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Art culo Chakana y Cuaternidad C Rodway

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CHAKANA: UNA EXPLORACIÓN DE LA CUATERNIDAD PRECOLOMBINA
Christian Rodway
“La cruz es el más totalizante de los símbolos”
Jean Chevalier, “Diccionario de Símbolos”
“La economía es el gran motor en el avance de
los pueblos, pero es la religión la que al final los
organiza con la magia de los símbolos”
Carlos Milla Villena, “Génesis de la Cultura
Andina”
INTRODUCCIÓN
Iniciaremos este artículo preguntando al lector ¿Cuántos cuadrados ve en esta
imagen?
Fig. 1
En términos cuantitativos son 6, en términos simbólicos son 7. Este sencillo
ejemplo permite distinguir claramente los dos tipos de pensamiento a los que Jung se
refirió en “Símbolos de Transformación”: uno “dirigido” y otro “fantaseado”, ambos
importantes y útiles en sus propios dominios, pero que en el actual paradigma se
encuentran desbalanceados. Nuestra conciencia se haya polarizada hacia lo racional, con
su lógica de opuestos excluyentes. Nos ha llevado al desarrollo tecnológico, en desmedro
del otro aspecto, más imaginativo, más simbólico. En general, los pueblos cuyo acento
era cuantitativo desarrollaron ciencia e ingeniería. Los pueblos cuyo énfasis estaba puesto
en aspectos más cualitativos, desarrollaron mitologías y religiones muy complejas, no
obstante su “atraso” material. Sin embargo, hubo pueblos que lograron una conjunción de
ambos aspectos y llegaron a un alto nivel de civilización, como egipcios, mayas e incas.
En el ejemplo inicial, la clave para acceder desde la dimensión cuantitativa del “6”
a la dimensión cualitativa del “7” es el cuadrado central. Este elemento pertenece tanto al
1
conjunto horizontal como al conjunto vertical, “al mismo tiempo y en el mismo espacio”.
Esto es lo que entenderemos por simbólico: aquello que reúne aspectos opuestos
(horizontal-vertical) y con ello crea puentes para una totalidad (conjunción que crea la cruz
completa). Según sea la necesidad, el desafío o el estado del sistema completo, el
elemento central se desarrollará como uno u otro.
ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LA CRUZ
Antes de entrar en nuestra historia, debemos referirnos a las particularidades del
símbolo de la cruz. Su presencia universal es un tema suficientemente desarrollado por
otros autores, por lo que no entraremos en ello. En términos de simbología, la cruz nace
en el seno de otro símbolo: el círculo, representación universal de totalidad (figura 2a):
Fig. 2
En “Simbología del espíritu”, Jung escribe que “La perfección ideal es lo redondo,
pero su división mínima natural es la tétrada” (1996, s/p). La cruz nace como un intento de
“ordenar” la experiencia de totalidad, quizás en el momento en que nuestros primeros
ancestros intentaron orientarse en el vasto paisaje pre-humano. El círculo no permite la
orientación. La cruz sí lo permite. Con ella nacen conceptos como “dirección”, “dualidad”,
“cuaternidad”, “parte”, “conjunto”, “límite”, “balance”. Permite establecer conocimiento
acerca de la totalidad (figura 2b).
Nos interesarán tres de esos conceptos: “dualidad”, “balance” y “cuaternidad”. La
dualidad queda expresada en los dos diámetros que funcionan como principios opuestos
y complementarios, que las distintas tradiciones asociaron a pares como cielo-tierra,
masculino-femenino, activo-pasivo. El balance queda expresado en la igual longitud de
esos diámetros. Reservamos la cuaternidad para más adelante en el artículo.
La dualidad y el balance (su mayor o menor presencia) conforman las distintas
estructuras cruciformes. Por ejemplo, la figura 2c, si bien sus brazos no son iguales,
posee un mayor balance que la figura 2d, además de encontrarse inserta en una figura de
alto contenido simbólico como es el área de encuentro de los círculos, llamada mandorla
o vesica piscis. La figura 2d, que transgrede el principio de balance, se acerca al símbolo
tradicional del cristianismo y representa algunas de sus sombras más potentes: la
2
supremacía de un principio sobre otro (cielo sobre tierra, masculino sobre femenino,
activo sobre pasivo/contemplativo).
ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DEL SELF
En el pensamiento junguiano, la experiencia psicológica de la totalidad
corresponde al arquetipo del Self. En sus escritos, Jung asocia este arquetipo con Jesús,
Buda y Krishna para las culturas europeas y asiáticas. En nuestra América Latina, solo
podemos conjeturar que sus símiles serían deidades y héroes como Quetzalcoatl y
Viracocha (todos ellos portadores de cruces en mucha de su iconografía). Habría una
razón mitológica por la que ellos “cargan” con este potente contenido arquetípico, ya que
encarnan diversas fuerzas humanas puestas en conflicto en sus historias, muchas de
ellas paradójicas y contradictorias.
Sin embargo, esta categoría antropomórfica de símbolo del Self es solo una dentro
de una manifestación rica y variada. En “El Mito del Sentido en la Obra de C.G. Jung",
Aniela Jaffé escribe:
“El aspecto eterno del Self se concreta en la imaginería del inconsciente mediante
símbolos impersonales: figuras geométricas o estereométricas (triángulo, cuadrado, círculo, cubo,
esfera, etc.), números o grupos de números, luz y fenómenos cósmicos, objetos sagrados, y
también mediante abstracciones (lo incognoscible). El aspecto individual único está representado
en cambio por figuras sublimes, incluso divinas, del mismo sexo con rasgos bastante definidos, y
con menor frecuencia mediante una voz interior. No es necesario decir que esto no constituye una
regla invariable y que existen combinaciones o superposiciones de uno y otro grupo” (1995, p.
175).
Esto hace referencia a un tema propio de muchas tradiciones espirituales: la
mediación entre los opuestos simbólicos de lo personal y lo impersonal, lo individual y lo
colectivo.
Otra dimensión del Self que será muy útil en nuestra exploración es su cualidad
trans-individual, propuesta por Carlos Byington y que hace referencia a la fractalidad con
que se conectan aspectos colectivos e individuales del Self, como capas que conectan al
individuo con el cosmos, y que podemos resumir en la siguiente figura:
Fig. 3
3
El Self trans-individual es un concepto emparentado con el Ánima Mundi de los
alquimistas, el Alma Grupal teosófica, la Teoría Gaia en la ecología y la Teoría de Campo
Unificado de la física moderna. De esta condición fractálica del Self destacamos el
concepto de Self cultural por su relación estrecha con el concepto de “cosmovisión” como
paradigma de totalidad (similar al Atman, al Ser de Heidegger y Parménides, al Tao o al
Zen).
ESTRELLAS Y CIELOS DIFERENTES
Cuando los conquistadores españoles cruzaron el Atlántico y llegaron al
Hemisferio sur, contemplaron un firmamento muy diferente al que estaban
acostumbrados. Sus marinos y astrónomos efectuaban cálculos basados en un cielo que
giraba en torno a una estrella solitaria: la estrella Polaris. Veían esto:
Fig. 4
Al estar muy cercana al eje de rotación de la Tierra, todas las estrellas y
constelaciones parecen girar a su alrededor, además de que se sitúa en la posición del
Norte celeste. Se la denomina “Estrella Polar”. Pedimos al lector que piense un momento
en la connotación simbólica y, por lo tanto, psicológica de esto (Marie Louise von Franz ya
había intuido el impacto psicológico del paisaje en el ser humano, tal como menciona en
una entrevista filmada en 1982 y disponible en Youtube). En “El Libro de los Símbolos”
leemos:
“Evocadora del centro magnético y de su capacidad para ordenar y sintetizar, la Estrella
Polar, conocida en Egipto como <<ese lugar>> y <<la megalópolis>>, era vista como el nodo del
universo, el centro de su regulación y la sede del dios superior que preside el circuito cósmico de
las estrellas. En una soledad inmóvil en medio de los cielos o en el centro de un mandala, la
estrella Polar representaba en la cultura china la quietud del emperador rodeado de su brillante
corte” (2011, p.18).
