TALLER “EL CANTO DE LOS PÁJAROS” Mientras escucho las armoniosas notas del piano de nuestra compañera Marián, recuerdo con entusiasmo la actividad realizada con nuestros chicos, durante el pasado puente del día del Corpus Christi, que fue fiesta en Sevilla. Amar a la naturaleza, disfrutar de ella, para las personas que no vemos, resulta algo difícil. Si ya nos supone esfuerzos movernos por el asfalto, cuánto más drástico nos resultará caminar entre árboles, arbustos, piedras, socavones... que hacen intransitables los caminos que a otros les resultan fascinantes. Un curso en Barcelona, recibido hace algún tiempo, sembró la inquietud de percibir los encantos de la madre naturaleza a través del resto de los sentidos del cuerpo, para obviar, en lo posible, las maravillas que se nos colocan ante los ojos como: el espectáculo de una flor, de un río o del sol cayendo sobre el mar. Así fue como surgió la idea de poner en práctica este taller. El primer día y a fin de preparar un poco nuestros cerebros para lo que iban a percibir, tuvimos una charla con Don José Carlos Sires, una persona también afiliada a ONCE y experto ornitólogo, que nos introdujo durante una hora y media en el mundo del canto de los pájaros. Personalmente me resultó fascinante observar la cantidad de lenguas y de lenguajes de las aves. Cada especie tiene su canto, podemos encontrar dialectos dentro de una especie y formas distintas para expresar diferentes cosas: cantos de amor, cantos de alarma, de engaños, de avisos, de territorialidad... Escuchamos cómo pían los cisnes, las fochas, las grullas, las perdices, los gorriones... Y casi los vimos amarse y pelearse, engañarse y avisarse, alarmarse, poco o mucho. Al día siguiente, educadores, maestros y alumnos, a eso de las diez, nos pusimos en marcha para visitar la “Cañada de los Pájaros”, provistos de gorras y botellas de agua... Se trata de una reserva natural que forma parte del entorno del parque de Doñana, situada en el término de la Puebla del Río. Nos recibieron con gran amabilidad, Plácido, Maribel y Mónica, nuestra guía y, acompañados por ella, empezamos el recorrido por el lugar. Lo primero que hizo Mónica fue contarnos la historia de la reserva que, en un principio, había sido una gravera, por lo que en el terreno se formaron unos enormes hoyos, actualmente llenos de agua. Luego los habitantes de alrededor se dedicaron a acumular basuras en la gravera ya abandonada, hasta que, con el auge de la celulosa, llenaron aquello de eucaliptos, árboles no muy beneficiosos para el terreno por la gran acidez que aportan. En el año 87 una pareja de biólogos compró la finca, unas siete hectáreas, la limpió y acondicionó para permitir que fuese un lugar elegido por aves tanto autóctonas como migratorias para vivir allí. Durante el paseo, observamos y, sobre todo, escuchamos cisnes trompeteros, fochas cornudas, espátulas y, sobre todo, disfrutamos dándole de comer a los gansos. También divisamos cigüeñas en un eucalipto. Tenían más de cien nidos, milanos negros, ibis escarlata, piquirrojos, galápagos, cuervos y familias enteras de gansos. En el aula de la naturaleza tocamos cráneos de vacas marismeñas, cuernos de corzo de ciervo y de gamo. Durante todo el paseo, nos acompañó un fresco olor a poleo y a lavanda, que junto con la temperatura, no muy alta para la fecha, hizo que el camino nos resultase muy grato. A la una de la tarde y en una explanada, nos prepararon un refrigerio para reponer fuerzas y descansar, esperando el autobús de vuelta al colegio. Con esta excursión, creo que el objetivo del taller quedó de sobra cumplido, pues, gracias a ella, pudimos ejercitar todos nuestros sentidos sin necesidad de usar únicamente la vista: el oído, con los trinos de los pájaros; el tacto, con el roce de los cuernos y de las plumas; el olfato con la lavanda, el poleo y el eucalipto; y creo que con el refrigerio final, hasta el sentido del gusto se dio por satisfecho.