Subido por CARLOS ANDRES ESCOBAR MOYANO

La geopolítica y la crítica Herrera David

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LA GEOPOLÍTICA Y LA CRÍTICA.
LO POLÍTICO Y LO GEOPOLÍTICO
David Herrera Santana
[...] De los miedos nacen los corajes; y de las dudas las certezas. Los sueños
anuncian otra realidad posible y los delirios otra razón.
Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos. [...]
Eduardo Galeano
«Celebración de las contradicciones/2»1
Sobre el concepto de geo-política
Es en el contexto de las pugnas interimperialistas del último cuarto del siglo 
que comienza la reflexión en la joven Alemania sobre un saber geográfico que –enmarcado tanto en la tradición racionalista y científica propia de la época, como
también en el romanticismo, el nacionalismo chauvinista y el pensamiento genocida que encuentra raíces profundas en Europa– sustente la consolidación del Estado
en una doble dirección: hacia dentro y hacia fuera. No obstante, la tradición geopolítica que adquiere su nomenclatura específica apenas en la segunda década del siglo , pondrá más énfasis en el afuera que en el adentro, como si se trataran de
ámbitos desligados e independientes.
De ello deriva que en el campo de Relaciones Internacionales, disciplina surgida apenas en , las visiones geopolíticas sean adoptadas por las corrientes realistas que comienzan a fortalecerse en el periodo de la Segunda Guerra Mundial y que
conocerán su preeminencia de la mano de la consolidación global de la hegemonía
estadounidense. La incorporación del pensamiento geopolítico en otros campos
–específicamente en el de Geografía política– sin embargo, no será diferente, de lo
. Eduardo Galeano, El libro de los abrazos, Siglo XXI, México, , p. .
. Cf. Georges Benssoussan, La Europa Genocida. Ensayo de historia cultural, Anthropos / Universidad Autónoma de Querétaro, Barcelona/Querétaro, , pp. -.
. He discutido esta problemática en: «Geopolítica» [En línea], Conceptos y Fenómenos Fundamentales de Nuestro Tiempo, Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM, México, enero de .
Disponible en: http://conceptos.sociales.unam.mx/conceptos_final/trabajo.pdf?PHPSESSID=fbfcadaccdbeafeed (Consultado el  de febrero de )
. Aquí remito a la discusión que desarrollé en: «La teoría, las relaciones internacionales y las
grandes transformaciones mundiales en el siglo . Apuntes para repensar el mundo y sus interpretaciones», Revista de Relaciones Internacionales de la UNAM, núm. , México, septiembre-diciembre
de , pp. -.
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cual deriva, por una parte, su vinculación directa con la noción de una praxis imperialista y, por la otra, su rechazo y estigmatización en numerosos sectores académicos e incluso políticos.
Deborah Cowen y Neil Smith han planteado una interpretación distinta, que
resulta útil para lo que aquí quiero expresar. En su concepción, la geopolítica se
relaciona con un campo amplio que jamás fue exclusivo de las relaciones externas
de los Estados sino que abarcaba también lo que denominan como una geopolítica
social [geopolitical social]. En sus palabras:
La geopolítica jamás se trató, únicamente, de las relaciones externas del Estado,
sino más bien, argumentamos, involucra una «geopolítica social» más amplia, que
tanto atraviesa como moldea la distinción entre el adentro y el afuera de las fronteras estatal-nacionales.
Así, el ámbito de la geopolítica social acompaña a la consolidación del Estado moderno y las formas biopolíticas y gubernamentales que rigen la racionalidad de
administración y gestión de la vida y su reproducción en el contexto de la consolidación del capitalismo industrial durante el siglo  y las primeras décadas del .
De esta manera, el afuera se encuentra en íntima interrelación con el adentro y la
geopolítica refiere a ambos en interacción dialéctica.
Soy perfectamente consciente que ésta no es la interpretación que sobre la
geopolítica prima en el campo de la reflexión académica, política, económica e
incluso sociocultural. Las «teorizaciones» de los autores de la llamada geopolítica
clásica –tan socorrida en todo momento como justificación de las acciones de élites
imperialistas-colonialistas, oligarquías locales, reflexiones académicas instrumentalizadas y argumentaciones cotidianas unidimensionales– deben ser observadas
como parte de la racionalidad que desde el Estado produce un orden –no exento
de la violencia que lo funda, lo sostiene y le permite reproducirse– disciplinario,
seguritario, de control, administración, gestión y vigilancia de la reproducción de
la vida –al más puro estilo del hacer vivir característico de la nueva soberanía– que
media la producción de sujetidades, relaciones sociales, ordenamientos político-jurídico-institucionales, la vida cotidiana y su vinculación con ámbitos y contextos
regionales, estatal-nacionales y mundiales, conforme las determinaciones dictadas
por la forma civilizatoria vigente, que se totaliza y densifica de manera desigual y diferenciada en todos los ámbitos y contextos mundiales. En suma, se trata de una
. Deborah Cowen y Neil Smith, «After Geopolitics? From the Geopolitical Social to Geoeconomics», Antipode, vol. , núm. , , p. .
. Cf. Walter Benjamin, «Para la crítica de la violencia», en W. Benjamin, Ensayos escogidos, Ediciones Coyoacán, México, , pp. -.
. Cf. Michel Foucault, Defender la Sociedad, FCE, México, , pp. -.
. Cf. Bolívar Echeverría, «Un concepto de modernidad» [En línea], en Bolívar Echeverría. Discurso crítico y filosofía de la cultura. Disponible en: http://bolivare.unam.mx/ensayos/Un concepto de modernidad.pdf (Consultado el  de enero de )
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geografía del Estado y de las élites socio-político-económicas que ejercen una dirección moral-intelectual, junto con múltiples violencias y coerciones, que las sitúan por sobre el resto de la sociedad.
Por ello, considero al llamado pensamiento geopolítico clásico no como teorizaciones científicas y objetivas sino como un pensar geoestratégico, instrumental y
político –un conocimiento-poder– destinado a producir espacialidades estratégicas
de reproducción de las relaciones de poder imperantes, derivadas de las formas
sociales vigentes y dominantes que emanan del capitalismo histórico como forma
civilizatoria en su expresión mundializada.
El objetivo que nos hemos planteado en esta obra –y en general en nuestras
reflexiones más allá de ella– es reconceptualizar y redirigir la comprensión sobre la
geopolítica, para trascender las visiones deterministas y esencialistas que la han
caracterizado. En sus primeras conceptualizaciones –desde la nueva Geografía política de finales del siglo  hasta el momento de su conceptualización formal en
la segunda década del – la geopolítica contiene en sí tanto un esencialismo
como un determinismo geográficos que pueden ser resumidos en un sentido: el geo
condiciona a la política, por lo que la jerarquización se encuentra dada en el propio
orden de la contracción (geo-política), estableciéndose una relación lineal, unidireccional y subordinada de lo político hacia «lo geográfico».
En esta versión, la Geopolitik plantea la observación y comprensión de una dinámica en la cual el espacio geográfico –entendido como medio físico– se encuentra condicionando a la política, moldeándola, constriñéndola e imponiéndole ciertas restricciones insalvables que conducen a los sujetos involucrados a adquirir
ciertos comportamientos. En las visiones más extremas de este tipo de reflexiones,
incluso la morfología de individuos y sociedades es totalmente correspondiente
con las características del lugar que les determina.
Frente a estas reflexiones clasistas, racistas, patriarcales y heteronormativas, y atendiendo al espíritu más crítico del análisis materialista, histórico y dialéctico, nos hemos propuesto comprender a la geopolítica a partir de alterar esa relación lineal, jerárquica, estática y subordinada que contiene en inicio, a partir de subvertir sus propios
elementos constitutivos. Estoy convencido de la insuficiencia que representa únicamente criticar los postulados y las formas discursivas y comunicativas que se reproducen, expresan y manifiestan con la geopolítica tradicionalmente entendida, aún cuando se haga necesario comprender esa relación conocimiento-poder que forma parte
de su constitución básica para poder llevar a cabo la subversión que ahora propongo.
. Cf. Claude Raffestin, Por una geografía del poder, Colmich / Fideicomiso «Felipe Teixidor y
Montserrat Alfau Teixidor», México, , pp. -.
. Cf. David Herrera, «Geopolítica», cit., pp. -.
. Cf. Franco Farinelli, «Friedrich Ratzel and the nature of (political) geography», Political Geography, vol. , núm. , pp. -.
. Cf. Joan Nogué Font y Joan Vicente Rufí, Geopolítica, identidad y globalización, Ariel, Barcelona, , pp. -.
. Cf. Gearóid Ó’Tuathail, et. al., Critical Geopolitics. The Politics of Writing Global Space, Routledge, Londres, , pp. -.
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Por ello afirmo que es desde la propuesta que hiciera Henri Lefebvre sobre la
producción del espacio social, la vía a partir de la cual resulta posible plantear esa
subversión en la cual el geo es, en primera instancia, el producto de la política, y
sobre todo de lo político. Esta dimensión de lo político, que como entendiera Bolívar Echeverría se trata de «la capacidad de decidir sobre los asuntos de la vida en
sociedad, de fundar y alterar la legalidad que rige la convivencia humana, de tener
a la socialidad de la vida como una sustancia a la que se le puede dar forma» –es
decir, «esa dimensión característica de la vida humana»–, es la base para comprender el cómo una sociedad concreta, un modo de producción vigente y una forma
civilizatoria, producen un espacio social específico.
No obstante, esta relación no es, en este caso, lineal ni unidireccional, porque
la espacialidad producida se transforma en la mediación estratégica de la reproducción de las formas y los proyectos societales vigentes, siendo a su vez productora de
sujetidades y socialidades, por lo que las relaciones que se establecen son altamente
dialécticas. En este sentido, el espacio social no es únicamente un producto de lo
político, sino la mediación para su reproducción, un productor de lo político y un
producto que es consumido y vivido por esa legalidad imperante en la forma social.
Entendida de esta manera, la geopolítica refiere a la forma de inteligibilidad y a
la praxis social que produce esa espacialidad dialéctica y compleja –que por ello
denomino como estratégica–. La política deja de estar condicionada por el geo y
éste, a su vez, deja de estar atado al medio físico para ser comprendido como el
espacio de la reproducción social, en donde los proyectos de dominación, las relaciones de poder, las confrontaciones estratégicas entre grupos y clases, la regulación
genérica, la producción de la etnicidad y la raza, y tantas otras relaciones estratégicas, acontecen, se reproducen, se confrontan agónicamente, se comunican, se repelen y se modifican en una dimensión espacio-temporal altamente compleja. Esto es
lo geopolítico.
En parte de este sentido, la esencia política del espacio y su instrumentalización
en el ejercicio del poder, hacen de éste un bien estratégico que puede ser reformado
y moldeado tanto como la misma legalidad política que lo constituye y de la cual
media su propia reproducción; se entiende, por lo tanto, que la legalidad de lo
político se transforma en esta relación abiertamente dialéctica e histórica.
Lo geopolítico representa esa dimensión en la cual los proyectos de dominación
–de clase, raza y género– producen espacialidades que se convierten en el medio y
en la estructura de la reproducción social y de los proyectos societales vigentes,
pero así también contienen diversas contradicciones, dentro de las cuales destaca
. Cf. Henri Lefebvre, «La producción del espacio», PAPERS Revista de Sociología, Universidad
Autónoma de Barcelona, vol. , , pp. -; Henri Lefebvre, La producción del espacio, Capitán
Swing, , pp. -.
