Identidad y prácticas de los grnpos de poder en México) . siglos XVII-XIX • • Rosa María Meyer Cosío coordinadora • ... COLECCIÓN CIENTÍFICA セM セ ゥヲG@ 3 o. . Identidad y prácticas de los grupos de poder en México) siglos XVII-XIX Seminario de formación de grupos y clases sociales Rosa María Meyer Cosío coordinadora SERIE HISTORIA INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA r o; Primera edición: 1999 D. R. © Institut o Nacional de A tltropología e Historia Córdoba 45, col. Roma, c. p. 06700, México, D. F. ISBN 970-18-2505-5 Impreso y hecho en lvféxico Índice Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 Capítulo l. El mundo de la palabra impresa . . . . . . . . . . . . 17 Del libro académico al libro popular. Problemas y perspectivas de interpretación de los antiguos inventarios bibliográficos Enrique González González . 1 11 . . . . . . . . . . . . . . . 111 . . . . . . . . . . . . . . . Apéndice. Escritores eclesiásticos . 19 19 21 24 31 Después del autor.•. Impresores y libreros en la Nueva España del siglo XVII Emma Rivas Mata Introducción . . . Impresores . . . . Impresores-libreros. Ubreros . . . . . . 41 41 43 47 53 Prácticas de censura de libros en el siglo XVIII José Abe/ Ramos Soriano . . . . . . . . . . . 57 Capítulo 11. Del Virreinato a la guerra con los Estados Unidos: imagen, ceremonia y representación del poder en México . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65 Ceremonia y cofradía: la Ciudad de México durante el siglo XVIII Clara García Ay/uardo . . . . Las cofradías y la Eucaristía . Las cofradías y los funerales 67 71 72 Las cofradías y las procesiones . . . Las cofradías, la liturgia y la devoción 74 76 Imágenes de la guerra del 47: dos maneras de ver Esther Acevedo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83 Capítulo 111. Cambio, rivalidad y legitimación comercial . . 99 Comercio y poder: los consulados de México y Veracruz ante los "privilegios exclusivos" Armando Alvarado Gómez . . . . . . . . . . . . . . . La crisis del comercio hispanoamericano: el comercio con neutrales . . . . . . . . . . . . . . . . Rivalidad intercolonial: el proyecto habanero . Las razones del Consulado de México . Los motivos del Consulado de veracruz . . . El Consulado de Veracruz ante el comercio extranjero: 1799-1819 Mati/de Souto Mantecón Bibliografía . . . . . . Fuentes consultadas . . Comercio colonial, costes de transacción e institución corporativa: el Consulado de Comercio de Guadalajara y el control de las importaciones, 1795-1818 Antonio /barra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Mercado e institución: los contornos del problema. . . . . . Instituciones económicas y costes de transacción: una visión histórica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . : . . El control de las importaciones en el mercado interno novohispano: la gestión del Consulado . . . . . . . Balance final: una apreciación de la gestión económica de una institución de Antiguo Régimen Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101 104 106 111 11 6 125 133 133 135 135 136 142 145 148 Capítulo IV. Asociación, inversión y alianzas en contextos regionales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151 Los grupos de poder en la creación del Nuevo Santander, 1747-1766 Patricia Osante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153 La inquietud del real gobierno . . . . . . . . . . Las expectativas de los acaudalados del centro Los prominentes inmigrantes . . . . . El conflicto entre los grupos de poder . . . . . . Asociación e inversión, una práctica secular de la familia Rui-Pérez Gálvez (siglos XVIIHOX) Edgar Omar Gutiérrez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Sobre la marcha de la mina (una hipótesis de periodización) El arranque . . . . . . . . . . . . . . . · Los herederos . . . . . . . . . . . . . La incorporación de nuevos intereses . Del rescate a las compras a ley . . . . El impacto económico del ferrocarril de Tehuantepec y el poder de los zapotecas en la región Leticia Reina Aoyama . Concesiones . . . . . . . . . . . . . . . . . Cambios demográficos . . . . . . . . . . . . Quién dio tierra para el ferrocarril y a quiénes se las quitaron . . . . . . . . Impacto en la agricultura . . . . . . . Diversificación de la producción . . . Impacto en la estructura ocupacional Conclusión . . . . . . . . . . . . . . 154 157 160 162 167 167 168 169 172 177 183 183 185 189 196 197 197 198 Capítulo V. El crédito como factor de control de las actividades económicas, siglos XVIII y XIX . . . . . . . 201 Las deudas del Tribunal de Minería: 17n-1823 Eduardo Flores C/air . . . . . Introducción . . . . . . . . . La formación del Fondo Dotal El crédito a los mineros . . . Características de los depósitos irregulares . Los grupos de acreedores . . . El costo de las deudas . Consideraciones finales . . 203 203 204 208 213 215 219 226 Los empresarios y el crédito en el México independiente Rosa María Meyer Cosío Introducción Las fuentes . . . . . . . . 227 227 227 Los casos de estudio . . . . . . . . El crédito . . . . . . . . . . . . . . El crédito eclesiástico y el particular Los réditos . . . . . . . . . . . . . . Prestatarios y monto de los préstamos . Garantías, plazos y pagos El auge de los préstamos . Conclusiones . . . . . . . Los empresarios textiles y su vinculación con el capital financiero en la región del valle de México, 1830-1884 Mario Trujil/o Bo/io . . . . . . . . . . . . . . Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La manufactura textil, un provechoso negocio para comerciantes y empresarios de la región Las compañías textiles, un negocio más de las casas mercantiles . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los empresarios textiles y sus nexos con los especuladores de algodón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los empresarios textiles y el capital financiero entre la República Restaurada y los albores del Porfiriato Conclusiones . Siglas utilizadas Bibliografía. . . 228 230 234 236 239 250 253 256 257 257 260 261 266 269 273 274 274 Del libro académico al libro popular. Problemas y perspectivas de interpretación de los antiguos inventarios bibliográficos* Enrique Gonzáfez Gonzáfez- La historia del libro en México se remonta a los tiempos de Eguiara o, si preferimos, a las investigaciones realizadas o auspiciadas por García lcazbalceta. Con todo, hasta hace relativamente poco tiempo, la atención se había centrado en lo que en la actualidad se denomina la topobibliografía: como sabemos, el estudio, principalmente descriptivo, de los impresos producidos por uno o varios talleres, en determinada ciudad o territorio, en un tiempo dado. Sin duda, es éste el terreno sobre el que más se ha avanzado en nuestro país. Asimismo, durante los años treinta, con motivo del cuarto centenario de la imprenta en México, aparecieron algunos cuantos estudios sobre el mundo de los libreros que, por desgracia, no tuvieron continuidad. También se manifestó un interés por el tema de la censura. Tiempo después de los esfuerzos mencionados, la historiografía francesa, sin duda haciéndose eco del libro fundador de L. Febvre y H. J. Martín, L'appariüon du livre (1958), dio impulso a una auténtica revolución copernicana en esta disciplina, al centrar su atención, no tanto en la materialidad y las peculiaridades tipográficas del objeto impreso, sino en la sociedad que, al contacto con el libro, ha reaccionado de diversas formas. ¿Cuál es el "fermento" que los materiales impresos han producido en aquellos sectores de la sociedad que reciben su influencia? Puede resumirse ese nuevo enfoque en palabras de Chartier, protagonista de esa renovación historiográfica: ha venido dándose un desplazamiento del mundo del libro al de sus usuarios, es decir, al de la lectura. La lenta recepción de tales tendencias en nuestro medio llevó, tarde o temprano, a constatar que, lo avanzado hasta hoy en materia de topobiblio• En la medida que el propósito inmediato de este trabajo es el de suscitar la discusión entre colegas, más que el de presentar un producto acabado, me abstuve de introducir notas de pie. Me limito a sugerir, a los principiantes, "Ubros sobre libros. Bibliografía básica en torno a la historia del libro", de J. A. Ramos, E. Rivas, A. Robles y S. Quintanilla, en Historias 29 (octubre de 1992-marzo de 1993), pp.163-169. Emma Rivas prepara un trabajo sobre bibliografía del libro en México. Aparte del deseable perfeccionamiento de este esquema, considero que debe intentarse uno análogo para cada una de las restantes facultades, más la gramática. •• Centro de Estudios sobre la Universidad (uNAM). 