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Karen Rose Smith - Un Amor Inolvidable

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Un amor inolvidable
Karen Rose Smith
11 Fortune de Texas: Reunión
Un amor inolvidable (2006)
Título Original: The good doctor (2005)
Serie: Fortune de Texas: Reunión, 11
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello Colección: Oro 121
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Peter Clark y Violet Fortune
Argumento:
"Mi trabajo es hacer que la gente se sienta mejor, pero creo que ya no puedo hacerlo".
Violet Fortune, neuróloga
Peter Clark jamás se había considerado un buen partido, a pesar de ser uno de los
neurocirujanos más respetados de San Antonio. Entonces, ¿por qué la bella neuróloga
neoyorquina Violet Fortune lo miraba como si estuviera deseando llevárselo a la cama?
Por supuesto, a él no le importaba… hacía mucho tiempo que no conocía a una mujer que
pudiera competir con su trabajo.
Violet, que era otra adicta al trabajo, consiguió gracias a Peter dejar a un lado sus
inseguridades y descubrir lo que era estar con un hombre que comprendía hasta qué punto
estaba comprometida con la medicina. Pero aunque esa dedicación la ayudaba a curar sus
heridas, también podía acabar separándolos. Y de repente Violet se dio cuenta de que
tendría que decidir si Texas era realmente su lugar…
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Capítulo 1
—Ahora ya lo tienes todo —decidió Linda Clark mientras analizaba a su hermano.
—Pero habrá que esperar a que esas enfermeras te echen un vistazo —confirmó
Stacey con una sonrisa tan ancha como la de su hermana.
El doctor Peter Clark cerró rápidamente la puerta de su despacho, esperando que
nadie las hubiera oído.
—¡Ya está bien! —les ordenó con voz firme.
Se acercó a su mesa a grandes zancadas, preguntándose cuánto tiempo más iba a
durar aquella visita.
Tenía una cita quince minutos después. Sus hermanas no le tenían el mismo
respeto que muchos de sus pacientes, así que tendría que echarlas. Las quería
muchísimo, pero a veces...
—No sé por qué os dejo vestirme como a un maniquí —gruñó.
Todavía no estaba muy seguro de que él hubiera elegido nunca una chaqueta azul
marino como aquélla. Y, definitivamente, jamás en su vida se habría comprado una
camisa de seda.
—Ayer cumpliste treinta y nueve años y ni siquiera nos dejaste organizarte una
fiesta. Lo menos que podíamos hacer era arreglarte un poco —bromeó Linda—.
Ahora sí que podemos decir de ti que eres un hombre alto, moreno y atractivo.
Además, me gusta tu corte de pelo, y nosotras no tenemos nada que ver con eso.
—Mi peluquero de siempre está fuera de la ciudad.
Stacey soltó una carcajada.
—¡Gracias a Dios!
Ya tenía más que suficiente. Sus hermanas lo habían llevado a almorzar y después
lo habían acompañado a comprarse aquel traje para el viernes por la noche. A pesar
de sus protestas, habían insistido en que la chaqueta, la corbata y la camisa fueran su
regalo de cumpleaños, y habían presionado al encargado de la tienda para que
pudiera llevarse el traje puesto al trabajo.
Peter miró intencionadamente el reloj.
—Tengo una cita dentro de diez minutos.
—No nos iremos de aquí hasta que nos asegures que aparecerás el viernes por la
noche.
Peter contó hasta cinco, intentando evitar que su voz reflejara su impaciencia.
—Me habéis convencido de que participe en la subasta de solteros porque es por
una buena causa. Jamás incumplo mi palabra, ni siquiera cuando cumplirla implica
que voy a tener que soportar la humillación de aparecer en un estrado y dejar que un
montón de mujeres puje por mí. Y ahora, como os acabo de decir...
Linda suspiró.
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—Tu vida es demasiado seria. Yo no soportaría hacer lo que haces tú. Un
neurocirujano infantil tiene demasiado poder en sus manos. ¿Cómo te enfrentas a
tanta responsabilidad?
—Con mucho cuidado —respondió muy serio.
Para él, no había nada más importante que su trabajo y los niños a los que trataba.
De hecho, una de esas niñas le estaba rompiendo en aquel momento el corazón. La
subasta de solteros estaba destinada a recaudar dinero para la compra de un equipo
de alta tecnología para el ala de pediatría. Con aquel equipo, se podría ayudar a
niños como Celeste. Ése era el único motivo por el que se había decidido a participar.
Ése, y el hecho de que aquella ala del hospital había sido construida en memoria de
su madre. Ojalá pudiera contar con alguien como su madre que lo ayudara con la
pequeña Celeste. Aquella niña necesitaba tanto cariño y amor como cuidados
médicos.
Llamaron a la puerta de su despacho y Katrina, la recepcionista, asomó la cabeza.
—Ha llegado la señorita Violet Fortune. Supongo que no querrá hacerla esperar.
—¿Ha venido a verte una Fortune? ¿Y por qué? —preguntó Linda. Casi
inmediatamente, chasqueó los dedos—. Ah, claro. Violet Fortune es una neuróloga
con una reputación casi tan buena como la tuya. A lo mejor ha venido desde Nueva
York para hacerte una consulta.
—Muy bien —dijo Peter, levantándose—. No habéis oído nada. Tenéis amnesia y
no os acordáis de lo que ha dicho Katrina.
—Pero veremos a Violet Fortune al salir. Su fotografía ha aparecido en La Gaceta
de Red Rock, ya sabes, ese periódico que tú no lees porque tienes revistas médicas
más importantes que leer.
Las dos jóvenes se levantaron, conscientes de que su hermano tenía trabajo. Linda
le dio un abrazo.
—Feliz cumpleaños una vez más —le palmeó la chaqueta—. Estás realmente
atractivo —bromeó.
Peter no pudo evitar una risa. Stacey también lo abrazó y dijo:
—Si no te veo antes, nos veremos el viernes por la noche. Pero asegúrate de que
llevas bien puesta la corbata antes de salir, ¿de acuerdo?
Cuando sus hermanas salieron al pasillo, Peter decidió acompañarlas. No quería
que dieran ninguna muestra de curiosidad ante la doctora Fortune. Ambas debieron
de advertirlo, porque le dirigieron una sonrisa y se limitaron a mirar de reojo a la
mujer que aguardaba en la sala de espera. Segundos después, ambas salieron y Peter
dedicó toda su atención a Violet Fortune.
Y se quedó absolutamente sorprendido. Era una preciosidad. Una preciosidad
absoluta. Su reputación como neuróloga había llegado hasta Texas. Con sólo treinta y
tres años, ya había conseguido grandes logros en su campo. Quizá por ello se la
había imaginado con una bata de laboratorio, un peinado severo y un porte rígido.
Pero Violet Fortune era exactamente lo contrario.
—¿Doctora Fortune? —preguntó, sólo para asegurarse de que era ella.
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Violet se levantó, dejó la revista que había estado leyendo en una silla y le dirigió
una sonrisa que le causó el mismo impacto que un puñetazo en el pecho.
—Sí, yo soy la doctora Fortune. ¿Es usted el doctor Clark?
—Sí, soy yo —contestó sonriendo a su vez e ignorando las señales que su libido
estaba enviando a su cuerpo.
Le tendió la mano y aprovechó para concentrarse e ignorar la reacción provocada
por la doctora Violet.
—Me alegro de conocerla, aunque debo reconocer que sigo sin comprender los
motivos que la han traído hasta aquí.
—Ryan y Lily me han hablado muy bien de usted.
Peter registró la suave caricia de su mano, además de muchas otras cosas de
Violet. Aquella mujer parecía estar mirándolo a los ojos con la misma intensidad que
él la contemplaba a ella, creando entre ambos una química muy especial.
—Y yo tengo una alta opinión sobre ellos —contestó Peter, soltándole la mano.
Violet rompió el contacto visual para recorrer el despacho con la mirada. A pesar
de que no había nadie en su interior y la recepcionista estaba detrás de un cristal,
bajó la voz para decir:
—Esta visita tiene que ver con Ryan.
Todo eficiencia, en cuanto advirtió la seriedad de su voz, Peter señaló hacia su
despacho.
—Hablemos en mi despacho.
Violet, que mucho tiempo atrás había decidido no seguir a ningún hombre,
caminó al lado de Peter, aprovechando el que no la estuviera mirando para
observarlo con atención mientras se preguntaba por qué demonios había tenido la
sensación de que temblaba ligeramente la tierra cuando aquel hombre le había
estrechado la mano. Violet no solía reaccionar de aquella manera ante los hombres, y
mucho menos cuando eran médicos. Peter era un hombre alto y atlético, con el pelo
negro y unos penetrantes ojos verdes que habían provocado un extraño e
incontrolable desasosiego en su interior.
La puerta del despacho estaba abierta y Peter se hizo a un lado para que pasara
antes que él. Era todo un caballero, pensó Violet.
El aroma del café inundaba la habitación y Peter señaló la jarra de la cafetera
eléctrica.
—Katrina lo acaba de hacer. ¿Quiere una taza?
—No, gracias.
Ya estaba suficientemente nerviosa, no necesitaba que la cafeína la revolucionara
todavía más. Quizá, de hecho, fuera ése el motivo por el que había sentido aquella
extraña atracción hacia el doctor Clark, porque estaba nerviosa y había bajado la
guardia. Llevaba dos meses bastante deprimida y ésa era la razón por la que había
ido al rancho que tenían sus hermanos en Texas y había respondido a la llamada de
Ryan.
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Decidiendo que el café podía esperar, Peter Clark se sentó detrás de su escritorio y
esperó a que Violet tomara asiento.
La barrera de la mesa y la distancia la hicieron sentirse a Violet más dueña de sí
misma que cuando Peter la había recibido en la sala de espera.
—¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó Peter con evidente curiosidad.
Violet abrió el bolso que llevaba entre las manos, sacó un sobre y se lo tendió.
—Será mejor que antes lea esto —le dijo muy seria—. Es de Ryan.
Después de leer su contenido, Peter parecía incluso más perplejo.
—Es, sobre todo, un permiso que la autoriza a hablar conmigo sobre él —comentó.
Violet asintió.
—Sí, eso es precisamente lo que es. No soy sólo pariente y amiga de Ryan y Lily,
sino que también soy neuróloga.
—Lo sé. Conozco los artículos que ha publicado.
Se ha labrado un nombre en muy poco tiempo.
—Supongo que Nueva York no está tan lejos de Texas como pensaba.
—El mundo cada vez es más pequeño, pero es algo más que eso. Red Rock es una
población pequeña y el apellido Fortune aquí tiene mucha relevancia. Además de su
relación con Ryan y Lily, sus hermanos también se han establecido aquí.
Sus hermanos, Jack, Steven, Miles y Clyde, pasaban los veranos en Red Rock
cuando eran niños y los tres últimos habían decidido quedarse a vivir allí en cuanto
habían terminado sus estudios. Steven había comprado su propio rancho, el Loma
Vista, y estaba rehabilitando la casa principal. En esa misma casa iba a celebrarse la
fiesta con la que el gobernador quería hacer un reconocimiento público a Ryan. Miles
y Clyde tenían su propio rancho, Ases del Aire, y también estaban prosperando. Su
hermano mayor, Jack, acababa de casarse y se había establecido recientemente en la
zona.
—Lo que quiero decir es que en Red Rock se habla continuamente de los Fortune,
y también de usted.
—¿De mí? Pero si ni siquiera vivo aquí.
—No, pero su nombre está unido al de los demás Fortune. Casi todo el mundo
está al tanto de su historia.
—¿De qué historia pueden estar al tanto?
—Por ejemplo, conocen su vida académica. Tengo entendido que se graduó con
un año de antelación y terminó en tres años unos estudios programados para cuatro.
En la facultad de Medicina, pronto se labró un nombre, y comenzó a ver pacientes en
Nueva York al unirse a la consulta de un prestigioso cirujano. Su vida es un libro
abierto —añadió con cierta diversión.
¿Un libro abierto? Ni mucho menos. Nadie, salvo su familia, sabía los motivos por
los que sus padres habían contratado un profesor particular para Violet, ni los
motivos por los que se había concentrado en sus estudios. Ni siquiera Ryan y Lily
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estaban enterados de lo que le había pasado siendo adolescente, de los errores de su
juventud.
Retomando la conversación sobre el motivo de su visita, Violet señaló la carta que
Peter tenía en la mano.
—Estoy aquí porque Ryan me ha pedido que hable con usted.
—¿Sobre?
—Está teniendo ciertos síntomas...
—¿Qué clase de síntomas?
Violet sacó otro papel del bolso, lo desdobló y lo dejó encima de la mesa.
—En primer lugar, tengo que decirle que Lily no sabe nada sobre esto y Ryan
quiere que siga sin saberlo. Ése es el motivo por el que ha hablado conmigo. Ha
empezado a tener dolores de cabeza muy severos y no ha querido ver a ningún
médico porque ha estado intentando ignorar el dolor. Además, está teniendo muchas
otras preocupaciones.
—Pero ya no se le considera sospechoso de haber asesinado a Christopher
Jamison, ¿verdad? Supongo que la policía ya lo habrá descartado como posible
asesino.
Parecía no tener ninguna duda sobre la inocencia de Ryan.
—Por lo visto, todavía no. La tensión puede provocar fuertes dolores de cabeza,
pero me ha dicho que nunca había sufrido nada parecido, por eso me tomé esto tan
en serio cuando me lo contó. Además, necesitaba unas vacaciones y decidí que no
había un lugar mejor para tomármelas que Red Rock.
—¿Está pasando las vacaciones en el Doble Corona?
—No, estoy en el rancho de mis hermanos. No quiero que se note que estoy
preocupada por Ryan para no despertar las sospechas de Lily.
Peter leyó el informe que Violet le tendió. Su expresión iba ensombreciéndose a
medida que leía.
—¿Tiene un cosquilleo en el brazo?
—Sí.
—Acaba de decirme que no quiere ver a ningún médico de San Antonio. ¿Por qué
entonces quiere consultarme a mí, cuando soy especialista en neurocirugía infantil?
—Confía en usted, doctor Clark. Sabe que mantendrá todo esto en secreto. Le he
recomendado que se haga algunas pruebas, pero no tengo permiso para ejercer la
medicina en Texas y, además, tampoco tengo ningún contacto en el hospital. En
cambio, usted sí. Ryan ha pensado que si trabajamos juntos, podemos llegar al fondo
de este asunto y, al mismo tiempo, salvaguardar su intimidad.
Después de echarle un segundo vistazo al informe, Peter la miró a los ojos:
—Quiero hablar personalmente con Ryan.
—Él preferiría no venir al hospital y no quiere que Lily ni nadie de su familia lo
sepa.
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Cuando el médico se frotó la barbilla pensativo, Violet no pudo evitar fijarse en la
firmeza de su mandíbula y en el tamaño de su manos.
—De acuerdo, me alegro de que Ryan confíe en mí. Podemos vernos en mi casa.
Lo examinaré allí y después decidiremos qué hacer a continuación.
—¿Cuándo podría ser?
—Esta misma noche.
Evidentemente, a Peter Clark le habían gustado tan poco como a ella los síntomas
de Ryan.
—Llamaré a Ryan para ver si está libre.
Sacó el teléfono móvil del bolso. Unos minutos después, tras una breve
conversación con Ryan en la que los tres acordaron la hora del encuentro, guardó el
teléfono.
—Ryan me ha dicho que le pagará el doble de su tarifa habitual porque es
consciente de los inconvenientes que está causando.
—Ryan es un amigo. No voy a cobrarle nada.
—No le va a hacer ninguna gracia.
Peter sonrió.
—A lo mejor no, pero ésa va a ser la condición que voy a poner para examinarlo.
—Ahora entiendo por qué lo respeta tanto —dijo Violet suavemente.
Parecían estar comunicándose en silencio y su mutua preocupación por Ryan
acababa de convertirse en un lazo de unión entre ellos. Sin embargo, aquel vínculo
parecía más personal que profesional.
Violet se levantó y lo miró a los ojos.
—Me alegro de haberlo conocido, doctor Clark. No quiero entretenerlo más.
—Puede llamarme Peter —le pidió.
—Peter.
El médico le sostuvo la mirada como si estuviera esperando algo. Al final,
preguntó con una irónica sonrisa asomando a sus labios:
—¿Y yo debo llamarla Violet o doctora Fortune?
Violet sintió un intenso calor en las mejillas.
—Violet —contestó, pensando que hacía demasiado calor en aquel despacho.
Peter se levantó, rodeó el escritorio y se acercó a ella.
—Ryan tiene suerte de tenerte en su familia.
—Mi padre y él siempre han estado muy unidos. Crecí respetándolo y es mi tío
favorito. No quiero que le ocurra nada.
—Esto podría ser algo serio.
Violet ya lo sabía. De hecho, aquella preocupación llevaba noches quitándole el
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sueño.
—Sé que esto podría ser algo serio pero, por otra parte, la tensión y el estrés
pueden provocar esos mismos síntomas.
—Es posible. Iremos paso a paso.
Violet, consciente de que podría pasarse el día entero allí, mirando a Peter,
absorbiendo su fortaleza, su preocupación y su compasión, se sacudió mentalmente.
Ella no necesitaba ninguna de esas cosas de Peter Clark, pero Ryan sí.
Tomó aire, se apartó de la poderosa aura de Peter y se dirigió hacia la puerta.
—No hace falta que me acompañes. Ryan me ha dicho que sabe dónde está tu
casa, así que nos veremos esta noche.
—De acuerdo, esta noche —dijo Peter, haciendo que sus palabras sonaran como
un compromiso.
Pero mientras escapaba a la seguridad del pasillo y cerraba la puerta del despacho
tras ella, Violet se dijo a sí misma que sólo era un compromiso con Ryan Fortune.
—Es ésa, el número setecientos setenta y siete —Ryan le señaló a Violet la casa de
Peter Clark, situada en las afueras de Red Rock, en la zona oeste.
Las urbanizaciones que rodeaban aquella pequeña comunidad crecían día a día,
haciéndola cada vez mayor. Cuando Violet era niña e iba con sus padres y hermanos
a visitar a Ryan y a su familia al Doble Corona, disfrutaba de las salidas a Red Rock,
con su parque con el cenador blanco, las heladerías y los sencillos restaurantes. Pero
Violet nunca había querido vivir allí. Adoraba Nueva York y sentía que era allí
donde estaba su hogar.
—Es increíble todo lo que han construido en sólo un año —rezongó Ryan—. Como
esto siga así, Red Rock va a terminar uniéndose con San Antonio.
Red Rock estaba a unos cincuenta kilómetros de San Antonio.
—No creo que tengas que preocuparte por eso todavía.
—Mira, la puerta del garaje está abierta. Peter debe de habernos visto —y,
mientras Violet metía el coche en el garaje, añadió—: Tiene una casa demasiado
grande para un hombre soltero.
Se encendió una luz en el garaje y Peter apareció en la puerta que daba acceso a la
casa. Vestido con unos pantalones de color caqui y un polo, parecía más alto y
musculoso que aquella tarde. A Violet le bastó verlo para que se le acelerara el pulso,
pero se dijo que era sólo por su preocupación por Ryan. Sin embargo, en el fondo
sabía que estaba ansiosa por saber algo más sobre Peter. Demasiado ansiosa. Era
posible además que Peter estuviera comprometido con otra mujer; y quizá incluso se
hubiera mudado a aquella casa con intención de compartirla con ella.
Algo en lo que Violet nunca había podido pensar debido a su profesión.
Su profesión.
El caso Washburn había minado su confianza en sí misma como nada lo había
hecho hasta entonces. Se había ido a un crucero con el fin de intentar analizar con
cierta perspectiva lo ocurrido, pero no le había servido de nada. Así que, puesto que
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había tenido que ir a Red Rock para asistir a la boda de su hermano, había decidido
prolongar las vacaciones durante unas semanas e intentar ordenar su cabeza.
De modo que no necesitaba a un atractivo cirujano que se la pusiera del revés. En
unas cuantas semanas, estaría de nuevo ejerciendo la medicina en Nueva York. Sobre
eso no tenía ninguna duda, y en su vida no había espacio para un enredo emocional
que sólo serviría para hacerla sufrir cuando terminara.
—¿Estás preparado? —le preguntó a Ryan al advertir que no se había
desabrochado todavía el cinturón de seguridad.
—No, no estoy preparado, pero tendremos que enfrentarnos a ello de todas
formas.
Cuando salieron del coche, Peter les dirigió una sonrisa cordial y le tendió la mano
a Ryan.
—Me alegro de volver a verte.
Vestido con botas, vaqueros y una camisa a cuadros, Ryan mostraba un físico
fortalecido por los muchos años de trabajo en el rancho. A los cincuenta y cinco años,
continuaba siendo un hombre atractivo e intensamente bronceado por los paseos a
caballo y el trabajo bajo el ardiente sol tejano. Violet admiraba su buen corazón,
además de sus éxitos con el rancho Doble Corona y con Fortune TX, el conglomerado
empresarial en el que continuaba participando como asesor y de cuya junta directiva
formaba parte.
La puerta del garaje conducía al cuarto de estar. A través de las puertas del cristal,
Violet admiró su enorme jardín.
—Bonito lugar —comentó.
Entraron en la cocina, desde la que accedieron a un enorme salón, una estancia de
techos altos y con un inmenso ventilador en el techo.
Desde esa habitación, y a través de unas puertas de cristal, también se podía salir
al jardín.
—Me gusta tu casa —comentó Violet con admiración.
—Sí, es original —se mostró de acuerdo Peter—, pero casi no la disfruto. Y si no
empiezo a poner pronto cuadros en las paredes, mis hermanas cumplirán su
amenaza de hacerlo por mí.
—¿Tienes muchos hermanos? —preguntó Violet.
—Dos hermanas biológicas, y además, mis padres acogieron a muchos niños en
casa que para mí son también como mis hermanos.
Peter recorrió con la mirada la blusa azul claro de Violet y los pantalones de color
azul oscuro. Ella sintió que se sonrojaba. Había estado a punto de ponerse algo
menos informal, pero se había dicho a sí misma que no tenía por qué darle
importancia a su aspecto aquella noche.
—¿Os apetece tomar algo? —preguntó Peter.
Ryan negó con la cabeza.
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—No quiero entretenerte mucho tiempo.
—De acuerdo. Violet, si te apetece algo, puedes ir a buscarlo tú misma a la nevera
—señaló hacia el pasillo que conducía a la otra ala de la casa—. Mi estudio está por
allí. Vamos, Ryan.
Los dos hombres desaparecieron y Violet se encontró de pronto sola en medio de
la casa de Peter Clark. Era imposible no fisgonear un poco. Bueno, no exactamente
fisgonear, sino empaparse del ambiente en el que vivía Peter.
El apartamento de Violet en Nueva York estaba lleno de recuerdos de su infancia,
regalos que sus padres y hermanos le habían ido haciendo. Se acercó hacia una
estantería de pino con puertas de cristal y miró en su interior. Había un marco de
plata con una fotografía de una mujer vestida con unos vaqueros de pata ancha y un
hombre que se parecía extraordinariamente a Peter. Al lado de la fotografía, tres
libros forrados en cuero y otra fotografía de la misma mujer, con más años y con
cinco niños. En otra estantería, descubrió un reclamo tallado en madera, una figurita
india y un cesto de mimbre lleno de caracolas marinas. Había algunas puntas de
flecha y una fotografía de dos jóvenes que quizá fueran las hermanas de Peter.
Violet miró hacia el estudio y se dio cuenta de que en el fondo estaba intentando
distraerse de lo que pudiera estar pasando allí.
Media hora después, salieron Ryan y Peter del estudio.
Cuando llegó a su lado, Ryan se pasó nervioso la mano por el pelo y comentó:
—Me ha obligado a hacer las mismas cosas que tú y me ha hecho millones de
preguntas.
—Creo que Ryan necesita hacerse una resonancia magnética —le aconsejó Peter
con calma—. Llamaré a uno de mis compañeros de Houston y veré si pueden
hacérsela allí.
—¿Pero tú serás mi médico? —le preguntó Ryan esperanzado.
—Yo soy especialista en pediatría, Ryan, pero no adelantemos acontecimientos. De
momento, hagamos esas pruebas.
—De acuerdo, me parece razonable —miró alternativamente a ambos médicos—.
Supongo que ahora querréis hablar sobre mí. Saldré a dar una vuelta por los
alrededores mientras lo hacéis.
Y como si supiera de antemano que ninguno de ellos iba a protestar, abrió las
puertas corredizas y salió. En cuanto cerró la puerta tras él, Violet preguntó:
—¿Crees que puede ser algo serio?
—En este momento no tenemos manera de saberlo, pero la resonancia magnética
nos lo dirá.
—¿Hay alguna razón por la que Ryan no deba conducir? Esta noche lo he
convencido de que me dejara llevar el coche a mí, pero no es el tipo de hombre al que
le guste que lo lleven los demás de un lado a otro.
—Le he preguntado si había sufrido algún desmayo y me ha dicho que no. Insiste
en que tampoco se marea, así que de momento no puedo recomendarle que no
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conduzca.
Al pensar en las posibles enfermedades que podía tener Ryan, Violet sintió que le
temblaba la barbilla. De pronto, la idea de perder a su tío se estaba haciendo real.
Peter la estudió en silencio durante largo rato.
—¿Qué te pasa?
Violet negó con la cabeza, avergonzada.
—Ryan... Ryan es más que un paciente para mí.
Se secó rápidamente la lágrima que acababa de deslizarse por su mejilla.
Peter alargó la mano hacia su hombro.
—No te preocupes antes de tiempo.
—No puedo evitarlo. Hace tan poco tiempo que Lily y él han vuelto a estar
juntos... Y son tan felices...
—Sí, lo son. Y tanto si es un problema causado por el estrés como si se trata de
algo más serio, sé que ella lo apoyará, al igual que tú... y que yo.
Sentir la mano de Peter en su hombro era un consuelo; la fuerza que le transmitía
era casi tangible.
—Parece que últimamente siempre tengo que enfrentarme a diagnósticos terribles.
Antes de irme de Nueva York, diagnostiqué dos tumores a dos jóvenes, y a una
mujer embarazada que murió...
Se interrumpió bruscamente. No entendía lo que estaba haciendo. Ella no era una
persona acostumbrada a desahogarse con los demás, sino a asumir sus problemas sin
apoyarse en nadie.
—¿Y? —le preguntó Peter con amabilidad.
—No, nada. La verdad es que no sé qué me pasa. Ahora mismo, sólo me dedico a
montar, a leer revistas médicas y a hacer alguna que otra visita con mi hermano
Miles. En realidad debería ser completamente feliz.
—Todo el mundo puede llegar a saturarse.
—¿Tú te has saturado?
—Todavía no —contestó con una sonrisa irónica.
Violet no era capaz de desviar la mirada de los ojos de Peter. Éste continuaba
posando la mano en su hombro, pero el consuelo que antes sentía se estaba
convirtiendo en una conciencia que podría transformarse fácilmente en otra cosa.
Se acercó hacia las puertas del jardín.
—Será mejor que vaya a decirle a Ryan que podemos irnos antes de que piense
que le estamos ocultando algo.
—De acuerdo. Te llamaré mañana, en cuanto haya hablado con mi amigo de
Houston.
—Estoy alojada en Ases del Aire, en la casa que tienen mis hermanos en la piscina.
Allí no hay teléfono, pero puedo darte el número de mi móvil.
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Le tendió una tarjeta y sus dedos se rozaron cuando Peter la tomó. Violet alzó la
mirada hacia su rostro.
Se estaba comportando como una adolescente enamorada y tenía que poner fin a
aquella tontería. Abrió las puertas de cristal. Ryan no le había dicho a Lily a dónde
iba esa noche. De hecho, le había mentido diciéndole que quería que Violet fuera a
ver un caballo que estaba a punto de comprar. Durante el trayecto de vuelta, Violet
pretendía convencerlo de que le contara a su esposa lo que le estaba pasando.
Además, sería un buen método para dejar de pensar en Peter Clark.
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Capítulo 2
A la mañana siguiente, Violet condujo hasta la casa principal del Doble Corona y
aparcó frente al jardín. Estaba preocupada; ella odiaba mentir incluso por omisión,
pero estaba obligada a respetar el secreto de Ryan y no podía decirle a Lily dónde
habían estado la noche anterior. Aun así, le encantaría que Ryan le hablara a su
esposa de sus síntomas y le contara que Peter le había recomendado que se hiciera
una resonancia magnética.
Peter.
Sacudió la cabeza como si de aquella manera pudiera sacarse al neurocirujano de
la cabeza, llegó al arco de la entrada y abrió una puerta de hierro forjado. Un camino
de piedras conducía a la puerta de la casa principal a través del jardín.
En cuanto llamó a la puerta, la abrió Rosita Pérez con una enorme sonrisa.
—Llegas justo a tiempo. Lanie Meyers todavía no ha llegado. Debe de haberla
retenido el tráfico en Austin. Pero el señor Ryan y Lily están esperando en el jardín
interior. Pasa a tomar un café.
Hacía ya una semana que habían planeado aquel desayuno. El mes siguiente, el
gobernador quería ofrecerle a Ryan un homenaje en el rancho de Steven. La gala ya
había sido organizada. Lanie, la hija del gobernador, quería acercarse también al
rancho para expresarle a Ryan lo mucho que se alegraba de que hubiera sido
galardonado con el premio Hensley—Robinson. Aquélla sería una reunión
preliminar para terminar de perfilar detalles y Lily había invitado a Violet a reunirse
con ellos.
—¿Cómo está Savannah? —le preguntó Violet a Rosita mientras ésta la conducía
hacia el jardín.
Savannah estaba casada con Cruz Pérez, el hijo de Rosita. La pareja tenía un hijo
de cinco años y, por lo que Violet sabía, estaban a punto de tener otro.
Rosita sonrió.
—Por fin se ha recuperado del susto después de que estuviera a punto de
adelantarse el parto. Está muy tranquila y Cruz se está asegurando de que así sea. Y
yo ayudo con Luke todo lo que puedo.
—Dile que espero verla pronto y que me gustaría que todo les vaya bien.
Rosita le estrechó cariñosamente la mano y abrió las puertas que conducían al
jardín. Violet adoraba aquella parte de la casa. Una fuente burbujeaba en el centro del
jardín y bajo una pérgola en la que se enredaba una parra, encontraba refugio un
viejo columpio.
En cuanto se acercó a sus tíos, pudo advertir la tensión que había en el ambiente.
No sabía de qué estaban hablando, pero Lily tenía el ceño fruncido.
¿Le habría contado Ryan a su esposa su visita a casa de Peter?
Sin embargo, Violet pronto comprendió que no era ésa la razón, porque Ryan le
hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza.
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Al ver a Violet, Lily sustituyó rápidamente su ceño por una sonrisa.
—Me alegro de que hayas podido reunirte con nosotros esta mañana.
Le dio a Violet un cariñoso abrazo que ella le devolvió con el mismo afecto.
Siempre se había sentido muy cómoda con Lily y ésa era la razón por la que le
resultaba tan difícil ocultarle algo.
Ryan también le dio a Violet un abrazo mientras Lily preguntaba:
—¿Te gustó el caballo que Ryan te llevó a ver anoche? Me ha comentado que es un
Morgan castaño con una mancha blanca.
Violet intentaba en vano encontrar una respuesta. Afortunadamente, justo en ese
momento sonó el timbre de la puerta.
Mientras Rosita corría a abrir, Lily le sirvió a Violet un café.
—Debe de ser la hija del gobernador —se olvidó del caballo que su marido había
mencionado y señaló el café—: Lo tomas solo y con azúcar, ¿verdad?
—Sí, claro. Normalmente, el café del hospital está muy cargado y el azúcar me
ayuda a pasarlo mejor.
Lily le indicó a Violet que se sentara y le acercó el café.
—Todos somos animales de costumbres, quizá demasiado —fulminó a Ryan con
la mirada.
Ryan apretó los labios. Parecían estar diciéndose algo sin necesidad de palabras.
Al oír pasos, Violet se volvió y vio a Lanie Meyers bajando los escalones del jardín.
Era una joven muy atractiva y, por lo que Lily le había contado, salía a menudo en las
páginas de sociedad de los periódicos, con su melena rubia, sus ojos azules y su
voluptuosa figura. Llevaba una vida un tanto desordenada, o al menos eso era lo que
las revistas del corazón decían.
Después de saludarlos, se sentó con ellos a la mesa.
Ryan le preguntó amablemente:
—¿Cómo va la campaña electoral de tu padre?
—De momento va —contestó ella con una ironía que les hizo reír—. Supongo que
va bien —añadió, encogiéndose ligeramente de hombros—. Pero no entiendo cómo
soporta tener que estrechar todas esas manos, intentando complacer a tanta gente. Yo
acabo de regresar de un viaje a Los Ángeles, así que al menos durante unos días he
podido escaparme de todo ese ajetreo.
Violet reparó entonces en el traje de diseño de Lanie.
—¿Sueles ir de compras a Nueva York?
Lanie probó el zumo de naranja que Rosita acababa de servirle y contestó:
—Adoro Nueva York, no sólo para ir de compras, sino también para ver
espectáculos. Lily me ha comentado que vives allí. Debe de ser maravilloso poder ir
al teatro o a conciertos en cualquier momento.
—Sí, lo es, y yo debería aprovecharlo más, pero no lo hago.
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—Violet es neuróloga —le aclaró Lily—, y cuando no está atendiendo a sus
pacientes, está escribiendo artículos. Y también forma parte del consejo directivo de
un refugio para mujeres maltratadas.
—Tienes una vida terriblemente seria —reflexionó Lanie.— No me extraña que no
te quede tiempo para ir al teatro.
—Lacey, la madre de Violet, ha sido una luchadora por los derechos humanos
desde que era muy joven —le explicó Lily—, y supongo que no ha podido evitar
transmitirle esa pasión a Violet.
Lily tenía razón en eso, pensó Violet. Su madre todavía continuaba luchando por
aquello en lo que creía. Cuando era una niña, Violet había llegado a pensar que para
su madre su lucha era más importante que su familia. Pero se equivocaba. Había
hecho falta una crisis para demostrarle que tanto sus padres como sus hermanos la
querían más que a cualquier otra cosa en el mundo. La experiencia por la que Violet
había pasado a los quince años la había hecho mostrarse reticente a las relaciones
íntimas, pero también la había hecho darse cuenta de que no estaba sola.
—Nos alegramos mucho de que Ryan haya recibido el premio Hensley—
Robinson. Mi hermano está deseando organizar la fiesta en su casa —dijo Violet.
—Se ha casado hace poco, ¿verdad? Me lo comentó mi madre.
—Sí, hace unos días.
—Violet tiene otro hermano que se casó el mismo día —comentó Ryan—. Por
cierto, ¿cuándo vuelven Jessica y Clyde de su luna de miel?
—La semana que viene —contestó Violet, y le aclaro a Lanie—: La mujer de mi
hermano era mi mejor amiga.
—Después de todo por lo que ha pasado Jessica, se merece una larga luna de miel.
Lily continuó explicándole que Jessica había sido seguida por un acosador al que
Clyde había terminado atrapando.
Rosita sirvió el almuerzo y la conversación continuó fluyendo de forma relajada.
Lanie les puso al tanto de los detalles de la gala a la que su padre tendría que asistir y
de las medidas de seguridad que iban a tomarse.
Terminaron la fruta y estaban a punto de tomar otro café cuando apareció Rosita
en el jardín para decirle a Ryan:
—Acaba de llamar Chuck desde el establo. Dice que por fin ha llegado ese caballo
que quería domar.
Ryan miró a Rosita emocionado, como si estuviera deseando ir directamente al
establo, pero supiera que estaba obligado a no ser descortés con Lanie.
Evidentemente consciente de su apuro, Lanie sonrió:
—Señor Fortune, si necesita marcharse, no se preocupe. Yo también tengo que
irme. Esta tarde tengo una cita en Austin.
Lanie se levantó y Ryan la imitó.
—¿Estás segura de que tienes que irte tan pronto? Mi capataz puede encargarse de
descargar el caballo.
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—De verdad, tengo que irme —dijo Lanie—. Encantada de conocerte, Violet.
Una vez terminadas las despedidas, Ryan se ofreció a acompañarla, le dio un beso
a Lily y cruzó el salón con la hija del gobernador.
—Esa chica no parece capaz de encaminar su vida —comentó Lily.
—Quizá no necesite hacerlo.
—Yo no encontré mi camino hasta que me casé con Ryan —volvió a su rostro el
ceño de preocupación, pero no cambiaría una sola curva del mismo. Aunque a veces
me pregunto si Ryan lo haría.
—No te comprendo.
—Estoy preocupada por él. Ha vuelto a recibir una llamada de la policía esta
mañana. Quieren volver a interrogarlo. Me gustaría que comprendieran que él ni
siquiera conocía a Christopher Jamison. ¿Por qué no se dan cuenta de que él nunca le
ha hecho ningún daño a nadie?
Ésa era una pregunta propia de una esposa, pero Violet sabía que la policía tenía
sus propios criterios. La relación entre los Fortune y los Jamison no se había hecho
pública, pero existía. Y lo único que ella esperaba era que las autoridades
descubrieran pronto al asesino de Jamison y limpiaran el nombre de Ryan.
—Pero siempre habéis estado muy unidos cuando se ha producido alguna crisis.
—Hasta ahora, sí. Pero Ryan es tan impredecible... Durante los últimos meses, se
va de vez en cuando y nunca me dice a dónde. Estoy empezando a preguntarme...
Se le quebró la voz y las lágrimas afloraron a sus ojos. Pero si de algo estaba
segura Violet era de que Ryan Fortune adoraba a su esposa y jamás le sería infiel.
—A lo mejor no te lo dice porque ni siquiera él sabe a dónde va. Quizá necesite
pasar algún tiempo solo para relajarse. ¿Has hablando con él sobre ello?
—Sí, pero lo único que hace es poner débiles excusas.
—A lo mejor son excusas débiles porque no tiene nada que ocultar.
—Espero que tengas razón —dijo Lily con fervor.
