Francia por espacio de dos meses. Perecieron en ella setenta mil personas de la flor y nata de la nación.
Cuando la noticia de la matanza llegó a Roma, el regocijo del clero no tuvo límites. El cardenal de Lorena premió al mensajero
con mil duros; el cañón de San Ángelo tronó en alegres salvas; se oyeron las campanas de todas las torres; innumerables fogatas
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convirtieron la noche en día; y Gregorio XIII acompañado de los cardenales y otros dignatarios eclesiásticos, se encaminó en larga
procesión hacia la iglesia de San Luis, donde el cardenal de Lorena cantó el Te Deum.
Se acuñó una medalla para conmemorar la matanza, y aun pueden verse en el Vaticano tres frescos de Vasari, representando la
agresión contra el almirante, al rey en el concilio maquinando la matanza, y la matanza misma. Gregorio envió a Carlos la Ros a de
Oro.
LOS HUGONOTES HUYEN DE FRANCIA
Después de iniciada la Reforma en Francia se contaron doscientos cincuenta años de persecución, tiempos en que los
protestantes eran considerados como fuera de la ley; sus cabezas eran puestas a precio y se les cazaba como a fieras. Sin números de
hombres penaron como esclavos en las galeras, o perecieron en la hoguera o los dejaron que se pudrieran en tenebrosas e inmundas
mazmorras. Miles y miles se pusieron en salvo huyendo, desterrándose voluntariamente de su propio país, dando así en muchos casos
la primera indicación de que estaban en favor de la Reforma.
En medio de la alarma general se notó cuán profundamente se habían arraigado las enseñanzas luteranas en las mentes de los
hombres que más se distinguían por su brillante educación, su influencia y la superioridad de su carácter. Los puestos más honrosos y
de más confianza quedaron de repente vacantes. Desaparecieron artesanos, impresores, literatos, catedráticos de las universidades,
autores, y hasta cortesanos.
Los papistas se aturdían al ver a tantos herejes de quienes no habían sospechado y que habían sido tolerados entre ellos. Su ira
se descargó sobre la multitud de humildes víctimas que había a su alcance. Las cárceles quedaron atestadas y el aire parecía
obscurecerse con el humo de tantas hogueras en que se hacía morir a los que profesaban el Evangelio.
Casi no hubo generación de franceses durante ese largo período de tiempo que no fuera testigo de la fuga de los discípulos del
Evangelio que huían para escapar de la furia insensata de sus perseguidores, llevándose consigo la inteligencia, las artes, la industria y
el carácter ordenado que por lo general los distinguían y contribuían luego a enriquecer a los países donde encontraban refugio. Pero
en la medida en que enriquecían otros países con sus preciosos dones, despojaban al suyo propio.
Los pocos descendientes de los antiguos cristianos que aún quedaban en Francia en el Siglo XVIII, escondidos en las montañas
del sur, seguían apegados a la fe de sus padres. Cuando se arriesgaban a congregarse en las faldas de los montes o en los páramos
solitarios, eran cazados por los soldados y arrastrados a las galeras donde llevaban una vida de esclavos hasta su muerte.
Otros, tratados con más misericordia, eran muertos a sangre fría y a balazos, mientras oraban de rodillas. Centenares de
ancianos, de mujeres indefensas y de niños inocentes, eran dejados muertos en el mismo lugar donde se habían reunido para celebrar
su culto. Al recorrer la falda del monte o el bosque para acudir al punto en donde solían reunirse, no era raro hallar a cada trecho,
cadáveres que maculaban la hierba o que colgaban de los árboles.
Estas atrocidades no se cometieron en la Edad Media, sino en el Siglo brillante de Luis XIV, en que se cultivaba la ciencia y
florecían las letras; cuando los teólogos de la corte y de la capital eran hombres instruídos y elocuentes y que decían poseer las gracias
de la mansedumbre y del amor.
LA REVOLUCIÓN FRANCESA
Al fin la ruina del estado fue completa; ya no quedaba en el país conciencia que proscribir, religión que arrastrar a la hoguera ni
patriotismo que desterrar. Esto dio por resultado la Revolución con sus horrores.
Los habitantes comunes se enfurecieron al ver que por mucho tiempo habían aceptado tan descarados embustes y rechazaron la
verdad juntamente con la mentira. Ansioso de reparar los agravios que había sufrido, decidieron reconstituir la sociedad, resolvieron
levantarse contra aquel estado de miseria que había venido ya a ser insoportable, y vengarse de aquellos a quienes consideraba como
responsables de sus padecimientos.
Al estallar la Revolución en 1793 el rey sintiéndose impotente concedió al pueblo que lo representara en lo que se llamó la
“Asamblea Nacional”, constituido por un número de delegados superior al del clero y al de los nobles juntos. Era pues el pueblo dueño
de la situación; pero no estaba preparado para hacer uso de su poder con sabiduría y moderación.
Francia es la única nación en la historia del mundo, que por decreto de su asamblea legislativa, declaró diciendo: “no hay
Dios”, cosa que regocijó a todos los habitantes de la capital, y entre una gran mayoría de otros pueblos, cantaron y bailaron hombres y
mujeres al aceptar el manifiesto. Íntimamente relacionada con estas leyes que afectan la religión, se encontraba aquella que reducía la
unión matrimonial a un mero convenio civil de carácter transitorio, que dos personas cualesquiera podían celebrar o deshacer a su
antojo. El día del descanso semanal fue abandonado y en su lugar se consagraba un día de cada diez a la orgía y a la blasfemi a. El
bautismo y la comunión quedaron prohibidos. Y en los sitios más a la vista en los cementerios se fijaron avisos en que se declaraba
que la muerte era un sueño eterno.
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El culto de la Deidad fue abolido por la asamblea nacional. El temor de Dios, decían, dista tanto de ser el principio de la
sabiduría que más bien puede considerársele como principio de la locura. Quedó prohibida toda clase de culto religioso a excepción
del tributado a la libertad y a la patria.
El obispo constitucional de París fue empujado a desempeñar el papel más importante en la farsa más desvergonzada que jamás
fuera llevada a cabo ante una representación nacional. Lo sacaron en pública procesión para que manifestase a la convención que la
religión que él había enseñado por tantos años, era en un complot del clero, sin fundamento alguno en la historia ni en la verdad
sagrada. Negó solemnemente y en los términos más explícitos la existencia de la Deidad a cuyo culto se había consagrado él y ofreció
que en lo sucesivo se dedicaría a rendir homenaje a la libertad, la igualdad, la virtud y la moral. Colocó luego sobre una mesa sus
ornamentos episcopales y recibió un abrazo fraternal del presidente de la convención. Varios sacerdotes apóstatas imitaron el ejemplo
del prelado.