. Bolívar Echeverría, Valor de Uso y Utopía, Siglo XXI, México, , pp. -.
. Ibíd., p. .
. Cf. David Herrera, «Producción estratégica del espacio y hegemonía mundial», en Efraín
León (coord.), Praxis espacial en América Latina. Lo geopolítico puesto en cuestión, Ítaca/FFyL-UNAM,
México, , pp. -.
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La geopolítica y la crítica. Lo político y lo geopolítico
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aquella que refiere a la dialéctica dominación/subalternidad (espacio dominante/
espacio dominado) que remite a la comprensión de una hegemonía siempre disputada, cuyas formas espaciales reproducen esta confrontación estratégica.
Por lo anterior, una de las afirmaciones centrales de esta obra es que la geopolítica es en realidad producto y productora de su tiempo, que refiere a esos ensambles
y formas espaciales que en cada momento histórico se van configurando de acuerdo con la consolidación y el ejercicio de las relaciones de poder, del modo de producción, de los proyectos societales de dominación y administración de la vida
pero, al mismo tiempo y ante todo, también de la contradicción que se presenta
entre la dimensión que busca erigirse como única y total –el sentido unidimensional como tal– y aquella que la cuestiona, la reta, la confronta y plantea la posibilidad de desestructurar y eliminar la coherencia de todo aquello que se erige como
incuestionable e indiscutible. La geopolítica, y lo geopolítico por tanto, refieren a
estas contradicciones y tensiones permanentes.
Los ámbitos de intermediación de las praxis geopolíticas
En este debate sobre la reconceptualización y la comprensión alternativa de la
geopolítica, me parece pertinente también discutir los ámbitos en los cuales se
observan y se ejercen relaciones geopolíticas, que en ocasiones parecen constituirse
como dimensiones diferenciadas, e incluso antitéticas, en las cuales acontecen formas y procesos totalmente distintos. Desde el campo de la reflexión social, se acude
entonces a la explicación del punto de vista para explicar estas divergencias y diferencias que, no obstante, son parte de una misma dinámica relacional.
En su propuesta sobre la comprensión y análisis de la hegemonía, Ana Esther
Ceceña plantea observarla en dos niveles, sin duda imbricados e interrelacionados
uno en el otro, pero con características y especificidades propias. El primero, lo denomina como ámbito de la reproducción, que abarca las relaciones sociales de producción, la producción y reproducción de sujetidades y, así, la reproducción de la
vida conforme a las dinámicas del modo de producción y la forma civilizatoria vigentes. El segundo, es el ámbito de la competencia, en donde lo que se encuentra
en juego son las modalidades internas de dominio, las jerarquías y las relaciones de
mando/obediencia; es decir, en esa forma de reproducción vigente, cómo se producen las jerarquías y las interacciones entre la dominación y la subalternidad. He
tratado de abordar también esta cuestión en otra parte.
De la misma manera en que la forma en cómo lo político produce al geo no es
unidireccional ni lineal, igualmente no deben pensarse estos dos ámbitos –el de la
reproducción y el de la competencia– como independientes, o uno dependiente
. Cf. Ana Esther Ceceña, «Estrategias de construcción de una hegemonía sin límites», en Hegemonías y emancipaciones en el siglo XXI, CLACSO, Buenos Aires, , pp. -.
. Cf. David Herrera, Hegemonía, poder y crisis. Bifurcación, espacialidad estratégica y grandes
transformaciones globales en el siglo XXI, FFyL / Ediciones Monosílabo, México, , pp. -.
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del otro, sino como producciones históricas que constantemente se modifican una
a la otra, que interactúan de forma compleja y en donde ambas median la reproducción y la existencia de la otra. Es decir, las jerarquías y las relaciones de dominación y explotación no pueden entenderse fuera de la forma de reproducción de
la socialización vigente, pero así también ésta se nutre de esas relaciones de dominación y subalternidad. Esta es gran parte de la complejidad de la hegemonía.
Considero, sin embargo, que esta propia diferenciación debe ser igualmente
aplicada en la comprensión de la geopolítica como aquí se propone. Primero, para
evitar –de la misma forma que en la comprensión de la hegemonía– las confusiones
en torno a los ámbitos, contextos, sujetos, estrategias y acontecimientos que se
consideran en el análisis de lo geopolítico. Sostengo, de esta forma, que existe una
lógica de producción de un espacio dominante que deviene de la propia consolidación y reproducción de las relaciones sociales capitalistas en escala mundializada,
pero al mismo tiempo que dentro de éstas se reproducen lógicas e intencionalidades muy concretas, que emanan de las relaciones de clase, raza y género no vistas
únicamente como dinámicas y procesos sistémicos, sino como parte de estrategias,
intereses y praxis de sujetos concretos –individuales o colectivos– que procuran la
producción de espacios estratégicos proclives a la consecución de sus intereses particulares, mismos que están mediados por la vigencia de las relaciones sociales capitalistas.
Si bien es cierto que la propuesta de Lefebvre sobre la producción del espacio ya
contiene en sí estas precisiones, no deja de ser relevante hacer énfasis en las mismas, en el momento en que, de igual manera que como en el caso de la hegemonía,
suele confundirse el ámbito de la reproducción con el de la competencia, hablando
indistintamente de la hegemonía capitalista y de la estadounidense, o refiriéndose
a cualquier situación de superioridad como si ésta ya fuera una producción de una
hegemonía. Del mismo modo, suele hablarse de geopolítica para exaltar las acciones y estrategias de los Estados en el ámbito internacional –lo que he discutido
antes–, así como algunas pocas propuestas hablan de una geopolítica que más bien
se reproduce en forma sistémica. La cuestión no solamente es decir que ambas son
válidas, sino plantear la forma dialéctica en que se producen y reproducen. También el enfoque debe resaltar la dialéctica espacio dominante / espacios dominados.
Considero útil plantear, entonces, un espacio social de la reproducción de la
forma civilizatoria vigente que difícilmente responde al interés, o serie de intereses,
de un único sujeto. Esta producción espacial se conforma con el desarrollo y consolidación del capitalismo histórico en su escala mundializada y consiste en los
patrones generales de socialización y reproducción de la vida de acuerdo con sus
lógicas constitutivas y de desarrollo cotidiano.
Bien podemos denominar a esta producción social como un espacio unidimensional, siguiendo la lógica que estableciera Herbert Marcuse en torno a la unidimensionalidad social, aquella que se produjo, primero, en las sociedades industria. Cf. Henri Lefebvre, Espacio y Política, Ediciones Península, Barcelona, , p. ; Henri
Lefebvre, La producción del espacio, op. cit., pp. -.
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les avanzadas y que se configuró como forma dominante que fue capaz, incluso, de
eliminar, o contener fuertemente a las formas subversivas, contestatarias –negativas
en una palabra– que existieron en esas sociedades hasta cuando menos el siglo .
Como plantea Marcuse:
La sociedad contemporánea parece ser capaz de contener el cambio social, un
cambio cualitativo que establecería instituciones esencialmente diferentes, una nueva dirección del proceso productivo, nuevas formas de existencia humana. Esta
contención del cambio social es quizá el logro más singular de la sociedad industrial
avanzada [...]
De la misma manera, la producción del espacio dominante hoy parece tener la
capacidad de contener, o cuando menos minimizar y excluir, otras producciones
alternativas con capacidad de contravenirle en su reproducción sistemática. El capitalismo produce una espacialidad, que a su vez media su reproducción y le permite su supervivencia, subsumiendo a otras producciones anteriores y limitando
la posibilidad del surgimiento de espacios negativos, es decir, aquellos que negarían la
posibilidad misma de reproducción del espacio dominante.
El espacio dominante, el de la violencia, la repetición y la racionalidad instrumental y pragmática, es aquella producción abstracta que permite la reproducción de la ‘inversión real’ en la cual lo que «debería ser el elemento primario, lo
concreto, se convierte en un derivado de lo que debería ser el derivado de lo concreto: lo abstracto». Se trata de la ‘forma de valor’ que subsume cada vez más a la
‘forma natural’, aunque densificándose de manera diferenciada de acuerdo con
cada situación histórica-concreta.
Entendido así, este espacio unidimensional replica también esa capacidad objetiva de contener sus contrarios, en donde las formas ‘fantasmagóricas’ y abstractas
rigen el orden de la reproducción social. Este «orden objetivo de las cosas», como
planteara Marcuse, es así también el que se presenta como una ‘realidad invertida’
en la cual la ideología es absorbida por la propia realidad y ésta se transforma en
. Herbert Marcuse, El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial
avanzada, Ariel, Barcelona, , p. .
. Cf. David Herrera, «Producción estratégica del espacio y hegemonía mundial», op. cit., pp.
-.
. Cf. Federico Saracho, David Herrera y Fabián González, «Espacios negativos: la construcción
de espacios utópicos como resistencia política y su territorialización» [En línea], Geo-Crítica / Universitat de Barcelona. Disponible en: http://www.ub.edu/geocrit/xiv_saracholopez.pdf (Consultado
el  de enero de ); David Herrera, «Violencia, hegemonía y transformación social: los despliegues estratégicos de la dominación y las posibilidades de la emancipación», en D. Herrera, F. González y F. Saracho (coords.), Apuntes teórico-metodológicos para el análisis de la espacialidad, FFyL-UNAM
/ Ediciones Monosílabo, México, , pp. -.
. Cf. Henri Lefebvre, «La producción del espacio», op. cit., pp. -.
. Anselm Jappe, «De lo que es el fetichismo de la mercancía y sobre si podemos librarnos de
él», en K. Marx, El fetichismo de la mercancía (y su secreto), Pepitas de Calabaza, Madrid, , p. .
. Cf. Bolívar Echeverría, Valor de uso y utopía, op. cit., pp. -.
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una alienación real, en la forma en la cual «los individuos se identifican con la
existencia que les es impuesta y en la cual encuentran su propio desarrollo y satisfacción». El espacio producido por esta dinámica, media también la reproducción
de la misma, efecto «de acciones pasadas, el espacio social permite que tengan lugar
determinadas acciones, sugiere unas y prohíbe otras».
Como plantea Lefebvre, cada sociedad «nace dentro del marco de un modo de
producción dado, con las peculiaridades inherentes a este marco moldeando su
espacio. La práctica espacial define su espacio, lo constituye y lo presupone en una
interacción dialéctica». El modo de producción, las formas de reproducción, la
forma civilizatoria como tal, definen la práctica espacial, es decir, se trata de lo
político configurando el geo, pero así también de la forma dialéctica en que esa
producción de mundo se transforma en la producción de sujetos, sujetidades y
relaciones sociales concretas.
Se trata, por lo tanto, de «un espacio de cuantificación y creciente homogeneidad, un espacio mercantilizado en donde todos los elementos son mercables e
intercambiables; un espacio policial en el cual el Estado» y, agrego, las clases dominantes, «no tolera[n] ni resistencia ni obstáculos». Es, por ello, el espacio de la
política como policía, donde el consenso es producido como forma de contención
de la diferencia y la disidencia, en donde se representa a la comunidad como «la
efectuación de una manera de ser común», pero donde el disenso y la polémica
sobre lo común, son relegados al ámbito de lo no tolerable. Este espacio es el que
contiene y busca eliminar al exceso democrático que aflora de lo político.
