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101 paginas - El lazo y las boleadoras

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EL LAZO
Y LA BOLEADORA
Lo peí Osomio. Mario A.
El lazo y la boleadora . contribución al estudio de las costumbres nativas •
l a ed. li r u n i | > - Buenos Aires : Hemisferio Sur. 2010
112p.,20xNcm.
ISBN 950-Í04-Í92-]
I. Costumbres Nanvns. I. TUulo
CDD398.355
Titulo; EL LAZO Y LA BOLEADORA. Contribución al estudio de las costumbres nativas.
Autor: Mario A. López Osornio.
En la presente edición se ha conservado la sintaxis y la acentuación original de los textos
publicados en 1939 (El Lazo) y en 1941 (Las Boleadoras).
Coedición de Libros de Hispanoamérica y Editorial Hemisferio Sur.
© Editorial Hemisferio Sur S.A.
T. Edición, 2006
P. Reimpresión, 2010
Reservados todos los derechos de ta presente edición para todos los países. Este libro no se
podrá reproducir total o parcialmente por ningún método gráfico, electrónico, mecánico o
cualquier otro, incluyendo los sistemas de fotocopia y foloduplicación, registro
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IMPRESO EN LA ARGENTINA
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ISBN 978-950-504-592-1 Editorial Hemisferio Sur S.A.
Mario A, López Osornio
EL LAZO
Y LA BOLEADORA
Contribución al estudio
de las costumbres nativas
Libros de
Hispanoamérica
editorial
hemisferio sur
El lazo
-GENERALIDADESHasta la aparición de la Manga y el Brete en nuestro
país, es decir, hasta el comienzo del siglo XX, el lazo desempeñó en las tareas campesinas el rol de un elemento
efectivo y necesario. De ninguna manera hubiera podido
el hombre de campo desenvolverse sin su ayuda. Las bestias, ariscas y bravias, no habrían podido ser domeñadas
por el nativo abandonado a sus exclusivos medios naturales. Por eso precisó de auxiliares que, como esa simplísima
cuerda, fuesen suficientes para sujetarles e iniciarles en la
vida doméstica. El lazo sustituyó las terribles y brutales
boleadoras, con su blandura aparejada a la ingénita bondad del gaucho, esa misma bondad con que trató a los
animales de uso cotidiano. Con el lazo se podían aprisionar a los fogosos baguales en sus frenéticas disparadas sin
lesionarlos, o se atrapaban los fornidos toros sin que sufriesen el más insignificante de los contratiempos, para ser
transformados después en mansos y cachacientos bueyes,
capaces de arrastrar las pesadas carretas o ungir los maderos portadores de los torzales de las rastras y arados. Fue,
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además, el lazo, un elemento de caza fuera de constituir
un implemento de utilidad diaria. Con él, no sólo se volteaba la vaquillona para el asado, sino que, se empleaba de
vibrante cuarta en el vado pantanoso y como ayuda a los
vehículos, o simplemente, como retén de los caballos "comiendo a lazo", mientras durase el sueño de sus guiadores
a través de los desiertos pampeanos. Y otras veces, cuando
el clarín de la patria o las campanas de las iglesias lugareñas tocaban a somatén, esa rústica cuerda usada en cien
menesteres de la ruda vida campesina, se transformaba de
repente en temible arma guerrera. Y, entonces, ¡era de ver
sus espirales desenrollándose en el aire como resortes de
acero, temblando airados bajo el impulso de los certeros
brazos que le arrojaban! !1)
(1) Eran estimados los lazos sáltenos o arribeños, delgados y muy
largos: de catorce brazadas. El cuero mejor para el lazo trenzado
es el de novillo macho castrado y adulto, de pelo o color uniforme
y oscuro: colorado, hosco, barroso, pues, en los pelos con manchas blancas el cuero es desparejo en su resistencia.
Don José Apolinario Saravia, desde su campamento volante informaba a Güemes en el mes de abril de 1817, el resultado de sus campañas en diferentes guerrillas contra el ejército realista. El flanco y la
retaguardia de éste eran constantemente hostigadas por las patrullas gauchas que debilitaban el glorioso ejército invasor. Y fue entonces, "como lo confiesa Torrente -dice Vicente Fidel López- cuando el lazo y las boleadoras comenzaron a desempeñar un servicio
aterrante entre las armas de los argentinos, a cada encuentro, seis
o más hombres, oficiales sobre todo, salían arrebatados de los
entreveros y de los realistas, a perecer espantosamente arrastrados y deshechos al correr tendido de los caballos".
La Madrid recuerda en sus "Memorias" que al ocupar Pezuela las
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Figura 1. Peal por sobre el lomo de revés.
Lujo extraordinario de las yerras de antaño.
plazas de Salta y Jujuy, Güemes "le hostilizaba fuertemente con
sus milicias o gauchos, como él los llamaba, hasta el extremo de
sacarles arrastrados de noche por las calles a muchos de sus
centinelas, valiéndose sus milicianos, para esta operación, de sus
lazos.
Después de Vilcapugio y Ayohuma, "quedó la felicidad de la Patria
pendiente de la decisión de los ciudadanos de este pueblo de
Salta y su campaña", -dice Atilio Cornejo en su obra "Historia de
Güemes. "Si los sáltenos se decidían a sacrificar sus intereses y
sus propias vidas, si fuera necesario, el enemigo no adelantaría
su marcha y daría tiempo a la organización del ejército nacional. Y
¡ejemplar prodigio! Un solo espíritu animó a todas las gentes de
esta provincia, que no concebíamos con ilustración bastante para
una resolución tan general, tan magnánima, tan heroica... Dispuestos a hacer la guerra sin más armas que los propios lazos, no
ha habido un hombre que no se alistase en el número de soldados
voluntarios que han militado bajo el nombre de gauchos."
-HISTORIA-
En el libro "La Cuna del Gaucho" Don Martiniano
Leguizamón confiesa que Don José Torres Revello, revelóle
alguna vez la narración atribuida al P. Ocaña, según la cual,
en el año 1601, había observado en las campiñas
santafesinas, escenas nativas donde el lazo aparecía en su
uso y contextura, como alguien hablara con anterioridad
pero, sin la pertinente documentación que así lo confirmara. Por lo tanto, y conforme a la relación aquella, el lazo
primitivo comenzó siendo una soga atada fuertemente al
extremo de una caña. Esta soga bien podía ser de cuero
crudo o bien confeccionada con manojos de cerdas, pero
teniendo siempre un ojal para poder deslizar sobre el cabo
y cerrar la lazada. Este aparato era empleado por habilísimos
jinetes montados en pelo y ayudados a sostenerse sobre el
caballo, por una especie de cinchón que, pasándole por el
pecho les ofrecía un asidero fácil en el caso de que la situación así se lo exigiese En violentas carreras se aparejaban a
los cerriles potros que deseaban aprisionar, llevando en una
mano, la caña y su lazada correspondientemente preparada y lista para dejársela caer en el pescuezo al animal escogido. Bastaba una débil presión para que la soga resbalase
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sobre el bruñido astil de la tacuara y dejase a la bestia
entrampada. Poco a poco comenzaba a ceñirse la lazada, y
la asfixia momentánea de la presa, daba tiempo al cazador
para que terminase tranquilo su tarea.
La aparición de la argolla metálica, transformó este
peligroso, difícil y hasta cierto punto molesto aparato de
caza, dando nacimiento al lazo retorcido, comúnmente llamado en la zona bonaerense "lazo chileno". Dicha argolla
de hierro, grande y pesada, deslizándose sobre la cuerda
con extrema facilidad, suprimió el mango de caña La cuerda
misma cobró en manos expertas sensibilidad de aguzado
nervio. Más tarde y con el sabio consejo de la experiencia
consumada y la provisión del recado por nuestro hombre
de campo, se le dio al lazo mayor resistencia intrínseca, AI
simple tiento retorcido con la encarnadura hacia adentro,
se le agregaron uno o dos tientos más. Un par de brazadas
antes de llegar a la argolla, fue reforzada con la "yapa", es
decir, un elemento o dos más para aumentar en peso al
extremo que se arroja y darle, por otra parte, mayor resistencia en el lugar en que la argolla quema al ceñirse el lazo.
Además, en el extremo opuesto al de la argolla, se le agregó la presilla para prenderla de la asidera de la cincha, y
poder así ofrecer con el total la resistencia máxima con la
ayuda directa de la cabalgadura. Ya se había llegado con
esto a los llamados torzales. Y, más tarde aún, amparados
en la prolijidad autóctona en la mayoría de los nativos para
las prendas del caballo, se llegó a la concepción del lazo
trenzado. Bastaba reunir sistemáticamente cuatro, seis u
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ocho tientos, escondiendo prodigiosamente las puntas de
los elementos utilizados, para constituir la perfecta pieza
de un lazo empleado como un lujo en nuestra campaña
actual.
Figura 2. Peal volcado de revés.
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-CONFECCIÓN DE LAZOS-
"¡Cuánta ciencia se requiere para elegir y preparar el cuero (1)/ cortar, emparejar y sobar a mordaza esos largos filamentos de piel, que el arte del trenzador convertirá luego
en cable de acero!" -dice Javier de Viana en su Biblia
Gaucha, y, cuanta atención y cuidado de sus dueños, agregaría yo para conservarlos!. Sabido es que, los paisanos, apenas adquirido un lazo, lo preparaban para su uso, es decir,
"lo curaban", dándole al mismo la relativa flexibilidad para
su empleo, y la humedad necesaria para evitar futuros
resquebrajamientos en el inevitable auxiliar de sus faenas.
Para llevar a cabo esta operación, bastaba con embadurnarlo con el estiércol fresco de una panza de animal recientemente muerto, o untarlo con hígado de vaca. Después,
un poco de grasa, de tanto en tanto, era suficiente para man(1) Para hacer los lazos chilenos se utilizaba todo el cuero. Es decir,
sacadas las garras y el cogote, se cortaba en redondo. Para hacer
los lazos trenzados, se utilizaban únicamente los trozos de cuero
correspondientes a los costillares. De cada costillar quitaban un
tiento en redondo. (Cortar en redondo significa sacar un tiento
empezando por un punto en la periferia y seguir cortando en espiral hacia el centro del cuero, tratando de conservar la misma
anchura del tiento).
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tenerlo listo para cualquier circunstancia. Los lazos variaban
de extensión, y esta diferencia estribaba en el uso a que estuviese destinado. Así, por ejemplo, existían lazos corraleros
y de rodeo, o lazos propiamente dichos. Los primeros, como
su nombre lo indica, para ser empleados en el trabajo del
corral. Se utilizaban para terneros o potrillos y siempre que
no fuesen muy ariscos. Podían tener unas cinco brazadas de
largo, y si se trataba de chucaros y de mayor tamaño en
edad y corpulencia, podían tener hasta ocho brazadas de
largo. Ahora, los lazos de rodeo, tenían doce, catorce y quince brazadas de largo, y, considerando que cada brazada tenía más o menos uno sesenta, llegamos a la conclusión que
los lazos largos tendrían alrededor de veinticuatro metros.
Existían además de éstos, lazos de cuero crudo, lazos confeccionados con "venas de avestruz" o venado, que ofrecían
una resistencia y elasticidad enorme, semejante a cordeles
de cautchú, pero, poco usados por esa razón que los hacía
extremadamente peligrosos en caso de cortarse (2).
El lazo llegó a constituir para el hombre de campo del
siglo pasado, un motivo de orgullo y de envanecimiento.
Lucirse con un tiro hábil no sólo demostraba la destreza
del tirador, sino la hombría de quien lo había hecho. Ya
Sarmiento en su libro "Facundo" da cuenta de ese placer
rayano en el diletantismo nativo. "El gaucho llega a la hie(2) Estos lazos de "vena de avestruz" se hacían con f i b r a s
aponeuróticas hiladas como lana y transformadas en cordeles
que, trenzados, constituían los lazos arriba mencionados.
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rra al paso lento y mesurado de su mejor parejero, que
detiene a distancia apartada; y para mejor gozar del espectáculo, cruza la pierna sobre el pescuezo del caballo. Si el
entusiasmo lo anima, desciende lentamente del caballo,
desarrolla su lazo y lo arroja sobre un toro que pasa con
velocidad del rayo a cuarenta pasos de distancia; lo ha cogido de una uña, que era lo que se proponía, y vuelve tranquilo a enrollar su "cuerda".
Figura 3. Levemente inclinado, con una mano hacia delante y la otra
apoyada detrás de la cadera, con un cierto dejo de su proverbial
elegancia hasta en "eso de verijear el lazo", el gaucho soportaba
jaraneando el brutal tirón de las bestias.
En este caso del dibujo adjunto, apenas sintió el potro el contacto de la
cuerda sobre el pescuezo y se abalanzó nervioso para dejarse caer de
nuevo sobre sus cuatro remos, se encontró con el enlazador afirmado
y listo para refrenar sus impulsos.
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-TIROS DE LAZO Y SUS PELIGROS-
Se entiende por "tiros de lazo", a la diferente manera de
revolearlo y arrojarlo sobre la presa determinada. Por lo
tanto, el provocar la caída de la lazada sobre el cuello o
sobre las manos de una animal, indicaba en realidad, la
esencia de la enlazada.
Enlazar, propiamente dicho, es el acto de calzar la lazada sobre el cogote de un animal. Se precisa mucha soltura en el antebrazo, pues éste debe acompañar, diría, en
su movimiento al lazo. Puede ser de derecho o de revés.
De derecho es cuando se revolea la armada de derecha a
izquierda, comenzando a pasar el brazo por delante de la
cabeza del enlazador. Se supone que la presa se aleja con
una inclinación de derecha a izquierda si se halla en el corral y de atrás si está en el rodeo.
De revés. Cuando se revolea el lazo de derecha a izquierda, pero iniciando el movimiento por detrás de la
cabeza del enlazador. Se supone que la presa se irá con
una leve inclinación de izquierda a derecha, si está en el
corral. En rodeo, de atrás. Al enlazar un animal, tanto de
una manera como de otra, no se ha buscado otro objeto
que el de aprovechar el atontamiento de la víctima, provoL9
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cado por la asfixia pasajera al ceñirse el lazo sobre su cuello, y terminar de inmovilizarle con un mínimo de peligros para el enlazador. Estos tiros de revés y de derecho,
eran los que generalmente se utilizaban para aprisionar
animales grandes y bravios.