Después que hubo renunciado al culto del Dios vivo, cayó Francia al poco tiempo en una idolatría degradante rindiendo culto a
la diosa de la razón en la persona de una mujer libertina.
Las puertas de la convención se abrieron de par en par para dar entrada a los músicos de la banda que precedía a los miembros
del cuerpo municipal que entraron en solemne procesión, cantando un himno a la libertad y escoltando como objeto de su futura
adoración a una mujer cubierta con un velo y a la cual llamaban “la diosa de la razón”.
Cuando llegó ésta al lugar que le estaba reservado, le fue quitado el velo con gran ceremonial, y se le dio asiento a la derecha
del presidente, reconociendo todos ellos en ella a una bailarina de la ópera. A esta mujer rindió público homenaje la convención
nacional de Francia, considerándola como la representación más perfecta de la razón que ellos veneraban. Esta momería sacrílega y
ridícula estuvo de moda; y la instalación de la diosa de la razón fue imitada en algunas poblaciones del país que deseaban demostrar
que se hallaban a la altura de la Revolución.
El orador que introdujo el culto de la razón, se expresó en estos términos: “¡Legisladores! El fanatismo ha cedido su
puesto a la razón;… Allí han celebrado los franceses el único culto verdadero: el de la libertad, el de la razón. …hemos
abandonado inanimados ídolos para seguir a la razón, a esta imagen animada, la obra más sublime de la naturaleza… Mortales,
cesad de temblar ante los truenos impotentes de un Dios que vuestros temores crearon. No reconozcáis de hoy en adelante otra
divinidad que la razón. Yo os presento su imagen más noble y pura; y, si habéis de tener ídolos, ofreced sacrificios solamente a los
que sean como éste... ¡Caiga ante el augusto senado de la libertad, el velo de la razón!...
La diosa, después de haber sido abrazada por el presidente, tomó asiento en una magnífica carroza que condujeron por entre el
inmenso gentío hasta la catedral de Notre Dame, para reemplazar a la Deidad. La elevaron sobre el altar mayor y recibió la adoración
de todos los que estaban presentes.
EL REINADO DEL TERROR
Los revolucionarios procedieron a serle la guerra a la Biblia. Se recogían Biblias para quemarlas en las calles haciendo cuanta
burla de ellas se podía. La ley de Dios fue pisoteada; las instituciones de la Biblia abolidas. En cierta ocasión “la Sociedad Popular del
Museo” entró en el salón municipal gritando: ¡Vive la Raison! llevando en la punta de un palo los fragmentos de varios libros que
habían sacado de las llamas, quemados en parte; entre otros, breviarios, misales, y el Antiguo y Nuevo Testamentos.
La guerra contra la Biblia inició una era conocida en la historia como “el reinado del terror.” La paz y la dicha fueron
desterradas de todos los hogares y de todos los corazones. Nadie tenía la vida segura. El que triunfaba hoy era considerado al día
siguiente como sospechoso y le condenaban a muerte. La violencia y la lujuria dominaban sin disputa.
En el mismo sitio en que murieron quemados en la hoguera los primeros mártires del protestantismo en el Siglo XVI, fueron
precisamente decapitadas en las guillotinas las primeras víctimas en el Siglo XVIII.
El rey, el clero y la nobleza, tuvieron que someterse a las atrocidades de un pueblo excitado y frenético. Su sed de venganza
subió de punto cuando el rey fue ejecutado el 21 de enero de 1793, es decir, a los doscientos cincuenta y ocho años cabales, contados
desde aquel día en que Francia entera se comprometiera a perseguir a los reformadores, otra procesión, organizada con un fin muy
diferente, atravesaba las calles de París.
Nuevamente era el rey la figura principal; otra vez se veía el mismo tumulto y se oía la misma gritería; se pedían de nuevo más
víctimas; se volvieron a erigir negros cadalsos, y nuevamente las escenas del día se clausuraron con espantosas ejecuciones; Luis XVI
fue arrastrado a la guillotina, forcejeando con sus carceleros y verdugos que lo sujetaron fuertemente en la temible máquina hasta que
cayó sobre su cuello la cuchilla y separó de sus hombros la cabeza que rodó sobre los tablones del cadalso. Y no fue él la única
víctima; allí cerca del mismo sitio perecieron decapitados por la guillotina dos mil ochocientos seres humanos, y los mismos que
decretaron la muerte del rey muy pronto fueron decapitados.
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Se resolvió matar a cuantos resultasen sospechosos de ser contrarios a la Revolución. Las cárceles se llenaron y hubo en cierta
ocasión dentro de sus muros más de doscientos mil presos. En las ciudades del reino se registraron crímenes horrorosos. Se levantaba
un partido revolucionario contra otro, y Francia quedó convertida en inmenso campo de batalla donde las luchas eran inspiradas y
dirigidas por las violencias y las pasiones.
En París se sucedían los tumultos uno a otro y los ciudadanos divididos en diversos partidos, no parecían llevar otra mira que el
exterminio mutuo. Y para agravar más aun la miseria general, la nación entera se vio envuelta en prolongada y devastadora guerra con
las mayores potencias de Europa. El país estaba casi en bancarrota, el ejército reclamaba pagos atrasados, los parisienses se morían de
hambre, las provincias eran saqueadas por los bandidos y la civilización casi había desaparecido en la anarquía y la licencia.
Ya no eran los discípulos de Jesús los que eran arrojados a las mazmorras o a la hoguera. Ya hacía tiempo que éstos habían
perecido o que se hallaban en el destierro. Los cadalsos se teñían con la sangre de los sacerdotes. Las galeras y las prisiones en donde
antes se confinaba a los hugonotes, se hallaban ahora llenas de los perseguidores de ellos.
Mientras que en París se llevaban cada día al suplicio carros repletos de sentenciados a muerte, en las provincias la cuchilla de
la máquina infernal no daba abasto a la tarea de matar gente. Largas filas de cautivos sucumbían bajo descargas graneadas de fusilería.
Se abrían intencionalmente boquetes en las barcazas sobrecargadas de cautivos. No se hacía distinción ni de sexo ni de edad. El
número de muchachos y doncellas menores de diecisiete años que fueron asesinados por orden de aquel repugnante gobierno se cuenta
por centenares. Pequeñuelos arrebatados del regazo de sus madres eran ensartados de pica en pica entre las filas revolucionarias. En
apenas diez años perecieron multitudes de seres humanos.
