EL MISTERIO DE LOS SANTOS SIERVO DE DIOS P. ALEKSANDER ŻYCHLIŃSKI (Traducción libre del escrito original en polaco, para uso privado) CONTENIDO GENERAL Presentación 1. 2. 3. 4. 5. . . . . . La iniciación en el misterio de los santos La plenitud en el misterio de los santos El apostolado según el Espíritu . . Anexo . . . . . . Nota biográfica . . . . . . . . 5 . . . . . . . . . . . 7 . 53 . 85 . 99 102 Presentación Quien tenga la posibilidad de leer estas páginas, se acerca a un depósito de sabiduría cristiana. Su autor es un sacerdote polaco que vivió el drama de las dos guerras mundiales, y que, apoyado en la doctrina sólida y reconocida de santo Tomás de Aquino, de santa Teresa de Jesús y de san Juan de la Cruz, muestra el camino que el creyente deseoso de perfección deberá recorrer para alcanzar la meta de la santidad. El escrito original se halla, obviamente, en polaco, y ha sido traducido al inglés y al alemán, pero todavía no al castellano. Mientras eso sucede, tenemos esta traducción libre que fue llevada a cabo hace ya varios años por personas de buena voluntad que, conociendo suficientemente la lengua polaca, quisieron poner en manos del lector castellano la riqueza de varias obras de espiritualidad. Y estas son tres de ellas. La primera, La iniciación en el misterio de los santos, fue incluso publicada en la Arquidiócesis de Puebla por el Movimiento de las Familias de Nazaret, como parte de una pequeña Biblioteca de Espiritualidad que estaba al servicio de los miembros del Movimiento, como material de uso privado. Las otras dos, La plenitud en el misterio de los santos y El apostolado según el Espíritu, solamente se trabajaron en el escritorio y nunca fueron impresas. Con el objeto de enriquecer la formación de los profesores de Educación en la fe del Plantel San Pedro del Instituto México de Puebla y de dar a conocer estos escritos a personas que desean vivir mejor su condición bautismal y colaborar eficazmente en la tarea evangelizadora de la Iglesia y en la construcción del Reino de Dios, he puesto las tres pequeñas obras en un solo texto, de modo que, sin tener unas hojas por un lado y otras por otro, quien gusta de la lectura espiritual pueda acceder, de una sola fuente, a las enseñanzas del P. Aleksander Żychliński en estos valiosos escritos, publicados por primera vez en 1937 y que han sido varias veces editados. Una de las últimas ediciones es la Kessinger Publishing (2007), titulada The Heavenly Wisdom Of The Saints. A Practical Guide To Spiritual Life. No sorprenda a nadie la imperfección de este material, pues su presentación no responde a un anhelo de brindar una traducción oficial, ni de pretender algún interés comercial, sino, únicamente, de favorecer –al menos en sus contenidos generales– el contacto con la rica experiencia de grandes maestros espirituales que, con su sabiduría y su testimonio de vida, provocan ahora amorosamente nuestra toma de conciencia frente a la llamada, siempre nueva y siempre antigua, de procurar la perfección cristiana. Algunas notas al pie de página y expresiones colocadas entre corchetes han sido añadidas con el propósito de apoyar al lector en la comprensión de cuestiones circunstanciales, lingüísticas o doctrinales que pueden resultarle poco familiares. Dios quiera que muchos puedan encontrar en estas páginas, reunidas bajo el título de El misterio de los santos y un alimento que nutra de verdad su vida interior. P. MARC, 17 de marzo de 2015. 1. LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 8 EL MISTERIO DE LOS SANTOS ÍNDICE Introducción . . . . . . . 9 I. El trabajo interior . . . . . . 9 II. El espíritu de la oración . . . . . 16 III. "Vuestra vida está oculta con Cristo en Dios" (Col 3,3) . 32 IV. El misterio de la vida interior . . . . 40 Conclusiones prácticas . . . . 51 . LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 9 Introducción "Quiero tener una vida interior verdadera, pero no sé cómo. Ni siquiera veo claramente por dónde empezar. No tengo ningún esquema que me guíe para realizar un trabajo interior". –¡Con qué frecuencia nacen lamentos parecidos en las almas de buena voluntad! A estas almas "que buscan" dedicamos Iniciación en el misterio de los santos, en el que damos las principales indicaciones prácticas para la vida espiritual. I. EL TRABAJO INTERIOR Quien no quiere llegar a ser un verdadero santo, vive en vano. ¿Acaso no somos creados precisamente para eso? Por medio de la santidad cumplimos todas nuestras obligaciones. En ella encontramos la paz imperturbable y la felicidad verdadera. ¿La santidad es posible para mí? –Claro que sí. Ella es precisamente para ti. …Sólo que hay que considerar bien qué es la santidad. Dicen los teólogos que la santidad consiste en el amor. Y con razón. La medida en que una persona está llena de amor es la medida de su unión con Dios y de su santidad. Sin embargo, nadie puede alcanzar el amor con su propio esfuerzo. El amor es el más excelente de los dones divinos; Dios mismo lo infunde en nuestras almas. Entonces, la respuesta de que la santidad y la perfección consisten en el amor es verdadera, pero si la miramos más desde el lado de Dios que del lado de la voluntad y el esfuerzo humanos. …La respuesta es teológica, pero no práctica. Ahora nos interesa, sobretodo, la práctica: lo que hemos de hacer de nuestra parte, en la vida diaria, para tener una verdadera vida espiritual, para llegar a ser santos. ¿Está la santidad, prácticamente, en nuestras manos? –Sí. Pero, ¿en qué consiste la práctica de la santidad? –En "querer". ¿Qué he de hacer para ser santa?, le preguntaba santa Escolástica a su hermano san Benito. – "Querer", le respondía él sencillamente. Y cuando por segunda y tercera vez le hacía la misma pregunta, siempre recibía la misma respuesta: "querer", "querer". Conclusión: ¡querer! o, por lo menos, querer querer. Eso es lo primero que tenemos que lograr cuando iniciamos la vida espiritual. Pero también hay que "saber querer", y para eso hay que tomar conciencia de qué es exactamente lo que se quiere. 10 EL MISTERIO DE LOS SANTOS Concretamente, ¿qué hay que querer para llegar a la perfección? ¿Acaso sacrificar, sin objeciones, las propias fuerzas, posesiones, tiempo, y a sí mismo en favor del prójimo? –Claro que sí. El celo por el bien del prójimo es algo santo; sin embargo, por sí mismo, no genera ni constituye la santidad, …más bien la supone. Quien juzgara que la santidad consiste en el celo exterior cometería un gran error, y quien procediera en la vida consecuentemente con esta ilusión nunca llegaría a ser perfecto, no obraría el bien y, tal vez, causaría muchísimo más mal que bien. En este imprudente 'culto al celo exterior' hay mucho peligro. Su apariencia es extraordinariamente atrayente a los ojos; sin embargo, san Pío X escribe que trae consigo consecuencias fatales. El que quiere suplir su propia perfección interior con el celo exterior se engaña a sí mismo, porque quedará delante de Dios y de su propia conciencia con las manos vacías. Sus obras, aunque parezcan magníficas, no generarán frutos perdurables, porque todos ellos estarán agusanados, es decir, ensuciados por motivos terrenales. E, incluso, podemos decir que sus frutos son muertos, porque carecen de amor. Donde no hay verdadera vida interior –escribe san Juan de la Cruz– todo el celo exterior "es martillar y hacer poco más que nada, y aún a veces daño"1. El auténtico celo por la salvación de las almas es fruto de la perfección. Entonces, ¿qué he de "querer" para llegar a ser perfecto? –Debes querer negarte a ti mismo – así enseña san Pío X de acuerdo con las palabras de Cristo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo" (Mt 16,24)–. ¡Negarse a sí mismo! He aquí el punto prácticamente decisivo en la vida espiritual. Aquí entra en juego nuestra voluntad, nuestra propia iniciativa, el trabajo de nuestra parte. Cuando lo realicemos, encontraremos todo lo demás por añadidura. Con esto empieza la obra de nuestra santificación en lo que ella depende de nosotros. Entonces, sólo se trata de entender bien qué es negarse a sí mismo, qué es mortificación o abnegación. ¿Negarse a sí mismo es utilizar las mortificaciones externas agrupadas en torno a la oración, el ayuno y la limosna, y que de vez en cuando nos imponemos voluntariamente? –Claro que sí. Las mortificaciones de este tipo son buenas y saludables. Son una ayuda de gran valor en el camino de la perfección, sobre todo al principio, cuando el orgullo, la concupiscencia de la carne y de los ojos acosan con tanta fuerza2. También son útiles en las cumbres de la vida espiritual cuando el alma se vale de las obras de penitencia para manifestar su amor ardiente y su deseo de sacrificio y reparación. Sin embargo, estas prácticas son esporádicas y 1 San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, Canción 28, pág. 340, Porrúa, 3a. Ed., México, 1984. Cf. Jesús Martí Ballester, Cántico espiritual leído hoy, Anotación para la canción 29, n.3, pág. 163, Paulinas. Colección Fermentos, 5a. Ed., Madrid 1982. 2 El orgullo es el exceso de la estimación propia; la concupiscencia de la carne, el apetito de los deleites sensibles; y la concupiscencia de los ojos, la ambición de los bienes terrenos. LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 11 circunstanciales. Son una ayuda, pero no el contenido de la vida interior; son un medio, pero no la meta. El negarse a sí mismo –en el que consiste la perfección de la vida interior prácticamente hablando– es un trabajo sencillo, de todos los días. No consiste en hacer cosas extraordinarias o grandes obras. Por eso la santidad y la perfección son algo sencillo que se encuentra en el camino ordinario de nuestra vida. Todo el misterio consiste en comprender bien qué significa “trabajo” en la vida espiritual. ¿Es, acaso, trabajo físico? –Claro que sí, también es un trabajo físico. Cada vocación, cada profesión, exigen cierto esfuerzo físico. Hasta una carmelita descalza sabe lo que es el desgaste corporal. En la vida de algunas personas, este tipo de esfuerzo constituye la ocupación principal; para otros, es más bien algo adicional o circunstancial. De todas maneras, el trabajo físico, como mortificación del cuerpo, tiene valor para la vida espiritual, si se realiza por buenos motivos. Más difícil y fatigoso es el trabajo mental, la mortificación del entendimiento. Para algunos, ésta es también la ocupación principal; en la vida de otros se destaca menos. Pero puede y debería servir para la formación interior, siempre y cuando lo guíen motivos nobles. Finalmente, el más difícil y fatigoso de todos es el trabajo moral. Sólo en éste está el pleno negarse a sí mismo, en todo el sentido de la palabra. ¿Qué es trabajo moral o interior? ¿Es el que consiste en la realización de ciertos ejercicios espirituales, como la meditación sistemática y el examen de conciencia? –Es evidente que las prácticas de la vida espiritual son un factor importante en el trabajo interior. Es un firme axioma de la enseñanza tradicional sobre la vida espiritual –y una práctica de siglos– que sin meditación u oración mental, y sin examen de conciencia diario, el trabajo sobre la vida interior es casi imposible. Esto lo encontramos incluso adaptado a las exigencias modernas en las obras de san Francisco de Sales3. Estas prácticas son instrumentos imprescindibles por los cuales abrimos camino hacia nuestro interior, para allí realizar una limpieza radical, encontrar a Dios e intimar con Él. La experiencia nos enseña, de la manera más elocuente, cuánto esfuerzo y tenacidad se necesitan, cuánto hay que "querer" para guardar fielmente las prácticas de meditación y examen de conciencia. Aun cuando sea tan sencillo entablar una conversación amistosa, sincera, natural con Dios, quien verdaderamente habita en mi alma; presentarle con mis palabras lo que hay en ella: peticiones, deseos, temores, esperanzas, tristezas, alegrías; honrarlo, amarlo, entregarme a Él con confianza. 3 San Francisco de Sales (1567-1622), obispo de Ginebra, se esforzó por dar a conocer la importancia de que todo bautizado cultivara su vida interior, sin importar su condición o sus actividades temporales. Dos obras suyas son magníficas: Introducción a la vida devota y Tratado del amor de Dios. 12 EL MISTERIO DE LOS SANTOS La enseñanza ascética cuenta con varias maneras de hacer oración mental, aunque, realmente, hay tantas cuantas almas la practican. Porque el Espíritu Santo guía a cada alma por una senda personal. Entonces, en cuanto al método de la oración mental, no hay problema. Además, el método es algo secundario. Aquí decide más la voluntad, el esfuerzo, el trabajo en la perseverancia. No se debe descuidar la oración mental, aunque ésta consistiera en un simple, mudo, árido y agotador permanecer en la presencia de Dios invisible; aunque sólo fuera una espera paciente a que termine el tiempo destinado para ella. Perseverar, querer perseverar; esa es la divisa principal de las prácticas externas en la vida espiritual, especialmente de la oración mental y del examen de conciencia. Si –como dije– este trabajo que se encuentra, de cierta manera, en la periferia de la vida espiritual, exige tanto esfuerzo y tenacidad que pocos logran decidirse a él, cómo será cuando nos concentremos en el trabajo interior esencial en el que consisten la perfección y la santidad. Veamos, pues, lo central de la santidad en la vida práctica. Ya no vamos a ocuparnos de los medios, sino de la cosa en sí misma; dejamos los factores más o menos externos para centramos en lo puramente interior. ¿En qué consiste el trabajo interior por excelencia? –Quienquiera que inicie el trabajo interior, debe estar profundamente convencido de que en su alma vive un ídolo en forma de propio "yo" egoísta. El pecado original lo introdujo en el alma y se intensifica por los pecados personales. El ídolo tiene tres potentes brazos: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y el orgullo, los cuales, a cada momento se levantan para someter, en favor del suyo, todo lo que hay en el hombre o lo que tiene cualquier contacto con él. El egoísmo quiere ser el amo absoluto. ¿Acaso no es así en nuestra vida? Nuestra naturaleza egoísta, ¿no levanta constantemente la cabeza como un ídolo? Su poder oculto, ¿no se manifiesta continuamente en nuestros pensamientos, deseos, sentimientos e imaginaciones? A cada momento tenemos pruebas palpables que nos permiten convencernos fuertemente de que en nosotros hay un fermento de egoísmo fatal que mancha todo nuestro interior. Por lo tanto, hay que decidir: o lo uno, o lo otro; o yo mismo encadeno a este ídolo traidor del egoísmo, o él me somete a mí. En esta decisión, llevada a cabo perseverantemente, está el punto prácticamente decisivo para toda la vida espiritual. Entonces, cueste lo que cueste, me decido a dominar mi propio egoísmo y todo lo que nace de él, y a conquistarme a mí mismo para Dios. En vez del ídolo egoísta, Su voluntad ha de reinar en mí y en toda mi vida. Quiero pensar, desear y actuar lo que Dios quiere, como Dios quiere, y porque Dios así lo quiere, y el egoísmo no ha de tener influencia en mi vida interior ni exterior. Pero, ¿cómo llegar a esto? –Por medio del mismo trabajo interior, que consiste, primero que todo, en reaccionar de inmediato y decididamente cuantas veces el "yo" egoísta dé señales de LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 13 vida, en cualquiera de sus formas. Hay que sofocar todos los pensamientos, inclinaciones, sentimientos e imaginaciones que tengan algo de egoísmo, orgullo, sensualidad o codicia. Lo que no es bastante noble y de acuerdo con la voluntad de Dios, lo que es demasiado natural y bajo, por carecer de recta intención, hay que corregirlo inmediatamente, limpiarlo y elevarlo por medio de una entrega de sí mismo llena de amor. Este trabajo debe ser continuo, porque no hay momento en el que el egoísmo no intente prevalecer: tan pronto como ahogamos cualquier deseo, pensamiento o sentimiento nacido del egoísmo, inmediatamente surgen otros, y así continuamente. En este reaccionar incesante, en esta lucha que el egoísmo le tiene declarada al alma, generalmente, con mucha astucia, ella pierde a veces la orientación, y sucede que el impulso egoísta no encuentra siempre el debido rechazo. A esto se deben aquellos pecados veniales que no son del todo voluntarios, y que nadie es capaz de evitar completamente sin una ayuda divina especialísima. Este combate interior, este sistemático negarse a sí mismo, es el conocido agere contra ignaciano: obrar en contra de los apetitos y caprichos de la naturaleza egoísta4. Es evidente que estamos ante un trabajo duro y monumental, y aquel que ya lo ha intentado sabe cuánto esfuerzo, resolución y valentía exige. No obstante, sin él es imposible siquiera hablar de vida interior en nosotros. Sin embargo, el agere contra es apenas la función "negativa" del trabajo interior que exigen la santidad y la perfección en la práctica. Negativa, en el sentido de que busca eliminar el egoísmo y todo lo que está conectado con él. El trabajo interior también tiene una función "positiva", que consiste en "atrapar" la "gracia del momento". Así como en el orden natural las ondas atmosféricas influyen sobre nosotros sin cesar, también en el orden sobrenatural, continuamente, nos llegan "ondas" de gracia. Cada momento trae una nueva ayuda de la gracia. Cada obligación que se nos presenta está conectada con una nueva gracia actual. Cada acontecimiento y cada circunstancia de la vida están cargados de poder sobrenatural para nosotros5. Así como el sol es, en cierta manera, el instrumento por medio del cual Dios derrama la luz, el calor y la fuerza sobre la tierra, así la sacratísima Humanidad de Cristo es el más perfecto instrumento por medio del cual Dios distribuye Su gracia a todo el mundo. 4 La expresión Agere contra, que se lee, castellanizada, “állere contra”, significa, literalmente, en latín, “hacer o actuar en contra”, y se refiere, de acuerdo al contexto, a la acción que, deliberadamente, se realiza en sentido contrario a aquello que se considera malo. 5 La doctrina católica distingue gracia habitual de gracia actual. La primera es la que busca libremente el fiel y se recibe a través de los sacramentos (es la gracia santificante), mientras la segunda es la que Dios, en Su amor continuo y providencial hacia nosotros, nos concede en cada circunstancia de nuestra vida, independientemente de nuestro libre actuar. 14 EL MISTERIO DE LOS SANTOS Los pensamientos, sentimientos e impulsos nobles que experimentamos dentro de nosotros y que nos invitan a la virtud son consecuencias palpables de la actuación de la gracia actual. Todos ellos surgen, en cierto modo, sin nuestra colaboración; fluyen constantemente hacia nosotros y nos alientan, iluminan e impulsan al bien. Sólo se requiere saber "atrapar" estas gracias, saber aprovechar esas riquezas presentes en cada momento, que vienen cargadas de luz y poder sobrenatural. El comportamiento ante las gracias del momento –el aceptarlas o rechazarlas– constituye el contenido de la vida espiritual de cada uno de nosotros. Las gracias actuales, una tras otra, aceptadas o rechazadas, forman la historia de cada alma. Estas historias individuales están descritas con la mayor exactitud en "el gran libro de la Vida", es decir, en el pensamiento eterno de Dios. Se realizan en el tiempo, de momento a momento, en nuestra alma. Su causa es Dios, a través de la gracia, y el hombre, a través de la fidelidad a ella. Lo que está escrito en el Evangelio se hace vida en nosotros cuando sabemos aprovechar cada gracia que Dios nos obsequia. Cristo vive en nosotros. Eso significa que, incesantemente, a cada instante, el poder de Su gracia actúa en nosotros, y nosotros recibimos su actuación y vivimos con Su poder. Este poder de Cristo vivifica todos los movimientos de nuestra alma. En esto consiste el verdadero "conocimiento de Cristo", scire Jesum6: saber someterse, continuamente, a cada instante, a la influencia de Su gracia. Este es el sentido profundo de las palabras de san Pablo: habéis aprendido a Cristo (cf. Ef 4,20); es decir, ustedes poseen el conocimiento de cómo recibir y asimilar la influencia de Cristo-Cabeza en sus almas, para que Su vida sea el más profundo motor de toda su vida moral, para que vivan por Él, con Él y en Él. "Permaneced en mí, como yo en vosotros" (Jn 15,4). Si permanecemos fielmente en este trato vivo con Cristo a través del trabajo interior concienzudo, entonces, realmente, llegaremos a decir como san Pablo: "no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2,20). ¿Puede haber algo más importante que esto en la vida espiritual? –No. El trabajo interior más importante es scire Jesum, que crea almas verdaderamente interiores. Ningún otro trabajo o práctica en la vida espiritual entra tan profundamente en el alma como el que se basa en el agere contra y en el scire Jesum. Por eso mismo, nada cambia al hombre tan total y radicalmente. No nos sorprenda, entonces, que el alma que inicia con sinceridad y decisión el trabajo sobre sí misma, encuentre, precisamente aquí, las dificultades más serias y los sufrimientos morales más hondos. …Porque su objetivo es matar el egoísmo, purificar el propio interior del "yo" egoísta que se enraizó en él con tanta fuerza y profundidad; y entregarse a sí mismo a Dios, sometiéndose a Su gracia a cada momento, sin objeciones. El alma tiene que morir, por libre voluntad, a todo lo que no es Dios para ser capaz de vivir sólo 6 La expresión latina, pronunciada en castellano como “shire Iesum”, significa “conocer a Jesús”. LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 15 de Dios. ¡Qué profundo y doloroso gemido sale de lo profundo de la naturaleza corrupta cuando se acerca la hora de esta agonía voluntaria! ¡Qué gran trabajo, y tan interior! Hay que añadir que este trabajo es incesante; no conoce pausas. Demanda que siempre se le empiece de nuevo. ¡Cuánta valentía se necesita para no detenerse, para no desanimarse! También hay que tener bien claro que debe ser un trabajo de la voluntad y no de los sentimientos ni de los nervios. Quien lo emprende agitadamente, con intensidad de sentimientos y nervios, perdió de antemano. En él son imprescindibles la paz, la paciencia inagotable, y la valentía de hierro. Sin embargo, como en otras situaciones donde se acumulan las dificultades, también aquí decide la dedicación, el esmero y la fidelidad en las cosas pequeñas, …en las insignificantes obligaciones diarias. En el terreno de cada día tenemos constantemente ocasión para agere contra y scire Jesum. Cada ocasión origina un "pequeño trabajo" que podemos llevar a cabo fácilmente, y todos estos pequeños trabajos, juntos, forman una gran obra de trabajo espiritual, que poco a poco nos transforma interiormente en verdaderos cristianos según el Espíritu. Esta gran obra sabe realizarla sólo quien vive con reflexión, quien se da cuenta de lo que pasa dentro de sí y de lo que él mismo hace. Es decir, quien vive con vigilancia del corazón, con recogimiento interior. El hombre es capaz de guardar este recogimiento interior y de ser verdaderamente auténtico –aún en medio de las ocupaciones más absorbentes– sólo si se impone a sí mismo el trabajo interior adecuado. Este recogimiento no consiste, sin embargo, en una atención de la razón siempre activa o en razonar y pensar permanentemente en sí mismo, sino más bien en una atención del corazón, en un estado habitual interior que surge gracias al trabajo esmerado del agere contra y del scire Jesum. Poniendo buena voluntad es posible lograr un estado de alerta interior en el que, incluso en medio de las actividades, nos mantenemos en la presencia viva de Dios, a quien no vemos, convencidos, por medio de una fe viva, que Él está en nosotros y nosotros en Él. Por eso, este recogimiento interior no ata ni estanca el desenvolvimiento natural, sino, por el contrario, es la fuente de la verdadera desenvoltura y libertad espirituales, pues es el lazo eficaz que ata los excesos del egoísmo. Cuando estamos en presencia de Jesús, entonces somos de verdad auténticos. Esta es la esencia del trabajo interior, base de la perfección y de la santidad en la práctica. Posee una importancia enorme; de ella depende que nuestra vida tenga verdadero valor. En este trabajo profundo, oculto, incesante, está el misterio de la santidad y el misterio de la fuerza y el poder moral y sobrenatural que poseen los hombres verdaderamente perfectos. Amar a Dios con abundantes sentimientos, adorarlo, emprender grandes obras externas por Él y por el prójimo …¡qué metas tan sublimes!, capaces de cautivar a las almas generosas, ...pero vivir oculto, negarse a sí mismo y someterse totalmente a la gracia es el verdadero 16 EL MISTERIO DE LOS SANTOS sacrificio de holocausto que genera santos. Porque Dios se ofrece como Don a las almas despojadas, les da el amor perfecto y, a través de ellas, Él realiza Sus obras. Este es el sentido profundo de las palabras de Cristo: "si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt 16,24). II. EL ESPÍRITU DE LA ORACIÓN Quien quiera tener una verdadera vida interior, debería, ante todo, iniciar un intenso trabajo sobre sí mismo y perseverar con valentía y firmeza. Este trabajo se mueve –como sabemos– en dos direcciones: la primera la llamábamos agere contra, es decir, reaccionar decididamente contra cualquier movimiento de la corrupta naturaleza egoísta, sobre todo –como veremos más adelante, en el tercer capítulo– contra el orgullo. Sin embargo, nadie sabe vencer el orgullo y alcanzar el grado de humildad necesario para la vida espiritual si Dios no le ayuda con la gracia y lo hace partícipe de la humildad de Jesucristo, nuestro Señor. Y, de acuerdo con los planes normales de la Providencia, Dios no concede esa gracia sino sólo por medio de la oración. Sin humildad no hay vida interior, y sin oración no hay humildad. Es evidente, entonces, que en la vida espiritual, la oración es imprescindible, sobre todo como medio sin el cual no hay humildad. De aquí su importancia en la práctica de la vida espiritual: es necesaria la oración, porque es necesaria la humildad. Está claro, pues, que estamos tratando los motivos por los que el hombre necesita la oración. Ella tiene dos funciones principales: rendir a Dios el tributo que se le debe de gloria y agradecimiento, y mantener el alma dispuesta a cumplir Su voluntad, amándolo por encima de todo. Dar gloria a Dios es la más importante de las funciones mencionadas; la segunda está estrechamente ligada a la primera, y está dirigida al bien del alma7. Tenemos, hasta aquí, las dos formas básicas de oración: la oración de alabanza y agradecimiento, y la oración de perdón y petición. Toda oración siempre contiene en sí ambos momentos, el de alabanza y el de petición, aunque, sobre todo, el de petición, que generalmente se adelanta a la alabanza y ocupa el primer plano. Por eso, con razón le damos a la oración el nombre de petición elevada a Dios: oratio petitio quaedam est. Sin embargo, no se puede tomar la palabra "petición" demasiado estrecha e interesadamente, porque debería ser, ante todo, desinteresada. Entonces, podemos –y hemos– de pedir a Dios, nuestro Señor, que Su gloria se extienda, que se digne aceptar nuestro culto y buena voluntad, y, luego, que nos perdone nuestros pecados y nos conceda los bienes necesarios para el alma 7 Por exigencia de la justicia, todo orante está obligado a reconocer la grandeza del Creador y alabar Su gloria. Esto corresponde a la llamada “virtud de la religión”, y es la primera obligación del pueblo creyente. De la mano de ésta, la oración es también un providencial medio para unir nuestra voluntad a la del Señor, que desea siempre nuestro mayor bien. LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 17 y el cuerpo. El ejemplo de oración más perfecta es la oración del Señor: el Padre nuestro8, en la que le pedimos a Dios, primero, por todo lo que se refiere a Su gloria y a Su Reino, y, luego, por lo que necesitamos nosotros para el alma y para el cuerpo. Incluso cuando pedimos por el bien para nosotros, en lo esencial no perdemos de vista la gloria de Dios. Porque lo que le da gloria a Dios está estrechamente ligado a nuestros intereses espirituales. Es más, nuestro interés espiritual está tan entrelazado con lo que le da gloria a Dios que, cuando verdaderamente le servimos a Él y a Su gloria, servimos a nuestra propia alma. Cuanto más perfectamente buscamos la gloria de Dios en la oración, tanto más aprovechamos nosotros. "Piensa en mí –le decía el Señor a santa Catalina de Siena–, que yo pensaré en ti". Quien en su oración desea la gloria de Dios, al mismo tiempo desea el bien para su propia alma; quien al orar quiere el verdadero bien para sí, progresar en la vida interior y en amor a Dios, mayormente difunde Su gloria. Proclamamos la gloria de Dios en la misma medida en que progresamos en la vida espiritual. En pocas palabras, Dios quiere que le demos gloria a través de nuestro progreso en la perfección. Entonces, pues, oración es petición. Orar es pedir lo que no tenemos. Nosotros, de nosotros mismos, no tenemos nada, sólo "mentira y pecado"9. Somos mendigos delante de Dios, y por eso la oración tanto nos conviene10. Esta nada que somos, nuestra total pobreza, debería empujamos a la oración, a pedir limosna. Porque sólo Dios puede venir en ayuda de nuestra miseria; Él, único Señor, todopoderoso y misericordioso. "Comenzando a orar –escribe santa Teresa de Ávila–, empezad reflexionando quién es Aquel a quien vais a dirigiros, y durante la oración pensad y acordaos de quién es Aquel con quien conversáis. Todos los años de vuestra vida, incluso multiplicados por mil, no os bastarían para entender y comprender del todo el honor del que es digno aquel Señor, delante del cual los ángeles tiemblan, a cuyos mandatos todas las criaturas obedecen, cuya voluntad es acto. Con más razón pues, intentemos conocer las grandezas de nuestro Esposo, aunque sea una mínima parte. Tratemos de mirar más de cerca a Aquel con quien hemos de desposarnos eternamente. Intentemos conocer la vida que con Él nos espera"11. Orar es pedir con la confianza de que recibiremos. Dios todopoderoso y bueno no nos niega lo que le pedimos con confianza. Es necesario "tener gran confianza –escribe de nuevo santa Teresa–, porque conviene mucho no apocar los deseos, sino creer de Dios que, si nos esforzamos, poco a poco –aunque no sea luego– podremos llegar a lo que muchos santos con 8 Al Padre nuestro se le llama “oración dominical”, no porque se recite en domingo, sino porque la palabra latina “dominus” (dóminus, en castellano) significa “Señor”. De ahí que el Padre nuestro sea la “oración del Señor”, y el domingo, el “día del Señor”. 9 Esta es una afirmación del Sínodo de Orange, del que se hablará más adelante en el texto. 10 Siguiendo a san Agustín, el Catecismo de la Iglesia Católica, al hablar de la oración cristiana, define al orante como “mendigo de Dios” (n. 2559). 11 Cf. Camino de Perfección, cap. 38, n.1, en Obras Completas, B.A.C., Madrid 1986, pág. 331. 18 EL MISTERIO DE LOS SANTOS su favor"12. La confianza es la mejor preparación para la oración y, en cierto modo, es la misma oración. Querer orar sin confianza es lo mismo que querer volar sin alas. La falta de confianza nos hunde en el abismo del desaliento; en cambio, la confianza nos levanta por encima de nuestra miseria, directamente al abrazo de Dios. La confianza nace del deseo ardiente de aquello que pedimos y de la fe, es decir, de una profunda convicción del poder, la bondad, la misericordia y la fidelidad divinos. Es obvio que hay que esforzarse e intensificar las fuerzas para lograr aquello que no tenemos y que deseamos poseer, pero el punto de equilibrio de la balanza siempre debe inclinarse en favor de la oración. Siempre que deseemos obtener cualquier cosa para nuestra vida espiritual, (aquí, sobre todo, la vida espiritual nos interesa), debemos empezar por la oración, y ella nos ha de acompañar en nuestros empeños y trabajos como el factor más importante y decisivo. ¿Por qué la oración es el elemento más importante para obtener los bienes necesarios en la vida espiritual? –Porque según el plan normal de la Providencia, Dios no nos concede las gracias de otra forma, sino por medio de la oración. La primera de las gracias que Él nos concede para que podamos tener vida interior es la gracia de la oración. Quien la aprovecha, obtiene las que le siguen, sobre todo la necesaria para alcanzar la humildad; y la humildad prepara luego al alma para recibir la abundancia de los demás dones: "...el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan" (Lc 11,13). ¡Qué gran bondad y sabiduría de Dios hay en todo esto! Primero, en cierta manera, sin nuestra colaboración, Él nos concede la gracia para ser capaces de orar bien. Porque no podemos hacer el menor acto de verdadera oración sin Su ayuda, sólo con nuestras propias fuerzas. La oración es la petición que surge de un deseo confiado de los bienes sobrenaturales. ¿Acaso alguien es capaz de suscitar en su alma el anhelo por lo sobrenatural, o confiar y creer en la bondad y omnipotencia de Dios, si Dios mismo no lo realiza en su alma? El hombre podría orar pidiendo los bienes temporales de una manera puramente natural, sin la ayuda de la gracia; sin embargo, esto no sería verdadera oración cristiana. El objeto de la verdadera oración son los bienes sobrenaturales. Oramos para conseguir bienes temporales sólo en cuanto están al servicio de nuestras metas sobrenaturales, y si son un medio con el cual logramos cumplir las tareas sobrenaturales de nuestra vida. El Espíritu Santo, con su gracia, suscita en el alma deseos confiados y santos que encuentran su expresión en la oración, en la petición dirigida a Dios. "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues nosotros no sabemos orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu" (Rm 8,26-27). Entonces, el Espíritu mismo intercede por nosotros, el Espíritu "aspira". Esto significa que Él, con su gracia eficaz, despierta en nuestra alma los deseos santos que dejamos desbordar en la oración. 