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Cerda Cuevas Mujer-Trabajo-y-Sindicalismo

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MUJERES, TRABAJO Y SINDICALISMO. MÁS
ALLÁ DEL FEMINISMO
Claudia Cerda Becker*
Hernán Cuevas Valenzuela**
1. Introducción
Usualmente se señala que el género es un
constructo social y que el sexo es una
realidad biológica. Con ello se enfatiza que el
género es un hecho cultural y no natural. El
género se refiere a los roles y expectativas
sociales que adjudicamos a las personas que
poseen cuerpos sexuados. Estos roles y
expectativas cambian históricamente. Así
ocurre también en el campo del mercado del
trabajo, en que los roles y las expectativas de
la sociedad hacia las personas han ido
cambiando. De este modo, hace algunas
décadas no se esperaba que las mujeres
fueran jefas de hogar ni que recibieran una
remuneración para sostener su familia ni que
participaran crecientemente del mercado del
trabajo. Pero este proceso no ha estado
exento de injusticias y opresiones que
encuentran su origen último en una cultura y
estructura social patriarcal que pervive y
promueve ciertos principios como el
machismo, la competencia, el individualismo,
la ética del mérito individual y la racionalidad
instrumental. Hoy, el mercado laboral y las
organizaciones de trabajadores se están
recién acomodando a estas cambiantes
circunstancias de la creciente incorporación
de las mujeres al trabajo.
Aunque aquí nos concentraremos en
describir la situación de las mujeres
trabajadoras en Chile, es importante
consignar que el feminismo no se ha ocupado
sólo de las mujeres. En efecto, tanto como
movimiento social como movimiento de
ideas, el feminismo sostiene que la cultura y
la estructura social patriarcal no sólo es
injusta con las mujeres, sino también con
todos aquellos que no calzan con la imagen
del sujeto masculino dominante: individualista, competitivo, racional y calculador. Así,
además de las mujeres, minorías sexuales,
minorías étnicas, extranjeros, menores de
edad, personas con capacidades diferentes,
*Psicóloga (PUC) y Magister en Antropología y Desarrollo (U. de Chile). Actualmente realiza estudios de Magister en Sociología del
Trabajo y el Bienestar en la Universidad de Jena, Alemania.
**Doctor en Ciencia Política de la Universidad de Essex, Reino Unido. Investigador adjunto de ICSO, Universidad Diego Portales,
Santiago de Chile.
Mujeres, Trabajo y Sindicalismo – Claudia Cerda B. y Hernán Cuevas V.
entre otros, sufren bajo esta cultura y
estructura social conformada según los
principios patriarcales.
Pero estas condiciones no son sólo
diferentes, sino que, como venimos señalando, sistemáticamente favorecen a los varones
que se ajustan al patrón de conducta
patriarcal y desfavorecen a las mujeres y
todas las demás categorías sociales que no se
ajustan al modelo predominante de
trabajador masculino. En las próximas secciones veremos cómo sucede aquello en el
mercado laboral (sección 2) y en la organización sindical (sección 3) con respecto a las
mujeres.
Además de las injusticias y opresiones
que se derivan de ese dominio patriarcal,
otra consecuencia de sus principios es que
concebimos el trabajo como un hecho social
que debe reflejar la distinción básica entre
categorías sexuales de sujetos. Asistimos así
a una división sexual del trabajo que asigna,
por una parte, a los varones una gran
variedad de trabajos remunerados y, por
otra, a las mujeres preferentemente tareas
que son concebidas como una extensión de
la procreación y de la reproducción, de la
mantención del hogar. Se tiende de este
modo a concebir a las mujeres como
naturalmente o esencialmente aptas para
tareas de cuidados de otros, como ocurre en
los servicios de salud y educación, o en tareas
domésticas. Además, la cultura patriarcal
favorece una concepción del trabajo
masculino como aquel que es esencial e
importante para el sustento del hogar,
desfavoreciendo en términos relativos el
trabajo femenino que es frecuentemente
concebido como sólo complementario del
ingreso masculino. De este modo se reduce el
trabajo de la mujer a una concepción de la
femineidad entendida como algo natural,
inmodificable y esencialmente subordinada
en importancia, cuando en verdad toda
concepción del trabajo de la mujer es
necesariamente una definición social e
histórica marcada por inequidades que
debieran ser corregidas.
