1 2 Yo, Judas, el elegido H. F. Fernández 3 Primera edición Marzo - 2007 © Herminio Fernández Fernández © Belgeuse, S. L. (Grupo Editorial) Ilustración de portada: Néstor Fernández Núñez Diseño cubierta: Sandra Cavagnaro Otra Dimensión (Belgeuse Grupo Editorial) C/ Alberto Aguilera, 35 – 2º Centro. 28015 Madrid TEL: 91 548 93 53. Fax: 91 548 93 52 [email protected] www.belgeuse.org ISBN: 978-84935258-8-0 4 ÍNDICE Prólogo.............................................................................9 Primera hipótesis...........................................................15 Segunda hipótesis..........................................................21 Tercera hipótesis...........................................................25 Cuarta hipótesis.............................................................29 Yo, Judas, el elegido Introducción...................................................................35 Epílogo............................................................................77 5 6 Y Jesús dijo: “(…); no he venido a traer la paz, sino la espada. Pues he venido a separar al hijo de su padre, y a la hija de su madre, y a la nuera de su suegra. Y los enemigos del hombre serán las personas de su misma casa. Quien ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí, y quien ama al hijo o a la hija más que a mí, tampoco es digno de mí. Y quien no carga con su cruz y me sigue no es digno de mí. Quien hallare su vida, la perderá y quien perdiere su vida por amor mío, la hallará. “(Jn 12, 25; Lc 17, 33).” Mateo 10, 34 7 8 PRÓLOGO Es muy difícil pensar cómo se puede presentar una revelación, dónde y a quién. Es como si las revelaciones escogieran a personas fuera del tiempo y el lugar. Yo no sé si lo mío es una revelación o no lo es, tengo que decir que mientras escribo esto siento como un temor. Dentro de mí gritan dos voces contradictorias, una me dice que no lo haga, mientras la otra insiste en que sí. Pero estas voces no son nuevas en mí, me acompañan desde que tengo uso de razón. En mis primeros recuerdos de infancia ya discutía cosas conmigo mismo y buscaba explicaciones a lo que oía contar a los mayores. Allá, en los valles profundos y míseros en los que me críe, en un ambiente más bien tétrico, envuelto en religión y brujería, para un muchacho de diez u once años era muy difícil de distinguir la diferencia entre la una y la otra. Por un lado estaba lo ancestral, el universo fantástico de los duendes, las hadas, los demonios y las brujas y todos esos otros espíritus de la cultura antigua. Una roca podía estar habitada por un espíritu y un árbol podía tener conciencia propia. Quizás podía ver y podía ser amable dando sus frutos, pero también podía estar ocupado por una entidad maligna y estrangularte con sus ramas. Allí donde brotaba el agua de un manantial podías encontrarte con una hermosa hada peinando sus largos cabellos, pero también podías encontrar a un monstruo sediento apaciguando su sed que parecía no tener límites. Todas estas leyendas y fantasías producían en mí un fuerte temor agrandado por la ignorancia de los mayores. El mayor triunfo del miedo es aislar a la persona que lo siente y la mejor forma de aislarla es burlándose de ella y de sus miedos. Por las circunstancias que fueren, esto se daba con demasiada frecuencia, quizás porque había demasiada gente que sentía miedo y pudiera ser que al burlarse de los 9 miedos de los demás, les hacía sentir la sensación de que se estaban riendo de los suyos propios. Se burlaban de personas que sentían miedos difíciles de catalogar y desgraciadamente llegué a ver con mis propios ojos cómo algunas de estas personas, debido a la burla y a la incomprensión, acabaron en un estado de pánico y locura del que nunca lograron recuperarse y que acabaron llevándoles a una muerte prematura e incluso en algunos casos al suicidio. Por otro lado estaba la religión católica, en guerra contra todo esto. “¡Supersticiones!” gritaba el cura tras el altar, el domingo en misa. Había que tener más fe y rezar. Así en las negras y largas noches de invierno, cuando las tormentas y los truenos hacían temblar la tierra y las míseras casas de las aldeas se iluminaban con los rayos, toda la familia se acurrucaba en torno a un rosario, iluminado por la fantasmal luz de una vela bendecida. En la frialdad y negrura de aquellas frías noches, el miedo andaba suelto y el temor de los niños se veía agrandado al observar la intranquilidad de los mayores. Para poner remedio a todo esto solo había una opción que era misa y más misa, confesiones y comuniones. Había que sacarse los pecados de encima y yo pienso que la pobreza era tanta que por no tener, no teníamos ni pecados. Después de esto parecía que la gente recuperaba el ánimo suficiente para seguir arrastrando su triste y mísera vida. El cura se esmeraba a la hora de explicar el catecismo oficial, aquel librito pequeño con ilustraciones infantiles, disfrazado de cuento, era en realidad un auténtico código absolutista lleno de grandes preguntas con respuestas que a menudo rozaban el ridículo. Estaba dado por hecho que todo lo que allí se decía era verdad y no solo eso, era la única y la auténtica verdad. Aquel librito no admitía discusión. Cada pregunta tenía su respuesta, y era obligación aprendérselas de memoria para recitarlas en voz alta, aunque muchas veces ni siquiera sabíamos lo que estábamos diciendo. Esto era así porque el librito estaba 10 escrito en un idioma que no nos era familiar, ya que en aquella zona solo se hablaba el idioma propio que presenta notables diferencias. Esto incluso nos llevaba a falsas interpretaciones, ya que una palabra escrita en aquel idioma se podía parecer mucho fonéticamente a una palabra nuestra, pero podía tener un significado totalmente distinto. Por poner un ejemplo, la palabra “premiar” se parece mucho a la palabra nuestra “premear”, pero el significado es totalmente distinto. La primera significa dar o repartir premios, mientras que la segunda en nuestra lengua significa hacerle daño a alguien partiéndole la columna vertebral dejándole invalidado de las extremidades inferiores. Yo desde muy pequeñito conocía el significado de la palabra “premear”. El significado de “premiar” lo aprendí mucho más tarde. Llevando esto a la práctica, recuerdo que había una pregunta que decía así: “¿Quién es Dios?” Y la respuesta decía lo siguiente: “Dios es nuestro Padre que está en los cielos, creador y señor de todas las cosas, que castiga a los malos y premia a los buenos”. Teniendo en cuenta que la palabra “castigo” en nuestra lengua significa un daño menor, yo siempre hubiera preferido ser castigado antes que “premiado”. Puede que hasta sea cómico lo que acabo de exponer, pero la mente de un niño funciona de manera simple y automática. La primera impresión es la que cuenta. Aquel Dios no me parecía un personaje con el que tener muchas relaciones. Otra cosa era el Cristo, aquel pobre hombre clavado en una cruz por ser bueno. Terrible. El cura decía que teníamos que seguir su ejemplo y ser como Él, y yo me decía para mí que si era cómo Él, haciendo lo que el había hecho, tenía un montón de posibilidades de acabar como Él acabó, cosa que no me hacía ninguna ilusión. De todas formas tengo que reconocer que el personaje del Cristo siempre me fue grato, quizás por la lástima que da viéndole siempre crucificado me hace sentir compasivo. Aunque nunca fui un entusiasta religioso sí que 11 prestaba atención a los relatos sobre su vida y sus hechos, tal como dicen los Evangelios. Nunca me importó demasiado si todo era verdad o mentir, lo decía el cura y se debía de creer. Si el cura decía que tenía poderes para hacer milagros, se daba por hecho que así era. Yo iba deduciendo que aquel Jesús no era un tipo cualquiera, sino que era alguien importante y con un poder enorme. Alguien que tenía muchos amigos y admiradores, que se movía entre multitudes y enseguida surgió la pregunta: ¿Cómo puede alguien así acabar como acabó Él sin que nadie le echara una mano repentinamente solo? Nunca pude entender esto y cada vez que me lo planteaba sentía que dentro de mí una voz intentaba decirme algo, como si me quisiese explicar el por qué. La verdad es que nunca puse atención a esa voz y siempre dejaba el tema a un lado. ¿Quién era yo para plantearme semejante pregunta? ¿Qué podía importarme a mí el tema? De todas formas, poco a poco un personaje se me fue haciendo cada vez más familiar, un personaje del que siempre se hablaba mal. Era como el malo de la película, el traidor, el culpable de la muerte de Cristo. Era Judas Iscariote. A pesar de que siempre era el malo, a mí, no sé por qué, me caía bien. Siempre que el cura leía y explicaba como Judas había traicionado a Cristo yo parecía sentir la necesidad de encararme con él y decirle que no era cierto. Por supuesto que nunca lo hice y no quiero imaginarme a mí mismo discutiendo con el cura, defendiendo a Judas. Seguro que me hubieran considerado poseído y no sé lo que pudieran haber hecho conmigo. El caso curioso es que han ido pasando los años y siempre he estado convencido de que Judas no era el que decían ser, sino más bien todo lo contrario. Cuando me enteré de que se había descubierto un documento en el que aparecía un escrito y que dicho escrito se reconocía como el Evangelio de Judas, sentí una alegría extraña y después de haberlo leído me he quedado con la sensación de que lo que dice no me ha sorprendido, 12 algo así como si yo ya tuviera conocimiento de que algunas cosas ya las sabía y ha sido a partir de entonces cuando esa voz que me acompaña desde siempre se ha hecho más fuerte y perceptible, tanto que al final me he decidido a escribir sin saber muy bien lo que iba a hacer. Y aquí quiero lanzar una pregunta por si alguien tiene respuesta: ¿Si Judas murió en la misma fecha en que fue crucificado Cristo, cómo es que al cabo de casi trescientos años alguien escribió su Evangelio? ¿Quién mantuvo fresca durante tanto tiempo su memoria? 13 14 PRIMERA HIPOTÉSIS Pensemos por un momento que un grupo de personas deciden visitar un lugar remoto de nuestro planeta al que jamás ha ido nadie. Suben a un avión, sobrevuelan la zona dejándose caer en paracaídas. Una vez abajo escogen un lugar en el cual montan un campamento. Para ello no solo utilizan sus tiendas y demás objetos que transportan, sino que además construyen algunas edificaciones más sólidas, aprovechando los materiales del entorno como rocas, arcilla o madera. Permanecen en la zona cierto periodo de tiempo al cabo del cual se marchan, llevándose prácticamente todo lo que han traído, dejando lógicamente las construcciones hechas, con los materiales del entorno y algo más que se le haya podido olvidar. Una de las cosas que se han olvidado ha sido una linterna. Esta linterna está provista de una batería y de una placa fotovoltaica que la recarga con la luz del Sol, cosa que le va a permitir funcionar durante mucho tiempo. Además también posee una célula fotosensible a la intensidad de la luz de tal manera que se enciende solo en la oscuridad, por ejemplo cuando es de noche, y al amanecer se apaga. Pasa algún tiempo, el lugar queda solitario. Y nuestra linterna está encendiéndose y apagándose, como testigo luminoso de que alguien estuvo allí. Imaginemos que en un lugar no muy lejano vive una pequeña tribu de personas que todavía no conocen la civilización. Estos indígenas están todavía en la edad de piedra. Van desnudos, alimentándose de frutos que recogen y animales que cazan en la zona. Un día cualquiera, unos cazadores de la tribu se alejan en busca de alguna presa y casualmente llegan al lugar en donde acamparon los visitantes. Lo primero que les llama la atención son las construcciones. Ellos ya habían estado allí otras veces y no había nada. Sorprendidos y 15 desconcertados examinan todo cuanto ven. Se hacen preguntas unos a otros sobre lo que puede haber acontecido. Lógicamente nadie tiene una respuesta, pero hay algo irrefutable: eso está ahí y antes no estaba, por lo tanto alguien o algo estuvo allí. Dan vueltas y más vueltas por todos los lugares, recogiendo objetos para ellos desconocidos, como puede ser algún envase de vidrio, plástico o metal. También recogen algunos restos de tela y quizás algún trozo de papel con algún tipo de apunte. Y por supuesto, encuentran la linterna, que por ser de día se encuentra apagada. Estos hombres, asombrados, no se explican de dónde ha salido todo aquello, se desesperan intentando buscar respuestas y son muchas las suposiciones a las que llegan, pero jamás llegan a imaginar que todo aquello está hecho por personas exactamente iguales que ellos. Jamás se les ocurrirá pensar que unos seres humanos como ellos han sido capaces de fabricar aquellos materiales tan extraños. Pero las sorpresas de estas buenas gentes no terminan aquí. Hacen un montón con todo lo hallado, dejando la linterna encima de todo, y encienden una hoguera disponiéndose a pasar la noche en aquel lugar. Mientras la llama de la hoguera da suficiente resplandor, la linterna permanece apagada. Pero a medida que transcurre el tiempo, los hombres dejan de echar leña y la hoguera se va apagando poco a poco. Todos están medio adormecidos cuando de repente la linterna se enciende iluminando el lugar. El susto que se llevan es tremendo, aquellos hombres saltan de miedo y corren como locos para ponerse a salvo, dando tumbos y profiriendo gritos, recogen sus lanzas que empuñan con fuerza dispuestos a defenderse. Enseguida se acurrucan en un rincón todos juntos sin perder de vista la linterna y así permanecen toda la noche, despiertos, alerta, cualquier ruido les hace estremecer. La noche va transcurriendo lentamente, para ellos es interminable. Cuando en el horizonte se empiezan a reflejar las primeras luces del alba, con sus 16 miradas intentan adivinar si algún ser desconocido ronda por allí, y repentinamente ven cómo la linterna se apaga. Desconcertados y asustados, deciden irse sin llevarse nada, pero no se alejan de la zona. Permanecen por las cercanías en espera de posibles acontecimientos. Durante