Tiros de cruzada. Cuando el tirador y el animal en su
trayectoria forman dos líneas perpendiculares entre sí. Si el
animal corre de izquierda a derecha, el tirador arrojará el
lazo hacia la diestra. Y si el animal dispara de derecha a izquierda, el enlazador tirará cuando aquél se halla netamente
a la izquierda, cruzando su brazo diestro sobre el siniestro al
instante de echar el lazo atrás y de revolear la cabalgadura
hacia el mismo lado para esperarlo en el golpe. Ha efectuado con esto el tiro sobre el brazo, empleado con los vacunos solamente por ser os menos ligeros en sus disparadas.
El enlazador podrá ir al tranco o al galope corto.
Ya he dicho antes que, el ser buen "pialador" o enlazador
constituía un índice de hombría entre los pampeanos, de
la misma manera que lo era el ser torero entre la población
ibérica. Jugar con el peligro y arriesgarse aún a costa de
perder la vida era casi un deleite para quienes lo practicaban y una subyugante atracción para quienes los admiraban. Cuánta mayor audacia desplegaban, mayor emoción
despertaban. Pero, a veces, se interrumpía el escalofriante
espectáculo con la chapetonada de un gringo moviendo a
risa, o con el griterío jubiloso ante un perfecto tiro de lazo.
Y, otras veces, cuando la desgracia se cernía sobre el lugar
y un accidente cualquiera les interrumpía las tradicionales
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fiestas criollas, los ojos Abiertos y el pecho anhelante, era
lo único que traslucía el duelo de sus almas. Y si no, veamos la patética escena narrada por Esteban Echeverría en
su cuento "El Matadero".
"Dos enlazadores a caballo penetraron en el corral, en
cuyo contorno hervía la chusma a pié, a caballo y
horqueteada sobre los ñudosos palos.
...Un animal de corta y ancha cerviz y e mirar fiero había quedado en los corrales. Llególe su hora.
...Prendido ya al lazo por las astas, bramaba echando
espuma furibundo, y no había demonio que lo hiciera salir del pegajoso barro, donde estaba como clavado y era
imposible pialarlo.
...El animal, acosado por los gritos y sobre todo por dos
picanas agudas que le espoleaban la cola, sintiendo flojo el
lazo arremetió bufando a la puerta, lanzando entrambos
lados una rojiza y fosfórica mirada. Diole un tirón el
enlazador sentando su caballo, desprendió el lazo de las
astas, crujió por el aire un áspero zumbido y al mismo tiempo se vio rodar desde lo alto de una horqueta del corral,
como si un golpe de hacha la hubiese dividido a cercén,
una cabeza de niño...
"¡Se cortó el lazo! Gritaron unos".
Al leer y meditar sobre esta página vigorosa de nuestra
literatura costumbrista, no puedo dejar de pensar que no
habrá faltado alguno que crea horrorizado más bien en la
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ardiente imaginación del artista, que en la veracidad del
caso planteado. Pero este caso mencionado cobra contornos de exactitud si suponemos que al cortarse el lazo, su
extremo libre se envolvió en la violencia bestial del
"chicotazo", en el cuello del pobre niño, y en el bárbaro
tirón de la bestia se la arrancó de cuajo, más que corársela
a semejanza de un golpe de hacha. Y si era peligroso que el
lazo se cortara, más peligroso era aún que la argolla se rompiese y por desgracia algún trozo de la misma quedase
adherida al extremo del lazo en su brutal restallido. Ahora,
apartándonos de estos hechos extraordinarios, entraremos
en aquellos que, por su sencillez, eran los "acontecidos"
casi normales, diría, en las tareas campesinas.
Recuerdo una vez, hablando sobre estos temas, un amigo me dijo, riendo:
"Figúrate, yo tendría unos doce años! Me fui a pasar unos
días de vacaciones a la estancia de un cuñado que tenía dos
hijos casi de la misma edad. Mis sobrinos..., dos cebollitas,
¿no?, como los chicos de las historietas de la revista aquella... traviesos como ninguno y bochincheros a carta cabal.
Una mañana, esperando la hora de almuerzo, estábamos sentados en un banco de la cocina de los peones. De
pronto, uno de ellos extrajo una gomita de una caja de
fósforos vacía y tomándola de sus extremos con los dedos
de ambas manos y del medio con los dientes, le calzó con
la lengua un pedazo de papel mascado. Bastóle una pequeña presión para que el papel escapara como un honda22
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zo y fuera a hacer blanco en el tostado pescuezo del jardinero más gruñón que en mi vida haya conocido. Pegar un
brinco colosal él, y nosotros soltar una carcajada homérica
fue todo uno. Hubo gritos, rezongos, ¡qué se yo!, hasta que
nos prohibieron después ir a la cocina de los peones, que
tanto nos gustaba por las conversaciones que oíamos.
A la tarde de ese mismo día, aprovechando la hora de la
siesta en que nadie podía vernos, nos fuimos al corral que
estaba detrás de las casas y allí nos pusimos a enlazar. Me
acuerdo que había un ternero bastante morrudo que, con
ojos inquietos, nos desafiaba en nuestro aprendizaje.
Osvaldo, que así se llamaba uno de mis sobrinos, armó el
lazo y de un certero tiro lo dejó aprisionado del cogote. El
animal, espantado, comenzó a correr y llevar tras de sí a su
enlazador. Su hermano, viendo que le arrastraba a pesar de
los inútiles esfuerzos efectuados, se apresuró a ayudarle poniéndose a su lado y haciendo pie con todas sus fuerzas.
Vanas esperanzas, el ternero saltando y clavando sus uñas
en el piso les remolcaba en violentos sacudones. Yo, que era
pueblero y no entendía de "verijeadas" ni de "rondas", corrí
y me tomé con el máximo de mis energías de mitad del
cordel. De pronto, la bestia, dando un tremendo bote, disparó hacia otro costado, dejándome a mí en el trance del
"papel mascado" de la broma de la cocina, y, como una pelota, volando por el aire, caí cuatro metros adelante, en el
duro suelo del corral. Pasado el primer instante y recobrado
el ánimo, sentí deseos de llorar por el golpe recibido. Me
dolían las manos y el estómago. Tenía un escozor en las ro-
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dulas y un extraño ardor en la frente. Iba a estallar en llanto,
cuando me acordé del jardinero y no pude contener la risa
nerviosa que hacía coro con la de mis compañeros. Si el
piso del corral hubiera sido el pescuezo del jardinero -había
pensado tontamente- ¡qué golpe le hubiera dado!
Otro caso fuera de éste de las "rondas" del lazo, es el
que paso a relatar, y lo constituye el de "enredarse en el
lazo", como puede leerse en la "Biblia Gaucha" de Javier
de Viana.
"¿Fue exceso de confianza, descuido, fatalidad?... El
cimbronazo lo tomó atravesado, echando la cincha a la verija
y el redomón, bellaqueando en vuelta como un torbellino,
hizo que tres rollos del lazo le ciñeran la pierna derecha.
Fue un instante de angustiosa expectativa que desconcertó a todos. Un minuto más y el enlazador estaba irremediablemente perdido.
Entonces, desafiando el peligro de ser encerado y triturado en la ronda, un gauchito imberbe, casi niño, corrió,
desnudó el cuchillo y cortó el lazo..."
Otra vez, -le dije a un amigo tradicionalista- estábamos
reunidos una cantidad de vecinos en una yerra de las que
marcan época. Los paisanos de varias leguas a la redonda,
habían caído en busca de holgorio a sus aficiones criollas.
Uno de ellos, lindamente trajeado, lucía una pomposa golilla al cuello. La fiesta estaba en su apogeo que, poco a
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poco los contertulios transformaron en un magnífico torneo de habilidades gauchas. De pronto, un grito de espanto nos conmovió a todos intensamente. El paisano del hermoso pañuelo acababa de hacer un tiro por sobre el brazo, y, por una extraña casualidad, una de las puntas del
pañuelo se le había enredado en uno de los rollos del lazo
que, al estirarse, lo arrastró con violencia al suelo.
Figura 4. Sabemos que la forma habitual del gaucho para preparar el
fazo, era la de hacer una lazada que se llamaba armada, de cuatro o
cinco brazadas de perímetro, dejaba alejarse la argolla hasta la cuarta
parte de la misma y allí comenzaba a efectuar los rollos. Tantos rollos
había que hacer cuantos metros calculaba de distancia para
aprisionar una res. Dichos rollos, tenían una brazada cada uno de
perímetro. Armado el lazo así, quedaba por lo tanto listo para ser
empleado. A veces, tomaba dos o tres rollos con el lazo y el resto de
rollos en la otra mano. Otras veces, los tomaba a todos en la misma
mano en que tenía la armada y así arrojaba todo el conjunto.
TIRAR CON MANOJO era un capricho, diría, de algunos hombres de
otras épocas. Se ve claramente lo que significaba "tirar con manojo"
en la figura que está de pie. Ha armado el lazo y sus correspondientes
rollos, pero, a éstos los ha tomado cerrando los círculos por la mitad.
-PEALES-
Cuando un chicuelo hijo de gauchos sabía armar el lazo,
es decir, tomar con la mano izquierda la argolla y con la
derecha hacer deslizar la cuerda sin enredarse, y darle los
rollos necesarios para probar puntería y habilidad centenares de veces en troncos, postes o animales domésticos,
ya podía llevarle el entusiasmo a recibir lecciones de maestros en el aula pampeana de los rodeos. Continuaba su
cultura, digamos, imitando a sus mayores en posturas y
cálculos y de los simples escarceos del lazo, pasaba a los
peales fáciles que luego serían los tiros predilectos que habría de lucir en futuras yerras.
Pealar significaba apresar a un animal por las manos. El
punto vulnerable de una bestia pasando a todo escape, que
pesa cuatro, cinco o seis veces más que el hombre que la
detiene. La traba insignificante del lazo la hace rodar bárbaramente. De manera, pues, que pealar es aprovechar el
segundo en que el animal pasa junto al enlazador con la
velocidad del rayo y le ofrece el blanco instantáneo de sus
remos delanteros al alcance del lazo. Para efectuar este tiro,
hay que revolear el lazo a expensas exclusivamente del juego de la muñeca, y arrojarlo en un movimiento brusco,
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cosa de que al detenerse la armada en el suelo, por el efecto que lleva lo haga verticalmente delante del animal.
Los peales pueden clasificarse así:
Peal de volcado de derecha. Revolear bien el lazo tratando de que se mantenga abierta la lazada a expensas del
juego de rotación de la muñeca y poderlo volcar con facilidad. El brazo girará levemente de derecha a izquierda
empezando a moverse por delante de la cabeza. Al arrojarlo, se habrá buscado de clavar la argolla en el suelo en el
instante en que el animal pasa de izquierda a derecha y la
armada reciba sus manos. Un tirón de la cuerda bastará
para dejarle aprisionado.
Peal de volcado de revés. Semejante al caso citado anteriormente, pero a la inversa. La armada se habrá comenzado a revolear de derecha a izquierda empezando por
detrás de la cabeza.
Al tratar de estudiar metódicamente el trabajo de nuestros hombres de campo, no puedo dejar de recordar las
magistrales páginas de Don Martiniano Leguizamón en
"Alma Nativa" sobre las fiestas en las yerras de antaño. El
paisano, habituado como estaba a jugarse la vida a cada
instante durante el desarrollo de sus actividades diarias, a
veces, hacía gala de su arrojo y exponía la existencia. La
empresa más arriesgada era para él un motivo de alegría.
Chacoteaba con el peligro como un gato juega con un
ratón.
-"Diga, patrón, si lo muento al bragao con la cara pa
atrás y le clavo las lloronas, ¿Qué me regala?".
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-"Te regalaré mi pañuelo colorado de seda para que lo
luzcas como golilla esta noche en el baile".
-"¡Ya estuvo!"...
Y me parece ver el rostro pleno de regocijo aceptando la
propuesta que aventaba el fuego de sus aspiraciones/ de
lucirse ante la chinita de ojos profundos que le quitaba el
sueño...
Peal de payanca. Se mantendrá el lazo armado con dos
o tres rollos, verticalmente. Se arrojará sin revolear y tal
como se mantenía inmóvil en la mano, tratando de que el
círculo de la armada caiga frente al animal que pasa a todo
correr y le tome las manos. Indiferentemente puede cruzar la presa, ya sea de derecha a izquierda o viceversa.
Figura 5. Manera normal de verijear un potro. Posición del hombre
visto de atrás. Las piernas bien abiertas del enlazador con las suelas
de sus botas clavadas en la tierra oblicuamente. Con el borde interno
del pie de adelante se apoyará para evitar ser arrastrado, y, con el
borde interno también, pero del pie de atrás, se adherirá a la tierra
para impedir igual circunstancia.
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Peal de paleta. Se llama "de paleta" porque el tirador busca
de pegarle en aquella sin volcar el lazo, a la presa y aprovechar el instante en que la armada se mantiene abierta a expensas del golpe para que permita la introducción de sus
remos delanteros. Por lo general, los tiradores revolean el
lazo al costado sin pasar la mano por arriba de la cabeza. Este
tiro es el empleado por la mayoría de los enlazadores poco
expertos en el difícil arte de manejar el lazo. Con un revoleo
semejante al que acabamos de tratar, los paisanos solían cazar los jabalíes o chanchos salvajes de la mitad del cuerpo.
Peal por sobre el lomo de derecha. Para efectuarlo habrá que haber armado el lazo íntegramente, es decir, con
todos sus rollos. Habrá que revolearlo de derecha a izquierda tratando de que la armada vaya bien abierta a expensas
del movimiento de rotación pasando por delante de la cabeza del tirador. La presa correrá al frente del "pialador",
por lo tanto, éste se habrá ubicado detrás de aquella pero,
con una inclinación neta hacia su flanco izquierdo, cosa de
poderle arrojar el lazo por sobre el lomo y que caiga delante suyo y le tome de las manos. Se habrá buscado también, que la argolla le pegue en el anca a la presa. Un breve
"cimbroneo" en la cuerda efectuado con la mano, el brazo
y aún el cuerpo mismo del enlazador bastará para ayudar
al lazo en su fin. El enlazador sujetará tomado con las dos
manos de la presilla.
