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El negocio de las editoriales en Chile

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El negocio de las editoriales en Chile
La industria editorial del libro en nuestro país es un intrincado mundo, atravesado
por las lógicas de producción actuales, el IVA que grava su comercialización, las
transformaciones históricas a partir de la dictadura militar, las trasnacionales y las
nuevas tecnologías de la información, que constituyen un claro desafío a esta industria
que tiene tanto de comercio como producción o reproducción cultural.
Por Francisco Marín Naritelli (2009)
“Cuando el mundo de una persona es oscuro, lee un libro y ve otro mundo”,
escribía Shmuel Yosef Agnon en una Historia Sencilla. Sin embargo, el mundo de los
libros -hoy en día- es un complejo entramado de ofertas, demandas, y una poca
atomística maquinaria de producción y distribución de ese “sol del saber”, más aún si
hablamos de Chile. El 90 % de la industria editorial en nuestro país es manejado por
empresas trasnacionales. De ellas, las más representativas son Seix Barral, Santillana
Random House Mondadoria, Norma, Ediciones B y Grijalbo. Un porcentaje
considerable de estas editoriales es de origen español. El resto del mercado lo ocupa
Editores de Chile, una asociación escindida de la Cámara Chilena del Libro a comienzos
de la presente década y que une a Editorial Universitaria, LOM, Andrés Bello, Cuatro
Vientos, Tajamar, junto a otras 35 editoriales independientes. “Decidimos retirarnos, y
no en son de pelea, sino que con la convicción de dada la débil situación en la que se
encuentra el libro chileno debemos luchar fuerte por ello”, explicó Eduardo Castro,
director de Editorial Universitaria, al Boletín de la Asociación de Editores de Chile en
octubre de 2006.
Paulo Slachevsky, director de LOM ediciones, reconoce que “la industria de
libro es una las industrias culturales, que de manera clásica funciona en equilibrio entre
su carácter cultural y el aspecto comercial, y todo, en este último tiempo, se ha visto
cruzado por un dominio neoliberal donde se ha producido una gran concentración
editorial”. No obstante, para desentrañar los engranajes propios de la industria editorial
en nuestro país, primero, es preciso explicar los costos de edición y publicación del
libro en Chile y derribar algunos mitos en torno al alto valor que tiene en comparación
con otros países de la región y del mundo.
Sol del saber
“De todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro”,
decía el conocido escritor argentino Jorge Luis Borges. Ya lo pretendía Gutenberg a
comienzos del siglo XIV; ya lo aseveraban las frases atávicas “tanto podemos, tanto
sabemos”, o “poder es saber”. El alto estima que se cernía sobre el libro recaía en su
capacidad inmanente de iluminar la razón de los hombres y contribuir al progreso
cultural de las naciones.
Para el autor de Ficciones, “el libro es una extensión de la memoria y la
imaginación del hombre”. No por nada cuando la imprenta llegó a Chile, asevera
Bernardo Subercaseaux, destacado historiador nacional, se le llamó “la maquina de la
felicidad”. Sin embargo, dos siglos después, el panorama es bastante distinto. El nivel
de lectura en Chile no se condice con el grado de desarrollo económico alcanzado en los
últimos años. Los chilenos leen poco y las cifras son decidoras. Un estudio del Consejo
Nacional de la Cultura y de las Artes, señala que solo un 40,4% de los consultados leyó
al menos un libro en los doce meses previos al proceso de encuesta. En otras palabras,
un 60% de la población no lee libros, a diferencia de países como Argentina, Suecia o
Inglaterra, donde la cantidad de lectores alcanza un 70%.
Sumado a lo anterior, los resultados de diversas pruebas internacionales
demuestran que los chilenos tienen una baja comprensión lectora no solo en cuento a
información cuantitativa o documentos elaborados, sino a documentos relativamente
sencillos, incluso pequeños manuales de instrucciones. Según la encuesta IALS el 85%
de los chilenos puede, a lo más, lidiar con textos simples. El alto porcentaje mencionado
desvirtúa la distinción por estrato social. Tanto la población en situación desmejorada,
como la población más acaudalada tienen pobrísimos resultados de comprensión de
lectura, a pesar del desigual acceso a la educación existente en el país. Más tajante es el
estudio de PISA del 2000, el cual asegura, que pese a los esfuerzos de la Reforma
Educacional, “el 78% de los estudiantes chilenos carece del nivel de lectura mínimo
necesario para insertarse satisfactoriamente en el mundo de hoy”.
