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1. Mair, Peter. Política Comparada una visión general.

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12. Política comparada: una visión general
PETER MAIR
I. Introducción: la disciplina de la política comparada
Siempre, desde que Aristóteles dispuso el examinar las
diferencias en las estructuras de los Estados y constituciones
y buscó desarrollar una clasifi�ación de tipos de regímenes,
la idea de comparar sistemas políticos ha descansado en el
núcleo de la ciencia política 1 • Al tiempo, sin embargo, aun­
que perennemente interesada con temas clásicos tales como
el análisis de los regímenes, el cambio de régimen, y la demo­
cracia y sus alternativas, la política comparada no es una dis­
ciplina que pueda definirse estrictamente en términos de un
único campo de estudio sustantivo. Más bien es el énfasis
sobre la comparación en sí misma, y sobre cómo y por qué
los fenómenos políticos pueden compararse, lo que delimita
un área específica en el seno de la ciéncia política. En reali­
dad, precisamente porque no existe un único campo de estu­
dio sustantivo
en
la política comparada, se ha cuestionado con
.
'.)
frecuencia la relevancia y valor de tratarla como una subdis1
Véase libros II.b y IV.b de La Política de Aristóteles.
447
ciplina separada (véase la discusión en Verba, 1985; Dalton
1991; Keman, 1993a).
La disciplina de la política comparada se presenta habi­
tualmente constituida por tres elementos relacionados. El pri­
me:rn, y más simple elemento, es el estudio de países extran­
jeros, a menudo con independencia de cualquier otro. Así se
define usualmente a la política comparada a efectos pedagó­
gicos, especialmente en las culturas angloamericanas, don­
de se ofrecen diferentes cursos sobre diferentes países, y se
publican e incorporan a dichos cursos numerosos libros de
texto sobre países individuales. Por supuesto, en la práctica,
por muy útil que este enfoque resulte en términos pedagógi­
cos, con frecuencia implica escasa comparación real, excep­
to implícitamente. Cualquier investigación que pueda incluir­
se bajo este encabezamiento se dirige primordialmente a la
recopilación de información sobre el país o países indivi­
duales afec:tados. En realidad, uno de los problemas asocia ­
dos eón la :stintividad o no de la política comparada como
una subdisciplina es que un académico norteamericano que
trabaja sobre, pongamos, la política italiana es catalogado
habitualmente por sus colegas nacionales como un «compa­
rativista», mientras que un académico italiano que trabaja
sobre la política italiana es catalogado por sus colegas nacio­
nales como un «no comparativista». Lo que, por supuesto,
hace que la definición rto tenga sentido.
El segundo elemento, más relevante, es la comparación sis­
temática entre países, con la intención de identificar, y even­
tualmente explicar, las diferencias o similitudes entre ellos con
respecto al fenómeno particular que esté siendo analizado. ·Más
que sitµar el interés en la información que pueda derivarse acer­
ca de esos países, aqLú el énfasis reside a menudo en la elabo­
ración de teoría y la comprobación de teoría, donde los países
funcionan como casos. Semejante enfoque constituye clara­
mente un componente principal de la investigación de la cien­
cia políticamás en general, y, ciertamente, ha sido la fuente de
alguno de los textos de referencia en la"disciplina como un todo
(por ejemplo Almond y Coleman, 1960; Almond y Verba, 1965;
Lipset y Rokkan, 1967; Lijphart, 1977).
448
El tercer elemento dentro de la política comparada se cen­
tra en el método de investigación, y se interesa por las reglas
de desarrollo y estándares sobre cómo debiera llevarse a cabo
la investigación comparada, incluyendo los niveles de análisis
en los que opera el análisis comparativo, y los límites y posi­
bilidades de la comparación en sí misma. Precisamente porque
el acto de la comparación resulta en sí mismo tan instintivo,
tanto para los científicos como para las culturas populares, este
tercer elemento es asumido en ocasiones por los investigado­
res como no problemático y por ello se olvida. Y es este olvi­
do, en cambio, lo que yace en la raíz de alguno de los proble­
mas más severos en la acumulación de investigación, por un
lado, y en la elaboración y comprobación de la teoría, por otro.
Inusualmente, la política comparada es una disciplina que
se define tanto por su sustancia (el estudio de países extran­
jeros o de una pluralidad de países) como por su método (véa­
·se Schmitter, 1993, p. 171). Al tiempo, por supuesto, esto soca­
va inmediatamente su distintividad como campo de estudio.
En términos de su método, por ejemplo, la política compara­
da resulta difícilmente distintiva, en cuanto la variedad de enfo­
ques desarrollados también son aplicables dentro de todas las
restantes ciencias sociales. En realidad, algunos de los estu­
dios más importantes del método comparativo (por ejemplo,
Przeworski y Teune, 1970; Smelser, 1976; Ragin, 1987) están
diri a-idos a las ciencias sociales como un todo antes que a la
cie;cia política per se. En términos de sus preocupaciones sus­
tantivas, por otro lado, los campos de la política comparada
parecen difícilmente separables de aquellos de la ciencia polí­
tica tout court, en cuanto que cualquier foco de investigación
puede afrontarse comparativamente (usando datos transnacio­
nales) o no (usando datos procedentes de un solo país). Resul­
ta evidente, por ejemplo, que mucho_s de los campos de estu­
dio cubiertos en los restantes capítulos de este libro son sujeto
regular para investigaciones comparativas y no comparativas". Si la política comparada es distintiva, por lo tanto, lo es
•
0
2 Así, es interesante reseñar que cuando preparaba la segunda edición de la
obra The Sta te ofthe Discipline ( El Eswdo de la Disciplina), publicada en 1993,
449
entonces realmente sólo en términos de la combinación de sus­
t�ncia Y método, _Y para separarlos se necesita disolver la polí­
tica comparada bien en la ciencia política como un todo, o más
generalmente en las ciencias sociales.
Dada la imposibilidad de revisar el amplio espacio de los
de�arrollos en la ciencia política como un todo, y, al tiempo,
lo mdeseable de centrarse únicamente sobre los métodos de
comparación, una materia que ya ha recibido abundante aten­
ción en la literatura reciente (véase, por ejemplo, Collier, 1991 ·
Keman, 1993 b; Bartolini, 1993; Sartori y Morlino, 1991), e�
su lu�ar, este capít�lo versará sobre tres temas principales,
centrandose en particular en el contraste entre la ambición y
enfoque de la «nueva política comparada» de finales de los cin­
cuenta y los sesenta, por una parte, y aquellos propios de la
actual generación de comparativistas, por otra (para una revi­
sión _valiosa y de más amplio alcance véase Daalder, 1993).
El pnmero de estos tres temas, que se desarrolla en la sección n
concierne �l alca�ce de la comparación, acaso la principal
fuente de diferencia entre las «escuelas» primera y última de
la política comparada. Aunque mucho tiende a estar hecho
según los enfoques contrapuestos adoptados por cada una de
esas d?s generaciones de académicos, y el supuesto olvido y
postenor «redescubrimiento» de las instituciones y del Esta­
do corno focos principales de investigación, esto puede resul­
tar engañoso, en cuanto que la aparente ausencia de un énfa­
sis institucional en los cincuenta y los sesenta se debe más a
las a�biciones globales (el alcance de sus investigaciones) de
la pnrnera generación, y por ello al muy elevado nivel de abs­
tra�ción en el que construyeron sus conceptos, más que a cual­
qmer degradación teórica de las instituciones per se. Conco­
mitanternente, el redescubrimiento de las instituciones en los
ochenta y los noventa debe al menos tanto a la reducción del
alcance de la comparación, corno a cualquier realineamiento
teórico en la disciplina.
A�a Finifter fue ª:'isada de que «no sólo necesitábamos más capítulos compa­
rativos de los que mcluía la primera edición, sino que todos los capítulos debie­
ran ser comparativos» (Finifter, I 993, p. viii).
450
El segundo tema, que se desarrolla en la sección III, con­
cierne a los tópicos reales y preguntas que afrontan las inves­
tigaciones de política comparada, y donde puede apreciarse un
giro de enfoque bastante acusado, con una mayor atención dedi­
cada ahora a los «productos» -outputs- más que a las «entra­
das» -inputs- y a los resultados de la política y la ejecutoria
de los gobiernos más que a los detenninantes de la política y
las demandas planteadas ante el gobierno (véase también
Rogowski, 1993). Lo cual se relaciona también con el cambio
en el alcance de la comparación, en cuanto posee bastante más
sentido preguntar si la política importa -una cuestión de pro­
ductos y resultados- cuando el alcance de la comparación se
restringe a sólo un pequeño número de casos relativamente
similares. El tercer tema, que será desarrollado en le sección IV,
concierne a algunos de los problemas afrontados de manera
corriente en la investigación comparada, dedicando particular
atención, por un lado, al papel de los países como unidades
de análisis, y, por otro, al uso y, en verdad, virtual fetichiza­
ción de los indicadores. El capítulo concluirá con una breve
discusión en la sección V de algunas de las tendencias pre­
sentes y futuras en política comparada, centrándose en parti­
cular en el renovado énfasis sobre el contexto, así corno en el
análi�is de caso en profundidad3.