Pero Violet sabía que Ryan le estaba ocultando a su esposa los síntomas de una
enfermedad. Esperaba que, después de que le hicieran la resonancia magnética, Ryan
fuera capaz de hablarle a su mujer de los dolores de cabeza y su matrimonio volviera
a ser tan sólido como antes.
Cuando Jason Jamison abrió la puerta de la que él llamaba su «mansión», pensó en
los motivos por los que la había comprado cuando se había trasladado a San
Antonio. Aquella casa encajaba con la forma de vida a la que aspiraba. Además, era
la casa que a Melissa le gustaba. El hecho de que aquella mujer hubiera trabajado en
una barra americana no quería decir que tuviera mal gusto.
Al advertir que la alarma no estaba conectada, comprendió que ella debía de estar
en casa. Era pronto para que Jason regresara, ni siquiera eran las seis y media.
Normalmente, prolongaba su horario de trabajo para llamar la atención de Ryan
Fortune y así poder llevar a buen término sus planes.
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Cuando oyó correr el agua de la ducha, dejó el maletín en el suelo del vestíbulo y
subió la escalera corriendo. La moqueta que la cubría amortiguaba sus pasos y le
gustaba la idea de darle una sorpresa a Melissa. Él no era muy amigo de recibir
sorpresas, pero sí de sorprender a los demás. Especialmente, a Ryan Fortune.
Tenía un plan para hundir a Ryan Fortune y así poder vengar a su abuelo, algo
que siempre había deseado. Su abuelo, Farley, era el único que lo había comprendido
y le había hecho caso. Cuando de niño iba a verlo a su cabaña, escuchaba arrebatado
sus relatos Farley había sido abandonado por su esposa y su propio hijo. Y aunque
estaban emparentados, tampoco Kingston Fortune había querido saber nada de él
Farley siempre había culpado a los Fortune de la mísera vida que llevaba y había
convencido a Jason para que también él lo creyera.
Pero Jason tenía que averiguar cuál era la mejor manera de alcanzar su objetivo.
Con un nuevo rostro, sus parientes no podían reconocerlo. Y con una identidad
diferente, podía conseguir lo que quisiera.
Mientras cruzaba el pasillo, se quitó la chaqueta y se aflojó el nudo de la corbata.
Uno de los profesores del instituto había dicho que era un psicópata. Si apuñalar a un
amigo para conseguir lo que quería y mentir lo convertía en un psicópata, entonces
no le importaba ser portador de aquella etiqueta. Tampoco le remordía la conciencia
el haber matado a Christopher. Siempre habían sido como Caín y Abel, el ángel y el
demonio. Y lo peor se lo habían llevado los ángeles, pensó mientras recordaba cómo
había tirado a su hermano al lago Mondo.
Entró en el dormitorio, dejó la corbata y la chaqueta en una silla y se desabotonó
rápidamente la camisa, que lanzó también sobre la silla. Estaba deseando posar sus
manos sobre Melissa, y sentir las manos de aquella mujer sobre su cuerpo. Ella sabía
hacer las cosas bien...
Se quitó los mocasines italianos, se deshizo de los calcetines y se desabrochó el
cinturón mientras cruzaba el vestidor que daba acceso al baño. Ignoró la bañera y
dirigió su mirada directamente hacia la ducha, a través de cuya mampara de cristal
se distinguía la silueta de Melissa. Antes de que hubiera podido abrir la mampara,
Melissa cerró el grifo y comenzó a salir.
—¡Jason!
—Sí, soy yo —contestó con una sonrisa que esperaba reflejara sus intenciones.
Y debió de conseguirlo, porque Melissa sacudió la cabeza.
—No puedo, ahora no. De hecho, ya llego tarde. Tengo una reunión a las siete y
media.
—¿Qué reunión? —quiso saber él.
—Una que hemos organizado porque queremos organizar un mercadillo para una
casa de acogida para adolescentes.
—Todas esas obras benéficas en las que te estás metiendo me están empezando a
aburrir. No entiendo qué crees que estás haciendo.
Melissa se acercó a Jason, todavía empapada.
—¿No pretendíamos llegar lejos?
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—Sí, pero...
Melissa lo silenció posando un dedo en su barbilla y estudiándolo con sus ojos
castaños.
—Nada de peros, de la misma forma que tú estás tendiéndole a Ryan una trampa
para que puedan culparlo de todos los errores de su empresa, yo estoy plantando
mis propias semillas.
—¿Que son...?
—Eso ya lo verás —deslizó el dedo por su mejilla—. ¿Qué tal va tu proyecto?
—Parece que marcha. Fortune TX está gastando mucho dinero por culpa de un
acuerdo petrolífero que en realidad no existe y las huellas de Ryan están por todas
partes.
—¿De verdad crees que echarán a Ryan del consejo de dirección?
—Eso espero.
Jason miró a Melissa a los ojos y advirtió en ellos una ligera vacilación. ¿A qué se
debería? ¿Estaría planeando algo por su cuenta? ¿Y de qué manera podía afectarlo
eso a él?
Melissa jamás le había permitido acercarse demasiado a ella; ni tampoco ver lo
que se le pasaba por la cabeza. En aquel momento, acababa de deslizar la mano por
su pecho y la estaba posando en la cintura del pantalón.
—A lo mejor tengo diez minutos —susurró con aquella mirada tórrida que lo
excitaba hasta el dolor.
Jason decidió ser él quien llevara las riendas y la levantó en brazos. Melissa estaba
empapada.
—Diez minutos —le advirtió ella mientras la llevaba a la cama.
Jason la dejó sobre la cama, se quitó los pantalones y los calzoncillos y se colocó
sobre ella.
—Tardaré lo que tenga que tardar y esa reunión que se vaya al infierno.
Cuando vio el brillo triunfal en los ojos de Melissa, supo que eso era lo que había
estado deseando desde el primer momento. Mientras ella separaba las piernas y lo
miraba como si no hubiera un mañana, Jason no pudo menos que preguntarse quién
tenía el poder en aquella relación.
Pero, de una u otra forma, estaba dispuesto a recuperarlo.
Eran casi las cuatro de la tarde del martes cuando Peter tuvo por fin una
oportunidad para llamar a Violet Fortune. La llamó desde su despacho y cuando oyó
los pitidos de su teléfono, no tuvo que esforzarse demasiado para que su memoria
conjurara el rostro de Violet. Había estado pensando en ella desde la última vez que
la había visto y no le gustaba nada aquella invasión a sus habitualmente ordenados
pensamientos.
Había muchas razones por las que Violet no era una mujer para él. En primer
lugar, él no quería volver a salir con mujeres cuyas demandas profesionales
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consumieran la mayor parte de sus vidas. Ya había sufrido aquella experiencia en
una ocasión y tenía más que suficiente. En segundo lugar, Violet no sólo tenía un
trabajo muy exigente, sino que vivía en Nueva York y las relaciones a larga distancia
nunca funcionaban. Y número tres, Violet Fortune había sacudido su mundo con una
fuerza excesiva. A Peter le gustaba tener el control sobre su vida. Y cuando estaba
con ella sentía que perdía el equilibrio. Era una sensación extraña que no había
experimentado jamás, ni siquiera con Sandra, su ex prometida.
—Hola —contestó Violet casi sin respiración al cuarto timbrazo.
—¿Violet? Soy Peter Clark.
—Ah, hola, Peter.
Peter oyó ruido de bolsas.
—¿Te llamo en un mal momento?
—No, no te preocupes. Acabo de llegar de la compra. He parado en el
supermercado cuando volvía del Doble Corona.
—¿Has visto a Ryan?
—Sí, he desayunado con Ryan, con Lily y con la hija del gobernador, pero no
hemos tenido oportunidad de hablar. Lily está muy preocupada por él. Es consciente
de la presión a la que está sometido. Esta tarde he ido a montar a caballo con ella y
me temo que se está imaginando toda clase de cosas.
—Ojalá podamos darles pronto una respuesta que los tranquilice a los dos. Mi
colega de Houston ha conseguido que le hagan la resonancia el sábado. Tenemos que
estar allí a las diez. Como nos darán los resultados ese mismo día, he pensado que
quizá deberíamos quedarnos a dormir en Houston esa noche. Es posible que Ryan
termine muy cansado. ¿Puedes hablar con él y enterarte de qué le parece? Yo puedo
cambiar el turno y regresar el domingo por la mañana. Uno de mis compañeros
puede sustituirme.
—¿Sin hacer preguntas incómodas?
—Sin hacer ninguna clase de preguntas.
—Yo llamaré a Ryan —le aseguró Violet—. Me ha comentado que Lily y él iban a
ir el viernes por la noche a una fiesta benéfica que se celebra en el Hotel Madison. Es
para recaudar fondos para el Hospital de San Juan.
A pesar de que la fiesta era por una buena causa, Peter no quería ni oírla
mencionar, por culpa, por supuesto, de sus hermanas y de aquella espantosa subasta
de solteros.
—¿Tú vas a ir con ellos?
—Estoy pensándolo. Mi hermano Miles es uno de los solteros que subastan.
—Me pregunto quién lo habrá sobornado.
—Vaya, vaya —respondió Violet riendo—. ¿Eso significa que alguien te ha
sobornado a ti?
—No, en mi caso ha sido una cuestión de chantaje. Mis hermanas me advirtieron
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que si no me ofrecía a participar, meterían mi nombre en una lista de contactos
personales de Internet.
Violet volvió a reír y a Peter le encantó el sonido de su risa. No tenía la sensación
de que estuviera riéndose de él, sino de que se estaba riendo con él. Al final, Violet le
dijo:
—Gracias Peter, últimamente no me río mucho.
—¿Porque estás preocupada por Ryan?
—Sí —se interrumpió un instante y continuó—. En realidad vine a Red Rock para
alejarme durante una temporada del trabajo.
—¿Quieres decir que estabas pasando un momento de agotamiento?
—Sí —contestó Violet tras una pausa.
Como no dijo nada más, Peter comentó:
—Es algo que ocurre de vez en cuando.
—Sí, supongo que sí, pero en esta ocasión, al perder a una paciente, no sólo ha
sido su marido el que ha cuestionado mi criterio médico, sino también yo.
—Eres una perfeccionista —dijo Peter amablemente, sin ningún asomo de crítica.
—¿Y tú no? —replicó ella—. ¿No nos obliga a serlo nuestro trabajo?
La primera vez que había hablado con Violet, Peter había sentido que Ryan era un
vínculo de unión entre ellos. En aquel momento se daba cuenta de que había algo
más que los unía: su trabajo.
—Tenemos que utilizar nuestra capacidad lo mejor que sabemos. Podemos ser
perfeccionistas, pero no somos dioses.
—Tienes razón, por supuesto —musitó Violet—. Y normalmente me tomo con
calma cualquier incidente, pero durante el último par de meses no he sido capaz de
hacerlo. Me fui a un crucero para intentar ver las cosas con cierta distancia.
—¿Y te ayudó?
—Me distrajo, pero no, no me ayudó.
—Quizá cuando sepamos lo que le ocurre a Ryan puedas volver a ver las cosas
con perspectiva.
—Quizá —parecía dudarlo.
En ese momento, sonó el busca de Peter.
—Me están llamando, perdona —le dijo a Violet—. Espera un momento.
Tras ver el número que aparecía en el busca, supo que tenía que marcharse.
—Tengo que ir a ver a un paciente, Violet.
—He reconocido el sonido del busca en cuanto lo he oído —le aseguró ella
comprensiva—. Hablaré con Ryan y uno de nosotros se pondrá en contacto contigo.
A pesar de la conversación que acababan de mantener, Peter esperaba que fuera
Ryan el que lo llamara. Violet era una mujer demasiado interesante y atractiva para
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su paz mental.
Sin embargo, cuando la despidió, se descubrió preguntándose si Violet iría a la
fiesta del viernes. Y mientras se dirigía a la tercera planta para visitar a su paciente,
no fue capaz de sacarse a Violet de la cabeza. Al menos hasta que se detuvo en el
mostrador de las enfermera de la UCI de pediatría y se enteró de cuál era el paciente
que lo necesitaba. Inmediatamente corrió hacia la habitación de Celeste Bowlan. La
niña estaba llorando y nada de lo que hacían las enfermeras era capaz de consolarla.
Por alguna razón, la presencia de Peter siempre había conseguido calmarla. Ryan
caminó a grandes zancadas hacia la cama de aquella criatura de pelo negro y
enormes ojos oscuros.
—Eh, hola —le dijo suavemente—. La enfermera Carmen me ha dicho que tienes
un mal día.
Cuando Celeste volvió su lloroso rostro hacia él, Peter pudo ver la desolación y la
tristeza de su mirada. Hacía un año aproximadamente, estando la niña al cuidado de
una niñera, sus padres habían muerto en un accidente de coche.
A Celeste la habían llevado a una familia de acogida, pero ésta no la había cuidado
tanto como sus padres. Por lo visto, el padre de esa familia era un alcohólico que
conducía bebido el día que había tenido un accidente en el coche con Celeste y ésta
había sufrido una lesión craneal. Además de las lesiones en la columna vertebral y de
que uno de los pulmones se le había colapsado, la niña había sufrido un trauma
terrible. Peter iba a operar la lesión medular, pero tenía que esperar a que se hubiera
estabilizado.
La asistente social le había asegurado que Celeste no volvería con aquella familia
de acogida, pero todavía tenían que encontrarle otra. Incapaz de andar y estando
completamente sola en el mundo, la niña tenía buenas razones para estar desolada.
Peter intentaba visitarla cuanto podía.
Acercó una silla al lado de la cama y le secó las lágrimas.
—Vamos a ver si puedes dejar de llorar para que podamos hablar.
Celeste, que sedada para no sufrir tantos dolores, lo miró adormilada.
—No has venido a verme en todo el día.
—Lo sé, tenía otros pacientes que atender. Ellos también necesitan mi ayuda. Pero
pensaba venir esta noche. Te lo había prometido, ¿recuerdas? Me dijiste que ibas a
elegir dos cuentos para que yo te los leyera.
—¿Y vas a venir esta noche?
—Claro que sí, vendré más tarde —oyó que se acercaba por el pasillo una
enfermera con el carro de los medicamentos—. Pero antes tengo que comer algo y
ver a unos cuantos pacientes.
Los ojos de Celeste volvieron a llenarse de lágrimas.
—Aunque también puedo comprar un sándwich en la máquina de la sala de
espera y comérmelo aquí —dijo—. Así podrás decirme qué vídeos has visto hoy.
Había un vídeo en la habitación y las enfermeras le habían llevado todo tipo de
películas a Celeste.
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—Regresaré en cuanto haya encontrado algo de comida.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo.
Recordó entonces la conversación que había mantenido con Violet y lo que ésta le
había dicho sobre el agotamiento. Quizá Violet pudiera pasar algún tiempo con
Celeste; una mujer con tanto tiempo libre era justo lo que la niña necesitaba.
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Capítulo 3
El salón de baile del hotel era suntuosamente elegante. Los asistentes permanecían
sentados en unas sillas tapizadas de brocado de color champán, alrededor de las
mesas vestidas con manteles de color rosa palo. Había velas iluminando cada una de
las mesas, además de las arañas de cristal que colgaban del techo y proyectaban
arcoiris de luz.
Violet estaba sentada con Lily, Ryan, su hermano Miles y algunos amigos de éste,
y miraba con frecuencia a Ryan, que parecía cansado aquella noche. La preocupaba
que los dolores de cabeza hubieran empeorado y se alegraba de que Peter hubiera
podido concertar una cita para el día siguiente por la mañana. Ryan le había dicho a
Lily que tenía que ir a Houston por un asunto de negocios y le había dado el nombre
del hotel en el que iban a alojarse. Lily parecía haber aceptado la explicación, pero
Violet era consciente de la tensión que estaban provocando sus mentiras.
Un grupo de cámara había amenizado la cena, pero había dejado de tocar y, en
aquel momento, una mujer estaba golpeando suavemente el micrófono para
probarlo. La mujer sonrió al público y dijo:
—Quiero darles la bienvenida a esta fiesta para recaudar fondos que celebramos
en memoria de Estelle Clark.
La mujer del micrófono debía de tener aproximadamente la misma edad que
Violet y había algo en ella que le resultaba familiar. Era una despampanante morena
vestida con un modelo de chifón de color esmeralda que parecía haber sido
especialmente diseñado para ella.
Lily se inclinó hacia Violet.
—Stacey tiene una boutique. Yo compro mucho allí. Además, es...
Pero Stacey había vuelto a hablar, interrumpiendo así las palabras de Lily.
—Como muchos de ustedes saben, para mí es un honor estar aquí, y estoy
encantada de poder ayudar a reunir fondos para comprar un equipo destinado al ala
del hospital, construida en memoria de mi madre.
Y entonces Violet comprendió por qué aquella mujer le resultaba familiar. Era la
hija de Estelle Clark y la hermana de Peter. Stacey continuó diciendo:
—Y ahora, para no aburrirlos, comenzaremos con lo más destacado de este
acontecimiento: nuestra subasta de solteros. Señor Kinsdale, suba al escenario.
Un hombre alto y rubio de unos treinta años subió y se acercó al micrófono.
—Permita que le echen un vistazo. El señor Kinsdale ofrece la posibilidad de pasar
todo un día jugando al golf en su club de campo, además de una cena con vistas al
agujero número dieciocho. Y la subasta comienza con cien dólares.
Las fueron subiendo rápidamente. Dos mujeres en particular comenzaron a
disputarse la puja.
—Son enfermeras —le explicó Lily a Violet con una sonrisa—. Por lo visto la
mayoría de ellas han estado ahorrando durante todo el año para esta subasta.
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La puja alcanzó los dos mil dólares.
—Deberías pujar tú también —le urgió Lily a Violet mientras iban sucediéndose
los caballeros en el escenario.
—No creo que sea la mejor manera de conseguir una cita —bromeó Violet—. Creo
que prefiero donar un cheque...
Sin embargo, cuando vio que Peter Clark subía al escenario, se interrumpió a
media frase. Iba vestido de esmoquin y, a pesar de su porte elegante, parecía sentirse
incómodo.
—Eh, aquí está —bromeó Stacey—. Esta noche tengo el placer de poner a mi
hermano a su disposición. Me ha costado mucho convencerlo, así que ahora no me
desilusionen. Quiero que la puja suba muy alto.
Bajó la voz y dijo en tono conspirador:
—Tiene un ego enorme, y no queremos que sufra, ¿verdad? Vamos, les estamos
ofreciendo una cita en Riverwalk con el doctor Peter Clark. Y en este caso
empezaremos con doscientos dólares.
Las enfermeras comenzaron a pujar otra vez, pero en aquella ocasión, Violet no
pudo quedarse callada. Levantó el número que le habían asignado para participar en
la subasta y gritó:
—¡Quinientos!
Lily le dio un codazo.
—Eso es, adelante.
Violet se sonrojó intensamente y se desinfló en cuanto comenzaron a subir las
ofertas. Sin saber si era su naturaleza competitiva o las ganas de pasar una velada
con Peter lo que la impulsaba, decidió aumentar la cifra, y pronto las ofertas
alcanzaron los, dos mil quinientos dólares. Una de las enfermeras, rubia y menuda,
no parecía dispuesta a renunciar. Pero tampoco lo estaba Violet. Fueron subiendo las
ofertas de cincuenta en cincuenta dólares hasta llegar a los tres mil.
—Bueno, bueno, parece que están dispuestas a ofrecerle a Peter una noche digna
de recordar.
Violet no se atrevía a mirarlo, pero aumentó su oferta:
—¡Tres mil quinientos dólares! —gritó, y todo el mundo enmudeció.
La enfermera sacudió la cabeza y Stacey esbozó una enorme sonrisa para
anunciar:
—La número veinticuatro acaba de ganar la posibilidad de escuchar a mi hermano
hablando de medicina durante toda una velada. Peter, asegúrate de que se divierta
un poco, ¿de acuerdo?
Peter sacudió la cabeza con la resignación propia de un hermano mayor, le dio un
abrazo a Stacey y bajó del escenario.
Violet no sabía qué hacer.
—Ve a hablar con él —la animó Lily, dándole un codazo.
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Por lo menos así no tendría que fingir que no lo conocía, se dijo Violet. Y quizá eso
pudiera servirle de excusa para justificar el entusiasmo con el que había pujado.
¿Pero por qué necesitaba una excusa? E inmediatamente le respondió la voz de su
conciencia: porque no quería que Peter supiera que se sentía atraída hacia él.
Encontró a Peter en la parte posterior del escenario, hablando con una mujer que
Violet reconoció como Linda Clark.
Peter recorrió a Violet con la mirada, tomando buena cuenta de su cuidado
aspecto. Violet no pudo menos que emocionarse al ver el brillo que adquiría la
mirada de Peter, pero se obligó a tranquilizarse. Para ella, su profesión siempre había
sido más importante que su trabajo pero, en el fondo, también sabía que estaba
utilizando el trabajo como excusa para proteger su corazón, especialmente en un
momento de transición en el que tenía que tomar decisiones muy importantes. Su
estancia en Red Rock era temporal y en sus planes no entraba el tener una aventura
fugaz. Pero aun así, el pulso se le aceleró cuando se acercó a Peter.
—La mujer que ha conseguido poner fin a mi sufrimiento —dijo el médico
alegremente—. Linda, te presento a Violet Fortune. Violet, ésta es mi hermana, Linda
Clark.
La hermana de Peter le estrechó la mano y sonrió con calidez:
—Seguro que lo pasáis estupendamente —saludó con la mano a alguien que
estaba detrás de Violet—.Y ahora, si me perdonáis... Parece que esta noche tengo que
estar en todas partes a la vez. Ha sido un placer conocerte, Violet —le dio a su
hermano una palmada en el brazo—. Y acuérdate de que la fiesta de cumpleaños de
papá y de Charlene es el domingo por la tarde.
Por un instante, Violet advirtió la consternación que cubría el rostro de Peter, pero
fue un sentimiento que desapareció tan rápidamente que llegó a preguntarse si no
habrían sido imaginaciones suyas. ¿Acaso no querría ir a la fiesta de su padre?
Estaban en una sala en la que había cerca de trescientas personas, pero cuando
miraba a Peter a los ojos, Violet se sentía como si estuvieran solos en el desierto. Era
una idea descabellada e inmediatamente intentó quitársela de la cabeza.
—He pujado por ti porque era por una buena causa y así no tengo que seguir
fingiendo que no te conozco cuando estemos delante de Ryan y de Lily. Pero si no
quieres que tengamos la cita, lo comprendo perfectamente.
—La cita era parte del compromiso —contestó Peter muy serio—. Hace tiempo
que no voy por Riverwalk, pero si a ti no te apetece...
—Me encantaría ir —se precipitó a contestar—, pero no quería que te sintieras
obligado. Esto va a ser casi como una cita a ciegas.
—No estoy ciego, Violet —contestó él mientras la recorría con la mirada.
Violet no supo qué decir.
—¿Piensas quedarte mucho más por aquí? —le preguntó Peter.
—No sé, todavía tengo que pagar lo que debo.
—Me gustaría que vinieras a ver a una de mis pacientes, ¿quieres venir conmigo al
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hospital?
—¿Ahora?
—Sí, ahora mismo.
Violet señaló su vestido.
—¿Así vestida?
—Créeme, a nadie le va a importar.
—De acuerdo —contestó, intrigada por su petición—. Iré a pagar lo que debo y
nos veremos en el vestíbulo.
—Voy contigo, yo también quiero hacer una donación.
La agarró del brazo y la guió entre las mesas.
Violet no estaba acostumbrada a que ningún hombre, salvo su padre o sus
hermanos, se mostrara tan protector con ella. Pero mientras sentía los dedos de Peter
ardiendo sobre su piel, alzó la mirada hacia sus hombros anchos y musculosos y
sintió que se aceleraba por dentro como no lo había hecho en toda su vida. ¿Qué le
estaba pasando?
Tuvieron que esperar frente a una de las mesas situadas cerca de la puerta a que
otras mujeres terminaran de pagar.
—¿Esto lo han organizado tus hermanas? —le preguntó.
—Desde luego. Han estado muy involucradas en el ala de pediatría desde sus
inicios.
—Han hecho un trabajo maravilloso. ¿Tu padre también ha venido?
—No —contestó Peter lacónico y, cuando se dio cuenta de la sequedad de su
respuesta, añadió—: Mi padre rehizo su vida cuando murió mi madre.
—Eso es estupendo, ¿no?
—Depende de cómo lo mires. No habían pasado ni diez meses de la muerte de mi
madre cuando se casó.
—¿Cuántos años tenías tú entonces?
—Trece. Stacey once y Linda nueve.
—Lo siento, Peter, no soy capaz de imaginarme lo que sería perder a mis padres, y
mucho menos siendo tan pequeña.
La cola había ido disminuyendo y eh aquel momento, la mujer que atendía la
mesa alzaba la mirada expectante hacia Violet.
Peter sacó su chequera del bolsillo interior de la chaqueta y Violet comprendió que
la conversación había terminado. Quizá fuera lo mejor. Peter y ella eran colegas de
trabajo en lo que a Ryan se refería y era preferible que su relación no fuera a más.
Minutos después, estaba cruzando el vestíbulo cuando Peter comentó:
—Apenas he podido ver a Ryan esta noche, pero me ha parecido verlo cansado.
¿Los síntomas se están agudizando?
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—No que yo haya notado, pero cuando está Lily delante, suele disimularlos.
—¿Qué le ha parecido a Lily que se quede a pasar la noche en Houston?
—Ella cree que tiene una cena de negocios.
El portero les sostuvo la puerta mientras salían a la noche. Peter señaló hacia la
zona del aparcamiento, sacó las llaves del bolsillo del pantalón, abrió el coche y le
sostuvo la puerta a Violet.
—Así que esas cosas tienen una función práctica —comentó al verla subir,
señalando la raja del vestido.
No era la primera vez que Violet llevaba un vestido como aquél, y tampoco la
primera vez que sentía sobre ella la mirada de un hombre. Pero en aquel momento, al
ver el brillo de admiración que iluminaba los ojos de Peter, se sintió cohibida. Se tapó
la pierna, fingiendo que lo hacía para que la puerta no pillara la tela del vestido.
Peter, después de asegurarse de que estuviera cómodamente instalada, cerró la
puerta tras ella.
Segundos después, el perfume de Violet se fundía con la fragancia de la colonia de
Peter en el interior del coche. Violet no pudo evitar fijarse en la mano del
neurocirujano cuando éste giró la llave del encendido. Tenía unas manos grandes, de
dedos largos y, al verlas, podía imaginarse perfectamente su pericia como cirujano.
Desgraciadamente, también podía imaginarse otras muchas cosas... ¿Cuánto tiempo
había pasado desde la última vez que la había acariciado un hombre?
—¿Has estado alguna vez en el Hospital de San Juan? —le preguntó Peter.
—Estuve hace unos años en urgencias, cuando Miles se chocó con una alambrada
de púas y tuvieron que ponerle unos puntos.
—Vaya.
Violet sonrió.
—No fue eso precisamente lo que él dijo.
Al ver que Peter se echaba a reír, Violet le preguntó:
—¿Conoces a mis hermanos?
—Conocí a Steven en la fiesta de Noche Vieja de Ryan y Lily. Tus otros hermanos
también pasaron un momento por la fiesta.
—¿Y estuviste en la boda de Steven y Amy?
Su hermano había encontrado al amor de su vida y se habían casado una semana
atrás, pero Violet no había visto a Peter entre los invitados.
—Acababa de llegar a la boda cuando me llamaron del hospital y tuve que
marcharme antes de que hubiera empezado la ceremonia. Creo que también se casó
tu hermano Clyde.
—Sí. Su mujer y él volverán de su luna de miel la semana que viene. Steven y Amy
sólo se han tomado unos días de vacaciones porque quieren tener el rancho en orden
para cuando se celebre la fiesta en honor a Ryan.
—He oído decir que va a recibir el premio Hensley Robinson. Y creo que se lo
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merece.
Peter giró hacia el aparcamiento del hospital y desde allí se dirigió hacia uno de
los laterales del edificio, en el que estaban reservadas las plazas para los médicos.
Minutos después, uno de los vigilantes del hospital saludaba a Peter con un
asentimiento de cabeza y miraba con curiosidad a Violet. Evidentemente, no todos
los días se veía un vestido como el suyo en el hospital. Peter cruzó junto a ella el
vestíbulo desierto y saludó a la mujer que estaba sentada tras el mostrador de
información.
—Buenas noches, Myra.
—Buenas noches, doctor Clark. Me alegro de ver que ha salido del hospital.
Trabaja demasiado —le confió a Violet, como si estuviera al tanto de toda la vida del
médico.
—He oído decir que los médicos tienen ese problema —respondió Violet muy
seria.
—Hasta luego, Myra —se despidió Peter.
Agarró a Violet del brazo y se dirigió con ella hacia los ascensores.
Su contacto fue como una sacudida eléctrica y Violet se descubrió preguntándose
cómo estaría Peter sin aquel traje... Pero en cuanto se sintió enrojecer, descartó aquel
pensamiento. No entendía lo que le pasaba desde que había conocido a Peter Clark,
pero no le gustaba nada. Desde que era una adolescente, había aprendido a que fuera
su cabeza la que dirigiera su vida, y no las hormonas o el corazón, y eso no iba a
cambiar.
Entraron en el ascensor. Peter presionó el botón del tercer piso y, segundos
después, salían y giraban hacia la izquierda, siguiendo el letrero que señalaba el ala
de pediatría. Mientras cruzaban el pasillo, Violet no pudo menos que preguntarse
qué estaba haciendo allí con Peter, qué era lo que le había hecho contestar
afirmativamente sin pensar siquiera a quién iban a ver.
En vez de dirigirse hacia la unidad de pediatría general, Peter giró de pronto hacia
la zona de cuidados intensivos. Las habitaciones de aquella zona estaban justo
enfrente del mostrador de las enfermeras, separadas del mismo por unos paneles de
cristal.
Peter posó la mano en la espalda de Violet.
—Quiero ir a comprobar un historial, espera un momento.
Unos minutos después, estaba de nuevo a su lado.
—Vamos a ir a ver a Celeste Bowlan. Es una niña de seis años que no tiene a nadie
que se ocupe de ella, salvo la trabajadora social... y yo. Tuvo un accidente de coche
con su padre de acogida, que iba bebido. Supongo que no hace falta decir que no va a
volver con esa pareja. La ambulancia la trajo con un pulmón colapsado, una fractura
en la espalda y heridas en el abdomen. No hemos podido operarla todavía. La
operación está programada para el lunes. Hemos conseguido estabilizar a Celeste,
pero está sedada.
Cuando me mira con esos enormes ojos castaños, me rompe el corazón. Necesita a
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alguien que se ocupe de ella, que venga a visitarla. Y he pensado que como ahora
dispones de tiempo libre...
Violet se quedó helada. Y todavía no se había recuperado cuando Peter se dirigió a
uno de los cubículos de la UCI. Al ver que la había dejado atrás, Peter miró por
encima del hombro.
—¿Qué te pasa?
—Yo... no sé si deberías haberme traído aquí.
—¿Por qué?
—Porque no sé si quiero involucrarme en esto...
—Supongo que lo dices por la paciente que perdiste...
—En parte es por eso. Pero desde entonces, he estado... un poco apartada...
—¿Quieres decir que te has distanciado de tus pacientes?
—No he vuelto a tratar a nadie desde entonces.
—Celeste sólo tiene seis años y está sola —se limitó a decir—. Leerle un cuento de
vez en cuando o hablar un rato con ella puede suponer un gran cambio para la niña.
—¿Te refieres a la relación mente—cuerpo? —preguntó Violet, consciente de que
algunos médicos tenían mucha fe en ella y otros no tanta.
—Desde luego.
Evidentemente, Peter era de los primeros.
Peter continuaba mirándola con una intensidad que a Violet le resultaba excesiva.
—¿Dónde está? —preguntó.
Peter señaló hacia el segundo cubículo, presionó un botón y la puerta de cristal se
deslizó silenciosamente. Él fue el primero en cruzar el umbral. Violet vaciló un
instante, pero inmediatamente entró tras él. La puerta se cerró tras ellos.
—¿Doctor Clark? —preguntó una voz infantil.
—Se supone que deberías estar dormida —la regañó con amabilidad.
Se acercó a la cama y encendió una luz tenue.
—¿Me va a leer un cuento? —preguntó Celeste con una voz dulce que le llegó a
Violet al corazón.
—Creo que es un poco tarde para que te cuente un cuento, pero he traído a
alguien a quien quiero que conozcas.
Violet se acercó a Peter y bajó la mirada hacia su paciente. Era una niña de
enormes ojos oscuros con el pelo negro y completamente liso. Se inclinó hacia ella y
la agarró de la mano.
—El doctor Clark me ha dicho que te llamas Celeste. Es un hombre precioso.
—Lo eligieron mis padres —contestó la niña con orgullo, y los ojos se le llenaron
de lágrimas—. La señora Gunthry dice que mis padres están en el cielo. Y yo también
quiero ir al cielo.
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A Violet se le hizo un nudo en la garganta. Oyó que Peter decía tras ella:
—La señora Gunthry es la trabajadora social que se ocupa de Celeste.
Violet se agachó un poco más, le apartó un mechón de pelo de la cara y le dijo:
—Estoy segura de que tus padres están muy orgullosos de ti.
—¿Por qué?
—Porque estás siendo una niña muy valiente. Estoy segura de que te están viendo
y que están deseando que te pongas mejor.
—¿Y cómo me pueden ver?
Como Violet había atendido también a muchos niños, sabía que eran capaces de
hacer infinitas preguntas para las que no siempre se encontraba una respuesta.
Acarició ligeramente el pecho de la niña.
—Ellos siempre vivirán en tu corazón y te ayudarán a ser fuerte y a que te pongas
bien.
—¿Y me ayudarán para que pueda volver a andar?
En aquella ocasión Violet se volvió hacia Peter, puesto que no conocía cuál era el
diagnóstico de la pequeña.
—Vas a volver a caminar, Celeste —le dijo con determinación—. Y ellos van a
estar viéndote. A lo mejor tardas un poco, pero mucha gente va a ayudarte a
conseguirlo.
—¿Y usted?
—Sí, y también otras enfermeras y otros médicos —Peter miró el reloj—. Y ahora
Violet y yo nos vamos a marchar para que puedas dormir.
—No se vaya —susurró la niña.
—Volveré —le prometió Peter—.Ahora tengo que llevar a Violet hasta su coche,
pero después vendré y me quedaré un rato contigo, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —musitó Celeste mientras se le iban cerrando los ojos.
Violet le acarició la mejilla; estaba deseando poder hacer algo por Celeste y sabía
que volvería a visitarla.
En cuanto salieron, Peter le explicó:
—La medicación la mantiene dormida y, en estas circunstancias, es lo mejor para
ella.
—Esa criatura es capaz de romperle el corazón a cualquiera —admitió Violet
emocionada—. ¿De verdad vas a volver?
—Siempre cumplo mis promesas.
Había tal seguridad en su voz que Violet no pudo menos que creerlo.
—Me gustaría venir a verla de vez en cuando.
—Contaba con ello —contestó Peter con una sonrisa.
—¿Crees que tengo demasiado tiempo libre?
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—¿Tú no lo crees?
—No sé, es agradable no tener que vivir pegada a un horario.
Se detuvieron al llegar al ascensor y Peter presionó un botón.
—Eres muy joven para tener la reputación que te has labrado. Has tenido que
trabajar mucho.
Una vez en el interior del ascensor, sus miradas se encontraron; la electricidad que
crepitaba entre ellos habría servido para iluminar el hospital entero durante toda una
semana. Violet no entendía por qué reaccionaba de aquella manera con Peter y la
asustaba lo mucho que aquel hombre le gustaba. Afortunadamente, el descenso fue
breve. Cuando llegaron al vestíbulo, lo encontraron vacío.
—Supongo que la fiesta del hotel estará todavía en pleno apogeo —comentó Peter
cuando llegaron a las puertas del hospital.
—Espero que Ryan haya encontrado alguna excusa para irse a casa y pueda
disfrutar de una buena noche de sueño.
Peter asintió.
—Es capaz de quedarse hasta que se haya ido todo el mundo sólo para
demostrarle a Lily que no le pasa nada.
—Bueno, mañana lo sabremos.
Cuando salieron del hospital, Violet vio un banco al lado de la puerta y preguntó:
—¿Podemos sentarnos un momento? Me gustaría que me explicaras el pronóstico
de Celeste.
Peter asintió. Cuando Violet se sentó en el banco de hierro forjado, un golpe de
viento le hizo recordar la inminente llegada del invierno. Se estremeció.
Peter debió de advertirlo, porque se quitó inmediatamente la chaqueta del
esmoquin y, antes de que Violet hubiera podido reparar en lo íntimo de aquel gesto,
se la echó por los hombros, haciéndole sentir la prueba tangible del calor de su
cuerpo.
Al final, Peter se sentó a su lado, rozando casi sus rodillas al hacerlo, y le explicó:
—El pronóstico todavía es incierto y no tanto por la lesión como por las
circunstancias de la niña. Me temo que Celeste no va a luchar para recuperarse.
Necesita apoyo, cariño y gente que se preocupe realmente por ella.
—¿La trabajadora social está intentando encontrarle otra familia?
—Sí, e «intentar» es la palabra exacta. Si normalmente es difícil encontrar una
familia para una niña de su edad, lo es mucho más con los cuidados que necesita
Celeste. La trabajadora social ha averiguado que Celeste tiene una tía abuela, pero
tiene más de sesenta años y, al parecer, no le tiene un especial aprecio a la niña. Sobre
todo porque lo único que ha heredado Celeste son unos cuantos muebles de segunda
mano.
Una tía abuela que sólo tenía preocupaciones financieras en mente, nunca podría
ser una buena madre.
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—Explícame cuál podría ser el mejor escenario para Celeste —insistió ella.
—En el mejor de los casos, podré soldarle la columna; la médula ha sufrido algún
daño, pero no severo. Tendrá que pasar de diez a quince días en el hospital y
después la trasladarán a un centro de rehabilitación. Allí tendrá que estar de dos a
cinco meses y después seguir la rehabilitación como paciente externa. Pero ya sabes
que nada de esto es seguro, por eso el estado mental es tan importante.