2. Mujeres y Mercado Laboral
En varias latitudes del mundo ha
habido en las últimas décadas una
incorporación progresiva de las mujeres a la
fuerza laboral, constituyéndose en una
proporción cada vez mayor de la población
económicamente activa. No obstante, esta
entrada al mercado del trabajo ha estado
marcada
por
múltiples
opresiones,
discriminaciones e injusticias. Por una parte,
en muchos países las mujeres siguen
sufriendo más altos niveles de exclusión del
mercado laboral que los hombres. Asociado
al punto anterior, las mujeres sufren mayores
tasas de cesantía y precariedad que los
hombres. En segundo lugar, cuando son
incorporadas al mercado laboral las mujeres
son
muchas
veces
empleadas
preferentemente en algunas áreas de la
economía; esto es lo que denominamos
segregación horizontal. Además, frecuentemente estas tareas ‘feminizadas’ ofrecen
menores ingresos. En tercer lugar, las
mujeres sufren una segregación vertical pues
las mujeres ocupan puestos de menor
jerarquía y menos calificados “están
concentradas en segmentos inferiores…
sufren mayores tasas de (cesantía) y
Como consecuencia de lo anterior,
tanto en el mercado del trabajo como en las
organizaciones sociales producen condiciones diferenciadas para hombres y mujeres.
2
Mujeres, Trabajo y Sindicalismo – Claudia Cerda B. y Hernán Cuevas V.
precariedad, cobran salarios más bajos y
tienen barreras específicas de promoción y
ascenso”
(Köhler,
et.al,
2009:252).
Finalmente, las mujeres soportan cargas
mayores de trabajo, pues frecuentemente se
suma a su trabajo remunerado el trabajo
doméstico no remunerado.
entrada de las mujeres al mercado laboral
pero no así en el caso de los hombres.
La marginación relativa de las mujeres
del mercado laboral se expresa a través de
una serie de barreras de entrada que limitan
tanto su acceso como también su
permanencia en el mercado laboral (Díaz
2005). En efecto, las que logran acceder al
mercado del trabajo lo hacen en condiciones
de mayor vulnerabilidad y precariedad en
relación a los hombres (Salamé 2004). Con
respecto, a las principales discriminaciones
de género que las mujeres experimentan en
el campo ocupacional, se identifican las
siguientes:
Estas diferencias existen tanto en
países del norte desarrollado como del sur en
desarrollo, aunque con grados diferentes de
la incorporación de las mujeres al mercado
laboral. Por ejemplo, en Europa el promedio
de tasa de empleo de las mujeres alcanza el
56,3%, siendo el 32,1% las que pueden
acceder a puesto directivos, alcanzando un
15% la brecha salarial entre hombres y
mujeres (Köhler et al 2009). En Chile, a pesar
de que la participación de la fuerza de
trabajo
femenina
ha
aumentado
sostenidamente durante las dos últimas
décadas, la tasa de empleo de 45,7%, está
bajo la tasa masculina (72,8%) y muy por
debajo del promedio de la OECD (57%)
(Ministerio del Trabajo y Previsión Social de
Chile 2009). Al indagar sobre las causas,
estudios recientes demuestran que hay un
importante porcentaje de mujeres que no
participa en el mercado del trabajo debido a
que deben realizar los “quehaceres del
hogar” (26,3%), y a que “no tiene con quien
dejar a sus hijos” (10,6%). Dos lecturas
posibles de estos datos son: Por una parte,
ellos evidencian las dificultades que aún
existen para que las mujeres logren
compatibilizar el trabajo remunerado con el
rol doméstico que tradicionalmente se les ha
impuesto y ellas han asumido (PNUD 2010).
Pero, por otra parte, esto también refleja una
muy desigual distribución del trabajo
doméstico entre los géneros en las familias
chilenas, pues el trabajo doméstico impide la
-
Mayor tasa de desempleo. Mientras la
tasa de mujeres desocupadas es de
7,5% de los hombres es de 5,3%. El
-
-
3
porcentaje de mujeres desocupadas
(trimestre
Diciembre-Enero-Febrero
2013) se encuentra 2,2 puntos
porcentuales sobre la tasa masculina
(INE 2013).
Las trayectorias laborales de las mujeres
son menos permanentes que la de los
hombres. Al comparar una misma
cohorte se observa que sólo un 32% de
las mujeres presenta una inserción
laboral de tipo permanente; otro 24% se
integra tardíamente, alrededor del 11%
se retira transitoriamente en la edad
media, otro 10% se retira prematuramente y un 21% no se incorpora al
mercado laboral (PNUD 2010).
