Subido por Brenda Julieta Ocampo

Capítulo 11 - Las nuevas formas del prejuicio - Ferrero

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Ferrero, M. I. (2012). La Psicología Social y su objeto de estudio. En G. L. Costa y E. D.
Etchezahar (Comps.), Temas de Psicología Social. Buenos Aires: Ediciones de la
UNLZ.
CAPÍTULO 11
Las nuevas formas del prejuicio: racismo moderno
y sexismo ambivalente
María Inés Ferrero
El racismo moderno
La multitud clamaba y celebraba “la gracia”. Un numeroso grupo de
aficionados escenificaban aullidos y gestos de mono ("¡uh, uh, uh!") cada vez que
un jugador negro tocaba el balón. Desde las tribunas les arrojaban bananas.
Sonaban cánticos ofensivos de tipo racista, entre los que sobresalía la frase "puto
negro”. Ocurrió en un encuentro España-Inglaterra que, ironías de la vida, se
concibió como un acto organizado contra el racismo en el fútbol, pero se celebró
en un ambiente tan cargado que se convirtió en una apoteosis racista. Fue un
espectáculo triste y decadente sobre el que The Times dijo que el árbitro debió
suspender el partido y The Daily Telegraph denunció que "los jugadores negros
fueron despojados de su humanidad".
Muy recientemente, con ocasión de la preparación del torneo de fútbol de
selecciones de Europa, la Eurocopa 2012, el jugador italiano Mario Balotelli tuvo
unas singulares expresiones – también comprensibles – ante la prensa. Por el
antecedente de estos comportamientos comentados más arriba, algunas
referencias daban a entender que con ocasión de la Eurocopa, podrían repetirse
estos comportamientos racistas de los espectadores y que el blanco sería – valga
el juego de palabras – el jugador negro Mario Balotelli. Curiosa la posición
subjetiva de este conocido jugador: de color negro, nacionalidad italiana, y estrella
del Manchester City de Inglaterra. Además, mediático y conocido tanto por sus
virtudes deportivas, como por su comportamiento díscolo y llamativo. Uno de los
tantos “nuevos europeos”, hijos de inmigrantes, con costumbres, nombres o
colores, que no son los “esperables” de la Europa clásica. En este caso, como
respuesta a la pregunta de un posible comportamiento racista, Balotelli señaló que
si eso pasa, deja de jugar, se sube a la tribuna, busca a los agresores y los toma a
golpes de puño: “si alguien me tira un plátano, lo mataré”.
¿Es casualidad que esto ocurra en la Europa de hoy? Por supuesto que no,
aunque no es privativo de Europa (pensemos en lo que pasa en algunos
escenarios del fútbol argentino). Pero qué buen caldo de cultivo para el racismo es
la crisis europea, con el miedo de las clases medias locales ante lo que
consideran la amenaza a sus privilegios. Y la culpabilización, no de sectores
poderosos, sino de inmigrantes u otros “débiles”, también víctimas como las clases
medias.
El pensador y filósofo francés Michel Foucault (1975/1996) ya bien lo sabía:
existe una genealogía del racismo. Lo ubica históricamente, más allá de que
nosotros nos ocuparemos aquí de las más universales causas psicológicas del
racismo que podrían sintetizarse en el “miedo al otro”, tan humano.
Foucault – y por esto las iniciales referencias a Europa que dimos en los
ejemplos – plantea que el racismo es una construcción “moderna”, hija del
iluminismo y del colonialismo, que aparece a la par que lo hacen los estados
nacionales y tiene como función avalar las jerarquías político sociales y fomentar
los nacionalismos, estableciendo un “nosotros” y un “ellos” claramente
diferenciado. Durante el Medioevo en cambio, los conflictos intergrupales en
Europa no eran por raza o color de piel, eran conflictos de tipo ideológico religioso
(cristianos y musulmanes, judíos y árabes).
Pareciera ser que el racismo “racial” basado en color de piel o rasgos viene
a convalidar académicamente tanto la esclavitud como la expoliación de los
nuevos territorios anexados.
Por esto este tipo de racismo tuvo su apogeo durante los siglos XVIII y XIX,
entrando en su fase epigonal (lo que precipitará su decadencia) durante la
Segunda Guerra Mundial.
Volviendo a lo sucedido durante el partido de fútbol, llama la atención en un
evento de estas características, porque son formas de un racismo que ya no es
tolerado por las instituciones, que es inmediatamente denunciado y repudiado,
como evidentemente ocurrió.
