Poesía de Miguel Hernández

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Temática en la poesía Hernandina
Los tres temas principales de los que Miguel Hernández tomó contenido para
su poesía fueron la vida, el amor y la muerte.
No es de extrañar que así lo fueran teniendo en cuenta la dura vida que sufrió
Hernández, desde su infancia, hasta el mismo día de su muerte. Dada la
situación económica de su familia y la ausencia de apoyo moral que recibió,
hubiera sido de esperar un fracaso y no un genio, de su persona.
Sufría malos tratos por parte de su padre si le encontraba leyendo, y la falta de
cariño y comprensión le hacían sufrir tanto o casi como la violencia física. Con
su sentido del humor intentaba quitarle importancia a estos trágicos sucesos.
Se veía obligado a leer en el campo, con su rebaño y rodeado de naturaleza.
De ahí que la luz y el color de la huerta influyan en sus poemas, así como la
luna, las estrellas, la lluvia, las propiedades de diversas hierbas, la fecundación
de animales, etc... Todo ello lo describe de forma magistral, con cierto aire
barroco al estilo gongoriano.
Tras haber ocupado varios puestos en el campo laboral, los horizontes en la
vida de Miguel Hernández se ensanchan y sus andanzas por Madrid le dan pie
a escribir su Auto Sacramental “Quien te ha visto y quien te ve, y sombra de lo
que eras”.
Un tiempo más tarde Miguel Hernández sufre una crisis ideológica y
sentimental por la que sufre mucho, y es lo que causa el alejamiento hacia su
gran amor, Josefina Manresa, y hacia su gran amigo Ramón Sijé. La muerte de
éste influyo más si cabe en ese malestar. En “el rayo que no cesa” Miguel
plasma con gran autenticidad el gran sufrimiento por el que pasó dadas las
anteriores desgracias. Sobre todo destaca en él lo referido a la muerte de
Ramón Sijé, aunque recoje algunos poemas de amor.
Miguel se implica en la guerra civil movido por la lealtad y la generosidad, y
además de estar en los peligrosos frentes de batalla arriesgando su vida,
ofrece su mejor arma: la palabra. Deja su firma en todas las publicaciones de
guerra. En su creación “Vientos del pueblo” describe acontecimientos bélicos.
En “El labrador de más aire”, de contenido social, plasma con ilusión la realidad
de esos tiempos en los que se encuentra.
“La cola”, “El refugiado” “El hombrecito” y “Los sentados” son cuatro breves
piezas de teatro, también basados en la guerra.
Tas la muerte de su primer hijo, su propio encarcelamiento y la situación en la
que su mujer ha de mantener a su segundo hijo, Miguel narra en algunos
poemas, “Nanas de la cebolla”, entre ellos, la profundidad de los sentimientos
que todo ello le causa.
En relación al amor, pueden definirse tres tendencias o tres etapas en las que
Miguel Hernández se encontró: El amor a Dios, la atracción sexual, amor
humano pero espiritual, púdico, y por último, pasión y dolor de desamor.
Un Dios del catolicismo al que Miguel daba mucha importancia. En esta
primera etapa, Miguel se sentía impuro, pecador y alejado de Dios por no ser
capaz de resistirse a la tentación de los cuerpos. Esta obsesión que le tortura
se ve reflejada en un bello poema sombrío: “Primera lamentación de la carne”.
“Mi sangre es un camino” exalta el instinto natural de la sangre a la unión
sexual. Acaba desembocando en un odio hacia los hombres pecadores y un
deseo de muerte propia por aspiración a la pureza absoluta.
No obstante, esta visión irá cambiando poco a poco, eliminándose por
completo la obsesión y el sufrimiento. En esta etapa se sustituye el amor de
Dios por el amor de la mujer. “El silbo vulnerado” es un conjunto de poemas en
los que el autor da fe de la importancia que toma el sentimiento amoroso,
sustituyendo al tema religioso. En “El rayo que no cesa”, también va
desapareciendo Dios como fuente de amor. Como la fe cristiana no le ha dado
respuestas válidas, éste reinventa una religión de amor.
En una tercera etapa, que en anteriores poemas era descrito sin reparos, toma
una importancia más espiritual. El amor se diferencia del deseo brutal y
sentimental. Cada vez, el poeta se siente menos impuro en su amor, y el tema
del deseo como pecado se transforma en esplendor vital. En “Me llamo barro
aunque Miguel me llame” se expresa en futuro inmediato ese triunfo. También
transforma su necesidad de ser amado, por necesidad de amar. Asume su sexo
viril como impureza rebelde, pero lo acepta.
El desamor fragua una última etapa. Se sentía rechazado y esto le provocaba
sufrimiento, tanto que llego a la solución de la desesperación suicida.