Peal sobre el lomo de revés. Se revoleará el lazo de derecha a izquierda empezando por detrás de la cabeza. Es
éste un tiro semejante al anterior con la única diferencia
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que es a la inversa. Imaginaremos que la presa correrá al
frente del pealador, pero a su izquierda.
Constituían los tiros por sobre el lomo, los tiros predilectos en las yerras donde el hombre de a pie, aprovechaba
Figura 6. Lazo cadeneado. Se llama "apartar a cadena" o simplemente
"cadenear animales", a la manera especial de emplear el lazo en los
rodeos. Esta manera especial consistía en aprisionarlos cuando estaban en el suelo y poderlos llevar a un determinado sitio y soltarlos allí,
sin ayuda de ninguna especie.
En la fig. 1 vemos la forma de preparar el lazo alrededor del pescuezo del
novillo, (a) penetra por la argolla y toma la lazada (b). En (c) de la fig. 2, vemos
la manera correcta de iniciar "la cadena" con el resto del lazo. En la fig. 3, la
cadena efectuada y el extremo opuesto (f), preparado para atravesar por (d)
como lo indica la flecha para servir de traba y evitar que la cadena se desarme.
El lazo ha quedado doble, por lo tanto será por (g), por donde se atará el lazo
a la presilla. Dispuesto el conjunto de esa forma, se podrá llevar el animal
aprisionado al sitio elegido y con solo tirar de (i), será suficiente para dejarlo
suelto instantáneamente.
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de esta circunstancia para poder darle "la soga necesaria" a
sus presas, o podía detenerlas sin "verijearlas" en presencia de sus espectadores. Ya Don Martiniano Leguizamón,
en su cuento "Raza Vencida" habla claramente de esos lujos camperos:
"...El jinete se echó encima del animal para hacerlo disparar. El viejo revoleó un instante dejando que se alejara,
soltando luego la armada con todos los rollos por encima
de la paleta del torito...
La armada se deslizó por la argolla, cerrándose de golpe
en las pezuñas delanteras, y el animal detenido en la carrera, dio un resoplido violento al sentir el tirón y se tumbó
de lomos. La trenza quedó tirante, vibrando como una
bordona...."
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LAZO
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Figura 7. El lazo (o) se ha preparado como el "lazo cadeneado", pero,
con la diferencia que la lazada primera en vez de pasar por el cuello,
ha aprisionado las dos manos del potro y entre una y otra, se ha
retorcido el lazo para aumentar la traba de la manea. Con solo tirar
del ramal secundario será suficiente para dejar libre al animal desde
el recado. El empleo del lazo en esta manera es por lo tanto el mismo
que el buscado en la "manea pampa".
El lazo (c) de la misma figura, indica la manera de levantar o manear
una pata con lazo. Con la observación única del dibujo será bastante
para comprenderle.
Ahora, en la figura del primer plano, vemos que el lazo (b), ha sido
empleado como la manea de las dos patas.
Í3
-EL LAZO
EN LA GUERRA
Y EN EL CRIMEN-
Hasta aquí, no hemos hecho otra cosa que estudiar el
lazo en paz, es decir, cuando se le empleaba como ayuda
imprescindible en las tareas campesinas o como elemento de diversión en las hierras o cacerías. Pero el lazo desempeñó también, un papel importantísimo en las horas
trágicas de las guerras gauchas después de la emancipación argentina y en el período de la pre-organización nacional. Además, las páginas rojas de los diarios de nuestros abuelos, traían de vez en vez, la crónica turbia de
algún hecho delictuoso, donde el lazo constituía el cuerpo del delito. Y, entonces, la simple cuerda de tientos se
transformaba de golpe en temible arma cuyo silbido
alelaba a las víctimas. Don Leopoldo Lugones dice al respecto:
"Cruzó sobre las cabezas el serpenteo de la armada, cogió al realista, y en un cimbrón salió éste peloteando como
un rollo de trapos. Un vítor consumó el incidente que decidía por los montoneros la victoria..."
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No pocas veces habremos oído casos en que el sahumerio
de la leyenda ha perfumado con su incienso algunas memorias anónimas en que el lazo fue utilizado por hombres
que, haciendo derroche de audacia y valentía, arrebataban
cañones de las filas enemigas o detenían los brazos de soldados contrarios en el instante de herir compañeros...
En otras ocasiones, en que la argolla de un lazo se ligaba
a otro lazo, para formar así la terrible maroma andante
que arrasaba con la furia de sus incontenibles portadores,
y tronchaba cabezas y desmontaba jinetes, en las horas
aciagas en que la Patria se erguía libre a la faz del mundo.
Más tarde aún, cuando la reorganización nacional era
un hecho finiquitado y los hombres podían ocuparse con
entera libertad de sus intimidades, el lazo entró a dirimir
las pasiones personales. El rebenque, el cuchillo y el poncho, fueron sus aliados. Bastaba una chispa de cobardía en
un rival para que el lazo, a través de la distancia, aprisionase un cuerpo que atemorizaba.
Una vez escribí un cuento titulado "Miedo", cuyo argumento me lo facilitó un hecho criminal ocurrido años atrás
en la población en que vivo. Un muchacho tranquilo y bueno en su comportamiento social, le robó la novia a un
compadrón. Un tiempo después, se encontraron en un almacén de campaña. El rival traicionado comenzó en presencia de sus amigos, a soltar indirectas hacia su enemigo.
Este, deseoso de eludir reyertas a las cuales no estaba acostumbrado, se retiró sin imaginarse siquiera que habrían de
seguirle. Apenas montó en su caballo se cercioró de la ver36
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dad. No sólo le seguían y le castigaban a ojos vistas, sino que
se burlaban de su miedo que le hacía huir bochornosamente. De pronto... "se le ocurrió desprender el lazo de la asidera
que esa tarde había alzado para lucirse. Blando de boca como
era su caballo, fácil le obedeció a la rienda, y, en un brusco
girar sobre las patas traseras, pudo desprenderse del látigo
de Barragán. Después, y sin revolear mucho el lazo, la ar-
Figura 8. Para igual objeto que el LAZO CADENEADO solía emplearse
el lazo doble o lazo doblado. Se decía DOBLE, si se usaban dos lazos,
y, DOBLADO, si sólo uno, prendiendo su propia presilla en la argolla.
Se diferenciaba del CADENEADO, en que, para usarlo a éste, había
que voltear la res, y, en cambio, par emplear el DOBLE no era necesario
tal requisito. Se efectuaba una armada pequeña, (c) en el lazo (a) y
que tuviese el mismo perímetro del pescuezo del a n i m a l . Se
continuaba armando los rollos del lazo complementario (b). Hechos
estos rollos (d) y mantenidos en una mano, se armaba el otro lazo, es
decir, el primario (a). Terminada esta operación, se juntaban los rollos
de una mano y otra o se repartían entre las dos y el lazo quedaba listo
para ser usado. Bastaba tirar del lazo (b) después de haber llevado
un animal a un sitio elegido para dejarle libre en el acto, con sólo
cimbrar el lazo.
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mada cayó con exacta precisión abarcando el cuerpo de su
enemigo. Un nuevo lonjazo al caballo, le bastó para arrancar de un brinco y echarse a correr campo afuera...De tanto
en tanto palpaba el lazo, y lo sentía, tenso, vibrante, con el
macabro bulto llevado a la rastra..."
Otras veces, el lazo sirvió como elemento de tortura, desde el simple estaqueado, especie de cepo hecho con el lazo
que inmovilizaba en la tierra a un prisionero, por medio de
estacas y aún cuchillos cruzados que mantenían una a una
de sus extremidades hasta los terribles descuartizamientos
realizados por medio del lazo. ¿Qué niño no se ha emocionado hondamente al leer la sublevación de Túpac Amaru?
¿Quién podría olvidarse de que en el año 1781, y después
de haber sido sofocadas las masas indígenas, ejecutaron bárbaramente a los cabecillas en la plaza mayor de Cuzco?
Imborrable es la historia de Gabriel Condorcanqui, el último de los descendientes de los Incas, que constituyó una de
las causas mediatas de la Revolución de Mayo.
Condenado a morir por haber pretendido libertar a su
pueblo, sufrió la pena de ser amarrado de sus cuatro extremidades a las colas de cuatro potros cerriles por medio de
lazos.
Unos pocos latigazos y otros pocos gritos azuzando a las
bestias, debieron de ser más que suficientes para barrer
los campos con sus nobles despojos.
Cuentan también las leyendas de las guerras de la emancipación americana, que las montoneras criollas, para vengar los medios expeditivos de las horcas de los realistas, los
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nativos ataban a los postes a los desgraciados que caían a
mano. El sol y la brutal presión de las ligaduras consumaban la obra. Bastaban unas pocas horas para que, las vueltas y revueltas de la cuerda, se incrustaran en las carnes de
Figura 9. El Lazo empleado para voltear reses sin golpear: Se enlaza de
la base de los cuernos. Se hace un medio bozal en el cuello, otro a la
altura del pecho y uno último en las verijas. Con sólo tirar fuertemente
de (b) en la dirección marcada por la flecha (a) se verá echarse al toro.
Introduciéndole dos dedos en la nariz y apretando el tabique con cuidado
de no lesionar, se le podrá acostar sobre el lado que uno desee sin el
menor peligro.
Manea redonda: Se dará un par de vueltas del lazo alrededor de las
manos y por sobre las rodillas. Se habrá tomado del lado de la presilla
para poder abarcar con ella cuántas vueltas se deseen. Se continuará
pasando el lazo por la cruz y volver al sitio de arranque para evitar
que la manea se caiga. De allí se pasará a las patas y al dar la primer
vuelta, ya se podrá ajustar lo que se quiera para acercar o no, los
cuatro remos. Dado un par de vueltas más, se irá por sobre el anca
para e v i t a r que la manea se baje. Efectuado esto, y después de
anudado, se obtendrá un animal (en este caso el caballo) totalmente
maneado, sobre el cual se podrá hacer cualquier operación sin que
pudiera moverse.
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los infelices y aparecieran enormes labios, amoratados y
sangrantes, que, con su silencio, callaban el precio de las
libertades humanas...
Figura 10. Inmovilizar reses con lazo. Con la armada del lazo se
aprisionarán las dos manos como se verá claramente en la sección (R)
del dibujo adjunto. Luego, pasando el lazo entre las manos, se hará
una lazada (marcada con la flecha (a) para aprisionar esta vez, a la
pata de abajo, para evitar que el animal se levante. Tomados asi estos
tres remos, se efectuará otra lazada como la marcada por la flecha (b)
de la misma sección (R). Hecha esta nueva lazada, como se podrá
observar en la sección (S), se hará un medio bozal siguiendo la dirección
que el lazo llevaba (c) de la misma sección (S). Terminado este medio
bozal sobre dicha pata y debidamente ajustado, se obtendrá la
inmovilización total de un animal en el suelo.
-INFLUENCIA DEL LAZO
EN EL REFRÁN
Y EN LA POESÍA POPULAR-
Agrego a continuación una serie de frases proverbiales
en las cuales intervienen como base, voces referentes al lazo,
ya sea en su uso o en sus elementos constitutivos. Hago notar, también, la curiosa influencia de este implemento en las
tareas campesinas, en el léxico gaucho para expresar los sentimientos de los que lo manejaban a cada instante. Unas
veces, para reforzar consejos, y otras para cotejar virtudes o
redondear versos con la vivaz filosofía de los suspicaces, o la
dulce humanidad de los mansos. Frases, adagios, proverbios, sentencias y refranes que, a pesar del aluvión de
extranjerismos y del desuso casi total del lazo en los trabajos
rurales y en la época actual, aún persisten y seguirán persistiendo en vivir frescos y puros como un emblema de rancio
argentinismo; de la misma manera que todavía cuaja en
nuestra tierra pampeana la flor morada y la margarita silvestre, a pesar de las invasiones agrícolas del lino y trigo.
Traer a lazo. Llevar a una persona o animal forzosamente a un lugar determinado previamente.
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Caer en el lazo, (o cayó en el lazo). Ser engañado por
medio de un ardid anticipado a un asunto cualquiera.
Tender el lazo. Buscar artificiosamente el medio para
atraer a sí a una persona o animal.
Lazo de cariño, etc. Manera expresiva de significar el
vínculo de simpatía de una persona con otra.
Deseando dar un ejemplo, no puedo dejar de recordar
las décimas aquellas que, infinidad de años atrás, no había
guitarrero que no las cantase, y empezaban así:
El lazo que nos tenía
acoyarao a los dos
lograste cortarlo vos
tanto forcejear un día
¡A la pucha!, la alegría
de nosotros fue a parar
vos te juistes a gozar
y yo, ¡qué querés que hiciera!...
también rumbié campo ajuera
con la disgracia a la par.
(Anónimo)
Meter el pie en el lazo. Caer impensadamente en una
treta o artificio.
Darle lazo. Ir dando largas a un asunto con la intención
aviesa de recoger cuando a uno le plazca. A veces, puede
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interpretarse también de que "se da lazo" por simple desidia o abandono.
Dale lazo, no más... Equivalente a: "Cría cuervos, que
te sacarán los ojos..."
Tenerlo a lazo. (Viene de: tener caballo a lazo). Cuando
un gaucho tenía un caballo a lazo, quería decir que lo mantenía comiendo en el espacio que abarcaba la soga. De esa
manera lo tenía, también, a su completa disposición en
cualquier circunstancia. Por igual razón, decir "la tengo a
lazo", significa expresar que la tiene a su exclusiva voluntad, por ciertos vínculos, a determinada persona.
Arrolló el lazo. Aflojó, reculó. Se dice que un hombre
"arrolló el lazo" o simplemente "arrolló", cuando por miedo, cansancio o prudencia, evadió un trabajo o un peligro.
¡Se fue sobre el lazo...! Solían decir los paisanos, y con
ello significaban que se adelantaban al peligro para desafiarlo temerariamente. Esta frase habrá sido tomada, posiblemente, por el hecho de adelantar un paso o dos el
enlazador después de haber aprisionado la res, para darse
tiempo a hacer pié y sostener prevenido el cimbronazo.