Para José Miguel Varas, Premio Nacional de Literatura 2006, “esto es problema
del deterioro cultural del país, por el sistema económico y que se traduce en un la falta
de valoración del libro y en todo lo que el libro significa y contiene”. Varas señala,
como ejemplo, que cuando comenzó a publicar libros en 1946, “los tirajes eran de unos
mil ejemplares, ahora -con cuatro veces más población- la circulación es la misma”.
Ante tal panorama, Paulo Slachevsky,
1990 estamos mucho mejor. Hay más gente
como el maletín literario, y en especial, la
comenzada en 2006, “ha ayudado a que el
sociedad chilena, falta mucho por hacer”.
dice ser relativamente optimista: “desde
que lee”. Si bien reconoce que avances
política nacional del libro y la lectura
libro tenga una mayor presencia en la
“Todavía hay cierto desinterés por el libro”, agrega Slachevsky y eso se refleja
en el documento Por una política de Estado para el libro y la lectura elaborado por los
Editores de Chile. Según el documento, “no existen políticas sustantivas destinadas a
apoyar la creación literaria que incentive los hábitos de lectura en la población y
fomente la producción y comercialización del libro”. En países como Colombia,
Argentina y México hay un estatuto especial para el libro y la lectura, en otros, existen
instrumentos incentivadores, como las normas tributarias especiales para el libro, entre
las cuales destaca la aplicación de un IVA diferenciado, como ocurre en Canadá y
Estados Unidos (7%), Bélgica (6%), Francia (5,5%), Italia y España (4%), Suiza (2%).
En otros países, en que no hay IVA diferenciado, se establece una exención de IVA
como ocurre en Colombia, Brasil, Argentina, Uruguay, Irlanda, Rusia, México, Gran
Bretaña, Corea, Hungría, entre otros. Chile es uno de los pocos países que no tiene un
IVA diferenciado.
El documento asevera que el libro en Chile “paga los mismos impuestos, las
mismas tarifas de transporte y está sometido a la misma especulación de precios que
otros productos”. En este sentido, “el libro en Chile no goza de ninguna exención
tributaria como las que benefician otras industrias o servicios (construcción o deporte,
por ejemplo) ni tiene un trato preferencial para acceder a financiamiento”.
Además, hay un escaso y complejo acceso al financiamiento para las editoriales
y las demás empresas del sector del libro, en su casi totalidad pymes, y hay un alto costo
de transporte por la geografía de nuestro país, incluso para la exportación hacia el
exterior: “las tarifas de carga aérea a España o México significan entre 25 y 50% de
recargo sobre los precios FOB de los libros; las cargas marítimas son lentas y sólo
resultan rentables para envíos de más de 500Kg.; a su vez, para exportaciones pequeñas
y ventas por Internet a países vecinos, las mensajerías pueden llegar a superar el 200% y
no existe el correo terrestre o marítimo”.
Otro de los problemas que han afectado a la industria del libro nacional es la
masificación de la reprografía y la piratería. Según cifras que maneja la Cámara del
Libro, el comercio ilegal recauda unos 25 millones de dólares anuales, “cifra que deja
de percibir la industria del libro, es decir, los integrantes de la cadena que va desde el
autor hasta el librero”.
Por su lado, la reprografía afecta aún más dramáticamente, en unos 40 millones
de dólares al año, pues no golpea sólo a los títulos más vendidos, sino que a todo el
espectro de la producción editorial: libros de tiradas menores, como ensayos y textos
sobre educación, filosofía, psicología, historia, administración, sociología y libros
usados en la formación profesional y técnica. El monto que gastan las bibliotecas de
instituciones chilenas de educación superior en fotocopias se aproxima a los 5 millones
de dólares/año, en tanto que el monto que gastan los 500.000 alumnos de educación
superior en fotocopias se calcula en 9 millones de dólares mensuales ($ 10.000
promedio por alumno).
