Trastornos sexuales María Crespo • Francisco J. Labrador • Ma. Luisa de la Puente Sumario I. II. III. IV. V. VI. VII. VIII. IX. X. Introducción A. Identidad sexual B. El ciclo de la respuesta sexual Clasificación de los trastornos sexuales Disfunciones sexuales A. Clasificación y criterios diagnósticos B. Descripción clínica C. Epidemiología D. Etiología E. Pautas generales de evaluación y tratamiento Parafilias o desviaciones sexuales A. Concepto y caracterización general B. Clasificación del DSM y criterios diagnósticos C. Epidemiología D. Descripción clínica E. Etiología F. Pautas generales de evaluación y tratamiento Trastornos de la identidad de género A. Clasificación y criterios diagnósticos B. Descripción clínica C. Epidemiología D. Etiología E. Pautas generales de evaluación y tratamiento Conclusiones Resumen de aspectos fundamentales Términos clave Lecturas recomendadas Referencias bibliográficas 12 310 Manual de psicopatología I. INTRODUCCIÓN Probablemente el comportamiento y la actividad sexual sean las áreas de la conducta humana en las que es más difícil establecer el límite entre lo normal y lo anormal o patológico. Como señala Belloch (1992), no existen referencias externas que nos permitan establecer puntos de corte claros, ya que éstos están en buena medida determinados por el contexto social y cultural en que se desenvuelve el sujeto, además de por su propio criterio personal. Los criterios varían de una cultura a otra, en distintas sociedades, en cada religión y en cada momento temporal, de modo que lo que era normal en una determinada época (por ejemplo, la homosexualidad en la antigua Grecia) pasa a ser considerado como anormal, o incluso patológico en otra (Oscar Wilde fue condenado y encarcelado por inmoralidad a causa de su homosexualidad). Y a la inversa, lo que en una determinada época o sociedad se considera inadecuado, puede convertirse en conducta habitual en otra (en la época victoriana se consideraba inadecuado tener relaciones sexuales los domingos, hoy en día...). Es más, la ciencia es también causa de cambios en el comportamiento sexual (véase Farré, 1992). En este sentido cabe destacar el cambio que supuso en los hábitos sexuales la aparición de los anticonceptivos orales («la píldora») en los sesenta, o los problemas actuales para los que no hay solución terapéutica de momento, como el sida. Por otro lado, la ausencia de conocimientos de referencia, en especial de datos científicos rigurosos y fiables hasta fechas recientes (no parecía ético ni elegante investigar la respuesta sexual de las personas), ha dificultado o imposibilitado el establecimiento incluso de qué conductas sexuales son más o menos frecuentes. En este área, como en pocas, han predominado las tradiciones populares, los mitos, los tabúes y las leyendas. Los primeros estudios científicos datan de finales de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta, cuando se publicaron los informes Kinsey (Kinsey, Pomeroy y Martin, 1948; Kinsey, Pomeroy, Martin y Gebhard, 1953), en los que se llevó a cabo una amplia encuesta acerca de los hábitos sexuales de los americanos, aunque las muestras utilizadas eran un tanto sesgadas. Y también en los años sesenta, cuando Masters y Johnson observaron y describieron con detalle los aspectos psicológicos y, sobre todo, fisiológicos de la respuesta sexual humana (Masters y Johnson, 1966). En esta situación, por un lado relativamente desconocida y por otro continuamente cambiante, es difícil establecer criterios generales o categorías psicopatológicas aplicables a cualquier sociedad o persona que permitan delimitar la normalidad/anormalidad de una actividad sexual determinada. Sin embargo, en los últimos 30 años se ha producido un cambio social respecto a la sexualidad, que ha sido determinante para el desarrollo de este área. Entre los aspectos a destacar en este cambio cabe señalar, siguiendo a Labrador (1994), los siguientes: a) el reconocimiento, aceptación y preocupación por la respuesta sexual de la mujer, y más específicamente por su satisfacción sexual; b) el interés por el sexo y la liberalización con respecto a una amplia gama de conductas sexuales; c) la importancia dada a la consecución de unas relaciones sexuales satisfactorias; d) la facilidad de acceso a material informativo, tanto de tipo científico como erótico (libros, revistas, películas, aparatos, etc.), y e) el interés científico despertado por el tema, que ha hecho que comience a dejar de ser un tema «tabú» y de «mal gusto» para la mayoría de las personas. Desde las concepciones científicas actuales, y sin olvidar la mencionada relatividad de criterios, podemos establecer de un modo general que la definición predominante de lo que es un tratorno sexual en las clasificaciones diagnósticas al uso se basa, fundamentalmente, en la experiencia subjetiva de malestar en relación con algún aspecto de la actividad sexual propia. Esta concepción queda claramente reflejada en la evolución sufrida por la «homosexualidad» dentro de las clasificaciones diagnósticas de la Asociación Psiquiátrica Americana, tal y como se verá en los siguientes apartados. Esta definición se amplía para abarcar también aquellos comportamientos de carácter sexual que producen malestar a otra persona (por ejemplo, violación, acoso sexual, o parafilias que suponen coacción sobre otra persona, como puede ser el caso de la paidofilia, el exhibicionismo, etc.). Por otro lado, en la consideración de estos trastornos hemos de tener en cuenta las distintas facetas del comportamiento sexual humano, que comprenden fundamentalmente la propia respuesta sexual, en la que se incluyen todos los cambios a diversos niveles (fisiológico, anatómico, motor, emocional) que se producen en una situación de actividad sexual, y la identidad sexual, constituida por tres facetas (Becker y Kavoussi, 1989; Rosenhan y Seligman, 1989): 1) la identidad de género o percepción individual o conciencia de ser hombre o mujer; 2) el rol o papel sexual, expresión pública de la identidad de género, que implica todo lo que la persona hace o dice para identificarse ante los demás como hombre o mujer (llevar vestidos, maquillarse, etc.), y 3) la elección de objeto sexual u orientación sexual, que se especifica como el tipo de persona, las partes del cuerpo o las situaciones que son objeto de las fantasías, activación y preferencias sexuales de una persona (orientación homosexual, heterosexual, bisexual, por animales, etc). En las siguientes secciones analizaremos cada uno de estos aspectos para pasar con posterioridad a exponer las desviaciones que se producen en cada uno de ellos y los trastornos a los que dan lugar. A. IDENTIDAD SEXUAL Como sugirió Money en 1977, se puede decir que la diferenciación sexual se asemeja a una carrera de relevos en la que se suceden cronológicamente cromosomas, hormonas gonadales y ambiente. Efectivamente, la diferenciación sexual comienza en el momento mismo de la concepción cuando se establece el sexo genético mediante la acción del cromosoma X o Y del espermatozoide fecundante: si el óvulo es fecundado por un espermatozoide con el cromosoma X, el sexo genético del feto será femenino (XX); en cambio, cuando el óvulo es fecundado por una célula de esperma que lleva un comosoma Y el sexo genético del embrión será masculino (XY). Este sexo genético se relaciona con la diferenciación Capítulo 12 Trastornos sexuales sexual de las gónadas (esto es, testículos y ovarios). No obstante, las gónadas o glándulas sexuales permanecen indiferenciadas hasta aproximadamente la sexta semana de gestación, momento en el que el antígeno H-Y actúa sobre las gónadas haciendo que, en presencia del cromosoma Y, éstas se conviertan en testículos. Si el programa genético es XX o si el antígeno no actúa (si se halla en cantidad insuficiente), el feto desarrollará unos genitales femeninos (ovarios). Los genitales (conductos deferentes de los testículos a la vesícula seminal, vesícula seminal y conductos eyaculatorios, en el hombre; trompas de Falopio, útero y vagina, en la mujer) se forman a partir de órganos embriológicos dobles (véase la Tabla 12.1) mediante la acción de ciertas hormonas, los andrógenos (testosterona y dihidrotestosterona). Estos andrógenos hacen que, a partir de los órganos embriológicos dobles, se desarrollen los genitales internos masculinos. Si no actúan estos andrógenos, el feto desarrollará genitales internos femeninos, aunque su modelo cromosómico sea XY. Por tanto, para que se formen los genitales femeninos las hormonas ováricas son irrelevantes y es suficiente con que no existan andrógenos. En suma, el cromosona Y detemina en un primer momento que las gónadas se conviertan en testículos o en ovarios, y posteriormente es el andrógeno fetal el que regula la diferenciación sexual, de modo que en su ausencia todos los embriones desarrollarían genitales femeninos, aun en el caso de poseer testículos (Otero, 1991). Estos desarrollos continúan hasta la pubertad, época en la que, como consecuencia del incremento que se produce en la liberación de hormonas sexuales, se desarrollan las características sexuales secundarias. Sin embargo, la función de los andrógenos en la diferenciación sexual no se limita a la formación de los genitales, sino que existen datos que señalan que actúa también a nivel cerebral, en concreto sobre el hipotálamo. Pfeiffer (1936) observó que en las ratas, independientemente de su sexo genético, la falta de testículos en una etapa crítica del desarrollo del embrión determinaba la aparición de secreciones cíclicas (femeninas) de las gonadotropinas hipofisarias, mientras que la presencia de testículos durante esa fase crítica determinaba la aparición de secreciones continuas o tónicas (masculinas). Como señala Otero (1991), estudios posteriores han confirmado este hallazgo en humanos, estableciendo ese período crítico entre el cuarto y el séptimo mes de vida del embrión. López (1992a) resume todos estos procesos fisiológicos que tienen lugar antes del nacimiento en las siguientes leyes: a) el embrión original es morfológicamente idéntico, salvo Tabla 12.1 Órganos con el mismo origen embriológico (Masters y Johnson, 1966) HOMBRE Testículos Glande del pene Cuerpo del pene Prepucio Escroto Parte interior del cuerpo del pene Glándulas de Cowper MUJER Ovarios Glande del clítoris Cuerpo del clítoris Capuchón del clítoris Labios mayores Labios menores Glándulas de Bartolino 311 en su programación genética; b) a lo largo de todo el proceso, para que haya una diferenciación masculina son necesarias actuaciones específicas, mientras que para que se dé una diferenciación femenina es suficiente que no tengan lugar dichas actuaciones específicas, y c) el origen de los órganos sexuales y sus características morfológicas los hacen diferentes pero complementarios. Pero el proceso de diferenciación sexual no acaba en el momento del nacimiento, sino que prosigue tras el parto. Es más, a partir de ese momento los factores biológicos pierden protagonismo en la diferenciación sexual y son los factores ambientales los que pasan a ocupar una posición predominante. Así, en el momento mismo del nacimiento se asigna un sexo al recién nacido, y en consecuencia se establece una diferenciación en diversos aspectos de su vida (color de la ropa, juguetes, tipo de adornos para su habitación, etc.). Pronto el niño comienza a aprender estas asignaciones sociales y empieza a actuar de modo adecuado a su sexo (eligiendo determinado tipo de juguetes, de ropa, etc.). Entre los dos y los cuatro años, coincidiendo con la etapa del desarrollo cognitivo en la que el concepto de «género» empieza a tener significado (Vázquez, Graña y Ochoa, 1990), se desarrolla la identidad de género (esto es, el niño se identifica a sí mismo como niña o niño). Una vez adquirida, la identidad de género es muy resistente al cambio (Money y Ehrhardt, 1972). No obstante, este proceso depende en buena medida del grado de incertidumbre: en aquellos casos en los que la identidad de género es equívoca, la reasignación puede no resultar exitosa hasta los 13 ó 14 años (Diamond, 1965). La importancia de la identidad de género es tal que regula toda la conducta del niño y posteriormente del adulto (López, 1992b). Así, por ejemplo, las niñas aprenden a manifestar características «femeninas» tales como sumisión, delicadeza o docilidad, mientras que los niños desarrollan conductas con ciertos componentes de agresividad, fuerza o valentía. Es más, durante toda la infancia y hasta la adolescencia es una pauta generalizada la separación entre los grupos de niños y los de niñas; los niños eligen como compañeros de juegos, como amigos, etc., a otros niños, mientras que las niñas hacen lo propio con otros miembros de su mismo sexo. Por otro lado, el proceso se completa mediante el aprendizaje social y la imitación de los modelos del mismo sexo, principalmente familiares, grupo de iguales, adultos implicados en el proceso educativo y medios de comunicación (Vázquez y cols., 1990). Además, el medio refuerza al niño por su identificación y cuando lleva a cabo conductas de rol sexual «apropiadas» (Becker y Kavoussi, 1989). De este modo, se establece una interacción entre la identidad de género y el papel o el rol sexual desempeñado por el individuo: la identidad de género, relacionada con la asignación de sexo y con los factores biológicos, determina la aparición de unas pautas de conducta «propias» de un determinado sexo, las cuales, a su vez, contribuyen a afianzar la identidad de género. Este proceso se acentúa durante la adolescencia, época en la que la identidad sexual y el papel del género cobran una nueva importancia debido a los cambios corporales experimentados por el adolescente (aparición de las características sexuales secundarias). 312 Manual de psicopatología Por lo que respecta a las preferencias sexuales u orientación sexual, parece que la variable crucial son las primeras experiencias sexuales. McGuire, Carlisle y Young (1965) proponen que cualquier estímulo que preceda de forma regular a la masturbación, en un intervalo temporal adecuado, se convierte en excitante desde un punto de vista sexual. Por consiguiente, las preferencias sexuales de un individuo se establecerán mediante un proceso de condicionamiento clásico en el que los estímulos que van a convertirse en objetos sexuales para ese individuo se asocian a la excitación sexual. Así se explicaría también la mayor capacidad del hombre para excitarse ante una gran variedad de estímulos, y el hecho de que las desviaciones sexuales se den con mayor frecuencia entre los hombres, ya que en éstos la masturbación es más frecuente (92% versus 62% según los datos clásicos de Kinsey y cols., 1953). Sin embargo, como señalan Vázquez y cols. (1990), no hay que olvidar que las preferencias sexuales no siempre se reflejan en la conducta del sujeto; puede haber factores personales (por ejemplo, voto de castidad, fobia social) o ambientales (cárceles) que «limiten» la expresión de esas preferencias o que incluso lleven a la ejecución de conductas sexuales en las que el objeto sexual no coincide con el objeto de las preferencias del individuo (por ejemplo, en la cárcel son frecuentes las relaciones homosexuales entre individuos de orientación heterosexual). Por ello, estos autores recomiendan que la orientación sexual de un individuo se evalúe siempre en relación con la excitación sexual que experimenta ante determinados estímulos y no por la conducta sexual en sí, ya que ésta puede llevar a conclusiones erróneas. B. EL CICLO DE LA RESPUESTA SEXUAL Las personas interpretan de forma muy diferente sus respuestas sexuales, incluso llevan a cabo comportamientos que pueden ser muy distintos. Así, algunas personas jadean o gritan de forma ruidosa mientras que otras no emiten prácticamente un sonido, algunas llevan a cabo movimientos corporales intensos mientras otras apenas ligeros movimientos, algunas dirigen la vista constantemente a su pareja mientras que otras cierran los ojos...; pero a pesar de todas estas diferencias, en esencia, la forma en que responde el organismo ante la excitación sexual es idéntica. Esto no quiere decir que la actividad sexual sea algo mecánico, sino que intervienen las mismas partes y su actuación es similar (si se dan las condiciones óptimas). En consecuencia, es importante para entender los distintos aspectos de la sexualidad humana el conocer qué partes del cuerpo se encuentran implicadas más directamente en la respuesta sexual y cómo actúan. Hasta la aparición del libro de Masters y Johnson Respuesta sexual humana, publicado en 1966, la respuesta sexual sólo se estudiaba en animales, ya que no parecía «ético» estudiarla en seres humanos. Estos autores efectuaron un detallado análisis de lo que ocurre en el cuerpo humano durante la actividad sexual. Con la participación de más de 600 hombres y mujeres, utilizaron una serie de instrumentos para medir las respuestas fisiológicas, describiendo cuatro etapas en el ciclo de respuesta sexual. Estas etapas venían determinadas por dos procesos fisiológicos fundamentales (Kaplan, 1974): la vasodilatación o flujo de sangre a los vasos sanguíneos de una zona determinada causada por la dilatación de éstos; y la miotonía o contracción de los músculos en los genitales y en todo el cuerpo. Las cuatro fases establecidas fueron las siguientes (véase la Tabla 12.2): 1. Fase de excitación: Supone el inicio de los cambios fisiológicos, que señalan la respuesta del organismo ante la estimulación sexual, ya sea de tipo físico (caricias) o psicológico (pensamientos o fantasías). Esta fase se caracteriza, en la mujer, por el inicio de la lubricación vaginal (controlada por la rama parasimpática del sistema nervioso autónomo), la dilatación de la parte superior de la vagina, y el aumento de tamaño del clítoris y los pechos debido, en ambos casos, a la vasocongestión. En el hombre comienza la erección (también bajo control parasimpático), con aumento de la tensión Tabla 12.2 Cambios fisiológicos en las cuatro fases de la respuesta sexual (Masters y Johnson, 1966; Labrador, 1994) FASE Excitación HOMBRE – Erección rápida del pene – Engrosamiento de la piel escrotal, elevación del escroto y de los testículos – Erección de los pezones * – Contracciones musculares involuntarias – Incremento de la tasa cardíaca – Incremento de la presión arterial MUJER – Lubrificación vaginal rápida – Aumento de tamaño y elevación del útero y cuello del útero con aparición de contracciones rápidas e irregulares – Labios mayores: en nulíparas se adelgazan y aplanan retirándose de la abertura vaginal; en multíparas aumentan su tamaño – Aumento del tamaño del clítoris – Aumento del tamaño de los pechos – Hinchazón areolar – Rubor sexual que se extiende desde el esternón y la zona superior del abdomen al pecho – Aumento de la tensión muscular – Contracciones musculares involuntarias – Incremento de la tasa cardíaca – Incremento de la presión arterial * En algunos casos (Continúa) Capítulo 12 Trastornos sexuales 313 Tabla 12.2 (Continuación) FASE Meseta HOMBRE MUJER – Aumento de la circunferencia del pene (especialmente del glande) – Cambio de coloración del glande – Incremento del tamaño y mayor elevación de los testículos – Presión o calor interno en la región pélvica* – Rubor sexual (parte superior del abdomen, pecho, cuello, cara) – Aumento de la tensión muscular – Aparición de contracciones involuntarias – Aumento pronunciado de la tasa cardíaca (hasta 175 lpm) – Aumento pronunciado de la presión arterial (hasta 180/110 mmHg) – Aumento de la frecuencia respiratoria Orgasmo – Inevitabilidad eyaculatoria – Contracciones de uretra y pene o eyaculación – Rápida desaparición de la erección – Reducción del tamaño y descenso de los testículos y del saco escrotal – Rápida desaparición del rubor sexual – Progresiva desaparición de la erección de los pezones – Rápida desaparición de la tensión muscular – Disminución de la tasa cardíaca – Disminución de la presión arterial – Disminución de la frecuencia respiratoria – Sudoración* – Aumento de la frecuencia respiratoria – Respiración entrecortada – Contracciones del tercio externo de la vagina – Contracciones del útero – Contracciones del esfínter anal – El clítoris permanece retraído y oculto – Máximo desarrollo del rubor sexual – Contracciones musculares involuntarias – Aumento de la tasa cardíaca (180 lpm) – Aumento de la presión arterial – Aumento de la frecuencia respiratoria (40 rpm) – Contracciones musculares de la región pélvica – Aumento de la tasa cardíaca (hasta 180 lpm) – Aumento de la presión arterial – Aumento de la frecuencia respiratoria Resolución – Tumefacción del tercio externo de la vagina (plataforma orgásmica) o estrechamiento de la entrada vaginal o aumento de la hinchazón de los dos tercios internos de la vagina – Aumento de la elevación del útero – Aumento del tamaño de los labios mayores (especialmente en nulíparas) – Cambio de coloración y aumento de grosor de los labios menores o mayor apertura de los labios mayores – El clítoris se retrae hacia el hueso púbico – Aumento del tamaño de los pechos – Aumento hinchazón areolar – Aumento del rubor sexual y difusión a la zona superior del tronco, cuello, cara, espalda, nalgas, brazos y piernas – Aumento de la tensión muscular – Aparición de contracciones involuntarias – Aumento de la tasa cardíaca – Aumento de la presión arterial – Desaparición de la lubrificación y la distensión vaginal – Vuelta a su posición y disminución del grosor de los labios mayores – Desaparición de la coloración de los labios menores y vuelta a su tamaño normal – El clítoris vuelve a su posición – Disminución de tamaño y descenso del útero – Rápida desaparición del rubor sexual – Rápida disminución de la hinchazón de las areolas y reducción de la erección de los pezones – Progresiva disminución del tamaño de los pechos – Rápida desaparición de la tensión muscular – Disminución de la tasa cardíaca – Disminución de la presión arterial – Disminución de la frecuencia respiratoria – Sudoración* * En algunos casos en el escroto y elevación de los testículos, y contracciones irregulares del recto. Así mismo, aparecen una serie de cambios comunes para ambos sexos, como rubor sexual, incremento en la tasa cardíaca y aumento de la presión arterial. 2. Fase de meseta o mantenimiento: Cuando la estimulación sexual se mantiene, se produce un incremento importante de la tensión sexual con elevados niveles de miotonía y vasocongestión. En la mujer se produce la contracción de las paredes vaginales, formándose la plataforma orgásmica, el clítoris se retira hacia el interior, el útero aumenta su tamaño y los labios menores se oscurecen. Así mismo, comienzan a producirse contracciones involuntarias del recto. En el hom- bre el pene alcanza su nivel máximo de erección, los testículos aumentan de tamaño y alcanzan su máxima elevación, aparecen unas gotas de fluido en la punta del pene y continúan las contracciones del recto. Además, en ambos sexos continúa el rubor y el aumento en la tasa cardíaca y en la presión arterial, al mismo tiempo que comienza a acelerarse la respiración. 3. Fase orgásmica: Consiste en una «descarga explosiva de tensión neuromuscular», que se produce de forma involuntaria y repentina cuando la estimulación alcanza su máxima intensidad (Kinsey y cols., 1953). Es el clímax de la respuesta sexual, en el que se producen los cambios fisiológicos más 314 Manual de psicopatología importantes, y que, desde el punto de vista psicológico, constituye el momento más placentero. En el caso de la mujer, la plataforma orgásmica se contrae a intervalos de 0,8 segundos ente 5-12 veces, produciéndose además contracciones involuntarias del esfínter anal y de otros grupos musculares; en el hombre las contracciones de la uretra y de los músculos pélvicos hacen que el pene experimente contracciones que provocan la eyaculación del fluido seminal (bajo control de la rama simpática del sistema nervioso autónomo). Al igual que en la mujer, estas contracciones van acompañadas de contracciones involuntarias del recto. Paralelamente, en ambos sexos continúan los incrementos iniciados en las fases anteriores en los diversos parámetros (tasa cardíaca, presión arterial y tasa respiratoria). 4. Fase de resolución: Supone la pérdida progresiva de la tensión sexual y la vuelta gradual del organismo al estado previo a la fase de excitación. La reversión de los procesos anteriores normalmente dura de 15 a 30 minutos. Los varones entran en un período refractario durante el cual es muy difícil que puedan conseguir la erección y obtener otro orgasmo. La duración de este período es variable, oscilando desde minutos a horas, aumentando su duración con la edad. Las mujeres no muestran período refractario, por lo que son capaces de experimentar orgasmos múltiples o repetidos en un período más corto. El medio más común para alcanzar el orgasmo, exceptuando el coito, es la estimulación manual u oral de los genitales. Aparte de la región genital, las zonas erógenas incluyen los pechos, los muslos, los labios y las nalgas, pudiéndose mencionar también otras áreas como orejas, cuello, o axilas, dependiendo de cada individuo concreto. Aunque el esquema de cuatro fases de Masters y Johnson parece adecuado para explicar la respuesta sexual, arranca ya de un momento especial en el que la estimulación existente provoca excitación en la persona. Pero la excitación no puede entenderse como algo que ocurre de forma automática ante una determinada estimulación (de hecho, ante la misma estimulación algunas personas responden y otras no, e incluso la misma persona responde de forma diferente en distintas situaciones). Para que comience la fase de excitación en una persona es necesario que haya «algo» más que determinada estimulación: es necesario que la persona tenga un cierto interés, que exista lo que se denomina «deseo sexual» o interés sexual. Así pues, a las cuatro fases señaladas se debe añadir una fase anterior que se denominará «fase de deseo» (Kaplan, 1977, 1979; Labrador, 1994). La importancia que progresivamente se va dando a esta fase viene avalada, desgraciadamente, por la creciente demanda de tratamiento de las personas que carecen de deseo sexual (en terminología del DSM-IV, Deseo Sexual Inhibido). Por consiguiente, se pone de manifiesto que para que la estimulación sexual produzca una excitación, en el hombre o en la mujer, es muy importante el que haya deseo sexual. Cuando esto no ocurre y se ha perdido el apetito sexual, no se desea el contacto sexual y es difícil que una estimulación sexual provoque la aparición de la fase de excitación, meseta, etc. El que con frecuencia esta fase haya sido poco considerada puede deberse Tabla 12.3 Comparación de la respuesta sexual en el hombre y en la mujer (Masters y Johnson, 1966) PARECIDOS DIFERENCIAS Pezones Erección y aumento del diámetro ante la estimulación sexual MUJER: aparece en la fase de excitación y desaparece con rapidez tras el orgasmo HOMBRE: aparece en la fase de meseta y sigue siendo evidente durante un período de tiempo tras el orgasmo Rubor sexual Oscurecimiento de la piel de la frente, cara, cuello y pecho por acumulación de sangre MUJER: Tensión muscular Durante la fase de meseta comienza a aumentar la tensión muscular en cara, pecho y abdomen. En la fase de resolución se produce relajación general. MUJER: Respiración Incrementos de intensidad y frecuencia (hiperventilación) MUJER: puede conseguir otro orgasmo aunque no se haya reducido la hiperventilación HOMBRE: la hiperventilación ha de disminuir tras el orgasmo antes de conseguir otra erección Presión arterial Incremento a partir de la fase de excitación MUJER: incrementos menores (30-80 mmHg en sistólica y 20-40 mmHg en diastólica) HOMBRE: mayores incrementos (40-100 mmHg en sistólica y 20-50 mmHg en diastólica) Transpiración El 33% de las personas (tanto hombres como mujeres) presentan sudoración tras el orgasmo MUJER: Orgasmo Contracciones musculares rápidas durante el orgasmo seguidas de relajación tras él MUJER: aparece en la fase de excitación; se extiende además por la parte baja del abdomen, espalda, nalgas y muslos HOMBRE: aparece en la fase de meseta aumento en la longitud y anchura de la vagina, con incremento del diámetro del cérvix HOMBRE: elevación de los testículos más general, incluyendo manos, pies, pecho, espalda y muslos (en algunos casos también cabeza y cuello) HOMBRE: limitada a palmas de manos y pies posibilidad de varios orgasmos consecutivos; orgasmos más largos Capítulo 12 Trastornos sexuales a las variaciones temporales tan importantes en ella ya que los cambios fisiológicos que se producen no son tan evidentes (la mayoría de los cambios son psicológicos), pero, en cualquier caso, es fundamental para el desarrollo de la respuesta sexual. La división de una respuesta sexual es útil a nivel científico y expositivo, pero, no obstante, debe quedar claro que la división de una respuesta continuada en fases es algo artificial (Labrador, 1994, 2000). Es posible que, en algunos casos, incluso en una misma persona, las variaciones sobre este esquema general de referencia sean importantes. Así, algunas veces puede ser difícil delimitar con precisión las fases, o no se recorren todas (por ejemplo, no se consige el orgasmo), o se recorren a distinta velocidad (por ejemplo, la fase de excitación puede durar desde escasos minutos hasta horas), o los cambios fisiológicos experimentados son de distinta intensidad (mayor o menor erección del pene, lubricación vaginal...), pero este esquema de división en cuatro fases, al que se añadirá una fase previa o fase de deseo, servirá no obstante como criterio de referencia adecuado para facilitar la comprensión del proceso. Por otra parte, la descripción de las fases de la respuesta sexual se ha centrado habitualmente en los cambios fisiológicos, en gran parte debido a que son más fáciles de observar y medir, no prestándose tanta atención a los aspectos emocionales y psicológicos. Las dificultades a la hora de obtener información sobre los aspectos psicológicos en parte han limitado los conocimientos existentes, ya que la única forma de obtener información de éstos sería preguntando en cada 315 momento a las personas qué sienten, lo cual presenta problemas de fiabilidad y de interferencia con la propia respuesta sexual que se está evaluando. No obstante, y aunque la información sobre aspectos emocionales y psicológicos es menos precisa y objetiva, no debe caerse en el error de suponer que los cambios fisiológicos determinan la «calidad» de la respuesta sexual o las respuestas emocionales y psicológicas durante su desarrollo (es decir, que una mayor erección, o contracciones más intensas durante el orgasmo, determinan el grado de placer experimentado). Aunque tanto en el hombre como en la mujer se desarrollan sucesivamente las fases señaladas, existen ciertas diferencias en cuanto a los cambios fisiológicos que tienen lugar, tal y como puede apreciarse en la Tabla 12.3. Por otro lado, la forma de desarrollo de las distintas fases también presenta ciertas diferencias, en especial por lo que respecta a la evolución después del orgasmo. El hombre pasa a un período en el que no puede conseguir más orgasmos (período refractario), mientras que en la mujer no existe este período, de forma que algunas mujeres tienen la posibilidad de conseguir varios orgasmos seguidos. Por otro lado, son más numerosas las mujeres que no llegan al orgasmo que los hombres. En la Figura 12.1 se incluye un esquema de la evolución de estas fases en hombres y mujeres. Como puede verse en la parte de la Figura correspondiente al ciclo de la respuesta sexual del hombre, éste pasa de la fase de excitación a la de meseta y de ésta al orgasmo y, a continuación, a la fase de resolución en la que o bien vuelve a las condiciones iniciales anteriores a la excitación, o bien tras un período refractario Figura 12.1 El ciclo de la respuesta sexual (Masters, Johnson y Kolodny, 1987, vol. I, p. 92). 