¡Se viene por sobre el lazo! A veces, animales bravios,
apenas sentían el contacto del lazo sobre el cuello, se volvían furibundos sobre sus perseguidores. Entonces se de43
\: "Se viene sob
tanto, en la jerga diaria de los paisanos actuales, aún se oye
repetir el dicho de: "se me vino sobre el lazo", para significar la valentía de haber sabido afrontar un peligro muy
grande. En otras ocasiones, se interpretaba el dicho: "se
me vino sobre el lazo", como si dijéramos "se me vino encima y solo se ensartó", que evidencia la mala estrella de
los inexpertos, ante la experiencia de los avezados.
Jah!... ¡a ese lazo lo han trenzao flojo...! Cuando se
referían a una persona de poco ánimo y valor.
¡No se pone a tiro e lazo...! O no ponerse a "tiro" simplemente, significaba no ponerse al alcance de una persona. También podía expresar el no ponerse de acuerdo en
un negocio.
A uno, dos o tres tiros de lazo. Sabemos que el sistema de medidas lineales que el gaucho empleó para sus
cálculos, fue el de la "brazada" o sea, un metro sesenta o
un metro setenta por unidad. Como el lazo corriente tenía
diez brazadas más o menos, resultaba que un objeto podía
estar a tres tiros de lazo, por ejemplo, de tal o cual parte, es
decir a unos cincuenta metros de distancia.
¡Déjame ese barato..! Indica el deseo especial de una
persona en solucionar un problema que supone fácil. A
veces, en las yerras de antaño, pedían los paisanos con la
44
zumbona suspicacia que les caracterizaba, un "barato", es
decir, un tiro de apariencia simple pero realmente difícil
para lucirse con él ante la sorpresa de los espectadores.
¿A mí?... ¡Ni con lazo! Demuestra la incredulidad de
una persona de que se le pudiese quebrar la seguridad que
posee de sí misma, por más ardides que se emplearan en
ello. Fe en sí.
¡Apretaditos, corno trenza de ocho! Se refiere al hecho de que dos o más personas se hallen en una estrecha
vinculación. Esta frase habrá sido construida aprovechando la circunstancia especial de la trenza del lazo de ocho
tientos, que, para estar bien confeccionada, sus elementos constitutivos deberán estar bien ceñidos y apretados.
Este refrán fue suplantado más tarde por: ¡Cómo sardinas en lata!
¡Guarda la maroma! Prevenir de un peligro inminente. Viene posiblemente de la época de la independencia,
en que dos paisanos uniendo lazo con lazo y a todo escape
de sus cabalgaduras, arrasaban por sorpresa a los piquetes
enemigos. A veces, aparece la misma expresión bajo la frase de: ¡Guarda la ronda!, tomada del peligro de enredarse
en el lazo mientras se trabajaba en los rodeos o corrales.
¡Le hizo ronda! Cuando por falta de previsión, una persona es tomada sorpresivamente en algún acto.
45
¡Me fui con todo el rollo! Le tiró con todos los rollos. Es
decir, que echó hasta el resto de sus esfuerzos en la concepción de un cometido. Semejante a: ¡Quemó hasta el
último cartucho!
Estanislao del Campo en "Fausto", nos da un caso típico donde un hombre se emplea a fondo en la argumentación de un suceso:
-Vean cómo le buscó
la güelta...¡Bien haiga el Pollo!
Siempre larga todo el rollo
De su lazo.
Pero hombre... ¡enderézalo a argollazos! Cuando se
aconseja de usar de medios expeditivos en la solución de
un asunto cualquiera. Posiblemente esta frase está tomada
figuradamente del hecho corriente de quebrar la porfía o
empecinamiento de ciertos animales en no querer caminar hacia determinados lugares, como los toros, por ejemplo, y había que hacerlo entonces, a fuer/a de rigor. Se los
arreaba castigándoles, con el lazo tomado a manera de látigo desde un metro y medio antes de terminar. La argolla,
en el extremo libre, aumentaba brutalmente el castigo.
Un ejemplo clásico de nuestra poesía gauchesca en que
la argolla del lazo es usada como elemento de castigo, lo
tenemos en el poema "Fausto" de Estanislao del Campo,
en el instante en que el Pollo, le cuenta a su amigo, las
dificultades que tuvo para el cobro de una deuda, y,
remedando las disculpas interpuestas ante él por el falso
deudor, le expresa su deseo de haberle dado su merecido
por tramposo:
...O no hay plata, y venga luego;
Hoy no más cuasi le pego
En las aspas, con la argolla
A un gringo que aunque de embrolla
Ya le he malíciao el juego.
¡Largo como pial de atrás...! Cuando un problema cualquiera de la vida de una persona, se hace difícil y engorroso, es "largo como pial de atrás", por semejanza, tal vez, al
peal por sobre el lomo, que sólo determinados individuos
eran capaces de efectuar por las dificultades surgidas en
"su tiro".
¡Lindo pial si no se corta...! o ¡Lindo pial si no se saca...!
Cuando se afirmaba como acertada la solución dada a un
determinado problema, si es que a último momento no
aparecía alguna seria dficultad.
¡A otra cancha con ese pial! o "a otro perro con ese
hueso", indicaba la incredulidad de lo escuchado. Equivalía, por lo tanto, a enviar al interlocutor a otro sitio con ese
cuento, donde hallaría, tal vez, un sujeto más tonto que él,
que pudiese dar crédito a su palabra.
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¡Se pialó sólo! Persona que sufre en sí misma las consecuencias destinadas a otra. Víctima de sus propios hechos.
¡Lacito de mucha armada no puede voltear res! Semejante al viejo refrán español de. "Quien mucho abarca, poco
aprieta".
¡No hay tiempo que no se acabe, ni tiento que no se
corte! Equivalente a:
¡No hay lazo que no reviente, ni argolla que no se
gaste! Empleado por el paisano cuando deseaba aconsejar
paciencia y resignación en las largas esperas de la vida, recordando, tal vez, que "no hay deuda que no se pague, ni
plazo que no se cumpla" o que "no hay mal que dure cien
años", para no poder alimentar una esperanza, que, por
débil que sea, no dejaría de reanimar un tanto a un espíritu abatido. Manera de consolar al que padece, haciéndole
ver que todo tiene término en la vida.
No hay que meter el brazo entre el novillo y el lazo...
Rememora también los consejos de los experimentados en
la existencia, hacia los inexpertos, recomendándoles prudencia en todos los instantes de la vida.
En ganándole el tirón, no hay animal pescuecero...
Indica que la previsión es la mejor de las compañeras. También podría interpretarse como que, "el ventajear", en cual48
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quier instante de la vida da una esperanza de victoria.
Ya le erró el viejo chambón...
¡Quién lo vido amartiyao!
-¡Que aura corre para tu lao
piala, maula, cajetilla,
y tironiá de presiya
ya que sos tan entonao
Ya está el bichito en el lazo
y métale duro cuñao...
y usté, amigo, se hace a un lao
pa' que pase la ternera
y al salir de la tranquera
es de ley: pial de volcao.
(Anónimo)
Hay otra versión de los mismos versos, pero en décimas.
-Ya le erró el viejo chambón
quién te vio tan amartiyao
echando la gente al costao
pa' comer solo el melón...!
-Gáyate, no seas gritón,
le retrucó el viejo amoscao,
que aura corre para tu lao
piala, no más... ¡cajetilla!
Mira qu'es ley, pial de volcao...
O tironiar 'e la presiya.
(Anónimo)
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Pero tanto el "peal de volcado" como el "peal por sobre
el lomo" a los cuales se refieren los anteriores versos, constituían los tiros más difíciles en el arte del enlazador, por
consiguiente, el viejo, al imponer condiciones para sujetar
burlas que le zahieren, recuerda a aquellos como fundamento de su desafío.
Conceder autorización en una empresa con la formal
advertencia de sus inconvenientes.
Andando por los corrales
Me dijo una corralera:
-Cimbrale qu'está de un asta
y abrile el caballo ajuera...
Decía una cuarteta criolla, aconsejando en su contenido
la inutilidad de algunas pretensiones. Sabido es que un
animal enlazado de un asta, estaba mal enlazado, por lo
tanto, era necesario hacer zafar el lazo cimbrándolo, y dar
ocasión a que otro hiciese la tentativa de aprisionarlo en
debida forma. Por ello es que la moraleja de la cuarteta
indica desviar la intención de una persona, para que otra
tenga una completa libertad de acción que convenga a sus
intereses o sentimientos.
¡...Como pial de volcao! Un argumento rotundo o excesivamente eficaz, es como pial de volcao, precisamente
por eso, por la irrebatibilidad de sus fundamentos. Comparada a los precisos efectos de ese peal.
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¡Qué verija pa' un tirón! Decían los paisanos al querer
expresar su incredulidad a las balandronadas de una persona, afecta a la exageración de sus propios actos. Ostentación de las cualidades que no corresponden.
¡Lindo modo de sacarse el lazo! Decía el paisano cuando veía a una persona usar de medios incorrectos para zafar de situaciones determinadas. Este refrán es semejante
a: ¡Buenas maneras de eludir circunstancias!
¡Sacat" ese lazo de encima! Usado por las gentes del
país cuando deseaban exponer la eficacia de argumentos
incontrovertibles.
¡Aflójale que colee...! Cuando un enlazador aprisionaba del pescuezo a un animal, sus compañeros le pedían:
"¡Aflójale que colee!", es decir, incitaban a que buscase la
presa, agitando la cola de ira o de miedo, el instante de
disparar despavorida y poderle hacer sus peales a gusto.
Figuradamente se podría interpretar como la espoleada
desafiante a un tercero, para que, efectuada determinada
acción, reciba su merecido.
Con el lazo al pescuezo. Derivado, posiblemente, del
refrán español: "Con la soga al cuello", que recordaba la
desesperante situación de los condenados a la horca. Sin
embargo, podría también suponerse que la frase: "con el
lazo al pescuezo" proviniese de la angustiosa situación de
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un ser aprisionado por el lazo, en que no le resta en la vida
otra cosa que esperar decisión determinada por sus
aprehensores. Sujeto terminado física o moralmente. Concluido, desahuciado. Puede interpretarse también, como
un individuo envuelto en la bancarrota.
¡Qué poca yapa tiene ese lazo! Semejante a: ¡qué poca
cancha! Es decir, cuando se tiene escasa o ninguna habilidad en alguna cosa.
Con cuero ajeno: ¿quién no corta un tiento pa' lazo?
Censura la largueza de ciertas personas en el manejo de
bienes ajenos. Este refrán es semejante aquel otro que decía. "Franco y liberal de ajeno caudal".
¡No eche yegua sobre el lazo! Semejante a: ¡No amolé,
o no moleste, que estoy haciendo algo de importancia! Que
sabemos decir cuando alguien nos perturba en un acto
cualquiera. Viene posiblemente de la época en que un paisano con un animal enlazado, exigía de sus compañeros
discreción y prudencia, para evitar que el resto de animales fuese a provocar con sus enceguecidas disparadas, trastornos de gravedad.
¡Éche-mele- nudo a ese lazo...! Frase humorística de
los paisanos para hacer notar la presencia de un sujeto
melenudo y por ende, desprolijo y desaseado, no solo en
su persona, sino en su desaliño espiritual.
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Cuando el corral es chico, hasta los gringos enlazan.
En lo fácil todas las personas hallan la solución a los problemas presentados, y, en cambio, en lo difícil, todos se lavan
las manos, alegando fútiles motivos para no intervenir en
los problemas que, en realidad, también les incumbe.
Acorte, que no es para lazo. Sea breve, evite excederse o extralimitarse en algo que ya se sabe o molesta su
relación.
Sacarse el lazo con mano ajena. Salir de un apuro con
ayuda extraña. Este refrán tiene, también, otra acepción,
que sería semejante a la de "sacar las brasas con mano ajena", es decir, que otra persona haga o diga por uno, cuando uno mismo no se atreve a hacerlo personalmente.
A otro potro con ese lazo. Refrán semejante a: "a otro
perro con ese hueso". Incredulidad. No aceptar un decir
por considerarlo ingenuo o tonto para su capacidad.
Todavía me quedan rollos. Tomado del poema de
Hernández, donde dice: "Todavía me quedan rollos por si
se ofrece dar lazo..." Es decir, que aun le restan argumentos para el sostén de una idea.
¡Por Dios! ¡Qué lengua de lazo tiene! Expresión campesina que recuerda a los sujetos parlanchines y llenos de
rodeos para relatar o exponer sus pensamientos.
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Se estiró como argolla en el lazo. Dicho campero que
hace referencia al esfuerzo extraordinario que una persona pudo hacer o hizo sin abandonar una empresa,
Dios castiga, pero no con lazo. La resolución de cientos de problemas que la lógica, o el sano criterio presagian
su fin, suele a veces, ser atribuido a los designios de la Divina Providencia. Por ello, en muchas ocasiones en que
una persona mesurada "ve" el resultado funesto cuando
otra ha obrado mal, y acierta en su previsión, piensa que
Dios castiga sus faltas, sin suponer siquiera que esa era o
debía ser la consecuencia fatal de sus acciones.
¡Ponele (o préndele, o cénale) presilla a ese laizo! Frase
desafiante que denota el deseo de una persona hacia otra,
para que realice una acción a la cual no se le cree capacitada.
¡Pial de ley, canejo! Aprobación manifiesta de haber
obrado bien o con exactitud en una acción cualquiera, que
se juzga valorable.
¡Me dejó con la armada hecha...! Me quedé afeitado y
sin visitas... Tanto una como otra frase, denotan la desilusión
sufrida en el fracaso de una acción que se tenía por segura.
¡Se precisaba un lazo bien trenzau! Sentencia que
indica la falta de capacidad de una persona para desarrollar una acción superior a sus fuerzas.
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Por ruin que sea una lonja, nunca se corta el lazo en
la primer enlazada. Los primeros desengaños no hacen
mella ni obligan a una determinada acción inmediatamente.
Últimamente... ¡No tengo el cuero pa cincha ni pa
lazo! Exclamación hecha en trance de aceptar un reto, o
para expresar la confianza tenida en sí mismo, en determinada empresa, aunque en ella vaya la vida. (Este refrán me
lo envió Don Tomás Ryan, oído en Arrecifes y coincidente
con el sur bonaerense).
VOCES DEL BASTONERO PARA DIRIGIR LOS
CAMBIOS DE FIGURAS EN EL PERICÓN NACIONAL,
DONDE INTERVIENE EL VOCABLO LAZO.