En otro sentido, las adquisiciones de libro por parte del Estado, a través del
Ministerio de Educación, de las bibliotecas públicas y del Consejo del Libro son
bastante desventajosas si se la compara con otros países. Si las compras institucionales
en Estados Unidos alcanzan a 3,5 libros per cápita, en China a 3 libros y en Brasil a 1
libro per cápita; en Chile, éstas varían entre 0,5 y 0,6 libro per cápita al año.
Se hace necesario, en definitiva, según el documento, “una política de Estado
que exprese la comprensión del valor del libro y la cultura por parte de la actual
generación de chilenos y el compromiso de todos los actores con su futuro”. Pero, por
sobre todo, para Slachevsky, “es necesario extirpar la noción de que el libro es caro”.
El costo del libro: ¿mito o realidad?
Según estudios de la Asociación de Editores de Chile, el 57% de los títulos
tienen un valor inferior a los 60.000 pesos, y un 14% inferior a los 3.000 pesos. Al
respecto, Slachevsky asegura que “el libro chileno no es caro a nivel internacional (…)
hemos calculado el precio del libro en 7.500 con IVA del 19%”.
Pese a que el IVA al libro es muy alto, “estamos más barato que los libros
europeos, similar al libro de bolsillo y más barato que el libro en México”.
En cambio, Slachevsky explica que existen otros factores que hacen de la
industria del libro, una “industria precaria”, como lo es, la poca cantidad de
distribuidores que existen en el país. “Somos uno de los países con menor cantidad de
librerías por habitante entre los países lectores”, asevera. Incluso un estudio de la
Cámara Chilena del Libro, señala que en la actualidad hay sólo 99 librerías y 54
sucursales dedicadas exclusivamente al comercio de libros.
“La diversidad de puntos de venta es una condición fundamental para el
desarrollo de la producción y la difusión del libro. Chile cuenta hoy menos de un punto
de venta dedicados exclusivamente a libros por cada 100.000 habitantes y los que
existen se encuentran en gran parte concentrados en Santiago”, asevera el documento
elaborado por Editores de Chile.
También se suma, “la ausencia del libro en el ámbito universitario, donde
dominan las fotocopias”. Eduardo Castro, director de la Editorial Universitaria, en este
punto, señala que “la práctica común de fotocopiar libros en las casas de estudios
superiores liquida a la industria editorial”. Pero no solo afecta a la industria como tal,
sino también a la formación de los estudiantes. El mismo Slachevsky señala que “la
práctica de la fotocopia como eje de la formación universitaria limita a quienes se están
formando, a los estudiantes, a los próximos profesionales, que solo se relacionan con
fragmentos de obras, fragmentos de ideas”.
Pese a todo a los problemas que se reconocen en la producción, distribución y
circulación del libro a nivel nacional, para Juan Carlos Sáez, “son los libros importados
los caros, y, particularmente, los importados desde España”. El mismo José Miguel
Varas ironiza que “se podría mandar un disquete e imprimirlo en Chile si hubiera una
política nacional del libro. Más que una política de fomento al libro, hay una política
contra el libro”.
Según el informe de Cerlalc, del Ministerio de Cultura de España y la
Federación de Gremios de Editores del mismo país, “España exportó a América Latina
236 millones de dólares en 2004, mientras que a igual fecha, España solo le compró a
América Latina 7,6 millones de dólares”. España, sin duda, es el centro de la producción
editorial en lengua española, aunque el 60, 2% de los títulos nuevos editados en
Iberoamérica en 2005 se hizo en Latinoamérica y sólo un 39,7% en España medido bajo
el registro ISBN. Al respecto, para el editor Juan Carlos Sáez, es impresentable “que el
10% de la población hispanoparlantes explique el 97% del comercio de libros entre
España y América Latina”. Sáez asevera, para el Boletín de la Asociación de Editores
de Chile, que “se deben desarrollar políticas públicas en América Latina, mediante el
fomento de la edición local y su exportación a España”.