12 Libro de la Vida, cap. 13, n.2, en Obras Completas, B.A.C. Madrid 1986, pág. 78. LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 19 San Agustín dice, acertadamente, que el Espíritu Santo, con su gracia, nos despierta a la oración. Esta gracia de orar abarca todas las facultades del alma que tienen parte en nuestra vida moral. Se da a la razón, iluminándola, para que a la luz de la fe sea capaz de conocer y apreciar debidamente los bienes sobrenaturales; fortalece la voluntad para que desee estos bienes, se dirija confiadamente a Dios, y así los reciba. En otras palabras, el Espíritu Santo, con su gracia, nos dispone para dirigirnos a Dios como al Padre de quien hay que esperar todo bien verdadero. En este sentido, la oración es el desarrollo normal de los sentimientos que resultan de nuestra condición de hijos de Dios, bajo la actuación del Espíritu. La gracia, pues, genera la oración, y luego la oración es el medio para obtener los favores siguientes. A través de la oración, que es siempre la primera gracia en el camino de la vida espiritual, Dios pone en nuestras manos el instrumento con el que podemos alcanzar otras. De esta manera, por la gracia somos capaces de actuar en el orden sobrenatural, sobre todo en la obra de nuestra santificación, cooperando con ella. Dios quiere que seamos activos, y que con el propio esfuerzo contribuyamos a nuestra perfección. Esto se refiere tanto al orden natural como al sobrenatural. En la esfera natural, Dios no nos dio de una forma acabada lo que necesitamos para el cuerpo y el alma, sino que nos dio capacidad y fuerza creativa para obtener lo que procuramos y podamos desarrollarnos física y espiritualmente. Esta capacidad para trabajar creativamente es, en cierta forma, una participación en el poder creativo del mismo Dios, y por eso es para nosotros fuente de progreso y alegría. Ella hace que realicemos una verdadera actividad causal, que participemos de la causalidad de Dios y que poseamos la dignidad propia de la causa13. Dios procede de manera parecida en el orden sobrenatural. En la medida en la que esto es posible, Él no nos da bienes sobrenaturales sin nuestra cooperación, sin esfuerzo de nuestra parte; incluso cuando se trata de aquellos bienes que sobrepasan totalmente nuestras fuerzas y nuestras capacidades naturales. Claro que aquí no participamos con la capacidad creativa que poseemos en la esfera natural. Los dones sobrenaturales, es decir, la gracia santificante, las virtudes sobrenaturales y las gracias actuales, son tan infinitamente incomparables con nuestras fuerzas, que con nuestro brío natural no podemos ni influir en ellos, ni alcanzarlos, ni intensificarlos en nosotros, ni mucho menos guardarlos para que nos aseguren la salvación. Ante esta verdad, parecería entonces que la participación activa de nuestra parte es imposible, que de ninguna manera podemos llegar a ser colaboradores de la gracia. Pero gracias a la oración no es así. A través de ella, incluso en el orden sobrenatural somos elevados a la dignidad de cooperadores; participamos activamente en el misterioso proceso del desarrollo de la gracia en nuestras almas. También en el terreno de lo sobrenatural, Dios dirige nuestra vida con nuestra cooperación; no la dirige sin nosotros, sino que desea que en 13 Nótese bien que aquí se habla de causalidad, referente a causa, y no a casualidad o acaso, que posee un significado completamente diferente. 20 EL MISTERIO DE LOS SANTOS ella influyamos presentándole con sencillez y humildad las propias necesidades, dolores y preocupaciones14. Dios nos da innumerables gracias sin que se las pidamos, sobre todo la de la oración. Pero la providencia divina une otras de una manera tan estrecha con nuestras oraciones, que sin orar no podríamos obtenerlas. Entre la cadena de causas que han de alcanzarnos una u otra gracia, la Providencia colocó nuestras oraciones; si las descuidáramos, entonces la cadena no estaría unida por la falta de un eslabón, y no se obtendría el resultado. Cada uno de nosotros tiene junto a sí abundantes gracias; sólo falta que las tome a través de la oración. Si no lo hace, estas gracias, aunque se encuentren tan cerca, posiblemente jamás serán suyas. ¡Dios no podría hacer más por nosotros! No podría hacer que alcanzáramos la gracia con el esfuerzo natural de la voluntad. La gracia sobrenatural supera las fuerzas, capacidades y derechos de cualquier creatura. Dios, pues, parece decirnos: quiero concederles dones riquísimos, pero no quiero proceder con ustedes como con seres irracionales y obsequiárselos sin su cooperación, sin que lo sepan y lo quieran. Quiero que también en el orden de la gracia sean mis colaboradores: que estén sinceramente interesados en lo que Yo estoy dispuesto a hacer por ustedes, y que de esto constantemente traten conmigo. Quiero que me pidan lo que yo con tanto gusto quiero darles, tan pronto como veo que de verdad lo quieren. También en este mundo sobrenatural, tan inaccesible para ustedes, en esta esfera divina, quiero tratarlos como seres racionales y que, como tales, por sí mismos, dirijan su destino. Por eso, los bienes que destino para ustedes los hago depender tan estrechamente de sus oraciones, de esos impulsos de la razón y de la voluntad que a Mí me dan gloria y a ustedes les son tan necesarios para la salud de su alma15. ¡Vemos, entonces, qué superficiales son los reproches que, generalmente, se le hacen a la oración de petición! Ella es –dicen– la humillación de Dios, cuya Voluntad hay que cambiar, o a quien hay que decir lo que necesitamos como si Él no lo supiera muchísimo mejor que nosotros. Según esas voces, esta oración es también la humillación del hombre, porque hace de él un pordiosero, que mendiga a Dios su ganancia personal. Pero es todo lo contrario. La oración, entendida a la luz de su verdadero sentido cristiano, muestra, de la manera más clara, tanto la grandeza y perfección de Dios como también la enorme dignidad del hombre. Deja ver el gran deseo que Dios tiene de llevar su generosidad hasta el extremo, dándole a las creaturas participación en Sus propiedades y perfecciones: en la medida en que esto es posible, Él participa a las creaturas racionales de Su capacidad creativa, no sólo en el orden natural sino también en el sobrenatural, de manera que no sólo reciben pasivamente los incontables dones divinos, sino que también colaboran activamente con ellos, a través de la razón y de la voluntad. 14 15 J. Woroniecki, La Plenitud de la Oración, Poznan, pág. 54 y sig. Íbidem. LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 21 La verdadera enseñanza sobre la oración muestra que el hombre posee la gran dignidad de ser colaborador de Dios incluso ahí donde sus propias fuerzas no pueden nada. Entonces no es sólo mendigo, sino conciudadano de los santos y habitante de la casa celestial, y le fue dado penetrar en los planes divinos e influir en la dirección que tome su destino personal a través de la oración humilde. Dios exige del hombre cooperación también en la esfera sobrenatural, que es exclusivamente divina, y que, de por sí, es inaccesible para cualquier creatura16. La oración, pues, tiene su fuente en Dios. Dios mismo quiere que oremos. En los planes de Su providencia, Él le asignó desde la eternidad una tarea muy importante, y en el tiempo nos concede Su gracia para que oremos verdadera y eficazmente. Entonces, está claro que, orando, no queremos, ni por asomo, forzar a Dios y obligarlo a cambiar las sentencias eternas de Su providencia. No, más bien al contrario: estas mismas disposiciones eternas e inmutables de Su providencia hacen que Él nos dé, en el tiempo, la gracia de la oración, a través de la cual obtenemos lo que Él, según Sus planes inmutables, quiere darnos. La misma fuente de la eficacia de nuestra oración es el plan inmutable de la providencia divina, esto es, aquel decreto divino en el cual Dios decidió concedernos bienes a través de la oración. Ésta está incluida en el plan de la Providencia como causa secundaria de los bienes que Dios destinó para nosotros. Así como en el orden natural Dios estableció las causas que han de producir los resultados que Él quiere –como por ejemplo la semilla de la cual se cosechan frutos después de un tiempo determinado–, de manera semejante, en el orden sobrenatural, preparó causas –sobre todo la oración– que a su tiempo han de hacer nacer frutos espirituales. Por eso, cada oración es un homenaje a la providencia divina; y más aún, porque a través de ella cooperamos en la realización de Su plan. …Pues cuando oramos, deseamos, en el tiempo, aquello que Dios desea desde toda la eternidad, deseamos que por medio de nuestra oración se haga, en el tiempo, lo que Dios, desde siempre, decidió que se hiciera gracias a ella. Por lo tanto, orar no equivale a cambiar la voluntad de Dios, abajándola al nivel de nuestro propio arbitrio, sino elevar éste a las alturas de la voluntad divina. Por eso decimos que la oración es la elevación del alma, del entendimiento y de la voluntad a Dios. Es homenaje a Él y perfección para nosotros. Cuando nuestra oración está más de acuerdo con los proyectos divinos, tanto más perfecta es, y tanto más cooperamos en el gobierno de la Providencia. A la luz de esta teología de la oración, entendemos hasta qué punto ella es potencia sobrenatural. Su poder sobrepasa todas las fuerzas y actos humanos, porque su eficacia viene directamente de Dios, de los infinitos méritos de Jesucristo y de las gracias actuales que nos impulsan a ella. Por eso la oración es mucho más importante que todos los esfuerzos y poderes naturales juntos, y puede alcanzarnos aquello que sólo proviene de Dios: gracia, contrición perfecta, amor, vida eterna. 16 Íbid., pág. 55 y sig. 22 EL MISTERIO DE LOS SANTOS Si la oración es obra de Dios en nosotros, si es el resultado de la gracia, entonces tiene vital importancia que nuestra voluntad sea obediente y fiel a ella, que esté dispuesta para recibirla como don, que Dios a nadie niega. Decíamos que la gracia que nos impulsa a la oración es la primera de todas las que Dios nos da. Quien la aprovecha y la practica con perseverancia, infaliblemente recibe la abundancia de las gracias que le siguen y puede llegar a la perfección. De aquí vemos claramente que, en la oración, nuestra voluntad tiene una relevancia primordial. Hay que querer orar, hay que desear orar, hay que amar orar. Con razón se dice que como se ama, se ora. Claro está que también la razón, iluminada por la fe, participa en la oración, porque no podemos dirigirnos a Dios con una petición si a Él no lo conocemos. Quien ora debe creer profundamente en Dios, el mejor Padre. La fe es el manantial imprescindible de la oración. Ella hace que sea la actividad cuerda y consciente de los propósitos y tareas. La mente humana, con sus propias fuerzas, puede descubrir ciertos fragmentos de las verdades divinas, pero estos jamás serán suficientemente claros y precisos, nunca aportarán el conocimiento pleno sobre la vida del alma que nos satisfaga y nos permita concluir que es necesaria una oración constante, permanente, confiada y sincera. Sólo la fe abre caminos claros a la oración. Primero, la justifica profundamente como un servicio divino imprescindible y, al mismo tiempo, de provecho para el hombre; luego la llena de contenido: se convierte en su inagotable alimento; y, finalmente, la conduce a las fuentes inspiradas de la sagrada Escritura, donde, sobre modelos de origen divino, le enseña a expresar a Dios todos los movimientos del alma17. Con todo, el conocimiento de Dios pretendido por la oración tiene su principio y fin prácticos en la voluntad. Es la voluntad movida por el amor la que nos inclina a pensar en Dios y a conocerlo cada vez mejor. Y cuanto mejor conocemos Su perfección, tanto más se enciende el amor en nosotros. En la oración, pues, los actos de la razón y de la voluntad, de la fe y del amor, se influyen y penetran mutuamente. Cuanto más creemos y amamos, tanto mejor oramos. Y si en las etapas más avanzadas de la oración los dones del Espíritu Santo perfeccionan nuestra fe, entonces estos actos se penetran hasta fundirse en uno solo, a través del cual, el alma, con la mirada fija en la verdad divina, se adhiere a ella con una fe viva, llena de amor. Esta es la manera más perfecta de orar, que conocemos con el nombre de contemplación. A ella Dios llama a almas escogidas18. Para nosotros, lo más importante es recordar siempre que el factor esencial de la oración es el amor, no el entender y –mucho menos– el sentir. "Pues tornando a los que discurren –escribe 17 Íbid., pág. 134. San Juan de la Cruz entiende que, a pesar de que Dios llama a todos los hombres a la perfección de la vida cristiana, pocos son los que están dispuestos a recorrer este camino estrecho y difícil. Así se entendería que muchos no progresan tampoco en la vida de oración. 18 LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 23 santa Teresa–, digo que no se les vaya todo el tiempo en esto; porque, aunque es muy meritorio, no les parece –como es oración sabrosa– que ha de haver día de domingo, ni rato que no sea trabajar (luego les parece es perdido el tiempo, y tengo yo por muy ganada esta pérdida); sino que, como he dicho, se representen delante de Cristo y, sin cansancio del entendimiento, se estén hablando y regalando con Él, sin cansarse en componer razones, sino presentar necesidades y la razón que tiene para no nos sufrir allí. Lo uno un tiempo, y lo otro otro, porque no se canse el alma de comer siempre un manjar. Estos son muy gustosos y provechosos; si el gusto se usa a comer de ellos, train consigo gran sustentamiento para dar vida a el alma y muchas ganancias"19. Hay diversas formas de oración: oración mental y oración vocal, oración vocal privada y litúrgica. Es obvio que la más perfecta y la más importante es la litúrgica: oración elevada a Dios por la Iglesia unida a Cristo y apoyada en Él, es la oración elevada a Dios por el mismo Verbo encarnado, pero pasando por la boca de la Iglesia. ¿Acaso puede haber una oración más perfecta? –No, …pero aquí una apreciación es indispensable. "La oración litúrgica –escribe Dom Reylandt– es en esencia una forma de oración colectiva y social. Y aunque es hermosa y santa, nunca podrá satisfacer la necesidad de vida interior personal de las almas que Dios atrae hacia Sí. Todos los que desean alcanzar un profundo convencimiento de las verdades de la fe o que sienten la necesidad de una oración silenciosa para suscitar el arrepentimiento por los pecados, agradecer, amar y humillarse, deben tener un tiempo para la oración privada y para la meditación fuera de las obligaciones del culto oficial. La esencia de una vida interior normal es la oración mental, y a ésta no la substituirán los textos más bellos de salmos y de oraciones litúrgicas. Por eso, en la práctica de la vida espiritual, la forma más importante de oración es la oración mental. Sin ella, el alma no sabría entrar en posesión de los tesoros ocultos en la oración litúrgica. Sólo la meditación hace que la Liturgia llegue a ser perfecta. La oración privada es imprescindible porque prepara al alma para la oración oficial, le permite realizarla dignamente, y a lo largo del día sacar de ella todos sus frutos de santidad. Si no llevamos una verdadera vida de oración, entonces los sacramentos, la Santa Misa, el Oficio, la obediencia y el trabajo no alcanzarán su más alto grado de eficacia. Todos estos medios adquieren valor y eficacia para nosotros si no ponemos obstáculos a su actuación, si los recibimos preparados interiormente con fe, confianza, amor, entrega, contrición, humildad. La fuerza para eliminar esos obstáculos la adquirimos sobre todo a través de la vida de oración, a través de una permanente unión con Dios. En la vida de oración obtenemos y mantenemos en nosotros la disposición favorable a la gracia"20. 19 Libro de la Vida, cap. 13, n.11, en Obras Completas, B.A.C. Madrid 1986, págs. 80-81. Nótese que la santa escribe en un castellano antiguo, que puede parecernos incorrecto o lejano, y que exige una mayor atención al lector moderno. 20 K. Marmion, Cristo, Modelo del Religioso, pág. 457. 24 EL MISTERIO DE LOS SANTOS No es de extrañarse, entonces, que san Pío X, principal iniciador del movimiento litúrgico moderno, acentuara la importancia de la oración mental, sin la cual la vida interior no puede existir. Cualquiera que toma la vida en serio y trabaja por su propio progreso interior sabe qué tan importante es la oración mental o, como decimos normalmente, la meditación. Sabe que ella es un factor decisivo para la vida espiritual. Por otro lado, la experiencia enseña que es precisamente la oración mental la que causa los más grandes problemas a los principiantes en el camino de la vida interior. Podemos decir que la lucha por alcanzar una verdadera vida interior la ganó quien venció las primeras dificultades relacionadas con la práctica concienzuda de la oración mental. De aquí que, quienes comienzan a ejercitarse en la meditación, busquen con tanta insistencia un guía o consejero que les enseñe el arte de la oración mental y les ayude a sobrepasar felizmente las primeras dificultades. Y, ¿en dónde podremos encontrar una enseñanza más perfecta en lo que concierne a la oración, sino en santa Teresa de Ávila (+1592), la "Madre de las almas interiores"? Su enseñanza, tan profunda y sencilla, no la sacó de los libros, sino de una rica experiencia. Nos la transmite con un tono de íntima conversación, llena de calor y de gracia, como verdadera madre. Si alguien desea comprender sus indicaciones y percibir su corazón maternal, es mejor que la escuche de sus propias palabras. El corazón de la santa poseía una genial intuición para descubrir todo lo que se esconde en los rincones más ocultos de nuestra alma. En el "Libro de la Vida" –su autobiografía–, la santa escribe con detalles cómo por largos años experimentó toda clase de dificultades y desánimos. Probó lo que atormenta a los principiantes en la oración mental. … "muy muchas veces, algunos años, tenía más cuenta con desear se acabase la hora que tenía por mí de estar, y escuchar cuando dava el relox, que no en otras cosas buenas; y hartas veces no sé qué penitencia grave se me pusiera delante que no la acometiera de mijor gana que recogerme a tener oración... Y es cierto que era tan incomportable la fuerza que el demonio me hacía, u mi ruin costumbre, que no fuese a la oración, y la tristeza que me dava en entrando en el oratorio, que era menester ayudarme de todo mi ánimo (que dicen no le tengo pequeño, y se ha visto me le dio Dios harto más que de mujer, sino que le he empleado mal) para forzarme, y en fin me ayudava el Señor. Y después que me havía hecho esta fuerza, me hallava con más quietud y regalo que algunas veces que tenía deseo de rezar... Pues si a cosa tan ruin como yo tanto tiempo sufrió el Señor –y se ve claro que por aquí se remediaron todos mis males–, ¿qué persona por malo que sea, podrá temer?"21. 21 Libro de la Vida, cap. 8, nn.7 y 8, en Obras Completas, B.A.C. Madrid 1986, pág. 62. LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 25 …¡Cómo nos consuela y alienta su confesión! Pero, ¿cómo practicar la oración mental? –Existen diferentes métodos de oración mental. Todos son buenos, pero ninguno nos obliga. Pueden, incluso, resumirse en una única forma, fundamental y sencilla, mencionada por santo Tomás: ante todo, hay que recordar que el alma debe estar debidamente preparada; esta preparación consiste, sobre todo, en negarse a sí mismo, es decir, en el trabajo interior. También es indispensable, como dijimos, la "atención del corazón"; de esto también ya hemos hablado. Además, en perdonar a los que nos ofenden. Y, finalmente, en la humildad; más que nada, en la humildad. Quien no procura preparar su alma y disponerla para la oración, jamás dominará el arte tan importante de la meditación. Pensamos demasiado poco en que la preparación del alma es imprescindible. Esta es la causa de que en la oración mental nos enfrentemos con tantas dificultades y tan duraderas. Por eso, también, la aprovechamos tan poco. Es imposible que pueda orar quien no preparó su alma a través de perdonar las ofensas al prójimo y de hacer actos de humildad. "Para que podáis orar –instruye santa Teresa a sus hermanas–, se necesita, como ya os lo he dicho, que intentéis incesantemente conocer cada vez mejor y adquirir la virtud de la humildad, a través de un ejercicio constante y cada vez más a fondo. Esta virtud es el sostén principal de la oración. Sin ella, un alma dedicada a la oración no será capaz de dar un sólo paso hacia adelante"22. Después de esta imprescindible preparación, sigue la oración mental en sí. Según los principios de santo Tomás, ésta se compone de tres partes. Lo primero que se hace es elegir el objeto, es decir, la base de la oración. Para esto, lo mejor es leer con fe viva, con recogimiento y muy despacio algún texto, preferiblemente de la sagrada Escritura. "Yo –escribe santa Teresa–, por catorce años completos no fui capaz de meditar de otra forma sino sólo leyendo de un libro. Pienso que debe haber muchas almas de este tipo"23. Y en otro lugar escribe: "Un buen método (para introducirse en la oración mental) es leer de cualquier libro espiritual en lengua materna. Esto ayuda para estar recogido durante la oración vocal, para que ésta sea como debería ser. De esta manera, despacio, acercándose suavemente a tu alma para no espantarla, le enseñarás a practicar el trato confiado con el Señor"24. Para los principiantes es mejor atenerse a los libros, porque todavía no tienen práctica en la oración ni han asimilado lo imprescindible para poder meditar; de otra manera, su oración podría convertirse en un sueño superficial e infructuoso. Si durante la oración Dios atrae el alma hacia sí, entonces se pueden dejar todos los libros. San Benito compara la oración con una audiencia. Si le pedimos audiencia a una persona ilustre, tratamos de preparar qué vamos 22 Cf. Camino de Perfección, cap. 27, n.1, en Obras Completas, B.A.C. Madrid 1986, pág. 302. Cf. Íbid., cap. 27, n.3, pág. 303. 24 Cf. Ídem, cap. 43, n.3, págs. 344-345. 23 26 EL MISTERIO DE LOS SANTOS a decirle y cómo. Pero si durante la audiencia esa persona comienza a dirigir sola la conversación, consideramos que nuestra obligación es seguirla, y ya no pensamos en lo que antes habíamos preparado. Así mismo, sobre todo al principio de la vida espiritual, deberíamos ayudarnos con alguna práctica o método, pero sin apegarnos, de manera que no nos quiten del todo la libertad de espíritu25. Lo mejor es tomar el alimento para la oración de la sagrada Escritura. "A través de sus palabras inspiradas, Dios mismo nos enseña directamente a orar. Él mismo dirige nuestro pensamiento y los impulsos de nuestra voluntad y nuestro corazón. De sus palabras inspiradas sacamos las fórmulas y expresiones que reflejan mejor todas las actitudes del alma humana ante las grandes cuestiones de la vida devota. La oración, contenida en frases cortas pero tan expresivas, tiene un poder que el pensamiento humano por sí solo no es capaz de alcanzar. La lectura de las sagrada Escritura le da a la vida de oración un tono singular de recogimiento; le da sencillez y al mismo tiempo fuerza. Aprendemos a hablarle a Dios de una manera más sencilla y breve, pero que tiene más fuerza. La repetición incesante de estas oraciones inspiradas nunca llegará a cansarnos, precisamente por su sencillez y fuerza"26. "En lo que a mí respecta –dice santa Teresa–, las palabras del Evangelio siempre me atrajeron muy fuertemente hacia sí, y para mí siempre fue fácil leer y con recogimiento meditar estas palabras dichas por la sacratísima Boca, escritas como en ningún otro libro de los autores más sobresalientes"27. Lo segundo que se hace en la oración mental es la reflexión o meditación. Por lo general, a la totalidad de la oración mental le damos el nombre de meditación; sin embargo, es solamente su segundo componente. Ya que recibimos la verdad divina a través de una fe viva, la razón procura conocerla más perfecta y profundamente. Por eso la reflexionamos tratando de penetrar en su contenido, con un trabajo mental. Sin embargo, hay que recordar que el objetivo de este trabajo mental, de esta meditación, es amar a Dios y no el enriquecimiento de nuestros conocimientos. Así, procuramos conocer más profundamente la verdad divina para amarla más y para amar en ella a Dios. Por eso el punto de peso en la oración mental está en el amor, y no en el conocimiento. El conocimiento y la reflexión son sólo una preparación para el amor. Porque no se puede amar lo que no se conoce. Sin embargo, el conocimiento nunca es la medida del amor, por lo menos en esta tierra. Puede ser que alguien tenga un conocimiento muy limitado de las verdades divinas y, sin embargo, posea el amor perfecto. Y también es posible conocer profundamente sin amor. El grado del amor lo deciden la gracia y la humildad. Por eso, de la gracia de la 25 K. Marmion, Ob. Cit., pág. 465. J. Woroniecki, Ob. Cit., pág. 142. 27 Cf. Camino de Perfección, cap. 35, n.4, en Obras Completas, B.A.C. Madrid 1986, pág. 324. 26 LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 27 humildad depende también la verdadera preparación para la oración y el que ésta sea valiosa. Cuanta más gracia y humildad, tanto más amor y, por lo tanto, más perfecta es la oración. Para orar bien no es necesario pensar mucho, sino amar mucho. Por eso las personas poco formadas pueden llegar a una oración mental perfecta por el camino de la humildad. "No exijo de vosotras –dice santa Teresa a sus hermanas– que sobre Él (Dios) reflexionéis mucho, ni que el intelecto tenga un intenso trabajo. Tampoco os exijo que lleguéis a pensamientos y sentimientos hermosos y elevados; sólo exijo que lo miréis. ¿Quién puede prohibiros eso? ¿Qué puede obstaculizaros, si no sois capaces de hacer nada más, el volver los ojos del alma hacia Él, aunque sea sólo por un momento?"28. No obstante, hay que reconocer que la meditación es una introducción excelente a la oración mental interior, como afirma santa Teresa. La santa enseña –y con razón– que en realidad la oración depende de la gracia y la humildad, pero que la capacidad natural y una buena educación religiosa pueden facilitarla significativamente, porque hacen al alma más apta para meditar. Hay almas que por sus dotes naturales, físicos e intelectuales, son más aptas que otras para la oración interior. También hay algunas que por poseer una profunda educación religiosa están mejor preparadas y capacitadas para la oración mental. Pues quien conoce mejor a Dios y Sus bienes más lo desea, y más fácilmente se enciende en amor a Él. Como su oración y amor encuentran más alimento, le es más fácil vencer las dificultades que acompañan esta forma de oración. Entonces, si bien la buena educación religiosa y el trabajo intelectual o meditación no son la medida del amor, no se les puede menospreciar. Aquí se unen al servicio de Dios y de la vida espiritual la razón y la voluntad, la ciencia y el amor, la especulación y la mística. En la oración todo el hombre se dirige a Dios, todas las facultades del alma cooperan, pero, finalmente, la función principal le corresponde a la voluntad y al amor. El tercer componente de la oración mental es el diálogo amoroso con Dios sobre el contexto de la verdad conocida. Primero, Dios nos habló cuando leíamos con recogimiento un fragmento de la sagrada Escritura o de algún libro religioso. Luego tratamos de comprender Su palabra a través de la reflexión. Finalmente, nosotros mismos hablamos a Dios. Le respondemos con actos de fe, de amor, de entrega. Santa Teresa nos aclara a la perfección este tercer paso, que es el más importante, porque la oración mental consiste precisamente en este diálogo amoroso con Dios. …"no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama"29. Luego nos enseña una manera sencilla –y a la vez perfecta– de hacer oración mental. "Tenía este modo de oración: que, como no podía discurrir con el entendimiento, procurava representar a Cristo dentro de mí, y hallávame mijor –a mi parecer– de las partes a donde le vía más solo. Parecíame a mí que, estando solo y afligido, como persona necesitada me había 28 29 Cf. Camino de Perfección, cap.42, n.3. Libro de la Vida, cap.8, n.5, en Obras Completas, B.A.C. Madrid 1986, pág. 61. 28 EL MISTERIO DE LOS SANTOS de admitir a mí. De estas simplicidades tenía muchas; en especial me hallava muy bien en la oración del Huerto: allí era mi acompañarle; pensava en aquel sudor y afleción que allí havía tenido; si podía, deseava limpiarle aquel tan penoso sudor; mas acuérdome que jamás osava determinarme a hacerlo, como se me representavan mis pecados tan graves. Estávame allí lo más que me dejavan mis pensamientos con Él, porque eran muchos los que me atormentavan. Muchos años, las más noches, antes que me durmiese –cuando para dormir me encomendava a Dios– siempre pensava un poco en este paso [pasaje] de la oración del Huerto, aun desde que no era monja, porque me dijeron se ganavan muchos perdones. Y tengo para mí que por aquí ganó muy mucho mi alma, porque comencé a tener oración sin saber qué era, y ya la costumbre tan ordinaria me hacía no dejar esto, como el no dejar de santiguarme para dormir"30. ¿Puede haber algo más sencillo y más fácil? ¿Quién se atrevería a afirmar que no puede seguir el consejo de la santa? Tenemos de ella todavía más indicaciones prácticas referentes a la oración mental: El alma "Puede representarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada Humanidad y traerle siempre consigo y hablar con Él, pedirle para sus necesidades y quejársele de sus travajos, alegrarse con Él, en sus contentos y no olvidarle por ellos, sin procurar oraciones compuestas, sino palabras conforme a sus deseos y necesidad. Es excelente manera de aprovechar y muy en breve; y quien travajare a traer consigo esta preciosa compañía y se aprovechare mucho de ella y de veras cobrare amor a este Señor a quien tanto devemos, yo le doy por aprovechado. Para esto no se nos ha de dar nada de no tener devoción, como tengo dicho, sino agradecer a el Señor que nos deja andar deseosos de contentarle, aunque sean flacas las obras. Este modo de traer a Cristo con nosotros aprovecha en todos estados, y es un medio sigurísimo para ir aprovechando en el primero y llegar en breve a el sigundo grado de oración, y para los postreros andar siguros de los peligros que el demonio puede poner"31. "...ponémonos a pensar un paso de la Pasión, digamos el de cuando estava el Señor [atado] a la coluna. Anda el entendimiento buscando las causas que allí da a entender, los dolores grandes y pena que Su Majestad ternía [tendría] en aquella soledad, y otras muchas cosas que, si el entendimiento es obrador, podrá sacar de aquí, u que si es letrado. Es el modo de oración en que han de comenzar y de mediar y acabar todos, y muy excelente y siguro camino, hasta que el Señor los lleve a otras cosas sobrenaturales. Digo 'todos', porque hay muchas almas que aprovechan más en otras meditaciones que en la de la sagrada Pasión; que ansí como hay muchas moradas en el cielo [Jn 14,2], hay muchos caminos. Algunas personas aprovechan considerándose en el infierno, y otras en el cielo –y se 30 31 Íbid., cap.9, n.4, pág. 64. Íbid., cap.12, nn. 2 y 3, págs. 75-76. LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 29 afligen en pensar en el infierno–, otras en la muerte. Algunas, si son tiernas de corazón, se fatigan mucho de pensar siempre en la Pasión, y se regalan y aprovechan en mirar el poder y grandeza de Dios en las criaturas y el amor que nos tuvo, que en todas las cosas se representa. Y es admirable manera de proceder, no dejando muchas veces la Pasión y la vida de Cristo, que es de donde nos ha venido y viene todo el bien"32. Sin embargo, en su concepción, vida y pasión, Jesús es el Hijo de María. Él está unido de la manera más estrecha a Su Madre. Jesús, nuestro Señor, vino a nosotros a través de María; también vamos a Él a través de Ella. Por eso la devoción a Jesucristo está tan estrechamente unida a la devoción mariana. La devoción a la Virgen conduce a la devoción a Cristo. La oración a María es, en cierta forma, oración a Cristo. Porque María es el singular "eco" de Dios y de Jesús. Tan pronto como decimos: ¡María!, Ella inmediatamente da una única respuesta: "Dios", "Jesús". Si –como dijimos– la primera gracia que Dios nos da es la de la oración, entonces, según el plan normal de la Providencia, esta gracia nos impulsa a orar a María. Quien responde a la gracia y ora a María, quien coopera con ella y practica la verdadera devoción a la Virgen, alcanzará la verdadera devoción a Jesús, nuestro Señor. Encontrará a Jesús y a Dios. Por eso, la oración a la Virgen es el comienzo de la vida de oración, y la perfecta devoción a María, su florecimiento y plenitud33. * * * Hay que recordar, sobre todo, que la oración mental es el trato amoroso con Dios. "Sabéis pues –escribe de nuevo santa Teresa– hablar con la gente, ¿por qué entonces podrían faltaros palabras para hablar con Dios? De eso no temáis; si se trata de mí, creo que eso es imposible si os acostumbráis a estar en la compañía del Señor. Sin esto, seguramente puede faltaros el hilo, como también en las relaciones humanas nos resulta más difícil hablar con una persona desconocida o con la que vemos raras veces; de cierta manera nos sentimos molestos o esto detiene nuestras palabras, no sabemos por dónde empezar y qué decir, aunque esta persona fuera nuestro pariente, hablamos con él como con alguien extraño, porque tanto los vínculos de parentesco como los de amistad, se aflojan al interrumpirse las relaciones"34. Por eso, en la oración mental una cosa es importante: tomar la costumbre de permanecer siempre en la presencia de Dios. "Las almas no son capaces –como os quejáis– de reflexionar por largo tiempo con el intelecto, ni de permanecer con el pensamiento dirigido a Dios sin constantes distracciones. ¡Acostumbraos, acostumbraos a hacerle compañía al Divino 32 Íbid., cap. 13, n.13, pág. 81. Recomendamos ardientemente el libro de oro del Padre Mateo, Jesús, Rey de Amor, y la singular obra de San Luis María Grignon de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción a María Santísima. 