Estas descripciones resuenan con las características del Zeus grecorromano y del
Yahvé del Viejo Testamento, dioses rectores absolutos con una mayor proporción de
Logos que de Eros. Y aún cuando esta proporción cambia en la figura de Jesús, la
posición absoluta y central se mantiene, con abundante iconografía que lo muestra como
rey del universo, junto a su sacrificio cruciforme y salvador, aglutinador de hombres.
4
Tenemos entonces UNA estrella manifiesta, cuya fuerza atrae y rige el devenir de
todas las otras ¿No es acaso una notable representación arquetípica de las culturas del
hemisferio norte? Podríamos decir que hay un correlato potente entre su modo de ser, “de
tendencia absoluta y expansiva”, y esta estrella solitaria. Una manera dominante y
homogeneizadora de percibir y relacionarse con la totalidad, que buscó imponerse en
todos los rincones del planeta adonde llegó. El hemisferio norte es el hogar por excelencia
de los grandes imperios centralizados y conquistadores.
Cuando Hernando de Magallanes y Vasco de Gama cruzaron el ecuador y
exploraron el hemisferio sur, poco después del descubrimiento de América, al levantar la
vista observaron esto:
Fig. 5
Es la constelación de la Cruz del Sur. Piense el lector en el impacto simbólico de
semejante configuración de estrellas sobre la Fe (o energía psíquica) de estos
aventureros. Era una suerte de confirmación divina de la misión que se habían impuesto:
unificar los nuevos territorios y pueblos bajo un solo Dios, un solo lenguaje, una sola
corona. Al efectuar las observaciones astronómicas correspondientes, se notará que las
estrellas del hemisferio sur tienden a rotar sobre un punto vacío y oscuro del firmamento,
y que la Cruz del Sur apunta hacia él con su extremo más largo. En términos
astronómicos, la “estrella polar” del hemisferio sur es una región oscura del cielo, y este
grupo de cuatro estrellas es su “representante”. Pensemos ahora en las connotaciones
simbólicas: un dios oculto e invisible, inmanifestado, que es indicado o “representado” por
un grupo cruciforme de estrellas.
Es aquí donde introduciremos el concepto de cuaternidad, fundamentada en el
simbolismo del número cuatro. No todo grupo de cuatro cosas o características constituye
una cuaternidad. A similitud del concepto pitagórico de tetraktys, supone la presencia
implícita de la Unidad. En su correspondencia con Wolfgang Pauli, Jung escribe:
“La representación del Inconsciente Colectivo consiste por regla general en el denominado
Quaternium, según la expresión medieval, esto es, en la emanación o irradiación cuádruple,
designada por un filósofo medieval como el exterius del núcleo. Una analogía biológica sería la
estructura funcional de una colonia de termitas, la cual posee únicamente órganos ejecutores
5
inconscientes, mientras el centro, al cual están vinculadas todas las funciones de las partes, es
invisible y no puede ser demostrado empíricamente" (1996, p.33)
Ejemplos de cuaternidades tradicionales son:
Fig. 6
La cuaternidad supone un orden implícito y dinámico, pues sus cuatro objetos
constituyentes poseen relaciones internas de alguna clase, simbolizadas por las
diagonales del cuadrado que forman, como pares de opuestos complementarios. El
retorno o emergencia de la unidad ocurre en el cruce de esas diagonales (conocido como
“quinto elemento”, que muchas veces no se representa, y que en lo junguiano
correspondería a la Función Trascendente, y también al Axis Mundi).