En el mismo documento, el miembro de Editores de Chile, precisa que el
“gobierno español debiera resolver las trabas que en la práctica impiden que las
ediciones latinoamericanas participen en compras públicas. También el sector de las
librerías de España debe adecuar su estructura comercial para permitir el acceso real del
público español a las ediciones de Latinoamérica”.
En todo caso, hacer que el libro sea más accesible a todos es tarea difícil. En tal
sentido, Slachevsky asegura que “ninguna medida cambiaría el precio del libro en el
país. Es un proceso, es una cadena de producción”.
Bajo la impronta de Quimantú
José Miguel Varas, Premio Nacional de Literatura 2006, asegura en El Sol del
Saber, que la editorial Quimantú, “fue la mayor y más valiosa realización del Gobierno
Popular en el campo de la cultura y, por otra parte, el ejemplo más notable de una
empresa estatal exitosa y eficiente”.
Quimantú que en mapudungun significa “sol del saber”, nació a la luz del
conflicto sindical entre la antigua editorial Zigzag, que era una de las más importantes
editoriales del país, y sus trabajadores a fines de los años 70. Fue una idea del mismo
Presidente Allende quien soñaba con “poner los libros al alcance de todos y fomentar la
lectura, con todo lo que ella acarrea. Estaba convencido que la lectura amplía los
horizontes, los conocimientos y la imaginación”.
Es así como se negoció la venta de Zigzag con el representante de la empresa
Sergio Mujica Lois. “El precio establecido se pagó, según lo estipulado, cincuenta por
ciento al contado y el saldo en bonos del Banco Central”, relata Varas. A la recién
creada Quimantú, Allende puso como director al escritor costarricense Joaquín
Gutiérrez. De inmediato, los libros fueron agrupados en diversas colecciones:
Cordillera, con autores como Carlos Droguett, Walter Garib, Germán Marín, Ricardo
Güiraldes; la colección Cuncuna, destinada a los niños; y quizás la más importante,
Quimantú para todos, “que lanzó 30 mil ejemplares por título en ediciones cuidadas, a
bajo precio, de una notable variedad de obras en prosa y en verso, de autores clásicos y
contemporáneos, nacionales y extranjeros”, señala José Miguel Varas.
El fácil acceso a los libros producidos por la editorial Quimantú, sumado al bajo
precio que tenían y que era similar al de una cajetilla de cigarrillos, daban las luces del
éxito alcanzado. Según el estudio Quimantú 1971-1973. Un suceso editorial de Pola
Iriarte y Mónica Villarroel, “a mediados de 1972, con poco más de un año de existencia,
la producción literaria de Quimantú superaba los 500 mil ejemplares mensuales.
Sumadas las reediciones, los libros políticos y otros de diversa índole, esta cifra se eleva
por sobre los 800 mil”.
La existencia de Quimantú, como tal, llegó a su fin junto con la muerte Salvador
Allende y el Golpe de Estado de 1973. La empresa estatal pasó a llamarse Editora
Nacional Gabriela Mistral con un objetivo claramente distinto al inicial. En este sentido,
a la interrupción y desarticulación del aparato de distribución que había montado
Quimantú, junto con el allanamiento e intervención de la empresa por parte de los
militares, se suma, para Bernardo Subercaseaux, en su libro Historia del libro en Chile,
“la descontinuación de las líneas editoriales que apelaban, siguiendo las pautas de la
masificación estatal, a nuevas capas de lectores”. La exclusión autoritaria de corrientes
culturales progresistas “se tradujo en una merma del patrimonio creativo de la sociedad
y las fuentes que alimentaban a la industria editorial” como el exilio de numerosos
escritores, intelectuales y científicos.
Contra la tenencia de “libros subversivos”, se erigió la “recularización del país”
a través de la publicación de tres vertientes de pensamiento, según Subercaseaux: “la
vertiente nacionalista autoritaria, que tenía como eje una concepción telúrica-metafísica
del ser chileno” con obras como el Combate de la Concepción de Jorge Inostroza o El
Pensamiento Nacionalista, texto en el que colaboran intelectuales cercanos a la derecha
chilena como Ricardo Cox, Sergio Onofre Jarpa u Osvaldo Lira. Las otras vertientes de
la recién creada Editora Nacional Gabriela Mistral fueron la integrista espiritual, “y en
sus preferencias por la alta cultura, pueden inscribirse también los títulos consagrados
de la literatura europea, como las Novelas Ejemplares, de Cervantes, o los cuentos de
Maupassant”. Subercaseaux destaca que “a diferencia de Quimantú, no se percibe tras
estas obras un programa coherente de difusión masiva”.