34 Cf. Camino de Perfección, cap. 43, nn. 1-4, en Obras Completas, B.A.C. Madrid 1986, págs. 344-345. 33 30 EL MISTERIO DE LOS SANTOS Maestro! Sé muy bien que podréis, lo sé de mi propia experiencia, porque yo misma durante largos años sufrí esta aflicción en la oración, esta incapacidad de mantener el pensamiento fijo en un objeto; esto es un tormento muy grande, no lo niego. Pero sé también que el Señor no nos abandona en este desierto interior, y si acudimos a Él con humildad, no nos dejará solos, sino vendrá a nosotros y nos consolará con Su presencia. Está en nuestro poder, os lo aseguro, podemos hacer lo posible y acostumbrarnos a estar siempre en la presencia y al lado del Divino Maestro; si no lo logras en un año, entonces continúa tus esfuerzos y trabaja, lograrás esto en dos o en varios años, o incluso dentro de diez y hasta veinte años, pero llegarás de todas maneras"35. ¿A dónde llegas? –Al verdadero amor. Ese es el objetivo de la oración mental: el perfecto amor a Dios. El amor se expresa con obras, por eso en la oración surgen buenos propósitos cuyo fin es mostrar un verdadero amor a Dios con actos, en circunstancias concretas que exigen de nosotros un mayor esfuerzo. Estas resoluciones que hacemos al final de la oración mental son fruto del amor. Nos proponemos, pues, mostrarle a Dios lo mucho que lo amamos en eso que nos cuesta. En teoría, la oración mental se nos presenta como algo sencillo y fácil. Sin embargo, en la práctica, resulta que sí es sencilla, pero muy difícil. ¿Por qué? –Porque generalmente es seca y llena de tentaciones. Nuestra naturaleza siente repulsión hacia el recogimiento árido. No le gusta concentrar sus sentimientos, pensamientos y voluntad en torno a un sólo objeto religioso. Un largo recogimiento unido a trabajo interior exige un serio esfuerzo moral. De aquí la tentación de dejar esta oración. …"¡son tantas las cosas que el demonio pone delante a los principios para que no comiencen de hecho!; como quien sabe este camino el daño que de aquí le viene, no sólo en perder aquel alma, sino muchas. Si el que comienza se esfuerza con el favor de Dios a llegar a la cumbre de la perfección, creo jamás va solo a el cielo; siempre lleva mucha gente tras sí; como a buen capitán, le da Dios quien vaya en su compañía. Póneles [el demonio] tantos peligros y dificultades delante que no es menester poco ánimo para no tornar atrás, sino muy mucho y mucho favor de Dios"36. Por eso son necesarias una gran perseverancia y valentía. Es más, me atrevo a decir que, en la práctica de la oración mental, lo más importante es precisamente perseverar valientemente. "Mucho, sí, todo depende de si emprendemos esto con la decisión generosa, inconmovible, de no descansar antes de llegar a la meta, a pesar de todo, pase lo que pase, no importando cuánto nos duela, ni las murmuraciones de quien quiera; aunque la propia ineptitud se queje diciendo: 'no llegarás, morirás en el camino, no aguantarás todo esto' "37. 35 Íbid., cap. 42, n.2, pág. 341. Libro de la Vida, cap. 11, n.4, en Obras Completas, B.A.C. Madrid 1986, pág. 71. 37 Cf. Santa Teresa, Camino de Perfección, cap. 35, n.2, en Obras Completas, B.A.C. Madrid 1986, pág. 323. 36 LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 31 "Repito pues una vez más, que mucho depende de que al entregarnos a la oración interior, desde el mismo principio tomemos una fuerte y valiente decisión de no dejarla nunca. Hay muchas razones que deberían inclinarnos a ello, pero enumerarlas todas nos ocuparía mucho tiempo, aquí mencionaré dos o tres. Primero, queriendo ofrecerle algo a Dios por tantos beneficios que derramó y sigue derramando sobre nosotros como señal de nuestra gratitud, y ofreciéndole tan poca cosa, (esta migaja de buena voluntad y este tiempo dedicado a la meditación, y además con el interés propio de que es algo que nos conviene, con la intención de pertenecerle para siempre), se lo ofreciéramos a Él para que lo tuviera como una cosa prestada, que podemos retirar de sus manos cualquier día. Eso no sería generoso de nuestra parte. A quien emprenda este camino con decisión, a quien se dijo a sí mismo que no retrocedería fuera lo que fuere, no le faltará valor para luchar. Se parece a un soldado en la batalla: sabe que el enemigo, si vence, no le perdonará la vida. O sea que en uno y en otro caso le espera la muerte, si no en la batalla, entonces después de ella. Al tener tal seguridad, seguro que luchará con una valentía tanto mayor y no tomará en cuenta los ataques que le amenazan por parte del enemigo. Ve claramente que no tiene otra alternativa: sólo vencer o perecer. Esta valentía también es imprescindible para nosotros, para perseverar en nuestra santa empresa"38. Entonces, ¡a perseverar valientemente! En la práctica, todo depende de esto. Vale la pena ser inflexible en esto de perseverar en la oración. Porque la oración mental es el camino privilegiado hacia la perfección. "Hay un gran tesoro oculto en ella; no es, pues, de extrañarse que hoy nos parezca que todo esto cuesta mucho. Llegará la hora en que nos convenceremos de que cualquier cosa que hiciéramos, soportáramos o renunciáramos para alcanzar este tesoro, es nada"39. Tengamos confianza y valor. "Tener gran confianza, porque conviene mucho no apocar los deseos, sino creer de Dios que, si nos esforzamos, poco a poco, aunque no sea luego, podremos llegar a lo que muchos santos con su favor. (...) Quiere Su Majestad y es amigo de ánimas [almas] animosas, como vayan con humildad y ninguna confianza de sí; y no he visto a ninguna de éstas que quede baja en este camino, ni ninguna alma covarde –con amparo de humildad– que en muchos años ande lo que estotros en muy pocos. Espántame lo mucho que hace en este camino animarse a grandes cosas; aunque luego no tenga fuerzas el alma, da un vuelo y llega a mucho"40. La fidelidad y la perseverancia en la oración mental hacen nacer en el alma el amor a la oración, y lo que éste supone: el deseo de orar, la necesidad de un trato constante con Dios, el hábito 38 Cf. Íbid., cap. 39, nn. 1-3 y 5, págs. 332-335. Cf. Ídem, cap. 35, n.1, pág. 323. 40 Santa Teresa, Libro de la Vida, cap. 13, n.2, en Obras Completas, B.A.C. Madrid 1986, pág. 78. 39 32 EL MISTERIO DE LOS SANTOS de dirigir el alma a Él. En una palabra, la fidelidad y la perseverancia crean la vida de oración. Hacen que cada vez más frecuentemente pensemos en Dios y nos unamos con Él por medio de actos de amor. Entonces es cuando tratamos con Él y nos movemos en Su presencia, "orando en toda ocasión en el Espíritu" (Ef 6, 18). ¡Feliz quien llegó a una unión así con Dios! Se encuentra en el camino de la perfección, porque posee el espíritu de la oración. Aunque oculto y escondido, es él el poder moral y sobrenatural que más necesita el mundo. III. "VUESTRA VIDA ESTÁ OCULTA CON CRISTO EN DIOS" (Col 3,3) Quien desea tener una verdadera vida interior debe iniciar el trabajo interior. Pero hay que tener en cuenta que este trabajo sobre sí mismo es muy fatigoso. De aquí que, en el alma que comienza a practicar el negarse a sí misma, surjan tentaciones y desánimo. Le viene a la mente la idea de no tratar la vida interior demasiado en serio ni consecuentemente. Más bien –le sugiere la tentación– que se relaje, porque ‘después tendrá bastante tiempo y más oportunidades para llevar acabo enérgicamente ese trabajo interior’. …Son las conocidas tentaciones de pereza y desidia, que injertan en el alma: desánimo para trabajar sobre sí misma, falta de valentía y perseverancia. El alma que sinceramente desee progresar en la vida espiritual debería reaccionar de inmediato contra sugerencias de este estilo. Cueste lo que cueste, no debe renunciar a lo que se propuso y al trabajo sobre sí mismo que ya comenzó. Cada vez que se acerca la tentación hay que comenzar desde el principio. Cuando la tentación te sugiere que no te fatigues demasiado, que vivas más cómodamente, pues te exiges mucho, necesitas tomar de nuevo la resolución original: quiero perseverar, tengo que perseverar. La vida espiritual tiene la característica de que siempre hay que empezarla desde el principio; siempre hay que empezar a trabajar de nuevo. Renovar las resoluciones y empezar a trabajar siempre de nuevo es ya cierta perfección del corazón, cierta sublime disposición del alma. Ésta posee santa intención, aunque su conducta y sus actos todavía son a menudo reprochables. No es suficiente, con todo, comenzar un trabajo interior y perseverar en él. Hay que saber con exactitud hacia dónde hay que orientarlo, qué se quiere lograr por medio de él. Muchos no tienen clara cuál es la tarea que el trabajo interior ha de cumplir, y por eso se pierden en cosas secundarias y desperdician sus fuerzas. Haciendo así, se disipan demasiado corriendo detrás de lo menos importante. Esto explica por qué no todos los que comienzan un trabajo interior y persisten en él obtienen de él todos los frutos. Simplemente, su esfuerzo no está orientado correctamente: su meta no es clara. LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 33 Entonces, ¿qué se hace en el trabajo interior?, ¿qué hemos de alcanzar con él? –Humildad, sobre todo humildad. De todo el trabajo interior, la humildad es el primer objetivo41. Quien alcanzó la humildad cumplió principalmente con su tarea moral. Obtuvo la victoria más importante: ella le abre delante de sí el camino hacia las cumbres de la perfección y de la santidad. Pero, ¿por qué la humildad es el primer objetivo que nuestro trabajo interior ha de lograr? – Eso lo entendemos tan pronto como nos damos cuenta de qué es humildad y qué es orgullo. Sabemos que la raíz más profunda del mal es el egoísmo, es decir, el amor desordenado hacia nosotros mismos. Se encuentra en el hombre como consecuencia del pecado original y de sus propias caídas. La forma más peligrosa de egoísmo es el orgullo. Al orgulloso se le puede comparar con un hombre que camina en zancos. Porque, ¿qué hace un hombre orgulloso? Se enaltece artificialmente por encima de lo que lo rodea, se mueve sin naturalidad y, finalmente, se ocupa sólo de sí mismo, pensando en no perder el equilibrio y en no caerse al suelo. No es capaz de ocuparse en serio de cualquier otra cosa, porque está subido en los zancos. Cuando el orgullo se apodera del hombre sucede lo mismo. Hace que se crea mejor que los demás. Y creerse mejor que los demás es siempre algo artificial y engañoso, aunque se posean realmente más capacidades y cualidades naturales, o dones sobrenaturales mayores que los que poseen otras personas. Sencillamente ¡porque todo lo que poseemos es de Dios! Y Dios no nos concede sus bienes para que nos sintamos mejores que los demás, sino para que, aprovechándolos, le demos a Él gloria y, al mismo tiempo, sirvan para nuestro bien espiritual y el del prójimo. Entonces, quien se enaltece a sí mismo por encima de los demás procede injustamente. El comportamiento de un hombre orgulloso es artificial. Toda su conducta externa carece de sencillez y sinceridad. En cada movimiento se nota que posa; sin embargo, él mismo es el menos consciente de eso. El orgullo llena al hombre de su propio "yo", de su propia supuesta grandeza, y su consecuencia más profunda es el subjetivismo extremo, que hace de su propia razón la única fuente de la verdad. El orgullo cierra delante de nosotros cualquier acceso a la realidad objetiva. Aunque en filosofía rechazamos el subjetivismo con indignación, en la vida moral nos entregamos a él con demasiada frecuencia. El orgulloso es subjetivo: está enamorado de sí mismo, admira sus obras, se contempla incesantemente en una especie de espejo espiritual y se ocupa sólo de sí mismo. Adonde quiera que vaya, lo único que aporta es su "yo". De esto nace una ceguera inaudita: ningún vicio ciega tanto como el orgullo. Quien lleva su propio "yo" por delante, ve 41 Ver K. Marmion, Cristo, Modelo del Religioso, XI, de donde sacamos algunos pensamientos. 34 EL MISTERIO DE LOS SANTOS todo a la luz de este "yo"; no puede conocer y valorar con objetividad y paz. Y esta ofuscación genera intranquilidad, hipersensibilidad y susceptibilidad. No obstante, la peor consecuencia del orgullo y del subjetivismo es la insensibilidad a la gracia de Dios. El alma, llena de su propio "yo", orientada hacia sí misma, encerrada en sí, no está disponible para recibir los movimientos e inspiraciones divinos. En ella no hay lugar para la gracia, porque está llena, rica de espíritu, contenta de sí misma. Se opone a que Dios se le dé, y por eso en ella la gracia no da frutos. No hay vicio que resista más a la gracia que el orgullo; éste es el enemigo absoluto de la unión con Dios y del don de Sí mismo que quiere hacer al alma. Por eso, en la sagrada Escritura están escritas estas palabras tan terribles: "Dios resiste a los soberbios"(St 4,6). Ahora entendemos mejor por qué vencer el orgullo es la primera tarea de la vida interior. En esta dirección debe ir nuestro trabajo interior; de otra manera será infructuoso. ¿Por qué tan pocas personas alcanzan resultados positivos a pesar de trabajar fuertemente sobre sí mismas? –Porque son pocas las que vencen el orgullo en lo principal. Al decir en lo principal, me refiero a vencerlo del todo, hasta que no quede ni rastro de él en el alma, que es algo que rebasa nuestras fuerzas naturales. El orgullo está demasiado enraizado en nosotros. Para eliminarlo totalmente del alma se necesita una ayuda divina excepcional. ¡Qué llenos estamos de orgullo! …Examinemos, por ejemplo, los sentimientos que surgen en nosotros a cada momento: alegría y tristeza, temores y esperanzas... Convenzámonos de cuánto orgullo hay en ellos; de lo mucho que nuestro propio "yo" los ha manchado. En todo nos buscamos a nosotros mismos, aunque aparentemente trabajemos para Dios y para el prójimo. ¡Qué poco desinteresados son nuestros deseos, planes y trabajos! Y ¿qué decir de nuestras abnegaciones y sacrificios? ¡Cuántos de nuestros momentos y motivos son, además de puramente humanos, egoístas! ¡…Cuánto orgullo y ambición! …Nadie quiere olvidarse de sí mismo. Al contrario, cada quien quiere significar algo, ser alguien. De esta manera tan engañosa, en cierta manera le robamos a Dios la gloria que a Él sólo le corresponde. Nos hinchamos, nos hacemos el centro de interés. Nos consideramos la fuente de todo –por lo menos en la práctica–. Tomamos lo que somos y lo tenemos como nuestra propia perfección; nos apropiamos de nuestros actos. Con esta actitud y comportamiento llegamos a convertirnos en verdaderos asaltantes de Dios. Porque Él "todo lo hizo para Sí mismo" (cf. Pr 16,4), y Suya es toda la gloria. Por eso, Dios "resiste al soberbio" y lo rechaza. ¿Puede haber algo más terrible que esto? …Hay que bajar necesariamente de estas alturas imaginarias y hacerse pequeño a través de la humildad. ¿Qué es humildad? –Humildad es la verdad. El alma humilde se mantiene en la verdad (cf. Jn 8,44) y "obra la verdad" (Jn 3,21; cf. Ef 4,15). LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 35 ¿Por qué la humildad es la verdad? –Porque consiste principalmente en conocer y reconocer lo que es, en la teoría y en la práctica. Entonces, quien conoce y reconoce lo que hay en la realidad y no lo que él mismo inventa, o con su imaginación pinta y con sus deseos persigue, aquél posee la verdad. Y quien en su vida se adecúa con la verdad, tal como la conoció y reconoció, llega a convertirse en "el que obra la verdad"; éste es humilde. ¿Qué hace el hombre humilde? –Conoce quién es en realidad. La realidad es que el hombre por sí mismo es nada, porque todo lo que tiene –incluso su propia existencia– lo recibió de Dios. Esta es una verdad irrefutable y un dogma de fe. Por eso, el Señor le decía con razón a santa Catalina de Siena: recuerda que tú eres lo que no es, y que "Yo soy el que es" (cf. Ex 3,14). De esta manera la confirmaba en humildad. A partir de entonces, cada vez que era honrada por los demás, la santa se ocultaba en su propia nada, atribuyéndole toda la gloria al Señor. El Sínodo de Orange42 define nuestro verdadero valor como hombres con más profundidad y expresividad. Afirma que no poseemos nada fuera de la mentira y el pecado43, es decir, que somos propietarios sólo del error y del pecado, desviaciones de la razón y de la voluntad. Todo el bien que hay en nosotros o que podemos realizar proviene de Dios, es don de Dios. Entonces, ¿qué tenemos que no hayamos recibido de Dios? Y, si todo lo recibimos, ¿por qué gloriarnos como si fuera nuestra propiedad? Si pensamos que somos o significamos algo y que podemos algo, nos engañamos y estamos en las tinieblas del error. Si alguien cree ser algo, siendo nada, se engaña a sí mismo. ¡Con qué frecuencia nos engañamos a nosotros mismos! En este auto-engañarnos está la fuente de nuestra ignorancia, de nuestra ceguera espiritual. Por eso no entendemos los caminos más sencillos del Señor, ni Sus planes para con nosotros, ni nuestras más sencillas obligaciones, ni el verdadero sentido de la propia vida. ¡Cuánto mal se genera por esta falta de luz! En cambio, ¡qué bendiciones fluyen de la verdad, del conocimiento humilde del auténtico valor del hombre! La humildad es la verdadera fuente de luz, porque nos enseña quiénes somos en realidad. Esta luz es la humildad de la razón. Sin embargo, aunque la luz es algo indispensable en nuestra vida, no nos basta sólo con ella. Además, es necesario actuar. No basta con conocer el justo valor de uno mismo; también hay que reconocerlo con la voluntad y el corazón, e irlo asumiendo en la vida diaria. En esto consiste la humildad del corazón. Es difícil conocer sin velos la propia miseria y pecaminosidad, pero es incomparablemente más difícil conocerla e irla reconociendo y adecuándose a ella a lo largo de la vida. Esto ocurre cuando nos tratamos a nosotros mismos de acuerdo con la verdad. Entonces de buena gana nos humillamos delante de los demás y nos comportamos –en cuanto esto depende de nosotros– según el lugar que nos corresponde: …el último. 42 43 Celebrado en la Galia el año 529. Se trata del II Concilio de Orange, cf. Denzinger, nn.1736ss. Canon 22 (Denzinger, n.195). 36 EL MISTERIO DE LOS SANTOS La necesidad de humillarse delante de Dios y mantenerse delante de Él en adoración es evidente, si consideramos quién es Dios en Sí mismo y lo que hizo por nosotros como Señor, Padre y Redentor. Entonces surge en el alma un profundo respeto hacia Él, quien la mantiene sujeta en una actitud humilde llena de veneración. ¡Cuánto le conviene esta actitud a la criatura manchada por el pecado! Este respeto y este humillarse por respeto abarcan todo lo que está relacionado con Dios, todo lo que lo representa, todo lo que habla de Él. Sobre todo, abarcan al prójimo sin excepción. Si queremos tener con él la actitud apropiada, debemos "leer el nombre de Dios en el hombre". En cambio, en nosotros debemos fijarnos en lo que es nuestra propiedad absoluta: en nuestra mentira y nuestro pecado. Está bien claro: el mentiroso y pecador ha de humillarse delante de los demás, porque cada alma es imagen de Dios, y si ésta está en estado de gracia, en ella habita Dios. …Humillándonos delante de los demás con una actitud de veneración, respetamos a Dios mismo. De esto deducimos que el principio y la raíz de la humildad es, ante todo, el respeto que le tenemos a Dios. La humildad no es entonces algo indigno del hombre, no es algo que lo degrade, sino todo lo contrario: por estar construida sobre la verdad, es para Dios un homenaje, y para el alma, perfección que la ennoblece y ensalza. Quien se humilla por respeto delante de Dios será elevado, y esto en la misma medida en que se humilla. Quien "ama la verdad" y se coloca en el lugar que le corresponde –o sea, el último–, se hace digno de que Dios lo ensalce. El humilde, conociendo su indignidad, se coloca en el último puesto, tanto delante de Dios como del prójimo. Por eso desea ser olvidado, desea ser oculto. Y esto va de acuerdo con su pequeñez. De la humildad surge el amor a la vida oculta. El hombre humilde desea no ser conocido y, en cierta manera, desaparecer a los ojos de los demás. Ama nescire44. He aquí el principio de la humildad. San Pablo le deseaba esta vida oculta a los colosenses: "…vuestra vida está oculta con Cristo en Dios" (Col 3,3). Pero esta actitud del alma que busca el último lugar y ser olvidada, ¿no conduce a la pusilanimidad e inactividad? –No, ¡al contrario! Más bien conduce a la magnanimidad. Si la humildad es la verdad, no niega los dones naturales y las gracias que tenemos de Dios. Más bien exige que reconozcamos nuestras dotes y capacidades, pero que, al mismo tiempo, confesemos a Dios como su única fuente. La humildad demanda que aprovechemos con diligencia las capacidades, gracias y dones que tenemos, pero nos obliga a atribuir todo lo que logramos o realizamos a Dios, y no a nosotros mismos. …"si no conocemos que recibimos –dice santa Teresa–, no despertamos a amar (...) Y es cosa muy cierta que, mientra más vemos estamos ricos, sobre conocer [que] somos pobres, más aprovechamiento nos viene, y aún más verdadera humildad"45. 44 45 Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, Desea no ser conocido, 1,2. Libro de la Vida, cap. 10, n.4, en Obras Completas, B.A.C. Madrid 1986, pág. 67. LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 37 La humildad va a la par con la magnanimidad. ¿Por qué? –Porque es la verdad. A la luz de la verdad conocemos nuestra miseria y nos humillamos delante de Dios y del prójimo, pero, al mismo tiempo, reconocemos los dones divinos que hay en nosotros y emprendemos grandes obras para Él. En san Pablo admiramos esta singular síntesis de humildad y magnanimidad. "Literalmente, él ve en sí mismo a dos hombres completamente distintos. De uno de ellos se gloría y del otro no, sino que, más bien, se avergüenza y humilla. El primero de los hombres que vive en él es el instrumento de los dones y de las gracias divinas. De éste san Pablo se gloría, porque la gloria le llega exclusivamente al Dador de los grandes dones que enriquecen su alma. Del segundo hombre, en cambio, no se gloría, sino sólo de su debilidad e imperfección"46. Así dice san Pablo del primero y del segundo hombres: "…de ese tal me gloriaré; pero en cuanto a mí, sólo me gloriaré en mis flaquezas" (2Co 12,5). La humildad genera grandeza de ánimo y generosidad, y, por lo tanto, la verdadera libertad de espíritu. El magnánimo está desapegado del mundo y de sí mismo. No se siente, pues, atado, ni a la opinión del mundo, ni al propio "yo", ni al propio interés. Entonces no conoce la esclavitud de espíritu. Goza de libertad porque posee la santa indiferencia. La humildad también genera magnanimidad en el alma, porque la prepara para el derramamiento abundante de los dones divinos. "Abismo que llama al abismo" (Sal 41,8). Nuestra miseria, cuando la conocemos, reconocemos y confesamos, llama al abismo de la bondad y misericordia de Dios. Cuando aceptamos que sólo somos "mentira y pecado", que somos imperfectos y miserables, confesamos a través de esto mismo el poder y la bondad de Dios, rendimos honor a Su grandeza y bondad. Entonces Dios llena nuestra alma con Su gracia. San Agustín dice que, en cierta forma, nuestra humildad es la medida de la que Dios se sirve para concedemos Sus gracias. Entre más profunda es la humildad, más se amplía esta medida. La humildad abre el espacio en el alma para que puedan entrar en ella torrentes de gracia. Este es el misterio de la pequeñez. La pequeñez es la humildad que hace al alma capaz de recibir la gracia y de prepararse para unirse con Dios. En este sentido, decimos que la humildad es el fundamento de la vida espiritual. Así como al excavar el fundamento de una construcción tiramos afuera tierra, trabajando sobre el fundamento de nuestra vida espiritual debemos sacar completamente de dentro lo que es nuestra propiedad exclusiva, lo que en nosotros no es de Dios, es decir, la falsedad y la maldad, lo que está relacionado con el amor propio, lo que proviene del orgullo. Hay que ser pequeño, muy pequeño, para tener vida interior. Hay que ser pobre de espíritu para que Dios pueda darse a nosotros. ¿Por qué Dios puso sus ojos en María con tanto amor y 46 R.P. Arz. Teodorowicz, San Pablo, el Apóstol de las Gentes, Lublin 1930, pág. 33. 38 EL MISTERIO DE LOS SANTOS la elevó a tan alta dignidad? –Porque Ella fue la más humilde: "Puso los ojos en la humildad de su esclava" (Lc 1,48). La humildad preparaba a María para la gracia de la maternidad divina. En su alma triunfaba la humildad y, por lo tanto, la gracia. Si hemos de ser dóciles a la gracia, si es que deseamos que Dios se una con nosotros para ser en Sus manos un instrumento del cual Él se sirva, seamos, sobre todo, muy humildes. No busquemos gloria para nosotros mismos; atribuyámosle todo lo bueno a Él. Puesto que el alma humilde está perfectamente sometida a Dios y a Su gracia, en ella reina la paz. La paz es el silencio que surge del orden. Si en la naturaleza los elementos están en equilibrio, hay silencio en ella. Esta es una imagen de lo que sucede en el mundo moral, en el alma en la que todo está en equilibrio. Este equilibrio, este orden moral consiste en que el alma –es decir, la razón y la voluntad– se haya sometida a Dios, y la parte inferior de nuestra naturaleza –es decir, las pasiones–, se haya sometida a la parte espiritual. La paz reina en el alma cuando en nosotros reina el orden, cuando el corazón está en silencio, sometido a la razón y a la voluntad; cuando el alma acallada se entrega a Dios. Sin embargo, esto sólo sucede en un alma humilde. Porque el alma que se ha entregado completamente a Dios tiene el poder para mantener sometido a ella todo lo que debería escuchar a la razón. Un alma así no está atormentada por el anhelo de grandeza, no está agitada por la ambición. Ella ama ser olvidada y es feliz con ello. Inclusive su propia imperfección y sus caídas no logran intranquilizarla. Conoce su nada y su debilidad, pero sabe confiar sin límites y apoyarse en la ayuda y misericordia de Dios. En su vida moral, Dios es todo, y ella, nada. Es evidente, por lo tanto, que la humildad es el fundamento y la medida de la verdadera cultura espiritual. En su sentido cristiano, la cultura espiritual consiste en que todo el hombre desarrolle sus capacidades naturales y sobrenaturales bajo la guía de la razón iluminada por una fe viva, y en que la voluntad fortalecida por el amor sujete con mano fuerte las facultades que de ella dependen. Por tanto, la recta razón perfeccionada por la fe y la voluntad fortalecida por el amor constituyen el fundamento de la madurez moral en términos cristianos. Es entonces cuando el equilibrio reina en el interior del hombre y en su vida. Pero no hay fe ni amor sin humildad. Porque la fe exige la sumisión absoluta de la razón y de la voluntad a la autoridad divina. El orgullo y la humildad son como dos platillos de una misma balanza: cuando uno baja, el otro, en la misma proporción, sube. Dos amores –dice san Agustín– construyeron dos ciudades: el amor a Dios hasta el desprecio de sí mismo construyó Jerusalén, la ciudad divina; el amor propio hasta el desprecio de Dios, construyó Babilonia, la ciudad impía. El primer amor se apoya en la humildad; el segundo, en el orgullo. Podemos construir nuestra vida moral sólo de dos maneras: o con Dios, o sin Dios. El tipo de construcción depende del tipo de amor que tenemos: amor santo o amor propio. Con el LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 39 primero construimos en nosotros y en los demás el Reino de Dios y, con el segundo, el reino de Satanás. No existe un camino intermedio47. De lo que se ha dicho hasta ahora, nos damos cuenta que la genuina humildad no tiene precio. En la vida espiritual todo depende de ella. Vale la pena sacrificarlo todo y sufrir los más grandes sacrificios con tal de lograr, aunque sea, una pequeña gota de humildad. Porque con ella entran en el alma todos los bienes y gracias. La humildad es el punto crítico en la vida interior. A la luz de la humildad conocemos lo simple que es la vida espiritual, aunque parezca extremadamente complicada y, por otro lado, vemos lo fácil que es desviarse para quien no la entiende y no la procura. Por lo tanto, hay que trabajar con insistencia para lograrla. Hay que oponerse rápida y valientemente a todo pensamiento vanidoso, a todo deseo de sobresalir. Todo lo que nace en el corazón con algo de orgullo, inmediatamente hay que destruirlo en Cristo. …"crea vuestra merced –escribe santa Teresa– que no todos los que pensamos estamos desasidos del todo, lo están, y es menester nunca descuidar en esto. Y cualquiera persona que sienta en sí algún punto de honra, si quiere aprovechar, créame y dé tras este atamiento, que es una cadena que no hay lima que la quiebre, si no es Dios con oración y hacer mucho de nuestra parte"48. Es un trabajo fatigoso y una dura batalla que exige del alma una disposición adecuada. Esta determinación espiritual, esta actitud interior que facilita la perseverancia en la lucha y en el trabajo, es la contrición de corazón. Por contrición de corazón se entiende el estado en el cual el alma lleva dentro un dolor constante por haber ofendido a Dios. Así, permanece habitualmente en arrepentimiento y odio al pecado, en la postura del culpable. Esta condición genera en el alma cierta constancia, cierta estabilidad, porque la inclina a ahogar inmediatamente en ella cualquier movimiento del orgullo. Llegamos a tener un corazón contrito cuando, en el examen de conciencia, en un sincero cara a cara con Jesús, nuestro Señor, le presentamos toda nuestra miseria: "Dios mío, he aquí el alma que creaste y redimiste; mira qué deformada está, llena de inclinaciones que no agradan a Tus ojos; ¡ten piedad de ella! Esta súplica llega directamente al Corazón de Cristo, como la súplica del leproso del Evangelio: ‘Jesús, Maestro, ¡ten piedad de nosotros!’