316 Manual de psicopatología llega a un segundo orgasmo. En el caso de la mujer las diferencias pueden ser mucho más importantes. El patrón 1 representa la respuesta de una mujer con orgasmo múltiple, que tras pasar de excitación a meseta y de aquí al orgasmo, vuelve a meseta y nuevamente al orgasmo (una o varias veces), hasta que finalmente pasa a la fase de resolución. El patrón 2 muestra la respuesta de una mujer que pasa de excitación a meseta, pero no progresa hasta la fase de orgasmo. Tras subidas y bajadas en la fase de meseta pasa a una fase de resolución muy lenta. Finalmente, el patrón 3 muestra la respuesta de una mujer en la que el progreso a lo largo de las fases de excitación y meseta no es continuo, sino que muestra breves bajadas. Una vez alcanzada la fase de meseta, el progreso hacia la fase de orgasmo es rápido, al igual que la resolución. Por consiguiente, las variaciones en el ciclo de la respuesta sexual son mucho mayores en el caso de la mujer que en el caso del hombre. (Para una información más detallada, consultar Crooks y Baur, 2000; Labrador, 2000). II. CLASIFICACIÓN DE LOS TRASTORNOS SEXUALES Tradicionalmente, los trastornos sexuales se han dividido en dos grandes grupos: las parafilias o desviaciones sexuales, que se caracterizan por una orientación sexual hacia objetos o situaciones infrecuentes respecto al patrón convencional (por ejemplo, excitación sexual ante niños); y las disfunciones sexuales, que aparecen cuando se producen alteraciones en alguna fase de la respuesta sexual (por ejemplo, eyaculación precoz). No obstante, los sistemas de clasificación actualmente vigentes (DSM-IV-TR y CIE-10) añaden un tercer grupo de trastornos: los trastornos de la identidad sexual y, en el DSM-IV-TR, una cuarta categoría de Trastorno sexual no especificado. En concreto, la clasificación de los trastornos sexuales propuesta por la American Psychiatric Association (APA), en su tercera edición revisada (1987), distingue (véase la Tabla 12.4). Tabla 12.4 Clasificación de los trastornos sexuales (Labrador, 1987) DSM-III-R DSM-IV CIE-10 TRASTORNOS DE INICIO EN LA INFANCIA, LA NIÑEZ O LA ADOLESCENCIA TRASTORNOS SEXUALES Y DE LA IDENTIDAD SEXUAL TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Y DE COMPORTAMIENTO DEL ADULTO Trastornos identidad sexual (TIS) Trastornos identidad sexual (TIS) Trastornos identidad sexual (TIS) – TIS en adolescentes y adultos – Transexualismo – Transvestismo no fetichista – Transexualismo – TIS en adolescencia o edad adulta (tipo no transexual) – TIS en infancia – TIS no especificado – TIS en infancia – TIS no especificado – TIS en infancia – Otros TIS – TIS en especificación Parafilias Parafilias Trastornos inclinación sexual – Exhibicionismo – Fetichismo – Frotteurismo – Pedofilia – Masoquismo sexual – Sadismo sexual – Fetichismo transvestista – Voyeurismo – Parafilia no especificada – Exhibicionismo – Fetichismo – Frotteurismo – Pedofilia – Masoquismo sexual – Sadismo sexual – Fetichismo transvestista – Voyeurismo – Parafilia no especificada – Exhibicionismo – Fetichismo TRASTORNOS SEXUALES – Paidofilia – Sadomasoquismo – Transvestismo fetichista – Escoptofilia (voyeurismo) – Trastorno múltiple de inclinación sexual – Otros trastornos de inclinación sexual – Trastorno inclinación sexual sin especificar Trastornos psicológicos y del comportamiento del desarrollo y la orientación sexual – Trastorno de maduración sexual – Orientación sexual egodistónica – Trastorno relación sexual – Otros trast. desarrollo psicosexual – Trastorno del desarrollo psicosexual sin especificación (Continúa) Capítulo 12 Trastornos sexuales 317 Tabla 12.4 (Continuación) DSM-III-R DSM-IV CIE-10 TRASTORNOS DEL COMPORTAMIENTO ASOCIADOS A DISFUNCIONES FISIOLÓGICAS Y A FACTORES SOMÁTICOS Disfunciones sexuales Disfunciones sexuales Disfunción sexual no orgánica a) Trast. deseo sexual (TDS) – TDS hipoactivo – Trast. aversión al sexo a) Trast. deseo sexual (TDS) – TDS hipoactivo – Trast. aversión al sexo – Impulso sexual excesivo b) Trast. excitación sexual (TES): – TES mujer – Trast. erección (hombre) b) Trast. excitación sexual (TES): – TES mujer – Trast. erección (hombre) c) Trast. orgasmo – Disf. orgásmica femenina – Disf. orgásmica masculina – Eyaculación precoz c) Trast. orgasmo: – Disf. orgásmica femenina – Disf. orgásmica masculina – Eyaculación precoz d) Trast. por dolor: – Dispareunia – Vaginismo d) Trast. por dolor: – Dispareunia – Vaginismo e) Disfunción sexual no especificada e) Disfunción sexual no especificada – Ausencia/pérdida deseo sexual – Rechazo y ausencia del placer sexual – Fracaso de la respuesta genital – Disfunción orgásmica – Eyaculación precoz – Dispareunia no orgánica – Vaginismo no orgánico f ) Disfunción sexual debida a condiciones médicas generales – Otras disfunciones sexuales – Disfunciones sexuales no orgánicas no especificadas g) Disf. sex. inducida por sustancias Trastornos sexuales no especificados Trastornos sexuales no especificados 1. Trastornos de la identidad sexual: Su sintomatología esencial es la disociación entre el sexo anatómico (considerado como el recogido en el certificado de nacimiento) y la propia identidad sexual, término con el que el DSM-IV-TR (en su versión española) denomina lo que de una manera más específica hemos definido aquí como identidad de género. Por ello, estos trastornos deberían denominarse con mayor propiedad trastornos de la identidad de género, tal y como aparece recogido en el original en inglés de este sistema de clasificación (gender identity). El DSM-IV-TR incluye dos tipos de trastornos de identidad sexual el «Trastorno de identidad sexual» y el «Trastorno de identidad sexual no especificado». Para el primero, F64x Trastorno de identidad sexual, es necesario codificar según la edad: – F64.2: Trastorno de identidad sexual en niños – F64.0: Trastorno de identidad sexual en adolescentes o adultos – para individuos sexualmente maduros: con atracción sexual por los varones, con atracción sexual por las mujeres, con atracción sexual por ambos sexos o sin atracción sexual por ninguno 2. Parafilias: El DSM-III-R prefiere el término «parafilia» al de «desviaciones sexuales», utilizado en otras clasificaciones para denominar este tipo de trastornos, porque «... subra- ya de una forma correcta que la desviación (para) yace en aquello que es atractivo para el individuo (philia)» (APA, 1988, p. 333). En general, las parafilias se caracterizan por intensas y repetidas fantasías sexuales, impulsos o conductas sexuales, que generalmente implican objetos no humanos, sufrimiento o humillación propia o del compañero, o niños o personas que no consienten y que persisten, al menos, por un período de 6 meses. De acuerdo con el contenido concreto de esas necesidades y fantasías, el DSM-IV-TR describe nueve parafilias específicas: 1) exhibicionismo; 2) fetichismo; 3) frotteurismo; 4) pedofilia; 5) masoquismo sexual; 6) sadismo sexual; 7) fetichismo transvestista; 8) voyeurismo, y una novena categoría de parafilias no especificadas para aquellos casos que no cumplen los criterios diagnósticos de las categorías específicas. 3. Disfunciones sexuales: Incluyen todas aquellas alteraciones (esencialmente inhibiciones) que se producen en cualquiera de las fases de la respuesta sexual. En la especificación de las categorías diagnósticas, el DSM-IV-TR recoge la diferenciación de fases en la respuesta sexual establecida por Masters y Johnson (1966), incluyendo algunas modificaciones. En concreto, la APA considera una fase preliminar de deseo sexual, no recogida en la descripción de Masters y Johnson, al mismo tiempo que unifica las fases de excitación y meseta en una sola, que denomina excitación. Finalmente, 318 Manual de psicopatología la APA recoge una categoría en la que se incluyen aquellas disfunciones que suponen más que alteración de una fase de la respuesta, la aparición de dolor. Por consiguiente, el DSM-III-R considera cinco categorías principales de disfunciones: 1) trastornos del deseo sexual, que incluyen deseo sexual inhibido (o hipoactivo) y trastorno por aversión al sexo; 2) trastornos de la excitación sexual, diferenciándolo en el hombre (trastorno de la erección) y en la mujer; 3) trastornos del orgasmo, diferenciando también entre disfunción orgásmica femenina y masculina, e incluyendo además una categoría específica para el diagnóstico de la eyaculación precoz; 4) trastornos sexuales por dolor, que comprenden la dispareunia (dolor genital persistente y recurrente durante o después de la relación sexual) y el vaginismo (espasmos involuntarios de la musculatura externa de la vagina que interfieren el coito), y 5) Trastorno sexual debido a una enfermedad médica. A estas añade una categoría 6), disfunción sexual no especificada. Finalmente, la clasificación de la APA recoge un grupo residual para el diagnóstico de otros trastornos sexuales no especificados para aquellos casos no clasificables en ninguna de las categorías anteriores. Especial mención merece la evolución sufrida en las clasificaciones de la APA por la categoría homosexualidad. Este diagnóstico aparecía recogido como tal hasta el DSM-II (APA, 1968), en el que se consideraba que la homosexualidad por sí misma era un trastorno. No obstante, la presión de diversos profesionales y, sobre todo, de colectivos homosexuales norteamericanos hizo que en 1980 la siguiente edición del manual (DSM-III) eliminara, no sin controversias, el diagnóstico de homosexualidad como tal, aunque preservó la categoría de «homosexualidad egodistónica» para diagnosticar a aquellas personas cuya orientación sexual les producía un profundo y marcado malestar. De este modo, la homosexualidad deja de ser conceptualizada como un trastorno en sí misma, para pasar a ser considerada como patológica únicamente en aquellos casos en los que ocasiona un grave malestar al sujeto. Con posterioridad, el DSM-III-R (1987) dio un paso más al eliminar incluso el término de homosexualidad egodistónica como posibilidad diagnóstica. La única mención sobre el tema que aparece en el DSM-III-R es la inclusión entre los ejemplos de trastorno sexual no especificado del «malestar notable y persistente acerca de la propia orientación sexual» (APA, 1988, p. 354), aunque sin especificar si ese malestar viene determinado por una orientación hetero, homo o bisexual. Este punto de vista se mantiene invariable en el DSM-IV y DSM-IV-TR. Por último, aunque este sistema clasificatorio pretende ser exhaustivo, la realidad cotidiana nos enfrenta con una serie de comportamientos de carácter sexual de gran relevancia social y que no aparecen recogidos en el sistema. Entre ellos, los más frecuentes son la violación, el incesto y el acoso sexual. La violación no aparece como un trastorno independiente, aunque se menciona como síntoma del trastorno de la personalidad antisocial, como causa del trastorno por estrés postraumático, en el diagnóstico diferencial respecto al sadismo y en el masoquismo sexual. Rosenhan y Seligman (1989) justifican la exclusión de estas conductas coactivas de carácter sexual atendiendo a dos razones. En primer lugar, porque para que una determinada conducta se constituya en parafilia ha de ser el modo de actividad sexual casi exclusivo o altamente preferido por el sujeto (por ejemplo, un fetichista puede no lograr la erección si no tiene fantasías acerca de un zapato). Sin embargo, la mayoría de los violadores pueden excitarse y alcanzar satisfacción sexual en actividades sexuales diferentes de la violación. Es más, aunque el sadismo puede jugar un papel relevante en la violación, parece que sólo una mínima proporción de los violadores (el DSM-III-R la sitúa por debajo del 10%) presenta sadismo sexual. En segundo lugar, existe una importante razón social, ya que la exclusión de la violación, el incesto y el acoso sexual de los sistemas diagnósticos supone que sean considerados delitos de los que el individuo es responsable (a menos que exista un trastorno psicológico que influya sobre la conducta de la persona). Por el contrario, su inclusión dentro de los sistemas diagnósticos conllevaría la «excusa» para los actos delictivos de estos sujetos de los que no serían responsables a causa de su enfermedad. A pesar de su amplia difusión, algunos aspectos de esta clasificación han sido objeto de críticas y controversias, que en algunos casos han llevado a su modificación en el DSMIV (APA, 1994), tal y como puede observarse en la Tabla 12.4. Quizá la cuestión más controvertida es la de la inclusión de los trastornos de la identidad sexual entre los trastornos de inicio en la infancia y adolescencia. Algunos autores (como Davidson y Neale, 1990) señalan que el componente sexual de los trastornos de la identidad sexual parece más relevante que su probable inicio durante la infancia, por lo que defienden su inclusión dentro del grupo de los trastornos sexuales. De hecho, el DSM-IV vuelve a agrupar estos trastornos con las disfunciones sexuales y las parafilias en un único grupo que pasa a denominarse «Trastornos sexuales y de la identidad sexual». En cuanto a las categorías diagnósticas consideradas dentro de los trastornos de la identidad sexual, el DSM-IV elimina la diferenciación en función de la presencia o no de transexualismo, manteniendo únicamente una diferenciación en función de la edad del individuo. El DSM-IV-TR mantiene estos cambios. El apartado correspondiente a las parafilias no sufre modificación alguna en el DSM-IV, manteniéndose tanto la denominación como las categorías diagnósticas consideradas. No obstante, cabe señalar que algunos autores (como McConaghy, 1993) indican la conveniencia de utilizar el término «desviación sexual» y no el de «parafilia» para designar este tipo de trastornos, a pesar de la indicación expresa del DSM-III-R. Para McConaghy, los criterios establecidos por la APA señalan que una determinada philia puede ser calificada o no como trastorno en función del grado de malestar que provoque en el sujeto, mientras que el término «desviación sexual» es descriptivo y no supone implicación alguna acerca de la etiología del trastorno. Es más, existen algunos datos que apuntan que la atracción sexual o philia no está implicada en buena parte de las desviaciones sexuales. Así mismo, en el DSM-IV se mantiene la categorización de las disfunciones sexuales, aunque se añaden categorías Capítulo 12 Trastornos sexuales específicas para el diagnóstico de las disfunciones sexuales debidas a condiciones médicas generales y para aquellas otras inducidas por sustancias (alcohol, anfetaminas, cocaína, opiáceos, etc.). Ambos tipos de disfunciones se caracterizan por estar etiológicamente relacionadas con una condición médica general o con el uso de una sustancia psicoactiva, y por producir un alto grado de malestar o dificultades interpersonales. La última clasificación de la Organización Mundial de la Salud, la CIE-10 (OMS, 1992), muestra un notable paralelismo con las clasificaciones de la APA (véase la Tabla 12.4). Como éstas, la CIE-10 establece tres grupos de trastornos sexuales: de la identidad sexual, de la inclinación sexual —que refleja las parafilias de las clasificaciones de la APA— y disfunciones sexuales. No obstante, añade una cuarta categoría heterogénea de trastornos psicológicos y del comportamiento del desarrollo y orientación sexuales en la que se incluyen trastornos de la maduración y de la relación sexual. En cuanto a la orientación sexual, la OMS, al igual que la APA, ha optado por suprimir como trastornos las variedades de la orientación sexual, aunque mantiene como entidad diagnóstica la orientación sexual egodistónica. Así mismo, cabe señalar que también varía la ubicación de estos trastornos dentro del esquema general de la clasificación. En concreto, en la CIE-10 los trastornos de la identidad sexual, los de la inclinación sexual y los del desarrollo y la orientación sexual forman parte del grupo más general de trastornos de la personalidad y del comportamiento del adulto (junto a los trastornos de la personalidad y los trastornos del control de los impulsos), mientras que las disfunciones sexuales no orgánicas se ubican dentro de los trastornos del comportamiento asociados a disfunciones fisiológicas y a factores somáticos (que incluyen, entre otros, los trastornos de la conducta alimentaria y los trastornos del sueño). 319 III. DISFUNCIONES SEXUALES Las disfunciones sexuales pueden definirse como todos aquellos trastornos en los que problemas fisiológicos o psicológicos dificultan la participación o la satisfacción en las actividades sexuales (Labrador, 1987, 1994). En general, existe una disfunción sexual cuando alguna de las respuestas psicofisiológicas implicadas en el ciclo de respuesta sexual (en cualquiera de las fases vistas en el apartado anterior), o la totalidad de ellas, no se producen o solamente se producen de manera parcial (Kaplan, 1975). A. CLASIFICACIÓN Y CRITERIOS DIAGNÓSTICOS Se han propuesto diferentes sistemas de clasificación de las disfunciones sexuales, desde el inicial de Masters y Johnson (1970) que se reducía a un listado de problemas, pasando por los de Kaplan (1974, 1979) que intentan organizar una clasificación en función de la fase del ciclo sexual en que aparece el problema o de aspectos situacionales o temporales de éste. Las clasificaciones actuales hacen referencia a sistemas multiaxiales (Schover y cols., 1982), en los que se incluyen, entre otras, dimensiones como satisfacción sexual, fase del ciclo sexual alterada, dolor coital, duración del problema, globalidad, etc. Labrador (1987) propone una visión integradora que aparece en la Tabla 12.5. Parece, pues, que hasta la fecha no existe una clasificación universalmente aceptada de las disfunciones sexuales (Carrobles y Sanz, 1991). No obstante, nos remitiremos a aquella que goza de una más amplia difusión, que es la del DSM-IV-TR. (APA, 2000). Como vimos anteriormente, esta clasificación recoge, con algunas modificaciones, la diferenciación de fases en la respuesta sexual establecida por Masters Tabla 12.5 Clasificación de las disfunciones sexuales (Labrador, 1987) HOMBRES MUJERES Problemas de deseo-interés sexual Exceso Déficit Exceso Déficit Problemas en la excitación sexual Problemas de generar erección Problemas de mantener erección Falta de excitación general Problemas referidos al orgasmo Ausencia de eyaculación Eyaculación precoz Eyaculación retardada Dificultad en alcanzar el orgasmo Falta de orgasmo (Orgasmo prematuro) (Orgasmo retardado) Otros problemas Dispareunia Fobias sexuales Frecuencia de relaciones Dispareunia Fobias sexuales Frecuencia de relaciones En estos problemas hay que considerar además: a) si son primarios o secundarios, b) si son absolutos o situacionales, c) la gravedad o intensidad del problema (si es total o parcial). 320 Manual de psicopatología y Johnson (1966), diferenciando cuatro grupos fundamentales de trastornos: del deseo sexual, de la excitación sexual, del orgasmo y trastornos sexuales por dolor (véase la Tabla 12.6). La principal modificación introducida por el DSMIV respecto al DSM-III-R es la inclusión de grupos diagnósticos propios para las disfunciones debidas a condiciones médicas generales y para aquellas otras inducidas por sustancias, tal y como vimos en apartados anteriores. Modificaciones que se mantienen en el DSM-IV-TR. Además, desde el DSM-IV se incluye una serie de especificaciones en el diagnóstico de las disfunciones sexuales, que tienen importantes implicaciones terapéuticas. En concreto, ha de especificarse si la disfunción es sólo psicógena o psicógena y biológica (cuando el origen es exclusivamente biológico, el trastorno debe codificarse en el eje III y no en el eje I); si se ha producido durante toda la vida (entendida como vida sexual) o si se ha adquirido (si ha aparecido después de un período de funcionamiento normal); y si es generalizada (si se da en todas las situaciones y con cualquier pareja) o situacional (si se limita a determinadas situaciones o parejas). En aquellos casos en los que un trastorno físico explica parcialmente los síntomas de la disfunción sexual, pero en los que también están presentes factores psicológicos, el DSMIV-TR indica que habrán de efectuarse ambos diagnósticos, registrándose un trastorno físico en el eje III y la disfunción sexual en el eje I (con la especificación de psicógena y biológica). Cuando la alteración del funcionamiento sexual coexiste con otro trastorno del eje I (por ejemplo, depresión), no debe efectuarse el diagnóstico de disfunción sexual en los casos en que éste sea secundario al trastorno mental. Finalmente, existen una serie de factores con código V (como los problemas matrimoniales) que pueden ser la causa primaria de la alteración, en cuyo caso debe diagnosticarse la disfunción y anotarse el otro problema. Davidson y Neale (1990) han resaltado una serie de aspectos presentes en los criterios diagnósticos desde el DSMIII-R para cada una de las disfunciones sexuales y que reflejan la concepción de la APA acerca de estos trastornos. En primer lugar, en estos criterios se especifica que el trastorno ha de ser «recurrente y persistente», con lo que subraya que el problema ha de ser grave para alcanzar el diagnóstico de disfunción sexual. Por otro lado, desde el DSM-III-R no Tabla 12.6 Principales disfunciones sexuales en el hombre y la mujer según el DSM-III-R HOMBRES MUJERES Deseo sexual Deseo hipoactivo Aversión sexual Deseo hipoactivo Aversión sexual Excitación sexual Trastorno de la erección Trastorno de la excitación Orgasmo Disfunción orgásmica Eyaculación precoz Disfunción orgásmica Dolor Dispareunia Dispareunia Vaginismo se establece si la pareja sexual es del mismo o de diferente sexo, lo que refleja una mayor tolerancia hacia la homosexualidad (en la línea de lo comentado al hablar de la exclusión de la homosexualidad como categoría diagnóstica). Finalmente, cabe destacar que desde el DSM-III-R se enfatiza la inhibición de la expresión sexual como causa de anormalidad, mientras que durante el siglo xix y principios del xx era el exceso lo que se consideraba trastorno, lo que pone una vez más de manifiesto la relatividad de los criterios de anormalidad en la conducta sexual. A pesar de su pretendida exhaustividad, diversos estudios han puesto de manifiesto que los problemas enumerados por las clasificaciones de los sistmas DSM, son sólo una muestra de los problemas que limitan el disfrute de la actividad sexual (McConaghy, 1993). Por ejemplo, Frank, Anderson y Rubinstein (1978), al estudiar la frecuencia de las disfunciones sexuales y de lo que denominaron «dificultades sexuales» (esto es, problemas relacionados con el aspecto emocional de las relaciones sexuales, que abarcan aspectos como la elección de un momento o un contexto inadecuado por parte de la pareja) en 100 parejas de clase media, encontraron que las dificultades sexuales eran no sólo más frecuentes, sino también que eran valoradas como más determinantes para la obtención de satisfacción sexual. Estos datos, junto con los obtenidos por otros autores (Nettelbladt y Uddenberg, 1979; Reading y Wiest, 1984), indican que las disfunciones sexuales, al menos en algunos grupos sociales, son menos importantes que los aspectos emocionales de la relación en la determinación de la satisfacción sexual de las parejas, por lo que se hace necesaria la consideración de estos aspectos a la hora de analizar la insatisfacción sexual. B. DESCRIPCIÓN CLÍNICA 1. Trastornos del deseo sexual Incluyen el deseo sexual inhibido o hipoactivo, caracterizado por un déficit en las fantasías sexuales y el deseo de actividad sexual, y el trastorno por aversión al sexo, que supone una aversión extrema con evitación de todos o casi todos los contactos genitales con una pareja sexual. No se encuentra recogido, sin embargo, el impulso sexual excesivo, que sí aparece en la CIE-10 (OMS, 1992). El deseo sexual inhibido (DSI) recibe también las denominaciones de «apatía sexual», «falta de deseo sexual» o «falta de interés por el sexo», términos todos ellos con los que se hace referencia a aquellas personas que no tienen apetito sexual, no se sienten atraídas por el sexo y por la posibilidad de llevar a cabo relaciones o conductas sexuales en general. Este interés anormalmente bajo por el sexo hace que el sujeto no busque la gratificación sexual aunque se encuentre disponible y tenga intacta la capacidad para realizar el acto sexual. Davidson y Neale (1990) ya apuntaban que ésta es una de las categorías diagnósticas más problemática del DSM-III-R, dado que no existen datos para establecer con qué frecuencia debe experimentar deseo sexual una persona Capítulo 12 Trastornos sexuales (es