19 grafía, era apenas un indispensable punto de partida hacia nuevas tareas. Éstas , por suerte, van desarrollándose en muchos lugares con diversos enfoques, pero, por desgracia, con frecuencia consisten en mero ag regado de esfuerzos aislados, no sólo en el sentido de que pocos sabemos lo que otros pudieran estar investigando, además - lo que resulta quizá peorque no siempre se busca sumar la actual labor a la de los estudiosos precedentes. Un inventario de impresos coloniales en las bibliotecas estadounidenses, como el realizado por Buxó, resulta de gran utilidad; pero cuánto más provechoso sería si sus 285 páginas de fichas bibliog ráficas fueran acompañadas del respectivo número de serie del catálogo de Medina, o de la especificación de aquellos títulos no registrados en dicho repertorio. Un tema de la historia novohispana que despierta mi curiosidad desde hace tiempo, es el de la fortu na, en México, de las ideas filosóficas, científicas, literarias, etcétera, producidas en Europa durante los tres siglos de domi nación española: el humanis mo, la segunda escolástica, el barroco y la ilustración , entre otros movimientos intelectuales y modas !iteraria.s. Para llevar a cabo esa investigación, que requiere del concurso de muchas manos, resulta indispensable desarrollar la historia de la circulación del libro en los diversos ámbitos, lugares y tiempos. Obviamente, conviene insistir en un punto central: para saber qué clase de libros impresos circulaban en una sociedad , de ning una manera basta con estudiar la topobibliografía local. Repertorios como los de Eguiara, Beristáin, García lcazbalceta, Andrade, León , Medina, y el último y excelente de Garritz, permiten explorar lo que en un lugar y medio se creía importante poner en letra de molde, y que, además, lograba superar todos los obstáculos burocráticos y fin ancieros que la impresión de un libro exigía. Un sector de esa producción local era fruto del ingenio nativo, pero otra buena parte -y establecer las proporciones resulta de gran importancia- era resultado de adaptaciones, traducciones o de sim ples reimpresiones de autores foráneos. Por importante que sea el valor de lo aportado por las prensas locales, el estudio de la imprenta novohispana acerca sólo a una parcela, en muchos sentidos marginal, respecto de la totalidad de libros que circulaban y eran leídos. No se trata de poner en duda la incuestionable importancia de la producción impresa local; pero quien co nsidere que su estudio es suficiente para conocer la cultura del libro en un medio dado, dejará sin explicació n muchos de los aspectos medulares relacionados con el fenómeno de la ci rculación y recepción del mismo. El solo estudio de la imprenta novohispana no da explicación de todo aquello que las plumas locales dieron a la estampa. Como se sabe, un sector muy selecto, pero sin duda significativo, de autores criollos tuvo acceso a las prensas peninsulares y aun europeas. Tal circunstancia determinaba el radio de difusión que esos impresos eran capaces de 20 alcanzar, una vez en contacto con las redes comerciales de los libreros ultramarinos. El nombre de un Sigüenza y Góngora, por irmovadoras que sus ideas hubieran podido ser, nunca fue pronunciado en boca de los científicos europeos. Su radio de alcance llegó tan lejos como los circuitos mercantiles del libro novohispano lo permitían. Y éstos, por lo poco que sabemos, no lograron implantar redes regulares fuera del virreinato. En cambio, su contemporánea sor Juana sí pudo ser conocida y valorada en la metrópoli, gracias a aquella porción de sus obras impresas allá. Por razones obvias de método, el estudio de la difusión impresa europea -y americana- de los autores novohispanos editados fuera de México, sobrepasa el ámbito de quienes se limitan al análisis de la producción tipográfica local. Para investigar, pues, la circulación del libro, es indispensable recurrir a fuentes alternativas, particularmente a los inventarios bibliográficos, complemento imprescindible de los estudios en torno a la imprenta local. En tanto que dan noticia de manuscritos e impresos, locales como foráneos, constituyen una fuente más rica que las topobibliografías para acercamos al fenómeno de la circulación del libro en la Nueva España. y Ese espectro, gracias a su mayor amplitud, revela fielmente el ョュセイッ@ carácter de los libros que estaban al alcance de los diversos estamentos de aquella sociedad. Por lo mismo, evidencian que la proporción de impresos disponibles en el virreinato, procedentes de ultramar, sobrepasó, en casi todos los campos, a la producción doméstica, cuyos ejemplares apenas si se advierten, entreverados en una masa bibliográfica siempre mayor. De igual modo, a la hora de valqrar los contenidos de las bibliotecas descritas en tales inventarios, suele imponerse el hecho de que Jos títulos cualitativamente más relevantes -aspecto al que me referiré en la última parte de este trabajo- también procedían del otro lado del océano. 11 Por supuesto, no todos los inventarios proporcionan la misma información. Pero esa diversidad, lejos de constituir una deficiencia, permite complementar las noticias que contienen unos y セエイッウ N@ En determinados casos, nos ofrecen el contenido de las bibliotecas corporativas o de las públicas, en otros, ayudan a tener una idea de lo que almacenan los libreros en sus bodegas, y en fin, también pueden aportar información sobre los libros que posee un dignatario civil o eclesiástico, y hasta de aquellos que tienen particulares. El mundo de los libreros es susceptible de estudio por medio de listados ocasionales levantados por defunción, o por inspecciones de las autoridades, siempre recelosas de la difusión de materiales prohibidos. En ellos se enumera el total de existencias en bodega, al menos, de aquéllas de libre 21 circulación. Un interés análogo ofrecen las "guías" que acompañaban todo despacho legal de libros de la metrópoli a Veracruz, y cuya-elaboración era supervisada por la Inquisición. Una inspección que, en principio, también se hacía al desembarco. Todas esas listas, si un día son estudiadas sistemáticamente, permitirán conocer qué libros había disponibles, previa compra, en Nueva España, qué demanda tenían y, con suerte, también sus precios. Otro punto de gran interés: qué novedades bibliográficas desembarcaban y con qué puntualidad o retardo. Pero no todos los impresos entraban por conducto de los libreros, individuos que, con frecuencia, sólo hacían del libro uno más de sus ramos en el comercio ultramarino. Muchos frailes, clérigos, letrados, y también particulares, se encaminaban a la Nueva España con uno o varios volúmenes. A veces, sólo para entregarlos a terceros. Un equipaje siempre sospechoso, que más valía declarar a las autoridades, y sobre el que también llega a encontrarse documentación. De ese modo pudimos saber, por ejemplo, que el doctor Juan de la Fuente, quien en 1578 se convirtió en primer catedrático de ュ・、ゥ」ョセ@ la r・。