. Y Jesús nos curará"49. Sobre todo hay que orar mucho y bien para llegar a poseer la humildad. La humildad es fruto de la gracia. Y para obtener esta gracia hay que orar. Ser verdaderamente humilde es el acto moral más importante. Nadie lo logrará sin la gracia sobrenatural. A base de esfuerzo propio se puede poseer una humildad aparente en sus cualidades externas, pero nadie puede alcanzar la verdadera humildad interior por sí mismo, porque el pecado original debilitó demasiado al 47 R.P. Adamski, La Humildad como fundamento de la Vida Cristiana, Poznan, pág. 108. Libro de la Vida, cap. 31, n.20, en Obras Completas, B.A.C. Madrid 1986, pág. 171. 49 Marmion, Ob. Cit., pág. 293. 48 40 EL MISTERIO DE LOS SANTOS alma en este aspecto. Dios mismo –dice santa Teresa, basándose en su propia experiencia– es quien infunde en nosotros la humildad; y de una manera muy diferente a como podrían hacerlo nuestros propios esfuerzos. La humildad y la oración están estrechamente unidas entre sí y se apoyan mutuamente: la humildad no puede existir sin oración, y la oración, a su vez, se perfecciona en la medida del progreso en la humildad. Pero, sobre todo, tenemos que pedirle a Jesucristo, nuestro Señor, que nos haga partícipes de su propia Humildad divina. IV. EL MISTERIO DE LA VIDA INTERIOR El catolicismo es un misterio sobrenatural. Y no es solamente una verdad revelada que recibimos con fe, sino que también es bien y vida sobrenaturales. El misterio del catolicismo es verdad sobrenatural para la razón, bien sobrenatural para la voluntad y vida sobrenatural para el alma. He aquí su contenido: la vida interior de Dios, Uno y Trino. Gracias a la Encarnación, ella se introduce en la santa Humanidad del Hijo de Dios, y gracias a la Redención (que se vive a través de la Iglesia y de su Liturgia), entra en nuestras almas para unirnos con Cristo y, a través de Cristo, con Dios. Dios es uno en tres Personas: esta es la principal verdad de la fe católica, el contenido esencial del Nuevo Testamento. Tratemos de sondear este misterio divino50. Dios es espíritu. Por lo tanto, su actividad primera es pensar. Pero el pensamiento de Dios no es múltiple como el nuestro, que surge siempre de nuevo para rápidamente volver a extinguirse. Nuestro pensamiento es múltiple, porque nuestra mente es limitada y exige que conozcamos las cosas una por una; es efímero y pasajero, porque en nuestra mente las ideas se siguen una a la otra. Cada idea que surge hace a un lado la anterior, y así sucesivamente. En cambio, en Dios –en quien el actuar es infinito– la mente genera, de una vez y a través de un solo acto, el pensamiento que Lo expresa completamente y del todo. No se necesitan luego más ideas, porque la primera expresa todo lo que hay que conocer, esto es, la infinitud de lo divino. Esta única e ilimitada idea, engendrada en la mente divina, permanece eternamente delante de Dios como su más perfecta imagen, "expresión de su esencia" (Hb 1,3). Esta idea es el Verbo de Dios, su expresión interior, de manera similar a como nuestras palabras son nuestra expresión interior. Pero, a diferencia de las nuestras, el Verbo de Dios es una Palabra perfecta que expresa todo, lo creado y lo no creado. 50 San Agustín intentó explicarlo valiéndose de la estructura psicológica humana, en la que la memoria, la inteligencia y la voluntad son las facultades superiores. Así, refiriendo la memoria a Dios Padre (en cuanto que la memoria garantiza la continuidad y la identidad consigo mismo), explicó la generación del Hijo por el Padre por la vía del conocimiento (inteligencia), y la procedencia del Espíritu Santo (del Padre y del Hijo) por la vía del amor (voluntad). Es la llamada teoría psicológica agustiniana. LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 41 Y así como en el hombre la idea se distingue del espíritu humano, pero no se separa, sino que permanece en él, de la misma manera, en Dios, la Idea, el Verbo, se distingue de su Principio, pero permanece en la más perfecta unión con Él. Aquí admiramos y veneramos la unidad más perfecta, porque se trata de la unidad –en una sola naturaleza– de la Razón que conoce –o sea, el Padre que engendra– con el Verbo conocido, el Hijo engendrado. El Padre dice: "Tú eres mi Hijo; hoy Yo mismo te engendré" (Sal 2,7), y el Verbo responde: Tú eres mi Padre; hoy me engendraste. He aquí el primer misterio de las procedencias trinitarias: el Hijo es engendrado en el seno del Padre a través del conocimiento; Su autoconocimiento se desarrolla hasta el punto de ser una Persona. En nosotros, el conocimiento va acompañado de un nuevo acto: el acto de amar. El conocimiento (la idea) nos acerca la cosa conocida; el amor, en cambio, es el movimiento que nos inclina hacia la cosa amada, para acercarnos a ella y unirla con nosotros. De esta manera, se obra una misteriosa unidad en la multiplicidad. El amor se distingue del espíritu: en él se genera y luego pasa; también se distingue de la idea, porque es el movimiento hacia el objeto conocido y no su imagen mental. No obstante, tiene su origen en ambos –en el espíritu y en la idea–, y por eso los une y hace de ellos –de cierta forma– uno solo. El amor procede del espíritu porque es su acto y, al mismo tiempo, proviene de la idea, sin la cual el espíritu no conocería el objeto que después amaría. Entonces el amor permanece en estrecha unión con la idea y con el espíritu. En Dios esto sucede de manera semejante. El Padre ve al Hijo, su Idea eterna, su Palabra; el Hijo ve al Padre, su Principio eterno. De este conocimiento mutuo, lleno de fascinación, surge la tercera expresión de esta coexistencia: el Amor infinito, ilimitado, …la tercera Persona: el Espíritu Santo, el soplo del amor del Padre hacia el Hijo y del Hijo hacia el Padre. El Espíritu Santo es el amor de Dios personificado. Dios se conoce a sí mismo en el Hijo; se ama a sí mismo en el Espíritu Santo. Este es el misterio de la vida íntima de Dios: la unidad en la multiplicidad, unidad de la divinidad coexistente en la multiplicidad de las Personas divinas. El Padre es Dios en cuanto le da al Hijo la naturaleza divina a través de engendrarlo intelectualmente; el Hijo es Dios en cuanto también recibe su naturaleza divina del Padre al ser engendrado; y el Espíritu Santo es Dios en cuanto también recibe, del Hijo y del Padre, la naturaleza divina a través del soplo del amor. El Padre ama al Verbo sin límites; el Verbo ama al Padre con un amor igual, eterno e infinito. El amor es uno aunque recíproco, y verdadero es el abrazo, el beso inefable que a ambas Personas, al Padre y al Hijo, absorbe en la unidad del Espíritu Santo. En un Dios así creemos nosotros: en Dios vivo, Fuente de Vida, Vida-Luz y Vida-Amor. 42 EL MISTERIO DE LOS SANTOS Este incomparable misterio del interior de Dios es el más grande misterio de nuestra fe y la fuente de todos los demás. "Para conocimiento y contemplación del misterio de la Sacrosanta Trinidad han sido creados en el cielo los ángeles y en la tierra los hombres; que prefigurado en el Antiguo Testamento, para enseñarle con más claridad, descendió el mismo Dios de los ángeles a los hombres: 'ninguno vio jamás a Dios; el Hijo unigénito que está en el seno del Padre, ése lo manifestó' (Jn 1,18)"51. ¿Acaso no es algo importante para el desarrollo de nuestra vida espiritual que, en la medida en que nuestras débiles capacidades nos lo permiten, tratemos de profundizar en lo que la fe y la teología dicen sobre el misterio de la Santísima Trinidad? El mismo hecho de que Dios se dignó revelarnos el misterio de su vida interior y de su felicidad eterna es una prueba de la extrema ternura e intimidad de Su amor, capaz de mover nuestros corazones a corresponderle también con amor. * * * La Santísima Trinidad unió la naturaleza humana con la Persona del Verbo en Jesucristo. Este Cuerpo de naturaleza humana fue formado por el Espíritu Santo de la purísima sangre de la Santísima Virgen María. Esto sucedió en el momento de la Anunciación, es decir, de la concepción de Jesús. En aquel mismo momento, Dios Padre creó la Sacratísima Alma de Jesús. El Hijo de Dios –Dios también– se hizo hombre; Jesucristo-hombre es Dios. He aquí el misterio de la Encarnación. Sin abandonar el seno del Padre, el Verbo recibió, en el vientre de su Madre Virgen, la naturaleza humana, que incluyó en la unidad de su Persona divina. Entonces, la Persona divina que eternamente poseía la sola naturaleza divina, desde el momento de la Encarnación posee dos naturalezas completas: la divina y la humana. La misma Persona posee todo lo que es propiedad de Dios, porque es uno con el Padre y con el Espíritu Santo y, al mismo tiempo, posee todo lo que es propiedad del hombre, porque tiene naturaleza humana, como María y como nosotros. En Jesucristo, la paternidad natural del Padre eterno abarca a la creatura: el Hijo de María, el hombre, es, al mismo tiempo, el Hijo de Dios. El nombre de Jesús hace referencia a Dios humanizado; el nombre de Cristo, a hombre divinizado. Jesus significat Deum humanitatum, Christus vero hominem deificatum52. Jesucristo tiene, pues, dos nacimientos: uno, en la eternidad, y el otro, en el tiempo. Por la Encarnación, el Hijo de Dios se hizo el Hijo del hombre. 51 52 León XIII, Encíclica Divinum Illud Munus, 9 de mayo de 1897, n.4. Opusc. De Humanitate Christi. LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 43 Y este Hijo del hombre es el eterno Hijo de Dios. Hay en él una sola condición de Hijo, la condición de Hijo de Dios, que abarca las dos naturalezas, la divina y la humana. Cristo es uno. En Jesucristo, Dios, al grado más perfecto, se da a la criatura, a la naturaleza humana, a su alma y a su cuerpo, porque la naturaleza humana en Cristo recibió parte en la personalidad de la segunda Persona de la Santísima Trinidad, de manera que existe con la existencia personal del Verbo. Por eso ella pertenece completamente al Verbo, y el Verbo pertenece completamente a ella. ¡De qué plenitud de riquezas espirituales colmó el Verbo su naturaleza humana; con qué abundancia la hizo partícipe en la vida íntima de Dios, siendo ésta la propia vida del Verbo! La naturaleza humana no puede transformarse en la divinidad, pero permaneciendo criatura puede ser divinizada por la plenitud de la gracia santificante. "En Él (Cristo) habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente" (Col 2,9). Jesús, en su naturaleza humana, está pleno de gracia y verdad. ¡Pero además Jesús es para nosotros! Por medio de un sólo acto de predestinación, Dios abrazó a Cristo y a nosotros. Nosotros conformamos una sola familia con él. Jesús es nuestro hermano porque se hizo hombre de la sangre y de los huesos de Adán. Somos sus hermanos porque la obra de la Redención le dio a Él el derecho de hacernos partícipes de su naturaleza divina, a través de la gracia, cuya plenitud sólo Él posee. Gracias a Jesús "...estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo" (1Jn 1,3). "Pues de su plenitud hemos recibido todos" (Jn 1,16), para que "nos hiciéramos partícipes de la naturaleza divina" (2P 1,4). Por lo tanto, por Cristo y en Cristo somos miembros del organismo espiritual cuya Cabeza es él mismo. Vivimos la vida de Cristo: "para mí la vida es Cristo" (Flp 1,21). Cristo, lleno de gracia y verdad, es la causa de nuestra santificación; la gracia de Cristo llega a ser nuestra gracia. Esto no significa que la misma cantidad de gracia que llena el alma de Cristo se vierta en la nuestra, sino que, más bien, la plenitud de la gracia de Cristo es la causa de la gracia que nosotros recibimos. Él, con el poder de la gracia que posee, nos alcanzó toda la gracia y nos la da a través de la vida sacramental de la Iglesia. La Iglesia dispone de la gracia y la da en abundancia, porque por los méritos de Jesucristo tiene al Espíritu Santo, al Dador de todas las gracias. El Espíritu habita en la Iglesia para instruirla a través de los labios del Papa, el Vicario de Cristo, y para santificarla a través de la Eucaristía, el Sacrificio de Cristo y Su verdadero Cuerpo. He aquí el misterio de Cristo. Gracias a la Encarnación, Cristo posee la plenitud de la gracia y la verdad. Gracias a la Redención se hizo Cabeza de la Iglesia, de Su Cuerpo Místico. Por esto, en el Espíritu Santo le da a la Iglesia –de Su propia plenitud– la verdad que resplandece en el Papado y la gracia que irradia en la Eucaristía. La Encarnación, la Iglesia y la Eucaristía forman parte del gran misterio de Cristo. De todo lo anterior se nos descubre lo que entendemos por misterio de la vida interior, la esencia misma del catolicismo, su misterio más profundo. El contenido de este misterio es el 44 EL MISTERIO DE LOS SANTOS Espíritu Santo, enviado a nuestras almas por el Padre y el Hijo en virtud de los méritos del DiosHombre, y también la gracia, a través de la cual renacemos del mismo Espíritu. Por lo tanto, la verdad más profunda de nuestra vida interior consiste en que por el Espíritu Santo volvemos a nacer y somos divinizados interiormente. El mismo Espíritu en nosotros es el autor de la gracia santificante, la cual nos da, a su vez, la capacidad para poseerlo verdaderamente a Él mismo. El Espíritu Santo proviene del Padre y del Hijo, y es el Espíritu del Padre y del Hijo. Por eso con razón decimos que el Padre viene al alma, envía a ella al Hijo que de Él proviene, y junto con el Hijo le da al Espíritu Santo. A su vez, el Espíritu diviniza al alma con la gracia y hace que sea capaz de poseer a la Santísima Trinidad y deleitarse en Ella. Nuestra vida interior consiste en que poseemos en el alma un don doble de Dios. Uno es infinito y no creado: el Espíritu Santo o, mejor, toda la Santísima Trinidad, porque donde está el Espíritu Santo, allí también están el Padre y el Hijo. El otro don es finito y creado: la gracia santificante. El Espíritu Santo es el autor de esta gracia en el alma, y se la da por los méritos de Jesucristo; se la da al alma para que, divinizada por ella, sea capaz de entrar en posesión de Dios, Trino y Uno. El Espíritu Santo imprime en el alma su huella, es decir, la gracia, que la diviniza hasta el grado de hacerla capaz de convivir directamente con la Santísima Trinidad. A través de un don creado como lo es la gracia santificante, el mismo Dios se da al alma, habita en ella. Dios se vuelve propiedad del alma, de manera que ella es "santuario de Dios vivo" (2Co 6,16) y puede entablar con Dios el contacto vivo más afectuoso. ¡Qué sublime y profundo es el contenido de nuestra vida espiritual! Poseemos la gracia santificante que penetra toda la esencia de nuestra alma, la diviniza y la sumerge en Dios, a semejanza de un rayo que penetra un cristal dándole su resplandor. A través de la gracia somos capaces de poseer a Dios, de convivir con la Santísima Trinidad que mora en nosotros como en Su templo. Y, en Su templo, las tres Personas divinas no pueden permanecer inactivas; actúan sin cesar, y cada una según su propio carácter. El Padre mora en el alma como fuente de vida y de paz: es el Creador que da la existencia y establece la armonía en la creación, es el Padre que envuelve a Su hijo adoptivo con una bondad y ternura inexpresables, dándole Su Verbo y Su Espíritu. El Verbo viene como fuente de luz sobrenatural: es la Idea eterna del Padre, es la Luz que se une a nuestra razón para introducirnos en los misterios sobrenaturales de la divinidad a través de la fe perfeccionada por el don de Sabiduría. El Espíritu Santo desciende como fuente de amor. El Amor del Padre y del Hijo, su abrazo mutuo –consumación de su vida interior– se une con nuestra voluntad para hacernos partícipes del amor eterno de Ellos. LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 45 En Dios no hay inacción, sino movimiento eterno, circulación de amor. Porque la ley del amor es el don de sí mismo al otro. El Padre no sería Dios si permaneciera encerrado en Sí mismo. Por eso le da Su naturaleza divina al Hijo, a quien engendra desde la eternidad. El Hijo no sería Dios si no permaneciera en el Padre. Entre el Padre y el Hijo hay permanentemente una fuerza de atracción de amor que los lleva el uno hacia el otro y conforma Su vida en la unidad. El Espíritu Santo es la expresión de este movimiento eterno de vida divina y su plenitud por los siglos. Él, es decir, el Amor que procede del aliento del amor infinito que une al Padre y al Hijo en un éxtasis inefable de gozo eterno, le concede al alma una fuerza de atracción de amor semejante. Esta fuerza acerca al alma al Padre y al Hijo y le permite participar en Su trato íntimo. En el cielo este trato es perfecto. Sin ningún velo ni obstáculo, los bienaventurados contemplan a las tres divinas Personas. Con el Padre admiran, aman y abrazan el resplandor fascinante del Verbo Eterno. Con el Hijo adoran, aman y abrazan la perfección infinita del Padre. El Padre les atrae hacia el Hijo y el Hijo hacia el Padre. La fuerza de atracción eterna del amor del Padre y del Hijo les arrebata, eleva y sumerge en éxtasis, en la unidad del Espíritu Santo53. En la tierra tenemos el verdadero comienzo de esa felicidad inefable en la vida de la gracia que, en esencia, es la misma vida de la gloria del cielo. A través de la gracia poseemos en el alma algo de aquel misterio fascinante de la penetración mutua de las Personas de la Santísima Trinidad. A través de la fe perfeccionada por el don de Sabiduría y a través del amor poseemos verdaderos reflejos de las procedencias trinitarias, esto es, el movimiento por el que el Verbo procede de la eterna Sabiduría y el movimiento por el que el Espíritu Santo procede del Amor eterno. Este es el justo sentido de las palabras de San Juan: "Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con Su Hijo, Jesucristo" (1Jn 1,3). Entre la Santísima Trinidad y nuestra alma existe una estrecha comunicación, intimidad, comunión de vida. Esta intimidad, esta comunión de vida con la Santísima Trinidad, cuyo fundamento es la gracia santificante, se desarrolla a través de los actos de las virtudes teologales. La gracia santificante hace que poseamos a la Santísima Trinidad y que seamos capaces de entablar con Ella una comunión vital. Pero ésta se da a través de los actos de las virtudes teologales, especialmente a través de los actos de fe y de amor. Entonces experimentamos la más afectuosa relación de intimidad. Los actos de fe y amor, los actos de fe viva realizados por amor, son como los brazos con los que abrazamos a la Santísima Trinidad que mora en nuestras almas. Así como en el alma nacen las facultades espirituales –la razón y la voluntad–, a través de las cuales tomamos posesión de la verdad y del bien, así, en el orden sobrenatural, las virtudes teologales nacen de la gracia santificante. A través de ellas tomamos posesión real de la Santísima Trinidad que mora en nosotros e intimamos con Ella afectuosísimamente. Entre más viva es la fe y más 53 Bernardot, De la Eucaristía a la Santísima Trinidad, Lwów 1925, págs. 61 y ss. 46 EL MISTERIO DE LOS SANTOS encendido el amor, tanto más poseemos a Dios, tanto más estrecha se hace nuestra comunión con Él. "Quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 4,16). Ahora entendemos que Dios, a través de Cristo, nos dio no solamente la revelación de las verdades divinas, sino, sobre todo, la participación en la misma vida interior de Dios, en la vida de la Santísima Trinidad. El verdadero católico no solamente cree en Dios Trino, en Cristo y en la Santa Iglesia, sino que participa, a través de la Iglesia y de Cristo, en la vida interior de la Santísima Trinidad, de Cristo y de la Iglesia. Este es el misterio de la vida espiritual y, al mismo tiempo, el más profundo misterio del catolicismo. El católico convive con las tres Personas divinas que moran en su alma como en un tabernáculo vivo: convive con Ellas a través de actos de fe y amor; les habla, abre delante de Ellas todos los rincones secretos de su corazón; escucha la voz misteriosa con la que la Santísima Trinidad le habla; recibe con diligencia las inspiraciones del Espíritu Santo. ¿De dónde provienen los buenos pensamientos, los nobles deseos, los sublimes impulsos?, ¿de dónde nace la dulce paz del alma cristiana? –Son ellos el resultado de la voz de Dios que mora en ella; son ellos los frutos que el Espíritu Santo hace nacer en quien es humilde y vigilante. Los actos de fe y de amor son los actos más valiosos de nuestra vida, porque a través de ellos coexistimos con la Santísima Trinidad que habita en nosotros. Entre más perfectos son los actos de nuestra fe y de nuestro amor, tanto más estrecha es esta coexistencia. Siempre que realizamos actos de fe viva y actos de amor ardiente y desinteresado, la gracia santificante crece en nuestra alma y, así mismo, la Santísima Trinidad más se nos entrega, nosotros más perfectamente la poseemos y con una intimidad más estrecha nos unimos a Ella. Cada crecimiento de la gracia santificante hace que la Santísima Trinidad entre más profundamente en nuestra alma, a sus moradas más ocultas, en donde se está realizando la perfecta unión entre el alma que ama y su Amado. Porque quien vive en la fe y en el amor, vive con su Dios, está en Dios y Dios en él; su propia alma es el cielo en donde Dios mora. Y por eso goza de la paz y de la felicidad interior que nada en el mundo puede darle. Ni siquiera la muerte es para él una espina, porque la vida con la que vive en la profundidad de su alma es una participación en la vida inmortal, es la vida del mismo Dios en él. Dios Trino es el alma de su alma, la vida de su vida. En el momento de la muerte, el conocimiento que procede de la fe le da su lugar a la visión de las Personas divinas que moran en el alma y a la visión de la propia alma como el templo divinizado de la Santísima Trinidad. Entonces es cuando el amor, libre de toda atadura temporal, une al alma con Dios Uno y Trino en el abrazo eterno, para que Dios sea Todo en todo. ¡Qué sencillo, qué profundo, qué arrebatador! * * * LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 47 Las verdades mencionadas anteriormente tienen una importancia fundamental para la práctica de la vida cristiana. Hay que vivir profunda y vivamente convencidos de que poseemos en nuestra alma a la Santísima Trinidad; que a través de la fe y del amor convivimos íntimamente con Ella, de la manera más afectuosa; que nuestra vida interior se obra en la profundidad de nuestro ser, templo de Dios, en donde participamos en la vida íntima de la divinidad. La vida cristiana es verdaderamente interior, espiritual. Sin embargo, ella no es solamente interior, sino que se irradia siempre al exterior. Mientras el hombre permanezca en la tierra no puede vivir una vida puramente interior; necesariamente debe actuar exteriormente, tiene que realizar un sinnúmero de actividades relacionadas con su vocación y sus obligaciones de estado. Es ésta la esfera de la vida activa, en la que el hombre está inevitablemente envuelto. Es evidente que la vida interior, y especialmente la que conforma su contenido más profundo, ha de abarcar también la esfera de nuestra vida activa, de nuestra actividad exterior. En otras palabras, la fe y el amor también han de ser el contenido de nuestra vida activa, de todo nuestro comportamiento. ¿De qué manera la fe y el amor han de abarcar toda nuestra vida? ¿Cómo hacer para realizar todas nuestras actividades con fe y amor? –Muy sencillo: hay que hacer la voluntad de Dios con fe y amor. Toda nuestra vida activa está marcada por la voluntad de Dios y ha de consistir en la realización de esta misma Voluntad. Si quieres, pues, vivir interiormente, procura siempre y en todo cumplir la voluntad de Dios con fe y amor, también en medio de tus ocupaciones y tareas cotidianas. Ellas conforman tu vida activa. Al tratar sobre la voluntad de Dios, los teólogos hacen una diferencia entre la voluntad señalada y la voluntad de complacencia. Por voluntad señalada entendemos aquella que conocemos porque Dios nos la revela a través de los mandamientos, de nuestros superiores, de las circunstancias en que vivimos. En cambio, no conocemos la voluntad de complacencia, es decir, los planes concretos que Dios tiene para con nosotros. Estos planes Dios no los revela; están ocultos, son un misterio para nosotros. Hemos de cumplir fielmente, pues, con fe y amor, la voluntad señalada, la voluntad de Dios que sí conocemos. Debemos tratar de realizar nuestras obligaciones y trabajos cotidianos con la convicción que da la fe, de que ellos son la expresión de la voluntad de Dios, y que, realizándolos, cumplimos Su voluntad. Pero Dios no solamente nos indica cuál es Su voluntad, sino que, además, nos da una ayuda sobrenatural, nos da la gracia eficaz, necesaria para el cumplimiento fiel de Sus designios. La fe nos enseña todo lo relacionado con esta ayuda divina que acompaña cada una de nuestras obligaciones; es más, la gracia depende, en cierta manera, de nuestra fe: cuanta más fe, tanta más gracia. La fe instruye cómo se deben aprovechar las gracias actuales que Dios nos ofrece cada vez que hemos de realizar alguna tarea. 48 EL MISTERIO DE LOS SANTOS Cumpliendo nuestras obligaciones, cumplimos la voluntad de Dios, y cada deber nos trae la gracia actual para que seamos capaces de realizarlo con fidelidad. Cuanto más creemos en ello, tanta más gracia recibimos. Nuestra fe es la medida de la gracia que recibimos para llevar a cabo nuestras obligaciones, es decir, la voluntad divina. Por eso, es muy importante disponerse a realizar los propios trabajos y obligaciones cotidianos con una gran fe. Con la fe se une el amor. El amor ha de ser el motivo de nuestros actos; hemos de cumplir la voluntad de Dios por amor, realizando nuestras tareas con un gran amor. Cuanto más grande es el amor, cuanto más actual y puro, tanto más perfectas son nuestras obras. El amor es, pues, la fuente inmediata de donde nuestros actos obtienen su valor sobrenatural y eterno. Por eso todos nuestros actos deberían nacer del amor; en cierta manera, tendrían que ser amor vivo, práctico. Les pido que oren por mí –escribe sor Isabel de la Santísima Trinidad– para que sólo viva de amor; ésta es mi vocación. Unámonos en el propósito de que nuestros días sean una comunión continua. Dediquémonos al amor durante todo el día cumpliendo la voluntad de Dios bajo Su mirada, con Él, en Él y únicamente para Él. Hagamos de nosotros una ofrenda continua de acuerdo con lo que a Él le agrada. Y al anochecer, al terminar nuestra conversación amorosa con Dios que duró todo el día, durmámonos todavía en el amor; puede que descubramos defectos, infidelidades: confiémoslos al amor. El amor es el fuego consumidor que aquí en la tierra cumplirá el papel del purgatorio. Vivir de fe y amor significa cumplir fielmente, cada día, la voluntad de Dios que conocemos. De esto se deduce que la vida de fe y amor no es una vida de cómodo descanso, sino una vida de actividad continua a través de la cual realizamos fielmente y a cada momento la voluntad del Señor. Cuando el alma desea cumplir la voluntad de Dios con sinceridad y perseverancia, tiene una vida verdaderamente activa y, al mismo tiempo, está libre de toda inquietud, goza de una dulce paz interior, porque se entrega a Dios y a Su voluntad completamente, sin objeciones, aceptando con alegría todo lo que Él decidió acerca de ella, y lo que todavía le oculta. Ante la voluntad de Sus complacencias, es decir, ante los planes que Dios tiene para con nosotros y que no conocemos, una esperanza llena de confianza nos arroja al abrazo del Buen Dios, donde disfrutamos plenamente de paz. Porque "en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman" (Rm 8,28). La esperanza confiada nos obliga a vivir con el convencimiento de que Dios encamina todo hacia nuestro bien espiritual, incluso cuando parece que todo se está derrumbando delante de nosotros. El contenido de la vida interior, en la práctica cotidiana, consiste en hacer la voluntad que conocemos de Dios, y abandonarse completamente a la voluntad que no conocemos de Él. LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 49 Haciendo Su voluntad, o bien, abandonándonos a ella sin objeciones, practicamos la verdadera vida de fe, esperanza y amor. Así, el alma fiel se alimenta de la voluntad divina de acuerdo con las palabras de Cristo: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado" (Jn 4, 34). El alimento divino le da al alma fuerza e ímpetu en su actuar. Porque a cada momento, con fe y amor, ella realiza sus tareas y obligaciones considerándola la santa voluntad de Dios. Al mismo tiempo, este alimento le da verdadera tranquilidad en medio de los trabajos y fatigas. La protege de inquietarse en vano y de complicarse infructuosamente, porque la obliga a descansar en los brazos de la Providencia. El alma se abandona totalmente en la voluntad del Padre con la "santa indiferencia", a la cual san Ignacio dio el nombre de "fundamento" de toda la vida espiritual. La "santa indiferencia" está perfectamente resumida en las palabras de María: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Fidelidad valiente y entrega confiada diarias: he aquí el contenido práctico de la verdadera perfección. Cumpliendo en el momento presente, en la fe y el amor, lo que la voluntad de Dios nos indica y, al mismo tiempo, abandonándonos a todo lo que el siguiente momento nos traiga, vivimos continuamente con una fidelidad llena de poder y en un abandono lleno de recogimiento. Y así vamos hacia adelante por el océano de lo temporal, de momento a momento, de ola en ola, apoyándonos en una y confiándonos a la siguiente, y así hacia la propia predestinación eterna. Y ¿cuál es la predestinación eterna del alma que ama? –Proclamar la gloria de Dios en la Santísima Trinidad y la gloria de Jesucristo con la perfección de la vida cristiana en la tierra y la posesión de Dios en la felicidad eterna del cielo. La perfección cristiana consiste en el amor; cuanto más grande es el amor, más elevada es la perfección. El amor más puro consiste en cumplir perfectamente la voluntad de Dios, en alimentarse de ella, en hacer de ella nuestra propia voluntad, en elevar nuestra voluntad a las alturas de la del Creador. Para las almas que desean esto y así viven, Dios lo es todo. Estas almas, y sólo ellas, son verdaderamente apostólicas. Porque solamente ellas no se buscan a sí mismas, sino que buscan en todo a Dios y Su gloria, principalmente en el prójimo. Ellas miran a los demás a la luz de la fe, la cual enseña que Dios ama a todos sin excepción. En Su misericordia, Dios ama incluso a los que blasfeman y permanecen en el pecado, y por eso los ampara con Su Providencia y les da la ayuda de la gracia actual para que puedan convertirse y volver al camino de la salvación. ¿Acaso, pues, un alma verdaderamente enamorada de Dios podría no amar a todos, incluso a los pecadores, siendo que Dios siempre los ama? En verdad ella ama a todos, en Dios y para Dios; y con el amor de Dios les desea que posean al máximo este amor, y que den gloria a Dios proclamando Su bondad. 50 EL MISTERIO DE LOS SANTOS El amor al prójimo es una irradiación, signo y consecuencia inevitable del amor de Dios. Y como el amor de Dios no es ocioso ni perezoso, sino que genera sin cesar actos y sacrificios de amor, esta búsqueda de hacer bien al prójimo nunca es infructuosa. A los demás les desea, con sinceridad, la gracia y el amor, para que Dios sea adorado en ellos. Este amor está dispuesto a todos los trabajos y sacrificios, con tal de que los hombres conozcan a Dios, lo amen y lo sirvan. Genera en las almas el sano entusiasmo católico por actuar y los lleva a las duras fatigas del apostolado, a salir a la defensa de la verdad y el bien con espíritu de sacrificio. Bajo su influencia desaparece la debilidad y todo lo superficial, infértil y falto de creatividad54. Un amor así tienen las almas apostólicas. Su trabajo es siempre eficaz y victorioso, porque ellas no cuentan con sus propias fuerzas y planes, sino que a través de una confiada esperanza se apoyan únicamente en Dios-auxiliador. Para ellas Dios es todo, y por eso son capaces de vencerlo todo y soportarlo todo para Él, para cumplir Su voluntad, "que quiere que todos los hombres se salven" (1Tm 2,10). Así, la voluntad divina recibida y realizada con fe, esperanza y amor, es la fuente del verdadero ardiente celo apostólico y de la fuerza de espíritu. El celo por la salvación de las almas es un factor primordial para progresar en la vida espiritual en fe, esperanza y amor. Así es como la vida interior y la vida apostólica se unen entre sí, muy estrechamente: la vida interior es fe, esperanza y amor ardientes, y la vida apostólica es la irradiación de la fe, la esperanza y el amor. Hay que permanecer en la más estrecha unión con Dios a través de estas tres virtudes para irradiarlo, y darlo a las almas a través del apostolado de una fe viva, de un amor sacrificado y de una confiada esperanza. * 54 * * Carta del Primado de Polonia, Augusto Hlond, Sobre las tareas del catolicismo ante la lucha contra Dios, pág. 5. LA INICIACIÓN EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 51 CONCLUSIONES PRÁCTICAS De las reflexiones presentadas, surgen tres conclusiones prácticas que responden a la pregunta: ¿cuál es el plan de trabajo fundamental para lograr una verdadera vida interior? 