Sin embargo, y como es posible observar en las reflexiones anteriores, el Estado,
las clases dominantes, la raza, la clase y el género, cobran un sentido central en este
espacio de la reproducción social, unidimensional, instrumental, siempre político
y mercantilizado. La producción del espacio, si bien adopta esta forma general y
contradictoria de una reproducción global, también se produce y reproduce a partir de la confrontación de diversas estrategias concretas. La dimensión estratégica
del espacio no sólo se ubica en su característica de ser mediación de la reproducción
social, sino también en el hecho de que diversas estrategias se confrontan en su
producción y reproducción, lo que le imprime su carácter contradictorio. Ya Lefebvre había planteado que:
Las clases actualmente en el poder tratan hoy en día por todos los medios de servirse del espacio como si de un instrumento se tratase. Instrumento con varios fines:
. Herbert Marcuse, El hombre unidimensional, op. cit., p. .
. Henri Lefebvre, La producción del espacio. op. cit., p. .
. Ibíd., p. .
. Cf. Karl Marx y Friedrich Engels, La ideología alemana, Akal, Madrid, , pp. -.
. Henri Lefebvre, State, Space, World. Selected Essays, Minnesota University Press, Estados Unidos, , p. .
. Cf. Jacques Rancière, Momentos políticos, Capital Intelectual, Argentina, , p. .
. Ídem.
. Cf. Jacques Rancière, Dissensus. On Politics and Aesthetics, Bloomsbury, Londres, , pp. -.
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dispersar la clase obrera, repartirla en los lugares asignados para ella –organizar los
diversos flujos, subordinándolos a reglas institucionales–, subordinar, consecuentemente, el espacio al poder –controlar el espacio y regir de forma absolutamente tecnocrática la sociedad entera, conservando las relaciones de producción capitalistas.
Si bien el mismo Lefebvre advierte que ello no puede ser conseguido del todo –por
las contradicciones espaciales que pasan tanto por la propia lucha de clases como
por la pulverización del espacio–, esta afirmación denota que el ámbito de la competencia se encuentra imbricado dentro del ámbito de la reproducción social, y que las
estrategias concretas que buscan producciones espaciales de sujetos –individuales y,
sobre todo, colectivos– específicos que se confrontan en la pugna por ordenar el espacio
–por hacerlo legible y por asignarle un lugar y, así, localizar al resto de grupos subalternos–, es también la pugna por hacer del espacio un instrumento de dominación de
clase, mediado por los ejes de la producción de la raza y la regulación de género.
Es decir, se plantea un escenario en el cual la confrontación geopolítica –aquella
disputa por la producción del espacio y por arrancarle a las clases dominantes ese
espacio instrumental de creciente dominación objetiva– se traduce en una confrontación entre clases dominantes y clases subalternas, en una geopolítica de diversas
praxis sociales con estrategias confrontadas. En esta disputa, como he mencionado antes, también se confrontan estrategias que se relacionan con la jerarquización
racial y la regulación sexo-genérica, así como con la asignación de lugares para cada
sujeto –o grupo de sujetos– resultante de esas esquematizaciones y disciplinamientos. Históricamente, la producción del espacio desde lo político se ha dado en esta
dinámica de confrontación, aunque crecientemente en el ámbito de una espacialidad unidimensional, no por ello imposible de desestructurar.
La cuestión es también la comprensión de la (geo)política de las escalas; es decir,
cómo todo ello se manifiesta y se desarrolla en diversas escalas espaciales y con distintos ritmos temporales, que refieren a una pulverización muy compleja en la cual
el tiempo y el espacio mundiales coexisten y se reproducen a partir de escalas y ritmos diversos, en la producción de espacios diferenciados con dinámicas propias y
concretas, no por ello desligadas de la lógica de la totalidad civilizatoria vigente.
Diferencia, escalas y desarrollo desigual
Si nos detenemos en esta dinámica, pronto advertiremos que se torna aún más
compleja, porque en ella se introduce la producción de la diferencia como parte
. Henri Lefebvre, Espacio y Política, Península, Barcelona, , p. .
. Cf. James C. Scott, Seeing Like a State. How Certain Schemes to Improve Human Condition
Have Failed, Yale University Press, New Haven / Londres, , pp. -.
. Cf. Henri Lefebvre, Espacio y Política, op. cit., p. .
. Cf. Efraín León, «Espacio histórico y praxis espacial en América Latina: inflexiones en el
campo de disputa geopolítica entre clases sociales», en Efraín León (coord.), Praxis espacial en América Latina, op. cit., pp. -.
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esencial de la totalidad. La diferencia se encuentra presente desde el inicio en las
relaciones humanas. Existe una diferenciación inicial en torno a las distintas formas en cómo cada grupo humano, cada comunidad, cada sociedad, afrontó diversos retos y cómo actualizó su vida en torno a ellos, en ocasiones llegando a la producción de protomodernidades o modernidades diferenciadas.
La conformación y consolidación del sistema mundial en realidad se lleva a
cabo sobre la base de diversos desarrollos históricos que van siendo, primero incorporados y luego refuncionalizados de forma subalterna y jerarquizada, en torno a
la raza, esa dimensión de la blanquitud como eje de ordenamiento de las relaciones mundiales –incluyendo al interior de las propias sociedades nacionales– que
define una (geo)política de la diferencia, aunque ésta sea para plantear esquemas de
dominación e incorporación supeditada.
La producción de la escala mundial –o podemos decir también, la invención
del mundo– trajo consigo modificaciones profundas, siendo la inauguración de
una única temporalidad –la medición capitalista del tiempo– y con ella, de un
espacio unificado, el aspecto más relevante y quizá más analizado. No obstante,
esa misma producción de una escala espacio-temporal mundial, se llevó a cabo
sobre la base de la diferencia, de la incorporación subalterna a la que he hecho
referencia.
Lo anterior debe conducir, como plantea David Harvey, a pensarnos como
sujetos que habitamos, entonces, diversas dimensiones espacio-temporales superpuestas –yuxtapuestas en el sentido lefebvriano– que nos sitúan dentro de la dinámica mundial, así como dentro de las dinámicas en otras dimensiones espacio-temporales: aquellas que denominamos como locales, las urbanas, las estatal-nacionales,
las regionales –vocablo éste de ‘región’ que adquiere diversas acepciones dependiendo del campo donde se enuncie– y otras. Diversos ritmos y diversas espacialidades que existen y coexisten sólo en una forma dialéctica, es decir, relacional y
contradictoria.
El barrio, la ciudad, la región, la nación, el planeta, se refieren a procesos de
interacción socioecológica totalmente diferentes, que se producen en escalas espacio-temporales totalmente diferentes. Los individuos tienen afiliaciones en todos
ellos. [...] El énfasis contemporáneo sobre lo local, aunque realza cierto tipo de
sensibilidades, elimina por completo otras y de ese modo trunca en vez de emancipar el campo del compromiso y la acción política. Aunque todos podamos tener
. Cf. Bolívar Echeverría, ¿Qué es la modernidad?, UNAM, , pp. -; Bolívar Echeverría,
«Un concepto de modernidad», cit.
. Cf. Bolívar Echeverría, «Imágenes de la blanquitud» [En línea], en Bolívar Echeverría.
Discurso crítico y filosofía de la cultura. Disponible en: http://www.bolivare.unam.mx/ensayos/
Bolivar Echeverria, Imagenes de la blanquitud.pdf (Consultado el  de abril
de )
. Cf. José William Vesentini, Imperialismo e Geopolítica Global (Espaço e Dominação na Escala
Planetária), Papirus, Brasil, , pp. -.
. Cf. Henri Lefebvre, La producción del espacio, op. cit., p. .
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algún «lugar» (o «lugares») en el orden de las cosas, por mucho que lo intentemos
nunca podemos ser seres puramente «locales».
La producción del espacio se relaciona con la producción de los sujetos y las sujetidades, al ser la mediación de las relaciones sociales vigentes en cada momento
histórico. No obstante, el llamado de Harvey conduce a la reflexión sobre la forma
en cómo los sujetos en realidad somos producto –y productores– de diversas escalas
espacio-temporales, aunque nos ‘situemos’ en un ‘lugar’ concreto. Esa situacionalidad lo es únicamente en forma dialéctica –relacional y contradictoria– y no en
forma esencialista y estática. La (geo)política de la diferencia se hace presente
junto con una (geo)política de las escalas.
La dimensión de lo geopolítico conduce no solamente a la comprensión acerca
de cómo la diferencia es incorporada en la dinámica de la totalidad, sino ante todo,
cómo es producida como parte de la producción del espacio. Lefebvre observaba
que la principal contradicción del espacio social es que éste se encuentra pulverizado, fragmentado en múltiples formas, aunque no por ello desunido o atomizado en
tal sentido que no se relacionen esos fragmentos entre sí; en otras palabras, la relación dialéctica es la que de hecho produce a los fragmentos.
La diferenciación espacial es, en primera instancia, una consecuencia de la conformación de la escala mundial –al haberse incorporado la diferencia socioecológica,
política, cultural y económica– pero, como apunta Neil Smith, ésta se transformó en
el siglo  en una condición sine qua non para la reproducción del espacio capitalista mundial, lo cual se traduce en una incesante necesidad por propiciar una diferenciación interna del propio espacio mundializado; patrones de desarrollo desigual
y diferenciado que, no obstante, se comunican a partir de la producción de procesos
de nivelación e igualación espacial –que Harvey denomina como «infraestructuras
físicas y sociales»– que permiten la generación de las condiciones de posibilidad
necesarias y básicas para la reproducción de las relaciones sociales de producción, del
modo de producción globalizado y de los patrones de vida cotidiana que, aunque
diferenciados, son la base de la reproducción material y simbólica mundial.
En primera instancia, la escala resulta entonces de «la necesidad, inherente al
capital, de inmovilizar capital en el paisaje», es decir, de la forma peculiar en la
cual la aniquilación del espacio por el tiempo requiere de producir espacio. No
. David Harvey, Justicia, Naturaleza y la Geografía de la diferencia, Traficantes de Sueños, Madrid, , p. .
. He discutido esto en: «El espacio pulverizado. La producción fragmentaria del espacio y del
sujeto», en D. Herrera, F. González y F. Saracho (coords.), Espacios de la dominación. Debates sobre la
espacialización de las relaciones de poder, FFyL / UNAM – Ediciones Monosílabo, , pp. -.
. Cf. David Harvey, Justicia, Naturaleza y la Geografía de la diferencia, op. cit., pp. -.
. Cf. Henri Lefebvre, «La producción del espacio», op. cit., p. .
. Cf. Neil Smith, Uneven Development. Nature, Capital and the Production of Space, Georgia
University Press, Estados Unidos, , pp. -.
. Cf. David Harvey, «La geopolítica del capitalismo», en D. Harvey, Espacios del capital. Hacia
una geografía crítica, Akal, Madrid, , pp. -.
. Neil Smith, Uneven Development, op. cit., p. .