todo el día no sucede nada. Al atardecer deciden pasar la noche en una colina desde donde puede observarse el lugar y para su desconcierto, cuando la oscuridad empieza a cubrirles, ven como de nuevo la linterna brilla allá en la lejanía. Perplejos contemplan cómo de nuevo se apaga con los primeros claros del amanecer. Permanecen en la zona un día y una noche más y la linterna se vuelva a encender y a apagar. Todos están perplejos, imposible explicar lo que están viendo. De pronto uno de ellos por pura asociación de ideas mira al cielo contemplando las estrellas, las cuales brillan de noche y de día desaparecen y llega a la conclusión que aquello es una estrella. Transmite la idea a sus compañeros y estos razonan que está en lo cierto. La lógica no deja lugar a dudas, se enciende de noche y se apaga de día, por lo tanto es una estrella. Pero si es así, ¿quiénes pudieron bajarla del cielo y dejarla allí? Lógicamente no cayó, porque las construcciones que hay en el entorno demuestran que allí estuvo alguien, pero ¿quién? Una vez más discuten sobre quién pudo haber sido, ocurriéndoseles todo tipo de fantasías, pero una vez más no pueden sospechar que aquellos que dejaron aquella estrella eran personas de carne y hueso como ellos. Pasan algunos días más en la zona esperando algún acontecimiento fuera de lo corriente, pero como no pasa nada, deciden volver a visitar el campamento. Con mucho sigilo y precaución se van acercando. Poco a poco van viendo que todo está igual, aparentemente allí no hay nadie. Todo está como ellos lo han dejado. Deciden acercarse al montón de objetos que habían reunido y uno de ellos, armándose de valor, coge la linterna examinándola cuidadosamente. La mira, luego la 17 sacude y escucha que algo se mueve dentro. Entonces, llevado por la curiosidad, empieza a manipularla. Consigue abrirla y, ante su asombro, algo cae al suelo. A partir de ese momento todos intentan descubrir cómo es aquello. Desmontan varias piezas, sin darse cuenta rompen las conexiones, y aunque al final consiguen volver a montarla, ya está inutilizada y no se volverá a encender nunca más. Pero ellos no lo saben, recogen todos los objetos extraños que han encontrado y regresan con el resto de la tribu, deseosos de mostrarles aquellos prodigios. Reunidos con todos los miembros de la tribu, cuentan todo lo que les ha ocurrido con todo tipo de detalles. Muestran los objetos que han encontrado y sobretodo explican que la linterna es una estrella, que sin duda se encenderá cuando llegue la noche. Esto casi nadie se lo cree, pero todos esperan con impacienta a que oscurezca. Desgraciadamente para ellos, que ignoran que la linterna está estropeada, llega la noche y no se enciende. Sorprendidos, no se explican el por qué. Intentan convencer a los demás de que antes sí lo hacía. Nadie les cree, y cuanto más insisten, lo único que consiguen es que se rían de ellos. Cierto es que tienen pruebas de que algo les ha visitado, las construcciones están ahí, eso no lo niega ningún miembro de la tribu, pero el misterio de la estrella solo lo han visto ellos y aunque intentan hacer creer a los otros de que fue real, parece ser que nadie está dispuesto a aceptar que así haya sido. A medida que pasa el tiempo todo se va disipando y hasta ellos mismos intentan no dar demasiada importancia al tema. Y como aquellos objetos que han reunido no tienen mucha utilidad práctica, se mantienen en un lugar que poco a poco se va olvidando. Con esta hipótesis el autor intenta explicar la condición del ser humano, dejando muy claro que lo que diferencia a unas personas de otras es única y exclusivamente la memoria. La cantidad y calidad de información almace18 nada en la mente. Si cogemos al que fabricó la linterna y al que la rompió e intentamos mediante análisis químicos adivinar quién hizo lo uno y quién hizo lo otro, no obtendremos respuesta ninguna. Las dos personas son idénticas, y cualquiera de las dos pudo haber hecho lo uno o lo otro. Solo analizando el conocimiento podemos adivinar quién es quién, pero el conocimiento solo se puede analizar si ambas personas están vivas. Si ya han muerto, ni sus cadáveres ni sus huesos podrán dar tal información y solo podremos llegar a imaginar quién hizo lo uno y quién hizo lo otro si ambos acontecimientos han quedado almacenados en forma de información en algún lugar o han sido transmitidos oralmente generación tras generación. Si transcurre mucho tiempo, puede ser que la información que nos llegó mediante grabados no seamos capaces de descifrarla o sea tan escasa que nos deje con más interrogantes que respuestas y lo que nos llega oralmente puede estar tan distorsionado y lleno de fábulas que sea casi imposible de saber lo que hay de cierto y lo que no. Volvamos a nuestra tribu y veamos como están las cosas bastantes años después de lo acontecido. Los indígenas siguen más o menos en el mismo lugar y siguen sin haber tenido contacto alguno con el mundo exterior. Todos aquellos que encontraron la linterna han muerto y del campamento lo único que queda son los restos de las construcciones de piedra. Pero curiosamente algunos indígenas se han asentado allí y copiando la colocación de las piedras que han dejado los visitantes han fabricado unas construcciones semejantes pero mucho más rústicas. ¿Y qué queda de la fantástica historia de nuestra linterna? Miremos bien y asombrémonos, estamos viendo una imagen tosca tallada en piedra que se le asemeja mucho y a un individuo que predica que hace mucho tiempo unos seres de otro mundo bajaron una estrella a ese lugar y que quizás vuelvan algún día. Nuestra linterna se ha convertido en objeto de culto. 19 Una vez más nos damos cuenta como la ignorancia y la falta de información dispara la imaginación de las personas llevándolas a crear mundos fantásticos allí donde no hay nada. 20 SEGUNDA HIPÓTESIS Volvamos al principio de nuestra primera hipótesis, pero cambiemos de escenario. Este grupo de personas que se desplazan a visitar un lugar desconocido no se suben a un avión, sino a una nave espacial, y ese lugar no es un rincón de la Tierra, sino otro planeta. Nada más llegar, hacen unas exploraciones sobre el terreno, toman contacto con los seres que allí habitan, pero llegan a la conclusión de que nada es de su interés. Es un planeta pequeño y con pocos recursos, cuyos seres más evolucionados son unos personajes con ciertas habilidades que demuestran algunas cualidades de las cuales se deduce que poseen una cierta inteligencia que les permite asociar ideas y sacar conclusiones. Los visitantes, a pesar de que llegan a la conclusión de que el planeta no tiene interés para ellos a largo plazo, sí están de acuerdo que les puede ser útil durante un tiempo como campamento provisional. Por lo tanto deciden quedarse en él durante algún tiempo. Echando mano de los materiales del entorno, construyen diversas edificaciones y diferentes tipos de obras que les son necesarias en diferentes lugares del planeta. Los vehículos en los que se mueven alcanzan grandes velocidades y desplazarse de un extremo a otro no supone ningún inconveniente, es más, necesitan situarse en lugares opuestos para observar el espacio desde diferentes posiciones. Como todas las obras que hacen son provisionales y serán abandonadas al cabo de poco tiempo, no se molestan demasiado en decoraciones ni en tallar inscripciones. Es una obra práctica y funcional de cara a cumplir unas funciones básicas, por lo tanto no tiene sentido invertir tiempo en realizar trabajos que carecen de utilidad. Durante todo el tiempo que estos visitantes permanecen en el planeta, son observados con curiosidad por los indígenas, que sorprendidos y maravillados, no pueden 21 dar crédito a lo que ven. Ellos viven en un estado primitivo, van desnudos y se alimentan sobre el terreno de lo que van recogiendo, básicamente frutos vegetales, huevos de aves, animales pequeños, peces y, si tienen oportunidad, aprovechan las víctimas de los grandes carnívoros, o cazan animales mayores con gran riesgo para sus propias vidas. Los visitantes perciben que estos seres, a diferencia del resto de animales que puebla el planeta, físicamente están poco dotados para sobrevivir en aquel ambiente hostil. Sin embargo, van saliendo adelante con bastante éxito. Como no tienen garras ni dientes suficientemente fuertes, han fabricado utensilios que les han reemplazado de estas carencias. Viven en grupos jerárquicamente organizados en el que cada individuo ocupa un lugar concreto y, a diferencia de los demás animales que se comunican con gestos y sonidos espontáneos, éstos poseen un rico vocabulario de palabras que les permite expresar temas complejos y además tienen la capacidad mental suficiente para tomar decisiones nuevas ante nuevos problemas. Es decir, tienen la capacidad de aprender, de retener los recuerdos de lo aprendido y sacar nuevas conclusiones. En otras palabras, son seres inteligentes. Los visitantes se dan cuenta que pueden comunicarse con ellos, que son capaces de comprenderles y obedecerles, haciendo lo que se les ordene. Y así, durante todo el tiempo que permanecen en el planeta, conviven con ellos y les enseñan a desarrollar algunos trabajos, eligiendo para ello a aquellos que consideran más aptos, sobretodo teniendo en cuenta su fuerza física. A cambio de su colaboración, estos indígenas reciben algún objeto especial con el que destacan entre los suyos, cosa que en ocasiones produce desestabilizaciones del orden jerárquico dentro del grupo, provocando incidentes que siempre se saldan a favor de los más fuertes. Pasa el tiempo y los visitantes se van, llevándose casi todo lo que han traído, dejando atrás los restos de las cons22 trucciones. Pero dejan mucho más, dejan en la mente de aquellos indígenas, que les ven desaparecer en el cielo, un montón de preguntas sin contestar. Para estas comunidades de nativos que han estado en contacto con los visitantes, nada va a ser ya igual. Han aprendido cosas, y haciendo uso de sus conocimientos, organizarán a sus grupos de forma distinta haciéndoles alcanzar cotas de progreso nunca antes vista. Pero el tiempo pasa, surgen comunidades nuevas que no han tenido contacto alguno con los visitantes, comunidades evolucionadas sobre las bases de la competitividad de la fuerza, que desean y apetecen los logros de los anteriores y no tienen ningún reparo en arrebatárselos con el uso de la fuerza y la violencia, matando a los que se oponen y destruyendo lo construido. Los invasores siempre acaban haciéndose dueños de los logros materiales, pero casi nunca consiguen las claves de la información y el saber de los vencidos. Como mucho recogen fragmentos de conocimiento y sobre estos fragmentos crean leyendas fantásticas con las que intentan convencer a los que les siguen, pero las fantasías carentes de utilidad práctica solo se pueden mantener largo tiempo a base de fuerza, represión y miedo, por lo cual no duran siempre, y los grandes dogmas de fe y el poder de las supuestos Dioses, es arrasado por la fuerza y la ira de aquellos a los que intentaban controlar. Nada pudieron los dioses contra la fuerza de los hombres: los templos fueron destruidos, las imágenes rotas y los sacerdotes muertos. Pero ¿qué fue de los conocimientos? ¿Se han perdido o todavía están aquí? 23 24 TERCERA HIPOTÉSIS Volvamos otra vez a nuestros visitantes y supongamos que tienen el poder de viajar por el espacio y que el planeta visitado fue la Tierra. Pensemos que estuvieron aquí en otro tiempo, tuvieron contacto con alguno de nuestros antepasados y les revelaron ciertos conocimientos. No muchos, porque quizás su mente todavía no estaba preparada para recibir cierta información, y puede que todavía no lo esté. Quizás la humanidad se encuentra en su infancia y que aún falte mucho para que se haga adulta. Nadie consciente del riesgo, pone a un niño conduciendo un Formula 1, ni le regala una ametralladora cargada con balas para que juegue con ella. De la misma manera, no se pueden poner ciertos conocimientos en la mente de las personas si éstas no están capacitadas para hacer buen uso de ellos. Pensemos por un momento que nuestros visitantes, cuyas capacidades de saber son infinitamente superiores a las nuestras, sabían que no nos podían facilitar demasiada información, porque aún no estábamos preparados para ello. Tendrían que pasar quizás miles de años, pero ellos no podían quedarse aquí a esperar que evolucionásemos. Conocedores de nuestra mente que, aunque mucho menor que la suya parte del mismo principio, establecieron un contacto de tal manera que se encuentren donde se encuentren, pueden viajar mentalmente hasta nosotros para saber de nuestra evolución y quizás darnos información. Pensemos por un momento que esto es así, que estos visitantes de vez en cuando “piensan” en nosotros, y sus “pensamientos” se nos representan como fenómenos inexplicables. Pero imaginemos también que nosotros tenemos la capacidad, aunque muy limitada, de conectar con ellos a través de nuestra mente, que nosotros también tenemos la capacidad de llamar su atención y que en ocasio25 nes nuestras llamadas son atendidas y nuestras preguntas obtienen respuestas. Creamos por un momento que esto es posible y que algunas personas pueden obtener información de lo que podríamos llamar el otro lado. Por supuesto que la persona que busca esta información lo hace para beneficio propio con el fin de aumentar su prestigio y alcanzar notoriedad entre los suyos, algo así como lo que haría un chiquillo si un mayor le hace un regalo que ninguno de sus amigos puede tener. Este chiquillo presumiría ante sus colegas y éstos le tendrían en consideración. Pero como antes he dicho, es peligroso poner en manos de un niño algo que no pueda controlar. Hace más o menos entre cinco y dos mil años, en ciertos lugares de la Tierra existieron algunas comunidades que empezaron a fabricar ciertos aparatos. Partiendo de leyes teóricas consiguieron fórmulas magistrales capaces de producir efectos fuera de lo corriente. Desgraciadamente todos aquellos logros solo beneficiaron a unos pocos, a veces perjudicando a la mayoría. Aquellos que poseían el descubrimiento lo utilizaban siempre en beneficio propio. Pensemos por un momento que aquellos que nos visitaron saben cómo hacemos uso de los conocimientos que recibimos y pueden prevenir las consecuencias que pueden tener sobre nuestra especie. Dándose cuenta de que si aquellos logros técnicos se producen a un ritmo ininterrumpido, llegaríamos a fabricar artefactos que no seríamos capaces de controlar, porque todavía la mente humana a nivel de especie no está lo suficientemente evolucionada. Uno puede pensar que a aquellos seres les puede dar igual lo que nos suceda, al fin y al cabo solo somos simples habitantes de un pequeño planeta en un lugar cualquiera del espacio y el tiempo. ¡A quién puede importarle nuestro destino! Aquí el autor se hace una pregunta: ¿Cabe la posibilidad de que entre esos seres del otro lado exista alguien al que sí le importamos? ¿Puede uno pensar que haya veni26 do alguien desde ese otro lado para frenar el avance de la tecnología humana porque todavía no estábamos preparados para hacer uso de ella? Hay una realidad que está ahí. Durante casi los dos mil últimos años, la humanidad no solo se había estancado en lo referente a avances tecnológicos, sino que incluso retrocedió y hay infinidad de autores que han escrito sobre ello y todos coinciden en que el principal fenómeno que llevo a cabo esta paralización de la ciencia fue el cristianismo. El autor pregunta: ¿Fue Cristo el que vino a salvarnos de nuestra propia autodestrucción? ¿Es posible que el Cristo sea un ser del otro lado al cual sí le importamos y haya venido para reorientar nuestras ideas? Un ser del otro lado que adoptando un aspecto humano estuvo aquí para hacernos ver que todavía tenemos que crecer como especie, que cada individuo tiene que nacer y morir varias veces para evolucionar espiritual y mentalmente para llegar a obtener el conocimiento suficiente a partir del cual ya no necesite cuerpo orgánico y se convierta en un ser etéreo totalmente integrado en otra dimensión. 