Hay que arrollar este lazo
Con yapa y trenza de ocho;
cada casal a su nido
como cada balde al pozo.
Habrá dicho el bastonero mientras las chinas, en fila
india, giran al centro y los caballeros, igualmente dispuestos por fuera de ellas y marchando en sentido contrario,
aguardarán la voz de: ¡ahura!, para tomarse del brazo de
sus respectivas parejas, y esperar el compás de las notas
armoniosas de la música nativa, la nueva voz de mando
que les hará cambiar de figura.
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Vamos a ingerir el lazo,- dice en otra parte el bastonerocon juertes tientos de amor, y, con ello, ordena la formación de la rueda grande, es decir, la unión de las dos filas
opuestas de bailarines en un solo círculo, intercalando hombres y mujeres, mientras girarán caminando al paso cadencioso del Pericón Nacional.
Las boleadoras
-HISTORIAAl comenzar este trabajo me pareció imposible establecer la procedencia exacta de las boleadoras, y más imposible aun, las transformaciones que sufrieron para llegar a ser
lo que fueron. Pero, compenetrado en su estudio ahora, y
basado en la lógica y en el buen criterio, creo que he llegado, sino a la perfecta historia de las mismas, por lo menos al
convencimiento de haberme acercado a la verdad.
El mayor inconveniente en este asunto es la falta de estudios generalizados en el país, donde desde el tiempo de
la colonia, los cronistas e historiadores demostraron su
apego únicamente a la "narración de los hechos imitares y
a las descripciones científicas superficiales, que a profundizar las cuestiones antropológicas que hoy preocupan la
atención de los sabios, la geología viene a darnos nuevas
luces. La formación de aluviones modernos de Buenos Aires es un archivo, -dice Estanislao Cevallos en su Estudio
Geológico de la Provincia de Buenos Aires- y agrega: ...generalmente se encuentran en las cumbres de las lomas, y
cuando no, a una profundidad que rara vez pasa de los 35
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centímetros en tierra vegetal..." demostrando con esto que
no está lejos la era de piedra de nuestro hombre pampeano,
ni que tampoco sea uno de los únicos hombres del mundo
que en un corto número de años, no haya pasado todas las
civilizaciones para llegar a ponerse a la palestra de las civilizaciones más adelantadas del orbe. Por lo tanto, si esos
aluviones modernos nos muestran en sus entrañas los objetos hallados, como ser: cuchillos, puntas de flecha, hachas, raspadores, punzones, cargas de hondas, pulidores,
morteros y bolas -todos de piedra- éstos nos señalarán, a
su vez, una era, la era de piedra pampeana, desde donde
arranca la historia de las boleadoras.
Después de observar pacientemente una reproducción
del Planisferio cuyo original existe en la Biblioteca Nacional de París, y que fuera trazado por el Cosmógrafo y Piloto Mayor de Carlos V, Don Sebastián Gaboto, y de analizar
el dibujo sobre el combate de Hábeas Christi, acaecido el
15 de Junio de 1536, y de meditar sobre la portada de la
primera edición del libro de Huldericus Schmidel, aparecida en el año 1599, llego a la conclusión de que los indios
representados en ellos no tienen otras armas esenciales que
macanas, escudos, dardos en trisulco y arcos con sus respectivas flechas. Es decir, que hasta el año 1544, último del
expedicionario Schmidel, no se habla de Hondas ni Boleadoras. Es ese expedicionario quien menciona por primera
vez y muy superficialmente, el hecho de que unos nativos
matasen a su jefe con unas piedras atadas con un cordel.
Por lo tanto, es desde esa época en que, posiblemente, la
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macana o rompecabezas fuese trocada en arma más liviana que favoreciese el libre movimiento del brazo que las
manejaba. Como una y otra arma consistían en varas con
peso agresivo o no en la punta, la transformaron en bola
perdida, es decir, en una cuerda que representaba la vara
y una bola de piedra en el extremo que supliese la maza.
Con esto, no sólo ganaron los indios en liviandad para su
manejo en la pelea o ataque cuerpo a cuerpo, sino que
podían arrojarla a distancia aprovechando el impulso que
le imprimía al revolearla la fuerza centrífuga. Ya Ameghino
dice que esta bola perdida consistía en una bola de piedra
más o menos redondeada y atada a una correa (de unos 60
u 80 centímetros de largo) y con cuya ayuda las revoleaban
lanzándolas a distancias extensas con extraordinaria puntería. Y, según este mismo autor en su libro "La Antigüedad del Hombre en el Plata", esas piedras podían ser de
diorita, granito, pórfido, gneiss o micaesquisto. Su diámetro mayor variaba entre los 58 y 75 milímetros y la casi
totalidad de ellas, llevaban un surco para que no escapase
la lonja que las aprisionaba y servía a la vez de manija. (1)
[l)
"La bola llamada perdida, es la de piedra o metal, trabajadas por
ellos mismos, del tamaño de una de turcos. La atan a un pedazo
de lazo largo como una vara o un poco más y en el otro extremo
que es por donde la toman para manejarla la ponen plumas de
avestruz. La volean sobre la cabeza, como la honda y la despiden
con acierto a bastante distancia". Diario del Capitán de Fragata
Don Juan F. Aguirre. Año 1877.
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Únicamente en un grabado del siglo XVIII (es probable
que lo haya sido en su comienzo) reproducido por F.F.
Outes y C. Bruch en "Los Aborígenes de la Argentina", se
ve a una familia de araucanos donde su jefe, mercando
con un extranjero, y a pesar de su aparente tranquilidad,
no ha dejado ni por un momento una bola suspendida por
un cordel que, sin duda alguna, es la bola perdida de la
cual nos habló Ameghino.
Yo me figuro lo terrible que debió haber sido esa arma
india en manos de un experto a juzgar por las mentas que
un hombre dejó en mi pueblo. No hace muchos años vivió en Chascomús un temido paisano apodado"bola de
oro", cuya única defensa en sus innumerables reyertas lo
constituía una bola de bronce con la cual atacaba a sus
enemigos. Dicha bola había sido una vieja perilla de cama
rellena de plomo y sujeta a la mano por una cadena de
hierro. Con movimientos circulares y a veces en forma de
ocho, se defendía impidiendo el acercamiento del contrario y espiando su menor descuido para desmayarle de un
golpe. La circunstancia de que el sujeto mantuviese la bola
con una cadena, explicaba su único peligro de quedar indefenso sí le cortaban la manija. Recuerdo también que la
vulgaridad veía en este hombre una extraña ocurrencia y
una curiosa habilidad aureoleada por la fantasía y no el
mandato supremo de una ley atávica, al hacerle reproducir a través de doscientos años una costumbre de sus antepasados indios. Ahora, meditando en estos casos, llego a la
conclusión de que la bola perdida debió desaparecer de
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su uso con la aparición del caballo en las praderas
pampeanas. Los equinos que trajera Mendoza, se habían
multiplicado de una manera extraordinaria en menos de
un siglo, y había llegado "el indio -como dice Schoo Lastra en "El Indio del Desierto"- a uno de esos momentos
trascendentales que dividen dos etapas en la vida de una
raza". Ya dejaba de estar pegado a la tierra y librado a su
exclusivo esfuerzo. El caballo le facilitaba la caza y le imponía en la guerra. Se transmutó en un instante en un hombre fuerte y poderoso, y por lo tanto, habiendo cambiado
de vida fatalmente tendría que mudar de medios. Empezó
por abandonar arcos, flechas jabalinas y bolas perdidas,
para aviarse de boleadoras y chuzas. Indudablemente que
hubo una transición valorable. Comenzó por ver el indio
que su hermano el de las montañas, el que vivía allegado a
los lugares pedregosos influenciado tal vez por los conquistadores, transformaba a las bolas perdidas en hondas <2) u
honderas, puesto que él no necesitaba recuperar los proyectiles. Le bastaba con agacharse para encontrar otro semejante al arrojado. Sólo debía conservar el cordel adaptado a la circunstancia. En cambio, el morador pampeano,
no disponía de piedras a voluntad, sino las que había conseguido a fuerza de sacrificios. Piedra que lograba tenía
que cuidarla como joya de inapreciable valor. Por eso, el
habitante del llano le agregó a la bola perdida otra bola en
"Algunos misioneros han citado el uso de las hondas para los Taluhet
del sur de Córdoba". (A. Serrano. "La Prensa", 11-2-1940).
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el extremo libre de la cuerda que le servía de manija, dejando así, transformada su arma en boleadora.
En la "Historia de la Conquista del Paraguay, Río de la
Plata y Tucumán" del Padre Pedro Lozano llegado a estas
tierras en 1711 y observador de ellas hasta 1752, puede
leerse lo siguiente en sus páginas refiriéndose a un hecho
ocurrido con los indios pampas: "Envióseles a convidar la
paz, pero ellos se pusieron en punto de guerra, prevenidos
de antemano para conflicto, con mucha flechería, dardos,
macanas, y bolas de piedra, que, eslabonadas por la punta
de una cuerda las jugaban para enredar a sus enemigos
por los pies..."
Estos conceptos transcriptos y agregados a la sugestión
que despierta la observación de la lámina que ilustra la
"Historia de la Nación Argentina" de la Junta de Historia y
Numismática Americana, y que representa a un aborigen
pampeano según Tosen ofreciendo simbólicamente de a
pie su arma de guerra (3), completan la concepción del indio di siglo XVII y XVIII convertido en dueño y señor de
las llanuras, con sus elementos de andanzas: El caballo y
las boleadoras. Al crearlas a éstas, el nativo había llegado al
sumum de la perfección fundamental a sus actividades;
de la misma manera que el gaucho fue temido por su cuchillo o el poblador del desierto por sus fusiles, aquél lo
131
Primer documento iconográfico que se conoce, "El Viaje de un
Buque Holandés al Río de la Plata (1595-1601). Allí se ve la estampa
de un indio sosteniendo en sus brazos abiertos, unas boleadoras
de dos bolas.
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fue por sus boleadoras. Dije anteriormente que el indio, y
el paisano de las planicies más tarde/ cuidaban de las boleadoras como de una joya de inapreciable valor por el
simplísimo hecho de que cuando erraban un tiro, arrojaban a todo escape en el sitio en que cayeran, una señal
cualquiera, mientras continuaban con nuevos bríos y nuevos pares de boleadoras, ensayando nueva puntería. Esas
señales podían ser las vinchas de unos, o los ponchos y
aun sombreros en los otros. Los vivos colores usados en
ese entonces facilitaban la tarea de la búsqueda al regreso.
Pocos años precisaron nuestros habitantes en el empleo de
las boleadoras para que la experiencia echase frutos. Aparecido el gaucho con perfiles netos de inteligencia y maña
para desenvolverse en la vida, contribuye a su perfección
evolutiva. Empieza por descubrir que las boleadoras de
dos, sólo sirven para emplearlas corriendo de atrás a la presa. Una nueva que le saliese a la cruzada podríale malograr
un tiro. Imagina entonces, agregarle un ramal más con una
bola más pequeña, o mejor dicho, más liviana, que le sirva
de manija y enrede aún más a la víctima. Observa que ha
ganado mucho con ese nuevo agregado. El equilibrio del
arma es total. Se ha hecho sumamente fácil el tiro de atrás
y hasta puede aprovechar un tiro de cruzada. La transformación lo ha puesto al cazador en un completo dominio
de su arma. Un pistoletazo, no hubiera sorprendido en
rapidez a un boleador para desprenderse de las boleadoras
y arrojarlas certeras y brutales. A poco de usarlas, empiezan a despertar la imaginación gaucha. Ya no sólo es un
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elemento de trabajo como dice Estanislao del Campo, en
su poema "Fausto".
Si es hombre trabajador
Ande quiera gana el pan:
Para eso con usté van,
Bolas, lazo y maniador,
sino que, también, constituyen para las gentes de la campaña un motivo de diversión. El indio ha desaparecido del
horizonte, se ha hundido en el polvo de la Historia. El alambrado ha cercado los rodeos. El ganado alzado, es un cuento para ser narrado en torno a los fogones los días de lluvia.
La hacienda chucara y bravia, se maneja a lazo. El gaucho,
entonces, transforma por última vez a las boleadoras dándoles el carácter de material imprescindible para sus fiestas. Llega a idealizarlas llamándolas sus "Tres Marías". Es
que ahora ha comprendido que al llevarlas a la cintura, le
acompañan tres estrellas de la ventura "pa' sus vicios", en
el cielo verdegay de sus correrías...
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V.
*•
*•
Figura 11. Transformación de la macana o huacanca en boleadoras
(Ilustración de Félix U. Casalins).
(1) Aborigen de la primera mitad del siglo XVI junto a una macana o
huacanca en relación a su estatura.
(2) Macana o palo empleado por los indios para defenderse o atacar
a sus semejantes o a las fieras, (empleado hasta 1550, más o menos).
(3) Macana de madera tallada, según Outes y Bruch, usada por los
indios tobas, que, sin ser pampeanos, indican la transformación hacia
la bola perdida.
(4) Bola perdida, según Ameghino y que fuera empleada por los indios
desde la segunda mitad del siglo XVI,"
(5) y (V), transformación conjunta de la Bola perdida en Honda y
Boleadoras, a principios del siglo XVII. La Honda fue adoptada por
los indios moradores de lugares pedregosos, ya sea montañas o
costas de ríos. Las Boleadoras, por los indios que vivían en las llanuras
o lugares desprovistos de piedras.
(6) A partir de la segunda mitad del siglo XVII, indios y gauchos,
crean las Boleadoras de tres bolas, cuyo uso se extendió hasta fines
del siglo XIX.
65
-BOLEADORAS
DE DOS BOLAS-
Conocida ya la historia de las boleadoras, nos resta ahora explicar su manejo. Empezaremos por la de dos bolas
que, tanto éstas corno las de tres, fueron usadas casi diariamente hasta fines del siglo XIX.