1. Ya que la primera gracia eficaz que Dios nos da a cada uno es la que nos mueve a orar, entonces la primera tarea en el trabajo interior es aprovechar esta gracia y orar. Entre las formas de oración, la más importante, en la práctica, es la oración mental diaria, porque ella hace nacer el espíritu de oración. 2. Alcanzar la humildad con la ayuda de la oración y darse cuenta del progreso en la humildad en el examen de conciencia diario. 3. Vivir con la convicción de que, por la gracia santificante, la Santísima Trinidad mora en nuestras almas, y relacionarse íntimamente con Ella a través de la fe, la esperanza y el amor. Este trato íntimo con Dios se lleva a cabo, en la práctica, cuando en cada momento realizamos nuestras obligaciones como voluntad de Dios en la fe y el amor, abandonándonos en todo y completamente a esa voluntad divina, con una confiada esperanza. Entonces, la vida espiritual es la vida de fe, amor y esperanza que se desarrolla en el alma orante y humilde. Un alma así vive el misterio de los santos. Únicamente ella puede realizar obras verdaderamente grandiosas para Dios y para el prójimo. 52 EL MISTERIO DE LOS SANTOS 2. LA PLENITUD EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 54 EL MISTERIO DE LOS SANTOS ÍNDICE Introducción . . . . . . . 55 I. El progreso del alma . . . . . 55 II. Las purificaciones divinas . . . . . 64 III. La oración de la fe viva . . . . 72 . LA PLENITUD EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 55 Introducción "A pesar de que sinceramente hago todo lo que está a mi alcance para progresar en la vida interior y de aplicar las indicaciones prácticas dadas en 'Iniciación en el misterio de los santos', no veo ningún progreso, no siento una satisfacción verdadera, ni la paz plena del alma... ¿A qué se debe esto?, …¿qué más he de hacer?" –Con mucha frecuencia surgen cuestionamientos parecidos en las almas que trabajan sinceramente en sí mismas y que quieren llegar a la plenitud de la perfección cristiana. A estas almas, sinceramente deseosas, dedicamos esta modesta obra: su objetivo es indicar, en pocas palabras, un caminito sencillo que las conduzca a las cumbres de la perfección, según los principios de santo Tomás de Aquino, santa Teresa de Ávila y san Juan de la Cruz. * * * I. EL PROGRESO DEL ALMA El contenido más profundo de nuestra vida interior consiste en que por el Espíritu Santo volvemos a nacer interiormente. Él mismo es en nosotros el autor de la gracia santificante y, a su vez, esta gracia hace que el Espíritu more realmente en el alma. El Espíritu Santo proviene del Padre y del Hijo, y es el Espíritu del Padre y del Hijo. Por eso, con razón decimos que por la gracia el Padre viene al alma, envía a ella al Hijo que de Él proviene, y junto con el Hijo le da al Espíritu Santo. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo diviniza al alma con la gracia y hace que sea capaz de poseer a la Santísima Trinidad y deleitarse en Ella. Quien vive, pues, interiormente, posee en el alma un doble don divino: uno es infinito y no creado: el Espíritu Santo, es decir, toda la Santísima Trinidad, porque donde está el Espíritu Santo también están el Padre y el Hijo; el otro don es finito y creado: la gracia santificante. El Espíritu Santo es el autor de esta gracia en el alma, y se la da por los méritos de Jesucristo; se la concede para que, divinizada, sea capaz de entrar en posesión de Dios, Trino y Uno. El Espíritu imprime en el alma su huella (es decir, la gracia), que la diviniza hasta el grado de hacerla capaz de convivir directamente con la Trinidad. A través de un don creado como lo es la gracia santificante, el mismo Dios se da al alma, habita en ella y llega a ser su propiedad, a tal punto que ésta se convierte en "santuario de Dios vivo" (cf. 2Co 6,16), y puede entablar con Dios el contacto vital más afectuoso1. Esta vida de Dios en nosotros se rige por la "ley del progreso incesante": quien no avanza, retrocede. La actuación del Espíritu Santo, motor interior de la vida sobrenatural, no cesará mientras el alma no alcance la plenitud de la perfección en la vida eterna. 1 Cf. A. Żychliński, Iniciación en el Misterio de los Santos, Biblioteca de Espiritualidad, México 1993, pág. 47. 56 EL MISTERIO DE LOS SANTOS La gracia santificante es la semilla de la gloria inmortal, ya que la vida eterna no es sino la plenitud definitiva de la vida de la gracia. Por eso la gracia santificante tiene la capacidad de desarrollarse, y el punto culminante de este desarrollo está en la eternidad. La gracia santificante debería crecer continuamente en nosotros mientras vivimos en este mundo, de acuerdo a las palabras de san Pedro: …"creced, pues, en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2P 3,18). Nadie debe decir, aunque fuera perfecto –no sé hasta qué grado–: "¡es suficiente la gracia que tengo; el grado de gracia que alcancé, me basta!". Eso significaría salirse del camino que conduce a Dios o, por lo menos, renunciar a continuarlo, sin haber llegado todavía a la meta. "Porque –escribe Pío XI– habiendo sido fundada por Jesucristo santa y dispensadora de santidad, en todos los que tengan por guía y madre (a la Iglesia católica) debe resplandecer esta santidad, según la voluntad de Dios. Esta es la voluntad de Dios, dice san Pablo, vuestra santificación (1Tes 4,3). El mismo Señor declara cómo debe ser esta santificación: ‘Sed perfectos, como lo es vuestro Padre Celestial’ (Mt 5,48). Y no piense nadie que esto se refiere sólo a algunos escogidos, a ciertas almas privilegiadas, y que las demás han de quedar en el ínfimo grado de la perfección. Esta ley comprende a todos, sin excepción: ...la santidad es obligatoria y posible para todos"2. La esencia de la perfección cristiana es el amor. De aquí que es evidente que el desarrollo de la vida interior, es decir, el crecimiento en la perfección, depende sobre todo del crecimiento en el amor. Es indudable que podemos crecer en el amor. San Pablo continuamente llama a los fieles a que procuren progresar en él (cf. Ef 5,15), y le pide a Dios que se digne aumentar el amor en los corazones de los recién convertidos: "Y lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento" (Flp 1,9). El adelanto en el amor no tiene límites, ni por parte del mismo amor, ni por parte de Dios, como su causa y motor, ni tampoco por parte del alma, como sujeto del amor. El crecimiento en el amor es ilimitado por parte del mismo amor, porque éste es participación en el Amor no creado e infinito, de manera semejante a como la gracia santificante es participación en la misma naturaleza divina. El amor tampoco tiene límites por parte de su causa y autor, Dios todopoderoso e infinito. Finalmente, el alma, sujeto del amor, no limita su crecimiento, porque al intensificarse el amor se agranda también la capacidad del alma para recibirlo. Precisamente en esto se revela la sublimidad incomparable y, en cierta manera, infinita, de la esfera espiritual de la naturaleza humana. Ella es capaz de responder cuando Dios la llama a la participación en Su vida íntima, y a tomar parte cada vez más plenamente, sin límite ni fin, en 2 Pío XI, Encíclica Rerum Omnium, n.2, 26 de enero de 1923, A.A.S. 50. LA PLENITUD EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 57 el Bien, propiedad del mismo Dios. Este bien es, sobre todo, amor, porque "Dios es amor" (1Jn 4,8). Aquel que posee el verdadero amor, aunque sea en su grado más bajo, ama a Dios más que a sí mismo, lo ama por encima de todo; y ama al prójimo, sin excepción, lo ama para Dios, como a sí mismo. Por eso, por parte del sujeto, el amor no crece, en realidad, en volumen, sino únicamente en fuerza e intensidad. El amor se enraíza cada vez más profundamente en la voluntad, penetrándola, haciendo que cada vez con más fuerza se oriente hacia Dios, el bien supremo, y se una a Él cada vez más estrechamente3. Como el amor es una virtud que Dios infunde en el alma y no una virtud adquirida por el esfuerzo propio, los actos de amor que realizamos no hacen crecer la virtud del amor directamente. Dios mismo infunde el amor en el alma y Él mismo lo hace crecer, dándole una participación cada vez más perfecta en aquel amor no creado, que une a las tres Personas de la Santísima Trinidad. Sin embargo, con nuestro propio ánimo podemos contribuir al crecimiento de nuestro amor, sobre todo a través del mérito: todos los actos que realizamos en estado de gracia (excluyendo, desde luego, todo pecado) constituyen verdaderos méritos a los ojos de Dios y nos dan el derecho de crecer en gracia y amor. El Concilio de Trento4 enseña que a través de cada acto bueno realizado en estado de gracia nos hacemos merecedores del crecimiento de la gracia santificante. Nos referimos aquí a merecer en el sentido exacto de la palabra, es decir, a este merecer que nos da derecho a que Dios haga crecer la gracia en nuestra alma 5. * * * Cuanto más crecemos en la vida de la gracia y del amor, tanto más nos alejamos de las creaturas y nos acercamos a Dios. ¿Cómo entender este acercarnos a Dios? –Nos acercamos a Dios en la medida en que nos sometemos a Su influencia, en la proporción en la que voluntariamente aceptamos Su actuación en nosotros. Entre el alma en estado de gracia y la Santísima Trinidad se establece una comunión de vida, que se desarrolla a través de la actuación de las virtudes teologales, gracias a las cuales somos capaces de entablar una relación íntima con Dios. Los actos de fe, esperanza y amor son como los brazos sobrenaturales con los que abrazamos a la Santísima Trinidad que mora en nosotros. 3 A. Żychliński, Vida Interior, Lwów 1931, págs. 209 y ss. Cf. Concilio de Trento, Sesión VI (13 de enero de 1547), cap. 16, c.32 (Denz. 842). 5 Es sumamente iluminador lo que explica el Catecismo de la Iglesia Católica en los párrafos 2007-2011 respecto a la doctrina acerca del mérito. 4 58 EL MISTERIO DE LOS SANTOS De manera semejante a como en el alma emanan las facultades espirituales (la razón y la voluntad) y a través de ellas tomamos posesión de la verdad y del bien, así en el orden sobrenatural de la gracia surgen las virtudes teologales, por medio de las cuales tomamos posesión real de la Trinidad, e intimamos con Ella de la manera más afectuosa. Cuanto más viva es la fe, más inquebrantable la esperanza y más ardiente el amor, tanto más perfectamente poseemos a Dios, tanto más estrecha es nuestra intimidad con Él, y tanto más Él es propiedad nuestra y, nosotros, Suya: "Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 4,16)6. Cuanto más progresa el alma en la vida interior, tanto más participa en la vida divina, tanto más perfecto es su amor y su fe, y tanto más estrecha es su intimidad con la Santísima Trinidad. Cuanto más perfectos son los actos de la fe, de la esperanza y del amor, tanto más estrecha es esta convivencia con Dios. Siempre que realizamos actos vivos de fe y esperanza, y actos ardientes, fervorosos y desinteresados de amor, la gracia santificante crece en nuestra alma; de este modo, la Santísima Trinidad más se nos da, y nosotros la poseemos más perfectamente, …más íntimamente nos unimos a Ella. El crecimiento de la gracia santificante hace que Ella penetre más profundamente en el alma, hasta sus más ocultas moradas, en donde se realiza la perfecta unión entre el alma que ama y su Amado7. Cuanto más cercana es la unión del alma con Dios, tanto más dócil es a la influencia y a la actuación divinas. La unión de Dios con el alma consiste en que Dios se le da, en que la hace partícipe de Su vida interior, y en que la criatura, obediente y voluntariamente, recibe esta entrega que Dios le hace de Sí mismo. En el inicio de la vida interior, cuando el estado de gracia es todavía bajo y el amor es todavía inmaduro, la actuación de Dios sobre el alma y en el alma se revela en una forma menos perfecta y menos sobrenatural: Dios toma en cuenta su estado y le concede las gracias que se adecúan a su edad infantil en la vida espiritual. Entonces, el alma actúa y realiza actos de virtud de principiante con el favor de Dios. Él ayuda con Su gracia, pero la iniciativa de actuar está todavía en las manos del hombre; por lo tanto, los actos que él realiza son en sí mismos sobrenaturales, porque nacen de las virtudes infusas y de la gracia actual, pero suelen ser realizados de una manera puramente humana, esto es, menos perfecta. Abundan en ellos las imperfecciones como la imprudencia, el egoísmo, la soberbia oculta y la sensualidad sutil. La actuación y el proceder del alma son todavía terrenales y demasiado poco divinos. El Padre Semenenko dice que una persona así se guía por la "actividad propia" natural: hace cosas que son buenas en sí mismas, pero imperfectamente, porque son realizadas con su propio poder y de su propia iniciativa, manchada siempre de egoísmo. El alma se atreve a hacer actos sobrenaturales apoyándose en sus propias fuerzas, y sin tomar suficientemente en cuenta la ayuda y la voluntad de Dios. 6 7 Cf. A. Żychliński, Ob. Cit., Iniciación en el Misterio…, pág.49. Cf. Íbid., pág.50. LA PLENITUD EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 59 Conviene reconocer que la mayor parte de nuestros actos, aunque son buenos y sobrenaturales, están, sin embargo, por causa de nuestra miseria, contagiados de esta "actividad propia" natural, es decir, de un cierto naturalismo, de un deseo de autosuficiencia en la esfera espiritual y del egoísmo oculto. Siempre volvemos a esta forma de actuar, como si nosotros fuéramos el motor y el objetivo de nuestras acciones. Nos es muy difícil desprendernos de esta imprudente seguridad en nosotros mismos, de este deseo de actuar por nuestra propia cuenta, y para nosotros mismos. El Padre Semenenko, con un profundo conocimiento del alma humana, da a conocer ciertos signos por los cuales es posible discernir cuándo nuestros actos están manchados de la "actividad propia" natural: "El primer signo es la precipitación que se da en el deseo, al ocuparse de alguna cosa, al anticiparse a los hechos, o en los pensamientos, y, sobre todo, en el querer obtener y buscar. Es, pues, una cierta agitación, un disponer de antemano a nuestra propia manera con turbación, un tratar con ardor de que alguna cosa empiece, marche, para que la poseamos y podamos arrojarnos hacia ella. El segundo signo es la inquietud, provocada por el temor a perder. Cuando el alma no tiene lo que desea, se fatiga; cuando lo tiene, teme. Hay entonces, generalmente, temor, o bien, seguridad; pero, normalmente, la tentación se revela a través del temor, que es lo más común. El tercer signo es la tristeza o, por el contrario, la alegría autosuficiente. Tristeza cuando se pierde, y entonces hay decepción, y alegría, cuando las cosas salen bien. Estos tres signos son infalibles. Por ser opuestos al espíritu de Dios, son el rasgo característico del espíritu del mundo. La precipitación, la inquietud y la tristeza nunca concuerdan con el Espíritu divino. Con Él, van de acuerdo el orden pacífico, paciente y confiado en Dios y no en las fuerzas humanas, la paz, la seguridad libre de cualquier temor, y la alegría espiritual, independientemente de la tristeza natural. …Porque cuando realizo lo que de mí depende, cualquiera que sea el resultado, la conciencia me certifica que la obligación está concluida y, entonces, poseo la alegría en el Espíritu Santo. En cualquier parte donde está Dios está el Espíritu de Dios, y hay orden, paz y alegría. Y donde está nuestra naturaleza corrupta, hay siempre precipitación al inicio de cualquier acto, y tristeza al final, cuando nos sale mal, o bien aquella alegría tonta cuando algo nos sale bien"8. Este estado imperfecto va cediendo en la medida en que el alma crece en gracia y amor. La actuación de Dios en ella llega a ser cada vez más perfecta, profunda y sobrenatural. La iniciativa en la vida interior se va desplazando del alma hacia Dios. Ella pasa a ser más "pasiva" ante Dios y, en todo, cada vez más dependiente de los movimientos divinos. Esto no es inactividad ni pasividad infructuosa, sino más bien pasividad sobrenatural y divina, que es, al 8 R.P. P. Semenenko, Vida Interior según las enseñanzas de los Conferencistas. Lwów 1931, págs. 123 y sig. 60 EL MISTERIO DE LOS SANTOS mismo tiempo, actividad al máximo. El alma recibe, pues, voluntariamente, los estímulos divinos, y llega a convertirse en el instrumento más perfecto, a través del cual Dios comienza a realizar Sus obras. Son muchos los que desean servir a Dios y hacer todo para Él, pero pocos los que entienden que hay que dejar que Él sea quien actúe en ellos. Este es el misterio de las almas verdaderamente perfectas. "Cristo, como Cabeza, actúa con nosotros por medio de la influencia interior de su Espíritu, a través de inspiraciones y movimientos ocultos del corazón que exteriormente no se perciben. Él mismo quiere gobernar Su cuerpo, quiere manejar por Sí mismo cada uno de sus miembros como a 'instrumentos vivos', por medio de Su Espíritu, dador de vida. Lo quiere así para prolongar Su vida, que alguna vez pasó aquí en la tierra. Quiere Él mismo moverlos a todos y ponerlos a la obra, como a Él le agrada. Por eso no le basta con que realicemos buenos actos para Él, es decir, en consideración a Él; quiere que, además, los realicemos movidos por Él, y dependiendo de Él. Desea, pues, que seamos santos no sólo en Él, sino que también dependamos de Su Espíritu. Así, más fácilmente y con más seguridad va a continuar Su vida a través de nosotros y en nosotros. Entonces, cuando veamos y sintamos que ya no nos pertenecemos y que ya no dependemos de nosotros mismos, no deberíamos realizar solos, "de nosotros mismos", ninguna idea ni obra, aunque en sí misma fuera buena. Cuando nos atrevemos a apropiarnos de lo que a Él le pertenece, ultrajamos a Cristo, nuestro Señor y nuestra Cabeza. Esta forma de vida es perfecta, pero también difícil y pesada; por eso mismo veo que no a todos les gusta. Pues, ¿quién querría morir completamente a sí mismo?, ¿quién se conformará con que, para someterse completamente a Cristo, se extinga en todo su vida, sus sentimientos y sus actos? Es humano querer manejar, decidir, juzgar y realizarlo todo por sí mismo, como soberanos absolutos de nuestra alma y sus facultades. Y si así es nuestra naturaleza, ¿no es, acaso, evidente, cuánto hay que fatigarse para que sea al contrario? …Pero a pesar de ser tan difícil, no es imposible para las almas que aman. Quien ya una vez decidió, por Cristo, ir en contra de sí mismo y de su propia naturaleza, verá que Dios le tiene preparada Su ayuda. Confortado diariamente con ella, se irá haciendo más fuerte de lo que es por sí mismo"9. Lo más importante en la vida interior es, pues, someterse completamente a la actuación de Dios en nosotros. No se debe contar con las capacidades y fuerzas propias, ni tampoco calcular mezquinamente con las propias reservas; lo que hay que hacer es poner la confianza solamente en Dios. Hay que estar dispuesto a todo, a emprender generosamente todo, incluso las obras más grandiosas y difíciles, con Él y para Él. Pero esta disposición no excluye la actuación personal correspondiente, si es que el alma es verdaderamente obediente al Espíritu Santo, porque esta pasividad que nace de los dones del Espíritu no es aquella pasividad 9 L. Laneau. Ver: P. Semenenko, Ejercicios Espirituales, págs. 78 y sig. LA PLENITUD EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 61 humana común, desprovista de actividad, sino una pasividad sobrehumana, divina. Esta pasividad es la condición imprescindible y, en cierto modo, el fundamento de los actos verdaderamente grandiosos, porque nos une perfectamente a la Fuente de todo poder y perfección, a la Fuente de todo acto. Por eso, la pasividad sobrenatural no conduce, de ningún modo, al quietismo enfermizo, sino todo lo contrario: es la antítesis extrema de todo quietismo, por ser la senda que lleva al reino del acto. Precisamente en esta pasividad sobrenatural, en esta obediencia perfecta al Espíritu Santo, se oculta la misteriosa fuente de las fuerzas sobrehumanas de los santos que, en su actividad, cruzan el umbral del heroísmo. Cuanto más progresamos en la vida interior, tanto más obramos lo que Dios quiere, como Él quiere, cuando Él quiere y porque Él así lo quiere, y con el poder de Su gracia. Es entonces cuando nuestros actos son realmente divinos y sobrenaturales. Ahora entendemos en qué consiste la esencia del progreso del alma: en pasar del estado en el que seguimos a nuestra propia naturaleza al estado de la pasividad sobrenatural, en la que toda la iniciativa de nuestro actuar está en las manos de Dios. Es entonces cuando el hombre actúa, pero como instrumento obediente de Dios o, más bien, cuando Dios actúa, en el hombre y a través del él. A este paso del estado en el que el alma se guía generalmente por su "actividad propia" natural al de pasividad sobrenatural le damos el nombre de segunda conversión. La primera conversión fue el paso del estado de pecado mortal al estado de gracia. La segunda conversión es el paso del estado menos perfecto al más perfecto: del estado de simple justicia al de verdadero fervor. Este cambio, que expresa el progreso principal en la vida interior, no es fácil: es un momento decisivo, muchas veces doloroso. Esto no es nada raro, ya que en el alma ocurre entonces una mutación profunda y radical: hasta entonces se regía por su propia iniciativa, obraba horizontalmente, a lo humano, y ahora toda la iniciativa se le sale de las manos. El modo de actuar natural, humano, se hace para ella, en cierta manera, imposible: se apodera de ella una fuerza superior, ante la cual se siente completamente impotente. El aIma que atraviesa este período crítico entra en una gran sequedad y desvalidez. No encuentra descanso y consuelo ni en las cosas divinas –como la oración o la realización de actos buenos– ni en los asuntos humanos tales como el cumplimiento de las obligaciones cotidianas. Todo le cansa y le causa repugnancia; sólo a costa de grandes esfuerzos es capaz de efectuar con sus obligaciones y entregarse a la oración acostumbrada. En medio de esta sequedad espiritual, el alma vive en lo profundo un constante recuerdo de Dios y de Su bondad, acompañado de una incesante preocupación porque siente que no sirve sinceramente al Señor, que retrocede en la vida interior, …que va por mal camino. Esta dolorosa y constante preocupación proviene de que el alma no siente agrado en las cosas 62 EL MISTERIO DE LOS SANTOS divinas como lo sentía anteriormente. Vive en el temor. Es más, tiene, en cierta manera, la certeza atroz de que cayó en una frialdad irremediable. …Comienza entonces a buscar la causa de este estado lamentable: ¿proviene acaso de su propia negligencia, o de pecados ocultos? Sin embargo, dicha sequedad no tiene nada en común con la frialdad. La frialdad proviene de la desidia e indiferencia pecaminosa en las cosas de Dios y en las propias obligaciones. La sequedad, en cambio, va a la par de una gran diligencia y de esmero en el trabajo y en las responsabilidades, aunada a un sincero cuidado, pues se pregunta si verdaderamente sirve a Dios o si no hace demasiado poco para Él. ¿Cuál es la causa de estas arideces? –Ni el pecado ni la negligencia, sino la gracia de Dios que se apodera del alma cada vez más, tomando en Sus manos la iniciativa de toda su actividad. Hasta ahora, el alma vivía y actuaba a lo humano, su obrar se caracterizaba por una natural y egoísta actividad propia, pero ahora comienza a vivir y a actuar a lo divino. Hasta ahora vivía y obraba bajo la influencia de los sentidos y del amor propio; desde ahora comienza a vivir según el Espíritu, impulsada por el amor de Dios. Estando en esta situación, el alma pierde la capacidad de hacer la oración de meditación. Hasta entonces se entregaba a hacerla con gusto, sirviéndose de la imaginación, los sentimientos, la memoria y la razón. Meditar era para ella algo fácil, incluso agradable, pero ahora no es capaz de hacerlo: la imaginación no funciona, el sentimiento murió, la memoria falla, la razón no puede lograr ninguna reflexión. El alma, como una piedra muerta y fría, está ante el Señor sin sentimientos, sin imaginación, sin pensamientos; sólo un único deseo la atormenta: amar a Dios y cumplir Su voluntad, aunque, al mismo tiempo, está profundamente convencida de que en realidad no Lo ama y de que no cumple Su santa voluntad. Entonces, ¿qué hacer? –Las almas que se encuentran en semejante estado experimentan inmensurables sufrimientos, no tanto por la sequedad en que viven, sino más bien por la aflicción que les causa la aparente certeza de que van por mal camino y de que Dios las abandonó, puesto que no encuentran ningún gusto en las realidades espirituales. Se cansan procurando suscitar a la fuerza buenos sentimientos, un sublime fervor del corazón. Tratan, sobre todo, de ocuparse en la meditación de alguna verdad de fe o, por lo menos, beneficiarse con la lectura de un libro espiritual. Y hacen esto con gran repugnancia y esfuerzo, juzgando que, de otra manera, no hacen nada, y pierden el tiempo en una ociosidad inútil y escandalosa. Sin embargo, procediendo de esta manera, no sacan ningún beneficio, sino, por el contrario, multiplican sus sinsabores y, en vez de encontrar paz, caen en un pesar e inquietud cada vez más grandes. Es muy importante que el alma que se encuentra en este estado de crisis interior tenga un buen director espiritual. Si en este tiempo no encuentra quien le comprenda –enseña san Juan de la Cruz– vuelve atrás, dejando el camino o desanimándose. O, al menos, deja de avanzar, por el gran esfuerzo que hace para continuar por el camino de la meditación y reflexión (y de su LA PLENITUD EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 63 natural actividad propia), fatigando y cansando mucho la mente, creyendo que por su negligencia o pecados ocurre lo que está viviendo. Sin embargo, la verdadera causa de sus dificultades es que Dios la lleva ahora por otro camino y toma en Sus manos toda la iniciativa de su vida. "Quienes aquí se vean les conviene que se consuelen perseverando con paciencia, no teniendo pena; confíen en Dios, que no deja a quienes le buscan con sencillo y recto corazón (Sb 1,1) ni dejará de darles lo necesario para el camino, hasta llevarlos a la clara y pura luz de amor…"10. Sin embargo, el director espiritual no les dice directamente a estas almas que Dios realiza en ellas Sus grandes obras (que, en cierta manera, traspasan los umbrales de la vida mística), pues esto podría sugerirles pensamientos vanidosos, generarles orgullo y amor propio. El director, entonces, procurará mantener al alma en valentía, fidelidad y total confianza y entrega de sí misma, le enseñará que lo principal en su vida interior es abandonarse sin objeciones, confiar sin límites, arrojarse ciegamente en los brazos de Dios, ser fiel a la gracia. Le mostrará que, además de la forma de meditar que practicaba hasta entonces, existen otros modos válidos de oración mental, y que para cada alma en particular el mejor es aquel hacia el cual ella es conducida por la gracia. Entonces el alma no debería detenerse en la meditación discursiva: "Sin hacer nada –enseña san Juan de la Cruz– harán mucho teniendo paciencia y perseverando en la oración. Lo que deben hacer es dejar el alma libre y despojada y descansada de todas las noticias y pensamientos, sin preocuparse en qué pensarán y meditarán. Conténtense sólo con una advertencia amorosa y sosegada en Dios…"11. El alma que se encuentra en este periodo crítico de la vida interior debería desear sólo una cosa: perseverar delante de Dios, ser fiel, confiar. Cualquier acto que proceda de su propia iniciativa sería entonces perjudicial y conduciría a la pérdida de aquel bien con el cual Dios, por medio de esta pasividad sobrenatural, la quiere enriquecer. San Juan de la Cruz explica esta verdad fundamental de la vida espiritual con la siguiente comparación: "Como si un pintor estuviera pintando o difuminando un rostro y el rostro se moviese queriendo hacer algo, no dejaría hacer nada al pintor y estropearía lo que estaba haciendo"12. Y así, Dios encuentra, en cierta forma, un obstáculo cuando el alma, estando bajo la influencia de Su actuación divina, se inclina hacia su propia actividad natural, en lugar de permanecer en la docilidad, obediencia, fidelidad, confianza, reposo, …es decir, en la pasividad sobrenatural. Pero, ¿por qué el alma pasa por tormentos y sufrimientos tan grandes cuando Dios comienza a gobernarla sobrenaturalmente, tomando en Sus manos toda la iniciativa de su vida interior? –Porque entonces Él mismo la purifica de su actividad propia natural y le arranca la fuente de 10 Jesús Martí Ballester, Noche Oscura Leída Hoy, cap.10, n.3, Paulinas, 3ª. Ed., Madrid 1980, págs. 76-77. Íbidem., cap.10, n.4, pág. 77. 12 Íbid., cap.10, n.5, págs. 77-78. 11 64 EL MISTERIO DE LOS SANTOS aquel naturalismo perjudicial, esto es, del amor propio; Dios se da entonces al alma en forma sobrenatural, y la limpia por medio de profundos sufrimientos. II. LAS PURIFICACIONES DIVINAS Después de la primera conversión, cuando el alma salió del pecado y se volvió decididamente hacia Dios, ordinariamente Él la va nutriendo en espíritu y regalando, como lo hace la amorosa madre con el niño tierno. De aquí también que las almas convertidas, cuando dan los primeros pasos en el camino de la vida interior, sientan fervor en servir a Dios, encuentren deleite en la oración, tengan agrado en las penitencias, disfruten de consuelos espirituales, sobre todo cuando tienen acceso a los santos sacramentos o realizan algún trabajo apostólico. Este estado de elevación espiritual, fervor y satisfacción proviene de la gracia que Dios da a los principiantes para animarlos al bien, y también –de parte de ellos– de motivos puramente naturales, sobre todo del hecho de que la práctica de la vida espiritual y el trabajo apostólico les resultan algo novedoso. Sin embargo, este fervor es muy superficial. A pesar de que el alma encuentre gusto en las cosas de Dios, en los buenos actos y en el sacrificio, todavía está llena de imperfecciones y debilidades; todos sus actos provienen de su propia actividad egoísta. San Juan de la Cruz menciona siete vicios fundamentales que esclavizan a los principiantes, y estos se pueden resumir en tres principales: la soberbia espiritual, la lujuria espiritual y la pereza espiritual. Veamos algunos de estos vicios: En las almas de los que comienzan hay, ante todo, mucha soberbia oculta, que encuentra abundante alimento precisamente en el nombrado fervor espiritual. Tales almas se sienten satisfechas de sí mismas, de sus actos y de su comportamiento; les viene el pensamiento de que son santas. Muchas veces el demonio les acrecienta este fervor falso y el deseo de multiplicar estas y otras acciones, porque ve que con esto les va creciendo la soberbia y la vanidad. Sabe muy bien que todas las obras que realizan en este estado y todas las virtudes que practican no solamente no les valen generalmente de nada, sino que además les generan vicios. Las almas gobernadas por la soberbia escondida llegan a una ceguera y deformación tan grandes que no querrían que pareciese bueno otro sino sólo ellos, y así, cuando se les presenta la ocasión, condenan y murmuran de los otros con los hechos y con las palabras, mirando la paja en el ojo de su hermano y no viendo la viga en el suyo; filtran el mosquito y se tragan el camello (cf. Mt 7,3; 23,24). LA PLENITUD EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 65 Cuando sus maestros espirituales no les aprueban su espíritu y manera de proceder (como tanto deseo tienen de que estimen sus cosas), juzgan que no los comprenden o que quienes los desaprueban no son espirituales, porque no los avalan. Entonces desean y procuran tratar a aquellos de los cuales esperan alabanzas, y huyen como de la muerte de quienes les ofrecen lo contrario. Resumiendo: suelen hacer muchos propósitos y cumplen pocos. A veces tienen deseos de que los demás conozcan su supuesto espíritu y su devoción, y para esto hacen gestos externos, lanzan suspiros y otras cosas raras, y a veces tienen 'éxtasis' (en público, más que en secreto). En esto les ayuda el demonio, y se gozan en que esto se sepa, y aun incluso lo ambicionan. Les es difícil confesar sinceramente sus pecados y faltas por no humillarse delante del confesor, y a veces buscan a otro para decir lo malo, de modo que el primero piense que no tienen nada reprobable, sino sólo virtudes, de las cuales hablan con gusto. También estas almas tienen en poco sus faltas y se entristecen demasiado de verse caer en ellas, haciéndose ilusión de que ya habían de ser santos, y se enojan contra sí mismos con impaciencia al ver sus defectos, con lo que aún caen más abajo. Muchas veces manifiestan a Dios las grandes ansias que tienen de que les quite sus imperfecciones y faltas, más por verse en paz sin la molestia de ellas que por Él. Son enemigos de alabar a otros y se alegran de que otros los alaben y hablen de sus méritos13. De la soberbia espiritual nace la envidia. Muchos –enseña san Juan de la Cruz– suelen tener movimientos de saberles mal el bien espiritual de los otros. Les da cierta pena sensible de que les lleven ventaja en este camino y no querrían que a aquellos los alabaran. Se entristecen del progreso del prójimo. Querrían ser preferidos y mejores en todo, y por eso la capacidad, el trabajo y las virtudes ajenas los desalientan. Esta disposición del alma es el extremo contrario a la caridad, la cual, como dice san Pablo, "se goza de la verdad" (1Co 13,6): quien ama no es envidioso, y si alguna envidia tiene, es envidia santa, pesándole no tener las virtudes del otro, con gozo de que el otro las tenga y alegrándose de que todos le lleven ventaja para que glorifiquen a Dios, ya que a él tanto le falta. Otro de los vicios de los principiantes es la avaricia espiritual. A duras penas están contentos con las gracias que Dios les da. Andan muy desconsolados y quejosos porque no encuentran el gusto que desearían tener en las cosas espirituales. No se cansan de oír consejos y aprender preceptos espirituales y devoran con avidez libros que hablan de esto, y se les va el tiempo más en ello que en practicar la mortificación y la perfección de la pobreza interior de espíritu que deben14. 