27 28 CUARTA HIPÓTESIS Nadie puede negar que toda la tecnología de que hoy disponemos fue realizada en principio por la necesidad de hacer la guerra, todos los descubrimientos se han hecho en base a poder atacar o defendernos de nuestros enemigos. El mayor enemigo de un ser humano es otro ser humano y todos nuestros avances técnicos giran en torno al miedo y la desconfianza que sentimos los unos hacia los otros. Parece imposible imaginar que si no existieran las guerras hubiésemos desarrollado tanta tecnología. Hay quien está convencido de que la tecnología es buena, que gracias a ella la humanidad ha prosperado, pero ¿realmente es así? Cierto es que algunos grupos de personas han alcanzado cotas de bienestar y disfrute nunca antes logrado, pero a nivel planetario ¿qué tenemos? ¿Cuáles son los logros a nivel global? Desgraciadamente todos sabemos lo mal que están las cosas: el planeta contaminado, los recursos en vía de agotamiento, las grandes catástrofes y la pobreza crecen cada día… Está claro que el ritmo de vida que llevamos no va a durar para siempre. Queramos o no, esto se acabará antes o después. Como niños inconscientes, estamos jugando con artefactos que nos pueden destruir, pero lo peor de todo es que estamos olvidando cuál es nuestra auténtica misión en la Tierra. Queremos creer que estamos aquí para almacenar bienes materiales, porque nos dan prestigio ante los demás, y toda la capacidad de nuestra mente la dedicamos a ver de qué manera podemos lograr más aunque ya lo que tengamos nos sobre. Este es el mayor error que estamos cometiendo, no es ese el motivo por el cual estamos aquí. Aquí estamos para evolucionar, no sólo como individuos, sino como especie y no sería banal pensar que, a lo mejor, o nos salvamos todos o no se salva nadie. Puede que podamos alcanzar un estado trascendental de forma 29 individual o quizás no. Si solo tuviéramos la duda de que nuestra salvación depende también de la salvación de otros, veríamos las cosas de otra manera. Tenemos que ver la realidad tal como es. No tenemos ni idea de lo que es la creación, pero, en lo poco que sabemos, es algo tan grande que escapa a nuestras posibilidades de entendimiento. Sabemos que existen incontable número de estrellas con infinidad de planetas y otros astros. Hay que ser muy ignorante para no darse cuenta que por fuerza tiene que haber otras civilizaciones, más o menos adelantadas, con seres más o menos como nosotros, o no. Pero además hay que intuir que lo que entendemos como vida no está solo en la dimensión de lo orgánico, también existen formas de vida en otras dimensiones, formas de vida energéticas y etéreas que no obedecen a ninguna ley física conocida y que nosotros mismos estamos destinados a ser uno de esos seres, pero esto solo será posible cuando hayamos desterrado de nuestra mente todo apego a lo terrenal. Nos esforzamos por construir vehículos que nos lleven más allá de nuestro sistema solar sin darnos cuenta que podemos hacer esos viajes sin necesidad de vehículo alguno. Toda nuestra tecnología está basada en la industria de la guerra, el negocio y la competitividad. Nos hemos equivocado porque tenía que estar basada en la industria de la fraternidad, la solidaridad y el cariño. Para convertirnos en “ángeles” hemos de alcanzar la sabiduría, pero además hemos de ayudar a otros a conseguirla. La fe y el cumplimiento de ciertos ritos no valen de nada si no dejamos de tener apego a lo material y nos negamos a aprender. Tenemos que ser como niños, curiosos y deseosos de que alguien nos explique aquello que no comprendemos. No debemos cerrar nuestros sentidos a aquello que nos resulta difícil de comprender. Nos negaremos a que contaminen nuestra imaginación con cosas inútiles y ridículas que nos atrapan en la red del consumismo, convir30 tiéndonos en víctimas de nuestros propios vicios, que nos sacan los pocos recursos que tenemos mientras vamos viendo como nuestro dinero acaba en los bolsillos de otros, que siempre son los mismos. Neguémonos a escucharles, ignoremos a esos personajes disfrazados de postes publicitarios, allá ellos con sus records y sus títulos. La gran mayoría de nosotros nunca tendremos ni lo uno ni lo otro, ni falta que nos hace, porque la única carrera que vale la pena es aquella hacia la sabiduría y el conocimiento sobre nosotros mismos. Y si llegamos a alcanzar, aunque no sea más que un tenue resplandor, iluminemos con él nuestro camino y el de aquellos que desinteresada y voluntariamente caminen a nuestro lado. Aunque el resplandor de cada uno sea pequeño, si somos muchos puede que brille como una estrella. 31 32 Yo, Judas, el elegido 33 34 INTRODUCCIÓN Siempre ha habido quien ha asegurado que todo está escrito, que cada persona nace con un destino. Esto no es del todo así. Cierto es que todo está previsto, pero ¿qué sentido tendría vivir una vida en la que todas nuestras acciones están programadas y nada podemos hacer para cambiarlas? Si así fuera, no seríamos responsables de nuestros actos. El bueno sería bueno porque está programado para serlo y el malo no podría evitar sus maldades por lo mismo. Entendemos por tanto que a cada uno de nosotros no se nos da un solo destino, no se nos traza una línea recta que va de un punto a otro, sino varios, se nos dan varios caminos para alcanzar la misma meta. Si acertamos el camino correcto llegaremos antes, si nos equivocamos tardaremos más. Esa es la incógnita del laberinto. Cuando llegamos a esta vida somos dejados a la entrada de un laberinto de cual tenemos que salir. Los primeros pasos que damos por este laberinto dependen más de nuestros mayores que de nosotros mismos, pero a medida que vamos creciendo, la responsabilidad acaba siendo únicamente de cada individuo. A cada uno de nosotros se nos da diferentes opciones de cómo vivir esta vida. Y cuando ese camino que recorremos llega a un punto en el que se cruza con otro, tenemos la libertad de escoger el que queramos. Escojamos el que escojamos, hemos de ser consecuentes con ello, ya que no hay marcha atrás. Y si se nos termina la vida y no hemos hallado la salida del laberinto probablemente nos vuelvan a colocar otra vez en el punto de partida. 35 36 ¡Aquella mirada! ¡Aquella mirada todavía está clavada en el interior de mi ser! ¡No podré olvidar jamás aquellos ojos! ¡Grandes, oscuros! Sentí que atravesaban los míos y se metían dentro de mi cabeza. Me pareció que revolvían mis sesos en busca de los más ocultos pensamientos. Me asusté. Sentí un miedo extraño y una gran sensación de vacío. Por un momento me pareció como si el suelo desapareciera bajo mis pies. Y caía, caía por un vacío inmenso que no tenía fin. Eso ocurrió hace mucho tiempo. Tenía yo apenas 14 años. Era yo un muchacho alto, moreno, esbelto e inteligente. Mi padre era un hombre rico y quiso darme una buena educación. Tenía puestas todas sus esperanzas en mí y su mayor deseo es que llegase a ser un hombre importante. Por eso me encomendó a los mejores maestros, en la mejor escuela de todo el reino. Mis maestros fueron los sumos sacerdotes y mi escuela el sagrado templo. Pasaba más tiempo en el templo que en mi casa y a los maestros y sacerdotes les consideraba tan íntimos como a mi propia familia. Yo tenía grandes dotes para estudiar, nunca me costó asimilar las lecciones fueran del tipo que fueran. Mis maestros estaban contentos conmigo, tanto que en ocasiones me contaban cosas consideradas secretas, que se supone que solo unos cuantos privilegiados deberían saber. A mis escasos 14 años tenía grandes conocimientos. Conocía las sagradas escrituras, conocía las leyes y sobretodo conocía la historia de nuestro pueblo. Era nuestro pueblo uno de los más antiguas del planeta. Partiendo de un origen muy humilde, llegamos a ser una gran nación. Conquistamos tierras y sometimos a nuestros enemigos. Hubo un tiempo en que éramos libres y poderosos. Desgraciadamente no era así cuando yo era un muchacho. Por aquel tiempo estábamos invadidos por una potencia extranjera, un reino poderoso que surgió al otro lado del mar, que nos conquisto, nos sometió y nos obligaba a pagar tributos. Yo 37 les odiaba, en mi corazón de muchacho ardía la llama de la ira en contra de aquellos extranjeros. Les odiaba porque nos despreciaban. Despreciaban nuestras leyes, nuestras costumbres y nuestra religión, nos despreciaban tanto que ni siquiera les importaba que las practicásemos. Nos tenían tanto desprecio que ni siquiera se molestaban en obligarnos a renunciar a ellas y aceptar sus cultos. Para ellos lo nuestro era tan insignificante que ni siquiera se molestaban en destruirlo. Lo más terrible de todo era que muchos de los nuestros pensaban que este desprecio e indiferencia no era tal, sino que creían que era respeto, que respetaban nuestra cultura y nuestras creencias y que por ello nos permitían continuar practicando nuestros cultos y oraciones. Esto había provocado una gran división entre nosotros, estábamos más divididos y separados que nunca. Teníamos un rey cómplice de los extranjeros que solo se preocupaba de enriquecerse personalmente. De hecho su propia guardia estaba formada por mercenarios. Ya no se fiaba de los nuestros, de hecho nadie se fiaba de nadie. Entre nosotros, la desconfianza era tremenda, hasta tal punto que nos habíamos organizado en grupos. Cada grupo defendía sus propios intereses y discutía continuamente con los demás, en como se deberían hacer las cosas. Todo se ponía en tela de juicio, absolutamente todo, desde lo más elemental y cotidiano, hasta las sagradas escrituras. Yo estaba al corriente de todo y me entristecía mucho viendo a mi pueblo sometido, humillado y derrotado. Tan derrotado que ante la imposibilidad de enfrentarse al enemigo utilizaba las pocas energías que le quedaban para hacerse daño a sí mismo. En más de una ocasión, cuando nadie podía verme, apoyaba mi cabeza en las sagradas piedras del tiempo y lloraba. Lloraba y rogaba a nuestro Dios que nos ayudase a salir de esa situación. Con toda la fuerza de mi corazón le pedía que nos iluminara, que aclarara nuestras ideas y que nos uniese y nos diera fuerzas para expulsar de 38 nuestra sagrada tierra al hereje enemigo que nos dominaba. Según las sagradas escrituras, existía una antigua profecía que decía que nuestro Dios enviaría a alguien para liberarnos. No sería la primera vez que lo hiciera. A lo largo de nuestra historia, en momentos muy difíciles, siempre estuvo a nuestro lado y dio muestras del gran amor que siente por nosotros. En mis oraciones le rogaba que lo hiciera, lo necesitábamos. Estábamos viviendo uno de los peores momentos de nuestra historia. Era tanta mi obsesión y convencimiento que en ocasiones, más que rogarle, se lo exigía. En mi mente de muchacho las ideas estaban muy claras. Teníamos que salir de aquella situación como fuera. Estaba tan convencido de ello que un día me atreví a decírselo a uno de mis maestros. Era este un hombre muy mayor, casi ciego y algo tullido. Le tenía gran confianza y cariño y el a mí también. Recuerdo que se me quedó mirando sorprendido durante un buen rato al escuchar mi pregunta: -¿Cuándo vendrá el enviado, el elegido por Dios a liberarnos? Luego murmuró en voz baja. -Muchacho, muchacho, muchacho… ¿qué pregunta me haces? Nadie conoce la voluntad del Señor, solo él sabe lo que hará y cuando lo hará. A nosotros solo nos queda esperar. -Pero maestro, - insistí- cuanto más tiempo pasa, peor nos va. Los extranjeros nos están robando impunemente. Si alguien protesta lo matan. La gente está perdiendo la fe. Muchos ya no vienen al templo ni cumplen con los sagrados deberes, es más, algunos renuncian a nuestra fe y adoptan la del invasor. Si nuestro Dios nos prometió ayuda, ha de ser ahora. Cuanto más tiempo pase peor será. Guardo un largo silencio, ambos estábamos sentados en un banco de madera uno al lado del otro. Él tenía las manos con los dedos cruzados sobre las rodillas, y hacía 39 girar los pulgares uno alrededor del otro. Yo le miraba esperando una respuesta. Suspiró con fuerza, me