セ@ Universidad, se embarcó en Sevilla, en 1562, con una biblioteca médica verdaderamente de "vanguardia". En ella se incluyó a Vesalio, a los médicos humanistas de Alcalá y Valencia, junto con innovadores tratados de iatroquímica, y hasta con un escrito médico de Servet. Además de dicho, y a fuer de buen humanista, el médico se embarcó con escritos de Erasmo, Vives, Nebrija, y de poetas latinos... Acompañado de la información provista por los libreros, resulta interesante el estudio de los volúmenes de las antiguas bibliotecas corporativas, es decir, de las pertenecientes a una orden religiosa, a un colegio, y también de aquéllas públicas. Como todos sabemos, las decimonónicas Leyes de Reforma, al decretar la desaparición de las corporaciones civiles y eclesiásticas, ordenaron que, cuando éstas poseyeran libros, su propiedad pasara a la nación. Este acervo se concentraría en la Biblioteca Nacional, institución que entonces fue creada sobre el papel. A consecuencia de las circunstancias en que dichas leyes se dictaron, resultó imposible su oportuno cumplimiento, con el resultado de que, lo más rico de ese patrimonio bibliográfico fuera robado, malbaratado, perdido y, lo peor para una colección de libros, dispersado. Lo que quedó en la Biblioteca Nacional no corrió con mejor suerte, si tomamos en cuenta que se debió esperar más de 100 años para disponer de un catálogo de los volúmenes de origen, y que su realización sólo fue posible gracias a la decisión de un Ignacio Osorio, desaparecido cuando más pudo haber hecho por remediar otros males añejos de una institución tan rica en vicisitudes. Otras bibliotecas que concentraron ricos libros coloniales, como la de Guadalajara o la Palafoxiana de Puebla, carecen todavía de catálogos adecuados. Pero si los originales que han sobrevivido en tales lugares son tan fragmentarios y, en algunos casos, de difícil acceso, 22 queda al menos el recurso de la localización de antiguos inventarios, cuyo estudio permitirá una reconstrucción tentativa de tales colecciones. Por lo que se refiere a las bibliotecas conventuales, sabemos que todas debían informar periódicamente sobre sus bienes, parte de los cuales eran los libros. El estudio diacrónico de semejantes listados, como el que actualmente realiza R. Escartín para el Convento Grande de San Francisco, será una fuente riquísima de información. Anna Funes, por su parte, está examinando el copiosísimo inventario de libros del Colegio de San Pedro y San Pablo, levantado a raíz de la expulsión de la Compañía. Otras órdenes y colegios ya habrán elaborado, sin duda, información análoga. En cuanto a la primera biblioteca pública de la Ciudad de México, la Turriana, nadie ha estudiado aún su contenido, enlistado en la Biblioteca Nacional. Por fin , en los años treinta, A. B. Trens empezó a editar un catálogo de la biblioteca de la Real Universidad, trabajo que desafortunadamente no concluyó y tampoco se sabe dónde está el manuscrito que se tomó para su edición, del acervo de la antigua universidad. Otro inventario de la misma biblioteca, al parecer anterior, lo está analizando también Anna Funes. Los repertorios de las bibliotecas complementan y en cierto modo casi son el inverso de los listados de los libreros. La mercancía de estos últimos debe de circular y, cuanto más pronto, mejor. En consecuencia, sus listas constituyen una suerte de foto fija de una realidad en movimiento, la toma estática de un día dentro de una vida de movilidad. Revelan lo que nosotros mismos hallaríamos hoy en cualquier visita a un librero: algunas existencias recientes se habrán agotado, mientras que otras envejecen a falta de demanda, y estarán por llegar novedades. Por el contrario, las bibliotecas tienden a integrar colecciones en uno o varios ramos, en vez de limitarse a ser un agregado aleatorio de las mercancías del día. Pero, como rara vez contaban con un presupuesto estable para compras, era difícil mantenerlas actualizadas, y solían más bien enriquecerse con donaciones de particulares que ya habían usufructuado esos volúmenes durante algún tiempo. De ahí que constituyan, por así decir, el repositorio de una tradición. Salvo si el espacio escasea o se quieren obtener recursos vendiendo duplicados, lo que no siempre estaba permitido hacer, las bibliotecas corporativas y públicas hacen lo posible por conservar sus libros hasta que la polilla o los hongos dan cuenta de ellos, o hasta que un usuario no devuelve el préstamo, o hurta. El acervo de los libreros, pues, se complementa con el de las bibliotecas. Queda por último una fuente de máximo interés para el estudio de la recepción del libro: los repertorios de las bibliotecas privadas, accesibles por lo común cuando se localizan inventarios post mortem. Los usuarios particulares, a medio camino entre la librería y la biblioteca, son, por así decir, el momento más vivo de la circulación de un libro, cuando éste puede ir, con mayor libertad, de mano en mano y de oído en oído. El interés.que 23 tales documentos han despertado en últimas fechas, dentro y fuera de nuestro país, me exime de detenerme a ponderar su capital importancia. Una relevancia que, sin embargo, debe ser considerada en su justo lugar: sin perder nunca de vista la información de los inventarios bibliográficos de los libreros, de las bibliotecas institucionales y de los catálogos de la producción bibliográfica local. Hasta aquí he aludido a las cadenas legales de circulación del libro. Pero, a veces, los títulos más interesantes o los más divertidos, estaban prohibidos o eran de circulación secreta y restringida. Evidentemente, su existencia es mucho más difícil de rastrear. Sin embargo, parte de ellos eran detectados y confiscados por la Inquisición, de lo cual dejaba memoria escrita y, aquí como en tantos campos, se impone buscar con paciencia tal información en los archivos. Y si nunca nos darán la medida de lo que en realidad circulaba, mientras más se busque, mejore_ s botones de muestra aparecerán. Ocasionalmente también se descubren libros prohibidos en inventarios post mortem. Menos fácil resulta establecer si el propietario los poseía a sabiendas, con o sin licencia,o por ignorancia. A mi juicio, sólo cuando contemos con un estudio exhaustivo sobre la recepción y circulación del libro en Nueva España, basado en inventarios de todo género, empezaremos a poder hablar con conocimiento de causa acerca de qué clase de ideas religiosas, filosóficas, científicas europeas, o qué gustos literarios privaron en cada momento en las distintas regiones de sus territorios. Sin duda, y hay que repetirlo, no basta de ninguna manera con limitarnos al estudio de las prensas locales. 