Al contrario de la política “iluminista” del gobierno de Salvador Allende, que
pretendía masificar los libros, la dictadura asignó al mercado, como tercera vertiente
reconocida por Subercaseaux, “un rol preponderante no solo en la vida económica, sino
también en la vida social y cultural”. Con ello, la cultura pasó a concebirse “como un
bien transable, similares a otros, que requiere, por tanto, ser desarrollado con criterios
mercantiles y de eficiencia empresarial”. Como reconoce Slachevsky, “eso marcó el
quiebre”, “ya que el libro estuvo presente en toda la República, se le consideraba como
fuente de democratización hasta el Golpe de Estado”. De ahí, “el libro pasó de ser un
amigo, a ser algo peligroso, y luego, al final de cuentas, transable (…) con ello se
destruyó la industria editorial”.
Aparece en estos años una nueva generación de administradores editoriales, que
tiene como preferencia, según Subercaseaux, “la formación comercial y mercantil y que
no le concede tanta importancia a la función social del libro”. En términos de
producción, se empezaron a privilegiar los best sellers y obras consagradas, o títulos que
son subproductos de otros medios de comunicación.
La política nacional del libro durante la dictadura tomó rumbo definitivo en
1976, cuando la ex Quimantú, fue adquirida por Juan Fernández Montalva, propietario
de la Imprenta y Litografía Fernández. Cabe señalar que en 1982 la Editora Nacional
Gabriela Mistral, ahora en manos privadas, quiebra, ocasionando el despido de todos
sus trabajadores (que de 1.600 en 1973, pasa a poco más de 250 empleados). Las
maquinarias se venden a un precio ínfimo y la mayor parte de los ejemplares son
adquiridos por papeleros, “para ser revendidos por kilo a las industrias manufactureras
de papeles y cartones”.
La falta de una política de fomento nacional del libro y, aún más, los nuevos
criterios económicos que privilegiaban el marketing y las utilidades de la empresa por
sobre la cultura; provocó un grave deterioro en la producción, circulación y consumo de
libros, casi irremediable.
Los engranajes de la industria editorial actual
El panorama de la producción del libro en Chile, es comparativamente menor a
la de sus países vecinos. Los tres mayores mercados editoriales en América Latina son
Brasil con 410 millones de ejemplares y una facturación de alrededor de 2000 millones
de dólares, lo que representa el 54% del mercado total de la región; México con 93
millones de ejemplares, lo que representa el 20% de las ventas; y Argentina, que con 52
millones de ejemplares y una facturación de alrededor de 600 millones de dólares
representa el 12% del mercado latinoamericano. Si consideramos los títulos editados y
los libros impresos vemos que en 1997 en Latinoamérica se publicaron 80.000 títulos y
se imprimieron 581 millones de libros, de los cuales el 50% corresponden a la
producción de Brasil. Si excluimos a Brasil, México publica el 44%, Argentina el 26%
y Colombia el 20% (en donde la industria exportó en 1994, ochenta y cinco millones e
dólares) seguidos por Chile y Venezuela. En España, la facturación interna de la
industria del libro el año 2002 superó los 2.500 millones de euros.
Para Paulo Slachevsky, “la industrial del libro en Chile es un espacio de
construcción que vive en esa fuerte tensión en tratar de generar un espacio propio y no
solamente ser un lugar de reproducción de lo que viene de España”. Es en ese escenario
en que se mueven las grandes industrias trasnacionales. Para Subercaseaux, uno de los
aspectos más relevantes del nuevo paisaje editorial, es, precisamente, “la expansión y
fusión de los grandes conglomerados trasnacionales del libro”. En este sentido, la
mayoría de las editoriales presentes en nuestro país como Alfaguara y Santillana operan
de acuerdo a un modelo, dirá Subercaseaux, que “combina cierta autonomía editorial
local con el control financiero por parte de la casa matriz, lo que significa que deben ser
rentables”.
