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Matias-de-Stefano-El-trabajo-con-varones-que-ejercieron-violencia.-Construir-los-conflictos-para-evitar-la-violencia

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Por Matías de Stéfano Barbero
@Matías de Stéfano Barbero [facebook]
• Doctor en Antropología (UBA)
• IIGG – UBA – CONICET
• Instituto de Masculinidades y Cambio Social
Asociación Pablo Besson
El trabajo con
varones que
ejercieron violencia:
construir los
conflictos para
evitar la violencia
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Si bien el movimiento feminista lleva luchando al menos desde mediados del siglo XX por visibilizar
y erradicar la violencia contra las
mujeres, fue recién en el primer
cuarto del siglo XXI que la violencia adquirió cotas de visibilización
y problematización sin precedentes, y lleva configurándose como
uno de los grandes significantes
del feminismo de los últimos años.
Desde la sanción de la Ley 26485
y la primera manifestación del Ni
Una Menos, han surgido multitud
de iniciativas, planes, programas y
campañas para visibilizar, prevenir
e intervenir en situaciones de violencia en diversos ámbitos: educativos, laborales, institucionales,
etc. Si bien inicialmente la población objetivo de estas iniciativas
han sido las mujeres y niñes que
sufren la violencia masculina, paulatinamente se ha ido advirtiendo la
necesidad de dirigir también los esfuerzos a interpelar a los varones,
y fundamentalmente, a trabajar
con los varones que ejercen violencia. Sin embargo, la investigación
desde las ciencias sociales sobre
estos varones continúa siendo incipiente y, por tanto, necesaria, para
que los esfuerzos por abordar este
problema consigan resultados con
la mayor precisión y urgencia posibles.
Quisiera aprovechar esta oportunidad para compartir algunas reflexiones a partir de dos investigaciones: una investigación doctoral en
antropología con varones que ejercieron violencia que se publicará en
formato libro en los próximos meses bajo el título “Masculinidades
(im)posibles. Violencia y género,
entre el poder y la vulnerabilidad”;
y una investigación con equipos de
atención a varones que ejercieron
violencia de la provincia de Buenos
Aires, que realizamos junto a Ignacio Rodríguez, compañero del Instituto de Masculinidades y Cambio
Social, para la Dirección de Masculinidades del Ministerio de Mujeres,
Políticas de Género y Diversidad
Sexual de la Provincia de Buenos
Aires, y con el apoyo de la Iniciativa
Spotlight.
Muchas de las experiencias de
trabajo con varones que ejercieron
violencia señalan la importancia
de ir más allá de las oposiciones
binarias entre los privilegios y los
costos de la masculinidad, entre el
poder y la vulnerabilidad masculina.
Más que tratarse de un problema
a resolver entre perspectivas
exhaustivas y excluyentes, lo
que caracteriza el trabajo con
varones que ejercieron violencia
es el sostener estas tensiones,
en un equilibrio donde podamos
confrontar, pero no desde los
juicios morales o el enfrentamiento,
sino como una estrategia para
interpelar a los varones sobre
sus percepciones, emociones y
acciones; trabajando sobre su
historia de vida, atendiendo a que
muchas veces se trata de historias
atravesadas por el sufrimiento, lo
que no supone necesariamente ni
que ellos estén aludiendo a ese
sufrimiento para victimizarse, ni
que contemplarlo dentro del trabajo
suponga des responsabilizarlos
de sus actos. Trabajar sobre la
vulnerabilidad masculina cuando
hablamos de violencia puede ser
algo un poco contraintuitivo, porque
desplaza un poco el sentido común
sobre la cuestión.
Cuando empecé a observar grupos
de varones que ejercieron violencia
en la Asociación Pablo Besson, en la
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Ciudad de Buenos Aires, esperaba
encontrarme con la medida de mis
propios prejuicios y estereotipos,
alimentados por decenas de
representaciones
ficcionales,
de medios de comunicación,
e incluso por muchos textos
académicos: un sujeto poderoso,
omnipotente, racional, tradicional,
frío y calculador. Pero lo cierto
es que a medida que fueron
pasando los encuentros, de los
que también terminé participando
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como coordinador, esta imagen
se develaría como una suerte de
caricaturización, de un proceso
de exotización del otro que no es
extraño para la antropología. Lo
que se hacía presente encuentro
tras encuentro reflejaba la otra
cara de esa caricaturización, de
ese poder implacable y omnímodo.
