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ANTONIO ESTEBAN AGÜERO CAPITAN DE PAJAROS

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CAPITAN DE PAJAROS
ANTONIO ESTEBAN AGÜERO
Poeta
BEATRIZ NORA RAMIREZ
Pintora
(Año 2007)
INDICE
1 .1 PRELUDIO CANTABLE ...................................................... 2
2 .1 DIGO LA MAZAMORRA ................................................... 11
3 .1 CANTATA DEL ABUELO ALGARROBO.......................... 14
4 .1 DIGO EL MATE ................................................................. 31
5 .1 DIGO LA TONADA............................................................ 36
6 .1 DIGO EL LLAMADO.......................................................... 39
7 .1 CANCION DEL ARQUERO TEHUELCHE......................... 43
8 .1 CAPITAN DE PAJAROS ................................................... 46
El poeta dedicó su obra a su única hija:
María Teresa Agüero Barbosa “Teresita”
1
.1 PRELUDIO CANTABLE
De nuevo,
nuevamente,
como hace tres mil años,
cuando Homero
soltaba mariposas,
pájaros
dioses,
arqueros
y barcos
en medio de las plazas,
al borde de los patios,
sobre azoteas claras,
en ciudades de muros herrumbrados,
y la gente
-marineros,
campesinos,
soldadosdisputaba lugares para oírle,
regresemos al Canto.
1
.2
Como al viejo país,
y a sus banderas,
que una vez traicionamos;
como aquel que regresa
luego de un cielo, largo
difícil, triste viaje
al hogar de los padres y comprende
que allí esperaba lo buscado.
Porque si nosotros
desertamos,
que será de los Hombres
entre los números frenéticos,
los conceptos abstractos,
las leyes que vencen la alegría,
el acero, el asfalto,
la penumbra gregaria de los cines,
que vulnera la lumbre de los machos
y corrompe la sabía de las hembras,
1
.3
los trenes subterráneos,
el olor al petróleo y al aceite
quemados,
la anémica hierba de los parques,
los departamentos cuadriculados
donde gimen las flores y agonizan
los niños de mirar anciano,
y el yermo
oscuro cielo
sin campanas,
estrellas,
tempestades
ni pájaros…
O es que ya no tenemos sangre,
ni corazón caliente
como sol en el pasto,
ni pies caminadores,
ni prensiles manos,
ni la hoguera del sexo
1
.4
quemándonos,
ni frente con verdes fantasías,
ni garganta, ni labios,
ni oreja que ansíe ruiseñores,
ni mirada sedienta de praderas,
ni el instinto mágico
que nos une a las bestias,
a la tierra y los astros
por venas sutiles,
por raíces agudas como garfios?...
Vosotros: los traidores,
minúsculos estetas
que destiláis veneno de una rosa
destruída por pintores abstractos,
vosotros: los selectos,
los exquisitos,
los asépticos y asexuados
que escribís para el oído electrónico
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.5
de los robots mecánicos,
por qué no bajáis de las torres
y quemáis las heladas bibliotecas
donde guardáis ratones y mentiras,
y hundís vuestros barcos
y volvéis a la tierra nuevamente,
a caminar descalzos
por la tierra desnuda y poderosa,
sucia de pueblo y polen,
impura de animales,
hojas secas
y barro?...
De nuevo,
nuevamente,
como hace tres mil años,
ocupemos la silla abandonada
en la casa del Hombre,
a la orilla del pan que nos sonríe
1
.6
con su cara de trigo
milenario,
a la vera del fuego,
en la sombra del patio,
junto a la sal y al vino
y al reloj cotidiano.
De nuevo,
nuevamente,
como hace tres mil años,
hablemos la lengua que comprendan
el corazón
y los nervios humanos,
el idioma secreto de la Vida,
donde cada vocablo
tiene olor,
y calor,
y sabor
como las frutas en verano
y acaricia la boca que lo vierte,
1
.7
y la oreja que lo recibe,
y la cuerda del aire donde el eco
continúa vibrando.
Por qué no cantar
en el idioma humano,
tan lleno de músicas antiguas,
por mareas de sangre circulando,
difícil y diverso,
mutable y extraño,
para que el obrero
comprenda nuestro canto,
y el campesino después de la cosecha,
y el profesor universitario,
y el niño,
y la joven casada,
y el anciano?...
Nuestro corazón,
con su forma de siempre sobre el tiempo
1
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no ha cambiado
ni puede cambiar mientras el Hombre
tenga pies, tenga manos,
y el pulgar oponible que transforma
en mensurable realidad los sueños
y los fantasmas imaginados;
nuestro corazón antiguo,
corazón cuaternario,
desde siempre salvaje,
para siempre patético,
contemporáneo
de la flecha del sílice,
los helechos más altos que los cedros,
las serpientes aladas,
y el arquero emplumado,
donde brota la luz cada mañana
con el mismo temblor iluminado
de las prímulas silvestres
sobre el pecho del prado.
1
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Retornemos al Pueblo,
recuperemos cantando
la confianza del Pueblo que perdimos
sirviendo a los amos,
divirtiendo a las damas melancólicas,
lamiendo látigos,
vendiéndonos,
mintiendo,
traficando.
No nos importe nada
se vedan las puertas de repente
con decretos y púas de alambrados,
no nos importa nada,
construyamos el Canto,
nuestro íntimo Canto colectivo,
germinando a la sombra de la sangre
y entre las olas de su pulso claro.