13 14 Cf. San Juan de la Cruz, Noche Oscura, Libro 1, cap.2, nn.1-5. Cf. Íbid., cap.3, n.1. 66 EL MISTERIO DE LOS SANTOS La avaricia espiritual conduce –como se intuye fácilmente– al segundo vicio principal: la lujuria espiritual, que en las cosas divinas busca gustos sensibles y agrado natural. Así es, pues, la naturaleza del hombre, que cuando el espíritu lo inclina hacia los deleites espirituales y agrado en las cosas de Dios, los sentidos tienden hacia el sabor y complacencia sensual. Y así acontece que el alma, estando en oración con Dios según el espíritu, según el sentido experimente movimientos y actos sensuales, lo cual con frecuencia acontece en la Comunión. En este momento de amorosa unión con el Señor, el alma experimenta alegría por el don del Señor y la sensualidad goza también a su manera. El peligro está en que el alma busque directamente estos movimientos y se apegue a este gusto sensitivo15. De la lujuria espiritual nace sin dificultad la ira espiritual. Cuando a los principiantes se les acaba el sabor y el gusto en las cosas espirituales, se encuentran naturalmente desabridos y caen en el vicio de la ira, descontentos de sí mismos. Manifiestan este sinsabor en medio de sus ocupaciones ordinarias y se enfadan muy fácilmente por cosas insignificantes, haciéndose a veces insoportables. Esto sucede después de que muchas veces han tenido algún recogimiento sensible muy sabroso en la oración o un fervor sensible en el trabajo apostólico y ahora no. Por esto queda la naturaleza sosa y con desgana16. Finalmente, el tercer vicio principal de quienes comienzan es la pereza espiritual. Tales almas suelen tener tedio en las cosas que son más espirituales y huyen de ellas si apenas contradicen el agrado sensible; tanto saborearon las cosas espirituales que, cuando ya no hallan sabor en ellas, les fastidian, o si una vez no encontraron en la oración o en el trabajo apostólico la satisfacción que pedía su gusto, ceden a la desgana. Entonces preferirían no volver a la oración y al apostolado y se rinden al desánimo. Muchas veces se desalientan y abandonan completamente la oración y el trabajo interior. La pereza espiritual hace que pospongan el camino de perfección –que es el de la negación de su voluntad y de su gusto por Dios– privilegiando el gusto y sabor de su propia voluntad, a la cual satisfacen más que a la de Dios. Muchos de estos querrían que Dios quisiera lo que ellos quieren, y la perspectiva de querer lo que quiere Dios les entristece. Les repugna la idea de amoldar su voluntad a la de Dios. De aquí les nace que reiteradamente crean que lo que no es de su voluntad y gusto no es voluntad de Dios; y al contrario: cuando satisfacen su voluntad, piensen que Dios está contento. Miden a Dios consigo mismos, y no a sí mismos con Dios. En una palabra, desean proceder en el camino de la perfección según el gusto de su voluntad y les da gran aversión y tristeza entrar por el camino de espinas o el camino angosto, que es el camino verdadero de la vida (cf. Mt 7,14)17. Estas indicaciones, tomadas de la enseñanza de san Juan de la Cruz, nos muestran lo mucho que las almas en estado de principiantes necesitan de purificación. Dicha purificación se lleva 15 Cf. Íbid., cap.4. Cf. Íbid., cap.5, n.1. 17 Cf. Íbid., cap.7. 16 LA PLENITUD EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 67 a cabo, ordinariamente, a través del sufrimiento; sólo el camino de la Cruz lleva a una elevada perfección. He aquí las penas principales, que son como las estaciones del Viacrucis que recorre quien quiere tener acceso a la verdadera purificación: El trabajo fatigoso y doloroso sobre sí mismo para dominar los movimientos de la naturaleza corrupta, sobre todo el orgullo, la concupiscencia de los ojos y de la carne. El dolor que nace del insaciable deseo de progresar en el amor y en el servicio perfecto a Dios. El sufrimiento que procede de la viva conciencia de la propia miseria, infidelidades e incontables carencias en todos sus actos. Los sinsabores conectados con el estado de salud, con las condiciones materiales y familiares. Las aflicciones que provienen de las adversidades y de la falta de comprensión por parte de las personas más cercanas. Los sufrimientos mencionados actúan interiormente sólo cuando los aceptamos voluntariamente como venidos de la mano de Dios que se sirve de ellos como de instrumentos para nuestra purificación. De propia iniciativa y con las propias fuerzas nadie está en condiciones de deshacerse de sus imperfecciones, que se hallan tan profundamente arraigadas en el alma. Es necesario –enseña san Juan de la Cruz– que el mismo Dios eleve al hombre al estado de perfección. Él realiza esta verdadera obra de la sabiduría y del amor introduciendo al alma en la noche oscura. En medio de esta noche espiritual, ella pierde todos los gustos sensibles y dulzuras y entra en puras sequedades y tinieblas interiores. Así, aquella cantidad de imperfecciones y defectos de la edad infantil empiezan a desaparecer y, al mismo tiempo, el alma adquiere virtudes maduras. Las virtudes de los principiantes son imperfectas, y por más que estos se ejercitaran en vencerse a sí mismos, no lograrían corregir del todo sus imperfecciones ni alcanzar la madurez, hasta que Dios mismo no lo hiciera en ellos con Su gracia a través de la purificación de la noche oscura18. ¿Cómo lleva a cabo Dios la purificación del alma? –Él toma en Sus manos la iniciativa en la vida del alma. Con Su gracia, "arranca" al alma de sí misma, librándola de su actividad propia natural. Y hace esto con la ayuda de gracias actuales especiales, llamadas inspiraciones e impulsos del Espíritu Santo, que obtenemos junto con los dones del mismo Espíritu y tienen la tarea de hacernos capaces y deseosos de recibir estos favores. 18 Cf. Íbid., cap.7, n.5. 68 EL MISTERIO DE LOS SANTOS Dios infunde los dones del Espíritu junto con la gracia santificante. Ellos actúan en el alma desde la misma raíz y la hacen obediente a las inspiraciones y movimientos divinos. Con todo, en el primer período de la vida de la gracia, la actuación de los dones es oculta casi completamente a la experiencia interior; a veces se deja ver (sobre todo en momentos críticos) cuando la energía de las virtudes está amenazada con extinguirse en medio de las tentaciones y pruebas. Entonces el soplo del Espíritu Santo vivifica las virtudes y las mueve a reaccionar fuertemente contra la presión del mal. Cuanto más progresa el alma en la vida interior, tanto más claramente se manifiesta la actuación de los dones. Es entonces cuando ellos no solamente vienen en ayuda de nuestra debilidad, sino que también hacen nacer en nosotros actos de virtud perfectos. En el período de la vida interior del cual nos ocupamos ahora, la actuación de los dones no es, sin embargo, plena, madura y evidente, como cuando el alma experimenta estados propiamente místicos, pero sí es muy clara y continua. Los dones llegan a perfeccionar cada vez más las virtudes y a influenciar de manera clara la totalidad de la vida interior. Lo hacen exponiendo al alma a la acción de gracias actuales especiales casi constantemente, y no sólo de manera esporádica. Claro que esto no es todavía un estado propiamente místico, sobre todo porque el don de Sabiduría (es decir, el don del Espíritu Santo con el cual nace la contemplación mística) no se ha desarrollado lo suficiente. Esta noche oscura interior es fruto de la actuación de los dones del Espíritu Santo, principalmente de los dones de Ciencia, Temor divino, Valentía [Fortaleza] y Entendimiento. El don de Ciencia da un conocimiento claro y, en cierta manera, experimentable, de la insignificancia y falta de valor de lo temporal. A través de esto desapega al alma de todo lo que no es Dios. Por su influjo apaga en el alma el gusto por las cosas creadas, e incluso se despierta en ella cierto recelo hacia ellas, porque muchas veces fueron motivo de perder a Dios. El alma queda despojada de todos los consuelos que provienen de las creaturas y de los sentidos; la domina una total aridez, la absorbe un abismo oscuro. En medio de esta fría aridez espiritual nace en lo profundo del corazón el temor de que la sequedad, el despojamiento y la oscuridad en las que cayó provengan de alguna infidelidad o culpa. Teme que haya cedido a alguna ilusión y que, pensando que progresa, en realidad retrocede y se aleja de Dios, su único Bien, a quien ama más que su vida. Temores parecidos que penetran lo profundo del alma son fruto del don del Temor divino, que de esta manera la templan y le dan fuerza para luchar contra las tentaciones, especialmente las que van en contra de la castidad y de la paciencia. En esta fase de la vida espiritual se presentan tentaciones y dificultades en la esfera de la castidad que inquietan cruelmente al alma. Son ellas una fuerte prueba para su paciencia. LA PLENITUD EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 69 A pesar de la aridez y del total despojamiento en que se encuentra, a pesar de las tentaciones que experimenta, el alma mantiene un incesante recuerdo de Dios. Aunque ella misma está sumergida en un sufrimiento inexpresable, no desea sino servirlo y entrar en posesión de Él. Este anhelo ardiente de Dios y de servirle es el fruto principal del don de la Valentía [Fortaleza]. Gracias a él, el alma vence fácilmente las dificultades relacionadas con el servicio fiel a Dios y está dispuesta a todos los sufrimientos con tal de cumplir fielmente Su voluntad. En medio del despojamiento total en que se encuentra su parte sensible, este don hace nacer en el alma cierto entusiasmo sobrenatural por Dios y Sus planes, y por el sufrimiento según la voluntad divina. Si el alma pierde sin su culpa la posibilidad de realizar la meditación cotidiana, es un signo de que el don de Entendimiento, fuente celestial de las primeras luces de la contemplación sobrenatural, comienza a desarrollarse en ella. Para purificarla, este don la lleva por encima de todas las imágenes sensibles y por encima del comportamiento racional puramente humano. "Hay que levantarse por encima de todo lo creado –escribe el autor de la Imitación–, despojarse completamente de sí mismo y volar por encima del propio pensamiento, y ver que Tú, el Creador de todo, no tienes nada en común con la creación" (Libro III, cap. 31, n. 4). A primera vista, parece como si el alma hubiera caído en una impotencia inactiva, como si estuviera retrocediendo y perdiendo. Sin embargo, estas pérdidas son algo aparente, porque en realidad el alma hace un gran progreso, ya que en medio de esta noche oscura y de este completo despojamiento se libera de todo lo que le impide volar hacia Dios, y alcanza un grado más alto de conocimiento de lo divino. Entonces el alma entra en el estado de contemplación inicial, que es el paso de la meditación a la plena contemplación. En medio de esta noche interior, la persona –como ya señalamos– experimenta las tentaciones más dolorosas, sobre todo en contra de la virtud de la castidad y de la paciencia. Parece como si estuviera sumergida en la impureza. Las seducciones la rodean por todas partes; el mal parece dominarla completamente. El alma se siente barro. Por todo esto, un dolor inexpresable y el terror se apoderan de ella. Y este dolor se recrudece cuando vienen las tentaciones en contra de la paciencia: las dificultades y luchas interiores la agotan completamente y la hacen muy sensible a cualquier contrariedad. Todo le provoca enojo e intolerancia; tiene entonces que hacer un gran esfuerzo para guardar la dulzura y la calma. Estas aflicciones van acompañadas de terribles sequedades que generan hasta repulsión por las cosas de Dios y el trabajo interior. Sin embargo, estas arideces no tienen nada en común con la pereza y frialdad espiritual; se deben principalmente a que Dios priva al alma de las gracias que influyen sobre los sentimientos, pero que, en cambio, la colman de otras abundantes y más perfectas que llenan su parte superior, sometiéndola cada vez más plenamente bajo el dominio divino. Por influencia de estas gracias que recibe, su voluntad se une cada vez más a la voluntad de Dios. 70 EL MISTERIO DE LOS SANTOS Dios permite las tentaciones mencionadas para que el alma, en esta lucha tan dura –y a veces hasta heroica–, se fortalezca; para que estos actos intensivos de la vida interior aumenten en ella el estado de gracia y se perfeccionen sus virtudes. Entonces el alma se beneficia de las virtudes maduras, libre de las imperfecciones de los años de principiante; los vicios espirituales van muriendo en ella. Sobre todo, el alma alcanza la verdadera humildad. "Los que ya caminan en perfección –enseña san Juan de la Cruz– proceden de muy distinta manera y con muy diferente temple de espíritu (que los principiantes), porque se aprovechan y fundamentan muy bien en la humildad, no sólo teniendo sus propias cosas en nada, sino estando muy poco satisfechos de sí mismos. Consideran a todos mejores que ellos, y les suelen tener una santa envidia, con deseo de servir a Dios como ellos. Porque cuanto más fervor tienen y cuantas más obras hacen y más gusto tienen en ellas, como son humildes, tanto más conocen lo mucho que Dios merece y lo poco que es todo lo que hacen por Él. Y así, cuanto más hacen, tanto menos se satisfacen. Que es tanto lo que quisieran demostrarle el amor, que no les parece nada todo lo que hacen. Y tanto les urge, preocupa y absorbe esta atención de amor, que nunca se preocupan que si los demás hacen o dejan de hacer. Y si se paran a pensar, siempre es creyendo que todos los demás son mucho mejores que ellos. Y así, teniéndose en poco, desean también que los demás los tengan en poco y que les destruyan y desprecien sus cosas. Y es más: si se las quieren alabar y estimar, de ninguna manera lo pueden creer y les parece imposible que digan de ellos aquellas alabanzas. Estos, con mucha tranquilidad y humildad, tienen gran deseo de ser enseñados por cualquiera que les pueda hacer bien. Lo cual es muy contrario de los imperfectos, que quisieran enseñarlo ellos y aun, cuando parece que les enseñan algo, ellos mismos toman la palabra de la boca del que les enseña para demostrar que ya se lo saben. Mas los perfectos, muy lejos de querer ser maestros de nadie, están muy dispuestos a ir por distinto camino del que llevan si se les manda, porque nunca están seguros de sí mismos. Se alegran de que alaben a los demás; sólo tienen pena de que no sirven a Dios como ellos. No tienen ganas de decir sus cosas, porque las estiman tan poco que aun a sus maestros espirituales tienen vergüenza de decirlas, pareciéndoles que no vale la pena manifestarlas. Tienen más deseo de decir sus faltas y pecados, o de que se sepan, que sus virtudes. Es así como se inclinan más a abrir su alma con quien menos estima sus cosas y su espíritu. Esto es señal de espíritu sencillo, puro y verdadero y muy grato a Dios, porque, como en estas almas humildes vive el Espíritu sabio de Dios, las impulsa e inclina a guardar dentro sus tesoros LA PLENITUD EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 71 en secreto y poner al descubierto sus pecados, porque Dios da a los humildes esta gracia, junto con las demás virtudes, así como la niega a los soberbios (cf. 1P 5,5; St 4,6). Los perfectos darán la sangre de su corazón a quien sirve a Dios y ayudarán todo lo que puedan a que le sirvan. En las imperfecciones en que se ven caer se soportan con humildad y mansedumbre de espíritu y de temor amoroso de Dios, esperando en Él"19. …Esto nos muestra cuáles son los frutos de la noche interior. Ahora la pregunta es: ¿cómo conducirse en medio de las purificaciones divinas? –Se necesita, sobre todo, valentía, paciencia, perseverancia y confianza. La valentía es la característica de las almas íntegras y decididas, prontas a sufrir el mal, incluso el peor y más duradero, sólo con tal de no abandonar el bien. La valentía no sólo da iniciativa, no sólo impulsa a la acción, sino también da resistencia y perseverancia, lo cual exige más fuerza del alma que un ataque valiente. En el camino de la vida interior se necesita, sobre todo, aquella valentía que nos permite perseverar en medio de las dificultades, contrariedades y sufrimientos. Hay que tomar el corazón con las dos manos e ir hacia adelante con decisión, paciencia y perseverancia, a pesar de las contrariedades externas y repugnancias interiores. Qué difícil es permanecer en medio del total despojamiento interior, sin consuelos ni ayuda natural en el sufrimiento y los obstáculos. ¡Pacientemente, en silencio, sin cansarse, sin oponerse, sin rebelarse!: esta es la verdadera participación en los sufrimientos de Cristo, a través de una valiente paciencia y perseverancia. Valentía, paciencia, perseverancia: ellas son los frutos de la gracia en nosotros. Entonces hay que confiar sin límites, sin objeciones. El Señor exige esta confianza ciega, total, y por eso retira todos los consuelos y luces, para que el alma, despojada de todo, realice actos perfectos y ardientes de abandono, entrega, fe y amor. Esta fidelidad incesante, valiente, paciente, y esta entrega de sí mismo confiada y total son las alas con las cuales el alma vuela hacia las alturas de la plena perfección. Nada es capaz de traer consuelo y ayuda al alma que se encuentra en estado de despojamiento. Únicamente el Señor es su socorro. Sin embargo, Él quiere que unos ayuden a otros en la salvación, que las almas que progresan en la perfección encuentren algún socorro en su director espiritual. Quienes progresan necesitan la dirección espiritual incomparablemente más que los principiantes, porque quienes avanzan se hallan, precisamente, en donde el camino es más estrecho y angosto (cf. Mt 7,14). Es una gran gracia que tales almas encuentren un director que posea conocimiento y experiencia, porque entonces hay menos peligro de que ellas, atemorizadas por las dificultades que afrontan, comiencen a buscar otro camino fuera 19 Íbid., Libro 1, cap.2, nn.6-8. 72 EL MISTERIO DE LOS SANTOS de aquel por el cual el Señor las quiere conducir, y entonces retrocedan o tomen un mal sendero. Al ver que el progreso en la perfección le da tanta gloria a Dios y es de tal provecho para la Iglesia y para las almas, se concluye cuán importante es el papel de la dirección espiritual, entendida teológicamente. La tarea principal del director del alma que progresa es sostenerla en la valentía, la paciencia, la fidelidad y la confianza. El director debería explicarle que este estado de despojamiento y aridez en que se encuentra no es motivo para caer en la tristeza o en el temor, sino para vivir espiritualmente una gran alegría; y que permaneciendo así puede cumplir la voluntad de Dios en todo, con su sufrimiento y sacrificio. Al mismo tiempo, el director enseñará la forma de oración mental adecuada al estado en que se encuentran el alma que progresa: esta forma de oración mental es la oración de la fe viva. III. LA ORACIÓN DE LA FE VIVA La primera gracia que Dios da es siempre la de la oración. El Espíritu Santo nos despierta a la oración. Y quien aprovecha esta gracia y ora, con la ayuda de la oración recibe todas las ayudas necesarias para santificarse y salvarse. En una palabra, en la vida interior todo depende de la oración, de la fidelidad a la gracia de orar. Por eso el principio básico de la vida interior es: seré fiel a la gracia de la oración; y en todo lo demás me abandonaré totalmente al Señor. Sin embargo, nos encontramos aquí ante una gran dificultad: la gracia de la oración puede ser diversa. Si la gracia con la que Dios nos mueve a orar actuara uniformemente y siempre igual, sería fácil reconocer las inspiraciones divinas, y la única tarea sería responder a esta llamada con fidelidad y obediencia. Pero Dios concede a las almas la gracia de la oración de una manera diferenciada. Cada alma recibe su "propia" gracia de oración, distinta a la que recibe otra, y esa gracia la conduce en su propio camino de oración. Puesto que la gracia divina es riquísima en sus formas y manifestaciones, existen tantas formas de oración cuantas almas hay. Es evidente, pues, que aunque la fidelidad a la gracia es muy importante, esta sola fidelidad no es suficiente cuando se trata de la oración en el camino de la vida interior. Además de la fidelidad se necesita habilidad, es decir, saber reconocer cuál es la gracia de oración que Dios otorga y a qué forma de diálogo con Él conduce al alma. Este discernimiento es indispensable, porque en el camino de la perfección sólo es posible progresar con la ayuda de la oración, y concretamente, con esa forma de oración a la que Dios llama a cada alma en particular. Entonces, quien no posee la habilidad de la oración, quien no comprende hacia qué forma de oración lo llama la gracia, pierde tiempo y esfuerzo, y no avanza en su camino de perfección. LA PLENITUD EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 73 Deseando ayudar a las almas que aspiran a la santidad, los teólogos describen las formas de oración mental más importantes. Distinguen, principalmente, tres formas: meditación, oración del corazón y oración de la fe viva20. La gracia sobrenatural actúa en cada una de las oraciones mencionadas, pero su actuación es variada y exige también una obediencia y fidelidad adecuadas. Sobre la meditación hemos tratado ya en otra ocasión21. Cuando meditamos, el Espíritu Santo influye nuestras facultades intelectuales: con la ayuda de la gracia despertamos en nuestra memoria recuerdos piadosos que hacemos vivos con la imaginación. Profundizamos las verdades de la fe por medio de un trabajo intelectual. La gracia hace que estas reflexiones despierten en nuestro corazón una disposición positiva y deseos devotos, de los que surgen, a su vez, actos de petición, de adoración, de agradecimiento y de amor. Así es, en general, la meditación. Es una forma muy provechosa de oración mental. Como dijimos anteriormente, es la oración propia de los principiantes: muy rara vez ocurre que el Señor llame a estas almas directamente a formas más altas de oración mental; por lo general, exige que el alma practique concienzudamente la meditación por largos años antes de llamarla con Su gracia a una forma de oración más perfecta. Sin embargo, suele suceder también que las almas más fieles en la práctica concienzuda de la meditación no reciben la gracia de tener otra forma de oración, y permanecen toda la vida en el mismo camino. …Pero del hecho de que Dios no les conceda una gracia de oración más perfecta no significa que no tengan acceso a la plenitud de la perfección y a la verdadera santidad: quien no asciende a las formas más altas de oración por ser ésta la voluntad de Dios y no por su culpa, también puede alcanzar la perfección y la santidad, con tal de que sea fiel a la práctica de la meditación hasta el fin. La santidad, pues, consiste en el amor, y la oración es sólo el mejor medio que conduce a él y a la santidad. Para cada alma, la forma de oración a la que Dios la llama con Su gracia es la mejor. Por eso nadie tiene la posibilidad de elegir libremente su oración mental; más bien, cada quien debe tratar de reconocer y comprender a qué forma de oración lo llama Dios. Aquí tocamos una de las principales tareas del director espiritual: su obligación es ayudar al alma a reconocer qué tipo de oración mental le exige el Señor. Porque nuestra santificación y salvación dependen, principalmente, del reconocimiento de los designios de Dios para nosotros y del cumplimiento fiel de esos designios. Lo que cuenta para mí no es, pues, qué tipo de oración es en sí mismo eI más perfecto, sino a qué forma de oración me llama el Señor. ¡Ay 20 Tratamos aquí, exclusivamente, los tipos de oración activa, es decir, adquirida, los que cada quien puede alcanzar con el propio esfuerzo y también con la ayuda de la gracia, y a los que muchos llegan realmente. Sin embargo, no tomamos en cuenta la oración infusa, es decir, mística, que depende de gracias especiales y a la que menos personas arriban. 21 Cf. A. Żychliński, Ob. Cit., Iniciación en el Misterio… 74 EL MISTERIO DE LOS SANTOS de los directores espirituales que, por su culpa, por negligencia o pereza, por carencia culpable de conocimiento pastoral, no ayudan a las almas que aspiran a la santidad, no les dan el apoyo que ellas tanto esperan, sino que más bien les ponen dificultades y obstáculos! ¡Qué gran responsabilidad recae sobre ellos; cuánto perjudican a la Iglesia! A veces Dios llama directamente a una forma de oración más alta: a la oración del corazón o a la oración de la fe viva. Sin embargo, generalmente espera del alma que se ejercite en la meditación por largo tiempo antes de llamarla a estas formas más elevadas. ¿Qué son la oración del corazón y la oración de la fe viva? –Son las oraciones en las que el alma reflexiona menos y, más bien, se abandona a sentimientos intensos y a un amor ardiente. Con todo, la perfección de la oración no consiste en la riqueza de los sentimientos, sino en el amor. Pensar en Dios, reflexionar sobre las verdades de la fe es algo muy provechoso y una verdadera oración, si es que lo hacemos con el propósito de amar a Dios cada vez más. Si durante largo tiempo nos dedicamos a la práctica concienzuda de la meditación sobre las verdades divinas para amar más a Dios, nuestro amor se desarrolla y se hace cada vez más fuerte. Poco a poco, el trabajo de la mente en la oración pasa libremente a un segundo plano o, mejor dicho, se vuelve más simple: notamos que ya no necesitamos de un largo razonamiento ni de un esfuerzo de nuestros pensamientos para suscitar en el alma actos de amor, sino que basta un sólo pensamiento para encendernos de amor divino. San Francisco, por ejemplo, pasaba toda la noche repitiendo las palabras: Mi Dios y mi todo. Quienes practican fielmente la meditación y, en un momento dado se percatan de que no son capaces de discurrir más, deben saber que para ellos puede ya no ser tiempo de reflexionar, sino, más bien, de amar. Limítense, pues, con la aprobación de su director espiritual, a un solo pensamiento general (por ejemplo, sobre la bondad divina o los sufrimientos de Cristo), y todo el tiempo destinado a la oración mental dedíquenlo a los actos del corazón, concretamente a los actos de amor. Esta es una forma más perfecta de oración, en la cual se piensa menos y se ama más. Por lo común, los sentimientos actúan vivamente en los principiantes que empiezan a dedicarse a la oración del corazón. Dios, queriendo de alguna manera facilitarles el progreso en su oración, les concede abundantes gracias sensibles. Bajo su influencia surgen vivos sentimientos en el alma, sobre todo de alegría, de satisfacción y de fervor en el servicio a Dios. Estos estados sensibles son buenos y útiles, pero no están libres de peligro, puesto que el alma puede inclinarse fácilmente a buscar solamente deleites sensibles y a ver en ellos todo el contenido y el valor de su oración. Los sentimientos en la oración son buenos, pero no son lo principal; su propósito es ayudar a despertar y a inflamar el amor espiritual. Ya que el Señor es tan bueno que, bajando de cierta manera al nivel de nuestra naturaleza sensible, incita en nosotros con Su gracia sentimientos sublimes, debemos aprovechar esas gracias con diligencia, pero siempre convencidos de que dichos sentimientos deben estar siempre al servicio del verdadero amor espiritual, que no se halla en la emoción sino en la voluntad, la cual es una LA PLENITUD EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 75 potencia puramente espiritual. Así como el trabajo de la mente en la oración ha de conducir al amor, las vivencias de las potencias sensibles deben también servir al amor. Gracias a esto los sentimientos se perfeccionan y se vuelven más espirituales. Puede decirse que la oración en la que predominan los sentimientos del corazón y las peticiones que surgen de ellos es la oración del corazón. Ella es como el paso de la meditación a la oración de la fe viva, es decir, a la contemplación adquirida. La oración de la fe viva –también llamada oración de recogimiento– empieza ahí donde humanamente ya no se puede hacer ningún esfuerzo para orar. Quien practica diligentemente la oración mental, por lo regular llega a la oración del corazón y, luego, a la oración de la fe viva. Cuando el alma comienza a dedicarse a la oración de la fe viva, la mente llega como a paralizarse; entra en un estado en el que no es capaz de reflexionar, ni de hacer largos razonamientos sobre Dios ni sobre lo divino; tiene sólo una idea general sobre Dios, a la cual debe limitarse. Sin embargo, la mente conserva una plena elasticidad en cuanto a lo temporal22. Algo parecido sucede con los sentimientos: el corazón, que todavía reacciona sentimentalmente frente a las creaturas, queda seco y totalmente estéril en la oración, no es capaz de sentir ningún afecto hacia Dios; más bien siente repugnancia y sinsabor en las cosas divinas. En cambio, ahora la voluntad tiene un fuerte apego a Dios, lo necesita, tiene hambre de Él y fuera de Él no encuentra paz. Entonces, mientras la razón y los sentimientos todavía buscan las cosas temporales y se ocupan de ellas, la voluntad no encuentra descanso sino sólo en Dios. Esto es consecuencia de la actuación de la gracia que, provocando que los pensamientos se suspendan y los sentimientos se vuelvan áridos, actúa sobre la voluntad y la dirige fuertemente hacia Dios. ¿Qué hace el alma en este estado? –El Señor se lo explicó a santa Teresa con estas palabras: "Se despoja totalmente de sí misma para sumergirse más profundamente en Mí; ella ya no vive, sino Yo en ella, y no puede comprender lo que entiende; esto es comprensión sin comprensión"23. Quien ya lo experimentó puede entenderlo, de alguna forma, pues más claramente no es posible explicarlo. …Así de oculto es lo que sucede en el alma que se une interiormente con Dios. 22 Por eso las personas entregadas a la oración de la fe viva son generalmente prácticas y hábiles, tanto en lo temporal como en lo espiritual. Sobre todo, tienen un juicio objetivo sobre todas las cosas. Su juicio no está desviado por el egoísmo. 23 Santa Teresa de Jesús, El Libro de la Vida, cap.18, n.14. 