“Hagan todo lo que Él les diga” (Jn 2,5) Homilía en la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes Mar del Plata, Gruta de Lourdes, 11 de febrero de 2012 Queridos hermanos: La Virgen pobre La contemplación de esta muchedumbre entusiasta y devota, concentrada en este lugar santo, me llena el alma de alegría y consuelo espiritual. Al celebrar la Eucaristía en esta solemnidad en honor de la Virgen, sentimos que ella hoy, lo mismo que en las bodas de Caná, no tiene otro mensaje para transmitirnos más que éste: “Hagan todo lo que Él les diga” (Jn 2,5). Al escuchar hoy estas palabras de la Virgen, sentimos que nos comprometen: “Hagan todo lo que Él les diga”, equivale a una integridad en nuestra respuesta. “Todo”. No lo que nos gusta o lo que nos parece según la moda y el sentir del mundo de hoy. Ella nos instruye con su ejemplo más que con sus palabras, porque fue siempre dócil a la voluntad divina. Ella nos ayuda con su intercesión, porque como hizo en aquellas bodas, ella sigue intercediendo por nosotros, al presentar ante su Hijo las necesidades de los hombres: “No tienen vino” (Jn 2,3). Sin ocupar el primer plano, que deja a su Hijo, ella muestra interés misericordioso por aquellos a quienes falta el vino en la fiesta de la vida. En su visita a su pariente Isabel, prorrumpe en un canto de alabanza al Señor, “porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora” (Lc 1,48). Ella es consciente de haber sido elegida de entre los pobres y de pertenecer al pueblo más llano. Recibió la gloria de ser Madre de Dios por obra del Espíritu Santo, cuya gracia la acompaña y envuelve su existencia. Es Madre de Dios y también virgen intacta. Sin embargo, da a luz en un lugar de suma pobreza, y en el templo de Jerusalén, al presentar a su Hijo, ofrecerá la ofrenda de los pobres: un par de pichones de paloma. Conocerá el destierro, y en Nazaret compartirá con dignidad las condiciones de vida de los humildes. Nada tiene de extraño, entonces, que a lo largo de los siglos, en la historia de la Iglesia, esta mujer pobre siga mostrando a los hombres la lógica de Dios que “derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías” (Lc 1,52-53). Ella es el rostro humano de los rasgos maternales de Dios. Lourdes y las apariciones de la Virgen Hace ciento cincuenta y cuatro años, el 11 de febrero de 1858, la Santísima Virgen se apareció a una jovencita de catorce años, llamada Bernardita Soubirous, en un pueblo del sur de Francia, llamado Lourdes, junto a los Pirineos. Es oportuno en este día volver a escuchar la historia, que aunque es conocida por la mayoría, no por eso deja de maravillarnos cada vez, y de dejar una huella de paz y de esperanza en nuestra alma. La niña, de condición muy humilde, iba acompañada de su hermana y de otra compañera con el fin de recoger leña. Cuando se hallaba algo alejada de las otras dos, sintió un ruido “como de un viento impetuoso” cerca de la gruta de Massabielle, y al mirar hacia allí vio iluminarse el lugar donde apareció una mujer joven, vestida de blanco, con una faja azul que ceñía su cintura, y en cada pie una rosa amarilla. Tenía en sus manos un rosario, le sonreía y le hacía señas para que se acercara. Bernardita temió padecer una alucinación, y por eso se frotó los ojos. Después, tomó como por instinto su rosario y se puso a rezarlo. Comenzaba así una historia fascinante en que la Virgen se le aparecería muchas veces y que pronto convertiría al tranquilo pueblo de Lourdes en un centro de multitudinarias peregrinaciones. Con el correr de los años, sólo Roma podría superar el número de peregrinos. En los días sucesivos, el 14 y el 18 de febrero, la visión se reiteró. En el curso de la tercera aparición, la Virgen le pide acudir a ese lugar durante quince días y le dice: “No te prometo hacerte feliz en este mundo sino en el otro”. Desde el 19 de febrero al 4 de marzo tendrán lugar quince apariciones. Bernardita aún ignora la identidad de esta Señora, que en una de las apariciones le indicará que vaya a lavarse a la fuente para lavarse. Descubrirá así con asombro un curso de agua, que en adelante sería para los fieles un signo de regeneración y de retorno a la vocación bautismal de santidad. Escuchará también indicaciones como éstas: “Reza por la conversión de los pecadores” y también la consigna: “¡Penitencia, penitencia, penitencia!”. El 2 de marzo recibirá esta orden: “Ve a decir a los sacerdotes que se venga aquí en procesión y que se edifique aquí una capilla”. La misión de la niña no tendrá éxito. El párroco la tratará con dureza y la someterá a exigentes pruebas. Desde el principio, por tanto, se enfrentará ante la dificultad de que le otorguen crédito a su relato, que ella hubiese preferido mantener entre sus secretos íntimos, y que sólo manifestará bajo el apremio de sus compañeras primero, y por pedido de la misma Virgen después. Se trata de una pobre niña analfabeta, que provenía de un hogar indigente. ¿Quién podría creer en historias como éstas? Pero la multitud de peregrinos y curiosos irá en notable aumento. Ante la comprensible oposición del párroco, comenzará un culto con velas, ofrendas y dones que espontáneamente traía la gente, que ya hablaba de “las apariciones de la Virgen santa”. El 25 de marzo, ante la pregunta que Bernardita repetirá cuatro veces ante la Señora, acerca de su nombre, ésta le dice en el dialecto patois que era su habla cotidiana: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Ignorante en materia de teología y ajena a toda preocupación de ciencia, ella retuvo escrupulosamente estas