Subido por Sergio J. Monreal

Desde la media luna (crónicas del Mundial Rusia 2018), Sergio J. Monreal

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DESDE LA MEDIA LUNA
(Crónicas y divagares del
Mundial de Futbol Rusia 2018)
Sergio J. Monreal
El siguiente conjunto de textos testimonian mi personal, excesiva,
entusiasta manera de acompañar la Copa Mundial de Rusia, durante
Junio y Julio de 2018. Los escribí bajo mi absoluta responsabilidad,
sin ningún género de patrocinio o algo que se le pareciera, aun
cuando casi todos ellos, tras ser incorporados al océano de la web
por alguna red social de cuyo nombre no quiero acordarme, fueron
compartidos también en el portal de noticias Revolución 3.0.
El juego consistió en tratar de acompañar día a día la competencia a
través de crónicas, contrapunteadas por divagares diversos tanto
para los días de asueto como para el prólogo y el epílogo. Hay, sobre
todo durante la primera ronda, varios huecos, derivados de la obvia
dificultad logística de atender a todos los partidos; excepto un único
caso, claramente detectable, me impuse no reseñar ningún partido
que no hubiera podido ver.
Las imágenes que acompañan los textos las recopilé por internet, sin
poner demasiada atención dónde. Así que en razón de su presencia
aquí, me anticipo a manifestar que esta es una recopilación lúdica,
documental, literaria y cultural, sin ningún ánimo de lucro, y sin
pretensión de obtener algún tipo de beneficio sobre la propiedad y
el trabajo de terceros.
Sergio J. Monreal
Morelia, Michoacán, México. Verano de 2018.
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LÍRICA Y COMEDIA DE LA PRIMERA RONDA
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nómina, y en 1982, no sin múltiples escrúpulos desde el estricto
punto de vista deportivo pese a sus innegables beneficios
comerciales (más equipos, más partidos, más transmisiones, más
patrocinadores), el número de seleccionados incorporados al
Mundial de Futbol se elevó a 24.
DIVAGARES PREVIOS: ¿EL ÚLTIMO MUNDIAL DE LA HISTORIA?
Tal vez esa cantidad no fuera descabellada, pero la verdad es que la
FIFA jamás llegó a encontrar para ella un formato convincente.
Armonizar la fase inicial de grupos con la obligatoriedad numérica
de las instancias de eliminación directa, fomentó con recurrencia la
calculadora usura y la abierta mediocridad. A fin de cuadrar la a
partir de ahí indispensable cifra de 16 conjuntos para la segunda
etapa de cada torneo, se volvió obligatorio admitir en los octavos de
final, además del primero y segundo de cada grupo, a cuatro
terceros lugares. El caso de la selección uruguaya en México 1986
puede resultar emblemático para ilustrar el grado de mezquindad y
de complacencia propiciado: sin haber ganado un solo partido (dos
empates y una derrota), con una diferencia de dos goles a favor y
siete goles en contra, obtuvo como premio colarse a los octavos de
final para medirse con Argentina.
Cada incremento en el número de participantes a la fase final de la
Copa del Mundo, ha venido acompañado siempre de apocalípticos
augurios sobre el futuro de la competición futbolística más
importante del orbe. Durante julio de 1930, el primer Mundial se
disputó en Uruguay nada más que con 13 selecciones participantes;
la inminente justa de 2018 en tierras rusas, será por su parte la
penúltima ajustada al formato de 32 equipos, antes de que el
Mundial de 2026 dispare la cifra a 48.
El diseño para 24 selecciones coincidió además con la era táctica
más hegemónicamente dominada por la usura, el resultadismo, el
juego defensivo y el miedo de perder. Queden ahí como botón de
muestra la coronación de los italianos en España 1982, el Mundial
todo de Italia 90 y la soporífera final de Estados Unidos 1994. Los
buenos equipos, los buenos jugadores, los irredentos militantes de
la belleza, así como las inolvidables prendas de tinte épico, han
existido y existirán siempre, y cada uno de esos torneos preserva
Durante la mayor parte de su historia, es decir entre 1930 y 1978, el
torneo se concibió para 16 escuadras, probando distintos formatos
de eliminación, aun cuando por diversos motivos en algunas
ediciones no haya sido posible completar el cupo originalmente
contemplado. El paso de las décadas, con la lucrativa mundialización
del balompié profesional, terminó por volver insostenible esa
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con legitimidad en nuestra memoria estampas imborrables; pero
eso no debía hacernos olvidar los padeceres y desalientos originados
por llevar al extremo durante aquella época la riesgosa y muy
debatible máxima de “ganar no es lo más importante, es lo único”.
principales clubes que desde su selección nacional): un modelo que
privilegia el virtuosismo técnico, el juego de conjunto, el futbol
ofensivo y el buen trato del balón; un modelo que identifica como
sinónimos indebatibles el jugar bien y el jugar bonito; un modelo
que contagió hasta a las dos escuelas tradicionalmente más reacias
a tan estética estirpe: la alemana y la italiana.