Pero hoy hay otras formas de racismo, más sutiles, que nos rodean y que
son más difíciles de detectar. Es posible que nos veamos tentados, por estar
sobreavisados acerca de las connotaciones negativas que tiene el racismo en la
actualidad (sobre todo después del Holocausto) a pensar que el racismo hoy en
día tiende a disminuir en forma significativa, o no es más que la expresión de
sectores minoritarios y atrasados.
A la luz de las vivencias relatadas por comunidades de inmigrantes en
distintos países, parecería que, en vez de haber desaparecido, el viejo racismo ha
tomado otra forma. Resulta a todas luces obvio que el tipo de prejuicio que imperó
hasta mediados del siglo pasado, con sistemas de apartheid totalmente
naturalizados, queda a contramano de las normas institucionales y sociales y,
sobre todo, de las representaciones sociales vigentes hoy.
Después de la II Guerra Mundial, los estudios de los científicos sociales
señalan que los estereotipos y prejuicios raciales empiezan a disminuir
progresivamente. El racismo parece estar en una fase de atenuación y declive.
Fundamentalmente debido a tres causas:
1. El horror unánime ante los crímenes nazis, que fueron planeados, llevados a
cabo y tolerados por toda una sociedad sobre el supuesto de una biológica y
racional superioridad racial.
2. El relativismo cultural que erosiona al determinismo biológico y al pretendido
carácter natural del etnocentrismo, al tiempo que valora a los diferentes tipos de
representación cultural en su contexto.
3. La consolidación y ampliación de la democracia, que al menos en teoría tiende
a eliminar las jerarquizaciones sociales ilegales
Para ilustrar podemos citar algunos datos del viejo racismo: en 1942 el 42%
de los norteamericanos blancos creían que su inteligencia era igual que la de los
negros, mientras que en 1956 el porcentaje ascendía al 78% (Pettigrew, 1959).
McConahay y Hough (1976) han trabajado la idea de diferenciación entre
“racismo
anticuado”
y
“racismo
moderno”
(moderno
usado
en
el
sentido
de
contemporáneo y no en el sentido histórico sociológico de, por ejemplo “sujeto moderno” o
“ciencia moderna” o “subjetividad postmoderna”).
En el racismo tradicional imperaba la teoría de la diferencia biológica, la
doctrina biológica de la desigualdad entre las razas. Las ideas racistas
pretendieron aplicar el darwinismo (supervivencia del más apto, lucha por la vida,
selección natural) a la evolución de la humanidad: presentando la historia como
una lucha de razas en las que se van imponiendo las de rango superior. A esto se
llamó darwinismo social. Gobineu sostiene, en su "Ensayo sobre la desigualdad de
las razas humanas" (1853-1855), que la raza aria es la más selecta y aboga por su
pureza. Es obvio que tal afirmación carece por completo de fundamento científico,
pero no podemos negar su operatividad como herramienta ideológica que
abonaría al movimiento nazi. Pero este es el racismo old fashion.
Hoy estamos en condiciones de afirmar que existe un nuevo tipo de racismo
que está paulatinamente reemplazando al anterior.
Los dos racismos
En primer lugar, para referirnos antropológicamente al concepto de raza,
éste ha caído en desuso, por considerarse que hay una sola especie, que es la
humana. Por lo tanto no hay una esencia biológica o cuestiones de naturaleza que
distingan en un sentido jerárquico a un ser humano de otro. O a un grupo humano
de otro. Las diferencias son culturales y están construidas social y culturalmente.
Tal como venimos manejando en los distintos capítulos de esta materia, con el
concepto de construcción social de la realidad. Es por esto que cuando se habla
de las diferencias se hace referencia a etnias o grupos culturales. Ahora bien: es
evidente que la discriminación existe, si bien no con la carga biologicista de hace
unos años. Es un racismo diferente.
La principal diferencia del racismo moderno (también llamado racismo sutil)
frente a su precedente, es que no busca una justificación “racionalizada” basada
en fundamentos biológicos. El acento se movió desde la biología hacia la cultura.
Este racismo prefiere exponer sus objeciones ante el otro basándose en
cuestiones de tipo cultural. El sujeto portador del nuevo racismo describe
diferencias culturales “insalvables”. De modo que esas diferencias operan como
un separador efectivo entre los grupos. Y, más que eso, legitima el discurso
discriminatorio y consolida el orden jerárquico de unos actores sobre otros. La
esencia del prejuicio: discriminación en acción.