Las boleadoras de dos bolas no tuvieron otro empleo
últimamente, podría decirse, más que para la caza de avestruces. Al principio y para su construcción, sólo se usaron
piedras pulidas por percusión y frotamiento o canto rodado extraído del lecho de los ríos. Más tarde, los vaciados de
plomo retobados en cuero crudo, suplieron a las anteriores cuyo peso oscilaba entre los ciento cincuenta y doscientos gramos para éstos, cuatrocientos o cuatrocientos
cincuenta para aquéllas. Cuando las piedras reunían condiciones de belleza natural, o eran bolas de billar en desuso, tan codiciadas en esa época, se les efectuaba un surco
en su perímetro mayor para evitar que la atadura zafase y
permitiese lucirlas a destajo. Otras veces, no faltaba algún
potentado de la suerte que las mandase a hacer de plata,
como rezan los versos del "Fausto":
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Traía el hombre un Potosí:
Qué!... Si traía para mí,
Hasta de plata las bolas.
Y, cuando las piedras eran bastas y de feo aspecto, se
recurría al retobe en cuero semejante al usado para las bolas de plomo, barro cocido, hueso o madera. Ya en mi libro
"El Cuarto de las Sogas", expliqué la confección de estas
armas indias y dije que esa envoltura de cuero se hacía por
lo general con la piel del garrón de los animales y se cerraba con una vulgar jareta por medio de ojales. El ramal que
unía a las dos bolas, estaba corrientemente constituido por
un torzal de uno, dos o tres tientos (dependía del grosor de
los mismos) y de una extensión tal, que tomadas las dos
piedras en una mano, el centro de dicho torzal caía justo
en el codo del brazo opuesto, y habiendo mantenido a éstos bien distendidos, es decir, alrededor de unos doscientos treinta centímetros.
TIROS.- Una de las tantas dificultades de los tiros de boleadoras de dos bolas, consistía en el cálculo preciso de las
distancias en que se hallaba la presa. Según esta distancia
era el número de vueltas que el arma debía dar en el aire
antes de abarcarle los remos, cuello o cornamenta. Por lo
tanto, existían tiros de una vuelta, vuelta y media y dos
vueltas, según fuese el espacio mediado entre la víctima y
el tirador. Para el primer caso, o sea el de una vuelta, cuando la distancia era de unos diez metros; para el segundo, si
llegaba a quince, y, para el tercero, si alcanzaba a unos vein68
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ticinco metros más o menos. Pasando los veinticinco metros de distancia, la boleada se tornaba dificultosa y salvo
raras excepciones, se le consideraba un tiro perdido.
Ya dije al principio de éste artículo que las boleadoras
de dos, fueron usadas en el siglo pasado casi exclusivamente para la aprehensión de avestruces. El punto seguro
y vulnerable en sus notables disparadas cuando huye, es
en el pescuezo. Allí la soga se le envuelve y le semiasfixia.
Las bolas se enredan en sus patas y alones terminando de
inmovilizarle, hasta que llegue e perseguidor y le carnee o
arranque las codiciadas plumas.
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Figura 12. MANERA DE LLEVAR
LAS BOLEADORAS DE DOS
BOLAS EN LA CINTURA.
Estando las dos bolas junto a los
pies del cazador, tomará éste
el ramal que une las dos bolas
de la manera indicada en la
figura.
Abriendo los brazos y tirando de (a) y (b) hacia fuera, el cazador
calculará el perímetro de su cintura, que será (X, Z) de la figura
siguiente. Hecho esto (a) y (b) caminarán en dirección de las flechas.
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Figura 13. Observando esta figura, se
verá que del extremo (Z) de la figura, se
ha hecho un ojal enorme que atravesará
por el frente del boleador y recibirá a las
dos bolas que, viniendo de atrás y después de abarcar la cintura, oficiarán de u
doble botón que mantendrán el conjunto
debidamente ajustado. Ahora, tomando
con la mano derecha las dos bolas y desabrochándolas, será suficiente para que,
al arrojar una al aire, desate en su impulso el nudo efectuado al principio.
Efectuada la extensión (X, Z), el
boleador se las colocará a la
manera de cinturón gráficamente
explicado en la figura.
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-BOLEADORAS
DE TRES RAMALES-
Ya hemos dicho que al llegar a la concepción de las boleadoras de tres ramales, y después de un período evolutivo de casi trescientos años, el indio y el gaucho obtuvieron
el máximum de perfección en sus armas adaptables a la
equitación que, en realidad, era el exclusivo medio de
movilidad de que disponían.
Las boleadoras podían ser hechas para dos grupos de
cacerías que reunían en sí dos conjuntos de diferentes piezas de aprehensión. El primero de los grupos lo formaban
animales grandes, como los potros, por ejemplo, y alguna
vez los vacunos, que, aunque no era ésta la manera de aprisionarlos, solían hacerlo de tanto en tanto. Y el otro grupo
lo constituían animales más pequeños y débiles, como ser
los avestruces, gamas y venados.
Para unos se construían boleadoras potreras, o boleadoras de potro, y, para los otros, las avestruceras o boleadoras de avestruz. Tanto en éstos como aquellos casos la
única diferencia apreciable consistía en el grosor de los
torzales y en el peso de las bolas. Las boleadoras de potro
eran más fuertes y resistentes a la par de ser más cortas,
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según la opinión de algunos entendidos en la materia. Conforme a éstos, tomando dos bolas con una mano, el centro
del ramal mayor debía caer en el centro del pecho, y, en
cambio, ya hemos visto que las avestruceras llegaban al
codo del brazo opuesto. Sin embargo, tocante a este punto, yo creo que en realidad no puede hacerse una apreciación valorable. A mi juicio, varían con mucha frecuencia,
en relación, supongo, al largo de los brazos o a los gustos
del boleador. Según veinte juegos de boleadoras analizadas últimamente sería éste el promedio encontrado y considerados con independencia sus elementos constitutivos.
Ramal mayor: Torzal elaborado con tres tientos. Medía
2 metros 40 centímetros. Ramal manijero: de igual manufactura que el anterior; medía 1 metro 10 centímetros. Las
bolas mayores pesaban 650 gramos cada una del par. La
bola más chica o manijera, pesaba 350 gramos. Ahora, dados estos datos correspondientes a las potreras, veamos
los concernientes a las avestruceras: largo del ramal mayor: 2,30 metros- Largo del ramal de la manija: 1 metro,
20 centímetros (se habrá observado que en las avestruceras
la manija es más larga que en las otras).
Peso de las bolas mayores: 450 gramos cada una, si eran
de piedra. Peso de la bola de la manija: 200 gramos, si era
también de piedra. En las bolas donde se había empleado
otro material, como el plomo, por ejemplo, el peso variaba
considerablemente y quedaba reducido así: 250 gramos
para las bolas mayores, y 150 gramos para la de la manija,
es decir que, elegían tanto más voluminosas a las bolas,
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cuanto más livianas. De esa manera evitaban la terrible
contusión de las boleadoras de hoya.
Quiero también dejar consignada aquí, la última perfección de las boleadoras, y esa fue la de unir los ramales a
las bolas por medio de una argollita colocada a unos diez o
doce centímetros de la faja que aprisionaba al elemento
contundente. Dicha argollita tenía por objeto permitir que
allí se doblase por el peso de la gravedad y anudase la traba
de los cordeles al enredarse en la víctima. Estudiados ya
sus elementos constitutivos, veamos la forma de manejarlos en conjunto. Sabemos también, que los indios eran
habilísimos cazadores con esta arma. El aprendizaje lo hacían desde niños. Cuentan algunos espectadores de la época, que no se detenían en sus prácticas diarias hasta que no
atrapaban con sus boleadoras en el aire, a otro juego de
boleadoras tirado de ex profeso. Sarmiento, al comentar el
arrojo de los nativos para efectuar proezas de destreza y de
audacia, recuerda indirectamente el manejo de las boleadoras como un elemento necesario para sustentar su teoría: "Un gaucho pasa a todo escape -dice- por enfrente de
sus compañeros. Uno le arroja un tiro de bolas que en
medio de la carrera maniata al caballo. Del torbellino de
polvo que levanta éste al caer, vese salir al jinete corriendo
seguido del caballo, a quien el impulso de la carrera interrumpida hace avanzar obedeciendo a las leyes de la física.
En este pasatiempo se juega la vida, y a veces se la pierde".
Carlos Darwin, en "Mi Viaje Alrededor del Mundo" también describe una escena relacionada con las boleadoras:
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..."Después de comer, los soldados se dividen en dos bandos para ensayar su habilidad con las boleadoras. Plántanse
dos lanzas en el suelo, a 35 metros de distancia una de
otra; pero las bolas no las alcanzan, sino una vez cada cuatro o cinco. Pueden arrojarse las bolas a 50 o 60 metros,
pro sin puntería. Sin embargo, esta distancia no se aplica a
los hombres de a caballo: cuando la velocidad del caballo
se agrega a la fuerza del brazo, dicese que puede arrojarlas
a 80 metros, casi con certeza de dar en el blanco..."
El gaucho acostumbró a llevar consigo a las boleadoras
de dos maneras diferentes. Una, cuando las transportaba
en su propio cuerpo, y otra sobre el caballo. Cuando las
llevaba sobre sí podía cargar hasta tres juegos. Uno a la
cintura y dos a la bandolera, cruzando el pecho a semejanza de una equis. Pero, lo más corriente es que las portase
en la cintura en la forma indicada en los adjuntos dibujos,
y, el resto de los juegos sobre el lomillo o los bastos más
tarde, haciendo gurupa, como lo hacen los paisanos de la
actualidad relevadas a éste único objeto. Indudablemente
que, donde mejor ubicadas estaban era en la cintura, puesto
que de allí podían desprenderse con rapidez y revolearse
con extrema soltura.
Sabemos también, que los tiros máximos se calculaban
en 25 metros de distancia. Más lejos, hubiese sido una temeridad el efectuarlos sin haber corrido el riesgo de frustrar el lance.
Otro punto de interés en el estudio del manejo de las
boleadoras es el relativo al blanco elegido en las presas para
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aprisionarlas. Al avestruz, por ejemplo, había que bolearle
el pescuezo. A los yeguarizos, de los garrones (1>.
Si el animal no coceaba, difícilmente se enredaban en
sus remos las bolas. A los vacunos no se boleaba, y si alguna vez se hacía era de las patas. Al venado, de la base de la
cornamenta o del cogote, como a las gamas. En el Museo
Pampeano de Chascomús, existe una aliara labrada en asta.
A pesar de ser un trabajo rústico, se puede apreciar una
típica escena de caza con boleadoras de la manera antedicha. A los jabalíes o chanchos silvestres y a los perros cimarrones, se les volteaba a bolazos, es decir, sin soltar de las
manos esa arma india.
(1) Eduardo Gutiérrez menciona en algunos de sus libros la extraña y
curiosa manera de bolear caballos de las manos. He preguntado
a infinidad de "antiguos boleadores" y ninguno ha discrepado en
la opinión general de que aquello no pasaba más que de una
simple imaginación del autor.
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Figura 14. MANERA DE LLEVAR LAS BOLEADORAS DE TRES BOLAS
EN LA CINTURA.
Para portar las boleadoras, el paisano calculaba un largo, (M,N) de la
figura, que fuese el perímetro de su cintura. Mantenía con la mano
izquierda a las boleadoras por el punto (b), y, con el resto que sobraba
de ese ramal, es decir, de (b) a (a) hacía tres o cuatro manojos de unos
trece o catorce centímetros. De largo cada uno, que también sostenía
con la mano izquierda, mientras que, con la derecha comenzaba a
envolver el todo y por la parte inferior, con el ramal de la manija, es
decir, de (a) a (c), como se podrá ver en la segunda figura.
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Figura 15. A) Terminado de enrollar con cinco o seis vueltas ese
manojo, como vimos en la anterior figura con el ramal de la manija, el
paisano atravesaba la bola por medio de la bifurcación buscada en
(b) de la figura 14, de manera que venía a quedar trabado el conjunto,
como se podrá observar en la figura presente. Efectuado esto, ya
podía colocarlas en la cintura.
Figura 15. B) Tres cuartos de
perfil izquierdo de un hombre,
mostrando la forma de anudar
las bolas a la cintura. Como se
podrá observar, no es más que
un medio nudo de los usados
corrientemente.
Figura 15. C) Tres cuartos de perfil
derecho mostrando la forma de
quedar la manija. Bastará con sumir el estómago para que con la
mano izquierda se destraben las
dos bolas, mientras que, con la
derecha, y después de haber tomado la manija, se obtenga instantáneamente el desate en el aire,
mientras comienzan a revolearse
las boleadoras.
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Figura 16. MANERA DE LLEVAR LAS
BOLEADORAS EN EL RECADO.
Después de haber dejado un trecho de
cuerda de unos cincuenta y cinco centímetros de (a) a (b), y dado tres o cuatro
vueltas sostenidas con la mano derecha,
como se ve en la figura, con la izquierda
se comenzará a arrollar a éstas por (a),
con el resto de cuerda, que será de un
metro, más o menos.
SI)
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Figura 17. Envueltos los rollos de la manera explicada en la figura
anterior, la bola manijera pasará entre aquellos y la cuerda que va a
la otra bola, buscando traba y dejando así efectuada la armada de
boleadoras para poder ser llevadas en el recado.
Figura 18. Las boleadoras de tres bolas se
armaban de la misma
manera que las de
dos. Bastos observados del lado izquierdo
y mostrando la forma
de quedar un juego de
boleadoras de tres.
Figura 19. Bastos vistos
del lado derecho y mostrando la manera de quedar el nudo equilibrando
la grupa del lado opuesto. Atado el conjunto con
el respectivo par de tientos, este juego de boleadoras podía sostener otro
juego o dos más de boleadoras, detrás de él.
SI
-LAS BOLEADORAS
EN LA PELEA-
Cuando Dorrego fue fusilado, Rosas se dirigió a Santa
Fe a recibir órdenes de la Convención Nacional y a ponerse a las órdenes de Estanislao López, a quien, dicha Convención, según todas las posibilidades de esa época, habría
de nombrar General en Jefe del Ejército y debía operar
contra los insurrectos. Mientras tanto, Rosas dispuso que
sus tropas de paisanos e indios amigos aguardasen sus disposiciones al sur del Salado, sin sospechar que habrían de
encontrarse con las fuerzas de línea enemigas y comandadas por el Coronel Rauch. En esta acción, donde fueron
completamente derrotadas por las huestes resistas, el Coronel Rauch perdió la vida al ser boleado su caballo. (Datos tomados de una carta de Rosas a Pepita Gómez, fechada el 22-9-1869. Museo de Lujan).