Il. Alcance
Escribiendo a principios de los sesenta, en· una revisión de
base más amplia y más valiosa de los estados pasado y presen­
te de la política comparada, Harry Eckstein (1963, p. 22) anotó
que la política comparada entonces podía caracterizarse por «un
interés reavivado por las comparaciones a gran escala, una con­
cepción relativamente amplia de la naturaleza de la política y
lo relevante para la misma, y un énfasis creciente sobre la solu­
ción de problemas teóricos de rango medio referidos a los deter3
Para una versión anterior de alguna parte de esta discusión, centrada
en concreto sobre el método comparativo, véase Mair, 1995.
451
minantes de ciertas clases de comportamiento político y los
requisitos para ciertas clases de instituciones políticas». En este
caso el puntó de referencia de Eckstein aludía a las primeras
etapas de aqúella que hoy frecuentemente se considera fue «la
Edad Dorada» de la política comparada, cuando una serie de
programas de investigación mayores e innovadores fueron in1ciados por Gabriel Almond y sus colegas desde el Comité del
Consejo de Investigación Americana en Ciencia Social sobre
política comparada (fundado en 1954). Y lo que resulta acasó
más chocante en esta caracterización, y también quizá la carac­
terísüéa: distintiva más importante en el nuevo enfoque desa­
rrollado por el Comité; es precisamente la at�ncjón que se
comenzaba a prestar a las «comparaciones a gran escaia».
Rechazando el entonces tradicional y casi exclusivo énfasis en
el mundo desarrollado, y en la Europa occidental y los Esta­
dos Unidos en particular, y rechazando también el uso de un
lengüaje conceptual desarrollado con tales comparaciones
limitadas en mente, Almond y sus colegas buscaron desarro­
llar una teoría y una metodología que pudieran, a un tiempo y
simultáneamente , tanto aparejar como comparar sistemas polí­
ticos de la clase que fuera, primitivos o avanzados, democráti­
cos. o no democráticos, occidentales o no. Como Almond
(1970, p. 16) puso de relieve posteriormente en una revisión
subsiguiénte del trabajo del Comité y del avance de la políti­
ca comparada durante este período, su estrategia había sido
intentar acercar a los investigadores que trabajaban en países
diferentes a lo largo del planeta, y persuadidos de que eran
«parte de una disciplina común preocupada por los mismos
problemas teóricos y tenían a su disposición las mismas meto­
dologías de investigación».
La ampliación de las preocupaciones en un sentido geográ�
fico o territorial fue acompañada, también necesariamente, de
una ampliación del sentido de la política en sí niJsrna, y, en par. ticular, por lin rechazo ele lo que entonces se percibía como el
tradicional y estrechamente·definido énfasis sobre el estudio de
las instituciones p<;:>líticas formales. En realidad, leyendo el tra­
bajo de los comparativistas principales de los cincuenta y los
sesenta, uno se ve sorprendido constantemente por una casi pal-
pable frustración con la aproximaciqn al estudio de las institu­
ciones políticas que había prevalecido hasta entonces. Dos fac­
tores resultaban especialmente relevantes en este caso. En pri­
mer lugar, el énfasis tradicional sobre las instituciones era
percibido como favorecedor de los aspectos legales y formales
de la política a expensas de aquello que podría denominarse polí­
tica «en la práctica» y favorecedor de la historia «oficial» a
expensas de lo que·se creía cada vez más era una historia alter­
nativa y «real». Así «realismo», más que «legalismo», iba a con­
vertirse en la palabra clave para los nuevos comparativistas. En
segundo lugar, se requería también una ampliación del sentido
de la política en orden a incorporar un reconocimiento de ·agen­
cias menos estructuradas formalmente y procesos que extendían
el ámbito de lo político bastante rriás allá de las instituciones for­
males de gobierno: Esta transfonnación se desarrolló junto a las
nuevas ambiciones globales de la disciplina, con el rechazo del
legalismo caminando mano con mano con el rechazo a centrar­
se principalmente en la política occidental. Más aún, este nue­
vo enfoque no sólo permitió un análisis más matizado de los
regímenes no pertenecientes a Occidente, sino que también
animó a la nueva generación de comparativistas a prestar aten­
ción a aspectos menos formalizados de la política, incluso den­
tro del estudio de los propios regímenes del oeste. Así, los estu­
diosos de la política en los países del oeste de Europa se vieron
animados a abandonar sus «desviaciones formales e institucio­
nales» y centrarse en su lugar sobre «la infraestructura política,
en particular sobre· los partidos políticos, los grupos de interés
y la opinión pública» (Alrnond, 1970, p. 14).
Las ambiciones globales, y la necesidad de desarrollar Lma
concepción de la política y el sistema político definida de mane­
ra más amplia, tuvieron dos consecuencias importantes. La pri­
mera fue el inicio de un programa de investigación en pol.itica
comparada extraordinariamente fructífero, cuya completa ese.a­
la, coherencia y ambición han permanecido desde entonces sin
rival4 , y cuya recopilación continúa apreciada en una imagen
452
453
•··
• Véanse, por ejemplo, en adición a una larga serie de importantes mono­
grafías: Alrnond y Coleman, 1960; Binder et al., 1971; Coleman, 1965; LaPa-
de este período como si fuera «la Edad Dorada» de la disci­
plina. «La política comparada es [hoy] y ha sido desalentado­
ra para algunos», anotó Verba (1985, p. 29) en una revisión
pesimista, «pero es desalentadora en comparación con las aspi­
raciones y esperanzas del pasado». Desde aquella Edad Dora­
da, a menudo se percibe que la disciplina ha ido en retirada:
con los académicos quejándose, al menos en conversaciones
con Verba, de «división, fragmentación y atomización en el
área[... ] [y la falta de] dirección clara, liderazgo, y un conjunto
de basamentos teóricos consensuado y sostenido comúnmen­
te» (1985, p. 28)5 . Segundo, consciente de que «el desafío que
afronta la política comparada [era] elaborar un aparato con­
ceptual para contener la escala global vastamente extendida de
sus investigaciones empíricas» (Rustow, 1 1957, 1963, p. 65),
emergió tan1bién una nueva aproximación al estudio de la polí­
tica que fue encapsulada en el seno de las ahora más critica­
das nociones del «funcionalismo estructural». Previamente,
como ya se ha puesto de relieve, la política comparada había
sido dominada por el estudio de los sistemas democráticos esta­
blecidos, claramente definidos y avanzados económicamente,
todos ellos más o menos caracterizados por una división apa­
rentemente nítida entre el Estado y la sociedad civil., y por
una concepción del Estado visto como compuesto de institu­
ciones específicas (y comparables) -ejecutivos, parlamentos,
burocracjas, judicaturas, fuerzas militares, y demás-, donde
cada una juega su propio papel específico dentro dei ��istema.
Las comparaciones globales, por el contrario, implicaban no
sólo la inclusión de regímenes no democráticos, sino también
de países realmente subdesarrollados, dotados de así llama­
dos sistemas políticos «primitivos», en los cuales no sólo era
difícil establecer los límites entre el Estado y la sociedad civil,
sino que era casi imposible algunas veces identificar institu­
ciones políticas específicas con un propósito específico.
iombara, 19ó3; LaPalombara y Weiner, 1966; Pye, 1962; y Pye y Verba, 1965.
5 Véase también la revisión de Daalder (1993, p. 20) quien habla del
«regocijo» asociado con el «boom de progreso político» en los sesenta.
454
Junto con la ambición globalizadora, por lo tanto, vino el
abandono del énfasis sobre las instituciones formales del
gobierno, y, ciertamente, el abandono del énfasis sobre la
noción de Estado en sí misma, que sería traducida a referen­
cias más abstractas al «sistema político». Como puso de relie­
ve Almond (1990, p '. 192) posteriormente, esta nueva termi­
nología permitió a los investigadores tomar en consideración
las instituciones «extralegales», «paralegales» y «sociales»
que eran tan cruciales para la comprensión de la política no
occidental, y, como sugirió Finer (1970), se requería en orden
a «acompasar sociedades preestatales/no estatales, así como
papeles y cargos que podrían no ser percibidos como abierta­
mente conectados con el Estado». Más aún, este nuevo len­
guaje podría servir también a los intereses de aquellos estu­
diosos que seguían preocupados con la política occidental,
dado que incluso aquí una nueva ola académica había comen­
zado a <<[descubrir] las instituciones políticas en .su práctica
real desviada de sus competencias formales», y había empe­
zado a «[complementar] la aproximación puramente legal con
una observacional o funcional. Ahora el problema no sólo
era qué poderes legales poseían estas agencias, sino qué hacían
realmente, cómo se relacionaban unas con otras y qué pape­
les jugaban en la factura y ejecución de las políticas públicas»
(Almond, Cole y Macridis, .1 1955, 1963, p. 53). De ahí el emer­
ger del funcionalismo estructural, en el que ciertas funciones
definidas de modo bastante abstracto se conceptuaban como
necesarias en todas ias sociedades, y en el que la ejecución y
rendimiento de tales funciones podía entonces compararse a
través de una variedad de estructuras formales e informales
diferentes.