El racismo moderno refiere sobre todo a cómo son vistas las políticas
estatales hacia los inmigrantes por parte de las comunidades locales. La idea
rectora de este tipo de racismo sutil es cuidar de “que no se violen los principios
occidentales básicos enraizados en la cultura occidental”. Lo que en la teoría de
los valores llamamos el “eje de conservación”, es decir, valores de tradición,
seguridad y conformidad. Un ejemplo de racismo sutil podría ser entonces la
prohibición del uso del velo
islámico para las niñas en las escuelas públicas
francesas.
laborales
Ante
medidas
proteccionistas,
como
pueden
ser
especificaciones de que una empresa contrate a un porcentaje determinado de
trabajadores de una etnia minoritaria (como se da en la actualidad en Sudáfrica),
los modernos racistas alegarán formas proteccionistas excesivas, que entorpecen
el libre juego de la oferta y la demanda laboral.
El estudio de Dovidio y Gaertner (1986) sostiene que hay una serie de
valores que son enarbolados con sinceridad por muchas personas blancas,
creyentes externos de normas y principios como los de la igualdad étnica, pero al
profundizar en sus creencias, puede percibirse aún operando la rémora de las
imágenes, percepciones y atribuciones negativas que los constructos culturales en
los que fueron socializados aún transmiten. Este tipo de racismo larvado es muy
complicado de medir por encuestas, ya que las personas están sobreadaptadas a
un medio que condena explícitamente al racismo. Y ajustan sus respuestas a lo
que consideran correcto.
Gaertner y Dovidio (1986) formulan entonces la teoría del racismo aversivo,
que se da en las personas liberales que tratan de respetar los valores
Democráticos y que no son conscientes de su actuación prejuiciosa. En sus
estudios los autores señalan algunas de las características del racismo aversivo
que se resumen a continuación.
v El racismo aversivo surge cuando se produce un conflicto entre los valores
igualitarios de una persona y los sentimientos negativos que le despiertan los
miembros de un determinado grupo étnico.
v El racismo aversivo no es intencionado, se produce de manera sutil y muchas
veces de manera inconsciente.
v El racista aversivo discrimina cuando puede atribuir su conducta a cuestiones
no relacionadas con el grupo étnico de la persona que sufre prejuicio. En todo
caso percibe que la sociedad está siendo injusta.
v El racismo aversivo, precisamente por su sutileza y poca manifestación “racial”
es muy perjudicial para el grupo que lo sufre y, además, es muy difícil de
combatir.
Pero el racismo aversivo no es la única forma que toma el racismo
moderno, Dutton (1976) habla de «la discriminación inversa», para referir los
casos en que la persona de color blanco trata de modo más favorable (o menos
desfavorable) a una persona de color negro que a una de color blanco. Una
especie de paternalismo racista. Pettigrew y Meertens (1995) recurren a la noción
de «racismo institucional», mientras que Kovel (1970) habla de un metarracismo,
el racismo de la tecnocracia, donde la opresión racista se materializaría
directamente por vías económicas y tecnocráticas.
Las causas del racismo
El racismo parece funcionar sobre un mecanismo perceptivo de
categorización (Allport, 1954), que agrupa y segmenta a las personas en
categorías distintas. Acá funciona predominantemente el componente afectivo,
que opera sobre el significado psicológico negativo que suele tener para las
personas aquello que les es extraño. Esto se resuelve a dos vías: mi percepción
negativa del otro como distinto, con la consecuente categorización negativa a la
que lo someto y la otra es el refuerzo de mi propio grupo de pertenencia, con el
que puedo identificarme, autovalorarme y proyectar en ellos mis propios
sentimientos narcisistas.
La percepción de otra persona parece operar más por lo que le hace
diferente y semejante de otras personas que por informaciones que fueran
totalmente independientes. Es un sistema simplificador que funciona más o menos
de la siguiente forma: acentuar mucho el parecido entre dos estímulos de una
misma categoría y/o acentuar mucho lo diferente con otros estímulos de otra
categoría. Lo semejante y lo desemejante.