1
.10
Y salgamos
por las calles del mundo
a caminar de nuevo entre los hombres;
salgamos,
vestidos de niebla, con la ropa
de los vagabundos y los humillados,
por los caminos donde llueve luna
y sopla el libre,
-oh, todavía libre!joven y verde vendaval del campo;
salgamos
por las calles del Mundo,
mendigando
un mendrugo de pan
y otro de sueño;
salgamos
a golpear las puertas,
con un tímido golpe,
en toda puerta,
1
.11
para dar nuestro Canto.
De viva voz,
con tono de verso murmurado,
con voz de varón adolescente
que descubre el amor con la muchacha
a la vera de un árbol,
como ladrón que lleva
los diamantes robados,
así, de viva voz,
secretamente,
el poema o la canción digamos.
De repente el hombre de la casa
en la creencia de que escucha pasos
llegaráse a la puerta con el miedo
en los ojos, y el cansancio
del que mora en la cueva de la angustia
para escuchar la sombra del asfalto.
1
.12
-No era nadie- dirá luego- Nadie;
sólo el viento de otoño, el aire sólo
que transita descalzo…
Y tornará a su sitio, ante la mesa,
a la par de la esposa y el chiquillo
que duerme en el cielo del regazo…
Y yo, el Poeta,
seguiré cantando:
Un canto que nombre la esperanza;
viento y marea de pájaros;
cigarras sentidas en las siestas;
la fatiga de espaldas sobre el pasto;
las miradas estrellas que nos miran;
el minero cuando quiebra el cuarzo;
las nubes que pasan con la lluvia
sobre desiertos de metal quemado;
sembradores que siembran con el alba;
cosechadoras de racimos claros;
1
.13
muchachas y el nombre que dibujan
sobre la almohada del horizonte blando;
los ríos y el cielo sobre ríos;
el festival de los álamos;
arroyos que fluyen entre piedras;
el deseo que asciende y el abrazo;
los niños que juegan y en el juego
nos recrean el mundo que habitamos;
las colinas redondas y lejanas;
el esplendor de los caballos;
el olor de la hierba cuando crece;
las florecitas de perfume alado;
la noche y el soplo de la noche
sobre los caballos despeinados;
el fuego dormido en la madera;
las bestezuelas de calor intactos;
la piedra también porque la piedra
contiene el misterio planetario;
el Sol tantas veces como sea
1
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sobre los cuerpos ávidos;
la Vida no más, la Vida sola,
más allá de la Muerte y el Pecado;
lo viviente no más en la frontera
del universo carnalmente humano…
De nuevo,
nuevamente,
como hace tres mil años,
como Homero
soltaba golondrinas,
milagros,
arqueros,
sirenas,
y barcos,
en medio de las plazas,
al borde de los patios,
sobre azoteas claras,
en ciudades de muros herrumbrados,
1
.15
y la gente
-marineros,
campesinos,
soldadosdisputaba lugares para oírle,
regresemos al Canto.
Antonio Esteban Agüero
Paisaje Rural
100 x 140 cm. Acrílico
Beatríz Ramírez
2
.1 DIGO LA MAZAMORRA
La Mazamorra, ¿sabes?, es el pan de los pobres,
la leche de las madres con los senos vacíos,
-yo le beso las manos al Inca Viracocha
porque inventó el Maíz y enseño su cultivo-.
Sobre una artesa viene para unir la familia,
saludada por viejos, festejadas por niños,
allá donde las cabras remontan el silencio
y el hambre es una nube con las alas de trigo.
Todo es hermoso en ella: la mazorca madura,
que desgranan en noches de viento campesino,
el mortero y la moza con trenzas sobre el hombro
que entre los granos mezcla rubores y suspiros.
Si la quieres perfecta busca un cuenco de barro,
y espésala con leves ademanes prolijos
del mecedor cortado de ramas de la higuera
que en el patio da sombra, benteveos, e higos.
2
.2
Y agréguele una pizca de ceniza de jume,
la planta que resume los desiertos salinos,
y deja que la llama le trasmita su fuerza
hasta que asuma un tinte levemente ambarino.
Cuando la comes sientes que el Pueblo te acompaña
a lo largo de valles, por recodos de ríos,
entre las grandes rocas, debajo de cardones
que arañan con espinas el cristal del estío.
El Pueblo te acompaña cada vez que la comes,
llega a tu lado ¿sabes?, se te pone al oído
y te murmura voces que suben a tu sangre
para romper la niebla del mortal egoísmo.
Porque eres uno y todos, comiendo el alimento
de todos, en la fiesta del almuerzo tranquilo;
la Mazamorra dulce que es el pan de los pobres,
2
.3
y leche de las madres con los senos vacíos.
Cuando la comes sientes que la tierra es tu madre,
mas que la anciana triste que espera en el camino
tu regreso del campo, la madre de tu madre,
-su cara es una piedra trabajada por siglos-.
Las ciudades ignoran su gusto americano,
y muchos ya no saben su sabor argentino,
pero ella será siempre lo que fue para el Inca:
nodriza de los pueblos en el páramo andino.