Por supuesto, desde ese momento, este entonces nuevo
y rompedor enfoque ha sido sujeto de extensa crítica y de con­
trarreacciones, con una nueva ola académica surgida en los
ochenta que realzaba la necesidad de retornar al estud�o de
las instituciones y de restaurar la primacía de un análisis del
«Estado». Sí el enfoque deAlmond y sus colegas puede carac­
terizarse como aquel que «identificaba la materia sujeto de la
ciencia política como un tipo _de actividad, comportamiento,
455
o, en un sentido más amplio, función[ ... ], no limitado en modo
alguno por variables estructuras históricas e instituciones a
través de las cuales pueden expresarse las actividades políti­
cas» (Easton, 1968, p. 283; véase también Fabbrini, 1988), enton, ces el nuevo enfoque que comenzó a afirmarse en los ochenta
era aquel en el cual el contexto se convirtió en crucial, y en el
que erán precisamente las «variables estructuras históricas e
instituciones» a las que se veía desempeñando uri papel cen­
tral (Thelen y Steinmo, 1992). En primer lugar, las institucio­
nes, y el Estado en sí mismo, llegaron a ser percibidos de modo
creciente como «actores» relevantes por derecho propio, en el
sentido de que ellos, o aquellos que ocupasen los correspon­
dientes cargos, eran vistos dotados con intereses propios autó­
nomos, y eran también por tanto parte de la política «real» (por
ejemplo, Skocpol," 1985; véase también Mitchell, 1991). Segun­
do, y acaso más crucial, las instituciones eran vistas también
poseedoras de un efecto determinante principal sobre el com­
portamiento individual, estableciendo los parámetros dentro
de los cuales se efectuaban las opciones y a cuyo través tanto
se derivaban como se expresaban las preferencias (March y
Olsen, 1984; Shepsle y Weingast, 1987). Tercero, las institu­
ciones, y las variaciones institucionales en particular, tenían un
efecto principal sobre los resultados, estando la capacidad de
los actores para realizar sus fines al menos parcialmente deter­
minada por él contexto institucional en el que operaban (por
ejemplo, Scharpf, 1988; Lijphart, 1994a).
Para una interpretación, entonces, parece que somos tes­
tigos de un proceso casi cíclico en el que las instituciones, y
posiblemente incluso el Estado, son privilegiadas inicialmente
como las bases sobre las cuales han de compararse los siste­
mas políticos; en el que estas instituciones son relegadas pos­
teriormente como resultado de la priorización de «un realis­
mo que reconocía el carácter procesual de la política»
(Almond, 1990, p. 192); y en el que las instituciones adquie­
ren nueva relevancia como parte de la política real en sí mis­
ma. Desd� esta interpretación, por lo tanto, vemos una serie
de mutaciones paradigmáticas (Evans et al., 1985), que via­
jan directas al corazón del análisis político comparado en sí
mismo. Desde otra interpretación, sin embargo, los contras­
tes están mucho mas amortiguados. En una penetrante revi­
sión de algunos de los primeros trabajos de los neoestatistas
y los nuevos institucionalistas, .A.J.mond, por ejemplo, se lamen­
taba al remarcar la continuidades reales que existían a través
de -las diferentes escuelas, argumentando que había poco en
este así llamado nuevo enfoque que no estuviera ya presente,
implícita·o explícitamente, en buena parte de la primera lite­
ratura, y que sus términos eran esencialmente «indistinguibles
de las definiciones "conductistas" funcionalistas estructura­
les» (Almond, 1990, p. 215).
Pero, aunque Almond pueda haber acertado al reclamar
que la realidad que sustenta la nueva terminología resulta
menos nueva de lo afirmado, el lenguaje conceptual implica­
do es ciertamente diferente, y es aquí donde puede encontrarse
la clave para el contraste entre las dos aproximaciones. No es
un problema de si Almond y sus colegas olvidaron la impor­
tancia del Estado y de las instituciones más en general, o de si
Skocpol y la mayoría de los nuevos instítucionalistas han reo­
rientado ahora ese desequilibrio; éste es, en lo principal, un
debate claramente fútil. Más bien, y volviendo a la cuestión
principal, es un problema del alcance de las comparaciones
implicadas. Mientras que Almond y sus colegas estaban desa­
rrollando conscientemente un lenguaje conceptual capaz de
afrontar la necesidades para comparaciones globales, incluso
cuando el análisis concreto se restringía en la práctica a un caso
o a un puñado de casos, buena parte del trabajo ajustado por
los comparativistas más recientes está adaptado explícitamen­
te para aplicaciones a conjuntos de comparaciones más limi­
tados (y a menudo bastante poco variados), o incluso, como en
el caso de Skocpol (1979), Hall (1986), o Scharpf (1988), ape­
nas a un número muy reducido de p<iíses. El resultado es que
mientras Alrnond y sus colegas se vieron en la necesidad de
operar en un nivel muy elevado de abstracción (véase Sarto­
ri, 1970), desarrollando conceptos que putlieran trasladarse y
ser relevantes para todos los casos posibles, la escuela de com­
parativistas más reciente se ha entendido con un nivel de abs­
tracción de medio grado o incluso bajo, en el cual las especi-
456
457
ficidades del contexto se· convertían en determinantes crucia­
les (véase también más adelante).
No es por tanto un problema de mutaciones en los para­
digmas, sino más bien un problema de variaciones en los nive­
les de abstracción, lo que, a su vez, viene inducido por una
mutación en el ámbito de la comparación. En este sentido;
como fue el caso con la «revolución» funcionalista estructu­
ral a finales de los cincuenta y los sesenta, el cambio no es tan­
to un reflejo de progresos en la teoría, sino más bien en el méto­
do. Una vez que las comparaciones se vuelven más limitadas
en su alcance, bien mediante la restricción del objetivo a una
región, o bien a un número reducido de casos, se hace posible
poner en juego un grado de especificidad conceptual e inten­
sividad que simplemente es imposible en las comparaciones
globales que tratan de abarcarlo todo. En otras palabras, las
instituciones y el Estado vuelven a entrar no sólo porque se
las percibe como más importantes per se, sino también porque
los menores niveles de abstracción implicados se io han per­
mitido, y han creado el espacio para este tipo de análisis pega­
do al terreno. Al final, por lo tanto, lo que resulta sorprenden­
te acerca de las categorías adoptadas por los funcionalistas
estructurales no es el hecho de que estuvieran más orientados
hacia el proceso, o más centrados en la sociedad, o lo que sea,
lo que resulta en cualquier caso muy debatible (Almond, 1990,
pp. 189-218); más bien, lo sorprendente acerca de estas cate­
gorías es el altísimo nivel de abstracción que requerían en orden
a permitir su desplazamiento de un mundo hasta otro, y en el
que la especificidad institucional era absorbida hacia arriba
en las nociones más abstractas de papel, estructura y función.
Si las instituciones y el Estado han vuelto a la preeminencia,
por lo tanto, se debe al menos en parte a que el alcance de la
comparación se ha vuelto más restringido6 , y es acaso el pro­
greso más llamativo en el seno de la política comparada en
las dos últimas décadas.
6
Aunque también puede argumentarse que se vieron afectados diferen­
tes impulsos ideológicos. Véanse, por ejemplo, Almond (1990, pp. 189-219),
Mitchell (1991), y Chilcote (1994, pp. 121-76).
458
Este estrechamiento del alcance para la comparación pue­
de verse de maneras muy variadas. En primer lugar, y más prác­
ticamente, puede verse en la hoy virtual_ ausencia de an_álisis
comparados con una ambición global, o mcluso tr�nsreg1onal.
Para asegurarse, varios libros de texto contemporaneos sobre
política comparada (por ejemplo, Blondel, 1990; Ha?ue ;tal.,
1992), así como un buen número de cursos establecidos , tra­
tan ciertamente de permanecer inclusivos, y apuntan a desa­
nollar un esquema de trabajo que pueda acomodar sistemas del
primero, segundo y tercer mundo. Sin embargo, con ��y pocas
excepciones, la investigación contemporánea en política �em­
parada tiende a ser restringda por la región, o incluso a un nume­
ro más reducido de casos8 , no obstante el hecho de que restan
pocas, si alguna, terrae incognitae. Esta orientación apar�c� en
evidente contraste frente a las ambiciones expresadas ongma­
riamente por el Comité sobre política comparada en los cin­
cuenta, y a los primeros trabajos que, incluso cuando se res­
tringían a uno o pocos casos, persistían aplicando conceptos
que se creían universalmente vá�dos. .
.,
Segundo, existe una tendencia creciente en la profes10n en
o-eneral a irse compartimentando en grupos más o menos auto­
;uficientes de, por ejemplo, europeístas, afric�sta� ,Y latino�­
mericanistas, produciéndose muy escasa comumcac10n a traves
de las fronteras de la especialización regional. En parte, esto
es simplemente una consecuencia de las presio�es en favor de
un incremento de la especialización; en parte, sm embargo, es
también una consecuencia de la creciente profesionalización,
al haber crecido lo suficiente la masa crítica de académicos en
los diferentes campos de especialidad, y las revistas asociadas,
1 Véase, por ejemplo, la discusión en «Teaching Comparative Politics for the
Twenty-First Century», en PS: Political Science wui Politics 28 (l 995�, �P· 78-89.
s Una excepción relativamente reciente es ef estudio de los mm1stros �el
gobierno por Blondel (1985), el cual, bastante apropiadamente, �s descnt�
en la edición de bolsillo como «constructor de un esquema de trabaJO que esta
libre de referencia nacional». Un posible.contrapeso frente a la tendencia de
limitar el número y alcance de los casos puede ser proporcionada por el cre­
ciente interés por los procesos de democratización, los cuales poseen clara­
mente una relevancia transregional (véase también más adelante).