CUATERNIDAD Y BALANCE: CHAKANA
Este concepto parece ser casi innato entre nuestros pueblos originarios, más allá
de que la Sudamérica precolombina estuviera gobernada por un imperio central andino
que se extendía desde Colombia hasta la mitad del territorio chileno, el denominado
Impero Inca. Mientras avanzaban por nuestra tierra, las expediciones europeas
encontraron la presencia del símbolo cruciforme en muchísimas regiones, formando parte
de la ritualidad, la arquitectura y la mitología de los distintos pueblos. En su artículo “La
Cruz: símbolo americano, símbolo universal”, Javier Mercado menciona que:
“Los religiosos llegados de Europa entre los siglos XVI y XVII se esforzaron de forma
vehemente por demostrar que las cruces americanas eran fruto de oscuros y antiguos viajes de
santos cristianos que vinieron a predicar. En su afán por demostrar una predicación evangélica
precolombina incluso llegaron a encontrar los sepulcros de estos viajeros; fruto de estos esfuerzos,
por ejemplo, es que san Bartolomé sea el apóstol del Perú. Tal vez mucho tenga que ver con esto
el hecho de que Viracocha era generalmente representado con una cruz en la mano. Ahora bien,
como dice Quiroga, el conquistador no vio, ni pudo ver en aquélla, una combinación geométrica
simbólica, sino el signo sacrosanto de su fe, es decir, que la presencia de la cruz en América no
fue tenida más que como un epifenómeno de la cruz imperial de la Iglesia” (2015, p.74).
6
La iconografía cruciforme era muy amplia, y la ceguera y la codicia del
conquistador no permitieron su comprensión profunda. Veamos algunos ejemplos:
Fig. 7
Hay una gran diferencia con la cruz cristiana: la cruz sudamericana está
balanceada. Además, en algunos casos integra lo circular en su diseño. Como veremos
más adelante, esto no es solo una característica estética. Esta “crux cuadrata” es el
símbolo conocido como Chakana. Es la representación geométrica del concepto de
cuaternidad entre los andinos. Si bien existen múltiples interpretaciones asociadas a su
forma (estructura del cosmos, calendario agrícola y sagrado, etc.), su estructura básica
alude a la conjunción de cuatro aspectos que se complementan en el quinto elemento
circular. Su forma escalonada también alude al significado de la palabra chakana, cuya
traducción se acerca a “puente hacia lo superior”. En este punto, el lector podría
preguntarse por la relación entre la Chakana (cuaternidad arquetípica) y la constelación
de la Cruz del Sur, sobre todo porque ésta es, a simple vista, una cruz desbalanceada.
Pues existe una relación profunda, revelada por los trabajos del astrónomo y arquitecto
peruano Carlos Milla Villena. Los sacerdotes astrónomos incaicos, mediante el uso de
“espejos de agua” en rocas, notaron que existe una relación muy específica y particular
entre el eje más corto y el eje más largo de la Cruz del Sur. Están en la misma proporción
que el lado y la diagonal de un cuadrado:
Fig. 8
7
La raíz cuadrada de 2 es el primero de los números llamados irracionales (que no
pueden ser expresados como una razón, y que son infinitos no periódicos). Por lo tanto,
un símbolo cruciforme será representación de la cuaternidad (y, por lo tanto, de la unidad
no visible) si está balanceado (como la Chakana y la abundante iconografía presente en
las distintas culturas originarias), o si su lado y su diagonal están en la proporción sagrada
(como en la Cruz del Sur):
Fig. 9
Así como en occidente la proporción arquetípica de belleza está contenida en el
famoso rectángulo áureo griego, y es la que predomina en nuestro inconsciente, el mundo
andino desarrolló una proporción de belleza propia, basada en la raíz cuadrada de 2.
Añadiremos que la forma escalonada arquetípica contiene y permite calcular el número
más hermético de todos: PI.