La noche en que fusilen canciones y poetas
por haber traicionado, por haber corrompido
la música y el polen, los pájaros y el fuego,
quizás a mí me salven estos versos que digo…
Antonio Esteban Agüero
“La Mazamorra”
65 x 90 cm. Acrílico
Beatríz Ramírez
3
.1 CANTATA DEL ABUELO ALGARROBO
Padre y Señor del Bosque,
Abuelo de barbas vegetales,
yo quisiera mi canto como torre
para poder alzarla en tu homenaje;
no el canto pequeño de la flauta
dulce, delgada, suave,
la de cantar la rosa y la muchacha,
sino el canto del mar, un canto grave,
con olores de vida y con el pulso
musical y viviente de la sangre.
Algarrobo natal. Abuelo mío.
Hace mil años la paloma trajo
la menuda simiente por el aire
y la sembró donde Tú estás ahora
sosteniendo la Luz en tu ramaje
y la Sombra también cuando la noche
en larga lluvia de luceros cae.
Así naciste. Cuando tú crecías
la región era bosque impenetrable,
3
.2
con oscuros guerreros que danzaban
junto a los fuegos al caer la tarde
y con nombres diagüitas en los ríos,
sobre todas la bestias y las aves,
una tierra sin mapas ni ciudades,
donde dioses sedientos presidían
al cortejo y el rito de la sangre
que vertían pintados hechiceros
para aplacar cóleras solares.
En tiempo aquél la arena numerosa
que festonea las playas litorales
ignoraba las máscaras de proa,
las amarras y el ancla de las naves,
sólo sabía de los pies desnudos
y de la huella digital del ave;
era cuando los ríos conducían
lentas piraguas sobre remos suaves
más no la ambición del maderero
que asesina al futuro en el obraje
3
.3
y convierte en silencio de moneda
la rumorosa fiesta de los árboles;
por ese entonces, mientras Tú crecías,
Algarrobo natal, Señor y Padre,
la tierra nuestra en libertad vivía
hacia todos los rumbos cardinales,
desde el país del Ona y la Ballena
hasta el infierno vegetal de Cáncer,
desde el paraje que el Ceibo ruboriza
a la región que señorea el Huarpe.
Sin conocer ejidos ni parcelas,
ni muro torpe o codicioso alambre,
donde el hombre y la bestia convivían
estrechados por lazos fraternales,
y la luna era Quilla y el Sol Inti,
el día joven y la noche grande.
Así creciste un día y otro día,
hacia abajo y arriba, penetrante,
con las raíces cada vez más hondas
3
.4
y la copa más alta y dominante,
en crecimiento que fue dura guerra
sostenida y ganada a cada instante
contra el viento del sur y la sorpresa
del rayo azul y su puñal tajante,
contra el cierzo de julio que traía
los rebaños de nieve trashumantes,
contra la sed en el ardor de enero,
cuando gentes y plantas implorantes
alzan ojos y hojas a las nubes
por si las nubes sus entrañan abren
y la lluvia se vierte generosa
en licor de celestes manantiales.
Pero ya Tú eres lo que ahora miro
Algarrobo natal, Señor y Padre!
Con estos ojos que el amor habita
y los otros secretos de la sangre:
un árbol rey, un árbol solo, el Arbol
sin edad en el tiempo y en el aire.
“Catedral de los Pájaros”
183 x 130 cm. Acrílico con Espátula
Beatríz Ramírez
3
.5
a cuya sombra hace doscientos años
a favor de un designio inescrutable
se fundó mi casona solariega
sobre honrada simiente de linaje.
Francisco Antonio se llamó el hidalgo
natural de La Rioja y heredero
de los varones de Castilla clara
que las tierras del indio redujeron
y alegraron de hispanas fundaciones
lo que antes fuera soledoso yermo;
hombres enjutos, con la tez morena,
valiente espada y corazón de hierro,
que llevaban el nombre de María
bordado sobre encaje y terciopelo
y el rampante león en la bandera,
pero también sobre la flor del pecho.
Cómo me gusta imaginar los ojos
3
.6
de aquél mi casi legendario abuelo
y su larga emoción inexpresada,
o expresada tal vez por su silencio,
ante la copa de tremantes brazos
sola y enorme bajo el puro cielo,
sostenida por tronco milenario,
con su forma y color de paquidermo,
donde los años eran llagas ocres
y los siglos arrugas en el leño.
El quedaría con los labios mudos,
tal como carta que mantiene el sello,
con los ojos en alto y en los ojos
la liviana humedad del sentimiento
cuando el alma es un arco que se estira
y sube y crece y ya no cabe adentro.
El construyó la casa solariega
casi a la par del algarrobo viejo,
con la greda que nutre las raíces
3
.7
y con el arte del mejor “hornero”.
Casa de barro. Luminosa casa.
Antiguo hogar de mi primer abuelo,
en ti quiero cantar la artesanía
y saludar al regional ingenio
que ha poblado de casas la comarca,
casas que son como el materno suelo
levantado en hogar para refugio
del hijo fiel a su destino adverso.