Sus hombros se rozaban; Violet alzó la mirada hacia él y susurró:
—Pasaré algún tiempo con ella mientras esté aquí.
—Tu atención puede serle de mucha ayuda.
—En realidad, creo que ella me va a ayudar tanto como yo a ella. La medicina ha
llegado a convertirse en algo demasiado rutinario para mí: enfermedades cuyo
desarrollo puedo retrasar, pero no curar, decisiones que pueden tener consecuencias
nefastas o exitosas...
—Nos preparan para que seamos capaces de tomar ese tipo de decisiones.
—Sí, pero al parecer yo no estoy suficientemente preparada para distanciarme de
mis pacientes. Y tengo que aprender a hacerlo.
—No, no lo hagas. Yo no estoy en absoluto distanciado de Celeste, ya lo has visto.
¿Crees que debería estarlo? —negó con la cabeza—. Yo creo que no.
—No lo sé, Peter —contestó Violet con un suspiro.
—Quizá lo averigües mientras estás en Red Rock.
—Quizá, o quizá tenga que volver a ejercer y averiguarlo en Nueva York.
Peter la estudió detenidamente y Violet sintió calor a pesar del frío de la noche.
Estaba tan emocionada que apenas podía respirar. Se sentía como una adolescente en
su primera cita y no estaba segura de dónde iba a llevarla aquella noche. Pero sabía
que podía encontrarse con problemas. Ella nunca había permitido que las hormonas
controlaran su vida. Nunca había buscado una relación porque, siendo muy joven,
había descubierto el daño que un hombre podía llegar a hacer a su vida, a su corazón
y a su futuro.
Con un rápido encogimiento de hombros, se quitó la chaqueta de Peter y se la
tendió.
—Gracias por dejármela. Ahora creo que será mejor que volvamos.
Peter la miró con los ojos entrecerrados, pero no intentó convencerla de que se
quedara. Se levantó, aceptó la chaqueta y, sin decir nada más, se dirigió hacia el
coche.
Condujeron hasta el hotel en silencio. Una vez allí, mientras salía del coche, Violet
le dijo:
—No voy a entrar. Voy a ir directamente al rancho de mis hermanos —no quería
empezar a contestar preguntas sobre dónde había estado o por qué se había
marchado con Peter.
—Te acompañaré a tu coche —no era un ofrecimiento, sino una afirmación.
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—No me da miedo la oscuridad —bromeó ella.
—Pues quizá deberías empezar a tenérselo —replicó Peter sin hacerle caso.
Violet abrió el bolso y sacó las llaves del coche. Presionó un botón y el coche se
abrió. Violet permanecía al lado de la puerta del coche de Peter sin saber exactamente
qué decir. Definitivamente, aquélla no había sido una noche convencional.
—Supongo que te veré mañana. Me preocupa que Ryan conduzca. Le he dicho
que lo esperaría fuera del Doble Corona y que lo seguiría hasta tu casa.
—¿Te ha dicho Ryan que me gustaría que saliéramos a las seis y media?
—Sí, me lo ha dicho.
—¿Y tu hermano no querrá saber a dónde vas? —preguntó Peter.
—Al estar yo en la casa de la piscina, apenas nos controlamos las idas y venidas.
Miles no me vigila tanto como Clyde. No me echará de menos.
Las farolas del aparcamiento proyectaban una combinación de luces y sombras a
su alrededor. Peter le sostenía la mirada. Violet no parecía capaz de desviar la suya, y
tampoco él.
Cuando Peter se inclinó hacia ella, Violet tuvo miedo hasta de respirar. Temía que
se rompiera el hechizo, que una interrupción del busca o cualquier otra cosa le
hiciera cambiar de opinión. A pesar de las campanas de advertencia que sonaban en
su cabeza, quería sentir los labios de Peter sobre los suyos. Quería saborearlo; saber si
la excitación que sentía latir entre ellos era real.
Y en el momento en el que sus labios se rozaron lo supo. Sintió unos brazos fuertes
a su alrededor mientras ella le ofrecía sus labios, diciéndole en silencio que no iba a
apartarse. La tensión sexual que había estado vibrando entre ellos prácticamente
desde que se habían conocido necesitaba encontrar una salida, pero aquel beso fue
mucho más que eso.
Un fogonazo de calor atravesó a Violet, haciendo desaparecer de su mente
cualquier pensamiento lógico mientras su cuerpo se limitaba a responder a Peter.
Mientras él la enloquecía de deseo, ella le rodeó el cuello con los brazos y se estrechó
contra él, sintiendo al hacerlo que su excitación igualaba a la suya.
Aquel beso fue muy distinto de los besos inexpertos de su adolescencia; de los
besos torpes de la primera cita y de tantos otros besos que la habían dejado fría. Se
sentía arder con aquella unión de sus labios y se preguntaba hasta dónde podría
llevarlos.
Pero no tuvo oportunidad de averiguarlo. De pronto Peter interrumpió el beso,
dejó caer los brazos y se separó de ella. Cuando Violet alzó la mirada hacia él,
todavía estaba temblando, pero Peter parecía tan sereno como lo había estado
durante toda la noche.
—Probablemente esto no sea lo más inteligente que hemos hecho en nuestras
vidas —sentenció.
El orgullo impidió que Violet preguntara por qué.
—Sólo ha sido un beso —dijo, como si para ella no hubiera tenido ninguna
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importancia.
Peter inclinó la cabeza, como si quisiera leer a través de sus ojos, pero Violet sabía
que no podía hacerlo. Había levantado murallas a su alrededor durante toda su vida,
desde que, a los quince años, se había quedado embarazada y se había sentido más
sola que en toda su existencia. Sabía que Peter no tenía manera de leer ni en su
corazón ni en su mente.
Abrió la puerta del coche, se deslizó rápidamente en su interior y la cerró. No bajó
la ventanilla para despedirse de él, sino que puso el motor en marcha y, sin mirar
siquiera por el espejo retrovisor, se alejó del aparcamiento.
AI día siguiente, cuando volviera a ver a Peter, estaría preparada. Hablarían
profesionalmente sobre Ryan y después cada uno seguiría su camino. Y fin de la
historia.
Pero continuaba sintiendo en los labios el fuego de su beso y todavía no había
dejado de temblar. Cuando sintió que las lágrimas se agolpaban en sus ojos, tomó
aire para contenerlas. Ella era Violet Fortune, una mujer fuerte e independiente. No
necesitaba a ningún hombre.
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Capítulo 4
La subasta había terminado y Jason Jamison recorrió la sala con la mirada,
alegrándose de no haber sido subastado. Pensó que seguramente habría alcanzado
un alto precio, pero inmediatamente se recordó que se suponía que estaba casado.
Había llevado a «su esposa» a la fiesta y ella se había mezclado entre los invitados. Y
parecía estar mezclándose demasiado.
Melissa no dejaba de adular a Ryan Fortune cuando se suponía que debía
ayudarlo a él a hundir a aquel tipo. En aquel momento, lo tenía agarrado del brazo y
lo miraba con los ojos abiertos de par en par, como una tímida seductora. Lily, la
esposa de Ryan, no parecía muy contenta. Ella sabía lo que se proponía Melissa. Las
mujeres tenían un sexto sentido para esas cosas y Lily no era ninguna estúpida.
Los celos rugieron en su interior cuando vio que Melissa se echaba a reír y se
acercaba un poco más a Ryan. El lenguaje de su cuerpo le indicaba exactamente a
Jason lo que estaba haciendo, y no le gustaba No le gustaba en absoluto. De hecho,
estaba deseando retorcerle el cuello.
Lily se acercó también a Ryan, como si quisiera defender su propiedad. Cansado
de aquella escena, Jason decidió volverse antes de terminar haciendo algo de lo que
después pudiera arrepentirse y abandonó el salón de baile. No fue muy lejos, sólo lo
suficiente como para tranquilizarse un poco. Con la mirada fija en el aparcamiento,
se encendió un cigarrillo e inhaló profundamente, intentando transformar el enfado y
los celos en algo más manejable, en algo más productivo.
En vez de pensar en sus propios celos, debería concentrarse en los de Lily y
averiguar de qué manera podía utilizarlos para hundir a la familia Fortune.
El sábado por la mañana, Violet esperaba en su coche en la puerta del Doble
Corona. Cuando vio salir a Ryan en la camioneta, lo siguió hasta casa de Peter. Como
habían acordado, ella dejó su coche frente a la casa.
Peter, que estaba esperándolos, abrió la puerta del garaje y Ryan metió allí la
camioneta. Violet se reunió con ellos y, cinco minutos después, se dirigían hacia
Houston. Preocupada por Ryan, Violet estuvo intentando mantener una
conversación educada durante un rato, pero al final se impuso el silencio y Peter
encendió la radio.
Cuando llegaron al hospital de Houston, Peter sabía exactamente a dónde tenían
que dirigirse. No se detuvieron en recepción, sino que fueron directamente al
despacho del médico, situado en el segundo piso. Una placa de bronce en la puerta
indicaba que aquél era d despacho del doctor Frank Grimaldi.
Una vez en el interior, los recibió la recepcionista y en cuanto Peter dijo su
nombre, ya no hubo más preguntas.
—El doctor los atenderá inmediatamente. Por favor, siéntense.
La sala de espera estaba amueblada con un cómodo sofá y una mesita de café
sobre la que descansaban los últimos números de algunas revistas. Peter y ella se
sentaron, intercambiaron una mirada con la que parecían estar recordando todo lo
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ocurrido la noche anterior y se volvieron hacia Ryan. Afortunadamente, unos
minutos después apareció el doctor Grimaldi.
Tras intercambiar un enérgico apretón de manos con Peter y uno menos entusiasta
con Violet, le dio la mano a Ryan y le aseguró:
—Pretendemos mantener su identidad en secreto. No tiene por qué preocuparse, y
puesto que va a pagar en efectivo, la confidencialidad será absoluta. Vamos a hacerle
una resonancia magnética dentro de media hora. Me gustaría que me acompañara
antes para examinarlo y cambiarle de ropa. Le haré un examen preliminar y lo
bajaremos a radiología.
Ryan se quitó su Stetson y se pasó la mano por el pelo.
—Acabemos con esto cuanto antes. Estoy deseando saber el veredicto.
—Pero no tendremos los resultados hasta esta noche, ¿verdad, Frank?
—Exacto. La resonancia magnética nos llevará aproximadamente una hora, quizá
un poco más si utilizamos un líquido de contraste, y os sugiero que vayáis a comer
cuando terminemos e intentéis relajaros. Y podríamos vernos de nuevo aquí a las
cuatro.
—¿Vas a esperarme aquí? —le preguntó Ryan a Violet.
—Sí, intentaré ponerme al día de la última moda, los cotilleos y las curas
milagrosas que aparecen en todas esas revistas.
—Estupendo —contestó con una sonrisa—, porque puede que necesite una de esas
curas milagrosas.
Violet le dio a Ryan un enorme abrazo sin saber qué decir. Su tío siempre había
sido una presencia fuerte y enérgica en su vida. Le resultaba absolutamente
imposible imaginarse que pudiera ocurrirle algo.
—Vete con el doctor Grimaldi —susurró con la voz constreñida por la emoción.
Ryan le palmeó la espalda como si fuera una niña y siguió al médico.
Durante los siguientes veinte minutos, Violet estuvo al borde de la histeria. Sí, la
preocupación por Ryan era el motivo principal de su tensión, pero estar sentada con
Peter en la sala de espera tampoco la ayudaba a tranquilizarse. Estando delante la
recepcionista, no podían mantener una conversación de carácter confidencial; en el
caso de que Peter quisiera tenerla, porque parecía completamente concentrado en la
revista.
¿Sería siempre un hombre tan frío y compuesto? ¿No habría nada que lo alterara?
A los pocos minutos, salió el doctor Grimaldi empujando la silla en la que iba
sentado Ryan. Ryan era un hombre fuerte y corpulento, pero en la silla de ruedas y
con una manta en el regazo, parecía más viejo, más cansado.
Violet se acercó a la silla y se arrodilló a su lado. Lo miró a los ojos e, incapaz de
decir nada, le dio un beso en la mejilla.
La recepcionista se hizo cargo de Ryan para llevarlo a radiología.
—Te veré más tarde —le dijo a Peter el doctor Grimaldi, y miró el reloj—. Llego
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tarde a una reunión. Si queréis, podéis esperar aquí —y también él se marchó.
Violet no era capaz de continuar allí sentada leyendo revistas.
—Si me quedo aquí, voy a terminar volviéndome loca. ¿Te apetece salir a dar un
paseo?
—Buena idea, pero creo que antes deberíamos hablar.
—¿Sobre lo de anoche?
—Sobre lo que sucedió en el aparcamiento —bajó la voz—. No debería haberte
besado.
—Yo también te besé —le recordó Violet, esperando oír las razones por las que
Peter creía que lo que habían hecho no era una buena idea.
—Eres una mujer atractiva, Violet, pero vives entregada a tu trabajo. Y no sólo eso,
sino que trabajas en Nueva York. Ya he pasado antes por una situación parecida y no
quiero volver a hacerlo. De hecho, supongo que ni siquiera sabes cuánto tiempo vas a
quedarte en Texas.
—Tengo pensado quedarme cerca de un mes.
—Podemos hacernos mucho daño en un mes. Podemos crearnos tantos problemas
que terminemos arrepintiéndonos de habernos conocido.
—Me alegro de que tengas una bola de cristal, ¿sabes dónde puedo comprar una?
—Es sólo una cuestión de lógica y una buena dosis de experiencia.
—¿Entonces tienes prejuicios contra las mujeres trabajadoras?
—Por supuesto que no, pero tanto tú como yo sabemos en qué consiste nuestro
trabajo. Supongo que lo que pretendo decir, Violet, es que estoy buscando algo más
que pasar buenos ratos en la cama.
—Yo también sueño con tenerlo todo algún día — admitió Violet—. Pero la
verdad es que hasta ahora, no ha habido ningún hombre que me haya hecho
replantearme mis objetivos o el tiempo que dedico a mis pacientes. Y es posible que
eso no cambie nunca.
Pero, por otra parte, ¿no había ido a Texas porque no se sentía cómoda con el
camino que había elegido? El orgullo le impedía decírselo a Peter; él ya se había
forjado su propia opinión. Al final, fue también el orgullo de los Fortune el que le
hizo repetir lo que había dicho la noche anterior:
—En cualquier caso, sólo fue un beso, Peter.
Peter la miró a los ojos en silencio y al cabo de unos segundos respondió:
—Sí, sólo un beso.
Antes de que Violet hubiera podido responder, se abrió la puerta del despacho y
entró una mujer a dejar un sobre en la mesa de la recepcionista.
—Vamos a dar un paseo —sugirió Peter.
Violet comprendió que ya no habría más conversaciones personales. Ignorarían la
electricidad que vibraba entre ellos porque aquélla era la ruta más segura. Pero
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Violet ya no estaba tan segura de que lo más seguro fuera siempre lo correcto.
Cuando terminaron de hacerle la resonancia magnética a Ryan, la tensión que
había entre Peter y Violet estaba a punto de desbordarse. Peter condujo hasta un
pequeño restaurante situado cerca del hotel en el que iban a pasar la noche, sin saber
muy bien cómo comportarse con aquella atractiva doctora. El beso de la noche
anterior había estado a punto de hacerle perder la razón y resucitar sus instintos más
primitivos. Y la verdad era que no estaba acostumbrado a que una mujer le quitara el
sueño. Y, además de todo eso, tenía la sensación de que los resultados de la
resonancia magnética no eran positivos.
Aparcó en una esquina y ninguno de ellos dijo nada hasta que estuvieron sentados
a la mesa y la camarera les llevó la carta.
Ryan leyó la suya, la cerró y la dejó en el plato.
—No tengo hambre.
—Sean cuales sean los resultados, tendrás que cuidarte —insistió Violet.
—¿Todavía te duele la cabeza? —preguntó Peter.
—Ha sido diez veces peor estar en esa máquina. O soportar el líquido que me han
inyectado —gruñó Ryan.
—Cuando terminemos de comer, podemos ir al hotel para que descanses un rato
antes de que vayamos a ver de nuevo al médico.
—Lo que necesito es un whisky.
Después de comer, Peter, Violet y Ryan fueron a descansar, cada uno a su
habitación. A las seis y media, se encontraron en el vestíbulo del hotel para volver al
hospital. Cuando llegaron al despacho del médico, la recepcionista les dijo que en
unos minutos los atendería el doctor.
Diez minutos después, entró el doctor Grimaldi y miró directamente a Ryan.
—¿Quiere que tengamos una conversación privada o prefiere que estén presentes
el doctor Clark y la doctora Fortune?
Ryan se levantó.
—Quiero que vengan conmigo.
Peter y Violet se sentaron flanqueando a Ryan frente a la mesa del médico y éste
comenzó a explicar:
—Ryan tiene un gliobastoma multiforme —miró hacia Ryan—. En términos más
sencillos, tiene un tumor cerebral que, por su extensión, no es posible operar. Los
síntomas que está teniendo, dolores de cabeza, cosquilleo en el brazo y problemas de
coordinación, irán haciéndose más severos hasta que finalmente entre en estado de
coma. Las estadísticas dicen que le quedan entre tres y seis meses de vida.
—¿No se puede operar? —repitió Ryan como si fuera lo único que había oído.
Aunque no era un diagnóstico inesperado, Peter se sentía como si acabaran de
darle un puñetazo en las entrañas. Agarró a Ryan del brazo e insistió:
—Es posible que no se pueda operar, pero eso no excluye otros tipos de
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tratamiento.
—¿Como la quimioterapia? —preguntó Ryan horrorizado.
—Posiblemente. Y quizá también la radioterapia. Hay muchos tratamientos. Estoy
seguro de que podremos encontrar algo.
Pero antes de que Peter hubiera podido terminar, Ryan ya estaba negando con la
cabeza.
—No, no quiero ninguna de esas porquerías. No quiero ponerme peor de lo que
estoy.
Peter sabía que aquel diagnóstico había sido un duro golpe para Ryan y que éste
tendría que llegar a asimilar todo lo que implicaba. Sabía que también Violet estaba
muy afectada. La vio pestañear rápidamente e imaginó que estaba conteniendo las
lágrimas.
—Peter tiene razón —los animó el doctor Grimaldi—. Si quiere que lo investigue,
estoy seguro de que podré encontrar algún tratamiento que le sea favorable.
Colaboraré con cualquiera que necesite más información sobre las pruebas. En Red
Rock necesitará algún médico que esté cerca de usted y...
—No —respondió Ryan tajante—. No veré a ningún médico si no hay nada que
hacer y, por supuesto, no pienso hacerlo antes de haberle hablado a todo el mundo
de lo que me ocurre, y todavía no sé cuándo voy a empezar a dar la noticia.
—Deberías decírselo a Lily —le aconsejó Peter muy serio.
—Todavía no. Antes tengo que pensar en ello —se levantó y se dirigió hacia la
puerta—. Envíele la cuenta a Peter.
Salió y Violet salió corriendo tras él.
Peter se volvió hacia Grimaldi y vio la tristeza que empañaba su rostro.
—También salvamos a muchos pacientes —le recordó Peter, como si supiera que
el médico necesitaba oírlo.
—Eso no es ningún consuelo para Ryan Fortune.
—No, no lo es, pero podría serlo para ti. El único modo de continuar con nuestro
trabajo es intentar mantener la esperanza, una esperanza que pretendo transmitirle a
Ryan. Encontraré algún programa experimental que pueda ayudarlo.
—Te deseo suerte. Y vas a necesitarla, porque ese hombre es muy cabezota.
—Sí, es cierto, pero en cuanto piense en ello, apuesto lo que sea a que preferirá la
esperanza a la muerte.
Peter y Frank se estrecharon la manió para despedirse.
—Avísame para decirme qué ha decidido. Y llámame cuando lo necesites.
Peter hizo una parada durante el trayecto de vuelta al hotel para comprar comida
china. Tenía la sensación de que Violet quería pasar algún tiempo a solas con Ryan.
Mientras ellos lo esperaban en el coche, él entró en el restaurante.
Media hora después, en la habitación de Ryan, deseó haberle comprado una buena
botella de whisky. Pero con un tumor como aquél, podría haberle provocado un
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ataque epiléptico. Sentada a la mesa que había al lado de la ventana, Violet se
dedicaba a abrir los recipientes de comida china. Ninguno de ellos tenía hambre,
pero Violet estaba dispuesta a comer con la esperanza de que Ryan también lo
hiciera. Para su sorpresa, Ryan se sentó a comer, pero estuvo en todo momento con la
mirada clavada en la ventana, sin hablar apenas. Peter sabía que todavía tardaría
algún tiempo en asimilar el diagnóstico.
De pronto, Ryan exclamó casi enfadado:
—No penséis que voy a quedarme sentado esperando a morirme. Tengo muchas
cosas que hacer. Y hasta que yo lo diga, no quiero que se sepa una sola palabra sobre
lo que me pasa, ¿comprendido?
—Comprendido —dijeron Peter y Violet al unísono, aunque ninguno de ellos
estuviera de acuerdo.
—Quiero que mañana salgamos pronto de aquí —decidió Ryan—. ¿Podríamos
irnos alrededor de las ocho?
—Sí, es una buena hora. Yo también tengo que volver pronto para poder hacer
una ronda en el hospital.
Violet llevó los recipientes vacíos de la cena a la papelera del cuarto de baño.
Estaba muy callada y Peter estaba preocupado por su reacción. Sabía que quería
mucho a Ryan y le costaba ponerse en el papel del médico.
Violet salió del baño, agarró su bolso y le dio a su tío un abrazo.
Peter sacó una tarjeta del bolsillo y se la dejó a Ryan al lado del teléfono.
—Llámame cuando quieras. Si no estoy en mi habitación, puedes localizarme en el
móvil.
Ryan asintió agradecido.
Violet se acercó rápidamente a la puerta, la abrió y salió al pasillo.
—¿Prefieres las escaleras o el ascensor? —le preguntó Peter tras ella.
—Las escaleras —decidió ella rápidamente, y hacia allí se dirigió.
Una vez en la habitación de Violet, Peter advirtió su rigidez mientras abría la
puerta. Y su intuición lo llevó a seguirla al interior. Violet se acercó a la mesa que
había junto a la ventana y dejó allí el bolso. No se volvió, sino que clavó la mirada en
la noche y continuó en silencio.
Peter cerró la puerta. Cuando se acercó a ella, advirtió el temblor de sus hombros.
—Violet —dijo suavemente.
—Tengo que ser fuerte —musitó Violet—. No puedo... —se le quebró la voz.
Peter la abrazó con fuerza, la estrechó contra su pecho y la dejó llorar. La llevó
hasta la cama y la hizo sentarse allí, sin dejar de abrazarla.
Como no era capaz de dejar de llorar, Violet se cubrió el rostro con las manos.
—Lo quiero mucho, Peter. Para mí es como un segundo padre. No me puedo creer
lo que está pasando.
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—Yo no lo conozco tanto como tú, así que no puedo decir que sepa lo que sientes,
pero sé lo que es perder a alguien que es importante para ti.
—Ése es el problema, Peter, la pérdida. ¿No estás cansado de perder pacientes?
—No siempre los pierdo. A veces gano la batalla.
—Pero no suficientemente a menudo... No puedo olvidarme de esas dos mujeres a
las que les diagnostiqué un tumor. Una de ellas era madre de dos niños y la otra
estaba doctorándose en estudios africanos. No pude curar a ninguna de ellas —se
interrumpió un momento y añadió—: Y después Anne.
Las lágrimas continuaban deslizándose por sus mejillas.
—Estaba embarazada y le diagnostiqué un aneurisma. Le aconsejamos que se
operara porque estaba en el segundo trimestre de su embarazo. Tanto su marido
como ella confiaban plenamente en nosotros. Pero el aneurisma reventó en la sala de
operaciones y ella murió. La perdimos a ella y al bebé. Su marido me dijo que la
culpa fue mía porque Anne confiaba en mí.
—Tus pacientes tienen que confiar en ti para que puedas trabajar.
—Lo sé, pero me gustaría...
—Te gustaría poder curarlos a todos...
Violet alzó el rostro hacia él. Peter tenía tantas ganas de besarla que todos sus
razonamientos anteriores le parecían inconsistentes. Podían besarse, desnudarse,
disfrutar del sexo y olvidarse durante un buen rato de sus problemas. ¿Pero después
qué? Le acarició la mejilla y le dio un beso en la frente.
—Estoy tan cansada, Peter... —musitó ella—. Cansada de no tener respuestas, de
no ser capaz de ayudar todo lo que quiero...
La mayor parte de los días, la pasión de Peter por su trabajo superaba a todo lo
demás. Pero había otros en los que se sentía como Violet, cansado, inseguro... Por
alguna razón completamente absurda, tenía la sensación de que conocía a Violet
desde hacía mucho más de una semana. Y ésa era la razón por la que continuaba
abrazándola. Y también fue la razón por la que, minutos después, se tumbó en la
cama y le ofreció sus brazos.
—Vamos, te abrazaré un rato A lo mejor, si compartimos la carga, no te parece tan
pesada.
Violet pareció a punto de negarse y Peter estaba preparado para ello. Pero de
pronto, suspiró y se acurrucó a su lado. Al principio estaba un poco tensa, pero
cuando Peter comenzó a acariciarle el pelo, se relajó.
—Esto no es muy normal en mí, Peter —farfulló—. Normalmente no necesito a
nadie.
Mientras continuaba acariciándola e iba oyendo cómo la respiración de Violet se
hacía cada vez más lenta y profunda, Peter no pudo evitar preguntarse por qué
Violet no necesitaba a nadie.
Pero era preferible no preguntar. Si lo hacía, corría el riesgo de involucrarse con
ella más de lo que ya estaba.
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Capítulo 5
Violet nunca se había sentido tan segura... tan protegida. ¿Protegida? ¿Pero de qué
necesitaba que la protegieran? Recordó entonces todo lo ocurrido el día anterior, el
diagnóstico del neurocirujano, la palidez de Ryan... el abrazo de Peter...
Todavía estaba abrazándola. Violet no sabía si debía moverse. Peter tenía el brazo
alrededor de su cintura y la barbilla apoyada en su cabeza; antes de dormirse, Violet
había sentido su erección contra ella, pero Peter no había hecho nada para aliviar su
deseo.
Y Violet sabía por qué. Era un hombre disciplinado y práctico y no quería
complicaciones.
El objetivo de Violet en aquel momento era salir de la cama sin despertarlo. Pero
no había terminado de pensarlo cuando Peter se movió ligeramente y le preguntó en
voz baja:
—¿Estás despierta?
—Sí. No quería despertarte, pero supongo que tienes que ducharte ya si no
queremos llegar tarde.
No podía creer lo mucho que le apetecía quedarse con Peter en la cama. No
entendía a la mujer en la que se convertía cuando estaba cerca de él. La confundía el
efecto que aquel hombre tenía en ella. Y la asustaba.
Con intención de cambiar la imagen que Peter podía haberse hecho de ella el día
anterior, se desasió de su abrazo, se sentó en la cama y se pasó las manos por el pelo.
Sabía que estaba hecha un desastre.
—Acerca de lo de anoche... —empezó a decir, sin saber exactamente cómo iba a
terminar—. Ésa no era yo.
Peter se apoyó sobre un codo y le dirigió una sonrisa.
—¿No eras tú? ¿Estás diciéndome que he pasado la noche con un clon de la
verdadera Violet Fortune?
—Normalmente no reacciono de esa manera en cuestiones relacionadas con mi
profesión.
Peter se irguió y se sentó a su lado.
—Lo de anoche no tenía nada que ver con la medicina. Tenía que ver contigo, con
Ryan y con lo que su enfermedad supone para su familia —Peter la estudió
atentamente—. Llevamos escudos protectores para poder afrontar día a día nuestro
trabajo. Anoche se te rompió el tuyo.
—Era la primera vez que me pasaba... Nunca he podido mostrarme vulnerable en
un mundo dominado por hombres, en el que, precisamente porque soy una mujer,
examinan con lupa cada uno de mis actos. Y no pienso dejar que vuelva a ocurrir.
—¿Personal o profesionalmente?
—No puedo mostrarme débil en ninguno de esos ámbitos. Ryan me necesita y
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también mi familia. Y cuando vuelva a Nueva York, quiero mantener los
sentimientos al margen de mi trabajo.
—¿Tus sentimientos tuvieron algo que ver con lo que le aconsejaste a Anne?
—¡Por supuesto que no! ¡Analicé los riesgos y consideré los posibles pronósticos
con o sin operación!
—¿Entonces por qué te culpas de lo que ocurrió?
—Porque a lo mejor no los analicé con suficiente cuidado.
—Violet —dijo Peter sacudiendo la cabeza—, no me lo creo. Hiciste todo lo que
pudiste y eso es lo único que podemos hacer.
—Pero murieron ella y su bebé —musitó Violet con el corazón desgarrado.
—Por el aneurisma, no por tu consejo. En vez de concentrarte en lo que no puedes
cambiar —la desafió Peter—, concéntrate en ayudarme a convencer a Ryan de que se
someta a algún tratamiento. No podemos dejar que renuncie sin luchar.
—Dejó muy claro que no quiere recibir ningún tipo de tratamiento y yo lo
entiendo. Si va a morir, quiere disfrutar todo lo posible de lo que le queda de vida.
Tanto la quimioterapia como la radioterapia pueden tener graves repercusiones en su
salud.
—Pero también pueden prolongarle la vida.
—Eso no es algo que debamos decidir nosotros, Peter. Es Ryan el que tiene que
hacerlo.
—¿Y vas a aceptar lo que él diga?
—Quiero que Ryan se sienta tranquilo con cualquier decisión que tome.
Peter descartó inmediatamente aquella idea con un gesto.
—La tranquilidad no la va a conseguir renunciando a luchar y yo pienso hacer
todo lo que esté en mi mano para convencerlo de que cambie de opinión.
Violet se levantó bruscamente de la cama y dijo:
—Tengo que ducharme.
Peter también se levantó.
—¿Siempre interrumpes las conversaciones cuando no te gustan?
—No —contestó irguiendo los hombros—, pero es evidente que en esto no
estamos de acuerdo. Tú crees que hablando conseguirás ponerme de tu parte, pero
no es así.
Sacó su neceser de la cómoda y se dirigió al baño.
—Nos veremos en el vestíbulo a las ocho —se metió en el baño y cerró la puerta
tras ella.
Violet estaba agotada cuando llegó a los Ases del Aire. Había sido mucha la
tensión entre Peter y ella. La carretera que daba acceso al rancho estaba bordeada de
árboles. Miles, Clyde y Steven habían comprado aquel rancho y lo habían convertido
en un negocio rentable gracias a la cría de ganado y de pollos. La casa principal era
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enorme, con cinco habitaciones. En aquel momento, mientras conducía a la casa de la
piscina, en la que ella se alojaba, no podía dejar de pensar en Ryan. Lo había seguido
hasta el Doble Corona para asegurarse de que llegaba a salvo. Sabía que era un
hombre orgulloso y que necesitaba tener el control sobre su vida, pero deseaba que
compartiera lo que le estaba pasando con las personas que lo querían y podían
apoyarlo.
Cuando llegó a la puerta de la casa, se detuvo en seco. Había una nota en la
puerta. La quitó, la desdobló y reconoció inmediatamente la letra de una amiga.
Violet, ¡ya hemos vuelto! Ven a la casa principal y te lo contaremos todo. La luna de miel
ha sido maravillosa.
Te quiere, Jessica.
Jessica y ella eran amigas desde la infancia. Cuando su amiga se había encontrado
en peligro por culpa de un acosador, Violet le había sugerido que se escondiera
durante un mes en Ases del Aire con la secreta esperanza de que Jessica y Clyde se
enamoraran. Jessica necesitaba protección y Clyde, una mujer que lo quisiera. Y se
habían enamorado.
Violet se guardó la nota en el bolsillo del pantalón, giró sobre sus talones y corrió
hacia la casa principal. Encontró a Jessica y a Clyde almorzando en el comedor. En
cuanto la vio, Jessica corrió hacia ella radiante.
—Bienvenidos —le dijo Violet mientras la abrazaba.
Jessica le devolvió el abrazo, se separó de ella y la miró con los ojos brillantes.
—Miles no sabía a dónde habías ido.
—No, no lo sabe—contestó Violet.
Como Jessica continuaba mirándola con curiosidad, Violet sacudió la cabeza y su
amiga le guiñó el ojo. Había comprendido el mensaje e iba a dejar el tema. Sin
embargo Clyde, el hermano de Violet, no era tan manejable. Se levantó también para
darle un abrazo y la taladró con la mirada:
—¿Por qué no le has dicho a Miles a dónde ibas?
—Porque no era asunto suyo —contestó con una sonrisa.
—Ha dicho que le dejaste una nota diciéndole que te ibas y nada más.
—Exacto —respondió Violet. Tenía que guardar el secreto de Ryan.
—¿Y a dónde fuiste?
—Tenía un asunto del que ocuparme en Houston.
—¿Qué clase de asunto?
Jessica se acercó a su marido y le tiró del brazo.
—¿Por qué no nos sentamos a almorzar?
—¿Violet? —insistió Clyde.
—Tengo vida propia, hermanito. No me trates como si tuviera dieciséis años.
—¿Pero fuiste sola? —continuó preguntando Clyde.
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Violet sacudió la cabeza exasperada.
—Si continúas sometiéndome al tercer grado, me voy ahora mismo y ya hablaré
esta noche con Jessica.
—De acuerdo —contestó Clyde con el ceño fruncido—, pero mientras estés en el
rancho, eres responsabilidad mía.
—Soy responsabilidad mía. Estoy acostumbrada a la vida de Nueva York. ¿De
verdad crees que no soy capaz de manejarme sola en Red Rock o en Houston?
—Sólo quería saber cómo estás —repuso Clyde malhumorado.
Como Jessica y Violet estaban sentándose a la mesa, las imitó. Jessica señaló el
tercer plato que había puesto.
—Esperaba que llegaras a tiempo de desayunar con nosotros. Afortunadamente,
Miles hizo ayer compra y trajo comida suficiente para varios días.
Violet tomó una rodaja de pan y se preparó rápidamente un sándwich.
—Bueno, ahora contadme vuestra luna de miel.
Clyde y Jessica intercambiaron una mirada cómplice y Violet se sintió de pronto
como una intrusa.
—La luna de miel ha sido maravillosa —contestó Jessica por fin.
—Deberías ir a Cancún —le aconsejó Clyde intentando disimular una sonrisa, y
alargó la mano hacia la de su esposa.
—Creo que os habría parecido maravilloso cualquier sitio al que hubierais ido. Y
hablando de viajes, ¿todavía tienes que ir a Italia para esa sesión fotográfica?
—Sí, pero será un viaje muy corto. De hecho, es posible que Clyde me acompañe
—sonrió mirando a Clyde esperanzada.
—Sí, es posible. Si Miles está de acuerdo en hacerse cargo del rancho otra vez.
—¿Y qué me dices de tu contrato? —preguntó Violet.
Tenía curiosidad por saber lo que iba a hacer Jessica con su carrera profesional.
—Trabajaré a tiempo parcial como portavoz de mi empresa, así que pasaré la
mayor parte del tiempo en casa.
El resto del almuerzo fluyó rápidamente. Clyde y Jessica le hablaron de los lugares
que habían visitado y después de tomarse un vaso de leche y dos pedazos de
bizcocho de chocolate, Clyde se levantó, le dio un beso a su esposa y se fue a trabajar,
no sin antes advertirle a Violet:
—Si piensas volver a salir, avísame.
—¿Para que puedas seguirme?
Incapaz de contener una sonrisa, Clyde elevó los ojos al cielo y se marchó.
—Está preocupado por ti —comentó Jessica.
—No tiene ningún motivo para preocuparse —le contestó Violet.
—Tanto si lo quieres admitir como si no, no estabas bien cuando llegaste.
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¿Continúas culpándote de la muerte de tu paciente?
Jessica era la única persona a la que Violet se confiaba plenamente.
—No lo sé. He estado intentando analizar lo ocurrido y creo que ya no me hace
tanto daño.
—¿Ya sabes cuándo vas a volver a ejercer?
Violet negó con la cabeza, consciente de lo mucho que dependía de lo que
ocurriera con Ryan.
—Todavía no.
—Miles me ha dicho que en la subasta de solteros conseguiste una cita con Peter
Clark.
—¿Es que mis hermanos sólo saben hablar de mi vida?
—No, también saben hablar del pienso para las gallinas y de los establos —
respondió Jessica con una sonrisa—. Pero tengo que admitir que lo del médico es
mucho más interesante. No sabía que lo conocieras. ¿Cuándo vais a quedar?
—No estoy segura. Ya sabes lo problemáticos que son los horarios de los médicos.
Es posible que no tengamos nunca esa cita.
—¿Pero tú quieres tenerla?
—Incluso en el caso de que la tuviéramos, no serviría de nada. El está aquí y yo
voy a volver a Nueva York.
—Lo dices como si estuvieras pensando en algo más que en una cita.
De pronto, Violet comprendió lo mucho que estaba revelando. Y el silencio le
pareció la mejor opción.
—Si te ha llamado la atención, es que debe de tratarse de alguien muy especial. Te
conozco y sé que prefieres quedarte leyendo una revista médica a tener una cita.
—Sí, es muy especial. Y me llevó a ver a una de sus pacientes —le habló a Jessica
de Celeste.
—¿Y vas a ir a verla otra vez?
—Esta tarde. Mañana la operan y supongo que estará muy ajustada.
—Estoy segura de que para ella será muy importante todo el tiempo que puedas
pasar a su lado.
—Y creo que también será bueno para mí.
Jessica miró a su amiga con los ojos cargados de preguntas que no formuló. Y
Violet se alegró de que no lo hiciera, porque no tenía ninguna respuesta.
Más tarde, ese mismo día, Violet se acercó al mostrador de las enfermeras para
enterarse de cómo estaba Celeste. A diferencia del viernes por la noche, había mucho
bullicio en el hospital.
Después de mirar a Celeste por el cristal, Violet entró en su habitación. Estaba
viendo dibujos animados en la televisión, pero en cuanto la vio entrar, Violet se
convirtió en el centro de toda su atención.