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obstante, la escala no se reduce a ser una forma de inmovilización de capital fijo, sino
que se refiere a las formas de ‘escalamiento’ de diversos procesos y dinámicas emanadas de la forma civilizatoria mundializada. Con ello me refiero a esta forma en
cómo los procesos y las dinámicas, los flujos y las movilidades, se expresan en permanencias y en fijos diferenciados que muestran cómo, dependiendo de las configuraciones histórico-concretas y de la lógica de la totalidad, se produce una diferenciación espacial que a su vez es la base de una coherencia estructurada global.
Es cierto, como apunta Smith, que «tendemos a dar por sentada la división del
mundo en una combinación de escalas urbana, regional, nacional, internacional
pero rara vez, si es que ocurre, nos cuestionamos sobre su formación», así como
también tendemos a dar por sentada que estas escalas poseen una existencia per se
que difícilmente puede variar, cuando en realidad se tratan de procesos sumamente complejos y abiertamente históricos cuya dinámica se modifica conforme el
resto de relaciones lo hace.
El capital hereda un mundo geográfico que se encuentra ya diferenciado entre
complejos patrones espaciales. Conforme el paisaje cae bajo la influencia del capital
[...] estos patrones son agrupados dentro de una creciente jerarquía sistemática de
escalas espaciales. Tres escalas espaciales emergen con la producción del espacio bajo
el capitalismo: el espacio urbano, la escala del Estado-nación y la escala global. En
diferentes grados, cada una de estas escalas se encontraba históricamente dada antes
de la transición al capitalismo. Pero en extensión y sustancia son transformadas
absolutamente en las manos del capital. Así como la integración espacial es una
necesidad para la universalización del trabajo abstracto, en la forma de valor, también la diferenciación de espacios absolutos en escalas particulares de actividad social es una necesidad central para el capital. Como medio para organizar e integrar
los diferentes procesos involucrados en la circulación y acumulación de capital, estos espacios absolutos son fijados dentro de un flujo más amplio de espacio relativo,
y devienen en el fundamento geográfico de toda la circulación y expansión del valor.
Inherente a la determinación del valor, por ello, se encuentra la creación de un espacio-economía integrado y organizado en estas escalas.
La diferenciación espacial, por lo tanto, es producto y productora de las dinámicas
mundiales y de la totalidad global. Los acontecimientos normalmente se presentan
como expresiones locales, localizadas y localizables, pero, como se infiere del propio
pensamiento de Harvey, difícilmente son únicamente locales. «El racismo, explotación de la clase, el sexismo y otras formas de opresión», apunta Smith, «ninguna de
ellas fundamentalmente ‘ocurre’ básica y simplemente en ‘localidades’, si eso significa en lugares concretos». Es decir, también se producen en interacción dialéctica
. Neil Smith, Uneven Development, op. cit., p. .
. Ibíd., p. .
. Neil Smith, «Geografía, diferencia y las políticas de escala», Terra Livre, São Paulo, año ,
núm. , julio-diciembre de , p. .
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y no en la individualidad cerrada con la que se perciben normalmente. Así, las distintas «sociedades no sólo producen el espacio, como Lefebvre nos ha enseñado,
ellas también producen la escala». O, dicho de otra forma, producen espacio en
forma diferencial y en plena interacción dialéctica, más no como forma homogénea,
individual y separada. La escala, por lo tanto, es también una producción social.
Por ello, una apuesta teórica-metodológica es la de poder observar cómo se
produce geopolíticamente la diferencia; apuntar hacia las formas del propio espacio diferencial y la producción del desarrollo desigual que ello conlleva, no ya como
consecuencia de la conformación del sistema mundial, sino como condición estratégica para su reproducción. Al mismo tiempo, la apuesta pasa por comprender a
la escala no como espacio fijo y dado, sino como forma histórica viva, esto es,
cambiante, que es producida por la dinámica de la totalidad, pero al mismo tiempo
es su columna vertebral.
Al ser producto y productora de la socialidad, la escala es resultado de las contradicciones inherentes a la forma capitalista. Con ello se resalta el hecho de que
ésta es abiertamente política, es decir, que en ella se manifiesta la confrontación
agónica y conflictiva entre diversas sujetidades, distintos proyectos (geo)políticos e
intereses divergentes que buscan producir una espacialidad concreta como mediación de su reproducción. Las escalas, en este sentido y como lo plantea nuevamente Smith, literalmente «contienen» a las personas y a los procesos, pero así también
son susceptibles de ser apropiadas por fuerzas sociales en resistencia o contestatarias
que harían estallar su estabilidad y coherencia. En otras palabras, son la manifestación más clara de la contradicción entre los proyectos y procesos de dominación y
los proyectos y procesos de resistencia y emancipación. La producción de la diferencia, así, no es lineal ni unidireccional, sino abiertamente contradictoria, conflictiva, competida y disputada. La hegemonía se espacializa diferencialmente, escalarmente, pero así también es contravenida y contestada. En las escalas se expresa
tanto la unidimensionalidad espacial como la confrontación agónica en la competencia estratégica por producir espacialidades diversas.
En esta dinámica, no pueden más que imprimirse fuertes patrones de desarrollo
desigual. Éstos son también, y cada vez más, no tanto ya la consecuencia sino la
condición sine qua non de la reproducción mundial capitalista. La tendencia hacia
la pulverización, la fragmentación y la diferenciación espacial encontró en la crisis
de sobreacumulación de la década de  un catalizador sustancial, al ser ésta un
punto de quiebre que marcó el tránsito desde una forma geopolítica histórica que
había producido espacialidades relativamente definidas y cerradas –que encontraban en la idea de soberanía estatal, territorio nacional, localización y centralización
productiva, el sustento de su reproducción– hacia las nuevas formas abiertas, diversas, segmentadas y dispersas, que ahora conforman la base material, simbólica y
subjetiva de la reproducción global.
Por lo anterior, la geopolítica –como saber-poder y como praxis espacial– se
modificó también radicalmente y viró hacia la producción de nuevas espacialidades
. Ibíd., p. .
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estratégicas, acordes con las necesidades de reestructuración de la forma civilizatoria, del modo de producción y de las formas de regulación individuales, poblacionales, político-sociales y simbólicas-ideológicas. Como han apuntado Cowen y
Smith: «Si la geopolítica emergió como una tecnología y una ideología en la creación de la geografía política, económica y cultural global, organizada en Estados
nacionales, la erosión de la geopolítica también reside en la transformación de ese
sistema global». Aunque más que erosión, yo lo identifico como un viraje en el
propio sentido de la geopolítica y lo geopolítico.
De esta forma, aunque la imaginación geopolítica se centre aún en las formas
estatales y en los espacios exclusivos y cerrados, propios del saber-poder y las praxis
decimonónicas, hoy asistimos a la producción de nuevas espacialidades fragmentarias que configuran redes, mallas y formas reticulares que, no obstante y como advierte Smith, no se tratan de ‘mosaicos’ en los cuales «la diferencia ha sido reducida
y reificada en una única dimensión espacial que se abstrae de la diferenciación política más dinámica y multifacética del espacio». Por el contrario, se trata de espacialidades abiertamente políticas y jerarquizadas, no unidimensionales –en el sentido dado por Smith, aunque sí tendientes a procurar un espacio unidimensional
en el sentido antes discutido–, en las cuales se reproduce la diferencia y las jerarquías que reflejan la propia producción del espacio como mediación estratégica de
los proyectos de dominación –también diferenciados por escalas–, pero así también sus contradicciones más fundamentales.
Ello nos conduce a la discusión en torno a la ‘geopolítica de la fragmentación’
como nuevo saber-poder y nueva praxis espacial que modifica las formas de producción del espacio mundial en nuestros espacios-tiempos presentes, y que también conducen la reflexión hacia el pensar los espacios y las espacialidades de
excepción que, si bien no son nuevas, sí se articulan de forma distinta en esta
etapa del capitalismo histórico mundializado. En este sentido, ambas cuestiones
también llevan al análisis de las formas en cómo los procesos de nivelación e
igualación espacial se producen en el mar de fragmentaciones y desigualdades
imperantes.
Geopolítica de la fragmentación, espacios de excepción
En otro lugar he propuesto el concepto de ‘geopolítica de la fragmentación’ para
referirme a esta forma particular de producir espacio diferencial, desigual y fragmentado. Es, basándome en las reflexiones de Lefebvre, Smith y Harvey, una propuesta que exalta esta dinámica como propia de la etapa del capitalismo neoliberal
y del post-fordismo, aunque ya todo el siglo  posee tendencias en este sentido.
En esta geopolítica de la fragmentación «distintas entidades (estatales y corporativas, pero también sujetos organizados en diversas escalas) aplican diversas estrate. Deborah Cowen y Neil Smith, «After Geopolitics?», op. cit., p. .
. Neil Smith, «Geografía, diferencia y las políticas de escala», op. cit., p. .
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gias que constituyen y producen nuevas espacialidades fragmentarias, que profundizan los patrones de desarrollo desigual y diferenciación espacial, pero que al
mismo tiempo implican una nueva forma de interrelación mundial entre los fragmentos». Como es posible inferir, se trata del ámbito de la competencia, de la
confrontación entre diversas estrategias, pero así también de la noción general de
un espacio unidimensional de la reproducción social que, como he discutido en el
apartado anterior, se reproduce a partir de producir diferencia.
Ello nos remite a la dinámica en la cual se dan formas de re-escalamiento de
los procesos y acontecimientos mundiales, propiciando entonces la propia reformulación (geo)política de las escalas, así como induciendo ajustes espacio/temporales profundos, que alteran tanto las infraestructuras físicas y sociales, como las
formas socio-organizativas, los marcos jurídicos, las relaciones capital-trabajo y
capital-vida, las formas de producción de la naturaleza y, con ello, las interacciones socioecológicas, el modo de producción y de acumulación, el sistema de circulación y las formas consuntivas, así como las sujetidades y las relaciones intersubjetivas, los simbolismos y las apropiaciones culturales. Es, en todo caso, un cambio
radical en la forma de producción de los espacios sociales, de sus yuxtaposiciones e
interrelaciones.
Como he indicado antes, en estas transformaciones el saber-poder y las praxis
geopolíticas también cambian radicalmente y, por ello, la producción estratégica
del espacio rompe las coherencias anteriores, las sintaxis y las tramas pre-establecidas, para inaugurar nuevas formas, nuevos contenidos y modos de interacción distintos, todo lo cual no elimina lo hasta antes producido en sentido absoluto, sino
que lo incorpora de forma subalterna, refuncionalizada e instrumentalizada.
. David Herrera, «Geopolítica de la fragmentación y poder infraestructural. El Proyecto
One Belt, One Road y América Latina», Geopolítica(s) Revista de Estudios sobre Espacio y Poder, vol. ,
núm. , Universidad Complutense de Madrid, , p. . DOI: http://dx.doi.org/./GEOP.