decir, cuál es el criterio de «normalidad»). Estos mismos autores señalan que en la práctica clínica las personas que acuden a consulta por problemas de deseo sexual lo hacen porque otra persona (su pareja sexual) no está satisfecha con su interés por el sexo y por los problemas que ello ocasiona en la relación. La apatía o DSI no sólo tiene que ver con la carencia subjetiva de interés por realizar el coito; incluye también el desinterés por toda conducta sexual (como la masturbación), la falta de pensamientos, ensoñaciones y fantasías sexuales, la falta de atención al material erótico, la no percepción del atractivo de las personas (en especial de aquellos/as que pueden ser compañeros/as sexuales), y la falta de sensación de frustración si no se puede dar rienda suelta a la sexualidad. Todos estos aspectos deben ser evaluados para determinar la existencia del problema, no siendo un índice único ni determinante el número de veces que una persona tiene relaciones sexuales. El DSI es mucho más frecuente en las mujeres y es una de las causas por las que primordialmente acuden a consulta, siendo menos frecuente en los hombres, quienes, además, muy rara vez acuden a consulta por este problema (véase Labrador, 1994, 2000). El que los hombres rara vez busquen tratamiento para este tipo de problemas quizá se deba al hecho de que su falta de interés facilita el menoscabo de su función biológica, con disminución de la capacidad de respuesta fisiológica (incapacidad de erección), siendo este problema el que le lleva a buscar ayuda. En otros casos el varón, educado en un medio social que da por supuesto que el hombre siempre ha de estar dispuesto a desarrollar conductas sexuales, puede encontrar doloroso o incluso humillante reconocer su falta de interés sexual. Desde un punto de vista histórico, este trastorno recibió muy poca atención hasta mediados de los años setenta, cuando comenzó a ser considerado en relación con las crecientes expectativas respecto al sexo. Kaplan (1992) señala que es el trastorno sexual más común en Estados Unidos, circunstancia que esta autora atribuye, entre otras cosas, al sida: en el pasado, las parejas estables que perdían el interés por su compañero buscaban remedio a su problema manteniendo relaciones con otras personas, pero ahora, a causa del miedo, buscan como primera solución la recuperación de la pasión sexual dentro de sus relaciones monógamas. Se puede distinguir entre deseo sexual inhibido general, o falta general de apetito sexual, y deseo sexual inhibido selectivo, en el que la falta de interés o deseo sexual está restringida a una(s) persona(s) pero no a otra(s), o un tipo de actividad sexual (por ejemplo, el coito) pero no otro (por ejemplo, la masturbación). Así mismo, debe diferenciarse entre deseo sexual inhibido primario, cuando esta falta de interés sexual siempre ha estado presente en la persona, o secundario, cuando esta falta de interés se ha desarrollado con posterioridad a momentos en los que el interés estaba presente. Es muy raro que se den casos de DSI primario y que la persona no haya tenido interés en aspectos sexuales ni siquiera en la adolescencia, o que no se haya masturbado o experimentado fantasías eróticas. Lo más frecuente es que el DSI se haya desarrollado a partir de ciertas experiencias (impotencia, anor- 321 gasmia, depresión, etc.). Por ello, es importante determinar si el DSI es el problema principal o la consecuencia de otro problema sexual subyacente. El DSI presenta variaciones importantes, desde personas que manifiestan una ausencia de interés en el sexo, pero son capaces de responder a los estímulos de la pareja y experimentan excitación y orgasmo, hasta las que están desinteresadas en iniciar la actividad sexual y además rechazan las aproximaciones sexuales de su pareja. Las reacciones de las personas que presentan esta disfunción también son diferentes. En unos casos, la persona con DSI se presta e incluso incita a su pareja a llevar a cabo relaciones sexuales (hay que recordar que su funcionamiento sexual no suele estar alterado), aunque no le atraigan en absoluto. Otro tipo de gratificaciones, como el placer que se observa en la persona amada, o la intimidad y el estrecho contacto, parecen compensarla. En otros casos, las personas toleran o soportan el contacto corporal como recurso para mantener la pareja. Esto suele ser más frecuente en la mujer por razones obvias, recurriendo con frecuencia a distraerse durante el coito, utilizando sus cuerpos mecánicamente de manera que su compañero pueda eyacular rápidamente y terminar el coito. Este tipo de solución, en algunos casos, puede llevar a un fuerte antagonismo respecto al sexo y una hostilidad más o menos larvada de la persona con DSI contra el miembro de la pareja que disfruta. Por último, algunas personas con DSI experimentan un rechazo completo por el contacto sexual y hacen todo lo posible por evitar las relaciones, lo que facilita problemas con su pareja. También las reacciones de la pareja del que sufre DSI son muy variadas; algunas parejas interpretan el problema con un cuestionamiento de su capacidad sexual y amatoria, entendiendo el DSI como un rechazo personal. En otros casos, en especial cuando es la mujer la que experimenta el DSI, el hombre puede llegar a considerarlo normal, pues con frecuencia una inadecuada educación le lleva a pensar que la mujer no es capaz de disfrutar en estas relaciones o que «lo que debe hacer es proporcionar placer al hombre». Labrador (1994, 2000) señala que entre las causas que subyacen al DSI pueden encontrarse causas orgánicas como trastornos endocrinos, insuficiencia renal, diabetes, etc., o el consumo de ciertas sustancias, como fármacos antihipertensivos, psicotropos, antidepresivos, alcohol, opiáceos, etc. Sin embargo, este mismo autor destaca como más importantes las causas psicológicas o psicosociales. Entre éstas cabe mencionar los estados depresivos, el bajo nivel de autoestima, un pobre concepto de la propia imagen corporal y, en especial, la ansiedad. Esta puede manifestarse como miedo a las relaciones sexuales (consecuencia de una moral o educación rígida en las que el sexo tiene un carácter sucio y degradante), a la pérdida de intimidad, al embarazo, etc. Así mismo, el DSI puede ser resultado de dificultades en la relación de pareja o de situaciones precipitantes de carácter aversivo y relacionadas con el sexo (violaciones, embarazos no deseados, desengaños amorosos, etc.). También es frecuente que una persona con una disfunción sexual (por ejemplo, impotencia) acabe desarrollando un problema de DSI asociado a su disfunción. 322 Manual de psicopatología Por último, hay que destacar, entre las causas que pueden contribuir a la aparición del DSI, el aburrimiento sexual, provocado por la reiteración y la rutina en las conductas y hábitos sexuales. Esta estereotipia de los hábitos sexuales puede ser producto de una inadecuada educación sexual en la que se da excesivo peso a consideraciones culturales incorrectas, tales como que el marido es el que debe comenzar la relación, que sólo hay una forma «normal» de llevar a cabo la relación sexual, y muchas otras. En el trastorno por aversión al sexo, la persona evita de manera activa todo contacto genital. Este problema se cataloga a veces como fobia al sexo, ya que, al igual que en las fobias, en el trastorno por aversión al sexo se producen intensas reacciones corporales (incrementos de la tasa cardíaca, sudoración intensa, aumento de la tensión muscular) tan sólo con imaginar alguna actividad sexual. Por ello, su tratamiento es similar al de otras fobias y se basa fundamentalmente en técnicas de exposición. Las causas más frecuentes de la aversión sexual están en relación con actitudes negativas hacia la sexualidad debidas a una educación rígida e inadecuada, a experiencias previas de violencia sexual (violaciones, incestos), a presiones constantes por parte de la pareja sexual para realizar algún tipo de actividad sexual no deseada, o a experiencias sexuales «desagradables» a causa de problemas de la identidad de género. 2. Trastornos de la excitación sexual El grupo de los trastornos de la excitación sexual abarca el trastorno de la excitación sexual en la mujer, definido como el fallo parcial o completo en obtener o mantener la respuesta de tumefacción y lubricación propia de la excitación sexual hasta la terminación de la actividad sexual, o bien como la carencia de una sensación subjetiva de excitación sexual y de placer durante la actividad sexual; y el trastorno de la erección en el hombre, definido como el fallo parcial o total en obtener o mantener la erección hasta el final de la actividad sexual, o la falta de sensaciones subjetivas de excitación sexual y placer durante la actividad sexual. El fallo en la obtención y mantenimiento de la erección en el hombre es el más frecuente de todos los trastornos de la excitación sexual, y ha sido habitualmente denominado impotencia (para distinguirlo así del trastorno de la erección que se produce por falta de sensaciones subjetivas de excitación y placer). La impotencia es el problema más común entre los hombres que buscan asistencia. Afecta aproximadamente a un 7-10% de los varones (Labrador, 1987), aumentando su incidencia con la edad. A modo de ejemplo baste citar los datos clásicos de Kinsey y cols. (1948) en los que ésta aumentaba desde el 0.1% a los 20 años, al 1.9% a los 40, el 6.7% a los 50, el 18.4% a los 60 y más del 50% por encima de los 70 años. Por otro lado, la mayoría de los hombres, si no todos, han tenido en alguna ocasión un problema de erección. Es más, Kaplan (1974) estima que al menos la mitad de los hombres ha sufrido alguna vez episodios transitorios de impotencia, no sólo problemas ocasionales. Pero para que se considere que existe impotencia o disfunción de la erección este problema ha de presentarse en al menos el 25% de las relaciones o intentos de relación sexual (Masters, Johnson y Kolodny, 1987). Por consiguiente, la presencia esporádica de problemas de la erección parece más la norma que la excepción. La impotencia presenta una amplia variedad de manifestaciones (véase Kaplan, 1974), que van desde hombres que alcanzan la erección cuando están con la pareja pero que la pierden durante el coito, a hombres que sólo obtienen erecciones parciales, hombres que únicamente experimentan erecciones cuando están solos, hombres que nunca y bajo ninguna circunstancia tienen erecciones, etc. Así, se puede diferenciar entre impotencia primaria versus secundaria, situacional versus general, y parcial (se produce cierta erección, pero no suficiente para llevar a cabo el coito) versus total (la falta de erección es completa). La impotencia secundaria es más frecuente que la primaria (90% de los casos), siendo poco frecuente la disfunción completa. Entre las disfunciones situacionales cabe destacar por su frecuencia la que se produce en la primera relación con una nueva persona. El mecanismo y la respuesta de erección es vulnerable a una gran variedad de factores, tanto físicos como psicológicos, siendo estos últimos mucho más relevantes (se estima que sólo un 10% de los casos de impotencia se debe a causas orgánicas). Entre las causas orgánicas más frecuentes cabe señalar las deficiencias hormonales (fundamentalmente disminución en los niveles de testosterona), factores de tipo vascular que dificultan la afluencia de la sangre a los cuerpos cavernosos del pene o su retención en éstos, lesiones neurológicas (en especial de la médula espinal), lesiones en el propio pene o en los testículos, problemas de uretra o próstata, etc. Así mismo, la impotencia puede ser secundaria a diversas enfermedades, como hipertensión, diabetes, arterioesclerosis, hipogonadismo, esclerosis múltiple, etc. Por último, muchos fármacos de uso relativamente frecuente pueden producir disfunción de la erección. Entre ellos pueden mencionarse los antidepresivos (tricíclicos, IMAO y litio), antihipertensivos (betabloqueantes, diuréticos), hormonas (corticoides y estregónos), barbitúricos y tranquilizantes mayores. De entre todas las sustancias cabe destacar, por su frecuencia de uso, el efecto negativo que tiene sobre la erección el consumo de alcohol, el cual, en palabras de Shakespeare, tiene un doble efecto sobre los «apetitos amorosos», ya que «provoca el deseo, pero impide la ejecución» (Macbeth, acto II, escena 3.a). Entre las causas psicológicas de la impotencia ocupan un lugar destacado la ansiedad y la preocupación obsesiva por lograr una erección adecuada: el hombre no se centra en disfrutar de la situación, sino que está pendiente de si consigue una erección y «cumple», lo cual genera una notable ansiedad, propiciando el desarrollo de trastornos de la erección. En muchos casos, el episodio inicial es una disfunción situacional (por ejemplo, por ser la primera relación con esa persona, por estar cansado, por haber consumido alcohol). Ese primer fracaso puede hacer que en sucesivas relaciones aparezca una preocupación excesiva por lograr un Capítulo 12 Trastornos sexuales rendimiento adecuado y miedo a que se repitan los problemas acaecidos en la relación anterior, lo que hace que el hombre adopte el papel de espectador, dedicándose a autoobservarse en lugar de implicarse en disfrutar de la situación. En consecuencia, la situación de relación sexual se hace cada vez más ansiógena, dificultando así la consecución de una erección adecuada: la respuesta de erección depende de la activación del sistema nervioso parasimpático (SNP), mientras que la ansiedad supone la activación de la otra rama del sistema nervioso autónomo (la simpática), por lo que la aparición de ansiedad (activación simpática) inhibe la acción del SNP, dificultando el llenado y retención de sangre en el pene y en consecuencia la erección. De este modo se establece una especie de espiral de deterioro progresivo: falta de erección-preocupación-ansiedad-mayor bloqueo de la respuesta de erección-incremento de la ansiedad, etc. Es más, si la persona intenta llevar a cabo una serie de conductas para forzar la respuesta de erección (afrontamiento activo), se producirá un incremento en la secreción de adrenalina y noradrenalina, las cuales producen efectos similares a los del sistema nervioso simpático, pero más duraderos, con lo que se dificultará aún más la obtención de la erección (Labrador, 1992), incrementando a su vez los sentimientos de frustración. Por consiguiente, se produce una asociación entre relación sexual y ansiedad, fracaso y frustración, de modo que cualquier estímulo o situación que anticipe una relación sexual, o que exija una erección, se convertirá en aversiva, por lo que el sujeto tratará de evitarla, pudiéndose llegar al abandono de la actividad sexual (al menos de aquella que requiere una erección). Así mismo, cabe señalar, entre los factores psicológicos implicados en el origen de la impotencia, una inadecuada educación sexual o religiosa en la que se culpabilice todo lo relacionado con el sexo. En esta situación, las primeras relaciones sexuales estarán cargadas de ansiedad y culpabilidad, facilitando la aparición de problemas de erección, que pueden agravarse con posterioridad mediante la asociación ansiedad/culpabilidad-sexo. Por último, cabe reseñar que ciertas fobias sexuales específicas (por ejemplo, miedo o ansiedad ante los genitales femeninos, ante el cuerpo de la mujer desnudo, al embarazo, a las enfermedades de transmisión sexual, etc.) pueden facilitar también la aparición de trastornos de la erección. Alternativamente, la impotencia tiene importantes consecuencias en la propia valoración que el hombre hace de sí mismo y en las relaciones de la pareja. Como señala Kaplan (1974), no existe ninguna otra condición o trastorno sexual potencialmente tan frustrante, humillante y traumatizante, ya que en todas las culturas y grupos sociales gran parte de la autoestima varonil se basa en la capacidad de erección. Por eso, no son infrecuentes reacciones depresivas y de pérdida de la autoestima ante problemas de la erección. Por otra parte, la impotencia suele ejercer un efecto muy negativo sobre la estabilidad de la pareja, facilitando la aparición de dudas, tensiones e incluso mutuos reproches. En este aspecto cobra especial relevancia la reacción de la pareja ante el problema, en especial si se trata de una pareja estable: los problemas de pareja serán más probables cuando la pareja 323 reacciona con reproches, exigencias o culpabilizaciones (por ejemplo le acusan de tener relaciones fuera de la pareja, de ser homosexuales, de haber perdido el interés en la relación, se autorresponsabilizan del problema, etc.). 3. Trastornos del orgasmo Incluyen las disfunciones orgásmicas masculina y femenina y la eyaculación precoz. La disfunción orgásmica femenina (también denominada anorgasmia) se define como una ausencia o un retraso del orgasmo, tras una fase de excitación normal, durante una actividad sexual que se considera adecuada en cuanto a tipo de estimulación, intensidad y duración. En aquellos casos en los que la mujer es incapaz de alcanzar el orgasmo durante el coito si falta la estimulación manual del clítoris, no se hace el diagnóstico de disfunción orgásmica a menos que la respuesta se deba a algún tipo de inhibición psicológica. Del mismo modo, la disfunción orgásmica masculina o anorgasmia se define como ausencia o retraso del orgasmo en el hombre, tras una fase de excitación normal, en el transcurso de una actividad sexual adecuada en cuanto a tipo de estimulación, intensidad y duración. Normalmente hace referencia al orgasmo intravaginal, siendo posible el orgasmo en otro tipo de situaciones, como la masturbación (McConaghy, 1993). Por su parte, la eyaculación precoz es la eyaculación ante una estimulación sexual mínima o antes, durante o inmediatamente después de la penetración y antes de que la persona lo desee. La anorgasmia es un trastorno frecuente en las mujeres, pero no así en los hombres, entre los cuales la mayoría de los problemas orgásmicos pueden ubicarse bajo la denominación de eyaculación precoz. Por esta razón, en el presente apartado nos centraremos en la disfunción orgásmica o anorgasmia femenina y en la eyaculación precoz. Durante mucho tiempo no se han diferenciado los trastornos relacionados con la excitación y los que afectan al orgasmo en la mujer. Todos estos problemas se incluían bajo el término común de «frigidez», el cual, por otra parte, conllevaba un matiz peyorativo. Sin embargo, los datos apuntan que ambos problemas (de la excitación y del orgasmo) no siempre van unidos. Así, los datos clásicos de Kinsey y cols. (1953) indican que un 20% de las mujeres raramente experimenta el orgasmo, mientras que la cifra de las que no alcanzan la excitación durante las relaciones sexuales es sensiblemente menor. De hecho, la definición del DSM de la disfunción orgásmica femenina refleja esta realidad al requerir para su diagnóstico que la mujer haya alcanzado la excitación sexual. La anorgasmia es una de las disfunciones más frecuentes en la mujer, aunque las cifras varían considerablemente en función del criterio que se establezca para definirla, el cual a su vez viene determinado por la delimitación que se haga del término «orgasmo». Como señala Kaplan (1974) existen variaciones importantes en la respuesta orgásmica de las mujeres, que van desde aquellas, muy escasas, que alcanzan el orgasmo sólo mediante fantasías eróticas sin necesidad de estimulación física, a las que requieren estimulación física 324 Manual de psicopatología añadida a las fantasías, las que alcanzan el orgasmo con escasos impulsos coitales, las que precisan de un período relativamente largo de impulsos rítmicos durante el coito, las que sólo alcanzan el orgasmo cuando realizan el coito en posición superior (que facilita la estimulación del clítoris), las que necesitan estimulación directa del clítoris durante el coito, las que sólo alcanzan el orgasmo por estimulación clitorídea directa (ya sea manual u oral) más o menos prolongada, o las que sólo alcanzan el orgasmo en la masturbación. Así mismo, esta misma autora señala que aproximadamente un 10% de las mujeres no consigue llegar al orgasmo (Kaplan, 1974). De manera paralela, la definición de anorgasmia varía en función de la definición de orgasmo adoptada. Así, Freud consideraba que el orgasmo vaginal (el producido durante la penetración) era condición necesaria para la salud sexual y que los orgasmos clitorales eran inmaduros e insanos. Sin embargo, la evidencia reciente parece mostrar que todo orgasmo, sea cual sea el tipo de estimulación, es psicológicamente equivalente. Es más, algunos autores defienden que si la mujer es capaz de conseguir el orgasmo a través de conductas alternativas al coito (anorgasmia coital) y su pareja se considera satisfecha, no tiene sentido hablar de disfunción orgásmica. Parece, pues, adecuado tener en cuenta los tres factores en los que Kaplan (1974) especifica la relación entre orgasmo y coito: 1) la estimulación del clítoris es importante, e incluso crucial, para que la mujer consiga el orgasmo, siendo mucho menos relevante el papel de la estimulación vaginal; 2) la intensidad de la estimulación del clítoris varía considerablemente en función del tipo de actividad sexual (es más intensa con la estimulación táctil directa, y más débil, en la mayoría de los casos, durante el coito), y 3) la cantidad de estimulación necesaria para provocar el orgasmo femenino varía tanto en función de la mujer (distintas mujeres tienen «umbrales» diferentes para el orgasmo) como en función de la situación. En esta misma línea, los datos del informe Hite (1977) indican que muchas mujeres prefieren los orgasmos no coitales a los coitales, señalando que consiguen un mayor placer. Teniendo en cuenta todos estos factores, Masters, Johnson y Kolodny (1987) señalan que entre las mujeres que en ocasiones consiguen llegar al orgasmo sólo se debe considerar que padecen anorgasmia aquellas que presentan una frecuencia de orgasmos tan baja que constituye una fuente de malestar e insatisfacción. De este modo, la propia percepción del problema cobra una mayor relevancia. En cualquier caso, la anorgasmia es una de las disfunciones sexuales más frecuentes en la mujer (incluso la más frecuente en algunos estudios —por ejemplo, APA, 1988; Labrador, 1987—), y es además el problema sexual por el que más mujeres acuden a la clínica después de la falta de interés sexual. Entre los factores causales de la anorgasmia femenina cobran especial relevancia los factores psicológicos frente a los orgánicos. Baste recordar que Masters, Johnson y Kolodny (1987) estiman que sólo un 5% de los problemas de anorgasmia se debe a causas orgánicas, siendo desencadenado el 95% restante por factores psicológicos. Entre las causas orgánicas se pueden señalar diversas enfermedades crónicas (diabetes), trastornos neurológicos, estados de carencia hormonal, lesiones o infecciones pélvicas, desgarros, así como el consumo de ciertas sustancias (alcohol, antihipertensivos, estupefacientes, tranquilizantes, etc.). Entre los factores psicológicos son importantes aspectos como una inadecuada educación sexual, rigidez moral o puritanismo, primeras experiencias traumáticas, falta de información, o ciertos aspectos culturales en los que se enfatiza que en una relación es la mujer la que debe satisfacer al hombre, e incluso se niega que la mujer pueda tener interés o deseos sexuales. Otro factor puede ser el temor por parte de la mujer a perder el control (a gritar descontroladamente, a desmayarse, o a perder el control de alguna de sus funciones corporales). Finalmente, conviene no olvidar que en muchos casos la anorgasmia de la mujer tiene que ver con una estimulación inadecuada (es frecuente la presencia de anorgasmia en mujeres cuya pareja tiene eyaculación precoz), lo que ha dado lugar al dicho popular: «no hay mujeres anorgásmicas, sino hombres con escasa habilidad». La eyaculación precoz es el trastorno sexual más frecuente en los hombres (afecta al 30% de los hombres en la población general según los datos de la APA, 1988). Es más, la mayoría, si no todos los hombres, han presentado alguna vez problemas de eyaculación. Hay serias dificultades a la hora de establecer una definición precisa de eyaculación precoz, ya que la «excesiva rapidez» de la eyaculación que la caracteriza está sujeta a distintas interpretaciones. En la definición del DSM-III-R se da preponderancia a las preferencias del propio sujeto, aunque algunos autores (como Davidson y Neale, 1990) señalan que éstas están muy influidas por el juicio de la pareja sexual. Masters y Johnson (1970) especifican el diagnóstico y reservan el término eyaculación precoz para aquellos casos en los que el hombre es incapaz de inhibir el orgasmo durante el tiempo suficiente para que su pareja alcance el clímax en un 50% de sus relaciones sexuales. Mientras que Kaplan (1974) lo caracteriza por la falta de control voluntario de la eyaculación. La eyaculación precoz tiene efectos muy negativos sobre la propia actividad sexual y sobre la relación de la pareja, ya que supone una reducción en el tiempo y calidad del disfrute sexual en la persona que lo presenta y, al impedir o dificultar el coito, también en el de su pareja. En cuanto a su etiología, es infrecuente que esté producida por causas orgánicas, aunque en algunos casos enfermedades como la prostatitis o la esclerosis múltiple pueden facilitar su aparición. Sin embargo, es mucho más frecuente que la eyaculación precoz sea una conducta aprendida por el hombre al llevar a cabo interacciones sexuales (coitales o masturbatorias) en situaciones de alta ansiedad (por ejemplo, primeros encuentros sexuales) o con urgencia de tiempo (temor a ser sorprendido, disponer por poco tiempo del lugar en el que está teniendo lugar la relación, etc.). Una vez que se ha aprendido un reflejo eyaculatorio rápido, dado que éste es automático, es difícil conseguir controlarlo de forma voluntaria. Además, hay que tener en cuenta que el reflejo Capítulo 12 Trastornos sexuales eyaculatorio depende de la activación del sistema nervioso simpático (que es el que activa el organismo en situaciones de ansiedad). Alternativamente, desde un punto de vista evolutivo la eyaculación rápida tiene un indudable valor para la supervivencia de la especie, ya que cualquier animal es especialmente vulnerable a un ataque por sorpresa mientras está copulando. Esta perspectiva predominó también durante algún tiempo en el estudio de los seres humanos. Baste citar que para Kinsey, que era biólogo, la eyaculación rápida no debía considerarse un problema, sino incluso una ventaja (Kinsey y cols., 1948). Se primaba así la función reproductiva de las relaciones sexuales, ignorándose sus aspectos interpersonales y de obtención de placer (Rosen y Rosen, 1981). 