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—Hola.
—Has vuelto...
—Te dije que lo haría —le tomó la mano a la niña—. Mañana el doctor Clark va a
empezar a curarte.
Celeste asintió.
—Ya me lo ha dicho. Y me ha leído un cuento.
—¿Hoy?
La niña frunció el ceño y contestó:
—Antes de que la enfermera me pusiera esos dibujos animados. Pero ya estoy
cansada de ellos.
—Me lo imagino. ¿Quieres que te lea un cuento?
Celeste sonrió de oreja a oreja.
—Léeme el del arcoiris.
Había varios cuentos encima de una mesita auxiliar, a los pies de la cama. Violet
buscó entre ellos hasta encontrar el del arcoiris, se sentó al lado de Celeste y comenzó
a leer.
Llevaba quince minutos allí cuando apareció Peter, pero toda su atención fue para
la niña.
—¿Cómo está mi paciente favorita?
—Muy bien. Violet me está leyendo un cuento.
—Ya veo. He venido para decirte que mañana vamos a despertarte muy pronto
para ver si podemos arreglarte la espalda.
—¿Y después podré levantarme de la cama?
Peter frunció el ceño.
—Mañana no, y a lo mejor tampoco pasado mañana, pero empezarás a curarte y
muy pronto podrás empezar a andar otra vez.
Violet miró el reloj.
—Creo que ha llegado la hora de irme —se inclinó hacia Celeste y le apartó el pelo
de la frente—. Voy a dar una vuelta por el hospital y después vendré a leerte otro
cuento o a ver la televisión contigo.
—¿Y vendrás también mañana?
—Mientras el doctor Clark te esté curando, estarás dormida, pero estaré aquí
cuando te despiertes.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo. Y también te prometo que ahora mismo vuelvo.
Incapaz de contenerse, le dio un beso en la frente y, evitando la mirada de Peter, se
dirigió hacia la puerta.
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Pero estaba avanzando por el pasillo cuando Peter la alcanzó y la agarró del brazo.
Bastó aquel contacto para provocar un cosquilleo en todo su cuerpo. Cuando lo miró
a los ojos, el pulso empezó a latirle erráticamente, hasta que se acordó de su pequeña
paciente.
—¿Ha ocurrido algo?
Peter la miró con expresión insondable.
—Es posible que la operación dure gran parte del día. Quizá Celeste no esté en
condiciones de recibir visitas hasta mañana por la noche.
—En cualquier caso, creo que es importante que haya alguien a su lado. Aunque
no esté despierta, podrá sentir mi presencia.
—Tendrás que esperar muchas horas para poder verla.
—Pues tendré que esperar. ¿A qué hora la vas a operar?
—La operación está programada para las ocho.
—¿Podré verla antes de que la trasladen a quirófano?
Peter parecía desconcertado.
—Supongo que sí. Cuando hablé con la trabajadora social, me dijo que no podría
estar aquí a esa hora.
—De acuerdo. Entonces estaré aquí a las siete y no interferiré en el trabajo de
nadie. Sólo quiero que sepa que no está sola.
Peter suavizó ligeramente su expresión.
—Nunca dices o haces lo que espero de ti —admitió con sinceridad.
—No sé a qué te refieres.
—Antes de que vinieras a Red Rock, me había formado una opinión sobre ti a
través de Ryan, Lily, tus hermanos... y de otros médicos.
Violet era consciente de que los rumores que corrían por los hospitales terminaban
extendiéndose más allá de sus puertas, pero era algo que nunca dejaba de
sorprenderla.
—Tienes una gran reputación como médica. Y el rumor que corría por Red Rock
era que eres la única mujer de tu familia además de tu madre que... —se interrumpió,
como si se hubiera arrepentido de lo que iba a decir.
—¿Sí?
—No importa. No debería haber sacado el tema.
—Pero ya lo has hecho y creo que puedo imaginarme lo que ibas a decir. Mi
familia tiene dinero y he sido la única hija de la familia. Por lo tanto, debería ser una
niña mimada acostumbrada a hacer siempre lo que me apetece. ¿Te parece un buen
resumen de lo que ibas a decir?
Peter avanzó hacia ella con expresión disgustada.
—¿Ser un Fortune no es siempre tan fácil como parece?
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—Tiene más ventajas que inconvenientes. La verdad es que probablemente fui una
niña mimada. Aun así, al ser la única hermana, también me sentí sola muchas veces.
Por eso puedo comprender lo que siente Celeste.
Estaban tan cerca que podía recordar cada detalle de la noche que habían pasado
juntos; su delicadeza, su comprensión, el calor de sus brazos a su alrededor, su
fragancia y aquella excitación que Peter había reprimido e ignorado.
Cuando Peter clavó la mirada en sus labios, Violet sintió una extraña debilidad en
las piernas. Retrocedió y tomó aire.
—Si mañana vas a estar aquí, intentaré venir a verte después de la operación para
explicarte cómo ha ido todo.
—Estaré en la sala de espera —respondió, señalando hacia allí, y cuando Peter se
volvió para marcharse, añadió—: Peter, rezaré para que todo salga bien.
Peter asintió y se alejó caminando.
En cuanto entró en el ascensor y las puertas se cerraron, Violet se apoyó contra la
pared. Definitivamente, Peter era un hombre capaz de sacudir todo su mundo y tenía
que decidir si estaba dispuesta a dejarle entrar en él o prefería mantenerlo a
distancia.
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Capítulo 6
Después de la noche de Houston en la que había dormido abrazado a Violet, Peter
había tomado una decisión: tenía que poner punto final a lo que estaba pasando
entre ellos. En más de una ocasión, se había dicho a sí mismo que la atracción física
siempre era algo fugaz. Aunque tenía la certeza de que Violet y él lo pasarían muy
bien juntos, también sabía que ambos saldrían profundamente dañados de una
relación. Violet era exactamente el tipo de mujer con el que él jamás salía. Su vida
giraba alrededor de su trabajo, al igual que la de él. Si a eso se le añadía la distancia,
era evidente que ambos se dirigirían hacia el absoluto desastre. A su edad, la gente
ya tenía la vida hecha. Podía haber cambios, pero era condenadamente difícil
hacerlos. Y Peter quería una mujer que diera prioridad a su marido y a su hogar.
Pero a pesar de la decisión tomada, cuando había visto a Violet con Celeste a
primera hora de la mañana, antes de la operación, se había sentido como si le
hubieran dado una patada en el estómago. Violet se inclinaba hacia la niña, le ofrecía
consuelo y le estrechaba la mano. Afortunadamente, no habían tenido tiempo para
hablar. Peter se había limitado a decirle a Violet que la avisaría cuando la operación
hubiera terminado.
Tres horas después, esperaba que Violet se hubiera marchado. Y, sin embargo, allí
estaba, esperando en la sala, asomada a la ventana. Su perfil era tan puramente
femenino, tenía el pelo tan brillante, e inclinaba la barbilla con un gesto tan asertivo,
pero al mismo tiempo tan vulnerable... Peter tomó aire antes de entrar en la sala de
espera.
—Violet —dijo en un tono inexpresivo.
Violet se volvió expectante hacia él.
—La operación ha salido bien. Ahora el pronóstico de Celeste depende de las
ganas que tenga ella de mejorar. Durante las dos horas siguientes estará en
recuperación y volverá esta noche a la UCI. Esperamos poder pasarla mañana mismo
a una habitación normal.
Aunque hubiera querido mantener las distancias con Violet, no habría podido,
porque ella corrió hacia él con el rostro resplandeciente y los ojos llenos de gratitud.
—Mientras esté aquí, intentaré ayudarla. Necesita a alguien que la cuide, además
de a ti.
—Va a necesitar mucha ayuda para volver a caminar —se mostró de acuerdo
Peter—. La rehabilitación es dura, pero normalmente los niños son muy resistentes
—se interrumpió. No quería prolongar la conversación, pero quería abordar otros
temas—. ¿Has tenido noticias de Ryan?
—No, no me ha dicho ni una sola palabra. He preferido darle un poco de tiempo,
pero estoy preocupada por él. Lo llamaré esta tarde al móvil.
—Yo pensaba invitarlo a comer o a cenar para hablar con él de los diferentes
tratamientos posibles. No puede renunciar todavía.
Por la expresión de Violet, comprendió que ésta se estaba enfrentando a
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sentimientos encontrados. Aunque deseaba con todas sus fuerzas que Ryan probara
algún tratamiento, respetaría la decisión que él tomara, fuera la que fuera.
Pero Peter no podía hacer algo así. Él no sabía renunciar sin luchar y quería
inculcarle a Ryan aquel espíritu combativo. Al parecer, la experiencia que había
tenido Violet con sus pacientes había sido muy distinta de la suya. Quizá fuera
porque, como cirujano, él formaba parte activa del tratamiento. Ella, sin embargo, en
muchas ocasiones tenía que esperar sin hacer nada a que la naturaleza siguiera su
curso; seguramente, no era nada fácil.
Sin dejar de ser consciente de que cada fibra de su ser quería estar cerca de ella,
abrazarla y hacer muchas cosas más, abordó el siguiente tema de la conversación:
—Quería recordarte que pujaste para salir a cenar conmigo a Riverwalk. ¿Todavía
quieres que vayamos?
Después de mirarlo a los ojos durante largo rato, Violet respondió:
—Si a ti te apetece...
Genial. Estaba dejando la pelota en su tejado.
—No soy una persona que acostumbre a faltar a sus compromisos —le aseguró—.
El sábado no estoy de guardia. ¿Te parece bien que quedemos alrededor de las siete?
—Sí, el sábado por la noche puede ser un buen día.
Lo decía como si estuviera deseándolo. Y, para disgusto del propio Peter, él
también aguardaba expectante aquella cita.
Su marido la estaba evitando.
Lily estaba leyendo en el cuarto de estar cuando Ryan llegó del establo el martes
por la tarde. Evitando su mirada, le dijo que iba al piso de arriba para cambiarse
porque tenía que acudir a una cita de trabajo a San Antonio. Lily arrojó la revista que
estaba leyendo encima de la mesita del café y sintió una violenta oleada de enfado.
Una cita de trabajo, sí. Los ojos se le llenaron de lágrimas al recordar a Melissa
Wilkes pendiente en todo momento de Ryan durante la subasta de solteros. Casada o
no, aquella mujer le había echado el ojo a su marido. Pero ella no iba a permitir que
ocurriera nada entre ellos.
Aunque a lo mejor ya había ocurrido...
Tras su reencuentro y posterior matrimonio con Ryan, Lily había estado mucho
más unida a él incluso que cuando eran jóvenes. Pero desde hacía varias semanas,
Ryan se mostraba distante y ella no sabía qué hacer. Le había preguntado si había
algo que lo inquietara y él insistía en negarlo. Pero su actitud desmentía sus palabras.
Y Lily no era la típica mujer capaz de quedarse con los brazos cruzados mientras su
marido estaba teniendo una aventura.
Cuando Ryan regresó al cuarto de estar le preguntó:
—¿Vendrás a cenar?
Ryan continuó avanzando hacia la puerta.
—No creo, así que no me esperes. Te veré cuando vuelva.
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Unos segundos después, Lily oía cerrarse la puerta de la calle.
¿Así que pensaba verla cuando volviera? Después de haber pasado la tarde con
otra mujer, claro. Y ni siquiera le había dado la oportunidad de despedirse de él con
un beso. Estuviera dispuesto a admitirlo o no, allí estaba ocurriendo algo.
Lily se levantó y fue al vestíbulo a buscar el bolso. Desde allí fue corriendo a la
entrada del garaje. Esperó fuera hasta que oyó salir a Ryan y después se metió en
garaje, se montó en su coche y lo siguió a una prudente distancia.
Ryan condujo hacia la zona este de San Antonio. Lily estuvo a punto de perderlo
en varias ocasiones, pero siempre consiguió volver a encontrarlo. El corazón le latía
en el pecho con fuerza. La intuición le decía que la cita de Ryan no estaba relacionada
con su trabajo, pero esperaba que todo fueran imaginaciones suyas.
Al final, Lily se encontró en una urbanización y vio que su marido aparcaba el
coche frente a una hermosa casa de ladrillo.
Lily paró el coche frente a la casa, abrió la guantera y sacó unos prismáticos que
utilizaba en el rancho para contemplar los pájaros. Enfocó con ellos la puerta de la
entrada. Tal como temía, una mujer le abrió la puerta. Era una mujer de unos treinta
años, rubia. Era muy hermosa, aunque excesivamente pálida para el gusto de Lily.
Pero, para su absoluto desconcierto, vio aparecer después a un niño de unos diez
años, rubio también. Iba vestido de futbolista y sonreía con entusiasmo. Ryan lo
envolvió en un enorme abrazo.
Lily ya no necesitaba ver más. Las lágrimas inundaban sus ojos y no podía
respirar. La puerta de la casa se cerró y ella permaneció sentada en el coche,
absolutamente estupefacta.
Cuando sintió que las lágrimas caían hasta sus manos, supo que tenía que
marcharse; tenía que regresar al Doble Corona y pensar lo que iba a hacer.
Mientras giraba la llave del encendido, los pensamientos y los sentimientos fluían
a tal velocidad que no sabía cómo contenerlos. Lo único que sabía era que le dolía
terriblemente el corazón y que ya nada volvería a ser como antes.
Riverwalk era todo un espectáculo en San Antonio, sobre todo los sábados por la
noche. Con una blusa informal y unos pantalones anchos, Violet caminaba junto a
Peter, deseando poder hacer algo para eliminar la sensación de incomodidad que
había entre ellos. Cuando Peter había ido a buscarla al rancho, Violet había visto a
Miles observándola desde la parte de atrás de la casa. Tanto él como Clyde sabían
que aquélla era la cita que había conseguido en la subasta y habían bromeado hasta
el hartazgo sobre ella. Jessica, por otra parte, le había preguntado si había vuelto a
coincidir con Peter en el hospital cuando había ido a ver a Celeste.
Y la verdad era que Violet no había vuelto a verlo desde el día que habían operado
a la niña. Peter no podía estar evitándola porque ella no iba a una hora fija al
hospital. Pero aquella noche parecía haber un muro entre ellos y Violet no sabía
cómo derrumbarlo.
—Hace una noche muy agradable —comentó Peter, rompiendo el silencio
mientras caminaban.
El aire olía a cebolla y a carne a la brasa, a marisco frito y a ajo y llevaba hasta ellos
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el sonido de las conversaciones y el zumbido de una avioneta que volaba por encima
de sus cabezas.
Violet alzó la mirada hacia Peter; tenía un aspecto especialmente viril con los
pantalones de color caqui y la camisa de rayas marrones y negras.
—Sería todo mucho más agradable si no tuviera la sensación de que te sientes
obligado a salir conmigo —le dijo con sinceridad, esperando aligerar la tensión.
Peter se detuvo, la miró y sonrió con ironía.
—Vaya, creía que yo era el único que tenía esa sensación.
—Quería venir esta noche, Peter. Y me gustaría que pudiéramos ser amigos.
Deberíamos estar del mismo lado, no en bandos contrarios.
Al cabo de un largo silencio, Peter comentó:
—He encontrado un hospital en Nueva York en el que están realizando unos
ensayos clínicos sobre tumores cerebrales. Si Ryan cumple los requisitos, podría
conseguirle una plaza.
—¿Y si él no quiere cooperar? —le preguntó ella desafiante.
Había un banco debajo de uno de los robles del camino que bordeaba el río. Peter
la agarró del brazo, la condujo hacia allí y se sentó a su lado.
—Quiero convencerlo de que explore todas las posibilidades.
—A veces incluso los médicos tienen que rendirse ante lo inevitable.
—Quizá. Pero, ¿sabes? Hasta una semana más de vida puede ser importante para
las personas que vas a dejar detrás.
Aquella declaración abría una nueva puerta entre ellos por la que Violet se
precipitó a entrar.
—Tú perdiste a tu madre. ¿Ésa es la razón por la que estás tan empeñado en
conservar la vida de otros?
—Sí, ésa es la razón Mi madre fue la personificación de una vida bien vivida. No
podría haber hecho más por los demás. En primer lugar por su familia, en la que
incluyo también a los niños que acogió, pero eso no era todo. Trabajaba como
voluntaria en una tienda benéfica y ayudaba en un comedor para personas sin hogar.
En términos mundanos, supongo que nadie la consideraría una persona de éxito,
pero en términos humanitarios, fue casi perfecta.
—¿Qué le ocurrió?
—Eso ahora no importa —musitó Peter.
—Yo creo que sí —apoyó la mano en su brazo—. Por favor, cuéntamelo.
Peter la miró a los ojos y entonces ocurrió algo entre ellos; algo que Violet pudo
sentir en lo más profundo de sí, algo que no había sentido nunca hablando con un
hombre. Apartó la mano del brazo, la colocó en el regazo y esperó.
—Tuvo una serie de mareos, los médicos le hicieron pruebas y nos enteramos de
que tenía un tumor. Tres meses después había muerto. Las explicaciones que
intentaban justificar su muerte diciendo que se había ido al cielo no nos servían de
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nada. Y todavía no nos habíamos hecho a la idea de su desaparición cuando, menos
de un año después de la muerte de mi madre, mi padre se volvió a casar.
—Una boda rápida.
—Demasiado rápida para mí. Linda y Stacey parecieron tomárselo mejor, quizá
porque eran niñas y necesitaban una madre. Yo no necesitaba que nadie sustituyera a
la que había sido mi madre. Necesitaba mantener vivos los recuerdos de la madre
que había tenido. Al casarse tan pronto, mi padre parecía estar diciéndonos que la
vida tenía que continuar y que mi madre no había sido importante para él.
—Estoy convencida de que no era eso lo que él sentía.
—No, más adelante pude hablarlo con él. Antes de ir a la universidad, tuve una de
esas conversaciones entre padre e hijo que tanto temen ambos. Él habló mucho más
que yo. Supongo que tenía miedo de que me marchara y no volviera nunca más.
—¿Y es algo que podría haber ocurrido?
Peter estuvo observando a la gente que paseaba por la rivera antes de contestar:
—No, quería demasiado a Stacey y a Linda. Y también quería a mi padre.
Sencillamente, no estaba de acuerdo con lo que hizo. Él me explicó que Charlene
había aparecido en el momento adecuado. Admitió que después de la muerte de mi
madre, se había sentido totalmente perdido y que necesitaba que alguien lo ayudara
a cuidarnos. Teníamos dos niños viviendo con nosotros, Jamie y Carla, que eran más
pequeños que Linda; sólo estuvieron un año más en casa. Jamie regresó con su madre
y a Carla la adoptaron. Después, Charlene y mi padre no volvieron a acoger a más
niños. Cuando mi madre vivía, debieron pasar más de quince por nuestra casa.
—No todas las mujeres tienen la misma vocación maternal.
—Incluso entonces era consciente de eso. Y sé que Charlene tenía una situación
muy difícil conmigo. Pero para mí, nunca estuvo a la altura de mi madre.
—¿Y ahora?
—Es la mujer que hace feliz a mi padre. Se lleva muy bien con Linda y con Stacey
y las llama a menudo. Ella y yo nos respetamos, pero guardamos cierta distancia, y
supongo que siempre va a ser así.
—Y tú te hiciste neurocirujano para que nadie muriera por culpa de un tumor
cerebral.
—Algo así.
Se levantó, poniendo punto final a aquella conversación.
—Ahora ya conoces la historia de Peter Clark y sabes por qué creo que Ryan
debería aprovechar cualquier oportunidad que pueda ayudarlo a conservar la vida.
Violet se levantó también y alzó la mirada hacia él.
—Estoy de acuerdo contigo, de verdad, pero ninguno de nosotros está en la
situación de Ryan y lo que él quiere es disfrutar del tiempo que le queda.
Peter sacudió la cabeza y sonrió con ironía.
—Supongo que si queremos disfrutar de esta noche, vamos a tener que dejar la
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discusión.
—Estoy dispuesta a hacerlo —decidió Violet.
Peter señaló hacia una de las terrazas que se alineaban en la rivera.
—Bueno, ahora déjame llevarte a mi restaurante favorito. Sirven la mejor pasta
con langosta que he comido en mi vida.
Y una hora y media después, Violet se estaba limpiando la boca con la servilleta
después de dejar el tenedor del postre en el plato. Le dirigió a Peter una sonrisa.
—Tenías razón. Ha sido una de las mejores comidas de mi vida. Y la tarta de
queso estaba riquísima. ¿Crees que el cocinero estaría dispuesto a darme la receta?
Peter se echó a reír.
—Si estás dispuesta a pagar...
Habían compartido una porción de tarta de queso con chocolate blanco y en aquel
momento Violet estaba apartando el plato vacío. La llama de una vela titilaba en el
interior del globo de cristal que descansaba en el centro de la mesa y Violet
contemplaba fascinada las sombras que proyectaba sobre el rostro de Peter.
El tiempo había ido pasando a una velocidad desconcertante entre conversaciones
y risas. Violet se sentía como una especie de Cenicienta y tenía que recordarse
constantemente que aquello no era una verdadera cita. Peter no había ido allí por
voluntad propia. Ella había comprado el placer de su compañía y sería una estúpida
si se permitiera olvidarlo.
Mientras comían, había estado amenizando la cena un grupo de música y algunas
parejas bailaban en la pista de baile. No había mucho espacio, pero no parecía que les
importara.
—¿Te apetece otro trozo de tarta? —le preguntó Peter.
Violet negó con la cabeza.
—No, gracias. Los vaqueros ya se me están quedando pequeños. En Nueva York
me alimento a base de café y yogurt.
—No creo que tengas que preocuparte por eso.
El cumplido de Peter, además de su expresión, hicieron que se le acelerara el
pulso. Violet no estaba acostumbrada a esos juegos de seducción y no sabía cómo
manejar la situación. Afortunadamente, Peter la libró de la necesidad de responder.
—Si no quieres más postre, ¿te apetece bailar?
A Violet le dio un vuelco el corazón.
—Me encantaría.
Peter se levantó de la silla de mimbre, rodeó la mesa y la condujo hacia la pequeña
pista de baile.
—La verdad es que he perdido la práctica —musitó mientras la tomaba en sus
brazos.
—No creo que estés peor que yo —admitió ella.
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Inmediatamente pensó que no debería haberlo hecho.
—¿No tienes tiempo para salir a bailar o no te gusta?
¿Cómo contestar a aquella pregunta?
—Supongo que no necesito decirte que cuando me apetece bailar, no tengo
tiempo. Y cuando tengo tiempo, normalmente estoy demasiado cansada o tengo
demasiados recados pendientes como para que me apetezca.
—Podrías intentar explicárselo a mis hermanas. Parecen pensar que cuando llega
la noche del viernes o del sábado y no tengo guardia, debería salir a quemar la
ciudad. No consigo hacerles entender que quedarme en casa no tiene nada de malo.
—¿Pero quieres algo más? —quiso saber de pronto Violet.
—Supongo que dentro de algún tiempo, cuando encuentre a la mujer adecuada.
—¿Y cómo vas a saber que es la mujer adecuada? —le preguntó Violet, y tragó
saliva. De pronto le había parecido una pregunta muy importante.
—Lo sabré.
Todo el mundo pensaba lo mismo y la idea parecía sencilla en principio. Pero todo
dejó de ser sencillo en el momento en el que Peter la estrechó contra él. Violet sintió
que se le aceleraba la sangre en las venas y supo que su forma de reaccionar era algo
más que pura química. Y sospechaba que él también lo sabía.
Peter acercó los labios a su sien y dijo en voz baja:
—Si seguimos pasando más tiempo juntos, vamos a terminar teniendo problemas.
Violet recordó su beso, recordó su abrazo y supo que era cierto. Pero en aquel
momento no le importaba. Además, había tanta gente en un espacio tan pequeño que
nadie prestaba atención a los demás. A su alrededor parecía estar elevándose la
temperatura a una velocidad vertiginosa y Violet se preguntaba si Peter sería capaz
de ver en su interior con una especie de rayos X. Jamás se había sentido así con un
hombre. Nunca.
Peter se apartó ligeramente para fijar la mirada en sus labios y Violet lo miró llena
de expectación.
—Vamos a tener problemas—repitió.
Bajó la cabeza, presionó sus labios con firmeza y de pronto parecieron estallar
fuegos artificiales en la habitación.
Cuando se abrió camino entre sus labios con la lengua, la sensación fue similar a la
de encontrarse en medio de Times Square el día de fin de año, o a la de bajar los
rápidos del río Colorado, o a la de volar a la Luna. Peter le acarició la espalda y
Violet supo que podía notar su sujetador; supo que podía sentirla temblar y supo
también que si hacía el amor con él, probablemente nunca se recuperaría.
Peter inclinó la cabeza, cambiando al hacerlo el ángulo del beso, deslizó una mano
entre ellos y Violet comprendió que estaba tan inquieto como ella. Cuando notó su
pulgar acariciándole el pezón a través de la blusa, dejó escapar un gemido que se
perdió ahogado por el beso y por el sonido de la música, pero que Peter pudo
disfrutar. Él respondió haciendo mas profundas las caricias de su lengua y más
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eróticas las de su mano al tiempo que se estrechaba contra ella.
De pronto, Violet deseó estar en cualquier otra parte. En un lugar más íntimo, en
algún rincón en el que pudieran desnudarse el uno al otro y explorar sus cuerpos.
Cuando pensaba en besar otros rincones del cuerpo de Peter...
Peter apartó las manos de sus senos y retrocedió ligeramente.
—Como ya te he dicho, podemos llegar a tener serios problemas.
Violet estuvo a punto de sonreír ante su evidente disgusto, pero su comentario le
quitó las ganas.
—¿Piensas volver a Nueva York cuando haya terminado todo el asunto de Ryan?
—le preguntó Peter.
Violet sabía lo que ocurriría si contestaba que no. Y también lo que sucedería si
contestaba que sí. Pero tenía que ser sincera con él. No sabía hacer las cosas de otra
manera.
—Sí, volveré a Nueva York. Allí es donde está mi vida.
—Eso es lo mismo que siento yo de Red Rock —apoyó la barbilla en su cabeza—.
Tu trabajo ocupa la mayor parte de tu vida —concluyó como si fuera algo innoble.
—Sí, y también el tuyo.
—No lo niego, pero ya intenté mantener una relación con una doctora en otra
ocasión. Para ella el trabajo era lo primero y...
Se interrumpió y Violet deseó saber desesperadamente de qué manera había
herido a Peter aquella mujer. Por lo que le había contado sobre la muerte de su
madre y sobre su infancia, sospechaba que quería casarse con una mujer que
estuviera completamente entregada a la familia y a él. Al parecer, era algo que había
aprendido de la manera más dura, al igual que ella había descubierto a los quince
años que una mujer podía enamorarse del hombre equivocado, que una mujer podía
llegar a creer que el deseo de un hombre por ella bastaba para aliviar su soledad y
hacerla más feliz.
La canción terminó y Violet comprendió que también había terminado su cita. No
irían a ninguna otra parte desde allí. Si cedían a su atracción, los dos acabarían
sufriendo terriblemente.
Cuando Peter la llevó de nuevo a la mesa, no tuvo que decir una sola palabra.
Salieron los dos en silencio y, por primera vez en su vida, Violet deseó haber elegido
una carrera diferente.
Capítulo 7
A la mañana siguiente, cuando Celeste le rodeó el cuello con los brazos y le dio un
abrazo, a Violet se le llenaron los ojos de lágrimas. Las contuvo inmediatamente. Ella
no era una mujer propensa a las lágrimas. Sin embargo, durante las últimas semanas,
parecía incapaz de reprimirlas.
Pero las lágrimas la debilitaban.
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Cada vez que tenía que dejar a Celeste se le desgarraba el corazón. Y era extraño,
porque jamás en su vida se había sentido tan unida a una niña.
—¿Volverás mañana? —le preguntó Celeste, esperanzada.
Estaban retirándole gradualmente los sedantes y cada vez estaba más despierta.
—Volveré esta noche —le aseguró Violet—.Y te traeré otro cuento. Los que tienes
aquí los hemos leído ya más de veinte veces.
—No tantas —respondió Celeste con una sonrisa.
Una hora después, mientras salía de la habitación de Celeste, Violet se preguntaba
si no sería mejor que una niña de seis años, en vez de estar sola, tuviera una
compañera de habitación. Tendría que hablar con Peter sobre ello.
Además, en la zona de pediatría, había una habitación con seis camas. Cuando
pasó por delante de ella, oyó una voz femenina que le resultaba familiar. Estaba
contando un cuento. Casi inmediatamente, la reconoció. Había tenido oportunidad
de oírla durante la subasta de solteros.
Cuando Violet asomó la cabeza, Stacey Clark le hizo un gesto indicándole que la
esperara.
Como tenía la mayor parte del día libre, a Violet no le importó. Se quedó fuera
escuchando. Stacey era una buena narradora y, hasta que terminó el libro y estuvo
hablando un rato con los niños, no salió al pasillo.
—Siento haberte entretenido.
—No te preocupes.
—¿Qué tal fue la cita con Peter?
Aquél era un terreno peligroso.
—Nos hizo una noche maravillosa.
Stacey inclinó la cabeza y miró a Violet con expresión astuta.
—Ésa sí que es una buena forma de eludir una pregunta. ¿Cómo se portó mi
hermano?
—Tu hermano fue un perfecto caballero —por lo menos durante la mayor parte de
la velada, añadió para sí.
—¡Así que lo hizo todo mal!
Violet no pudo menos que echarse a reír.
—Peter fue perfecto. Disfrutamos de una cena maravillosa e incluso bailamos un
poco.
—Humm. ¿Crees que podré conseguir más información si le pregunto a él?
—Lo dudo —contestó Violet con ironía.
—Ya veo que estás empezando a conocerlo —se puso repentinamente seria—.Yo
sólo esperaba...
—¿Qué esperabas? —la urgió Violet.
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—Que os enamorarais y empezara a disfrutar de algo que no fuera su trabajo.
Violet todavía no era capaz de decidir si la sinceridad de Stacey le parecía
abrumadora o refrescante.
—¿No le crees capaz de llevar las riendas de su propia vida?
—Oh, claro que es capaz. Y a un ritmo vertiginoso. Pero no se da tiempo para
detenerse a disfrutar de las cosas. Y teniendo en cuenta cómo te miraba, yo pensé que
se iba a decidir a tomar un respiro.
—Durante unos segundos quizá —admitió Violet—, pero él quiere mucho más de
lo que yo puedo darle.
Tras estudiarla en silencio durante unos cuantos segundos, Stacey musitó:
—Peter espera demasiado.
—Sabe lo que quiere: vivir en Red Rock y una mujer hogareña.
—Veo que ya lo conoces completamente.
Las dos semanas anteriores habían sido extrañas; Peter y ella no habían tenido una
relación íntima, por lo menos en el sentido estricto de la palabra. Sin embargo, fluía
cierta intimidad entre ellos, les gustara o no. Se habían sumergido en una situación
en la que habían llegado a conocerse muy rápidamente.
—¿Vas a verlo otra vez? —cuando Violet suspiró. Stacey añadió—: Lo sé, lo sé.
Soy una charlatana y una metomentodo pero, ¿vas a volver a verlo?
—Probablemente sólo delante de Celeste.
De pronto, Stacey chasqueó los dedos y una sonrisa iluminó su rostro.
—He tenido una gran idea. Mi padre y su mujer celebran hoy su fiesta de
aniversario, ¿por qué no vienes?
—No conozco ni a tu padre ni a su esposa, ¿no te parece un poco extraño?
—En absoluto. Me conoces a mí, a linda y a Peter. Y me gustaría que los
conocieras. Creo que a mi madrastra le encantarías. La fiesta se celebra en el local
social de su urbanización, será un buffet libre y los fondos que se recauden en ella se
dedicarán a una buena causa.
—¿A qué causa exactamente?
—¿Por qué no vienes y dejas que te lo cuente ella?
—No sé, Stacey...
—Mira, Peter probablemente llegará tarde y se irá pronto. Es posible que ni
siquiera lo veas. El buffet es a las siete y la fiesta terminará en cuanto se haya
acabado la comida. Por favor, dime que vendrás.
Una buena causa y poder ver a Peter...
—¿Necesitas que te conteste ahora?
—No, ven si te apetece. En caso contrario, ya encontraré otra manera de que
conozcas a Charlene.
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Violet tenía curiosidad por saber los motivos por los que Stacey parecía apreciar
tanto a su madrastra y, sin embargo, Peter estaba tan distanciado de ella.
—Parece que tienes una relación muy buena con ella.
—Charlene es magnífica. Llenó un gran vacío en nuestras vidas. Supongo que no
fue nada fácil para ella hacerse cargo de tres niños, más otros dos de acogida. Tuvo
que aprender de golpe a ser madre y esposa. Peter no le puso las cosas fáciles, pero
ella siempre lo ha querido.
Violet comenzaba a sentir una curiosidad irrefrenable.
Stacey miró el reloj.
—Ahora tengo que marcharme. He quedado con y Charlene en el local para
asegurarnos de que esté todo listo para esta noche. De verdad, espero que vengas.
Se despidió con una sonrisa y se alejó por el pasillo.
¿Debería ir o no aquella noche? ¿Quería ver a Peter otra vez?
Sí.
¿Pero quería verla él? De eso no estaba tan segura.
Después de haberse vestido para la fiesta, Violet se pintó los labios. Fuera o no
sensato, había decidido asistir a la fiesta de aniversario que celebraban Charlene y
George Clark. No se quedaría mucho tiempo. Quizá ni siquiera viera a Peter. Pero
quería aceptar la invitación de Stacey y, además, enterarse de cuál era la causa que
apoyaba Charlene Clark.
Cuando sonó el teléfono, cerró el lápiz de labios y fue a contestar.
—¿Diga?
Desde el otro lado de la línea, llegó hasta ella la atronadora voz de Patrick
Fortune.
—Quiero saber qué ha estado haciendo mi hija durante estas últimas dos semanas
puesto que, al parecer, ella no ha tenido tiempo de llamarme.
Violet tenía una buena razón para no haber llamado a su familia. Si sus padres le
preguntaban por Ryan, no quería mentirles o tener que contestar con evasivas.
—¿Les dices lo mismo a mis hermanos cuando tardan dos semanas en llamarte?
Su padre se echó a reír.
—Lo único que pasa es que te echamos de menos, hija. ¿Cómo van las cosas en
Red Rock? Y dime la verdad, no lo que crees que quiero oír.
A Violet se le hizo un nudo en la garganta. Su padre era un hombre maravilloso.
Cuando era niña, apenas lo veía porque su trabajo como presidente del banco
Fortune—Rockwell lo mantenía fuera de casa durante muchas horas. Pero después
de la rebelión de Violet a los quince años y de que su búsqueda del amor hubiera
tenido como resultado un embarazo ectópico que casi le costó la vida, había llegado a
conocer mejor a su padre. Después de la operación a la que había tenido que
someterse, su padre había recortado los viajes y las horas de trabajo. Con aquel
cambio de actitud le había demostrado que era importante para él y, en aquel
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momento de su vida, para Violet eso era más valioso que ninguna otra cosa.
—Están pasando muchas cosas por aquí —le explicó—. Ryan está viviendo bajo
muchas presiones por culpa de la investigación sobre el asesinato. Steven y Amy
están terminando de prepararlo todo para el homenaje que van a darle en el rancho y
yo ando entre una cosa y otra.
—¿Y tu trabajo? —le preguntó su padre con delicadeza—. ¿Sigues culpándote de
la muerte de Anne Washburn?
Su padre era un hombre al que no le gustaba andarse con rodeos, una cualidad
que compartía con Peter.
—En parte, pero ahora estoy ayudando a una de las pacientes de Peter Clark, un
neurocirujano de por aquí.
—¿Ayudando? ¿Eso quiere decir que estás atendiendo pacientes?
—No, no exactamente. Es una niña, se llama Celeste y tiene seis años. Estoy
pasando algún tiempo con ella, contándole cuentos y haciéndole compañía. Creo que
eso nos está ayudando por igual a ella y a mí.
Se produjo una larga pausa, como si su padre estuviera intentando medir sus
palabras, pero al final dijo:
—Si alguna vez decides tener hijos, tendrás que asumir algunos riesgos.
—¿Por qué piensas que no quiero asumir riesgos?
—Tienes miedo de volver a equivocarte en una relación. O de volver a tener un
embarazo ectópico. Tu trabajo te ha llenado hasta ahora, pero de pronto ha dejado de
hacerlo, ¿estoy en lo cierto?
—Completamente, aunque no pienso conscientemente en todo eso.
—Por supuesto que no, porque eres una mujer inteligente y eres capaz de razonar.
El problema es que tu corazón no acepta esos razonamientos.
—Deberías haber sido psicólogo en vez de economista.
Patrick se echó a reír.
—No creo que tu madre esté de acuerdo contigo. A veces dice que yo preferiría
vivir en la Edad Media. Y probablemente tenga razón. Seguramente entonces estaban
más tranquilos.
Violet se echó a reír. Su madre era una mujer con inquietudes. A lo largo de la
infancia, Violet la había visto luchar por mejorar las escuelas, por conseguir leyes que
protegieran a las mujeres maltratadas y por otras muchas causas. Durante algún
tiempo, había pensado que para ella su lucha era lo primero.
Los trillizos, mayores que Violet, se dedicaban a practicar deportes, a salir con
chicas y a montar jaleo en general, decididos a superar a su hermano mayor, Jack.
Violet se sentía fuera de todo aquello y, de alguna manera, había perdido el rumbo
durante algún tiempo. Pero había sido su madre, Lacey, la que la había encontrado
cuando se había producido aquel embarazo. Lacey había estado sentada junto a su
cama noche tras noche. Desde entonces, a Violet no le había quedado ninguna duda
de que su madre la quería y quería lo mejor para ella.
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Había sido su madre la que había contratado un tutor y, consciente de la
capacidad de su hija, le había hablado de profesiones que pudieran interesarla. La
había animado a ser lo que ella quisiera. Y se mostraba tan orgullosa cada vez que la
presentaba como médica, que Violet nunca había querido defraudarla.
—¿Ves mucho a tus hermanos? —le preguntó su padre.