Detrás del ejercicio de la violencia,
muchas veces nos encontramos
con que no hay solamente un
ejercicio de poder, sino también un
miedo profundo a la vulnerabilidad.
Recuerdo a uno de los varones que
entrevisté durante la investigación,
que me decía que no le contaba
a nadie lo que me contaba a mí
o lo que compartía en los grupos,
porque “si uno dice lo que le pasa
se muestra vulnerable”.
Muchos de los y las profesionales
que trabajan con varones que ejercieron violencia, coinciden en que
es en los encuentros grupales que
muchos varones consiguen por primera vez poner en palabras lo que
sienten, elaborarlo y compartir con
otros lo que sucede en sus vidas
afectivas. Quizás se deba a que los
varones no hablamos de lo que nos
pasa, porque, como decía otro de
los entrevistados: “la información
es poder”. Y las relaciones, no solamente entre varones y mujeres,
sino también entre los propios varones, son relaciones de poder.
Porque muchas veces –y esto nos
pasa en cierta medida a todos los
varones desde la infancia– mostrar
nuestras emociones, hablar desde
un lugar que no sea un lugar de poder, se percibe como una muestra
de vulnerabilidad, y aprendemos
que esa vulnerabilidad puede ser
usada en nuestra contra y exponernos a la ridiculización, a la humillación por parte de los demás.
Así lo expresaba otro de los entrevistados, cuando me decía que, si
él les dijera a sus amigos lo que le
pasa, le dirían maricón o cosas así.
Y era tal la fuerza del miedo y del
silencio en su vida, que aseguraba:
“Fue en Alcohólicos Anónimos donde aprendí a hablar, porque yo no
sabía que hablar hacía bien”. Es por
esto que el propio hecho de poder
decir lo que sienten en un grupo
frente a otros varones, compartir
sus miedos, sus vergüenzas, es un
acto potencialmente transformador
para ellos, y es precisamente ahí
donde se perciben vulnerables que
quienes coordinamos los grupos
encontramos, muchas veces, las
oportunidades para trabajar sobre
las causas estructurales que sustentan los sentidos de la masculinidad y su relación con la violencia.
Pero, analizando las relaciones
de poder entre varones y mujeres
podemos hacer un análisis
complementario sobre el porqué
del silencio de los varones sobre
su vida afectiva. El mandato de
masculinidad, que nos lleva a
construir relaciones con varones y
con mujeres de manera jerárquica,
que nos aleja del reino de las
emociones, y que nos enseña que
“Cuando somos capaces
de reconocer y expresar
lo que sentimos, cuando
conseguimos escuchar y
entender lo que le pasa a la
otra persona, aun cuando
no coincidamos, es decir,
cuando somos capaces
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de construir un conflicto
y de desarrollarlo para
llegar a un nuevo acuerdo
que equilibre nuestras
relaciones, no hay lugar
para la violencia”
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no tenemos que mostrarlas para no
arriesgarnos a perder posiciones
en esas jerarquías, lleva a que los
varones, muchas veces, no seamos
capaces de construir un conflicto,
entendiendo el conflicto no en
términos negativos (como en estos
tiempos tendemos a considerar),
sino en términos positivos, porque
ahí donde es posible construir
y desarrollar un conflicto, no
hay espacio para que surja la
violencia. Cuando somos capaces
de reconocer y expresar lo que
sentimos, cuando conseguimos
escuchar y entender lo que le pasa
a la otra persona, aun cuando no
coincidamos, es decir, cuando
somos capaces de construir un
conflicto y de desarrollarlo para
llegar a un nuevo acuerdo que
equilibre nuestras relaciones, no
hay lugar para la violencia. La
violencia, en sus diversas formas,
aparece donde el conflicto no
puede surgir y sostenerse, por
alguno o todos de los siguientes
motivos: porque no consideramos
que la otra persona sea una par
legítima con la que renegociar
nuevas posiciones; porque no
conseguimos elaborar los motivos
de los (muchos) desequilibrios que
podemos tener en un contexto de
profundos cambios en las relaciones
de género; o porque no tenemos
las habilidades para hacerlo, y esto
pasa muchas veces porque el reino
de la palabra y de las emociones
no son precisamente el fuerte del
mandato de masculinidad.
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