(Consultado el  de abril de )
. Neil Brenner ha estado trabajando el concepto de re-escalamiento en torno al Estado y a la
Ciudad neoliberal global, para destacar una dialéctica –más no una oposición, una dicotomía o una
relación antitética– entre escalas, específicamente entre la ‘local’ y la ‘global’, que incluyen entonces a
las escalas urbana y la estatal. Para Brenner, se trata también de procesos de reestructuración y de
re-territorialización inducidos por las transformaciones en el capitalismo contemporáneo. «Mi punto
de partida metodológico es una concepción de la globalización capitalista como una reconfiguración
contradictoria de escalas geográficas superpuestas, incluyendo aquellas en las cuales el Estado territorial está organizado. Desde este punto de vista, el poder del Estado no está siendo erosionado, sino
re-articulado en relación tanto con las escalas subnacionales y supranacionales. La resultante configuración re-territorializada y re-escalada de la espacialidad estatal puede ser provisoriamente denominada como un estado «glocal».» (Neil Brenner, «La formación de la ciudad global y el re-escalamiento
del espacio del Estado en la Europa Occidental post-fordista», EURE, vol. , núm. , Santiago,
mayo de . DOI: http://dx.doi.org/./S- (Consultado el  de
marzo de )
. Cf. Mina Lorena Navarro, «Hacer común contra la fragmentación en la ciudad. Experiencias
de autonomía urbana», BUAP / Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades «Alfonso Vélez Pliego», México, , pp. -.
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La producción de espacios de soberanía, de sistemas productivos nacionales
–algunos de los cuales, los ‘centrales’, se desbordaban hacia otros, los ‘periféricos’–, de formas de regulación definidas por fronteras de diferenciación entre un
adentro y un afuera, por lo tanto, de procesos y esquemas de gubernamentalidad
biopolítica y de aseguramiento y administración de poblaciones y flujos marcadas
por la estatalidad moderna –que transcurre entre la nueva soberanía del hacer vivir,
el disciplinamiento individual, la regulación poblacional y las sociedades de control y vigilancia– y, en fin, las nociones de territorialidad cuasi cerrada y concentrada, forman parte de un momento de consolidación del capitalismo histórico y
su escala mundial que ya no opera más de la misma forma y que, por ello, ha producido una transformación radical en todas estas producciones. Considero que
todas estas formas –incluyendo la propia forma Estado– no desaparecen y están
lejos de hacerlo, pero sí sufren una profunda y radical reestructuración y, ante todo,
un re-escalamiento, así como son sometidas a una nueva lógica de articulación e
instrumentalización, que rebasa los referentes decimonónicos –incluyendo los saberes geopolíticos– que en muchas ocasiones se emplean para tratar de explicar la
realidad vigente.
Como lo he referido antes, el viraje y la transformación en el campo de la
geopolítica –como saber y como praxis– está acompañado de –y se encuentra
acompañando a– las grandes transformaciones derivadas de los límites establecidos
por la crisis de sobreacumulación de la década de  y de los reajustes profundos
que ésta definió como forma de sortear las contradicciones hasta entonces acumuladas. La geopolítica de la fragmentación prosigue a prácticas, representaciones y
formas de vida cotidiana que se consolidaron con el capitalismo industrial. Con
ello no quiero afirmar que esas formas fragmentarias de la producción del espacio
mundial y los diversos espacios sociales no hubieran acontecido antes, pero sí que
a partir de entonces son la norma.
Las nuevas espacialidades que se producen inducidas por la profunda reestructuración del capitalismo histórico en su expresión mundializada son, igualmente,
fragmentarias. En sí contienen la producción de la diferencia como forma estratégica de la reproducción de la socialización dominante. La fragmentación no sólo se
expresa en la diferenciación evidente entre espacios determinados por desarrollos
históricos desiguales y diferenciados –ahora producidos estratégicamente–, sino
también en las sujetidades fragmentarias. El correlato de la fragmentación espacial
se encuentra en la producción de sujetos e identidades difusas. El individuo es el
producto de las relaciones de poder y no la unidad social natural y mínima, y los
procesos de individualización, y ahora de hiper-individualización, son fundamento
esencial de la producción fragmentaria de los espacios sociales, incluyendo la escala mundial.
. Cf. Arturo Guillén, Mito y realidad de la globalización neoliberal, UAM-I, México, ,
pp. -.
. Cf. Michel Foucault, Seguridad, Territorio, Población, FCE, México, , pp. -.
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Ya Karl Marx observaba a ese «hombre egoísta» como un «resultado pasivo [...]
dado por la disolución de la sociedad». Para Michel Foucault, las prácticas divisorias –que separan a unos individuos de otros e inducen su división interna y su
reificación–, los procesos de esquematización y las formas de agrupamiento de individuos, son la base de la individualización, de su disciplinamiento y regulación,
así como de su control y vigilancia; es decir, conforman el entramado de relaciones
estratégicas que condicionan las formas biopolíticas de reproducción de la vida
social, a partir de procesos de fragmentación subjetiva. Como he anotado en otro
momento:
Estos procedimientos de individualización, tan característicos de la modernidad
y ante todo de la modernidad capitalista, derivaron en sociedades disciplinarias,
progresivamente transformadas hacia sociedades de control y vigilancia, haciéndose
acompañar de mecanismos de totalización en diversos ámbitos: conductas, formas
de gobierno, formas de conocimiento, formas de reproducción de la vida, así como
el control estratégico sobre todo ello. En este sentido, la individualización y la totalización son parte de un mismo proceso, que sólo pudo realizarse gracias a la producción de la escala Estado.
No obstante, sostengo, como he estado argumentando, que estas producciones son
históricas y que, por ello, responden a contextos y situaciones muy específicas que
configuraron un determinado momento, pero que ahora, ante las transformaciones
antes referidas, estos procesos estratégicos no desaparecen ni tampoco son eliminados, pero sí son resignificados y rearticulados, inaugurando nuevas formas y nuevos
contenidos. De esta manera, las producciones actuales se adaptan ya no a esas formas cerradas características del ascenso y consolidación del capitalismo industrial,
sino a espacialidades diferenciales que se insertan de manera distinta –más allá de
la lógica de la escala estatal, pero sin duda mediadas e influidas por ésta–, en ocasiones como mallas y redes espaciales que conectan diversas dinámicas y generan
espacios de excepción que escapan a las formas de autoridad y de gobierno, así
como a las lógicas de regulación y administración, que eran predominantes hasta
hace cuando menos tres décadas.
Sin duda la imagen benjaminiana de acuerdo con la cual «el estado de excepción
en el que ahora vivimos es en verdad la regla», aplica en igual medida para comprender que los espacios de excepción que hoy habitamos, que representamos y en
los cuales nos reproducimos, son en verdad la regla. Ha sido Giorgio Agamben
quien en mayor medida, y en un sentido también marcadamente benjaminiano, ha
. Karl Marx, «Sobre La cuestión judía», en K. Marx, Páginas malditas. Sobre la cuestión judía y
otros textos, Libros de Anarres, Buenos Aires, , p. .
. Cf. Michel Foucault, «El sujeto y el poder», Revista Mexicana de Sociología, año L, núm. ,
julio-septiembre de , México, IIS-UNAM, p. .
. David Herrera, «El espacio pulverizado. La producción fragmentaria del espacio y del sujeto», cit., p. .
. Walter Benjamin, Tesis sobre la historia y otros fragmentos, Ítaca, México, , p. .
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identificado al estado de excepción como ese paradigma de gobierno que no ha
cesado de consolidarse en escala mundial. El estado de excepción «como forma legal de aquello que no puede tener forma legal», es también «el dispositivo original
a través del cual el derecho se refiere a la vida y la incluye dentro de sí por medio de
la propia suspensión»; es decir, que no únicamente se trata del momento de suspensión del ordenamiento jurídico ante un «estado de emergencia» –definido por
la disrupción de la normalidad del orden imperante–, sino que es también constituyente del propio orden dominante, en el sentido de una violencia fundacional,
pero también de la violencia que ordena y sostiene al entramado social. Al referirse al locus del estado de excepción, Agamben afirma:
En verdad, el estado de excepción no es ni interno ni externo al ordenamiento
jurídico [es decir, no es extra-jurídico], y el problema de su definición concierne
precisamente a un umbral, o a una zona de indiferenciación, en el cual dentro y
fuera no se excluyen sino que se indeterminan. La suspensión de la norma no significa su abolición, y la zona de anomia que ella instaura no está (o al menos pretende
no estar) totalmente escindida del orden jurídico.
De la misma forma, los espacios de excepción no son aquellos que escapan a la
normalidad democrática, política y jurídica de la vida social, sino la yuxtaposición
de diversas espacialidades que inauguran esa «zona de indiferenciación» y de «indeterminación» entre el afuera –excepcional, de violencia generalizada– y el adentro
–de normalidad cotidiana de la vida democrática. Las escalas y la diferenciación
espacial, a las que he referido antes, juegan un papel esencial en la producción de
este tipo de excepción espacial.
La escala Estado es, no cabe duda, la que permite incluir la vida en el ordenamiento político-jurídico, inaugurando una «guerra civil legal, que permite la eliminación física no sólo de los adversarios políticos sino de categorías enteras de ciudadanos que por cualquier razón resultan no integrables en el sistema político», lo
que se convirtió en una «de las prácticas esenciales de los Estados contemporáneos,
aún de aquellos así llamados democráticos». Es decir, se trata de la misma lógica
de continuación de la guerra por otros medios que Foucault definiera y que es, de
este modo, el centro de las formas modernas de regulación y administración de la
vida. Así, el estado de excepción consolidaba una serie de espacios de excepción, el
más evidente sin duda el lager con su función de concentración, deportación,
. Giorgio Agamben, Estado de excepción. Homo Sacer, II, , Adriana Hidalgo Editora, Buenos
Aires, , p. .
. Cf. Walter Benjamin, «Para la crítica de la violencia», op. cit., pp. -.
. Giorgio Agamben, Estado de excepción, op. cit., pp. -.
. Ibíd., p. .
. Cf. Michel Foucault, Defender la sociedad, op. cit., p. .
. Aunque es el campo de concentración y de exterminio del nacionalsocialismo la figura más
socorrida en este sentido, no habrá que pasar por alto la existencia de estos espacios de excepción en
diversas etapas y en distintos lugares: desde Estados Unidos y la segregación que acompaña al geno-
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regulación extrema de los procesos de vida y de muerte, así como de clasificación y
diferenciación de las vidas plenas y de las «vidas que no merecen ser vividas».
Sin embargo, considero pertinente expresar que estos espacios de excepción
modifican sus formas y funciones en la etapa del neoliberalismo y del post-fordismo, produciendo una excepción en la excepción. Es decir, que si las formas de
gobierno, autoridad y regulación anteriores ya se fundamentaban en esta expresión
excepcional, las que se inauguran a partir de la reestructuración de la década de
 inducen nuevas excepcionalidades que se reproducen con las anteriores y las
refuncionalizan.
De esta manera, ante los espacios creados en torno a la dinámica escalar que he
referido antes –mundial, estatal, urbana, local, cotidiana, etc.–, hoy se producen
nuevas espacialidades que incluso reciben denominaciones que denotan su ‘excepcionalidad’: Zonas Económicas Especiales (ZEE), Nuevos Corredores Industriales,
Corredores Económicos Regionales y demás, que se acompañan de formas de autoridad, gobierno y regulación público/privadas y de un régimen especial que
escapa a la lógica de centralización y aglomeración territorial del régimen de acumulación fordista, por lo tanto también a toda comprensión geopolítica de aquella
etapa.
A esos espacios se yuxtaponen otros, como los nuevos campos de concentración –China a la vanguardia–, centros clandestinos de detención y tortura, otros
que cumplen la misma función pero en un estatuto que se encuentra en el umbral
entre lo legal y lo ilegal (zonas de indeterminación y de indiferenciación) –como
Guantánamo–, además de numerosos espacios donde la vida es confrontada con
formas de subsistencia y supervivencia precarizada y brutalizada, como numerosos ‘lugares’ de tránsito, e incluso espacios del habitar, para distintos sectores poblacionales.