Pero ¿sobre qué base armamos estas categorizaciones? ¿Sexo, color de
piel, clase social…? Es aquí donde interviene la cultura en la que vivimos, en la
medida en que va a hacer más funcional un tipo de categorización que otra. De
este modo, en una época dada se exige mucha mayor visibilidad a los símbolos
distintivos de los grupos sociales que en otra: marcas, tatuajes, modos de vestir,
hábitos de consumos culturales
Este proceso de categorización se hace fundamental para poder construir la
identidad social. En efecto, al igual que nuestro self, lo que somos, la conciencia
de ser persona, se forma por lo que somos y que nos diferencia de todos los
demás
(nombre,
sexo,
orientación
sexual,
apariencia
física,
destrezas,
habilidades, preferencias), lo mismo sucede con la identidad social (jóvenes,
estudiantes, ecologistas, pacifistas, antirracistas, europeos, árabes, etc.). Es que
encontramos en la sociedad un casillero en el que podemos enrolarnos, por un
parecido determinado. Ese parecido es lo que nos diferencia de los de otra
categoría social dada.
Entonces, nuestra identidad social se forma, por una parte, por la
identificación con nuestras categorías, aquellas que son portantes de las
características con las que nos definimos y, por otra parte, por la exclusión de lo
que no somos, es decir, por la acentuación de diferencias con aquellos que
amenazan nuestra identidad por su proximidad o por su visibilidad social. A esto
se añade un valor social, ya que por lo general todo sistema de categorización
conlleva en sí mismo una jerarquía social. La comparación social que hacemos
con los demás no tiene porqué ser instrumental (directamente competitiva), sino
puede ser simbólica (Turner, 1975). Hay un cierto orgullo de ser europeo y no
africano, de ser blanco y no negro, de ser nórdico y no mediterráneo, aunque en la
vida real esto no sea instrumento material de nada. Dicho en otros términos, los
grupos, para construir su autoimagen lo hacen a expensas de otros grupos.
.
El sexismo ambivalente
"La mujer fue creada para ceder ante el hombre y tolerar sus injusticias"
Jean Jacques Rousseau
Del mismo modo que sucede con el racismo tradicional, las viejas formas
de sexismo parecieran estar desapareciendo. A partir de los nuevos roles
femeninos y con la ampliación de los derechos civiles, por lo menos en los países
occidentales, las formas tradicionales de sexismo son cada vez más minoritarias.
Sólo un sector muy reducido de la población manifiesta de manera expresa
una actitud basada en la supuesta inferioridad de las mujeres como grupo. Sin
embargo, diversos índices sugieren que la igualdad entre hombres y mujeres dista
mucho de ser una realidad. Uno de esos índices indiscutible es la diferencia
salarial que persiste todavía. Es decir, que por igual tarea y responsabilidad, una
mujer gana en promedio un 20 por ciento menos que un hombre. Y a su vez, se
constata que las mujeres acceden a menos cargos jerárquicos: a pesar de poder
ascender mucho en la escala laboral, se encuentran con el llamado “techo de
cristal” (un techo simbólico invisible, un tope en las jerarquías laboral profesionales, del cual las mujeres “no pueden” pasar, salvo excepciones, que por
escasas confirman la regla).
Según datos de 2011 en Europa, el importe menor que ganan las mujeres
con respecto a los hombres depende del lugar de residencia. Mientras en
Alemania se trata de un 23 por ciento aproximado, la diferencia reside en Francia,
situada por debajo de la media europea en un 17%. En países como Italia, donde
las mujeres trabajan menos, la diferencia es claramente menor, un 4,9% y en
Eslovenia, un 8,5%. En las comparaciones de sueldo, las grandes diferencias
residen no sólo entre los países, sino también entre los diferentes sectores. En el
sector bancario de Londres, aproximadamente un 40% de mujeres perciben un
salario menor que el de sus compañeros de sexo masculino. En algunos países la
situación ha llegado a empeorar. En Alemania, la diferencia en 2006 seguía
estando en un 22,7%. El número de mujeres pertenecientes al sector social (con
sueldos mucho peores) es mayor. En sectores bien pagados, como la industria
química o la ingeniería industrial, los hombres tienen la mayoría de los puestos de
trabajo. Por esta razón, las mujeres no tienen acceso a posiciones de liderazgo a
pesar de tener una buena formación (el ya denominado “techo de cristal"). Por otra
parte, no han disminuido los casos de violencia de género. Las Naciones Unidas
definen la violencia contra la mujer como «todo acto de violencia basado en el
género, que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o
psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de la
libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la privada.»
