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PRESENTACIÓN D E ETNIA,
ESTADO Y NACIÓN
ENRIQUE FLORESCANO
Los editores de F O R O I N T E R N A C I O N A L queremos dejar constancia de nuestro
agradecimiento a Enrique Florescano por habernos permitido publicar la presentación de su libro Etnia, Estado y nación. Esta presentación abre el presente número
en el que se analiza el conflicto que estalló en el estado de Chiapas en enero de
1994, visto particularmente a la luz de su impacto en la prensa internacional.
C O M O L O D I G O E N E L P R Ó L O G O , E S T E L I B R O es obra de la perplejidad.
N a c i ó de la sorpresa que me causó no encontrar una explicación satisfactoria de las causas que motivaron el estallido del movimiento zapatista en
enero de 1994.
Advertí entonces que si bien los políticos de diversos partidos ignoraban la realidad agobiante de los grupos indígenas, no era menos cierto que
los antropólogos e historiadores incurrían, salvo notables excepciones, en
interpretaciones desafortunadas del proceso que condujo a la situación
actual. Estas circunstancias me llevaron a revisar las relaciones que desde
los orígenes de nuestra historia ligaron el destino del país con las poblaciones autóctonas. Entre los sujetos que parecían representativos de
esas relaciones seleccioné tres actores. E n primer lugar, las etnias nativas
que poblaron el territorio mesoamericano. Pero en contraste con otros
análisis, considero aquí el desenvolvimiento histórico de sus organizaciones políticas, lo que significa una perspectiva nueva en este género de
estudios.
E n nuestro país, la identidad étnica les dio c o h e s i ó n a las primeras
sociedades humanas; durante miles de años el grupo étnico fue el núcleo
alrededor del cual se formaron las aldeas, los reinos, las confederaciones
de pueblos y los primeros estados.
El segundo actor de este relato es la institución estatal, que Norberto
Bobbio ha definido como "un ordenamiento jurídico que tiene como finalidad general ejercer el poder soberano sobre un determinado territorio y al que están surbordinados de manera necesaria los individuos que
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le pertenecen". Esta o r g a n i z a c i ó n política a p a r e c i ó en fechas tempranas
en M e s o a m é r i c a , y desde entonces mantuvo relaciones tensas con los distintos grupos é t n i c o s que incluyó en su j u r i s d i c c i ó n . A l o c u r r i r la invasión
e s p a ñ o l a e implantarse u n Estado colonial de t r a d i c i ó n europea, las tensiones entre las etnias nativas y el Estado se transformaron en oposiciones profundas, que d e s p u é s se recrudecieron con la c r e a c i ó n del Estado
nacional.
La n a c i ó n es el tercer personaje cuyo desarrollo se vincula con el
de los dos anteriores. Como sabemos, n a c i ó n no es sólo la comunidad de
individuos unidos p o r tradiciones y u n pasado c o m ú n . Ernest Gellner ha
subrayado que u n g r u p o humano se constituye como n a c i ó n cuando sus
miembros "se reconocen mutua y firmemente ciertos deberes y derechos
en v i r t u d de su c o m ú n calidad de miembros. Es ese reconocimiento del
p r ó j i m o como i n d i v i d u o de su clase lo que los convierte en n a c i ó n [...] no
los d e m á s atributos comunes, cualesquiera que puedan ser".
De esta d e f i n i c i ó n se desprende que "la nacionalidad no es una característica innata, sino el resultado de u n proceso de aprendizaje social y de
f o r m a c i ó n de h á b i t o s " . De a h í que se diga, asimismo, que "el nacionalismo (es decir, el deseo de formar o sostener u n Estado nacional), ha sido
anterior, muchas veces, al surgimiento de la n a c i ó n " .