Segregación horizontal del mercado
laboral. La participación de la mujer en el
mercado laboral suele reducirse a un
abanico acotado de ocupaciones. Es así
como las mujeres se concentran,
principalmente, en servicios comunales
(42%), establecimientos financieros
(10,6%), comercio, restoranes y hoteles
(27,3%) (INE 2010).
Mujeres, Trabajo y Sindicalismo – Claudia Cerda B. y Hernán Cuevas V.
-
-
-
Segmentación vertical del mercado
laboral. La mayoría de las mujeres
ocupan puestos de menor jerarquía y
menos calificados. En este sentido, al
observar las categorías ocupacionales, se
torna evidente que las mujeres están
sobrerrepresentadas en el personal de
servicio doméstico (96,5%), personal no
remunerado (54,7%) y se hayan
consecuentemente subrepresentadas de
otras categorías sociales, como sucede
con la de empleadores (23,7%) (PNUD
2010).
Las mujeres perciben menores ingresos.
El salario promedio de éstas es entre un
20 -30% menor al salario promedio de
los hombres, siendo mayor la brecha
entre los trabajadores con educación
superior (PNUD 2010).
Mayor informalidad en la relación
laboral. Un 21,1% de las trabajadoras
tiene un tipo de contrato basado en un
acuerdo de palabra, siendo menor el
porcentaje (17,3%) en el caso de los
trabajadores varones. Esta variable es
importante, pues sólo un contrato
formal asegura que “el trabajador está
cotizando para la seguridad social y tiene
acceso al sistema de salud en mejores
condiciones que los no cotizantes: que
tiene protección frente a los eventos de
desempleo, accidentes e invalidez; que
tiene derecho a representación a través
de sindicatos y a protección legal en caso
de infracciones al código del Trabajo;
que accede a permisos de maternidad y
salas cuna y cuenta con horarios de
trabajo regulados” (PNUD 2010:121).
calidad de vida y el ambiente que los rodea
(Central Unitaria de Trabajadores de Chile).
Pero ¿cómo se han ido incorporando la mujer
y sus reivindicaciones a la organización
sindical en Chile?
3. Mujeres y sindicatos
El aumento de la participación de la
mujer en el mercado laboral ha ido
acompañado de un aumento gradual en la
sindicalización femenina. La tasa de
sindicalización nacional de las mujeres ha ido
aumentando desde un 8,2% (el año 2002) a
un 12,1% para el año 2011, cifra que
corresponde a un 33% del total de
trabajadores sindicalizados (Dirección del
Trabajo 2011). Al analizar esta información
por sector productivo, es posible evidenciar
una
fuerte
heterogeneidad
en
la
participación de las mujeres en los sindicatos
(Díaz 2005; Rodríguez 2006). En sectores
como minería, construcción y transporte el
porcentaje de mujeres afiliadas a las
organizaciones sindicales es muy inferior en
comparación al promedio nacional. Esta
realidad contrasta fuertemente con lo que se
observa en los sectores de comercio,
enseñanza y servicios sociales y de salud en
donde la participación de mujeres supera el
50% del total de los afiliados (Dirección del
Trabajo 2011).
Sin embargo, este aumento en la
sindicalización de las mujeres no se ha visto
reflejado en la composición de los cargos
dirigenciales al interior de los sindicatos,
existiendo “una subrepresentación política
de las mujeres al interior de las organizaciones, incluso en segmentos altamente
feminizados” (Cid 2012:192; Díaz 2005,
En este contexto de discriminación y
mayor vulnerabilidad de las mujeres en el
mercado laboral, los sindicatos pueden
cumplir un rol fundamental en cuanto su
labor principal es la defensa de los derechos
de los trabajadores, representando sus
intereses para lograr el mejoramiento en su
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Mujeres, Trabajo y Sindicalismo – Claudia Cerda B. y Hernán Cuevas V.
ENCLA 20121). La Encuesta Laboral ENCLA
(2012) demuestra que en todos los puestos
directivos existe una mayor proporción de
hombres que de mujeres, siendo la diferencia
mayor para el caso de la presidencia (sólo un
18,2% son mujeres). Por el contrario el cargo
que presenta una mayor proporción de
mujeres es el de secretaria (27,8%).