Todo esto era del agrado de Satanás. Con este fin había estado trabajando desde hacía muchos Siglos. Su política es el engaño
desde el principio hasta el fin, y su firme intento es acarrear a los hombres dolor y miseria, desfigurar y corromper la obra de Dios,
estorbar sus planes divinos de benevolencia y amor, y de esta manera contristar al cielo. Confunde con sus artimañas las mentes de los
hombres y hace que éstos achaquen a Dios la obra diabólica, como si toda esta miseria fuera resultado de los planes del Creador.
CONCLUYE EL PODERÍO PAPAL
La profecía de Daniel siete estableció el tiempo durante el cual la iglesia de Cristo iba a sufrir bajo la opresión de Roma. Este
período de 1,260 años empezó con la supremacía del papado en el año 538 de J. C., y terminó en 1798 cuando el papa fue hecho
prisionero por el ejército francés comandado por el General Napoleón Bonaparte, el poder papal recibió su golpe mortal y quedó
cumplida la predicción: “Si alguno lleva en cautiverio, al cautiverio irá”. A pesar de haberse elegido un nuevo papa al poco tiempo,
la jerarquía pontificia no volvió a alcanzar el esplendor y poderío que antes tuviera.
EL PROGRESO DE LA BIBLIA
La Asamblea francesa había promulgado los decretos que abolían la religión cristiana y desechaban la Biblia. Tres años y
medio después, en 1797, este mismo cuerpo legislativo adoptó una resolución que rescindía esos decretos y concedía tolerancia a las
Sagradas Escrituras. El mundo contemplaba estupefacto los terribles resultados que se había obtenido al despreciar los Oráculos
Sagrados y los hombres reconocían que la fe en Dios y en su Palabra es la base de la virtud y de la moralidad.
Desde que Francia les declarara la guerra, estos dos testigos de Dios han recibido mayor honra que nunca antes. En el año 1804
se organizó la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera. Este hecho fue seguido de otros semejantes en otras partes de Europa donde se
organizaron sociedades similares con numerosas ramas esparcidas por muchas partes del continente. La Biblia circulaba en cincuenta
idiomas. Desde entonces ha sido traducida en muchos centenares de idiomas y dialectos. En 1816 se fundó la Sociedad Bíblica
Americana.
Hace ya muchos años que la Biblia se vende en las calles de Roma sin que haya quien lo impida, y en el día de hoy ha sido
llevada a todas las partes del mundo habitado. “La Palabra de nuestro Dios permanece para siempre.” “Seguros son todos sus
preceptos; establecidos para siempre jamás, hechos en verdad y en rectitud.” (Isaías 40: 8; Salmo 111: 7, 8,)
Capítulo XIII:
LA REFORMA EN INGLATERRA
LA OBRA DE TYNDALE EN INGLATERRA
Tyndale era muy dedicado al estudio y le gustaba investigar sobre la verdad, había recibido el Evangelio por medio a la versión
greco-latina del Nuevo Testamento publicada por Erasmo en 1516. Ésta era la primera vez que la Palabra de Dios se imprimía en el
idioma original. En esta obra fueron corregidos muchos de los errores de que adolecían las versiones más antiguas, y el sentido de la
Escritura era expresado con más claridad.
Tyndale exponía sus convicciones sin temor alguno e insistía en que todas las doctrinas tienen que ser probadas por las Santas
Escrituras. Despertó mucho interés y numerosas personas aceptaron la verdad. Pero después que el salía de un lugar, los sacerdotes
iban y amenazaban a la gente y destruían lo que Tyndale había logrado.
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Entonces le pareció que si los cristianos lograran poseer la Biblia en su propio idioma serían capaces de resistir a estos
sacerdotes engañadores. Y se propuso dar a su pueblo el Nuevo Testamento en su propia lengua.
Tyndale puso inmediatamente manos a la obra. Echado de su casa por la persecución, se fue a Londres y allí, por algún tiempo,
prosiguió sus labores sin interrupción. Pero al fin la tirria de los papistas le obligó a huir. Toda Inglaterra parecía cerrársele y resolvió
buscar refugio en Alemania. Allí dio principio a la publicación del Nuevo Testamento en inglés.
Dos veces su trabajo fue suspendido; pero cuando le prohibían imprimirlo en una ciudad, se iba a otra. Finalmente se dirigió a
Worms, donde unos cuantos años antes, Lutero había defendido el Evangelio ante la dieta. En aquella antigua ciudad había muchos
amigos de la Reforma, y allí prosiguió Tyndale sus trabajos sin más trabas. Pronto salieron de la imprenta tres mil ejemplare s del
Nuevo Testamento, y en el mismo año se hizo otra edición.
Al mismo tiempo que Lutero daba la Biblia al pueblo de Alemania, Tyndale lo hacia por los ingleses. La Biblia de Wiclef había
sido traducida del texto latino, que contenía muchos errores. No había sido impresa, y el costo de las copias manuscritas era tan alto
que, fuera de los ricos y de los nobles, pocos eran los que podían proporcionárselas, y como, además, la iglesia las proscribía
terminantemente, sólo alcanzaban una circulación muy escasa. Para la época ya existía la imprenta y una nueva versión corregida de la
Biblia que permitió a Tyndale complementar la obra de Wiclef.
A pesar de la vigilancia con que las autoridades de Inglaterra guardaban los puertos, la Palabra de Dios llegó de varios modos a
Londres y de allí circuló por todo el país. Los papistas trataron de suprimir la verdad, pero no lograron su objetivo. El obi spo de
Durham compró a un librero amigo de Tyndale todas las Biblias que tenía para destruirlas, suponiendo que de esta manera estorbaría
en algo la circulación de las Escrituras; pero, por el contrario, el dinero así conseguido, fue suficiente para hacer una edi ción nueva y
más elegante, que de otro modo no hubiera podido publicarse.
La traición entregó a Tyndale a sus enemigos, y quedó preso por muchos meses. Le ofrecieron la libertad a condición de que el
revelara los nombres de los que le habían ayudado a cubrir los gastos de impresión de sus Biblias. El contestó que el obispo de
Durham le había ayudado más que nadie. Finalmente dio testimonio de su fe por el martirio, pero las armas que él había preparado
sirvieron para ayudar a otros soldados a seguir batallando a través de los Siglos hasta el día de hoy.