—Jack y Gloria están de vacaciones. Cuando volvieron de la luna de miel,
desayuné un día con Clyde y con Jessica. Todavía están en el séptimo cielo. Miles
normalmente está trabajando o se va a la ciudad. Cuando le pregunto qué hace allí,
se limita a sonreír, a encogerse de hombros y a decirme que se va de juerga, pero no
sé si se divierte tanto como dice. Una enfermera ganó una cita con él el día de la
subasta de solteros y creo que se lo pasaron bien, pero no sé si van a volver a salir.
—¿Tú pujaste por algún soltero en esa subasta?
—Sí.
—¿Y ese soltero tiene nombre?
—Claro que sí. Es el doctor Clark, el neurocirujano del que te he hablado.
—¿El de la paciente a la que estás ayudando?
—Sí, ese médico.
—¿Y?
—Y nada. No tiene ningún interés en una mujer con una carrera tan exigente como
la suya. Y menos si esa mujer vive en Nueva York.
—Hmm. Creo recordar que yo también pensaba que tu madre era una mujer
demasiado apasionada para poder manejarla pero, de todas formas, Cupido se
encargó de hacerme cambiar de opinión. Así que si ha decidido disparar una flecha a
tu corazón, deberías darle la bienvenida.
—Parece que hoy tienes muchos consejos que dar.
—Vaya, vaya. Creo que ésa es una indirecta para que cuelgue el teléfono. No
quiero abusar de tu tiempo. Tu madre y yo estamos pensando en ir a haceros una
visita pronto, así que no te sorprendas si aparecemos por ahí.
—¿No vais a avisarnos antes?
—Eso depende.
—Te quiero, papá.
—Yo también te quiero, hija. Nos veremos pronto.
Si Violet tenía alguna duda sobre si iba a ir a la fiesta de los padres de Peter antes
de aquella llamada, su padre había conseguido hacerlas desaparecer. Iba a correr
aquel riesgo, por pequeño que fuera.
Peter llegaba tarde. La crisis de uno de sus pacientes lo había retenido en el
hospital y esperaba que su padre y su esposa no se tomaran su retraso como un
desaire. Había llegado a tener una relación cordial con ambos y no quería estropear
las cosas.
La casa de su padre formaba parte de una urbanización que parecía un pueblo.
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Incluso tenía una pequeña tienda y disponía de un local de la comunidad de vecinos
que se utilizaba para celebrar bailes, fiestas y reuniones. En aquel momento, estaba
decorado con banderines que recordaban el aniversario, globos y guirnaldas.
Buscó con la mirada a sus padres y a sus hermanas y cuando los vio se paró en
seco. ¿Qué estaba haciendo Violet allí?
Stacey lo vio y salió a su encuentro. Peter arqueó las cejas con expresión
interrogante, mirando a Violet, y ésta se sonrojó ligeramente. Diciéndose a sí mismo
que no le importaba su presencia, Peter felicitó a su padre y a su madrastra y les
deseó que siguieran juntos muchos años más.
Charlene lo miró atentamente y le preguntó:
—¿Lo dices sinceramente?
—Por supuesto. Has hecho muy feliz a mi padre. Cuando se jubile, podréis hacer
muchas cosas para las que no habéis tenido tiempo. Como un crucero a Grecia, por
ejemplo.
—Eso es lo que voy a regalarle por nuestro aniversario —dijo su padre riendo—.
No hay ningún tiempo como el presente. ¿Quién sabe qué puede pasar dentro de
cinco años? Tenemos que disfrutar del ahora.
Charlene deslizó la mano en la de su marido y sonrió. Era una mujer muy
atractiva, con el pelo rubio ceniza y los ojos verdes y conservaba espléndidamente la
figura. Señaló con un gesto a Stacey, a Linda y a Violet.
—Violet, conoces a Peter, ¿verdad?
Decidiendo aligerar el ambiente, Peter explicó:
—Me está ayudando con una de mis pacientes
—Y además —intervino Linda—, Violet consiguió a Peter en la subasta de
solteros. El sábado por la noche estuvieron en Riverwalk.
Peter pareció entonces tan incómodo como Violet. Intentando facilitar la
conversación, Charlene comentó:
—Estaba describiéndole el hogar para madres adolescentes que estamos
rehabilitando. Si tienes tiempo —le sugirió a Violet—, deberías ir a verlo, así te
explicaré lo que estamos haciendo por allí.
—Probablemente quiera que hagas una donación —le dijo Peter a Violet a modo
de broma.
En cuanto lo dijo, vio el dolor que reflejaba la mirada de Charlene, pero ésta no
hizo ningún comentario para desmentirlo. Linda miró a su hermano con el ceño
fruncido y les dijo a Charlene y a su padre:
—He visto por allí a los Wilson, creo que querían hablar con vosotros. Vamos a
saludarlos.
El grupo se alejó, dejando a Violet a solas con Peter.
—He vuelto a meter la pata —dijo Peter con un suspiro. Como Violet seguía en
silencio, le preguntó—: ¿Qué te ha parecido Charlene?
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—Sólo he hablado con ella unos minutos. Hemos estado hablando sobre la
rehabilitación de viviendas antiguas. A mis padres les encantaba hacerlo cuando yo
era niña.
—¿Antes de que tu padre tuviera dinero suficiente como para comprar cualquier
casa que le apeteciera?
—Sí, antes de eso. Creo que yo tenía tres años. En los álbumes familiares hay
fotografías en las que aparezco intentando pintar una pared y cubierta de pintura.
Volvió a producirse esa incómoda tensión entre ellos; la misma torpeza que seguía
a cada uno de aquellos apasionados besos que habían compartido.
Peter le preguntó lo primero que se le ocurrió.
—¿Por qué has venido esta noche?
—Después de ir a ver a Celeste, me encontré con Stacey. Empezamos a hablar y
me invitó a la fiesta. Pero ahora comprendo que no debería haber venido.
—¿Por qué no?
—Porque, por segunda vez, he vuelto a ponerte en una situación embarazosa. Lo
hice en la subasta y he vuelto a hacerlo ahora. Disfruto de tu compañía, pero no
quiero volver a imponerte mi presencia. Me gustaría saber cómo ha reaccionado
Ryan a la idea del programa experimental, pero ya se lo preguntaré a él.
Y antes de que Peter tuviera oportunidad de pensar siquiera una posible
respuesta, le dio las buenas noches y se dirigió hacia sus padres para despedirse de
ellos.
Peter no había estado más confundido en toda su vida. Él nunca había vacilado
una vez tomada una decisión, ni profesional ni personal. Pero Violet Fortune lo
confundía endiabladamente. Aunque su libido le decía que no debería dejarle
abandonar aquel local, su cabeza le decía que era lo mejor para ambos. Y él decidió
obedecer los dictados de su cabeza.
Y no fue hasta muchas horas después, cuando el reloj de la mesilla de noche
indicaba que eran las dos de la madrugada, cuando se dio cuenta de que había
tomado una decisión equivocada. Violet Fortune le había hecho sonreír. Le había
hecho reír. Y, sobre todo, le había hecho necesitarla. Pero era eso lo que más lo
incomodaba. ¿Qué ocurriría si pasaban más tiempo juntos?
Le dio un puñetazo a la almohada, volvió a tumbarse otra vez para intentar
conciliar el sueño y decidió averiguarlo.
Cuando Peter condujo al día siguiente por la tarde a Ases del Aire, tenía un plan,
aunque sabía que podía quedar en nada si Violet no estaba en casa. Consideró el
papel que el destino tendría que jugar en todo aquello. Él no era la clase de hombre
que dejaba las cosas en manos del destino si podía evitarlo, pero en aquel momento
podía ser un factor fundamental.
Había estado antes en aquel rancho. Tomó la carretera de acceso, giró hacia la casa
principal y se dirigió hacia la zona de la piscina. Para su sorpresa, sintió alivio al ver
a Violet desde el coche. Lo aparcó, salió y se dirigió hacia la casa de la piscina.
Se acercó a la puerta y levantó la mano para llamar, pero antes de que pudiera
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hacerlo, la puerta se abrió y apareció Violet frente a él, con aspecto de acabar de salir
de las páginas de una revista de rodeos, con una camisa a cuadros rojos y blancos,
unos vaqueros y unas botas.
Lo miró preocupada.
—¡Peter! ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Le ha ocurrido algo a Celeste? ¿Está bien
Ryan?
—Tranquila, no ha pasado nada. Mi visita no tiene nada que ver con eso. He
venido por otra razón, aunque quizá sí tenga algo que ver con Celeste.
—¿La trabajadora social le ha encontrado ya una familia?
—No, tengo que decidir el centro de rehabilitación más adecuado para ella. Tengo
dos en mente y he pensado que podrías venir conmigo para echarles un vistazo.
—¿Ahora?
—Sí, ¿estás ocupada?
—Pensaba salir a montar, pero eso puede esperar.
Durante el trayecto a San Antonio, feliz por haber conseguido que lo acompañara
Violet, Peter llenó el silencio hablando de ambos centros.
—Visitaremos primero Tumbleweed y después iremos al centro de rehabilitación
Lonestar.
En Tumbleweed, Violet acompañó a Peter a hablar con el director y a visitar las
salas en las que se llevaban a cabo las terapias y estuvo observando a los niños y
jóvenes que componían la mayor parte de los pacientes. En la piscina, habló con una
de las fisioterapeutas sobre las terapias. Hablaron también con un psicólogo que
atendía a todos los pacientes del centro.
El segundo centro, situado a unos diez minutos en coche del primero, era muy
diferente, tanto por la decoración como por el ambiente. Definitivamente, era mucho
más frío. El hospital, sin embargo, tenía una plantilla completamente entregada a su
labor. Había pacientes de todas las edades, con una alta concentración de ancianos.
Cuando regresaron al coche, Violet se volvió hacia Peter y comentó:
—Creo que ya has tomado una decisión, ¿verdad?
Nada de lo que había dicho Peter podía haberle dado esa impresión.
—Sé a cuál la enviaría yo, pero me gustaría conocer tu opinión.
—Estará mejor en Tumbleweed. Estoy segura de que en Lonestar todo el mundo
sería encantador con ella...
—¿Pero?
—Pero Celeste necesita tener niños a su alrededor. Está muy sola y tiene que
establecer vínculos con niños de su edad. Pero todavía sigo sin entender por qué me
has hecho venir.
Lo miraba como si no estuviera dispuesta a aceptar nada más que la verdad como
respuesta.
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—Quiero conocer tu opinión —insistió Peter—. En lo relativo a Celeste, no soy
nada objetivo. En Tumbleweed no pueden ofrecerle todo tipo de terapias, pero no
quiero que eso sea determinante en la elección. Si la envío aquí, puedo costearle
personalmente todas las terapias complementarias que necesite.
Violet esperó en silencio.
—Hay otra razón por la que te he pedido que vinieras. No me gustó cómo te
marchaste de la fiesta de aniversario de mi padre.
Al cabo de unos segundos de silencio, Violet admitió:
—Me sentí como si no tuviera ningún derecho a estar allí.
—¿Fui yo el que te hizo sentirte así?
—Tú no querías que estuviera allí.
Peter ya sabía que Violet era una persona franca. Sin embargo, su honestidad lo
obligaba a enfrentarse abiertamente a los hechos.
—Desde el momento en el que nos conocimos, ha habido una conexión especial
entre nosotros. Y eso me asusta.
—Sé lo que quieres decir.
La trémula sonrisa de Violet hizo que deseara besarla. Pero en cambio, se
conformó con tomarle la mano.
—El problema fue que al verte en la fiesta de aniversario te deseé demasiado.
Después de lo que había pasado en Riverwalk, decidí que necesitaba poner freno a
mis sentimientos. Especialmente al deseo que me consume cada vez que estoy cerca
de ti.
—¿Y has cambiado de opinión? —preguntó Violet muy seria.
—¿Has cambiado tú? —preguntó él con delicadeza.
—Estoy aquí, ¿no?
—Pero lo has hecho por Celeste.
—Por Celeste y por ti.
—Estamos conduciendo por una carretera muy peligrosa.
—Podemos pisar el freno cuando queramos —insistió ella.
Incapaz de resistirse, Peter se inclinó hacia delante y la besó. Fue un beso duro,
corto y voraz, pero su brevedad no diluyó su efecto.
Cuando lo interrumpió, Peter se aclaró la garganta y preguntó:
—¿De verdad quieres seguir adelante?
Violet asintió con los ojos abiertos como platos.
—Pero tenemos que estar muy seguros de que ambos queremos lo que va a pasar
—después de dirigirle una mirada fugaz, sugirió—: Vamos a ver a Celeste para
decirle dónde va a venir a curarse.
Quizá, mientras continuaran siendo capaces de anteponer el bienestar de la niña a
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todo lo demás, su relación con Violet no fuera una locura estúpida.
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Capítulo 8
A Peter cada vez le costaba más dominar su deseo por Violet. El ignorarlo estaba
teniendo como resultado noches de insomnio. Incapaz de interpretar los
pensamientos de Violet, se preguntaba si también ella se sentiría rehén de aquel
sentimiento. Al fin y al cabo, ninguno de ellos quería sufrir. Y tampoco ninguno
quería complicarse la vida más de lo necesario. Pero fuera lo que fuera lo que estaba
ocurriendo entre ellos, cada vez le resultaba más difícil manejarlo.
Esos eran los sentimientos de Peter mientras caminaba de la mano de Violet por el
pasillo del ala de pediatría, algo absolutamente irracional. Jamás se había
considerado a sí mismo capaz de aquellas demostraciones afectivas!
Cuando Violet lo miró justo antes de entrar en la habitación de Celeste, le expresó
con la mirada las ganas que tenía de que la estrechara entre sus brazos. Pero era algo
impensable en aquel lugar.
A Celeste le habían inclinado la cama. El fisioterapeuta había dicho que estaba
respondiendo a la terapia y él esperaba que así fuera. No quería que sufriera
retrocesos. La enfermera que estaba de guardia le había dicho que Violet había
estado allí aquella mañana y se había quedado un par de horas con la niña. Y él
imaginaba que aquellas visitas tenían mucho que ver con la actitud de Celeste en la
terapia.
Cuando Violet avanzó hacia la niña, él mismo pudo sentir el cariño que había
entre ellas.
Violet se sentó al lado de la cama y le tomó la mano.
—Hola, cariño, ya te dije que volvería. ¿Cómo ha ido hoy el día?
—Me han movido las piernas.
—¿El fisioterapeuta ha estado haciéndote ejercicios?
Celeste asintió.
—Me duele —dijo con un puchero.
—¿Mucho?
—No, mucho no. Pero quiero que me deje de doler.
—Ya lo sé —Violet miró a Peter y él asintió—. Sabemos que seguramente estarás
cansada de estar en el hospital, así que hemos hecho los arreglos necesarios para que
vayas a un lugar en el que puedas curarte más rápido —le explicó.
—¿Qué lugar?
Peter se acercó a ella para explicarle:
—Se llama Tumbleweed, y es una especie de hospital. Pero es mejor porque allí
también hay niños.
—¿Niños como yo? —Celeste estaba radiante.
—Algunos son como tú, otros tienen problemas diferentes, pero todo el mundo
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está intentando curarse.
De pronto pareció asustada.
—¿Y vendrá alguien conmigo?
Peter se acercó a donde Violet estaba sentada y posó la mano en su hombro.
—No podemos ir contigo, pero iremos a visitarte.
Sin previa advertencia, Celeste le tendió los brazos a Violet y ella la abrazó con
fuerza.
—No pasará nada, cariño, de verdad que iremos a visitarte. El doctor Clark y yo
hemos ido a conocer a las personas que van a cuidarte y son todas muy amables.
—Quiero que estés allí.
—Iré a visitarte todo lo que pueda, te lo prometo. Y vas a estar tan ocupada que a
lo mejor ni siquiera quieres que vaya a verte.
Celeste sacudió la cabeza con vigor y repitió:
—Quiero que estés allí.
—Yo también voy a ir a visítate, —le aseguró Peter. —El centro está sólo a cinco
minutos de aquí, así que podré ir a comer contigo, o a leerte un cuento.
—¿Te gusta La Sirenita? —preguntó Violet.
Enredando un mechón de pelo en el dedo, un gesto que hacía cuando estaba
afectada por algo, Celeste asintió.
—Estupendo, porque Ariel está pintada en una de las paredes del vestíbulo. Y
también he visto unos perros blancos con motas negras.
Celeste se echó a reír.
—Montones de perros —insistió Violet.
Hasta Peter sabía que se refería a 101 Dálmatas.
—¿Puedes leerme un cuento?
Violet se volvió hacia Peter con expresión interrogante.
—Adelante —se inclinó hacia la niña y le revolvió el pelo—. En Tumbleweed
también hay montones de libros.
Celeste continuaba sin parecer muy convencida, pensó Peter mientras acercaba
una silla a la cama. Los cambios eran duros a cualquier edad y Celeste ya había
sufrido demasiados.
Cuando Peter llevaba a Violet a Ases del Aire aquella noche, no estaba preparado
para separarse de ella. Y quizá ella estuviera sintiendo lo mismo, porque le preguntó:
—¿Quieres pasar? No creo que tenga mucho más que un refresco de cola, pero
puedo preparar una tortilla.
La luna llena acababa de darle a Peter una idea.
—¿Alguna vez has montado de noche?
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—Una vez, hace tiempo, pero no me gusta hacerlo sola. Miles y Clyde se levantan
al amanecer, así que no puedo pedirles que me acompañen. Y Jessica, como está
recién casada y todo eso... —se interrumpió y se echó a reír.
—Yo hace años que no monto de noche. ¿Te apetece que lo hagamos hoy?
Pudo ver la sonrisa de Violet a la luz de la luna.
—Creo que sería maravilloso.
—Estupendo. Vamos a ensillar los caballos.
Una vez en el interior del establo, Violet le mostró varias monturas y le dijo que
eligiera una. Peter eligió un caballo gris oscuro llamado Stormy.
Mientras le palmeaba el hocico, Violet le explicó:
—Su nombre tiene que ver con su color, no con su carácter.
—¿Y cuál es tu caballo?
—¿Cómo sabes que tengo un caballo?
—No sé, supongo que tus hermanos tenían un caballo preparado para ti desde la
primera vez que viniste al rancho.
Violet se echó a reír otra vez y a Peter le encantó el sonido de su risa.
—Pues tienes razón —le dijo Violet, y señaló una yegua de color castaño con la
crin negra—. Se llama Dixie y la adoro —miró hacia los pies de Peter—. Creo que te
valdrán las botas de Miles. Tiene unas de sobra en la habitación de los aperos. Ven.
Quince minutos después, sacaban los caballos al corral y comenzaban a montar
bajo la luz de la luna y de un cielo plagado de estrellas. Durante toda la tarde, Peter
había estado admirando la figura de Violet con vaqueros. La neuróloga había
agarrado una de las chaquetas de franela del establo y se la había puesto encima de la
camisa, pero mientras montaba, Peter podía deleitarse en sus largas piernas y su
esbelta figura. Incapaz de controlar la reacción de su cuerpo, dejó que sus
pensamientos lo llevaran hasta la cama en la que se imaginaba con ella.
Cuando llegaron a una bifurcación, Violet optó por el camino de la derecha.
—Por este camino se va al lago. Es una zona en la que se puede galopar sin riesgo.
Peter fue el primero en empezar a galopar y Violet lo siguió. Con el aire de la
noche, la fuerza de un caballo bajo su cuerpo y Violet a su lado, Peter se sintió
repentinamente libre de cargas, libre de la responsabilidad de ser un cirujano, libre
de las ataduras de la diversión obligada. Durante mucho tiempo, había pensado que
su relación con Sandra era algo del pasado, algo que había superado. Pero desde que
había conocido a Violet, comprendía que lo que había pasado entonces todavía lo
afectaba. Violet no era Sandra. Pero su carrera y el lugar en el que la practicaba
podían llegar a convertirse en un obstáculo insuperable en una relación.
Sin embargo, en aquel momento, mientras cabalgaban hacia el lago, no era capaz
de ver ningún obstáculo. La luz de la luna iluminaba su mundo y el silencio y la
oscuridad recreaban la intimidad que anhelaba compartir con Violet.
Cerca del lago, Violet aminoró el ritmo de su caballo y comenzó a llevarlo al paso
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otra vez; Peter la imitó. Había algo en la luz plateada del agua que le otorgaba la
calidad de un sueño. Los árboles y los arbustos proyectaban sombras que los habrían
envuelto por completo si no hubiera sido por la luz de la luna. El olor de las hojas y
del musgo mezclado con el perfume de Violet, parecía estar diciéndole que debía
disfrutar del momento, del aquí y del ahora.
—¿Quieres desmontar? —preguntó Peter.
—Tengo miedo de que cuando lo hagamos, todo desaparezca...
Peter no era un romántico. Jamás había sido un hombre dado a la mística, pero en
aquel momento comprendía perfectamente lo que sentía Violet.
—Demostremos que es real —sugirió.
Desmontaron y entonces Peter hizo lo que había estado deseando hacer durante
toda la tarde. Tomó a Violet de la mano y encontraron juntos una senda que
bordeaba el lago. Tras detenerse en un lugar en el que los arbustos eran más tupidos,
Peter le pasó el brazo por los hombros.
—¿Tienes suficiente calor? —le preguntó.
—Ahora sí.
Se volvió e inclinó el rostro para mirarlo a los ojos.
Nada en el mundo podría haber impedido que la besara entonces. Todo en Violet
Fortune era intensamente emocionante y tentador. Encajaba entre sus brazos como si
estuviera hecha para él. Y cuando enredó las manos en la seda de su pelo y estrechó
su cuerpo contra el suyo, se fundieron como si estuvieran hechos el uno para el otro.
No hubo vacilación alguna por parte de Violet cuando le rodeó el cuello con los
brazos y murmuró:
—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
Peter sabía a qué se refería. Cuando había ido a Ases del Aire aquella tarde, había
decidido profundizar en su relación con Violet, fuera correcto o no, sensato o
absurdo.
—Pretendo convencerme a mí mismo de que debo guardar las distancias, pero
cada vez que te veo...
—¿Qué?
—Quiero hacer esto —acercó sus labios a los suyos y la besó.
Había pasado mucho tiempo desde el último beso. Y durante aquel tiempo, habían
sido demasiados los sueños que no se habían cumplido. Pero aquel beso era todo lo
real que ellos pudieran hacerlo. Cuando deslizó la lengua en el interior de la boca de
Violet, ésta no sólo aceptó su invasión, sino que respondió a ella acariciándosela con
la punta de la lengua, como si quisiera recordarle que también ella lo deseaba.
La pura fuerza de aquel deseo hizo gemir a Peter. Cuando interrumpieron el beso,
preguntó con voz ronca:
—¿Vamos a tu casa?
—¿A preparar la cena?
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Había diversión en su voz.
—¿Crees que necesitamos alimentar nuestros cuerpos antes de saciar nuestra
lujuria?
Violet se puso repentinamente seria.
—¿Eso es lo que es para ti? ¿Lujuria?
—Es más que eso —respondió Peter con voz ronca.
Pero eso fue lo único que dijo. Era lo único que podía decir. Si Violet iba a
marcharse, las cosas tendrían que ser así.
Aunque su cuerpo temblaba de anticipación por lo que estaba a punto de ocurrir,
no se apresuró durante el camino de vuelta, y tampoco ella. Era como si quisieran
saborear cada momento, cada matiz de lo que compartían: las sombras, el resplandor
de la luna, el suave balanceo de los caballos. Poco tiempo después, estaban
desmontando los caballos y mirándose con los ojos cargados de un deseo tan intenso
como el olor del heno en el interior del establo.
Cuando terminaron, fueron caminando hacia la casa que ocupaba Violet. El frío
aire de la noche arrastraba hasta ellos una realidad a la que Peter no quería
enfrentarse. En el interior de la casa se lavaron; Violet en el cuarto de baño y él en el
fregadero de la cocina.
Cuando regresó a la zona de la cocina, Violet le preguntó:
—¿Prefieres tortilla francesa, unas tortitas o las dos cosas?
Peter se echó a reír.
—Ahora que pienso en ello, la verdad es que no he comido nada desde la hora del
desayuno. Cualquiera de las dos cosas me encantaría.
Prepararon la cena entre los dos. Peter vigiló los huevos mientras ella derretía la
mantequilla para las tortitas. Y ella sacó la tortilla de la sartén mientras él preparaba
las tortitas. Estaban tan cómodos el uno con el otro que Peter tenía la sensación de
conocerla desde siempre. Pero había algo de lo que había querido hablar con Violet
desde que la había visto aquella tarde con Celeste.
Esperó a que prácticamente hubieran terminado de cenar para comentar:
—Celeste se siente muy unida a ti.
—Y yo también a ella —respondió Violet con una sonrisa.
—La verdad es que creo que no lo pensé todo lo que debía antes de pedirte que le
hicieras compañía.
Violet dejó el tenedor en el plato.
—¿Qué era lo que tenías que pensar?
—Celeste ha perdido a muchas personas en su vida. Y cuando te vayas, también te
perderá a ti.
—¿Estás diciéndome que debería dejar de verla?
Peter se reclinó contra el respaldo de la silla y soltó una bocanada de aire.
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—No, no es eso lo que estoy diciendo. Celeste necesita tu apoyo. Lo único que
quiero es que tengas en cuenta que ella te ve como algo más que una enfermera o una
fisioterapeuta.
—Ella me ve como a una amiga.
Peter se levantó sin contestar, tomó su plato y el de Violet y los llevó al fregadero.
Violet lo siguió, echó agua en el fregadero y añadió jabón. Mientras crecían las
burbujas, tenía la mirada clavada en el fregadero y Peter sabía que le había dado algo
en lo que pensar. Cuando se volvió hacia él, le dijo:
—Eres una mujer compasiva y de sentimientos profundos; pero recuerda que
también lo son los de Celeste y que ella es particularmente vulnerable en este
momento.
Cuando Violet alzó sus ojos azules hacia él, Peter pudo ver lo vulnerable que era
también ella. Y se dio cuenta de que el palpitante deseo que continuaba latiendo por
sus venas iba acompañado de demasiadas preguntas para las que no tenía respuesta.
Tomó el rostro de Violet entre las manos y la miró muy serio.
—Dime algo, Violet. ¿Sueles tener aventuras?
—No. De hecho, hace años que no tengo una aventura.
¿Qué estaba deseando que le dijera? ¿Que se acostaba con un hombre diferente
cada pocas semanas? Por supuesto que no. Peter sabía de antemano cuál iba a ser la
respuesta; se lo decían la vulnerabilidad y la inocencia que emanaban de aquella
mujer. Al margen de todo lo que hubiera pensado, limitarse a disfrutar del momento
con Violet Fortune nunca sería tan sencillo. Y ésa era la razón por la que tenían que
hablar muchas cosas.
—No estoy buscando una aventura de una noche. Ni de dos ni de tres. Estoy
buscando una relación duradera y un compromiso como el que mis padres
asumieron. Ambos miraban en la misma dirección, tenían valores comunes y estaban
de acuerdo en la manera de afrontar la vida de su pareja.
—Mis padres también disfrutan de un matrimonio así.
—¿Hay alguna posibilidad de que te quedes en Red Rock? —preguntó Peter,
preparándose para la respuesta.
Tras pensarlo durante algunos segundos, Violet negó con la cabeza.
—No. Mi trabajo y mis padres están en Nueva York.
—Así que para ti Red Rock sólo es un lugar al que escapar en busca de un poco de
distracción.
—Sí —contestó ella tras un momento de vacilación.
Y entonces Peter supo lo que tenía que hacer. Tenía que marcharse. Lo de aquel
día había sido una especie de exploración del terreno. Y lo que había descubierto le
confirmaba lo profundamente que podía llegar a involucrarse con Violet Fortune.
Pero era imposible que mantuvieran ningún tipo de relación estando ella en Nueva
York y él en Red Rock.
Sabía que iba a ser brusco, pero no veía otra manera de despedirse.
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—Será mejor que me vaya. Mañana tengo una operación.
—La química no es suficiente —aventuró Violet, como si le hubiera leído el
pensamiento.
—Es suficiente para una aventura de una noche, pero no creo que ninguno de
nosotros esté buscando eso.
—Nosotros somos gente de todo o nada —se mostró de acuerdo.
Peter la rodeó entonces con sus brazos y la estrechó contra él. Al final, Violet lo
soltó y dejó que se fuera.
—Te avisaré cuando vayan a llevarse a Celeste a Tumbleweed —le prometió Peter.
—Iré a verla todos los días. Puedes dejarme una nota en el mostrador de las
enfermeras.
—Te llamaré —no pretendía evitarla.
Pero parecía que ya no tenía nada más que decirle. Y si se quedaba, su
determinación terminaría disolviéndose como la niebla del lago. Cuando llegó a la
puerta, le dijo:
—Cuídate.
Y después de que Violet asintiera, se marchó.
Durante el trayecto de vuelta, se repitió una y otra vez que había tomado la
decisión correcta y que eso era lo único que importaba. Pero no podía olvidar el
rostro de Violet a la luz de la luna y soltó una maldición, temiendo no haber tomado
la decisión correcta.
Los rodeos formaban parte integral de la vida de Texas. El sábado por la noche,
Violet estaba sentada con su hermano Miles, con la mirada fija en el ruedo. Les
dirigió una mirada fugaz a Clyde y a Jessica, que parecían incapaces de dejar de
mirarse a los ojos, y sonrió cuando anunciaron la salida del siguiente vaquero.
Estaban presenciando un espectáculo de lucha, que no era precisamente uno de sus
favoritos. Si al vaquero se le enganchaba la bota en el estribo...
La adrenalina pareció sacudir al público cuando el vaquero salió del pasadizo. Y
acababa de aparecer cuando ya estaba abalanzándose hacia el novillo. Con la mano
izquierda lo agarró por un cuerno, rodeó el otro con la derecha mientras liberaba el
pie izquierdo del estribo. Casi inmediatamente estaba en el suelo intentando detener
al novillo. Su caballo giró hacia la izquierda, dejando que fuera el vaquero el que
intentara tirar al animal.
Entre lo concentrada que estaba en el espectáculo y el alboroto del público, Violet
apenas oyó a Stacey Clark cuando ésta le dijo:
—Éste es el último lugar en el que podría esperar encontrarte.
Violet se volvió hacia Stacey y entonces vio también a Linda y a Peter.
Después de acercarse a su banco, Peter bajó la mirada hacia ella y se disculpó:
—No pretendía molestar, pero Stacey os ha visto a ti y a tu familia aquí sentados y
ha decidido que sería de mala educación no sentarnos con vosotros.
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Pero, por supuesto, a Peter no le habría parecido una descortesía no hacerlo. La
había llamado el jueves por la noche para decirle que iban a trasladar a Celeste al
centro de rehabilitación el viernes. Violet lo había acompañado a instalar a la niña.
Peter se había mostrado absurdamente educado, como si cualquier palabra
equivocada pudiera arrojarlos a los brazos del otro.
Se había marchado de Tumbleweed antes de que ella lo hiciera; Violet se había
quedado a pasar la noche con Celeste para que fuera aclimatándose al centro y,
mientras velaba su sueño, se le había ocurrido una idea que en un primer momento
le había parecido ridícula, pero que poco a poco había ido cobrando forma y, cuanto
más pensaba en ella, más apetecible le parecía, aunque no sabía qué pensaría Peter al
respecto.
Sintió un cosquilleo en la nuca y, al volverse, vio a Miles y a Clyde observándola.
Jessica sonreía con expresión cómplice. Al mirar en dirección contraria, vio a Stacey y
a Linda mirándolos a ella y a Peter. Pero si estaban intentando emparejarlos, aquello
no iba a funcionar.
¿Y quería ella que funcionara?
Como si hubiera sido de pronto consciente de las miradas de curiosidad de sus
parientes, Peter frunció el ceño.
—¿Has cenado?
Violet negó con la cabeza.
—Entonces vamos a comprar un perrito caliente.
Había unos puestos cerca de la entrada del rodeo y Peter señaló en aquella
dirección.
Con vaqueros, sombrero y botas, Peter parecía más un vaquero que un médico. Si
no lo conociera, Violet jamás se habría imaginado su profesión. Eran tantas las
facetas de aquel hombre que necesitaría toda una vida para descubrirlas.
Toda una vida... ¿qué clase de sueño estaba albergando?
Estaba bajando la temperatura y se alegró de haberse llevado una cazadora.
Mientras bajaban de las gradas para dirigirse hacia la zona de los puestos, el olor de
las patatas fritas, las salchichas y las hamburguesas iba llegando hasta ellos.
Tropezaron con algunos espectadores mientras caminaban y por los altavoces se
anunciaba a gran volumen el siguiente espectáculo. Pero, de alguna manera, en
medio de aquel bullicio, Violet era completamente consciente de que Peter estaba a
su lado y era extremadamente sensible al roce de su brazo o al color de sus ojos cada
vez que miraba hacia ella.
—Celeste me ha dicho que ayer te quedaste un buen rato con ella.
Violet alzó la mirada y, al ver las hipnóticas chispas de sus ojos, se limitó a asentir.
—¿Has ido a verla hoy?
—Esta tarde. Está haciendo amigos y parece que se encuentra bien.
—Cuando el lunes por la mañana empiece la terapia me gustaría estar allí. ¿Crees
que es correcto?
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—Tumbleweed tiene una política muy abierta para los familiares. Y, como médico
de Celeste, puedo autorizarte a estar con ella.
Aquélla habría sido una buena oportunidad para hablar del tema que Violet
quería abordar, pero había demasiada gente, demasiado ruido y demasiada
actividad.
En vez de un perrito caliente, Violet se pidió una hamburguesa y un refresco.
Peter pidió lo mismo.
Se sentaron a comer sobre unas balas de heno y Violet supo que aquél era el
momento adecuado para hablar con Peter.
Cuando terminó la hamburguesa, dio un trago a su refresco y dijo directamente:
—Estoy pensando en adoptar a Celeste.
Tenía todos los nervios en tensión por el mero hecho de estar con Peter y la
silenciosa respuesta del médico sólo sirvió para aumentar sus nervios.
—Di algo —musitó.
—Supongo que lo habrás pensado bien.
—En realidad todavía estoy pensándolo. Hay muchas cosas que tener en cuenta.
—Y tu trabajo es la primera de ellas.
—Sí, es cierto.
Peter se terminó la hamburguesa y giró la lata de refresco en su mano.
—Incluso cuando acabe la rehabilitación, Celeste va a necesitar muchos cuidados y
atenciones. Ha pasado por algo muy duro.
—¿Y crees que yo no voy a poder ofrecérselos?
Peter dejó la lata en el suelo y la miró a los ojos.
—Creo que podrías ofrecérselos si te concentraras en ella, pero no creo que puedas
hacerlo trabajando sesenta horas a la semana.
Violet suspiró.
—Y eso es lo que estoy intentando resolver. No puedo comprometerme con
Celeste hasta que decida hacia dónde quiero encaminar mi vida profesional. Pero
quería que supieras que estaba pensando en ello.
—Bueno, ahora ya lo sé.
Violet esperaba algo más por parte de Peter, pero no estaba segura de qué.
—Dime qué te parece la idea.
—Violet, yo no puedo meterme en tu cabeza —parecía casi enfadado.
—Quizá puedas, pero no quieres. Creo que te estás defendiendo de cualquier cosa
que pueda suceder entre nosotros porque no encaja en tus planes. Eres un buen
médico y un buen hombre, pero creo que quieres que todo el mundo esté a la altura
de tus expectativas.
—Quizá porque sé lo que necesito para ser feliz.
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—Quizá. O quizá porque no vas a dejar que nadie derrumbe nunca tus defensas
para hacerte feliz.
Peter apretó los dientes, cuadró los hombros y le aclaró:
—Tengo razones para conservar esas defensas, Violet. Estuve comprometido
seriamente con una mujer, pero a ella le ofrecieron la posibilidad de participar en un
proyecto de investigación en el extranjero y cambió de opinión de un día para otro.
Abortó el hijo que estábamos esperando. Me dijo que me quería, pero que le estaban
ofreciendo la oportunidad de su vida y no podía renunciar a ella.
¡Así que eso era! Ése era el motivo de los recelos de Peter.
—Lo siento, Peter. ¿Ella no te había dicho que estaba embarazada?
—No hasta que dejó de estarlo —contestó Peter, desviando la mirada.
—¿Y vuestra relación no sobrevivió al final de su embarazo?
—La beca de Sandra tenía cuatro años de duración. Incluso en el caso de que la
hubiera perdonado, sólo nos podríamos haber visto un par de veces al año. Yo quería
una esposa y una familia, un verdadero hogar.
Había mucho dolor detrás de las palabras de Peter. Había sufrido una traición;
Sandra había traicionado su amor, sus sueños, su futuro. No le extrañaba que no
quisiera volver a arriesgarse.
Peter la miró a los ojos y le tomó la barbilla con la mano.
—¿Tú serías capaz de abortar?
Violet sacudió la cabeza con gesto solemne.
—Jamás. La vida es demasiado preciosa —se interrumpió al recordar su propio
embarazo.
—Me vuelves loco, Violet —dijo Peter con voz grave—. Me haces desear arrojar la
precaución al viento, pero ya he pasado por esto una vez y sé que se tarda demasiado
en reparar los daños.
—Lo sé —se limitó a decir ella.
De pronto, oyó que alguien la llamaba y, al volverse, vio al padre de Peter y a
Charlene junto a Linda. Charlene se acercó a ella sonriendo.
—Linda me ha dicho que estabas aquí y no quería dejar de saludarte.
—Yo... hemos venido a comer algo.
Violet se había levantado para saludar a los padres de Peter. Charlene se apartó
con ella hacia un lado mientras Peter y su hermana comentaban con su padre la
inminente sesión de lazo.
—No tuvimos mucho tiempo de hablar en la fiesta.
—Había muchos invitados y no quería robarte tiempo.
—Tú también eras una invitada. Y, a la mayor parte de los que vinieron, ni
siquiera les importa lo que hago.
—Hablas como mi madre —dijo Violet entre risas—. Se dedica a apoyar cualquier
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causa que pueda garantizar los derechos de las mujeres. Y siempre me recomienda
no hablar de ese tipo de cosas con la gente normal para no aburrirla.