4. Trastornos por dolor Este grupo de trastornos abarca la dispareunia o dolor genital (en mujeres u hombres) antes, durante o tras la relación sexual, y el vaginismo, trastorno únicamente femenino que se caracteriza por la aparición de espasmos en la musculatura del tercio externo de la vagina que interfieren el coito. Aunque la dispareunia suele considerarse como un trastorno típico de la mujer, también puede producirse en el hombre, aunque en éste su incidencia es muy escasa. En la mayor parte de los casos, la dispareunia masculina hace referencia a dolor en la eyaculación, ya sea en el pene o, menos frecuentemente, en los testículos o en los órganos internos. Con frecuencia se debe a infecciones en la uretra, en las vesículas seminales, en la glándula prostática o en la vejiga urinaria. Kaplan (1979) ha señalado que en algunos casos la eyaculación dolorosa puede deberse a espasmos en los músculos perineales causados por la presencia de ansiedad ante la eyaculación. Así mismo, el problema puede aparecer cuando el pene entra en contacto con el DIU o con alguna sustancia espermicida. Entre los factores psicológicos implicados se pueden citar una educación inadecuada, miedo a la relación o la penetración, aprendizaje de experiencias anteriores traumáticas, etc. La dispareunia femenina es más frecuente, estimándose que el problema afecta a un 12% de las mujeres adultas (Masters, Johnson y Kolodny, 1987). Con frecuencia aparece asociada a problemas de vaginismo, no estando muchas veces claro cuál es la causa y cuál el efecto; por esta razón las estadísticas suelen recoger la incidencia de ambos problemas de forma conjunta. En el caso de la mujer, el dolor puede implicar sensaciones de ardor, quemadura, contracción o dolor cortante, que se localiza en la parte externa o interna de la vagina, en la región pélvica o en el abdomen. No obstante, no debe darse un diagnóstico de dispareunia cuando el dolor se debe a la falta de lubricación vaginal (presumiblemente debido a un trastorno de la excitación) o cuando es consecuencia de vaginismo. Existen importantes variaciones en cuanto a la frecuencia del coito doloroso: puede presentarse en todos los intentos de coito, en algunas ocasiones, en determinadas posturas, 325 etcétera. Es más, la mayoría de las mujeres han experimentado dolor en alguna ocasión durante sus actividades sexuales, aunque para ser considerado un trastorno el problema ha de presentarse de forma crónica (de modo «persistente y recurrente»). Entre las posibles causas orgánicas, y de modo paralelo a lo que sucedía en el caso del hombre, cabe señalar la presencia de deformaciones o trastornos de la vagina, el útero, las trompas de Falopio o los ovarios, de infecciones en la vagina o el clítoris, de enfermedades en la uretra o el ano, de cicatrices, de enfermedades en la pelvis, o incluso de enfermedades generales (diabetes, estados carenciales de estrógenos, etc.). Así mismo, cualquier estado físico que origine escasa lubricación vaginal (como consumo de antihistamínicos o de marihuana) puede llevar, indirectamente, a la aparición de molestias durante el coito. Por último, cabe señalar que el uso de determinadas cremas anticonceptivas, espermicidas, productos de higiene íntima, diafragmas o preservativos que provoquen irritación vaginal pueden motivar también la aparición de dolor coital. Aunque tradicionalmente menos considerados, los aspectos psicológicos están cobrando importancia creciente en la explicación de la dispareunia, destacándose, entre otros, la influencia de una educación sexual inadecuada, de una mala información, de la ansiedad y los miedos asociados al coito o debidos a experiencias traumáticas anteriores (abusos o agresiones sexuales), o de una insuficiente excitación sexual. El vaginismo puede darse aun cuando la mujer responda de manera adecuada a la excitación sexual (experimenta lubricación vaginal) y disfrute del juego sexual (incluso puede alcanzar el orgasmo). El problema se centra en la aparición, a la hora de realizar el coito, de un espasmo reflejo que supone la contracción de los músculos de entrada a la vagina con el consiguiente cierre de la abertura vaginal. Este espasmo no suele causar dolor, incluso es frecuente que la mujer no perciba cuándo se produce. Además, en los intentos de relación, el vaginismo se suele acompañar de espasmos en los músculos aductores de los muslos; que impiden su separación. Por otro lado, también son frecuentes en las mujeres con vaginismo las historias de fracasos en la aplicación de tampones y diafragmas, y la aparición de problemas durante los exámenes ginecológicos (la mera inserción del dedo en la vagina puede causarles dolor). La incidencia del vaginismo es difícil de establecer porque las variaciones en la respuesta de contracción y en los efectos sobre las relaciones sexuales es muy grande. Además, la mayoría de los datos hablan de la frecuencia conjunta de dispareunia y vaginismo (entre el 2 y el 4%). No obstante, el porcentaje de mujeres que busca tratamiento por problemas de vaginismo es sensiblemente más elevado, situándose en torno al 12-22% sobre el total de personas que solicita ayuda por problemas sexuales (véase Brancroft, 1974; Hawton, 1985; Mears, 1978; Vázquez, Graña y Ochoa, 1990). Lo elevado de este porcentaje en comparación con la prevalencia estimada en la población general puede ser explicable por los efectos tan directos que tiene este problema al dificultar o impedir la realización del coito y, en consecuencia, por las posibles presiones de la pareja. 326 Manual de psicopatología En la mayoría de los casos, el vaginismo tiene que ver con causas psicológicas. Básicamente, el problema consiste en la aparición de un reflejo aprendido (o condicionado) en una situación anterior en la que se ha asociado una experiencia de dolor a una situación de relación sexual (habitualmente el coito). Otros factores que pueden estar facilitando la apa- rición de este reflejo aprendido son el haber recibido una educación que culpabilice las relaciones sexuales, alguna experiencia anterior de abuso sexual (violación, incesto), miedo al embarazo, un deseo contradictorio de tener una relación sexual, sentimientos de hostilidad o desagrado con respecto a la pareja, miedo al dolor que pueda producir la penetración Tabla 12.7 Disfunciones sexuales (Vázquez y Ochoa, 1992, p. 247) TIPO DE TRASTORNO DEFINICIÓN CAUSAS Deseo inhibido Disminución persistente y anómala del deseo de actividad sexual Relaciones rutinarias con la pareja; problemas de pareja de tipo general. Ingesta de anticonceptivos orales. Desinterés sexual tras enfermedades físicas graves (cáncer, accidentes cerebrovasculares, algunas enfermedades de transmisión sexual, ataques cardíacos...). Efectos de fámacos y sustancias (algunos hipertensivos, antidepresivos, diuréticos, antipsicóticos). Experiencias traumáticas sexuales (padecer o presenciar incestos, violaciones...). Cansancio físico, estrés. Presencia de algún trastorno sexual en el otro miembro de la pareja. Aversión sexual Aversión persistente al sexo; asco o repugnancia extrema ante las relaciones sexuales, no debida a trastornos depresivos, de ansiedad... Experiencias traumáticas sexuales (padecer o presenciar incestos, violaciones...). Educación restrictiva. Trastornos femeninos en la excitación Ausencia persistente, parcial o total de lubricación vaginal durante la excitación sexual, o bien una persistente ausencia de la sensación subjetiva de placer o excitación sexual durante la actividad sexual. Educación restrictiva, desconocimiento del propio cuerpo. Menopausia, lactancia, enfermedades hormonales (disminución de niveles de hormonas sexuales). Deseo sexual inhibido. Efectos de medicamentos y sustancias (algunos hipertensivos, antidepresivos, diuréticos, antipsicóticos). Trastornos masculinos en la erección Persistente dificultad o incapacidad para lograr o mantener la erección (impotencia), o bien ausencia de la sensación subjetiva de placer o excitación sexual durante la actividad sexual. Ansiedad, tensión, estrés. Diabetes, problemas circulatorios, arterioesclerosis, edad avanzada, enfermedades neurológicas, lesiones medulares, esclerosis múltiple, insuficiencias renales crónicas, bajos niveles de testosterona. Efectos de medicamentos y sustancias (algunos antihipertensivos, antidepresivos, diuréticos, antipsicóticos, anfetaminas). Priapismo. Consumo excesivo de alcohol o tabaco. Orgasmo inhibido femenino Persistente dificultad o incapacidad para obtener orgasmos dada una estimulación adecuada y una fase de excitación normal. Educación restrictiva, desconocimiento del propio cuerpo. Estimulación poco prolongada o inadecuada. Autocontrol excesivo, incapacidad de dejarse ir frente a otra persona. Problemas físicos (lesiones medulares, trastornos endocrinos, mastectomía). Orgasmo inhibido masculino Persistente dificultad o incapacidad para obtener orgasmos dada una estimulación adecuada y una fase de excitación normal. Autocontrol excesivo, incapacidad de dejarse ir frente a otra persona, sentimientos de culpa o vergüenza. Ingesta de fármacos: antidepresivos, antihipertensivos, hormonas (corticoides y estrógenos), antipsicóticos. Eyaculación precoz Eyaculación incontrolable ante una estimulación sexual mínima y antes de que el individuo lo desee. Escasa frecuencia sexual, novedad de la situación... Primeras experiencias coitales vividas con premura o ansiedad. Historia de masturbaciones rápidas y con sensación de culpabilidad. Dispareunia femenina Dolores y molestias antes, durante o después de la relación sexual. Menopausia, lactancia, empleo de DIU, enfermedades de transmisión sexual, infecciones del sistema urinario. Falta de excitación sexual que impide lubricación. Vaginismo Contracciones espasmódicas involuntarias de los músculos vaginales, que interfieren el coito. Tensión o ansiedad ante la penetración. Experiencias negativas sexuales anteriores. Educación restrictiva o falsa información. Experiencia de traumatismo vaginal (infecciones vaginales continuadas, heridas complicadas...). Patología ovárica, atrofia vaginal, himen rígido, estreñimiento crónico. Dispareunia masculina Dolores o molestias antes, durante o después de la relación sexual. Enfermedades de transmisión sexual, prostatitis, infecciones del sistema urinario, fimosis parcial (prepucio estrecho). Capítulo 12 Trastornos sexuales (presente especialmente en la primera relación), o incluso haber padecido algún tipo de dolor vaginal debido a infecciones o lesiones, tener un himen rígido o un útero desplazado, etc. Una vez que el reflejo se ha condicionado puede persistir incluso aunque haya desaparecido la causa que inicialmente favoreció la aparición del dolor. En la Tabla 12.7 aparecen resumidas las características y causas principales de las disfunciones sexuales analizadas. 327 erección y el 30% padece eyaculación precoz. Respecto a la población femenina se estima que aproximadamente el 30% presenta disfunción orgásmica. Por otra parte, alrededor del 20% de la población total muestra deseo sexual hipoactivo. Nathan (1986) revisó 33 estudios sobre la prevalencia de las disfunciones sexuales en la población general, encontrando que en los hombres entre un 1 y un 15% presentaba DSI y un 5% disfunción orgásmica, siendo los más frecuentes los problemas de erección (10-20%) y de eyaculación precoz (35%). En las mujeres entre 1-35% presentó DSI y entre 5-30% anorgasmia. Estos datos se asemejan a los obtenidos por Labrador (1987), basados en la revisión de ocho estudios que analizaban la frecuencia de las disfunciones sexuales en la población general, y a los de Vázquez, Graña y Ochoa (1990) sobre tres estudios de similares características (véase la Tabla 12.8). No obstante, hay que hacer notar que el estudio de Vázquez incluye entre sus fuentes al de Nathan (1986). Los datos de estos estudios presentan una notable variación (por ejemplo, la prevalencia del DSI en la mujer oscila según Nathan entre el 1 y el 35%), que puede ser debida a la no inclusión de la variable edad, ya que ésta parece ser de crucial importancia en la determinación de la frecuencia de disfunciones como el DSI femenino o, tal y como vimos en el apartado anterior, los trastornos de la erección en el hombre (véase McConaghy, 1993). En cuanto a la frecuencia de cada una de las disfunciones en relación a las personas que, sufriendo de algún tipo de trastornos sexuales, solicita ayuda de un profesional de la salud, los datos también oscilan según los autores (véase la Tabla 12.9). Los trastornos por los que más frecuentemente se consulta son, en la mujer, el deseo sexual inhibido y la disfunción orgásmica, que según una estimación realizada sobre diferentes estudios por Vázquez y cols. (1990) suponen el 40 y el 30%, respectivamente, de las mujeres que acuden a consulta por un problema sexual. En el hombre los de mayor prevalencia son los problemas de erección y de eyaculación precoz que suponen el 42 y el 31% respectivamente (Vázquez y cols., 1990). C. EPIDEMIOLOGÍA No se conoce con exactitud la prevalencia de estos trastornos en la población general, y aunque, como puede observarse en la Tabla 12.8 las cifras varían según los estudios, los datos existentes apuntan que un porcentaje elevado de hombres y mujeres padece a lo largo de su vida de alguna disfunción sexual. Masters y Johnson (1970) manejan cifras en torno al 50% de las parejas heterosexuales. Frank, Anderson y Rubinstein (1978) hallaron que en matrimonios relativamente felices y bien acoplados, el 40% de los hombres informaba de haber padecido de disfunciones eyaculatorias o de la erección en algún momento de su vida, y el 63% de las mujeres indicó la existencia de disfunciones orgásmicas o del deseo sexual. Además, el 50% de los hombres y el 77% de las mujeres informaron de la existencia de otras dificultades sexuales, tales como falta de interés o incapacidad para relajarse. Por su parte, el estudio ECA (Epidemiologic Catchment Area) llevado a cabo por el Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos (Eaton y cols., 1984; Klerman, 1986 a y b; Regier y cols., 1984) situaba la prevalencia de las disfunciones sexuales, en general, en el 24% (el segundo diagnóstico más frecuente tras el uso del tabaco), aunque no aportaba datos de la prevalencia de cada disfunción específica. Los datos de prevalencia aportados por el DSM-III-R (APA, 1987) sobre estudios realizados en Europa y Estados Unidos indican que en la población adulta joven aproximadamente el 8% de los hombres presenta trastornos de la Tabla 12. 8 Frecuencia de las disfunciones sexuales en la población general (en tanto por ciento) NATHAN (1986) LABRADOR (1987) DSM-III-R (1987) VÁZQUEZ Y COLS. (1990) 1-35 5-30 35 46 2-3 20 30 1-35 5-40 4 1-15 5 10-20 35 16 20 1-15 7-10 36-38 8 30 7-20 3-13 Disfunciones sexuales femeninas Deseo sexual inhibido Disfunción orgásmica Vaginismo/dispareunia Disfunciones sexuales masculinas Deseo sexual inhibido Disfunción orgásmica Trastornos de la erección Eyaculación precoz 328 Manual de psicopatología Tabla 12.9 Frecuencia de las disfunciones sexuales sobre el total de personas que solicita ayuda por problemas sexuales (en tanto por ciento) BANCROFT (1974) MEARS (1978) HAWTON (1985) VÁZQUEZ Y COLS., (1990) CARROBLES Y SANZ (1991) 62 18 12 8 51 22 18 7 52 19 22 7 40 30 14 16 2 18 1 19 42 23 9 4 10 37 22 18 7 6 60 16 6 12 42 31 7 14 20 16 9 2 19 Disfunciones sexuales femeninas DSI Disfunción orgásmica Vaginismo/dispareunia Otros Disfunciones sexuales masculinas DSI Trastornos de la erección Eyaculación precoz Eyaculación retardada Otros Problemas de pareja No obstante, hay que destacar que tan sólo un porcentaje muy pequeño de personas que padecen de alguna disfunción sexual acude a un profesional de la salud para consultar por ello, y aún más, de éstas sólo un número reducido se somete a tratamiento. Así, por ejemplo, en el estudio realizado por Osborn, Hawton y Garth (1988) sobre una muestra de 436 mujeres de clase media de diferentes ciudades del Reino Unido, encontraron que aunque el 32.5% (142 mujeres) sufría de alguna disfunción sexual, de ellas tan sólo el 29.5% (42 mujeres) creía tener algún problema, únicamente el 11% (16 mujeres) deseaba recibir tratamiento para su problema y tan sólo el 2.3% (una mujer) se sometió de hecho a tratamiento. Esta situación resulta aún más llamativa si tenemos en cuenta que según algunos autores (LoPiccolo, 1978) la demanda de tratamiento por disfunciones sexuales sufrió un incremento significativo a raíz de la publicación y difusión de los trabajos de Masters y Johnson (1970). Existen muy pocos estudios epidemiológicos realizados sobre la población española. En un trabajo reciente, Carrobles y Sanz (1991) aportan datos sobre una muestra de 88 pacientes que acuden a consulta por problemas sexuales y de pareja. A pesar de lo limitado de la muestra, la distribución de las diferentes disfunciones sexuales parece ser similar a la encontrada en estudios extranjeros, aunque el hecho de haber englobado en estos resultados los problemas de pareja, que suponen el 32% de los pacientes atendidos, hace que los porcentajes de cada una de las disfunciones sexuales baje respecto a otros estudios que consideran de forma exclusiva disfunciones sexuales (véase la Tabla 12.9). D. ETIOLOGÍA Son muchas y muy diversas las variables implicadas en la aparición y mantenimiento de las disfunciones sexuales y, en contra de lo que se pensaba, en la actualidad parece evidente que en la mayor parte de los casos son los factores psi- 32 cosociales los que juegan el papel etiológico fundamental, y no factores orgánicos como se creía hasta fechas relativamente recientes. Según diversos autores (Kaplan, 1974; Masters y Johnson, 1970), las causas de estas disfunciones son orgánicas tan sólo en un 5-10% de los casos. Es más, en la mayoría de los casos no existe una causa única responsable del problema, sino que hay diversos factores que colaboran en la aparición y mantenimiento del mismo, por lo que habrá que recurrir a modelos multicausales para su explicación. Así, ya Masters y Johnson (1970) proponen que las disfunciones sexuales tienen como causas próximas o inmediatas la adopción del «rol de espectador» y el miedo acerca de la actuación o el rendimiento en la relación sexual, pero incorporan además una serie de causas históricas que inciden indirectamente en la disfunción a través de su influencia sobre las causas próximas. Entre esos factores históricos Masters y Johnson mencionan aspectos como determinada formación religiosa, la existencia de un trauma psicosexual, la presencia de inclinaciones homosexuales, excesivo consumo de alcohol, problemas fisiológicos, consejo inadecuado y factores socioculturales. Entre las diferentes causas físicas que afectan o pueden afectar al desarrollo de disfunciones sexuales se pueden diferenciar aquellas que ejercen un efecto directo sobre la disfunción (véase la Tabla 12.10), y aquellas otras que ejercen un efecto indirecto a través de las reacciones psicológicas provocadas por la enfermedad física, la intervención quirúrgica, etc. En estos casos, la enfermedad produce reacciones negativas en la persona que se ve afectada por la enfermedad, especialmente la anticipación de resultados negativos si intenta la relación sexual (dolor, fracaso, efectos negativos sobre su enfermedad), con la consiguiente disminución de la autoestima. Pero también las personas que rodean al sujeto tienen reacciones negativas que pueden incidir en la aparición de disfunciones sexuales. Así, es habitual que la pareja sexual experimente ansiedad y/o culpa ante los acontecimientos y desorientación acerca de qué postura adoptar respecto Capítulo 12 Trastornos sexuales 329 Tabla 12.10 Efectos de las enfermedades físicas en la función sexual (Labrador, 1994, p.46) SISTEMA CARDIOVASCULAR Enfermedad oclusiva aortoilíaca Arteriosclerosis Hipertensión Infarto de miocardio Disfunción en la erección Disfunción en la erección Disfunción en la erección Fracaso eyaculatorio Disminución del interés sexual Disminución actividad sexual SISTEMA ENDOCRINO Insuficiencia suprarrenal (E. Addison) Hiperfunción suprarrenal (S. Cushing) Diabetes mellitus Hipogonadismo Hipopituarismo Hipotiroidismo Hipertiroidismo Alteración del interés sexual Alteración del interés sexual Disfunción de la erección Disfunción de la erección Fracaso eyaculatorio Eyaculación retrógrada Pérdida de interés Disfunción de la erección Fracaso eyaculatorio Pérdida de interés Disfunción de la erección Fracaso eyaculatorio Alteración del interés Hipersexualidad Disfunción de la erección TRACTO GENITOURINARIO Enfermedad de Peyronie Priapismo Prostatitis Enfermedades venéreas Disfunción de la erección Erección dolorosa Disfunción eréctil Eyaculación dolorosa Erección dolorosa Dolor en la eyaculación (?) SISTEMA MUSCULOESQUELÉTICO Artritis Alteración en fase de caricias SISTEMA NERVIOSO Accidente cerebrovascular Lesiones lóbulo frontal Lesiones de la médula espinal Esclerosis múltiple a las relaciones sexuales. Por último, algunos profesionales de la salud no saben cómo actuar en estas situaciones, por lo que no aportan al paciente información sobre la pauta de conducta a adoptar o, en el peor de los casos, proporcionan informaciones inadecuadas o inexactas («no le dé importancia»). Otro aspecto a considerar en la etiología de las disfunciones sexuales es el efecto de diversos fármacos y drogas que actúan directamente sobre la conducta sexual o que la afectan de forma indirecta como efecto secundario a su acción sobre alguna otra parte del organismo (antihipertensivos, tranquilizantes, etc.). En el caso de las drogas, el conocimiento de sus efectos sexuales se ve muy limitado por la dificultad para distinguir los efectos específicos de las drogas de otros efectos generales que aparecen con su consumo (debilidad, depresión, alteraciones de las relaciones interpersonales, etc.). No obstante, la información disponible indica que algunas drogas (alcohol, marihuana, opiáceos y otras) pueden tener una Disminución del interés sexual Desinhibición Disfunción de la erección Fracaso eyaculatorio Disfunción eréctil notable influencia, habitualmente inhibidora, sobre la conducta sexual (Hawton, 1985). Alternativamente, existen una gran variedad de factores psicológicos relevantes en la etiología de las disfunciones sexuales por lo que, con objeto de conseguir una mayor claridad expositiva, los clasificaremos, atendiendo a la división propuesta por Hawton (1985) en función de su momento de actuación, en factores predisponentes, precipitantes y de mantenimiento. Los primeros, los predisponentes, incluyen todos aquellos factores que actúan preparando o facilitando la aparición, a medio o largo plazo, de las disfunciones. Por su parte, los factores precipitantes hacen referencia a las experiencias o situaciones que desencadenan a corto plazo la aparición de las disfunciones, siendo los factores de mantenimiento los que explican la persistencia de la disfunción. Este mismo autor (Hawton, 1989) ejemplifica la interacción de estos tres tipos de factores en el siguiente caso: un varón de 35 años 330 Manual de psicopatología que desde la adolescencia, cuando era objeto de las burlas de sus compañeros por el retraso con el que alcanzó la pubertad, nunca ha tenido confianza en su habilidad como amante (factor predisponente). Tras una fiesta en la que ha bebido mucho no puede alcanzar la erección cuando intenta tener relaciones con su pareja (factor precipitante). A raíz de este incidente comienza a ponerse nervioso cada vez que inicia una actividad sexual porque piensa que está perdiendo su capacidad para lograr una erección (factor de mantenimiento) y, en consecuencia, desarrolla una disfunción persistente de la erección. En la Tabla 12.11 se resumen los principales factores psicológicos implicados en la etiología de las disfunciones sexuales. Como resumen de esta amplia gama de causas aducidas cabe destacar tres aspectos o factores que suelen estar presentes en la mayor parte de las disfunciones sexuales (Labrador, 1994): 1) la ansiedad asociada a las relaciones sexuales; 2) la falta de habilidades y conocimientos sobre el desarrollo sexual Tabla 12.11 Causas psicológicas de las disfunciones sexuales (Hawton, 1988, p. 56) A) Factores predisponentes: • Educación moral y religiosa restrictiva. • Relaciones deterioradas entre los padres. • Inadecuada educación sexual. • Experiencias sexuales traumáticas durante la infancia. • Inseguridad en el rol psicosexual durante los primeros años. B) Factores precipitantes: • Parto. • Problemas generales de relación de la pareja. • Infidelidad. • Expectativas poco razonables. • Disfunción en la pareja con la que se interacciona. • Algún fallo esporádico. • Reacción a algún trastorno orgánico. • Edad (y cambio en las respuestas como consecuencia de ésta). • Depresión y ansiedad. • Experiencias sexuales traumáticas. C) Factores de mantenimiento • Ansiedad ante la interacción sexual. • Anticipación de fallo o fracaso. • Sentimientos de culpabilidad. • Falta de atracción entre los miembros de la pareja. • Comunicación pobre entre los miembros de la pareja. • Problemas generales en la relación de pareja. • Miedo a la intimidad. • Deterioro de la autoimagen. • Información sexual inadecuada. • Escaso tiempo dedicado al galanteo o caricias antes de pasar al coito. • Trastornos comportamentales más generales (depresión, alcoholismo, anorexia, estados de ansiedad...). 1 propio y de la pareja, y 3) la adopción del rol de espectador en la relación. Además, junto a estos tres factores es de resaltar la importancia de una inadecuada educación sexual: existen una gran cantidad de suposiciones incorrectas acerca de la sexualidad que gozan de una amplia difusión social y que constituyen el núcleo de la educación y la información sexual de buena parte de la población (a través de la información proporcionada por padres, compañeros, e incluso medios de comunicación social). Estas creencias erróneas, que son lo que habitualmente se denominan «mitos sexuales» (véase la Tabla 12.12), hacen a la persona más vulnerable al desarrollo de disfunciones sexuales, al mismo tiempo que contribuyen al mantenimiento de estas alteraciones una vez desarrolladas. De todos estos factores, tal vez sea la ansiedad el que ha sido objeto de una mayor investigación y controversia, por lo que pasaremos a analizar su papel en la etiología de las disfunciones sexuales con mayor detalle. Durante años, se ha asumido de manera generalizada que la ansiedad inhibe la excitación y la ejecución sexual y que, por consiguiente, juega un papel fundamental en la génesis y mantenimiento de las disfuncioncs sexuales. Así, ya en 1958, Wolpe defiende que la ansiedad contribuye a la aparición de diversas disfunciones sexuales y sugiere para su tratamiento el uso de la desensibilización sistemática. Más recientemente, Masters y Johnson (1970) subrayan la importancia del miedo a la actuación en el origen de las disfunciones sexuales, mientras Kaplan (1974, 1981) otorga el papel central en la etiología de las disfunciones al miedo al fracaso, al que se une la ansiedad por intentar satisfacer las demandas de la pareja. Sin embargo, la amplia aceptación del papel etiológico de la ansiedad en las disfunciones sexuales (basada en inferencias clínicas) resulta sorprendente a la luz de la evidencia experimental (véase Barlow, 1986; Beck y Barlow, 1984; Norton y Jehu, 1984). Los resultados de diferentes estudios parecen indicar, al contrario de lo que se pensaba, que la ansiedad facilita la activación sexual. Así, diversos trabajos en los que la ansiedad se operativizó de forma diferente (Barlow, Sakheim y Beck, 1983, con amenazas de choque eléctrico; Hoon, Wincze y Hoon, 1977, con escenas de accidentes de automóvil; o Lange, Wincze, Zwick, Feldman y Hughes, 1981, elevando farmacológicamente el nivel de activación mediante inyección de epinefrina) encontraron que la ansiedad no suponía un deterioro en el funcionamiento sexual de individuos sexualmente funcionales (es decir, sin disfunción alguna). Es más, los resultados indicaban que la ansiedad, o no afectaba o facilitaba la excitación sexual1. No obstante, dado que estos datos sólo afectaban a sujetos sin disfunción, los autores se plantearon la posibilidad de que los sujetos con una disfunción sexual reaccionaran de manera diferente que aquellos otros sin disfunción ante los Resultados similares se han obtenido en el campo de la psicología social al estudiar el efecto de la ansiedad sobre la atracción interpersonal. A este respecto cabe destacar el trabajo clásico de Dutton y Aron (1974), quienes pidieron a un grupo de estudiantes, todos ellos varones, que cruzaran un puente en suspensión (condición de ansiedad) o uno estable, ambos sobre un profundo valle. Los resultados indicaron que los que habían atravesado el puente en suspensión respondían con más imágenes sexuales a las escenas del TAT y, además, presentaron una mayor probabilidad de llamar posteriormente a la experimentadora que les había recibido al final del puente. Capítulo 12 Trastornos sexuales 331 Tabla 12.12 Mitos sexuales (Labrador, 1994, pp. 43-44) MITOS ACERCA DE LA SEXUALIDAD EN EL HOMBRE • El hombre siempre está dispuesto y desea llevar a cabo interacciones sexuales. • Un hombre no debe expresar sus sentimientos a su pareja sexual. • El hombre siempre se excita cuando se encuentra en una situación sexual. Por lo tanto, si en una situación que socialmente se ha señalado como sexual no se excita, es que «es anormal» o «no funciona bien». • Cuando un varón pierde su erección es porque no encuentra a su compañera sexualmente atractiva. • El sexo requiere una buena erección (cuanto mayor mejor). Por tanto, el hombre que no consiga buenas erecciones no tiene capacidad sexual y jamás será un compañero sexual adecuado. • Un pene