El incremento de 32 selecciones de cara a Francia 1998 fue recibido
desde casi todos los frentes como un retroceso deportivo. Si 24
equipos habían propiciado, sobre todo durante la primera fase de
los Mundiales, una dominante media de partidos cerrados,
letárgicos, de escasa factura técnica, ¿qué esperar de semejante
medida? ¿Podía concebirse con verosimilitud una lista tan amplia,
no digamos de aspirantes al título o a un mayor o menor grado de
protagonismo estelar, sino a un mínimo de nivel competitivo
decoroso? La respuesta negativa a tales interrogantes adquirió
tintes de naufragio en Corea-Japón 2002, primer Mundial de la era
de internet propiamente dicha, y un éxito mediático y financiero sin
precedentes, pero con una pobreza futbolística que alcanzó hasta al
campeón (Brasil) y al subcampeón (Alemania), sin importar que
entre sus filas se contaran nombres como los de Rivaldo, Michael
Ballack, Ronaldinho o Miroslav Klose.
Según mi parecer, hace cuatro años hasta los mejores augurios
quedaron rebasados: Brasil 2014 fue un gran Mundial, con buenos
juegos, agradables sorpresas, dramas particulares, catástrofes
históricas, abundancia de goles y una media de partidos donde se
privilegió siempre la búsqueda de la meta rival. Tan bueno me sigue
pareciendo en el balance general a cuatro años de distancia el
torneo pasado, que me parece difícil que Rusia 2018 pueda
equipararlo. Pero creo que hay argumentos para aguardar una
buena competencia. Primero que nada, en virtud de significativa
parte de los cuadros participantes; no sólo el elenco estelar de los
eternos aspirantes al título (Brasil, Alemania, España, Francia,
Argentina, Inglaterra), sino del nada despreciable reparto de
segunda línea (Bélgica, Croacia, Portugal, Uruguay, Perú, Colombia,
Egipto, México incluso). Pero además también por el telón de fondo.
Rusia no es un país de prioritaria raigambre futbolera, pero sí posee
en el ámbito del balompié una longeva tradición, históricamente
robustecida por las gestas y la importancia que llegó a tener en su
momento la escuadra soviética (aun cuando en muchos de sus
episodios de gloria haya sido más ucraniana que rusa).
No obstante, al cabo de los años, un par de factores parecieron
confabularse para conjurar el amago de catástrofe. Por un lado, la
recuperada obligación de quedar primero o segundo de grupo para
aspirar a la segunda fase, misma que forzaba (fuerza todavía) a
todos los participantes a buscar cuando menos una victoria si
quieren permanecer en la competencia. Por otro, el modelo
estilístico entronizado a escala global por los españoles hacia
mediados de la primera década del siglo (lo mismo desde sus
El Mundial de 2022 en Qatar mantendrá todavía el formato de 32
selecciones, pero sobre un marco por completo anticlimático,
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carente de toda tradición, impuesto a golpes de petrodólar, y bajo
más que sustentada sospecha de una escandalosa corruptela
apadrinando su designación como sede. Y para rematar, en medio
de una creciente escalada de tensiones con uno de los grandes
aliados de Europa y Estados Unidos en el Oriente Medio: Arabia
Saudita.
cuanta ignominia y cochambre involucradas) legítimo, perdurable
derecho al mito, la epopeya y la poesía.
La contracorriente cochambrosa ya se eligió como norma
omnipotente e irrefrenable para los años por venir, y su
instrumentación está en diligente, festivo curso. Así que disfrutemos
el adiós.
A partir de 2026, el Mundial de Futbol redituará a la FIFA millonarios
ingresos que sobrepasarán con creces lo hasta ahora visto; pero ello
se hará a costa del más elemental sentido de competitividad
deportiva. El formato de 48 equipos, distribuidos en grupos de tres
donde sólo uno quedará eliminado de cara a la segunda frase,
permitirá incorporar activamente a países tradicionalmente
marginados de “la fiesta”, y ampliará los mercados de consumidores
y patrocinadores directamente involucrados. Pero la calidad del
juego y el nivel de exigencia se diluirán sin remedio en una
dominante media de mediocridad.
