MARIPOSA AZUL Anoche me dormí viendo las luces azules y rojas en el cielo negro, sintiendo el caliente y húmedo pavimento bajo mi cuerpo y tuve un sueño, que hace mucho tiempo no tenía. Estábamos en el faro donde jugábamos cuando niños, divirtiéndonos con tantos juegos como estrellas en el cielo, pasando de princesa y caballero, a héroes antiguos, detectives o ninjas en un instante, corriendo por la hierba crecida de color verde, persiguiendo a una hermosa mariposa azul hasta que caíamos y nos quedábamos mirando el cielo azul, sin una nube, que terminaba por confundirse con el mar en el horizonte lejano y calmado. En el sueño, sin importar que tan lejos fuéramos o de qué se tratara el juego, nuestras manos siempre estaban unidas, entrelazadas como nuestros sentimientos, haciendo que mi felicidad aumentara con cada latido de mi corazón, haciéndome creer que ya no volverías a ser capaz de alejarte de mí. Cuando abrí los ojos por el frío de la lluvia que caía sutilmente sobre nosotros, me giré y te vi, a mi lado, sujetando mi mano con una firmeza mortal. Fui tan feliz en esos momentos que casi olvido la razón por la que de nuevo, tú y yo nos sujetábamos de las manos, mirando las luces azules y rojas que parecen parte del hermoso paisaje mientras los gritos de la gente se desvanecían entre nuestras cálidas respiraciones. De repente, ella aparece entre la gente, tratando de acercarse con sus afilados tacones que se apoyan sobre el pavimento para verte mejor, pero no la detienen. Sonrío pensando que así es como debió ser desde un principio, juntos los dos sin que ella pudiera entrometerse en nuestro romance. Ahora, ya nunca podrán separarnos; tú y yo somos ahora un solo ser, un solo espíritu, sujetos de las manos, con la sangre que abandona nuestros cuerpos mezclándose con el pavimento lleno de brillantes trozos de la ventana por la que saltamos mientras nos dábamos ese último y mortífero abrazo que nos brindó el lazo de sangre que no fuimos capaces de tener en la vida. Te perdono por rehusarte a lanzarnos antes de que te empujara, así que déjame sostener tu mano para así seguir soñando con aquel cielo azul sin nubes y aquella mariposa azul, cuyas alas corté para que no volviera a huir. María Carolina Orjuela Castillo [email protected]