Son el signo de la comunión y la fraternidad que debe existir entre todos los que formamos la Iglesia. Aportan a la Orden una presencia fresca, vital y vigorosa al tiempo que compartimos su historia, tradición y legado. Son la raíz del árbol de la Familia Dominicana. En 1206 congrega en el Monasterio de Sta. María de Prulla a un grupo de mujeres conversas, dedicadas a la oración y penitencia.