Dos versiones distintas: - Alquimistas de la palabra

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Hipótesis imaginaria
Tratamos en este ejercicio de completar una historia que parte de una hipótesis totalmente
imaginaria: que pasaría si al mirar un cuadro nos convirtiéramos en uno de sus personajes y
tuviéramos que vivir en el contexto.
Esto es lo que han hecho:
 Celia Alcaide
 Pablo Sanauja.
 Jorge Gómez
16 de Marzo
Era el día 15 de Febrero y el colegio decidió hacer una excursión a una galería de fotos en
honor a los soldados fallecidos el día 16 de Marzo de 1945. Para mi eso era un tremendo
rollazo, ya que a mi no me habían hecho ningún favor, pero mis padres me habían dicho
que si no iba me iban a castigar sin tele, así que decidí ir. El día 16 estaba en la galería
junto con mis amigos de clase. Hubo una foto que me impresionó:
De repente me sentí como dentro del cuadro, yo era uno de los soldados que avanzaban
hacia el enemigo, saliendo de la trinchera con el arma en una mano y listo para correr hacia
mi muerte o lo que me deparara el destino. Estaba fuera de mí, era como si no pudiese
controlar mi cuerpo, no paraba de correr y correr, oyendo disparos y disparando yo
también, luchando por mi vida. En ese momento no era yo, sino que era un soldado más,
era como si siempre hubiese sido aquel soldado. Llegué a la 1ª línea donde los japoneses
estaban bombardeando a nuestras tropas. Llegamos a tiempo con los antiaéreos y
conseguimos derrumbarlos. Los japoneses iban cayendo y nosotros ganábamos terreno,
nunca había pasado tanto miedo, cada día que pasaba creía que estaba más cerca de la
muerte. Ese niño al que le habían obligado a ir a la galería ya no existía, ahora solo existía
un pobre soldado que día tras día luchaba por su vida y se sentía orgulloso de luchar por su
patria. El día 23 logramos tomar el monte Suribachi, el punto más alto de la isla y,
evidentemente un importante puesto de defensa. A partir de entonces los japoneses
empezaron a sufrir grandes pérdidas. Los días se hacían más llevaderos, y así, el día 16 de
marzo se declaró de forma oficial el final de la campaña y pudimos volver a casa.
Desperté de ese sueño el día 16 de febrero de 2006, pero desperté diferente, con otras metas
y con más ganas de vivir. Era un niño totalmente diferente, y aunque sabía que yo no iba a
sufrir ningún ataque de los japoneses y que nunca lo había sufrido me daba igual, porque
ese sueño me había abierto los ojos y me había hecho reflexionar sobre lo que quería en mi
vida.
Celia Alcaide.
Los fusilamientos del 2 de mayo
El corazón me latía desmesuradamente apunto del infarto, era imposible, estaba dentro de
un cuadro. Tenia que estar delirando pero todo parecía tan real hasta los rostros de esos
hombres que por la fuerza eran llevados ante una colina que me resultaba muy familiar, en
sus rostros se apreciaba el dolor que sentían. Entonces vi algo que me dio un escalofrío que
me recorrió todo el cuerpo, aparecieron un pelotón de soldados franceses cuyos rostros
parecían rígidos como estatuas .
Pablo Sanauja.
La batalla del Granico
Aquella tarde después de comer, aburrido por la programación que ofrecían en
la televisión, me dirigí hacia la estantería del comedor y cogí un libro
perteneciente a la trilogía de Valerio Máximo Manfredi “Alexandros” y me
encamine hacia mi cuarto. Una vez en mi cuarto comencé la lectura, y
transcurridos unos capítulos llegue a la parte de la novela en la que se describía
la batalla del Granico, la primera victoria de Alejandro en tierras persas.
Entonces parpadee un instante pero cuando abrí los ojos ya no me encontraba
en mi cuarto, estaba en una de las tiendas del campamento griego
preparándome para la gran batalla que se iba a desarrollar a continuación.
Esa mañana nos levantemos antes del alba. No se tocó diana ya que se podía
despertar a los persas. Se nos sirvió un desayuno rápido y frugal, tras el cual
cada uno se fue a su tienda a ponerse la armadura. Cuando terminé de ceñirme
las grebas me fui a los establos, ensillé a mi rocín, lo monte y me dirigí a
formar con los demás componentes de la punta. Entonces llegó Alejandro,
portaba una armadura dorada en la que se distinguía la efigie de Atenea. Se
colocó en la formación justo a la derecha de Clito el negro, levantó el brazo y
dio la orden de marchar a paso ligero. Nuestro destacamento se encontraba
justo en el medio del ejército, en el flanco derecho estaba la falange, en el
izquierdo los heratoi y los portadores de escudo y detrás estaba la caballería
pesada. Una vez transcurridos unos dos estadios, nos encontrábamos ante la
orilla del río y en cuanto se nos dio la orden avanzamos es desbandada hacia el
otro extremo. En la orilla opuesta se podía distinguir a un regimiento de
exploradores medos y escitas, que nos estaban acribillando con sus dardos,
flechas y jabalinas. Cuando vieron que estábamos encima suyo se montaron en
sus caballos y huyeron precipitadamente hacia el campamento bárbaro recién
levantado por el estruendo que habíamos formado. Una vez que todo el ejército
hubo cruzado el vado, se nos ordenó formar en espera de órdenes. Y en el
momento en el que a lo lejos se divisaron las hordas persas fue cuando
Alejandro dijo con una voz tormentosa y estridente: “¡Cargad!”. Una vez dentro
del fragor de la batalla Alejandro se dirigió a dar muerte a Espitrídates
comandante de los persas. Mientras tanto a mi se me dirigió un gigantesco
escita enarbolando una hacha de doble filo que sujetaba con las dos manos que
intentó asestarme un golpe que yo logre esquivar, lo que le dejo muy
desequilibrado y aproveche el momento para ensartarle en mi espada. Tras
aquello me sentí eufórico y me enfrasque aún más en la liza. Al ver los persas al
sátrapa muerto por las manos de Alejandro, se batieron en retirada y nosotros
los perseguimos dando muerte a alguno de ellos. Una vez terminada la trifulca
todo el ejército gritábamos como si solo fuésemos una voz: “¡Alexandre!,
¡Alexandre!, ¡Alexandre!” a la vez que golpeábamos las espadas contra los
escudos. Tenía el rostro tinto de sangre y estaba cubierto de polvo pero a
nosotros se nos asemejaba a un dios.
Entonces abrí los ojos y estaba de nuevo en mi cuarto. Todo lo que me había
pasado era fruto de mi imaginación, pero sin duda nunca olvidaría aquel episodio
de la historia.
Jorge Gómez
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