—Creo que me gustaría conocer a tu madre.
—No sé si ella ha trabajado nunca en un hogar para madres adolescentes y, para
serte sincera, es algo que a mí me interesa.
Charlene la miró con curiosidad y dijo:
—Deberíamos hablar sobre ello —sacó una tarjeta del bolsillo—.Aquí tienes la
dirección. Estaré allí mañana por la tarde; si quieres acercarte a conocerlo, yo llegaré
alrededor de la una.
Violet miró a Peter, pero sabía que aquello no tenía nada que ver con él y, además,
estaba realmente interesada.
—De acuerdo. Nos veremos allí a la una y media.
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Capítulo 9
La casa estaba situada en uno de los barrios antiguos de San Antonio. Era un
edificio de dos pisos con dos porches y un balcón de hierro forjado.
Violet llamó al timbre y, a los pocos segundos, Charlene le estaba abriendo la
puerta.
—Justo a tiempo —le dijo.
—¿A tiempo de qué?
—Estoy terminando de colocar algunos muebles en el piso de arriba, puedes
ayudarme a decidir su ubicación. Pasa y te enseñaré la casa.
Lo primero que le enseñó fue el piso de abajo, todavía escasamente amueblado;
sólo había un sofá en el cuarto de estar y una mesa y unas sillas en la cocina.
—La casa es preciosa —comentó Violet mientras pasaban del salón al comedor y
desde allí a la Cocina. Vio dos habitaciones detrás de la cocina y preguntó—: ¿Qué
pensáis hacer con estas habitaciones?
—Una de ellas será el despacho de la supervisora y, la más grande, su dormitorio.
—¿Habéis encontrado a alguien para ese puesto?
—Oh, sí. Y es la persona perfecta. La señora Mendoza tiene cincuenta y cinco años
y está llena de energía. Es una viuda con los hijos ya crecidos y echa de menos tener a
alguien a quien cuidar. Además, vendrá un obstetra una vez a la semana y otra mujer
que ayudará con la limpieza de la casa. Esperamos que las chicas participen en las
tareas de la casa y también en la cocina —Charlene miró a su alrededor con evidente
orgullo—. Toda la rehabilitación la hemos hecho gracias al trabajo voluntario, y creo
que han hecho una labor absolutamente maravillosa.
—Desde luego. ¿Y cuándo pensáis abrir?
—Me gustaría que las chicas empezaran a llegar después del día de Acción de
Gracias. Todavía hace falta pintar las molduras de las puertas y las ventanas y
pensaba empezar a hacerlo mañana. Por eso estoy moviendo los muebles que, por
cierto, también proceden de donaciones.
—Todavía queda mucho por pintar, ¿va a venir alguien a ayudarte?
—Desgraciadamente, no. Los voluntarios sólo pueden venir los fines de semana —
le dirigió a Violet una sonrisa traviesa—. Si tienes tiempo libre...
—Es posible —respondió Violet riendo.
Cuando subieron al piso de arriba, Charlene le explicó:
—Queremos llamar a la casa El Paraíso. Eso es lo que nos gustaría que fuera. Un
lugar en el que esas niñas se sientan seguras y queridas.
Violet tenía la sensación de estar viajando en el tiempo; de estar volviendo a los
quince años, al momento en el que se había dado cuenta de que no tenía el periodo...
Recordaba lo asustada, lo insegura y lo sola que se había sentido.
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—Tenemos cafetera en la cocina, ¿te apetece una taza?
—Sí, gracias.
Violet se había sentido cómoda con Charlene desde el momento en que la había
conocido. Después de servirse el café, se sentaron en el sofá del salón.
—¿Y cómo has llegado a involucrarte en esto? —quiso saber Violet.
Tras una larga pausa, Charlene bebió otro sorbo de café y dejó la taza en el suelo.
—A los dieciséis años me quedé embarazada.
—¿Y qué hiciste? —Violet se preguntaba si Peter lo sabría.
—No tenía muchas opciones. Renuncié a mi hijo y lo di en adopción. Mi padre nos
había abandonado cuando yo era una niña y mi madre decía que no quería criar a
otro niño —se encogió de hombros—. Mi madre estaba tan desorientada como yo y
cuando el médico nos propuso dar al bebé en adopción, eso fue lo que hicimos.
—¿Y tuviste tiempo de estar con él? —preguntó Violet con tristeza.
—Con ella. Sólo unos minutos. Ni siquiera me dejaron ponerle un nombre. Me
dijeron que eso lo harían sus padres.
Charlene tenía cincuenta y cinco años. Eso significaba que su hija tendría ya
treinta y nueve.
—Supongo que no supiste nada sobre las personas que la adoptaron.
—Por supuesto. En los años setenta, todas esas cuestiones se llevaban con absoluto
secreto. Había muchas agencias que creían preferible borrar el pasado de un niño
adoptado y, desgraciadamente, mi madre eligió una de esas agencias.
—Supongo que entonces no sabes dónde está tu hija.
De pronto, el semblante de Charlene se iluminó.
—Sí, lo sé. Estuve intentando encontrarla durante mucho tiempo sin conseguir
nada. La agencia de adopción cerró sus puertas en los años ochenta y sus informes
desaparecieron, pero nunca perdí la esperanza. Hace unos dos años, George encontró
en la red una de esas páginas en las que hijos adoptados buscan a sus padres
biológicos. A partir de entonces, empecé a buscar en esas páginas y, la primavera
pasada, recibí un correo electrónico; mi hija quería conocerme.
—¡Dios mío! Supongo que te pusiste a saltar de alegría.
—Sí, pero también estaba muy asustada. No sabía cómo reaccionaría mi hija
cuando nos encontráramos.
—¿Pero llegasteis a veros?
—Sí, ella vive en California, así que George y yo fuimos para allá. Tiene una
familia maravillosa, un marido magnífico y dos hijos. Ahora estamos empezando a
conocernos, y nos comunicamos principalmente por correo electrónico. A lo mejor
viene con su familia a pasar la Navidad con nosotros.
—Peter no me ha comentado nada de esto.
—Porque no lo sabe. Y tampoco Linda ni Stacey.
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—¿Por qué?
Charlene movió las manos nerviosa.
—Aunque ya ha pasado mucho tiempo de todo eso, adaptarme a la familia de
George no fue fácil. George fue maravilloso, nunca me hizo sentirme como una
segunda esposa, o menos que Estelle, jamás tuve la sensación de estar compitiendo
con ella. Pero los niños... Al principio, Linda y Stacey guardaban las distancias, pero
lentamente fueron dejando que las quisiera. Ahora tengo una relación magnífica con
ellas... Pero Peter... Para él eran patentes todas las diferencias con su madre. Yo era
más joven, tenía trabajo y, con dos sueldos, George y yo podíamos hacer cosas que él
no había podido hacer con Estelle. Y Peter tenía la sensación de que George había
olvidado a su madre.
—Su padre se casó menos de un año después de que su esposa muriera.
—Sí, y ahora comprendo que deberíamos haber esperado. Peter creyó que yo
conocía a su padre desde antes de que su madre muriera, pero no es cierto. Lo que
ocurrió fue que al conocernos conectamos casi inmediatamente. Durante las primeras
citas, George me hablaba sobre todo de Estelle, pero superamos rápidamente esa fase
—Charlene desvió la mirada un instante—. Por lo menos ahora Peter me tolera.
—Creo que es algo más que eso—dijo Violet con una sonrisa—. Quizá no quiera
admitirlo, pero creo que te admira y te respeta. ¿Cuándo piensas hablarles de...?
¿Cómo se llama tu hija?
—Se llama Taylor, y estoy pensando en decírselo el día de Acción de Gracias.
—No creo que tengas que preocuparte por Stacey y por Linda. Estoy segura de
que recibirán a Taylor con los brazos abiertos.
Violet pensó entonces en lo que le había ocurrido a los quince años e intentó
imaginar cómo habría cambiado su vida si su embarazo hubiera sido normal.
—¿A qué viene esa tristeza? —le preguntó Charlene.
—Esta casa para madres adolescentes me interesa porque yo estuve a punto de
convertirme en una de ellas.
—Continúa —la animó Charlene con una sonrisa tranquilizadora.
—No sé si sabes algo de los Fortune, pero yo pertenezco a una familia
privilegiada.
—Siempre corren rumores. Ahora se habla mucho de la relación de Ryan con
Christopher Jamison y de los motivos por los que éste tenía la marca de nacimiento
de la familia. El problema es que la gente habla constantemente de los Fortune sin
conocerlos siquiera.
—Exactamente, y supongo que, cuando era niña, ni siquiera mi familia me
conocía. Intentaba pegarme a mis hermanos, pero eran mucho mayores que yo. Mi
padre trabajaba muchas horas y mi madre vivía volcada en sus causas. Me sentía
sola, y busqué a alguien que me quisiera. Y así fue como aprendí la diferencia entre el
amor y el sexo. Yo pensaba que si un chico quería hacer el amor conmigo era porque
estaba enamorado de mí. El caso es que a los quince años me quedé embarazada,
pero no se lo dije a nadie. Yo quería tener ese bebé, algo mío a lo que amar, y pensé
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que si dejaba que el embarazo se prolongara, nadie podría impedírmelo. Lo que no
sabía era que tenía un embarazo extrauterino.
Se interrumpió para tomar aire.
—Un día, estaba en mi dormitorio haciendo los deberes cuando empecé a sentir
unos dolores tan terribles que terminé tumbada en el suelo. Mi madre me encontró
así. Me llevaron al hospital inmediatamente y tuvieron que intervenirme. Estuve a
punto de morir.
—Oh, Violet, cuánto lo siento...
—Ha pasado mucho tiempo desde entonces.
—Y también desde que di a Taylor en adopción, pero son cosas que continuarán
siempre vivas en nuestra mente.
Se estaba estableciendo un vínculo entre ellas basado en la mutua comprensión de
sus respectivas experiencias.
—¿Le has hablado a Peter de todo esto?
—No, Peter y yo... Bueno, hay muchos obstáculos para que lleguemos a tener una
relación y los dos queremos jugar en un terreno seguro.
—Si yo hubiera jugado en un terreno seguro, no me habría casado nunca con
George. Y habría sido mucho lo que hubiera perdido. No se puede iniciar una
relación en términos de ganar o perder. Hay que pensar en ello como en una cuestión
de fe, yendo a buscar sin miedo algo más de lo que tienes.
—Lo pensaré.
—Estupendo. Porque Peter necesita a alguien que lo haga salir del mundo que se
ha construido para él. Y, hasta entonces, a lo mejor podrías ayudarme a pintar las
molduras. ¿Qué tal se te da la brocha?
—No he pintado mucho últimamente. Pero estoy dispuesta a intentarlo —dijo
Violet riendo.
—¿Cuándo te viene mejor, por la mañana o por la tarde?
—Puedo ir a ver a Celeste por la mañana y venir a pintar por la tarde, ¿te parece
bien?
—Me parece perfecto.
A la tarde siguiente, Violet levantó la brocha y la pintura goteó sobre sus
vaqueros. Elevó los ojos al cielo y continuó pintando el marco de la puerta mientras
escuchaba las viejas melodías que emitía la radio de Charlene.
Cuando se abrió la puerta de la calle, ni siquiera se volvió para ver quién entraba.
Durante las pocas horas que llevaba allí, habían pasado por la casa un electricista, un
fontanero y un obrero que había ido a terminar de colocar los paneles de una de las
habitaciones del piso de arriba.
Ni siquiera el «qué sorpresa» de Charlene la distrajo.
—He venido a buscar a Violet. Tenía un mensaje suyo en el contestador, pero
cuando he llamado al rancho de sus hermanos Clyde me ha dicho que estaba aquí.
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Al oír la voz de Peter se detuvo en seco. Se asomó lentamente y le preguntó:
—Celeste está bien, ¿verdad?
—Sí, claro que está bien.
Justo en ese momento, sonó el teléfono móvil que llevaba Charlene en el bolsillo.
—Ahora mismo vuelvo —les dijo, y se fue a hablar a la cocina.
Peter bajó la voz para decirle:
—Quería hablarte de Ryan. Lo he convencido y está dispuesto a probar ese
tratamiento experimental. El jueves nos vamos a Nueva York. He llamado a Houston
y ya le han enviado todos sus informes.
—Me sorprende que haya cambiado de opinión. Parecía muy decidido a no hacer
nada.
—Han intervenido un par de factores para hacerle cambiar de opinión. Por una
parte, el hecho de que tus padres vivan en Nueva York, lo que le permitirá quedarse
en su casa mientras dure el tratamiento. Le he hablado también de mi madre y de lo
mucho que nos habría gustado poder tenerla entre nosotros, aunque sólo hubiera
sido unas semanas más. No puedo decir que esté entusiasmado, pero creo que
cuando hable con los médicos se animará un poco. Es posible que te llame. Quiere
que lo acompañes.
—¿Yo?
—Para Ryan eres como su médico. Y creo que tiene razón, tu apoyo moral
significa mucho para él.
—Supongo que tendremos que quedarnos a pasar la noche allí. Podemos
quedarnos en mi casa. Me pregunto si Ryan les hablará a mis padres de su
enfermedad o esperará a que lo hayan aceptado en ese programa.
—Antes quiere ver si lo aceptan y conocer el tratamiento que ese programa
entraña. Como ya te he dicho, no está muy convencido. Por lo visto tiene un amigo
en Nueva York y está pensando en quedarse en su casa.
—¿Crees que confiará en su amigo?
—No lo sé.
—Me gustaría llamarlo, pero supongo que tendré que esperar a que lo haga él.
Gracias por decírmelo.
Charlene regresó a la habitación con el ceño fruncido.
—No puedo creer que haya que someterse a tanta burocracia para ayudar a unas
niñas necesitadas —tenía las mejillas rojas de indignación.
—¿Ha surgido algún problema?
—Nada que no pueda resolver, aunque no voy a poder abrir la casa cuando
pensaba. Tengo que rellenar más papeles y solicitar más permisos —sacudió la
cabeza—. Lo único que quiero hacer es atender a esas adolescentes que no tienen
ningún lugar adonde ir.
—¿Por qué te importa tanto todo esto? —preguntó Peter, como si realmente
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estuviera interesado en su respuesta.
Tras dirigirle una larga mirada a Violet, Charlene tomó aire y dio un paso hacia
Peter.
—Quizá debería marcharme —dijo Violet.
—No, quédate. Ya sabes lo que voy a decirle y por qué esta casa es tan importante
para mí.
Peter arqueó las cejas como si le intrigara que Violet supiera algo que él
desconocía.
—A los dieciséis años —comenzó a decir Charlene con voz queda—, me quedé
embarazada y tuve que dar a mi bebé en adopción.
Violet no puedo menos que reconocerle a Peter el mérito de no mostrarse
impresionado por la noticia.
—¿Qué tuviste, un niño o una niña? —preguntó amablemente.
—Una niña. El año pasado la localicé a través de Internet. Pensaba decíroslo
pronto a ti y a tus hermanas.
—¿Stacey y Linda no lo saben?
—No, nadie lo sabe, sólo tu padre. Y Violet, estábamos hablando y surgió el tema.
—¿Y durante todos estos años no ha surgido nunca el tema conmigo o con mis
hermanas?
—No sabía lo que pensaríais de mí cuando os lo dijera.
—Tenías dieciséis años, supongo que no tenías mucho donde elegir.
A Charlene se le llenaron los ojos de lágrimas.
—No, no tenía mucho donde elegir —miró el reloj rápidamente y se quitó la bata
que se había puesto para pintar—.Voy a ir a casa a comer algo con tu padre y a
intentar convencerlo de que me ayude un rato esta tarde —miró el marco de la
puerta que Violet acababa de pintar—. Has hecho un gran trabajo. Cuando te vayas,
acuérdate de cerrar la puerta. Y llámame alguna vez para que comamos juntas.
—Claro —contestó, consciente de que Charlene estaba deseando marcharse
después de lo que le había dicho a Peter—. La casa va a quedar magnífica.
Con una sonrisa, Charlene agarró el bolso y se marchó.
Peter se sentó en una de las sillas de la cocina. Parecía completamente absorto en
sus pensamientos mientras Violet lavaba la brocha e iba después al cuarto de estar
para tapar la lata de pintura que había estado utilizando.
Cuando volvió a la cocina, Peter continuaba con expresión pensativa.
—Nunca he intentado conocer a Charlene —dijo de pronto—. No me extraña que
no me haya contado nunca lo de su hija.
Violet sacó una de las sillas de la mesa para sentarse a su lado.
—Todavía estás a tiempo de conocerla.
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—Quizá sea demasiado tarde para corregir algunos errores. Durante estos tres
años, creo que, inconscientemente, he sentido que si establecía algún tipo de relación
con ella, le sería desleal a mi madre.
—Sentías que tenías que serle fiel porque tu padre no lo había sido.
—Sí, supongo que es algo así.
—Yo no creo que sea demasiado tarde para enmendar errores, especialmente si es
algo que ambos queréis hacer. No creo que Charlene te guarde ningún rencor.
—En eso ha sido siempre increíble.
—Nadie puede obligar a alguien a quererlo. Lo único que se puede hacer es seguir
adelante y esperar.
Peter la miró a los ojos en silencio.
—¿Cómo es posible que seas tan inteligente?
—Hace muchos años, yo estaba buscando el amor y creí encontrarlo. Pero no fue
así, y ahora creo que puedo distinguir ese sentimiento cuando es verdadero.
—Hace muchos años. ¿Se trataba de algún hombre en particular?
—Era un chico, no un hombre —le confió con voz queda.
—¿Y qué ocurrió?
La miraba como si realmente necesitara saberlo y Violet comprendió que no era
capaz de ocultarle nada.
—Ya te conté que yo era una adolescente muy solitaria. Sólo tenía quince años,
pero pensaba que era suficientemente adulta como para saber lo que quería. Uno de
los jugadores del equipo de fútbol del instituto me invitó a salir... Y la salida consistió
en algo más que en compartir una hamburguesa y un refresco. A las pocas semanas,
descubrí que no me bajaba la regla. Y supe lo estúpida que había sido. Mi madre me
había contado todo lo que necesitaba saber para evitar un embarazo. No sé si
pretendía rebelarme contra ella o fue sólo que deseaba tanto a ese chico que no tomé
ninguna precaución. En cualquier caso, no se lo conté a nadie. No sabía lo que iba a
hacer con el bebé, pero quería tenerlo. Estaba en mi tercer mes de embarazo cuando
me desmayé un día en mi dormitorio. Mi madre me encontró y me llevó al hospital.
Tomó aire y buscó la mirada de Peter; encontró compasión en sus ojos.
—Había tenido un embarazo ectópico que no había conseguido asentarse.
Después de la operación, descubrí lo mucho que me querían mis padres y mis
hermanos. Mi madre y yo tuvimos una serie de conversaciones importantes. Yo
decidí que quería terminar cuanto antes los estudios y ella me buscó un profesor
particular —sonrió—. Después vino a casa con un montón de tests y de cuestionarios
y yo llegué a la conclusión de que quería ser médico.
—Ahora entiendo por qué eras capaz de comprender el interés de Charlene en
ayudar a adolescentes en crisis. ¿Pero qué habrías hecho si te hubieras quedado
embarazada cuando estabas estudiando la carrera?
—Habría tenido el bebé. Jamás renunciaría a un hijo mío. ¿No me crees? —
preguntó al ver la sombra que nublaba la mirada de Peter.
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—Eres una Fortune. Podrías haber contratado una niñera. Podrías haber seguido
adelante con tu vida como si no pasara nada.
—Jamás contrataría una niñera. Mis hermanos y yo tuvimos niñera hasta que yo
cumplí diez años y era algo que odiaba.
—Me comentaste que estabas pensando en adoptar a Celeste. Si lo hicieras,
¿contratarías a alguien para que la cuidara?
Resentida con aquellas preguntas, Violet contestó:
—No estoy segura. Probablemente contrataría una ama de llaves para que me
ayudara.
—Celeste necesitará dedicación a tiempo completo durante una temporada. Un
ama de llaves no solucionaría nada.
—Todavía no tengo respuestas para eso.
—Vas a tener que tenerlas antes de decidir algo sobre Celeste —de pronto, se
levantó, la agarró de la mano y tiró de ella para que lo imitara—. ¿Tienes algo que
hacer estas noche?
—No —contestó, molesta con sus preguntas.
—Entonces vente a casa conmigo, quiero enseñarte algo.
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Capítulo 10
Una vez en casa de Peter, adonde Violet lo siguió en su propio coche, Peter
preparó un café e invitó a Violet a sentarse en el sofá del cuarto de estar. Se acercó a
un armario y sacó dos álbumes de fotos. Se sentó al lado de Violet en el sofá y le
colocó uno en el regazo:
—Échale un vistazo —le dijo muy serio.
En cuanto comenzó a pasar las páginas, Violet reconoció a Peter y a sus hermanas.
Y, junto a ellos, a la misma mujer cuya fotografía había visto el día que había ido por
primera vez a aquella casa con Ryan. Mientras veía crecer a Peter, a Stacey y a Linda
ante sus ojos, recordaba su propia infancia.
Aunque el núcleo familiar se mantenía a través de los años, otros niños iban
entrando y saliendo. Para cuando Peter tenía unos ocho años, Violet ya había visto al
menos a seis diferentes.
—¿Ésos eran los niños que tus padres acogían? —preguntó Violet.
—Algunos. Mi madre los cuidaba como si fueran sus hijos. Algunos estaban con
nosotros un mes, otros un año. Mi madre nunca trabajó fuera de casa, pero el trabajo
que hacía dentro era importante. Muchos de esos niños podrían haber terminado en
la calle, o sufriendo situaciones de abuso.
Violet entendía el mensaje que le estaba enviando: Peter quería casarse con una
mujer cuya únicas preocupación fuera la familia. No sentía que lo hiciera desde
planteamientos machistas; sencillamente, eso era lo que creía mejor. Pero Violet no
sabía si estaba siendo realista.
—Cuidar a los hijos es importante, pero también lo es una profesión, Peter. Si una
mujer tiene talento y está preparada, ¿debería renunciar a su carrera profesional para
cuidar de su familia?
—No lo sé. Yo sólo sé que los niños necesitan mucho cuidado y amor. Incluso si no
me caso, cuando me retire quiero acoger a niños en mi casa.
—Me parece una idea maravillosa. Son muchos los niños que necesitan un hogar.
Por culpa de la operación a la que me sometieron tras mi embarazo, es posible que
tenga problemas para concebir —observó atentamente su expresión y continuó—:
Supongo que ésa es otra razón por la que estoy pensando en adoptar a Celeste y por
la que, cuando esté preparada para formar una familia, pienso adoptar más niños.
—Para mí no es fundamental tener hijos biológicos —dijo Peter con voz ronca.
Violet no era consciente de que había estado conteniendo la respiración esperando
su respuesta. Pero cuando Peter enredó las manos en su pelo y le acarició la mejilla
con el pulgar, pensó que iba a derretirse en el sofá. Eran muchas las cosas en las que
ambos estaban de acuerdo, pero no estaba segura de ser el tipo de mujer que Peter
necesitaba.
—Parece que no soy capaz de separarme de ti —no parecía contento en absoluto.
Y de pronto, todo en él se le antojó a Violet insoportablemente tentador. En cuanto
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había llegado a casa, se había quitado el abrigo y la corbata y se había desabrochado
los dos primeros botones de la camisa, dejando asomar el vello que cubría su pecho.
Y a Violet le cosquilleaban los dedos de las ganas que tenía de acariciarlo.
—Cuando me miras así, Violet, me parece que me estás pidiendo a gritos que te
bese.
—Y cuando me miras así —replicó ella—, quiero que me beses.
Peter gimió y cubrió su boca, haciéndole saber así que había perdido la batalla y
ya no era capaz de resistir la química que había entre ellos. Pero mientras acariciaba
con la lengua sus labios entreabiertos, Violet supo que en aquel encuentro había
muchos más elementos que la química y la atracción. Ninguno de ellos quería tener
una aventura fugaz. Tanto el deseo de Peter como su manera de responder a él, eran
algo muy serio Sin embargo, aquella seriedad no eliminaba preguntas para las que
parecían eludirles las respuestas.
Peter la acariciaba con la lengua como nadie la había acariciado jamás. Al
principio sus movimientos no eran íntimos, sino infinitamente tiernos. Tras unos
segundos exquisitos, posó la mano en sus hombros y comenzó a desabrocharle los
botones de la blusa. Casi inmediatamente, ella se descubrió haciendo lo mismo con
los de su camisa.
—Te deseo, Violet —le dijo Peter, mirándola a los ojos—. Te deseo más de lo que
nunca habría creído posible desear a alguien.
Ella también lo deseaba. Permanente, absolutamente, de manera irrevocable. Se le
había secado la boca, tenía la garganta agarrotada y no era capaz de encontrar las
palabras adecuadas. La pasión jamás la había afectado de una forma tan
sobrecogedora.
Alargó las manos hacia su camisa y se la desabrochó rápidamente. Él terminó de
desabrocharle la blusa y, mientras Violet se la quitaba, Peter se desprendió de la
suya. Parecían incapaces de apartar la mirada del otro.
Con una lentitud desesperante, Peter dibujó la línea del sujetador y Violet se
estremeció.
—Te he imaginado muchas veces desnuda —dijo Peter con la voz entrecortada.
Violet posó las manos en su pecho y le acarició los pezones con el pulgar.
—Y yo te he acariciado en sueños.
Bajó la mano por su pecho hasta llegar al cinturón. Se lo desabrochó rápidamente
pero, cuando intentó alcanzar el cierre del pantalón, Peter se lo impidió.
—Será mejor que me dejes hacerlo a mí.
—¿Por qué?
—Porque quiero darte placer antes de perder el control.
La posibilidad de que Peter pudiera perder el control la excitó todavía más. Peter
la abrazó para desabrocharle el sujetador al tiempo que la besaba en la mejilla y le
mordisqueaba el lóbulo de la oreja.
—Peter... —gimió.
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—¿Qué?
Deslizó los tirantes del sujetador por sus hombros y tomó sus senos.
—Me estás haciendo... enloquecer.
—Y tú has estado haciéndome lo mismo a mí desde la primera vez que te vi.
Quiero quitarte el resto de la ropa.
La desnudó y se desprendió de su propia ropa, pero a los pocos segundos, estaban
de nuevo abrazados.
La fragancia de Peter era puramente viril. Tenía los músculos tensos y
perfectamente dibujados y evidenciaba un deseo ardiente que la envolvía por
completo. En cuestión de segundos, estaban tumbados en el sofá y Peter alargaba la
mano hacia el bolsillo de su pantalón para sacar un preservativo de su cartera. Se lo
puso a gran velocidad, pero no parecía tener prisa en hundirse en ella. Quería
prolongar aquel placer hasta que ambos estuvieran al límite.
Besó sus senos y le acarició los pezones con la lengua, y ella pudo sentir cómo
aumentaba el calor en su vientre. Su piel resplandecía bajo sus besos y cada vez
estaba más inquieta. Sabía que necesitaba más, no quería que los besos terminaran,
pero estaba buscando una plenitud que sólo él podía brindarle.
—Peter, estoy lista.
—Quiero estar completamente seguro de eso.
Descendió por su cuerpo y alcanzó su vientre con la lengua. Violet entrelazó las
manos en aquel pelo tupido y espeso. Quería tenerlo en sus brazos, quería sentir su
cuerpo contra el suyo, pero no era capaz de detenerlo. Peter le estaba dando tanto
placer que apenas podía soportarlo.
Peter alcanzó su ombligo y comenzó a lamerlo hasta que Violet susurró su
nombre. Alzó entonces la mirada y preguntó con una sonrisa:
—¿Quieres que siga?
—No sé si aguantaré mucho más —contestó con voz trémula.
—Oh, yo creo que puedes aguantar muchísimo más.
Las promesas que encerraba su voz la asustaban. ¿Y si no respondía a sus
estímulos? ¿Y si no era capaz de alcanzar el clímax?
—Peter, si no pasa nada, no te preocupes, no es culpa tuya. No soy una mujer muy
receptiva.
—Tonterías.
—¿Tonterías? —casi sonrió al oírlo.
—Podría haber dicho algo más fuerte, pero ahora mismo no me parece apropiado.
Eres una mujer apasionada, Violet. Tus besos han sido lo más parecido a un ciclón
que he experimentado en mi vida, así que no puedo creerme que tengas problemas
para responder...
—Sólo quería que supieras...
—Oh, ya sé lo que tengo que saber. Sé que vas a disfrutar de esto —y continuó
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descendiendo con la lengua.
Cuando le acarició los muslos, Violet se sintió salvajemente sensual. Y en el
momento en el que alcanzó los rizos que cubrían su sexo y con infinita lentitud fue
separando los pétalos de su feminidad para besarlos también, apenas era capaz de
respirar; y lo único que recordaba era su nombre.
A los pocos segundos, Violet se estaba aferrando a sus hombros, gimiendo de
placer y sorprendida por las sensaciones asombrosamente eróticas que atravesaban
su cuerpo. Así que aquello era un orgasmo. Aquél era el placer que podía ofrecerle
un hombre al que amaba.
Peter no le dio tiempo a pensar en lo que iba a ocurrir a continuación. Se irguió
sobre ella, apoyó los brazos a ambos lados de su cabeza y le pidió que levantara las
rodillas.
En cuanto lo hizo, se hundió en su interior con una suave embestida. Estaban todo
lo íntimamente unidos que podían llegar a estar un hombre y una mujer. Violet
sentía el dulce hormigueo que anticipaba una nueva explosión mientras Peter iba
aumentando la velocidad de sus movimientos. Sabía perfectamente lo que estaba
haciendo porque, cada vez que se retiraba para volver a hundirse en ella, elevaba la
intensidad de aquella sensación erótica.
Clavó las unas en sus hombros.
—Peter, es maravilloso... —susurró.
—Sí, es maravilloso —se mostró de acuerdo él, y le dio un beso absolutamente
embriagador.
Violet se aferraba a él mientras Peter la arrastraba por aquel viaje a través del
universo. Cuando lo sintió tensarse dentro de ella, Violet gritó de placer y gritó su
nombre al notar que se acercaba un nuevo orgasmo, más fuerte y más intenso que el
primero. Al borde de aquel sublime placer, volvió a gritar su nombre; el cuerpo
entero de Peter se tensó y Violet lo sintió perder el control mientras, con una última
embestida, se vaciaba dentro de ella.
Permanecieron abrazados hasta que ambos comenzaron a respirar con
normalidad. Entonces Peter apoyó las piernas en el suelo y se sentó en el borde del
sofá. Violet también se sentó, recordando de pronto dónde estaban.
Peter se volvió hacia ella, le tomó la mano y entrelazó los dedos con lo suyos.
Antes de que ninguno de los dos hubiera podido decir nada, comenzó a sonar la
melodía de una samba, procedente del bolso que Violet había dejado sobre la mesita
del café. Era su móvil.
—Será mejor que conteste. Pueden ser Ryan o mis padres —descolgó el teléfono y
contestó con voz débil—: ¿Diga?
—¿Dónde estás? —preguntó Miles.
—Yo también me alegro de oírte, hermanito.
—Estábamos preocupados. Llevamos un buen rato esperándote.
—¿Quiénes?
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—Clyde, Jessica y yo. Hay algo de lo que queremos hablar contigo.
—¿Y no puede esperar hasta mañana?
—¿No piensas volver hasta mañana?
—Yo no he dicho eso —todavía no sabía qué había significado para Peter hacer el
amor con ella—. ¿De qué quieres que hablemos?
—Clyde y Jessica quieren organizar una barbacoa. Se les ha ocurrido la idea
cuando ha llamado papá. Mamá y él vienen mañana de visita, antes de irse de
vacaciones a Nueva Orleáns. Se quedarán dos o tres días. Papá quiere hablar con
Ryan y creo que mamá quiere volver a darle a Jessica la bienvenida a la familia. Así
que estamos pensando en organizar la barbacoa para mañana por la noche. ¿Estarás
libre?
—Procuraré estarlo. Pero podemos hablar de esto durante el desayuno.
—¿Entonces quedamos a las seis? —a Miles le gustaba madrugar.
—Sí, allí estaré. ¿Pero tiene que ser a la seis?
—Es la única forma de que me dé tiempo de hacer todo lo que tengo pendiente —
contestó Miles riendo—. Bueno, ¿piensas volver pronto?
Peter había vuelto al salón y estaba poniéndose los pantalones.
—Sí, volveré pronto. Acuéstate, Miles, no necesito niñera.
—Te veré en el desayuno —se despidió Miles, y colgó.
En aquel momento, consciente de pronto de su desnudez, Violet cerró el teléfono y
lo volvió a meter en el bolso.
—¿Te están buscando tus hermanos? —le preguntó Peter, todavía sin camisa y con
un aspecto insoportablemente sexy.
—Podría decirse así. A veces tengo la sensación de que les gustaría que les
entregara el itinerario que tengo previsto para el día antes de salir de casa.
—Y probablemente así sea.
Violet se puso rápidamente el sujetador y la blusa. El silencio se había impuesto en
la habitación.
—Supongo que estás preguntándote qué significa lo que ha pasado —preguntó
Peter mientras ella se ponía las bragas y los vaqueros.
—¿Y tú no?
—Creo que es preferible no analizarlo.
—A lo mejor si lo analizamos, no volvemos a repetirlo.
Peter apoyó las manos en sus hombros y la miró en silencio. Hundió las manos en
su pelo, la estrechó contra él y susurró:
—Una vez no ha sido suficiente —le dio un beso voraz—. Pero no intentemos
entender siquiera lo que ha pasado esta noche —le ordenó—. Quizá podamos
encontrar las respuestas si seguimos dejándonos llevar por la intuición.
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Volvió a producirse un silencio cargado de miles de palabras no dichas.
—Será mejor que me vaya —susurró Violet y, como si estuviera midiendo el
terreno, añadió—: Clyde y Jessica organizan una barbacoa mañana por la noche
porque van a estar mis padres por aquí, ¿te apetece venir?
Como Peter no contestó directamente, añadió:
—No tienes por qué contestarme ahora. De hecho, no tienes que contestarme
siquiera. Si te apetece, pásate por el rancho...
—Llegaré tarde, pero me pasaré por allí, a no ser que surja alguna emergencia.
Pero en ese caso te llamaría.
Violet agarró el bolso y se dirigió hacia la puerta sin saber qué decir. Peter no le
pidió que se quedara, así que abandonó su casa sintiéndose mucho más vulnerable
después de haberle entregado su cuerpo y, con él, su corazón.
Cuando se metió en el coche y giró la llave en el encendido, sintió un miedo como
no lo había experimentado en toda su vida. Quizá no fuera la clase de mujer que
Peter quería.
Apartó el coche de la acera y pensó de nuevo en Celeste y en la decisión que tenía
que tomar. Y se preguntó si alguna vez iba a tener la certeza de estar haciendo las
cosas bien.
Peter estaba deseando volver a ver a Violet.
Y era una sensación tan extraña que no estaba muy seguro de qué hacer con ella.
Cuando llegó a Ases del Aire, la barbacoa estaba en pleno apogeo. Miles le dio la
bienvenida y Jessica le presentó a su hermana Leslie y a Marty, su marido,
propietarios ambos de la ferretería de Red Rock. Después le presentó al padre de
Violet, Patrick Fortune, que estaba sentado junto a Ryan, Lily, Savannah y Cruz
Pérez. Savannah estaba embarazada de nueve meses y Cruz acababa de acercarle una
bala de heno pequeña para que apoyara los pies en ella.
Después de mirar de nuevo entre los invitados, Jessica por fin admitió:
—No sé dónde está Violet. Estaba aquí hace un rato, y su madre también ha
desaparecido.
Justo en aquel momento apareció otra pareja doblando la esquina de la casa.
Steven y Amy Fortune se acercaron a Jessica y los otros hermanos de Violet fueron a
saludarlos.
—Estamos rodeados de Fortune —comentó Jessica mientras Peter y Steven se
estrechaban la mano.
—Tú ya eres uno de ellos —bromeó Amy—, igual que yo.
—Sí, supongo que sí, pero todo ha sido tan rápido entre Clyde y yo que a veces me
parece que no ha sido real. ¿Has visto a Violet?
—Mi madre y ella estaban en el establo —contestó Steven.
—Iré a buscarla —le dijo Peter a Jessica—, tú atiende a tus invitados.
—Dile a Violet que el postre se servirá dentro de quince minutos. Eso bastará para
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hacerla venir.
Antes de salir del hospital, Peter se había puesto unos vaqueros y una camisa de
corte tejano, y se alegraba de haberlo hecho. Había imaginado que se trataría de una
barbacoa informal y no se había equivocado.
Peter se dirigió hacia el establo; una vez en el interior, el heno amortiguaba el
sonido de sus pasos mientras se dirigía al cuarto de los aperos, que era donde
estaban Violet y su madre. La voz de la primera le resultó completamente
reconocible cuando dijo:
—Creo que necesito algo más en mi vida que el trabajo. Quizá sea ésa la razón por
la que me ha costado tanto superar la muerte de Anne Washburn y de su hijo. No
tengo una vida equilibrada.
—Siempre has estado tan dedicada a tu trabajo que pensaba que no querías nada
más.
—Yo también. Pero, déjame preguntarte algo mamá —dijo Violet suavemente—.
Si tuvieras que elegir entre contribuir a que el mundo sea mejor y casarte con papá y
tener una familia, ¿qué elegirías?
—No puedes hacerme esa pregunta. No es una pregunta justa. Yo os quiero a ti, a
tu padre y a tus hermanos con todo mi corazón. Pero soy un tipo de mujer que
necesita algo más.
A Peter nunca le había gustado oír conversaciones de otros a escondidas y no
quería continuar haciéndolo. Cuando se acercó a las dos mujeres, Lacey fue la
primera que emergió de entre las sombras. Arqueó una ceja y miró a Violet.
La sonrisa de Violet estuvo a punto de hacerle olvidar a Peter lo que había oído... y
todo lo que consideraba un obstáculo para su relación.
—¡Has venido! —era evidente que se alegraba de verlo—. Mamá, éste es el doctor
Peter Clark. Peter es el neurocirujano que ha operado a Celeste.