La industria editorial, por ejemplo, que opera en la franja del libro escolar, tiene
una producción, donación y comercialización anual que oscila entre los 5.000.000 y
8.000.000 de textos. Cifra considerablemente mayor al libro tradicional cuya
producción hacia fines de la década del 90` en 4.000.000 de libros (un promedio entre
1995 y 1999 de 2.200 títulos anuales, con un tiraje de 1800 ejemplares). Lo anterior
significa, que alrededor del 70% de toda la actividad editorial en nuestro país proviene
de la producción de libros escolares.
A comienzos de la década del 90`, operaban en el rubro texto un total de 10
empresas, entre las que se cuentan Andrés Bello (Jurídica), Arrayán, Didascalia,
Ediciones Pedagógicas Chilenas (Hachette); Indea, Norma (filial de la empresa
colombiana del mismo nombre); Salesiana; Santillana; Universitaria y Zig- Zag. Seis de
ellas, el rubro texto constituye el 70% de su actividad (Arrayán, Didascalia, Ediciones
Pedagógicas de Chilenas, Indea, Salesiana, Santillana y Norma).
Haciendo el desglose de la procedencia de las distintas editoriales, la mayoría de
estas corresponden a filiales locales de grupos editoriales europeos o empresas mixtas
en que estos grupos tienen un porcentaje importante de la propiedad. Arrayán pertenece
a la editorial Anaya de España; Ediciones Pedagógicas Chilenas, vinculada al grupo
editorial Hachette de España; y Santillana, vinculada a Santillana de España. Cada una
de estas editoriales locales, para Subercaseaux, “forman parte de una red de filiales o de
empresas mixtas, dentro de una modalidad de operación que aprovecha los beneficios
de la transnacionalización de las actividades editoriales”. Las redes -tanto Sudamérica
como en España- permiten comprender el alcance de esta modalidad de negocios, no
solo en cuanto a los textos educativos, sino, en un sentido laxo, a todos los circuitos de
producción y distribución del libro.
Sin embargo, frente a la transnacionalización del libro, han emergido las
llamadas editoriales independientes. Según el documento de Editores de Chile “la
edición nacional, independiente y universitaria, es el espacio para la identidad, la
creación y la memoria de Chile y es la única que puede y quiere acuñar y difundir la
producción cultural nacional menos masiva pero cualitativamente insustituible”. Es el
sentido que ha querido imprimirle Editores de Chile, asociación gremial de editores
independientes creada el 2003, del cual forma parte LOM ediciones.
Paulo Slachevsky señala que “hay un planteamiento de recuperar el sentido cultural y el
sentido social del libro (…) nosotros buscamos rescatar el libro desde una posición
independiente”. Más específicamente, tomando su rol de director de LOM ediciones,
Slachevsky asegura que “la apuesta nuestra, más que competir con las trasnacionales,
es abrir es un espacio para la visión local y latinoamericana”, ya que “no es posible
pensarse como nación, sino no somos creadores y productores culturales y no solamente
reproductores”.
Hacia un nuevo modelo de publicación
Las nuevas tecnologías de la información, la masificación de Internet o la
emergencia de nuevos soportes de publicación, han abierto la discusión acerca de la
forma de concebir la producción, distribución y circulación del libro. Empresas como
Amazon se constituyen en valores de una sociedad en permanente cambio y en un claro
desafío de las grandes editoriales del libro.
No son pocos los que han augurado el fin del soporte en papel del libro y su
reemplazo por la cultura de la imagen. Incluso el mismo Dick Brass, el brazo derecho
de Bill Gates, había anunciando para el 2010 el fin del libro- tal como lo conocemospara dar paso a la experiencia del llamado “homo videns”. Sin embargo, para Bernardo
Subercaseaux, “la nueva materialidad electrónica que adquiere la escritura no significa
en ningún caso el fin del libro o la muerte del lector”, ya que no se puede “considerar a
la lectura como una experiencia cultural aislada, en circunstancias que se trata de una
experiencia cultural interconectada con otras experiencias” como la televisión o el
Internet. Las cifras son reveladoras: en Estados Unidos, por ejemplo, el número de
libros publicados anualmente han subido en las últimas décadas, alcanzando un
promedio de 60.000 títulos por año, lo que supera con creces el promedio de 40.000 en
las últimas dos décadas. El número total de libros se ha más que quintuplicado desde
que la televisión empezó a difundirse.
