Subido por Diana Chavez

ESPIRITUAL

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ENSAYO
LA ESPIRITUALIDAD
La Espiritualidad es un aspecto esencial del ser humano. Es una vida interior,
algo que no es mente y cuerpo sino espíritu. Es algo más amplio que una religión,
un proceso dinámico mediante el cual las personas encontramos trascendencia, un
sentido final a la vida … a nuestro ser interior.
La espiritualidad del ser humano
El hombre es un ser de la naturaleza pero, al mismo tiempo, la trasciende. Comparte
con los demás seres naturales todo lo que se refiere a su ser material, pero se
distingue de ellos porque posee unas dimensiones espirituales que le hacen ser una
persona.
De acuerdo con la experiencia, la doctrina cristiana afirma que en el hombre existe
una dualidad de dimensiones, las materiales y las espirituales, en una unidad de
ser, porque la persona humana es un único ser compuesto de cuerpo y alma.
Además, afirma que el alma espiritual no muere y que está destinada a unirse de
nuevo con su cuerpo al fin de los tiempos.
Esta doctrina se encuentra en la base de toda la vida cristiana, que quedaría
completamente desfigurada si se negara la espiritualidad humana.
La cumbre de la creación material
A veces se dice que no puede establecerse un orden entre los seres naturales,
como si unos fuesen más perfectos que otros, y se añade que, en el fondo, una
clasificación de este tipo incurriría en el defecto de ser «antropocéntrica», porque
pretendería colocar al hombre, de manera egoísta, en el primer lugar de la
naturaleza, justificando un uso indiscriminado de los demás seres.
Sin embargo, prescindiendo de detalles que sólo interesan a las ciencias y sin
intentar justificar cualquier uso de la naturaleza, es evidente que la Iglesia describe
una realidad cuando afirma que entre las criaturas existe una jerarquía que culmina
en el hombre. «Lajerarquía de las criaturas está expresada por el orden de los "seis
días", que va de lo menos perfecto a lo más perfecto. Dios ama todas sus criaturas
(cfr. Ps. CXLV, 9), cuida de cada una, incluso de los pajarillos. Pero Jesús
dice: Vosotros valéis más que muchos pajarillos(Lc. XII, 6-7), o también: ¡Cuánto
más vale un hombre que una oveja! (Matth. XII, 12)» * (1).
La Iglesia enseña que la creación material llega a su punto culminante en el hombre:
«El hombre es la cumbre de la obra de la creación. El relato inspirado lo expresa
distinguiendo netamente la creación del hombre y la de las otras criaturas (cfr. Gen.
I, 26)»* (2).
La creación material encuentra su sentido en el hombre, única criatura natural que
es capaz de conocer y amar a Dios, y, de este modo, conseguir ser feliz. El mundo
material hace posible la vida humana, y sirve de cauce para su desarrollo. Por eso,
la Iglesia afirma que «Dios creó todo para el hombre (cfr. Conc. Vaticano II,
Const. Gaudium et Spes, 12, 1; 24, 3; 39, 1), pero el hombre fue creado para servir
y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación»* (3).
El hombre se encuentra por encima del resto de la naturaleza y puede dominarla,
aunque debe ejercer ese dominio de acuerdo con los planes de Dios. El Papa Juan
Pablo II afirma: «Es algo manifiesto para todos, sin distinción de ideologías sobre la
concepción del mundo, que el hombre, aunque pertenece al mundo visible, a la
naturaleza, se diferencia de algún modo de esa misma naturaleza. En efecto, el
mundo visible existe "para él" y el hombre "ejerce el dominio" sobre el mundo; aun
cuando está "condicionado" de varios modos por la naturaleza, la "domina", gracias
a lo que él es, a sus capacidades y facultades de orden espiritual, que lo diferencian
del mundo natural. Son precisamente estas facultades las que constituyen al
hombre. Sobre este punto, el libro del Génesis es extraordinariamente preciso:
definiendo al hombre como "imagen de Dios", pone en evidencia aquello por lo que
el hombre es hombre, aquello por lo que es un ser distinto de todas las demás
criaturas del mundo visible»* (4).
Imagen de Dios
Todas las criaturas reflejan, de algún modo, las perfecciones divinas. Pero, entre
los seres naturales, sólo el hombre participa del modo de ser propio de Dios: es un
ser personal, inteligente y libre, capaz de amar. La Sagrada Escritura, al narrar la
creación, lo pone de relieve diciendo que el hombre está hecho a imagen de Dios:
«Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los
creó (Gen. I, 27). El hombre ocupa un lugar único en la creación: "está hecho a
imagen de Dios"»* (5).