“Me voy amor, me voy pero me quedo,
pero me voy, desierto y sin arena.
Adiós amor, adiós hasta la muerte.”
No es que josefina le rechazara, sino que tenía una visión distinta menos
liberal del sexo. A diferencia de él, que había cavilado y cambiado de pensares
respecto a que el sexo fuera un pecado. Ese rechazo sexual de josefina lo
tomaba como un rechazo de amor. “El rayo que no cesa” expresa en sus
últimos sonetos ese hundimiento y ese horror de muerte que habita en el
corazón del autor.
En los “Sonetos”, el tema es también la pena de amor. Tratan de la negación de
amor y de la desgracia de amar.
Los poemas recogidos en “El rayo que no cesa” están inspirados en Josefina
Manresa y en dos otros amores que fueron más efímeros.
“Me llamo barro” también desarrolla el tema del sufrimiento por la pena de
amor, la pasividad de la amante y, oponiendo a su complicidad con la muerte el
tema del triunfo físico del amor. En “me sobra el corazón” la tentación del
suicidio es su tema clave, cuya causa es la incomunicación amorosa.
Los poemas “Vuelo” y “Sepultura de la imaginación” expresan la destrucción de
la esperanza en el hombre. Vino dado tras la muerte de su primogénito y
explica que con la muerte, el amor conyugal sobrevive a la desgracia a pesar
de todo.
La muerte es, junto con la vida y el amor, otro de los grandes temas de la
poesía de Miguel Hernández.
En lo relativo a la muerte, hay 2 clases de poetas: los que consideran que vida
y muerte son cosas distintas, y aquellos que sienten la muerte como parte del
propio vivir. A Miguel Hernández le encontramos en muchos poemas
contagiado de la segunda actitud.
La idea de la muerte encontró diferentes formas expresivas en su poesía.
Llamar al cementerio “Patio de vecindad” es una imagen que aparecerá en el
poema “Vecino de muerte”. El ataúd, con tapa de cristal, llamado “diamante
fino” se repite en el poemita a su hermana muerta. No puede extrañar que ése
sea también sin drama ni angustia, porque a Miguel Hernández se le murieron
las tres hermanas, pero siendo él aún niño. Cuando murió la última, tenía él 9
años: la impresión, al revivirla en los versos, no puede ser sino vaga y vacía.
Así, el poeta iba a sentir la muerte a lo largo de toda su vida. La muerte de
gentes de su patria, amigos, su propio hijo… Son muertes injustas, en cuanto a
que no son naturales, sino de unas circunstancias externas.
Con sólo 10 meses murió el primer hijo del poeta: Manuel Ramón. El poeta
escribe las más conmovedoras y penetrantes elegías. En ellas no cuenta la
belleza, no cuenta la retórica, sólo la más pura verdad poética y humana. “El
Cancionero” como diario o autobiografía lírica queda organizado en torno a dos
ejes de privación. La privación motivada por la muerte es la asociada al tema
del hijo. El hijo muerto se siente vivo, hecho huella. Con ese mismo acto de
ternura, su muerte se canta como un “no querer ser” de la criatura que,
intuyendo un doloroso futuro, prefirió morir al empezar su vida. El poeta nos
hace compartir sus aspectos más dolorosos. Una segunda privación se orienta
hacia el tema del amor.
Ramón Sijé, su mejor amigo, muere el día de Navidad de 1935. La muerte se
transforma entonces en un manotazo duro, en un golpe helado. Nada queda de
su seducción. El poeta grita su dolor y rebeldía. Quiere devolver la vida a la
carne. Quiere a su amigo vivo. Pero con su limitación poética sólo puede
expresar la impotencia y el dolor sin límites.
La elegía a Ramón Sijé vibraba precisamente por la intención desesperada de
creer en esa resurrección tan prometida, denota esa necesidad vital de creer
en que aún queda alguna esperanza de que vuelva su amigo del alma. En esta
elegía la muerte se ha convertido en una auténtica enemiga odiada y
despreciada por lo injusto de su naturaleza. Sin embargo, para los amigos
caídos en combate la muerte se presentaba desde un punto de vista distinto
que impide las lágrimas.
El poeta tiene la necesidad interior de creer que los muertos sobreviven con
una increíble mentira que sólo sirve como pura propaganda. Pero el heroísmo
de rechazar la pena puede confundirse con la necesidad de negar la muerte
para evitar el dolor de los combatientes a quienes se manda a morir, gracias a
las mentiras de la propaganda.
Por eso, la poesía de propaganda anima al soldado a lucha y justifica la pérdida
humana en bien del prójimo explotado y de la madre patria.
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