Subido por Chemo Morales García

CATASTRÁFICO - Un ensayo sobre el tránsito vehicular en Trujillo

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CATASTRÁFICO
Para cualquiera que tenga ojos, oídos y fosas nasales no es ninguna novedad el desmesurado
incremento que ha sufrido el parque automotor en la ciudad. Previamente, la demografía en
Trujillo ya había sufrido un crecimiento exponencial, originando la expansión del área urbana y la
reducción de las áreas agrícolas, y había traído consigo necesidades de transporte que hicieron
que la ciudad se llene de autos y unidades de servicio público de todo tipo. Los cálculos estimados
para la tasa de crecimiento demográfico para Trujillo fueron irreales, y la población creció más de
lo pronosticado. Esto se refleja en el aumento del tráfico y la contaminación ambiental, visual y
sonora, que invadieron calles y avenidas sepultando la imagen de ciudad “tranquila” que muchos
años la caracterizó.
Este proceso de crecimiento acelerado del parque automotor se puede intentar explicar por
diferentes causas. Por un lado, el crecimiento macroeconómico y las consecuentes bonanzas
económicas de la sociedad generaron rápidamente una problemática nueva, frente a la cual no
estábamos preparados. Es conocida por ejemplo la ilusión de toda familia (y más aún, de cada
miembro de familia) de poseer un auto propio: apenas hay los medios para pagar la inicial, la
familia compra un auto, no necesariamente nuevo, sino la mayoría de las veces, de segunda,
tercera o Dios sabe que “mano”. Una vez adquirido, muy rápidamente el auto en mención no se
entiende solo como un lujo o un elemento de bienestar familiar, sino también como una fuente de
trabajo. Informal, la gran mayoría de los casos. Esta es una de las maneras como se incrementa el
servicio público informal en función a una demanda existente, pero mal satisfecha por una oferta
que tiene muchas deficiencias y deja mucho que desear. Paralelamente, la mejora de la situación
económica también genera más movimiento comercial y laboral, aumentando considerablemente
los servicios de transporte, en especial de taxis, y contribuyendo a sobredinamizar el sistema con
el congestionamiento y efectos colaterales conocidos.
Otra de las causas del crecimiento exagerado del parque automotor tiene que ver con el hecho
que es uno de los negocios más rentables que hay. Hay gente que lo promueve porque gana
dinero, muchísimo dinero con las flotas y empresas de taxis. Hay comerciantes diversos, incluidos
policías, que astutamente compran taxis y los ponen a nombre de diferentes testaferros
generalmente familiares para evadir impuestos, así como hay empresas muy rentables que viven
afiliando taxis a cambio de diversos servicios y contribuyendo dudosamente a su formalización.
La gran mayoría de taxis son alquilados de 30 a 40 soles por día, importándole por lo general muy
poco a su mantenimiento a los propietarios. No se les hace revisiones técnicas ni se les cambia el
aceite ni filtros cuando debe ser, pero los tendrán en servicio hasta que prácticamente no sirvan
por lo destartalados. Y luego, revenderán las piezas que aún tienen algo de utilidad. Es el sistema
capitalista en su máxima expresión: lo ganado se reinvierte en más taxis y se incrementa el caos.
No importa la ciudad, no importa la contaminación, no importa la sobresaturación vehicular.
Importan solo ciertos bolsillos repletos, que nos hacen llenamos de autos de quinta, desechados
en países más respetuosos de su ciudadanía. Y aunque hay empresas más conscientes que
compran/afilian autos nuevos, la tendencia es que sean autos indios, chinos y de por la zona que
no cumplen los estándares de calidad ni seguridad idóneos, y que por su bajo precio se muestran
como la nueva plaga que está defenestrando de su entronización a los ticos, perfilándose como el
nuevo horizonte que se avizora en las carreteras.
Por otro lado, influye tremendamente en el caos vehicular las decisiones políticas inadecuadas,
permisivas y demagógicas que tienen raíz en diversos intereses, y que favorecen e incentivan el
desorden del sistema y la informalidad. El gremio de transportistas siempre ha tenido presencia
mediática, los políticos siempre le han tenido miedo, y por ello muchas veces el temor a proponer
soluciones que podrían generar conflictos al inicio de su implementación ha vuelto cobardes y
pusilánimes a las autoridades, de por sí ya poco creativas.
