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E769tica posicional y construccio769n de sentidos - Tagarelli

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ÉTICA POSICIONAL Y CONSTRUCCIÓN DE SENTIDOS
Por Diego Tagarelli
Existe una concepción sobre el significado de la Ética, que va más allá de la
incorporación natural en el sentido común de una sociedad (no poca cosa, dado los
mecanismos de internalización de determinados comportamientos en nuestra
cotidianeidad), que tiene que ver con el criterio filosófico construido sobre la base de
ciertas premisas ideológicas. Este aspecto es necesario analizar. Más aún si nuestro
interés es profundizar los elementos de la ética dentro del campo de la comunicación.
Esta concepción, que podríamos rastréala en los orígenes de la corriente filosófica
liberal, postula que los individuos -en la medida que son portadores de una conciencia
racional y se asumen como sujetos autónomos y libres- transfieren a la sociedad, al
Estado y a las instituciones mecanismos morales y éticos para identificar y diferenciar
los comportamientos “buenos” o “malos”, “justos” e “injustos”, “correctos” e
“incorrectos”.
Por lo mismo, según esta visión, la ética se halla asociada a una universalización
racional del derecho jurídico y a las reglas morales establecidas en una sociedad, que
las materializa en formas positivas o negativas a través de la Justicia, la educación, la
familia o los medios de comunicación. Así, una ley, una acción ética, una regla moral es
algo inquebrantable, naturalizado, sobre la cual no cabe duda alguna de su validez y
vigor.
De manera que hay una concepción establecida, normalizada sobre lo que significa la
Ética.
Sin embargo, existen otras corrientes críticas del pensamiento que realizan una
revisión de estas premisas e introducen una nueva lectura en el campo de la Ética
Profesional.
En primer lugar, estas corrientes críticas señalan un error epistemológico hacia esa
concepción filosófica liberal, y es que parte del individuo: un individuo libre, autónomo
y racionalmente consciente. Y esto porque la construcción teórica de esta concepción
liberal asocia el individuo a un sujeto consciente de sus necesidades humanas
(hombre=necesidades humanas). Con este criterio, todos los bienes, servicios,
mercancías, valores, postulados morales, etc., existen como tal debido a que están
concebidos y producidos para cubrir las necesidades humanas.
Como critica a este postulado, digamos que las referencias sobre el individuo libre,
autónomo y consciente obedecen a una materialización de la ideología dominante,
que adjudica en términos jurídicos y morales esa condición, con el objetivo de ocultar
las condiciones reales de existencia.
Es decir, los individuos se encuentran sujetos a determinadas clases sociales de
pertenencia, ubicaciones en estructuras sociales desiguales, identidades heterogéneas,
situaciones y coyunturas económicas, políticas y culturales concretas, que impiden
pensar a los individuos en “igualdad de oportunidades”, es decir, libres, autónomos,
conscientes.
Todos estos factores sociales son los que condicionan y determinan el
comportamiento de los individuos y su sujeción social. Por lo mismo, la conciencia
racional de un individuo no depende de construcciones plenas de su conciencia, sino,
más bien, de elementos impuestos desde estructuras ideológicas que le transfieren
concepciones, sentidos, valores, etc.
Asimismo, los valores materiales y morales de una sociedad no dependen de manera
íntegra y racional de las propias “necesidades humanas” individuales, puesto que es
una condición intrínseca de todo sistema social, económico y político (sobre todo en
sociedades capitalistas) generar nuevas y múltiples necesidades, muchas de ellas
incompatibles a las conciencias de los individuos y a sus verdaderas necesidades.
Digamos pues, que no existe un Ética neutral, objetivamente imparcial. No existe
siquiera una concepción del mundo y de la realidad, neutral. Toda ética, toda
ideología, toda moral, está atravesada históricamente por intereses, sectores, clases
sociales, poder, jerarquías sociales y diferencias culturales. Y solo en la medida que
esos intereses, sectores o clases consiguen imponerse frente a otros sectores e
intereses, solo así una ideología y una posición ética se transforma en hegemónica y es
aceptada por toda la sociedad.
Esto, revoca las concepciones individualistas sobre las construcciones éticas. Y, de
manera correcta, la ubica en un espacio de conflicto, dado que las sociedades son
sociedades de conflictos, de intereses.
En efecto, la ética es un espacio simbólico contradictorio, de lucha de ideas, en el
campo ideológico. Y por lo mismo, es una construcción social.
No son sus representaciones reales de existencia, su mundo real ni los
comportamientos positivos o negativos, lo que los hombres se representan en el
espacio de la ética, sino su relación por medio de la ideología dominante. Y, por
esencia, toda ideología no representa las relaciones y condiciones reales de los
individuos, sino la relación imaginaria de los individuos con las relaciones reales en las
que viven.
Podemos avanzar en una definición crucial: “La ideología representa la relación
imaginaria de los individuos con sus condiciones reales de existencia”.
Todas aquellas interpretaciones sobre las cuales los individuos se forman una Idea
(trabajo, igualdad, correcto, incorrecto, bello, feo, malo, bueno, libertad, etc.) son pues
construcciones ideológicas inculcadas para ofrecer una determinada concepción sobre
el mundo, sobre su existencia real.