Barnes y Frith, fieles amigos de Tyndale, se levantaron en defensa de la verdad. Siguieron después Cranmer y los Ridley. Estos
caudillos de la Reforma inglesa eran hombres instruídos, y casi todos habían sido muy estimados por su fervor y su piedad cua ndo
estuvieron en la comunión de la iglesia romana. Su oposición al papado fue resultado del conocimiento que tuvieron de los errores de
la “santa sede”. Por estar familiarizados con los misterios de Babilonia, tuvieron más poder para alegar contra ella.
Látimer, amigo y seguidor de Tyndale, sostuvo desde el púlpito que la Biblia debía ser leída en el lenguaje popular. Cuando
las llamas estaban a punto de acallar su voz Látimer dijo a su compañero de martirio que en ese día encenderían una luz en Inglaterra,
que por la gracia de Dios, jamás se iba a apagar.
JUAN KNOX Y LA REFORMA EN ESCOCIA
La verdad predicada en Escocia por Colombano y sus colaboradores no se había frustrado por completo. Las iglesias de
Escocia conservaron su libertad aún centenares de años después que las iglesias de Inglaterra se sometieran al papa. Pero en el Siglo
XII, se estableció en ella el romanismo.
En ninguna parte fueron más densas las tinieblas. Con todo, Los lolardos, que vinieron de Inglaterra con la Biblia y las
enseñanzas de Wiclef, hicieron mucho por conservar el conocimiento del Evangelio, y cada Siglo tuvo sus confesores y sus mártires.
Con la iniciación de la gran Reforma vinieron los escritos de Lutero y luego el Nuevo Testamento inglés de Tyndale. Sin
llamar la atención del clero, aquellos silenciosos mensajeros cruzaban montañas y valles, reanimando la antorcha de la verdad que
parecía estar a punto de extinguirse en Escocia, y deshaciendo la obra que Roma realizara en los cuatro Siglos de opresión que ejerció
en el país. Los papistas llevaron a la hoguera a algunos de los más nobles y más honorables hijos de Escocia. Las palabras dichas
desde la hoguera por esos mártires al morir resonaron por toda la tierra escocesa, entonces el pueblo decidió libertarse de los grillos de
Roma.
Juan Knox se había apartado de las tradiciones y de los misticismos de la iglesia para nutrirse de las verdades de la Palabra de
Dios, y las enseñanzas de Wishart le confirmaron en la resolución de abandonar la comunión de Roma y unirse con los perseguidos
reformadores. Wishart, Hamilton y otros humildes discípulos, entregaron sus vidas en la hoguera. Solicitado por sus compañeros
para que desempeñase el cargo de predicador, rehuyó temblando esta responsabilidad y sólo después de unos días de meditación y
lucha consigo mismo consintió en llevarla.
Cuando lo llevaron ante la reina María de Escocia, en cuya presencia flaqueó el valor de más de un caudillo protestante, Juan
Knox testificó firme y denodadamente por la verdad. No podían ganarlo con halagos, ni intimidarlo con amenazas.
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Tales fueron las verdades que el intrépido reformador, con peligro de su vida, dirigió a los oídos reales. Con el mismo valor
indómito se aferró a su propósito y siguió orando y combatiendo como fiel soldado del Señor hasta que Escocia quedó libre del
papado.
LA IGLESIA ANGLICANA
En Inglaterra fue establecida la religión protestante como religión nacional. Muchas de las doctrinas de Roma fueron
suprimidas, pero se conservaron muchas de sus formas de culto. La supremacía del papa fue rechazada, pero en su lugar se puso al rey
como cabeza de la iglesia y el gran principio de la libertad religiosa no era aún entendido.
Los conservadores afirmaban que por la observancia de esas prácticas se hacía menos notable la diferencia que separaba de
Roma a las iglesias reformadas y se procuraba a la vez promover con más esperanzas de éxito la aceptación del protestantismo entre
los romanistas. Decían que esas cosas no eran asuntos de conciencia; sabían que no eran necesarias y que no estaban en las Santas
Escrituras, sin embargo como tampoco estaban prohibidas no eran intrínsecamente malas.
Pero los reformadores afirmaban que el sólo hecho de que esas prácticas alejaban el conflicto existente entre Roma y la
Reforma era para ellos argumento terminante contra la conservación de las mismas. Las consideraban como símbolos de la esclavitud
de que habían sido libertados y a la cual no tenían ganas de volver. Debatían que en su Palabra Dios tiene establecidas reglas para su
culto y que los hombres no tienen derecho para quitar ni añadir otras. El comienzo de la gran apostasía consistió precisamente en que
se quiso suplir la autoridad de Dios con la de la iglesia. Roma empezó por ordenar cosas que no había prohibido, y acabó por prohibir
lo que Dios había ordenado.
PERSECUCION A LOS INGLESES
El surgimiento de la iglesia anglicana hizo menguar la persecución, aunque no por completo. A principios del Siglo XVII el rey
que acababa de subir al trono de Inglaterra declaró que estaba decidido a hacer que los puritanos se conformaran, o que de lo contrario
fueran expulsados del país, o tratados todavía peor.
Se estableció por ley la asistencia obligatoria a los cultos y se prohibió que se realizaran reuniones religiosas sin tener una
licencia del estado, so pena de fuertes multas, prisión, destierro o muerte. Millares de pastores fueron sustituidos de sus cargos porque
predicaban diferente a la iglesia impuesta por las autoridades del país.
Los reformados o puritanos consideraban muchas de las costumbres arraigadas en la iglesia anglicana como monumentos de
idolatría y no podían en conciencia unirse a dicha iglesia en su culto, y al mismo tiempo deseaban ardientemente volver a la pureza y
sencillez que caracterizaban a la iglesia primitiva por lo que tuvieron que irse a adorar a Dios en los callejones obscuros y en los
bosques a la medianoche. A pesar de tener cuidado, muchos sufrieron por su fe. Las cárceles rebosaban. Las familias eran divididas.
Muchos fueron desterrados a tierras extrañas, y otros huyeron a Holanda y a Los Estados Unidos de América.
INICIA LA REFORMA DENTRO DE LA IGLESIA
Baxter, Flavel, Alleine y otros hombres de talento, de educación y de profunda experiencia cristiana, se mantuvieron firmes
defendiendo valientemente la fe que en otro tiempo fuera entregada a los santos. El método de la gracia de Flavel enseñó a millares el
modo de confiar al Señor la custodia de sus almas.