miró, puso su mano derecha sobre mi hombro izquierdo y me dijo: -Te voy a contar algo, algo que ocurrió hace tiempo. Dicen las sagradas escrituras que el que ha de venir será un príncipe entre los príncipes, por lo tanto ha de nacer en cuna noble, aunque puede que no suceda así. Hace diez o doce años, en una pequeña aldea, ocurrió un hecho extraño. El nacimiento de un niño pobre, muy pobre. Tan pobre que nació en una cuadra de ganado. El acontecimiento no tenía por qué ser importante. A menudo entre los más humildes nacen niños muy desamparados. No son raros los partos de las mujeres allí donde se encuentran casualmente, ya sean chozas, establos o en pleno campo, bajo un olivo o a la sombra de una roca. El nacimiento de esa criatura tenía que haber pasado totalmente desapercibido, pero no fue así. Enseguida comenzaron a circular rumores que decían que había nacido un Mesías. Al principio, nosotros, los que conocemos las sagradas escrituras y los sabios, no le dimos importancia, pero el rumor fue creciendo cada vez más, tanto que llegamos a reunirnos y discutir si podía ser cierto. Después de largas charlas y debates, llegamos a la conclusión de que era falso y surgió una pregunta: Si era falso, ¿por qué y para qué, y a quién le podía interesar la llegada de un Mesías pobre y mísero? Respiró profundamente, me miró y continuó diciendo: -Solo eres un muchacho, pero llegarás a ser un hombre importante. Llegarás a ser uno de los guardianes de nuestras fe y nuestra cultura, y la defenderás sobretodo. Somos un pueblo antiguo y sabio y seguiremos siéndolo hasta el fin de los tiempos. Pero hemos de estar atentos, hemos de vigilar a nuestros enemigos. Pero también a los nuestros. Entre nosotros hay diferencias de criterios y ma40 neras distintas de interpretar las sagradas escrituras y desgraciadamente entre los más desafortunados e ignorantes, aparecen con frecuencia cultos sacrílegos contra los que hemos de luchar y erradicar. Hizo una corta pausa, acarició su larga y blanca barba, y prosiguió. -Yo fui a ver a ese niño, necesitaba saber quién era e informarme de lo que sucedía en esa pequeña aldea. Aparecí allí disfrazado de un pobre pastor de ovejas. Por el camino compré un cordero que lo llevé como ofrenda. Y tengo que decir que me sorprendió la gran cantidad de gente que me encontré rodeando el mísero establo. Realmente era multitud, había que hacer una larga cola para poder acercarse. Recuerdo que casi anochecía cuando por fin pude entrar, y me llevé una sorpresa enorme. Lo primero que vi fue a tres personajes que me llamaron tremendamente la atención. Entre toda la multitud solo vi gente pobre, sencilla y harapienta, pero aquellos tres individuos parecían reyes, vestían ropas de telas finas y caras, propia de personas nobles y ricas. Me invadió la curiosidad por saber quienes eran. Les observé durante largo rato, extrañamente uno de aquellos rostros me resultaba conocido. Intenté recordar donde le había visto antes pero me fue imposible. Alguien me dio un ligero empujón y fue entonces cuando reparé en la criatura que yacía sobre la paja dentro de un rústico pesebre. No sé si lo sabes, pero un pesebre es un cajón de madera en el que se pone la comida a los animales. Y allí estaba, me pareció un niño como otro cualquiera. Se le veía hermoso y saludable. Recuerdo que me miró e hizo un gesto como si se asustara de mí. Como todo el mundo doblaba la rodilla delante de él, yo también lo hice para no levantar sospechas. Entregué mi cordero a una persona mayor que se encargaba de recoger los regalos y después de echar una ojeada a quienes decían ser los padres, salí. Sentía una sensación extraña, como si aquello no 41 fuera real. Me alejé un poco del lugar, era de noche. Había encendidas muchas hogueras por los alrededores y grupos de personas que se apretaban en torno a ellas. Me acerqué a una, saludé a los que allí se encontraban. Solo unos pocos me contestaron. Mientras me acercaba les había oído murmurar en voz baja, pero todos callaron cuando llegué. Les miré, y pude notar la desconfianza que sentían por mí. Extendí mis manos para calentarlas sobre las llamas y dije: “El Señor nos ha bendecido”. Por un momento se hizo el silencio hasta que alguien dijo: ¡Bendito sea el Señor!” Luego aquellas personas se apartaron de la hoguera dejándome solo. Enseguida me di cuenta de que había una gran desconfianza y que nadie se fiaba de nadie. Entonces me aparté de la hoguera y caminé hasta unas rocas, y allí me acomodé dispuesto a pasar la noche. Me recosté en la roca y mis ojos se perdieron en la inmensidad del cielo. Estaba limpio y despejado. Las estrellas brillaban con fuerza. Sobretodo había una, que no sé por qué, pero me pareció que nunca la había visto. Era más grande que las demás y me dio la sensación de que se expandía y contraía como una medusa. Luego vino a mi mente el rostro de aquel personaje con aspecto de rey y que creía haber visto antes. Me costó, pero al fin me acordé. Sabía quien era, le conocía. Habían pasado muchos años pero sin duda era él. Aquel hombre y yo estuvimos juntos luchando contra los invasores. Fue en las montañas. Los soldados enemigos saqueaban y se llevaban los ganados, se los quitaban a sus legítimos dueños y si estos oponían resistencia les mataban. La situación se hizo insostenible, los pastores de la zona organizaron grupos de lucha, atacaban a los soldados por sorpresa y les tendían emboscada. Hubo una escalada de violencia tremenda, muchos enemigos fueron muertos, pero después los demás tomaban represalias, entraban en las aldeas, saqueaban y mataban a mujeres, niños y ancianos, sin contemplaciones. Yo acudí allí para defender a los 42 nuestros. Llegué a un campamento y pregunté por el jefe local. Quería ponerme a sus órdenes. Más tarde me presentaron a él. Le recuerdo, era un hombre alto, moreno, de ojos pequeños y rasgados, casi orientales. Habían pasado muchos años pero sin duda era el mismo. No estuvimos mucho tiempo luchando juntos porque nuestros jefes negociaron con las autoridades enemigas y establecieron un pacto. Los propietarios de los animales entregarían cierta cantidad de éstos a los soldados y los soldados respetarían a todas las gentes de la zona. Terminado el conflicto yo volví a mis obligaciones y casi había olvidado aquella etapa de mi vida, pero allí, recostado sobre la piedra volví a recordar y me pregunte qué hacía aquel hombre allí. Recordé que aquella gente de las montañas a pesar de creer las mismas creencias que yo, practicaban unos ritos diferentes, unos ritos que incluso me parecieron contrarios a nuestra religión oficial y nuestras leyes. La mayoría de ellos vivían en campamentos y se desplazaban continuamente allí donde iban sus rebaños. Estos rebaños solían tener un dueño que casi siempre era el jefe de la comunidad. Sin embargo todos eran también dueños. Cualquier persona perteneciente a la comunidad tenía los mismos derechos y podía disponer de aquello que le fuera necesario con permiso de los demás. Todo era de todos, todos lo compartían todo. Cuando alguien se moría, sus bienes no pasaban a sus descendientes, con frecuencia eran dados a quien más lo necesitaba. Tanto era así que ni siquiera las propiedades del jefe eran heredadas por los suyos. De hecho el jefe era el que menos bienes tenía a pesar de mandar en todo no disponía de nada, cosa extraña y totalmente contraria a nuestra tradición que dice que aquello que posees a de ser para los tuyos y estos han de procurar que crezca y se multiplique para que a medida que pasa el tiempo la familia sea más importante y noble. La pregunta daba vueltas en mi cabeza: ¿Por qué está ese hombre aquí, lejos de su tierra? ¿Qué 43 tiene que ver con esa criatura? ¿Por qué va tan lujosamente vestido? Aquellas ropas que llevaba estaban totalmente fuera de lugar, no eran las ropas que correspondía al jefe de una mísera tribu de nómadas. Y aquellos otros dos que estaban con él igualmente vestidos, ¿quiénes eran y por qué estaban allí? De pronto una idea vino a mi mente. Medité sobre ella largo rato y enseguida lo vi claro. Aquello era un montaje, algo premeditado. Tenía que ser así, no había otra explicación. Recordé que mientras luchábamos en las montañas aquellas gentes insistían en que necesitan un líder, alguien que fuera capaz de unir la voluntad de todas las tribus, alguien con la fuerza y el carisma suficiente. Recordé que incluso cierto personaje iba diciendo que ese líder estaba a punto de llegar. Aquel personaje hablaba a la gente en los campamentos e insistía que su llegada era inminente. Yo escuché algunas de sus charlas y sinceramente me pareció un pobre hombre que no sabía lo que estaba diciendo. Pensé que no se le podía tomar en serio, ya que de hacerlo sus palabras podrían ser contrarias a nuestra fe, y si así fuera estaría cometiendo delito de blasfemia y herejía. Hizo otra pausa, me miró y continuó diciendo: -Sí, muchacho, sí, lo tenía muy claro. Aquellas gentes necesitaban un líder, alguien muy especial y ese alguien tenía que nacer y era necesario que las gentes lo supieran. El nacimiento había de ser proclamado a los cuatro vientos, que la noticia llegara lejos, lo más lejos posible. Me aterrorizó la idea de que se salieran con la suya. Enseguida me di cuenta de que yo no podía permitir que aquella mentira siguiera adelante. No podía permitir tal blasfemia, tal sacrilegio contra las sagradas escrituras. Había que acabar aquella farsa inmediatamente. Fui a hablar con mis superiores, no me costó mucho convencerles. Cuando les dije que aquellas gentes estaban creando un falso líder al que anunciaban ya como un Mesías todos se escandalizaron. 44 “¡No podemos permitirlo!”, dijeron los sacerdotes. “¡No podemos permitir que esa chusma de ignorantes y blasfemos creen un ídolo y lo adoren!” “¡Esos que dicen ser como nosotros y practican nuestra misma religión, en realidad la quieren destruir!” “¡Eso es herejía y blasfemia, hay que acabar con esa farsa!” La noticia fue llevada hasta nuestro rey, que se quedo profundamente sorprendido y temeroso de que su estatus personal pudiera sufrir algún daño, enseguida mandó buscar esa criatura para hacerla desaparecer. Se buscó a ese niño intensamente, pero no se le pudo localizar. Aquellas personas habían sido advertidas a tiempo y lo habían ocultado. Lleno de ira y cólera, a nuestro rey se le ocurrió una idea tremenda: matar a todos los niños que tuviesen más o menos la misma edad que el que buscábamos y que pertenecieran a las tribus sospechosas. La matanza fue tremenda pero necesaria, era preciso eliminar aquel falso mito… Recuerdo que el largo relato de mi maestro me dejó consternado y lleno de miedo. Con voz temblorosa le dije: -Pero… muchos niños eran inocentes… El maestro guardó silencio mientras afirmaba con la cabeza. Yo esperé un momento y le pregunté: -¿Entre todos los que mataron estaba el que buscaban? Pesadamente se puso en pie, se volvió hacia mí y me dijo: -Espero y deseo que así haya sido. No obstante te diré que de vez en cuando corren rumores de que por ahí anda un muchacho un tanto especial que hace cosas extrañas… ¡muy extrañas! -¿Qué clase de cosas? El maestro echó a andar lento y renqueante. Yo me quedé en pie esperando una respuesta y mientras se alejaba, sin volverse, dijo: -Milagros, muchacho, milagros. 45 Aquella noche no pude dormir. Mi cabeza parecía estar llena de hormigas que corrían de un lado a otro. La historia que el maestro me contara retumbaba dentro de mi cráneo llenándome de confusión. En cierta manera yo deseaba lo mismo que aquellas gentes, yo oraba para que el Señor nuestro Dios nos enviase a alguien con poder y carisma que nos sacara de aquella terrible situación, pero no podía admitir que se le burlara de aquella manera. Crear un falso ídolo, coger un niño cualquiera y decir que era el Mesías no se podía tolerar. Aquellas gentes eran impías y blasfemas, y dignas de recibir plagas y castigos. Fue en la época en que celebrábamos nuestras más importantes tradiciones. En ese tiempo la ciudad se llenaba de gentes venidas de fuera. Venían peregrinos de todos los rincones del reino, a visitar el sagrado templo. Yo me ocupaba de obligaciones menores y solía ir de un lugar a otro. Esto me daba la oportunidad de observar y conocer las diferencias que había entre los distintos pueblos que componían nuestro reino. Como yo convivía con los de la clase más alta, me sentía bastante superior a aquellas gentes anónimas que deambulaban por las calles y eso hacía que las viera como seres inferiores. Incluso me molestaban algunas de sus maneras de comportarse. Les veía como ignorantes y pobres de espíritu. Sabía que la mayoría era gente muy pobre, con muy pocos recursos económicos, que venían desde muy lejos a costa de un gran sacrificio. Para muchas de aquellas personas desplazarse hasta la ciudad para visitar el sagrado templo significaba un largo tiempo de privaciones. Había quienes se endeudaban, otros vendían propiedades y los que no tenían nada venían mendigando. En mis recorridos constantes por las calles veía escenas terribles. Personas agotadas y exhaustas tiradas por los suelos. Algunas por el cansancio y el hambre, otras estaban enfermas. Incluso morían sin que nadie les prestara atención. También contemplaba la brutalidad de 46 los mercenarios extranjeros, imponiendo su ley y su orden. Embestían a caballo contra la multitud blandiendo látigos como si se tratara de dispersar animales. En esos momentos la ira se apoderaba de mí y me preguntaba por qué mi pueblo permitía esos abusos. En realidad me parecía increíble, ellos eran muy pocos en número comparados con nosotros. ¿Cómo es que nos dejábamos dominar por tan pocas personas? Si toda aquella multitud se uniera en una sola voz y les atacasen, nada podrían hacer para defenderse. Pero había miedo, había mucho miedo. Cada cual corría a ponerse a salvo de los latigazos y casi nadie se atrevía a protestar. Si alguien lo hacía, allí mismo era cruelmente apaleado delante de todos para que cada cual tomase nota. No eran raros los casos en que excusándose en pequeños alborotos