Esto quiere decir, para decirlo de la forma más clara, que el individuo no se enfrenta
en su cotidianeidad a una realidad autentica y verdadera, sino que lo hace desde una
percepción que determinados grupos sociales de poder han elaborado para,
precisamente, ocultar las condiciones reales de existencia.
¿Por qué necesita esta ideología, que influyen en la producción de una ética, ocultar
las condiciones reales de existencia?
En el terreno imaginario, donde actúa la ética y los valores ideológicos, las clases
dominantes (que históricamente han conquistado el poder económico) elaboran un
conjunto de ideas -materializadas en acciones- que tiene por función resolver las
contradicciones y desigualdades sociales, sustituyendo una realidad por otra, es decir,
desplazando a un campo simbólico las desigualdades y contradicciones para
presentarlas de otra forma a través de determinados Aparatos Ideológicos. Cuando
decimos que la presentan de otra forma, decimos que la presenta en forma de
ocultamiento: las desigualdades las presenta como diferencias de capacidades, las
oportunidades las presenta como iguales para todos, la justicia la presenta como
espacio neutral, y así podríamos nombrar muchos ejemplos.
En otras palabras, si es que queremos realizar una crítica hacia aquella corriente
filosófica racional, la conciencia del individuo, su razón o capacidad subjetiva de
identificar en forma positiva o negativa los valores y comportamientos éticos, son pues
condiciones sociales que determinados sectores han producido históricamente desde
aparatos específicos con el fin de reproducir un ORDEN SOCIAL.
LA ETICA POSICIONAL
Si consideramos a la Ética como un espacio de construcción social, histórico y simbólico,
el eje de la discusión en torno a los argumentos filosóficos y jurídicos cambia de plano,
de eje.
Por eso, planteamos que toda Ética es Posicional, es decir, depende de las posiciones
ocupadas por los sujetos, que asimismo se hallan condicionados por estructuras y
superestructuras de poder, e intereses sociales, económicos, políticos y culturales
específicos.
Pero no sólo por eso podemos definir como “posicional” los alcances que posee la
ética. Hay que decir, además, que por posicional entendemos al espacio práctico y
teórico que sirve para explicar, criticar y modificar los valores ideológicos que por
medio de modelos establecidos y redes de poder, condicionan el comportamiento
humano. Es decir, aludimos a lo posicional para entender el campo conflictivo sobre el
cual se desenvuelven todas las prácticas y valores éticos de una sociedad.
Para sistematizar y visualizar los diversos enfoques, condiciones y posiciones de la
Ética, presentamos el siguiente gráfico:
ÉTICA POSICIONAL
Ética
Ética
Transformadora
Posición Crítica
subalterna
Dominante.
Espacios de poder
Emergente
Construcción
Contrahegemónica
Posición Ideológica
dominante
Espacios de poder
Convencional
Construcción
Hegemónica
En primer lugar, hay que decir que la concepción sobre estos dos campos, posiciones o
espacios, no significa que se desarrollen en forma aislada o separados entre sí y, que
por lo mismo, adquieren relevancia uno fuera del otro.
Por el contrario, en la medida que toda sociedad es un espacio pluridimensional de
posiciones, atravesado por intereses diversos, poder, estructuras desiguales, etc., la
ética dominante y la ética transformadora conviven permanentemente. Es decir, existe
siempre una dialéctica dinámica de imposición, resistencia, coacción, reacción entre
estos dos campos.
No obstante, los medios de producción económicos, políticos e ideológicos en manos
de determinados grupos dominante, evidentemente hace que las fuerzas dominantes
conserven mayores márgenes y capacidades de determinación sobre el resto de la
sociedad.
Pero no perdamos de vista nuestra conceptualización gráfica, para comprender en
mayor profundidad el significado de cada ámbito sobre el que se desarrolla la Ética en
general. Veamos.
La Ética Dominante se sustenta sobre posiciones ideológicas dominantes y se realiza
sobre espacios convencionales de poder.
Cuando aludimos a posiciones ideológicas dominantes queremos decir que la función
de esta disposición ética está asociada a la aplicación y adaptación de la propia
ideología (tal como fue explicada más arriba), es decir a “un conjunto de concepciones
elaboradas históricamente por determinados grupos dominantes con el objetivo de
reproducir el orden social”.
Esta posición ideológica es asumida no sólo por los sectores dominantes sino por
clases y sectores sociales subalternos a las que les ha sido infundida estas
concepciones. Por ello, decimos que esta posición ética e ideológica dominante
“representa la relación imaginaria de los individuos con sus condiciones reales de
existencia”; es la representación deformada que construyen determinados grupos de
poder para ocultar la “real” realidad y representarla bajo nuevas reglas morales y
éticas, funcionales en gran medida a la conservación de las relaciones de desigualdad
imperantes en una sociedad, condición asimismo de la conservación de los intereses
dominantes.
