Cuenta tu historia – Fe, viajes y ¡BANANOS! «Ayuden a los hermanos necesitados. Practiquen la hospitalidad» Romanos 12:13 Aldea de Ponkam, República Democrática Popular Laos - «Siéntase como en su casa. Usted es como de la familia!», dijo el jefe de la aldea Ponkam. Me senté en una estera en el suelo de la casa del jefe comiéndome un mango que una mujer de edad avanzada me había dado ya pelado. Había conocido al jefe hacía solo una hora. Ni siquiera sabía mi nombre, y me decía que yo era como de la familia. Nos reímos, hablamos de las diferencias entre la República Democrática Popular Laos y la cultura occidental, y repetíamos los nombres de diferentes frutas en lao, coreano, inglés, japonés, español y francés. La palabra, «banano» le pareció muy graciosa. Miró a su esposa directamente a la cara y luego repitió «BANANO» mientras estallaba en risa desenfrenadamente. Los platos con frutos del árbol del pan y piñas que me rodeaban provenían de los árboles plantados en su huerta. El jefe salió y los recogió él mismo, y con orgullo los presentó como parte de la fiesta que estábamos disfrutando esa noche en su casa, con cerca de otros quince aldeanos. Cuando aún estábamos comiendo (así como en Mateo 26:26 ), el jefe sacó una copita, más o menos del tamaño de las copitas individuales para comunión que usamos en mi iglesia local, la Primera Iglesia PC de Rogersville, y empezó a servir whisky de Laos. Le dijo a todo el mundo que bebieran de ella. Era una de sus más caras posesiones y era evidente que la guardaba para ocasiones especiales. Seguidamente el jefe llenó la copa y la pasó a la persona que estaba a su derecha. La persona bebió y luego le devolvió la copa al jefe quien la llenó de nuevo, y así sucesivamente la fue pasando a las demás personas. La copa recorrió el círculo para que todo el mundo pudiera beber. El jefe estaba ofreciendo la bebida más preciada que tenía, y quería compartirla con todos los presentes en la comida. De un hombre que no se consideraba cristiano, yo estaba recibiendo «comunión». Yo estaba experimentando los temas presentes de la Última Cena (Mat. 26) y de la ofrenda de la viuda (Lucas 21). Después de la comida caminamos en la oscuridad para dirigirnos a otra casa de la aldea donde pasaríamos la noche, aunque nunca antes habíamos visto a la mujer que nos acogía en su casa. Nos saludamos con un simple «Sabaidee», el típico saludo lao. Si bien nunca nos preguntaron nuestros nombres, nos animaron a disfrutar de los bocadillos y bebidas que nos estaban esperando. Mientras comíamos las galletas de arroz, el jefe y yo comenzamos a hablar un poco más. Me explicó que se había reunido con muchos extranjeros antes, pero que eran personas muy distintas a mí. Dijo que sonreían de manera diferente. «Con usted se puede hablar fácilmente. Habla como la gente lao», dijo. Lo que me más me impresionó no fue su comentario sobre mi conducta, sino su hospitalidad. Ya había tenido la oportunidad de encontrarme con otros extranjeros no tan amigables. Cuando salimos de su casa, recordé que uno de los visitantes me había mostrado una baratija que había conseguido. Era una munición sin explotar (MUSE). Por los alrededores se ven recordatorios de la complicada y a menudo desconocida relación entre los Estados Unidos y la República Democrática Popular Laos, desde los artefactos no explotados utilizados como objetos de decoración en restaurantes y casas, hasta el hombre que va por el camino sin el brazo que llene la manga de su camisa. Cuenta tu historia 2013-2014 A pesar de un pasado complejo con los estadounidenses, el jefe de la aldea me dio la bienvenida. Ofreció una fiesta simplemente porque una persona extraña estaba allí. Compartió su comida, y luego todos bebimos de la misma copa. Después compartí una estera para dormir y un mosquitero con otras dos mujeres que no conocía. La experiencia que viví el año pasado cuando volví a Laos no es exclusiva de mi experiencia de fe. En el curso de los últimos veintiocho años he realizado este viaje con muchas de ustedes, con la Iglesia Presbiteriana Cumberland. A veces me han enviado a Laos y a Atlanta para tratar de salir y vivir el evangelio, tratar de amar a mis vecinos. Pero la verdad es que, al menos en lo que a mí respecta, he hecho estos viajes no por mi amor y fidelidad divinos, sino para ser amada por nuestros prójimos de Laos, Haití, Kenia, India, Atlanta, Washington DC, Filadelfia, Alabama, Tennessee y cada lugar por dondequiera que el amor de Dios se extiende. Fui al seminario para aprender la teología correcta, la forma correcta de predicar, de aconsejar, de administrar, de hacer alcance evangelístico. Pero lo que he estado aprendiendo en la Iglesia PC de Rogersville y en la Iglesia PC de Camden, Nueva Jersey (donde estoy ahora) es la forma de amar como Dios ama. Ah, y lo diferente que es de cuando yo era más joven. Como pueden ver, no estoy hablando de una clase de «amor» súper espiritual. La clase de amor que me están enseñando es esa clase de amor que es intensamente práctico. Se trata de compartir la única comida que tienes cuando no estás segura de tener la comida que sigue. Es abrir tu casa aun a riesgo de una relación que puede afectarte. Es beber de la misma copa la bebida más preciada que tienes. Es dormir bajo el mismo mosquitero con una desconocida (yo), y a veces con el enemigo. Doy gracias a Dios por nuevas visiones y relaciones de amor que me incomodan, me sacan de mi zona de complacencia, y me estimulan a la autenticidad. La irrupción del Reino de Dios me ha llegado en los lugares más inesperados: un hombre desamparado, el jefe de una aldea y un trago de whiskey, un asesino, un maestro, un predicador y una pequeña Denominación que continúa marchando y acepta el riesgo de seguir a un hombre sin prestigio terrenal a quien llamamos Rey de Reyes. Oración: Oh Señor, tú eres la Roca, y eres nuestro Redentor, Gracias por el regalo de la simplicidad y de las cosas pequeñas. Gracias por la esperanza que aparece en un pesebre y termina en la cruz. Gracias por la resurrección. Gracias porque el escándalo de la cruz y lo absurdo de la fe nos llevan a la vida nueva, al amor, a la liberación y a la reconciliación. Gracias porque tu amor es más grande que todos nuestros esfuerzos y gracias porque está presente en lo que el mundo considera inútil e inconveniente. Despójanos de nuestros juicios, de nuestros temores y de la complacencia. Llévanos en un viaje. Enséñanos a amar a nuestro prójimo, al forastero y a nuestro enemigo. Enséñanos a amar como tú nos has amado. En el nombre de la Santísima Trinidad. Amén. ____________________ Peggy Jean Craig vive en Filadelfia, Pensilvania donde trabaja en la Universidad de Rutgers, en la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de los Estados Unidos y en la Junta General de la Iglesia Metodista Unida de la Iglesia de la Sociedad. Es egresada del Seminario de Columbia en Atlanta y es presbiteriana Cumberland de toda la vida. Mientras estaba en el seminario, Peggy Jean sirvió como misionera a corto plazo en Laos. Cuenta tu historia 2013-2014