JUAN WESLEY, EL METODISTA
En el Siglo XVIII, Whitefield y los Wesley, miembros de la iglesia anglicana, buscaban con sinceridad el favor de Dios, que
según se les había enseñado, se conseguía por medio de una vida virtuosa y por la observancia de los ritos religiosos. Wesley y sus
compañeros fueron inducidos a reconocer que la religión verdadera tiene su asiento en el corazón y que la ley de Dios abarca los
pensamientos lo mismo que las palabras y las obras.
Convencidos de la necesidad de tener santidad en el corazón, así como de conducirse correctamente, decidieron seriamente
iniciar una vida nueva. Por medio de esfuerzos diligentes acompañados de fervientes oraciones, se empeñaban en vencer las malas
inclinaciones del corazón natural. Llevaban una vida de abnegación, de amor y de humillación, y observaban rigurosamente todo
aquello que a su parecer podría ayudarles a alcanzar lo que más deseaban: una santidad que pudiese asegurarles el favor de Dios. Pero
no lograban lo que buscaban. Por el método que habían creado y utilizado para lograr la santidad, los Wesley, Whitefield y ot ros
pocos que simpatizaban con ellos, fueron llamados burlonamente “los metodistas”.
WESLEY APRENDE DE LOS DECENDIENTES DE JUAN HUS
Después de haber sido ordenados para el ministerio, Carlos y Juan Wesley fueron enviados como misioneros a América. Iba
también a bordo un grupo de moravos, estos eran Alemanes de Sajonia descendientes de Bohemios que habían emigrado de su país a
Alemania huyendo de la persecución en tiempo de los Husitas.
Los alemanes comenzaron su culto acostumbrado. Cuando iban a la mitad del salmo que estaban entonando, el mar
embravecido destrozó la vela mayor e inundó la embarcación.
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Los ingleses se pusieron a gritar desmedidamente, los alemanes siguieron cantando con serenidad. Juan Wesley, viéndose
frente a la muerte, no se sintió seguro de estar en paz con Dios. Los alemanes, por el contrario, manifestaban una calma y una
confianza que él no conocía.
Al arribar a Savannah, Wesley vivió algún tiempo con los moravos y quedó muy impresionado por su comportamiento
cristiano. Al regresar a Inglaterra, Wesley, bajo la dirección de un predicador moravo llegó a una inteligencia más clara de la fe
bíblica. Llegó al convencimiento de que debía renunciar por completo a depender de sus propias obras para la salvación, y confiar
plenamente en el “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” En Londres, en una reunión de la sociedad morava, se leyó una
declaración de Lutero que describía el cambio que obra el Espíritu de Dios en el corazón del creyente. Al escucharlo Wesley dijo:
“Sentí entrar en mí la confianza en Cristo y en Cristo sólo, para mi salvación.”
WESLEY SE DEDICA A PREDICAR
Una vez afirmado en la fe de Cristo, ardió en su alma el deseo de esparcir por todas partes el conocimiento del glorioso
Evangelio de la libre gracia de Dios. Siguió llevando una vida de abnegación y rigor, ya no como base del cristianismo sino como
resultado de la fe; no como raíz sino como fruto de la santidad.
El poder del Altísimo acompañó sus labores. Millares fueron convencidos y verdaderamente convertidos. Wesley no había
pensado formar una nueva denominación, pero organizó a los convertidos en lo que se llamó en aquel entonces la Unión Metodista,
de donde surge la Iglesia de los Metodista. La importancia de la reforma que inició Juan Wesley fue que se realizó dentro de la misma
iglesia. Los predicadores del reavivamiento eran eclesiásticos, y trabajaban dentro de la iglesia. Algunos de los clérigos despertaron de
su sopor y se convirtieron en predicadores activos de sus parroquias. Iglesias que habían sido fosilizadas por el formalismo fueron de
pronto devueltas a la vida.
PERSECUCION A LOS METODISTAS
Los siervos de Dios tuvieron que recorrer un camino duro. Hombres de saber y de talento empleaban su influencia contra ellos.
Al cabo de algún tiempo muchos de los eclesiásticos manifestaron hostilidad resuelta y las puertas de la iglesia se cerraron a la fe pura
y a los que la proclamaban.
Una y otra vez, Wesley escapó a la muerte por algún milagro de la misericordia de Dios. Cuando la ira de las turbas rugía
contra él y parecía no haber ya modo de escapar, un ángel en forma de hombre se le ponía al lado, la turba retrocedía, y el siervo de
Cristo salía ileso del lugar peligroso. Con frecuencia eran atacados Los Metodistas. Una turba iba de casa en casa y les destruía los
muebles y lo que encontraban, llevándose lo que les parecía y ultrajando brutalmente a hombres, mujeres y niños. En ocasiones se
fijaban avisos en las calles convocando a los que quisiesen ayudar a quebrar ventanas y saquear las casas de los metodistas, dándoles
cita en lugar y hora señalados. Estos atropellos de las leyes divinas y humanas se dejaban pasar sin castigo.
Wesley, al predicar el Evangelio de la gracia de Dios, procuraba “engrandecer” la ley y hacerla “honorable.” Hizo fielmente la
obra que Dios le encomendara y gloriosos fueron los resultados que le fue dado contemplar. Hacia el fin de su larga vida de más de
ochenta años -de los cuales consagró más de medio Siglo a su ministerio itinerante- sus fieles adherentes sumaban más de medio
millón de almas. La vida de Wesley encierra una lección de incalculable valor para cada cristiano.
Capítulo XIV:
LIBERTAD RELIGIOSA
La persecución y el destierro abrieron el camino de la libertad. En cuanto se vieron obligados a separarse de la iglesia
anglicana, los puritanos ingleses se unieron en solemne pacto como pueblo libre del Señor para andar juntos en todos sus caminos que
les había hecho conocer, o en los que Él les notificase.
LOS INGLESES HUYEN A HOLANDA
Muchos se convencieron de que para los que deseaban servir a Dios según el dictado de su conciencia, Inglaterra había dejado
de ser lugar habitable. Algunos decidieron refugiarse en Holanda. A fin de lograrlo tuvieron que sufrir pérdidas, cárceles y mil
dificultades.
Se frustraban sus planes y eran entregados en manos de sus enemigos. Pero al fin triunfó su firme perseverancia y logrando
cruzar el canal de la mancha, encontraron refugio en las playas hospitalarias de la República Holandesa, territorio conquistado por la
reforma.