La a m b i c i ó n de crear una n a c i ó n de ciudadanos regidos por leyes iguales, unidos p o r valores comunes y animados p o r el p r o p ó s i t o de crear u n
Estado soberano, fue una a s p i r a c i ó n obsesiva de los políticos mexicanos a
lo largo del siglo X I X . La lucha contra el d o m i n i o colonial en las postrimerías del siglo X V I I I y durante la guerra de Independencia, y m á s tarde los
sentimientos de f r u s t r a c i ó n que p r o v o c ó la guerra con los Estados Unidos
de A m é r i c a , redoblaron el anhelo de constituir la n a c i ó n . Bajo esa compulsión n a c i ó lo que Benedict Anderson ha llamado una "comunidad imaginada", u n tejido de símbolos, emblemas, i m á g e n e s , discursos, principios, memorias, valores y sentimientos p a t r i ó t i c o s que enunciaban que los
pobladores del país, con todas sus disparidades, estaban unidos por ideales semejantes, c o m p a r t í a n u n territorio, t e n í a n u n pasado c o m ú n y veneraban emblemas y s í m b o l o s que los identificaban como mexicanos.
En el siglo actual p e r s i s t i ó el atractivo de las políticas que contribuyeron a formar el Estado nacional. Q u i z á p o r esa r a z ó n los estudiosos del
nacionalismo sólo repararon en sus aspectos positivos. Sin embargo, desde la segunda m i t a d del siglo X I X , el nacionalismo proclamado en las esferas del gobierno y en las instituciones del Estado a d q u i r i ó un cariz intolerante y represivo. Las clases dirigentes, al hacer suyo el modelo europeo
de n a c i ó n , demandaron que las etnias, las comunidades y los grupos tradicionales que coexistían en el país, se ajustaran a ese arquetipo. Así, cuan-
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d o los i n d í g e n a s o los campesinos no se avinieron a esas demandas, el
gobierno d e s c a r g ó todo el peso del Estado sobre ellos y llegó al extremo
de aniquilar a los pueblos que opusieron resistencia al proyecto centralista. Esta política intolerante e s c i n d i ó m á s a la n a c i ó n , en lugar de conseg u i r su deseada u n i f i c a c i ó n .
La perspectiva h i s t ó r i c a muestra que la t e n s i ó n entre las etnias, el
Estado y la n a c i ó n es antigua y ha sido persistente en M é x i c o . En diferentes momentos h i s t ó r i c o s cada una de esas entidades r e c l a m ó a u t o n o m í a e
identidad propias, y así g e n e r ó una r e l a c i ó n a n t a g ó n i c a con las otras. A l
n o ser superadas por una o r g a n i z a c i ó n política comprensiva, las controversias d i e r o n paso al enfrentamiento y a la intolerancia mutuos, que a su
vez desembocaron en violentas conflagraciones sociales.
En algunos casos esas relaciones conflictivas fueron distendidas p o r
momentos de intensa p a r t i c i p a c i ó n colectiva, por estallidos súbitos de fraternidad, o p o r esperanzados anhelos de concordia, como se registra en
la fiesta de la c o n s u m a c i ó n de la Independencia en 1821, el restablecimiento de la s o b e r a n í a de la n a c i ó n por Benito J u á r e z en 1867, o la apoteosis popular que c e l e b r ó el triunfo de Francisco I . Madero en las elecciones
d e m o c r á t i c a s de 1911. Desafortunadamente, esos remansos de concordia
n o fueron seguidos p o r una p o l í t i c a efectiva de i n t e g r a c i ó n nacional,
que u n i f i c a r a a los distintos componentes del cuerpo social y al mismo
t i e m p o respetara sus tradiciones, particularmente la trayectoria de las
comunidades i n d í g e n a s , las ú n i c a s fundadas en una t r a d i c i ó n americana
propia.
Debo decir que la revisión de las relaciones entre las etnias, el Estado
y la n a c i ó n me llevó a descubrir interpretaciones erradas, o tesis muy extendidas y carentes de fundamento, así como falsos presupuestos sobre
estas relaciones. A c o n t i n u a c i ó n me refiero a tesis o interpretaciones que
considero equivocadas sobre las identidades colectivas.
La r e v i s i ó n de la literatura sobre las identidades colectivas en nuestro
país me p e r m i t i ó advertir que uno de los mayores o b s t á c u l o s para explicarlas ha sido la p r e s u n c i ó n de que hay una sola identidad mexicana. Contra esta c o n c e p c i ó n , el proceso h i s t ó r i c o muestra la presencia de diversas
identidades, en conflicto constante unas con otras. Asimismo, otra tesis
que nubla la c o m p r e n s i ó n de las identidades colectivas es la que las considera como construcciones inmutables, cristalizadas en el tiempo para siempre. Contra esa idea, el análisis h i s t ó r i c o revela que las identidades son
f e n ó m e n o s cambiantes, sujetos a flujos y reflujos internos, y maleables a
las influencias que provienen del exterior.