pequeño, en especial si sigue resultando pequeño tras la erección, no será capaz de proporcionar placer a la mujer. Son necesarios penes cuanto más grandes mejor. • Cuando un hombre tiene una erección es perjudicial el no usarla para tener un orgasmo cuanto antes. • La masturbación es físicamente dañina y moralmente sucia y destructora para quien la practica. • Todo hombre ha de saber cómo dar placer a una mujer (incluso desde la primera relación). • El sexo debe suceder por iniciativa del hombre. • El hombre siempre debe llevar la «voz cantante» en el sexo (iniciar, dirigir la relación, decidir con quién...). • Las mujeres siempre esperan que el hombre les proporcione un orgasmo cada vez que llevan a cabo una interacción. MITOS ACERCA DE LA SEXUALIDAD EN LA MUJER • Cualquier mujer que lleva la iniciativa en las relaciones sexuales o en el sexo en general es inmoral. • No deben llevarse a cabo relaciones sexuales cuando la mujer está menstruando, porque puede haber peligros de infección o contaminación. • Durante el período menstrual, la mujer se ve afectada psicológicamente de forma negativa, por lo que no es conveniente llevar a cabo relaciones sexuales. MITOS SEXUALES REFERIDOS A LA RELACIÓN • Sexo o relaciones sexuales quieren decir coito. Lo demás son conductas sustitutivas, cuando no aberrantes. Cualquier otra cosa que no sea coito no cuenta. • Dado que la única relación completa es realizar el coito, debe realizarse el coito cada vez que se lleven a cabo interacciones sexuales. Todos los contactos físicos deben guiar al coito. • Ni el hombre ni la mujer pueden decir nunca que «no» al sexo. • El sexo debe ser siempre natural y espontáneo: pensar, hablar o leer acerca de él estropea esta espontaneidad y en consecuencia dificulta el disfrutar del sexo. • Es un error el tener fantasías sexuales durante las interacciones sexuales, en especial durante el coito. • Si dos personas se aman deben saber cómo disfrutar del sexo juntas. • En la relación sexual cada uno conoce instintivamente lo que su pareja piensa o quiere. • Una buena relación sexual requiere un orgasmo. • El sexo sólo es realmente bueno si los dos llegan al orgasmo a la vez, de forma conjunta. • Si el sexo funciona bien, entonces irá bien la relación de la pareja. • Existen ciertas reglas absolutas y universales acerca de lo que es «normal» y lo que es «anormal» en el sexo. estímulos eróticos en situaciones en las que experimentaban ansiedad. Para comprobar este punto, Beck, Barlow, Sakheim y Abrahamson (1984a) llevaron a cabo un estudio en el que se comparaba la actividad sexual de sujetos con y sin disfunción ante amenazas de choque eléctrico. Los resultados indicaron que, al contrario que los sujetos sin disfunción, aquellos que presentaban una disfunción sexual experimentaban una menor excitación sexual en situaciones de amenaza de choque. Por consiguiente, los datos evidenciaron que la ansiedad afectaba de manera diferente a los sujetos con o sin una disfunción sexual, de modo que ante amenazas de choques eléctricos los sujetos sin disfunción incrementaban su activación sexual, mientras aquellos otros con disfunción la disminuían. Partiendo de la consideración de la ansiedad como constructo en el que están involucrados tres sistemas de respuesta (fisiológico, motor y cognitivo) no siempre perfectamente correlacionados, Barlow sugiere que es posible que los diferentes sistemas de respuesta afecten de manera diferencial a la activación sexual. Es más, existe una creciente evidencia de la significación funcional del sistema cognitivo de respuesta en las disfunciones sexuales (Geer y Fuhr, 1976; Henson y Rubin, 1971; Lansky y Wilson, 1981; Laws y Rubin, 1969), así como un acuerdo entre los clínicos acerca de la marcada influencia de las respuestas cognitivas sobre la activación sexual, y por ende, acerca de su papel en la génesis y mantenimiento de las disfunciones sexuales. En concreto, autores tan influyentes como Masters y Johnson (1970) y Kaplan (1974) apuntan la relevancia de la distracción y de la interferencia cognitiva en el desarrollo de las disfunciones sexuales. Para comprobar experimentalmente el papel de los aspectos cognitivos de la respuesta de ansiedad en la actividad sexual, el grupo de investigación dirigido por David H. Barlow ha llevado a cabo diversos estudios, cuyos resultados sugieren que hay cuatro factores que diferencian a los sujetos con y sin disfunción sexual (específicamente, estos autores estudian hombres con trastornos de la excitación): 332 Manual de psicopatología 1. La presentación de distractores de carácter neutro (no sexual) disminuye la activación sexual de los sujetos sin disfunción, pero no altera la activación de los sujetos disfuncionales (Abrahamson, Barlow, Sakheim, Beck y Athanasiou, 1985). 2. Los sujetos funcionales y los disfuncionales reaccionan de manera diferente a los distractores cuando éstos son estímulos sexuales (Abrahamson, Barlow, Beck, Sakheim y Kelly, 1985; Beck, 1984; Beck, Barlow y Sakheim, 1983; Beck, Barlow, Sakheim y Abrahamson, 1984b; Sakheim, Barlow, Beck y Abrahamson, 1984). En concreto, los resultados indicaron que los sujetos con disfunción se distraían de las claves eróticas de la situación (con la consiguiente disminución de la activación sexual) cuando aparecían estímulos distractores que suponían una demanda de rendimiento sexual, mientras que su activación sexual no se veía afectada o incluso mejoraba con la presentación de estímulos distractores neutros o de carácter sexual sin demandas de rendimiento. Por el contrario, en los sujetos sin disfunción la activación sexual se veía facilitada por los estímulos sexuales que implicaban demanda, mientras que los estímulos distractores o los sexuales sin demandas distraían al individuo disminuyendo su activación sexual. 3. Mientras que los sujetos sin disfunción manifiestan respuestas afectivas positivas en este tipo de contexto, los sujetos disfuncionales presentan respuestas afectivas negativas en contextos sexuales, que pueden llevar a la evitación de las claves eróticas de la situación, facilitando la interferencia cognitiva mediante la focalización de la atención en las claves situacionales de carácter no sexual (Abrahamson, Barlow, Beck y cols., 1985; Beck, 1984). Estas respuestas negativas afectivas (caracterizadas como depresivas) son situacionalmente específicas, ya que están circunscritas a contextos sexuales. Barlow (1986) avanza que estas respuestas afectivas pueden ser el resultado de la percepción o de las expectativas de respuesta inadecuada (por ejemplo, impotencia), aunque, alternativamente, también pueden preceder al trastorno y contribuir a su aparición. 4. Por último, los sujetos funcionales y disfuncionales se diferencian en sus estimaciones del control que ejercen sobre la activación sexual, que es subestimado por los sujetos con disfunción (Abrahamson, Barlow y Abrahamson, 1989; Beck, Barlow y Sakheim, 1982; Sakheim, Barlow, Abrahamson y Beck, 1987). Además, los sujetos con disfunción tienden a subestimar también su activación sexual (Sakheim, 1984, con hombres; Morokoff y Heiman, 1980, con mujeres). En trabajos más recientes (Cranston-Cuebas, Barlow, Mitchell y Athanasiou, 1993), los autores relacionan estos datos con diferencias en el nivel de conciencia/evitación de la estimulación interoceptiva: los sujetos disfuncionales evitarán la estimulación interoceptiva, ignorando su propia estimulación fisiológica y ateniéndose de manera exclusiva a las claves situacionales, mientras que los funcionales centrarán su atención en esos estímulos interoceptivos. 2 Retomando todos estos datos, Barlow (1986) propone un modelo de las disfunciones sexuales en el que los factores causales de las mismas son un proceso cognitivo y la ansiedad que interactúa con él2. Según este modelo, cuya operativización para el trastorno de la erección aparece representada en la Figura 12.2, los sujetos disfuncionales se centran en pensamientos irrelevantes a la actividad sexual, atendiendo fundamentalmente al rendimiento y a otra serie de indicios no relacionados con las claves eróticas de la situación, que interfieren con la activación sexual. Por esta razón, los estímulos distractores neutros no tienen efecto inhibidor de la actividad sexual en estos sujetos, puesto que ya están «distraídos». Finalmente, cabe destacar que el modelo de Barlow guarda un notable paralelismo con los procesos aducidos para explicar otras fobias de evaluación en las que pensamientos similares acerca del rendimiento parecen ser los responsables del déficit real que se produce en la ejecución (Beck y Barlow 1984). E. PAUTAS GENERALES DE EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO Los tratamientos de las disfunciones sexuales, en especial las denominadas terapias sexuales, son algo relativamente reciente, pero que han conseguido unos resultados muy satisfactorios y una elevada eficacia. El punto de partida de esta nueva situación ha sido, sin duda, la obra de Masters y Johnson aparecida en 1970, Human Sexual Inadequacy (traducida al español en 1976 con el título Incompatiblidad sexual humana). Estos autores propusieron un programa de intervención de corta duración (23 semanas), dirigido a ambos miembros de la pareja y centrado exclusivamente en el tratamiento del problema sexual. Los resultados que aportaban como aval de sus intervenciones eran espectaculares, informando haber obtenido éxito terapéutico en alrededor del 80% de los problemas tratados (aunque con variaciones importantes, por ejemplo el 59.4% de los casos de impotencia primaria y el 97.3% de los casos de eyaculación precoz). Desde el tratamiento propuesto por Masters y Johnson al momento actual, la variación y evolución de los tratamientos de las disfunciones sexuales ha sido muy importante, aunque más por el acúmulo de técnicas y procedimientos que por cambios en los enfoques terapéuticos o en la explicación de los problemas. 1. Objetivos y orientaciones generales A la hora de abordar la evaluación y tratamiento de cualquier disfunción sexual es necesario tener en cuenta los siguientes principios básicos (Labrador 1994): 1. El desarrollo y mantenimiento de una disfunción sexual es un problema que afecta a una pareja y la forma que El modelo hace referencia especialmente a la inhibición de la excitación sexual, tanto en el hombre como en la mujer, aunque según su propio autor puede dar cuenta también de otras disfunciones. Capítulo 12 Trastornos sexuales FUNCIONALES DISFUNCIONALES (feedback +) (feedback –) 333 Demandas explícitas o implícitas de actuación sexual Afecto y expectativas positivas Adecuada percepción de la erección Percepción de control Afecto y expectativas negativas Percepción inadecuada y subestimada de la erección Percepción de falta de control Atención centrada en claves eróticas Atención centrada en las consecuencias de la no-ejecución y en otros aspectos no-eróticos Incremento activación autonómica Incremento activación autonómica Incremento de la atención a claves eróticas Incremento de la atención a las consecuencias de la mala ejecución Actuación funcional Actuación disfuncional APROXIMACIÓN EVITACIÓN Figura 12. 2 Modelo del trastorno de la erección (Barlow, 1986, p. 146). ésta tiene de comportarse es la responsable de dicha disfunción. En consecuencia, el objetivo no debe ser modificar las conductas de uno u otro, sino las conductas de ambos, más en concreto las conductas que utilizan en sus relaciones sexuales. 2. Como requisito previo al desarrollo de cualquier programa de intervención específico es necesario prácticamente siempre dar una información y educación sexual adecuada a ambos miembros de la pareja. En muchos casos, esto puede ser suficiente para superar su disfunción, pero en todos es necesario para poder proceder posteriormente al desarrollo de los programas de intervención más específicos. 3. En la mayor parte de los casos es necesario disminuir la ansiedad asociada a la relación sexual o a las actividades sexuales en general. La mejor forma de conseguir reducir esta ansiedad consiste en enseñar a la persona técnicas y habilidades que la permitan controlarla a voluntad. Procedimientos como la relajación, técnicas de exposición o inoculación del estrés pueden ser muy útiles al respecto. 4. El aumento de la comunicación y la mejora en las relaciones generales de la pareja es determinante para conseguir resultados positivos. 5. Los tratamientos deben incluir una parte práctica de entrenamiento en cómo desarrollar las nuevas conductas sexuales más adecuadas para la relación con la pareja (por ejemplo, cómo y cuándo acariciar, posturas para realizar el coito...). También es muy importante el entrenamiento en conductas de relación más social (cómo comunicar interés o afecto, cómo expresar preferencias o negarse a determinadas propuestas...). En general, todas aquellas conductas que se conocen como «habilidades sociales», en especial las dirigidas a relacionarse con personas de distinto sexo. A partir de estas consideraciones generales se han desarrollado diferentes programas de intervención, muchos de ellos están orientados al tratamiento en pareja, mientras que en otros casos se considera la posibilidad de ofrecer tratamiento a las personas sin pareja, pues en algunos casos la presencia de la disfunción dificulta o imposibilita el conseguir pareja o mantenerla. 2. Estructura y componentes de la terapia La mayoría de las terapias sexuales suelen estructurarse alrededor de cinco fases fundamentales: Fase I: Evaluación y diagnóstico de la disfunción. Implica el uso de distintos instrumentos y técnicas para identificar el problema o problemas y las posibles causas o determinantes 334 Manual de psicopatología Tabla 12.13 Técnicas más frecuentemente utilizadas en el tratamiento de las disfunciones sexuales (Labrador, 1987) DISFUNCIONES FEMENINAS: Falta de excitación DS (Desensibilización Sistemática), entrenamiento asertivo, ejercicios musculares, DS in vivo mediante asignación escalonada de tareas sexuales. Falta de orgasmo Entrenamiento en masturbación con o sin vibradores, ejercicios musculares (músculo pubicoxígeo), reacondicionamiento del orgasmo, role-playing del orgasmo. Vaginismo DS in vivo, introducción de dilatadores progresivamente mayores en la vagina. DISFUNCIONES MASCULINAS: Problemas de erección Biofeedback del tamaño del pene, DS, técnicas dirigidas a incrementar la activación sexual, entrenamiento asertivo, detención del pensamiento. Eyaculación precoz DS, entrenamiento in vivo (en la mayor parte de los casos una verdadera DS real), técnicas de Seman, técnica de compresión. de su aparición y mantenimiento. También es momento para identificar conductas sexuales adecuadas y establecer los objetivos de la intervención. Fase II: Educación e información sobre la sexualidad. Discutir ideas erróneas, ofrecer informaciones precisas, modificar creencias y actitudes, etc. Sólo cuando el cliente dispone de los conocimientos adecuados se pueden establecer definitivamente los objetivos a lograr y proceder a la intervención terapéutica más concreta. Fase III: Focalización sensorial. Tras la educación, la focalización sensorial es el eje central de la terapia sexual, aplicable en todos los casos. Su objetivo es conseguir que ambos miembros de la pareja identifiquen y tomen conciencia de sus propias sensaciones corporales (sensoriales y sexuales). Frente al intento de «logros» o «realizaciones», aquí sólo se pretende que las personas aprendan a desarrollar la propia sensibilidad en la relación con la pareja, mediante episodios de exploración alternada del cuerpo de la pareja y caricias mutuas. Para separar más este proceder de la orientación a «logros» sexuales, durante esta fase se prohíbe el coito, a fin de que no se sienta obligado ningún miembro de la pareja a «cumplir». Además, los episodios de exploración y caricias primero se restringen a zonas corporales no genitales (focalización sensorial) y después se permite ya acariciar genitales y pechos de la mujer (focalización sexual). Es importante concentrarse en identificar y disfrutar de la estimulación que le proporciona la pareja y a su vez aprender a proporcionarla estimulación placentera. Este proceder no sólo enseña a disfrutar de la relación sexual (disfrutar es el objetivo, no «lograr» nada en concreto, como erecciones u orgasmos), sino también a reducir la ansiedad ante estas relaciones y mejorar la intimidad y comunicación de la pareja. Prácticamente en todos los casos se sigue el procedimiento desarrollado por Masters y Johnson (1970). Fase IV: Desarrollo de técnicas específicas para cada uno de los trastornos. Esta fase se centra sobre los objetivos más estrictamente sexuales, como nuevas formas de aproximación, uso de fantasías, reducción de la ansiedad de realización, control de respuestas sexuales específicas (vaginismo, eyaculación precoz, etc.). En la Tabla 12.13 se presenta un esquema de las técnicas específicas más frecuentemente utilizadas en cada una de las disfunciones sexuales. El lector interesado puede consultar el texto de Labrador (1994). También implica en muchos casos el trabajo sobre objetivos no estrictamente sexuales, pero sí relacionados con el funcionamiento de la pareja, como mejora de la comunicación o incremento de la intimidad, preparación del ambiente, etc. Fase V: Evaluación de los resultados. Cuando ya se ha desarrollado la intervención terapéutica se trata de evaluar los resultados, establecer procedimientos para mejorarlos, si fuera necesario, y facilitar el que se mantengan, así como procedimientos para prevenir posibles reapariciones de los problemas. IV. PARAFILIAS O DESVIACIONES SEXUALES A. CONCEPTO Y CARACTERIZACIÓN GENERAL Los términos de parafilias, desviaciones sexuales o trastornos de la inclinación sexual hacen referencia a una serie de comportamientos sexuales caracterizados por la excitación del sujeto ante objetos y situaciones que no forman parte de los patrones sexuales normativos, o porque el sujeto necesita para obtener placer la presencia de determinados estímulos que se apartan de lo que se consideran estímulos sexuales normales. La pregunta que inmediatamente suscita esta definición es: «¿qué es lo normal?». Siempre han existido formas diferentes de conducta sexual, pero no todas las culturas han definido un mismo comportamiento como normal o anormal. De hecho, los estudios transculturales antropológicos nos hablan de la existencia en otras culturas de prácticas sexuales socialmente admitidas que serían clasificadas como desviadas y aberrantes en nuestra cultura occidental (Nieto, 1992). Así, por ejemplo, en nuestra sociedad se consideraría un acto necrofílico el hecho de copular con la esposa fallecida, mientras que para los Ballaca de la Columbia Británica es una muestra de duelo y de pesar. Capítulo 12 Trastornos sexuales Y aún más, dentro de una misma cultura los criterios de normalidad respecto a la actividad sexual han ido cambiando fruto de las presiones sociales, culturales, políticas, religiosas, etc. Un buen ejemplo de esto lo constituye la masturbación, que es estadísticamente la actividad sexual más frecuente entre adolescentes y adultos, pero que no hace mucho tiempo era considerada una anomalía sexual, que además, se decía, producía trastornos tanto físicos como mentales. Algo similar ha ocurrido con la homosexualidad, como ya se ha señalado, hasta hace poco calificada como un trastorno mental. Hoy en día no hay evidencia de que la homosexualidad esté asociada a una patología psiquiátrica, y por lo tanto su clasificación como trastorno no hace otra cosa sino contribuir a la discriminación social y legal de estas personas (McConaghy, 1993). Argumentos similares pueden hacerse respecto a otras prácticas sexuales clasificadas actualmente como parafilias, tales como el fetichismo o el transvestismo que quizá en un futuro dejen de ser consideradas prácticas desviadas. La dificultad de discriminar entre conductas sexuales normales y anormales se hace aún más evidente cuando se comprueba que muchas de las imágenes y fantasías que estimulan sexualmente a los sujetos con parafilias son frecuentes también en las personas sin parafilias, lo que parece indicar que los objetos y situaciones que excitan a estas personas pueden formar parte de los patrones de «excitación normal». Por lo que quizás un criterio clínico a tener en cuenta a la hora de establecer la normalidad-anormalidad de estas conductas es el grado en que éstas interfieren el ajuste sexual de la persona dificultando el establecimiento de relaciones sexuales satisfactorias. Otro aspecto fundamental a considerar, a la hora de decidir sobre estos comportamientos, es si éstos representan una agresión o un peligro para el que lo practica, para la persona que es objeto de la práctica o para ambos (Belloch, 1992). En este sentido, un subgrupo de estas conductas se caracteriza por ser comportamientos coercitivos que transgreden la libertad de la otra persona; ejemplos de éstos son el exhibicionismo, el voyeurismo, el frotteurismo, la paidofilia, la violación, etc. Estas conductas reciben el nombre de ofensas sexuales y son consideradas legalmente como delitos. En definitiva, dada la gran variación del comportamiento sexual humano, resulta difícil establecer unos límites claros entre lo que es normal y lo que es desviado. En la actualidad, y a pesar de que la lista de variaciones sexuales ha aumentado significativamente en el siglo xx, al igual que el horizonte de comportamientos asociados con el sexo, también parece ser mayor el deseo de tolerar una mayor diversidad de comportamientos sexuales siempre que ocurran de común acuerdo entre adultos y en privado, y siempre que no constituyan una violación de los derechos y libertades del otro (Bullough. 1992). B. CLASIFICACIÓN DEL DSM Y CRITERIOS DIAGNÓSTICOS El DSM-IV adopta el término de parafilias en lugar del de desviaciones sexuales y las define como un grupo de trastor- 335 nos cuya sintomatología esencial es la presencia de fantasías sexuales intensas y recurrentes, de impulsos o comportamientos sexuales, que generalmente suponen: 1) objetos no humanos; 2) sufrimiento o humillación propia o del compañero, o 3) niños o personas que no consienten y que se presentan durante un período de al menos seis meses. El diagnóstico debe hacerse sólo si el individuo ha actuado de acuerdo con estas necesidades o si le causan molestias marcadas. Estos criterios suponen un importante avance respecto al DSM-III (1980), y son un ejemplo de la progresiva liberalización que está experimentando la clasificación de la APA, ya que permiten que las personas normales tengan fantasías y necesidades supuestamente desviadas sin ser diagnosticadas de parafílicas (Davison y Neale, 1990). El DSM-III-R y el DSM-IV señalan además que existen diversos grados de afectación. Para algunos individuos con parafilias, los estímulos parafílicos pueden ser necesarios siempre para la activación erótica y se incluyen invariablemente en la actividad sexual, bien en forma real o en forma de fantasías. En otros casos, estas preferencias parafílicas se presentan sólo en determinados momentos, siendo el individuo capaz de funcionar sexualmente sin este tipo de estímulos. El DSM-III-R y el DSM-IV no distinguen entre parafilias y ofensas sexuales, agrupando todos estos trastornos de forma indistinta bajo un mismo epígrafe. Además, algunas ofensas sexuales como la violación o las agresiones sexuales no son clasificadas como parafilias, lo que pone de relieve más su carácter agresivo y violento que su carácter sexual. Tal y como se pudo ver en la Tabla 12.4, los trastornos incluidos bajo la categoría diagnóstica de parafilias en el DSMIV son los siguientes: exhibicionismo, fetichismo, frotteurismo, paidofilia, masoquismo sexual, sadismo sexual, fetichismo transvestista y voyeurismo. Finalmente se incluye una categoría residual de parafilias no especificadas que debe usarse en aquellos comportamientos que constituyendo una parafilia no hayan podido ser clasificados en ninguna de las categorías anteriores, por ejemplo la zoofilia, la necrofilia, etc. Para que una persona sea diagnosticada de alguno de estos trastornos, según el DSM-IV ha de cumplir los siguientes criterios diagnósticos: a) Durante un período por lo menos de seis meses, intensas necesidades recurrentes y fantasías sexualmente excitantes ligadas a la parafilia (por ejemplo, fantasías que implican el uso de objetos no vivientes en el caso del fetichismo, o que implican la exhibición de los genitales en el caso del exhibicionismo, etc.). b) El individuo ha actuado de acuerdo con estas necesidades o se encuentra marcadamente perturbado por ellas. En algunos trastornos como el fetichismo, el transvestismo sexual y la paidofilia, se incluye un tercer criterio para facilitar el diagnóstico diferencial. El DSM-III-R establecía además unos criterios de gravedad: Leve: El individuo se encuentra marcadamente afectado por las necesidades parafílicas recurrentes, pero nunca ha actuado de acuerdo con ellas. 