LA CHAKANA MANIFESTADA EN LA TIERRA
A diferencia del hemisferio norte donde hay UNA, acá hay CUATRO estrellas
manifiestas. Su conjunción “representa” al centro oscuro, que mantiene y coordina el
devenir del Cosmos, así como una tendencia hacia lo colectivo más que hacia lo
individual. Nos enfocaremos especialmente en la civilización incaica, cuyo origen mítico
ya contiene el concepto de cuaternidad. Una versión recogida por el cronista Cieza de
León menciona que “Pachacamac, después del diluvio, repobló la tierra, enviando cuatro
estrellas, 2 machos y dos hembras, y de una pareja nacieron los nobles y reyes, y de la
otra la gente común” (Oltra, 1977, p. 179). En la versión de “los hermanos Ayar”, cuatro
parejas de dioses civilizadores, emergieron del cerro Tamputoco, e iniciaron un viaje en el
que solo sobrevivió Manco Capac, quien fundó la ciudad de Qosqo , “el ombligo del
mundo”. De ella emanaban los cuatro Suyos, que dan nombre al imperio del
Tahuantinsuyu o “las cuatro regiones”, que eran tanto las cuatro divisiones políticas, como
las coordenadas de una geografía sagrada “en torno a la cual se organiza su vida en el
mundo […] permite la irrupción de lo divino (a través del símbolo) en el mundo” (Mercado,
2015, p. 81).
8
La necesidad de establecer un cosmos sustentable sobre el caos primordial es
arquetípica. Y este cosmos, en el caso precolombino, era incluyente: todos debían estar
incluidos, cada uno ocupando el lugar que le corresponde. Esto se reflejó, por ejemplo, en
las políticas de administración de los territorios del imperio, basadas en el intercambio y el
sincretismo, más que en la subyugación militar. De aquí emanaba un principio
fundamental en las relaciones de todo tipo, el valor supremo llamado Ayni, o principio de
reciprocidad que imitaba la generosidad de la Pachamama, y que buscaba el bienestar de
todos los miembros de la comunidad. Algo diametralmente opuesto a lo que en nuestra
economía conocemos como el Óptimo de Pareto, una de cuyas formulaciones requiere
que para que uno gane, otro tiene que perder. El Ayni era una encarnación andina de
ciertos aspectos del arquetipo de Alteridad, y estaba relacionado con uno de los símbolos
más bellos asociados a la Cuaternidad:
Fig. 10
Los brazos cruzados hacían referencia a las diagonales del cuadrado (Fig. 6) o
símbolo del cuaternio, es decir, a la complementación de opuestos. El cuaternio, símbolo
estructurador del cosmos por excelencia, y su versión celeste (la Cruz del Sur) debía
también ser replicado en la Tierra o la Materia, razón por la que toda la arquitectura
precolombina cuadrangular (no solo del período incaico) está orientada
astronómicamente. Esta foto aérea corresponde a ruinas descubiertas por Carlos Milla
Villena en Salinas de Chao, en el norte peruano:
Fig. 11
9
DOS CARAS DE UNA MISMA MONEDA
Ya sea la ceguera o el “mandato de la Fe” (o de la estrella solitaria), lo cierto es
que los exploradores y conquistadores europeos no vieron la riqueza simbólica y cultural
de los pueblos que encontraron. A pesar de que los astrónomos de una y otra civilización
contemplaban la misma constelación, las implicancias simbólicas eran absolutamente
diferentes.
Fig. 12
Donde la civilización andina veía un símbolo de confluencia, de cruce y encuentro,
de “indicación del camino hacia el dios oculto” que ordena el Cosmos (orden que además
debía ser replicado en la Tierra), los españoles veían un símbolo de sacrificio, dolor y
redención. Premunidos de la cruz y las armas, sometieron a los pueblos precolombinos
apelando a la cruz y las profecías, aprovechando el estado de decadencia y guerra civil
del imperio incaico, destruyendo su cultura, y reemplazándola por la visión
homogeneizadora de la cosmovisión del hemisferio norte.
Así, un Self cultural dominó a otro, enviándolo a los reinos de la sombra planetaria,
y donde los ganadores escribieron la “historia oficial”. Solo 500 años después surgen
visiones que intentan re-interpretar nuestra herencia simbólica.