La imagen de Dios se da en el hombre independientemente del sexo, tal como se
advierte en el relato inspirado donde se dice que la persona humana fue creada por
Dios como hombre y como mujer.
Que el hombre es imagen de Dios significa, ante todo, que es capaz de relacionarse
con Él, que puede conocerle y amarle, que es amado por Dios como persona. «De
todas las criaturas visibles sólo el hombre es "capaz de conocer y amar a su
Creador" (Conc. Vaticano II, Const. Gaudium et Spes, 12, 3); es la "única criatura
en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma" (ibid., 24, 3); sólo él está llamado
a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido
creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad»* (6). Cuando se buscan los
factores que distinguen al hombre de los demás seres naturales, éste es el
fundamental: el hombre es capaz de relacionarse con Dios; sin duda, existen otras
diferencias importantes, pero ninguna es tan profunda como ésta.
El hombre es persona, no es simplemente una cosa. La persona tiene una dignidad
única: nadie puede sustituirla en lo que es capaz de hacer como persona. Y sólo
entre personas puede darse la amistad y el amor. «Por haber sido hecho a imagen
de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino
alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en
comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su
Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar
en su lugar»* (7).
No tendría sentido utilizar la ciencia natural para negar, en nombre del progreso
científico, la diferencia esencial que existe entre el hombre y los demás seres de la
naturaleza, alegando, por ejemplo, que el hombre tiene una constitución material
semejante a otros seres y que las diferencias se deberían únicamente a la
organización de los componentes materiales. Por el contrario, la ciencia natural
proporciona una de las pruebas más convincentes acerca de las peculiaridades del
hombre; en efecto, pone de manifiesto que el hombre, a diferencia de otros seres,
posee unas capacidades creativas y argumentativas que resultan indispensables
para plantear los problemas científicos, buscar soluciones, y poner a prueba su
validez. El gran progreso científico y técnico de la época moderna ilustra las
capacidades únicas de la persona humana, y no tendría sentido utilizarlo para negar
lo que, en último término, hace posible la existencia de la ciencia.
Unidad y dualidad
Cuando intentamos comprender nuestro ser, tropezamos con una realidad
innegable: que somos un sólo ser, pero poseemos dimensiones diferentes. «El
hombre es una unidad: es alguien que es uno consigo mismo. Pero en esta unidad
se contiene una dualidad. La Sagrada Escritura presenta tanto la unidad (la
persona) como la dualidad (el alma y el cuerpo)»* (8) .
La dualidad es real. No responde a una mentalidad dualista ya superada, de la cual
se podría prescindir en la actualidad. Sin duda, la realidad se puede conceptualizar
desde diferentes perspectivas, y puede suceder que unas fórmulas representen
mejor que otras algunos aspectos. Pero nuestro ser posee a la vez dimensiones
materiales y espirituales, y esta realidad no depende de las ideas de una época.
En ocasiones, se afirma que el dualismo sería ajeno a la perspectiva de la Sagrada
Escritura, que subraya la unidad de la persona humana. No puede olvidarse, sin
embargo, que la misma Sagrada Escritura contiene claras afirmaciones acerca de
la dualidad constitutiva del hombre. El Papa Juan Pablo II comenta al respecto:
«Frecuentemente se subraya que la tradición bíblica pone de relieve sobre todo la
unidad personal del hombre (...). La observación es exacta. Pero esto no impide que
en la tradición bíblica también esté presente, a veces de modo muy claro, la
dualidad del hombre. Esta tradición se refleja en las palabras de Cristo: No tengáis
miedo de los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien
al que puede hacer perecer el alma y el cuerpo en la Gehenna(Matth., X, 22). Las
fuentes bíblicas autorizan a ver al hombre como unidad personal y a la vez como
dualidad de alma y cuerpo: y este concepto ha sido expresado en la entera Tradición
y en la enseñanza de la Iglesia»* (9) .
Cualquier explicación fidedigna debe respetar los datos seguros de la experiencia
humana, que se refieren tanto a la unidad de la persona como a la dualidad de sus
dimensiones básicas. Las dificultades para conceptualizar ambos aspectos a la vez,
indican que el hombre es un ser complejo, y nada se ganaría simplificando
arbitrariamente el problema.