En su fuga habían tenido que abandonar sus casas, sus bienes y sus medios de subsistencia. Eran forasteros en tierra extraña,
entre gente de costumbres y de lengua diferentes de las de ellos. Se vieron obligados a ocuparse en trabajos desconocidos hasta
entonces para ellos, a fin de ganarse el pan de cada día. Hombres de mediana edad que se habían ocupado durante toda su vida en
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labrar la tierra, se vieron en la necesidad de aprender oficios mecánicos. Pero se acomodaron animosamente a la situación y no
perdieron tiempo en la ociosidad ni en quejas inútiles.
Aunque afectados a menudo por la pobreza, daban gracias a Dios por las bendiciones que les concedía y se regocijaban de
poder tener comunión espiritual sin que se les molestara. Comprendían que eran peregrinos y no se preocupaban mucho por aquellas
cosas; sino que levantaban la vista al cielo, su anhelada patria, y serenaban su espíritu.
LOS INGLESES HUYEN A NORTE AMERICA
A los ingleses en Holanda les pareció ver la mano de Dios señalándoles hacia más allá del mar una tierra en donde podrían
fundar “una iglesia sin papa y un estado sin rey”, y dejar a sus hijos el precioso legado de la libertad religiosa, avanzaron sin miedo
por el camino que la Providencia les indicaba.
Después de tres años de plantación, los peregrinos se sintieron preparados para iniciar la travesía de cruzar el atlántico y llegar
a Norteamérica. Juan Robinson, el pastor de los fieles ingleses en Holanda, a quien la Providencia impidió que les acompañase, les
dijo en su discurso de despedida exhortándoles a mantenerse firme y a estar dispuesto a recibir nueva luz porque estaba seguro de que
el Señor tiene más verdades y más luces que sacar de su Santa Palabra.
Comenzaron la aventura en una vieja embarcación llamada Speedwel, el 22 de julio de 1620, como este barco no les daba
seguridad de poder llegar a tierra firme decidieron hacer una parada en Plymouth, Inglaterra, y tomaron otro barco llamado el
Mayflower, con el cual continuaron la gran travesía.
Eran en total 102 los pasajeros que iniciaron, dos más se agregaron al nacer en el viaje. Con ese fin partieron los peregrinos de
Holanda en busca de un hogar en el Nuevo Mundo. Habían salido el seis de Septiembre de 1620 y duraron 67 días navegando hasta
llegar a las horillas del nuevo continente. Antes de desembarcar firmaron un documento histórico: “El Pacto del Mayflower”,
reconocido después como la autentica Carta Magna de la libertad.
El largo periodo vivido a bordo de una pequeña embarcación los dejó durante el invierno físicamente debilitados y susceptible
a la neumonía, por eso de los 104 peregrinos, 54 murieron durante el primer año, pero con la llegada de la primavera las cosa iniciaron
a mejorar; pudieron dedicarse a la caza, la pesca, y la recolección de frutas silvestres, la construcción de casas fue acelerada y se
amigaron con los indios.
A pesar de las enormes y conmovedoras pérdidas sufridas, en noviembre de 1621 los peregrinos celebraron al finalizar su
primer año en las tierras libres de América un culto de Acción de Gracia por el privilegio de poder adorar a Dios según los dictados
de su conciencia.
PROBLEMAS DE CONCIENCIA
A pesar de todos los esfuerzos para alcanzar la libertad de conciencia y aunque eran honrados y temerosos de Dios, los
peregrinos no estuvieron dispuestos a conceder la libertad a otros. En cierta ocasión dijo uno de los principales ministros de la colonia
de la Bahía de Massachusetts: “La tolerancia fue la que hizo anticristiano al mundo. La iglesia no se perjudica jamás castigando a
los herejes.”
Los colonos acordaron que solamente los miembros de la iglesia tendrían voz en el gobierno civil. Se organizó una especie de
iglesia de estado, en la cual todos debían contribuir para el sostén del ministerio, y los magistrados tenían amplios poderes para
suprimir la herejía. De esa manera el poder secular quedaba en manos de la iglesia, y no se hizo esperar mucho el resultado inevitable
de semejantes medidas: la persecución.
LAS IDEAS DE ROGELIO WILLIAMS
Once años después de haber sido fundada la primera colonia, llegó Rogelio Williams al Nuevo Mundo. Como los primeros
peregrinos, vino para disfrutar de libertad religiosa, pero de ellos se diferenciaba en que él vio lo que pocos de sus contemporáneos
habían visto, a saber que esa libertad es derecho inalienable de todos, cualquiera que fuere su credo. Investigó diligentemente la
verdad, pensando, como Robinson, que no era posible que hubiese sido recibida ya toda la luz que de la Palabra de Dios dimana.
Williams fue la primera persona del cristianismo moderno que estableció el gobierno civil de acuerdo con la doctrina de la libertad de
conciencia, y la igualdad de opiniones ante la ley.
Sostuvo que era deber de los magistrados restringir el crimen, mas nunca regir la conciencia. Decía: “El público o los
magistrados pueden fallar en lo que atañe a lo que los hombres se deben unos a otros, pero cuando tratan de señalar a los hombres
las obligaciones para con Dios, obran fuera de su lugar y no puede haber seguridad alguna, pues resulta claro que si el magistrado
tiene tal facultad, bien puede decretar hoy una opinión y mañana otra contraria, tal como lo hicieron en Inglaterra varios reyes y
reinas, y en la iglesia romana los papas y los concilios, a tal extremo que la religión se ha convertido en una completa confusión.”
La asistencia a los cultos de la iglesia establecida era obligatoria so pena de multa o de encarcelamiento. Williams reprobó tal
ley; la peor cláusula del código inglés era aquella en la que se obligaba a todos a asistir a la iglesia parroquial.
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Consideraba él que obligar a hombres de diferente credo a unirse entre sí, era una flagrante violación de los derechos naturales
del hombre; forzar a concurrir a los cultos públicos a los irreligiosos e indiferentes era tan sólo exigirles que fueran hipócritas...
“Ninguno -decía él- debe ser obligado a practicar ni a sostener un culto contra su consentimiento”.
ROGELIO WILLIAMS EXILIADO
Rogelio Williams era respetado y querido como ministro fiel, como hombre de raras dotes, de intachable integridad y sincera
benevolencia. Sin embargo, su actitud resuelta al negar que los magistrados civiles tuviesen autoridad sobre la iglesia y al exigir
libertad religiosa, no podía ser tolerada. Se creía que la aplicación de semejante nueva doctrina, alteraría el fundamento del estado y el
gobierno del país.