111 -l2or ser tan importantes los inventarios para el estudio de la difusión y circulación del libro en el pasado, se trata de documentos difíciles de manejar. A veces, pecan de parquedad. Además, el amanuense que los realiza rara vez es un experto en bibliografía y se necesita una suerte excepcional para que en ellos se dé cuenta de autor, título, lugar y fecha de edición, para no hablar del impresor. Lo más frecuente es la mención sucinta de uno solo de esos elementos. Por otra parte, casi siempre abundan en errores de transcripción , en especial cuando se trata de títulos o de autores en una lengua distinta de la corriente, circunstancia que se complica cuando el nombre del autor aparece latinizado. El estudioso se ve en la necesidad de identificar -cuando no a inventar- el mayor número posible de los títulos que contiene esa enigmática lista y, posiblemente, asignarles pie de imprenta. En su favor está el hecho de qu+.s libros sólo se imprimieron una vez. Para la identificación, además de cierta experiencia y hasta de verdadera suerte, se requiere del auxilio de repertorios bibliográficos como el inestimable Palau para los títulos hispanoamericanos, o los catálogos de 24 grandes bibliotecas como la Británica o la Nacional de París, así como el de colecciones de títulos estadounidenses, conocido como el NUC. E innumerables más. Por ello, el problema mayor es el de cómo clasificar e interpretar el c.ontenido de cierta biblioteca, una vez que ésta ha sido reconstruida a partir del inventario. Qué datos de relevancia o irrelevantes, para la historia de las ideas y de la cultura de un medio dado, revelan esos catálogos. Es frecuente ordenar esos contenidos con base en los encabezamientos de materias del sistema decimal de Dewey. Pero si la utilidad de ese procedimiento es incuestionable para la clasificación de los actuales saberes y disciplinas, tal y como se consolidaron a partir de la segunda mitad del siglo XIX, la distribución no corresponde a la estructura de las ciencias según eran concebidas durante el antiguo régimen. En consecuencia, no aportan puntos de referencia para ordenar y evaluar aquellos listados de libros en relación con el medio cultural en que aparecen. Es necesario, por tanto, examinar las viejas bibliotecas en función de cómo se clasificaban entonces-los saberes. Se trata cle una cuestión no siempre atendida por los historiadores del libro, pero que podría funcionar como referencia: el saber libresco, hasta la revolución científica, estaba agrupado conceptualmente en torno a cinco facultades, más la gramática. En efecto, a partir de la Edad Media y por: lo menos hasta mediados del siglo XVIII, en el ámbito cristiano tuvo vigencia la idea de que las ciencias dignas de ser enseñadas y cultivadas por hombres libres -a diferencia de los saberes serviles y de los ocultos- , se hallaban divididas en facultades. Éstas eran cinco y se enseñaban en las universidades y, a veces también, en escuelas conventuales, catedralicias o municipales. Las facultades eran, en orden jerárquico, teología, derecho eclesiástico o canónico, derecho civil, medicina y artes. A ellas se añadía una sexta disciplina que, aunque carecía de facultad, se enseñaba dignamente en cualquiera de las mencionadas instituciones: la gramática, hermana de la retórica. Evidentemente, las personas que poseían una formación literaria superior a la elemental, solían ser instruidas en las escuelas en función de ese esquema de conocimientos y mediante el estJJdio de unos libros fuertemente relacionados a una tradición. cada facultad se En efecto, se trata de un asunto que deseo 、・ウエ。」セN@ identificaba a sí misma con el texto escrito de un autor, quien era visto como la fuente de su autoridad doctrinal. Los escritos restantes de cada universidad eran conceptualizados en función de su referencia al texto en cuestión. La facultad de teología se fundaba en la Biblia, en los Padres de fa Iglesia, y en el llamado Maestro de las Sentencias. En derecho eclesiástico, la fuente de autoridad era el corpus canónico o colección de compilaciones oficiales de leyes eclesiásticas. Los civilistas, por su parte, se basaban en el corpus jurídico ordenado por el emperador Justiniano en el siglo VIL Los médicos, y de ahí el epónimo que todavía sigue en uso, en 25 la obra de Galeno. A su vez, la escuela de artes era el reino del corpus aristotélico: se estudiaban preponderantemente sus escritos lógicos, incluidos en el Organon, pero también los de filosofía natural, de metafísica, de moral y de política. Las mismas matemáticas, por su carácter de instrumentos para la astronomía y la cosmografía, se consideraban en dicha facultad. Por último, el texto de los gramáticos, esa disciplina cuyos profesores carecían de espacio en las universidades, era el escrito por el romano Donato. Los gramáticos tenían, a su vez, un modelo para la elocuencia en prosa, Cicerón, y consideraban a Virgilio como el poeta con mayúsculas. En tanto que cada uno de ellos era el autor, de su obra emanaba la auctoritas. Disciplinas como el teatro o la historia solían ser también consideradas territorio del gramático, con Terencio y Salustio como autores. La lista anterior de textos, uno o dos para cada facultad , tiene una importancia que rebasa mucho lo anecdótico. A lo largo de los siglos, en torno a cada uno de ellos la respectiva facultad fue generando una vasta literatura que, no obstante sus modalidades según la época, solía ser considerada, en última instancia, como producto de interpretación o de glossa de la auctoritas correspondiente. En primer término, cada una de las cinco facultades que integraban la Universidad en el Antiguo Régimen adoptó a un intérprete oficial de su textus , a quien consideraba el comentarista o glosador "ordinario". En derecho civil, la glossa de Acursio, a la que seguían en importancia los "posglosadores" Bártolo y Baldo. En artes, Averroes, de ahí que se le reconociera como El Comentador del Filósofo, es decir, de Aristóteles. Por su parte, el médico persa Avicena "comentaba" a Galeno a través de su Canon , traducido del árabe al latín. A continuación de los comentaristas, cuyo rango era casi equiparable al de autor, estaban los realizadores de sistematizaciones o summae, libros que, sin tener carácter oficial, eran muy apreciados como manuales para la enseñanza. Después de ellos , formando una cadena descendente, cada época fue prolongando esa tradición intelectual. De ahí que la palabra facultad denote tanto al grupo de doctores y estudiantes que profesan una disciplina como a la producción intelectual resultante del cultivo de la misma. Pero si cada facultad poseía formalmente un texto, en la práctica no siempre era éste el leído. Dado que la obra de Galeno, sobrescrita en griego, estaba dispersa en cientos de tratados, en las escuelas de medicina se prefirió esa suma médica de Avicena que circuló en latín con el nombre de Canon. A continuación , y dado lo voluminoso de la última obra, se elaboraron articel/ae o pequeños tratados sobre cuestiones específicas, que suelen aparecer en las bibliotecas de médicos y constituían, en la práctica, los libros para la enseñanza. En artes ocurría algo análogo. Sólo a partir del siglo XVI algunas universidades estudiaron directamente la lógica del Estagirita. Con anterioridad, estaba admitido como manual oficial 26 las Summulae o Pequeñas sumas de Pedro Hispano, que reelaboraban la lógica aristotélica, no con pocas . aportaciones originales. Tuvieron una vigencia indisputada desde el siglo XIII hasta el XVI. Todavía el primer libro de lógica impreso en América, para ser enseñado en la naciente universidad de México, fue la Recognitio Summularum (1554), de fray Alonso de la Veracruz, es decir, una suma o revisión crítica de las Summu/ae. Para la física aristotélica, en cambio, no se oficializó ningún manual, por lo que los profesores de artes elegían a su albedrío el texto para enseñarla. El