Alma y cuerpo
Para expresar la dualidad constitutiva del ser humano, durante siglos se ha utilizado
una terminología ya clásica, según la cual el hombre está compuesto de alma y
cuerpo. La Iglesia ha utilizado esta terminología en sus formulaciones, introduciendo
a la vez las aclaraciones necesarias: por ejemplo, que alma y cuerpo no son
substancias completas, y que el alma es forma substancial del cuerpo. Cuando la
Iglesia habla de alma y cuerpo, se refiere a las dimensiones espirituales y materiales
de la persona humana, que es un ser único; pero también subraya que el alma
espiritual trasciende las dimensiones materiales y, por tanto, subsiste después de
la muerte, cuando las condiciones materiales hacen imposible la permanencia de la
persona en el estado que le corresponde en su vida terrena.
Frente a los dualismos exagerados que minusvaloran la dignidad de lo material, la
Iglesia siempre ha enseñado que «El cuerpo del hombre participa de la dignidad de
la "imagen de Dios": es cuerpo humano precisamente porque está animado por el
alma espiritual, y es toda la persona humana la que está destinada a ser, en el
Cuerpo de Cristo, el Templo del Espíritu (cfr. I Cor. VI, 19-20; XV, 44-45)»* (10).
En la Sagrada Escritura, el término alma se utiliza con diferentes significados; a
veces designa la vida humana, o toda la persona. «Pero designa también lo que hay
de más íntimo en el hombre (cfr. Matth. XXVI, 38; Iohan. XII, 27) y de más valor en
él (cfr. Matth. X, 28; II Mac. VI, 30), aquello por lo que es particularmente imagen de
Dios: "alma" significa el principio espiritual en el hombre»* (11). Éste es el sentido
en que se habla del alma cuando se afirma que la persona humana se compone de
alma y cuerpo.
Sin duda, lo más importante es el contenido de la doctrina; las palabras con que se
expresa pueden variar, siempre que se respete el contenido auténtico de la doctrina.
Con respecto al alma humana, entre «lo que, en nombre de Cristo, enseña la
Iglesia», se encuentra lo siguiente: «La Iglesia afirma la supervivencia y la
subsistencia, después de la muerte, de un elemento espiritual que está dotado de
conciencia y de voluntad, de manera que subsiste el mismo "yo" humano. Para
designar este elemento, la Iglesia emplea la palabra "alma", consagrada por el uso
de la Sagrada Escritura y de la Tradición. Aunque ella no ignora que este término
tiene en la Biblia diversas acepciones, opina, sin embargo, que no se da razón
alguna válida para rechazarlo, y considera al mismo tiempo que un término verbal
es absolutamente indispensable para sostener la fe de los cristianos»* (12).
Unidad de alma y cuerpo
El Concilio Vaticano II expresa la simultánea unidad y dualidad de la persona
humana con una fórmula breve y lapidaria: corpore et anima unus: «Uno en cuerpo
y alma, el hombre, por su misma condición corporal, reúne en sí los elementos del
mundo material, de tal modo que, por medio de él, éstos alcanzan su cima y elevan
la voz para la libre alabanza del Creador»* (13).
La unidad de la persona humana siempre ha sido enunciada por la Iglesia, frente a
los dualismos exagerados. En uno de los Concilios ecuménicos, se utilizó la
terminología aristotélica para subrayar precisamente que alma y cuerpo forman una
única realidad: «La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe
considerar al alma como la "forma" del cuerpo (cfr. Conc. de Vienne, año 1312: DS
902); es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un
cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos
naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza»* (14).
En definitiva, «el hombre creado a imagen de Dios es un ser a la vez corporal y
espiritual, o sea, un ser que por una parte está unido al mundo exterior y por otra lo
trasciende: en cuanto espíritu, además de cuerpo es persona. Esta verdad sobre el
hombre es objeto de nuestra fe, como también lo es la verdad bíblica sobre su
constitución a "imagen y semejanza" de Dios; y es una verdad constantemente
presentada, a lo largo de los siglos, por el Magisterio de la Iglesia»* (15) .