hacían prisioneros que luego eran clavados en cruces hasta la muerte, acusados de grandísimos crímenes. Para nuestros enemigos, nuestras vidas no tenían ningún valor. Matarnos a nosotros era para ellos como matar perros. Cualquier excusa era suficiente, nos clavaban vivos en viles cruces de madera que luego plantaban en el suelo, dejándolas en pie, en lugares que todo el mundo pudiera ver bien, sitios elevados, cerca de los caminos más transitados o en las mismas orillas de estos. Casi a diario había ajusticiados a las afueras de la ciudad. A menudo les dejaban durante días sin causarles grandes heridas, con lo que la muerte era una terrible y larga agonía. Con frecuencia, las aves carroñeras acudían a picotear la cabeza y los hombros de los condenados, arrancándoles trozos de carne todavía en vida. Fue en esa época, apenas tenía yo catorce años, regresaba al sagrado templo después de cumplir unas pequeñas obligaciones. Caminaba por un ancho pasillo que me llevaba directo a un pequeño salón en el que nos reuníamos maestros y alumnos para hablar de los asuntos de interés cotidiano. El pasillo estaba vacío, el eco de mis pasos retumbaba con estrépito contra las paredes una y 47 otra vez. Estaba tan acostumbrado que no le daba importancia y ni siquiera me preocupaba de no golpear con demasiada fuerza el suelo. La verdad es que me gustaba aquel retumbar. A veces pisaba con fuerza adrede y escuchaba, era como si los muros tuvieran voz, era como si las piedras se pasaran la palabra unas a otras y las repitieran constantemente cada vez en voz más baja. De repente le vi allí, al fondo del solitario pasillo. Acababa de salir del pequeño salón de reuniones y caminaba hacia mí en dirección a la salida. Me quedé parado viéndole venir, me pareció un muchacho de no más de doce años, vestía un larga túnica blanca hecha de algodón sin teñir, igual a la que usaban los pastores, una prenda que por sus características suele dar un aire de sencillez y pobreza. Pero en él no era así. Aquella túnica sobre sus hombros parecía el manto de un príncipe. Llego hasta donde yo estaba y me miró. Sus ojos oscuros se clavaron en los míos, sentí un escalofrío. Tuve la sensación de que aquellos ojos no pertenecían al chico que me miraba, sino a un ser extraño que se escondía en su interior. Casi sentí miedo, noté vértigo y tuve la sensación de que caía por un precipicio sin fondo. Durante unos segundos perdí la conciencia de la realidad. Cuando la recuperé vi como se alejaba y me di cuenta de que sus pasos no hacían ruido sobre las losas, era como si caminase sin tocar el suelo. Respiré con fuerza y observe mis manos que temblaban ligeramente. Volví la vista al pasillo, ya no estaba. Mi confusión era tanta que no sabía que dirección tomar, en ese momento no sabía si iba o venía. Me quedé pensando sin saber qué hacer. De repente la puerta del salón se abrió y oí una voz que gritaba: -¡Hay que acabar con él! Era la voz de mi maestro, aquel hombre casi ciego y tullido. Me sorprendió, porque nunca le había oído gritar así, siempre hablaba en voz baja y pausadamente. Entré en 48 la sala. Allí estaba, de pie, colérico y crispado, con los puños apretados hacía gestos mientras decía: -¡Es él! ¡Ese es el niño que yo vi en aquel establo! ¡Estoy seguro! ¡Ha venido para destruirnos! ¡En las sagradas escrituras hay muchas profecías, entre ellas una dice que nuestro peor enemigo nacerá entre nosotros, que será uno de nosotros! ¡Y estoy seguro de ello! ¡O acabamos con él o causará males terribles en nosotros y en las generaciones que están por venir! Durante un buen rato escuche las diferentes opiniones de los allí reunidos. Al parecer aquel muchacho había estado discutiendo con los maestros y sacerdotes sobre las leyes, la tradición y la religión. Lo había hecho hasta tal punto que todos se quedaron sorprendidos y maravillados de su sabiduría. Al parecer nada le era desconocido, lo sabía todo y sus respuestas eran sorprendentes. Se preguntaban unos a otros quién era en realidad. Todos tenían sus dudas, todos menos el viejo maestro que, de pie, enojado, repetía: -¡Hay que acabar con él! Un joven sacerdote se le acercó, le puso una mano sobre el hombro e intentó tranquilizarlo diciéndole: -¡Cálmese maestro! Se hará lo que se tenga que hacer. Debería retirarse a descansar, permítame que le acompañe a su dormitorio. Me quedé mirando como el viejo maestro salía de la sala en compañía del joven sacerdote. Me dió mucha lástima, se le veía muy afectado por lo acontecido. Todavía hoy acuden las lágrimas a mis ojos al recordar cómo le encontramos a la mañana siguiente: tendido bocabajo en el suelo de su dormitorio. Estaba muerto. Yo le quería mucho y aquello me afectó enormemente. Enseguida relacioné la muerte de mi maestro con la presencia en el templo de aquel muchacho y ambos acontecimientos han estado y estarán siempre unidos en mis recuerdos. Creo recordar 49 que después de estos sucesos se busco al chico entre los peregrinos y gente de fuera llegada a la ciudad, pero no se le encontró. Las personas interrogadas daban diferentes testimonios, unos contradecían a otros, con lo cual, al cabo de unos días, ya finalizadas las celebraciones, el tema se fue olvidando. Parecía que ya a nadie le importaba el misterioso muchacho y fue pasando el tiempo. Yo me fui haciendo mayor y mis aspiraciones también. Mi carrera era brillante, me esperaba un gran futuro y un gran porvenir. Tengo que reconocer que era ambicioso, que aspiraba a ocupar un gran cargo entre los poderosos para poder enfrentarme a nuestros enemigos y expulsarlos de nuestro sagrado reino. Mi odio hacia ellos era inmenso y deseaba tener el poder para derrotarles. Sabía mucho acerca de ellos, conocía sus flaquezas y debilidades, les gustaba la comodidad y la vida fácil. Yo estaba convencido de que si el pueblo se uniese en su contra y les pusiéramos las cosas difíciles tendríamos muchas posibilidades de triunfar. Quizás nos causasen algunos muertos y algunas destrucciones, pero el futuro era nuestro… ¡yo quería creer que el futuro era nuestro! ¡Tenía que serlo! Cada día de mi vida buscaba una idea que me ayudara a liberar a los nuestros, me sentía responsable del destino de los míos y mantenía la fe en que no estaba lejos el día del triunfo. Por mis múltiples obligaciones viajaba por todo el reino, acudía a los acontecimientos importantes y tenía estrechos contactos con las autoridades extranjeras que dominaban mi país. Aquí tengo que reconocer que no todos los gobernantes extranjeros a los que yo consideraba enemigos se mostraban como tales más bien lo contrario. Algunos jefes invasores parecían ser nuestros mejores amigos. Me recibían en sus casas con todo lujo de atenciones y detalles, ponían a sus criados a mi disposición haciéndome sentir un hombre importante. También he de reconocer que yo agradecía estos honores y que con algunos mante50 nía cierta confianza, confianza que siempre aprovechaba a favor de los míos. Mi mayor deseo era aniquilarlos, pero había aprendido a contener mi odio y a ser prudente. Sabía que podía sacar mucho más con adulaciones y perspicacia que con reproches y exigencias. En cierta ocasión se me ordeno acudir a un lugar en el cual un individuo predicaba, teorizaba y profetizaba sobre lo que había que acontecer. Yo conocía a este individuo de haberle visto con anterioridad y tenía cierto conocimiento sobre lo que solía predicar. Hablaba de que alguien importante iba a venir, algo así como un rey, un rey extraño y poderoso capaz de acabar con todos los males de aquellos que le reconocieran y siguieran. Hablaba de un culto nuevo y de nuevos ritos. Por supuesto yo no solo no estaba de acuerdo con sus teorías, sino que en muchos aspectos los consideraba contrarios a la tradición, incluso heréticos. También pensaban así las autoridades locales, por eso se le hizo comparecer para que diera explicaciones acerca de quien pretendía ser. Se le hicieron varias preguntas a las que respondió de forma inconcreta. Alguien le preguntó si pretendía ser él ese rey, a lo que contestó que no, que él solo era la voz que lo anunciaba. Había suficientes pruebas para encarcelarle, pero decidieron que era mejor dejarle ir, porque sus seguidores eran muchos y había riesgo de que se produjeran incidentes graves. No obstante yo me quedé en la zona con la intención de seguirle y ver hasta donde se le podía permitir que continuase con su doctrina. Un día este personaje concentró a una gran muchedumbre en la orilla de un río y allí, metido en el agua hasta las rodillas practicaba un rito nuevo: sus seguidores se dejaban derramar agua sobre la cabeza y conjuraban a un Dios, para mí, desconocido y pagano. Todo transcurría con bastante orden y sosiego cuando de pronto apareció un personaje que llamó mucho mi atención. Venía en compañía de un pequeño grupo de personas. Se detuvie51 ron en la orilla del río. El personaje se adentro en el agua, acercándose al que practicaba el rito, le dijo algo que yo no pude oír, pero vi como el otro parecía rendirle culto y le hablaba como si le conociera bien. Luego tomó agua del río y se la dejó caer sobre la cabeza. En ese momento pasó algo extraño. Quizás deslumbrado por el Sol, me pareció ver que aquel individuo resplandecía de manera misteriosa, pero lo que más me sorprendió fue ver que toda la gente que allí se encontraba y que era mucha bajaba la cabeza en señal de obediencia y oración. En ese momento yo note algo extraño en mi interior y me pareció oír una voz que decía que ese era el que estábamos esperando, que ese era el salvador, el que nos libraría de nuestros opresores. Me aparté un poco de la multitud para poner orden a mis ideas. Había rogado siempre al Todopoderoso para que nos ayudara, mandando a alguien capaz de unirnos a todos contra nuestros enemigos y quizás el Todopoderoso me había escuchado. Quizás ese era el hombre. Tenía que ponerme en contacto con él, por eso no le perdí de vista durante todo el tiempo. Cuando vi que se alejaba, le fui siguiendo a cierta distancia, esperando la oportunidad de poder hablarle de mis planes en privado. Allí le encontré al amanecer, en el momento justo en que el Sol se dejaba ver por completo en la línea del horizonte. Tuve la sensación de que era un Sol enorme, mucho más grande de lo normal, que radiaba una profunda y cegadora luz. Él estaba allí, de pie, con los brazos caídos, mirando al Sol de frente, como desafiando su resplandor. Yo me detuve tras él a cierta distancia para contemplarle. Su sombra se alargaba por el suelo hacia mí hasta tocarme los pies y su silueta se dibujaba sobre la radiante esfera produciendo sobre mí los efectos de un eclipse. No sé cuanto tiempo permanecí allí de pie, mirándole, quizás demasiado, porque cuando me di cuenta, mis ojos cegados por los rayos del Sol, me hicieron ver una extraña imagen 52 que parecía fundirse con el mismísimo astro. Casi de forma inconsciente apoye una de mis rodillas en tierra, baje la cabeza y escuché una voz que decía: -Sé quién eres y a qué has venido. Transcurrido un momento antes de que pudiera alzar los ojos y mirarle, el Sol se había levantado bastante y ya no me cegaba. Ahora le veía de forma clara y nítida. Seguía en el mismo sitio y en la misma posición, totalmente inmóvil. Sentí la necesidad de decir algo, pero una tremenda confusión se apoderó de mi mente, descomponiendo todos mis pensamientos de tal manera que durante un tiempo no pude articular palabra. Hice un gran esfuerzo para recuperar el control de mi mente y al cabo de un rato pude decir algo que no recuerdo muy bien, pero creo que fue algo así como: -Señor, tengo que decirte algo. Su respuesta fue tajante: -Sé lo que tienes que decirme, pero ya que has venido, habla. Sin moverme de donde estaba empecé a contarle todo cuanto había en mi corazón. La tristeza que sentía de ver a nuestro pueblo humillado por los extranjeros. El odio que sentía hacia ellos y el deseo de alejarle de nuestra sagrada tierra. También le hice conocedor de mis plegarias, oraciones y ruegos al Todopoderoso, para que nos ayudara mandando a alguien que iluminara nuestro camino. Cuando terminé me quedé inmóvil, con la cabeza agachada mirando el suelo, esperando una contestación. Hubo un momento de silencio y de pronto vi sus pies que se acercaban hacia mí. Intenté levantar la mirada pero no pude. Entonces oí su voz que me preguntaba: -¿Por qué crees tú que soy yo el que ha de venir? -Señor, –contesté– no importa lo que yo crea, sino lo que vos podáis hacer. Si vos tenéis el poder de unir y dar al pueblo la fuerza y el coraje suficiente para enfrentarse a 53 sus enemigos y destruirlos, será para mayor gloria vuestra y de vuestro pueblo. -¿Qué te hace creer que así será? -He oído decir que vuestro poder es mayor que el de un rey y así sería si expulsamos a los extranjeros. Las ciudades os aclamarían y seríais poderoso. Se hizo un largo silencio, yo seguía contemplando sus pies, pero poco a poco fui levantando los ojos hasta poder verle el rostro. Me sonreía. Luego, por un instante, sus ojos se clavaron en los míos. Aquella mirada me hizo retroceder en el tiempo, me llevó a mi adolescencia, me llevó a aquel momento en que le vi por primera vez, allá en el templo. Aquellos ojos eran los mismos que vi en aquel muchacho, cuando yo también lo era, y ahora, como entonces, me produjo vértigo y la sensación de caer por un abismo sin final. Casi de forma inconsciente murmuré: -Yo te conozco. Sin dejar de sonreír me contestó: -Lo sé. Y has venido a mí porque eres tú el elegido para que se cumpla lo que está escrito. No comprendí muy bien a qué se refería, pero quise pensar que habiendo tenido en cuneta todo lo que yo le dije quizás era yo la persona escogida por él para llevar a cabo sus mandatos. Esto me dio fuerzas para ponerme en pie, y tras hacer un gesto bajando mi cabeza para despedirme, me alejé sin volver la vista atrás. Una de mis obligaciones era dar cuenta de mis actos a mis superiores, y eso me apresuré a hacer. Con gran ilusión expuse todo lo acontecido, esperando una aprobación. No obstante para mi decepción, no