Le sentenciaron a ser desterrado de las colonias y finalmente, para evitar que le arrestasen, se vio en la necesidad de huir en
medio de los rigores de un crudo invierno, y se refugió en las selvas vírgenes. Durante catorce semanas anduvo vagando en medio de
la inclemencia del invierno, careciendo en absoluto de pan y de cama. Pero los cuervos lo alimentaron en el desierto y el hueco de un
árbol le sirvió de albergue.
Así prosiguió su penosa huída por entre la nieve y los bosques casi inaccesibles, hasta que encontró refugio en una tribu de
indios cuya confianza y afecto se había ganado esforzándose por darles a conocer las verdades del Evangelio.
SE LOGRA LA LIBERTAD
Después de varios meses de vida errante llegó al fin a orillas de la bahía de Narragansett, donde echó los cimientos del primer
estado de los tiempos modernos que reconoció en el pleno sentido de la palabra los derechos de la libertad religiosa. El principio
fundamental de la colonia de Rogelio Williams, era que cada hombre debía tener libertad para adorar a Dios según el dictado de su
propia conciencia.
Su pequeño estado, Rhode Island, vino a ser un lugar de refugio para los oprimidos, y siguió creciendo y prosperando hasta que
su principio fundamental -la libertad civil y religiosa- llegó a ser la piedra angular de la república americana de los Estados Unidos.
En la Declaración de Independencia los que fundaron los Estados Unidos declaraban lo siguiente: “Sostenemos como evidentes
estas verdades, a saber, que todos los hombres han sido creados iguales, que han sido investidos por su Creador con ciertos derechos
inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.” Y la Constitución garantiza en los términos más
explícitos, la inviolabilidad de la conciencia: “No se exigirá examen alguno religioso como calificación para obtener un puesto
público de confianza en los Estados Unidos.” “El Congreso no dictará leyes para establecer una religión ni para estorbar el libre
ejercicio de ella.”
Los que formularon la Constitución de los Estados Unidos reconocieron el principio eterno de que la relación del hombre con
Dios se halla por sobre toda legislación humana y que los derechos de la conciencia son inalienables. No se necesitaba argumentar
para establecer esta verdad; pues la sentimos en nuestro mismo corazón. Fue este sentimiento el que, desafiando leyes humanas,
sostuvo a tantos mártires en tormentos y llamas. Reconocían que su deber para con Dios era superior a los decretos de los hombres y
que nadie podía ejercer autoridad sobre sus conciencias. Es un principio innato que nada ni nadie puede desarraigar.
Cuando circuló por los países de Europa la noticia de que había una tierra donde cada hombre podía disfrutar del producto de
su trabajo y obedecer a las convicciones de su conciencia, millares se apresuraron a venir al Nuevo Mundo. Las colonias se
multiplicaron con rapidez. Por una ley especial, Massachusetts ofreció bienvenida y ayuda, a costa del pueblo, a todos los cristianos de
cualquiera nacionalidad que pudieran huir al través del Atlántico para escapar de las guerras, del hambre y de la opresión de sus
perseguidores. De esa manera los fugitivos y oprimidos eran, por la ley, considerados como huéspedes de la comunidad.
A los veinte años de haberse efectuado el primer desembarco en Plymouth, había ya establecidos en Nueva Inglaterra otros
tantos miles de peregrinos. Con el fin de asegurar lo que buscaban, se contentaban con ganar apenas su subsistencia y se acomodaban
a una vida de frugalidad y de trabajo. No pedían de aquel suelo sino la justa retribución de su propio trabajo. Se conformaban con el
progreso lento pero firme de su estado social. Soportaban pacientemente las privaciones de la vida rústica, y regaron con sus lágrimas
y con el sudor de su frente el árbol de la libertad, hasta verlo echar profundas raíces en la tierra.
La Biblia era considerada como la base de la fe, la fuente de la sabiduría y la carta magna de la libertad. Sus principios se
enseñaban cuidadosamente en los hogares, en las escuelas y en las iglesias, y sus frutos se hicieron manifiestos, en lo que se ganó en
inteligencia, en pureza y en templanza. se Podía vivir por años entre los puritanos sin ver un borracho, ni oír una blasfemia ni
encontrar un mendigo.
Quedaba demostrado que los principios de la Biblia son las más eficaces salvaguardias de la grandeza nacional. Las colonias
débiles y aisladas vinieron a convertirse pronto en una confederación de estados poderosos, y el mundo pudo fijarse admirado en la
paz y prosperidad de una iglesia sin papa y de un estado sin rey.
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Se conoce con este nombre al grupo de personas que desde finales del Siglo XVII y hasta la primera mitad del Siglo XVIII
proclamaron y creyeron firmemente que Jesús venía por segunda vez entre 1843 y 1844 o en fechas cercanas a su propia generación.
Este moviendo representa el inicio de la proclamación del mensaje de los tres ángeles descrito en el Apocalípsis.
El movimiento adventista se destacó y tuvo mayor impacto en los Estados Unidos de Norteamérica, pero también en otras
partes del mundo se notó el despertar religioso, por eso señalamos el movimiento adventista fuera y dentro de los Estados Unidos.
Este último tuvo como líder máximo a Guillermo Miller, a sus seguidores se les conoció como Milleristas. El movimiento Millerista
permaneció desde 1831 cuando Miller inicia su predicación hasta 1844 que fue la fecha indicada para que ocurriera la segunda venida
de Jesucristo.
Este grupo se caracterizó por el estudio de las profecías, especialmente las que señalaban la segunda venida de Cristo. Este
grupo reconoció que Dios siempre tiene un mensaje especial para su pueblo dependiendo de la necesidad de la época, en tiempos de la
reforma lo fue la justificación por la fe y para ellos la verdad presente era la necesidad de proclamar la segunda venida de cristo y los
mensajes proféticos de los tres ángeles.
Este movimiento no formal, culminó en 1863 para dar paso al surgimiento de la formal Iglesia Adventista del 7 mo día.
Entre 1831 y 1844, Guillermo (William) Miller - un predicador Bautista y ex-capitán de Ejército de la Guerra de 1812 - lanzo
el grande despertar del segundo advenimiento, el cual eventualmente se dispersó a través de la mayoría del mundo cristiano. Basado
en su estudio de la profecía de Daniel 8:14, Miller calculo que Jesús podría retornar a Tierra el 22 de octubre de 1844. Cuando Jesús
no apareció los seguidores de Miller experimentaron lo que se vino a llamar “El Gran Chasco”.