336 Manual de psicopatología Moderada: En algunas ocasiones, el individuo ha actuado de acuerdo con sus necesidades parafílicas. Grave: El individuo ha actuado repetidamente de acuerdo con sus necesidades parafílicas. Con frecuencia, estos sujetos presentan parafilias múltiples (Abel, Mittelman y Becker 1985), y en algunas ocasiones, éstas pueden ser un síntoma de otros trastornos mentales como la esquizofrenia, trastornos de personalidad o de conducta (alcoholismo, abuso de sustancias, etc.). Las reacciones que estas conductas producen en los sujetos que las padecen varían de persona a persona, aunque en la mayor parte de los casos son comportamientos que no provocan malestar subjetivo, lo que justifica que estos sujetos rara vez soliciten tratamiento, y cuando lo hacen suelan hacerlo presionados por algún familiar o por las autoridades legales. En otro subgrupo de sujetos, una minoría, estos comportamientos pueden generar sentimientos de culpa, vergüenza y depresión. C. EPIDEMIOLOGÍA Se desconoce cuál es el alcance numérico de estos trastornos, ya que las personas que lo padecen tienden a ocultarlo, especialmente por el importante rechazo social que estas conductas provocan. Además, como se ha indicado anteriormente, rara vez solicitan tratamiento, por lo que también los datos referentes a casos tratados en la clínica son escasos. Por otro lado, en el caso de aquellos comportamientos que constituyen ofensas sexuales también las víctimas contribuyen a esta ocultación por miedo, vergüenza o temor a las represalias. Así, por ejemplo, se estima que al menos un tercio de las agresiones sexuales nunca son contadas a nadie por la víctima (ni siquiera a amigos o familiares). Respecto a la prevalencia por sexos las estadísticas indican que las parafilias afectan con mucha más frecuencia a hombres que a mujeres. Sólo en el masoquismo se da un elevado número de mujeres, pero incluso en este trastorno la razón es de 20 a 1 (APA, 1988). Existen varias hipótesis para explicar esta preponderancia masculina en las desviaciones sexuales (Farré, 1991). En primer lugar se alude a que el hombre tiene un mayor impulso sexual que la mujer, lo cual facilita que fije la atención en una gama más amplia de objetos sexuales. Una segunda explicación gira en torno al mayor componente agresivo de los varones que puede explicar la adopción de conductas violentas ligadas al sexo, por ejemplo la violación. En esta línea, diversos estudios han tratado de establecer correlaciones entre niveles de testosterona y conductas sexuales violentas, aunque con resultados contradictorios y poco concluyentes (Aluja, Martínez de Osaba y Torrubia, 1989; Rada, Laws y Kellner, 1976). Y por último, también se habla de una mayor indefinición de la identidad sexual masculina y de menor capacidad de discriminación sexual, que puede llevar a la exploración de estímulos sexuales diversos. En relación con la edad de inicio, las desviaciones sexuales suelen comenzar en la adolescencia, estimándose que un 50% de estos sujetos comienza sus actividades antes de los 18 años (Becker y Kavoussi, 1989). D. DESCRIPCIÓN CLÍNICA 1. Exhibicionismo El exhibicionismo es una conducta caracterizada por la obtención de un alto nivel de excitación sexual a través de la exposición de los genitales a una persona (normalmente desconocida y del sexo contrario) en un lugar público, y sin que exista intento de realizar una actividad sexual posterior. Es una desviación que ocurre de forma casi exclusiva en hombres. La conducta exhibicionista más típica consiste en mostrar el pene en erección a una o más mujeres, con frecuencia adolescentes, en lugares públicos poco concurridos y retirados (parques, playas, calles desiertas, el coche...). Algunos autores, sin embargo, han informado de exhibicionismo femenino (Grob, 1985; Hollender, Brown y Roback, 1977). Grob (1985) cuenta el caso de una mujer que mientras conducía su coche se dedicaba a exponer sus pechos a los conductores de camiones que pasaban; si éstos respondían de forma favorable, entonces exhibía además los genitales, experimentando por ello una marcada excitación sexual y llegando incluso en algunas ocasiones al orgasmo. Esta conducta tenía además un carácter persistente y compulsivo, tal y como sucede en el exhibicionismo masculino. En cuanto al diagnóstico diferencial, el exhibicionismo debe distinguirse de la paidofilia: en ésta puede también existir exhibición de los genitales, pero la exhibición es aquí un preludio de una actividad sexual posterior con el niño. El exhibicionismo es probablemente la más común de las desviaciones sexuales, aunque se desconocen las cifras exactas de prevalencia y los datos existentes han sido recogidos desde el punto de vista de las víctimas. Algunos estudios (DiVasto, Kaufman, Jackson, Christy, Pearson y Burgett, 1984) señalan que entre el 30 y el 50% de las mujeres informan de haber sido en alguna ocasión víctimas de un exhibicionista. El exhibicionismo es además la desviación que con más frecuencia tiene problemas con la justicia. Según las estadísticas, aproximadamente el 34% de los exhibicionistas son detenidos y juzgados en algún momento de su vida por dicha conducta (Farré, 1991) y constituye un tercio de las acusaciones por ofensas sexuales. El exhibicionismo comienza normalmente en la adolescencia, aunque los sujetos no suelen ser acusados por sus víctimas hasta que llegan a la edad adulta. La prevalencia máxima del trastorno se da entre los 20 y los 30 años de edad. Ocasionalmente, el exhibicionismo puede aparecer en hombres de mayor edad; en estos casos suele tratarse de personas solitarias, sin pareja, o personas que han sido abandonadas por su pareja debido a problemas de impotencia (McConaghy, 1993). Es común que los exhibicionistas presenten además alguna otra desviación sexual, siendo las más comunes voyeurismo y paidofilia (Freund y Blanchard, 1986; McConaghy, 1985, 1988). Capítulo 12 Trastornos sexuales Con frecuencia se asocia el inicio de estas conductas con alguna experiencia de excitación sexual que sigue a un episodio de exposición accidental. Por ejemplo, mientras el sujeto se está vistiendo puede darse cuenta de que está siendo observado por alguna mujer del vecindario o por algún familiar que entra de forma inesperada en la habitación, produciendo turbación en ella, lo que puede provocar una erección. Otros autores lo asocian a las exposiciones ocasionales que pueden producirse durante los juegos infantiles del tipo «médicos y enfermeras» (Farré, 1991). La situación puede repetirse de forma intencionada cierto número de veces, lo que favorece que el adolescente se sienta motivado a exponerse de nuevo en otras situaciones distintas. El mantenimiento de esta conducta durante la edad adulta se podría explicar por la asociación entre dichos comportamientos o fantasías de exhibición con actividades de masturbación. Algunos autores (McConaghy, 1982, 1993; Smuklerm y Schiebel, 1975) señalan, sin embargo, que aunque la adquisición de estas conductas puede establecerse bajo la influencia de un impulso sexual, durante su mantenimiento en la edad adulta éstas pierden su carácter sexual y adquieren un matiz compulsivo. McConaghy (1980) recurre para explicar estos hechos a la teoría del mecanismo de terminación conductual (completion mechanisms). Según esta teoría, cuando una conducta es muy habitual se establece en el sistema nervioso central un mecanismo que él denomina de terminación conductual. Este mecanismo se activa ante la presencia de estímulos asociados con la realización de dicho comportamiento, y si la conducta no es completada se produce un importante incremento de la activación general y por lo tanto de la tensión subjetiva. Lo aversivo de esta sensación es lo que impulsa al sujeto a completar la conducta aunque no lo desee, dado que dicha terminación va seguida de la desaparición de la tensión subjetiva y por lo tanto de una sensación de alivio. Esta consideración del exhibicionismo como una conducta básicamente compulsiva y no sexual es consistente con los estudios que señalan que un porcentaje elevado de sujetos informa de no obtener gratificación sexual durante las exposiciones, no encontrando un motivo consistente para su conducta aparte de un sentimiento de compulsión (Langevin y Lang, 1987). Además, la mayor parte de los exhibicionistas que reciben tratamiento indican que suelen realizar la conducta varias veces al día. En este mismo sentido puede interpretarse el hecho de que el exhibicionista sea normalmente heterosexual y con frecuencia personas casadas con relaciones heterosexuales dentro de los cánones de la normalidad, no existiendo diferencias entre el tipo de contactos heterosexuales que establecen los exhibicionistas y los que establecen los sujetos normales (Freund, 1990). Otros autores aluden a lo que se conoce como alteración del cortejo (courtship disorder). Kolarsky y Madlfousek (1972) realizaron un experimento en el que mostraban películas de mujeres realizando conductas y movimientos no eróticos a un grupo de hombres normales y a un grupo de pacientes exhibicionistas, observando que en los pacientes exhibicionistas la visión de las mujeres producía una excitación sexual 337 que no aparecía en el grupo de sujetos normales. A partir de estos datos los autores sugieren que mientras que en los sujetos normales la ausencia de conductas eróticas o de cortejo les previene de excitarse sexualmente, esto no ocurre en los pacientes que presentan conductas desviadas, en este caso exhibicionismo. Respecto a las características de personalidad de los exhibicionistas, tradicionalmente en la literatura se ha descrito a estos sujetos como personas tímidas, retraídas y dependientes con déficit en habilidades sociales y heterosexuales. 2. Voyeurismo El voyeurismo es una conducta que se caracteriza porque la principal fuente de excitación sexual para el sujeto es la contemplación de personas desnudas o realizando algún tipo de actividad sexual. El voyeurista lleva a cabo dichas conductas de forma oculta y sin el consentimiento de las víctimas, no implicando dichos comportamientos la realización de ninguna actividad sexual posterior con la persona observada, que normalmente es una persona del sexo opuesto y desconocida. La masturbación va con frecuencia asociada a este acto. Respecto al tipo de prácticas más frecuentes unos se dedican a observar desde las ventanas de sus pisos con prismáticos, telescopios, etc.; otros deambulan por las noches buscando habitaciones de moteles, o acudiendo a lugares donde hay parejas en coches aparcados, etc. Algunas de estas prácticas implican un importante riesgo de ser sorprendido, riesgo que aumenta aún más su excitación y que los pone en peligro de ser arrestados. Al igual que sucedía con el exhibicionismo, esta conducta tiene un marcado carácter compulsivo, y los sujetos informan de una intensa activación autonómica (acelaración de la tasa cardíaca, aumento de la sudoración) ante la aparición de estímulos relacionados con esta conducta, activación que desaparece tras la realización de la misma (McConaghy, 1993). El voyeurismo aparece de forma predominante en hombres, mayoritariamente heterosexuales. Según algunos autores (Farré, 1987) existen diferencias interhemisféricas entre hombres y mujeres que predisponen al hombre a depender más de la vista para la excitación sexual. Como se ha señalado anteriormente existe una alta morbilidad entre exhibicionismo y voyeurismo, estimándose que aproximadamente tres cuartas partes de los voyeuristas han tenido también conductas exhibicionistas (Freund y Blanchard, 1986). Al comparar ambos grupos se observa que los voyeuristas solicitan tratamiento con mucha menos frecuencia que los exhibicionistas, probablemente porque éstos son sorprendidos por la justicia en muchas menos ocasiones. Respecto al diagnóstico diferencial el DSM-III-R señala que es preciso distinguir el voyeurismo de la actividad sexual normal, que normalmente va precedida de una excitación sexual procedente de observar la desnudez; pero la diferencia radica en que en este caso la persona observada lo sabe, siendo el preludio de una actividad sexual posterior con la 338 Manual de psicopatología misma. El DSM-III-R establece también diferencia entre voyeurismo y utilización de la pornografía. El diagnóstico diferencial se establece aquí a partir del criterio de que en un caso la persona observada desconoce que está siendo observada y en otro caso no. Algunos autores (Langevin y Lang, 1987) cuestionan esta diferenciación e incluyen entre las prácticas voyeuristas la contemplación de strip-tease, la utilización de pornografía, etc., siempre que ésta constituya una conducta recurrente o la principal fuente de excitación para un sujeto. En esta misma línea, Freund (1990) señala que debería considerarse una variante del voyeurismo, pero en modalidad auditiva, las prácticas consistentes en la excitación a través de la escucha de cintas magnetofónicas o conversaciones telefónicas en las que una mujer describe las sensaciones que obtiene durante la masturbación o durante la realización del acto sexual. Esta parafilia normalmente comienza en la adolescencia, y aunque en ocasiones tiene un carácter pasajero, con frecuencia tiene un curso crónico. Su inicio se asocia a la excitación obtenida después de haber observado, quizás de forma accidental, a una mujer desnuda, una pareja haciendo el amor, etc. Posteriormente el sujeto asocia estas fantasías a la masturbación y de esta forma se condiciona la excitación sexual a este tipo de estímulos. Sin embargo, al igual que pasaba con el exhibicionismo, esta conducta acaba adquiriendo una cualidad compulsiva e independiente de la activación sexual generada por este tipo de estímulos. En cuanto a las características de personalidad, estos sujetos no parecen mostrar rasgos especialmente patológicos, y en lo único que coinciden los estudios es en que suelen ser sujetos tímidos durante la adolescencia y con ciertas dificultades en el establecimiento de relaciones heterosexuales. 3. Frotteurismo Este trastorno consiste en la obtención de placer de forma preferente o exclusiva a través del frotamiento de los órganos genitales contra el cuerpo de una persona desconocida y sin el consentimiento de ésta. El DSM-III-R incluye en esta misma categoría la conducta consistente en tocamiento de diferentes partes del cuerpo, conducta que según algunos autores representaría una categoría diferente (Freund, 1990). Como pasa por ejemplo en el voyeurismo, esta conducta no es el preludio de una actividad sexual posterior. Los frotteurs realizan normalmente estas actividades en lugares públicos y concurridos, tales como el metro, el autobús, los conciertos de rock, etc. La conducta típica consiste en acercarse a la víctima, normalmente niñas adolescentes, y apretar sus genitales contra ella, o toquetearle las nalgas o los pechos. Normalmente, el frotteurismo va acompañado de una masturbación ante el recuerdo de este tipo de situaciones. Este trastorno suele tener un carácter pasajero y se da con mayor frecuencia entre los 15 y 20 años de edad. La aparición de esta conducta se asocia a la observación de la misma en otras personas y su posterior imitación por parte del adolescente. Respecto a las tasas de prevalencia existen muy pocos datos sobre este trastorno. En un estudio realizado por Freund, Scher y Hucker (1983) sobre una muestra de 139 sujetos que presentaban desviaciones sexuales, encontraron que 48 de ellos presentaban frotteurismo, 22 como trastorno único y 26 asociado a otras parafilias, especialmente exhibicionismo y voyeurismo. 4. Fetichismo y transvestismo fetichista El DSM-IV incluye como dos diagnósticos diferentes fetichismo y transvestismo fetichista. El fetichista se excita sexualmente observando y/o manipulando objetos inanimados, normalmente ropa interior femenina, calzado, prendas de vestir diversas, pañales, biberones, etc. Chalkley y Powell (1983) realizaron un estudio sobre 48 sujetos diagnosticados de fetichismo que acudieron a un hospital psiquiátrico para recibir tratamiento. Analizaron cuáles eran los objetos más frecuentemente utilizados como fetiches, las características de los mismos, etc. El objeto más común era la ropa interior, usada por 28 de ellos, siete sujetos tenían como fetiches diferentes partes del cuerpo (cara, manos, pelo, etc.), siete tenían botas y calzado y siete tenían objetos de caucho o goma. En la mayor parte de los casos la conducta fetichista se refería a más de un fetiche: 17 de los sujetos tenían sólo un fetiche, nueve poseían dos fetiches y 22 tenían tres o más fetiches. Los fetichistas frecuentemente se masturban mientras sostienen, tocan o huelen el fetiche. En el estudio anteriormente citado de Chalkley y Powell (1983) las conductas fetichistas encontradas fueron: vestir ropas o zapatos (21 sujetos), robar, principalmente ropa interior (18 sujetos), observar a alguien que lleva determinada ropa u objetos de caucho (11), mirar al fetiche (6), introducirlo por el recto (6) y coleccionarlo (6). Estos autores indicaban que pocos de sus sujetos informaban de ser marcadamente dependientes de los fetiches para excitarse sexualmente. Este último dato parece inconsistente con el hecho de que 38 de los 48 sujetos acudieran a tratamiento de forma específica por el fetichismo, y es contrario a lo informado por otros autores (McConaghy, 1993), para quien el fetichista sí depende para excitarse sexualmente de la presencia del fetiche. Cuando la conducta fetichista se limita a ponerse ropa del sexo contrario, esta condición no debe ser diagnosticada de fetichismo, sino de fetichismo transvestista. Estos sujetos suelen tener ropa interior femenina que utilizan para transvestirse, bien cuando están solos, acompañando la masturbación a dicho acto, o bien cuando realizan el acto sexual con su pareja. En este sentido, es posible que en el estudio de Chalkley y Powell (1983) los 21 sujetos cuya principal actividad fetichista era vestirse la ropa no debieran ser diagnosticados de fetichismo, sino de transvestismo fetichista si esta ropa era del sexo contrario. Otra acotación al diagnóstico que hacía el DSM-III-R es que cuando el objeto que estimula sexualmente al sujeto es una parte o una deformidad del cuerpo humano, esta parafilia recibe el nombre de parcialismo y debe ser diagnosticada como parafilia no especificada. Capítulo 12 Trastornos sexuales Los fetichistas son mayoritariamente hombres y heterosexuales, y lo mismo sucede en el fetichismo transvestista. En el trabajo de Chalkley y Powell (1983), de los 48 sujetos sólo había una mujer, 10 de ellos eran homosexuales y el resto heterosexuales. Algunos investigadores señalan la existencia de fuerte correlación entre fetichismo y sadomasoquismo (Gosselin y Wilson, 1980). Estos autores indican que las fantasías fetichistas son frecuentes en los sadomasoquistas, y viceversa. Además, con frecuencia muchas prácticas sexuales con fetiches implican ciertos comportamientos sadomasoquistas, por ejemplo aquellas que suponen vestirse con un determinado tipo de ropa de caucho o goma que produce una fuerte constricción corporal, o aquellas que incluyen en la práctica sexual determinados objetos que pueden resultar agresivos, por ejemplo zapatos de tacón, etc. Apenas existen datos de la prevalencia de este trastorno, dado que éste constituye una conducta normalmente no peligrosa, que no implica violación de las libertades y derechos del otro y que suele darse en privado, por lo que muchos fetichistas no acuden a tratamiento, y los que acuden lo hacen frecuentemente presionados por la pareja y por las interferencias que el fetichismo puede ocasionar en sus relaciones sexuales. Respecto a su etiología, la mayor parte de los autores apelan a la importancia de los procesos de condicionamiento en el aprendizaje de esta conducta. Quizás el procedimiento más común sea la incorporación del objeto fetiche, normalmente a través de la imaginación, a una situación de masturbación, por lo que la aparición de un orgasmo posterior fortalecerá la conexión entre ese objeto y la sensación de placer. Apoyando esta hipótesis diversos experimentos de laboratorio han demostrado que la asociación de imágenes con un fuerte contenido sexual con imágenes de objetos neutros acaba generando en estos últimos propiedades eróticas. Un experimento clásico es el realizado por Rachman (1966), que demostró de forma experimental cómo este tipo de respuestas podían condicionarse siguiendo un paradigma de condicionamiento clásico. Este autor presentó a un grupo de hombres heterosexuales un estímulo en principio neutro (unas botas de mujer) seguido de un estímulo incondicionado que producía una respuesta de excitación sexual (fotografías de mujeres desnudas). Al cabo de varios ensayos (entre 24 y 65) observó que los sujetos experimentaban excitación sexual, medida a través de la respuesta de erección peneana, ante la visión de las botas negras. Este hecho fue interpretado por el autor como que se había producido un condicionamiento clásico ante este tipo de estímulos. La respuesta condicionada se extinguió posteriormente después de varios ensayos de presentación del EC sin el EI. Para algunos autores (McConaghy, 1993) esta explicación del fetichismo basada en el condicionamiento que puede producirse durante la masturbación no es consistente con el hecho de que la mayoría de los fetichistas informe de un fuerte interés durante su infancia hacia el objeto fetiche, a pesar de que los sujetos no suelan tener consciencia de dicho interés. Desde nuestro punto de vista, sin embargo, estos datos no son contradictorios, sino más bien complementa- 339 rios, ya que precisamente por ser el fetiche un objeto que desde siempre ha llamado la atención del sujeto es más fácilmente incorporable a la masturbación a través de fantasías. Finalmente señalar que se ha hablado repetidamente de una asociación entre fetichismo y epilepsia temporal (Epstein, 1961), existiendo una gran controversia respecto a ello, ya que los datos no parecen apoyar esta hipótesis etiológica (Kolarsky, Freund, Machek y Polak, 1967; Shukla, Srivastava y Katiyar, 1979). Respecto al fetichismo transvestista, éste suele tener su inicio también en la adolescencia. Las prendas de mujer son algo que normalmente recaba la atención de los jóvenes adolescentes a menudo interesados en las ropas de sus madres o hermanas, y que pueden incluirse en la masturbación de forma azarosa, por curiosidad o en forma de juego. 5. Paidofilia Se denomina paidofilia o pedofilia (el DSM-IV adopta este último término) al trastorno caracterizado por la presencia de fantasías y conductas que implican la actividad sexual entre un adulto y un niño. El DSM-IV, además de los dos criterios diagnósticos requeridos en todas las parafilias (señalados anteriormente), incluye un tercero que hace referencia a la edad del niño y del adulto, indicando que es necesario que el sujeto tenga por lo menos dieciséis años y sea al menos cinco años mayor que el niño o los niños con los que se relaciona sexualmente. Además, se debe especificar si la relación es heterosexual, homosexual o ambas. También si se limita a incesto, y también si la paidofilia es de tipo exclusivo (sólo se da atracción sexual por los niños) o de tipo no exclusivo (existe atracción sexual hacia personas adultas). Las conductas sexuales implicadas en la paidofilia son diversas y van desde el mero exhibicionismo o masturbación delante del niño hasta los besos, las caricias, los contactos orogenitales y en algunos casos (no muy frecuentes) la penetración tanto vaginal como anal. Normalmente, la paidofilia no implica violencia física. El adulto suele ganarse el afecto y la simpatía del niño a través de premios, juegos, etc., siendo además con mucha frecuencia una persona conocida y cercana al medio en el que se desenvuelve el niño. Se estima que una tercera parte de los abusos sexuales en la infancia son de carácter incestuoso (Ochoa y Vázquez, 1992). Respecto a la orientación sexual de la paidofilia (heterosexual u homosexual) algunos autores (McConaghy, 1993) señalan que esta diferenciación es determinante, dado que —como se puede apreciar en la Tabla 12.14—, los rasgos de personalidad y las conductas exhibidas por unos sujetos y otros son claramente diferentes. En general podría decirse que la paidofilia homosexual suele tener un carácter más crónico y menos reactivo que la paidofilia heterosexual. En cuanto al diagnóstico diferencial, se indica que la presencia de actos sexuales con niños no es suficiente para el diagnóstico de paidofilia. Es necesario distinguir este trastorno de aquellos casos en los que la relación sexual con el niño se da en el contexto de un importante estrés psicosocial o como consecuencia de una situación de soledad o aislamiento, 340 Manual de psicopatología Tabla 12.14 Comparación entre la paidofilia heterosexual y homosexual (McConaghy, 1993) PAIDOFILIA HETEROSEXUAL – Pocas víctimas. – El sujeto es alguien conocido para las víctimas. – Se realizan repetidos abusos con una misma víctima durante períodos prolongados de tiempo (meses, incluso años). – La edad media de las víctimas es de 8 años. – Se sienten atraídos por las mujeres adultas y no exclusivamente por las niñas. – Suelen ser sujetos casados. – La conducta comienza en la edad adulta de forma ocasional y en momentos de cierto estrés psicosocial. – Suelen ser de clase social baja, estar en paro, mostrar problemas con el alcohol, etc. constituyendo un episodio aislado en la vida de un individuo que prefiere establecer relaciones con adultos, pero que utiliza al niño porque el adulto no está disponible. En ocasiones se dan también casos de relaciones con niños aisladas, y que no constituyen paidofilia en sujetos con retraso mental, trastorno orgánico de la personalidad, esquizofrenia o problemas de intoxicación alcohólica. En todos ellos, la conducta está ligada a una disminución de la capacidad de juicio y del control de los impulsos. Se sabe poco acerca de la prevalencia del trastorno en la población general. Algunos autores, partiendo de datos indirectos sobre las víctimas existentes, calculan que la paidofilia afecta al 5% de los hombres y al 0,5% de las mujeres (McConaghy, 1993). Los datos existentes respecto al número de víctimas tampoco son muy precisos, ya que el temor a no ser creídos, el miedo a la represalia por parte de los agresores, etc., origina que la mayor parte de estas conductas sean ocultadas por el niño. Se estima que en Estados Unidos hay más de 500.000 casos denunciados cada año. Un informe oficial de la Secretaría de Estado de Salud y Servicios Sociales de Estados Unidos (1985) señalaba que una de cada 4-5 niñas y uno de cada 9-10 niños sufren de algún tipo de abuso sexual antes de los 18 años de edad. En nuestro país no se conocen todavía estadísticas fiables, pero los datos no parecen distar mucho de los americanos (Ochoa y Vázquez, 1992). Respecto a los trabajos retrospectivos realizados sobre las víctimas las cifras varían de uno a otro, en función de la forma en que se haya recogido la información y de la definición de las actividades paidofílicas que haya hecho cada uno de los autores. Según los diversos estudios revisados (Finkelhor, 1985; Finkelhor y Lewis, 1988; Fromuth y Burkhart, 1989; Russell, 1983), entre el 10 y el 59% de las mujeres y entre el 5 y el 16% de los hombres informan de haber tenido una actividad sexual con un adulto durante la infancia. En contra de la creencia tradicional de que el ofensor suele ser un desconocido, en el 90% de los casos los abusos proceden de una persona conocida y cercana para el niño (familiares, vecinos, amigos de la familia, etc.). Tal y como se observa en los datos anteriormente expuestos, el porcentaje de niñas que es objeto de abuso es dos veces superior al porcentaje de niños. PAIDOFILIA HOMOSEXUAL – Muchas víctimas. – El sujeto suele ser un desconocido para las víctimas. – No suelen tener más de una relación con cada una de las víctimas. – La edad media de las víctimas es de 10 años. – No se sienten atraídos por adultos del sexo opuesto. – Suelen ser solteros. – La conducta comienza en la adolescencia. – Suelen ser personas acomodadas con un empleo estable, sin especiales problemas con el alcohol, pero que rehuyen las relaciones sociales con los adultos. En cuanto a las características de las personas que tienen paidofilia, el perfil típico es el de un hombre (el 93% de los casos) de mediana o avanzada edad, solitario y con ciertas dificultades para establecer relaciones heterosexuales. Normalmente no presentan ningún trastorno psicopatológico significativo, aunque suelen ser sujetos con baja autoestima y con pocos recursos para hacer frente a situaciones de estrés, siendo frecuente que presenten problemas de abuso de alcohol o de abuso de sustancias. Se sabe poco acerca de la etiología del trastorno. Se han generado varias hipótesis para explicarlo. Unas hacen referencia al aprendizaje de actitudes negativas hacia el sexo, a las experiencias de abuso sexual durante la infancia, a la presencia de sentimientos de inferioridad y baja autoestima, de dificultades de relación interpersonal, etc., que facilitan la relación del adulto con el niño como forma de refugiarse en un mundo poco hostil. La asociación posterior de estas fantasías paidofílicas con la masturbación facilita el mantenimiento de la conducta. Así mismo, las situaciones de elevado estrés psicosocial pueden funcionar como desencadenantes y mantenedores de estas conductas. Otros autores (Farré, 1991) hablan de un proceso de condicionamiento que no se extinguió con experiencias posteriores más gratificantes. Señala el inicio de este condicionamiento en la infancia, en los primeros roces o experiencias que el niño tiene en el contexto de los juegos infantiles y que el sujeto experimentó como algo gratificante. Si con posterioridad, durante la adolescencia o edad adulta, las relaciones heterosexuales con personas de su edad no resultan suficientemente gratificantes es posible que el sujeto recurra al recuerdo de esas experiencias y busque experiencias similares. 