76 EL MISTERIO DE LOS SANTOS "Sólo podré decir –dice santa Teresa– que se representa estar junto con Dios, y queda una certidumbre que en ninguna manera se puede dejar de creer. Aquí faltan todas las potencias y se suspenden de manera que en ninguna manera, como he dicho, se entiende que obran. Si estava pensando en un paso [pasaje], ansí se pierde de la memoria como si nunca la huviera havido de él; si lee, en lo que leía no hay acuerdo ni parar; si rezar, tampoco. Ansí que a esta mariposilla importuna de la memoria aquí se le queman las alas: ya no puede más bullir. La voluntad deve estar bien ocupada en amar, mas no entiende cómo ama. El entendimiento, si entiende, no se entiende cómo entiende; al menos no puede comprehender nada de lo que entiende. A mí no me parece que entiende, porque –como digo– no se entiende. Yo no acabo de entender esto"24. Esta es, en esencia, la oración de la fe viva. Así como la fe divina no es razonamiento ni sentimiento, sino reconocimiento de la verdad sobrenatural bajo la influencia de la voluntad movida por el amor (es decir, adhesión a Dios por medio de la razón y la voluntad), en esta oración no hay razonamiento ni sentimiento, sino que el alma se une a Dios por medio de una simple mirada y por medio de la voluntad amante. El alma es vivamente penetrada por el solo pensamiento de que se encuentra en la presencia de Dios, y de que Lo posee dentro de sí misma. Al mismo tiempo, tiene un solo deseo: amarlo. Entonces Lo mira con una fe viva, y se adhiere a Él con toda su voluntad, encontrando un descanso indecible. Lo mejor que pueden hacer las almas que se encuentran en este estado –enseña san Juan de la Cruz– es ya no entregarse al discurso ni a la meditación. Sin hacer nada harán mucho teniendo paciencia y perseverando en la oración. Lo que deben hacer es dejar al alma libre y despojada y descansada de todas las noticias y pensamientos, sin preocuparse en qué pensarán y meditarán. Conténtense sólo con una advertencia amorosa y sosegada en Dios, y con estar sin preocupación ni esfuerzo y sin deseo de gustarlo o de sentirlo, porque todas estas pretensiones inquietan y distraen al alma de la paz profunda y del dulce descanso de la contemplación que se experimenta en la oración de la fe viva25. Cuando el alma traspasa el umbral de la oración de la fe viva, nace en ella el temor de que va por mal camino, puesto que se encuentra ociosa: su mente no sabe ocuparse de Dios y está llena de las cosas temporales, y los sentimientos están colmados de repugnancia e indiferencia hacia lo divino. Sin embargo, este temor es vano, dado que el alma, movida por la gracia, entró en un grado superior de oración. Ella no está ociosa, sino que su actividad es más perfecta, más pura, más espiritual. El alma se ocupa de amar a Dios en un profundo silencio. No reflexiona sobre lo que hace, no viste su amor con palabras, pensamientos ni sentimientos; simplemente ama. Vive de amor por encima del razonamiento y del sentimiento. Cuando se le 24 25 Íbid., El libro de la vida, cap.18, n.14, en "Obras Completas", B.A.C. Madrid 1986, págs.102 y 103. Cf. Jesús Martí Ballester, Ob. Cit., Noche oscura leída…, cap.10, n.4, pág. 77. LA PLENITUD EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 77 pregunta después de la oración en qué pensaba, responde simplemente diciendo que amaba en silencio. Pero, ¿acaso la razón no hace nada? –Claro que sí: cree. Sin embargo, no se detiene en ninguna verdad de fe, sino que abarca, con un acto de fe general, la presencia de Dios en el alma y Sus perfecciones infinitas. Este es un acto de fe sencillo, es como una mirada apacible que coloca al alma en la presencia de Dios. Este acto de fe no le aporta a la mente ninguna luz, …tiene lugar en medio de la oscuridad. La razón, pues, no considera por separado las verdades de la fe, no las reflexiona; la razón sólo cree, reconoce a Dios presente. La gracia de la oración de la fe viva hace que la mente no sea capaz de recibir la luz de las verdades de la fe a través de la meditación, permaneciendo en la oscuridad, porque el alma ha de ocuparse ahora de una actividad más perfecta: de amar la verdad y a Dios. Cuando el alma se dedica a la reflexión profunda de las verdades divinas, es cuando fácilmente nacen dentro de ella la satisfacción de sí misma y el orgullo. En cambio, el amor purifica al alma de cualquier egoísmo y la adhiere completamente a Dios; entonces la fe llega a ser más fuerte y más madura, porque sirve totalmente al amor, …y por eso es viva. De aquí el nombre de oración de la fe viva: de la fe que carece de razonamiento y que, en cambio, está llena de amor. Esta manera de orar se puede definir como plena atención de amor dirigida a Dios presente en el alma. El amor del que hablamos es puramente espiritual. Sucede que al hablar de amor pensamos que éste consiste en sentimientos sublimes o en agradables éxtasis de afecto. En la oración de la fe viva no hay nada de eso. Ella consiste en un amor que está despojado de cualquier sentimiento; más aún, en ocasiones se experimenta cansancio y repugnancia hacia las cosas de Dios. Sin embargo, en estos cansancios y repugnancias no hay nada de malo ni de peligroso; al contrario, el alma saca de ellos grandes provechos, puesto que purifican su amor. Dios es espíritu, y por eso requiere de nosotros, sobre todo, un amor espiritual. El amor del sentimiento es bueno, y puede ser una ayuda para el alma, pero debería estar supeditado siempre y completamente al amor superior, espiritual, que es el único capaz de unirnos con Dios. Por eso es necesario que el amor espiritual reine en el alma. Esto se realiza cuando, en medio de las oscuridades de una fe desnuda y en medio de las arideces del sentimiento, la voluntad aprende a permanecer en un desapego total de lo creado para adherirse a Dios con toda su fuerza. Entonces la voluntad madura, y llega a una plena capacidad de querer. Entonces, la voluntad verdaderamente quiere a Dios, y quiere servirle sin objeciones. De aquí se deduce claramente que la oración de la fe viva es la escuela más perfecta de la voluntad; en ella ésta llega a dominar el "arte" de querer y servir a Dios. Y como la perfección del hombre se mide por la madurez de su voluntad, es evidente que la oración de la fe viva es la escuela de la perfección y de la santidad. Quien verdaderamente quiere a Dios, es perfecto. Y aquí volvemos a aquello que dijimos al reflexionar sobre los inicios de la vida interior: la santidad, en la práctica, consiste en querer y en lograr la verdadera ciencia del querer. He aquí que la oración de la fe viva es la escuela perfecta y suprema del querer: en ella aprendes a 78 EL MISTERIO DE LOS SANTOS querer de una manera madura, cuando tu voluntad purificada se adhiere a Dios y quiere únicamente lo que Dios quiere, puesto que, entonces, ama verdaderamente. La pregunta que surge ahora es si la puerta para entrar a esta escuela divina de la voluntad, es decir, a la oración de la fe viva, está abierta para todos. –La forma de la oración depende de la gracia recibida. Cada alma recibe gracia suficiente para poder orar, y así, con la práctica de la oración, progresa en la vida interior. Pero aunque todos reciben la gracia suficiente para orar, no la reciben en la misma forma. Hay almas a las que la gracia conduce de tal manera que durante toda la vida sólo practican la oración vocal, y por este camino llegan a la perfección; otras se mantienen en la meditación, y también por este camino se santifican, puesto que la gracia no las llama a grados superiores del diálogo con Él; y sabemos que, precisamente aquel tipo de oración al que el Señor llama al alma con Su gracia, es el mejor y el más conveniente para ella. Sin embargo, aunque las gracias de la oración son variadas y Dios conduce a cada alma por una senda personal, podemos decir, basándonos en santa Teresa de Ávila y en san Juan de la Cruz, que el camino común por el que Dios nos conduce hacia la perfección es el camino de la oración de la fe viva. Dios llama rara vez a las almas a la perfección por el camino de la oración vocal. Por lo regular, la gracia exige la oración mental, y la oración mental, en cuanto ella depende del esfuerzo humano apoyado en la gracia, comienza con la meditación, pasa en su desarrollo a través de la oración del corazón, y genera después frutos maduros en la oración de la fe viva. Hay que decir, además, que con la oración de la fe viva normalmente se termina nuestro trabajo en la vida de oración. Sin embargo, esto no significa que no existan en absoluto formas de oración superiores y más perfectas que ella. Santa Teresa enumera toda una serie de tipos de oración superiores a la oración de la fe viva. Sin embargo, no nos ocuparemos ahora de ellas. Son oraciones propiamente místicas que, aunque existen al nivel del desarrollo normal de la vida de la gracia, nadie puede lograrlas con su propio esfuerzo. La oración mística es fruto de las gracias especiales de Dios y de los dones del Espíritu Santo, y la actuación de estos dones no depende directamente de nuestra voluntad o de nuestro trabajo. En cambio, si consideramos la vida de oración en su forma no mística, la que podemos lograr con nuestro propio esfuerzo y la ayuda de las gracias sobrenaturales comunes, hay que afirmar que la oración de la fe viva es la forma más perfecta de oración a la cual los fieles pueden llegar por medio de su propio trabajo, aunque siempre apoyados en la gracia. Esta afirmación es muy importante para la vida interior. Se dice acertadamente que el trabajo interior se centra alrededor de la oración, y ahora añadimos que ésta, a su vez, se centra alrededor de la oración de la fe viva. Quien trata su vida interior en serio, debería recordar que la tarea principal del trabajo interior es llegar, por medio de un esfuerzo personal, a la oración de la fe viva. Quien llega a ella tiene en sus manos el mejor instrumento de la perfección, se encuentra en la escuela divina. Sin embargo, no es fácil llegar a esta forma de oración: a menudo las almas que LA PLENITUD EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 79 admirablemente comienzan a dar los primeros pasos en el camino de la oración, retroceden. Se necesita mucha valentía y paciencia para soportar la inmovilidad del pensamiento, el verdadero embotamiento de la razón y la terrible aridez y repugnancia en la esfera de los sentimientos; se necesita mucha firmeza para perseverar en medio de las tentaciones y no abandonar la oración. A pesar de eso, vale la pena sufrir todas esas dificultades con el fin de lograr un tesoro tan grande como este tipo de diálogo con Dios. En cuanto al momento concreto de pasar a la oración de la fe viva, hay que tener cuidado que no sea ni demasiado pronto ni demasiado tarde. Entra demasiado pronto en el camino de esta oración aquel que abandona la meditación sin prestar atención a tres señales que indican el llamado de la gracia a ella y, por su propia iniciativa, trata de vivirla. Dejar de esta manera inconsiderada la meditación cuando la gracia no le ha llamado a otra forma de oración conduce al quietismo, que es fatal y amenaza con un total decaimiento espiritual. En cambio, el alma no debe sujetarse exageradamente a la meditación cuando la gracia la llama a la oración de la fe viva. Todo, pues, depende de que se conozca y entienda a tiempo el llamado de la gracia; esto es lo principal en el progreso de la vida interior. Es evidente, entonces, que el director espiritual tiene la importante obligación de ayudar al alma a conocer "su hora", es decir, el momento en el que Dios la llama a la oración de la fe viva. "Lo que hemos de hacer –enseña santa Teresa– es pedir como pobres necesitados delante de un grande y rico emperador, y luego bajar los ojos y esperar con humildad. Cuando por sus secretos caminos parece que entendemos que nos oye, entonces es bien callar, pues nos ha dejado estar cerca de Él. Y no será malo procurar no discurrir, si podemos con el entendimiento. Mas si captamos que este Rey aún no nos ha oído ni nos ve, no nos hemos de quedar bobos, que le queda harto al alma cuando ha procurado callar cuando no es hora aún; y queda mucho más seca y quizá más inquieta la imaginación con el esfuerzo que ha hecho para no pensar en nada ... (Lo mejor es) dejarse al alma en las manos de Dios, haga lo que quisiera de ella, con el mayor descuido de su provecho que pudiere y mayor sumisión a Su voluntad"26. Las tres señales por las que se puede conocer si Dios llama al alma por medio de su gracia a la oración de recogimiento son las siguientes: Primera: El alma entra en un estado de gran sequedad, de modo que no encuentra satisfacción ni consuelo ni en las cosas de Dios ni en las cosas humanas; el deseo sensual queda despojado de todo lo que lo puede satisfacer; una terrible aridez reina en el alma. Segunda: El alma pierde la capacidad de hacer una meditación normal en la que se sirve de la imaginación, de los sentimientos, de la memoria y de la razón. Esto proviene del hecho de que Dios comienza a darse al alma de una manera superior y más perfecta, puramente espiritual, 26 Cf. Jesús Martí Ballester, Las Moradas de Santa Teresa Leídas Hoy, Cuartas Moradas, cap.3 nn.5 y 6. 80 EL MISTERIO DE LOS SANTOS ya no por medio de los sentidos y el razonamiento, sino a través de la simple y sencilla contemplación, que entonces empieza. Tercera: La más importante señal de la noche interior que se inicia es que el alma guarda dentro de sí un continuo recuerdo de Dios, unido a un ardiente deseo de amarlo y servirlo, y experimentando un temor y una preocupación continuos de si realmente ella se le ha entregado del todo. Este deseo vivo y continuo de Dios es ya un fruto de la contemplación que nace en el alma. El alma encuentra la mayor dificultad y problema cuando experimenta lo que caracteriza a la segunda señal que mencionamos, es decir, cuando pierde la posibilidad de hacer una meditación normal y siente una sequedad interior indecible. Entonces nace en el alma el vivo temor de que esta terrible sequedad espiritual se debe a algunas causas naturales ocultas o a su propia miseria moral y negligencia. En este período, el orante depende mucho, como ya dijimos, de un buen director espiritual. Porque el alma, envuelta en la oscuridad de la fe desnuda y sumergida en la aridez, tiene miedo de su propio juicio, y el solo pensamiento de que experimenta las gracias de la contemplación le parece un atrevimiento pecaminoso. Las tres señales mencionadas indican que Dios comienza a orar en el alma de una manera más elevada y más perfecta, provocando en ella una crisis en su vida espiritual. En ese período, el alma pasa de la infancia a la madurez espiritual, gracias a la forma más perfecta de las gracias que Dios le concede. En la práctica, podemos emplear el siguiente principio que nos facilitará conocer el tiempo en el que debemos pasar de la meditación a la oración de la fe viva. Se puede dejar la meditación en favor de la oración de la fe viva al cumplirse dos condiciones: 1) que el amor sea tan vivo gracias a la actuación de la gracia, que el alma esté verdaderamente ocupada en él, lo que excluye la ociosidad, fatal para ella; y 2) que volvamos a la meditación normal inmediatamente después de que la actuación del amor se detenga. "Lo que entiendo que más conviene que haga el alma a quien el Señor ha querido elevar a la oración de la fe viva, es decir, a la oración de recogimiento –enseña santa Teresa–, es que mantenga su voluntad en unión con la voluntad de Dios, y que sin ningún esfuerzo ni actividad procure detener el discurrir del entendimiento, pero no dejarlo en blanco, ni intentar frenar la imaginación. Lo mejor es acordarse de que está delante de Dios y tomar conciencia de quién es este Dios. Si tiene deseos de meditar sobre las cosas de Dios, muy bien, hágalo, pero, al mismo tiempo, no procure entenderlas, porque la gracia de la oración no es un don para la razón, sino más bien para la voluntad. Déjela gozar sin ningún esfuerzo más que (de vez en cuando) decir algunas palabras amorosas"27. 27 Cf. Íbid., n.8. LA PLENITUD EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 81 Vemos, pues, que, en definitiva, todo depende del amor. Si somos capaces de amar verdaderamente a Dios sin meditación, amémoslo en la sequedad y a oscuras, con los ojos cerrados, sin entender y sin sentir; si no podemos encender Su amor en el corazón sin la ayuda de la meditación, entonces meditemos concienzudamente. En una palabra, según sea el amor, así será la oración. Este es el principio fundamental. Ahora bien, el amor requiere sacrificio. La preparación del alma para la oración de la fe viva requiere trabajo y privación. Se resume en los siguientes puntos: Ejercitarse durante largo tiempo en la meditación. Calmar y purificar el corazón, evitando cuidadosamente los pecados veniales voluntarios. Renunciar y negarse a sí mismo, tanto en las cosas grandes como en las más pequeñas. Desarraigar el egoísmo, el cual genera los malos deseos y pensamientos vanos y perjudiciales. Evitar las conversaciones innecesarias, la excesiva curiosidad y la crítica infructífera. No confiar demasiado ni en la propia razón ni en las propias capacidades. Moverse en la presencia del Señor, dirigiendo a Él los pensamientos y deseos con la mayor frecuencia posible. Finalmente, muy importante es ejercitarse en el amor dedicado, silencioso y sacrificado al prójimo. El amor al prójimo es el camino más seguro que conduce a la oración de la fe viva y, al mismo tiempo, constituye la prueba más segura de nuestro progreso espiritual. "La más cierta señal –enseña santa Teresa– por la cual podemos conocer si poseemos el verdadero amor de Dios, es a mi parecer si guardamos fielmente el amor al prójimo; porque si amamos a Dios, no se puede saber (aunque hay indicios grandes para entender que le amamos), mas el amor del prójimo sí se puede conocer. Y estad ciertas que cuanto más crecidas y maduras os viereis en el amor del prójimo, más lo estáis en el amor de Dios. Porque es tan grande el que Su Majestad nos tiene, que en pago del que debemos al prójimo, hará que crezca el que tenemos a Su Majestad de mil maneras. De esto yo no puedo dudar. Es muy importante que vayamos con mucha atención en cómo andamos en la caridad; si en nuestra disposición interior y en nuestro comportamiento exterior vemos que el amor al prójimo es perfecto, en la medida de nuestras fuerzas, entonces podemos confiar de que en nosotros todo está en orden. 82 EL MISTERIO DE LOS SANTOS Porque creo yo que, con lo malo que es nuestro natural, si el amor a los hermanos no nace de raíz del amor de Dios, no llegaremos a tener con perfección el del prójimo"28. Una vez que el alma ya entró en el camino de la fe viva, deberá entonces perseverar en él valientemente y con espíritu de sacrificio; deberá concentrar todos sus esfuerzos sobre la oración y no desanimarse con las dificultades, que no serán pequeñas: un terrible vacío en los pensamientos, una sequedad fatigosa y desanimadora del corazón, aburrimientos insoportables y repugnancias. Sin embargo, vale la pena aburrirse y cansarse en la presencia del Señor, vale la pena trabajar, si de esta manera podemos mostrarle un amor puro, sacrificado, y llegar así a la perfección. Así fue la oración de muchos santos que no tuvieron el don de la contemplación mística y que hicieron tanto para la Iglesia y para las almas. De la oración de recogimiento obtuvieron fuerzas espirituales para el trabajo y el sacrificio. No fueron místicos en la oración, pero fueron místicos en la acción29; la oración de la fe viva, de la cual no se separaron, fue para ellos un incesante impulso para obrar para Dios. Nos basta recordar a san Juan Bosco. "Las cinco de la mañana: el Padre Bosco ora. Arrodillándose, con las manos extendidas, los ojos cerrados, sin moverse, sumergido en Dios. Su oración ardiente toma todas las formas: adora y agradece, pregunta y se entrega, pide y escucha. Durante una hora o quizás más, Jesucristo, nuestro Señor, la Madre de Dios y él, vivirán juntos en el amor..."30. El alma obtiene grandes provechos de la oración de la fe viva. Aunque durante esta forma de oración no nos ocupamos directamente de las virtudes, sin embargo, el amor –al cual el alma está totalmente dedicada– hace que nos ejercitemos en las que son fundamentales, ante todo en la paciencia, en la valentía, en la pureza de corazón, en la humildad y en el sometimiento a la voluntad divina. Sin duda, el defecto más peligroso es el egoísmo, del cual nace la soberbia. La soberbia hace que estemos llenos de nosotros mismos, que contemos orgullosamente con nuestras propias capacidades y con nuestro propio ingenio. En cambio, en la oración de la fe viva descubrimos con claridad, experimentalmente, que nuestra mente está vacía y nuestro corazón duro. ¡Qué escuela de humildad es ésta! Si nos acostumbramos a reconocer con toda nuestra alma que Dios todo lo sabe; que nosotros, por nosotros mismos, no sabemos nada; que Dios es la 28 Cf. Jesús Martí Ballester, Ob. Cit., Las Moradas…, Moradas Quintas, cap.3, nn.8 y 9. Los místicos en la oración son quienes recibieron el don de la contemplación infusa, es decir, mística. Esta oración surge de los dones del Espíritu Santo que corresponden directamente a la contemplación, es decir, al don de Entendimiento y al de Sabiduría. Los místicos en el actuar, en cambio, son los que no tienen el don de la contemplación mística y perseveran en formas de oración más bajas, especialmente en la oración de la fe viva. En ellos se desarrollan los dones del Espíritu Santo que corresponden al actuar, es decir, el don de Consejo, el de Valentía [Fortaleza] y el de Temor divino, que le dieron a su vida y obras heroicas una dimensión sobrehumana. 30 A. Auffray, San Juan Bosco, pág.327. 29 LA PLENITUD EN EL MISTERIO DE LOS SANTOS 83 Sabiduría y nosotros estamos hundidos en la oscuridad, entonces nuestro interior va purificándose del orgullo y de la ilusión de poner la confianza en las propias capacidades. Mientras tanto, la fe y la confianza en Dios crecen. El fruto principal de la oración de recogimiento es la purificación y el crecimiento en el amor, que complementa, en definitiva, todas las virtudes. Esta oración hace que el alma se purifique de cualquier apego a las cosas creadas, incluso a sus propios juicios, a su propia voluntad, y se adhiera a Dios fuertemente, o, mejor dicho, impetuosamente. La parte sensual (los sentimientos, los deseos más bajos) llega a ser sometida totalmente a la razón y a la voluntad, es decir, a una fe viva, llena de amor, que empieza a reinar sobrehumanamente en el alma. Es entonces cuando ésta logra la verdadera ciencia de la fe y del amor: comprende por experiencia propia qué significa creer en Dios y amarlo verdaderamente, con todo su corazón, con toda su alma, con toda sus fuerzas, sabe qué significa adherirse a Él con toda su razón, con todo su pensamiento, con todo su deseo, y estar dispuesto a todo con tal de cumplir Su voluntad y de difundir Su Reino. Como el amor a Dios y el amor al prójimo constituyen un solo amor, resulta que la oración de la fe viva es también la mejor escuela de verdadero amor al prójimo y también de apostolado. Cuando el alma se desapega de todo lo creado y de sí misma y busca con entusiasmo a Dios, es cuando es capaz de amar al prójimo con un amor verdadero, puro, espiritual, generador de apóstoles: Da mihi animas, cetera tolle31. De esta manera, la oración de la fe viva es un medio perfecto para lograr el amor puro a Dios y al prójimo y, como consecuencia, la verdadera perfección cristiana. En la práctica, este amor puro tiene por principio lo que Cristo le recomendó a santa Catalina de Siena: Hija, piensa en Mí y, a cambio, Yo pensaré continuamente en ti. En sus conversaciones espirituales, la misma santa aclara las palabras del Señor: hablando confidencialmente sobre la revelación mencionada –explica el beato Raimundo de Capua, su biógrafo–, la santa decía que con esas palabras Cristo le recomendó que alimentara en su alma exclusivamente los deseos que se dirigían a Él, excluyendo de su corazón cualquier otra aspiración, pues cualquier preocupación por uno mismo, incluso la preocupación por la salvación de la propia alma, podría turbar el incesante pensamiento lleno de paz. Y el Maestro añadió: a cambio, Yo pensaré en ti; como queriendo decir: no te preocupes ni de tu cuerpo ni de tu alma; poseo la ciencia y el poder, por tanto, pensaré en ello, y me ocuparé de todo cuidadosamente. El que vive la oración de la fe viva, realmente piensa en Dios, excluye de su corazón todas las preocupaciones temporales y posee el amor puro. Es entonces cuando Dios actúa en él y a través de él. En esa oración se encuentra el secreto de la plenitud de la vida y de la riqueza de las obras de las almas verdaderamente interiores y apostólicas. 31 "Dame almas y quítame todo lo demás". 84 EL MISTERIO DE LOS SANTOS La esencia de la perfección cristiana es el amor; cuanto más grande es éste, tanto más alto es el grado de perfección. Y ¿cuál es el grado de amor al que podemos llegar con nuestro propio trabajo y nuestra propia iniciativa (claro, con la ayuda de la gracia)? –Es aquel en donde dicho amor tiene su raíz en la oración de la fe viva. Porque cuando el amor alcanza cierto grado de madurez, surge de él la oración de la fe viva y, a su vez, esta oración es un medio perfecto para crecer en el amor. De eso se puede concluir que la oración de la fe viva es la plenitud en el misterio de los santos al alcance de todos. 3. EL APOSTOLADO SEGÚN EL ESPÍRITU 86 EL MISTERIO DE LOS SANTOS ÍNDICE Presentación . . . . . . . 87 I. Los dos tipos de apostolado . . . . 88 II. La maternidad espiritual . . . . . 91 III. "Unum necessarium" . . . . 97 . EL APOSTOLADO SEGÚN EL ESPÍRITU 87 Presentación La presente es una reflexión de pequeñas dimensiones, pero rica en contenido. Su valor proviene, sobre todo, de que es el testamento espiritual del R.P. Aleksander Żychliński. Es la última palabra, dirigida a un amplio grupo, de este maravilloso maestro y verdadero apóstol según el Espíritu, que falleció prematuramente. Un profundo e incansable trabajo y meditación del conocimiento adquirido llenaban su claro y amplio intelecto, pero un todavía más grande amor a Dios, al prójimo y, especialmente, a sus queridos hermanos sacerdotes, encendía su fatigado corazón, a ejemplo de Cristo, nuestro Señor. Especialmente para ellos –para los sacerdotes– escribió estas indicaciones que, sin embargo, están dirigidas a toda alma deseosa de entregar generosamente sus manos en favor del renacimiento espiritual de la sociedad: de los religiosos, religiosas y apóstoles laicos. Estas aseveraciones nos recuerdan aquella verdad conocida en teoría, pero omitida tantas veces en la práctica, de que la actividad externa es eficaz sólo cuando fluye de una profunda vida interior: vida de oración y entrega total a Dios. El autor pone como ejemplo a María, la Madre de Dios: su virginidad, su entrega al Señor y su maternidad en relación con las almas. Sólo el apostolado entendido y realizado a la luz de los misterios de la vida de María puede remediar las urgentes necesidades del estado actual del mundo, en el que, junto a un empobrecimiento material, se extiende una gran miseria moral. El venerable autor (fallecido el 20 de diciembre de 1945) encomendó al Carmelo la publicación de su última obra. Cumplimos este deseo, que nos honra y que es para nosotros tan querido, con la esperanza de que esta voz que llega –de alguna manera– desde las profundidades de la eternidad, conmueva más eficazmente los corazones y genere frutos de actividad apostólica. El Carmelo. 88 EL MISTERIO DE LOS SANTOS I. LOS DOS TIPOS DE APOSTOLADO La Iglesia es una, pero se puede mirar desde dos puntos de vista: uno jurídico-organizativo y otro místico. En el primer caso, se la considera como organización social, y entonces miramos sólo su aspecto exterior: como quien dice, su cuerpo. En el segundo, la miramos desde su interior, es decir, desde el punto de vista de su alma, que es el mismo Espíritu Santo, quien la santifica y unifica; en este segundo caso vemos en la Iglesia, a la luz de la fe, al Cristo místico. "La Iglesia, que ha de ser tenida por una sociedad perfecta en su género, no se compone sólo de elementos y constitutivos sociales y jurídicos. Es ella muy superior a todas las demás sociedades humanas, a las que supera como la gracia sobrepuja a la naturaleza... Porque aunque las relaciones jurídicas, en las que también estriba y se establece la Iglesia, proceden de la constitución divina dada por Cristo y contribuyen al logro del bien supremo, sin embargo, lo que eleva a la sociedad cristiana a un grado que está por encima de todos los órdenes de la naturaleza es el Espíritu de nuestro Redentor que, como manantial de todas las gracias, dones y carismas, llena constante e íntimamente a la Iglesia y mora en ella"1. Por su parte, el apostolado –como acción eclesial– también puede mirarse desde las dos mencionadas perspectivas: desde la jurídica-organizativa, como trabajo organizativo, y desde la mística, como trabajo esencialmente sobrenatural y espiritual. Por eso existe la pastoral según el derecho y la pastoral según el espíritu. Ambas formas conforman la pastoral integral. Su relación es semejante a la que existe entre el alma y el cuerpo: éste recibe del alma toda la perfección de su forma, pues el alma es el fundamento de su existencia y cualidad. De manera análoga, la pastoral jurídica-organizativa obtiene su vida, su perfección y poder de la pastoral según el espíritu. Así como la medida de la perfección del hombre no es el vigor de su cuerpo, sino la cabalidad de su alma, de manera semejante la dimensión de la perfección y poder apostólico de la Iglesia no es consecuencia de un trabajo jurídico ejemplar, sino, sobre todo, de su plenitud según el Espíritu: lo que cuenta no es tanto el apostolado externo organizativo, sino su vigor espiritual y sobrenatural. Este último vivifica la pastoral según el derecho, como el alma al cuerpo. Estas dos funciones de la pastoral integral deberían crecer y perfeccionarse simultáneamente. El trabajo jurídico-organizativo debería desarrollarse constantemente, y el espiritual debería profundizarse sin cesar. Cuanto más intensa es la pastoral según el Espíritu, tanto más perfecto es el trabajo organizativo y tanto más se hace evidente que éste no es ni la meta, ni el único medio, sino el arte de encontrar las vías que llevan al fin, y su prudente aplicación. Si miramos la historia del trabajo pastoral, vemos claramente que la labor jurídica-organizativa, es decir, su aspecto material, tomaba verdadera fuerza y eficacia sólo cuando florecía la labor 1 Pío XII, Encíclica Mystici Corporis, 29 de junio de 1943, n.54. EL APOSTOLADO SEGÚN EL ESPÍRITU 89 según el Espíritu, es decir, su alma. En cambio, en los períodos en los cuales ésta decaía, aquella quedaba privada de su verdadera virtud. ¿Cómo se desarrolla la labor pastoral hoy en día? –Podemos, sin duda, afirmar que en su plano jurídico-organizativo no está mal. En este momento somos testigos de un trabajo cada vez más intenso sobre la reorganización del empeño apostólico precisamente en este campo. Esto es consolador y un motivo de esperanza para el futuro, pero sólo bajo la condición esencial de que la acción pastoral según el Espíritu no falle, y llene la jurídica-organizativa de contenido sobrenatural y espíritu vivificador. Y, ¿cuál es el estado actual de la labor pastoral según el Espíritu? –Desgraciadamente, no es posible decir que se haya desarrollado lo suficiente como para llenar de vida y de verdadera eficacia la pastoral organizativa. Los sacerdotes, con mucha experiencia al respecto –sobre todo aquellos que dirigen decenas e incluso centenas de retiros espirituales para el clero–, afirmaron unánimemente que la vida espiritual de cierto número de sacerdotes y religiosos no está lo suficientemente desarrollada como para que de ella pueda surgir un verdadero apostolado según el Espíritu. Si, entonces, la pastoral según el Espíritu falla, la jurídica-organizativa tiene poca vida, porque se ve privada del espíritu vivificador y de su verdadero contenido. ¿Cuál es la causa de que un trabajo organizativo tan serio genere, desproporcionalmente, tan pocos resultados? –...La falta de espíritu. * * * En la Revelación de Jesucristo al apóstol san Juan, contenida en el Apocalipsis (cf. caps. 2-3), encontramos los juicios que Dios mismo hace acerca de los pastores de la Iglesia. El relato ofrece una verdadera teología de la historia: ilumina con luz sobrenatural la historia de la comunidad eclesial y de la humanidad, aportando una profunda comprensión de sus causas y metas finales. Resulta, pues, muy instructivo, reflexionarlo. También trata de la labor pastoral, mostrándonos siete tipos de pastores en la Iglesia. El pastor de las almas de Éfeso es activo, de naturaleza combativa, buen organizador, lucha en contra de los herejes, se atiene concienzudamente a la ley guardando todos los reglamentos de la Iglesia. …El Obispo quedaría muy satisfecho si hiciera una visita a su parroquia. Sin embargo, el juicio de Dios es diferente: la forma exterior es espléndida, pero carece de contenido. El pastor de Éfeso descuidó lo más importante, lo que no se ve ni se puede medir estadísticamente: el amor. "...has perdido tu amor de antes" (Ap 2,4). En vez de amor, hay puro activismo humano; el medio se convirtió en meta. Lo que no es esencial fue considerado como tal, y entonces se perdió lo verdaderamente esencial... Merece, pues, una severa reprensión: "...arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera" (Ap 2,5). 