Peter le tendió la mano y ella se la estrechó.
—Es un placer conocerla.
—Así que tú eres el soltero del que Miles me habló —dijo Lacey con expresión
chispeante.
—Jamás olvidaré esa subasta —gimió Peter.
Lacey soltó una carcajada y añadió:
—Bueno, voy a volver a la barbacoa. Jessica ha dicho algo de una tarta de mousse
de chocolate.
—Ya es casi de noche. ¿Quiere que la acompañe?
—Oh, no, puedo ir sola —y, tras dirigirle una última mirada a su hija, se alejó por
el mismo camino por el que Peter había llegado.
—Bueno, ahora que estamos solos —empezó a decir Violet—, quería decirte que
he podido hablar un momento con Ryan. Quiere que vaya a Nueva York y ahora le
está diciendo a Lily dónde vamos. A mí no tiene que excusarme y a Lily va a decirle
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que se va por un asunto relacionado con sus negocios.
—Si sabe que vais juntos, probablemente lo creerá. Pero, ahora que estamos a
solas, se me ocurren mejores cosas que hacer que hablar de ese viaje.
—¿Como cuáles? —preguntó Violet con timidez.
—Como ésta...
En cuanto cubrió sus labios, fluyeron los recuerdos de lo que habían compartido
en el sofá. El perfume de Violet siempre lo había excitado. La suavidad de su pelo era
una delicia sensual, y su boca... Sus labios respondían a lo suyos y su beso fue todo lo
que había esperado que fuera. Da había echado de menos aunque no lo entendía, de
la misma forma que no comprendía su deseo por ella. Se besaron como si no se
hubieran besado jamás y como si nunca fueran a volver a besarse. Peter se inclinó
contra ella y gimió cuando Violet se restregó contra él.
¿Serían capaces de hacer el amor en el establo mientras continuaba la fiesta? Él
jamás había considerado la posibilidad de hacer algo así.
Acercó la mano a la camisa de Violet y comenzó a desabrocharle los botones. Ella
buscó su camisa para sacarla de la cintura del pantalón y deslizó la mano por su
pecho.
—Esto es una locura —musitó Peter, casi sin respiración.
Cubrió de besos su cuello y posó la mano sobre sus senos. El gemido de
aprobación de Violet le indicó a Peter que iban a tener que conformarse con la
intimidad del primer cubículo del establo que encontraran libre.
Pero de pronto, la puerta del establo se abrió de par en par y Miles gritó:
—¡Peter! ¡Violet! ¡Savannah ha roto aguas!
Peter dejó caer las manos a lo largo de su cuerpo y miró a Violet a los ojos.
Intentando dominar la pasión, ésta le gritó a su hermano:
—¡Ahora mismo vamos!
—Maldita sea —musitó Peter mientras se abrochaba la camisa y se la metía por los
vaqueros.
—Lo mismo digo —se mostró de acuerdo Violet.
—Hace años que no atiendo un parto —musitó Peter—.Vamos, asegurémonos de
que Savannah tiene un parto seguro.
Le pasó el brazo por los hombros y salieron a la noche.
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Capítulo 11
Violet, Peter y Cruz permanecían ante el cristal del nido del hospital. Cruz estaba
absolutamente resplandeciente.
—Mirad cómo mueve las manos. No me puedo creer que sea hija mía.
Después de que Savannah rompiera aguas, los dolores del parto habían
comenzado a ser cada vez más intensos. Cruz insistía en llevar a su esposa al
hospital, pero Peter se había ofrecido a ser él quien condujera para que Cruz pudiera
atender a su esposa. Savannah le había pedido a Violet que los acompañara. Y,
menos de una hora después de que llegaran al hospital, había nacido Rose.
—Voy a llamar a mi familia para decirles que he tenido una hija preciosa. Y
también quiero ver cómo está Savannah. Seguro que está durmiendo, el parto debe
de haberla dejado agotada. Gracias por acompañarnos, habéis sido de gran ayuda.
—Felicidades otra vez —dijo Peter.
Violet le dio a Cruz un abrazo.
—Dile a Savannah que iré a verla cuando esté en casa.
—Lo haré —miró de nuevo a su hija y se fue caminando tranquilamente por el
pasillo
Había otros cinco bebés en el nido y Violet fue mirándolos uno a uno, mientras el
anhelo crecía en su corazón. De pronto, Peter le pasó el brazo por los hombros.
—¿En qué piensas? —le preguntó el médico.
—En que ser madre debe de ser una experiencia asombrosa y... y en la cara que
has puesto cuando has visto el bebé.
Peter y ella habían estado aguardando en la sala de espera mientras Cruz
acompañaba a su esposa durante el parto. Cuando la enfermera se había nevado al
bebé, ellos habían sido los primeros en verlo.
—El nacimiento de un niño es un acontecimiento milagroso, pero no sólo los bebés
necesitan que los cuiden. Todos los niños son preciosos.
—¿No te gustaría estar viendo algún día a través de un cristal a un hijo tuyo?
—Claro que sí, pero aunque eso no suceda, podré ser padre.
El futuro era tan incierto... A Violet le habría encantado tener una bola de cristal,
pero estando al lado de Peter, sabía que quería que formara parte de su vida. Sin
embargo, si volvía a Nueva York y se llevaba a Celeste con ella, ¿qué ocurriría?
El jueves por la mañana, Violet iba en el avión con Ryan, mirando por la
ventanilla. Peter estaba al otro lado del pasillo, concentrado en una revista médica.
No habían tenido muchas oportunidades de estar juntos después del nacimiento de
la hija de Savannah y de Cruz.
Aquella misma mañana, Violet había ido a ver a Celeste para explicarle que Peter
y ella estarían fuera un par de días. La pequeña le había preguntado preocupada que
si volverían... Inmediatamente, Violet decidió olvidar a Celeste y concentrarse
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completamente en Ryan. Posó la mano en su brazo.
—¿Cómo estás?
—Preguntándome cómo he dejado que Peter me convenciera de que hiciera esto.
—Quieres disfrutar de una vida más larga.
—Quizá. Pero no puedo dejar de preguntarme a qué precio. Si eso significa que
voy a tener que vivir triste y enfermo...
—Tendrás que hablar con el director de este ensayo clínico. Aprovecha esta
oportunidad, Ryan.
—Creo que estás viendo demasiado a Peter Clark —musitó malhumorado y se
llevó la mano a la sien.
—¿Te duele la cabeza?
—Sí, constantemente.
—Tienes que contarle a Lily lo que te ocurre.
—Lily prácticamente no me habla y no sé por qué. No creo haberle hecho nada,
pero cada vez que entro en una habitación, se va. Y siempre está ocupada con algo.
—¿Has oído hablar de la intuición femenina?
Ryan intentó sonreír.
—Es posible que alguien me haya comentado algo al respecto en alguna ocasión.
—No te burles. Lily sabe que le estás ocultando algo, tienes que decirle lo que te
pasa.
—Lo haré a su debido tiempo.
El problema era que Ryan quizá no tuviera mucho tiempo.
—¿Estás seguro de que no quieres quedarte esta noche en mi casa?
—¿Para que podáis vigilarme Peter y tú? No, mejor no.
Sacó un pedazo de papel del bolsillo del pantalón.
—Estaré en esta dirección.
Violet leyó el nombre: Clancy Flannery, y vivía a sólo unas diez manzanas de su
apartamento.
—¿Es un amigo?
—Sí, un viejo amigo. Fuimos juntos al colegio. Clancy trabajaba para Fortune TX,
pero siempre tuvo un ojo puesto en la Gran Manzana. Se unió a una firma de
inversiones en Nueva York y las cosas le fueron bien. Tenemos muchas cosas que
contarnos.
—¿Vas a explicarle por qué estás aquí?
—Es posible. Clancy sabe mantener la boca cerrada.
De pronto, se oyó un grito en la parte de atrás del avión y la azafata de primera
salió corriendo mientras, por los altavoces, solicitaban la presencia de un médico.
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Peter y Violet se levantaron al mismo tiempo y corrieron a la parte de atrás del
avión. Dos azafatas estaban atendiendo a un hombre que había sufrido una parada
cardiaca mientras una tercera llegaba con una máquina no más grande que un
maletín.
—Tienen un desfibrilador portátil, gracias a Dios —murmuró Violet—. Ha debido
de sufrir un ataque al corazón.
Segundos después, Peter estaba tomándole el pulso al paciente mientras Violet
abría la caja y le conectaba los electrodos. Antes de que los conectara, Peter le
advirtió a todo el mundo que no tocara al paciente y le hizo un gesto a Violet con la
cabeza.
Violet presionó el botón sin vacilar y, después de que el aparato registrara el ritmo
cardiaco, volvió a repetir la operación.
Inmediatamente, Peter le tomó el pulso al paciente.
—Lo hemos conseguido —dijo aliviado.
El paciente estaba respirando otra vez y Violet alzó la mirada hacia la azafata.
—¿Cuánto tiempo falta para que aterricemos?
—Iré a preguntárselo al piloto —le contestó a Violet.
Dos minutos después había vuelto.
—Estaremos en tierra dentro de quince minutos y ya hemos llamado a una
ambulancia. ¿Van a moverlo?
Violet miró a Peter y éste negó con la cabeza.
—Lo mantendremos aquí —dijo Violet—. ¿Sabe cómo se llama?
—Sam Crawford. Es relaciones públicas o algo parecido y vuela a menudo.
Peter le palmeó el hombro.
—Aguanta, Sam.
A partir de entonces, el tiempo pasó en un abrir y cerrar de ojos. Peter y ella
estuvieron monitorizando a Sam hasta que aterrizaron. Todos los pasajeros
esperaron en sus asientos cuando entraron los paramédicos para sacar al enfermo del
avión.
Y cuando Violet y Peter estaban ya en la terminal de vuelo, una de las azafatas
corrió hacia ellos.
—Un representante de nuestras líneas aéreas quiere darles las gracias. Le han
salvado la vida al señor Crawford.
Peter le dirigió una mirada a Violet con la que le estaba diciendo que no necesitaba
ninguna clase de reconocimiento.
—Ha sido la tripulación la primera en atenderlo y lo que le ha salvado la vida ha
sido tener un desfibrilador en el avión.
—Aun así, el señor Rossi quiere darles las gracias personalmente. Aquí viene. Y
creo que la que llega con él es Catherine Watson, del Canal 6 de televisión —añadió
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en un susurro.
Se suponía que nadie tenía que enterarse de que Peter y Violet estaban con Ryan
en Nueva York. Lo último que necesitaban era que los vieran por televisión antes de
que Ryan hubiera podido hablar con su familia de su enfermedad.
Ryan se hizo a un lado y Peter le tomó la mano a Violet.
—Lo siento, no podemos quedarnos, tenemos una cita.
Y antes de que la azafata pudiera hacer nada, se fundieron con la multitud. Cinco
minutos después, montaban en un taxi y se dirigían hacia el centro de la ciudad.
Ryan, sentado en el asiento de delante, se volvió hacia ellos y comentó:
—Parece que trabajáis bien juntos.
Peter se inclinó hacia Violet y le susurró al oído:
—No es lo único que sabemos hacer juntos.
El timbre de su voz y la intensidad de sus palabras la envolvieron en una oleada
de calor. Pensó inmediatamente que aquella noche estarían solos en su apartamento.
—Probablemente el señor Crawford quiera saber quién le ha salvado la vida —
continuó diciendo Ryan.
—Lo llamaré para ver cómo está en cuanto tenga unos minutos. La azafata me ha
dicho el hospital al que se lo han llevado.
Peter le preguntó a Ryan:
—¿Vas a ir directamente a casa de tu amigo o quieres cenar con Violet y conmigo?
—Le prometí a Clancy que cenaría con él. Tiene cocinero, así que no tendremos
que salir.
—¿Quieres que mañana vayamos a buscarte para llevarte al hospital?
—No, quedaremos directamente allí. Tengo que pensar en un montón de cosas, en
el rancho, en Fortune TX... Y, estando lejos de allí, espero poder encontrar más
fácilmente las respuestas.
Dejaron primero a Ryan y después se dirigieron al apartamento de Violet. Pagaron
al taxista y el portero del edificio les abrió la puerta. Subieron en el ascensor hasta el
tercer piso. Violet abrió la puerta de su apartamento y accedieron al interior.
Peter había estado muy callado durante todo el trayecto. En aquel momento,
estaba estudiando el pequeño cuarto de estar como si allí pretendiera descubrir algo
más sobre Violet.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó ella.
—Supongo que esperaba encontrarme con algo más lujoso.
—No lo necesito. Y sólo tengo un dormitorio porque rara vez tengo invitados. Si
alguien se queda a dormir, el sofá se convierte en cama. Y tengo que admitir que no
paso mucho tiempo en casa. Pero me divertí amueblando y decorando el
apartamento y todo lo que tengo me resulta muy cómodo.
Peter dio un paso hacia ella sonriendo.
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—Me gusta.
Dejó el equipaje en el suelo y se acercó a Violet con los ojos resplandecientes, sin
lugar a dudas, pensando lo mismo que estaba pensando ella.
—¿Qué quieres que hagamos primero? —le preguntó Violet.
Peter hundió las manos en su pelo y la atrajo suavemente hacia él.
—¿Qué te parece si vamos a dar un paseo?
No era ésa la respuesta que Violet esperaba y su desilusión fue evidente.
—Sólo quería ver tu reacción —le aclaró Peter riendo, y le hizo inclinar el rostro
hacia él.
Violet olvidó inmediatamente todas las preocupaciones sobre el futuro. En aquel
momento, nada importaba más que sentir las manos de Peter sobre su piel y su
cuerpo cerca del suyo.
—Te deseo —susurró él.
La gravedad de su voz y la asombrosa y tentadora sensación de su cercanía le
secaron a Violet de tal manera la boca que era incapaz de hablar. Así que, en vez de
decir nada, posó las manos en sus hombros.
Peter deslizó la lengua por sus labios y ella respondió abriéndolos para él. Y
cuando él hundió la lengua entre sus labios, se sintió completa, aun siendo consciente
de que lo sería mucho más cuando fundieran completamente sus cuerpos. Peter le
acariciaba la lengua con ávido fervor y Violet sentía el vértigo de la pasión entre
ellos; pero sabía también que aquellos sentimientos podrían no significar nada para
Peter.
Ni siquiera fueron al dormitorio. Aquel beso espoleó un furioso deseo y
comenzaron a desabrocharse y a quitarse precipitadamente la ropa.
Los besos de Peter fueron haciéndose más hambrientos, más posesivos y
exigentes, hasta que a Violet dejó de importarle todo lo que no fuera él. El deseo se
había hecho casi ingobernable y su respiración comenzaba a ser tan agitada como la
de Peter. Cayeron los pantalones al suelo y se acercó aún más a Peter; le rodeó la
cintura con los brazos y los alzó después hacia su pecho, al tiempo que le lamía los
pezones con la lengua y se deleitaba al verlo estremecerse.
Cuando ambos estuvieron completamente desnudos, Peter la atrajo hacia él y ella
le rodeó el cuello con lo brazos; él la levantó y ella le envolvió la cintura con las
piernas.
—Peter... —suspiró.
—Lo sé —musitó él mientras agarraba una silla.
La giró y se sentó en ella, con Violet frente a él.
—Te necesito, Violet —había algo en su voz que le indicaba a Violet que era la
primera vez que se lo decía a una mujer.
—Yo también te necesito —susurró ella.
Peter posó las manos en su trasero, la alzó y fue deslizándose lentamente dentro
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de ella.
—No podré aguantar mucho más —admitió con voz ronca—, ¿estás lista?
El placer estaba desatando una tormenta de fuego en el vientre de Violet. Ella
sabía que una caricia más bastaría para...
—Sí, estoy lista.
Peter se hundió con más fuerza en ella provocándole un orgasmo que hizo que le
temblaran las piernas y la obligó a darse cuenta de que su amor por Peter era más
fuerte que cualquier otra cosa.
¿Más fuerte incluso que lo que sentía por Celeste?, le preguntó una vocecilla
interior.
En aquella vorágine de sensaciones, no podía contestar aquella pregunta. No
podía considerar sus posibles repercusiones. Se aferró a él y dejó que fueran
envolviéndola oleada tras oleada de placer. Los sentimientos fueron haciéndose tan
intensos que las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas. Cuando Peter
alcanzó el orgasmo, lo sintió estremecerse y abrazarla, y tuvo la sensación de que el
vínculo que había entre ellos se fortalecía.
Segundos después, Peter apoyaba la frente contra la suya.
—Esta noche hemos hecho una locura.
Violet retrocedió sorprendida.
—¿Por qué?
—Porque no hemos utilizado ningún tipo de protección, los dos somos médicos y
suficientemente adultos como para saber lo que hacemos, pero nos hemos
comportado como si fuéramos adolescentes.
—Ya te dije que a mí no me resultaría fácil quedarme embarazada, pero si eso
ocurriera, asumiríamos lo que ha pasado.
Y mientras lo decía, se preguntó si en el fondo no querría quedarse embarazada y
era ésa era la razón por la que había prescindido de cualquier protección.
Peter le alzó la barbilla y la estudió con atención. Violet sabía que iba a empezar a
hacerle preguntas y que quería respuestas. Pero ella todavía no las tenía. De modo
que, antes de que pudiera decir nada, posó un dedo en sus labios para silenciarlo.
—Aunque sólo sea por esta noche, finjamos que no tenemos preocupaciones. Que
sólo somos Peter y Violet y estamos en Nueva York, que podemos estar juntos sin
preocuparnos por el mañana.
—¿De verdad puedes olvidarte del futuro? —preguntó Peter.
—Sí, esta noche necesitamos reunir fuerzas para lo que pueda ocurrir más
adelante, sea lo que sea.
—De acuerdo —Peter le acarició la espalda—. Lo intentaremos. ¿Y ahora qué
quieres que hagamos?
—Podemos ir a dar un paseo. Te enseñaré dónde podemos comprar un vino
magnífico e iremos a un supermercado en el que comprar comida para traernos a
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casa. Y te enseñaré las cosas de Nueva York que más me gustan.
—Estupendo. Pero antes...
Se inclinó para besarla otra vez y Violet no fue capaz de recordar haber sido nunca
tan feliz.
Salieron a dar el prometido paseo. Peter le preguntó si le gustaría cenar en un
restaurante, pero ella prefirió cenar con él en casa.
Compraron una botella de Merlot y pararon después en el supermercado para
comprar pan, fruta y algunos entremeses calientes. Diez minutos después, estaban de
nuevo en el apartamento, riendo y besándose a pesar de que tenían las manos llenas
de bolsas.
Violet estaba poniendo la mesa cuando sonó el teléfono. Sacó inmediatamente el
móvil del bolso para contestar.
—¿Diga?
—Violet, soy Miles.
—Hola, Miles. ¿Te ha pedido Clyde que compruebes dónde estoy?
Miles se echó a reír.
—En absoluto. No, he pensado que debería advertirte de algo. Han publicado un
reportaje en La Gaceta, Violet. Es una historia sobre Kingston Fortune y su
procedencia.
—¿Y sobre qué trata exactamente?
—Lo cuenta todo. Explica que era hijo ilegítimo y que sus verdaderos padres eran
Elize Wise y Travis Jamison y no Dora y Horbart Fortune.
—¿Y quién se supone que ha filtrado esa información?
—Puede haber sido cualquiera. La policía y la familia lo saben, es posible que
alguien haya hecho amistad con algún periodista y lo haya revelado sin pretenderlo
—bajó la voz al añadir—: O puede haber sido alguien que ha conseguido esa
información y ha decidido difundirla para poner a Ryan en una situación
embarazosa.
Ryan. ¿Lo habría llamado Lily?
—Quizá no sea tan malo que se haya desvelado la historia. A lo mejor así la gente
deja de preguntarse por qué Christopher Jamison tenía la marca de nacimiento de la
familia Fortune.
—Quizá. O a lo mejor la situación empeora. En cualquier caso, quería advertirte
por si empiezan a molestarte los periodistas.
—Salvo la familia y los amigos nadie tiene mi número de teléfono.
—¿Cuándo volverás?
—Espero volver mañana por la noche. Y no te preocupes por mí, Miles, ya soy
mayor.
—Eso es precisamente lo que me preocupa.
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En cuanto colgó y guardó de nuevo el teléfono en el bolso, Peter le preguntó:
—¿Problemas?
—Es posible. Han publicado un artículo en el periódico de Red Rock sobre la
familia Fortune.
Peter señaló la comida que habían colocado en la mesa.
—Comamos antes de que se enfríe.
Una vez tuvieron sus respectivos platos llenos, Violet comenzó a explicar:
—En realidad, Kingston Fortune no era un Fortune. Su padre biológico era un
hombre llamado Travis Jamison.
—¿Y tenía alguna relación con Christopher Jamison?
—Sí, era su bisabuelo. Pero por lo que tengo entendido Travis nunca supo que
tenía un hijo.
—Esto va a ser cada vez más complicado, ¿verdad? —preguntó
—Sí, desde luego. Pero la cuestión es que Travis dejó embarazada a una joven y
ella no le dijo nada sobre el niño. Como no quería quedarse con el bebé, la chica lo
dejó en manos de otra familia del condado, los Fortune. Y ese niño era Kingston, el
padre de Ryan.
—¿Y todo esto se acaba de averiguar?
—Ryan lo descubrió cuando identificaron el cadáver de Christopher Jamison.
—Y ahora que se ha hecho pública la historia, todo el mundo empezará a
especular.
Violet asintió.
Permanecieron ambos en un cómodo silencio bajo el que iba a elevándose la
tensión sexual. Cuando Violet miró a Peter, en lo único en lo que pudo pensar fue en
cómo habían hecho el amor. Y, por la manera de mirarla, también él parecía estar
pensando en eso.
La conversación giró hacia otros temas del pasado. Al final, Peter apartó su plato y
comentó:
—La comida estaba deliciosa. ¿Haces esto muy a menudo?
—No, muy pocas veces. Normalmente ceno ensaladas y fruta. Me alimento
prácticamente de yogurt y café.
—Te comprendo perfectamente. Yo sobrevivo a base de hamburguesas, patatas
fritas y comida congelada.
—¡Y eso que somos médicos! —exclamó ella riéndose—. Bueno, creo que me
gustaría darme una ducha antes de acostarme. ¿Quieres comer algo más? Hay helado
en la nevera.
—Creo que de momento prescindiré del helado. Mientras te duchas, aprovecharé
para ver las noticias.
Violet estaba lavándose el pelo, imaginándose a Peter compartiendo con ella el
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helado en la cama cuando la sobresaltaron unos golpecitos en la mampara. Corrió el
cristal empañado y descubrió a Peter desnudo.
—He pensado que podrías necesitar ayuda para enjabonar algunos rincones de tu
cuerpo...
—Esta ducha es muy grande —susurró ella—. Entra.
Peter la miró con los ojos cargados de deseo.
—Todavía estoy llena de jabón —dijo Violet, pasándose la mano por el pelo.
—De eso me ocuparé yo —y cerró la puerta de la mampara tras él.
Violet bajó la cabeza. A pesar de que habían hecho el amor en dos ocasiones, se
sentía extrañamente avergonzada.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Peter.
—No sé. Supongo que no estoy acostumbrada a esta clase de intimidad.
—¿Quieres que te acaricie?
—Sí.
Peter tomó el gel de baño, se lo echó en las manos y se las frotó hasta conseguir
espuma para posarlas después sobre los senos de Violet. El jabón, el agua, y el
contacto de sus dedos estuvieron a punto de enloquecerla de placer. Las caricias no
eran extremadamente sexuales, pero tampoco la estaba enjabonando únicamente.
Cuando Peter empezó a deslizar las manos por su estómago para desde allí alcanzar
su espalda, Violet pensó que iba a desmayarse. El vapor se alzaba a su alrededor y
Violet sabía que no procedía sólo del agua caliente.
Dio un paso hacia él, bajó las manos por su espalda y las posó en su trasero.
—Peter... —dijo casi sin respiración.
—¿Qué?
—Me haces sentirme tan... sensual.
—Entonces es que estoy haciendo algo bien.
El vello de su pecho acariciaba sus pezones y sentía la presión de su erección
contra su vientre. De pronto Violet notó la mano de Peter, cubierta de espuma, entre
sus piernas... Jamás había experimentado nada parecido; aquella atención, el deseo
que los arrastraba hasta el delirio, la cercanía de dos amantes compartiendo una
ducha... Cuando Peter hundió los dedos en su interior, tuvo la sensación de que iba a
desgarrarse.
—Quiero que estés dentro de mí —susurró.
—¿No me dejas hacer esto primero? —la provocó Peter.
Sintió los músculos femeninos contraerse alrededor de su dedo cuando Violet
alcanzó el orgasmo, y le acarició el clítoris con el pulgar para darle más placer.
—¡Peter! —gritó ella, aferrándose a sus hombros.
—Estoy aquí —le aseguró él.
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Y entonces, la levantó en brazos y se hundió en ella. La apoyó contra la pared de la
ducha y confesó:
—Jamás habría imaginado que podría llegar a hacer una cosa así.
El tiempo se detuvo. Sus gemidos de placer retumbaban contra las paredes de la
ducha. Cuando los músculos de Violet se contrajeron alrededor de Peter, éste perdió
el control. Se apoderó de sus labios mientras se vaciaba en su interior y Violet supo
que jamás podría querer a un hombre como lo estaba queriendo a él. Se abrazaban
temblorosos y, poco a poco, fueron recuperando el ritmo de la respiración. Violet
aflojó la presión de sus piernas y Peter la bajó al suelo.
Violet alzó el rostro sonriente hacia él.
—¿Crees que alguna vez podremos hacer esto en la cama, como una pareja
normal? —le preguntó.
Las risas de Peter resonaron en el baño. Le enmarcó el rostro con las manos.
—En cuanto nos sequemos y comamos un poco de helado, creo que podré hacer
algo al respecto. A menos que pretendas hacerme dormir en el sofá.
—Quiero que durmamos abrazados toda la noche.
Peter volvió a besarla y Violet supo que, probablemente, volverían a enfrentarse a
la realidad cuando llegara la mañana. Pero aquella noche quería vivir su fantasía.
Quería a Peter y, quizá, con un poco de suerte, fueran capaces de trasladar parte de
aquella fantasía al día siguiente.
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Capítulo 12
Después de encontrarse con Ryan en el mostrador del hospital, Violet y Peter lo
condujeron hasta la décima planta, donde estaba situado el despacho del doctor
Hanneken, responsable del programa en el que podría participar. Ryan llevaba toda
la mañana frotándose la frente y Violet sabía que eso significaba que le dolía la
cabeza.
Después de registrarse en recepción y sentarse en las sillas de vinilo de la sala de
espera, Violet le preguntó:
—¿Has podido dormir esta noche?
—¿Bromeas? Por si no fuera suficiente con pensar en todas las pruebas que van a
querer hacerme, he recibido una llamada de Lily.
—¿Te ha contado lo del artículo que ha aparecido en La Gaceta?
—Así que también te han llamado a ti...
—Sí, Miles quiso advertirme. Pero, ¿tan terrible es que se sepa la verdad?
Después de bajar la mirada hacia sus botas, Ryan miró abiertamente a Peter.
—¿Sabes de qué estamos hablando? —le preguntó.
—Sí, Violet me lo contó anoche. ¿Le ha afectado mucho a Lily el artículo?
—Lily ya estaba bastante alterada y ese artículo no la ha ayudado precisamente a
tranquilizarse. A lo mejor puedo llamarla esta noche e invitarla a venir aquí conmigo.
Lo pondré todo sobre la mesa y así podremos hablar con claridad. Tendrá que saber
que voy a participar en este ensayo.
—Lo dices como si estuvieras dispuesto a recibir ese tratamiento.
—Si no lo estoy, seguro que Lily me convencerá.
Incapaz de contener una sonrisa, Violet supo que Ryan tenía razón. Lily era una
luchadora y le haría luchar contra aquel tumor hasta su último aliento.
Ryan se levantó, paseó un poco por la sala de espera y se colocó de nuevo frente a
ellos.
—Si participo en esto —le preguntó a Peter—, ¿me darán algunos días de
descanso? ¿Podré ir en algún momento a casa?
—Tendrás que esperar a ver lo que dice el médico al respecto —contestó Peter.
—Si no vuelvo a casa, tu hermano se va a llevar una gran decepción —le dijo Ryan
a Violet—. Ha trabajado mucho para tener el rancho en condiciones para la fiesta del
gobernador. Si no puedo ir, lo echaré todo a perder y Steven y Amy sufrirán una
gran desilusión.
—Cuando sepan lo que te ocurre se les pasará. Y tu salud es lo primero.
—¿Y el gobernador? ¿Podrá reorganizar su agenda?
—Estás adelantando demasiados acontecimientos —le dijo Peter amablemente.
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—Soy incapaz de dejar de pensar —admitió Ryan.
—¿Por qué no haces una lista de todas las preguntas que tienes pendientes? —le
propuso Violet, que conocía bien aquel fenómeno.
—Ya la tengo aquí —respondió Ryan, palpándose el bolsillo del pantalón.
Suspiró con impaciencia y volvió a sentarse.
—¿Habéis sabido algo de ese hombre al que ayudasteis en el avión?
—He llamado esta mañana al hospital y me han dicho que se encuentra estable —
respondió Violet.
Tras mirar el reloj por décima vez, Ryan gruñó:
—¿Cuánto tiempo vamos a tener que esperar? Ya llevamos aquí más de quince
minutos.
—No tenemos forma de saberlo —contestó Violet, sabedora de los problemas de
tiempo de los médicos.
Peter se levantó.
—Iré a buscar café.
Después de que Peter volviera, se tomaron el café y continuaron esperando. Una
hora después, llegaron dos hombres con batas blancas. El teléfono de la recepcionista
comenzó a sonar incesantemente. Una mujer morena de unos cuarenta años entró
corriendo con un montón de papeles en la mano. Parecía preocupada y nerviosa. Sin
detenerse en el escritorio de recepción, abrió la puerta de la sala del médico y salió
después corriendo al pasillo.
—¿Qué estará pasando aquí? —murmuró Ryan.
—Podría tener algo que ver con nuestra espera —comentó Peter.
Una hora después, Ryan estaba ya al límite de su paciencia. Violet no podía
culparlo, pero conocía por experiencia propia los problemas que podían surgir en un
hospital.
Al final, entró un médico de pelo ralo y negro a la sala de espera. Al verlos,
frunció el ceño, se acercó a ellos y los saludó muy serio.
—¿Señor Fortune? —preguntó, dirigiéndose a Ryan.
—Estaba a punto de marcharme —respondió Ryan enfadado.
—Lo siento, no hemos podido evitar el retraso. Además, me temo que lo ocurrido
lo afecta directamente a usted.
él.
A Violet no le gustó cómo sonaba eso. Miró a Peter y comprendió que tampoco a
—¿Puede pasar conmigo a mi consulta? —corrió hacia la puerta que conducía a la
consulta, esperando que Ryan lo siguiera, pero entraron los tres.
En cuanto estuvieron sentados, el médico se dirigió de nuevo hacia Ryan.
—Siento tener que decirle esto, pero uno de los pacientes que estaba participando
en el ensayo clínico que le he propuesto ha muerto esta mañana, posiblemente,
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debido a las drogas que estamos experimentando. El ensayo queda suspendido hasta
que hayamos investigado los motivos de esta muerte, así que, lamento decirle que
tendrá que buscar ayuda en otro programa.
Peter se inclinó hacia delante.
—¿Podría recomendarnos algún programa?
—En este hospital no se está llevando a cabo ningún otro ensayo y todavía no he
tenido tiempo de buscar en ningún otro lugar. Espero que lo comprendan, esto ha
sido una catástrofe para nosotros.
En un principio, Ryan pareció muy impactado, pero recuperó de pronto la calma:
—De acuerdo, doctor. Ya está, supongo que así es como tienen que ser las cosas.
—No, no tienen por qué ser así —protestó Peter—. Puedes recibir quimio y
radiación para mantenerte vivo hasta que puedas participar en otro programa.
—No, no quiero saber nada de eso. Lo que ha pasado me reafirma en lo que he
pensado durante todo este tiempo. Lo único que quiero es volver a Texas con Lily.
Quiero disfrutar a su lado y en paz de mis últimos meses de vida. No sé cuándo voy
a decírselo, y me gustaría que me guardarais el secreto.
Tras un momento de vacilación, Violet musitó:
—Sabes que lo haremos.
Incapaz de contener las lágrimas que afloraban a sus ojos, Violet pestañeó con
fuerza. El doctor Hanneken rodeó su escritorio:
—Si necesitan hablar algo más al respecto...
—No necesitamos hablar nada más —lo interrumpió Ryan en tono resignado y
añadió, mirando a Peter y a Violet—: A lo mejor podemos regresar hoy mismo.
Pero Peter no estaba dispuesto a renunciar.
—Volvamos al apartamento de Violet. Tengo que hacer algunas llamadas.
Ryan sacudió la cabeza y apoyó la mano en su hombro.
—Mira, hijo, sé que para ti es duro aceptarlo y agradezco todo lo que has hecho
por mí, pero creo que ya es hora de que me dejéis enfrentarme a mi enfermedad a mi
manera.
—Tendrás que tener un médico que te atienda.
—Lo sé, y lo tendré cuando llegue el momento. Pero ahora lo único que quiero es
volver a casa.
Mientras Ryan salía, Peter le pasó el brazo por los hombros a Violet, le dio las
gracias al médico y le dijo a la neuróloga:
—Conseguiré que me escuche.
—No puedes insistir demasiado. Ésta es la vida de Ryan. Ahora le toca a él
decidir.
Comprendía que quisiera volver a Texas para organizar lo que le quedaba de vida.
Y, de pronto, se dio cuenta de que también ella debería poner en orden la suya. Y
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había algo que tenía que hacer antes de abandonar la ciudad.
—Antes de volver a Red Rock tengo que ocuparme de algunas cosas. ¿Puedes
hacerle compañía a Ryan esta tarde mientras yo paso por mi consulta?
—Claro, si él me deja. Intentaré reservar un vuelo para esta noche.
La abrazó con fuerza, ofreciéndole su apoyo y su consuelo. Y Violet comprendió
que eso era el amor. Quizá, acercándose a su consulta, pudiera averiguar la manera
de conseguir que su relación con Peter funcionara; averiguaría lo que el trabajo
significaba de verdad para ella y a qué estaba dispuesta a renunciar para estar junto a
Peter.
Los médicos con los que Violet compartía la consulta la recibieron como si nunca
se hubiera ido. Cuando llegó a su despacho, cerró la puerta tras ella, pero no
experimentó la sensación de estar regresando a su casa. Revisó los mensajes que le
habían dejado en la mesa, cerca de quince, casi todos ellos de amigos o conocidos que
no la habían localizado en su casa.
Cuando se sentó tras el escritorio, vio el portafolios que contenía el informe de
Anne Wahsburn.
Todavía afectada por la enfermedad de Ryan, pestañeó para apartar las lágrimas.
Quería contribuir a que los últimos días de su tío fueran lo más felices posible.
Quizá los médicos se equivocaran y los seis meses que le habían dado pudieran
prolongarse mucho más.
Alargó la mano lentamente hacia el informe de Anne Washburn, lo abrió y
empezó a leer sin saltarse una sola palabra. Cuando terminó, descolgó el teléfono y
marcó el número de Carl Washburn.
—¿Diga?
Parecía cansado, triste.
—Señor Washburn, soy la doctora Fortune.
Se hizo un frío silencio al otro lado de la línea.
—¿Por qué me llama?
—Sólo quería que supiera que para mí Anne no ha sido sólo una paciente más —
continuó Violet—. No es solamente un número.
Al ver que Carl continuaba sin decir nada, pensó que no debería haberlo llamado.
—Siento haberme entrometido en su tristeza. No debería haber llamado.
Y estaba a punto de colgar cuando Carl Washburn musitó:
—Pensaba llamarla —tenía la voz constreñida por la emoción. Se aclaró la
garganta y continuó—: Siento lo que le dije. Consulté con un abogado. No sabía qué
hacer para calmar mi dolor. Pero al cabo de unos días, me llamó para decirme que no
había habido ninguna negligencia en el caso. Yo lo sabía, pero no quería admitirlo.
Estaba intentando encontrar a alguien a quien culpar.
—Señor Washburn, no puedo decirle que comprenda su dolor porque yo no he
perdido nunca a un esposo. Pero me quedé embarazada siendo muy joven y el
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embarazo no pudo llegar a su término. Cuando alguien muere, nuestros sueños
mueren con esa persona, y también parte de nuestro futuro.
—Sí. Al principio ni siquiera le encontraba sentido a levantarme por las mañanas.
Buscaba explicaciones y no conseguía encontrar ninguna. No podía entender por qué
yo seguía aquí y ellas no.
—Lo comprendo. ¿Y cómo se encuentra ahora?
—Mi hermana me obligó a ir al psicólogo. Todavía no estoy muy convencido, pero
creo que me está ayudando.
—Me alegro.
—Y no la culpo —dijo rápidamente, como si le costara admitirlo—. Sé que le
aconsejó a Anne que se operara porque era lo mejor para ella. Y también sé que si no
se hubiera operado, lo que ha pasado habría terminado ocurriendo con el paso del
tiempo.
—Me alegro de que haya encontrado apoyo. Y sé que ahora no sirve de nada que
se lo diga, pero el tiempo lo ayudará a superarlo.
—Sí, lo sé, eso es lo que me dice todo el mundo —se interrumpió—. Mi abogado
me dijo que se había tomado unas vacaciones o algo parecido. ¿Eso tiene algo que ver
con Anne?
—Sí.
—Me alegro de que haya llamado, señora Fortune.
—Y yo de haberlo hecho. Cuídese, señor Washburn.
Después de despedirse, Violet colgó el teléfono, cerró el informe de Anne y se lo
llevó a la recepcionista para que lo archivara, sintiéndose por fin en paz consigo
misma.
El sábado por la noche, Violet estaba poniendo las verduras al fuego sin estar muy
segura de lo que hacía. La noche anterior, Peter y ella habían regresado a Red Rock.