6. Sadismo y masoquismo El DSM-IV define estas parafilias como entidades separadas. El sadismo se refiere a la necesidad de infligir daño a otra persona para excitarse sexualmente. El masoquismo implica la necesidad de ser humillado, atacado, maltratado, etc., para obtener placer sexual. Ahora bien, a pesar de estar definidos de forma separada son trastornos que con frecuencia aparecen juntos: por ejemplo, muchos masoquistas se infligen daño a Capítulo 12 Trastornos sexuales sí mismos. En estos casos tradicionalmente se ha hablado de sadomasoquismo. Etiquetar una conducta sádica o masoquista como patológica es difícil, pues para muchas personas normales de ambos sexos (aproximadamente un 25%, según los estudios Kinsey) es sexualmente excitante proporcionar o recibir pequeñas agresiones cariñosas, como mordiscos y pellizcos, o someterse voluntariamente a ciertas fantasías de dominación-sumisión durante la actividad sexual. En este sentido, diferentes trabajos realizados (Heilbrun y Leif, 1988; Heilbrun y Loftus, 1986) sobre la población normal ponen de manifiesto que la inclusión de conductas de tipo sadomasoquista en una situación de interacción sexual resulta más excitante que la mera presencia de estímulos eróticos, lo que lleva a concluir a los autores que existe un cierto componente sádico en la sexualidad normal. El DSM-III-R señalaba la necesidad de establecer el diagnóstico diferencial respecto a la violación o cualquier otro ataque sexual. En algunos casos, estas ofensas pueden ser consideradas actos sádicos siempre que el sujeto obtenga placer sólo por el hecho de ver sufrir a las víctimas. Sin embargo, parece que esto sólo sucede en un porcentaje muy pequeño de violadores —el 10%—, dado que el resto no parece encontrar excitación en el sufrimiento de la víctima. En algunas ocasiones, el sadismo está asociado a un trastorno de la personalidad antisocial: estos individuos pueden cometer actos muy violentos y producir daños severos a sus víctimas. Existe una gran variedad de conductas sádicas y masoquistas, que van desde la sujeción con todo tipo de ligaduras (una de las más frecuentes), golpes o latigazos, semiestrangulación, pisoteo del cuerpo, tratamiento traumático de los genitales y pecho mediante pinzas, etc. En los últimos años ha comenzado a proliferar una a la que se otorga una atención especial por el peligro físico que implica, la hipoxifilia. Consiste en la excitación sexual a través de la deprivación de oxígeno por medio de un nudo, una bolsa de plástico, una máscara; la asfixia produce vértigo y mareos debido a la interrupción de la oxigenación arterial del cerebro y al aumento del dióxido de carbono, sensaciones que son vividas como excitantes por estas personas, aumentando así el placer de la masturbación o de la relación sexual. En ocasiones, la hipoxia producida por la falta de oxigenación se hace irreversible y entonces se produce la muerte. Los datos referentes a Estados Unidos, Australia y Canadá estiman que de una a dos muertes cada año de cada millón está producida por esta causa (APA, 1988). Se sabe poco acerca de la prevalencia de las conductas sadomasoquistas en la población general. En un trabajo clásico realizado en Estados Unidos (Hunt, 1974) se obtuvo que el 4,8% de los hombres y el 2,1% de las mujeres se excitaba infligiendo dolor a otros, y el 2,5% de los hombres y el 4,6% de las mujeres recibiendo dolor. Además, la mayoría de los sujetos informaron de haber practicado esas conductas durante el último año. Resultados similares se han obtenido en estudios más recientes (Person, Terestman, Myers, Goldberg y Salvadori, 1989). Según estos datos, la prevalencia del masoquismo es mayor en las mujeres que en los hom- 341 bres. No todos los autores coinciden en ello (APA, 1988), sin embargo, sí existe un acuerdo al considerarla la parafilia de mayor prevalencia en el sexo femenino. Estas conductas suelen comenzar en la adolescencia, y tienen un curso crónico. Es frecuente la asociación del sadismo y del masoquismo con el fetichismo y el fetichismo transvestista. Es difícil encontrar una explicación etiológica adecuada tanto para el sadismo como para el masoquismo. Al igual que en el resto de las parafilias se ha recurrido a procesos de condicionamiento. El primer modelo experimental de masoquismo se debe a Eroféieva (1912), quien condicionó una respuesta alimenticia clásica a un estímulo eléctrico. El perro recibía una estimulación eléctrica (dolorosa) en la piel y a continuación se le presentaba la comida. Después de varios ensayos de condicionamiento, el perro cuando aparecía el estímulo eléctrico, en lugar de mostrar una reacción de defensa se dirigía al lugar de la comida, lamiéndose el hocico y meneando el rabo con evidente satisfacción. Con posterioridad, diversos autores (Brown, 1965; Sandler, 1964) han intentado demostrar que en circunstancias especiales la estimulación aversiva puede convertirse en señal discriminativa de hechos agradables. En base a esto es posible que ciertas sensaciones dolorosas o desagradables se hayan condicionado a la excitación sexual durante la adolescencia. Una vez más se han evocado posibles alteraciones de la personalidad, pero con escaso éxito (Farré, 1991). Finalmente, son curiosos los estudios antropológicos que nombra Pedersen (1988) y que indican que las etnias más proclives a estas actividades son los anglosajones y judíos de la Europa Oriental, lo cual puede llevar a suponer que este tipo de conductas son más frecuentes en aquellas culturas en las que se reprimen las manifestaciones de agresividad, lo que explicaría su menor prevalencia entre los latinos. 7. Otras parafilias y ofensas sexuales Bajo la categoría de parafilias no especificadas el DSM-IV agrupa una serie de desviaciones sexuales, tales como la zoofilia (animales), la coprofilia (heces), la necrofilia (muertos) y otras ofensas sexuales, como llamadas telefónicas obscenas, etc. La prevalencia de estos trastornos es desigual: por ejemplo, la zoofilia es una práctica bastante frecuente en zonas rurales y aisladas, mientras que la necrofilia es un trastorno muy poco frecuente. En general son pocos los sujetos que acuden a tratamiento por este tipo de problemas. E. ETIOLOGÍA Tal y como se ha ido señalando al describir cada una de las desviaciones sexuales, todavía se sabe poco acerca de su etiopatogenia, y los modelos explicativos existentes no permiten explicar de forma convincente el desarrollo y mantenimiento de estas conductas. Respecto a los factores biológicos no existe evidencia empírica que avale la presencia de una causa de tipo biológico que 342 Manual de psicopatología pueda identificarse como claramente implicada en el desarrollo de las parafilias. Una de las hipótesis desarrolladas hace referencia a la presencia de niveles anormales de andrógenos dado que pueden contribuir a una excitación sexual inapropiada. Los trabajos realizados, todos ellos con sujetos acusados de conductas sexuales violentas, aportan resultados contradictorios y nada esclarecedores (Aluja y cols., 1989; Bradford y McLean, 1984). Otra hipótesis sugiere la presencia de una alteración del lóbulo temporal, dado que algunos autores (Kolarsky y cols., 1967) informan de una elevada incidencia de desviaciones sexuales en sujetos que presentan epilepsia del lóbulo temporal. Sin embargo, revisiones más recientes tampoco permiten confirmar estos hallazgos (Langevin, 1990). Respecto a las causas psicológicas, las primeras hipótesis y quizás las más plausibles hacen referencia a la importancia de los procesos de aprendizaje. La hipótesis de que las conductas parafílicas se aprenden por un proceso de condicionamiento clásico es defendida por la mayor parte de los investigadores que trabajan en el tema (Quinsey y Earls, 1990). Como ya hemos visto, es posible que el aprendizaje de estos trastornos se produzca debido a que un estímulo atípico (la exhibición de ciertas partes del cuerpo, un objeto determinado, la visión de una mujer desnuda o realizando el acto sexual, etc.) se haya asociado de forma accidental a una sensación de excitación sexual, asociación que se refuerza por la repetición buscada de dichas situaciones por parte del sujeto y sobre todo por la inclusión de fantasías relacionadas con dicho estímulo durante la masturbación (McGuire y cols., 1965). Estos datos se encuentran avalados por evidencia experimental como la suministrada, por ejemplo, por Freund, Scher y Hucker (1983), quienes informan que más del 60% de los exhibicionistas y sólo el 20% de los sujetos controles mostraron una respuesta de erección peneana ante la descripción verbal de una situación de exhibición, siendo esta respuesta de erección tan intensa o más que la que experimentaron ante la descripción de un coito. En este sentido, el hecho de que exista una respuesta genital fácilmente condicionable en el hombre, la erección, frente a la ausencia de una respuesta de estas características en la mujer puede explicar por qué este tipo de conductas se da con mayor frecuencia entre los hombres que entre las mujeres. Sin embargo, el hecho de que un porcentaje significativo de sujetos normales informe de activación ante fantasías de actividades sexuales desviadas pero no las realicen entra en contradicción con el modelo de condicionamiento, por lo que parece que éste suministra sólo una explicación parcial de los procesos que median el aprendizaje de las parafilias. Por ello, algunos autores han intentado generar hipótesis alternativas que permitan explicar por qué se mantienen estos comportamientos una vez adquiridos. En esta línea se enmarca la teoría de la terminación conductual (behavior completation) propuesta por McConaghy (1980) y a la que ya nos hemos referido cuando hablamos del exhibicionismo. Esta teoría parte de dos hechos: 1) el carácter compulsivo que tienen muchos de estos comportamientos (exhibicionismo, voyeurismo, frotteurismo, etc.), los propios sujetos informan de no poder contenerse de realizar estas conductas; y 2) con frecuencia estos sujetos se quejan más de una respuesta de activación general que de una respuesta de activación sexual ante este tipo de estímulos. Como se recordará, la idea básica del modelo es que, en base a la activación del mecanismo de terminación conductual, el sujeto ante determinadas claves estimulares asociadas a conductas habituales experimenta una intensa activación general que le compele a no detenerse en la realización de la conducta y completarla, ya que de esta forma desaparece la activación y el intenso malestar subjetivo asociado a ella. Una hipótesis alternativa a este modelo también generada por la observación de la cualidad compulsiva de estas conductas es la de que dichos comportamientos tienen un carácter adictivo (Herman, 1990). Sin embargo, los datos clínicos y la evidencia empírica no parecen avalar esta hipótesis, existiendo pocas semejanzas entre el comportamiento de los sujetos con desviaciones sexuales y el de los sujetos con adicciones (McConaghy, 1993). Otros autores (Freund, 1990; Freund y cols., 1983) conceptualizan desde una perspectiva etiológica las desviaciones sexuales como trastornos del cortejo (courtship disorders). Freund (1990) cree que las conductas sexuales están biológicamente determinadas. Identifica cuatro fases en las interacciones sexuales humanas: 1) localización y evaluación de la pareja; 2) fase de interacción pretáctil (esto es, mirar, sonreír, hablar...); 3) fase de interacción táctil, y 4) fase de unión genital. A cada una de estas fases le corresponde un patrón determinado de activación y cada una de ellas prepara para la fase siguiente, siempre que las claves de cortejo dadas por la pareja así lo indiquen. Freund señala que pueden producirse anomalías en el patrón de activación de cada una de estas fases produciéndose una exagerada intensificación del mismo, y esto es lo que ocurre en las desviaciones sexuales. Freund asocia la aparición de cada uno de los trastornos con la alteración de una de las fases del cortejo. Así, el voyeurismo se entendería como una alteración de la fase de localización y evaluación; el exhibicionismo de la fase de interacción pretáctil, el frotteurismo de la fase de interacción táctil y la violación de la fase de unión genital. Esto significa que el voyeurista, por ejemplo, experimenta el arousal típico de fases posteriores en la primera fase del cortejo sin que existan estímulos que inviten a dicha excitación. La idea sería, por lo tanto, que mientras en los sujetos normales las diferentes conductas de cortejo que realizan las personas del sexo opuesto dan información sobre el tipo de excitación que debe experimentarse, estando ésta graduada a lo largo de todo el proceso del cortejo, esto no sucede en los sujetos con parafilias. Se produce una desconexión entre dichas claves de cortejo y las conductas del sujeto, así como un aumento e intensificación de la excitación producida en cada fase, dependiendo del trastorno de que se trate. Este autor no indica, sin embargo, por qué se producen estas anomalías. También se ha enfatizado el papel que juega la imitación de modelos en el desarrollo de este tipo de conductas. La mayor parte de los autores encuentran relación entre el ambiente familiar en que se ha desarrollado el sujeto durante la infancia y la aparición sobre todo de ofensas sexuales y conductas de violencia. Marshall y Barbaree (1990), en su Capítulo 12 Trastornos sexuales reciente revisión sobre ofensores sexuales señalan que un porcentaje elevado de ellos ha tenido una pobre socialización durante la infancia; así mismo, muchos de ellos informan de haber presenciado de forma repetida escenas de violencia en el hogar. Todo ello parece facilitar el uso de la agresión como forma de interacción, e impide el acceso durante la adolescencia a unas apropiadas relaciones sociales. Desde otras perspectivas se ha subrayado la importancia de las actitudes y cogniciones hacia el sexo, que se van aprendiendo e internalizando a lo largo de todo el proceso de desarrollo. Finalmente, y de forma repetida, se ha aludido a que las desviaciones sexuales reflejan un déficit de habilidades —quizás mediado por la ansiedad— de comunicación social y heterosexual. F. PAUTAS GENERALES DE EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO En el ámbito de las parafilias no se han producido éxitos terapéuticos tan espectaculares como en el campo de las disfunciones, en gran parte porque el principal problema que plantea la intervención terapéutica con estos sujetos es la escasa motivación que tienen hacia el cambio, siendo muy pocos los que acuden a consulta por tener conciencia de tener un problema, haciéndolo normalmente bajo presión, bien de la familia, bien de la justicia, lo que explica el gran número de abandonos y el escaso éxito terapéutico. Previo a la intervención es necesario realizar una cuidadosa evaluación que proporcione información no sólo de las conductas sexuales del sujeto y de las actitudes hacia las mismas, sino también acerca de sus habilidades instrumentales (capacidad para hacer frente a situaciones de estrés, habilidades sociales y heterosexuales, etc.) y acerca del medio en que se desenvuelve (situación personal y laboral, existencia o no de redes de apoyo social). Esta información es fundamental de cara al desarrollo del tratamiento posterior dado que el objetivo a conseguir es no sólo suprimir las conductas sexuales desviadas, sino también y fundamentalmente establecer unos impulsos eróticos y unas conductas sexuales normales, por lo cual es fundamental conocer hasta qué punto el medio en que está inmerso el sujeto favorece o no la normalización de su vida sexual. Los primeros programas conductuales para el tratamiento de las desviaciones y ofensas sexuales fueron desarrollados en la década de los sesenta y los setenta, y estaban basados en la hipótesis de que estas conductas se aprenden mediante un proceso de condicionamiento. Por ello, los primeros procedimientos empleados fueron procedimientos de condicionamiento clásico cuyo objetivo era extinguir la excitación ante estímulos desviados, y generar excitación ante estímulos no desviados. Sin embargo, esto no parecía suficiente, dado que en la mayor parte de los casos existe un importante déficit de habilidades de afrontamiento, especialmente de habilidades sociales, por lo que se fueron añadiendo al tratamiento otras técnicas conductuales como entrenamiento en aserción, habilidades heterosexuales, etc. En los años ochenta y en paralelo al auge de las terapias cognitivas se han introdu- 343 cido técnicas dirigidas a modificar distorsiones cognitivas, ideas irracionales, etc. (McConaghy, 1993). En la actualidad, y fruto de esta evolución, se emplean programas de tratamiento de amplio espectro con el fin de abordar la conducta desde todas las vertientes posibles. Estos programas incluyen: 1. La eliminación de la excitación sexual ante estímulos desviados. Para ello se han utilizado fundamentalmente técnicas aversivas y fármacos antiandrógenos, que aunque no consiguen hacer desaparecer del todo los impulsos sexuales sí reducen en gran medida su intensidad y su frecuencia. 2. Aumento de la excitación sexual adecuada. El objetivo es que el sujeto vuelva a sentirse excitado por los estímulos sexuales normales. La técnica más utilizada ha sido el recondicionamiento del orgasmo. 3. Disminución de la ansiedad heterosexual. Con frecuencia estos sujetos presentan intensas respuestas de ansiedad asociadas a las relaciones heterosexuales; un objetivo clave del tratamiento es disminuir dicha ansiedad para que no bloquee el desarrollo de conductas posteriores. 4. Mejora del funcionamiento heterosexual. Los déficit en las relaciones interpersonales funcionan como facilitadores de las conductas parafílicas, que en muchos casos reflejan una incapacidad del sujeto para establecer una relación social y sexual normal y recíproca. El entrenamiento en habilidades sociales tanto generales como específicas (habilidades de ligue...) es fundamental en el tratamiento de estos pacientes. 5. Modificación de conductas desviadas asociadas al sexo. En algunas ocasiones los pacientes han adquirido comportamientos que culturalmente se consideran inadecuados para el sexo de pertenencia —por ejemplo, conductas afeminadas en un hombre— y que provocan las burlas y rechazos de los otros, facilitando el mantenimiento de la desviación sexual. En la Tabla 12.15 se ofrece un esquema de los objetivos terapéuticos a conseguir y de las técnicas de intervención que pueden utilizarse para ello. V. TRASTORNOS DE LA IDENTIDAD DE GÉNERO Estos trastornos, que son los menos frecuentes y los menos estudiados entre los trastornos sexuales, se caracterizan por la existencia de una incongruencia entre el sexo anatómico del individuo y su propia identidad de género, entendida ésta como la propia percepción o conciencia de ser hombre o mujer. Estas alteraciones presentan una gran diversidad en cuanto a su «gravedad», de modo que en las formas más leves la persona identifica perfectamente a qué sexo pertenece aunque experimenta malestar y sentimientos de adecuación respecto a ello, mientras que en las formas más extremas (como el transexualismo), junto a esos sentimientos de malestar, la persona tiene la sensación de pertenecer al sexo opuesto. Con la aparición de los procedimientos quirúrgicos de cambio de sexo, un número creciente de personas que experimentaban ese malestar hacia el propio género y que incluso 344 Manual de psicopatología Tabla 12.15 Tratamiento de las parafilias: objetivos terapéuticos y principales técnicas de intervención OBJETIVOS TERAPÉUTICOS TÉCNICAS UTILIZADAS Eliminación de la excitación sexual ante estímulos desviados. Técnicas aversivas (químicas, eléctricas), vergüenza, sensibilización encubierta. Fármacos antiandrógenos. Aumento de la excitación sexual adecuada. Recondicionamiento del orgasmo, moldeamiento, desvanecimiento. Disminución de la ansiedad heterosexual. DS (Desensibilización Sistémica) imaginaria y real. Exposición. Mejora en el funcionamiento heterosexual. Entrenamiento en habilidades sociales. Modificación de conductas desviadas asociadas al sexo. Modelado, autoinstrucciones, ensayo conductual. se vestían con las ropas del sexo contrario (transvestistas), comenzaron a plantearse el cambio de sexo y a solicitar este tipo de intervenciones (McConaghy, 1993). Esta situación, a pesar de afectar a un número muy pequeño de personas, ha sido objeto de una gran atención, debido en parte a lo controvertido del procedimiento de intervención. Sin embargo, esa atención se hace más evidente en los medios de comunicación social que en las publicaciones científicas, en las que los estudios sobre este tipo de trastornos siguen siendo más la excepción que la norma. y cuya identidad de género es masculina, puede rechazar abiertamente que se le etiquete como homosexual a causa de su atracción por las mujeres, e incluso puede insistir en que se le considere heterosexual, ya que él «se siente atraído por el otro sexo». Para evitar herir susceptibilidades algunos clínicos (véase Halgin y Whitbourne, 1993) aconsejan especificar la orientación sexual del individuo con un trastorno de la identidad atendiendo al género de la persona por la que se sienten atraídos (esto es, masculino, femenino, ambos o ninguno). Esta modificación ha sido introducida en el borrador del DSMTV (APA, 1994). A. CLASIFICACIÓN Y CRITERIOS DIAGNÓSTICOS B. DESCRIPCIÓN CLÍNICA El DSM-V recoge tres categorías diagnósticas dentro del grupo de los trastornos de la identidad sexual. Todas ellas se caracterizan por la aparición de malestar intenso y persistente acerca del propio sexo, estableciéndose diferenciaciones en función del momento de aparición del trastorno (infancia versus edad adulta) y de la presencia o no de transexualismo: 1. Trastorno de la identidad sexual en niños: Se manifiesta antes de la pubertad y se caracteriza por un profundo y persistente malestar en relación con el sexo anatómico y el deseo de pertenecer al otro sexo. 2. Trastorno de la identidad sexual en adolescentes o adultos: el sentimiento de inadecuación respecto al propio sexo va acompañado de una preocupación por deshacerse de los caracteres sexuales propios. Suele implicar cambios persistentes o recurrentes de ropa para adoptar el papel de las personas del otro sexo (transvestismo). 3. Trastorno de la identidad sexual no especificado: En él se incluyen todos aquellos casos que no reúnen los criterios para el diagnóstico de un trastorno de la identidad sexual específico. Para aquellos trastornos que se dan en la edad adulta el DSM-IV incluye la especificación de la orientación sexual del individuo: Con atracción sexual por varones, con atracción sexual por mujeres, con atracción sexual por ambos sexos o sin atracción sexual por ninguno. Esta especificación, en apariencia simple, supone múltiples dificultades en su aplicación, ya que, por ejemplo, un individuo cuyo cuerpo es femenino 1. Trastorno de la identidad de género en la infancia El estudio de este trastorno se planteó debido a la dificultad que supone el tratamiento de los transexuales adultos (Becker y Kavoussi, 1989). Los niños a los que se les da este diagnóstico suelen ser bastante femeninos, mientras que las niñas son masculinas; su comportamiento no se adapta a lo que los estereotipos sociales consideran que es apropiado para su sexo. Estos niños sienten aversión por vestirse con las ropas típicas de su sexo (los niños se ponen vestidos y joyas, mientras las niñas rehusan ponerse vestido y llevan el pelo corto) y detestan jugar a los juegos propios de su sexo (niños que prefieren jugar a las muñecas y niñas a las que les gusta jugar a vaqueros). Ambos sexos se identifican con modelos del rol del sexo contrario (el niño que en sus juegos quiere ser la madre). Incluso llegan a manifestar un rechazo abierto hacia sus caracteres sexuales. Así, la niña puede insistir en que desarrollará un pene o incluso simularlo con diversos objetos, negarse a orinar sentada, etc., mientras el niño muestra su desagrado hacia su pene y sus testículos, manifiesta querer amamantar a su bebé, etc. Este trastorno es más frecuente en niños que en niñas (al menos entre la población que acude a consulta por el problema) y suele comenzar antes de los 6 años (Davidson y Neale, 1990). No obstante, es un trastorno poco común. Los estudios retrospectivos de sujetos transexuales han revelado una alta incidencia de la conducta propia del sexo contrario durante la infancia de estos sujetos (Green, 1985). Sin embargo, los Capítulo 12 Trastornos sexuales datos apuntan que sólo algunos casos aislados de trastorno de identidad en la infancia desembocan posteriormente en transexualismo, siendo más frecuente la evolución hacia la homosexualidad (McConaghy, 1984). A la hora de establecer un diagnóstico de trastorno de identidad de género infantil conviene tener en consideración dos aspectos. Por un lado, la categorización de niñosfemeninos y niñas-masculinas está altamente determinada por los juicios y los estereotipos sociales, que son los que delimitan en qué medida una determinada pauta de conducta ha sobrepasado la frontera de lo «propio de su sexo» para entrar dentro del área reservada al sexo contrario. Es más, existen incluso diferencias en la tolerancia de estas desviaciones de género cuando se producen en niños y en niñas: por lo general, estas desviaciones son mejor aceptadas y toleradas en el caso de las niñas que en el de los niños, lo que puede influir sobre la mayor frecuencia clínica del trastorno entre estos últimos (al ser menos tolerado, se busca una solución para el problema). Por otro lado, Becker y Kavoussi (1989) señalan que en estas edades es difícil separar la identidad de género del rol sexual, por lo que la evaluación del niño ha de incluir tanto su conducta como la identidad de género. 2. Transexualismo Este diagnóstico presente en el DSM-III-R, ha desaparecido en el DSM-IV. La preocupación persistente sobre cómo deshacerse o modificar las características sexuales propias que caracteriza a estos sujetos les lleva con frecuencia a solicitar tratamientos hormonales o intervenciones quirúrgicas de cambio de sexo para adquirir las características sexuales del sexo con el que se autoperciben. De hecho, la mayor parte de los estudios sobre transexuales se han centrado en estas personas que solicitan el cambio de sexo, constatando que la mayoría de estos sujetos comenzaron a utilizar ropas del sexo opuesto antes de la pubertad, de una manera completa (es decir, toda la indumentaria, no sólo una o dos prendas) y en la mitad de los casos de manera permanente. En la mayoría de los casos dicen haberse sentido rechazados desde pequeños, y encontrarse «atrapados» en su propio cuerpo (McConaghy, 1984). La mayoría de los hombres, y casi todas las mujeres, sienten atracción sexual hacia los miembros de su propio sexo biológico (véase McConaghy, 1993). Según Becker y Kavoussi (1989), la mayoría de los transexuales masculinos tienen una orientación homosexual (atracción hacia los hombres), aunque aproximadamente a un 25% les atrae las mujeres (heterosexuales); es más, una vez que se ha producido el cambio de sexo y se han convertido en mujeres, algunos de estos transexuales heterosexuales tienen relaciones con otras mujeres. El matrimonio previo a la operación es más frecuente en los hombres que en las mujeres (Vershoor y Poortinga, 1988). Las mujeres, en cambio, son las que con mayor frecuencia establecen relaciones estables con miembros de su mismo sexo biológico antes de la operación (Fleming, MacGowan y Costos, 1985; Kockott y Fahrner, 1988). 