todos acabaron de ver las cosas claras. Enseguida se levantaron grandes discusiones, algunos a favor, otros en contra. Las disputas fueron tales que hubo quien echó mano de las sagradas escrituras para justificar su punto de vista. Se echó mano de los hechos y dichos antiguos y de las profecías. Las in54 terpretaciones fueron lo mismo a unos y a otros, con lo cual las discusiones se eternizaban sin llegar a ninguna conclusión. Yo, apoyado por otros que pensaban lo mismo, logramos una tregua. Era demasiado pronto para estar seguros de que aquel hombre podía hacer mucho por todos nosotros. De hecho hacía poco tiempo que sabíamos de él y todo su pasado tan solo nos llevaba a un humilde carpintero. Como a mí me había dicho que había sido el elegido para que se cumpliera lo que estaba escrito, tomé la iniciativa. Con permiso de mis superiores me hice con algún dinero del que estaba destinado a los gastos del templo y salí otra vez en su búsqueda. Habían pasado algunos días, pero supe que todavía estaba en el mismo lugar que le encontrara la primera vez. Hacia allí me encaminé. Era la hora del mediodía cuando le volví a ver. Esta vez estaba de rodillas, con los brazos alzados, las manos abiertas con las palmas hacia delante en oración. Me detuve tras él a cierta distancia y también me arrodillé. Permanecí un rato en silencio, pero como era ya la hora de comer me atreví a decirle: -Señor, me han dicho que hace días que ayunáis, permitidme compartir con vos lo alimentos que he traído. Su respuesta me dejó sorprendido y perplejo: -No son solo los alimentos de la tierra lo que necesita el cuerpo. Yo repliqué: -Puede que no, señor, pero ha sido el Todopoderoso quien nos lo ha dado, y de él debemos cuidar. Y muchas han sido las ocasiones en que nuestro Dios ha obrado milagros para alimentarnos, convirtiendo incluso las piedras en panes. Como no recibí respuesta, me atreví a coger algún alimento, acercándome hasta donde él estaba lo dejé en el suelo a su lado. Bajó las manos, las apoyo sobre las rodillas y sin mirarme, dijo: 55 -¿Has venido aquí a tentarme? -No es esa mi intención Señor. -¡Llévate esos alimentos lejos de mí! Con gran pesar y tristeza recogí la comida y me aparté sentándome a cierta distancia. Allí permanecí el resto del día, esperando una oportunidad para hablarle. Llegada la noche me di cuenta de que no iba a tener posibilidades de comunicarme con él. Entonces decidí volver con los míos. Éstos estaban esperándome para saber de los acontecimientos y hubo quien se sintió defraudado por lo poco que pude contar. De nuevo comenzó las discusiones. ¿Quién era aquel que ayunaba fuera de las fechas señaladas y hacía grandes sacrificios y oraciones? ¿A qué Dios adoraba a aquel que se rumoreaba que podía ser más que un rey? Según decía, adoraba el mismo Dios que nosotros, pero no lo hacia de igual manera. Las discusiones se prolongaban durante días y hasta yo mismo me convencí de que había llegado la hora de hablar claro. Prometí a los míos que traería noticias concretas y, decidido, partí hacia el lugar de siempre, pues aún no lo había abandonado. Está vez le hallé sentado sobre una roca, me acerqué con decisión colocándome frente a él a algo más de cinco pasos. Le miré de frente, más no pudiendo resistir su mirada giré mi rostro y dije: -Permitidme Señor, ya que vos mismo me habéis dicho que soy el elegido, que me exprese con libertad. ¿Sabéis que entre los nuestros hay grandes disputas acerca de vos? Hay quien os admira, otros son indiferentes, pero también hay quien os odia y desearía haceros mal. Sin embargo todos ellos os rendirían homenaje si os unierais a la justa causa, desplegando todo ese poder que dicen tenéis en contra de nuestros enemigos. Dejadme que os aconseje y vuestro poder será tan grande que otros reyes os rendirán tributo. 56 Me sorprendió su reacción a oír mis palabras. Se puso en pie y, apuntándome con el índice de su mano derecha, me reprochó con enojo: -¡Quién eres tú para darme consejos! ¡No estoy yo aquí para oír consejos de los hombres, sino para indicarles el camino! Cierto es que has sido el elegido para una gran misión, pero todavía no te ha sido revelada. Por lo tanto, ¡apártate, ignorante, y espera tu hora, que sin duda llegará, igual que llegará el destino de aquel a quien todos han de adorar! Decepcionado y dolorido, me alejé unos cuantos pasos hasta un lugar desde donde no podía verme, y allí me quedé. No podía volver con los míos, puesto que nada tenía para contarles y además me sentía ligado a él por aquella misión que me aguardaba. No tenía ni idea de lo que podía ser, mis ideas estaban totalmente desordenadas, intentaba encontrar respuestas pero solo veía oscuridad y confusión. En mi desconcierto ni siquiera advertí que ya se había hecho de noche y llegada cierta hora, allí mismo me acosté sobre la tierra quedándome dormido. En sueños, me vi llevado por los aires. Era ascendido hasta lo alto de una gran cumbre, al otro lado de la cual se abría un precipicio inmenso y sobre este precipicio era arrojado con violencia, y caía caía atravesando nubes de oscuridad, envuelto en un frío inmenso. En mi caída oía gritos, restañar de látigos y ruidos metálicos como armas que chocan unas con otras. Había también grandes relámpagos y truenos, y cadáveres humanos desfigurados y amontonados en grandes pilas humeantes y pestilentes. De pronto, algo golpeó mi hombro y me desperté. Ante mí había un hombre cuyo rostro me resultó conocido por haberlo visto antes, el cual, escuetamente me dijo: -Nos vamos. 57 Sin decir nada me puse en pie y le seguí. Nos acercamos a una pequeña choza, allí estaba él con algunos hombres más. Nos miró a todos y dijo: -Ha llegado la hora de ponernos en camino. Él caminaba delante, todos los demás le seguíamos. Yo iba el último. Por mi condición no encajaba bien entre los otros. Eran todos personas humildes, algunos se conocían entre ellos, otros incluso eran parientes. Yo no tenía ningún vínculo con ninguno de ellos. Casi desconocía los motivos por los que seguían a aquel hombre, pero creía tener muy claro que mi presencia allí tenía muy poco que ver con ellos. Lo mío era una cuestión personal por una causa muy grande, estaba seguro de que aquel hombre podría ser la respuesta a mis oraciones. No sabía por qué, pero tuve el convencimiento de que algo muy grande estaba próximo a suceder, algo que cambiaría el destino de mucha gente. A cierta hora pasamos por una aldea en la que había un pequeño mercado y viendo que nadie llevaba apenas provisiones, me detuve a comprar algunos alimentos. Como nadie se paró a esperarme, cuando retomé el camino me encontraba a bastante distancia. Caminé tras ellos sin darme mucha prisa, de tal manera que la distancia que me separaba del grupo era siempre la misma. El Sol caía con fuerza sobre mi cabeza y el polvo del camino se pegaba a mis pies. Mi mirada no estaba clara y cada vez que miraba el horizonte, lo veía desdibujado y tembloroso a causa del relente provocado por el cálido viento. Vi como llegando a un lugar en el que había algunos árboles, se apartaban del camino para refugiarse a la sombra de estos. Me fui acercando despacio, cuando llegué todos estaban sentados en el suelo formando un círculo, excepto Él, que permanecía de pie, fuera del circulo, interponiéndose entre ellos y yo. Me miraba sosteniendo entre sus labios una tenue sonrisa, aguardando a que me acercase. Yo caminaba hacia Él casi 58 sin atreverme a levantar mis ojos del suelo, dirigiéndole de vez en cuando una rápida ojeada. Llegué hasta Él y me detuve. Sin decir nada, le entregué los alimentos que había comprado, vi como su mano cogía lo que yo le entregaba y sin decir nada se acercó al grupo y fue repartiendo la comida. Me senté en el suelo y aguardé. Cuando hubo repartido a todos lo demás se acercó y me dio lo mío. Yo lo cogí sin levantar la mirada, vi como sus pies se situaban en el centro del grupo y entonces le oí decir: -Entre vosotros habrá quien se considere más que los demás, pero no se engañe a sí mismo, os aseguro que el más pequeño puede ser el mayor y el mayor puede ser el más insignificante. No caigáis en la equivocación de que podéis alcanzar la gloria mediante la adulación y el servilismo. Los aduladores y serviles siempre buscan recompensa de los más pudientes, ninguno de vosotros ha de esperar recompensa alguna por lo que haga, sino quizás todo lo contrario. Luego se acercó a mí, me hizo poner en pie cogiéndome del brazo y me llevó con él unos cuantos pasos lejos del grupo. Allí, sin mirarme, me dijo: -A partir de ahora te encargará de las cuestiones económicas. Caía casi la tarde cuando alcanzamos una pequeña ciudad. Nuestra presencia enseguida se hizo notar, las gentes empezaron a preguntarse quién éramos y qué hacíamos allí. Caminamos hasta una pequeña plaza, Él se situó en el centro y comenzó a hablar. Yo me quedé recostado en una columna, escuchando y viendo como las gentes se acercaban, unos por curiosidad, otros por interés, otros indiferentes. Poco a poco fueron llenando la plaza. Él hablaba de un reino más allá de la muerte, decía que todos podíamos entrar en él, y que una vez allí se terminarían todos nuestros sufrimientos y problemas. Yo era conocedor de ese reino, el cual era anunciado en nuestras sagradas escri59 turas, según las cuales los elegidos irían al paraíso. Pero me sorprendió la forma en que Él lo exponía. Hablaba de un Dios poderosísimo al que llamaba Padre y afirmaba que Él era el Hijo, y que entre el Padre y el Hijo existía el Espíritu. Yo escuchaba todo esto sin llegar a comprender, pero no era el único. Entre la multitud que ahí se había reunido se escuchaban voces discrepantes que hacían preguntas a las que él contestaba de inmediato. Sus respuestas eran sorprendentes, algunas me parecían imposibles. Afirmaba cosas extraordinarias y aseguraba que Él tenía poder para curar enfermedades. Al oír esto, algunas personas que se hallaban enfermas se le acercaron y le rogaban que las curase. Yo me asusté, y temí que si no podía demostrar lo que decía, todos los allí presentes entrarían en cólera y descargarían su ira sobre nosotros, causándonos todo tipo de males y daños. Me puse alerta por lo que pudiera pasar, pero sorprendentemente algunos de aquellos enfermos comenzaron a dar gritos de alegría asegurando que sus males habían desaparecido repentinamente. Mi desconcierto era enorme, no sabía si creer o no lo que estaba viendo, era irreal. ¿Cómo era posible que una persona enferma recuperara la salud de manera tan espontánea? ¿Cuál era el secreto? ¿Qué poder poseía aquel personaje que yo veía allí, entre la muchedumbre, hablando de cosas incomprensibles y realizando hechos imposibles? Una cosa sí vi con claridad: aquel no era un hombre cualquiera, fuere quien fuere era muy diferente que cualquier otro. Yo tenía conocimiento del poder de los curanderos y de los hechos de los magos, aquel podía ser ambas cosas, pero los superaba a todos por mucho. Muchos de los allí presentes se maravillaban y los que habían sido beneficiados se arrojaban a sus pies de rodillas. Sentí una gran alegría en mi corazón, algo me gritaba en mi interior que aquel era el hombre que nos había de liberar de nuestros enemigos. No podía ser otro. Allí estaba, rodeado de multitud. Sus palabras llega60 ban a todos y a todos convencía. Él podía unirnos y unidos seríamos invencibles. Por fin mis oraciones tenían respuesta. Ya no me quedaban dudas, ahora estaba seguro de poder hablar con los míos y convencerles de que había llegado la hora de la liberación. Todas las dudas y temores que algunos pudieran tener carecían de importancia. Nuestro Dios Todopoderoso nos había enviado a aquel que decía ser su Hijo, y dijere lo que dijere por incomprensible que fuera, no deberíamos de escandalizarnos ni ofendernos, lo importante es que estaba allí, que realmente poseía un gran poder y que su poder nos iba a librar. Durante algún tiempo estuvimos yendo de un lugar a otro, él hablaba a las gentes y obraba prodigios delante de todos. Muchos eran los que le escuchaban con admiración y cada día eran más los que creían. Yo estaba maravillado con lo que veía y a pesar de que no acababa de comprender cuales eran realmente sus intenciones, estaba seguro de que él sí conocía mi manera de pensar y también las de otros del grupo y que en cualquier momento nos diría lo que se había de hacer. Era tal mi convencimiento que no podía comprender como alguno de los míos no lo veían tan claro y le negaban incluso con violencia. Se sentían ofendidos por las cosas que decía y en más de una ocasión estuvimos apunto de ser agredidos. Esto me entristecía mucho, porque era contrario a mis deseos y más de una vez tuve que intervenir. Tengo que decir con toda modestia que yo no era uno cualquiera, se me conocía y se me respetaba entre los más notables, entre los cuales algunos pensaban como yo y veían en aquel hombre una esperanza de futuro para nuestro pueblo. Yo contaba con la confianza de hombres importantes, mis palabras tenían cierto valor. De todas maneras las discusiones eran tremendas y algunos no escondían sus intenciones. No eran raros los gritos, los insultos y las amenazas, llegando incluso a proponer que había que acabar con él, que había que poner fin 61 a aquella situación alegando para ello que los invasores recelosos podían tomar represalias sobre el pueblo si sospechaban que se gestaba una revuelta en su contra. No eran vanos aquellos temores que en cierto modo yo también temía, cosa que me obligaba a ser cauto y diplomático. Como tesorero y administrador del grupo disponía de cierta libertad a la hora de manejar el dinero y en alguna ocasión tuve la necesidad de comprar algún regalo para ganarme la buena voluntad de las autoridades invasoras que gobernaban en el lugar. Por supuesto que no comunicaba a nadie estos hechos, manteniéndolos en secreto para mí solo, pero gracias a ello, en muchas ocasiones éramos bien recibidos. Acudíamos a casa de gente importante y se nos trataba honorablemente. Sorprendentemente con frecuencia recibíamos mejor trato entre los extraños