459
para permitir la autosuficiencia. En un contexto en cierto modo
difer�nte, taI?bién Almond (1990, pp. 13-31) se ha referido
notonamente al avance de las «mesas separadas» en la ciencia
política, por las cuales grupos de investigadores están divididos
sobre la bá.s � tanto de la ideología (derecha versus izquierda)
co:110 de � metodo (suave versus duro). Sin embargo, acaso con
mas reahs�o, podemos también concebir esas mesas separa­
das en f�nc16n de los especialistas regionales, con sus separa­
da �. cocmas europea, asiática, latinoamericana y africana,
e, mcluso dentro de esos parámetros, siendo progresivamente
subdivididas por las especialidades académicas, con los de los
partidos comiendo aparte de los de las políticas públicas, y
�on l ?s expertos en gobierno local comiendo aparte de aquellos
implicados en la investigación electoral. Pero el crecimiento de
1� disciplin
� no sólo ha actuado sobre el corte entre los espe­
_
cialistas reg10nales, sino que, incluso en el seno de las diferen­
tes regiones, ha tendido también a alimentar la autosuficiencia
de las áreas de los especialistas, cada una con su propia
Y pequeña red y su propio conjunto de revistas (o, por continuar
la analogía, con su propio menú), acentuando la tendencia
hacia la fragmentación que ya fue lamentada por Verba en 1985
(véase supra, y también Keman, 1993a; para una visión más
sanguínea del proceso, véanse Macridis y Brown, 1986, y Dal­
ton, 1991).
Tercero, y ac·aso más importante, el debate metodológico
en el seno de la política comparada, y acaso en el seno de las
ciencias sociales comparadas en general, ha tendido de mane­
ra creciente a recalcar las ventajas de las comparaciones con
«N pequeña»; así, por ejemplo, resulta bastante instructivo
comparar la revisión del método comparativo de Lijphart de
1971, que dedicaba considerable atención a los modos en que
los investigadores pudieran compensar, o superar, el proble­
ma de tener que tratar con apenas un reducido número de casos,
con una revisión similar más reciente de Collier (1991), que
de�icaba mucha atención a las claras ventajas de las comparaciones de N pequeña.
Desde una perspectiva, esta nueva actitud puede verse acor­
de con muchos de los sentimientos expresados por buena par460
te de otros escritos recientes sobre el método comparativo,
sea dentro de fa ciencia política, la sociología o la historia, o
incluso, dentro de los intentos de síntesis multidisciplinaria
(por ejemplo, Ragin, 1987, 1991), y que ponen c?ns1derable
énfasis sobre el análisis holístico y sobre la necesidad de una
comprensión más en profundidad de los casos pa�culares. �es­
de otra perspectiva, no obstante el deseo compartido de aleJar­
se de las comparaciones globales y las categorías universales,
mucho de este trabajo contemporáneo sobre política comparada
puede verse mejor como consistente en dos «escuelas» o apro­
ximaciones distintas (véase también Collier, 1991, pp. 24-26).
Por un lado, están aquellos investigadores que insisten en inten­
tar derivar conclusiones generalizables o en intentar aplicar
modelos generalizables, a través de una variedad de países que,
en contraste con las ambiciones globales de la primera genera­
ción de comparativistas de posguerra, viene usualmente limi­
tada en términos de región o status. Por otro lado, están aque­
llos investigadores que parecen cada vez más cautelosos ante la
comparación- de múltiples casos, incluso cuando está l�tada a
una N relativamente pequeña, y que recalcan las ventaJas de los
análisis en profundidad y en detalle de lo que es como mucho
un puñado reducido de países, donde las ventajas ofrecidas por
contemplar el cuadro completo parecen pesar más que las des­
ventajas sufridas por causa de su aplicabilidad limitada.9• Sin
embargo, a pesar de los contrastes, existe un sentido en el cual
cada aproximación puede reclamar ofertar la mejor opción � ara
el futuro. Como anota Collier (1991), por ejemplo, los recien­
tes avances en técnicas cuantitativas parecen dar ahora una opor­
tunidad mucho mayor para el análisis estadístico entre un núme­
ro relativamente reducido de casos, y pueden dotar a las
conclusiones derivadas de tales análisis de mayores autoridad y
robustez 1°. Análisis cualitativos de caso en profundidad, por otro
Véase, por ejemplo, la discusión de Rhodes (1994) sobre la construc­
ción del Estado en el Reino Unido, que incluye una vigorosa defensa de la
capacidad del estudio- de caso para producir conclusiones generalizables.
1
° Como, por ejemplo, es el caso con el análisis estrechamente argu­
mentado por Scharpf (1988) respecto a la capacidad de los gobiernos para
implementar políticas públicas.
9
461
lado, pes� a sus limit"aciones obvias, tienen
la ventaja de estar
mucho m�� pegados al te eno, ?, al menos a
prim
era vista, pue­
:1"
den
mas sensibles a las aportaciones prop
_ tamb1en probarse
_
or­
c10nadas ho? en dia tanto por el «nuevo institucio
nalismo» como
por e� par�d1gma de la elección racional1 1. En
,realidad, el reno­
vado
mt�res porlos estudios de caso en años, reci
_
entes, y el énfa­
sis asociado sobre la comprensión de contexto
completo en el
cual se toman las decisiones políticas, ha sido
ciertamente esti­
m�lado por �; poten��al ofrecido por estas nuev
as aportaciones
(vease tamb1en secc10n V, más adelante).
11 Vé
ase, por ejemplo, la aplicación de Tsebelis (1989,
pp. 119-234) de
su
enfoq
ue
de Juegos de engranaje en un análisis en detalle de
_
los activistas
del Partido Laborista Británico, los consociacionalist
as belga
s,
�
·v las coaliciones electorales francesas.
12
Para u bue? ejemplo re iente, véase el estimulante
�
y muy pensado
_
debate sobre �
.os rr:1ento� respect1vos de los sistem
as presidenciales y parla­
_
_
mentarios entre Lmz, L1Jphart, Sartori, y Stepan y
Skach en Linz y Vaien­
zuela (1994, pp. 3-13�)realidad, puede incluso decirse que es aquí don­
_
de vemos!ª me1or practica de la política comparada
, y también, por ser un
debate rec1e �te el contraargurnento ideal contra la
idea de que, de una u otra
:
_
manera, la d1sc1plrna ha empezado ahora a pasar su fecha
de caducidad.
te este interés redespertado en la democratización, y la bús­
que da de pautas generales y predicciones, lo que puede resta­
blecer un sentido de ambición global a la política comparada,
puesto que es realmente sólo en este contexto donde los estu­
diosos de los países en vías de desarrollo están comenzando a
reabrir líneas-de comunicación con aquellos cuyo campo ha
estado largamente restringido al Occidente desarrollado; la
pericia de los estudiosos del antiguo «Segundo Mundo» se per­
cibe finalmente como relevante para el cauce principal de la
política comparada.
Aunque claramente son éstos los temas clásicos, peren­
nes en la política comparada, una vez nos movemos más allá
de ellos se hace posible apreciar mutaciones bastante impor­
tantes en los tipos de preguntas que tienden a afrontarse. En
una revisión re cie nte del estado de la política comparada,
Rogowski (1993, p. 431), por ejemplo, anotó cinco tenden­
cias desde los ochenta que ciertamente parecían sugerir una
nueva agenda de investigación, y que incluían «una mucho
mayor atención a los aspectos económicos de la política [... ]
Interés aumentado en el contexto internacional de_ la política
y las instituciones domésticas [ ... ] Una atención alterada y afi­
lada sobre los grupos de interés [ ... ] Un resurgimiento del
interés en las estructuras del Estado y su rendimiento [...] [y]
írabaio adicional sobre nacionalismo y fracturas étnicas»; des­
de lu�go, ésta constituye sólo una lista entre las muchas posi­
bles, e incluso, tras el lapso de apenas un par de años, uno pue ­
de inclinarse a relegar la preocupación una vez manifiesta por,
pongamos, los grupos de interés, y en su lugar otorgar priori­
dad, pongamos, al floreciente interés por las transiciones a la
democracia v el funcionamiento de la democracia en sí mis­
mo. No obstante todas las calificaciones semejantes, lo que
resulta particularmente llamativo acerca de esta lista, y sería
seguramente también común a casi cualquier otra lista que
pu�da elaborarse actualmente, es la atención dedicada a los
product¿s, o incluso simplemente a los resultados, de los pro­
�esos políticos y las instituciones políticas, y, por tanto, la
atención a la política como una variable independiente más
que dependiente . En otras palabras, lo que sorprende en este
462
463
III. Preguntas
En muchos asrectos, la amplia dirección d e las
preguntas
_
afr�ntadas por la mvest1ga
ción política comparada ha p erma­
necido largamente mmutable a través de o-eneracio
nes '.Jv ac�"'
. 1 so a través de siglos. ¿ Cóm
so 1!1c_u
o se puede distinguir a unos
reg1menes de otros? ¿ Qué cuenta para la estab
ilidad de un réo-i­
men, Y qué cuenta para el cambio? ¿Cuál es
la «mejor» fo�a
de gobierno? La atención dedicada a estas «gra
ndes» cuestio­
nes ha tendido, desde luego, a fluir y refluir
con diferentes
generaciones de académicos, con un interés recié
n redesper­
tado en las consecu encias de la nueva ola de dem
oc:;:atización
(v�ase, I?ºr ejemplo, Diamond y Plattner, 1993),
y refle
mas obviamente en el extraordinario volumen de nuev jado
a litera­
tura sobre transiciones a la democracia y sobre ino-en
ietia cons­
titucional y diseño institucional 12. En realidad, e;
precisamen-
ª
?n
caso es toda la extensión de la preocupación por el impacto
de la política más que por los detenninantes de la política (véa­
se, por ejemplo, Weaver y Rockman, 1993). Es aquí donde
e:,tra en acción, por ejemplo, el creciente interés por la eco..