propio fray Alonso editó en México, ese mismo año, una Phisica speculatio, con la que complementaba su cursus de artes. Al proceder así, se sumó a una tradición que tuvo vigencia del siglo XVI hasta finales del antiguo régimen, la elaboración de manuales escolares con el título de Cursus philosophicus. El carácter de cada uno de dichos cursos, que siempre reunían la enseñanza de la lógica y de la física, dependía de qué tan conservador era el autor en cuestión. En ocasiones su contenido se abría a las novedades de la revolución científica, pero comúnmente se limitaba a ser un manual aristotélico puro y duro. La introducción de un nuevo manual en un colegio o universidad, solía darse en medio de conflictos entre los partidarios de la innovación y sus enemigos. Toca, pues, al estudioso de inventarios, determinar el contenido de los tratados médicos y filosóficos declarados por sus fuentes. Más complejo es el caso de la facultad de teología. En sentido estricto, su texto es la sacra pagina. De hecho, la Biblia contó con su comentario oficial o g/ossa ordinaria , atribuida al hoy olvidado Wadefrido Strabo, y circulaban también los comentarios semioficiales llamados Posti//ae, del cardenal Hugo de Sancto Charo y los de Nicolás de Lira, autores infaltables en las grandes bibliotecas hasta mediados del siglo XVI. Pero, del Renacimiento en adelante, humanistas como Nebrija, provistos de las armas de la filología, llamaron "bárbaros" a esos autores que, a medida que avanzó el siglo, cayeron en el total olvido. Es debido a esa tradición, que las paráfrasis de los textos litúrgicos de epístolas y evangelios que Sahagún y otros predicadores novohispanos hicieron en lengua náhuatl, aún fueron designadas como Postilla. Aliado de los glosadores ordinarios, innumerables comentaristas escribieron glosas a uno o varios libros de la Biblia. Asimismo, la enseñanza universitaria del libro sagrado contó con un manual de carácter oficial, obra de Pedro Comestor (1110-1179), con el significativo título de Historia scholastica. Ahora bien, y no obstante la abrumadora producción bibliográfica en torno al texto de la Biblia, su enseñanza fue siempre secundaria en las universidades. El hecho se explicaría en parte, porque muy por encima de los glosadores medievales del libro sagrado estaba la autoridad indisputada de los padres de la Iglesia, intérpretes y apologistas canónicos de la Biblia y de toda la tradición cristiana. Pero el teólogo universitario que se propusiera el estudio de los sacerdotes, debía hacer frente a dos ingentes 27 dificultades. La de cómo acceder a una producción tan voluminosa, consistente en la totalidad de escritos de los autores eclesiásticos entre los siglos 11 y VIl, buena parte de la cual estaba en griego. Además del innegable problema de que, en diversos lugares, los padres se contradecían entre sí. Es ahí donde surgió el Maestro de las Sentencias, un autor que sistematizó, para su discusión en las escuelas, los principales dicta o "sentencias" de los sacerdotes. Dado el gran desarrollo que la lógica sufrió en las universidades, a modo de instrumento para el análisis de los textos de las restantes facultades, el libro del Maestro, al posibilitar innumerables discusiones, acaparó la atención de los teólogos. De ese modo, el interés por la teología positiva hizo pasar a segundo término el estudio de la Biblia. Desde esta perspectiva, santo Tomás era sólo el realizador de un vasto manual para el estudio de la obra del Maestro de las Sentencias: la Summa theo/ogiae. Otros comentaristas del Maestro eran, con análogo rango, San Buenaventura, Duns Scoto, Ockham y Gregorio de Rímini, entre otros. Al no tratarse siquiera del comentario oficial -que nunca lo hubo-, Aquino era una de las alternativas de interpretación del Maestro de las Sentencias, y su modus debía competir con los de los otros autores, igualmente legítimos. Una muestra de la autoridad que la facultad llegó a conferir al Maestro es la fórmula ritual para otorgar el grado de doctor en teología, según la cual se facultaba al nuevo graduado para enseñar al Maestro de las Sentencias. El modelo se conservó, al menos en las universidades católicas, hasta el fin del antiguo régimen . En la práctica, sin embargo, los libros del Maestro dejaron de enseñarse directamente en las escuelas durante el siglo XVI , y los últimos comentarios a su texto datan de principios de la centuria. Es entonces cuando, en el catolicismo y más aún a partir del Concilio de Trente, Santo Tomás acabó suplantando al Maestro en las escuelas, pero no en el imaginario: los estatutos universitarios prescribían que en teología se debía enseñar el texto de las Sentencias, pe ro según el orden de la Suma de Santo Tomás. Como puede apreciarse, la división del saber en esas cinco facultades, más la gramática, permite que la mayoría de los libros escritos por autores medievales y modernos durante la Edad Media y el antiguo régimen, sean susceptibles de adscribirse a una facultad. Desde el tratado más elaborado y académico hasta el folleto más popular. Un modesto manual de plegarias puede ser considerado, en última instancia, en el vasto ámbito de la facultad teológica, de donde proceden su doctrina y su estructura formal. La teología, en un momento dado, determinaba también la forma de orar a Dios e influía en el estilo y los contenidos de la predicación en el púlpito. Para constatarlo, basta comparar un sermonario del siglo XV con esos libros para la meditación en las epístolas y evangelios litúrgicos que, con el nombre de Año cristiano, se pusieron de moda a finales del siglo XVIII y principios del XIX. En uno y otro casos se advierte el eco de las escuelas 28 teológicas del momento, pero apenas hay punto de contacto en los procedimientos adoptados por los respectivos autores para comentar el mismo texto evangélico de cada fiesta litúrgica del año. Otro tanto vale decir de los manuales para el sacramento de la confesión. Es cierto que únicamente forzando un poco los términos se puede afirmar que un himnario o un sacramentario remiten a la facultad teológica o que se derivan de ella. Es también verdad que los autores grecolatinos, igual que anteriores a esta división medieval del saber en facultades, difícilmente podrían clasificarse dentro de ellas. Por ello, para la mentalidad de la época, los filósofos y tratadistas de la naturaleza estaban contemplados en la facultad de artes y la mayoría de los autores griegos y latinos eran incorporados a esa disciplina sin facultad llamada gramática. Las bibliotecas del antiguo régimen deben de ser clasificadas, en lo posible, en función de la mentalidad de sus lectores, más que de la nuestra. Con el paso del tiempo, y siguiendo las modas y los problemas específicos de cada lugar y época, los acentos crecieron y se diversificaron. Y si bien los productos más recientes introducían nuevos matices y estilos, siempre hacían referencia, comúnmente y por medio de citas "de Autoridad", a los padres fundadores de su facultad. Se trata de un desarrollo de la producción bibliográfica a la vez sincrónico, en tanto que las novedades se inscribían en los procedimientos "científicos" de su respectiva disciplina, pero también diacrónico, en la medida que esa producción escrita adquiría otras modalidades a través del tiempo. Quizá nadie ilustra mejor esa conexión simbólica entre quien escribe un libro cualquiera y su respectiva facultad, que Dante, en su Commedia. A pesar de que él se expresaba en lengua vulgar y no en latín, en tanto que bardo, se hizo acompañar, a lo largo