EL MUERTO Y EL DEGOLLADO Fabián había estado insoportable toda la velada y Noemí tuvo que propinarle un par de codazos para ponerlo en su sitio. Todo por el vino. Como Noemí se decidió por chivito asado, a Fabián sólo le cabía posible un maridaje con un Cabernet Sauvignon-Malbec y así lo dijo, varias veces esa noche, lamentando no haber tenido tiempo de conseguir uno y debieron contentarse con un Malbec. Si el plato principal hubiera venido en guiso, el Malbec habría resultado ideal. En su cellar disponía además de un Sangiovese de dos años que iría de perlas con canelones de ricota y un Merlot de cuatro que con liebre… Sebastián y Micaela tuvieron que hacer esfuerzos por no desternillarse de la risa. Más allá de sus excentricidades, Fabián y Noemí eran una pareja normal y excelentes amigos y por eso trataron de que no se les notara el desconcierto, pero ya en el auto, Sebastián pasó una luz roja recapitulando el disparate vitivinícola. El portero del edificio los observó muy jocosos y pensó que se debería a una copa de más típica de los sábados a la noche, en lo que no estaba muy desencaminado. Subieron al ascensor, donde Noemí volvió a remedar el acento docto de Fabián Tudela. No notó la manchita en el vestido hasta que se sacó los zapatos. Corrió inmediatamente a la cocina para echarle sal; entonces advirtió que la salpicadura se extendía hasta la cadera. Nada que hacerle: lo tendría que llevar sin falta a la tintorería por la mañana, mas no podría disponer de él hasta el miércoles y la fiesta de los Albornoz era el martes y no tenía qué ponerse. Registró el guardarropa mientras Sebastián acudía al estudio para su fumata de los sábados. Contó quince vestidos, la mayoría viejos. Había usado el de gamuza para el cumple de Graciela Torres una semana atrás y el de cuello salmón, en el concierto. Eso dejaba como opciones, el floreado de Princess’ y el malva, regalo de Valeria Rizzo. El problema con este último era que la hacía verse gorda, no importa qué dijera Sebastián (¿los hombres qué saben?). Unos meses en el stairmaster harían la diferencia pero no tenía unos meses sino cuatro días. El floreado estaba bien para un cocktail en el Emperador, no para una cena con el heredero de la Atlas-Nova. Era una tragedia. Podía pedir a Cecilia Madeiro su “uniforme” de ejecutiva pero odiaba el estilo; todas las integrantes del plantel de la Atlas irían igual: faldas cortas, chaquetillas, peinados sueltos. Lucían las piernas ya que no podía lucir el cerebro y… -Mi amor, ¿no viste mi caja de habanos? –preguntó Sebastián de regreso al dormitorio. Traía el encendedor de oro en la diestra y lo abría y lo cerraba, lo abría y lo cerraba. -Nunca lo he visto fuera de tu estudio… –lo vio dirigirse a la cómoda y comprobar los cajones. Por tácito acuerdo, Sebastián fumaba en el balcón o en su despacho, con las ventanas bien abiertas, aun en invierno. En la velada, había acudido a unos mentolados que –se podía decir- perfumaban el ambiente. Suerte que los Tudela habían dispuesto el festín en el atrio porque a Sebastián no poder fumarse un cigarrillo tras cada comida le era un tormento. Los negros franceses ocupaban su rutina oficinesca y acompañaban alguna que otra negociación menor, según él mismo ponderaba. “A los pequeños inversores hay que ganárselos con la humildad. Que vean que uno está de su lado. Si apareciera con un Rey del Mundo o Imperial…”. Estos últimos eran los que había recibido de Cuba por intermedio de Eustaquio Rocamora y retenía con celo para los fines de semana. Desde el perfume ligeramente picante al modo en que habían sido enrollados, desde que tomaba uno de la caja al momento mismo de encenderlo, todo era un ritual de deleite y distinción. -¿Herminia estuvo haciendo limpieza? –inquirió sin interrumpir la búsqueda. Se le había perlado la frente de sudor. -Ayer, como siempre. ¿No te fijaste entonces? -¿Por qué me tendría que fijar? Nunca los saco si no es… –Micaela iba a decirle que no exagerara pero Sebastián parpadeó poniendo los ojos en blanco y se fue al suelo. Gritó arrodillándose junto al marido. Notó el olor de la camisa transpirada y las venas del cuello al doble de su tamaño. En el celular, tenía el número de Emergencias. La atendieron después de dos tonos y derivaron a una extensión. Describió los síntomas y tan pronto confirmaron el envío de la ambulancia, corrió al baño y empapó una toallita para mojarle la frente. La ambulancia llegó en diez minutos. El paramédico hizo preguntas, aseverando que se trataría de un problema digestivo. Sebastián no abrió los ojos hasta que estuvieron en el hospital. Entonces miró a Micaela y dijo: “Pucha. Qué modo de acabar la noche”. Se lo llevaron por un pasillo hacia unas puertas batientes y desapareció. Un empleado se dirigió a Micaela para hacerle preguntas para el registro y estuvieron la siguiente hora completando detalles frente a una PC. Para aligerarle la espera, el joven le comentó que preparaba el cumple de su hijo menor Alfonso en un pelotero y no tenía idea de cómo ilustrar las paredes. Payasos y ositos no eran una opción; eso estaba bien para las nenas pero si alguna vez quería verlo jugar en la delantera de Boca, no iba a andar afeminándolo desde jardín de infantes. Había pensado en el Hombre Araña pero a su pareja Raquel, le iba más Linterna Verde, a lo que su cuñado Fermín le había dicho que cómo no sabía que Linterna Verde estaba asociado a la plaga gay. A Superman había tenido que descartarlo por la cuestión de los colores de la bandera yanqui. Quedaría Batman pero hacía rato que no salía ninguna peli. Si los chicos no se enganchaban… ¿Los Pitufos entonces? ¡No! Le habían soplado hacía poco que representaban la comunidad endogámica machista. ¿Godzilla no era un héroe?...