90 EL MISTERIO DE LOS SANTOS El pastor de almas de Esmirna tiene poco éxito exterior: la comunidad es pobre; la limosna, escasa. Pero el trabajo interior está en pleno desarrollo. El pastor y las ovejas están unidos estrechamente entre sí: en la comunidad reina la paz. Satanás espera lograr algo por medio de la persecución, pero su ataque se desmorona ante la fidelidad del pastor, quien persevera en el silencio y la humildad. No busca apoyo en lo terrenal: construye sobre el Señor. Es un sacerdote que sabe que nada le corresponde, que nada se merece, se considera casi esclavo; no teme perder los bienes temporales, se limita a lo necesario. Saca sus fuerzas de la vida interior y de la fe; supera todas las dificultades con valentía y paciencia. La Iglesia puede contar con un pastor así para los tiempos difíciles. Es digno de elogio. El pastor de Pérgamo tiene una función muy difícil. Vive, precisamente, en la "capital de Satanás", donde florece la herejía. La comunidad cristiana padece una persecución sangrienta y, sin embargo, su pastor persevera valientemente. Desgraciadamente, con el tiempo comienza a ceder ante el enemigo. La mediocridad quiebra su poder: transige con el espíritu de este mundo. Considera la mediocridad como prudencia. …En breve comenzará el proceso de corrupción en el alma del pastor y en la comunidad. Por esto recibe un llamado para volver a los principios y a la fidelidad. Ha de luchar, sin claudicar, por la causa de Cristo. El pastor de Tiatira comenzó con perfección su labor. Trabajó con amor, fe, espíritu de servicio y perseverancia. Las esperanzas para el futuro eran prometedoras. ¿De dónde, pues, el cambio? –Se volvió condescendiente con la mala influencia de una mujer: los conocimientos éticos comienzan a debilitarse, menosprecia las pequeñas imperfecciones, pierde la orientación clara de su vida, no ve sus obligaciones, no se da cuenta del mal que se difunde, …es un ciego. El Señor también lo corrige a él y lo llama a la conversión, a que se arrepienta (cf. Ap 2,22). El pastor de Sardes es un hombre completamente artificial, que se preocupa sólo de las apariencias externas. Toda su actividad es forma sin contenido. Es cómodo, perezoso, hace sólo lo que tiene que hacer, porque, de antemano, se disculpa. El pecado no lo horroriza. Le falta fe: perdió la comprensión sobrenatural de la vocación, le falta sentido de responsabilidad frente a Dios. La comunidad muere y él no lo entiende. "Tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto" (Ap 3,1). Merece una fuerte reprensión. El pastor de Filadelfia es un pastor ejemplar. En realidad tiene poco poder, pero es fiel y sacrificado en las cosas más pequeñas. Obra con el ejemplo de su propia vida. Incluso los enemigos tienen que postrarse ante él y reconocer que el amor obra tanto en sus palabras como en sus actos. Es un instrumento del amor de Dios: no se busca a sí mismo; lo único que le importa es el reino de Dios. Posee el espíritu sobrenatural de su misión. Sin duda merece también un elogio. El pastor de Laodicea posee riqueza, está materializado, secularizado y privado de las aspiraciones más altas. No se preocupa por el bien espiritual de las almas: convencido de su EL APOSTOLADO SEGÚN EL ESPÍRITU 91 importancia y siempre satisfecho de sí mismo, vive de mentira y egoísmo; todo lo refiere a sí mismo y juzga rigurosamente a los demás. Su forma de proceder merece una condenación. …Así juzga Dios a los pastores. De entre los siete, sólo dos merecen un elogio por su apostolado o pastoral integral. Cinco reciben una reprimenda, porque no son pastores según el Espíritu. Y esto sucede en la provincia eclesial de la pequeña Asia que, a finales del siglo I –cuando el apóstol san Juan escribió el Apocalipsis–, se encontraba en pleno florecimiento y estaba a la vanguardia de la Iglesia por su fervor. De aquí vemos lo difícil que es ser pastor de almas o apóstol en todo el sentido de la palabra, y que en la Iglesia hay relativamente pocos que realicen en su labor el ideal de la pastoral integral. II. LA MATERNIDAD ESPIRITUAL Ahora la pregunta principal es: ¿qué hacer para fortalecer el apostolado según el Espíritu? –Si alguien desea comprender y percibir el misterio de la belleza, debería conocer las obras maestras. Si desea ser pastor de las almas según el Espíritu, debería fijar su mirada, después de en Jesús, en el ejemplo perfecto de pastoral que Dios nos dio en los misterios de la vida de María, la Esposa-Madre. Según san Pablo, la pastoral es maternidad espiritual. In Christo Jesu per Evangelium ego vos genui: "Por el Evangelio os engendré en Cristo Jesús" (1Co 4,15). Nuestra actividad apostólica –o sea, nuestra maternidad espiritual– es, en cierto modo, participación en la maternidad espiritual de la Iglesia, y ésta es participación en la maternidad de María, la Madre de la Iglesia. Echemos, pues, una ojeada al misterio de la maternidad espiritual de María. Podemos decir que ésta se desarrolla en cuatro fases. La primera es la fase de preparación, que se llevó a cabo en el misterio de su Inmaculada Concepción. María recibió esta gracia para ser capaz de entregarse completamente y sin objeciones al Señor; para ser capaz de ser, por amor, Esposa del Verbo Eterno2. …Porque sin pureza no hay amor verdadero. Nuestra preparación para la maternidad espiritual consiste, pues, en la vida ascética, que tiene como tarea purificar el alma del egoísmo, del que surge un triple mal: la concupiscencia de los 2 El autor entiende la expresión en sentido bíblico, como la presenta, por ejemplo, el Cantar de los Cantares, que habla del amor que lleva a culmen la unión entre el amado y la amada. Tiene relación con la doctrina teresiana del desposorio y matrimonio espirituales, imágenes que explican la unión plena del alma con Dios. La expresión del autor no es, pues, dogmática. 92 EL MISTERIO DE LOS SANTOS ojos, la concupiscencia de la carne y el orgullo de la vida. Satanás y el mundo utilizan este triple artificio como instrumento para tratar de quebrantar la vida interior y la actividad del sacerdote, de manera semejante a como el espíritu maligno, tentando a Cristo en el desierto, trató de conducir Su obra mesiánica hacia un camino desviado. Satanás, primero, trata de destruir la vida interior del apóstol por medio de la concupiscencia de la carne, luego por medio del orgullo y, finalmente, a través de la concupiscencia de los ojos. La vida ascética es, pues, la batalla incesante por la pureza, por desapegarse de lo terrenal y por la humildad; es el combate contra las tres tentaciones mesiánicas. La ascesis es, pues, la condición indispensable, la preparación necesaria para la maternidad espiritual. Así como hay que arar profundamente la tierra para que sea capaz de recibir debidamente el grano y fructificar, así es precisa la vida ascética para transformar el alma y purificarla de los vicios: para que pueda entregarse al Señor, poseerlo a través de la gracia y elevarse confiada a las cumbres de la maternidad espiritual. La ascética, es decir, el negarse a sí mismo, le da pureza al alma, condición imprescindible para que pueda ofrecerse al Señor sin reservas. La pureza es la tierra fértil para el amor. Así como la concepción inmaculada hizo a María capaz de donarse al Verbo Eterno como Esposa, de manera semejante la pureza posibilita al alma del sacerdote para una entrega al Señor llena de amor. La pureza del alma, así entendida, nos hace partícipes, en cierta forma, del misterio de la Inmaculada Concepción. La segunda fase de la maternidad espiritual de María es su matrimonio espiritual con el Verbo eterno, que se resume en la virginidad. En la virginidad evangélica tenemos dos factores esenciales que mantienen una relación parecida a la que tienen el alma y el cuerpo en la persona humana: la virginidad, tomada materialmente y desde su aspecto negativo, es vivir en castidad renunciando al matrimonio; tomada formalmente y desde el aspecto positivo, es la entrega total de sí mismo a Dios por amor. Por tanto, para vivir plenamente la virginidad no basta guardar la castidad y renunciar al matrimonio: hay que entregarse totalmente a Dios por amor, porque la virginidad evangélica consiste, principalmente, en una voluntad firme de vivir en castidad renunciando al matrimonio con el objeto de poder hacer un don total de sí mismo al Verbo y vivir para Él. Verbo vivire, Verbo se regere, Verbo omnibus viribus adhaerere: Vivir del Verbo, dejarse guiar por el Verbo y adherirse al Verbo con todas las fuerzas. María hizo real el ideal supremo de la virginidad, porque desde el primer momento de su existencia se unió al Verbo eterno como Esposa con toda la fuerza de su alma y con todo su amor; gracias al misterio de la Inmaculada Concepción se entregó a Él para siempre, sin objeciones, y tan perfectamente como era capaz. De este misterio surge, de alguna manera, la virginidad de María, el don total de sí misma al Verbo como Esposo; de este misterio florece el siguiente: el del matrimonio virginal de María con el Verbo eterno. EL APOSTOLADO SEGÚN EL ESPÍRITU 93 Dios se da al alma en la medida en la que ésta se le entrega. Este es el principio de la economía divina en cuanto a la distribución de gracias y dones. La entrega virginal de María-Esposa al Verbo eterno fue tan plena y perfecta, tan sobrenatural e inmedible, que el Verbo se dio a Ella como Esposo –e incluso como Hijo– también totalmente y sin medida. En este misterio de la virginidad de María está, en germen, el misterio de su maternidad divina. Del amor virginal de Esposa del Verbo surge el amor maternal de la Madre del Verbo. En este ejemplo ideal conocemos hasta qué punto la pureza virginal es tierra fértil para la maternidad. De aquí nos damos cuenta cómo la virginidad es, en cierto modo, el punto culminante, el núcleo más profundo de la vida y del apostolado de María. En su entrega virginal al Verbo como Esposa, en sus desposorios espirituales con Él, está contenido virtualmente el misterio de su maternidad. María se entregó al Verbo eterno como Esposa y, entonces, el Verbo se entregó a Ella completamente, hasta el punto de hacerse su Hijo. La Esposa se volvió Madre. A través del desposorio espiritual, Ella concibió físicamente. La base de su concepción y maternidad físicas fue su concepción espiritual, que se realizó a través de su desposorio espiritual. Concepit prius mente quam corpore: Concibió en espíritu antes que en el cuerpo. Ahora apliquemos esta verdad a la vida del sacerdote, pastor de almas: También en el alma de un pastor ha de realizarse el misterio de la virginidad. La ascética la hace partícipe de la pureza de la Virgen-Inmaculada Concepción. Es una preparación que hace posible que en su interior se lleve a cabo el misterio de la virginidad. El sacerdote, al llegar el momento del subdiaconado3, hace el voto de castidad: tiene la firme y decidida voluntad de vivir castamente y renunciar al matrimonio para poder entregarse al amor de Cristo, totalmente y sin objeciones. Aquí se encuentra la fuente más profunda de su poder espiritual y pastoral. Con esto, encontramos dónde está la causa por la que, tan a menudo, un enorme trabajo y esfuerzo pastoral generan tan pocos frutos. Esta desproporción se debe a la falta de una entrega virginal plena al Verbo a través del Corazón Inmaculado de María. Los sacerdotes no vivimos en plenitud la virginidad, compromiso del subdiaconado4. Y si no nos entregamos verdaderamente al Verbo con toda el alma, ¿cómo puede Él darse a nosotros? Precisamente éste es el principio de la economía divina que ya conocemos: que el Verbo se da a Sí mismo en la medida en la que el alma se entrega a Él por amor. 3 Téngase en cuenta que, al momento de escribir su testamento espiritual, el autor conoce la práctica litúrgica contemporánea de la Iglesia, que todavía no había quitado las entonces llamadas “órdenes menores”, entre las que se incluía el subdiaconado. Actualmente es de todos conocido que el Sacramento del Orden únicamente posee tres grados: el diaconado, el presbiterado y el episcopado, y que las antiguas “órdenes menores” quedaron absorbidas en sólo dos “ministerios laicales”: el lectorado y el acolitado, que no hacen ingresar al estado clerical. A éste se ingresa solamente con la recepción del diaconado. 4 En la actualidad, la promesa de observar perpetuamente el celibato por el reino de Dios se realiza con antelación a la ordenación diaconal, en una ceremonia declarativa, como lo dispone el Código de Derecho Canónico (c. 1037). 94 EL MISTERIO DE LOS SANTOS Si, pues, el Verbo no se da a Sí mismo al alma del pastor, ¿cómo podría éste darIo a las almas sedientas de Cristo? …Porque pastoral es, precisamente, dar a Cristo de la propia plenitud que poseo. Es dar a luz a Cristo en las almas: In Christo Jesu ego vos genui. Sabemos que, en realidad, los sacramentos dan la gracia ex opere operato, esto es, con la fuerza objetiva del Espíritu Santo y del Verbo encarnado que actúa a través de ellos; sin embargo, los frutos de su recepción, en gran medida, dependen del sacerdote, cuya tarea es preparar a las almas para el derramamiento de esas gracias5. "Misterio verdaderamente tremendo –escribe Pío XII– y que jamás se meditará bastante: que la salvación de muchos dependa de las oraciones y voluntarias mortificaciones de los miembros del Cuerpo místico de Jesucristo, dirigidas a este objeto, y de la colaboración de los Pastores"6. Así como la luz del sol ilumina nuestra casa en la medida en que abrimos la ventana, de manera semejante la gracia fluye al alma según el grado en el que ésta se abre voluntariamente a aquélla. He aquí la tarea principal de María, la Virgen-Madre: abrir nuestras almas para recibir la gracia. Y nosotros hemos también de ser partícipes en su función maternal, abriendo las almas y los corazones de los fieles a los favores de Dios. Así como Ella se convirtió en la Madre de la divina Gracia en virtud de la entrega total que hizo de sí misma al Verbo, así el pastor de almas, con el poder de su total entrega al Verbo a través del Corazón de María, ha de llegar a ser "madre de la gracia" en las almas, haciéndolas dóciles a la actuación del Espíritu Santo. Esta es la causa por la que un pastor, a través de un trabajo dedicado y una organización ejemplar, coseche frecuentemente tan pocos frutos para Cristo, mientras otro, con menos ímpetu exterior y con medios más modestos, transforme tan profundamente a las almas al modo divino. El fruto de la labor pastoral depende, esencialmente, del grado en el que el pastor de almas se entrega al Verbo y vive para Él. La tercera fase de la maternidad de María es la concepción del Verbo corporalmente en el momento de la Anunciación. María se entregó a sí misma totalmente al Verbo como Esposa en la Inmaculada Concepción; por eso, el Verbo se entregó a Ella por completo, primero a través de concebirlo espiritualmente en el momento de sus desposorios espirituales, y luego a través de la concepción física que se realizó en Ella del Espíritu Santo en el momento de la Anunciación. Y así, siendo virtualmente Madre del Verbo por concepción espiritual desde el 5 La gracia propiamente sacramental no depende de la santidad del ministro que los administra, pero sí la abundancia de sus frutos. Esta es la enseñanza de la Iglesia, que distingue entre las expresiones ex opere operato y ex opere operantis, que significan, respectivamente, “en virtud de la obra realizada” y “en virtud de quien realiza la obra”. Así las cosas, la gracia sacramental en la Reconciliación –que es el perdón de los pecados– no depende de la santidad personal del sacerdote, pues él es sólo instrumento de Quien perdona realmente los pecados: Jesucristo; pero la abundancia de frutos que esa gracia sacramental produce sí depende, primeramente, de la disposición del penitente, pero también del ministro que lo absuelve. 6 Pío XII, Ob. Cit., n.38. EL APOSTOLADO SEGÚN EL ESPÍRITU 95 momento de su Inmaculada Concepción, la Virgen-Esposa se convierte formalmente, a través de la Encarnación, en Madre del Verbo encarnado. …De la virginidad floreció la maternidad. A través de la maternidad divina, María tomó al Verbo en posesión total. Y desde entonces, el Verbo encarnado vive en María, a quien se entregó totalmente. De aquí que Ella sea capaz de dar a Jesús, porque lo posee plenamente, como Esposa y como Madre. El pastor participa de este "dar a Jesús" a las almas dependiendo del grado en que lo ha concebido en la suya propia. ¿Cómo poseer a Cristo? ¿Cuándo se encarna Él en el alma del sacerdote? –Cuando el sacerdote-virgen se entrega al Verbo. Esta entrega virginal hace nacer en el alma del sacerdote el deseo de intimar estrechamente con Dios por medio de la oración. El deseo de recogimiento y oración es un signo de que el sacerdote concibe al Verbo en su corazón. Por eso hay que procurar sostener este deseo divino en el alma por medio de un esfuerzo constante, para que la voluntad se mantenga en el objetivo inquebrantable de vivir sólo para el Verbo, Verbo vivere. Entonces la vida de recogimiento y oración del sacerdote se desarrollará hasta llegar a ser una profunda intimidad con Dios. Santa Teresa describe esta relación íntima con Dios en la tercera morada del Castillo interior. Quien no ha llegado a esta oración, en donde el alma convive afectuosamente con Dios, es decir –como dice la teología–, a la oración de la fe viva, no posee a Cristo en plenitud como para darlo a manos llenas a los demás; como no ha concebido a Cristo en su propia alma, no puede darlo a otras. La razón que explica por qué el trabajo pastoral a menudo genera tan pequeños frutos es que el pastor de almas no ha concebido al Verbo en su propia alma, al no vivir ni su entrega virginal, ni la oración de la fe viva, esencia de la profunda unidad con Dios. El alma del sacerdote concibe al Verbo en su interior cuando, rezando el breviario7, digne, attiente ac devote, abre su corazón a la actuación del Espíritu Santo, Escultor y Orfebre de su alma según el modelo de Cristo. El sacerdocio sacro, de alguna manera, asemeja al alma físicamente a Cristo-Sacerdote, dándole, en virtud del sacramento, parte en el sacerdocio sagrado de Cristo, es decir, en una unidad personal. Moralmente, el Espíritu Santo forma al alma sacerdotal a ejemplo de Jesús, cuando el sacerdote se somete a Su actuación con el rezo de las oraciones litúrgicas. El breviario es el medio que utiliza el Espíritu Santo para realizar la concepción espiritual de Cristo en el alma del pastor. 7 Se trata de la Liturgia de las Horas, que consiste en la oración que, a determinadas horas de la jornada, realiza la Iglesia en la persona de los clérigos, religiosos y un gran número de laicos, para santificar cada momento del día. 96 EL MISTERIO DE LOS SANTOS Si la oración del breviario llena el alma del sacerdote del Espíritu de Cristo, entonces muchísimo más lo hace la santa Misa. Ella es, en cierta forma, el culmen de aquel tomar posesión de Él y darlo a los demás; ella es el culmen de la maternidad espiritual. No obstante, se requiere que el pastor de almas sepa sacar provecho de la santa Misa y abra su alma a su actuación. Esto se realiza a través de una entrega virginal al Verbo y a través de la vida de oración que de ella nace. Sólo un sacerdote-virgen, de profunda oración, es capaz de participar con plenitud en el misterio del sacrificio eucarístico y entrar en plena posesión de Cristo, quien se concibe místicamente en su alma cuando consagra las especies del pan y del vino, en el momento de la transubstanciación. Entonces el sacerdote es capaz de una pastoral integral, es decir, es verdaderamente capaz de dar a Cristo a las almas, porque lo posee. La cuarta fase de la maternidad espiritual de María es estar al pie de la Cruz. María, quien era virtualmente Madre del Verbo encarnado desde el primer momento de su vida virginal y así mismo era Madre espiritual del Cristo místico, se convierte formalmente en Madre de la Iglesia cuando lo da a luz, en medio de dolores, al pie de la Cruz. Siendo Madre de la Cabeza en la carne, se convirtió en Madre espiritual de Sus miembros, por su sufrimiento y su gloria. En la Cruz, Cristo vertió su sacratísima Sangre en el Corazón de María, y del Corazón de Ella fluye a la santa Iglesia y a toda la humanidad. Esta no es sólo una imagen simbólica, sino una profunda verdad: porque, en realidad, Cristo realizó el sacrificio de la Cruz en el Corazón de María como en un altar vivo; lo realizó de tal manera que la llama del sacrificio de Su amor abrazó y consumió al mismo altar del sacrificio, es decir, al Corazón Inmaculado de su Madre. Cristo agonizante entregó todos Sus méritos al Corazón Inmaculado de María, y de él manan a la Iglesia y a toda la humanidad. Por eso María, al pie de la Cruz, por sus sufrimientos, es corredentora y Madre, no sólo en la Iglesia, sino también de la Iglesia. Su maternidad espiritual maduró en los sufrimientos, y sobre todo en los compartidos con Cristo en el Gólgota. De aquí la fuerza de su intercesión, con cuyo poder Ella da a Cristo, preparando a las almas para recibirlo cuando Él desea encarnarse y vivir en ellas a través de la gracia. Desde el momento del Gólgota, María cumple la función de Madre espiritual; con el poder de su intercesión consigue las gracias que abren los corazones a la actuación del Espíritu Santo. Así pues, la Virgen-Madre conduce a sus hijos a Cristo, para que en ellos Él viva y crezca de manera semejante a como en Ella vivió y creció. "(Ella) prodigó al Cuerpo Místico de Cristo, nacido del Corazón abierto de nuestro Salvador, el mismo maternal cuidado y la misma intensa caridad con que calentó y amamantó en la cuna al tierno Niño Jesús"8. Hemos de tomar parte en esta maternidad espiritual, y realmente lo hacemos si imitamos a María en su entrega virginal a Cristo. Sólo un sacerdote que concibió a Cristo en su propio corazón por medio de su entrega virginal es capaz de tomar parte en la maternidad espiritual 8 Pío XII, Ob. Cit., n.91. EL APOSTOLADO SEGÚN EL ESPÍRITU 97 de María. Sólo un sacerdote así posee verdaderamente a Cristo y es capaz de darlo a los demás: lo da a través de la oración virginal llena de entrega que nos hace partícipes en el misterio de la intercesión maternal de María, da a Cristo con la Palabra viva, que es fruto de su convivencia contemplativa con Dios, da a Cristo a través de su propio sacrificio. El sacrificio de la santa Misa es la cumbre y el resumen de la maternidad espiritual del sacerdote. Participando, a través de ella, en los misterios de la vida de Cristo –sobre todo en su muerte y resurrección–, da a luz a Cristo-en-Sus-misterios en los corazones de los fieles. Con todo, para que estas riquezas espirituales, ocultas en el sacrificio de la santa Misa, pasen a las almas, es necesario que toda la vida del sacerdote sea como una prolongación de la misma celebración litúrgica. La santa Misa es el sacramento que hace presente y actual la muerte y la resurrección de Cristo. Si nos hace partícipes de ellos, entonces toda la vida del sacerdote debería ser una vida, muerte y resurrección en Cristo. Tomar parte en la muerte de Cristo se manifiesta, sobre todo, en el sufrimiento, y la participación en la resurrección se manifiesta en un amor cada vez más ardiente y activo; es la muerte del egoísmo y la resurrección en el amor. El florecimiento de este amor que resucita espiritualmente se realiza, principalmente, por medio de la misericordia. La misericordia es la summa christianitatis, es el espíritu de Cristo en plenitud, es el fruto y, de alguna manera, la prolongación del sacrificio eucarístico. La misericordia es como el cumplimiento y el fruto de la entrega virginal a Cristo. En verdad, la maternidad espiritual que nace de la entrega virginal, actúa por medio de la participación en la muerte y resurrección de Cristo, es decir, por medio del sufrimiento y de la misericordia. Si la entrega virginal al Verbo es la mística de la oración, entonces la misericordia es la mística de la acción. Y así, la contemplación genera actividad perfecta: de la virginidad surge la maternidad espiritual, …la labor pastoral en plenitud. III. "UNUM NECESSARIUM" 9 He aquí el resumen de nuestra reflexión: Cuanto más generosamente te entregues a Dios por medio de la virginidad, tanto más generosamente Él se dará a ti, tanto más profundamente concebirás a Cristo en tu alma por medio de la oración y de la liturgia, y tanto más generosamente lo darás a los demás a través de la maternidad espiritual, con la oración, la palabra y los actos de sacrificio. Serás apóstol según el Espíritu. 9 La expresión está tomada del Evangelio según san Lucas (10,42), que refiere el pasaje de la visita de Jesús a Marta y a María, en Betania, y que pone en labios del Señor las palabras “…siendo que una sola es necesaria”, enseñando a Marta con el ejemplo de su hermana que la escucha de Su palabra es lo más importante. 98 EL MISTERIO DE LOS SANTOS Se puede decir que el apostolado según el Espíritu que explicamos es unum necessarium en nuestro trabajo pastoral. Es verdad que el apostolado jurídico-organizativo es un elemento importante, de manera semejante a como el cuerpo es una parte esencial del hombre, aunque no es todo el hombre. El apostolado según el Espíritu siempre da a luz al apostolado jurídicoorganizativo, y nunca al contrario. La experiencia comprueba que el sacerdote entregado virginalmente al Verbo y el pastor de almas según el Espíritu siempre es ferviente y activo cuando se trata de apostolado exterior; sabe hallar siempre las maneras y los caminos que lo conducen a las almas para conquistarlas para Cristo. A él se puede aplicar el principio de santo Tomás: opus vitae activae ex plenitudine contemplationis derivatur: "La vida activa surge de la plenitud de la contemplación"10. En cambio, el pastor de almas ejemplar y activo en su apostolado jurídico-organizativo no siempre posee una plenitud interior espiritual que vaya de acuerdo con su actividad exterior. De aquí que su trabajo, muchas veces, resulte infructuoso y carezca de espíritu. La pastoral es una obra sobrenatural, y debería estar enraizada en una convivencia sobrenatural con Dios. Sólo el apostolado según el Espíritu es el fundamento de la pastoral integral. Es él el que genera fruto pleno. Nadie puede decir que no es capaz de ser pastor de almas según el Espíritu. En lo que respecta a la pastoral jurídica-organizativa, las fallas pueden justificarse muchas veces por falta de tiempo, falta de fuerza física y falta de sentido organizativo; en cambio, en lo que respecta a la pastoral según el Espíritu, no hay justificación cuando hay carencias significativas. En ella no se necesita tiempo, ni fuerza física, ni capacidades especiales; sólo buena voluntad para – sistemática y absolutamente– purificar el alma del egoísmo, hacer a un lado decididamente todo lo secundario y todos los motivos humanos, y orientar todo hacia Dios por medio de una entrega virginal. Verbo omnibus viribus adhaerere. Entonces el sacerdote entra en un estado habitual de entrega plena al Verbo y se convierte en un instrumento perfecto del Espíritu Santo en la conquista de las almas para Cristo. Sólo la pastoral integral es capaz de verter poco a poco en el alma del sacerdote esa felicidad sobrenatural y esa dulce paz que él mismo debe transmitir a los demás, y que es precisamente su tarea como pastor de almas. Toda la reflexión anterior sobre el apostolado según el Espíritu se resume en el principio teológico ya conocido: Dios se da al alma en la medida en la que ella se entrega a Él. Esta ley rige la economía divina de la gracia y nos conduce a una más profunda comprensión del misterio de nuestra maternidad espiritual, que no es otra cosa sino la participación en la maternidad espiritual de María, la Virgen-Madre. 10 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, II-II, q.188, a.6. 4. ANEXO * Cf. A. Żychliński, Sacerdos, Poznan 1932, págs. 170-180. * 100 EL MISTERIO DE LOS SANTOS Y ahora, lo más importante: el sacerdote debe ser el primero en entrar a la morada interna del Corazón de Jesús. Todas las creaturas, por medio de su vida y de su ministerio, participan en el amor eterno, se dirigen hacia su Creador y se someten a su influjo vivo, que tiene principio en Dios. Aunque al alma humana se le concedió la libertad para poder amar a Dios –más que al resto de la creación–, se cierra arbitrariamente a Su amor. Entonces el Verbo, nuestro Intermediario eterno y divino, se pone delante del Padre, como diciendo: Encontré el camino para llenar al mundo de amor y, al mismo tiempo, purificarlo y encenderlo: iré a aquellos a quienes hice partícipes en mi sacerdocio eterno, a aquellos que lo realizan en la tierra, iré a mis sacerdotes porque sus almas son más puras y desapegadas del mundo. Los atraeré a mi Corazón, los llenaré de mi amor, y a través de ellos derramaré mi amor infinito sobre las almas (Libro del Amor Infinito, 39). El deseo de Cristo es que el sacerdote, inflamado en amor, le entregue el fuego divino a las almas que se encuentran bajo su influencia, y que ellas, a su vez, enciendan con ese fuego a quienes les son más cercanos. Así, poco a poco, a través de un sacerdocio iluminado por el amor, el Amor infinito reinará sobre el mundo entero. Para los sacerdotes es imprescindible un conocimiento profundo del Amor infinito. El mundo es demasiado inapto como para poder recibir directamente la revelación de este ilimitado Amor, o para sacar beneficio de Sus gracias. El ministro consagrado a Dios está más cerca de Él por este motivo, y por eso recibe la revelación del amor y se la da al mundo. No es suficiente con que el sacerdote honre al Corazón de Jesús y que este culto se propague entre las almas. Sin duda eso es bueno y necesario. Sin embargo, Jesús quiere algo más cuando distingue a los sacerdotes con el don de Su Corazón: a través del sacratísimo Corazón, el sacerdote ha de recibir el conocimiento más oculto y perfecto de Jesús. Y ¿cuál es la senda que conduce al sacerdote al mismo interior de Jesús, a Su corazón sacerdotal? –Esta senda es María. Solamente Ella, Virgo Sacerdos, en cuyo inmaculado seno el Espíritu Santo formó el corazón de Jesús, es capaz de introducir al sacerdote en el profundo conocimiento del Corazón divino y de formar el corazón del sacerdote a ejemplo del de Jesús. Por eso, los sacerdotes no deberían limitarse a tener una devoción común a María; esto no es suficiente. Deberían vivir la perfecta devoción a María Santísima. Se acerca el tiempo en el que es necesario, para ellos, comprender profundamente la enseñanza mariana sobre la santa esclavitud por amor, porque de otra manera no podrán entrar a la morada interior del corazón de Jesús. También por eso recomendamos de la manera más ardiente –en palabras de san Pío X– una obra digna de admiración: el Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen María, escrita por san Luis María Grignion de Montfort. Que nos sirva para meditar y no la soltemos de las manos por toda la vida (Cardenal Vaughan). ANEXO 101 Entonces alcanzaremos el verdadero conocimiento de María y de Jesús, y perteneceremos al rebaño de ovejas, de sacerdotes-esclavos de María que, como hogueras ardientes, se encenderán por doquier con la llama del amor de Dios. 5. NOTA BIOGRÁFICA NOTA BIOGRÁFICA 103 El autor del presente escrito, Siervo de Dios R.P. Aleksander Żychliński, nació el 13 de diciembre de 1889 en Poznan. Desde sus primeros años ya soñaba con consagrarse a Dios. Respondió fielmente al llamado de la vocación. Después de terminar sus estudios en el Seminario en Poznan, fue ordenado sacerdote el año 1913. Continuó sus estudios en Roma, en la Universidad Gregoriana. Más adelante, en la Universidad de Vroslavia, obtuvo el grado de Doctor en Teología. En el año 1919, al ser llamado para dar cátedra de teología dogmática en el Seminario de Poznan, se entregó con todo el corazón a la obra de la enseñanza. Fue rector del Seminario de Gniezno de 1927 a 1929. Su santo influjo también se extendió entre sus hermanos sacerdotes, cuya santificación era un fuertísimo deseo de su corazón. También influyó sobre otras numerosas almas, a las que animó a subir a la cumbre de la perfección. No menos fructífera fue su actividad en el campo de la escritura. Editó varias obras que le ganaron la fama de ‘teólogo de la perfección cristiana y sacerdotal’, como: Vida Interior, Sacerdos, El Misterio del Verbo Encarnado, Iniciación en el Misterio de los Santos, Vida del más allá, etc. Después de la guerra, en el año de 1945, reanudó de nuevo su trabajo como profesor en el Seminario en Gniezno, pero sus fuerzas vitales ya se habían agotado. Habiendo sido un brillante teólogo, un gran conocedor de la vida espiritual, un santo director espiritual y un ilustre profesor, descansó en el Señor el 20 de diciembre del mismo año. Sus restos descansan en la Cripta de los polacos distinguidos, en la iglesia de San Adalberto (Poznan), donde reposan otros polacos célebres. Actualmente se lleva a cabo el proceso de su beatificación. El título de “Siervo de Dios” que se agrega a su nombre, nos lo indica. (Aquí yace El R.P. Aleksander Żychliński, Siervo de Dios).