ALQUIMIA DEL NORTE, ALQUIMIA DEL SUR
Así tenemos dos cosmovisiones muy diferentes, cuyos símbolos principales
pueden verse en el firmamento que domina cada cultura: la unitaria absolutista y
expansiva del norte, y la cuaternaria, comunitaria e inclusiva del hemisferio sur. Ambos
con sus luces y sus sombras. Observemos ahora estas imágenes. Se trata de imágenes
clásicas de la Alquimia europea:
10
Fig. 13
Vemos claramente la tendencia hacia la Unidad, hacia lo superior (¿recuerdan la
estrella Polaris?). Incluso la clásica definición de alquimia propuesta por Bernardo Nante:
“la alquimia es el arte de la transmutación de la materia que tiene el propósito de redimir
al cosmos y al hombre de su corruptibilidad” (2008, p.18) tiene ecos del mandato de la
estrella solitaria. En las imágenes anteriores, la multiplicidad de las cosas manifestadas se
agrupan en pares de opuestos, que tienden a la unidad en lo superior. Desde cierto punto
de vista, se trata de alquimia “ascensional”, de espiritualización de la materia. Observe
ahora el lector la siguiente figura:
Fig. 14
11
Este es el dibujo que el cronista peruano Santa Cruz Pachacuti hizo de la lámina
de oro que se supone presidía el altar mayor del templo principal de Qosqo, llamado
Qoricancha, posteriormente destruido por los conquistadores españoles. Tenía, por lo
tanto, un alto valor religioso y ritual. En la cima de la figura se observa no la Cruz del Sur,
sino una cuaternidad balanceada, con una estrella central. Se trataría de una suerte de
totalidad indiferenciada, o ideal, contenedora de todo. Una suerte de “tao” andino.
De la Chakana o cuaternidad invisible nacen, efectivamente, los tres mundos, que
están representados debajo de ella, y también en la trinidad primordial divinidad solardivinidad lunar (que constituyen a su vez una dualidad) y divinidad estrella (que también
puede considerarse una dualidad, en sus aspectos lucero de la mañana y del atardecer).
Estas fuerzas divinas se plasman en el lugar más bajo de este primer nivel (que, a su vez,
es el nivel más alto del nivel siguiente): el firmamento, a través del símbolo explícito de la
Cruz del Sur (bajo la columna de los tres mundos). A su vez, en un proceso de fractalidad,
la Cruz del Sur es la cima del mundo siguiente, terrestre, que se plasma en los cuatro
elementos y las múltiples dualidades que conforman el plano material, con la pareja
humana como Axis Mundi. Y en la parte más inferior (bajo la pareja), se ve la colección de
nudos Quipús que se supone eran usados para contar, pero que, simbólicamente, podrían
corresponder a la Grilla o Red que conforma y sostiene la Materia en su intimidad. Si se
observa más detenidamente, esta grilla cuadrada es la repetición indefinida de la
cuaternidad que compone los elementos que forman el cosmos.
Esta configuración existe también en el grabado alquímico llamado “La Fuente de
Mercurio”, con el que empieza el Rosarium Philosophorum, tratado en el que se basó
Jung para estudiar el fenómeno de la transferencia:
Fig. 15
Refiriéndose a esta lámina, en “La Psicología de la Transferencia”, Jung escribe:
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“Esta imagen nos lleva directamente al centro de la simbólica alquimista e intenta la
representación del fundamento arcano de la Obra. Es una cuaternidad cuadrada, configurada por
las cuatro estrellas en los cuatro ángulos. Son los cuatro elementos. Arriba, en el centro, se
encuentra la quinta estrella, que representa el quinto ser, la unificación de las cuatro, la quinta
essentia. La pila que se halla debajo es el vas hermeticum, en el que se opera la transformación”
(1983, p.67).
De la “fuente misteriosa” (apelativo que Lao Tsé también daba al Tao) fluye la
energía del mundo superior al inferior y viceversa.
A la característica de transformación ascensional de la Alquimia occidental
podemos contraponer la característica de transformación simétrica, de reflejo de un plano
en el otro en la tradición andina. Se puede apreciar como hay un descenso desde lo
abstracto/espiritual hacia lo material, en una progresión que abarca en su descenso
creativo a todo el cosmos. La matriz o patrón estructural es marcadamente cuaternaria.