En contraste con las tesis esencialistas que conciben a las identidades
como condensaciones inmutables, este libro quiere mostrar que los mexi-
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canos han asumido diversas identidades en el transcurso de su desenvolvimiento h i s t ó r i c o . El recorrido por los tiempos de la historia indica que en
cada uno de ellos una determinada c o n c e p c i ó n de la n a c i ó n ha buscado
imponerse sobre las d e m á s , desplegando todas las artes a su alcance para
desplazar los s í m b o l o s de identidad enarbolados p o r otros grupos.
Otra tesis equivocada es la que afirma que los mexicanos hemos superado nuestros conflictos y traumas históricos. L o cierto es que de la
conquista e s p a ñ o l a heredamos una honda división entre los grupos que
adoptaron los valores del m u n d o occidental, y los grupos apegados a los
valores y reivindicaciones de la cultura original. La escisión que se produj o en 1521 ha sido tan profunda y duradera, que p o r u n lado le ha puesto
barreras a la i n t e g r a c i ó n política del país, y p o r otro ha i m p e d i d o el reconocimiento del proceso h i s t ó r i c o realmente experimentado p o r los actores colectivos.
La división entre europeos e indígenas n e g ó unas veces la historia y los
valores de los pueblos mesoamericanos, y otras c o n d e n ó y d i s t o r s i o n ó
los siglos de f o r m a c i ó n de la sociedad colonial que cambiaron para siempre
el destino del antiguo país indígena. Con todo, quizás el efecto m á s catastrófico de ese choque fue la n e g a c i ó n de lo que realmente hemos sido como
pueblo: u n país de raíz i n d í g e n a transformado m á s tarde p o r una experiencia colonial que m a r c ó decisivamente la f o r m a c i ó n del ser nacional, una
mezcla integrada p o r u n legado nativo y una herencia occidental.
En lugar de reconocer la realidad h í b r i d a que habita los diversos ámbitos de la sociedad desde el siglo X V I , unos sectores se e m p e ñ a r o n en
asumirse i n d í g e n a s , otros renegaron de esa herencia y se identificaron
con el legado occidental, y otros m á s reconocieron su ser mestizo, pero
en una forma restringida, que no incluía la plena a c e p t a c i ó n de los otros
sectores sociales.
O t r a tesis muy aceptada es la que afirma que los mexicanos constituimos u n país h o m o g é n e o desde el siglo X I X . Sin embargo, como se puede
advertir en los c a p í t u l o s de este libro dedicados al siglo X I X , en esos a ñ o s
la p o s i c i ó n contraria a los pueblos i n d í g e n a s a d q u i r i ó una virulencia extraordinaria. Una c a m p a ñ a perversa, concentrada en los modernos medios de c o m u n i c a c i ó n (prensa, libros, litografía, grabado, caricaturas, pintura, fotografía), c o n v i r t i ó a los i n d í g e n a s en enemigos de la n a c i ó n , y les
c o n f i r i ó los rasgos m á s brutales y degradados de la c o n d i c i ó n humana. A l
mismo tiempo, la historia, la e t n o g r a f í a , la a n t r o p o l o g í a y la a r q u e o l o g í a
adquirieron la c a t e g o r í a de disciplinas científicas en las instituciones del
Estado, y a través de ellas c o m e n z ó a fraguarse una nueva i n t e r p r e t a c i ó n
de los grupos i n d í g e n a s , la identidad nacional, el desarrollo h i s t ó r i c o y
los emblemas patrios. Por obra de este proceso e s q u i z o f r é n i c o , la antro-
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p o l o g í a y la historia exaltaron el glorioso pasado indígena, mientras la
p o l í t i c a cotidiana consideró a sus descendientes el obstáculo mayor para
el progreso de la nación.
Esta continua ideación del pasado, y esta incesante recreación de las
identidades colectivas, reafirman la tesis de que las identidades sociales,
sean tribales, pueblerinas, regionales o nacionales, son concepciones construidas y manipuladas por los actores colectivos, no esencias inmutables.
