La aventura del tocador de señoras Capítulo 3 A la mañana siguiente en seguida saltaron las alarmas para el protagonista, cuando vio en el periódico de una clienta una noticia. Esta anunciaba un asesinato cometido el día anterior a Manuel Pardalot mientras estaba en su despacho, al parecer alguien había entrado a hurtar unos documentos y le había disparado; pese a todo el redactor no analizaba nada más sobre el sospechoso. El peluquero ya había ido a ojear la escena del crimen, donde encontró a unos investigadores, y no dudó en protegerse. Pidió a su vecina que le alertara en caso de que alguien se acercara a su portería, pero además puso talco en el rellano que quedaría marcado por unas hipotéticas pisadas. El plan hizo sus frutos y, de hecho, al llegar a la peluquería también notó que alguien había estado husmeando. En su regreso vio que un hombre le perseguía y se ocultó un instante para pararle cuando pasara. Era el chófer de anoche y le mostró una nota de la chica, Ivet, que decía que hiciera caso a su compañero. Entonces fueron juntos a un bar, esta vez no en la limusina alquilada, el conductor explicó que era inmigrante y se hizo chófer porque no sabía hablar el idioma. Más tarde, ambos se emborracharon y él se quedó dormido; y en ese momento el protagonista dijo al camarero que vigilara que no le robaran nada. Amaneció un nuevo día, el protagonista vio en el periódico de un quiosco la hora y lugar del entierro de Manuel. Después de ordenar la peluquería que habían vuelto a poner patas arriba, y esta vez no había sido el chófer Magnolio; no dudó en ir. Allí quedó muy confuso pues su clienta, que decía ser Ivet Pardalot, no lo era. Esa misma tarde, en la peluquería de su cuñado, se libraron de milagro de una explosión. No hubo investigación ya que Viriato dijo al policía que se había debido a una estufa de butano encendida. Fue entonces cuando llegó Magnolio y se lo llevó a casa de su clienta. Ella evidenció el peligro al que estaban expuestos porque lo tenían grabado y lo culpaban del asesinato, además de esclarecer que no era Ivet, que le habían mentido de la misma manera que le habían mentido a ella. En aquel momento decidió ir al despacho de Pardalot, excusándose como a vecino al guardia de seguridad. Como ya pudo predecir, el juez se había llevado los documentos y, aunque siguió revolviendo, tuvo que irse al oír los pasos del guardia. Al llegar a casa, encontró todo desordenado y su vecina le dijo que había oído el alboroto pero prefirió no llamar a la policía. Al día siguiente consiguió hallar la dirección de Reinona, la chica a quien Manuel había dejado el ramo aquella noche, y se la dijo al chófer. Este fue al lugar, aun habiéndose negado a investigar en primera instancia, una gran mansión. Le recibió el mayordomo y Magnolio preguntó si era el centro de inmigrantes sin papeles, el otro le respondió que no pero que a la noche siguiente tenían una cena y que podría sacarse unas pesetas si trabajaba. Capítulo 4 Esa noche el protagonista acudió a aquella adinerada cena, donde se encontraba ni más ni menos que el alcalde de la ciudad condal. Subió a buscar en las habitaciones sin resultados, pero entonces Reinona le dijo que se marchara rápido y que necesitaría hablar con él. Él regresó a su casa donde encontró a su clienta y ella le contó que había notado que alguien la seguía, además de haber recibido una amenazante llamada. De golpe, llamó un policía y tuvo que esconderla en un armario. Este le sacó un anillo del bolsillo, al parecer Reinona se lo había metido y había alertado a la policía del robo. Pero entonces la detención fue impedida por un coronel que llegó, conocido de su vecina que le había pedido el favor. Un poco más tarde el timbre volvió a sonar, esta vez era el alcalde que, aunque primeramente le preguntó por su opinión respecto al transporte público, acabó preguntándole si sabía algo del asesinato. Fue entonces cuando, una vez más, alguien llamaba a la puerta. Con la casa llena de gente oculta acababa de llegar Reinona, esta dijo que corría mucho peligro, pero acabaron acostándose. En ese momento, todavía llegó Arderiu, el esposo de la señora, que dijo que ya sabía que ella estaba allí y que tenía muchos amantes, pero no le importaba debido al dinero. Él sabía que su mujer estaba metida en conflictos y, al decirlo, el protagonista le preguntó si por ello creía que había sido ella la asesina. Pero precisamente en ese momento apareció un octavo invitado: Magnolio. Este le describió el personal de servicio de la mansión añadiendo que se está amistando con Raimundita, una de ellos. Después y pese a haberlo intentado evitar, Santi, el guardia de seguridad del despacho, entró en la casa. Este le obligó a firmar una confesión del asesinato ya redactada, a punta de pistola. Con la pluma, el protagonista provocó un corte de la electricidad y convenció a Santi de que subiera la persiana; en el acto lo atravesó una bala y un francotirador chilló desde una azotea que no volviera a espiar a su mujer en la ducha. De repente llegó Cándida, que traía un bizcocho, y al ver a Santi en el suelo muy débil dijo que necesitaba asistencia. La consiguieron disimuladamente para que no preguntaran por lo sucedido, la gente oculta fue saliendo de la casa y él pidió a Magnolio que vigilara de cerca a su clienta, que corría peligro. Además, Reinona le dijo al protagonista que guardara bien el anillo, que era muy importante.