Asimismo, se señala que “al considerar la
totalidad de los cargos sindicales -18.829
directores- y no sólo los tres principales
cargos, su distribución por sexo es de un
77,8% de directores vs un 22,2% de
directoras”
(ENCLA
2012:233).
Estos
resultados que indican que hay una
subrepresentación de las mujeres en los
sindicatos no son excepcionales, sino que
reflejan una característica de la estructura
social y la cultura patriarcal en Chile. El
reciente estudio “Mujer y Poder” del ICSO de
la Universidad Diego Portales sostiene que en
todos los sectores estudiados “se advierte
una pirámide de poder, donde, en la medida
que se asciende en dicha pirámide, las
mujeres ocupan porcentualmente menores
cargos que los hombres” (ICSO 2013). En
consecuencia, en los sindicatos se
reproducen
similares
dinámicas
de
desigualdad y exclusión de las mujeres, lo
cual hace menos probable la representación
de sus intereses específicos y el desarrollo de
estrategias sindicales que promuevan la
equidad de género en el ámbito laboral.
queremos recalcar que tradicionalmente el
sindicalismo se asoció a trabajadores
varones, urbanos e industriales y a una
cultura organizacional más bien machista y
marginalizadora de las mujeres. Estas
características del movimiento sindical han
obstaculizado –o al menos no han
favorecido- la inclusión plena de las mujeres
y las temáticas de género. ¿Pero qué clase de
barreras observamos en los sindicatos, y
cómo funcionan?
En primer lugar, es necesario afirmar
que hoy no hay barreras institucionales
explícitas que excluyan a las mujeres. Por lo
general existe una igualdad formal entre
todos los miembros de los sindicatos. Sin
embargo, la exclusión de las mujeres y sus
intereses persiste. ¿De qué manera ocurre
que en un marco de relaciones en las que ya
no existe formalmente la opresión de las
mujeres
sigan
éstas
estando
tan
subrepresentadas?
Cuando ya no existen barreras
institucionales explícitas, las reglas sociales
no escritas de la cultura y las organizaciones
funcionan como una efectiva e invisible
barrera –un techo de vidrio- que impide el
acceso de las mujeres a los niveles superiores
y la representación de las temáticas de
género (Cid 2012:192). Las prácticas
cotidianas que dominan en el mundo sindical
suelen ser excluyentes de las mujeres, sus
intereses y perspectivas. Por ejemplo, en lo
referido al uso del tiempo, el establecimiento
de horarios de reuniones de las
organizaciones sindicales favorece relativamente más la participación de los varones
que la de las mujeres. También los estilos de
comunicación y lenguaje usados representan
patrones culturales machistas. Por su parte,
Desde su origen, el movimiento
sindical se ha constituido como un actor
colectivo dominado por una estructura social
de clase y una cultura patriarcal. Con ello
1
Es importante aclarar al lector que la aplicación de la
encuesta ENCLA 2012 (fecha de publicación) fue realizada
durante el 2011. Para efectos de la referencia
mantendremos la fecha de publicación.
5
Mujeres, Trabajo y Sindicalismo – Claudia Cerda B. y Hernán Cuevas V.
el análisis de los contenidos de las demandas
sindicales también refleja una “concepción
que identifica a los trabajadores como un
conjunto homogéneo, con idénticos intereses
y reivindicaciones” (Díaz 2005:176). En
definitiva, vemos que los sindicatos son
espacios tradicionalmente masculinos “que
se contraponen a los comportamientos
habituales de las mujeres y que les exigen su
adaptación a esquemas que les resultan
ajenos” (Díaz 2005:176). Como consecuencia,
las mujeres encuentran mayores dificultades
para compatibilizar una activa participación y
la detención de cargos de representación
sindical con los roles que les son socialmente
asignados de madre y dueña de casa (Rangel
2005; Díaz 2005; Rodríguez 2006; Cid 2012).
