Saulo de Tarso, hebreo ortodoxo perteneciente a una

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Saulo de Tarso, hebreo ortodoxo perteneciente a una de las sectas más celosas del judaísmo, no solo él, sino sus
parientes antecesores. Fariseo de tercera generación, un auténtico fariseo de fariseos, instruido en la doctrina del
ritual mosaico (a más de la tradición familiar) por nada menos que el notable Gamaliel. El relato bíblico dice:
“Educado a los pies de Gamaliel”, como indicando que fue un alumno privilegiado, y no un oyente circunstancial
de un cursillo; era un auténtico discípulo que se instruyó en su escuela de pensamiento, seguramente no solo para
aprender conceptos y doctrinas, sino por la ubicación que esto le representaría como figura de su comunidad.
Esto nos puede hacer deducir que pertenecía a una familia “acomodada”, y además era ciudadano romano, con los
privilegios que esto significaba en el mundo de entonces.
El mundo romano de esa época, al igual que el griego, era totalmente politeísta, idólatra y pagano.
Sabiendo el impacto que había tenido en el mundo bárbaro de antiguo, la cultura monoteísta y moral del pueblo de
Israel, podemos imaginar, con que celo habría abrazado el joven Saulo el ceremonial y doctrinas judíos.
Aparece por primera vez en los relatos bíblicos, participando y avalando la ejecución de Esteban.
Luego consigue cartas y autorizaciones para desatar una feroz persecución y cacería contra los primeros cristianos.
Cuando leemos sus cartas, e interpretamos sus maravillosos enunciados, creo que nos es difícil entender, y tener
presentes, el cambio de mentalidad, conocimiento y razonamientos que se produjeron en él.
Por siglos los israelitas habían basado su religión en que hay un solo Dios creador de todo.
Ahora tenía que aceptar que ese único Dios tenía un Hijo; y él no sólo llega a aceptarlo, sino que descubre que en
ese misterio están escondidos TODOS LOS TESOROS DE LA SABIDURÍA Y DEL CONOCIMIENTO.
Tomando como ejemplo los privilegios y prerrogativas de los primogénitos terrenales, Pablo habla del misterio del
Padre y de Cristo, presentándolo como el objeto y el destinatario de la existencia de todo lo creado, pero no sólo
toda creación ha sido hecha para él, sino también por él y aún la sustenta.
Todo lo creado fue hecho para él y por él, y su condición de Hijo no lo es en forma independiente (como en la
paternidad material y terrena de los seres creados), sino que el Padre y el Hijo son una sola cosa.
Luego dice en Colosenses que al Padre agradó que en él habitase corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y que
el Padre se había propuesto en sí mismo, reunir todas las cosas en Cristo.
¿Cómo pudo alguien educado estrictamente para pensar en la existencia del gran y único Dios, el todopoderoso YO
SOY llegar a aceptar que Dios tenía un Hijo, y que todo fue creado, por y para su Hijo unigénito Jesucristo?
¿Y qué la clave de todo el misterio de lo creado era el amor del Padre hacia su Hijo eterno?
No creo que ninguna escuela de pensamiento terrenal podía haber producido semejante cambio. La explicación es
otra...
Recordemos aquel medio día cuando al joven Saulo fue rodeado por una luz más potente que el sol, y ¡se le
apareció Jesús! Allí comenzó a experimentar que había otras formas de aprendizaje que las tradiciones, los libros o
los razonamientos humanos. El mundo espiritual se abrió ante él, y según su propio relato, fue llevado él hasta el
tercer cielo, donde vio y oyó cosas intransferibles que no le pareció prudente contar. Sólo un impacto de tal
naturaleza, pudo cambiarlo tan profunda y radicalmente.
Ahora que había tenido acceso a la verdadera forma de conocimiento, ahora que había conocido al Señor; todo lo
anteriormente aprendido, como la reputación que de ello emanaba, lo había pasado a catalogar como “trapo de
inmundicia”.
