Los pasos son los siguientes. Identificar los riesgos y las oportunidades, evaluar su impacto o importancia y decidir si vamos a abordar el riesgo o la oportunidad, así como las acciones que serán necesarias. Para analizar los riesgos lo más lógico sería utilizar un criterio de probabilidad-impacto. Por lo tanto, debería abordar aquel que tenga la relación más alta entre la probabilidad de que aparezca el riesgo y el impacto negativo en la organización en caso de producirse. Aunque existen multitud de métodos y fórmulas más exhaustivas y complejas, un ejemplo sencillo para llevar a cabo este análisis sería: Probabilidad: Riesgo alto: Riesgo que ha aparecido en los últimos 12 meses o podría aparecer en los próximos 12 meses. Riesgo medio: Riesgo que ha aparecido en los últimos 24 meses o podría aparecer en los próximos 24 meses. Riesgo bajo: Riesgo que ha aparecido en los últimos 36 meses o podría aparecer en los próximos 36 meses Impacto: Alto: La aparición del riesgo causaría un impacto de más de un 15% en la facturación. Medio: La aparición del riesgo causaría un impacto de entre un 5% y un 15% en la facturación. Bajo: La aparición del riesgo causaría un impacto de menos de un 5% en la facturación. Al igual que con los riesgos, podemos analizar las oportunidades en función de su viabilidad e impacto, mediante esta otra matriz y así poder priorizar cuáles abordar: Ya sea mediante este sistema u otro más elaborado, una vez analizados y categorizados, sabremos qué riesgos u oportunidades abordar. Es lógico pensar que primero abordaremos aquellos riesgos críticos y significativos, así como las oportunidades trascendentes o prioritarias, antes que el resto, pues abordarlos provocarán mayor impacto en nuestra organización. Los riesgos triviales o tolerables no requieren medidas específicas, pues se supone que los tenemos controlados. Los riesgos moderados, requerirán un análisis de decisión más profundo, en función de la relación coste-tiempo y resultado esperado de la aplicación de las acciones necesarias para abordarlos. Con las oportunidades nos pasa lo mismo. Las oportunidades inviables o poco abordables deberíamos desestimarlas y las potenciales, analizarlas en función del esfuerzo que nos conllevará abordarlas y el resultado esperado. Como hemos ido repitiendo a lo largo de este post, abordar riesgos y oportunidades requiere acciones. Esas acciones requieren una planificación, un plan de acción. En ese plan de acción debe estar reflejado el objetivo a conseguir, las acciones necesarias para alcanzar ese objetivo, los plazos y fechas concretas para llevar a cabo esas acciones, el o los responsables, los recursos materiales, económicos y humanos necesarios; así como un indicador asociado al objetivo a conseguir, para poder saber, de forma periódica, si nuestro plan de acción está consiguiendo el efecto deseado. No se olviden, siempre por escrito y debidamente consensuado y comunicado a todos los implicados. Una vez llevado a cabo ese plan de acción, llega la hora de analizar si el resultado de esas acciones ha sido eficaz, es decir, si las acciones llevadas a cabo han servido para disminuir el riesgo o para aprovechar la oportunidad detectada. Si vuelve a analizar los riesgos u oportunidades con la misma metodología expuesta anteriormente y la relación probabilidad-impacto, en el caso de los riesgos, o viabilidad-impacto, en el caso de las oportunidades, ha disminuido; sabrá que las acciones para abordarlos han sido eficaces. Si no, deberá llevar a cabo otro tipo de acciones, de nuevo, para abordarlos, pues su primer plan no ha servido.