Peter se había ido directamente al hospital y ella había acompañado a Ryan al Doble
Corona. Le había resultado difícil despedirse de él, y esperaba que le dijera cuanto
antes a Lily lo que le ocurría.
Cada vez que pensaba que iba a perder a Ryan, la inundaba una tristeza
sobrecogedora. Así que, después de dejar el rancho, se había ido a ver a Celeste. La
niña la había echado de menos y Violet se había quedado con ella hasta que se había
quedado dormida. De vuelta a casa, se estaba preparando para meterse en la cama
cuando Peter la había llamado.
—Hola.
La había saludado en un tono tan sensual que le hizo recordar todo lo que había
pasado en su apartamento.
—Hola, ¿ya has terminado de trabajar?
—No, todavía no, pero sabía que te acostarías pronto. ¿Te apetece que cenemos
juntos mañana?
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—De acuerdo, ¿por qué no vienes aquí? Yo prepararé la cena.
—¿Sabes cocinar? —había preguntado él.
—El hecho de que no tenga mucho tiempo para cocinar no significa que no sea
capaz de hacerlo. A no ser que no quieras correr riesgos.
—De acuerdo, me arriesgaré. ¿A qué hora me paso?
—¿Te parece bien a las siete?
—A las siete, de acuerdo. Y, ¿Violet?
—¿Sí?
—Imagínate un beso de buenas noches.
Mientras recordaba aquella conversación que la había mantenido despierta
durante gran parte de la noche, Violet correteaba por la casa esperando que la cena
fuera perfecta.
A las siete y media, recibió una llamada de Peter diciéndole que iba hacia allí y
que había habido problemas de tráfico. Cuando estaba echándole un último vistazo
al asado, Violet oyó por fin el motor de un coche y suspiró aliviada.
Pero su alivio duró poco. Cuando sacó el asado del horno, advirtió que todo el
jugo había desaparecido y la carne estaba completamente seca. Las zanahorias y las
judías verdes que había puesto a cocer se habían reblandecido. Sólo habían
sobrevivido las patatas asadas.
Peter llamó a la puerta, pero no esperó a que le abriera para entrar. Cuando la vio
en la zona de la cocina, dejó sus bolsas en el mostrador.
—Siento el retraso.
—Es una suerte que haya comprado pan, porque el resto de la cena es un desastre.
Peter pinchó el asado con un tenedor.
—Humm, parece que voy a tener que ejercitar la mandíbula.
—Pero para las verduras no vas a necesitar los dientes —le advirtió.
Peter la abrazó sonriendo.
—Después del día que he pasado, cualquier cosa me sabrá bien. He comprado una
botella de vino y, ¿qué te parece una tarta de chocolate y fresas de postre?
—Así no tendrás que comer la carne y las verduras.
—Si te beso ahora mismo, no tendremos que comer nada durante un par de horas
por lo menos.
Peter se estaba comportando como si la comida no tuviera ninguna importancia.
Pero ella sabía que quería una mujer capaz de llevar una casa.
Debió de advertir la sombra de duda en sus ojos, porque la agarró por la barbilla y
susurró:
—Al diablo con la comida.
Violet necesitaba aquel beso. Necesitaba a Peter. La noche anterior, lo había
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echado de menos en su cama. Había añorado estar entre sus brazos, entregarle placer
y recibirlo. Ella quería amarlo y recibir amor a cambio.
Peter hundió las manos en su pelo, inclinó la cabeza para besarla de nuevo y
gimió. Sin soltar una mano, metió la otra bajo el dobladillo del jersey y estaba
empezando a quitárselo, cuando sonó el móvil de Violet.
—¿Tienes que contestar? —gruñó Peter.
—Sí, mi teléfono de Nueva York todavía está en activo.
Peter le bajó el jersey, pero Violet le dio otro beso antes de ir a buscar el móvil al
bolso.
—Ah, hola señora Crawford, ¿cómo está su marido?
—Feliz de estar vivo. Se supone que mañana le darán el alta. Le dije que la llamara
personalmente, pero le daba apuro decirle cómo habíamos conseguido su teléfono.
—¿Cómo lo han conseguido?
—Bueno, yo tengo un familiar en la policía y él tiene sus fuentes.
—Le agradezco que me haya llamado para decirme cómo está su marido.
—También queríamos darle las gracias al doctor Clark, pero no hemos conseguido
localizarlo.
—Da la casualidad de que está aquí, ¿quiere hablar con él?
—Oh, sí, por favor.
Violet le tendió el teléfono a Peter y, durante varios minutos, estuvo hablando con
la señora Crawford, que debió de decirle algo que le hizo reír.
—Sí, los hombres pueden ser muy cabezotas, pero también las mujeres. Y quiero
que sepa que también la tripulación contribuyó a salvarle la vida a su marido.
Estuvo hablando durante unos minutos con ella y, cuando colgó el teléfono, le dijo
a Violet:
—La señora Crawford es propietaria de una tienda de ropa. Dice que la próxima
vez que vayas a Nueva York, pases por allí a llevarte algo.
—¿Y a ti no te ha dicho lo mismo?
—No, pero me ha dicho que tiene también chocolate importado. A las azafatas va
a enviarles unas flores.
—Qué amable.
Peter agarró la bolsa que contenía las fresas, tomó a Violet de la mano y la condujo
hacia el dormitorio.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella riendo.
—Vamos a satisfacer dos apetitos a la vez. Así podemos dejar la carne para
preparar mañana unos sándwiches.
En cuanto estuvo tumbada a su lado, Violet se olvidó completamente de los
sándwiches. Lo único que le importaba era hacer el amor con él en ese instante.
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Capítulo 13
Cuando al día siguiente Violet fue a ver a Celeste, se dirigió directamente a la sala
de rehabilitación. Allí encontró a la niña tumbada en una camilla, donde le estaban
haciendo estirar y doblar la pierna.
Violet intentaba no interrumpir nunca las terapias de Celeste. Observaba, tomaba
notas mentalmente y esperaba a que los fisioterapeutas hubieran terminado para
hablar con la niña.
La fisioterapeuta le dirigió una enorme sonrisa.
—Se está portando magníficamente. Dentro de veinte minutos habremos
terminado.
Violet se acercó a Celeste, le apartó el pelo de la frente y le dijo:
—Ahora mismo vuelvo.
Y, para su sorpresa, la fisioterapeuta le dijo a Violet en un aparte:
—Ha venido la trabajadora social que atiende a Celeste. Le he dicho que
normalmente suele venir usted a esta hora. Está esperando en la cafetería.
—¿Quiere verme?
—Sí. No estoy segura de qué es lo que quiere, pero traía unos documentos y esta
mañana ha estado hablando con el director del centro.
A Violet no le gustó cómo sonaba aquello.
—De acuerdo, iré a buscarla.
Cruzó el pasillo con el corazón en un puño y, cuando llegó a la cafetería, reconoció
inmediatamente la señora Gunthry. Era la única persona que había allí y estaba
sentada en una de las mesas, tomando notas.
Violet se acercó a ella.
—¿Señora Gunthry? Soy Violet Fortune. Me han dicho que quiere verme.
—Sí. Ya he llamado al doctor Clark. Él también pasará por aquí dentro de un rato.
Necesito un informe detallado sobre la situación de la niña. Su caso ha tenido un
desarrollo inesperado.
Violet esperó en silencio a que continuara.
—Hemos vuelto a ponernos en contacto con la tía abuela de Celeste y creo que se
siente responsable de lo que le ocurrió a la niña al haber dejado que la llevaran a un
hogar de acogida. Nos ha dicho que si Celeste es capaz de cuidar de sí misma cuando
haya terminado la rehabilitación, está dispuesta a quedarse con ella.
—¿Qué quiere decir cuidar de sí misma cuando se está hablando de una niña de
seis años?
—Doctora Fortune, creo que ya sabe lo que quiere decir: que pueda vestirse sola, ir
al cuarto de baño, bañarse... Al parecer, su tía tiene artritis y no puede estar corriendo
detrás de la niña. Es comprensible. Pero Celeste necesita un lugar para vivir.
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—¿Ha hablado personalmente con su tía?
—Sí, he hablado directamente con ella.
—¿Y qué impresión le ha dado? ¿Por qué quiere que viva con ella?
La mujer se movió incómoda en su asiento.
—Tiene sesenta años y supongo que piensa que, a medida que Celeste vaya
haciéndose mayor, será capaz de hacer más cosas por ella.
¡No! Ésa no era una buena razón para adoptar a una niña.
Antes de que Violet pudiera expresar su preocupación, la señora Gunthry añadió:
—Tenemos muchos niños que necesitan un hogar. Cuando los parientes están
dispuestos a asumir la responsabilidad de los pequeños, tenemos que permitírselo.
—¿Cuándo se la llevarán?
—Ésa es la razón por la que quiero hablar con el doctor Clark. Me gustaría que me
diera un pronóstico sobre la salud de Celeste.
Violet miró los documentos que la trabajadora social tenía extendidos ante ella.
—¿Cuánto tiempo piensa quedarse aquí?
—Quiero esperar al señor Clark —miró el reloj—. Yo diría que hasta la una. Tengo
otros casos que atender. Sé que a usted puede parecerle muy duro, pero para mí
Celeste es un caso más.
—Gracias de todas formas por informarme.
Se volvió y abandonó la cafetería dispuesta a tomar un poco de aire fresco.
Necesitaba tomar una decisión. Inmediatamente.
Peter se dirigió a la cafetería a grandes zancadas. Miró el reloj y comprendió que,
probablemente, Violet estuviera comiendo con Celeste. El corazón pareció
aligerársele al pensar en ello. Echaba de menos a Violet cuando no estaba a su lado.
Era una sensación completamente extraña para él.
En cuanto vio a la trabajadora social, corrió hacia su mesa. Ella se levantó al verlo
y metió todos los papeles en un portafolios.
—Tengo entendido que quiere que hablemos de Celeste.
—Sí, así es. Necesito un informe de su estado y una fecha aproximada de su salida
del centro.
—Puedo proporcionarle un informe médico, pero en cuanto a lo de la fecha, eso
depende.
La señora Gunthry frunció el ceño.
—No me gustaría que su tía abuela cambiara de opinión.
—¿Su tía abuela? ¿Esa mujer que no la quería?
—Sí, bueno, hemos estado hablando con ella. Si Celeste es capaz de andar y de
cuidar de sí misma, se quedará con ella. Porque Celeste podrá volver a caminar,
¿verdad?
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—Eso espero, pero como le he dicho, todavía estamos en el principio de la terapia.
Violet Fortune está comiendo con ella en este momento y creo que debería participar
en esta conversación.
—Ya he hablado con la señorita Fortune.
—¿Y qué ha dicho?
—Prácticamente nada.
Peter sabía que, sobre todo, tenía que intentar ser racional en aquella situación.
—¿Tiene el informe que le ha escrito a la tía de Celeste?
—Eso no puedo proporcionárselo.
—Sí, claro que puede. Siendo su médico, debo estar al tanto de todo lo que le
concierne a la niña. Así que, o me habla de ese informe, o me permite leerlo.
Imaginando que no podría marcharse de allí hasta que hubiera contestado a la
pregunta de Peter, la trabajadora social sacó el informe del portafolios y se lo tendió.
A medida que iba leyendo, Peter iba profundizando su ceño.
—¿Esto es lo que dijo la tía de Celeste?
El enfado crecía en el interior del médico. Leyó: Supongo que tengo la obligación
de quedarme con una niña que no tiene a donde ir. Y más adelante: Algún día irá al
colegio. Y dentro de unos cuantos años, ella misma podrá ayudarme.
—¿La señorita Fortune está al tanto de la actitud de esta mujer?
—Le he comentado lo fundamental. Y probablemente se alegre de que la niña
tenga algún lugar al que ir. Y eso es lo verdaderamente importante, ¿no le parece,
señor Clark?
—Diablos, no. Hay cosas mucho más importantes.
Estaba profundamente decepcionado por la actitud de Violet. Él pensaba que era
distinta de Sandra.
—Sí, bueno, podremos hablar sobre esto en otro momento. Pero ahora tengo que
irme. Estaremos en contacto, doctor Clark:
Peter fue a buscar a Violet a la habitación de Celeste, pero la encontró vacía. Salió
al aparcamiento y vio que el coche de Violet todavía estaba allí, así que tenía que
estar en el centro. Cuanto más tiempo pasaba, más enfadado estaba. Al final, la
descubrió sentada en uno de los poyetes de piedra de la parte de atrás del edificio.
Cuando se acercó a ella, no fue capaz de interpretar su expresión.
—He hablado con la señora Gunthry —le dijo cortante.
—Sí, yo también.
—Ya me lo ha dicho. Y no me puedo creer lo que está pasando. Después del
vínculo que habéis establecido durante esas semanas, vas a dejar que se vaya a vivir
con una extraña. Sospechaba que para ti tu carrera era más importante que ella, que
serían tus necesidades y tus objetivos los que regirían siempre tu vida, y ahora he
descubierto que no me equivocaba.
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Violet lo miró atónita durante unos segundos, y después explotó:
—¡Eres un hipócrita!
—No soy ningún...
—Sí, claro que sí. Tus propias necesidades y objetivos son los que rigen tu vida.
¿Quién eres tú para juzgarme? No tienes ningún derecho a asumir lo que voy a hacer
o lo que voy a dejar de hacer. ¿Cómo puedes pensar siquiera que voy a dejar que
Celeste se vaya a vivir con una mujer que ni siquiera la quiere?
—La señora Gunthry ha dicho...
—No me importa lo que haya podido decir la señora Gunthry. No le he dicho lo
que quiero hacer porque creo que necesito pensar en ello. Adoptar a una niña no es
algo que pueda hacerse a la ligera.
—¿Vas a adoptarla? —preguntó Peter desconcertado.
—Sí, eso es lo que pretendo hacer. Pero la cuestión es que tú me consideras capaz
de abandonarla y...
Se le quebró la voz y Peter pudo ver entonces el dolor que se escondía tras su
furia. Un dolor que él había provocado.
—Violet...
—Yo creía que sentías algo por mí. Creía que me conocías, pero es obvio que no. Y
todas esas conversaciones sobre nuestros trabajos y el hecho de que vivamos en
ciudades diferentes...Tú sólo quieres lo que te conviene. Y, al parecer, yo no te
convengo. Vuelve a tu trabajo y a tu vida, Peter. Yo voy a volver con Celeste para
decirle lo mucho que la quiero y después me pondré en contacto con la señora
Gunthry para comunicarle que pretendo adoptarla. No voy a renunciar a Celeste por
una mujer que no la quiere.
Antes de que Peter hubiera podido pensar siquiera en disculparse, se alejó
bruscamente de allí y desapareció en el interior del edificio.
Peter consideró la posibilidad de seguirla, pero no habría sabido qué decir.
Cuando volviera a hablar con Violet, iba a tener que hacer algo más que disculparse.
Iba a tener que decirle lo que sentía.
Jason Wilkes estaba sentado tras su escritorio en Fortune TX cuado oyó un ruido
en el pasillo. Después voces. Y un grito.
Se levantó rápidamente del escritorio y salió. Vio a Ryan Fortune en medio del
pasillo, rodeado de gente. Una mujer con una grabadora le estaba lanzando todo tipo
de preguntas.
Jason ni siquiera sabía que Ryan estuviera allí; aquel día lo vio envejecido, había
nuevas arrugas en su rostro. Al parecer, ser sospechoso de un crimen lo estaba
hundiendo.
Y seguramente algo tendría que ver el artículo que había salido en La Gaceta de
Red Rock.
Jason no conocía a aquella periodista, una pelirroja con una figura que podría
competir con la de Melissa.
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—Usted es un hombre influyente en esta comunidad, señor Fortune.
—Soy un ciudadano como todos los demás y tengo derecho a mi intimidad.
—¿Pero es cierto que guarda algún parentesco con Farley Jamison, ese hombre que
tuvo que abandonar la política en Iowa por corrupción?
—No pienso hacer ningún comentario.
—Pero sí es verdad que su padre, Kingston Fortune, no era un Fortune en
realidad.
—Claro que era un Fortune.
—Biológicamente, no.
—Cuando un niño es adoptado por una familia, pasa a formar parte de la misma
inmediatamente.
—Quizá, pero eso no puede ocultar el hecho de que su madre lo abandonara
porque no lo quería.
Ryan permanecía en un pétreo silencio.
Habían comenzado a salir otros empleados al pasillo. Ya sólo había una cosa que
hacer, pensó Jason con cinismo. Sin esperar ni un segundo más, se ajustó la corbata y
se dispuso a entrar en la refriega.
—No sé cómo ha podido pasar los controles de seguridad, pero no tiene ningún
derecho a estar aquí y menos a importunar al señor Fortune en su propio edificio.
—¿Importunarlo? Sólo le estoy haciendo unas preguntas.
Jason posó la mano en el hombro de Ryan y lo empujó suavemente hacia su
despacho.
—El señor Fortune no va a contestar a ninguna pregunta —sacó el teléfono
móvil—. Puedo llamar a seguridad o dejar que se vaya por su propio pie, ¿qué
prefiere?
—¿Cómo se llama usted? —preguntó la periodista rápidamente.
—Me llamo Jason Wilkes, y ahora dígame qué piensa hacer.
—Me iré —dijo, y se encogió de hombros—. Pero no creo que esto haya
terminado. Cualquier cosa sobre la familia Fortune es una gran noticia.
En cuanto estuvieron en el interior de su despacho, Jason cerró la puerta tras él.
—Quizá sea mejor que esperes aquí un momento.
—Sí, probablemente sea una buena idea —dijo Ryan con un suspiro, y se sentó en
la silla de cuero que tenía Jason frente al escritorio—. Gracias por la ayuda, te lo
agradezco.
—De nada. Pareces cansado, ¿te encuentras bien? —Jason no sabía qué le había
hecho preguntárselo, pero normalmente se dejaba llevar por su intuición.
—Sí, estoy bien, sólo un poco cansado. Tuve que salir de viaje hace unos días y ya
no estoy tan joven como antes —añadió con una sonrisa. Como si se hubiera
acordado de algo, añadió—: Me han dicho que has pasado en la oficina la mayor
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parte del fin de semana, ¿no necesitas descansar?
—Siempre hay trabajo que hacer, incluso durante los fines de semana —respondió
Jason con una sonrisa.
—Me gustaría que algunos de nuestros empleados trabajaran tanto como tú.
Aunque, por otra parte, si lo hicieran terminarían divorciándose. No creo que a tu
esposa le guste que pases tantas horas en la oficina.
Jason intentó encontrar alguna segunda intención en aquel argumento. Estaba
intrigado por lo que Ryan podía sentir por Melissa; al fin y al cabo, era una mujer
atractiva que estaba intentando seducirlo, pero no detectó nada.
—Somos una pareja moderna, cada uno tiene sus propios intereses. Pero esta
noche saldremos a divertirnos. A lo mejor la llevo a cenar y a bailar a Austin.
—Parece un buen plan —Ryan se levantó y abrió la puerta.
—¿Estás seguro de que quieres irte tan pronto?
—Me arriesgaré. Iré directamente a mi despacho, allí nadie me molestará. Y
gracias otra vez por la ayuda. No lo olvidaré.
Jason estaba seguro de que no lo haría. Ryan era de esa clase de hombres. Pero no
era la generosidad lo que había motivado a Jason. Ayudar a Ryan formaba parte de
su plan, y su objetivo era arruinar a Ryan Fortune.
Aunque Peter regresó al hospital y estuvo trabajando hasta las seis, estaba
funcionando a dos niveles. Y cada vez que tenía un segundo libre, se descubría
pensando en lo que había pasado con Violet. Le había llamado hipócrita, y quizá lo
fuera.
Después de que Sandra Mason hubiera abortado a su hijo por su carrera, se había
prometido que la siguiente mujer con la que saliera cuidaría la vida tanto como él, y
había dado por sentado que cuidar la vida significaba poner en primer lugar a su
marido y a su hijo.
Cuando terminó con el último paciente del día, se metió en el coche y se dirigió
hacia la casa que Charlene estaba arreglando. Necesitaba hablar con ella a solas.
En cuanto abrió la puerta la vio colocando cintas de vídeo en una estantería,
debajo de la televisión.
—Creía que esta noche ibas a ir a casa de Linda a cambiarle el aceite del coche.
¿Ha decidido que prefiere llevarlo al garaje? —preguntó Charlene sin volver la
cabeza.
—No soy papá, soy yo.
Charlene miró entonces por encima del hombro y al verlo se levantó.
—Peter, no esperaba verte por aquí.
—¿Estás ocupada o podemos hablar?
ti?
—Estoy ocupada, pero no tanto como para no poder hablar. ¿Qué puedo hacer por
Peter se quitó la chaqueta y la dejó en el respaldo del sofá; después se aflojó el
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nudo de la corbata.
—No hemos vuelto a hablar desde que me contaste lo de tu hija.
Evidentemente sorprendida, Charlene se sentó en el suelo, al lado de las cintas, y
cruzó las piernas.
—No solemos hablar mucho.
—Nunca te he dado oportunidad de hacerlo —reconoció Peter mientras se sentaba
en el sofá.
—No querías tener una nueva madre. Querías conservar a Estelle en tu corazón y
pensabas que eso era incompatible con aceptarme.
—¿Y por qué no te enfadaste ni decidiste olvidarte de intentar mantener algún
tipo de relación conmigo?
—Porque quiero a George y tú eres su hijo. Eres parte de él. No podía ignorarte ni
olvidarte. Además, ¿tú no sabes que una madre nunca deja de intentarlo?
—¿Entonces te preocupabas como una madre aunque yo no quería que lo fueras?
—Me preocupaba y me preguntaba si te perdería como había perdido a mi
primera hija.
—Pero ahora la has recuperado, ¿no?
—No lo sé. Todavía es demasiado pronto para decirlo. Pero está dispuesta a
ofrecerme su amistad y eso ya es un principio.
—¿Y crees que es demasiado tarde para que seamos amigos?
—¿A ti qué te parece?
—Creo que si yo estuviera en tu lugar, me insultaría y me diría que me largara.
—Pero yo no soy tú. Y, ¿sabes una cosa, Peter? Creo que tampoco tú lo harías. A
pesar de que no me hayas dejado meterme en tu vida, te has convertido en un tipo
decente.
Había diversión en su mirada y Peter no pudo menos que sonreír, pero entonces
se acordó de Violet.
—Quizá no sea tan decente.
—¿Qué ha pasado?
Peter se pasó la mano por el pelo y sacudió la cabeza.
—Lo he echado todo a perder con Violet.
—Exactamente, ¿qué quiere decir que lo has echado todo a perder?
—Hemos llegado a estar muy unidos, pero cuanto más unidos estamos, más se
complica todo. Yo trabajo aquí y ella en Nueva York. Y no sólo eso, sino que ella
estaba considerando la posibilidad de adoptar a Celeste.
—¿Y?
—Y yo he sumado dos y dos y he pensado que el resultado era cinco.
—Tu padre me contó lo que ocurrió entre tú y Sandra Mason.
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—Mi padre te lo cuenta todo, ¿verdad?
La única persona a la que Peter se lo había confiado había sido su padre.
—Eso espero, en eso consiste el matrimonio, en que dos personas lo compartan
todo.
—He dejado que el pasado proyectara su sombra sobre el futuro. He pensado lo
peor de una persona cuando debería haber pensado lo mejor.
—¿Qué sientes exactamente por Violet?
—La quiero —contestó sin vacilar.
—¿Y ella lo sabe?
—Lo dudo. Ni siquiera yo lo he sabido hasta esta misma tarde, cuando se ha ido
enfadada y he estado pensando en lo que pasaría si volviera a Nueva York con
Celeste y no quisiera volver a saber nada de mí. No quiero perderla. No puedo
perderla.
Charlene se levantó para sentarse a su lado en el sofá.
—Supongo que sabes que ninguna mujer es perfecta, de la misma forma que
ningún hombre es perfecto. Pero si dos personas están dispuestas a asumir un
compromiso, pueden llegar a ser perfectas la una para la otra.
¿Por qué no se habría dado cuenta hasta entonces de que Charlene era una mujer
tan sabia? Por que no había querido verlo, de la misma forma que no había querido
ver el amor que sentía por Violet. Porque temía que el amor lo hiciera vulnerable.
—La quiero tal y como es —le aseguró a Charlene—. Pero quizá sea demasiado
tarde. La he juzgado y le he hecho daño. He llegado a conclusiones que estaban
basadas en mis miedos. ¿Crees que podrá perdonarme?
—Hay muchas mujeres que tienen una gran capacidad para el perdón, Peter. Si
eres sincero y le demuestras que no vas a renunciar, hablará contigo.
Peter se volvió hacia ella para darle las gracias de todo corazón.
—Gracias.
Le dio un torpe abrazo, pero Charlene no debió de sentir su torpeza, porque se lo
devolvió estrechándolo con fuerza. Cuando se separó de él, tenía los ojos llenos de
lágrimas.
—Llevo mucho tiempo esperando este momento.
—Me alegro de que mi padre te encontrara.
—Y yo me alegro de haber encontrado a tu padre —se secó las lágrimas—.Y ahora,
vete a buscar a Violet y a decirle lo que tengas que decirle.
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Capítulo 14
—¿Estás segura de lo que vas a hacer? —le preguntó Lacey a Violet preocupada—.
¿No necesitas que vaya a Red Rock?
—No, estoy bien, mamá. Y, en respuesta a tu primera pregunta, estoy
completamente segura. Esta tarde he hablado con la trabajadora social que atiende a
Celeste. Y su tía, en cuanto le plantearon las necesidades de una niña de seis años
que todavía está en proceso de recuperación, comprendió que no estaba en
condiciones de ocuparse de ella.
—Si decides mudarte a Red Rock, tendrás que solicitar el permiso para ejercer la
medicina en Texas.
—Lo sé, y no estoy segura de cuándo quiero volver a ejercer. Eso es algo de lo que
también quería hablar contigo. Sé lo mucho que te gusta que sea una neuróloga, y ver
mi nombre en las revistas médicas. Pero siento que... siento que ser la madre de
Celeste también es algo muy importante.
—Cariño, me siento orgullosa de ti hagas lo que hagas. Mientras seas feliz, por mí
como si te dedicas a vender perritos calientes.
Al oír las palabras de su madre, Violet sintió que se quitaba una gran carga de los
hombros.
—No creo que termine dedicándome a vender perritos calientes en una esquina,
pero hasta que Celeste sea algo mayor, ejerceré la medicina a tiempo parcial.
—¿Crees que podrá recuperarse por completo?
—Las señales son buenas, pero si no es así, mi plan de vida tendrá que ser más
flexible.
—¿Y puedes explicarme por qué no quieres volver a Nueva York? Aquí ya estás
establecida, y estamos nosotros, que podríamos ayudarte.
—Sería maravilloso, mamá, y quiero que pases mucho tiempo con ella. Pero
necesito quedarme en Red Rock.
—Eso no tiene nada que ver con tus hermanos, ¿verdad?
—No.
Los ojos se le llenaron de lágrimas al pensar en Peter y en cómo había sido capaz
de pensar lo peor sobre ella. Pero se preguntaba si ella no habría sido culpable en
parte por haberse mostrado tan indecisa. No había sabido qué camino seguir, no era
consciente de lo importante que era Peter para ella. Había algo especial entre ellos
que quizá hubiera destruido ella misma al juzgarlo y al llamarlo hipócrita. Pero el
caso era que lo amaba, tan sencillo y tan complicado como eso.
Si se quedaba en Red Rock, quizá Peter pudiera darse cuenta de que estaba
dispuesta a cambiar de vida, no sólo por Celeste, sino también por él.
—Quiero quedarme aquí por muchas razones —le dijo a su madre.
—Peter Clark.
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—¿Soy tan transparente? Sólo nos has visto juntos un par de minutos.
—Y no me ha hecho falta más. Y tengo entendido que Miles y Clyde están
haciendo apuestas sobre si vas a volver o no a Nueva York.
—Recuérdame que les retuerza el cuello.
Su madre se echó a reír.
—Te quieren, y yo también te quiero.
—No pretendía molestarte en tus vacaciones.
—Mis hijos nunca me molestan. Jamás. Y, ¿sabes? A lo mejor cuando me jubile yo
también termino en Red Rock. Nuestros cuatro hijos están allí. Además, si tú tienes a
Celeste y el resto de mis hijos comienza a tener nietos, salvo Miles, que
probablemente continúe soltero hasta el día que se muera, quiero estar en Red Rock.
He oído decir que los nietos ayudan a conservar la juventud. Bueno, y ahora dime
qué vas a hacer, ¿empezar a preparar una lista?
Su madre la conocía demasiado bien.
—¿Cómo te lo has imaginado? Tengo que encontrar una casa para Celeste y para
mí. Y después me gustaría ponerme a decorar su habitación. Y también tendré que
visitar las escuelas de la zona y...
Lacey soltó una carcajada.
—No intentes hacerlo todo en un solo día.
—No, no lo haré —se interrumpió un instante—. Y gracias por ser tan
comprensiva, mamá.
—No hay mucho que entender. Yo siempre he sabido que tú querías ser madre.
No esperaba que sucediera de esta forma, pero eso es lo maravilloso de la vida, que a
cada momento nos sorprende con algo.
—Dile a papá que lo quiero y dale un beso de mi parte.
Después de colgar el teléfono, Violet estuvo pensando en llamar a Peter, aunque
sólo fuera para dejarle un mensaje diciéndole que pensaba quedarse en Red Rock.
Sería una manera de advertirle que no iba a renunciar a su relación. Pero él todavía
continuaba pensando que no estaban hechos el uno para el otro, de modo que tenía
que descubrir la manera de demostrarle que podían unir sus vidas y encontrar así la
felicidad que estaban buscando.
Pero, por otra parte, si él no confiaba en su amor...
El sonido de unos neumáticos le hizo comprender que tenía compañía. O quizá
fueran Jessica y Clyde los que tenían visita... Pero entonces llamaron a su puerta y se
dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración. Al abrirla, descubrió a
Peter frente a ella; estaba tan serio que le entraron ganas de echarse a llorar. Tenía la
sensación de que había ido a decirle que no tenía sentido continuar su relación. Que
eran tan diferentes que...
—¿Puedo pasar?
—Claro.
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Todavía iba vestida con la misma ropa de aquella mañana, unos vaqueros y una
camisa de corte tejano, y se sentía como si hubiera vivido una guerra. Pero
seguramente su aspecto no influiría en nada de lo que Peter tenía que decirle.
—Esta tarde me he equivocado —comenzó a decir Peter.
—Peter...
—Por favor, déjame terminar. Durante el último par de años, y quizá durante
mucho más tiempo, he erigido un muro a mi alrededor. Primero lo hice con
Charlene y después con las mujeres con las que salía. Quizá fuera el deseo de formar
una familia lo que me llevó a salir con Sandra. No lo sé, pero cuando ella abortó, algo
murió en mí. O al menos yo pensaba que había muerto, hasta que te conocí.
Le acarició la mejilla con el pulgar y Violet se estremeció ante aquel contacto.
—De alguna manera, tú has conseguido atravesar esos muros y conquistar mi
corazón. He estado luchando contra mis sentimientos hacia ti con todas mis fuerzas.
Cuando estábamos en Nueva York, me sentía demasiado vulnerable, algo que no me
sucede muy a menudo. Esperaba que nuestra relación terminara, estaba seguro de
que lo haría. Al fin y al cabo, tú tenías una profesión, igual que Sandra, y tenías
derecho a incorporarte de nuevo a ella si era eso lo que querías.
Dejó caer la mano, pero continuó rápidamente:
—Esta tarde no tenía ningún derecho a juzgarte o a asumir que tenía algo que
decir sobre lo que pensaba que tenías que hacer. Pero, adoptes a Celeste o no,
vuelvas o no a Nueva York, quiero que sepas lo mucho que te quiero.
Se hizo un silencio ensordecedor en la habitación. Al final, Violet encontró las
palabras para decir:
—No soy la mujer hogareña que estás buscando —quería asegurarse de que Peter
supiera lo que quería, porque había cosas que no podría cambiar.
—Y no me importa. Te quiero. Incluso estoy dispuesto a mudarme a Nueva York
si es allí donde quieres vivir.
Sacó una cajita del bolsillo y se la tendió.
—No era esto lo que pensaba comprarte cuando he ido a la joyería. Quería
comprarte una sortija de compromiso tan fantástica que no pudieras decir que no.
Pero entonces me di cuenta de que no habría un diamante suficientemente grande
para ello. Y, además, tú eres la clase de mujer que tal vez preferiría elegir ella misma
su sortija de compromiso. Así que te he comprado esto.
Sintiéndose como si estuviera flotando en un sueño, Violet tomó la cajita y la
abrió. En su lecho de algodón, había un corazón de oro dividido en dos; una de las
mitades colgaba de una cadena de oro muy fina y la otra, de una cadena más
adecuada para un hombre.
Peter sacó las gargantillas y dejó la caja a un lado Tomó la mano de Violet y le
colocó un corazón en la palma.
—Podemos llevar esto hasta que elijas la sortija de compromiso. Una mitad es mía
y la otra tuya. Si te casas conmigo, podremos formar un sólo corazón.
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—Oh, Peter... —contestó mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
—¿Eso es un «Oh, Peter» bueno, o me estás pidiendo que salga de tu vida?
Violet le devolvió la gargantilla y le pidió:
—¿Quieres ponérmela?
Lo vio tragar saliva antes de volverse para ponerle la gargantilla. Cuando giró de
nuevo hacia él, vio que se había puesto la otra mitad. Incapaz de contener su alegría,
le echó los brazos al cuello.
—No sabes cuánto deseaba que no te hubieras enfadado para siempre.
—¿Enfadarme contigo? ¿Por haberme dicho la verdad? Espero que siempre
podamos decírnosla —respondió Peter.
—Siempre —se mostró de acuerdo ella, justo antes de reclamar sus labios.
Su beso se prolongó y se prolongó hasta que Peter la levantó en brazos para
llevarla a la cama. Pero mientras permanecían juntos allí tumbados, no hicieron
ademán de desnudarse. Se miraban a los ojos y se abrazaban con fuerza, como si
quisieran acostumbrarse a la idea de que ya no tendrían que separarse nunca más.
—No puedo creerme que estuvieras dispuesto a marcharte a Nueva York. Pero no
es eso lo que yo quiero. Yo quiero quedarme aquí, en Red Rock. Y voy a adoptar a
Celeste —se separó ligeramente de él—. ¿Te parece bien?
—¿Que si me parece bien? Desde el primer momento pensé en esa posibilidad. Yo
adoro a Celeste, quiero darle un hogar. Y si nos casamos pronto, hasta tendremos
tiempo de disfrutar de la luna de miel antes de empezar realmente a ser padres —
frunció el ceño de pronto—. Pero creo que todavía no has contestado a mi pregunta.
—¿Cuál era la pregunta? —bromeó Violet.
—¿Te casarás conmigo?
—En menos de un minuto newyorquino.
Y comenzó a desabrocharle la camisa y a cubrirle el rostro de besos.
—No estoy seguro de cuál es la diferencia entre un minuto de Texas y un minuto
de Nueva York, pero sé que ni siquiera una vida me va a bastar para amarte.
—Oh, Peter...
E hicieron el amor, demostrándose lo maravilloso que podría llegar a ser su
futuro.
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Epílogo
El martes, Violet fue con Peter al hospital y esperó a que terminara su ronda.
Después se acercaron a Tumbleweed para tener un almuerzo especial con Celeste.
Llevaron fotografías de la casa de Peter y toda la alegría de sus corazones.
Cuando llegaron, encontraron a Celeste en una silla de ruedas, sentada al lado de
la ventana.
—Tengo una compañera de habitación —les anunció feliz en cuanto los vio—. Se
llama Cindy y también va en silla de ruedas. Ahora está con sus padres.
Violet advirtió la tristeza que asomaba a los ojos de la niña al mencionar a sus
padres. Se sentó en una silla al lado de Celeste y le tomó la mano. Alzo la mirada
hacia Peter y, cuando éste asintió, le sonrió a la niña que pronto iba a ser su hija.
—Peter y yo tenemos algo que decirte.
—¿Qué? —preguntó la niña casi asustada.
—Vamos a casarnos.
—¿Y vais a vivir juntos?
—Sí, eso forma parte del matrimonio —dijo Peter riendo—. Pero es mucho más
que eso. Vamos a querernos para siempre.
—Y —continuó Violet—, queremos que tú seas nuestra hija.
Celeste se quedó completamente callada.
—¿Qué te parece la idea? —preguntó Violet, intentando no parecer preocupada.
—¿Y viviré con vosotros?
—En cuanto estés suficientemente bien como para marcharte de aquí —le aseguró
Peter.
—¿Y no me dejaréis nunca?
—Nunca —le prometió Violet emocionada.
—¿Y nunca me dejaréis sola?
—Jamás, por lo menos hasta que seas suficientemente mayor como para querer
estar sola.
—¿Y eso será cuando tenga diez años? —preguntó intrigada.
—A lo mejor cuando tengas dieciséis —musitó Peter, y Violet se echó a reír.
Volvió a hacerse el silencio en la habitación. Pero Violet no podía soportarlo.
—¿Tienes más preguntas que hacernos?
—¿Puedo llamaros papá y mamá? —preguntó la niña con voz temblorosa.
Violet estaba tan desbordante de felicidad que no era capaz de decir nada. Peter se
colocó tras ella, le pasó un brazo por los hombros a Celeste y otro a la que iba a ser su
esposa.
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—Por supuesto que puedes llamarnos papá y mamá.
—¡Entonces quiero ser vuestra hija! —exclamó Celeste con una sonrisa que
iluminó toda la habitación.
Fuera oficial o no Violet ya veía a Celeste como a su hija. Le estrechó la mano y
alzó la mirada hacia el que iba a ser su marido. Cuando él le dio un beso en la sien y
le apretó la mano, supo que por fin habían encontrado su futuro.
Alzó la mano hacia la mitad del corazón que llevaba colgado al cuello. Eran almas
gemelas, amigos, amantes y compañeros de trabajo. Había encontrado al hombre
perfecto para hacerla feliz más allá de los sueños.
Fin
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