Acabamos de ver en las anteriores páginas las dos maneras diferentes en que los jinetes nativos usaron de las
boleadoras en sus cacerías. Comprendimos claramente que
la primera y más importante fue la de arrojarlas a distancia, y, la segunda, cuando sin desprenderse de ellas
las revoleaban desde arriba del caballo y repartían golpes a
83
diestra y siniestra. Por consiguiente, lógico es pensar que,
si las boleadoras fueron así utilizadas en las épocas de paz,
fatalmente lo fueron en los momentos de pelea o de guerra. Aquí es donde el indio y el gaucho tuvieron la oportunidad de verificar la terrible eficacia de sus armas. Unas
veces, les bastaba una palabra interpretada ofensivamente
para que un sujeto excitado por el alcohol provocase un
incidente. Las pulperías constituyeron el teatro constante
de sus dramas epilogados en los potreros circunvecinos.
Otras veces, les sobraba el acre olor a pólvora quemada
percibido en los entreveros, para desatar de la cintura las
boleadoras y aprestarse decididos a la contienda. Nuestra
historia patria y nuestra literatura nacional están salpicadas de hechos que son dignos exponentes de sus bárbaros
resultados.
¿Quién no recuerda a "La Cautiva"?
...Lo cargó al punto la indiada...Dice Esteban Echeverría
al pintar la emocionante escena en que Brián, el paladín
cristiano se defiende y lucha sólo contra un puñado de salvajes que le acosan por todas partes. Brián, comprende su
impotencia ante el número y la fiereza de los seres que le
rodean, pero, como es valiente y audaz, en un arranque de
supremo heroísmo, y, por la boca
"Echando espuma y herido
Como toro enfurecido
Se encaró.
Ceño torvo resolviendo
Y el acero sacudiendo.
Nadie acometerle osó.
Valichú estaba en su brazo. (1)
Pero al golpe de un bolazo
Cayó Brian..."
Canta el poeta no satisfecho aun de haber podido aclarar lo que significa eso de voltear a una persona al golpe
de un bolazo. Comprende que debe agregar más adelante, la reflexión que complete sus pensamientos acerca del
golpe fatal de las boleadoras. Y cierra entonces el ciclo de
sus ideas con esta sentencia irrefutable:
"Como potro en la llanura:
Sebo en su cuerpo y hartura
Encontrará el gavilán".
Sobrio, conciso, con el sabor áspero de las leyendas militares nos da también Schoo Lastra, acabadas escenas de
las temerarias aventuras de los conquistadores de las planicies bonaerenses del siglo pasado. Una de ellas es la siguiente y que pone en evidencia con claridad y por boca
del Coronel Rauch, la tesis sustentada:
"Aquellos indios, plantados frente a la agrupación confusa de sus mujeres, sus hijos, sus cautivos y lo mejor de
su caballada, sostuvieron un combate a muerte, a cuchillo
111 Valichú.
Gualicho o hualicho en pampa, significa Espíritu del demonio.
85
y a bola, hasta que no quedó uno en pie..." A cuchillo y a
bola -ha dicho el autor- y con ello no ha hecho más que
anotar a dos de las armas tradicionales de los gauchos y de
los indios. Unos, visteando la oportunidad de una
entradita a fondo que les permitiese por lo menos, cortar
los ramales de las boleadoras e inutilizar al contrincante. Y,
otros, tirando y barajando las piedras de sus boleadoras en
un prodigioso y siniestro malabarismo, mientras espiaba
con ojos felinos, el menor descuido del adversario para
abrirse una brecha favorable en la pelea.
El mismo Sarmiento, reconoce la inigualable destreza
de los nativos para manejar sus armas. Alguna vez lega a
decir recordando la estupenda aventura del General Paz,
"que fuera arrebatado de la cabeza de su ejército por el
poder sublime del gaucho".
Sabemos por las propias memorias del General Paz, que,
la tarde del 10 de mayo de 1831, mientras realizaba una
inspección comprobatoria del exacto cumplimiento de sus
órdenes, confundido, acercóse tranquilamente a un piquete
enemigo en la creencia de que fuesen los soldados de su
mismo ejército. Cuando descubrió el error, ya no le quedaba tiempo más que para huir. Gentes de la tropa del
General López, habiéndole reconocido, a todo escape de
sus cabalgaduras acercáronsele vertiginosamente. La premura del instante le hostigó a andar sin dilaciones. Los fusiles y las chuzas, brillando o destacándose torvamente en
las últimas luces del día, le impelieron a la fuga. De
pronto..."entre la multitud de voces que gritaban que hiHh
ciera alto, oía a una con mayor distinción que gritaba a su
inmediación: Párese mi General; no le tiren que es mi General..." Había oído en medio de la carrera, y había comprendido también y a través di instante azaroso por que
cruzaba, de que no sólo era cierta la mentada nobleza criolla, sino la decantada táctica guerrera de los nativos. Más
de una vez, él les había dicho a sus amigos que si le daban
quinientos hombres a quienes pudiera dietrar en las prácticas militares y modernas de ese entonces, acabaría con
los montoneros. Con los montoneros esos, de quienes la
imaginación poética dijera fantásticas leyendas. Arrebatar
cañones a lazo, raptar heridos del suelo entre dos jinetes a
todo correr, o pelear uno contra cinco, sin otras armas que
las autóctonas, no eran más que quimeras fácilmente
doblegables ante la eficiencia del saber.
..."En medio de esta confusión -agrega el General Paz
en sus memorias- tiré a las riendas a m¡ caballo, y moderando en gran parte su escape, volví la cara para cerciorarme, en tal estado fue que uno de los que me perseguían,
con un acertado tiro de bolas dirigido muy de cerca, inutilizó mi caballo de poder continuar mi retirada. Este se puso
a dar terribles corcovos, con que de mal grado me hizo
venir a tierra". Si Paz no hubiese estado invalidado de su
mano, aunque no fuese un jefe a la manera campesina de
Rosas, Quiroga, Lamadrid, Lavalle o Güemes, habría arrastrado su lanza y con ello, se hubiese salvado del peligro
de las boleadoras. Este ejemplo relatado nos ha ilustrado
sobre las boleadas a las cabalgaduras en la guerra. Vea87
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mos otro que nos demostrará la eficacia de las boleadoras
a los jinetes en la pelea. Para ello, transcribiremos algunos párrafos de "Una Amistad Hasta la Muerte", de la leyenda gaucha de Eduardo Gutiérrez.
"Se disponía (Santos Vega) a echar pie a tierra, cuchillo
en mano, cuando un acontecimiento imprevisto vino a
hacer una variante, cambiando casi la faz del combate. El
Alcalde Palacios, que había quedado un poco a retaguardia, hizo un tiro de bolas tan feliz, que ató a Carmena los
brazos con el pecho, haciéndole vacilar sobre el recado. De
esta manera lograba inutilizar un enemigo.
-¡A ultimarlo! ¡A ultimarlo!- gritó Palacios entusiasmado.
Y en vez de quedarse algunos entreteniendo a Santos
Vega, todos los cinco se lanzaron sobre Carmona, que hacía
esfuerzos sobrehumanos por librarse de aquellas ligaduras,
que lo ponían sin defensa a merced de sus enemigos.
Y aquella ligadura habría sido fatal a Carmona, sin la
ayuda rápida de Santos Vega... que, cerrando las espuelas
al alazán y antes que ninguno de ellos hubiera llegado al
paisano, de un solo golpe de facón cortó las cuerdas de
aquellas fatales boleadoras que embarazaban la acción de
sus brazos".
Relatado este caso extraído de la novela, pasaré a contar
el histórico. El viernes 13 de diciembre de 1783, cayó "postrado de un bolazo en la frente el Mayor de Milicias don
Clemente López de Osornio, dice Pastor S. Obligado en su
libro "Tradiciones Argentinas" y agrega más adelante; su
EL
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cuerpo cubrió e! cadáver de su hijo Andrés, a quien defendiera hasta el último aliento".
Y lo extraordinariamente curioso es que el mismo día
de ese año y cien leguas más al sur, el alférez don León
Ortiz de Rosas, su futuro yerno, era tomado prisionero por
los indios por medio de un certero tiro de bolas, que le
amarró los brazos y lo dejó sin defensa alguna.
A pesar de haber sido las boleadoras creadas casi exclusivamente para ser usadas en la equitación, nuestros pobladores de antaño supieron también servirse de ellas cuando se hallaban de a pie. Ya Hernández, en "La Vuelta de
Martín Fierro", nos da una impresión acabada de la pelea
de un indio a boleadoras y un gaucho a cuchillo.
"Pegó un brinco como gato
Y me ganó la distancia
Aprovechó esa ganancia
-como fiera cazadoraDesató las boliadoras
Y aguardó con vigilancia.
Peligro era atrepellar
Y era peligro el juir;
Y más peligro seguir
Esperando de este modo,
Pues otros podían venir
Y carniarme allí entre todos.
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Las bolas las manejaba
Aquel bruto con destreza,
Las recogía con presteza
Y me las volvía a largar,
Haciéndomelas silbar
Arriba de la cabeza.
Aquel indio, como todos,
Era cauteloso...¡Ay juna!
Ahí me valió la fortuna
De que peliando se apotra,
Me amenazaba con una
Y me largaba con otra.
Tampoco yo le daba alce
Como deben suponer
Se había aumentao mi quehacer
Para impedir que el brutazo
Le pegara algún bolazo
De rabia a aquella mujer.
La bola en manos del indio
Es terrible y muy ligera
Hace de ella lo que quiera
-saltando como una cabraMudos, sin decir palabra,
Peliábamos como fieras."
'id
EL
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Y están en ese terrible duelo, teniendo allí de testigo, a
una mujer afligida que despierta en el gaucho un deseo
pundonoroso de lucirse ante ella, cuando de pronto, Martín Fierro puede exclamar satisfecho:
"Al fin le corté una soga
Y lo empecé a aventajar".
En Chascomús, han ocurrido casos similares al narrado
por Hernández. Cuentan algunos viejos de la región que
cuarenta o cincuenta años atrás, existió un paisano a quien
apodaban "bota 'e potro" y era habilísimo en el manejo de
las boleadoras. Para pelear, calzaba una bola bajo el pie
dejando pasar el ramal entre el dedo gordo y el mayor,
como si estribara a lo pampa, exactamente. A un metro
treinta más o menos, tomaba a dicho ramal con la mano
derecha sobre la cual se envolvía un par de vueltas de manera que, venía a quedarle un resto de sesenta o setenta
centímetros de cuerda con una bola en el extremo libre,
que i i u n u ' j a b a n'vole.indol.) dr L U Í latió t i ulro, m i u i i l i .r, U-
llegaba la oportunidad de descargar un golpe en el sitio
elegido. Además, entre el trayecto de cuerda que corría del
pie a la mano derecha, y debajo de ésta, a unos treinta centímetros, arrancaba el ramal de la tercer bola. Esta bola era
tomada con la mano izquierda y podía ser arrojada a gusto
y voluntad del sujeto cuantas veces quisiese y sin que su
dueño perdiese la oportunidad de barajarla en el acto, si
un golpe resultaba fallido.
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Podía, asimismo, levantando con firmeza la mano derecha en el instante de soltar la que sostenía con el pie,
obtener un golpe con esa bola, de abajo a arriba, lo suficientemente violento como para partir la mandíbula del
adversario.
Es muy probable que la manera de pelear de este hombre con boleadoras, fuese, tal vez, la empleada por todos
los paisanos y aún indios, en la época en que tuvo su apogeo en la pampa esa notable arma nativa.
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Figura 20. Paisano boleando (ilustración de Félix U. Casalins)
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Figura 21.
Pelea a boleadoras, de a pie. (Ilustración de Félix U. Casalins)
-INFLUENCIA DE LAS BOLEADORAS
EN EL HABLA POPULAR-
Las boleadoras, como el lazo y tantos otros objetos de
uso diario de nuestros paisanos de antaño, han dejado una
huella profunda en el habla corriente del país. Frases, dichos, refranes y expresiones corren en boca del pueblo hoy,
como si aquellos objetos inspiradores de esas pequeñas filosofías aún estuviesen presentes en las tareas campesinas
actuales. Es decir, que al pesar del desuso y del cambio casi
total de las costumbres, aquellas siguen ejerciendo su influencia a través del tiempo y desparramando la experiencia adquirida por nuestros abuelos.
He aquí algunos ejemplos que corroboran lo antedicho:
No hay que contar con la chuspa antes de bolear el
avestruz. Refrán equivalente a "No hay que contar los
corderos antes de parir las ovejas"
Caer en la volteada. Pagar justo por pecador. Caer en
montón, teniendo culpas o no. Refrán proveniente de la
época de las grandes cacerías, donde las boleadoras eran
arma esencial en la misma, y la extraordinaria cantidad de
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hombres que intervenía en la empresa, hacía que en su
arrastre cayese toda la fauna hallada al pasar, sin elección,
calidad ni cantidad
¡Ni a bola lo traerán...! Persona difícil de atraer o conquistar, en sentido social o por negocios. Chucaro.
-¡Pa' tuitos laos, como bola sin manija! Desperdigado. Sin ton ni son. Sin destino fijo. Cuando una persona
anda de un lado para otro sin objeto, ya sea por ineficacia
natural o por falta de quehacer. Aburrido. Sin amigos que
acompañen o distraigan.
-Livianitas... ¡como boleadoras de marlo! Pueden ser
las razones débiles o de poca monta. Un argumento ineficaz, falto de peso y consistencia, también puede ser
"livianito", como boleadora de marlo. Tomar por tonta a
una persona.
-Más bolean unas enaguas que cualquier boleadora.
Sentencia criolla que afirma o asegura que los vínculos establecidos por el amor, son más fuertes que los de cualquier otro compromiso.
-¡Ese mozo anda como pa-vo-learlo! Persona tonta,
necia que se mueve de una parte a otra pavoneándose, y
ofreciendo su presencia una impresión desagradable que
a la vez ha hecho blanco de todas las miradas.
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-¡Bolacero...el hombre! Un bolazo, si no mataba,
atolondraba. Es decir, que, por efectos del golpe un sujeto
cualquiera podía quedar hablando sin saber lo que decía.
Persona exagerada, embustera.