Imposible borrar de nuestra memoria aquel fatídico día en que hace años la Plaza Mayor se
convirtió en un infierno lleno de un miasma amarillo e insultante que a punta de violencia y
bocinazos, atropelló la dignidad de la autoridad municipal y policial, con golpiza y revolcón de
agentes incluido. Aquel día en el que se perdió todo el respeto a las autoridades marcó también un
hito político: el terror al escándalo hizo retroceder las pocas decisiones políticas que prometían ser
acertadas en el transporte; ese día, se perdió la oportunidad de controlar el tráfico con un
ordenado sistema de ingreso a la zona más caótica de la ciudad por la presión de los taxistas.
Varios años después y otro gobierno en el poder, la realidad no ha cambiado mucho. Hasta el
momento al menos, continúa la demagogia barata, el populismo facilista que se corre del trabajo
neuronal de implementar soluciones técnicas que antes eran preventivas y ahora son
imprescindibles. Es así como se formaliza lo informalizable, autorizándose permisos
supuestamente prohibidos y antes simplemente comprados a empleados corruptos.
La realidad refleja la desidia y debilidad de las autoridades ante la prepotencia y lumpenería de un
sector caótico, crítico, con estructura en forma de pirámide, en cuya cúspide descansa un grupo de
poderosos/as aplastando y explotando a una serie de personas que apenas ganan para el diario, y
que ante la incapacidad o desinterés en conseguir otro tipo de trabajo, generalmente por la falta
de educación, se van por lo más fácil: pisar pedales y maniobrar un volante, las más de las veces
sin importar ni conocer las mínimas reglas urbanas y de tránsito.
Pero por otra parte, imposible no ver el problema social subyacente: prohibir el acceso a la fuente
de ingresos más fácil a un gran número de personas puede traer consecuencias funestas. Ante la
desesperación a no tener trabajo, no es nada difícil que muchas personas delincan, sin mencionar
la terrible inseguridad que el mismo sector de transporte, formal e informal, significa para los
ciudadanos, al estar amalgamado con algunas personas que en vez de estar haciendo taxi deberían
estar haciendo trabajos forzados por sus actos delincuenciales.
Esta situación, real y cruda, tiene que ser puesta sobre el tapete y dicha directamente, sin
eufemismos. Hay un problema social soterrado que es una bomba de tiempo. La situación se está
desbordando por no enfrentar las cosas como son, por actuar bajo los timoratos principios de lo
“políticamente correcto”. Y tiene que ser igualmente enfrentada de frente, con creatividad, si
queremos un cambio positivo, real, para solucionar heridas profundas a las que no basta poner
curitas sino atacar desde la base: desde los niveles más profundos de la educación inicial en
valores cívicos y de respeto al derecho ajeno, implementando en paralelo la generación de
empleos alternativos.
Por otro lado, la población debe comprender la importancia de exigir una mejor calidad de vida,
en vez de agachar la cabeza servil y resignadamente como antaño, según la letra de nuestro
cuestionado himno nacional. Es tiempo de cambiar de paradigmas: automóvil no es sinónimo de
calidad de vida ni de progreso. Ya lo dijo brillantemente Gustavo Rodríguez en una pasada
editorial del diario El Comercio: “Más zapatos, menos llantas”. Caminemos. Olvidemos la atávica
costumbre patronal de querer que nos lleven en carro hasta la puerta del restaurante, y si es
posible hasta la silla. Costó trabajo lograr una mediocre zona peatonal, que debe implementarse
en su totalidad en los próximos meses pero con la calidad arquitectónica necesaria y las
previsiones del caso, como no ejecutar la obra en un tiempo en el que se perjudique a los
comerciantes, y diciendo sí a las excepciones: que entre un carro cuando sea necesario, pero para
transportar a los lisiados, a las parturientas y a los ancianos. Los que aún caminamos, caminemos.
En este contexto leo con terror las propuestas de algunos candidatos a la alcaldía. “Vamos a abrir
Pizarro y la Plaza de Armas a los carros”, ha dicho casi la mayoría cuando se les preguntó sus
estrategias sobre el transporte en caso de ser alcaldes. ¿Es acaso tan reducido su entendimiento
que creen que esa es la solución al catastráfico que tenemos a diario? ¿Es que su miopía
ciudadana, originada por su ambición política, les hace alucinar que con eso no habrá atolladeros?
Pareciese que nunca han circulado en carro un sábado, cuando no hay restricción vehicular en las
pistas y existen los mismos y hasta peores atolladeros.