?º�ía �olítica, así como por las estructuras del Estado y las
mst1tuc1ones, sea este último encu�drado en el seno del dis­
curso más tradici0nal (por ejemplo, Lijphart, 1994a) o den­
tro de los términos de referencia del nuevo institucionalismo
(por ejemplo, Hall, 1986; Evans et al., 1985).
Aquí también, por tanto, resulta posible discernir una dife­
rencia entre la nueva generación de comparativistas y aquella
que floreció a finales de los cincuenta y en los sesenta. No es
simple coincidencia; al menos en parte, es el abandono de la
ambición de la comparación global y el universalismo lo que pa­
rece haber proporcionado el espacio en el cual estas nuevas
preguntas pueden convertirse en relevantes. Hay dos pasos impli­
cados en este caso. En primer lugar, como se apuntó anterior­
mente, una restricción del alcance de la. comparación ha
�e�tido que se dedicara más atención a las especificidades ins­
titucionales, y ello por sí mismo ha contribuido a hacer posible
preguntarse si la política importa. En segundo lugar, restringir
el alcance de la comparación implica también el que ahora ten­
ga mucho más sentido preguntarse si la política importa, que lo
tendría en comparaciones que intentaban abarcar tres mundos
diferentes, puesto que, en este último caso y de manera inevita­
ble, diferencias en los niveles de desarrollo económico, o inclu­
so en la cultura política, probablemente habrían parecido mucho
más relevantes (por ejemplo, Castles, 1982). En realidad, una
vez que se restringen las comparaciones a casos relativamente
similares, como lo son, por ejemplo, las democracias industria­
les avanzadas, en las que los niveles de desarrollo económico,
o las pautas de la cultura política, o las estructuras de la socie­
dad resultan relativamente invariables, entonces los investiga­
dores se ven casi forzados por necesidad a retroceder sobre las
inevitablemente variantes estructuras y procesos políticos 13.
Y precisamente porque los posibles «determinantes» de la polí­
tica -en economía, cultura (contemporánea) o sociedad- real­
mente difieren poco en estos casos similares, tales estructuras
políticas y procesos variantes asumen entonces de modo cre­
ciente el status de una explicación más que de algo explicado,
y ello contribuye a dirigir la atención a indagaciones sobre res1;1l­
tados y productos. Sin .embargo, por las razones que sean, en las
investigaciones de política comparada se pregunta con más pro­
babilidad que antes sobre las diferencias que produce la políti­
ca, en lugar de preguntar qué hace diferente a la política. En otras
palabras, enfrentados a variaciones en las estructuras institu­
cionales y los procesos políticos, es más probable que los acadé­
micos contemporáneos quieran evaluar el impacto de esta varia­
ción en vez de como antes -más notablemente a finales de los
cincuenta y los sesenta-, preguntarse en primer lugar por qué
han surgido esas diferencias; y esto indica claramente una muta­
ción mayor en la dirección de la investigación comparativa.
Puede verse parcialmente la evidencia de esta mutación en
la variedad de nuevas tendencias anotada por Rogowski ( 1993,
véase también supra), así como, en realidad, en casi toda revi­
sión de la literatura contemporánea (véase, por ejemplo,
Keman, 1993b). También puede apreciarse, quizá de manera
más interesante, en la trayectoria de investigadores aislados
y escuelas de investigación. Entre los académicos aislados,
por ejemplo, cabe citar el caso de Arend Lijphart, quien ha
sido durante largo tiempo una de las .autoridades más sobre­
salientes en la disciplina, y cuyo trabajo ha progresado en el
tiempo, desde una investigación sobre las condiciones que
daban lugar al auge de ciertos tipos de democracia, �acia otra
sobre las consecuencias de ciertos tipos de democracia. El tra­
bajo principal de Lijphart en el campo de la política compa­
rada se refería a la elaboración de una tipología de regímenes
Así como, cada vez más, sobre ia variación de las tradiciones históri­
cas, donde una versión más matizada de la cultura política y las tradiciones
políticas entra entonces en acción (véanse, por ejemplo, Castles, 1989, 1993;
Katzenstein, 1984, pp. 136-190; Putnam, 1993). En este caso el peligro, sin
embargo, reside en que un énfasis en el papel crucial jugado por las tradi­
ciones históricas puede conducir algunas veces a explicaciones esencialmente
ad h:,c, si no a un cierto grado de fatalismo.
464
465
13
democráticos en l a que los diversos tipos identificados, y más
notablemente l a democracia consociacional, se definían sobre
la base de dos vari ables determinantes cruciales: el grado de
conflicto o cooperación entre las elites, por una parte, y el gra­
do de fragmentación u homogeneidad en cuanto a la cultura
política, por otr a, est ando este último firmemente localizado
en el seno de una concepción de las divisiones sociales y el
pluralismo social (Lijphart, 1968). Lo que resulta más intere­
sante en este contexto particular, sin embargo, es que según
el trabajo de Lijphart se desarroll aba, y según intentaba modi­
ficar y construir sobre estas ideas iniciales, el l ado específi­
camente social de la ecuación se volvió cada vez menos impor­
tante, tanto que en su t an influyente descripción de los dos
modelos más generalizados de democracia, l a cuestión de los
deterrrúnantes sociales de las estructuras políticas fue esen. cialmente relegada a los márgenes (Lijphart, 1984; véase tam­
bién Bogaards, 1994). Diez años después, en su trab ajo más
reciente en este c ampo, el cambio en el énfasis era aún más
evidente, con la investigación habiendo derivado ahora h acia
la cuestión del rendírrúento de los diferentes tipos de demo­
cracia, y con la cüestión de los determinantes ignorada c asi
por completo (Lijph art, 1994a).
Semejantes mutaciones pueden también apreciarse entre
las diferentes escuelas de investigación, con la literatura sobre
democratización ofreciendo quizás el ejemplo más obvio del
modo en que las explicaciones se han movido desde un énfa­
sis en las condiciones sociales y econórrúc as «objetivas» nece­
sarias para la democr acia (por ejemplo, Lipset·, 1959) hacia
un énfasis en la importancia de la toma de decisiones en las
elites, en el «voluntarismo» y en los tipos de instituciones y
estructuras políticas implicad as. Si la democracia puede emerger, por lo tanto, y si puede sostenerse, se percibe ahora mucho
menos dependiente que antes de los niveles de desarrollo social
y económico y mucho más dependiente de las opciones polí­
ticas (Rustow, 1970), de la «habilidad» (Di Palma), as,í como
de los resultados de las acciones r acionales y la información
(por ejemplo, Przeworski, 1991). Tal y como lo expresó Karl
(1991, p. 163), «la.m anera en que los teóricos de la política
466
comparada han buscado compren� er l a de� ocracia en los pa�­
ses en vías de desarrollo h a cambiado segun la un a vez dorru­
nante búsqueda de prerrequisitos para la democracia ha dejado
paso a un énfasis en las elecciones_ �ontingentes más _orienta­
do hacia el proceso>; (véase tamb1en Karl, 1991, mas gene­
ralmente; así como Whitehead, cap. 14, infra). De manera
similar, la cuestión de l a consolidación y la sostenibilid ad
de nuevas democraci as se ve ahora más estrechamente aso­
ciada con las especificid ades reales de las instituciones .impli­
c adas (por ejemplo, Linz y Valenzuela, 1994). En este caso,
por tanto, como es t ambién más e:1 gen�ral �� caso en 1:na
,
variedad de campos diferentes de mvest1gac1on en J?Oht1ca
comp ar ada, las preguntas giran ahora con mayor cland ad en
torno a qué hace la política, antes que en tomo a lo _que hace
a l a política como es; con el resultado de que, mas de dos
décadas después de un tempr ano pero muy poderoso llama ­
miento en favor precisamente de tal giro (Sartori, 1969), resul­
ta ahora más p;obable que las investigaciones comparadas
enfaticen una 'Sociología polític a antes que simplemente una
sociología de la política.