Con respecto a Internet y su influencia en la venta de libros, Bernardo
Subercaseaux señala que, desde el punto de vista de la producción, “ha hecho posible la
edición de libros con tirajes reducidos y a costos muy bajos”. El ejemplo más patente es
Amazon. Esta empresa es el paradigma de un modelo exitoso de negocios basado en la
venta de libros digitales más allá de las barreras territoriales. En 2002 llegó a facturar un
total de 3.900 millones de dólares en todo el mundo, y así, exponencialmente, hasta los
10.700 millones en 2006. Con la creación de Kindle, un pequeño dispositivo que solo
cuesta 279 dólares, Amazon busca hacerse de un mercado que permite a las personas
descargar personalmente los libros digitalizados. “De cada 100 libros que vende
Amazon en Internet, 30% son digitales y se descargan a un Kindle”, señaló en
entrevista, David Naggar, vicepresidente de Kindle. Lo anterior abre la discusión acerca
del futuro del libro en formato tradicional. Aunque Naggar asevera que Kindle “llegó
para quedarse”, precisa que no va a desplazar al libro tradicional, pues “hay espacio
para todos”.
En la misma línea, Luz Ángela Martínez, coordinadora académica informática y
profesora de literatura de la Universidad de Chile, señala que “en ningún caso uno podrá
reemplazar al otro. Decir lo contrario es una tontería, ya que la edición digital y la
imprenta tienen una relación paralela, incluso productiva para la publicación en papel”.
Más enfático es Alejandro Morales, profesor de multimedia y encargado
informático de la Universidad de Chile. A juicio de Morales, la presencia de Internet en
los ámbitos culturales, solo ha diagnostico la muerte de un modelo de negocio, “de una
forma de reproducción cultural”. En este sentido, “más que la amenaza que todos
piensan, Internet ha sido un factor de potencionamiento, de masificación, pues permite
derribar las barreras físicas del acceso a los libros”.
En el argumento de Morales, subyace una critica directa al mundo editorial, ya
que, como asevera, “Internet vino destapar una olla, y eso significa que las grandes
industrias culturales estaban encapsulando, jibarizando el desarrollo cultural por
razones económicas”. Al respecto, “Internet pudo vencer a los intermediarios y esto ha
provocado todo una cambio cultural, pues accedes a una cultura libre de información, a
una democratización del conocimiento”.
Esa democratización del conocimiento gracias a la masificación de Internet, ha
permitido, por otro lado, un expedito acceso a nuevos formatos y soportes de
publicación, más allá de las barreras de costo y al tradicional circuito del libro. Rodrigo
Zuñiga, estudiante de literatura de la Universidad de Chile, asevera que Internet “el
medio libre a través del cual se publica y la gente accede a lo que tú escribes”. Para
Zuñiga, las nuevas tecnologías de la información se constituyen “en una verdadera
válvula de escape frente a la anquilosas lógicas de las industrias editoriales”.
Caracterizando a nuestra época y a modo de reflexión, Bernardo Subercaseux, señala
que, más allá de los cambios tecnológicos, la mundialización de la economía, y la
uniformidad trasnacional de la cultura; “no se puede equiparar conocimiento e
información” ya que el libro provee tanto “un espacio que se despliegan las ilusiones,
los sentimientos y las emociones, como la búsqueda de “un conocimiento profundo y
complejo, un saber que interprete los datos y vaya más allá de ellos”. El tiempo dirá, sin
embargo, cuanto incidirá en el libro tradicional, el avance de Internet, y los nuevos
soportes de publicación y circulación del libro. También el futuro de la industria
editorial en nuestro país y en el mundo.
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