el mestizaje peruano: realidad o mito

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Colegio de La Inmaculada
Jesuitas – Lima
Área de Ciencias Sociales
2012
Formación Ciudadana y Cívica
Profesor: Martín L. Zelaya A.
Grado: 3º de Secundaria
Bimestre: 1º
EL MESTIZAJE PERUANO: REALIDAD O MITO
Fuente: Quispe, Olga – Achata, José – Córdova, Angel. (2007). El mestizaje peruano: realidad o mito. Lima:
Instituto de Etica y Desarrollo. UARM. En:http://ieticaydesarrollo-ensayos.blogspot.com/2009/07/el-mestizajeperuano-realidad-o-mito.html. Recuperado el 2 de diciembre del 2012.
El Perú es una realidad histórica que presenta una diversidad étnica y cultural, con una
historia cuya base se sustenta en lo andino, lo amazónico, no obstante las otras
influencias que vienen con la conquista. El proceso de mestizaje que se da en nuestro
país es crucial, porque bien puede contribuir a la destrucción de las diferencias o a la
construcción de nuevas sociedades donde se valore el reconocimiento y el respeto a la
diversidad. Por eso, es importante reflexionar sobre cómo entender el mestizaje para
construir una país multicultural, y que estas palabras no sean simplemente un disfraz
para ocultar nuestros orígenes.
Concepto de mestizaje
Según el Diccionario de la Real Academia Española, mestizaje: es el cruzamiento de
razas diferentes. Mezcla de culturas distintas, que da origen a una nueva.
Mestizo(a): dicho de una persona: nacida de padre y madre de raza diferente, en
especial de hombre blanco e india, o de indio y mujer blanca. Dicho de la cultura, de los
hechos espirituales, etc.: provenientes de la mezcla de culturas distintas.
Una mirada a la historia: mestizaje racial y cultural
Cabe mencionar que los procesos de mestización existieron ya en las culturas
precolombinas como cuestiones netamente sociales, donde se suponen ámbitos de
encuentro o de confrontación, pero es a partir de la conquista española donde se da con
rigurosidad un proceso de mestizaje exaltado por la violencia y la dominación.
Cuando los españoles irrumpen nuestros dominios, guiados por un afán de
enriquecimiento y una mística evangelizadora sectaria e intolerante, lo hacen sin la
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compañía de sus mujeres, por los peligros que traía consigo la conquista; primero había
que consolidar el poder militar íbero.
Las relaciones sociales y de poder se ejercen de manera arbitraria y autoritaria, la
supremacía y el dominio de los españoles sobre los indígenas se hace evidente. Pues,
para diferenciarse de los autóctonos, los conquistadores inventaron y usaron el término
“indio” -denominación que sirve para designar a los conquistados-, esta palabra es
insertada por un equivoco del propio Cristóbal Colón, quien suponía haber descubierto
la India y no América.
Sin duda, estas actitudes tienen un componente racista; pero, por otro lado,
paradójicamente, la mezcla racial (el mestizaje) entre conquistador e india fue
inevitable. Algunos sostienen que el racismo existió “de la cintura para arriba” más no
“de la cintura para abajo”. Al parecer, los hechos así lo demuestran, pues no debemos
olvidar que el mestizaje fue producto de relaciones sexuales no matrimoniales, donde la
mujer indígena era tomada por la fuerza a ceder y satisfacer los apetitos sexuales de los
conquistadores españoles. Esta relación fue producto de la violación.
La agresión sexual, física y verbal, el sometimiento, etc., son indicios claros de que si
hubo racismo en ese proceso de mestizaje. Pues, el hecho de considerar como un objeto
sexual a la mujer indígena, de poseerla sin su consentimiento, no hace más que
evidenciar que la intención era de denigrarla, de hacer de ella un ser abyecto y vil. Claro
está.
Sin embargo, existieron mínimas excepciones cuando se habla de las alianzas
matrimoniales que contrajeron algunos capitanes con las ñustas, pues, a través de ellas
se trataban de consolidar las estrategias y relaciones de poder. Como fruto de esas
alianzas matrimoniales nació el Inca Garcilaso de la Vega.
Una vez consolidado el orden colonial, la diversidad étnica y cultural entre españoles e
indios fue manejada por la Corona española. La prueba está en que fueron creadas dos
“repúblicas” jurídicas, jerárquicamente diferenciadas: la “República de Españoles” y la
“República de Indios”, en donde no fueron admitidos ni mestizos ni esclavos de origen
africano. Se pensó que con la llegada de la mujer española y la instauración de la
segregación racial, social y política se pondría fin a la dominación sexual de españoles
sobre las indígenas y esclavas negras, cosa que no sucedió.