IV. Problemas
A cierto nivel, trabajar en política comparada resulta
a menudo frustrante. El académico dedica mucho tiempo Y
esfuerzo para recopilar datos transnacion�es comp�ables, p�a
asegurar que ningún factor relevante ha sido ex�lmdo del ana­
lisis, y construyendo un modelo general y prefenbleII::nteyar­
simonioso que pueda explicar el fenómeno en cuest10n siem­
pre que ocurra :o deje de ocurrir, pa ra después confro�tarse en
alguna conferencia o semejante con alg�n experto n acional que
se queja de que las cosas no son re almente de �sa D:1�era por
allí, y que a continuación �frece una _c�ntra��plicac1on n:_ucho
más matizada pero esencialmente 1d1ogr afica (lo q ue Hans
Daalder refiere como la «táctica Zanzíbar» ). A otro mvel, des­
de luego, trabajar en política comp aqda permite �e� �legre­
mente irresponsables, en cuanto siempre cabe la pos1b11idad de
467
preva.ciar la táctica Zanzíbar presentando la teoría genérica pro­
pia con el aviso de que; aunque las conclusiones no son nece­
.sariamente ciertas para cualquier país en particular, lo son no
obstante de manera más general. En ambos casos, sin embar­
go, la dificultad real reside esencialmente en lo mismo: aun­
que 'el país tiende a conformar la unid�d de análisis y obser­
vación, el académico d�be no obstante trabajar en una alejada
del país, e, independientemente de si el número de casos es
limitado o extenso, debe traducir una experiencia nacional a
una categoría operativa. Y sin querer entrar en una discusión
sobre los pros y los contras de los diferentes métodos compa­
rativos, esto enfrenta de mo1o inmediato a aquellos implica­
dos en la política comparada con dos problemas concretos.
El primero de estos problemas ya fue aludido por Rogowski
(1993), y ha sido subrayado frecuentemente en la discusión con­
temporánea de la disciplina, y afecta a la medida en que el país
sigue proporcionando una unidad significativa de análisis. Un
aspecto de este problema es la dificultad de identificar qué es
específico de la política nacional en un entorno crecientemente
internacionalizado. A medida que la política comparada se cen­
tra cada vez más en resultados y productos, por ejemplo, resulta
también cada vez más probable recurrir a explicaciones y deter­
minantes situados al margen del control de cualquier Estado nacio­
nal. Pai:a asegurarse, cabe construir una estrategia de investiga­
ción de casos similares en la que el mismo entorno intemaciótlal
sea común para todos los casos relevantes, y pueda tomarse como
algo dado que no explicará ninguna variación transnacional sub­
siguiente que pueda hallarse (véase, por ejemplo, Scharpf, 1988),
pero las oportunidades para esta estrategia resultan necesaria­
mente limitadas y lirnitadoras (Mair, 1995). En cualquier caso,
en ¡a medida en que las instituciones nacionales y los gobier­
nos nacionales pierden su capacidad para modelar sus propios
entornos nacionales, en esa misma medida los estudios de polí­
tica comparada afrontan problemas potencialmente severos 14.
1
� Y no únicamente la política comparada: destacar la provocativa suge­
rencia de Susan Strange (1995, p. 55) de que con el debilitamiento del Esta­
do como la unidad de análisis más importante «buena parte de la ciencia polí-:;;
tica occidental está obsoleta, cuando no ya completamente caducada».
468
Un segundo aspecto de este problema afecta a la misma validez
del país como unidad de análisis, incluso independientemente
de todo contexto internacional relevante; en este caso la dificul­
tad reside en el simple hecho de que los países en sí mismos cam­
bian en el tiempo, y por tanto eso se suma al puzzle de las varia­
ciones transnacionales. Los investigadores necesitan también ser
·conscientes de la variaéión en el tiempo, en la que el país A en
un momento X puede diferir tan acusadamente del país A en el
momento Y como lo hace del país B en el momento X (Bartoli­
ni, 1993). En realidad, esta dificultad se �uelve particularmente
, aguda cuando su investigación se centra sobre las estructuras
institucionales, puesto que es habitualmente en este nivel don­
de pueden ocurrir y ocurren los cambios significativos. En otras
palabras, si las instituciones realmente importan, ¿cómo pueden
analizarse aquellos países en los que estas instituciones cam­
bian? Una posible solución para este problema, que aparece cada
vez con mayor frecuencia, consiste simplemente en la disolu­
ción del país en subconjuntos concretos de variables, con el
reciente estudÍo de Bartolini y Mair (1990) y más especialmen­
te el de Lijphart (1994b), ofreciendo útiles ejemplos de las ganan­
cias que pueden obtenersé abandonando la noción de países
como casos únicos e indivisibles y la adopción de observacio­
nes múltiples desde cada país. El objeto del reciente estudio de
Lijphart son los sistemas electorales y sus consecuencias polí­
ticas, y precisamente esos sistemas electorales, antes que los
países como tales, constituyen los casos relevantes en la inves­
tigación. Así, por ejemplo, aunque Francia es una de las 27
democracias incluidas por Lijphart en su investigación, .Fran­
cia como tal no constituye una de las unidades de análisis rele­
vantes, más bien, las seis fórmulas electorale� diferentes que
Francia ha adoptado desde 1945 constituyen seis de entre el
total de los setenta casos que se analizan ·en el estudio (Lijphart,
1944b). Esto está lejos de ser una estrategia nueva, y un enfo­
que similar .se ha adoptado desde hace tiempo en la investigación de coaliciones comparada, por ejemplo. No obstante, cada
vez más resulta una estrategia común, y sugiere una disposi­
ción mucho mayor para experimentar con unidades alternati469
<)
H
�:
vas de análisis y con ello estar preparados para las variaciones
transnacionales (Bartolini, 1993).
El segundo problema implicado en este caso quizi sea más
agudo, y afecta a la fiabilidad de varias medidas e indicado-­
res que se usan en orden a traducir las experiencias naciona­
les en categorías operativas comparables, un problema que se
ha vuelto más acusado según los académicos han tratado de
construir en sus análisis medidas de variación en cuanto a ins­
tituciones políticas y estructuras políticas. Las expJicaciones
sociales y económicas siempre han demostrado resultar rela-­
tivamente fáciles de operacionalizar, y en este sentido el atrac­
tivo de la «objetividad» en la sociología de la política (Sar­
,tori, 1969) siempre ha resultado fácil de apreciar, y no menos
a causa de la aparente fiabilidad de fuentes de datos como el
Banco Mundial, la OCDE, la Unión Europea e incluso la
investigación de encuestas. Una vez que las instituciones
comenzaron a ser medidas y comparadas, sin embargo, la fia­
bilidad parece flaquear, mientras que a la vez los datos
«duros» -en el senÚdo de datos que ;ignifican los mismo. en
c1da contexto- demostraban no estar disponibles a menudo.
Ll :-esultado es una búsqueda sin 5n de ,<indicadores» apro.
,:� :�n.c.'.:1.:;(: en el lfrriitt:\ J.;;1. aparente fe.tich).zacir�\0. de tales
rentes aproximaciones metodológicas. Sin embargo, era tam­
bién llamativo apreciar cómo la cuestión inicial sobre si el
crecimiento económico puede estar asociado con la fortaleza
de la izquierda, se transformaba realmente en un problema de
técnica estadística y selección de caso, y cómo .el problema
más fundamental de cómo medir y operacionalizar la forta­
leza de la izquierda se ignoraba en esencia. En otras palabras,
mientras se debatía sobre la metodología, se daban por
supuestos los :mdicadores en sí mismos. Y cuando se vuelve
hasta aquel debate, y se busca precisamente cómo se deriva­
ron esos indicadores cruciales, se le remite a un artículo de
principios de los ochenta en el que «la izquierda» es «defi­
nida de una manera amplia para incluir comunistas, socia­
listas, socialdemócratas y partidos laboristas, así como diver­
sos partidos pequeños que están a la izquierda del centro en
el continuum ideológico downsoniano», y la fortaleza de la
izquierda en el gobierno viene indicada por la medida en que
esos partidos controlan ei gobierno, «en cuanto lo indica su
controí de las carteras dei gabinete», así como «la fuerza de
los gobiernos de partidos de izquierda en el parlamento»
(Cameron, 1984, p. 159), mientras que los niveles de afilia­
ción a los sindicatos y la unidad organizativa de los obreros
,;e basan en datos 1ecogiJ.os en el Eu?'°Opa Yem-book (Carne:::on'., 1984� p. _--'.65).
p1u, 3indícatos �\ :Y el crecimien.to et.:>JJ1ÓD.Yico� y qu,:�. -.�ue ::ita­
cic su·bsecc.erl.°�:-�;xr1er;_te� -��-.n 1.1.D. .8. re.··visiór.; de Ic·s p1ogr�s.o:-; :recie:n­
i�es e.n ei raétodo c:>rn1-12l·;:ft·l•,,ro ((�üllier, J.991. r�- 22!. •�'o:mo -.:<n.n
-;;jernplar -z�;f:J.crzc) IYie�cfJ.olé:g:ictll1}_e:o.te sofisticado d.e diversos
acadérnicos para sol"venttir reo. rxcoblero.a i�cc1pc:rta11te; óentro del
'.:-;sc.rnenia de trF.tbajo ele]_ ::1.néiJisis cua:ntit3.t.i·vc de �N reducidas-:.>.