La saludo en el barro original
que alienta en todo cuanto cubre el cielo
y que un día entre días nos ofrece
propicia almohada para el hondo sueño;
la saludo en la cal y su belleza
que llueve luna sobre muros nuevos;
la saludo en la vara y la cumbrera
que son la firme trabazón del techo;
la saludo en la azuela y el martillo
3
.8
y en el serrucho de cortar leño;
la saludo en la arena silenciosa
y en la zaranda de metal o cuero
que la mece en vaivenes uniformes
como la madre a su guagüita tierno;
la saludo en la paja popular
que cobija en verano y en invierno
y silencia las voces de la lluvia
y es como quena cuando corre el viento;
la saludo en el ángulo preciso
en la cuchara de sonoro acento,
en la ley vertical de la plomada
y en el fletacho de desgaste lento;
la saludo en la llave y la falleba
y en cada clavo de orinoso hierro;
la saludo en la íntima burbuja
que es como el alma del nivel perfecto;
la saludo en el grillo cotidiano,
ángel oculto bajo oscuro insecto,
Serie del Abuelo Algarrobo
40 x 47 cm. Acrílico
Beatríz Ramírez
3
.9
que deja oír su cuerda en los rincones
donde la araña desenvuelve velos;
la saludo en la rústica fragancia
de arcones hondos y de pan moreno;
la saludo en la Rueca y el Huso;
la saludo en el agua y en el fuego.
Francisco Antonio se llamó el hidalgo
fundador del linaje solariego
y constructor de la ruinosa casa,
cuyo apellido es el que yo conservo
y procuro llevar tan limpiamente
como se lleva un burilado espejo
para rostro de rey o de doncella
a través de camino polvoriento…
Padre y Señor del Bosque
Catedral de los pájaros!
Voy a decir el
3
.10
nombre de los seres
que visitan tu cielo entrelazado,
con la alegría de alabar amigos
y la emoción de recordar hermanos:
sea el primero la Calandria pura
que provoca la luz desde su canto,
y ama la luz como los niños ciegos,
la cigarra estival y los lagartos;
y el Hornero, vestido de estameña,
con su traje de monje franciscano,
ágil maestro que enseño a los hombres
esas artes clarísimas del barro;
y la Urpilla de cuello femenino,
Un si es o no es tornasolado,
donde tiene su acento la ternura
con su gemido dulcemente cálido;
y la Urraca de ingenuo vocerío;
y la Torcaza del amor cristiano;
y la leve Chirigua mañanera
3
.11
que se levanta con el sol cantando
y el Loro verde y la Cotorra verde
que conocen idiomas olvidados;
y el Cardenal, y su orgulloso porte;
y la llaga del Pecho Colorado
de quién dicen los viejos en la noche
ante corros de niños provincianos,
que el chingolo lo hirió con su cuchillo
allá por tiempos del milagro;
y el Chingolo, social y comedido
y el Run-dún, ese diamante alado,
que conduce las cartas de las flores
cuando aquellas se escriben en verano;
y el Zorzal de enlutada vestidura,
siempre de pie sobre las ramas altas,
evocando una ardiente melodía
en su pequeño corazón de piano;
y el Carpintero, de bonete grana,
que martilla tu leño centenario
3
.12
cual si buscase apasionadamente
el alma oculta y vegetal del árbol;
y también la viajera Golondrina
que conduce un mensaje perfumado
con los pinos del Norte y las palmeras
y las olas del Golfo mejicano;
y el Reymoro, de oscuros albornoces,
príncipe azul sobre la paz del campo,
trinador excelente que domina
registro de tenor y de soprano,
y la Viudita de color de nieve
y el Cachilote, cobarde ladronzuelo,
y sibarita de yantar holgado,
que perfora los bellos huevecillos
para beberles su interior dorado;
y el Crespín con su drama misterioso,
y su persona de fantasma trágico,
que acidula las nieves del estío
con la amargura de su largo llanto;
Serie del Algarrobo Abuelo
30 x 42 cm. Acrílico
Beatríz Ramírez
3
.13
y el Halcón de los ojos avizores,
la pradera y el monte dominando
que es en sí mismo libradora flecha
guerrero cruel y puntería de arco.
Y los otros, los pájaros nocturnos,
que nos miran con ojos afiebrados,
y poseen la clave del Amauta
para leer los Quipos del presagio;
dijo el Lechuzo de mirar insomne,
ante cuyo chillido destemplado
la joven madre se persigna y reza
y la amada se vuelve hacia el amado:
digo el Colcón que pone en tus ojivas
sugerencias de coro gregoriano
y también un horror de brujerías
en el silencio de su grito mágico;
y el Ataja-caminos, melancólico,
que viene y va con los fuegos fatuos
y suspende el respiro en la garganta
3
.14
del jinete que pasa y el caballo;
y el Alicuco, que presiente el agua,
y que suele imitar en los bañados
la traslúcida tecla de las ranas
y el cristalino clavecín del sapo;
y otro pájaro más, otro nocturno
por nadie visto pero sí escuchado
hacia el filo y la flor de medianoche,
cuyo nombre se dice: Piscu-Yaco.
Algarrobo natal, Abuelo nuestro
Catedral de los pájaros.
Yo quisiera los
plásticos pinceles
y la marea musical del órgano
para pintar y describir el árbol
de la manera que los ven mis ojos,
con la exacta figura que lo devuelven
los callados espejos del asombro.
3
.15
Uno camina por sendero agreste
hacia la hora en que la luz de oro
inclinase rosada hacia poniente
y el aire es como un río rumoroso
navegado de esencias campesinas
-hierbabuena cordial, poleo tónicocon mugidos de bueyes invisibles,
claros cencerros, gallos melodiosos,
vocerío de pájaros, rumores de rurales
faenas lento coro
de las cigarras en las copas verdes,
súbitos vuelos, piquillines rojos,
la lanceolada esgrima de las cañas
en los maizales de verdor jugoso,
y la madre-montaña que vigila
todo el país desde su azul remoto.