Otra tesis muy extendida es la que afirma que en México los intereses del Estado han coincidido con los de la nación. Mi libro es un intento
de comprender el desarrollo histórico de México a través de dos conceptos fundamentales: el Estado y la nación. Las contradicciones entre las
identidades colectivas y el Estado, entre la sociedad plural y la idea que
los grupos dirigentes asumieron del Estado, es uno de los hilos conductores de este libro. Y una de sus demostraciones más evidentes es que en
nuestro país muy pocas veces ha coincidido la diversidad de la n a c i ó n con
los fines que se ha impuesto el Estado. Este libro muestra que desde
la é p o c a colonial se ha ampliado la brecha que separa la diversidad de la
n a c i ó n de los objetivos del Estado.
Voy a ilustrar esta contradicción con algunos ejemplos tomados de
nuestra historia en el siglo X I X . E n este siglo los indígenas no sólo perdieron el fundamento legal de la propiedad comunal, también se convirtieron
en parias políticos, pues ni el Estado ni los partidos que se disputaban la
c o n d u c c i ó n de la nación defendieron su causa o discurrieron procedimientos que permitieran su integración en el proyecto nacional.
Por el contrario, puede decirse que la consigna que se impuso fue apoderarse de la tierra indígena, destruir las instituciones que cohesionaban
las identidades étnicas, y combatir las tradiciones, la cultura y los valores
indígenas. De este modo, en el seno mismo de la república se forjó una triple o p o s i c i ó n contra el mundo indígena. L a primera la profundizaron las
élites dirigentes y los partidos liberales y conservadores, que rechazaron a
los indígenas como parte constitutiva de sus proyectos políticos. L a segunda
fue la o p o s i c i ó n que se c o n f i g u r ó entre el Estado y los diversos grupos
é t n i c o s , a quienes el primero declaró la guerra cuando éstos no se avinieron a sus leyes y mandatos. L a tercera fue una resultante de las dos anteriores: la exclusión de los grupos indígenas del proyecto nacional. L a consecuencia de esa triple contradicción fue la desastrosa serie de rebeliones y
explosiones indígenas que agobiaron al país en esos años y ahondaron las
divisiones en el cuerpo social.
C o n todo, el daño moral que se infligió a los indígenas y a la n a c i ó n
fue mayor que la pérdida de la propiedad territorial. L a afrenta que más
agravió a los indígenas fue la de no ser reconocidos como comunidades
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merecedoras de u n lugar digno en la r e p ú b l i c a que c o n s t r u í a n los grupos
dirigentes. Si se recorre la historia de ese siglo, se advierte que desde la
Independencia los autores de los proyectos nacionales en n i n g ú n momento reconocieron a los pueblos indios, y nunca aceptaron sus tradiciones
como parte de la cultura y el p a t r i m o n i o nacionales. Cada vez que los
grupos gobernantes tuvieron que acudir al apoyo i n d í g e n a , trocaron el
p r i n c i p i o de equidad por la p e t i c i ó n expresa de que negaran su c o n d i c i ó n
de i n d í g e n a s .
Los dirigentes del país revivieron los m é t o d o s de los conquistadores
europeos en sus relaciones con los pueblos i n d í g e n a s : dictaminaron que
su cultura era superior a la de los nativos, y se esforzaron por imponerles
sus valores y leyes. Más a ú n , cuando los pueblos indios se atrevieron a
resistir esa avalancha impositiva, los declararon enemigos de la civilizac i ó n y no vacilaron en promover guerras exterminadoras contra ellos.
El ataque a los valores y las tradiciones i n d í g e n a s a l i m e n t ó el nacimiento de una conciencia social excluyeme, que condujo a la intolerancia
del o t r o . El s e ñ a l a m i e n t o de los i n d í g e n a s como enemigos del progreso, o
la a c u s a c i ó n de que eran culpables del atraso y los fracasos del país, puso
en m o v i m i e n t o una c a m p a ñ a insidiosa que t e r m i n ó de configurar una
imagen negativa del i n d í g e n a .