Convertido en el apóstol Pablo, había descubierto (o mejor dicho: le había sido revelado) que el propósito eterno
del Padre celestial era reunir todas las cosas en Cristo, por cuanto le había agradado que en él habitase toda la
plenitud, y le había placido darle el “nombre que es sobre todo nombre”, elevándolo a lo sumo. Pero esta herencia
no fue gratuita, esta herencia fue adquirida ante toda la justicia universal, por la sujeción y obediencia demostrado
hasta lo sumo, llegando hasta la muerte y muerte ignominiosa en la cruz de maldición.
Ahora, el planteo paulino, no fue como si Cristo pudiera remplazar o desplazar a Dios, sino todo lo contrario, que el
propósito de Cristo fue ensalzar al Padre y revelarlo, manifestarlo, ya que seguramente habíamos tomado conceptos
equivocados sobre él.
De la experiencia del Sinaí, de la ley y las demandas divinas, parecería que en vez de entender que estaban dichas
para nuestro bien, quedó una imagen de un Dios demandante, estricto y disciplinado.
La bomba doctrinal de Jesús, es que Dios, el gran y único Dios del universo, el todopoderoso creador del cielo y
tierra, es Padre bueno, amoroso, misericordioso, perdonador; es... ¡como un Papá celestial!
El apóstol del amor, en su evangelio según san Juan, nos relata que Jesús les dijo, que si entendieran lo que
significaba su regreso victorioso a la patria celestial, se hubieran alegrado, cuando les dijo que volvía al Padre;
porque les conviene que yo me vaya, que regrese al cielo.
Pero no digo que cuando esté al lado de mi Padre voy a interceder por ustedes, ¡no hace falta!, pues el Padre mismo
os ama, y él sabe todo lo que necesitan, aún antes de que se lo pidan.
Este concepto de Dios amor, de Padre bueno; de Dios perdonador, es la revolución de Cristo y del cristianismo,
esto es la “buena noticia”, esto es “el evangelio”. Jesús no vino para revelarse a sí mismo, ni a sus virtudes o
cualidades. Su misión fue revelar al Padre, da a conocer su persona y su nombre y llevarnos a él. Por eso, es “El
Camino”.
Pablo lo entendió, pero entendió algo más profundo e increíble aún. Predicar cosas como éstas le valieron el
calificativo de haber perdido la razón a causa del mucho leer.
Dios, no sólo tiene un Hijo unigénito, sino que en su gran amor y gracia, quiere participar de su naturaleza a seres
de esta dimensión, otorgándoles vida eterna, trasladándolos al reino de su amado Hijo.
Atribuyéndonos méritos que no son nuestros, pero que su amado Hijo nos regala generosamente como si hubiesen
sido conseguidos por nosotros.
El ser parte de esta experiencia y destino nos convierte en exponentes eternos de su gracia.
Además, nos eleva por su adopción a la categoría de hijos de Dios, según las riquezas de su gracia, con la cual nos
hizo aceptos en el amado.
¡Qué cambio de conceptos en Saulo! ¡Qué conversión la de Pablo!
Él decía que del cambio de mentalidad, de la renovación del entendimiento, venían (naturalmente) los cambios en
nosotros, la ansiada transformación.
El crecer en el conocimiento de Dios es la única razón de la existencia. El crecer en el entendimiento del misterio
de Dios y de Cristo es el centro de la bendición, y nosotros los privilegiados, “En quienes los fines de los siglos
vinieron a parar”.
Lógicamente, que este querido apóstol, inspirado por el Espíritu del Señor, expuso muchas otras facetas de los
temas espirituales, pero quizás el tener presente éstos, nos ayuden a comprender su mensaje aún más.
De verdad, creo que estamos tan detenidos en lo temporal, en lo pasajero, en lo cotidiano, que no tomamos
conciencia de lo que somos, ni de la gracia recibida, ni de los propósitos que nuestro Padre y creador tiene para con
nosotros, quienes también fuimos creados por y para ÉL.
Tomado de la revista “Momento de Decisión”, www.mdedecision.com.ar
Usado con permiso
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