345 Por otra parte, existe una alta proporción de trastornos psiquiátricos concomitantes con el transexualismo, predominando los trastornos de la personalidad narcisista, antisocial y límite, el abuso de sustancias y las conductas autodestructivas o suicidas (Meyer, 1982). Existen datos que apuntan que tan sólo un 30% de los transexuales no presenta otro trastorno (Hoening, Kenna y Youd, 1970). No obstante, todos estos datos deben tomarse con precaución, ya que es tendencia habitual entre las personas que solicitan un cambio de sexo reconstruir sus historias para maximizar las probabilidades de conseguirlo. Así, por ejemplo, durante años se creyó que los transexuales tenían una actividad sexual reducida (dato que se constató en diversos estudios efectuados durante la década de los cincuenta); sin embargo, los datos más recientes parecen indicar que no existe tal reducción de la actividad sexual, sino que simplemente se «construía» una historia que indicara tal reducción porque así creían tener más posibilidades de conseguir que les admitieran en los programas de cambio de sexo (véase McConaghy, 1993). Pero quizá el aspecto más controvertido y más estudiado del transexualismo sea el de su diferenciación respecto a otras conductas sexuales, especialmente el transvestismo (en el sentido amplio del término anteriormente especificado). La diferenciación puede resultar bastante difícil, ya que ambos tienen en común el hecho de vestirse con las ropas del sexo opuesto. Intentando delimitar esta cuestión, Brancroft (1974) distingue cuatro tipos de transvestistas: 1) el transvestista fetichista (generalmente varón) que obtiene excitación sexual vistiendo ropas del otro sexo; 2) el transvestista con doble rol, que normalmente viste con las ropas propias de su sexo y tiene una orientación heterosexual, pero que, ocasionalmente, cambia de indumentaria para hacerse pasar por miembro del otro sexo; 3) el transvestista homosexual, que tiene una orientación homosexual y se viste con ropas del otro sexo, a menudo con una intención más folclórica que sexual, y 4) el transvestista transexual que, a diferencia de todos los anteriores, usa el atuendo del sexo opuesto como una forma de expresión de su deseo de cambiar de apariencia (deseo relacionado con el malestar que le produce su apariencia actual). Brancroft señala que es posible que el transexualismo en la vida adulta se inicie con un transvestismo fetichista en la niñez, el cual, con el paso del tiempo, ha ido perdiendo su efecto excitante. Esta es precisamente la postura adoptada por el DSM-III-R, en el que la aparición de excitación sexual al vestir ropas del sexo opuesto supone un criterio de exclusión del diagnóstico de transexualismo (en realidad, este aspecto no se incluye entre los criterios diagnósticos, pero aparece especificado en la discusión acerca del diagnóstico diferencial entre transexualismo y fetichismo transvestista). Es más, el DSM-III-R acepta que el fetichismo transvestista y el transvestismo pueden evolucionar hacia un transexualismo, lo que parece implicar que la activación fetichista previamente experimentada desaparecerá. A este respecto, algunos autores (véase Blanchard y Clemmensen, 1988) señalan que la realidad clínica muestra a individuos que solicitan un cambio de sexo y que al mismo tiempo experimentan excitación al vestir ropas del sexo 346 Manual de psicopatología opuesto, lo que parece indicar la necesidad de introducir modificaciones en los criterios diagnósticos con objeto de eliminar la asunción implícita del DSM-III-R de que la activación fetichista y el transexualismo son mutuamente excluyentes. C. EPIDEMIOLOGÍA Existen muy pocos datos rigurosos acerca de la prevalencia e incidencia de los trastornos de la identidad de género, y además, los escasos datos existentes hablan de manera exclusiva del transexualismo. Sin embargo, a pesar de esta pobreza de resultados, parece haber un acuerdo generalizado acerca de la escasa frecuencia de estos trastornos y de su mayor prevalencia entre los hombres.3 El DSM-III-R sitúa la prevalencia del transexualismo en un caso por cada 30.000 habitantes en los hombres y de uno por cada 100.000 en las mujeres. Algunos autores van más allá, al estimar que existen un total de unos 30.000 casos de transexualismo en todo el mundo (Lothstein, 1982). Además, los hombres se interesan con una frecuencia 3 ó 4 veces mayor que las mujeres en el cambio de sexo (Meyer, 1982), aunque no hay diferencias entre ambos sexos en los porcentajes de los que finalmente pasan por el quirófano para un cambio de sexo. Algunos autores consideran que el transexualismo ha sufrido un incremento paulatino en su prevalencia desde que fue identificado. Así, Eklund, Gooren y Bezemer (1988) informan que en Holanda las tasas de transexuales se situaban en un caso cada 45.000 habitantes para los hombres y en un caso cada 200.000 habitantes para las mujeres en 1980; en 1983 las cifras se elevaban a un caso cada 26.000 y cada 100.000 habitantes, respectivamente; y en 1986 se estimaban en un caso cada 18.000 y 54.000 habitantes, respectivamente. Además, Eklund y cols. (1988) apuntan que la proporción de transexuales hombres/mujeres tiende a permanecer constante (3 a 1). Sin embargo, estos mismos autores señalan que dado que no se ha constatado una disminución en la edad de las personas que buscan tratamiento (como sería el caso si realmente se hubiera incrementado la prevalencia del trastorno), parece que los incrementos en las cifras responden a la mayor permisividad social hacia las operaciones de cambio de sexo. Del mismo modo, Tsoi (1988) atribuye las tasas anormalmente altas de transexualismo en Singapur (un caso cada 2.900 o cada 8.300 habitantes, para hombres y mujeres respectivamente) a la accesibilidad de las intervenciones de cambio de sexo. No obstante, hay que resaltar que los estudios sobre transexualismo presentan un problema adicional, ya que en la mayoría de los casos se centran en las personas que acuden a una consulta médica solicitando un tratamiento hormonal o un cambio de sexo. Sin embargo, algunos autores apuntan que la mayoría de los transexuales nunca entran en contacto con un programa de cambio de identidad, aunque obtienen hormonas en el mercado negro (Open Forum, 1978). 3 Respecto al resto de los trastornos de la identidad de género, el DSM-III-R no aporta datos epidemiológicos, aunque señala que el trastorno de la identidad de género en la niñez es muy poco frecuente y que es probable que el TISAA sea más común que el transexualismo. D. ETIOLOGÍA No existen explicaciones exhaustivas sobre la etiología de los trastornos de la identidad de género, sino tan sólo una serie de conjeturas con escaso y contradictorio apoyo experimental, que no permiten en ningún caso proponer modelos etiológicos integrados de los diferentes trastornos. La mayoría de esas «conjeturas» se centran en el transexualismo y hacen referencia a aspectos orgánicos tales como la existencia de una diferenciación hipotalámica prenatal, niveles plasmáticos disminuidos de testosterona en hombres transexuales y aumentados en mujeres, anomalías específicas del lóbulo temporal, tumores cerebrales, alteraciones cromosómicas, etc. Sin embargo, la evidencia con la que cuentan es equívoca y poco controlada, y no permite establecer conclusiones definitivas. Por su parte, los modelos psicológicos se basan en la aplicación «simple» de las teorías del aprendizaje y postulan que el problema surge a causa del reforzamiento de conductas propias del otro sexo por parte de los padres durante la infancia. Así mismo, desde los modelos del aprendizaje social se atribuye el trastorno a una identificación con modelos del mismo sexo. Finalmente, otros autores explican la aparición del transexualismo como un mecanismo que la persona establece para poder relacionarse con personas de su mismo sexo sin tener que aceptar la condición de homosexual. Este mecanismo sería más frecuente en mujeres transexuales que en hombres (en relación con la mayor frecuencia de relaciones estables tras la operación en éstas). Adicionalmente, en algunos casos la pareja puede resultar decisiva en la decisión de cambio de sexo: una de las mujeres puede someterse a una operación de cambio de sexo a requerimiento de su compañera que intenta con ello no sentirse homosexual (Otero, 1991). Como factores adicionales en el caso de los trastornos de identidad de género en la infancia cabe señalar la indiferencia o incluso el favorecimiento de la conducta del sexo contrario por parte de los padres (especialmente patente en el caso de las niñas); en la niña, vestir ropas de chico; en el niño, la falta de juegos masculinos en los primeros años o la sobreprotección materna que lleva a excluir los juegos bruscos o violentos; o la carencia de modelos del propio sexo en los primeros años de vida (Green, 1974). E. PAUTAS GENERALES DE EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO La mayoría de los individuos con transexualismo acuden a consulta para solicitar un cambio de sexo mediante procedimientos quirúrgicos en los que se modifican los genitales externos, y es muy difícil que acepten un tratamiento que tenga una Al hablar de «hombres» nos estamos refiriendo a aquellas personas cuyo sexo biológico es masculino, pero que se sienten y quieren llegar a ser mujeres. Del mismo modo, el término «mujer» se refiere a personas con sexo biológico femenino que se sienten y quieren llegar a ser hombres. Capítulo 12 Trastornos sexuales finalidad diferente. Es más, en algunos casos pueden ver la psicoterapia como un procedimiento para disuadirles de la cirugía (Becker y Kavoussi, 1989). En cualquier caso, cuando una persona solicita un cambio de sexo es necesaria una valoración cuidadosa para determinar qué candidatos son adecuados o no para someterse a la operación. Así, por ejemplo, ha de determinarse la posible presencia de otros trastornos psiquiátricos que han de ser tratados antes de decidir la intervención quirúrgica. La prueba más comúnmente adoptada es la comprobación de la capacidad del sujeto para vivir asumiendo el rol del sexo opuesto durante un período de tiempo determinado. Esta fue precisamente la resolución que se alcanzó ya en 1978 en la Cuarta Conferencia Internacional sobre Identidad de Género. Durante este «período de prueba» el transexual puede recibir tratamiento hormonal e incluso algunos autores aprueban la mastectomía para mujeres con deseos de convertirse en hombres. Más recientemente, en 1985, los Standards of Care han ratificado muchos de estos aspectos, al mismo tiempo que sugieren que la decisión final sea tomada por más de un profesional (incluso por un comité) y que se utilice la terapia psicológica como apoyo antes y después de la intervención para ayudar al transexual a adaptarse a su nueva vida. Según estos criterios, el período de adaptación al rol del otro sexo se sitúa en los 12 meses (aunque según otras orientaciones éste puede extenderse hasta los dos años). En España aún no existe una regulación respecto a este tema. Alternativamente, existen algunos datos acerca de la utilización exitosa de la terapia de conducta en la modificación de la identidad de género. Así, Rekers y Lovaas (1974) modificaron las conductas «femeninas» de un niño de 5 años al que se le había diagnosticado un trastorno de la identidad mediante reforzamiento diferencial por parte de los padres de las conductas «masculinas» (juegos «de niños», vestirse con ropas de niño, estar con otros niños, etc.). Por su parte, Barlow, Reynolds y Agras (1973) aplicaron un tratamiento conductual a un transexual de 17 años. El tratamiento incluía la identificación de las pautas de conducta femeninas (como la forma de sentarse, de caminar, de hablar, etc.) y la modificación de esas conductas con la ayuda de cintas de vídeo y el modelado de las conductas masculinas. Así mismo, para cambiar el patrón de excitación homosexual por uno heterosexual se utilizaron procedimientos basados en el condicionamiento clásico en los que se emparejaban diapositivas de hombres con diapositivas de mujeres. A continuación se utilizaron procedimientos aversivos para reducir el atractivo que para el sujeto tenían las diapositivas de hombres. Los resultados de este trabajo fueron muy positivos, ya que cinco años después se mantenía la identidad masculina y la orientación heterosexual. Sin embargo, la aplicación posterior de un procedimiento similar a otros dos casos obtuvo éxito en cuanto al cambio de identidad, pero no en el cambio de orientación sexual (Barlow, Abel y Blanchard, 1979). VI. CONCLUSIONES Aunque, como se señalaba al comienzo del capítulo, es difícil con frecuencia establecer el límite entre lo normal y lo anor- 347 mal en el comportamiento sexual, se aprecia en el último cuarto de siglo un incremento considerable en la cantidad de trastornos sexuales conocidos o declarados en la población, tanto de disfunciones como de desviaciones o trastornos de identidad. Las cifras del informe ECA señalando que las disfunciones afectan al 24% de los adultos, siendo el segundo diagnóstico más frecuente tras el uso del tabaco, son un dato evidente al respecto. Pero es posible que este aumento en las tasas de diagnósticos o en los casos conocidos pueda deberse, más que a un aumento en la incidencia de estos problemas (las cifras parecen mantenerse), al cambio social producido respecto a la consideración de la sexualidad. La mayor importancia que se otorga a la vida sexual en general y a lograr una adecuada satisfacción en particular, así como el mayor conocimiento al respecto, hacen que un número creciente de personas identifique sus conductas sexuales anómalas como tales y traten de conseguir una mejora de ésta, en la mayoría de los casos buscando ayuda profesional al respecto. Lejos afortunadamente están los tiempos en que era considerado inadecuado o de «mal gusto» hablar de la propia sexualidad, o adoptar posturas de resignación para los propios problemas sexuales. También está abandonándose la postura de ocultar o silenciar problemas derivados de la conducta sexual de otras personas, las denominadas ofensas sexuales (exhibicionismo, sadismo, voyeurismo...), con frecuencia debido a la culpabilización de las propias víctimas. Así mismo, se ha facilitado el reconocimiento de problemas de identidad de género al disminuir la represión social de este tipo de alternativas sexuales. Afortunadamente, los avances en los programas de intervención, en especial los relacionados con las disfunciones sexuales, han producido un cambio decisivo en la eficacia de los mismos a partir de 1970, fecha de la publicación de libro de Masters y Johnson Human Sexual Inadequacy (Incompatibilidad sexual humana). Los resultados, para las disfunciones, son en general muy positivos y en reducidos períodos de tratamiento, lo que alienta a las personas con estos problemas a acudir a los profesionales. Un aspecto destacable, también en el ámbito de las disfunciones, es el cambio en las poblaciones que acuden en busca de ayuda profesional. Como señala Labrador (1994), frente a los trabajos iniciales de Masters y Johnson en los que sólo se trataba a adultos «normales» (que no presentaban ningún otro problema psicopatológico al margen de su disfunción), cada vez resulta más difícil encontrar estos «casos puros» de disfunción sexual. Día a día se ha incrementado el número de parejas que acuden con otros problemas psicopatológicos además de sus disfunciones sexuales, quizá debido a que las parejas «normales» solucionan parte de sus problemas de manera autónoma con el abundante material de ayuda disponible. Probablemente, el punto más problemático todavía es el de los problemas de falta de deseo sexual (DSI) y aversión o fobia al sexo. No es fácil integrar este tipo de problemas con las restantes disfunciones sexuales, ni a la hora de tratar de explicar su génesis o mantenimiento, ni a la hora de proceder a la intervención. La menor eficacia terapéutica conseguida en estos casos señala la necesidad de desarrollos innovadores para este tipo de problemas. 348 Manual de psicopatología Algunas consideraciones adicionales señalan el efecto positivo que ha tenido la mejora en la educación sexual, en especial la mayor amplitud de miras a la hora de considerar qué conductas sexuales son «normales». El incremento en el número de conductas y prácticas sexuales consideradas normales ha facilitado la disminución de algunos problemas, por ejemplo los problemas de anorgasmia femenina. Si bien algunas voces han señalado que, como contrapartida, se ha incrementado también el número de desviaciones sexuales o parafilias y quizá de los problemas de identidad de género. Respecto a las parafilias se señala que ha aumentado el número de conductas parafílicas, pero no el número de personas que presentan estos trastornos. Este incremento, en parte, se debe a que ha aumentado la variedad de conductas sexuales habituales y que la distancia entre algunas de éstas y las consideradas desviaciones es pequeña (por ejemplo, algunos casos de fetichismo, etc.). Por otro lado se aprecia una mayor permisividad social con respecto a determinadas conductas anteriormente denominadas desviaciones, siempre que se produzcan de común acuerdo entre ambos miembros de la pareja. Así pues, se aprecia una mayor variedad de conductas sexuales, lo que provoca el traspasar más fácilmente la frontera de lo «normal», apareciendo más conductas «desviadas», a la vez que mayor permisividad y amplitud de miras a la hora de aceptar como «normales» las diferentes variaciones en la conducta sexual. No hay que perder de vista el valor cultural que impregnan determinandas calificaciones o diagnósticos, en especial en este ámbito de la sexualidad. No hace mucho tiempo algunos consideraban (o a lo peor todavía consideran) desviación sexual a todo lo que no sea coito en postura hombre arriba dentro de una pareja legalmente casada. Por otro lado, el tratamiento de las parafilias no ha alcanzado niveles de eficacia tan elevados como el de las disfunciones. En primer lugar por la escasa voluntariedad de las personas con estos problemas para someterse a tratamiento. Así mismo, el escaso número de personas que acude a tratamiento de forma voluntaria dificulta el desarrollo de programas de intervención eficaces. Por último, la falta de modelos explicativos de estos trastornos también dificulta el avance de procedimientos de intervención. Respecto a los trastornos de identidad sexual, el panorama es aún más desalentador. No hay referencias precisas ni respecto al número de personas afectadas, ni a las causas de los diferentes trastornos, ni mucho menos a las posibilidades de intervención, que en la actualidad se centran en posibles intervenciones de carácter biológico. En general, en todos los trastornos sexuales se echa de menos la existencia de modelos teóricos explicativos de la génesis, desarrollo y mantenimiento de los problemas. Es cierto que se han hecho progresos importantes en la intervención, pero el modo de proceder no ha abandonado aún los desarrollos eminentemente empíricos. La forma habitual de abordar los problemas consiste en describir un problema, incluir algún concepto explicativo intermedio (en la mayor parte de los casos, en especial en las disfunciones, la ansiedad) sobre la etiología, y proceder a un programa de intervención derivado empíricamente. Las dificultades que esta forma de proceder supone para el desarrollo científico en este cam- po son evidentes. Algunas tentativas colaterales, como las desarrolladas a partir de modelos generales de personalidad, bien buscando personalidades anormales o características específicas en las personas con estos problemas, sólo han conseguido nuevos fracasos. Las consideraciones más generales al respecto parecen primar la importancia de los aspectos psicosociales, frente a las consideraciones inciales de estos problemas como problemas médico-orgánicos. Los aspectos de aprendizaje y modelado social parecen tener un papel preponderante en el desarrollo de estos problemas. VII. RESUMEN DE ASPECTOS FUNDAMENTALES El funcionamiento sexual es un aspecto esencial de la existencia humana que está afectado por variables de muy diversa índole (bioquímicas, fisiológicas, culturales, religiosas, sociales, emocionales, etc.). En ciertas condiciones la sexualidad es fuente de placer para el individuo, pero en otras puede generar una notable frustración y malestar. Es precisamente en esas ocasiones cuando hablamos de trastornos sexuales. La sexualidad y sus trastornos ha sido la gran desconocida de la ciencia, siendo tradicionalmente campo reservado a filósofos, sociólogos o teólogos. En esta situación, los primeros estudios científicos que comenzaron a mediados del presente siglo tuvieron una amplia repercusión social que se ha visto reflejada en un cambio paulatino de las concepciones sobre la sexualidad en los ámbitos sociales y científicos, con un consiguiente incremento de la preocupación por conseguir un adecuado funcionamiento sexual. De este modo, el sexo ha entrado a formar parte de los aspectos tratados por los profesionales de la salud en aras a la consecución de una mejor calidad de vida. En el presente capítulo se analizan los diversos aspectos de la sexualidad humana diferenciando por un lado la propia respuesta sexual y por otro la denominada identidad sexual, que abarca la identidad de género o percepción individual de ser hombre o mujer; el rol o papel sexual, que implica todo lo que la persona hace o dice para identificarse ante los demás como hombre o mujer; y la elección de objeto sexual u orientación sexual. Tras este análisis introductorio del funcionamiento sexual «normal» el capítulo se centra en los trastornos sexuales, que suponen la alteración de cualquiera de los aspectos de la sexualidad. Para ello, y tras analizar la clasificación de estos trastornos en los sistemas diagnósticos de la Asociación Psiquiátrica Americana y de la Organización Mundial de la Salud, se adopta el esquema utilizado por la clasificación que goza de una mayor difusión (el DSM-III-R), diferenciando tres grupos de trastornos sexuales: las disfunciones sexuales, las parafilias y los trastornos de la identidad de género. Las disfunciones sexuales aparecen cuando existen problemas fisiológicos o psicológicos que dificultan la participación o la satisfacción en las actividades sexuales. Estos problemas pueden manifestarse en cualquiera de las fases de la respuesta sexual, lo que ha llevado a diferenciar trastornos del deseo sexual (generalmente inhibición), trastornos de la activación Capítulo 12 Trastornos sexuales sexual (manifestados en el caso del hombre como trastornos de la erección), trastornos del orgasmo (anorgasmia femenina y problemas de eyaculación, principalmente) y trastornos por dolor (dispareunia y vaginismo). Este tipo de trastornos afecta a una buena parte de la población (el estudio ECA sitúa su prevalencia en un 24%), aunque sólo una minoría de quienes los padecen buscan ayuda profesional para su problema. La etiología de las disfunciones sexuales es multifactorial, implicando factores como ansiedad, falta de habilidades y conocimientos sobre sexualidad y adopción del rol de espectador. Estos factores psicológicos interactúan con factores culturales (especialmente con una educación sexual escasa o inadecuada), con factores orgánicos y con el consumo de ciertas sustancias (fármacos o drogas). De todos estos factores, probablemente el más estudiado, y también el más controvertido sea «la ansiedad», cuyo efecto parece estar mediatizado por las respuestas cognitivas del sujeto en la situación de actividad sexual. Los términos parafilias, desviaciones sexuales o trastornos de la inclinación sexual hacen referencia a una serie de comportamientos sexuales caracterizados por la excitación del sujeto ante objetos y situaciones que no forman parte de los patrones sexuales normativos, o porque el sujeto necesita para obtener placer la presencia de determinados estímulos que se apartan de lo que se consideran estímulos sexuales normales. Los trastornos incluidos bajo la categoría diagnóstica de parafilias en el DSM-IV son los siguientes: exhibicionismo, fetichismo, frotteurismo, paidofilia, masoquismo sexual, sadismo sexual, fetichismo transvestista y voyeurismo. Finalmente se incluye una categoría residual de parafilias no especificadas que debe usarse en aquellos comportamientos que constituyendo una parafilia no hayan podido ser clasificados en ninguna de las categorías anteriores, por ejemplo la zoofilia, la necrofilia, etc. Todavía se sabe poco acerca de su etiopatogenia, y los modelos explicativos existentes no permiten explicar de forma convincente el desarrollo y mantenimiento de estas conductas. Desde una perspectiva biológica no existe evidencia empírica que avale la presencia de un factor de tipo biológico que pueda identificarse como claramente implicado en el desarrollo de las parafilias. Desde una perspectiva psicológica se han aportado diversas explicaciones, unas basadas en los modelos de condicionamiento y que explican las parafilias en base a la asociación entre determinadas situaciones estimulares con una respuesta de excitación sexual. Y otras que subrayan la importancia de ciertas actitudes y cogniciones hacia el sexo, así como la ausencia de habilidades heterosexuales que faciliten una relación sexual normal. Ambas hipótesis no son contradictorias, sino más bien complementarias. Por último, el grupo de los trastornos de la identidad de género alude a una serie de trastornos que suelen iniciarse en la infancia y que se caracterizan por la existencia de una incongruencia entre el sexo anatómico del individuo y su propia identidad de género. Estos trastornos son muy poco 349 frecuentes, presentándose en una proporción mucho mayor de hombres que de mujeres. La etiología de estos trastornos es en buena medida desconocida. VIII. TÉRMINOS CLAVE Anorgasmia/disfunción orgásmica: Disfunción sexual caracterizada por la dificultad o imposibilidad de alcanzar el orgasmo, tras una fase de excitación normal, durante una actividad sexual que se considera adecuada en cuanto a tipo de estimulación, intensidad y duración. Deseo Sexual Inhibido (DSI): Disfunción sexual caracterizada por la carencia o disminución del apetito sexual y por la no atracción por el sexo y la posibilidad de llevar a cabo relaciones o conductas sociales. Disfunción sexual: Trastornos en los que problemas fisiológicos o psicológicos dificultan la participación o la satisfacción en las actividades sexuales. Suponen una alteración en cualquiera de las fases de la respuesta sexual. Dispareunia: Disfunción sexual caracterizada por dolor genital (en mujeres u hombres) antes, durante o tras el coito. Exhibicionismo: Parafilia caracterizada por la obtención de un alto nivel de excitación sexual a través de la exposición de los genitales a una persona en un lugar público y sin que exista intento de realizar una actividad sexual posterior. Eyaculación precoz: Disfunción sexual caracterizada por la eyaculación ante una estimulación sexual, antes, durante o inmediatamente después de la penetración, y antes de que la persona lo desee. Fetichismo: Parafilia que se caracteriza porque la principal fuente de excitación sexual del sujeto es la observación o manipulación de objetos inanimados (ropa interior, distintas prendas de vestir...). Frotteurismo: Parafilia que consiste en la obtención de placer de forma preferente o exclusiva a través del frotamiento de los órganos genitales contra el cuerpo de una persona desconocida o sin el consentimiento de ésta. Identidad sexual: Hace referencia a la forma en que una persona se identifica como perteneciente a uno u otro sexo. Incluye tres facetas: la identidad de género o percepción individual de ser hombre o mujer; el rol sexual o expresión pública de la identidad de género; y la orientación sexual o elección de objeto sexual. Impotencia: Fallo en la obtención y/o mantenimiento de la erección en el hombre. Se considera disfunción sexual cuando se presenta en al menos el 25% de las relaciones o intentos de relación sexual. Masoquismo: Parafilia consistente en la necesidad de ser humillado, atacado, maltratado, etc., para obtener placer sexual. Paidofilia/pedofilia: Parafilia caracterizada por la presencia de fantasías y conductas que implican la actividad sexual de un adulto con un niño. Parafilia/desviación sexual: Se caracteriza por intensas y repetidas necesidades, fantasías o conductas sexuales que generalmente implican objetos anómalos —animales, objetos inanimados, niños—, formas de relación anómalas como sufrimiento o humillación propia o del compañero, o relaciones con personas que no consienten. Respuesta sexual: Reacción del organismo a la estimulación sexual que implica el desarrollo de cambios a diversos niveles (anatómico, motor, emocional, etc.). Sadismo: Parafilia caracterizada por la necesidad de infligir daño a otra persona para excitarse sexualmente. 350 Manual de psicopatología Transexualismo: Trastorno de la identidad de género en adolescentes y adultos, malestar persistente y un sentimiento de inadecuación respecto al propio sexo anatómico en una persona que ha alcanzado la pubertad y acompañado por una preocupación persistente acerca de cómo deshacerse de las características sexuales del propio sexo y adquirir las del sexo opuesto. Transvestismo: Utilización continuada de las ropas propias del sexo opuesto. Trastorno de la identidad sexual/de la identidad de género: Disociación entre el sexo anatómico y la propia identidad sexual. Trastorno sexual: Comportamientos de carácter sexual o aspectos de la actividad sexual que conllevan experiencia subjetiva de malestar o que producen malestar a otra persona. Vaginismo: Disfunción sexual caracterizada por la aparición de espasmos en la musculatura del tercio externo de la vagina que interfieren o incluso llegan a impedir el coito. Voyeurismo: Parafilia que se caracteriza por ser la principal fuente de excitación sexual para el sujeto la contemplación de personas desnudas o realizando algún tipo de actividad sexual. IX. LECTURAS RECOMENDADAS Carrasco, M. J. (2001). Disfunciones sexuales femeninas. Madrid: Sintesis. Carrobles, J. A. I., y Sanz, A. (1991). Terapia sexual. Madrid: Fundación Universidad-Empresa. Crooks, R., y Baur, K. (2000). Nuestra sexualidad. México: Thompson. Farré, J. M. (1991). Parafilias: Psicopatología y tratamiento. Cuadernos de Medicina Psicosomática, 77, 28-41. Hawton, K. (1988). Terapia sexual. Barcelona: Doyma. (Publicación original: 1985.) 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