Hoy más que nunca, Paz con justicia social. La paz neoliberal, sin atender las necesidades del pueblo, no es la paz que queremos. Tampoco queremos volver a la normalidad si esto significa la profundización de la pobreza, la exclusión, la discriminación, la desigualdad, el hambre y la miseria. Queremos una paz con vida digna, sin pobreza, con participación y transformaciones sociales profundas, que pongan la vida de la gente, la salud, la alimentación, la educación y su bienestar por encima de los intereses económicos de los grandes empresarios, por encima del egoísmo capitalista; es decir una paz estructural, con justicia social. La paz así, requiere el compromiso y el entendimiento de todo el pueblo. Unos meses antes de la pandemia, Colombia despertaba en medio de masivas, beligerantes y creativas formas de protesta, que reclamaban todo lo que al país le falta; lo que se han robado; señalaba a los que conducen el Estado y el gobierno como los responsables del saqueo, la violencia y la corrupción, pero sobre todo proponía las transformaciones necesarias para un país justo, digno y soberano. El escándalo de la ñeñepolítica y los nexos de las élites con el narcotráfico confirmaba una vez más, lo que tanto habíamos denunciado durante décadas. Colombia es un narco Estado, conducido por un régimen mafioso y paramilitar. De la misma manera que la crisis freno el tono y calor de la protesta social, desnudo de cuerpo entero, a las élites que se encargan de gobernar mal el país. La crisis privilegia el sistema capitalista y a la oligarquía del país. La economía fruto del narcotráfico, combinada con el comercio de armas, las comisiones que las transnacionales pagan a cambio de los bienes naturales, la privatización de los servicios públicos, el recorte de los derechos sociales y el saqueo permanente de los recursos estatales, garantizan a las clases que manejan el Estado, el poder suficiente para tergiversar las relaciones sociales, la cultura, la cotidianidad, la economía, y destruir los valores humanos de casi toda la sociedad. En medio de la guerra, la explosión de las bombas y las balas, no deja ver ni escuchar el estruendoso ruido de la corrupción. La guerra, es connatural al sistema económico capitalista, es su forma privilegiada de dominación y control, por eso una paz con cambios no les favorece. Cuando la crisis tocó la puerta de los ricos, estos no dudaron una vez más, en decidir el sacrificio de los pobres, y ordenar al gobierno de turno el camino a seguir. En Colombia, apenas, hay cerca de tres millones de personas con contratos laborales más o menos decentes, el resto, unos 20 millones se levantan el sustento en la calle, o a través de contratos de prestación de servicios (sin garantías), otros en lo que llaman emprendimientos (independientes), de maquilas, el trabajo por horas, etc. Un insignificante 1 o 2%, son dueños de casi toda la economía pues concentran las mejores tierras, las grandes empresas, los medios de comunicación, el transporte, el negocio de la salud, la educación y los servicios públicos, así como del petróleo y los bancos, hacen parte de una oligarquía parasita. Por eso, las medidas tomadas en el marco de la emergencia tienen un solo objetivo, salvar sus patrimonios, sus negocios sacrificando a la inmensa mayoría de la población. Para quienes comparten la idea de mantener la guerra, no hay recomendaciones valederas ni del Papa Francisco ni de secretario general de la ONU, respecto a parar la confrontación que afecta profundamente a los territorios. El cese al fuego unilateral decretado por el Ejército de Liberación Nacional - ELN, no les satisface y es insuficiente; así mismo las propuestas de este grupo de continuar el proceso de paz, de dedicar esfuerzos a atender la crisis humanitaria y a resolver los problemas de hambre, no son tenidas en cuenta. Crisis carcelaria La promesa de dejar libre a menos del 10% de los detenidos y detenidas, aún después de la masacre de 30 internos que pedían condiciones de salubridad para enfrentar el virus, no se ha cumplido y se juega con la angustia de muchas familias que sufren la crisis carcelaria, viendo amenazada la existencia de miles de sus familiares. El decreto 546 del 14 de abril de 2020, es una burla cruel que deja en el limbo las aspiraciones de quienes cumplen los requisitos, ya que se estrellan con el engaño de dicho decreto, lo cual incrementa el inminente contagio masivo en las cárceles. Las ayudas a los pobres, a los médicos, y al personal de salud en general; a los pequeños y medianos empresarios, fueron un engaño de Duque, dichas ayudas no llegaran al pueblo más necesitado, se quedarán esperando las medidas de los ministros de Hacienda y Agricultura que les permita reactivar su economía. Los sectores agrarios, deberán seguir produciendo los alimentos para llevar a sus mesas y para sostener la crisis. En estas condiciones, solo el pueblo salva al pueblo. El estado responde con represión al hambre Ahora en este momento, existe la represión frente a las protestas de la gente por sus alimentos, continua el asesinato sistemático de líderes y lideresas, y de excombatientes en medio de la cuarentena. Es vergonzosa la sumisión y complicidad del Gobierno con las amenazas bélicas e injerencistas de Trump contra Venezuela y la crueldad del bloqueo contra Cuba, en clara violación de la soberanía y autodeterminación de los pueblos. Para el Congreso de los Pueblos, la paz no se reduce a la negociación entre las elites y la guerrilla, ni al desarme y la desmovilización a cambio de engaños y muerte. La paz es una sumatoria de condiciones y transformaciones que conducen al bienestar colectivo. Con lucha social y popular, con convicción de que el país y todos los bienes de la naturaleza y el trabajo nos pertenecen como pueblos, la paz es un asunto ético y humanista. La paz debe ser con justicia social.