Para muestra, el botón mexicano. Con una ampliación de las plazas
para Concacaf, realmente carecerá de sentido cómo juegue la
selección nacional; tendrá su boleto asegurado, así perpetre el peor
de los papeles durante la eliminatoria. Y análogos escenarios habrán
de repetirse a lo largo y a lo ancho del orbe.
Por todo ello, quizás nos encontremos a las puertas del último
Mundial de la historia propiamente dicho. El ocaso de la única
competencia intercontinental de naciones que, en el ámbito
futbolístico, nos acostumbró durante los últimos casi noventa años a
reivindicar cada cuatro años (no importa a contracorriente de
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seguridad que esta selección accederá al karmático y ultramitificado
quinto partido. Después de todo, más allá de las repuestas
diseñadas por los asesores de coaching, mismas que los
seleccionados nacionales gustan reiterar en casi todas las
entrevistas que conceden (“vamos para ser campeones”), poco se
ha mostrado desde la cancha durante los últimos tres años que
sustente con verosimilitud semejante discurso. Los pronósticos
optimistas han terminado por asentarse íntegros en la boba retórica
empresarial (“no hay más límite que el que tú mismo te pones”), en
el patrioterismo ramplón (“México, creo en ti”) y en la franca
superstición milagrera (“en una de ésas, quién sabe por qué y quién
sabe cómo, sorprenden a todos jugando como no han dado traza de
jugar hasta hoy”).
DIVAGARES PREVIOS: JUAN CARLOS OSORIO Y EL QUINTO PARTIDO.
Hasta los más feroces críticos del colombiano Juan Carlos Osorio
como director técnico de la Selección Mexicana de Futbol deben
reconocerse obligados a concederle el beneficio de la duda de que
su equipo podrá igualar lo hecho por los representativos nacionales
en la Copa del Mundo desde 1994. A fin de cuentas, el Tricolor lleva
cosa de dos décadas dejando un tumulto de dudas en la víspera, y
despidiéndose con la cíclica, reiterada, claustrofóbica sensación de
que volvió a jugar como nunca para terminar perdiendo como
siempre. Y en ese sentido Osorio y sus pupilos no han conseguido
hacer nada que los inhabilite en definitiva como la misma crónica de
la misma muerte anunciada.
Situado entre estos dos cautos extremos, el debate en torno al tema
tiende a enrarecerse, tornándose confuso de manera tan equívoca
como innecesaria y alevosa. Los propios jugadores convocados
pasan a aprovechar los corolarios que se desprenden de la ecuación,
para justificarse, envalentonarse y, por encima de todo, curarse en
salud: si durante media docena de ciclos mundialistas ningún cuerpo
técnico, ninguna plantilla de jugadores, ninguna promisoria
generación, ningún talento individual (por sobresaliente que fuera)
consiguió proyectar al representativo mexicano más allá de la
infranqueable frontera de los octavos de final, ¿entonces por qué
exigirle a estos futbolistas y a este seleccionador lo que nadie antes
consiguió fuera de casa?
En contraparte, ni los más entusiastas defensores de Juan Carlos
Osorio, ya escasos de suyo, se atreven a aseverar con categórica
Con el amparo de ese indignado desplante, los artífices y
beneficiarios federativos del proyecto en curso, así como sus
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oficiosos voceros televisivos, proceden al contraste numerológico: el
arrollador paso por la eliminatoria de Concacaf, la larga racha de
partidos sin perder que llegó a acumularse, la cantidad de jugadores
militando en ligas europeas; pero lo que en sus reuniones privadas
ponderarán sin duda será sobre todo el dinero ingresado en las
arcas por conceptos de franquicia, patrocinio, exclusividad y
mercadeo, así como el espectacular engordamiento estadístico (en
currículum futbolístico e ingresos financieros) garantizado por los
juegos amistosos en Estados Unidos, sin importar que desde el
punto de vista deportivo carezcan de cualquier positiva relevancia.
semanas. Juan Carlos Osorio fue traído para dar el salto de calidad
en el momento decisivo ante una selección del primer mundo
futbolístico; y los dos ensayos preliminares que en ese sentido han
afrontado hasta ahora él, su cuerpo técnico, su plantilla de
jugadores y los hombres de pantalón largo que lo abanderan, no
sólo se tradujeron en derrotas, sino en estrepitosas catástrofes. Si
Osorio no estaba dispuesto a ser evaluado en esos términos, debió
rechazar el puesto y abrirle paso, pongamos por ejemplo, a
Guillermo Vázquez, Roberto Hernández, el “Profe” Cruz o Ignacio
Ambriz.