que entre los propios, de ahí que algo dentro de mi cabeza empezó a cambiar. Yo siempre había considerado que los no pertenecientes a nuestra religión eran inferiores, indignos, gentes que no se merecían los favores de la divinidad ya que no creían en lo que nosotros creíamos y por lo tanto estaban privados del paraíso y de una existencia feliz en el más allá. Todos estos convencimientos empezaban a flaquear en mi mente, comenzaba a ver las personas de otra manera y tal como Él decía, podía ser que todos fuéramos iguales ante la Máxima Divinidad, sin importar el origen ni la creencia. Al final solamente seríamos juzgados por nuestras obras. ¡Oh Dios, aquel fue uno de los días mas tristes y terribles de mi existencia! Sentado allí, bajo aquel árbol, lloré toda la noche desconsoladamente. Jamás pude imaginar que sucedería lo que aquel día sucedió. Habíamos acudido a la gran ciudad. Mi alegría era grande viendo que la gente se acercaba, unos dando gracias, otros rogando favores, incluso había quien daba gritos de alabanza, pues veían en ÉL al profeta y salvador de nuestro pueblo. Yo 62 me sentía jubiloso, aquel era un gran día, pero ¡pobre mí, qué lejos estaba de la realidad! Todo comenzó al acercarnos al sagrado templo. Era costumbre que algunos comerciantes vendieran sus productos en las inmediaciones, respetando siempre los lugares sagrados. Sin embargo, algunos de ellos pagaban un tanto y eso les daba derecho a montar sus tiendas en sitios no del todo aptos para mercadear. No podía dar crédito a lo que mis ojos veían, imposible imaginar que alguien como Él, que tanto hablaba de la bondad, de la tolerancia, de la paciencia y de tantas y tantas virtudes pudiera dejarse arrebatar por la ira de aquella manera. Con extrema violencia se acercó a los mercaderes, tiró sus paradas a tierra y blandiendo una vara golpeaba sin reparo a cualquiera que se atreviera a acercársele. El alboroto fue enorme. Mientras el entraba en el interior del templo y hablaba a los que le acompañaban las autoridades se reunieron para tomar decisiones. Yo supe que había intenciones para prenderle y llevarle ante un tribunal, ante el temor de que se produjera un gran escándalo decidí intervenir. Cuando me presenté en la reunión los allí presentes callaron y se quedaron mirándome con desdén. Se hizo un silencio hasta que alguien gritó: -¡Hay que acabar con Él! No sé por qué pero aquellas palabras sonaron en mis oídos de la misma manera que lo hicieran muchos años atrás las de mi viejo maestro. La visión de su cuerpo inerte tirado en el suelo cruzó por delante de mis ojos. Estoy seguro de que en ese momento tuve una revelación, y presentí que si hacíamos daño a aquel hombre caería una gran desgracia sobre todos nosotros, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. Encarándome a todos les dije: -¡Por qué os levantáis contra Él de esta manera! ¡Ya hemos discutido en cientos de ocasiones sobre si lo que dice está o no dentro de los límites de nuestras leyes! ¡Por qué os empeñáis en juzgarle por lo que dice y no queréis 63 ver los prodigios que hace! ¡La gente le sigue, le adora como a un profeta, tiene el poder de convencer y de unir a la multitud! ¡Estoy seguro de que si les dijera a los que le siguen que luchasen para expulsar a los invasores le obedecerían ciegamente! Alguien se puso en pie y me interrumpió diciendo: -¡Quizás eso sea cierto, pero no es así como está actuando! ¡No critica a nuestros enemigos, nos critica a nosotros! ¡No pone en tela de juicio ni niega las creencias de ellos, sino que lo hace de las nuestras! ¡No insulta a los dirigentes invasores, sino que nos insulta a nosotros! ¡Ha tenido el atrevimiento y la desfachatez de entrar en el sagrado templo despreciando todo orden y autoridad e incluso se atreve a decir que Él está por encima de todos nosotros! Indignado repliqué: -¡Vosotros mismos habéis visto con vuestros ojos sus obras, habéis sido testigo de hechos fantásticos y de curaciones milagrosas! ¿Por qué dudáis entonces de que sea superior a todos? Mis palabras causaron gran disgusto entre alguno de los allí presentes. Alguien se me acercó y con gesto amenazador me dijo: -¡Tú no tienes derecho a ponernos en ridículo insinuándonos que ese personaje es superior a todos! Cierto que tiene cualidades extrañas y hace cosas fuera de lo común, por eso hemos creído en ti y en otros que decían que podía ser un enviado del todopoderoso para librarnos de nuestros opresores. Pero está demostrado que no es así. Tú vas con él, escuchas lo que dice y sabes muy bien hasta que punto nos insulta y nos desprecia. Pregúntale qué motivos tiene para ello. ¿Qué mal le hemos hecho nosotros para que continuamente nos está echando en cara nuestras faltas e incluso las de nuestros antepasados? ¿Por qué nos amenaza diciendo que si no creemos en Él no tendremos 64 salvación? Nosotros cumplimos con las sagradas leyes con las que han cumplido nuestros antepasados. Cierto es que en todo tiempo se han cometido errores pero yo te pregunto: ¿No es un error lo que Él está cometiendo? Él es uno de los nuestros, igual que tú, que yo y que éstos, y debería creer en lo que crees tú y en lo que nosotros creemos. ¿Por qué no lo hace? ¿Por qué no usa ese poder y esos dones que tiene para glorificar lo nuestro? ¿Por qué lo usa en nuestra contra? Yo no estaba dispuesto a dejarme convencer por aquellos razonamientos a pesar de que tenían cierta lógica. Quizás en otro tiempo los hubiera aceptado, pero ya no. Él me había hecho ver las cosas de otra manera. Quizás no estaba seguro de nada pero desde el fondo de mi corazón una voz me decía que mi lugar estaba a su lado. Por eso les hablé convencido de mis razonamientos. -Yo no quiero discutir con vosotros acerca de cómo interpretar sus palabras. Quizás tengáis motivos para sentiros ofendidos, pero ¿qué importan las palabras? Lo importante son los hechos. Él no ha hecho daño a nadie, sino todo lo contrario. Tanto así que más de uno de nosotros mismos le sigue y le cree. Y yo mismo si tengo que escoger, no dudaré en ponerme de su parte. -Mira bien lo que haces, no te atrevas a desafiarnos. Nada tenemos contra ti, pero, por tu propio bien, no te interpongas. -No hay hombre que me acobarde con amenazas – repuse con decisión– y además no estoy solo. Otros hay que si yo les aviso se pondrán de mi parte y en contra vuestra. Sabéis que son multitud los que están dispuestos a defenderle. -Haces mal en enfrentarte a nosotros –dijo alguien-. Nosotros no envenenamos al pueblo con falsas doctrinas ni promesas. Él sí lo hace y tú no puedes seguir defendiéndole por más tiempo. Ya hemos escuchado tus razona65 mientos y hemos sido tolerantes, incluso crédulos. Recuerda que en una ocasión te llevaste dinero del que se guarda para los gastos del templo y nunca te lo hemos reclamado. Te dimos el margen de confianza suficiente para que le hicieras ver nuestra realidad, sin embargo nada hemos obtenido a cambio. Estás en deuda con nosotros, por ello no tienes derecho a decirnos lo que hemos de hacer. Les miré con odio. Cierto era que había tomado algún dinero, pero de eso hacía ya mucho tiempo, ni siquiera recuerdo la cantidad. Lleno de rabia, extendiendo mi mano derecha hacia ellos, les repuse: -Os aseguro que saldaré esa deuda, y con intereses. Salí de allí sacudiendo el polvo de mi ropa y aquí me hallaba, llorando sin desconsuelo sentado sobre una piedra, apoyados los codos en las rodillas y la cara entre las manos. De repente noté una presencia frente a mí. Levanté los ojos y le vi, Él estaba allí, de pie, con los brazos caídos a lo largo de su cuerpo. Me miraba mientras sonreía con tono burlón, como riéndose de mí. Tras un breve silencio me dijo: -¿Por qué te afliges y cargas sobre ti pesares tan grandes? No eres tú más que un pobre diablo que se había hecho grandes ilusiones. -Señor, –contesté– nada tengo que explicar acerca de mí, me conoces bien y sabes de mis intenciones. Lejos está en mí llamaros la atención sobre vuestro comportamiento, pero permitidme deciros que vuestros enemigos ya eran muchos y después de lo sucedido hoy en el templo serán muchos más. -Eso no ha de preocuparte –me repuso–. Te aseguro que se multiplicarán por mil porque aún allí he de volver. -¡Señor, no lo hagas! –le rogué poniéndome en pie–. ¡No les des más excusas y razones, ellos quieren hacernos daño! 66 -¡Acaso crees que no se yo de sus intenciones! Les conozco bien, sé lo que están tramando y puedes estar seguro de que nada de lo que va a suceder me es desconocido. Yo he venido en el nombre del padre a cumplir una misión, y así ha de ser. Es voluntad suya que su hijo sufra martirio por el bien de toda la humanidad. Contesté: -¡Pero ellos están dispuestos a acabar con vuestra vida! ¿Qué misión podéis llevar a acabo si perecéis? -Te aseguro que la muerte no es lo peor y que si esa fuese la voluntad del Padre la aceptaría. Pero no estoy aquí para dar testimonio de muerte, sino de vida, y te aseguro que así será. Nunca huyamos de nuestros enemigos. Enfrentémonos a ellos con la razón de la palabra y no temamos el daño que puedan ocasionar a nuestro cuerpo. Este no es más que el habitáculo temporal en el que se ha de purificar el espíritu. No rehuyamos nunca por temor al sufrimiento. -Quizás sea fácil para vos ignorar el miedo, el dolor, incluso la muerte –dije-. Vuestro espíritu es grande, vuestra fe mucha, y vuestro valor inmenso, más no puedo decir lo mismo de mí. Se me acercó, puso su mano izquierda sobre mi hombro y, apuntando con la derecha al cielo, me dijo: -¡Mira esas estrellas que brillan en el cielo! Cada una de ellas representa a un ser en la tierra. ¡Cómo puedes pensar que eres insignificante cuando el Padre se ha tomado la molestia de hacer para ti una de ellas! Además, te aseguro que no es la tuya la que menos brilla, porque tú tienes una misión que cumplir, y en verdad te digo que la cumplirás, y que por ella serás maldito entre muchos durante largo tiempo. Pero no ha de preocuparte porque tu sitio ya está reservado y, ¡ay de aquellos que no sepan ver la realidad, porque tendrán que volver a vivir lo ya vivido y a sufrir lo ya sufrido tantas veces como sea necesario hasta que su 67 vista se aclare! Mañana volveremos a la ciudad y tú junto con otros buscareis un lugar digno donde nos reuniremos en intimidad. ¡Ya está a punto la cosecha y el granero limpio y aireado para guardarla! Dicho esto se alejó dejándome lleno de dudas. No entendía que misión era esa, en alguna ocasión me había insinuado que sería yo el que pusiera en riesgo su vida pero, ¡qué mayor riesgo que ir de nuevo a la ciudad! ¡Qué mayor riesgo que exponerse a las iras de los poderosos! ¡Quién era yo para poder actuar a favor o en su contra! Bien sabía Él que nunca haría nada que no me fuera ordenado. Era el atardecer del día siguiente. Yo deambulaba por las calles sin saber adonde ir. “¡Ve a cumplir tu misión!” me había dicho, mientras ponía un trozo de pan mojado en agua en mi boca. Esto había ocurrido hacía apenas unos instantes, durante aquella reunión que mantuvo con los que éramos más íntimos. Después de dar instrucciones y bendecirnos dijo que se acercaba la hora en la que el Hijo de Dios sería entregado a sus enemigos, castigado y azotado, pero que no temiéramos, que escrito estaba que en tres días volvería a estar con todos nosotros. Yo salí solo de la estancia y me alejé por las calles meditando sin saber qué hacer. De pronto me di cuenta que me encontraba delante de la casa de un buen amigo, un hombre honrado que además era seguidor y cumplidor de la nueva doctrina que Él predicaba. Al entrar en la estancia en la que este se encontraba, pude ver que había otras personas. Todos callaron cuando yo llegué y mi buen amigo me puso al corriente de lo que sucedía, poniéndose en pie y acercándose me dijo: -Hay malas noticias. Éstos han venido a decirme que ya se están preparando hombres con todo tipo de armas para ir en busca de ese al que todos seguimos, con la in- 68 tención de darle muerte allí donde le encuentren, aprovechando la oscuridad de la noche. Yo palidecí. De todos era sabido dónde solía descansar y estaba seguro de que si se presentaban allí, no se irían sin antes quitarle la vida. Pensé de qué manera podía hacer algo y se me ocurrió un plan. Sabía que aquellos que intentaban darle muerte por la noche, no se atreverían a hacerlo durante el día. Por lo tanto, tenía que hacer algo para protegerle esa noche, y lo tenía que hacer deprisa, antes de que aquellos malvados le encontraran. Encarándome a los que allí se encontraban, les dije: -Tenemos que salir en busca de ese Hombre y ponerle a salvo. -¿Y cómo lo haremos? –preguntó uno, que siguió diciendo– Los que van a salir en su busca con intención de matarle son muchos, y no se detendrán por vernos a nosotros allí, más bien todo lo contrario, nos conocen y con seguridad que su ira también se volverá contra nosotros, pudiendo causarnos grandes males. Mi amigo, que permanecía en silencio, comentó: -No, nada nos pasará si llevamos con nosotros algunos soldados del gobernador. Se hizo un corto silencio y alguien dijo: -¡Esos soldados son nuestros enemigos, ¿a ellos se lo vamos a entregar?! A mí la idea de mi amigo me pareció buena. Cierto que los soldados del gobernador eran enemigos nuestros, pero también era seguro que nada tenían contra nosotros. Para ellos, nuestros temas sobre las cuestiones sagradas les eran indiferentes. Ellos tenían sus propios Dioses y su propia doctrina, y nuestras creencias les resultaban irrisorias y despreciables. Pensé que si conseguíamos que los soldados le arrestaran y le mantuvieran encarcelado toda la noche estaría a salvo de toda aquella chusma de malvados. Además, el día que estaba por venir, era un día señalado en 69 el que casi nunca se ajusticiaba a nadie, y esto haría que los ánimos se calmasen. Dije a mi amigo que estaba de acuerdo y que yo mismo les llevaría hasta donde Él se encontraba. Y así fue, mi amigo, que era persona de gran reputación, consiguió que algunos soldados nos acompañaran y sin pérdida de tiempo nos pusimos en marcha. Aquel fue uno de los