En la dinámica de la geopolítica de la fragmentación estas espacialidades se
funden en mallas y redes espaciales, con nodos centralizados y jerarquizados, que
permiten aglomeraciones productoras tanto de la utopía del autómata capitalista
cidio silencioso de las comunidades originarias del norte de América, pasando por los campos en
Namibia, donde el exterminio Herero ya prefiguraba el horror de Auschwitz, y llegando hasta sus
‘modernas’ versiones en la China del ‘socialismo de mercado’.
. Cf. Giorgio Agamben, Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo Sacer III,
Pre-Textos, Valencia, , pp. -.
. Si bien «lo público» siempre implicó a «lo privado», escapando a la falsa dicotomía que supuestamente era propia de la modernidad, lo cierto es que en la etapa actual se ha dado una radicalización en esa dialéctica para conformar nuevas formas de gobierno público/privado que sobre todo
se manifiestan en estos nuevos espacios de excepción. Para la dicotomía público/privado véase:
Norberto Bobbio, Estado, gobierno y sociedad. Por una teoría general de la política, FCE, México,
, pp. -.
. Chris Buckley y Austin Ramzy, «Los campos de concentración para musulmanes en China se
convierten en campos de trabajo forzado», The New York Times ES,  de diciembre de . Disponible en: https://www.nytimes.com/es////campos-trabajo-musulmanes-china/ (Consultado
el  de marzo de )
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mundializado, como de un sistema de circulación, regulación de flujos, aglomeración de recursos, mano de obra, formas de autoridad y gobierno, así como de
control territorial, que configuran el rostro moderno de la dinámica del capitalismo del siglo .
Así, las nuevas fronteras ya no sólo dividen, como tampoco solamente cumplen
un papel de diferenciación entre un afuera y un adentro. Las fronteras «regulan y
estructuran las relaciones entre capital, trabajo, derecho, sujetos y poder político,
incluso en casos en que éstas no se encuentran delineadas por muros u otras fortificaciones». Las fronteras que configuran el mapa del capitalismo mundial a inicios del siglo , así, producen fragmentaciones múltiples e inducen articulaciones
y rearticulaciones jerarquizadas, subordinadas, diferenciadas, en fin, determinadas
por relaciones de poder que configuran la dinámica en esta geopolítica de la fragmentación, base de las formas y los proyectos de dominación, pero así también de
las confrontaciones estratégicas que se generan con ella.
En esta dinámica, los procesos de nivelación e igualación espacial, que estructuran y articulan a los fragmentos en la dimensión de la totalidad de la escala mundial, son estratégicos. El ‘poder infraestructural’ es un elemento central, al producir
la base material de nivelación, igualación e incorporación del espacio diferenciado,
a partir de la producción de infraestructuras físicas. Lo es también el ámbito de lo
post-político, como consenso de la dimensión unidimensional de inacción política, y la conciencia posmoderna que le acompaña y que cada vez está más extendida entre numerosos sectores. En última instancia, la morfología del mundo y las
formas de las nuevas geopolíticas, transcurren por procesos de hiper-fragmentación
y de dinámicas de inclusión jerarquizada en un entramado de relaciones de poder
mucho más efectivo y eficiente.
La dominación y la dimensión negativa
Una última anotación debe hacerse en este primer acercamiento a la geopolítica; se
trata de la dialéctica dominación/subalternidad, espacio dominante/espacios do. Cf. Ana Esther Ceceña y Andrés Barreda, «La producción estratégica como sustento de la
hegemonía mundial», en A. E. Ceceña y A. Barreda, Producción estratégica y hegemonía mundial, Siglo
XXI, México, , pp. -.
. Cf. David Harvey, «La geopolítica del capitalismo», op. cit., pp. -.
. Sandro Mezzadra y Brett Neilson, La frontera como método, Traficantes de Sueños, Madrid,
, p. .
. Entiendo que éste es «un elemento esencial para comprender tanto la producción fragmentaria y diferencial del espacio, como su articulación logística en forma de totalidad. De esta manera,
contemplo que los fijos espaciales son parte esencial de los componentes que permiten la igualación
y la nivelación espacial dentro de la geopolítica de la fragmentación». (David Herrera, «Geopolítica
de la fragmentación y poder infraestructural», op. cit., pp. -)
. Cf. Slavoj Žižek, En defensa de la intolerancia, Sequitur, Madrid, , pp. -.
. Cf. Fredric Jameson, «El fin de la temporalidad», en Nattie Gobulov y Rodrigo Parrini, Los
contornos del mundo, CISAN / UNAM, México, , pp. -.
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minados. Me he referido ya a la dinámica del espacio unidimensional y la manera
en cómo produce –y se reproduce con– una dominación objetiva, una ‘inversión
real’ en la cual los sujetos nos identificamos con las realidades que nos han sido
impuestas, así como nos reproducimos en las espacialidades que han sido heredadas, las reformulamos y al hacerlo reforzamos la socialidad vigente. La propia
geopolítica de la fragmentación es muestra de las formas en cómo esta espacialidad
unidimensional –radicalizada en el contexto de producción diferencial de espacios
y sujetidades– es hoy la trama y la mediación que define los modos de reproducción de la vida en el mundo.
También he destacado ya cómo este espacio dominante es el espacio de la violencia, el espacio de la política como policía, del consenso y de la hegemonía.
Como tal, es producto y productor de la forma civilizatoria vigente, de la modernidad imperante y de las relaciones sociales, políticas y económicas –el modo de
producción, las relaciones sociales de producción y las formas históricas que les son
propias–, las formas culturales y las sedimentaciones históricas que permanecen en
ocasiones como elementos funcionales a la dinámica actual, en otras como rarezas
y extrañezas que o bien retan la normalidad o bien se transforman en elementos
proclives a ser valorizados e incluidos subalternamente, siempre y cuando se ejerza sobre ellos fuertes medidas de control y vigilancia.
No obstante, habrá también que plantear la dinámica de las resistencias y las
persistencias, es decir, de la confrontación agónica –en ocasiones antagónica– que
se establece en la dinámica de una dominación siempre inconclusa y siempre cuestionada e incluso retada. Se trata de los procesos de totalización y densificación a
los que se refiere Echeverría en su análisis de la modernidad, pero llevándolos al
terreno geopolítico de la producción de los espacios sociales.
En este sentido, y como ya planteara Lefebvre, el espacio dominante que deviene de representaciones espaciales –las estrategias que buscan producirlo y configurarlo a la imagen y semejanza de los intereses que las formulan– no consiguen
jamás materializar y simbolizar absolutamente su planificación, reproduciendo en
cambio las contradicciones inherentes a una forma social abiertamente conflictiva
y competitiva como es el capitalismo histórico. En otras palabras, el espacio dominante no logra totalizarse y densificarse como forma única y absoluta, encontrándose siempre resistencias y persistencias también históricas.
Si la modernidad –las modernidades–, como forma de actualización de la vida,
promete la emancipación de la vida humana, incluso la emancipación de la soberanía sobre el cuerpo, la forma capitalista como mediación de la reproducción de
lo social niega esa posibilidad, configurando una modernidad ‘realmente existente’
que basa su fundamento en una socialización represiva, en la cual la promesa de la
. Cf. David Harvey, «El arte de la renta: la globalización y la mercantilización de la cultura»,
en D. Harvey, Espacios del capital, op. cit., pp. -.
. Cf. Bolívar Echeverría, «Modernidad y capitalismo ( tesis)», en B. Echeverría, Ensayos Políticos, Ministerio de Coordinación de la Política y Gobiernos Autónomos Descentralizados, Ecuador,
, p. .
. Cf. Henri Lefebvre, «La producción del espacio», op. cit., pp. -.
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abundancia y de la eliminación de la precariedad material y las limitaciones al pleno desarrollo de la vida, se supedita a la presencia fáctica de una vida mediada por
la escasez como forma de administración de su reproducción, así como de «una
insatisfacción siempre renovada del conjunto de necesidades sociales establecido en
cada caso». Por ello, el espacio social configurado por la modernidad capitalista,
al tiempo que se consolida como el espacio del desarrollo potencial de las capacidades humanas y del control social sobre su propio futuro, se materializa y concretiza en la forma del espacio represivo, policial, seguritario, de la violencia y de la
administración de las formas de reproducción de la vida, al que he estado haciendo
referencia.
De esta forma, la dimensión geopolítica del capitalismo como trama civilizatoria –como forma de una espacialidad unidimensional–, así como las producciones
estratégicas concretas de los sujetos que se reproducen con esta forma histórica, se
corresponden totalmente con esta concreción moderno-capitalista y su ambivalencia contradictoria. Sin embargo, como también he apuntado anteriormente, habrá
que contemplar tanto la totalización –referida a la ‘amplitud’ que estas formas
históricas alcancen– como su densificación en cada caso concreto. Al respecto,
Echeverría apuntaba que:
Las distintas modernidades o los distintos modelos de modernidad que compitieron entre sí en la historia anterior al establecimiento de la modernidad capitalista,
así como los que compiten ahora como variaciones de ésta, son modelos que componen su concreción efectiva en referencia a las muy variadas posibilidades de presencia del hecho real que conocemos como capitalismo.
Mientras que por ‘amplitud’ Echeverría entiende «la extensión relativa en que el
variado conjunto de la vida’ (sic) económica de una sociedad se encuentra intervenida por su sector sometido a la reproducción del capital», por ‘densidad’ entenderá «la intensidad relativa con que la forma o modo capitalista subsume al proceso
de reproducción de la riqueza social». Con ambos conceptos, plasma la imagen de
un desarrollo desigual en el espacio social del capitalismo histórico mundializado,
como he discutido anteriormente.
Lo más relevante, por ahora, es destacar entonces que la forma capitalista,
como mediación de la reproducción social mundial, se confronta con grados de
totalización o amplitud así como de densificación concreta, que plantean modos
de aceptación, de confrontación, de ambivalencia o de aprehensión de la vida, es
decir un ethos –en realidad una serie de ethe– que en cada caso manifiestan qué
tan densa es la forma civilizatoria vigente y qué tanta amplitud posee en cada caso
concreto.
.
.
.
.
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Bolívar Echeverría, «Modernidad y capitalismo ( tesis)», op. cit., p. .
Ibíd., p. .
Ídem.
Cf. Bolívar Echeverría, La modernidad de lo barroco, Era, México, , pp. -.
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De esta manera, la unidimensionalidad del espacio dominante se confronta
constantemente con esas otras formas que impiden su totalización y su densificación absoluta, cuestionándola y contraponiéndola con otras actualizaciones de la
vida; o bien, por otra parte, se confronta con sus propias contradicciones y con el
hecho fundamental de que su forma realmente existente –como espacio represivo,
del consenso, de la hegemonía, de la policía y la violencia, como espacio de la administración y regulación de una vida emancipada solamente como formalismo
democrático y únicamente como potencialidad– carcome su propia densidad y
cuestiona su amplitud en cada momento histórico y en diversos fragmentos de su
propia espacialidad. Es, nuevamente, Echeverría, quien proporciona un lúcido
análisis al respecto:
La crisis de la modernidad establecida se presenta cada vez que el absolutismo
inherente a su forma está a punto de ahogar la sustancia que le permite ser tal; cada
vez que, dentro su mediación de las promesas emancipatorias inherentes al fundamento de la modernidad, el primer momento de esa mediación, esto es, la apertura
de las posibilidades económicas de emancipación respecto de la «historia de la escasez», entra en contradicción con el segundo momento de la misma, es decir, con su
re-negación de la vida emancipada, con la represión a la que somete toda la densidad de la existencia que no es traducible al registro de la economía capitalista: la
asunción del pasado, la disposición del porvenir, la fascinación por «lo otro».