En medio de semejante desfile de cifras alegres, las humillantes
eliminaciones en Copa América y Copa Confederaciones,
respectivamente ante Chile y Alemania (conste que omito el
papelón de quedar fuera de la final de la Copa Oro) se reducen al
estatus de anómalas y minimizables excepciones, injustamente
magnificadas por la perversa intención de los malos mexicanos de
siempre.
Y esto último no lo digo con ninguna intención cómica o peyorativa.
Todo lo contrario. Para cualquiera de estos cuatro competentes
técnicos mexicanos (como para un Hernán Cristante, un Saturnino
Cardozo o un Pedro Caixinha, profundos conocedores del medio
local) representaría un reto enorme,
una oportunidad de
crecimiento profesional maravillosa, un significativo paso adelante
en sus carreras, sostener a la Selección Mexicana en el mismo sitio
decoroso, en el mismo agridulce cuarto partido mundialista hasta
donde supieron conducirla y sostenerla Miguel Mejía Barón, Manuel
Lapuente, Javier Aguirre, Ricardo Lavolpe y Miguel Herrera. Por
supuesto, dada su experiencia y palmarés, existiría la posibilidad de
que el desafío los sobrepasara y no consiguieran llegar más allá de la
ronda de grupos; pero creo que en ese caso hablaríamos de un
riesgo contemplado, de un costo doloroso pero hasta cierto punto
aceptable.
El detalle que este razonamiento —nada inocente por lo demás—
obvia, es que, en términos estrictamente futbolísticos a nivel de
Selección Nacional mayor, este proyecto federativo y este
entrenador no fueron contratados para igualar lo antes hecho, sino
para superarlo. Juan Carlos Osorio no tiene derecho a reclamar que
su gestión entera se juzgue en función del 7-0 frente a los chilenos y
el 4-1 frente a los alemanes, toda vez que esos eran los parámetros
evaluativos de antemano previstos, y él los conocía y asumía por el
solo hecho de aceptar el cargo. Juan Carlos Osorio no fue traído para
una hipotética derrota heroica y honrosa ante Brasil dentro de tres
Ricardo Ferreti, Víctor Manuel Vucetich, Antonio Mohamed, Matías
Almeyda o el propio Miguel Herrera de regreso, en razón de sus
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trayectorias y de sus logros, entenderían perfectamente que no dar
el salto de calidad para el cual fue contratado Osorio, y limitarse a
igualar lo conseguido con anterioridad, equivaldría a un fracaso.
¿Por qué Juan Carlos Osorio afecta entristecerse cuando se le
recuerda esa obviedad?
escrúpulos todo roce directo con el mucho más competitivo futbol
sudamericano.
Pero no hay coherencia por aguardar. Ya Televisa ha dado línea a
algunos de sus comentaristas deportivos, para que se muestren
críticos y hasta hostiles en sus comentarios contra Juan Carlos
Osorio. Otra manera de curarse en salud, tras haber fungido como
principalísimos apólogos de su gestión: en principio, aseverar que no
habrá fracaso, pero si no existe más remedio deslindarse,
vociferando a voz en cuello que el fracaso fue de otros.
Quisiera dejar claro por último que mi resentimiento de aficionado
de a pie, tan respetable y tan irrelevante como el de cualquier otro,
no se dirige sin embargo contra el entrenador colombiano. Me
parece un tipo culto, coherente, civilizado y trabajador, que ha
logrado ser persuasivo para la consolidación de un equipo solidario,
al menos fuera de la cancha. Igual que muchos, considero que
algunas de sus ideas son válidas y con enorme potencial de éxito a
nivel de clubes (donde el trabajo cotidiano de mediano y largo plazo
con una plantilla de jugadores obliga a las rotaciones, y autoriza con
mayor holgura la multiplicación de experimentos posicionales), pero
no resultan igual de efectivas dentro del marco de trabajo de una
selección nacional.
Con mínima coherencia, con mínimo sentido de equilibrio, un
fracaso de Osorio y su equipo equivaldría a la inmediata salida en
pleno de quienes lo trajeron. Esos mismos que hoy celebran como
un histórico triunfo la grotesca y limosnera incorporación de México
en calidad de patiño y de relleno de Estados Unidos en la
organización del Mundial de 2026. Esos mismos que han eliminado
el descenso de la primera división, en protección de intereses y
procederes más que mafiosos. Esos mismos que, valiéndose de
raquíticos argumentos de compromiso, privilegian la presencia
mexicana en torneos de cuarta de la Concacaf y cierran sin
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RUSIA 5, ARABIA 0: EL DEBUT.
14 de Junio. Estadio Luzhniki de Moscú.