momentos más dolorosos de mi vida. Cuando le encontré estaba de rodillas, con los brazos en cruz, orando. Al vernos llegar se puso en pie y se acercó a nosotros. Se detuvo a unos pasos y dijo a los soldados: -¿Por qué venís a buscarme de noche? ¿Acaso no tuvisteis ocasión para prenderme cuando he estado entre vosotros? Los soldados no le contestaron y viendo que se les acercaban los que estaban con Él, algunos de los cuales llevaban armas, empuñaron con decisión las suyas por si eran atacados. Entonces Él, colocándose entre ambos grupos, dijo: -¡Guardad vuestras armas! ¡No será por mí que os hagáis daño! Yo me acerqué a Él con intención de decirle algo, pero ninguna palabra salió de mi garganta. Una angustia terrible se apoderó de mí y en un arrebato no pude contener el deseo de abrazarle. Él me apartó diciendo: -¡No es el abrazo de un amigo el que entrega a un hombre a sus enemigos! ¡Pero así se ha de cumplir porque así está escrito! Se acercó a los soldados extendiendo sus manos, éstos se las ataron con un lazo dando un fuerte tirón. Sentí un gran dolor en mi pecho al verle en aquella situación. Resignado, caminaba detrás a cierta distancia del grupo que le llevaba cuando de pronto vi que se acercaba una multitud de personas provistas de armas y palos. Eran los que pretendían matarle. Me detuve, y pude ver como se enfren70 taban a los soldados. Oía como discutían ya que estos querían llevarle ante sus superiores, tal como había decidido mi amigo y yo mismo. Pero los otros insistían en llevarle ante nuestras autoridades para poder levantar cargos y acusaciones contra Él. Como eran muchos y estaban furiosos, los soldados, por temor a ser agredidos, aceptaron sus proposiciones. Aquello me enfureció mucho y lleno de rabia me dirigí al templo dispuesto a enfrentarme con mis superiores. -¡No tenéis derecho a hacer lo que estáis haciendo! les grité al hallarles allí reunidos-. ¿¡Qué daño os ha hecho!? ¿¡Que acusaciones tenéis contra Él!? Me miraron en tono burlón, alguien me contestó: -¡Tú no eres nadie para venir a pedir explicaciones, sino todo lo contrario! ¡Suerte tienes de que no te entreguemos a las autoridades y seas azotado! -¿¡Y de qué cargos se me acusa!? –pregunté indignado. -Los cargos pueden ser muchos, pero hay uno en especial: te podemos acusar de haber robado el dinero del templo. Rabioso, eché mano de la bolsa que colgaba de mi cinturón y agarrándola, vacié todo su contenido con furia contra el suelo. -¡Ahí tenéis vuestro dinero! –grité. Desesperado salí, camine hasta un lugar cercano y como poseído por un espíritu maligno, rasgué mis ropas, golpee mi cabeza contra las rocas y con cantos afilados me provoqué infinidad de heridas, tantas que todo mi cuerpo estaba ensangrentado. Me arrastré por el suelo, manchando de sangre la tierra y la hierba y los que me vieron se horrorizaron de mi aspecto. Tal era mi desesperación que incluso intenté ahorcarme con mi propio cinturón, más éste no soportó el peso de mi cuerpo y se rompió. Agonizante quede tendido en el suelo, tan inconsciente que me dieron 71 por muerto. Pero viendo el estado en que me encontraba, nadie si dignó en recoger mi cuerpo para darle sepultura, sino que allí me dejaron, para que las aves carroñeras me devoraran. Mucho tiempo estuve allí, inconsciente, ya que cuando recobré el sentido había pasado casi todo un día y comenzaba a anochecer. Contemplé el estado tan lamentable que tenía y aunque me encontraba débil decidí alejarme. Era consciente de que durante todo el día había estado expuesto a las miradas de aquellos que por allí pasaron, que de seguro me creyeron muerto. Sentí una gran vergüenza y decidí que lo mejor era irme. Caminé toda la noche, al amanecer me encontré en mitad de la nada, ninguna población en todo lo que alcanzaba con la mirada. Ni rastro de vida humana. Como en otro tiempo había estudiado los mapas, quise suponer el lugar en que me encontraba y decidí tomar una dirección en la que creía, encontraría un pequeño oasis que casi nadie frecuentaba. Pero calculé mal mi situación y la distancia a la que éste se encontraba de tal manera que la mañana iba transcurriendo, el Sol cada vez era más intenso y mis fuerzas flaqueaban. Mi ropa estaba destrozada de tal manera que no me protegía de los rayos que me abrasaban la piel. Estaba muy débil a causa de la sangre perdida y, al no disponer ni de una gota de agua, caí en la extenuación. Entonces tuve una visión que me llenó de horror y espanto. Ante mí, clavada en la arena, había una gran cruz por la que chorreaba la sangre llegando hasta el suelo empapando mis manos. Levanté los ojos y ¡le vi! Le vi clavado en todo lo alto, lleno de sangre, cubierto de heridas. ¡Pero estaba vivo! Me miraba y me sonreía. Estiré mi mano intentando decir algo pero me desvanecí. Esta vez el desvanecimiento fue muy corto, porque mi cara cayó dentro de algo fresco y líquido. Era un pequeño charco de agua, de hecho aquello que me pareció sangre no era otra cosa que agua que cubría mis manos y lo que me pareció una cruz, era en realidad una hermosa 72 palmera. Bebí del agua y comí algunos dátiles que encontré por el suelo y allí me quedé, en aquel pequeño oasis un día y otro día y no sé cuantos días más. Y no sé hasta cuando estaría allí si no fuera por lo que aconteció una tarde. Faltaba poco para ponerse el Sol. Yo me hallaba arrodillado en oración con las manos cruzadas sobre el pecho, la cabeza caída hacia delante y los ojos cerrados. De repente sentí como si una fuerte luz se encendiera. Abrí los ojos, no podía dar crédito a lo que estaba viendo. Era Él, estaba allí, delante de mí, de pie, con los brazos caídos me miraba y me sonreía. Sin poder contener la emoción, me arrojé a sus pies abrazándolos y besándolos, más Él, cogiéndome de los hombros, me puso en pie mientras me decía: -Ya todo se ha cumplido. Está sembrada la nueva semilla que sin duda dará sus frutos. Ahora solo queda esperar. Llorando de emoción, le dije: -Señor, te he visto crucificado -Y has visto la verdad, he sido crucificado, azotado y humillado. Pero por el poder del Espíritu y el amor del Padre me he salvado de la muerte para dar testimonio ante los hombres. -¿Por qué has venido a visitarme? –pregunté. -He venido porque a ti y solo a ti he de revelarte la verdad. Porque ya nunca más volverás con los tuyos ni con nadie conocido. Iras hacia el sur hasta que hallares un grupo de nómadas que se desplazan por el desierto, te unirás a ellos y con ellos permanecerás el resto de tus días, que no serán muchos. Pero los aprovecharás para hablarles de mí y que quede testimonio, que en los años que han de venir muy mal se hablará de ti, pero al fin serás reconocido allá donde menos se pueda sospechar. -Será lo que Tu digas –repuse. Y con enorme júbilo estreché sus manos en las que pude ver unas enormes cicatrices. Llorando las besé una y 73 otra vez, hasta que de repente su figura se desvaneció como la niebla bajo el Sol. Me quedé asombrado y sorprendido al verme solo, pero lleno de alegría y felicidad. De pronto comprendí muchas cosas de las que antes no tenía conocimiento. No fue con palabras con las que me reveló los misterios del más allá. Permanecí en el oasis durante algunos días más y en ese tiempo mi mente se iluminó. Yo, que durante toda mi vida había mantenido la férrea convicción de expulsar a los que consideraba enemigos de mi patria, ahora me daba cuenta de que eso carecía de valor. Uno llama patria aquella tierra que considera propia, pero nadie puede elegir el lugar en el que nace. Por lo tanto patria puede ser cualquier lugar de la tierra y por el hecho de que cualquier lugar pueda ser patria, lo es toda la tierra. Ya no me sentía vinculado a ningún grupo de gente en especial, sino que me sentía vinculado con cualquier semejante, fuera quien fuera, sin importar las creencias que pudiera tener. Yo, que había dado mi vida por defender el sagrado templo de pronto sentí que no tenía ningún valor. Un templo solo es un lugar adonde acuden los creyentes para hacer oración, pero el Todopoderoso está en todas partes, por lo tanto todas las partes son templo. Recordé sus palabras que en cierta ocasión le oí decir: “Allí donde cada uno de vosotros esté, allí estará mi templo” Entonces no pude comprender, pero ahora sí, ahora sé quién soy y por qué estoy aquí. Soy la hoja que brota en primavera para dar vida al árbol, para que éste pueda dar sus frutos. El árbol es toda la creación y el fruto son los seres nuevos que nacen cada día. Me siento grande. Me siento importante, porque sé que la creación necesita de mí. Sea cual sea el destino que me aguarde, yo también soy creación. Tal como Él me dijo, camine hacia el sur, encontré a los nómadas y me uní a ellos, que me aceptaron de buen gusto. Y el poco tiempo que duró mi existencia lo dediqué por entero para hablar de Él, aquel Hombre que conocien74 do su destino no lo rehuyó. Él sabía desde el principio que sería crucificado y lo aceptó. Él predijo que no moriría y no murió, dando con ello testimonio de que hay otra vida más allá de la vida. 75 76 EPÍLOGO Es voluntad del autor entender que Judas ve a Jesús como un hombre que conoce toda su existencia, algo así como si a un niño pequeño le entregásemos una película de lo que va a ser su vida hasta la muerte y pudiese verla todas las veces que quisiera. Cualquier día podría ver cómo sería el día siguiente y viendo que le va a ocurrir algo desagradable en la calle, puede quedarse en casa. Pero no lo hace. Sale a la calle y sufre el accidente por grave que sea. Solo alguien muy especial puede vivir una vida así, conociendo los males que le pueden suceder y teniendo las posibilidades de evitarlos, no lo hace. Por eso, a ninguna persona puede dársele esta información porque haciendo uso de su libertad cambiaría según la circunstancia y esto provocaría un caos. Por ejemplo, una persona no se casaría con otra sabiendo que sus relaciones al poco tiempo irían mal. Nadie se subiría a un avión sabiendo que se va a estrellar. Y así millares de ejemplos más. A los seres humanos no se nos da esta información, pero esta información existe. Poseer esta información es alcanzar la plena sabiduría. Judas ve claro que Jesús era alguien que había alcanzado esta sabiduría y sospechaba que le había sido revelada en algún lugar, en otra vida u otra dimensión. Pero también es consciente de una cosa: sabe que el caos también existe y aunque las posibilidades de que las cosas no sucedan como están programadas son remotas de hecho existen, ya que el sumo programador puede alterarlas cuando quiera. Un ejemplo: Según esto, Cristo aceptó la crucificación sabiendo que no iba a morir si todo sucedía tal como él sabía que iba suceder. Pero también aceptó el riesgo de que podía morir de verdad, de aquí la frase “Padre, en ti confío”. Son muchos los argumentos que muchos autores han dado para demostrar que Jesús no murió en la cruz y aquí no 77 vamos a añadir ninguno más. El autor, igual que Judas está seguro de que es algo irrelevante. Cristo vino para demostrarnos que hay otro mundo y otro conocimiento y si su cuerpo se hubiera podrido en el sepulcro, toda su doctrina hubiera quedado en mera anécdota. El autor entiende que no todo está escrito en la vida de cada persona. Cierto que hay sucesos importantes que están previstos de antemano, de los cuales nadie puede librarse, sobretodo en lo que se refiere a la vida y la muerte. Nacemos y morimos, creamos vida y también matamos, pero todo lo que nace, muere siguiendo un programa establecido de antemano. Para venir a esta vida hay que nacer, para salir de ella se ha de morir y cada individuo lleva programado todas las veces que han de pasar ambas cosas, el cómo, el dónde y el cuándo. Cuando hablamos de nacer y morir, no nos referimos a los seres humanos únicamente. También están ahí animales y plantas y es así porque todo está relacionado entre sí. No se puede entender la evolución humana sin los cambio del entorno, por lo tanto lo uno y lo otro forman parte del mismo programa. Ahora bien, cuando nuestras actividades no afectan directamente a ningún proceso de vida y muerte, podemos decidir libremente lo que hacemos y cómo lo hacemos. Nuestra vida es como un plano en el que hay varios lugares a los que estamos obligados a ir por fuerza, siguiendo un orden. Pero los caminos para ir de un sitio a otro los elegimos libremente. Nosotros vivimos aquí y ahora en un espacio tiempo que tiene una única dimensión, que es el presente. El pasado ya no existe porque ya no está y el futuro todavía está por venir. ¿Y qué es el presente? El presente es una estrecha línea entre el pasado y el futuro. Aquí y ahora estamos forzados a vivir en un continuo presente que transcurre tan deprisa que nos resulta imposible controlar. Hay otros tiempos, otros lugares y, por supuesto, otras dimensiones 78 en donde existen otras vidas que quizás físicamente no se parezcan a las nuestras pero que con todas ellas compartimos algo en común. Este algo no es otra cosa que la energía de la mente, la mente máxima, el gran ordenador en donde todos y cada uno de nosotros tiene su programa. Somos como ordenadores portátiles formados por unos componentes físicos y alimentados por la energía de unas baterías, pero la información nos llega del espacio de manera invisible. El Cristo es, sin duda, un personaje que vino de otro lugar para decirnos algo, y puede que no haya sido el único, pero su mensaje, o no fue entendido o ha sido manipulado de tal manera que se ha convertido en una leyenda llena de fantasías. Volviendo a la primera hipótesis y a nuestra linterna, imaginemos que aquellos indígenas nunca tendrán contacto con la civilización y pensemos cuánto tiempo ha de transcurrir y que acontecimientos han de suceder hasta que ellos mismos sin la ayuda de nadie lleguen a alcanzar el desarrollo que les permita fabricar linternas. Preguntémonos si no somos nosotros esos indígenas y en lo que se refiere a conocimiento global solo acabamos de encontrar la linterna. Lo peor que nos pudiera suceder es que nos convirtiésemos en adoradores de linternas. 79 80