El sendero prosigue, serpenteando,
túnel de sombra, caracol terroso,
3
.16
con la verde sonrisa de la recta
y el arbolado ensueño del recodo
hasta dar en un claro de silencio
donde nos crece la emoción de pronto,
pues delante se yergue la presencia
imperial y total del algarrobo.
Ocres raíces surgen de la tierra
como animales de encrespado lomo,
sosteniendo la torre milenaria
toda construída en material leñoso.
Siete gañanes por la mano unidos,
catorce niños cuando forman corro
y se enlazan en rondas infantiles,
apenas pueden abrazar el tronco.
Y es su corteza como piel de saurio
cuando emerge cubierto por el lodo
3
.17
y también como el tacto de las dermis
del megaterio que murió leproso.
El ramaje se inserta complicado
y se tiende en un gesto poderoso
como brazos que buscan impotentes
una cosa que asir en el contorno.
Viejas ramas que son como tentáculos
de oscuro pulpo, miembros musculosos
de yacente dragón o dinosaurio,
de araña enorme o encantado monstruo.
Yo podría contarlas, si quisiera,
una por una y apagar mis ojos
con la venda y el frío de la cifra,
pero prefiero contemplar gozoso.
Y decir que la sombra que derrama
como lluvia de paz el Algarrobo
3
.18
puede cubrir una pequeña plaza,
proteger un rebaño numeroso,
cobijar una tropa de carretas,
y un regimiento con vivac y todo.
Y gustar la fragancia indefinible
que nos circunda totalmente como
si ella fuera una túnica fragante
que nos ciñera desde el pie a los hombros;
claro olor de las ramas sumergidas
en el mar de la luz, olor del oro
entre las bayas y la miel madura,
agrio olor de sus pájaros hermosos,
divino olor de su millón de hojuelas,
olor de estrella y de cielo solo,
dulce olor nacional de bosque nuestro,
olor del verde y su misterio umbroso,
noble olor a resina de madera
olor de sol en la vejez del tronco…
Serie del Algarrobo Abuelo
40 x 47 cm. Acrílico
Beatríz Ramírez
3
.19
Ah, yo quise los plásticos pinceles
y la marea musical del órgano
para pintar y describir el árbol
de la manera que lo ven mis ojos,
pero no tuve nada más que esto:
el verso gris y el remontado asombro.
Ahora canto la Dicha
que derramas
Algarrobo natal, Abuelo mío!
sobre la gente que a su vera vive,
en todo tiempo, con calor o frío,
ora sea en la pausa de otoño,
ora en la fiesta del frutal estío.
La primera, la Dicha de tu sombra,
clara limosna de perenne abrigo,
donde es grato sentarse en la mañana
o por la tarde, con el mate amigo
3
.20
que serena las olas de la frente,
alimenta la flor del optimismo,
nos enseña a vivir con esperanza
y nos vuelve cordiales y tranquilos.
Sombra del árbol, transparente sombra,
casi impalpable como un velo fino
o la leve caricia de la nube,
o la queja que fluye en el suspiro,
algo tan puro, delicado y manso
como el sueño de un pájaro dormido
o la entraña del agua en la vertiente
y cuyo elogio me está prohibido
mientras yo sea nada más que un hombre
y no posea un corazón de mirlo.
También canto la Dicha de los frutos
sabiamente enrulados y amarillos,
que por enero cuando el día extiende
3
.21
su bandera solar sobre los nidos
tórnanse dulces con dulzor silvestre
de roja miel de camoatí escondido.
Vainas de oro, pan de la pobreza,
don de los cielos, misterioso trigo,
alimento de bueyes y caballos
y golosina de los niños ricos.
Nombro el Patay, de granuloso gusto,
que se elabora según modo antiguo:
machacando la fruta en la conana
traspasando por cedazo fino;
nombro la Aloja, refrescante y rubia,
que se guarda en un cántaro rojizo
a la hora más alta de la siesta
para que acendre su fragante frío;
nombro la Añapa, de beber con leche,
3
.22
que engorda a la madre y al chiquillo.
También digo la Dicha de la leña
que es en el fuego acontecer divino
y revive la flora deslumbrante
que alegraba el jardín del Paraíso.
El fuego azul, el fuego rojo, el Fuego
que posee las llaves del estío
y levanta a la muerta primavera
de entre los hielos de cristal pulido.
Padre y Señor del bosque
Abuelo de barbas vegetales,
Algarrobo natal. Torre del Cielo.
Monumento y estatua del follaje.
Hijo del sol y de la tierra unidos.
Corona real para la sien del aire.
Arbol de luz. Espejo de los siglos.
Dios vegetal de corazón fragante.
3
.23
Así yo quiero terminar la Oda,
asistido por Angeles del canto:
Algarrobo Natal, Abuelo nuestro.
¡Catedral de los Pájaros!
Antonio Esteban Agüero
Serie Algarrobo Abuelo
40 x 47 cm. Acrílico
Beatríz Ramírez
4
.1 DIGO EL MATE
Porque sábado es hoy y la mañana
como una fruta desde el tala cae,
y soy joven y sano, y me navegan
tradiciones y música la sangre,
quiero ser otra vez entre vosotros
para decir y celebrar el Mate:
De Guarania nos vino con la Yerba
que resume fragancias tropicales,
y ese barro de América que un día
vió que llegaban sigilosas naves,
con cadenas, y perros, y arcabuces,
y duras voces vulnerando el aire;
Verde Yerba de América, divina
como todas las cosas naturales,
Santa Yerba de América, sembrada
por quien hizo los ríos y las aves,
y tendió la llanura hacia naciente,
y hacia poniente levantó los Andes,
y la Coca sembró para los Quichuas,
y el Algarrobo para pan del Huarpe.