Buen inicio del Mundial. Positivo que gane el anfitrión, pero sobre
todo que lo haga sin ningún género de sospechas arbitrales. Positivo
que la goleada de los rusos obligue a los iniciales favoritos del grupo
(Uruguay y Egipto) a ponerse en perspectiva de dirimir entre sí el
otro boleto para la segunda fase. Si Salah está realmente
recuperado de la lesión, la competencia se va a poner muy buena, y
será determinante cuál de los tres consigue clavarle más goles a los
saudíes.
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El talento estratégico de Cúper condicionó a Uruguay desde el día de
ayer. Declarando durante la conferencia de prensa correspondiente
que Mohamed Salah estaba listo para jugar, cuando hoy resulta
claro que no tuvo nunca contemplado utilizarlo, condicionó todo el
dispositivo táctico uruguayo. Todavía al iniciar el segundo tiempo
hizo que Salah realizara movimientos de calentamiento, puramente
teatrales. Y tan influyente es la potencial presencia del delantero del
Liverpool, que el maestro Óscar Tavarez, ya mítico director técnico
de la selección celeste, pareció disponer en buena medida a su
equipo en función de ese posible ingreso. Recién hasta el minuto 60,
con la entrada de Cebolla Rodríguez y el Pato Sánchez por los
costados, los excepcionales delanteros Cavani y Suárez comenzaron
a ser adecuadamente abastecidos de balones.
URUGUAY 1, EGIPTO 0: A LO ATLAS.
15 de Junio. Estadio Central de Ekaterimburgo.
Pero los méritos de Egipto no se limitaron de ninguna manera a ese
amago táctico. Tiene jugadores tremendamente técnicos, en general
trataron mucho mejor la pelota que los sudamericanos, y por varios
lapsos los encerraron de plano en su primer tercio del campo con
toques, movimientos e ideas muy trabajados, pacientes, creativos.
En defensa, traían desesperados a los atacantes uruguayos con su
orden, su sentido de anticipación, su marca férrea. En hipotéticos
términos de justicia deportiva, quizá lo más justo habría sido un
empate. Uruguay tuvo las opciones más claras (un par de milagrosas
atajadas del guardameta egipcio ante la temible dupla delantera
charrúa, un bombazo al poste de Cavani), pero Egipto dominó
técnica y tácticamente casi todo el juego. Sólo que las camisetas
pesan, las camisetas ganan, y Uruguay lleva tres mundiales tratando
de recobrar por buen camino la mejor parte de su más añeja
memoria histórica: conciliar la garra colectiva con el triunfo, a partir
Uruguay, guardando toda proporción, es hasta cierto punto un
equivalente internacional del Atlas de Guadalajara. Ganar, perder,
empatar, jugar bien, jugar mal, pero sufriendo siempre. Hoy el
partido se desarrolló, pero sobre todo se definió y se jugó durante
sus emocionantes últimos minutos, a lo Atlas, a lo Uruguay: con el
Jesús en la boca.
Gratísima sorpresa por su parte Egipto. El nombre totalizador de
Salah, sumado a su lesión en la final de la Liga de Campeones de
Europa, dispuso en segundo término el hecho de que el banquillo
técnico lo ocupe el muy competente Héctor Cúper, y de plano
invisibilizó al resto de la plantilla de jugadores.
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de aprovechar al máximo el talento individual de sus solistas.
Uruguay ha ganado su primer partido mundialista en Rusia, con la
misma idéntica fórmula que tantas veces le resolvió las encrucijadas
durante la eliminatoria sudamericana: con un remate de cabeza
sobre la hora. El Pato Sánchez, cuya clase conocemos de primera
mano porque lleva varias temporadas jugando para los Rayados de
Monterrey, cobró al minuto 89 una falta por la banda derecha con
un centro preciso, complicado de rechazar —venenoso, como suele
decirse—, al corazón del área. El remate esta vez no fue del eterno
Diego Godín, sino de su compañero en la central, José Giménez. Y
eso ya era estar terminando a lo Uruguay, a lo Atlas; cuánto más no
lo habrá sido cuando el silbante holandés (de impecable trabajo)
anunció que añadiría cinco minutos de prórroga.
cinco), obligado por fuerza a ganarle, y todavía en medio de la
incertidumbre por el estado de salud de su máxima figura. Que
Osiris les eche una mano; de veras la merecen.
(Como detalle suplementario. Dos partidos completos han
concluido, y aún no ha sido necesaria la utilización del
videoarbitraje, que tanta polémica y suspicacia provocó en vísperas
del torneo).
Un partido menos espectacular que el de ayer, pero sin duda mucho
mejor jugado, con equipos mucho más competitivos y parejos.