De este modo, quienes detentan cargos se
refieren en ocasiones a una tercera jornada
laboral –de dirigenta- que se suma a las de
madre y dueña de casa, y de trabajadora.
infantil. Otra clase de problemáticas que
experimentan las mujeres de manera
cotidiana en el lugar de trabajo no son
incorporadas con igual importancia. Tal es el
caso de las distintas formas de acoso sexual,
“comportamiento impropio -verbal o físico –
sobre la base de atributos de género”,
estereotipación de la imagen de la mujer y su
encuadre en ciertas categorías laborales que
la limita a ciertas tareas y oficios
culturalmente asociados a lo femenino,
“exclusión de los puestos de supervisión”,
“diferencias en la estructura de pagos y
ascensos entre categorías ocupacionales
definidas como principalmente masculinas y
femeninas, exclusión femenina de los
puestos mejor remunerados, doble jornada
laboral y micro conflictos de género entre
trabajadores” (Cid 2012:196). Como vemos,
también en el mundo sindical la imagen
predominante de la mujer trabajadora sigue
siendo aquella de la mujer que es madre y
dueña
de
casa
primero,
y
sólo
secundariamente es trabajadora. En la
actualidad
ya
existen
experiencias
interesantes en el mundo sindical de
organizaciones que pueden mostrar sus
prácticas de inclusión de las mujeres.
Extender estas prácticas como parte de un
aprendizaje social valioso es un desafío para
el conjunto de las organizaciones sindicales.
En el mundo sindical aún predomina
de un discurso ciego a las diferencias de
género. “Las nuevas situaciones, problemas,
demandas y desafíos generados con la
incorporación de las mujeres al mundo del
trabajo no han sido recogidos plenamente y
en toda su magnitud por el movimiento
sindical, o dicho de otro modo, no ha sido
capaz de permearse de la problemática de la
mujer trabajadora. A menudo sus demandas
son vistas como particulares, que quedan
bajo su propia responsabilidad y no se
integran a la problemática sindical general”
(Díaz 2005:176 -177). Existe un predominio
de los temas laborales tradicionales, sin una
suficiente incorporación de los temas
específicos de género. Más aún, cuando se
logran incorporar las especificidades de la
mujer trabajadora, éstas son reducidas al rol
de madre: embarazo, lactancia y cuidado
4. Conclusión
Sólo en tiempos recientes estamos
superando la idea de que el trabajo de las
mujeres no debe ser entendido de manera
reducida, como si sólo fuera legítimo cuando
es una extensión de la procreación y la
reproducción del espacio doméstico. De
modo similar, sólo en tiempos recientes
hemos legitimado demandas laborales de las
6
Mujeres, Trabajo y Sindicalismo – Claudia Cerda B. y Hernán Cuevas V.
mujeres que van más allá de sus roles de
madres y mujeres dueñas de casa. Las
organizaciones sindicales se han ido
adaptando sólo lentamente a estos cambios,
en ocasiones más por las presiones que han
ejercido las propias mujeres que son cada vez
más en los múltiples sectores de la economía
que por cambios motivados por las propias
organizaciones.
implementar prácticas más inclusivas de las
mujeres podrá servir como un valioso
conocimiento acumulado y un modelo de
inclusión.
Junto con la incorporación y mejor
representación de las mujeres, las
organizaciones sindicales deberán enfrentar
también otros desafíos que son de magnitud.
Deberán, en primer lugar, adaptarse a una
conflictividad social ampliada y compleja, que
incluye dimensiones entrecruzadas de clase,
género,
generación,
trabajadores
inmigrantes, grupos étnico-lingüísticos, entre
otros. Así, como ocurre hoy con las diferentes
categorías de mujeres trabajadoras, esta
interseccionalidad de los conflictos y las
identidades sociales de los actores laborales
confrontará a los sindicatos en la inmediatez
con la necesidad de representar a las muy
diferentes categorías de trabajadoras y
trabajadores: trabajadores con capacidades
diferentes,
trabajadores
inmigrantes,
trabajadores de minorías étnicas, entre otras.
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Disponible
en:
http://www.dt.gob.cl/documentacion/1612/
w3-propertyvalue-76577.html
La capacidad que han demostrado
algunas
organizaciones
sindicales
en
representar a las mujeres y sus intereses
constituye un aprendizaje social valioso que
debe ser aquilatado como una lección a ser
replicada para incluir a todas aquellas
categorías excluidas de trabajadores que no
coinciden con la imagen dominante del
trabajador masculino, urbano, industrial,
único proveedor del hogar, chileno, etc. Así,
la experiencia de aquellas organizaciones
sindicales que han sido exitosas en
- Encuesta Laboral (ENCLA), Encla 2011.
Informe de resultados. Séptima Encuesta
Laboral, Gobiemo de Chile, 2012. Disponible
en:
http://www.dt.gob.cl/documentacion/1612/
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