4
.2
Yo era niño –recuerdo– y la primera
memoria verde se remonta al Mate,
en mi casa de Merlo, donde el día
comenzaba a girar cuando mi Madre
sorprendía el hervor de la tetera
entre volutas de vapor quemante:
Y era luego la lenta ceremonia,
vieja suma de gestos y ademanes,
aquel ir y venir de la cuchara,
la visión del azúcar, el fragante
esplendor de la Yerba, la bombilla
con doradas virolas y espirales,
y el porongo de plata que tenía
curva de seno adolescente y grácil,
y cobraba, de pronto, en la penumbra
nítida luz de religioso cáliz;
Ubre dulce me fue, mi vino verde,
mi pan primero, mi nodriza amante.
4
.3
Yo recuerdo sus íntimos sabores,
y también sus diversas variedades:
Dulce Mate del alba que se bebe
amorosamente al emprender un viaje,
en la puerta de casa mientras miro
entre neblinas despertar el valle;
Y aquel Mate primero del retorno
por la sombra con grillos de la tarde,
que nos vuelve liviana la fatiga
sobre los hombros como un ala de ave;
Y ese Mate que beben los Troperos
cuando regresan de Salinas Grandes;
Y aquel Mate nocturno que me diera
una muchacha cuya boca suave
daba un beso primero a la bombilla
como manera de poder besarme;
Y aquel Mate gustado en la cocina,
escuchando al viejito Magallanes,
4
.4
dibujar sobre el humo las historias
del Niño Ladino y de Urdemales;
Y aquel Mate que sabe a beramota?
Y el que a mastuerzo y mejorana sabe;
Y el que guarda memoria del husillo;
Y el que una gota de aguardiente trae;
Y ese Mate gustado en la penumbra
que conforman higueras y nogales,
mientras crece la siesta, y la cigarra
y el masculino corazón me tañe;
Y aquel Mate de bodas, con su gusto
a rama nueva, a porvenir, a encaje;
Y ese Mate bebido en Carolina;
Y el que bebí en la Sierra del Gigante;
Y el que un día me dieron en Trapiche;
Y el que supe gustar en Rumi-Huasi;
Y aquel fúnebre Mate que bebimos
en el velorio de Adelaida Chávez,
lamentando su muerte y admirando
4
.5
su juventud de porcelana frágil…
Pueblo somos, por El; desde centurias
su costumbre nos forma, como sabe
modelar un cacharro el alfarero
con la destreza de su mano suave;
El nos dio, generoso, las virtudes
que entrelazan raíces esenciales
en el nudo del ser, y nos perfilan
un idéntico rostro innumerable;
Porque en El se juntaba la Familia,
como el agua diversa sobre el cauce,
y al juntarse quebrada el egoísmo,
el monólogo torpe, las cobardes
galerías del odio, y frutecía
sobre mazorcas de granar afable;
Y nos fue profesor de democracia,
a pesar de los hierros coloniales,
porque supo igualar en la bombilla
la sed del Hijo con la sed del Padre,
4
.6
el dolor de la criada y la señora,
la hartura del rico con el hambre
milenaria del pobre, de tal modo,
que supimos medir en lo que vale
la celeste razón que nos convierte
en ciudadanos civilmente iguales.
Y por qué no decir las Cebadoras,
que vestidas de sedas o percales,
o calzadas de tímida alpargata,
o con zapatos de charol brillante,
bajo el sol y la luna de la Vida
supieron darme los mejores mates;
viejas eran algunas, con el rostro
a corteza del molle semejante,
lindas eran algunas, otras feas,
desgarbadas, coquetas, elegantes,
con cabello retinto como el ala
voladora de tordos y zorzales,
4
.7
o teñido por leve plenilunio,
o lo mismo que sombra de trigales,
pero en todas igual se prodigaba
la gracia criolla como miel amable.
Sólo nombres conservo, como guarda
de las flores su olor el caminante:
Doña Mercho Cornejo, Lola López,
Francisca Cuello, Evangelina Páez,
Reginaldo Lucero, Pancha Orozco,
Adelina Yanzón, Rosario Báez,
Clara Chirino, Petronila Gómez,
Minerva Leyes –prima de mi padre–
Doña Delia Baigorria, Doña Isaura,
Sara Bedoya, Encarnación Morales,
y una anónima joven de Punilla,
y la por siempre recordada Carmen.
¿Por dónde andarán ahora que las digo,
y las vuelvo una esencia para el Arte?
4
.8
¿Cuál cocina gobiernan? ¿Qué alacena
acomodan y limpian? ¿Qué zaguanes
las contemplan barrer por la mañana
con las escobas de pichana? ¿Cuáles
los arcones que ordenan en domingo?
¿Qué chirigua las oye entre los sauces?
¿Dónde sueñan, o lloran? ¿Dónde ríen?
¿Bajo cuál piedra con su nombre yacen?