El mestizo repugnaba a la conciencia de criollos e indios, porque era la negación ideal
del castizo (de casta, puro), de cuya pureza supuestamente derivaban todas las virtudes
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psicofisiológicas del individuo; y porque, además, era bastardo, es decir, ilegítimo. Salvo
los mestizos producto de las alianzas matrimoniales que fueron reconocidos por sus
padres, la mayoría de los mestizos bastardos fueron criados en el hogar materno
indígena.
Durante la Colonia, los principales mecanismos del dominio español: la apropiación
privada sobre las tierras y minas, la organización de las mitas, las encomiendas y
reducciones, la extirpación de idolatrías, la catequización y la castellanización forzosas,
provocaron la lenta conversión de las diversas etnias andinas en el campesinado feudal
–en las que básicamente prevalecieron las matrices culturales quechua y aymara- como
clase subalterna de la república criolla (Sinesio López, “De imperio a nacionalidades
oprimidas”, 1979: 238).
La independencia no implicó una revolución política ni menos la revolución cultural que
produjeron en Europa la Reforma religiosa y la Ilustración. Ellas crearon una cultura
moderna, es decir, convirtieron en sentido común los postulados de la Ilustración: la
negación de toda trascendencia, un más allá o un destino como explicación de los
hechos de la vida cotidiana y, por tanto, la afirmación del protagonismo del individuo en
la historia que se encamina a un inacabable progreso; por tanto, la afirmación de la
libertad y la igualdad de derechos entre los hombres; por tanto, la confianza en la razón
y en la ciencia, la apertura y la confianza en lo nuevo y en el menosprecio del pasado.
Después de la independencia la “cuestión indígena” adquirió una gran importancia en el
contexto del debate político y discursivo en el proceso de conformación de la identidad
nacional de parte de las élites criollas. El general José de San Martín, en un decreto
firmado el 28 de agosto de 1821, a un mes de proclamar la independencia del Perú,
abolió toda diferencia legal entre indios, mestizos y criollos, al declarar que “en lo
futuro, los aborígenes no serán llamados indios ni nativos; son hijos y ciudadanos del
Perú, y serán conocidos como peruanos” (Jorge Basadre, “Historia de la República del
Perú”, 1983; citado por Oscar Espinosa). En la práctica, esto implicaba la apropiación de
sus tierras, que habían estado protegidas al régimen colonial.
Hacia fines del siglo XIX, el debate sobre la “cuestión indígena” adquirió mayor relieve
en el contexto de crisis que atravesaba el Perú luego de la derrota frente a Chile en la
Guerra del Pacífico, la culpa recaía en los indios, quienes carecían de un sentimiento de
pertenencia o identidad para con el Perú., y los comentarios que circulaban era que los
indios no sabían por qué peleaban. Pues las discusiones que entablaban intelectuales y
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políticos por dar una salida a este problema era intensa. Para la mayoría, la solución era
“modernizar” a los indios, ya sea a través de la educación o de su cristianización, o por
medio de ambas. A medida que pasaba el tiempo, éstos veían la solución al “problema
indígena” en el “mestizaje”. Sin embargo, no todos coincidían en qué significaba este
“mestizaje” peruano. Los sectores más conservadores y vinculados a la élite criolla de
Lima, consideraban que este “mestizaje” tenía que girar en torno a la herencia
hispánica. En el otro extremo se ubicaban los indigenistas, vinculados más bien a la élite
del Cusco, que indicaban que el “mestizaje” tenía que fundarse en el glorioso pasado
incaico (Oscar Espinosa, “Desafíos a la ciudadanía multicultural en el Perú: el mito del
mestizaje y la cuestión indígena”, 2003).
Con el gobierno de Juan Velasco Alvarado se da fin a la oligarquía, se intenta reivindicar
los derechos de los ya no denominados “indios” sino campesinos; lemas como “la tierra
es para quien la trabaja”, “campesino el patrón ya no comerá más de tu pobreza”, son
construcciones políticas que intentan proclamar un discurso nacionalista, indigenista,
donde todo lo foráneo es malo.
Es cierto que nuestra historia ha sido marcado por la conquista y sus efectos siguen
latentes, pero también es cierto que la incorporación e intercambio de elementos
culturales ha sido y es importante para nuestras sociedades, aunque no se quiera
reconocer.
El doble discurso del mestizaje
Cuando se habla del pasado, se glorifica las hazañas y la capacidad administrativa,
tecnológica, la cosmovisión de los antiguos peruanos, por ejemplo, en el campo de la
agricultura, tenemos la construcción de andenes, los sistemas de riego que eran
sofisticados para su época; en el campo de las edificaciones, contamos con hermosos
monumentos históricos, una de las más representativas es la Ciudadela de Machu
Picchu, emblemática por todo lo que representa; por cierto, todo eso nos enorgullece.