La persona humana es una síntesis de lo material y lo espiritual: «en su propia
naturaleza une el mundo espiritual y el mundo material»* (16). Una importante
consecuencia de esta doctrina es que las dimensiones materiales son buenas y
queridas por Dios: «La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la
vez corporal y espiritual. El relato bíblico expresa esta realidad con un lenguaje
simbólico cuando afirma que Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en
sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente (Gen. II, 7). Por tanto,
el hombre en su totalidad es querido por Dios»* (17). El cuerpo es algo bueno,
querido por Dios, y destinado a la vida eterna: «Por consiguiente, no es lícito al
hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene que considerar
su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y que ha de
resucitar en el último día»* (18).
La espiritualidad del alma humana
En algunas épocas, la Iglesia ha debido subrayar la bondad del cuerpo, frente a
quienes proponían un espiritualismo que condenaba como malo todo lo relacionado
con lo material. En la actualidad, con frecuencia se debe hacer frente al extremo
opuesto: un materialismo que desconoce las dimensiones espirituales y pretende
reducir al hombre a las dimensiones materiales que pueden ser estudiadas
mediante los métodos de las ciencias empíricas.
En este contexto, el Papa Juan Pablo II ha subrayado que el hombre se parece más
a Dios que a la naturaleza: «Son conocidas las numerosas tentativas que la ciencia
ha hecho y continúa haciendo en varios ámbitos para demostrar los lazos del
hombre con el mundo natural y su dependencia de él, a fin de insertarlo en la historia
de la evolución de las diversas especies. Respetando tales investigaciones, no
podemos limitarnos a ellas. Si analizamos al hombre en lo más profundo de su ser,
vemos que se diferencia del mundo de la naturaleza más de cuanto se asemeja a
ese mundo. En este sentido proceden también la antropología y la filosofía cuando
intentan analizar y comprender la inteligencia, la libertad, la conciencia y la
espiritualidad del hombre. El libro del Génesis parece salir al encuentro de todas
estas experiencias de la ciencia y, hablando del hombre como "imagen de Dios",
permite comprender que la respuesta al misterio de su humanidad no se encuentra
en el camino de la semejanza con el mundo de la naturaleza. El hombre se parece
más a Dios que a la naturaleza. En este sentido dice el salmo 82, 6: "Sois dioses",
palabras que más tarde citará Jesús»* (19).
El Concilio Vaticano II enseña: «No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad
sobre el universo material y al considerarse algo más que una simple partícula de
la naturaleza (...). En efecto, por su interioridad es superior al universo entero»*
(20). Citando este pasaje del Concilio, Juan Pablo II comenta: «He aquí cómo la
misma verdad sobre la unidad y la dualidad (la complejidad) de la naturaleza
humana puede ser expresada en un lenguaje más próximo a la mentalidad
contemporánea»* (21).
La espiritualidad humana se encuentra ampliamente testimoniada por muchos e
importantes aspectos de nuestra experiencia, a través de capacidades humanas
que trascienden el nivel de la naturaleza material. En el nivel de la inteligencia, las
capacidades de abstraer, de razonar, de argumentar, de reconocer la verdad y de
enunciarla en un lenguaje. En el nivel de la voluntad, las capacidades de querer, de
autodeterminarse libremente, de actuar en vistas a un fin conocido intelectualmente.
Y en ambos niveles, la capacidad de auto-reflexión, de modo que podemos conocer
nuestros propios conocimientos (conocer que conocemos) y querer nuestros
propios actos de querer (querer querer). Como consecuencia de estas capacidades,
nuestro conocimiento se encuentra abierto hacia toda la realidad, sin límite (aunque
los conocimientos particulares sean siempre limitados); nuestro querer tiende hacia
el bien absoluto, y no se conforma con ningún bien limitado; y podemos descubrir el
sentido de nuestra vida, e incluso darle libremente un sentido, proyectando el futuro.
En nuestra época, el materialismo se presenta frecuentemente con un ropaje
científico. Suele argumentar que todo lo humano se relaciona con lo material, y que
el hombre es tan material como los demás seres naturales; sus características
especiales se explicarían mediante la peculiar organización de los componentes
materiales. Añade que la ciencia ya ha explicado muchos aspectos de la persona
humana, y promete que, en el futuro, cada vez explicará mejor los restantes. Sin
embargo, el materialismo es un reduccionismo ilegítimo; intenta explicar toda la
realidad recurriendo sólo a los componentes materiales y a su funcionamiento,
renunciando a cualquier pregunta de otro tipo: este reduccionismo carece de base
e incluso va contra el rigor científico, porque no distingue los diferentes niveles de
la realidad y las diferentes perspectivas que deben adoptarse para conocerlos.