De repente me callo porque siento
una voz que me nombra, y acercarse,
sobre un tímido andar y una mirada,
cálido, y dulce, y nacional, el Mate…
Antonio Esteban Agüero
“Digo el Mate” 57 x 74 cm
Serigrafía - serie limitada Beatríz Ramírez
5
.1 DIGO LA TONADA
El Idioma nos vino con las naves,
sobre arcabuces y metal de espada,
cabalgando la muerte y destruyendo
la memoria y el quipus del Amauta;
fue contienda también, la del Idioma,
dura guerra también, sorda batalla,
entre un bando de oscuros ruiseñores
con su pico de sierpe acorazada
y zorzales y tímidas bumbunas
que la voz y la sangre circulaban
del abuelo diaguita o michilingue
con persistencia de remota llama;
rotas fueron las voces ancestrales,
perseguidas, mordidas, martilladas
por un loco rencor sobre la boca
del hombre inerme y la mujer violada.
Y el Idioma triunfó, los ruiseñores
de Castilla vencieron la calandria
5
.2
cuya voz era tierra, barro nuestro,
son y zumo de tierra americana
de repente calló cuando los hierros
agrios del odio en su color de fragua
le marcaron el pecho que gemía
y segaron la luz de su garganta…
Pero la lucha prosiguió en la sombra,
una guerra de acentos y palabras,
de fugitivas voces y vocablos
con las venas sangrantes que buscaban
refugiarse en la frente o esconderse
en la nocturna claridad del alma
perdiendo expresión y contenido,
la sonora raíz, la leve gracia,
el poder bautismal y la semilla
para ser sólo la sutil fragancia
que nos sella la voz con el anillo
popular y común de la Tonada:
Yo entrecierro los ojos y la escucho
5
.3
venir y llegar hasta mi almohada
como un largo rumor de caracola,
como memoria de mujer descalza,
como llega la música en la brisa
si la brisa es arroyo de guitarra;
y la siento volar en la tertulia
de labio en labio, mariposa mansa,
suave cuerda que vibra, quena sorda,
o fugaz sugerencia de campana;
y la escucho en la voz que me despierta
con el mate y su luz en la mañana
cuando el sol es un padre que nos dona
el reciente verdor de la esperanza;
y la escucho en un niño que transita
por el sendero que trazó la cabra
y me grita: ¡Buen día! y me conforta
con la sonrisa de su alegre cara;
de repente la siento que rodea
mi corazón como una mano blanda
5
.4
si la voz de la madre o de la esposa
se florece con íntimas palabras;
alguna noche la escuché en Rosario
en la voz de una joven que pasaba
y eso sólo bastó para que viera
amanecer los cerros del Conlara;
y otra noche la oía en Buenos Aires,
en muchedumbre de no sé qué plaza,
sobre un grito vibrante que decía
titulares de prensa cotidiana;
cómo es dulce sentirla cuando llega
desde una boca de mujer besada
con el “sí” suspirado que promete
una cálida rosa para el ansia;
y la escucho sonar entre los niños
de un pueblecito que se dice Larca
mientras mueven las manos en el juego
escolar y rural de la payana;
y la siento rezar en el velorio,
5
.5
y saltar en el arco de la taba,
y volverse puñal en el insulto,
y suspirar en la recién casada.
Dondequiera que esté yo la descubro
y tras ella regreso a la comarca
donde soy una piedra, una semilla,
una nube y un pájaro que canta…
No tenemos bandera que nos cubra
tremolando en el aire de la plaza,
ni canción que nos diga entre los pueblos
cuando suene el clarín, y la proclama
desanude las últimas cadenas
y destruya el alambre y la muralla,
pero tenemos esta luz secreta,
esta música nuestra soterrada,
este leve clamor, ésta cadencia,
este cuño solar, ésta venganza,
este oscuro puñal inadvertido
5
.6
este perfil oral, ésta campana,
este mágico son que nos describe,
esta flor en la voz: nuestra Tonada
Antonio Esteban Agüero
“Digo la Tonada”
43 x 55 cm. Acrílico
Beatríz Ramírez
6
.1 DIGO EL LLAMADO
Y después en caballos redomones
que urticaba la prisa de la espuela
galoparon los Chasquis por las calles
de la ciudad donde Dupuy gobierna,
conduciendo papeles que decían:
“El General de San Martín espera
que acudan los puntanos al llamado
de Libertad que les envía América”.
Y firmaba Dupuy, sencillamente,
con la mano civil y la modestia
de quien era varón republicano
hasta el cogollo de la misma médula.
Y los Chasquis partieron, con el poncho
como un ala flotando en la carrera,
hacia todos los rumbos provinciales
por los caminos de herradura o huella,
ignorantes del sol y la fatiga,
sin pensar en la noche o la tormenta;
6
.2
llegaron hasta el Morro por la tarde,
y por el alba cabalgaron Renca,
y entregaron mensajes en La Toma,
en La Carolina y La Estanzuela,
en las villas de Merlo y Piedra Blanca,
en el Paso del Rey y Cortaderas,
en Nogolí también y San Francisco,
en cada población y en cada aldea,
y en estancias y oscuras pulperías
y en velorios, bautizos y cuadreras,
dondequiera paisanos se juntaran
en solidaria diversión o pena.
Y los hombres dejaban el arado,
o soltaban azada o podaderas,
o la hoz que segaba los trigales,
o la taba o el truco en la taberna,
o el amor de las jóvenes esposas,
o la estancia feudal, o la tapera,
6
.3
o el cedazo que el oro recogía
cuando lavaban misteriosa arena,
o el telar, o los muros comenzados,
o el rodeo de toros en la yerra,
para ir hasta el Valle de las Chacras
donde oficiales anotaban levas.