Sin embargo, cuando hurgamos sobre la presencia de indígenas en el presente, afloran
actitudes de rechazo, nerviosismo, imprecisión, molestia en la gente, a tal punto de
considerarlo como una ofensa, porque aceptar supone ser parte de esa historia del cual
se reniega.
Para Oscar Espinosa, una de las principales dificultades para imaginarnos como un país
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multicultural radica en lo que se podría denominar el “mito del mestizaje”. Los
peruanos, en general, nos consideramos a nosotros mismos como “mestizos” y, para
justificarnos, recurrimos frecuentemente al refrán popular que señala que “quien no
tiene de inga, tiene de mandinga”. Al identificarnos como mestizos no pretendemos
brindar una definición clara y exacta de lo que somos, ya que precisamente el mestizaje
supone una cierta hibridez, en tanto corresponde al cruzamiento de razas o culturas
distintas. Por el contrario, en el “juego de las identidades”, que siempre son relacionales,
una forma de afirmar lo que somos es a través de señalar lo que no somos. Es decir, si
somos mestizos no somos ni blancos ni indios. En este sentido, ser “blanco” significaría
identificarse con el extranjero, con el “gringo”, con España, con el conquistador, etc., y
ser “indio” o indígena implicaría la posibilidad de ser sujeto de discriminación, abuso o
explotación.
Pues, hay una gran diferencia entre lo imaginario y la realidad. El optar por dar una
respuesta, cuando se dice “soy mestizo”, aparentemente nos sitúa en un lugar
privilegiado, donde todos somos iguales, ciudadanos todos, con derechos y deberes
plenos; pero la realidad parece desmentir y desvanecer tal construcción imaginaria que
no hace más que conllevarnos a vivir engañados, peor aún, alimentar la hipocresía
social.
Oscar Espinosa nos dice que el mestizaje constituye un “mito” en la medida en que no
logra superar la lógica dicotómica de inclusión-exclusión que aparentemente trata de
eliminar. Si bien el mestizaje se ha extendido pero el racismo no ha desaparecido, como
así lo hace saber Nelson Manrique.
El mestizaje puede ser utilizado estratégicamente para justificar la dominación y, según
Portocarrero, para encubrir conflictos. El mestizaje constituye una ideología que
pretende justificar un sistema de relaciones jerárquicas entre grupos sociales, además,
de ocultar la dominación al pretender ignorar o silenciar las diferencias. En ese sentido,
el mestizaje constituye una forma de “violencia simbólica”, es decir, una forma de
violencia que logra aparecer como algo natural gracias a su amplia aceptación social
(Oscar Espinosa, “Desafíos a la ciudadanía multicultural en el Perú”).
En síntesis, el mestizaje se convierte en una suerte de “mito” que contribuye a destruir
las diferencias y a la marginación de grandes sectores de la población peruana.
Declararse mestizo puede significar asumir una máscara circunstancial y de
conveniencia, no una identidad consistente. El mestizaje se define más como negación 5
ni blanco ni indio ni negro- que como afirmación.
Conclusión
No cabe duda que la experiencia colonial ha marcado nuestra historia. El orden colonial
fue transformado por el mestizaje. Quizás se pensó que con el mestizaje se iban a abolir
actitudes racistas, fóbicas, pues no. La mezcla de razas y culturas no tuvo (o no tiene)
otro propósito, consciente o inconscientemente, que la de exterminar o desaparecer las
culturas primigenias, pues era (o es) una forma de profesar el odio o desprecio al
indígena o “indio”.
En los tiempos de ahora, aún persisten actitudes que tienden a denigrar al indio y al
mismo tiempo idealizar o encumbrar a los incas, sin duda, se trata de una doble moral.
Una práctica frecuente, donde se esconde el temor, la ignorancia de saber quiénes
somos. Es por eso que nos denominamos mestizos, porque resulta menos doloroso.
Lo desafiante del caso peruano es la coexistencia de racismo y mestizaje. Es decir, aquí
la mezcla no fue descartada sino que desde abajo fue significada como un camino de
avance social, de logro de reconocimiento y, desde arriba, no fue totalmente impedida
sino que fue valorada como la posibilidad de una ventaja económica.
En el Perú, la mezcla racial es realmente fuerte, es mayor la disposición a la mezcla
racial, pero hay, en cambio, mucho más segregación cultural. Sin duda, es todo un
desafío independizarse de los prejuicios y complejos. Pues, la escuela cumple una
función preponderante, que es la de enseñar la verdadera historia, y creer que si es
posible construir un país multicultural, donde el reconocimiento y el respeto a la
diversidad sea una realidad y no un mito.
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