¿Habrá existido entre los incas algún Arte/Ciencia equivalente a la Alquimia? Por
de pronto, podríamos aventurar que no se trataba de un Arte ligado a la Metalurgia, sino
de uno ligado a la Agricultura. El notable trabajo del etnólogo Juan Núñez del Prado
puede dar alguna pista. La cosmovisión andina consideraba que todo ser humano poseía
un Inkamuju o “semilla de inca”, cuyo propósito y función era germinar y desarrollarse
naturalmente en un entorno rodeado y constituido por Kausay, concepto equiparable a
energía viviente. Para ello, esta semilla y esta energía debían entrar en contacto. El
adentro y el afuera debían ponerse en contacto, y refinarse mutuamente, tomando
energía pesada y transformándola en energía fina, a través del Ayni, conformando un
proceso psicológico y espiritual propio del ser andino, un modelo de individuación incaica.
Si pedimos al lector algo de imaginación, podemos ver que la geometría “oculta”
tras la representación de la cosmovisión andina es una cuaternidad en 3D:
Fig. 16
13
La forma arquetípica que emerge es uno de los cinco sólidos platónicos, llamado el
Octaedro:
Fig. 17
Esta es una de las formas más importantes en la geometría arquetípica, ya que
está formada por triángulos equiláteros en todas sus caras (símbolo de unidad) y contiene
y está contenida en una esfera (símbolo de totalidad). Es la forma geométrica que
fundamenta las construcciones piramidales de la antigüedad. Para quienes se hayan
aventurado más allá del capítulo 13 de “Aión”, esta figura es muy conocida. Jung encontró
en ella el símbolo perfecto para resumir su propio pensamiento. Se asocia al elemento
aire, y establece una relación entre lo de “arriba” y lo de “abajo”. Pero sobre todo
simboliza el proceso de individuación del Self, desde su fase indiferenciada en la cúspide
(un vértice); pasando por su fragmentación en una cuaternidad (cuatro vértices); y cuando
ésta encuentra su equilibrio: su re-integración, esta vez como Self diferenciado
(nuevamente un vértice). A este proceso Jung lo llamó Phylokrinesis. Observemos ahora
la siguiente figura, incluida en una carta de Jung al reverendo Victor White y que resume
los diagramas incluidos en “Aión”:
Fig. 18
14
Con una intuición muy profunda, Jung trabajó con este símbolo tridimensional para
ejemplificar las tesis acerca del proceso de encarnación del Self en el hombre, del paso
de un Self indiferenciado a uno diferenciado. Cada octaedro (que Jung denomina
erróneamente como cuaternio) representa un estado de ese viaje. El primero es
denominado “cuaternio del anthropos” y representa la estructura del self inconsciente, que
en su primer descenso debe integrar el “cuaternio de la sombra” (instintivo) para llegar a
la existencia y hacer nacer la conciencia y la naturaleza, representados en el tercer
cuaternio o “del paraíso” hasta llegar a una nueva totalidad, ahora encarnada, graficada
en el cuaternio inferior o “del lapis”. La estructura presentada por Jung para el proceso de
“encarnación” (cuyas fuentes son gnósticas y alquímicas) guarda estrecha similitud con la
estructura del cosmos graficada en la plancha de Santa Cruz Pachacuti ¿será un
testimonio de la profundidad que Jung alcanzó en la exploración de las raíces
arquetípicas? Quedan pocas dudas al respecto. Jung no solo intuyó la estructura
octaédrica, sino que la trabajó geométricamente y estableció finalmente un símbolo
cuaternario para integrar todo el proceso anterior, que denominó la “fórmula de realización
del Self”, donde cuatro grandes procesos (A,B,C,D) fractálicos se van transformando unos
en otros, mediante sucesivas solve et coagula, hasta alcanzar la totalidad, cosa que
también está simbolizada en la Chakana como símbolo de la cuaternidad:
Fig. 19
No sabemos si alguna vez pasó por las manos de Jung el símbolo explícito de la
Chakana en sus exhaustivos estudios acerca de la Cuaternidad y los Mandalas, pero,
ciertamente, lo intuyó y, nos atrevemos a decir, lo “experimentó”. Observemos esta
imagen:
15
Fig. 20
Se trata del cubo de piedra de Bollingen esculpido por el propio Jung en su vejez.