C�iertar.n.ente: :;::;]. d.ebate re,;;;reser.�t{ •;.na :.::01rtrib1J.ciór1 ir.npor­
tante y 1r1uy ·!-laliosa a la i11\1e.stigació�n. en !)Ol:[tica co1nparada,
y tambié!l estaba efectivamente marcado por una a�usacla
sofisticación estadística y metodológica, con mucho del trajín
entre los autores girando precisamente en torno a las dife-
.;e·. en el 111orne1.1Io del o:�·i.gi11a.t esi:1,1::j::-:, ÍJ.e �:arr1eron--. L.o·qt1e
debe recalcarse, sin embargo, es que simplemente son indi­
cadores, :no son, ni puede esperarse que :lo sean nunca, la rea-­
üdad. -'[, por rnnto, si ha de plantearse un largo debate en una
revista reputada al respecto de la muy importante cuestión
sustantiva de si la fortaleza de la izquíérda puede asociarse
con el crecimiento económico, seguramente una de Ias pri­
·meras cuestiones que viene a la r.aente no debería versar sobre
técnicas estadis\'.icas., sino más bien sohre la precisión y fia­
bilidad de los indicadores en sí mismos. Pues si los indica­
dores no ofrec;en la mejor indicación de lo que se supone es
470
471
1
pueden ofrecer en rtérminos de beneficios explicativos. Los teóricos de coalicion�s, por ejemplo, tienden ahora a poner mucho
más énfasis �obre lps modelos inductivos (por ejemplo, Pridham,
1986), y estan mu�ho más preocupados con la comprensión del
contexto nacional ínás amplio dentro del cual se juega cada jue­
go de coalición, rni�ntras que aquellos que están tratando de expli­
car los resultados die las políticas públicas ahora tienden a recu­
rrir mucho más a los estudios holísticos, en detalle, y sensibles
al caso. Francis Ca�tles, por ejemplo, que ha sido pionero de bue­
na parte del mejor tirabajo comparativo referido a esta última área
ha ido recienteme�te de desarrollar amplios modelos deductivos'.
donde el contexto jugaba escaso o ningún papel (Castles, 1982),
a estudios especí�cos más culturales (Castles y Merrill, 1989;
Castles, 1993), en �os que se otorga un importante papel a «tra­
diciones» distintas( pero largamente incuantificables (las nacio­
nes d � habl� ingl7s� o las naciones escandinavas), así como a
estudios mas espejc1ficos de cada país, en los que el contexto
nacional parece cl�ve (Castles, 1989). El resultado ha sido ale­
jarse rápidamente de los modelos más generalizados, y un énfa­
sis renovado
sobrdl.la comprensión más en detalle de los casos
.
paruculares o los países, donde, a menudo inductivamente, datos
más cualitativos y iontextualizados pueden ser evaluados, y don­
de pueden tenerse¡ en cuenta las circunstancias institucionales
específicas o las cplturas políticas particulares. Asistimos a un
nuevo énfasis sobr� estudios específicos más culturales (por ejem­
plo, las naci?nes dt habla inglesa), y estudios específicos nacio­
nales (por e3emplol, el Reino Unido en solitario), e incluso estu­
dios específicos in�ti.tucionales (por ejemplo, el Reino Unido bajo
el gobierno Thatct;er). D� ahí también el reciente y cada vez más
extendido atractivo! de las aproximaciones muy desagregadas que
surgen dentro del lnuevo institucionalismo» (por ejemplo, Tse­
belis, 1990; Ostro:rp, 1991).
Al mismo tietjlpo, sin embargo, resultaría un gran error·
leer estas recienttjs transformaciones como una simple vuel­
ta al viejo énfasi� en el estu-clio de países individuales, que
precedió los esfuerzos del Comité de 1954 sobre política com­
parada, en cuant� ahí permanece uno de los mayores con­
trastes entre el prjmer enfoque de país en solitario y el pre1
476
sente redescubrimiento del contexto, un contraste que ahora
ha comenzado a jugar un papel crucial en el desarrollo de la
ciencia política comparada como un todo. Mientras que el pri­
mer foco sobre los estudios de país en solitario se desarrolló
en un momento en que la propia ciencia política se hallaba en
un estadio muy temprano de desarrollo, y en un momento .
en que los centros de excelencia disciplinaria se concentra­
ban en apenas un puñado de departamentos en un reducido
número de países, el interés actual por el contexto ha emer­
gido tras una expansión masiva de la disciplina en términos
tanto de internacionalización como de profesionalización
(Daalder, 1993). Anteriormente, por ejemplo, compilaciones
de estudios nacionales, como aquellos representados por el
volumen pionero de «oposiciones» de Dahl (1966), eran bas­
tante excepcionales, en cuanto sólo raramente los académi­
cos con conocimiento experto sobre países o casos podían
encontrarse y juntarse para discutir la aplicación de hipóte­
sis similares a sus países o casos. Hoy en día, sin embargo,
esta clase de· combinación de recursos se ha convertido en
un lugar bastante común, y constituye la estrategia nuclear
dentro de muchos proyectos de investigación transnacional
(aunque usualmente regionalmente específica) en una varie­
dad de disciplinas diferentes. Éste es particularmente el.caso
en el seno de la política comparada, donde el desarrollo de
métodos de adiestramiento y paradigmas comunes, junto con
la expansión de redes internacionales de académicos forma­
lizadas (como el Consorcio Europeo para la Investigación
Política, ECPR) han asegurado que los académicos de la cien­
cia política, al menos en las diferentes regiones, hayan comen­
zado ahora a hablar lo que es esencialmente el mismo len­
guaje disciplinario. Como resultado, ahora es relativamente
fácil, si el dinero lo permite, reunir a expertos nacionales y
así acumular su conocimiento dentrd de una comprensión
comparativa amplia que al mismo tiempo es sensible a los
matices de los diferentes contextos (véase, por ejemplo, Prid­
ham, 1986; Budge et al., 1987; Castles, 1989; Katz y Mair,
1994; Laver y Shepsle, 1994). Y precisamente a causa de
que esos expertos locales fueran puestos en contacto, y des477
ofrecer uno de los mejores medios para poder distinguir estos
dos tipos de democracia, no son necesariamente la única
opción, y toda aplicación de los indicadores de Lijphart
debería ciertamente tener en cuenta el período de tiempo
específico (1945-1980) al cual se aplican, en cuanto que un
intervalo de tiempo diferente puede conducir a una muy dife­
rente categorización de los casos (véase, por ejemplo, Mair,
1994). El clásico moderno de Robert Putnam (1993) sobre
la democracia italiana ha llegado ciertamente muy lejos tan­
to en sus argumentos como en sus implicaciones, y ha sido
grandemente alabado por su capacidad para ligar pautas en
la cultura política contemporánea a sus fundamentos moder­
nos iniciales; pero incluso en este caso, a pesar de la ampli­
tud intelectual del estudio, la medida dave del rendimiento
institucional de la que depende el análisis se basa en apenas
un reducido número de indicadores, algunos de los cuales
derivan de observaciones que se tomaron en el curso de un
solo año de calendario (Morlino, 1995).
El problema real aquí, por lo tanto, como lo es a menudo
el caso en la investigación política comparada más en general, es asumir que el análisis de la relación entre las variables
resulta más importante que la calidad y la fiabilidad de las
variables en sí mismas, un problema que se ha vuelto más
agudo según se ha ido otorgando mayor prioridad a varios
factores institucionales y políticos, y a sus indicadores ope­
rativos. Supone también un problema severo que, pese a la
mejora evidente en la sofisticación estadística y metodológi­
ca de la investigación política comparada en los últimos años,
y pese a su evidente ambición intelectual, los datos reales que
se emplean continúan bastante crudos (véase también Sch­
midt, 1995). Y p�es,to que es precisamente esta ausencia de
datos comparables sólidos lo que está promoviendo la feti­
chiza�ión virtual de cualesquiera indicadores disponibles,
independientemente de su fiabilidad potencial, debe perma­
necer como prioridad para la investigación política compa­
rada seguir el consejo dejado por Stein Rokkan en ocasiones
diferentes: continuar estimulando el acopio de datos sis­
temáticamente comparables que puedan realmente «precisar
la realidad subyacente, entonces ninguna cantidad de inge­
niería estadística tendrá como resultado la acumulación de
conocimiento. ¿Resulta alguna noción de la «1zquierda del
centro dowsoniana» la línea divisoria más apropiada para defi­
nir izquierda y derecha, o debiera probarse alguna otra medi­
da? ¿El control_sobre las carteras es, per se, el mejor indica­
dor de la influencia gubernamental, o no debieran tenerse en
cuenta precisamente qué carteras se ven implicadas? ¿Puede.
el nivel de afiliación en los sindicatos izquierdistas ofrecer
una medida más apropiada de la fortaleza de la izquierda que
la afiliación a los sindicatos per se, y continúa siendo el Euro­
pa Yearbook la mejor fuente de datos potentes, fiables y trans­
nacionales para esta variable crucial? Al final, desde luego,
estos indicadores pueden demostrar haber sido entonces los
mejores a disposición de los contribuyentes para este com­
plejo debate; lo que resulta simplemente sorprendente es que
nadie pensase en comprobarlo.