y ancho de sus cantos, por El Poeta, es decir, por Virgilio. No se trató de algún modo de una elección aleatoria ni respondía a una simple cuestión de gusto personal. Frente a aquél ni Horacio ni Ovidio y ni siquiera el griego Homero, tenían la misma Autoridad. Y era de Virgilio que Dante quería tomar legitimidad para escribir sus versos en romance. Gracias a esa tradición, resulta posible establecer para cada libro una cadena de filiaciones que conducen -al modo de quien recorre un árbol genealógico en sentido inverso- hasta los comentaristas oficiales y al Autor de cada facultad. De igual modo, es factible trazar, para cada facultad, las líneas generales de desarrollo de sus producciones escritas, desde el textus hasta las manifestaciones más populares, teniendo en cuenta tanto los factores diacrónicos como los sincrónicos. Semejantes diagramas, propongo de forma tentativa y general, uno para la facultad teológica, entendida en ese sentido lato, podrían orientar las pesquisas bibliográficas de los exploradores de catálogos a la hora de intentar descubrir lo que un listado de libros contiene de tradicional o de novedoso. El esquema se basa simplemente en mi experiencia en torno a inventarios del siglo XVI y tiene irregularidades en su planteamiento, pero cada inves29 tigador podría adaptar una representación análoga en función de los requerimientos de su periodo de estudio. Y esto que aquí se esboza para teología, podría desarrollarse análogamente en relación con los dos dere-· chos, medicina, artes y gramática. La importancia de tomar en cuenta la antigua división del saber escrito en seis ramas, ayuda también a valorar en su justa perspectiva la producde una ciudad o región en un tiempo determinado. En las ción ゥューイセウ。@ prensas de la ciudad en cuestión, ¿se producen en mayor o menor medida los libros que cada facultad requiere para la formación de los estudiosos, o bien, dichos volúmenes deben ser adquiridos en otras ciudades o regiones? Dicho en otras palabras, dado que todo aspirante-que adquiría formación literaria debía hacerlo con los libros básicos de su facultad ¿qué imprenta o imprentas lo proveían de esos instrumentos imprescindibles? Basta con hojear la obra de Medina para darnos cuenta ·de que los impresos novohispanos, en su mayoría, no eran del género que se necesitaba para la formación básica de los estudiosos en el campo de la teología, los derechos, la medieifla, las artes-y la gramática. En consecuencia, dichos textos tenían que introducirse de ultramar. Por su parte, las imprentas novohispanas, si bien no aportaban los tratados troncales de cada facultad, respondían a ese esquema de saber, por lo que deben ser clasificados en función de los mismos paradigmas. Más aún, porque la mayoría de los autores novohispanos habían sido formados intelectualmente según esos modelos y en función de ellos se producía su obra. Lo anterior explica que en los inventarios de bibliotecas corporativas y públicas, en los catálogos de librerías, y en la mayoría de las colecciones privadas, la presencia del libro foráneo sea determinante, pero también que la producción local forme parte del mismo conjunto. De ahí que todo estudio que aspire a valorar la complejidad de la circulación bibliográfica en Nueva España debe incorporar el doble ámbito de la producción local y el de las importaciones ultramarinas. Al mismo tiempo; sólo teniendo en cuenta esa concepción del saber en función de facultades, es posible asignar su peso específico en una cultura dada, tanto a los textos de la región como a los de fuera. Por último, lo anterior justifica la necesidad de investigar la historia del libro a partir de la consideración de fuentes de diverso carácter. El modelo que dividía el saber digno de los hombres libres en cinco facultades, más la gramática,·fue minado gradualmente a medida que se introducían nuevos saberes, cuyos libros era difícil colocar en una o en otra facultad. Un intento serio de reorganización de las ciencias se hizo durante el Renacimiento, en especial por obra de Conrado Gesner, con su Bibliotheca Universalis (1545), piedra de toque de la bibliografía moderna. El autor fue complementando dicho libro con sucesivas propuestas de nuevas tablas para la clasificación sistemática de las distintas ciencias. Con todo, el modelo de saber imperante, sin duda cada vez más maltrecho, siguió siendo, por más de dos siglos, el impuesto por las universidades. El nuevo 30 . . modelo suplantaría definitivamente al medieval, fue el que generaron en el siglo XVIII los autores de la Encyc/opedie Méthodique , cuyo único título denota voluntad sistematizadora. A medida que en nuestros inventarios coloniales surgen frecuentemente libros que difícilmente tienen cabida en el esquema de las cinco facultades y gramática, estamos ante el indicio de que el dueño de esos volúmenes se acercaba a la nueva mentalidad. A una mentalidad que, por encima de los saberes y de los libros teoréticos, estaba reivindicando el valor de las artes y ciencias útiles para la vida: manuales de agricultura práctica, de minería, de artes manufactureras, de contabilidad, etcétera. Y que, paralelamente y cada vez en mayor medida, buscaba esparcimiento en la literatura laica, concediendo quizás un lugar secundario a los manuales de devoción. Apéndice. Escritores eclesiásticos Guión provisional para clasificar inventarios bibliográficos del antiguo régimen* 1. Biblia En tanto que autoridad fundamental del cristianismo, la Biblia era el texto por antonomasia de la facultad de teología. La literatura bíblica se encuenエイセ@ en los inventarios de todo tiempo, de múltiples maneras: Íntegra Lengua Latín (Vulgata) (otras versiones) Griego (NT) Políglota Antiguo Testamento Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio) Históricos (Josué, Jueces, Samuel, Reyes, Crónicas, Esdras y Nehemías, Rut, Tobías, Judit, Ester, Macabeos 1 y 2) Poéticos (Salmos, Cantar de los Cantares) Sapienciales (Job, Proverbios, Eclesiastés, Sabiduría, Eclesiástico) • Aparte del deseable perfeccionamiento de este esquema, considero que debe intentarse uno análogo para cada una de las restantes facuhades, más la gramática. 31 Proféticos Mayores {lsaías, Jeremías, Lamentaciones, Ezequiel, Daniel) Menores (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías) Nuevo Testamento Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas, Juan) Hechos de los apóstoles Epístolas paulinas (Romanos, Corintios 1 y 2, Gálatas, Efesios, Colosenses, Tesalonicenses 1 y 2, Timoteo 1 y 2, Tito, Hebreos) Epístolas católicas (Santiago, Pedro 1 y 2, Juan 1 y 2, Judas) Apocalipsis Concordancias 「■ャゥ」。ウセ@ Generales del Nuevo Testamento Glosas: Ordinaria, atribuida a Valafridus Strabo (808-849) A ella se acostumbraba agregar las copiosas Postil/ae del franciscano Nicolás de Lira(¿ 1270?-1340) o las Postillae del cardenal Hugo de Sancto Charo (1200-1263). Dei Renacimiento en adelante, humanistas como Nebiija, provistos de las armas de la filología, llamaron "bárbaros" a esos autores, que, a medida que avanzó el siglo XVI, fueron olvidados. Por tanto, las paráfrasis que Sahagún y otros predicadores novohispanos hicieron en lengua náhuatl de los textos litúrgicos de epístolas y evangelios, a mediados de esa centuria, aún fueron designadas como Postilla. A. ,oartj r de los comentaristas "ordinarios".' numerosísimos autores redactaron Enarrationes in ... , Commentaria in ... , Paraphrasis in ..., Meditationes in..., dedicadas a veces a un solo libro del Antiguo o del Nuevo Testamento, a uno de los grupos enunciados, o a la totalidad de la Biblia. La práctica no puede circunscribirse a un periodo específico, pero fue adquiriendo diferentes características en cada época y en función de las tendencias del autor. A mediados del siglo XVI se disputaban el mercado editorial, los de un autor tardomedieval como Ludolfo de Sajonia, alias El Cartujano , los de Erasmo y los de Lutero. Ya impregnados del espíritu tridentino, y constantemente documentados en los inventarios de bibliotecas institucionales, fueron los comentarios del jesuita Cornelius a Lapide, que en algunos casos aparece enlistado en la letra "A", como "Aiapide". 