Humberto Ortiz Buitrago 1 Del amor en Platón Por H. O. B. Para Platón el amor sería la posibilidad de ascender afectivamente a los estados trascendentales de la conciencia, rescatando la afectividad erótica-es decir, aquello por lo que nos apegamos a las cosas- de lo meramente sensorial. La filosofía platónica reconoció en el impulso anímico del amor la fuerza necesaria para que la razón pudiese alcanzar la verdad, o mejor, para que el verdadero Ser, que es de calibre ideal, se manifestara plenamente en el alma. El amor no es concebido por Platón como la verdad última, pero sí como una ineludible mediación con ella. Comenta María Zambrano que el amor platónico dispone al alma, y con ella a la vida personal, hacia la verdad. Pues la pasión de este amor, no cederá ante lo universal, por el contrario, cuanto más abstracta se revelase una verdad, mayor será la pasión de su furor. Y en efecto, para Platón, el sentimiento amoroso acompaña íntimamente el ejercicio dialéctico de la razón, guiando al alma por el camino que la puede conducir hasta esa original fuente de la verdad que es el bien: el más íntimo anhelo de todo humano. En El Banquete y en el Fedro, el divino ateniense nos da a entender que si no existiese un profundo sentimiento amoroso que impulse a la humanidad a la persecución del bien, de nada valdrían los ásperos caminos del conocimiento ni la ardua reflexión intelectual de los filósofos. En este sentido, propone Platón que la propia dialéctica del entendimiento debe seguir el impulso del amor para alcanzar la verdad y, a su vez, la pasión amorosa, tan apegada al cuerpo, tan unida a la carne, ha de acompañarse de la reflexión intelectual para lograr la trascendente unidad, siempre anhelada. Desde este punto de vista pudiéramos decir que el amor le da unidad a la dispersión corporal, el amor sería la razón del cuerpo, su único posible sentido. Claro, si el amor, nacido siempre como apetito sensible ante la belleza física, fuese sólo afán corporal, sólo un ansia carnal por la satisfacción inmediata, Platón no hubiese podido darle un lugar dentro del pensamiento ni una participación en el camino para alcanzar la unidad ideal, equiparada al bien como idea primera y originaria. Para pensamiento platónico, la idea del bien se manifiesta sensiblemente mediante la belleza física que despierta el estado de enamoramiento. Lo bello, entendido como algo de la eternidad hecho materia, sería aquí el umbral hacia lo trascendente al ofrecer el camino del amor. Diótima -personaje del Banquete- propone que el amor no es un dios en sí mismo sino que es "intermediario entre mortal e inmortal”, una especie de demonio de transición que media entre lo humano y lo divino; y este daimon se hace en el hombre precisamente ante la manifestación sensible del bien último que llamamos belleza. La belleza, entonces, habría que entenderla como la manifestación de una verdad primordial que todos anhelamos alcanzar, aunque de manera particular. El amor, el afecto, que la belleza despierta en cada quien, sería el anhelo que inicia la transformación humana necesaria para lograr tamaña empresa. Amar lo bello sería el sentimiento de iniciación con el que se entra por el camino hacia la unidad verdadera, hacia la Idea original. La variabilidad de la belleza sensible sería el medio visible para que la sensibilidad humana, Filósofa y ensayista española nacida en Vélez, Málaga en 1904 y muerta en Madrid en 1991. Humberto Ortiz Buitrago 2 tan repartida y diferente entre todos los mortales, lograse alcanzarla belleza auténtica, la belleza divina. Recordemos que para Platón el resplandor de una belleza sensible, que despierta un particular arrobamiento contemplativo cargado de deseos de posesión, es justamente el medio por el cual se lograría acceder al Bien. Pero esto sucedería siempre y cuando el enamorado aprendiese a distinguir el calibre divino manifiesto en la belleza, lograse diferenciar el deseo por los placeres corpóreos que esa belleza amada despierta, del anhelo de unirse a lo eterno. Hacerlo, reclama del amante un intenso proceso de profunda trasformación anímica. Y es que para el pensamiento platónico, lo bello revela siempre la presencia de un dios (entendido como un ideal bienaventurado); cuando nos enamoramos, adoramos y rendimos culto a ese dios presente en lo amado. El camino de este amor exige, al ser fascinación ante una verdad sentida e inabarcable a plenitud por los mortales, una labor de reflexión por parte del amante, donde se involucran todas sus contradicciones afectivas como individuo, atrapado entre los deseos de posesión con su inmanente orgullo y la contemplativa admiración a lo amado. Si el amante lograse reconocer esas contradicciones afectivas, manejarlas y encauzarlas por el camino correcto -camino que invita y reclama una reflexión ética- lograría ascender a la contemplación de lo verdadero y se libraría de la prisión de los sentidos. Si el amante alcanzase a contemplar la belleza de las almas y a comprender la noción de un alma en general y trascendente a todos los cuerpos, el espíritu así transformado estaría dispuesto a la contemplación -a la revelación- de la verdad. La contemplación de la belleza en las almas, esto es, de la rectitud objetiva que es lo constituyente de lo bello, perfecciona -según Platón- la visión y la integridad moral del verdadero amante. El hombre lograría entonces sentir amor en la comprensión de lo que somos y lo que es este mundo sensible en sus distintas manifestaciones, y esto sería ya sabiduría. Esta sabiduría sería el objeto esencialmente bello, el verdadero objeto del amor, de todo amor. Sabio sería aquel que aprendiese a liberarse de la dependencia a lo singular, de la servidumbre sensual al amado. El amor platónico se hace libre cuanto más bello y universal sea su objeto de amor, esto es, cuando se haya producido un cambio sustancial en el alma; pero sin el inicial amor a lo bello aparecido -y esto es sumamente importante- no podría ocurrir tampoco el necesario movimiento espiritual para alcanzar la ansiada unidad ideal. Para algunos pensadores, la integración entre las dos naturalezas humanas movidas por eros, el impulso animal de los deseos y el anhelo trascendente del intelecto, no fue alcanzada plenamente por el pensamiento de Platón, pues tal conciliación ponía en peligro su noción de la inteligencia como una entidad independiente del cuerpo. No obstante, pensamos que Platón sí logró con su visión del amor la generalización de lo sensible, pues si se lograra seguir el camino de la atención de los afectos, el verdadero amante se acercaría a la sabiduría, al Ideal. Así el amor, nacido de la dispersión de la carne podría encontrar un sentido anímico muy preciso: conducirse hacia lo perfecto. Entonces, movido por este ideal a alcanzar, aparecería en el corazón amante una verdadera esperanza: la de lograr una satisfacción plena, completa, más inmensa que la ofrecida por el solo cumplimiento de un deseo. El amor lo concibe Platón como una posibilidad real, humana, de trascendencia anímica, de movilidad afectiva hacia lo mejor, hacia el Bien.