Uruguay tendrá que trabajar sobre todo las pérdidas de balón en la
salida, y asumir si está en condiciones de desarrollar el juego
propositivo que Tavarez parece estar tratando de imprimirle en esta
edición, o si se apoltrona en la vieja tradición de esperar y
contragolpear; tradición a que los jugadores parecen de manera
espontánea y natural inclinarse.
Sería triste que Egipto quedara fuera en primera ronda; no sólo por
Salah, sino porque hoy probó que se trata de un conjunto más que
decoroso, superior a los otros dos rivales del grupo. Pero los
resultados de la primera jornada lo han condicionado y lo tienen
contra la pared. Enfrentará el martes a un anfitrión motivado, con
seis goles de desventaja en la diferencia (menos uno contra más
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del arte actoral legaron un estilo y un grupo de personajes eternos:
Arlechino, Pantalone, Pulcinella, Capitano, Brighella…
ESPAÑA 3, PORTUGAL 3: EL REGRESO DE LA COMEDIA DEL ARTE.
15 de Junio. Estadio Olímpico de Sochi.
Es posible que, de manera involuntaria, la soberbia y la desprolijidad
combinadas de Florentino Pérez, Julen Lopetegui, el Real Madrid y la
Federación Española de Futbol, vayan a regalarle a la Furia Roja un
prodigioso colofón, una merecida coronación de ciclo, una prueba
de fuego, un paso adelante en su ya mítico ascenso como uno de los
más grandes equipos nacionales de todos los tiempos. Y a todos los
demás una saludable lección, un oportuno recordatorio, un
provechoso ejercicio de la memoria. Lo único indispensable para
jugar al futbol, es el jugador.
Por supuesto, lo mismo que aquellos genios de la escena europea
entre los siglos XVI y XVIII, estos que han iniciado hoy su aventura en
Rusia 2018, tampoco parten de la nada, tampoco caminan a ciegas.
Fundamentales han sido todos los directores técnicos que han
pasado por el banquillo de España durante los últimos tres lustros;
fundamental ha sido la escuela barcelonista iniciada por Cruyff y
llevada a plenitud por Guardiola. Sin esos antecedentes, por más
talento individual de todos los órdenes que poseyeran entre sus
filas, difícilmente habrían podido enunciar con la misma entereza, la
misma autoridad, la misma convicción y —por largos lapsos— la
misma hipnótica belleza, el categórico “podemos solos” que hoy han
enunciado en Sochi ante Portugal.
La Commedia dell’Arte es la única época de oro de la historia del
teatro sin dramaturgos y sin directores. Una era donde la escena
dramática, con una riqueza expresiva y con una influencia estética
tan poderosa que se mantienen hasta nuestros días, corrió por
exclusiva cuenta de los artífices originarios (los únicos
indispensables) para el fenómeno teatral: los actores.
Improvisando, sobre la base de un repertorio más o menos fijo de
personajes y situaciones base, apoyándose apenas en algunos
esquemas guía, depositando la responsabilidad de cada salida al
escenario en su virtuosismo individual y su espontánea
compenetración colectiva, centenares de anónimos profesionales
Y como complemento, contrapunto, confirmación y refutación de
dicha frase, Cristiano Ronaldo. El eterno villano de la película, el
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pistolero altanero e infalible, el francotirador implacable e
inspirado.
“Podemos solos” dijeron en conjunto los jugadores españoles, con
su actitud, con su solidaridad, con su temple para revertir la
adversidad, con su exquisito tiquitaca; y hubo que ponerse de pie.
“Puedo solo” respondió la estrella lusitana; y, por más
anticristianista que uno fuera, cuando clavó ese último gol de tiro
libre en las postrimerías del partido, hubo que ponerse de pie.
Como esto no es Hollywood ni el Evangelio, no sabemos para cuánto
les alcanzara. Ni a ellos ni a él. Pero el beneficio de la duda a que
(unos y otro) nos obligan a partir de hoy es enorme. Pueden solos.
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problema es que la escuadra de Deschamps volvió a empantanarse
en la misma inercia a la que nos ha acostumbrado desde el inicio de
su gestión: si la cosa viene bien, sus artistas se embalan, se inspiran,
se crecen; si la cosa comienza a ir mal, se ponen a fallar todos los
circuitos individuales y colectivos. Ojalá el triunfo les proporcione
una dosis extra de confianza, pero presiento que al final nos tocará
verles temblar las rodillas cuando llegue el momento de la verdad.
Como pasó en la Euro.
RESUMEN DE LA JORNADA. TERCER DÍA DE ACTIVIDADES.
Francia 2, Australia 1.
Argentina 1, Islandia 1.
Dinamarca 1, Perú 0.
Croacia 2, Nigeria 0.