32 Texto para la enseñanza universitaria de la Biblia: Pedro Comestor (111 0-1179), Historia Scho/astica. A pesar de la abundante producción bibliográfica del texto bíblico, en las universidades la enseñanza · de éste fue siempre secundaria frente al interés por las discusiones de la teología positiva, derivadas del Maestro de las Sentencias. De ahí la poca literatura que se generó del libro de Pedro Comestor y lo pronto que desapareció de los inventarios de bibliotecas. 2. Padres de la Iglesia (siglos 11-VII) Se consideraban los intérpretes más autorizados de los textos sagrados y de la tradición . Después de la Biblia tenían el grado máximo de autoridad, eran auténticas auctoritates, aunque las afirmaciones de unos y otros no siempre concordaran. Griegos: lista extensa que, s-alvo excepciones parciales, no circuló entre los autores medievales por la limitación de la lengua. Su difusión auténtica fue consecuencia de las ediciones y traducciones de los humanistas. Rara vez sus obras aparecen fuera de las grandes bibliotecas institucionales; si las posee un particular, denotaría preocupaciones humanísticas. Los nombres más frecuentes: Ignacio de Antioquía, lreneo de Lyon, Orígenes, Atanasio, Crisóstomo, Dionisio Areopagita -el más conocido en las universidades- y, por último, los llamados cuatro grandes, representados a veces en las fachadas barrocas de algunas iglesias, Clemente de Alejandría, Gregorio de Niza, Gregorio de Nacianso y Basilio Magno. En latín, también había cuatro grandes con una presencia notable tanto en las bibliotecas como en las artes plásticas: Ambrosio, Agustín, Gregorio Magno y Jerónimo. En esta lengua podemos citar también a Tertuliano, Lactancio -muy apreciado por los humanistas-, Cipriano, Arnobio, Boecio ... Por lo común, los inventarios de las grandes bibliotecas reportan la existencia de sus Opera, en varios volúmenes en folio. Suele tratarse de compilaciones que arrancan de finales del siglo >N y principios del >NI , en muchos casos editados por Erasmo, y que, a través del siglo >NII, ·reaparecieron en formatos cada vez más voluminosos y cuidados. Lógicamente, abundan los cuatro "grandes" latinos, entre ellos, Agustín. Más, que su estudio en sí, sus obras interesaban en las universidades como arsenales de dicta para las discusiones de teología positiva. Por eso no existen comentarios sistemáticos de sus obras, con la excepción del Areopagita y de Boecio. Las bibliotecas privadas, por su parte, solían contentarse con escritos aislados de cualquiera de ellos, con frecuencia en volúmenes de pequeño formato, destinados a la oración, como los Soliloquios, de San Agustín , o escritos seudopatrísticos. 33 3. Autores de teología escolar (escolástica) Pedro Lombardo (11 00-1160) decidió a la hora de enseñar la teología de los Padres, resolver el problema de las diferencias entre unos y otros, sistematizando sus dichos, sus Sententiae, en cuatro libros que tendían a establecer la concordia discordantium. Una vez organizados los dichos - las sentencias- de los Padres, los teólogos medievales realizaron, durante cuatro siglos, decenas de Commentaria. El auge de Santo Tomás en el siglo XVI y la teología que generan los autores reformados, hicieron pasar a la historia al Magíster Sententiarum. Comentaristas de /as Sentencias (siglos XIII-XVI) Destacan Alejandro de Hales, Alberto Magno, San Buenaventura, Duns Scoto, Roberto Holkot, Juan Capreolo, Gregorio de Rímini, Francisco Mayron, A. de Neufchateau, Guillermo de Ockham, Gabriel Biel, Juan Capreolo, Juan Gerson, San Antonino de Florencia, Juan Mair, Adriano de Utrecht, Juan de Ce laya... y, por supuesto, Santo Tomás de Aquino (1225-1275) Scripta in iv libros Sententiarum Summa Theologiae Prima pars Prima secundae Secunda secundae Tertia Summa contra gentes Sus Opera se compilaron en Roma (1570-1571) en 18 volúmenes; en Venecia (1592-1594) en 18, y en París (1660) en 23 volúmenes. セ@ De los mencionados, Scoto, Rímini, Ockham y Santo Tomás defendieron otras tantas vías para interpretar al Maestro de las Sentencias y, por tanto, para especular en el campo de la teología positiva. Por lo mismo, el Maestro fue leído siempre en vez de cualquiera de sus comentadores. Sólo a partir del siglo XVI, en un primer paso, se enseñan las Sentencias siguiendo el Comentario de Santo Tomás; luego, directamente se adopta su Summa Theo/ogiae. A partir de que se torna indisputada la primacía del Aquinate, numerosos dominicos y jesuitas escriben Commentaria a su Summa, o a cualquier parte de ella. Y a finales del siglo XVI, el Maestro estaba ya olvidado, y no aparecía en la riquísima biblioteca teológica del patriarca San Juan de Ribera, quien murió en Valencia, en 1604. 34 4. Otras modalidades de teología escolar En la Edad Media, abundaron también • Las Summae o compilaciones sistemáticas de materia teológica. • Las Quaestiones sobre problemas en particular: disputatae (si ya fueron discutidas en público); disputandae (si no lo han sido), y quod/ibeticae (las disputaban los candidatos al doctorado en teología). Del siglo XVI en adelante, se imponen: Las Re/ectiones, Prae/ectiones... Conferencias académicas sobre asuntos particulares, como las famosísimas de Vitoria. La teología moral (ya existían tratados expresos de esta disciplina que se estudiaba en el IV de-las Sentencias; los jesuitas la pusieron de moda, de ahí la teología sobre casos de conciencia o casuística). Tratados apologéticos. Es uno de los temas más atendidos por los Padres de la Iglesia en su lucha contra paganos y herejes. En la Edad Media, se escribió sobre todo contra judíos y mahometanos. La aparición de Lutero y demás reformadores, renovó y aumentó la polémica antiprotestante, principalmente entre los frailes. Por supuesto, desde las diversas confesiones reformadas abundaron tanto escritos apologéticos como expositivos. Títulos característicos: Adversus... , Apología... , Antidotum... Característico del siglo XVI, y por influencia de la patrística griega y del auge de esa lengua, fue la abundancia de títulos singulares (Erasmo se distinguió aquí, vgr. Hiperaspistes... ). 5. Documentación de carácter jurídico-eclesiástico Esta literatura, únicamente forz:;¡ndo los términos se puede incluir en los derivados de la facultad teológica. Quizá cabrían mejor en un rubro de cánones. Se trata de la simple edición de normas o decretos eclesiásticos, de bulas... , estatutos de catedrales, de colegios o reglas de órdenes religiosas. 