L a i d e o l o g í a que justificó la n e g a c i ó n de los valores i n d í g e n a s fue la
c o n c e p c i ó n de la m o d e r n i d a d y el nacionalismo. Quienes se han ocupado
de la f o r m a c i ó n del Estado nacional y del nacionalismo, no han p o d i d o
menos que reconocer sus logros positivos. Pero el mismo análisis de las
c a r a c t e r í s t i c a s del nacionalismo puso al descubierto el lado monstruoso
que suele adoptar su e n c a r n a c i ó n histórica.
La faz oscura del nacionalismo hizo su a p a r i c i ó n en diferentes países
cada vez que a s u m i ó la forma de una r e l i g i ó n nacional; cada vez que ese
culto situó a la n a c i ó n abstracta por encima de la política y de los grupos
de carne y hueso que la integraban.
En todos los casos en que el nacionalismo a d o p t ó la forma de culto político, sus mitos adquirieron el c a r á c t e r de fundamentos inmutables de la
n a c i ó n , y a d q u i r i ó los rasgos de una i d e o l o g í a intolerante, firme en rechazar cualquier c o n c e p c i ó n que asumiera otras tradiciones o h é r o e s fundadores. T a l es el proceso que ejemplifica la f o r m a c i ó n del nacionalismo
mexicano en la segunda m i t a d del siglo X I X , particularmente en la é p o c a
de P o r f i r i o Díaz.
El nacionalismo p o r f i r i a n o , al tiempo que a d q u i r i ó el empaque que
se advierte en sus grandes celebraciones (especialmente en las fiestas del
Centenario de la Independencia), se volvió intolerante. Como se muestra
en el l i b r o , el gobierno, en sus tratos con las comunidades i n d í g e n a s , los
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g r u p o s campesinos y los sectores populares urbanos, sacó a relucir el rost r o sanguinario que ha caracterizado al nacionalismo en otros países.
El antagonismo entre los pueblos i n d í g e n a s centrados en identidades
comunitarias locales o regionales, y la i d e o l o g í a nacionalista que pretend í a representar a toda la n a c i ó n , se c o n v i r t i ó en una o p o s i c i ó n radical. En
este antagonismo las instituciones del Estado eran las ú n i c a s capacitadas para establecer negociaciones efectivas con los pueblos indígenas y pactar acuerdos que propiciaran la convivencia nacional. Como sabemos, estos
acuerdos no se dieron nunca en la violenta historia del siglo X I X . Su inexistencia p r o d u j o el efecto inverso que p e r s e g u í a n los modernizadores
porfiristas. La violencia contra las tradiciones comunitarias provocó u n res u r g i m i e n t o general de las reivindicaciones i n d í g e n a s en las distintas
regiones del t e r r i t o r i o nacional.
El m u n d o r u r a l se erizó de rebeliones, sublevaciones, movimientos
religiosos, motines y airadas voces indias que en las lenguas m á s diversas
demandaron la devolución de sus tierras, respeto a los derechos ancestrales,
castigo a los c r í m e n e s de los ladinos, reconocimiento de las identidades
i n d í g e n a s y comunitarias, p r o t e c c i ó n legal para sus pueblos y lenguas,
justicia...
El continuo asedio a las tierras y los derechos campesinos p r o v o c ó
u n a respuesta tan extendida que tuvo el efecto de convertir el problema
i n d í g e n a en u n problema nacional. El ataque conjunto del Estado y los
ladinos u n i f i c ó a los aislados pueblos indios, a tal punto que los grupos
asentados en la r e g i ó n yaqui y el á r e a maya se confederaron, f o r m a r o n
ejércitos numerosos y defendieron con éxito sus tierras p o r m á s de m e d i o
siglo.
A su vez, el n ú m e r o y la e x t e n s i ó n g e o g r á f i c a de las explosiones campesinas atrajeron el interés de los líderes y organizaciones opuestos al
gobierno, quienes i n c o r p o r a r o n las demandas campesinas a sus programas p o l í t i c o s . Los reclamos de justicia agraria, t i e r r a y libertad, o respeto
a los derechos de los pueblos, se convirtieron en lemas políticos de las organizaciones anarquistas, socialistas, comunistas y liberales, y de las asociaciones p o l í t i c a s urbanas y rurales. Es decir, a pesar de la violenta repres i ó n gubernamental que t r a t ó de acallar las demandas campesinas, éstas
acabaron p o r situar el problema i n d í g e n a y campesino entre los m á s apremiantes y requeridos de s o l u c i ó n .
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