16 de Junio. Estadios: Arena de Kazán, Spartak de
Moscú, Mordovia de Saransk, Baltika de Kaliningrado.
3. No pude ver a Messi.
4. El drama de Perú se resume en una jugada: el penalty que falló
Christian Cueva. Pero contemplando no sólo el tiro desde los once
pasos, sino la maravillosa, colectiva, dilatada jugada de buen toque
que propició la falta (dudosa pese al VAR). Tuvo otra semejante la
selección peruana en el segundo tiempo; digna de la España de ayer,
pero con acelere y saborcito afrolatinoamericano. Sólo que aquello
que España consigue sostener durante largos tramos de partido,
convirtiéndolo en su principal seña de identidad, a Perú le alcanza
sólo para eso: para dos jugadas que no terminan siquiera con
remate a puerta. Y a la hora buena, el arco parece cerrarse, y el "sí
se puede" en las tribunas se antoja la sordina apenas enmascarada
de un mucho más sincero y visceral "no vamos a poder, no vamos a
poder". ¿Cuándo se jodió el Perú? pregunta Vargas Llosa a lo largo
de su más grande novela. No lo sé; pero sabe triste este trago de
romance largamente esperado y al final no cumplido.
1. No pude ver a Messi.
2. Vi temprano el debut del VAR. Pero vi sobre todo a una selección
de Francia enredándose de más con un partido que en teoría estaba
al alcance de una relativa comodidad por parte suya. El equipo
australiano fue duro, rudo, rocoso y correoso. Pero el verdadero
5. No pude ver a Messi.
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6. Habrá que esperar a ver a Croacia frente a otro rival para poder
dimensionar sus verdaderos alcances. Nigeria lleva varios
campeonatos viviendo de sus viejas rentas, pero la verdad es que
cada vez tiene que ver menos con aquella arrebatadora, festiva y
sensual marea verde de Kanu, Okocha y Babangida. Hoy los Croatas
comenzaron a ganar antes de merecerlo, y luego se limitaron a
administrar el resultado sin demasiados apuros; el nivel de exigencia
para ellos fue tan bajo, que no creo exagerar si aseguro que nos
mostraron mucho más de su potencial durante el juego preparatorio
ante Brasil.
6. No pude ver a Messi. Pero tengo la sospecha de que fue mejor así.
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deportiva del orbe, dada en especial la obligada resonancia
planetaria de que el monarca mundial, favorito al título, pierda en su
debut.
MÉXICO 1, ALEMANIA 0: ¿DE AQUÍ A LA ETERNIDAD?
17 de Junio. Estadio Olímpico de Sochi.
Lo que hice fue asomarme a algunas notas periodísticas posteriores
al segundo partido del equipo mexicano en Sudáfrica 2010, donde
con goles de Javier Hernández y Cuauhtémoc Blanco el Tricolor
derrotó al entonces subcampeón, Francia. Al final de ese torneo, la
selección gala resultó una decepción y un fiasco; pero a menudo
olvidamos que las potencias sólo se vuelven decepciones al quedar
eliminadas, y no antes. Durante los meses previos al Mundial de
Sudáfrica, los temores de la prensa y la afición ante la estatura del
rival no difirieron demasiado de los que han acompañado el
tortuoso y demorado prólogo de la cita hoy cumplida con los
alemanes. Y la verdad es que tampoco fue muy distinto el
entusiasmo posterior al juego… hasta que en la tercera fecha
Uruguay (a la postre semifinalista) vino a bajar de las nubes a todos
los que ya daban por obvio el ansiado salto histórico hasta el quinto
partido.
Dejé pasar largas horas después del término del partido en que la
Selección Mexicana derrotó este medio día al vigente campeón del
mundo, antes de sentarme ante las teclas de la computadora para
tratar de meditar con algo de ecuanimidad lo sucedido. Las
impresiones inmediatas suelen ser pésimas consejeras, sobre todo
cuando quedan incorporadas a arrebatos emotivos colectivos, y a
resonancias propagandísticas rara vez inocentes.
¿Es equiparable el triunfo de hoy al triunfo aquel? ¿Qué comparten
y en qué difieren?
Sé que la respuesta instintiva será manifestar que aquel cuadro
francés daba pena. Pero quiero insistir en que se trata de un juicio
construido a posteriori, sobre el devenir del torneo; antes del inicio
de las hostilidades, era uno de los principales candidatos alzarse con
la Copa. Quién sabe cómo miraremos en el futuro a esta Alemania si
en una de esas llega a quedarse en la ronda de grupos, aun cuando
Sólo llegué a apelar brevemente a la consulta documental vía
internet. Pero no con el fin de fisgar en las crónicas, los comentarios,
los análisis ni los panegíricos que durante el curso de la tarde
debieron sin duda engrosar todos los espacios de información
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en estos instantes sigamos dando por descontada su presencia en
octavos de final.