Y hasta había mujeres que llegaban,
con vestidos de pardas estameñas,
al umbral de Dupuy para decirle:
“Vuestra Merced conoce mi pobreza,
yo no tengo rebaños ni vacadas,
ni un anillo de bodas, ni siquiera
una mula de silla, pero tengo
este muchacho cuya barba empieza”.
De Mendoza llegaban los mensajes
breves, de dura y militar urgencia:
“Necesito las mulas prometidas;
necesito mil yardas de bayeta;
6
.4
necesito caballos, más caballos;
necesito los ponchos y las suelas;
necesito cebollas y limones
para la puna de la Cordillera;
necesito las joyas de las damas;
necesito más carros y carretas;
necesito campanas para el bronce
de los clarines; necesito vendas;
necesito el sudor y la fatiga;
necesito hasta el hierro de las rejas
que clausuran canceles y ventanas
para el acero de las bayonetas;
necesito los cuernos para chifles;
necesito maromas y cadenas
para alzar los cañones en los pasos
donde la nieve es una flor eterna;
necesito las lágrimas y el hambre
para más gloria de la Madre América…”
6
.5
Y San Luis obediente respondía
ahorrando en la sed y la miseria;
río oscuro de hombres que subía,
oscuro río, humanidad morena
que empujaban profundas intuiciones
hacia quién sabe qué remota meta,
entretanto el galope levantaba
remolinos y nubes polvorientas
sobre el anca del último caballo
y el crujido final de las carretas.
Y quedaron chiquillos y mujeres,
sólo mujeres con las caras serias
y las manos sin hombres, esperando…
en San Luis del Venado y de las Sierras.
Antonio Esteban Agüero
“Digo el llamado”
47 x 65 cm. Acrílico con Espátula
Beatríz Ramírez
7
.1 CANCION DEL ARQUERO TEHUELCHE
Con martillo de piedra,
mataremos a Europa,
sobre yunque de piedra americana,
mataremos a Europa.
Con flecha mojada de curare,
y abrazo de anaconda
y rápida fauce de piraña,
mataremos a Europa.
Con cuerno de búfalo bicorne,
y zarpa de puna cazadora,
y saliva de sierpe brasileña
mataremos a Europa.
Sonando maracas
mataremos a Europa
percutiendo monótonos tambores
mataremos a Europa.
Con óxido de cobre,
con sales de bórax,
7
.2
con trampas de liana misionera
mataremos a Europa.
Con lazo de ocho tientos,
y golpe de triple boleadora,
y dagas agudas como un grito
mataremos a Europa.
No se cuando. Mañana.
Acaso mañana con la aurora.
Sudando la piel de los tambores,
mataremos a Europa.
Que Grecia nos perdone.
Que nos perdone Roma,
y la luz de París que nos perdone.
Mataremos a Europa.
Llorando una lágrima celeste
7
.3
por Beethoven y Mozart,
sollozando memoria de Leonardo
mataremos a Europa.
Para ser en el mundo una bandera,
y una llama creadora,
y de nuevo simiente y nervadura,
mataremos a Europa.
Antonio Esteban Agüero
Retrato de un arquero
30 x 42 cm. Acrílico
Beatríz Ramírez
8
.1 CAPITAN DE PAJAROS
Yo, Antonio Esteban Agüero,
capitán de pájaros,
general de livianas mariposas,
estoy en Buenos Aires,
la capital del Plata,
para ser presidente
y organizar la Patria.
Detrás he dejado
los pueblos que me siguen,
ejércitos de alondras,
la división blindada de los cóndores,
las águilas que saben el sabor de la piedra,
calandrias,
chalchaleros,
chiriguas mañaneras,
los secretos lechuzos que me pasan
la información del día y de la noche.
8
.2
Tengo un millón de caballos
¿Escucháis su relincho?
que rodean la urbe por sus cuatro costados,
sus jinetes son muertos de Facundo,
son muertos de Ramírez,
montoneros del Chacho,
sableadores de Pringles,
domadores,
remeseros,
rastreadores,
guitarreros,
espectrales jinetes que cabalgan
mi millón de caballos.
Les ruego que se rindan
que depongan las armas,
que guarden los tanques,
y encierren sus cañones,
porque mañana al mediodía
8
.3
quiero estar en la Plaza de Mayo
sobre viejos balcones del Cabildo
para ser presidente y prestar juramento:
por los ríos de sangre derramada,
por los indios y los blancos muertos
por el sol y la luna,
por la tierra y el cielo
por el Padre Aconcagua,
y por el Mar Oceánico,
y por todas las hierbas y los bosques
y por todas las flores y los pájaros,
y por el hambre de los niños pobres,
y la tristeza de los niños ricos,
y el dolor de las jóvenes paridas,
y la agonía de los viejos.
Juro.
Yo juro.
Hacer de este país la Patria.
8
.4
Ordeno que se rindan
porque mañana a mediodía
entraré a Buenos Aires.
Tengo un millón de caballos.
(¿Escucháis su relincho?)
Nadie podrá atajarme.
Antonio Esteban Agüero
“Capitán de Pájaros”
35 x 50 cm. Grabado Litográfico
Beatríz Ramírez
***FIN***
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