La violencia de pareja se refiere a los comportamientos que tienen lugar
en el ámbito de una relación íntima y causan daños físicos, sexuales o
psicológicos, tales como la agresión física, la coerción sexual, el maltrato
psicológico o los comportamientos controladores.
La violencia sexual es «todo acto sexual, la tentativa de consumar un acto
sexual, los comentarios o insinuaciones sexuales no deseados, o las acciones
para comercializar o utilizar de cualquier otro modo la sexualidad de una persona
mediante coacción por otra persona, independientemente de la relación de esta
con la víctima, en cualquier ámbito.»
Y podemos mencionar otras formas de violencia actual que siguen estando
vigentes y bastante invisibilizadas, como la violencia lingüística.
La violencia económica, que es toda acción con la cual se limita, impide o
restringe el manejo de dinero por parte de la mujer (por ejemplo, en la pareja),
siendo que ésta provee recursos o no, pero en cualquier caso se la extorsiona con
el manejo del dinero por parte del hombre.
La violencia simbólica o psicológica, de algún modo incluida en la violencia
de pareja, es todo aquel comportamiento de agresiones o descalificaciones a
través de las palabras, o de actos que involucran la humillación del otro.
Por prevalencia estadística abrumadora, en general hablamos de estos
tipos de violencia dirigidos desde el hombre hacia la mujer (aunque en un
porcentaje mínimo puede darse en sentido inverso).
Esta situación contradictoria, donde desde las enunciaciones explícitas se
proclama la igualdad de género pero que se siguen convalidando distintas formas
de violencia simbólica, ha llevado a formular la existencia de formas más sutiles o
encubiertas de sexismo. A estas formas más sutiles del sexismo las llamaremos
en adelante sexismo ambivalente.
Según Glick y Fiske (1996), el sexismo ambivalente conjuga las formas
tradicionales con formas "benévolas", que si bien tienen un componente afectivo y
conductual positivo siguen considerando a la mujer de forma estereotipada y
limitada a ciertos roles. A los que debe someterse por su misma naturaleza. La
formación de esta nueva cara del sexismo se fue manifestando en forma paralela
a la evolución de las actitudes racistas etiquetadas como racismo aversivo
(Dovidio y Gaertner, 1986), racismo moderno (McConahay y Hough, 1976;
Pettigrew y Meertens, 1995) o prejuicio sutil (Rueda y Navas, 1996). Entre los
aportes más destacables en relación al nuevo sexismo se encuentra el de Swin et
al. (1995) quienes lo define como sexismo moderno (modern sexism) y lo
fundamenta sobre pilares muy similares a los del moderno racismo, a saber:
1) Negación explícita de la discriminación.
2) Antagonismo de tipo social ante las demandas que hacen las mujeres, y
3) Resentimiento acerca de las políticas de apoyo que consiguen.
Tougas et al. (1995) introducen el concepto de Neosexismo, definido como
”la manifestación de un conflicto entre los valores igualitarios junto a sentimientos
negativos residuales hacia las mujeres (nosotros podríamos llamarlo disonancia
cognitiva” (p. 47).
Este nuevo sexismo, aunque está en contra de la discriminación abierta
contra las mujeres, considera que éstas ya han alcanzado la igualdad y que no
necesitan ninguna medida política de protección. Si piden más de lo que han
obtenido hasta ahora se trata de demandas desmesuradas. Esto, dado los
evidentes informes que describen que es absolutamente incorrecto, hace que se
dificulte de manera efectiva el acceso a la igualdad real.
La nueva teoría del sexismo ambivalente, de Glick y Fiske (1996), ahonda
en la necesidad de ubicar en la comprensión del nuevo sexismo la dimensión
relacional. Sexismo que se operativiza con la presencia de dos elementos con
cargas afectivas antagónicas: positivas y negativas (Glick y Fiske, 1996; 1997),
dando lugar a dos tipos de sexismo vinculados:
•
sexismo hostil y
•
sexismo benevolente.
El sexismo hostil es una ideología que caracteriza a las mujeres como un
grupo subordinado y legitima el control social que ejercen los hombres. Los
componentes del sexismo hostil son:
v el paternalismo dominador,
v la diferenciación de género competitiva y
v la hostilidad heterosexual.