El espacio unidimensional, que es producto, productor y mediación de esta dinámica contradictoria, se confronta con esta contradicción central: la apertura de la
posibilidad de la emancipación y la re-negación de la misma como sustento de
la reproducción de la forma capitalista. De esta manera, siguiendo a Jacques Rancière, me atrevo a afirmar que este espacio social encuentra su máxima contradicción no únicamente en su forma cada vez más fragmentaria y la capacidad de observarlo y tratarlo en su forma global, como lo planteara Lefebvre –al ser ello su
sustento básico–, sino en el hecho de que permite la apertura de posibilidades de
emancipación nunca antes observadas en el devenir histórico de la humanidad, al
tiempo que configura su reproducción en las formas más opresivas y destructivas
jamás antes conocidas, re-negando toda posibilidad de trascendencia. Así, como
afirmara Rancière en torno a la forma democrática, también el espacio social ahoga
su propia sustancia y la suplanta por una forma enajenada, represiva y fantasmagórica.
De esta manera, una mediación fundamental del espacio unidimensional es la
de impedir que las formas disruptivas y subversivas emerjan o, en caso más limitado, que se densifiquen y logren un grado de amplitud significativo; en otras pala.
.
.
.
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Bolívar Echeverría, «Modernidad y capitalismo ( tesis)», op. cit., p. .
Cf. Jacques Rancière, Dissensus, op. cit., pp. -.
Cf. Henri Lefebvre, La producción del espacio, op. cit., pp. -.
Cf. Ibíd., pp. -.
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bras, la eliminación de todo elemento, toda relación, toda sujetidad e interacción
que busque negar la dimensión dominante y la forma civilizatoria vigente.
No obstante, es precisamente la confrontación con la imposibilidad de una totalización absoluta y el cuestionamiento constante de la densificación, lo que constituye la contradicción central dentro de esta dinámica. Es decir, que en cada instante la resistencia –consiente o no, organizada o no– se manifiesta como una
limitación a la absolutización de la forma capitalista y del espacio que media su
reproducción, con lo cual los procesos de subjetivación política y social derivados
de la unidimensionalidad espacial, se confrontan con otros procesos de subjetivación política que plantean formas de apropiación del espacio que refieren a otras
producciones de espacialidades concretas que retan la normalidad sistémica y le
contraponen otras posibilidades de actualización de la vida y de trascendencia del
momento histórico vigente.
Al sujeto foucaultiano –sujeto de sí y sujeto de otros– se contrapone el sujeto
rancièriano, ese que es capaz de someterse a un proceso radical de transformación
en el cual la subjetivación no pasa únicamente por la atadura a los otros y a las
formas vigentes de la estructuración del poder, sino a partir de retar esas formas, de
cuestionar y deslocalizar a los sujetos de los lugares a los que previamente han sido
asignados. En este sentido: «La emancipación comienza cuando desafiamos la oposición entre ver y actuar; cuando entendemos que los hechos evidentes que estructuran las relaciones entre decir, ver y hacer, pertenecen a la estructura de dominación y sujeción. Comienza cuando entendemos que ver también es una acción que
confirma o transforma esta distribución de la posición».
Esta deslocalización acompaña a una desnaturalización de la dominación, su
interrupción y su extrañamiento, para situar a una nueva forma política que surge
a partir del disenso, de la confrontación y del reto a la normalidad sistémica. Estos
procesos de subjetivación política, «como ejercicio propio... de la capacidad política», solamente pueden constituirse «como transgresión y reto, como rebeldía frente a conglomerados de poder extra-políticos (económicos, religiosos, etc.) que se
establecen sobre ella», es decir, en forma negativa, como intento, como proyecto
y como forma de negación y de desestructuración de la forma dominante y vigente.
Así, se abre una dimensión geopolítica que de la misma manera se constituye
como forma de inteligibilidad de la dinámica social en su complejidad: la de la
apropiación espacial, la producción de otras formas de espacios sociales con contenidos distintos, con dinámicas totalmente contrapuestas a aquellas impuestas por
la mediación capitalista. Como alternativa al capitalismo, esta apropiación espacial
. Me he referido a ello en: David Herrera, «Violencia, hegemonía y transformación social:
los despliegues estratégicos de la dominación y las posibilidades de la emancipación», op. cit.,
pp. -.
. Cf. Michel Foucault, «El sujeto y el poder», op. cit., p. .
. Jacques Rancière, The Emancipated Spectator, Verso, Londres / Nueva York, , p. .
. Cf. Jacques Rancière, Momentos políticos, op. cit., p. .
. Bolívar Echeverría, «Modernidad y capitalismo ( tesis)», op. cit., p. .
. Henri Lefebvre, La producción del espacio. op. cit., p. .
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en contraposición al espacio dominante «implica abandonar las prácticas sociales
que le son propias», es decir, negarlas a partir de confrontarlas, subvertirlas y desestructurarlas. Esta es la apuesta de los espacios negativos.
Las espacialidades negativas se presentan, así, tanto como una propuesta de
análisis teórico-metodológico de la producción geopolítica del espacio en su complejidad más amplia –lo geopolítico como producto y productor de lo político–,
tanto como experiencias y manifestaciones concretas resultantes de las contradicciones inherentes a la forma civilizatoria capitalista y sus múltiples derivaciones. En
esta obra, se apuesta por el análisis de la dialéctica espacio dominante/espacio dominado, como forma de inteligibilidad de la realidad social mundial, trans-escalar
y compleja.
Geopolítica y resistencias en el siglo XXI: la problemática de la obra
Este libro, que es resultado de un esfuerzo colectivo y continuado, articulado gracias al Seminario sobre Espacialidad, Dominación y Violencia de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)
y al Proyecto PAPIME «Una geopolítica crítica para la enseñanza en Geografía
política» PE, auspiciado por la Dirección General de Asuntos del Personal
Académico (DGAPA) de la UNAM, busca adentrarse en estas discusiones desde las
perspectivas de distintas autoras y autores pero, ante todo, a partir del diálogo que
hemos establecido por medio de estas instancias y de nuestro interés por debatir
temas de relevancia para el análisis y la praxis geopolítica en el siglo .
Los diez restantes capítulos que componen a esta obra abordan aspectos específicos de esta discusión general, con el objetivo de develar, en ocasiones deconstruir
y analizar a fondo diversas perspectivas y problemáticas que tan sólo se han delineado en las páginas anteriores, pero que requieren ser sometidas a miradas más centradas y apreciaciones más agudas, mismas que se desarrollan en cada capítulo de
la obra. Se busca, ante todo, proponer una perspectiva crítica que reflexione y sitúe
el foco de atención en problemáticas y procesos que, o bien han sido poco analizados, o requieren de un cambio radical y profundo en las perspectivas teóricas y
metodológicas que han sido utilizadas para comprenderlos. No pretendemos, en
sentido alguno, considerarnos como quienes descubrimos el hilo negro, sino más
bien quienes continuamos con debates y discusiones que son extremadamente relevantes y estratégicas para los saberes y las praxis que requerimos producir en el
siglo .
Así, en el capítulo «El desarrollo espacial desigual como herramienta teórica
metodológica», Fabián González aborda algunos de los principios epistemológicos
que sustentan las propuestas teóricas de la dimensión espacial del desarrollo desigual, con la finalidad de contribuir en la conformación de un esquema comprensivo sobre las configuraciones espaciales derivadas de la imposición del neolibera. A. E. Ceceña, Derivas del mundo donde caben todos los mundos, op. cit., p. .
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lismo, y así colaborar en la construcción de un diálogo interdisciplinario sobre la
espacialidad de la desigualdad como un fundamento de la racionalidad del orden
social actual. De esta manera, a lo largo del capítulo se identifican y discuten aspectos metodológicos sobre la espacialidad de la desigualdad como estructura que
sostiene y da viabilidad al capitalismo como un proyecto de dominación material
y simbólica. Dicha reflexión se desarrolla en cuatro apartados: en los dos primeros
se recuperan los principios teóricos básicos de espacio y desigualdad para desdoblarlos en las propuestas del desarrollo espacial desigual; ya con lo anterior como
base, en los dos últimos apartados del capítulo se trazan los ejes de análisis de los
procesos urbanos neoliberales a la luz del desarrollo desigual, lo cual permite establecer, en las conclusiones, algunas líneas de base que den continuidad a un programa de investigación de largo alcance.
Federico Saracho, en el capítulo «La producción de las escalas. Una propuesta
teórico-metodológica desde la geopolítica negativa», desarrolla una discusión sobre
la escala geográfica a partir de negar que ésta se encuentre ya dada o se relacione
con una lógica de inmovilización espacial, que defina tamaños o porciones fijas del
espacio. Por el contrario, Saracho propone observarla como una producción social
que refleja las tensiones y contradicciones políticas y económicas propias del modo
de producción vigente, en este caso, el capitalismo histórico y su conformación
como sistema mundial. En este capítulo, el autor plantea la necesidad de comprender los procesos dialécticos de diferenciación y homogeneización espacial, así como
las formas de escalamiento que les acompañan. Contra la ontologización de la escala,
plantea observarla en una dinámica y una tensión constante que refiere tanto a la
diferencia como a la tendencia homogeneizadora, a la fragmentación y a la totalidad, a la contención y regulación gubernamental como a la contradicción socio-política entre dominación y subalternidad, a procesos de fijación pero también
de transformación constante, en fin, como una producción que reproduce en su
producción las contradicciones inherentes a la forma social que le da vida y a la
cual ‘contiene’ en su reproducción. Comprender esta producción compleja, a partir de estas formas y procesos dialécticos, conlleva también, desde la perspectiva de
Saracho, a plantear el horizonte emancipatorio como uno que debe producirse escalarmente, y no solamente en la lógica del ‘lugar’ o de la articulación ‘global’.
Por su parte, Daniela Rezago, en el capítulo «Los recursos estratégicos como
sustento de la reproducción material global: una aproximación teórico-metodológica», elabora una profunda discusión en torno a los recursos desde una perspectiva
materialista-histórica y dialéctica, para trascender las visiones deterministas y esencialistas que tradicionalmente han imperado –y que predominan– en el análisis de
la llamada ‘geopolítica de los recursos’. El debate planteado por la autora permite
comprender la manera en cómo el modo de producción vigente, las praxis sociales
y las formas de reproducción material de lo político, son en realidad las mediaciones que permiten definir tanto al recurso como la calidad estratégica que éste puede adquirir en un determinado momento histórico. En un segundo momento, el
capítulo se adentra en el análisis concreto de la conflictividad actual por recursos
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estratégicos en escala mundial, específicamente en los aspectos relacionados con la
posición hegemónica estadounidense y con América Latina.
