MARTÍN LUTERO Y LA SOLA SCRIPTURA Desde

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MARTÍN LUTERO Y LA SOLA SCRIPTURA
Desde joven, Martín Lutero había aceptado las creencias de la iglesia sin cuestionarlas. Como un convencido
católico creía en las respuestas que le daba la iglesia en todo lo referente a Dios, al pecado y a la salvación. Si la
iglesia decía que recibir los sacramentos, hacer peregrinajes, confiar en las indulgencias y doblegarse ante las
penitencias era la manera de conseguir y mantener la paz con Dios, ¿quién era él para cuestionarlo?
Abandonó sus estudios de leyes para hacerse monje. Con tal fin decidió ingresar al monasterio de la orden de los
agustinos. Su ferviente deseo era que este paso lo condujera a una vida de santidad y de paz con Dios.
En consagración sincera poco a poco aprendió a hacer actos de reverencia, a doblar la rodilla, a postrarse, a andar
cabizbajo, a no reírse nunca, a hablar por señas y a conservar una apariencia de humildad. Estaba persuadido de que
había escogido el camino que todos los santos habían transitado. Hacía todo lo que podía en busca de aquellos
méritos que la iglesia prometía le traerían la paz tan deseada.
Al observar su humilde constancia, incuestionable fidelidad y total dedicación, los superiores del monasterio pronto
lo seleccionaron para el sacerdocio. Mientras tanto, debía también seguir con su preparación. Las reglas de la orden
agustina requerían el estudio diario de la Biblia, por lo que le regalaron un ejemplar. Hasta el último día de su vida
Martín amó esa Biblia, la que estudiaba con tanto afán. Como resultado “la Biblia comenzó a dominar su
pensamiento y la usaba como base y criterio para todas sus conclusiones”.
El doctor Staupitz, vicario general de los agustinos en Alemania, se interesó por conocerlo. En otoño de 1508
Lutero fue trasladado a Wittenberg, donde se buscaba a los mejores profesores para la universidad. Escogieron a
Lutero porque habían visto en el fraile no sólo un extraordinario talento, sino sincera piedad.
En el año de 1510 fue elegido de compañía para un viaje a Roma. Para Lutero era un viaje significativo; lo vio
como una peregrinación. Cuando a la distancia contempló la ciudad, sobrecogido de gozo gritó: “¡Salve, Roma
santa! ¡Tres veces bendita seas por la sangre de tus mártires!”
Un mes entero pararon en Roma, nos informa Atkinson: “Para Lutero fueron cuatro semanas de desilusión
fulminante.” Lutero buscaba purificarse de su propia pecaminosidad, confesando y pidiendo consejo a los sabios y
santos de la iglesia. Pero en Roma veía a los líderes religiosos cubiertos de corrupción y pecado. Descubrió allí
encarnados todos los abusos que la cristiandad en forma universal condenaba. Para él fue un despertar agonizante.
L. Febvre escribe que cuando Lutero regresó a Alemania “callaba todavía”, añadiendo que como hijo respetuoso
de la iglesia, “se esforzaba por cubrir con piedad filial una vergüenza demasiado manifiesta”. El problema de
Lutero era que creía en la iglesia, seguía a la iglesia, confiaba en la iglesia y reposaba su fe en la iglesia.
Ahora en la torre universitaria sólo tenía una Biblia. Sobre ella dirigió su vista en intensa concentración. Fue ahí
donde un día estudiando la Palabra comprendió el evangelio. Salió de la torre como un hombre nuevo. En muchas
ocasiones Lutero contaría lo que descubrió en la Palabra ese memorable día—que "el justo por la fe vivirá".
No puedo encontrar mejor conclusión que una cita del historiador Atkinson:
El alma de Lutero se salvó en su estudio, mediante un arduo y penoso trabajo de los textos bíblicos. Descubrió que
la teología ofrecida por la iglesia no se ajustaba a la Biblia ni a la experiencia, ni al sentido común. Quería que
todos los hombres vieran de nuevo la obra de Dios para el hombre tal y como se recoge en la Biblia. La
peregrinación de Lutero fue como una invitación a todos los hombres a otra peregrinación semejante.
Lutero aprendió que el cristiano tiene que apegarse a las verdades de la Palabra de Dios, aunque sea en contra de un
Papa, un concilio, un alto personaje o cualquiera que fuere. Si no se obstaculizan las falsas proclamaciones
religiosas, llegará el momento en que se oculten las verdades bíblicas, invalidando su autoridad.
Lutero replicaba de forma enérgica: “La Palabra de Dios, la entera Palabra de Dios, y nada más sino la Palabra
de Dios, es la única autoridad.”
Este compromiso valiente con las Escrituras fue reconfirmado después en la famosa Dieta de Worms, donde
compareció ante el emperador y la corte del imperio; en esa ocasión cuando fue invitado a retractarse de sus
escritos, contestó: “A menos que se me convenza mediante testimonios de la Escritura, y claros argumentos de la
razón, — porque no le creo ni al Papa, ni a los concilios, ya que está demostrado que a menudo han errado y se
contradicen entre ellos —, estoy vencido por los textos de la Sagrada Escritura que he citado, y mi conciencia está
ligada a la Palabra de Dios, no puedo negar o revocar mis convicciones. No tengo nada más qué decir. ¡Que Dios
tenga misericordia de mi!”
Este escrito es una adaptación con recopilaciones textuales del libro: El Triunfo de la Fe de Leslie Thompson.
Este material fue tomado del Boletín dominical de la Iglesia Bíblica Unidos en Cristo (IBUC) en Monterrey, NL, Méjico.
Usado con permiso
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