El primero justifica la dominancia masculina, ya que supone que las mujeres
son más débiles e inferiores que los hombres, basado en una supuesta
inferioridad física; el segundo se refiere a la idea de que las mujeres no poseen las
cualidades necesarias para gobernar las instituciones sociales, por lo cual deben
quedarse dentro del ámbito de la familia y el hogar (la mujer es una buena
ecónoma y una buena administradora del hogar. Allí debe permanecer). El tercer
componente se refiere al supuesto poder sexual por el cual las mujeres son
peligrosas y manipulan a los hombres. La fábula de la bruja. O el relato bíblico del
Génesis, en el que la mujer es la que incita al hombre al pecado original.
En cambio, el sexismo benevolente se basa en una ideología tradicional
que idealiza a las mujeres como esposas, madres y objetos románticos (Glick et
al. 2000). Refiere a las actitudes supuestamente más positivas de los hombres
hacia las mujeres (mucho cuidado: sólo hacia las que cumplen los roles
tradicionales) y puede dividirse en tres manifestaciones:
v el paternalismo protector,
v la idealización de las mujeres y
v el deseo por relaciones íntimas.
Glick y Fiske (1996) explican la ambivalencia de sentimientos hacia las
mujeres por la inevitable interdependencia que existe entre ambos géneros. El
sexismo hostil sirve para justificar el poder masculino, los roles tradicionales y el
trato hacia la mujer como objeto sexual. El sexismo benevolente, en cambio,
justifica de manera más amable la dominación, reconoce la dependencia del
hombre con respecto a la mujer y plantea una visión romántica de las relaciones
sexuales, idealizando a la mujer como esposa y madre (siempre y cuando cumpla
con los estereotipos, que siempre es el de criaturas puras, sumisas y
condescendientes, hechas para la vida familiar y para complacer al varón). La
publicidad y muchos de los mensajes de los medios de comunicación (sobrarían
los ejemplos) están plagados de este tipo de mensajes, más o menos sutiles.
Cada lector puede tener a mano un ejemplo de esto. El sexismo benevolente
viene investido de sentimientos de protección. Por esto el sexista considera que su
actitud es positiva y debe ser valorada, llegando incluso a ofenderse si la mujer
rechaza su protección. Pero no deja de ser sexismo, puesto que considera que las
mujeres necesitan de un hombre para que las cuide.
El sexismo hostil y el benévolo pueden parecer muy distintos en su
contenido, pero tienen supuestos comunes: que las mujeres son el sexo débil (el
que menos puede hacer, esto es el que no tiene poder), ambos fortalecen los roles
tradicionales (la diferenciación de actividades por sexo) y que ambos sirven para
justificar y mantener las viejas estructuras patriarcales y la situación de básica
injusticia que ejemplificamos al principio. Las diferencias de poder entre los sexos
están racionalizadas por medio de la ideología del paternalismo. En el aspecto
hostil opera el paternalismo dominador, que supone que las mujeres, por sus
capacidades menguadas deben ser controladas por el hombre. En el paternalismo
benévolo rige la idea de que los hombres deben proteger a las mujeres debido a
su mayor fuerza, poder o autoridad (sobre todo hacia las mujeres que les
"pertenecen": esposa, madre, hijas).
Como en el racismo moderno estas nuevas formas de discriminación sutiles
están basadas en:
a) la negación de la discriminación. El sexista es inconsciente de que lo es, y cree
“homenajear” a la otra parte con un exceso de cuidado (la vieja caballerosidad).
b) el antagonismo ante las demandas que hacen las mujeres. El sexista cree
saber “lo que ellas necesitan” y que a veces ni ellas mismas saben. El triste
corolario de esta idea es el famoso “No significa sí”.
c) el resentimiento acerca de las políticas de apoyo que consiguen.
Este sexismo presupone la inferioridad de las mujeres, considera que las
mujeres necesitan de un hombre para que las cuide y proteja. Un viejo bolero dice:
“La mujer que al amor no se asoma, no merece llamarse mujer”. Esto es: si una
mujer no cumple con los roles que les son predeterminados, ni siquiera alcanza a
la categoría de sexo débil. Es una paria.
El sexismo benevolente usa utiliza un tono subjetivamente positivo con
determinadas mujeres, las que asumen roles tradicionales, como criaturas bellas,
puras y maravillosas, casi ángeles cuyo amor es necesario para que un hombre
esté completo. La costilla que le fue sacada a Adán y moldeada para hacerle
compañía. En el sexismo hostil a las mujeres se les atribuye características por las
que son criticadas, maledicentes, competitivas, brujas, chismosas, banales,
irresponsables. En el sexismo benevolente se les atribuyen características por las
que son valoradas, características especialmente vinculadas a su capacidad
reproductiva y maternal.