Existen, desde luego, otros numerosos ejemplos que podrían
citarse, en los que indicadores potencialmente falibles o arbi­
trarios han obtenido un status casi bíblico. Los datos de Cas­
tles y Mair (1984) sobre el emplazamiento izquierda-derecha
de los partidos en un buen número de democracias occiden­
tales, por ejemplo, son vistos de manera general corno bas­
tante autorizados, y continúan siendo empleados frecuente­
mente en estudios que sigan líneas similares al trabajo dtado
anteriormente. Son datos probablemente autorizados, pero
también es posible que no, y el _cuadro que trazan, basado
sobre un número relativamente reducido de opiniones exper­
tas en una muestra relámpago, acaso no debería obtener la
significación y peso que normalmente recibe, y ciertamente
no debiera asumirse automáticamente que posean una validez
que se extienda mucho antes, y mucho después, de su apli­
cación real. Lo mismo podría decirse también de los diver­
sos indicadores inicialmente desarrollados por Arend Lijphart
(1984) como medios para elaborar su influyente distinción
entre democracias mayoritarias y de consenso, y que han sido
incorporados subsiguientemente en una variedad de análisis
diferentes; aunque estos indicadores en concreto bien pueden
472
AO
lo
473
ineros» (citado por Flora, 1986, pp. v-vi) sobre varia­
-ransnacionales.
1)
V. Conclusión: tendencias actuales y futuras
Todos los estudio s en política comparada comparten al
menos un atributo: una preocupación con los países, o unida­
des macrosociales, como unidades de análisis o. al menos
como unidades de observación (Ragin, 1987; Keman, 1993a):
Al tiempo, los análisis comparativos buscarán también con fre­
cuencia llegar a proposiciones generalizables, las cuales, en su
forma más extrema, buscarían explicar los fenómenos cuando
ocurran y cuando no. El resultado inevitable es la tensión entre
un énfasis en los factores específicos de cada país, por una par­
te, y las relaciones universales, por la otra. Pero mientras la
entonces nueva política comparada de los cincuenta y los sesen­
ta tendía a situar el énfasis en las relaciones universales, y por
tanto las comparaciones globales, la tendencia en el seno de
la investigación comparada a lo largo de la década de los ochen­
ta ha sido alejarse _de la teoría general, resaltando ia relevan­
cia del contexto.
�En parte, esta tendencia 2:et1ejri lz� rc:10\0.aci�-1 infl"c.e:2 1:.1a dt:; 1a
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l
1
�:::1::�;:���� c\ :���:; �<:,i���,�;{;��f:,�,{�:�::;� ;�:J: ,�;:r ::: '·):'.:�::::
�- 980:.. �'-\_b:j:�tn-is, 1982) que rrr.tY.:-1 d:·.:: .=.-�:1.n.p:.:,:-:r�_,ie·.�- Io.s :�·,_::: )_-_.ó1T1e:nos
1
1,
f;ri. e.3. contex_to D:-léÜ; a.mplio u. <<t1olfst{;.�::=>> d���rtr,:-; ,5;:.:� c·. .-!.!i.l �iC0�1"tecen (véase rar.nbié11 T'helen y .St�inmo'.• I 992; y la ,s:,7;c:ción Il
t:upro). Por otra parte: se contemplan_ teor:[as rr..ás ge:�1e�·:ües para
:involucrar la desagregación artificia:� dr:; c.:3.��'-)::; -;:�: ,.:.::c:r1;t�.11tos ele
p:a.rtes que puedan entonces ser •::on:1paradas tIJ.IisnaciC';x:tallne.n­
te� y en las c11ales se ol\.rida la configuración 01�.ginal del ,<todo»
..,
, 0°�
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· .L;;;
ac,·
· ¡•. . ,-�ompren
.si·-e•t-oo-aa'o (._vea
o;, pp. ix-x.
ct· er ,::;, cuaL:1 ro
al completo como un rndo y en profundidad :,e cor.t2:mpla por
.1.o tanto como preferible, frente a una ex:pLt[�?.ciO.n Irtás general
de fragmentos de ese cuadro. En parte., srn e.mbargo, esta vuel­
ta al contexto es también el resultado de la extenuación y la frns­
tración. Cuando el universo de la política comparada se expan474
dió a finales de los cincuenta y en los sesenta, y cuando más
y más datos sobre más y más países llegaron a estar a disposi­
ción de los comparativistas, se desarrolló una inevitable ten-:
dencia a comparar tantos casos como fuera posible, y la inves­
tigación tendió a dirigirse hacia la elaboración de modelos
deductivos que pudieran testarse con una N tan grande como
fuera posible. Las explicaciones se desarrollaron así por medio
bien de una expansión de las series de datos, bien por
medio de un refinamiento de las variables explicatorias, bien a
través de especificaciones más claras de aquello que precisa­
mente necesitaba explicarse. Buena parte del avance de la teoría
de coaliciones entre los sesenta y los ochenta, por ejemplo, pue­
de contemplarse de esta manera, con un ámbito siempre más
extenso de países que se incluyen como casos, con más varia­
bles que se incorporan a los modelos, como las políticas, la ideo­
logía, la experiencia gubernamental, y así sucesivamente; y con
definiciones más precisas de lo que en realidad conformaba una
coalición «ganadora» (véanse las revisiones en Browne y Fran­
klin, 1986; B·udge y Laver, 1992). En una vena semejante,
mucho del trabajo que buscaba evaluar el impacto de la «polí­
tica» sobre los resultados de las políticas públicas (por ejem­
plo. Castles, 198:2) se desarrolló por la vía de tomar tantos casos
�:orne fuf;�é: ;·c:sitiJ.e y ensa11chm� así la capacidad explicativa a
tr2�,.rés del Tefir1anllento co11stru.1te de. las r.nedidas y d.efi:ni.cion.es
,)e <<J)C]itica>> (:ir1cluyeriJ.o la ideología. ele partido, las po]iti­
�.23.s d,c parti:Jc-:. l;is esrn..\ctu��as ins·�itucio:nales� las e.strnctu.r�1s
de ·::·ep:·�e.sentac:7.ón. de iDtereses !' y así su.cesivam.ente), por u11
s
i
1
º
i
�:'���\��fl�1r��-�-ii{;: ;�i��� ��i::ir:.: �:�::�!�:e� �: �:�:�:�s�;
a.si sucesivar.nertte) ) por otro. En arnbos carnpos de estudio� por
lo tanto, el. objetivo ¿onti;.1uaba siendo explicar el fenómeno re.le­
vante de la manera más general en que fuera posible, mientras
se bu.scaba r:o.ejcrz,r la capacidad de ex.p1icar por medio de una
modificación constante de los instrumentos de medición.
Sin embargo, más recientemente, esta estrategia parece haber
cambiado, pue:::. la capacidad para aumentar la cantidad de
varianza explicada se ha, más o menos, agotado en sí misma, y
parece que mayores refinamientos de los diversos modelos poco
475
f)
pués agregados, como fue ei caso, se ,':.stá protr;,::c\o posible.
_
por medio de la combinación de aproximaciones e-,1 detalle v
,
mas generalizadas, construir análisis co:m.pz,ratj,·e;D r/m:isible;.
convrncentes y aun suficientemente n-1atizadcs. E:'.n otras pala­
bras, como resultado de las redes intern,,.cjc,r:=,Ies ·; }a �:ola­
boraci�n tr�nsna:ional que ha facilitado la prc,f:::StO):;alizac.ión
ele la ci.encia poht1ca corno un todo. el cm.disi:-; dr. e.s(udio de
·
.
..u,1"
_ ... • •est·,:
l.1 u
Caso
�1· t�n
... e, ·a
_ · da,
_ 1J t·· aao a.nora a re or1as y r:.nocs.i()S genera-liza bles, ofrec1endo así un sólido potencia1. par2. c::.l vínculo
entre ,estas dos aproximaciones tradici01Etlmente diferencia­
das. Esta es, pues, ia etapa actual en que se: halla la investi­
g�ción �olítica comparada: la aproximación cie grupos de estu­
.
dios mas sensibles al contexto y al caso que, a través del
esfuerzo en equipo, puedan avanzar genuinamente la com­
prensión comparada y puedan contribuir genuinamente al
avance de la política comparada 15. Una fom1.; de comparació�
que resulta mucho más limitada en cuanto 3 su alcance que
aquel!a contemplada por el Comité: aunque. quizá paradóji­
.,'í\
. � 1�- ·•"'ti-rc,1;e
.-. .., ('
camente y• por retornar a Eckstein
'- __qr-;�
, "-� � 1,-,-·- �.-..
•J:' · •. t·'r
-Cl_.:.,,,
l!.1
...
'
,
bién un modo de comparación que parece ajustarse mejor para
,<resolver problemas teóricos de medio rango», incluso pese
a que, como se sugirió anteriormente, tales problemas se refie­
ren más probablemente a las consecuencias. de la política antes
que, con-10 dijo Eckstein, a sus ,,determinantes».
•
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