En él se aprecia claramente no solo la forma cuaternaria, sino que la conjunción explícita
entre dos chakanas, una solar y otra lunar. Y ambas nacen de ese dios oscuro y
paradójico llamado Telésforos, que podríamos asimilar al dios celeste misterioso
alrededor del cual giraba el cielo del hemisferio sur.
A MANERA DE CONCLUSIÓN
En este apretado viaje hemos intentado establecer puentes simbólicos entre una
cosmovisión distante en tiempo y espacio, y los descubrimientos de uno de los más
grandes investigadores del siglo XX en el misterio del alma humana. Estos puentes no
son causales, sino más bien un nexo de sentido (utilizando los conceptos que el propio
Jung acuñó con respecto a la Sincronicidad), porque el sentido es nuestra variable en
crisis. Es la subjetividad del sentido lo que permite conectarse con símbolos emanados de
culturas ya desaparecidas, pero cuya experiencia no puede desecharse, especialmente
en nuestro continente. La época actual es de disgregación, y está resultando muy difícil
integrar los pedazos esparcidos (espirituales, psicológicos, sociales, culturales, políticos,
económicos, etc.) En términos de simbolismo geométrico, estamos en la dura lucha por
establecer una cuaternidad en medio de la oscuridad. Solo después de ese gran logro
podremos aspirar a la emergencia de un nuevo Self cultural o una nueva cosmovisión
integradora. Nos hayamos tensionados por las fuerzas de dos self culturales históricos,
donde uno es aún dominante y el otro lucha por salir de la sombra…
Si bien no hemos hecho el esfuerzo de establecer relaciones de causalidad entre
los hechos que hemos presentado acá, la teoría del Inconsciente Colectivo se hace muy
visible detrás de las imágenes simbólicas y naturales que hemos mostrado. La conjunción
del pensamiento de Jung y la cosmovisión precolombina parece alertar acerca del potente
trasfondo arquetípico que se oculta en nuestro continente, cuyas expresiones fueron, en
muchos casos, devastadas por el conquistador primero y por las ideologías después. En
esta época de crisis y (esperamos) renovación, en donde cambian los ejes de poder entre
occidente y oriente, Sudamérica puede erigirse como una alternativa espiritual y cultural,
una tercera vía de integración y conjunción más que de conquista, si presta atención a su
16
pasado muchas veces doloroso. Como Jung escribió en su "Comentario Psicológico al
Libro Tibetano de la Gran Liberación": “La tendencia extravertida de occidente y la
tendencia introvertida de oriente comparten un importante objetivo en común; ambas se
empeñan desesperadamente por triunfar sobre la naturalidad de la vida. Se trata del
triunfo del espíritu sobre la materia, del opus contra naturam, un síntoma de la juventud
del ser humano, el cual siempre se ha gloriado de hacer uso de la más poderosa de las
armas que ha creado la naturaleza: la mente consciente. El mediodía de la humanidad,
situado aún en un futuro lejano, puede muy bien traer otro ideal consigo. Con el tiempo,
es muy posible que nadie vuelva a soñar con conquistas” (2016, p. 165).
ABSTRACT
Se pretende explorar las relaciones simbólicas, de sentido, de la cruz en la cultura
precolombina y su relación con el concepto de cuaternidad acuñado por Jung para
estudiar la estructura del arquetipo de totalidad.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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JUNG, C.G. (2008). Aión, Contribución a los Simbolismos del Si Mismo. Buenos Aires:
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MILLA VILLENA, C. (1986). Génesis de la Cultura Andina. Lima: CISA.
NANTE, B. (2008). El Arte que Requiere de Todo el Hombre. En Revista El Hilo de
Ariadna, N° 5. Buenos Aires: El Hilo de Ariadna.
OLTRA, E. (1977). Paideia Precolombina. Buenos Aires: Ediciones Castañeda.
IDENTIFICACIÓN DEL AUTOR
Nombre: Christian Rodway
Socio Colaborador S.C.P.A.
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