Ambos encuadres en apariencia contradictorios transmiten una visión
estereotipada de la mujer, relegándola a sus funciones maternas y hogareñas.
Por otra parte el sexismo benevolente complementa al sexismo hostil
permitiendo a los hombres sexistas ser benefactores de las mujeres, claro que
sólo hacia aquellas mujeres que se lo merecen. Este sexismo benevolente suscita
conductas prosociales como de ayuda o protección hacia las mujeres.
¿Qué es el sexismo?
Las doctoras Lameiras-Fernández y Rodríguez-Castro (2003) describen al
sexismo como una actitud dirigida a las personas en virtud de su pertenencia a un
determinado sexo biológico en función del cual se asumen diferentes
características y conductas. Estas definiciones siempre dejan al descubierto el
dominio de un sexo, el masculino, sobre otro, el femenino.
La ideología de género hace referencia a todas aquellas creencias sobre los
roles y responsabilidades apropiados para los hombres y mujeres y la relación que
se establece entre ellos. Pueden concebirse de diversas maneras pero las más
utilizadas son: masculinidad – femineidad o instrumentalismo – expresividad. La
masculinidad es asociada con una orientación instrumental que implica la
realización de las tareas y resolución de problemas; mientras que la femineidad es
asociada a una orientación de expresividad que implica conseguir el bienestar de
los demás y la armonía del grupo (Moya y De Lemus, 2004).
Una de las maneras de concebir y evaluar la masculinidad y la feminidad es
a través de la autopercepción de las personas en una serie de características de
personalidad. Durante muchos años se consideró a la masculinidad y a la
feminidad como una única dimensión con dos polos. Es decir, esta podía ser en
mayor o menor grado masculina o femenina, pero nunca las dos cosas a la vez.
Asimismo, los roles sexuales estaban rígidamente ligados al sexo biológico, de
manera que el ser masculino o femenino dependía básicamente de ser hombre o
mujer. Sin embargo, esta concepción empezó a ser cuestionada y surgió, en la
década de los setenta, una nueva concepción de masculinidad y femineidad como
dos dimensiones independientes en las que las personas obtienen posiciones en
cada una de ellas. Desde esta nueva perspectiva se desarrolló el concepto de
“androginia” para denominar a aquellos sujetos que presentaban en igual medida
rasgos masculinos como femeninos (Moya, Páez, Glick, Fernández Sedano &
Poeschl, 1997).
Glick et al. (2000), utilizando el ASI, cuestionario para medir actitudes
sexistas, han realizado un estudio de diferentes culturas (19 países) con muestras
heterogéneas formadas por un total de más de 15.000 personas. Los resultados
demostraron que altas puntuaciones en sexismo hostil presentaban altas
puntuación en sexismo benévolo, y las naciones con puntuaciones altas de
sexismo, las mujeres tendían a asumir las creencias sexistas. De todos modos es
importante señalar que esto es sólo la referencia a unos pocos estudios dentro de
las amplias investigaciones (desde distintas teorías psicológicas) sobre los hoy
llamados estudios de género.
Esto nos lleva a la siguiente idea: cuanto más sexistas fueron los hombres,
mayor era la diferencia entre puntuaciones de hombres y mujeres en sexismo
hostil. Es decir, en sociedades más hostiles las mujeres utilizan el sexismo
benevolente para defenderse a sí mismas: cuantos más sexistas son los hombres
más buscan las mujeres la protección, idealización y afecto que el sexismo
benevolente ofrece. En este sentido, volvemos a decir, ambos sexismos actúan
complementariamente.
Lameiras-Fernández
y
Rodríguez-Castro
(2003)
realizaron
una
investigación cuyo objetivo era identificar el nivel de sexismo tanto hacia mujeres
como hombres y comprobar si el nivel de estudios está relacionado con las
actitudes sexistas. Los resultados ponen de manifiesto que cada sexo valora con
mayor hostilidad al sexo contrario y son las mujeres las que reciben las
valoraciones
más
benevolentes.
También
evidenció
menores
actitudes
sexistas cuanto mayor era la edad y el nivel de estudios, tanto hacia los hombres
como hacia las mujeres.