Pareciese que no han leído las encuestas y no han comprendido que casi el 80% de las personas
que transitan por allí, desean caminar en tranquilidad al menos unas pocas cuadras en el corazón
de la ciudad. Se necesita además un mínimo de información histórica y nociones elementales de
urbanismo para saber que el centro de la ciudad, tal vez el sector que concentra la densidad más
alta de la provincia en todas las funciones, tiene el ratio más bajo en áreas verdes y zonas para
pasear, caminar y disfrutar la ciudad.
El usuario transportista o transportado solo es un “pasajero”. No es alguien propio de la ciudad, es
solo un ciudadano transitorio. La propia etimología de la palabra lo sindica como alguien en
tránsito, y en movimiento no se puede disfrutar la ciudad, no puede uno apropiarse de ella.
Porque si no lo hemos notado, nuestra ciudad es bella. Aún, a pesar de la precariedad de recursos
y métodos de la Municipalidad y del Instituto Nacional de Cultura, que en el tema se coronan
como ineficientes. Es bella a pesar de su tráfico y la nube de smog, ruidos y avisos chillones que
hieren la vista. Aún es bella, a pesar de sus casonas en mal estado y los mamotretos permitidos
como el de San Martín …, a pesar de los oficios y protestas emitidos en su momento, y echados al
olvido después.
Pero no podemos notar esa riqueza en un auto. No podemos detenernos a observar aquella
arquitectura desconocida para muchos, que ni les interesa ni saben lo que significa tener historia
y/o una ciudad con historia. Y es también para ellos la necesidad de tener la posibilidad de
observar nuestra ciudad sin el asfixiante tráfico que hoy nos cuesta tiempo, dinero y mal humor, y
nos significa contaminación y una baja calidad de aire y de vida. Sin embargo, punto a favor para la
decisión municipal de continuar los planes elaborados para la ampliación de veredas en el centro
de la ciudad. Eso es pensar en la gente, lo único que se podría recomendar es que haya mayor
control de la autoridad municipal a los contratistas para evitar deficiencias técnicas y de acabados
de obra.
Esperemos que la ambición política y demagógica de los políticos no atrofie su sentido común.
Sería mejor que no gasten tanto dinero imprimiendo sus caras de Photoshop con las que afean
nuestras ciudades, y viajen un poco para nutrirse de buenas ideas. El caminar por las Ramblas de
Barcelona, por los Champs Elysées de París, la Quinta Avenida de Nueva York o Newbury Street en
Boston, hace entender que son las anchas zonas peatonales, más que el asfalto, las que generan
el valor y atractivo de una ciudad, y aquella identidad que absurdamente buscamos en otros
lugares, sin notar que para identificarse con algo, hay que quererlo, y para quererlo, hay que
conocerlo. Y si alguien piensa que es pretencioso comparar a nuestra ciudad con grandes
capitales, pues esos son los modelos que deberíamos considerar y no ejemplos mediocres.
Mientras nuestros monumentos estén llenos de carros, claxons, ambulantes y publicidades
espantosas, propaganda política incluida, nuestra ciudad, nuestra casa mayor y la poca historia
que aún nos queda seguirán siendo extrañas para nosotros.
A nosotros los arquitectos y profesionales nos toca proponer, porque somos los calificados para
ello. ¿A quién más le corresponderá hacerlo? ¿A los políticos caprichosos, que creen que todo se
hace a su antojo, o a los demagogos que no mueven un dedo por no generarse problemas?
Puestos públicos como los que definen los destinos del Centro Monumental de la ciudad no
pueden estar en manos ineficientes ni inexpertas que no propongan soluciones ni se compren los
pleitos que tendrán que venir, así como las gerencias de transporte regional y municipal requieren
de profesionales no solo proactivos sino visionarios. Estamos cansados de funcionarios comodones
que no proponen mejoras, que no luchan por ellas. Esperemos que estas elecciones nos entreguen
autoridades inteligentes, maduras, activas, que no ofendan nuestra inteligencia con promesas y
acciones engañamuchachos, si no que nos muestren productos importantes, eficientes e idóneos a
las necesidades de Trujillo, para que haya valido la pena el ver sus caras de Photoshop tanto
tiempo contaminando nuestra ciudad.
Arq. Guillermo Morales García.
Pie de foto de Taxis con mancha negra:
Instalación presentada en la galería Azur de la Alianza Francesa de Trujillo. La sobresaturación del parque automotor, en
especial causada por los taxis, ha rebalsado la capacidad de soporte de las pistas de la ciudad, metaforizada
gráficamente en la explosión del asfalto.
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