En otras ocasiones, las críticas a la espiritualidad humana se basan en la posibilidad
de construir máquinas que igualen, e incluso superen, las capacidades humanas.
Sin duda, las máquinas nos pueden igualar y superar en muchos aspectos, pero
carecen de la interioridad característica de la persona y de las capacidades
relacionadas con esa interioridad (capacidad intelectual y argumentativa, conciencia
personal y moral, capacidad de amar y ser amado, por ejemplo). Los intentos de
equiparar las máquinas con las personas suelen incurrir en una falacia básica:
exigen que se defina la persona humana en función de unas operaciones concretas
que pueden ser imitadas por las máquinas.
La inmortalidad del alma humana
La Iglesia afirma, junto con la espiritualidad del alma humana, su inmortalidad:
cuando el hombre muere, el alma espiritual continúa su existencia. La inmortalidad
del alma humana ha sido afirmada en diferentes ocasiones por el Magisterio de la
Iglesia* (22) , y el Concilio Vaticano II enseña: «Al afirmar, por tanto, en sí mismo la
espiritualidad y la inmortalidad de su alma, no es el hombre juguete de un espejismo
ilusorio provocado solamente por las condiciones físicas y sociales exteriores, sino
que toca, por el contrario, la verdad más profunda de la realidad»* (23).
Sin duda, es imposible imaginar el estado del alma humana separada del cuerpo,
porque nuestra imaginación necesita datos sensibles que, en ese caso, no
poseemos. Pero, por el mismo motivo, tampoco podemos imaginar a Dios, y esto
no afecta en absoluto a su realidad: tenemos la capacidad de conocer las realidades
espirituales, remontándonos por encima de las condiciones materiales.
Aunque la fe cristiana da especial certeza a esta afirmación, podemos conocer la
inmortalidad del alma a través de nuestra razón. Por una parte, porque si el alma es
espiritual, trasciende las condiciones naturales y seguirá existiendo incluso cuando
esas condiciones hagan imposible la vida humana en su estadio terrestre. Por otra
parte, porque en esta vida la trayectoria moral de las personas no siempre encuentra
la recompensa adecuada. Además, porque no es lógico que Dios ponga en el
hombre unas ansias de felicidad e infinitud que luego no se puedan satisfacer. Y
todo ello cobra especial fuerza cuando se advierte que el alma humana debe ser
creada por Dios y que, por consiguiente, sólo podría dejar de existir si Dios la
aniquilase, lo cual parece incoherente con el plan divino.
El alma humana, creada directamente por Dios
La Iglesia afirma también que el alma humana es creada inmediatamente por Dios.
El Papa Pío XII, a propósito de la aplicación de las teorías evolucionistas al hombre,
advirtió que el cuerpo podía proceder de otros organismos, y señaló que, en cambio,
«la fe católica nos obliga a mantener que las almas son creadas inmediatamente
por Dios»* (24). En el Credo del Pueblo de Dios, formulado por el Papa Pablo VI,
se lee: "Creemos en un solo Dios (...) y también creador, en cada hombre, del alma
espiritual e inmortal"* (25) .
Con esta doctrina, el Magisterio de la Iglesia, a lo largo de los siglos, ha salido al
paso de diferentes errores, como el priscilianismo, el traducianismo y el
emanacionismo. Los priscilianos, siguiendo a Orígenes, afirmaban que las almas
tenían una existencia previa y que, como consecuencia de algún pecado, habían
sido arrojadas a la existencia terrenal* (26). Los traducianistas, queriendo explicar
la transmisión del pecado original, afirmaban que el alma humana es engendrada
por los padres* (27). Según los emanacionistas, el alma humana es una parte de
Dios* (28).
En nuestra época, a veces se habla de una emergencia de las características
humanas, que provendrían, en definitiva, de la materia. Pero las dimensiones
espirituales no se pueden reducir a un resultado de fuerzas y procesos materiales,
porque se encuentran en un nivel superior al material. En esta línea, el Papa Juan
Pablo II, recordando la enseñanza de Pío XII a propósito de la evolución, afirma:
«La doctrina de la fe afirma invariablemente, en cambio, que el alma espiritual del
hombre es creada directamente por Dios (...). El alma humana, de la cual depende
en definitiva la humanidad del hombre, siendo espiritual, no puede emerger de la
materia»* (29).
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