6. Escritos litúrgicos Tenían que ver con el procedimiento ordinario o con la reglamentación oficial para la celebración de Jos oficios divinos, en particular la misa, que 35 debía ajustarse al calendario eclesiástico y a un estricto ritual, así como con la administración de los sacramentos. De ahí sus títulos: Rationale divinorum officiorum, Ordinarium, Manua/e ... , Officia sanctorum, Missale, que podía ser Romanum, si se sujetaba a esa liturgia, o ad ussum ecclesiae ... , según la diócesis en que se imprimía. Poco a poco, el modelo romano excluyó a los otros. Se incluyen también aquí los breviarios o libros de horas canónicas que cada clérigo debía leer diariamente, los libros de coro, etcétera. Los catecismos caben en el rubro, si se entienden como el repertorio autorizado de las fórmulas acerca de su religión que todo cristiano debía aprender, y que incluían las oraciones "oficiales" como el Credo y el Pater Noster. Tanto en este caso, como en el rubro anterior, su referencia a la facultad teológica resulta un tanto forzada, con excepción de los catecismos, dado su contenido doctrinal. 7. Auxiliares para administraciófl de Sacramentos A diferencia de los libros litúrgicos, éstos eran, o reflexiones de orden teológico sobre el sentido de determinado sacramento, o manuales que ayudaban al ministro a resolver problemas concretos relacionados con la aplicación de uno o más de ellos. Se publicaban sobre todo para la confesión, y pretendían agotar el tratamiento de cada uno de los pecados en todos los sentidos. Fueron muy populares los de Martín de Azpilcueta. Dados los problemas que suscitaba la apiicación del concepto cristiano de matrimonio al mundo indígena, con los usos y costumbres prehispánicos, fray Alonso de la Veracruz escribió un Speculum congiungiorum . La Eucaristía, principalmente a partir del Concilio de Trento fue también tema de muchos tratados. 8. Escritos homiléticos Si bien los libros litúrgicos atendían el procedimiento diario de la celebración de la misa, el clérigo que debía predicar con el Evangelio del día, necesitaba entrenamiento, así como ejemplos de dónde sacar su sermón. Había diversos manuales para entrenar en la oratoria sacra. Podían como Ars sermocinandi, Ars concionandi o Rhetorica christiana. llevar エセオャッウ@ Pero parece que los religiosos preferían leer sermones concretos, escritos o declarados por famosos oradores. No hay una biblioteca de clérigo que no tenga al menos una muestra. Lo común era que respondieran a las fiestas del año litúrgico: todos los domingos, fechas de guardar, la Cuaresma y las ocho festividades marianas. Solían ir en ciclos que abarcaban todo el año o que se centraran 36 en una de sus partes. Había para todos los Dominica del año, también llamados de Tempore; se complementaban con los que se podían predicar en las fiestas de santos particulares, de ahí el nombre de Feria/ium o de Sanctis. Estaban también los dedicados a las ocho fiestas relacionadas con la Virgen, con nombres como el de Maria/e. A veces, también se distinguían los de Cuaresma, o Pars Quadragesimale. Quien escribía el ciclo entero, lo intitulaba con nombres como Rosarium sermonum predicabi/ium, y constaba de las cuatro secciones arriba mencionadas. Solían comenzar, como el año litúrgico, con el Adviento, indicación que asoma en algunos títulos. Los volúmenes conservados en las bibliotecas, revelan que con frecuencia se encuadernaba en uno o dos volúmenes, los cuatro tomos del ciclo. Análogamente, es posible que los inventarios, al mencionar sólo el primer título del volumen, estén ocultando la presencia del resto del ciclo homilético. A partir del siglo XVIII, aunque dedicados más bien a laicos que a predicadores, se pusieron de moda meditaciones sobre el evangelio o sobre el santo de cada día, pero-agrupados en doce tomos, uno por mes, con el título de Año Cristiano. Su presencia en bibliotecas de clérigos sugiere un uso como auxiliar homilético. También se escribían, en vez de ciclos de sermones o de sermones completos sobre un asunto particular, una especie de diccionarios o prontuarios de tópicos o exempla, para que el predicador escogiera sólo determinados giros, y el resto quedara a su inventiva. Su carácter misceláneo era anunciado por títulos como Flores Concionandi. La oratoria sacra se ejercía también por motivos particulares, ajenos al año litúrgico, como para elogiar la memoria de difuntos piadosos o poderosos, para celebrar la llegada de un nuevo prelado o autoridad civil y con motivo de su onomástico; también en honor de santos menos universales, para celebrar una advocación local o un santuario específico. Basta hojear la obra de Medina para advertrir que durante la Colonia se imprimieron gran cantidad de sermones al igual que hagiografías. Los sermonarios reflejan los tópicos de elocuencia vigentes en una sociedad y tiempo dados, así como el carácter de la teología que se enseñaba en ese momento en las escuelas. Al mismo tiempo, las ideas particulares del orador e, indirectamente., la mentalidad del auditorio, cuyo aplauso se busca obtener. De ahí el gran interés que han suscitado entre los historiadores de las mentalidades y de la espiritualidad. Sólo cuando ellos hayan estudiado sistemáticamente la homilética virreina!, los cazadores de inventarios bibliográficos estaremos en condiciones de clasificar la muy abundante presencia de sermones en sus listados. 37 9. Espiritualidad [... ] 1O. Historia eclesiástica Se trata de una temática que apenas aparecerá en inventarios del siglo XVI, con Josefo y Eusebio, pero cuya presencia se torna más significativa a medida que nos acercamos al territorio de la Ilustración. A menudo se trata de series de 30 y más volúmenes, casi siempre en doceavo y, si no es en latín, es frecuente encontrarlos en francés. 11. Relatos hagiográficos Suelen acercarse al terreno de la devoción popular. Están por un lado los del género conocido como Vitae Christí, amalgama de !os relatos de los cuatro evangelios, casi siempre para consumo popular, y en los que solía destacarse la figura de la madre de Cristo. Están también las vidas de santos, sean recopiladas en grupo, como el Flos Sanctorum o Legenda Aurea, de J. de Vareggio o Voragine (ca. 1230-1298), o vidas particulares. Aparecen tanto en latín como en romance. En la Colonia constituyó uno de los pasatiempos literarios favoritos de nuestros autores, en especial para alabar las virtudes de venerables varones y doncellas criollos. Al igual que con los sermonarios, a medida que avance el estudio sistemático de la producción hagiográfica virreina!, estaremos mejor capacitados para analizar el contenido de las bibliotecas novohispanas. 12. Obras de devoción popular Para abusar un tanto del símil aquí expuesto, estos títulos los forman las hojas de ese árbol cuyo tronco sería la Biblia. Por ser la manifestación más simple y vulgar -con frecuencia también abiertamente supersticiosa- de la literatura culta de carácter eclesiástico, de ningún modo se producen por generación espontánea. Tales escritos constituyen, en cada época, el último reflejo de toda una tradición teológica y pietística. En ocasiones se trataba de productos de ínfima calidad, incluso tipográfica, pero a veces entraban en circulación también auténticas joyas de espiritualidad para consumo popular. Libritos destinados a andar de mano en mano, es raro que hayan sobrevivido copias en las bibliotecas y, por lo mismo, su presencia en los inventarios hace extremadamente difícil su identificación y posterior análisis. Al mismo tiempo, la abundancia de temas que trata, 38 obliga a clasificaciones de gran prolijidad. A veces, reflejan prácticas devotas galvanizadas desde siglos atrás, pero con frecuencia son también útil sensor para detectar la introducción de novedades. Constituyen, en gran medida la presencia más constante en los inventarios de bibliotecas. A menor número de volúmenes consignados, su aparición es mayor proporcionalmente. Seminario de Historia de las Universidades, Facultad de Filosofía y Letras (UNAM). 39