Ahora bien, estas ideas, o mejor dicho, estas posiciones ideológicas dominantes que
atraviesan a una ética, se realizan o materializan en determinados aparatos
ideológicos, culturales y sociales de poder, que los hemos denominado
convencionales, en la medida que aluden a un “poder constituido”. Por el momento
digamos que esos aparatos están sostenidos por el Aparato ideológico Escuela, el
Aparato ideológico Jurídico y el Aparato Ideológico Comunicacional.
Esta complementariedad entre las posiciones ideológicas y los espacios de poder
convencional, terminan por generar o construir una hegemonía de clase.
Con la misma, queremos significar al hecho de que los mecanismos de dominación
ejercidos por determinados grupos, ya no solo se ejercen de manera coercitiva o por la
fuerza, sino que han sido asimilados y reproducidos por toda la sociedad como
elementos naturales de comportamiento: es una dominación hegemónica,
culturalmente aceptada, aunque siempre resistida. En efecto, para el mantenimiento
de los intereses dominantes, no basta con una dominación económica o política, se
deben activar los aspectos culturales e ideológicos. Toda la sociedad debe estar
compenetrada de este sistema de ideas a fin de cumplir concienzudamente sus tareas.
En el campo de la comunicación y el periodismo, bien podemos identificar algunas
acciones y valores éticos dominantes que han sido infundidos en la sociedad como
elementos naturales: la necesidad de jerarquías sociales, la rentabilidad periodística, el
discurso único, la publicidad, la reiteración, el individualismo, la competencia, etc.
Por otro lado, dentro del campo ético transformador, las posiciones críticas, no sólo
significa asumir comportamientos discursivos críticos frente a los elementos
ideológicos dominantes, sino más bien descubrir, desenmascarar las realidades ocultas
bajo el velo ideológico, generando visiones prácticas alternativas, novedosas y
compatibles a los intereses subalternos. En términos conceptuales, diremos que la
función de la ética crítica consiste en develar aquellos elementos que la ideología
utiliza para ocultar la realidad social. Mientras que las posiciones ideológicas
dominantes reproducen el orden social imperante, las posiciones criticas
transformadoras reproducen un “orden real”.
Esta posición ética crítica se asocia a espacios emergentes de poder o, mejor dicho, de
contrapoder, es decir, a espacios que están representados por modelos comunitarios
de participación. Toda crítica o práctica discursiva necesita espacios sociales y políticos
de construcción para sostenerse. Estos espacios, si bien se deben a modelos de
participación ciudadano, es decir a espacios diferentes de aquellos dominantes donde
imperan prácticas de exclusión e imposición ideológica, deben orientarse al ejercicio
de democracia directa, a nuevos marcos comunitarios, a nuevas concepciones de
poder nacional y local. Por eso, decimos que estos espacios, a diferencia de un poder
constituido, es un poder constituyente, de “abajo hacia arriba”. En este sentido, la
ética profesional adquiere un sentido comunicacional, profesionalmente adecuado a
las necesidades, valores e intereses subalternos.
Por último, la complementariedad entre las posiciones éticas críticas y los espacios
emergentes de poder, pueden conducir a la construcción de una contra-hegemonía, es
decir, a un nuevo bloque donde las ideas y prácticas subalternas adquieran relevancia
histórica y conquista real de nuevos espacios económicos, políticos y culturales.
Por ello, en términos comunicacionales, los valores de democracia directa, interés
colectivo, igualdad, justicia social, comunidad, etc., adquiere otro sentido.
Con todo esto, lo que intentamos hacer es poner a la ética en un lugar de conflicto,
puesto que la sociedad es conflictiva, está atravesada por contradicciones. Por otro
lado, vemos que toda practica discursiva, ética o ideológica debemos relacionarla a
determinados intereses sociales, que son asimismo intereses y prácticas simbólicas.
Más que en un mundo físico, el hombre vive inmerso en un universo simbólico, en una
red constituida por el lenguaje, el mito, la religión, la ideología, etc. Tan envuelto está
por esta red que no puede ver ni conocer nada sino a través de la intromisión de este
medio artificial.
Algunos modelos éticos dominante, sobre todo aquellos más vinculados a los intereses
ideológicos dominantes, transfiguran la realidad, la traiciona, la evade. Se apela a lo
imaginario no para reforzar la vida, sino muchas veces para legitimar la opresión. Por
ello también, determinados actos de consumo, de belleza, de verdad, etc., son
considerados éticos. Pero en realidad, son parte de modelos que bien podemos definir
e identificar como de violencia simbólica, imperceptibles muchas veces dentro de las
prácticas y discursos comunicacionales, por ejemplo.
En este sentido, es indispensable el ejercicio de una ética transformadora, que
contemple las posiciones críticas y la emergencia de nuevos espacios. Ello, dependerá
no sólo de deseos por asumir discursos críticos y nuevas expresiones de contrapoder,
sino, fundamentalmente, de posicionarse en la vida social desde lugares compatibles al
mundo social periférico, marginal, subalterno, popular, sin panfletismos e intereses
ajenos a esas realidades, sino volcado genuinamente a las realidades concretas como
sujeto víctima de un sistema desigual.
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