Dijo Krishnamurti… Cada pensamiento y sentimiento deben florecer para poder vivir y morir; todo debe florecer en uno, la ambición, la envidia, el odio, la alegría, la pasión; en ese florecimiento está la muerte de todo ello y hay libertad. Es sólo en libertad que algo puede florecer, no en la represión, en el control; esto sólo pervierte, corrompe. En la libertad y el florecimiento radican la bondad y toda virtud. No es fácil dejar que la envidia florezca; uno la condena o la fomenta, pero jamás le da libertad. Es solamente en libertad que el hecho de la envidia revela su color, su forma, su profundidad, sus peculiaridades; si se la reprime no se revelará a sí misma en plenitud y libertad. Una vez que se ha mostrado completamente, la envidia cesa sólo para revelar otro hecho, el vacío, la soledad, el miedo. Y a medida que a cada hecho se le permite que florezca libremente, en toda su integridad, toca a su fin el conflicto entre el observador y lo observado; ya no existe más el censor sino sólo la observación, sólo el ver. La libertad puede existir únicamente en la consumación, no en la represión, la repetición, la obediencia a un patrón de pensamiento. Hay consumación tan sólo en el florecer y el morir; el florecer no existe si no hay un terminar. Lo nuevo no puede existir si no hay libertad con respecto a lo conocido. El pensamiento, lo viejo, no puede dar origen a lo nuevo; lo viejo debe morir para que lo nuevo sea. Lo que florece tiene que llegar a su fin. La opción siempre está engendrando desdicha. Si uno la observa, la verá acechando, exigiendo, insistiendo y suplicando, y antes de saber uno dónde está, se halla aprisionado en su red de dudas, responsabilidades y desesperaciones de las que no es posible escapar. Basta observarlo para darse cuenta del hecho. Darse cuenta del hecho; uno no puede cambiar el hecho; podrá ocultarlo, escapar de él, pero no puede cambiarlo. Está ahí. Si lo dejamos solo, si no interferimos con nuestras opiniones y esperanzas, temores y desesperación, con nuestros juicios astutos y calculados, el hecho florecerá y revelará todas sus intrincaciones, sus sutiles modos de actuar -y los hay en cantidad-, su aparente importancia y ética, sus motivos ocultos, sus caprichos. Si dejamos solo al hecho, él nos mostrará todo esto y mucho más. Pero es preciso estar lúcidamente atento a ello, sin opción alguna, avanzando paso a paso. Entonces veremos que la opción, habiendo florecido muere, y que hay libertad; no que uno está libre, sino que hay libertad. Uno mismo es el que produce la opción, y uno ha cesado de producirla. No hay nada por lo que optar, nada que escoger. En este estado sin opción, florece la madura soledad interna. Su muerte es un no terminar jamás. Ello está siempre floreciendo y es siempre nuevo. Morir para lo conocido es estar internamente solo. Toda opción se halla dentro del campo de lo conocido; la acción en este campo siempre engendra dolor. La terminación del dolor está en la madura y lúcida soledad interior.