Alessandro Peregalli, en el capítulo «Logística y corredores: el caso de las Nuevas
Rutas de la Seda», analiza uno de los aspectos más relevantes del capitalismo actual,
relacionado con la ‘geopolítica de la fragmentación’ que ha sido caracterizada con
anterioridad. Peregalli desarrolla una discusión en torno a la forma en cómo la logística, tradicionalmente considerada como ‘conocimiento auxiliar’ dentro del ámbito de los negocios tradicionales, o como un saber militar, es en realidad un elemento central que permite formas de penetración y control territorial, ligadas con
la gubernamentalidad capitalista-neoliberal, que permiten la producción y articulación espacial en la dinámica del capitalismo hiper-fragmentario del siglo .
También discute el concepto de ‘corredor’ como producto de estas nuevas dinámicas geopolíticas, pero así mismo como productor de estas espacialidades complejas
en donde se aglomeran tanto el gobierno y la administración, como las formas de
regulación y control de la reproducción social, que no se corresponden con las
anteriores espacialidades sino que inauguran lógicas novedosas. El análisis de las
Nuevas Rutas de la Seda le permite al autor adentrarse en esta complejidad, a partir
de los propios referentes que propone.
En el capítulo «El estado de excepción y la acumulación por exterminio como
fundamentos de las relaciones entre México y Estados Unidos durante el periodo
-: de la guerra contra el narcotráfico a las zonas económicas especiales»,
Arturo López propone comprender la dinámica geopolítica mexicana reciente, y la
relación con Estados Unidos, a partir de dos conceptos: la excepcionalidad y la
acumulación por exterminio. Si el primero refiere a los espacios de excepción antes
analizados, el segundo –propuesto inicialmente por Raúl Zibechi– para referirse
a un «tipo de acumulación que necesita el capital en el periodo actual, [que] no
puede sino ir precedido y acompañado estructuralmente de la guerra contra los
pueblos», le permite a López Vargas situar el análisis geopolítico de la reformulación del espacio social y la dinámica de violencia en México, en el contexto más
amplio de la reestructuración capitalista mundial y la inserción dependiente de
México en éste. El recuento histórico que elabora el autor, permite comprender
una dimensión más compleja de las profundas transformaciones actuales, así como
del papel histórico de Estados Unidos, como sujeto hegemónico, en el desarrollo
histórico mexicano. El análisis de las Zonas Económicas Especiales (ZEE) como
esos espacios de excepcionalidad, complementa la apuesta que Arturo López realiza
en este capítulo, y permite también observar la relevancia del análisis trans-escalar.
Raúl Jiménez, en el capítulo «Geopolítica de la energía en América del Norte»,
centra la mirada en la forma de producción de América del Norte como un espacio
estratégico en el cual la hegemonía estadounidense encuentra un punto de apoyo
. Cf. Raúl Zibechi, «Acumulación por exterminio», La Jornada, México,  de julio de .
Disponible en: https://www.jornada.com.mx////opinion/apol (Consultado el  de
abril de )
. Ídem.
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sumamente relevante para su reproducción mundial. En consonancia con el capítulo de Arturo López, Jiménez analiza la incidencia y la injerencia estadounidense
en México, pero en este caso desde la perspectiva de la consolidación de un bloque
energético norteamericano, llegando hasta plantear el problema de la reforma energética aprobada durante la administración Peña Nieto, como parte de los requerimientos estratégicos para la conformación de este mercado energético integrado.
Un punto que destaca el autor, es el relacionado con las modificaciones en torno a
las relaciones estratégicas derivadas de la inauguración de las técnicas de la fracturación hidráulica –o fracking– y la llamada ‘revolución energética’ en Estados Unidos, para extraer petróleo y gas no convencionales, que sin duda ha inducido cambios profundos en la ecuación energética a nivel mundial, pero impactando de
forma diferenciada en otras escalas. Nuevamente, el análisis geopolítico aquí muestra la necesaria articulación del análisis de formas de desarrollo desigual y de las
dinámicas trans-escalares.
En el siguiente capítulo, titulado «Espacios comunes, poder infraestructural y
espacio cibernético: el nuevo sostén rizomático de la hegemonía mundial en el siglo », Irwing Rico analiza la importancia estratégica que tienen los denominados ‘espacios comunes’ para Estados Unidos y su diseño geopolítico de la dominación de espectro completo en el siglo , poniendo énfasis en el concepto de
‘poder infraestructural’ como forma de articulación logística de las relaciones de poder que produce espacios y fragmentos de una manera rizomática –como se ha
discutido anteriormente–, lo cual articula en su conjunto al espacio global dominante a partir de una geopolítica de la fragmentación de los desarrollos geográficos
desiguales. De especial interés para el autor será el espacio cibernético, el cual, a
pesar de no representar un espacio físico dentro del campo semántico de los ‘comunes’, sí representa un espacio estratégico de control y dominio dentro del nuevo
diseño geopolítico de la hegemonía mundial. Con ello, el capítulo propone observar a la militarización mundial y sus despliegues estratégicos desde una geografía
política que retome a las relaciones de poder como centro de su análisis.
Por otra parte, Adriana Franco en el capítulo «La dominación de Francia y Estados Unidos sobre el espacio tuareg», se adentra en el análisis de la competencia y
el conflicto intercapitalista, así como de los acomodamientos estratégicos entre
diversos competidores, en un espacio muy concreto cuyo trasfondo histórico se
entremezcla y se yuxtapone con las dinámicas de la geopolítica de la penetración y
el control territorial. De esta manera, la apuesta de la autora transita por la discusión de la dialéctica espacio dominante / espacio dominado, antes referida, y muestra la complejidad que de ésta se deriva en un caso concreto: el espacio tuareg. La
confrontación entre la lógica de la «producción capitalista del desierto» contrapuesta con «la producción tuareg del desierto», muestra esta dialéctica en toda su
complejidad y exalta las contradicciones inherentes a la producción de la espacialidad dominante, así como los retos y las transformaciones radicales que se materializan en la espacialidad dominada. Franco destaca al componente militar como
elemento central de la penetración y el control territorial, enfocándose en las for-
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mas en cómo tanto Francia como Estados Unidos producen espacialidades estratégicas, sumamente militarizadas, que se confrontan agónicamente con las espacialidades de la vida social en el espacio tuareg. El análisis y la forma de comprensión
dialéctica de la problemática, es algo que debe destacarse en el caso del capítulo
desarrollado por esta autora.
Uno de los temas más debatidos desde hace cuando menos tres décadas es el de
los llamados ‘procesos de desterritorialización’, que supuestamente estaban aconteciendo con los grandes ajustes derivados de la crisis de sobreacumulación de la
década de . Abonando a esta discusión, pero desde una perspectiva crítica,
Iraís Fuentes, en el capítulo «La desterritorialización como estrategia en la geopolítica de la guerra contra Iraq -», se adentra en la caracterización del concepto
de ‘desterritorialización’ atendiendo a la fórmula propuesta por Deleuze y Guattari, pero llevándola hacia el análisis geopolítico de sustento materialista, histórico
y dialéctico, a partir de la propuesta lefebvriana de ‘producción del espacio’. De esta
manera, Fuentes identifica a la ‘desterritorialización’ como una forma estratégica de
producción del espacio dominante, sin que ella signifique en modo alguno una eliminación de la territorialización, sino una territorialidad de la dominación que trata
de eliminar al elemento negativo, inhibir la resistencia e inaugurar nuevas formas
gubernamentales y biopolíticas que permitan la reproducción de las relaciones de
poder vigentes e imperantes en la forma civilizatoria mundializada. De esta manera, Iraís Fuentes apuesta por comprender a la guerra contra Iraq, de motivación
neoconservadora en Estados Unidos, como parte de una estrategia de ‘desterritorialización’, mientras que observa, en la dialéctica espacio dominante / espacio
dominado, formas de territorialización desde las resistencias que se constituyen
como una dimensión negativa de suma relevancia.
Para cerrar la obra, Yatzil Narváez y Claudia Cruz presentan el capítulo «Subjetividades defendiendo la vida. Una mirada desde el conflicto». Se trata, sin duda,
de una apuesta original e interesante que centra la mirada en el conflicto y en las
contradicciones como elemento teórico-metodológico fundamental, pero así también de la dinámica de la realidad, que caracteriza tanto al análisis de las dinámicas
socio-políticas, como su propio desarrollo histórico. Las autoras enfocan sus esfuerzos en la comprensión de la relación dialéctica y conflictiva que se establece en lo
que denominan como «conflicto capital-vida» –apegándose a teorizaciones anteriores al respecto– que les permite resignificar la relación capital-trabajo en un espectro más amplio y, sin duda, más relevante, al abarcar todo el espacio de la reproducción social y la mediación capitalista de la reproducción de la vida que,
paradójicamente, la reduce a una mínima expresión determinada por la ‘forma de
valor’ y las asignaciones, localización y valorizaciones que ésta hace con respecto a
. Cf. Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Pre-Textos,
Valencia, , pp. -.
. Cf. Raquel Gutiérrez Aguilar, Mina Lorena Navarro y Lucía Linsalatta, «Repensar lo político, pensar lo común. Claves para la discusión», en Daniel Inclán, Lucía Lisalatta y Márgara Millán
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Geopolítica. Espacio, poder y resistencias en el siglo XXI
las propias vidas. La discusión que desarrollan en torno a los procesos de subjetivación política al estilo rancièriano, como se ha debatido antes, resulta ser una propuesta de gran calibre para comprender, desde el conflicto, las formas negativas que
se están produciendo y que abren la posibilidad de la trascendencia. El caso de las
mujeres tejedoras de la Sierra de Zongolica, en Veracruz, México, así como la discusión sobre el problema de la vivienda en Ciudad de México y en Santiago de
Chile, no sólo permiten a Narváez y Cruz exponer con toda claridad su discusión
inicial, sino también poner de manifiesto la forma en cómo, en distintas escalas, la
dialéctica espacio dominante / espacio dominado no desaparece, sino que se expresa con intensidades y manifestaciones diferenciadas.
La apuesta que hacemos en esta obra, es la de contribuir al debate y el análisis
de la geopolítica en un sentido crítico y propositivo. No seremos quiénes en primera ni en última instancia, aboguemos por esta necesaria reconceptualización y comprensión de otra forma de geopolítica. No somos tampoco quienes resolvamos el
largo y gran debate que a este respecto se ha desarrollado durante el último siglo.
Conscientes estamos de las grandes contribuciones que al respecto se han hecho y
en sentido alguno buscamos erigirnos como ‘la voz’ en este diálogo. Seremos otras
voces que buscan contribuir, en colectivo, con esta necesaria y estratégica reconceptualización.
Estamos en deuda con muchos y muchas que nos han antecedido, así como con
otros y otras que nos acompañan desde diversas trincheras. Estamos, sobre todo, en
deuda con aquellos y aquellas que, a pesar de toda la adversidad, a pesar de vivir
en carne propia lo que significa una modernidad represiva y una unidimensionalidad que busca totalizarse y densificarse absolutamente, una hegemonía que pretende no tener límites y que, por ello, busca borrarlos, al ser los sujetos que le representan ese límite, a pesar de lo que ello significa para su reproducción cotidiana,
reivindican la dignidad y al hacerlo se erigen como la parte sin parte, el lugar sin
lugar sistémico, el partido de los pobres, aquellos que son la excepción frente a la
excepcionalidad; en otras palabras, aquellos a partir de los cuales, como planteara
Benjamin, nos es dada la esperanza.
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