-¡Anda boleado, el hombre...! Cuando una persona
corta de genio sufre las consecuencias de su timidez. Hallarse en una situación desproporcionada con respecto a
otra, sobre todo si ha mediado una pretensión, un lance, o
el logro de un objetivo cualquiera. Abatatado.
-¡Qué bolazo largó! Exageración despampanante o
mentira adiposa que ha sorprendido por la inusitada frescura con que fue expresada.
-¡Qué bolada! Corrupción de: ¡Qué boleada! Es decir,
¡qué suerte o qué felicidad con tanta caza y tan buena! En
la actualidad, entiéndese por bolada, al logro impensado
en un negocio o asunto cualquiera. También se entiende
por bolada, a la suerte habida en el amor por una persona
ya entrada en años en relación a la de su pareja, donde la
ausencia de vínculos legales constituye el fin de uno e los
factores. Oportunidad imprevista.
-¡...con la bola de una pata! Se entiende que una persona puede andar con la bola de una pata, cuando por
determinadas circunstancias ha perdido bríos en la pro-
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secución de una obra. Este refrán es semejante a aquel
otro que decía: ¡Va con un hachazo en el cuarto!
-Cazado a bola. Se llama así a los animales indóciles, ariscos, incapaces de ser domeñados. Bagual. Un hombre tosco
y zafio, puede ser por su torpeza comparado a una bestia
silvestre cazada a bola o entrampada por medios expeditivos
que, no por brutales, han alcanzado a amansarlos.
-Bolearse el caballo. Un animal puede bolearse cuando tropieza en sus propios remos y rueda. En las domas, se
entiende por bolearse el caballo, cuando éste, en su afán
de desprenderse del jinete corcovea y se abalanza furiosamente, hasta el extremo de erguirse y, boleándose, (enredándose en sus propias patas), se deja caer de lomos con
pesadez.
-Bolear. Acto de arrojar las boleadoras para aprehender
a un animal, ya sea de las patas o del pescuezo. Figurada y
familiarmente se puede entender en la actualidad como
"el trampear a alguno, haciéndole una mala partida".
Bolearse: embarazarse una persona al hacer una cosa por
faltad e práctica. Enredarse en los vestidos cuando se camina o corre.
-¡Me bolié solo! Envolverse, enredarse en el ardid destinado a otra persona.
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-Sabía correr boleao. Sentencia criolla que hace resaltar las excelencias de un animal hábilmente enseñado. Una
de las exigencias en el digesto de instrucciones para los
Colorados de la Guardia del Monte, de Rosas, era la de
hacerles practicar a los soldados en las carreras con animales boleados. El objeto buscado consistía en hacerle aprender a los caballos a no corcovear cuando sintiesen las boleadoras en las patas, y darle tiempo al hombre, por otra
parte, a que pudiese desmontar y cortar las amarras. Persona diestra y capacitada para desempeñarse con lucimiento en cualquier acto.
-Boliar bajo el pescuezo. Los caballos de los nativos se
habituaban de tal manera a la idiosincrasia de sus dueños
que, en la mayoría de las veces, obedecían más que a las
riendas a la voz imperiosa de la costumbre. ¿Qué caballo
que haya sido de carrera podría tolerar el tableteo de las
patas de otro semejante a su lado, sin echarse a disparar
nerviosamente? De igual forma, el crédito de un boleador,
ni bien veía un avestruz o un venado, se soltaba a correr de
inmediato en su persecución. Cuentan todavía algunos viejos paisanos cazadores de avestruces, que en más de una
ocasión, el caballo los dejó sentado en los costillares por la
violencia del arranque y por la imprevisión del caso.
Por lo tanto, el bolear bajo el pescuezo no sólo significaba ponderar la docilidad de las cabalgaduras, sino también, la destreza incomparable de los hombres. Sujeto hábil para el logro de un cometido. Persona decidida y de
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pensamiento rápido. ¡Uf!... ¡Si es capaz de bolear bajo el
pescuezo!, se suele decir en el campo cuando se desea expresar que un hombre tiene condiciones para reaccionar
inmediatamente ante cualquier causa.
-Quebrador... ¡cómo boleadoras de hoya! Los nativos
llamaron boleadoras de hoya, a las boleadoras construidas
con bolas de plomo en lugar de piedra. Estas bolas de plomo eran simples vaciados de metal fundido en cavidades,
honduras u hoyas ejecutadas en la tierra a tal efecto. Algunas veces, esas cavidades las efectuaban con cascaras de
huevos de aves (teros o chimangos) enterrados en la arena
o tierra. Otras veces empleaban pequeñas calabazas o mates elegidos de ex profeso, para que el metal al enfriarse,
tomase una forma regular y calculada. Pero, ya fuesen confeccionadas de esta manera o aquella, el acto primitivo de
hacer hoyas en la tierra, dio un nombre específico a una
determinada variedad de esa arma india: las boleadoras de
hoya.
Anteriormente dije que las bolas de plomo tenían por
lo general, la mitad del peso de las piedras, por lo brutales
que eran en su golpe, capaces de fracturar o quebrar un
hueso si un tiro iba mal dirigido. Figuradamente se podría
interpretar a este refrán, como a la advertencia vertida sobre un sujeto valiente, decidido y capaz de hacer sentir el
peso de sus convicciones, por la pasión o entusiasmo con
que podría emplearse para ello.
IDO
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-Con boleadoras de carne. En el siglo pasado solían
hacer los habitantes de la pampa, boleadoras con trozos de
pulpa por bolas para que éstas no ofendiesen a sus víctimas. Dichas boleadoras estaban destinadas para la caza de
las charitas o charabones, que luego serían apresados vivos para continuar su crianza, como simples animales domésticos aunque sin ninguna utilidad. Ricardo Hogg en
"Una Tropilla de Misturaos", dice: "...boleadoras de carne,
pasa: lazo de hilo de acarreto, todavía está bueno por un
tiempo; pero el cuchillo no admite ser juguete..." Por lo
tanto puédese entender que bolear con boleadoras de carne, no es más que un pasatiempo, y si se quiere, una broma, tomada figuradamente, que si se repite, causa molestias. Refrán semejante a: Lo poco e inofensivo si no agrada,
divierte. Lo mucho enfada.
-Con boleadoras de cadena. Al final de la pasada centuria, solía hacerse una variedad de boleadoras que se llamaban de cadena, por el hecho de que sus bolas estaban
suplidas por trozos de cadenas de hierro de treinta o cuarenta centímetros cada una. Estas boleadoras eran usadas
por los paisanos para golpear, castigar e intimidar a ciertos
animales considerados como chucaros, para la iniciación
de sus amaestranzas acostumbradas. Como estas boleadoras no ataban, sólo enredaban, conseguían fácilmente su
objetivo. Podría creerse por lo aseverado en este refrán,
que los castigos duros son capaces de corregir los vicios
por más arraigados que estén. La letra, con sangre entra.
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-¡Échale las toscas a las patas! Irritar. Aguijonear. Estimular. Viene posiblemente de la incitación efectuada por
un hombre a otro, a que bolee un animal que anda molestando.
Boleadoras de palo. En la amaestranza de animales se
emplearon boleadoras de palo. Es muy sabido que los Colorados del Monte montaban caballos que sabían correr
boleados para evitar el peligro de las luchas con el salvaje.
Dichas boleadoras estaban constituidas por bolas de madera del tamaño de una toronja grande. Al no lastimar,
habituaban al animal a defenderse de ellas. Pero, en realidad, las boleadoras de palo o madera, "se hacen para apoderarse de los animales sin herirlos". Según expresa Carlos Darwin en "Mi viaje Alrededor del Mundo".
102
-CREENCIAS-
Por más adiestrado que un caballo estuviese para la caza,
no se le consideraba como tal mientras no se le untase con
sangre fresca de avestruz o venado la pulposa nariz. Además -dijéronme la mayoría de los cazadores consultadoses muy güeno fregarle con el mesmo ingrediente las cuerdas del animal. Ansina -agregaron convencidos- los huelen dende lejos y no se cansan en las boliadas.
103
-ETIMOLOGÍA
Y ÁREA DE DIFUSIÓN
DE LAS BOLEADORAS-
Según Samuel Lafone Quevedo (1), las LIBI usadas por
los santamarinos (habitantes de Santa María de Catamarca),
estaba constituidas por "dos bolas acollaradas para voltear
aves y enredar otra caza". Más adelante y al referirse a las
personas que las manejaban, agrega que "eran diestrísimos"
en sus prácticas. Da también de las mismas la siguiente
etimología:
LI por RI
BI, a dos, partícula dual.
En Araucano, LEV, es ligero, veloz. El verbo correr o
volar se expresaba así. Más adelante aún, el autor ubica
una serie demostrativa de la radical VI, BI o más propiamente dicha:
(l)
Samuel Lafone Quevedo. "Tesoro de Catamarqueñismos". Edición
Universidad Nacional de Tucumán. 1927.
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UI, como expresión de dualidad.
ñaui, dos ojos.
liui, dos boleadoras, o mejor todavía:
Boleadoras de dos bolas.
allui, urdir (con dos hilos)
Por su parte, el señor Orestes Di Lullo (2), al recordar
"Algunas voces santiagueñas nos trae el vocablo PALLQUERA y lo define de la manera que sigue: "Se llama así a la
LIBE de tres ramas. Del quichua PALLQA: horqueta o ramo
o cosa partida o dividida como horqueta". Por lo tanto,
siendo conocidas estas palabras lógicamente se supone su
empleo, es decir, que las boleadoras no sólo tuvieron su
área de difusión geográfica en la Pampa, (Provincias de
Buenos Aires, La Pampa y Río Negro) sino que se extendieron por el norte hasta los confines de Catamarca y por
el sur, hasta la mitad norte de Santa Cruz, donde los
tehuelches con sus "guanaqueadas" demarcaron el límite
patagónico. En conclusión, que en el siglo XIX el uso de las
boleadoras abarcó desde el paralelo 27 hasta el 48, y, desde
el meridiano 58 al 70 más o menos, con su punto de auge
culminativo diríamos, en los llanos pampeanos.
(I)
En el Boletín de la Academia de Letras, Tomo VI. Pp. 145 y siguientes.
106
-APENDICE-
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Figura 22.
"El cacique pampa", escultura de Víctor De Pol.
En esta escultura se observa que el indio porta dos pares de bolas, a
la derecha e izquierda, como si las llevase listas para poderlas utilizar
con ambas manos sucesivamente. Sarmiento le proporcionó la
oportunidad al artista de poder realizar su obra, con elementos traídos
ex profeso a tal objeto del desierto.
ios
EL
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Figura 23.
El cacique Pincen, fotografía regalada a S.E. el Señor Don Nicolás
Avellaneda. Decían que el cacique Pincen, a todo correr de su caballo,
mató a una puma enfurecida que atacó a su hijo, que corría a la par, y
la mató de un bolazo sin expeler de la mano esa notable arma pampa.
109
-INDICE-
EL LAZO
Generalidades
7
Historia
11
Confección de lazos
15
Tiros de lazo y sus peligros
19
Peales
27
El lazo en la guerra y en el crimen
35
Influencia del lazo en el refrán y en la poesía popular
41
Voces del bastonero para dirigir los cambios de figuras
en el pericón nacional, donde interviene el vocablo lazo
55
LAS BOLEADORAS
Historia
57
Boleadoras de dos bolas
67
Boleadoras de tres ramales
Las boleadoras en ¡a pelea-
73
83
Influencia de las boleadoras en el habla popular
95
Creencias
103
Etimología^ área de difusión de ¡as boleadoras
105
Apéndice
107
110
TRENZAS GAUCHAS
TRENZASGAUCHAS
Mario A. López Osornio
26a. Reimpresión 2006
461 figuras explicativas.
ISBN 950-504-355-4
TRENZAS: Trenzas de uno, en dos, de tres, chata, cuadrada, sin
puntas; de cuatro de tiento ojalado, cuadrada, redonda; de cinco
chata; de seis redonda, chata; de siete; de ocho cuadrada, redonda; de nueve, de diez, de once, de doce, de trece, de diecisiete, de
diecinueve, de veintiún tientos. Combinaciones.
BOTONES: redondo, cuadrado. NUDOS: de correen, potreador,
de palenque, de espuelas. Nudo frentero. REVESTIDOS: a cuadritos,
de embolsado, en zig-zag, con nudo de espuelas. SORTIJAS: explicación, armadura. Sortija de una y de dos pasadas. PASADORES.
Lujo campero.
EL CUARTO DE LAS SOGAS. Maña gaucha. Diversidad de botones. Revestido de botones. Sortija doble. Revestido de sortijas.
Boleadoras. Otras labores pluma. Pasador de una vuelta. Un revestido pluma más. Costuras. AL TRANCO. Pasadores. Remates. Ingeriduras. Ataduras.
ESGRIMA CRIOLLA
r. Edic.2005
Formato: 14 x 20 cm -150 pag.
Fotos e ilustraciones
ISBN 950-504-583-2
El cuchillo. Reseña histórica. Armas blancas usadas por los criollos. El cuchillo. El
puñal. El facón y la daga. Estoque. Partes
uperstición de las armas blancas. Manera de portar el cuchillo. Empleo del cuchillo en la lucha. Tajos predilectos por el paisano ante las fieras.
Esgrima del cuchillo. El cuchillo en los zurdos. Armas dobles.
Cuchillo y rebenque. Golpe a la nuca y golpe a la cabeza del contrincante. Armas dobles. Cuchillo y poncho. Artimañas criollas.
Superstición, creencias y vocabulario del cuchillo. El cuchillo usado como detector del sonido y como localizador de ciertos objetos en movimiento. Influencia del cuchillo en la toponimia nacional. Esgrima de la caronera. El rebenque. Variedades del rebenque. Arreador, El rebenque usado como arma contundente. La
chuza. •Paremiología de los elementos de la esgrima criolla. Del
cuchillo. Del facón. Del puñal. De la daga. De la vaina. Del rebenque. Del poncho. De la chuza. Adivinanzas. Apéndice.
Diseño y diagramación:
Jorge García / Trazos SRL / trazos.id< ul gmail.com
Se terminó de imprimir en marzo de 2007 en Gráfica LAF S.R.L.
Monteagudo 741 - Villa Lynch - Pcia. de Bs. As, - Argentina
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