Lo masculino y lo femenino
Tanto la masculinidad como la feminidad conforman la autopercepción de
una serie de características de personalidad. No obstante hoy las cosas no son
tan claras. Según el estudio de 1997 de Miguel Moya, Darío Páez, Peter Glick,
Itziar Fernández y Gabrielle Poeschl se demuestra que, en contra de lo
considerado durante muchos años, la masculinidad y a la feminidad no son una
única dimensión con dos polos, sino que son dos dimensiones independientes, de
tal forma que las personas obtienen puntuación por separado en cada una de
ellas. Es decir, cada persona puntúa a la vez en masculinidad y feminidad.
Podríamos sintetizarlo así: hay muchas formas de ser hombre y de ser mujer, y de
verse como hombre o como mujer. Considerando incluso que estos dos polos
también son constructos elaborados en el seno de un contexto histórico social.
Estos autores afirman que “fruto de esta nueva concepción nació el
concepto de androginia para designar a aquellas personas que presentan en igual
medida rasgos masculinos y femeninos. De esta nueva concepción, la
masculinidad y la feminidad representan dos conjuntos de habilidades
conductuales
y
competencias
interpersonales
que
los
individuos,
independientemente de su sexo, usan para relacionarse con su medio. Desde esta
perspectiva, hombres y mujeres son mucho más parecidos en su psicología de lo
que tradicionalmente se asumía.
Para Seyla Benhabib (2002) se entiende por género “la construcción
diferencial de los seres humanos en tipos femeninos y masculinos. El género es
una categoría relacional que busca explicar una construcción de un tipo diferencial
entre los seres humanos” (p. 85). Cada mujer y cada hombre van a interiorizar la
cultura en la que vive, la concepción que esa cultura tiene sobre mujer u hombre, y
lo va a introducir en su propia vida.
La identidad se entiende como el conjunto de características que definen al
sujeto en su condición histórica. Es el resultado de una construcción simbólica.
La masculinidad es un conjunto de actitudes del género masculino que resalta en
un hombre sus cualidades viriles (por ejemplo en nuestras culturas occidentales).
Se refiere a los comportamientos y cualidades que dentro de una cultura se
asocian o son apropiados para el hombre. Son rasgos principalmente sociales.
Valores tradicionalmente asignados al género masculino y al género femenino
Género masculino
Género femenino
Independencia
Dependencia
Estabilidad emocional
Inestabilidad emocional
Dinamismo
Pasividad
Agresividad
Afectividad
Capacidad lógica
Intuición
Racionalidad
Emocional
Valentía
Miedo
Fuerza
Debilidad
Objetividad
Subjetividad
Cultura
Natural
Sexismo en las nuevas tecnologías
El juego es una de las formas de la socialización. Y hoy el auge de los
videojuegos es un elemento que no se puede soslayar en la formación de la
identidad de los niños y de las niñas.
En diversos estudios, como el que publicó el CIDE (Centro de Estudios e
Investigaciones Económicas de México) en el año 2004 muestran en forma
empírica que todos los videojuegos reproducen actitudes sexistas de manera
explícita e implícita. Se sigue asociando valores estereotipados al hombre y a la
mujer y son videos realizados por hombres para hombres, porque reproducen la
cultura machista, ya que la imagen y el rol de la mujer esta minusvalorado. Los
valores que en este tipo de juego se transmiten son la competición, la violencia, el
racismo, la impulsividad y la irresponsabilidad.
En el 2006 se ha realizado la investigación “Mujeres y videojuegos: Hábitos
y preferencias de las videojugadoras”, sobre la base de 1788 encuestas válidas,
con mujeres que estudian carrera universitarias o formación profesional, la
mayoría solteras con pareja (47.53%) seguidas de solteras sin pareja (20,7%).
Esta encuesta arroja el sorprendente resultado de que el 54,63% de las
encuestadas emplean su ocio en los videojuegos de manera asidua. El 36,32% de
las mujeres que utilizan los videojuegos cree que éstos están orientados a un
público masculino. Así mismo el 56,4% dicen que donde han visto más
manifestaciones contra la dignidad de la mujer o en general discriminatorio hacia
su género ha sido en los programas de televisión. En segundo lugar en el cine
(15,38%) y en los videojuegos el 15.27%.
Este es uno de los tantos ejemplos en los cuales podemos observar esta
construcción social de la realidad que sostenemos, y que se expresa en
fenómenos psicosociales y actitudinales como el racismo y el sexismo.
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