palabras, cuyo preciso significado ignoraba. Junto con las multitudes, los milagros clamorosos convertirían el lugar en un escenario de devoción y oración continua y ferviente, un remanso de paz y de respetuoso silencio a pesar del gentío. Con el tiempo, junto con la edificación del santuario, se crearía allí una vasta red de solidaridad, un voluntariado de exquisita caridad hacia los enfermos. Lourdes se convertiría en “la capital de la oración” como se la ha llamado. También el lugar de innumerables gracias muy reales, más allá de la 2 rigurosa constatación médica. Sería imposible olvidar lo que ese lugar ha significado en la transformación de la vida de tantos hombres y mujeres de toda edad, clase y condición. Lourdes y el Evangelio Hasta aquí hemos realizado un rápido resumen de los hechos, con el propósito de recoger, a partir de ellos, un mensaje que sigue siendo tan actual como hace un siglo y medio. Sabemos que, ante las manifestaciones extraordinarias, la Iglesia guarda extrema cautela antes de pronunciarse sobre su autenticidad. Las mismas deben servir de ayuda para una vuelta al Evangelio de Jesús. Nada pueden añadir ni quitar a la Revelación o a “la fe que de una vez para siempre ha sido transmitida a los santos” (Judas 3). Y es éste uno de los criterios de discernimiento. No podemos negar, en efecto, el estímulo extraordinario que todos podemos recibir en orden a tomar en serio las enseñanzas de Cristo. Si analizamos desde aquí el fenómeno espiritual de Lourdes, debemos concluir que la Virgen aparece en su misión materna, en una invitación apremiante a seguir los pasos de su Hijo Jesucristo. Estas apariciones, en definitiva, son como una voz de alerta para que todos volvamos al Evangelio. Lo novedoso no debe buscarse en su contenido sino en el impacto que producen en los fieles, al llamarlos a prestar atención a lo esencial. En Lourdes todo respira espíritu evangélico, todo lleva el sello de Dios, todo se resume en la lógica divina del plan de salvación. Reparemos, en primer lugar, en el instrumento elegido por Dios. Se trata de una niña analfabeta, de frágil salud, que procede del medio más pobre. Bernardita deberá enfrentar un sin fin de dificultades. Ella, tan simple, deberá hablar ante el comisario, ante un tribunal civil, jueces eclesiásticos y curiosos. Varias comisiones de examen intentarán sorprenderla en contradicciones. Siempre terminará triunfando su gran simplicidad. El sello característico de Dios en sus obras es su predilección por los pobres. “Hermanos, tengan en cuenta quienes son los que han sido llamados –decía San Pablo a los corintios–: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos y los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que e mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada para aniquilar a lo que vale” (1Cor 1,26-28). Estas palabras del Apóstol son el mejor trasfondo para entender las de Bernadette: “Sí, Madre querida, tú te has abajado hasta la tierra para aparecerte a una joven niña… Tú, reina del cielo y de la tierra, has querido servirte de lo que había de más humilde según el mundo”. Esta niña analfabeta, que no exhibe títulos familiares de nobleza ni tiene algún prestigio, ni goza de una salud brillante, es el instrumento que la Virgen elige para hacer resonar el Evangelio de su Hijo. Junto con la pobreza, se destacan otros dos rasgos plenamente evangélicos: la apremiante llamada a la oración, y también a la conversión y penitencia. ¿No nos ha invitado Jesús a estar en vela y a orar sin cesar? Bernardita conoce una única oración, que es el rosario. Lo rezaba de manera elemental, pues aún ignoraba el enunciado de los misterios. Es lo primero que hará ante la aparición de la Virgen. Su oración se volverá 3 contagiosa y las muchedumbres que acudirán a la gruta quedarán impregnadas de este espíritu de oración. Es sin duda éste uno de los signos más conmovedores de Lourdes, y deseamos que se prolongue también en esta gruta de nuestra ciudad. Tanto el Bautista como Jesús, invitaban a la conversión, al cambio de vida, al arrepentimiento manifestado en la penitencia. Jesús, el Buen Pastor, nos reveló el amor misericordioso de Dios en las parábolas de la moneda perdida, de la oveja perdida, del hijo perdido o pródigo (Lc 15). El mensaje de Lourdes es también una proclamación de la misericordia divina y de la necesidad de convertirnos y de orar por los demás. La Virgen dio a Bernardita la orden de “besar la tierra en penitencia por los pecadores…por la conversión de los pecadores”. Más que los hechos milagrosos, que tanto llamarían la atención, Lourdes debía convertirse en un lugar de reencuentro con Dios, de purificación espiritual respecto de todo aquello que hiciera resistencia a la gracia de Cristo y al mensaje de su Evangelio. Un lugar donde los fieles no olvidan la necesidad de pedir la conversión del corazón para sí mismos y para los demás. Nuestra súplica Queridos hermanos, que la intercesión de nuestra Madre, a quien hoy honramos en su advocación de Nuestra Señora de Lourdes, nos alcance las gracias que con fe le confiamos. En primer lugar, pedimos hoy por los enfermos que anhelan la salud y se han encomendado a nuestras oraciones. También rogamos, en esta semana vocacional, por el aumento de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Y que a todos nos conceda, con el poder de su intercesión, un crecimiento en nuestra vida de fe y una conciencia más viva de las exigencias de nuestra condición de discípulos y misioneros de su Hijo Jesucristo. + ANTONIO MARINO Obispo de Mar del Plata 4