Rito espartano contra dos hermanos terribles La cosmovisión espiritual de los antiguos griegos, tan plástica como inescrutable ante nuestra concepción moderna, era de entre los principales factores que les brindaba un fuerte sentido de pertenencia, ejerciendo un rol preponderante en lo constitutiva de la vida ciudadana, con casi tanta importancia como las reuniones políticas: Heródoto (5.63.2) lo resume al decir que “las cosas divinas se estiman en mayor importancia que las cosas del hombre”. Es esperable que aspectos de tal importancia en la vida cotidiana atravesaran también la castrense; en las fuentes se encuentran muchos ejemplos donde lo religioso viene a colación en campañas o batallas campales, pero en estos ámbitos no con el fin de expresar únicamente piedad (como parece en las lecturas superficiales de las mismas), sino de reforzar el orden de las formaciones y la conciencia de pertenencia de los combatientes a su propio grupo social o Estado para conjurar los efectos del miedo: éste era un poderoso enemigo interno a vencer antes de intentar el vencer al enemigo externo, tan poderoso que destruía falanges mucho antes de que éstas llegaran al contacto. No por nada los griegos creían que dos atemorizantes y reverenciables entidades pulularan por los campo de batalla: Fobos (Φόϐος, pánico) era la personificación del temor y el horror, hijo de Ares, el dios de la sangre y la guerra y Afrodita, la diosa del amor, en tanto su hermano Deimos (Δειμος, pena o dolor) personificaba el terror. Ambos acompañaban a su padre a las batallas como sus ayudantes y cumpliendo con las órdenes que éste impartía, inspirando e impartiendo el miedo, el desorden y la huída. Más allá de su tantas veces mencionada superioridad, una segunda característica distintiva de los ejércitos espartanos es que fueron profundamente devotos y piadosos, lo que se corrobora con los numerosos rituales que sostenían en campaña o incluso en ejemplos de las mismas alteradas por priorizar cuestiones religiosas (el arribo tardío a Maratón, la demora en la marcha de Agis en 419 a.C., aprovechada por los argivos para saquear Epidauros, el permiso especial concedido por el oráculo de Delfos para partir hacia la Argólida en 388 a.C y las posteriores malas señales que hicieron revertir esta marcha, etc.), si bien en estos y en los demás casos se entremezclaron la estrategia y la política como factores preponderantes. Al parecer existía uno en especial que, al menos los ejércitos espartanos, practicaron durante el Período Clásico (quizás como modificaciones de prácticas arcaicas) un ritual cuya finalidad era conjurar el miedo, el desorden y la derrota consecuente. Éste se ejecutaba en los instantes previos a que la línea se pusieran en marcha contra los antagonistas. Los signos de temor entre las filas resultaban evidentes a las miradas veteranas. En la batalla de Amfípolis (422 a.C.) el general espartano Brasidas señaló sobre el ejército ateniense que tenía opuesto: “aquellos hombres no van a mantenerse contra nosotros: lo demuestran por el movimiento de sus lanzas y de sus cabezas. Los hombres que actúan de esta manera nunca esperan la carga de sus oponentes” (Tuc. 5.10.5). En casos similares el temor hacía que los hoplitas en uno de los bandos se retiraran antes de que el avance llegara a comenzar, o apenas iniciado. Esto era tan así que en una alta cantidad de combates campales hoplíticos no parece haberse llegado a las manos; antes que eso, uno de los bandos hacía alto y volvía caras o directamente se desbandaba en la carga, principalmente ante tropas espartanas. Así, Jenofonte (Hellenica. 4.2.20) menciona que, en la batalla del río Nemea los lacedemonios, “como es su costumbre“, sacrificaron en honor a Arthemis Agrotera, Artemisia de la naturaleza, la diosa de la caza, aunque en el caso de otras poleis, cada cual tendría sus propias preferencias a la hora del sacrificio, dedicándolo a tal o cual deidad. Ese rito se conocía como sphagia. Tucídides (6.69.2) lo menciona como un apresurado sacrificio, sin involucrar altares ni fuegos, practicado instantes antes de que se diera la señal de carga y que consistía en la observación e interpretación por parte de una sacerdote (mantis) del fluir de la sangre del cuello (sphage) de una cabra -de entre los animales sacrificiales que acompañaban al ejército y que Pausanias llama katoiadas (9.13.4)-, interpretación de seguro positiva por lo general, para dar inicio a la parte más crucial y temida del combate, el mano a mano: congraciados con los espíritus divinos, los espíritus humanos se insuflarían de mayores bríos. Esto se realizaba cuando solo mediaban unos 600 pies entre los antagonistas, quienes entonces se cargaban a muerte. En momentos tan críticos, la adivinación habrá sido una mera formalidad; entre los ejércitos hoplíticos, compuestos por ciudadanos sin instrucción militar sistematizada, convocados a guerrear principalmente merced a respetar políticas públicas que muchas veces los individuos no compartirían, enfrentados a la formación enemiga cara a cara con bastante antelación en un intento de sus comandantes de quebrar psicológicamente al oponente, todo aglutinante de la firmeza, el espíritu de cuerpo, la motivación y la cohesión habrá sido más que útil. Una de las batalla críticas de la Guerras Persas se libró al noreste de la polis llamada Platea. En las maniobras previas al día del combate, el ejército espartano liderado por el regente Pausanias quedó separado de los demás contingentes griegos, y pasó a ser el foco de atención de los ataques persas, dados por una lluvia de flechas arrojadas desde altos escudos de mimbre que formaban una especie de muralla defensiva. Ya formados para el combate los espartanos no pasaron al ataque hasta haber recibido una señal favorable revelada en la sphagia, realizada en pleno frente. Heródoto (9.61.3) registró que “la sphagia no produjo resultados favorables, y todo el tiempo muchos de los espartanos murieron y muchos más resultaron heridos”, porque los persas les castigaban con sus flechas desde detrás de sus amplios escudos similares a los pavises medievales. Modernamente se ha sugerido que Pausanias prolongó deliberadamente la sphagia o bien para crear una falsa seguridad entre los persas o para dar tiempo a la llegada de los atenienses.