El Gran Chasco
Todo estaba preparado, habían predicado sin descanso, se habían humillado y sus corazones estaban listos para recibir al
esposo, a medida que los días pasaban, los comerciantes adventistas cerraban sus negocios, los mecánicos cerraban sus talleres, los
empleados abandonaban sus empleos. En los congresos campestres unos a otros confesaban sus faltas y pedían que se orara por ellos,
grandes cantidades de dinero fueron donadas para que los pobres saldaran sus deudas, para que se publicara la noticia en los
periódicos, se dio dinero de tal modo que los editores tuvieron que decir que los fondos sobraban y se prohibió el dar más ofrendas.
En el campo, algunos agricultores abandonaron su cosecha para manifestar su fe, las papas permanecieron en la tierra, las
manzanas se caían de los árboles, el heno se aplastaba en los campos. En las ciudades muchos maestros de escuela, jueces y
magistrados renunciaban a sus puestos, empresas cerraban sus puertas, muchos vendían sus casas y se desprendían de sus
pertenencias, miles venían para ser bautizados, la prensa en distintos lugares no paraba día y noche para reproducir las revistas para
seguir enviando el mensaje a todas las ciudades.
Los días se fueron acercando el mes de octubre entro, los días fueron pasando, los familiares de las personas que habían muerto
esperaban gozosos poder verlos de nuevo, como esperaba la familia de Carlos Fitch quien había muerto de un resfriado el 14 de
octubre por bautizar tres grupos sucesivos de creyentes en el agua helada. El 19 de octubre se detuvieron las prensas, las carpas habían
sido desarmadas, los predicadores habían vuelto a sus hogares para unirse a sus familias, todos esperaban con gozo este momento, El
mundo afuera esperaba con curiosidad pero con temor de que todo fuera cierto.
Al amanecer el 22 de octubre, los Millerista se reunieron en grupos grandes y pequeños. En sus tabernáculos, en sus iglesias, en
sus hogares; en expectativa solemne, con oración y gozosos cánticos de alabanza. En Low Hampton, New York, los amigos de Miller
se congregaron en el bosquecillo de arces junto a la casa, la mañana pasó y llegó el meridiano calido y lleno de vida, pero todavía no
llegaba el sol de justicia, la tarde pasó y se impuso la oscuridad más Jesús no regresó con sus huestes angélicas, la media noche
apareció y con ella llegó la decepción de los creyentes.
El 22 de octubre había pasado y cristo no había venido, sus corazones desfallecieron, sus ojos se llenaron de lágrimas, estaban
chasqueados y desconsolados. Muchos lloraban sin cesar, otros no sabían que sería de ellos habían vendido todo y ahora no tenían
nada, sus corazones se llenaban de pesar.
Después del 22 de octubre muchos se preguntaban que había sucedido, otros trataban de acostumbrarse a la idea de que no
verían a sus seres queridos que habían muerto tan pronto como ellos pensaban, los hijo de Carlos Ficth se preguntaban por que papa
no había llegado, muchas familias pasaban por esa situación, hijos, padres, hermanos o alguno de los familiares habían muerto de
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cólera, tuberculosis, tos convulsa, u otra enfermedad, todos esperaban una reunión tranquila y feliz cuando Jesús viniera. Pero no fue
así.
El desconsuelo se apoderó de muchos, el pastor Jaime White escribió que cuando el pastor Himes fue a Pórtland Maine varios
días después de lo ocurrido, el dijo que debían prepararse para otro frío invierno, el salió del lugar de reunión y lloró como un niño. En
otra ciudad 70 desconcertados adventistas se quedaron en una casa grande donde se habían reunido para esperar a Jesús, y allí se
animaban unos a otros y compartían el poco dinero que habían guardado en una lechera, un dirigente millerista tuvo que ir a
persuadirles que volvieran a sus hogares y a su vida cotidiana.
Un buen numero de los milleristas, sin embargo, no pudieron adaptarse a la situación con facilidad, ya no poseían donde vivir,
habían vendido sus casa y sus granjas para donar el dinero a la causa. En París maine los Andrews invitaron a vivir con ellos a la
familia Stowell por que ellos se habían quedado sin hogar.
Un desengaño más les estaba reservado. El tiempo de espera pasó, y su Salvador no apareció. Con confianza inquebrantable
habían esperado su venida, y ahora sentían lo que María sintió cuando fue al sepulcro del Salvador y lo encontró vacío, exclamó
llorando: "Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto." (S. Juan 20: 13.)
Un sentimiento de pavor, el temor de que el mensaje fuese verdad, había servido durante algún tiempo para refrenar al mundo
incrédulo. Cumplido el plazo, ese sentimiento no desapareció del todo; al principio no se atrevieron a celebrar su triunfo sobre los que
habían quedado chasqueados; pero como no se vieran señales de la ira de Dios, se olvidaron de sus temores y nuevamente profirieron
insultos y burlas.
Un número notable de los que habían profesado creer en la próxima venida del Señor, abandonaron su fe. Algunos que habían
tenido mucha confianza, quedaron tan hondamente heridos en su orgullo, que hubiesen querido huir del mundo. Como Jonás, se
quejaban de Dios, y habrían preferido la muerte a la vida. Los que habían fundado su fe en opiniones ajenas y no en la Palabr a de
Dios, estaban listos para cambiar otra vez de parecer. Los burladores atrajeron a sus filas a los débiles y cobardes, y todos éstos
convinieron en declarar que ya no podía haber temor ni preocupación. El tiempo había pasado, el Señor no había venido, y el mundo
podría subsistir como antes, miles de años.
El Remanente
Aunque en los que esperaron a Jesús en 1844 no se cumplió exactamente la parábola de las diez vírgenes, podemos apreciar
que el inicio de este clamor marcó un reavivamiento espiritual que el pueblo de Dios necesitaba para la proclamación del mensaje.
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Bibliografía
White, Elena G.
El Conflicto de los Siglos.
SANTA BIBLIA
Hechos de los Apóstoles,
Naenny, Eduardo.
Historia de los Valdenses del Piamonte.
Manual de Conquistadores,
Volumen 1, 1992
Manual de Historia Dnal.
Parte 1 y 2. Serie Nuestra Herencia (DIA)
Enoc de Oliveira
La Manos de Dios al Timón
Aporte Especial
G. M. Amaury Bueno,
G. M. Yonatan Castro,
Apuntes del Manual de Clase No.1
Investigación desarrollada por ambos en la recopilación de la mayoría
de estas informaciones.
Restructuración, Diseño,
Edición y Diagramación
G.M. Francis Gómez
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