¿Qué tiene de distinto el triunfo de hoy frente a Alemania? ¿Qué
abona para identificarlo de modo legítimo como un paso adelante
frente a episodios semejantes, pero hoy oscurecidos por el impacto
mediático de urgencia? Primero que nada, para mí, la jerarquía del
rival. Alemania ya era hoy de entrada sobre la cancha del estadio
Luzhniki algo más que aquella Francia, algo más que aquella
Argentina. No sólo se trata del vigente campeón sino, hasta el día de
ayer (quien sabe qué digan a estas horas las casas de apuestas), del
máximo favorito junto con Brasil para llegar a la final.
¿Pretendo con esto minimizar el triunfo mexicano, decir que los
alemanes no son tan buenos como suponíamos, buscarle el forzado
prietito en el arroz a la actuación del equipo, al planteamiento de su
entrenador, al comportamiento de sus jugadores y al resultado
obtenido? Todo lo contrario. Justo porque me parece que México ha
dado un magnífico partido, y que la actuación de hoy tiene todos los
visos de un parteaguas en la historia de nuestro futbol profesional,
considero indispensable someter mis apreciaciones al mayor rigor
crítico posible.
Pero además, en el curso del partido propiamente dicho, Alemania
fue durante largo rato Alemania. Es decir, México no le ha ganado
hoy a una Alemania cuyo juego decepcionó, sino a una Alemania en
plenitud de facultades y atributos, dominándola sin apelaciones
durante la mayor parte del primer tiempo, y soportándola sin
desmoronarse durante la mayor parte del segundo.
Como a cualquier aficionado, lo que más me gustó y emocionó fue la
manera en que, a lo largo de los cuarentaicinco minutos iniciales, y
con nada más que buen futbol, el equipo de Osorio maniató a los
teutones, los desconectó, los desconcertó, les colocó un gesto de
impotente estupor en el rostro; pero la verdad es que lo que más
me sorprendió, y lo que más me hace abrigar expectativas de futuro
promisorio para los siguientes partidos, es el hecho de que durante
la segunda mitad, cuando Alemania se vistió de Alemania con todas
las de la ley, cuando el ingreso de Marco Reus le devolvió la
creatividad y el vértigo, cuando el área mexicana se convirtió en
refugio antiaéreo contra los embates germanos, no vi a un solo
jugador nacional entrando en pánico, con el fatalismo o la
desolación aflorándole en el rostro, como ha sucedido tantas otras
Durante el trámite del encuentro propiamente dicho esta mañana,
no pensaba en aquel juego del 2010. Mi memoria sensorial viajaba
mucho más lejos, hasta la inolvidable Copa América de 1993. Corría
la primera ronda, y el equipo dirigido por Miguel Mejía Barón le
puso un baile al seleccionado argentino, que era vigente
subcampeón del mundo y que se coronaría campeón de ese
torneo… pero no le ganó.
Si algo provocó la victoria de México sobre Francia en 2010, si algo
había provocado antes la victoria de México sobre Argentina
durante la Copa América 2004 bajo la dirección de Ricardo Lavolpe,
fue la alegría de que no se hubieran limitado a jugar bien, la alegría
de ver coronado el buen juego con una victoria frente a un rival de
primera jerarquía. Ambos momentos fueron sin ninguna discusión
pasos hacia adelante… pero ni en 2004 fue México campeón de
América, ni en 2010 se alcanzó el quinto partido.
18
veces. Que Alemania te domine y asfixie en busca del empate, que
se quede a muy poco de conseguir anotarte, no constituyen ninguna
anomalía ni ninguna vergüenza, ni proyectan la victoria a los
terrenos de la fortuna y la casualidad: se trata de circunstancias de
juego por completo anticipables y lógicas. Circunstancias que hoy
México fue capaz de soportar y de revertir. Hoy se pudo empatar; en
una de esas, si Alemania llega a concretar alguna de las primeras
oportunidades de su enjundiosa ofensiva final, incluso hasta perder.
Pero hoy se ganó… y se ganó mereciéndolo.
también llegó a parecérnoslo, dos pasitos atrás, hace cuatro, ocho,
doce, dieciséis años.
¿Qué tiene la Selección Mexicana que no tenía ayer? El beneficio de
nuestra duda: una expectativa no sólo hecha de esperanzadas
conjeturas, sino sólidamente sustentada por su comportamiento
sobre el terreno de juego.
Días atrás escribí que las inquietudes dominantes hacia el proyecto
encabezado por Juan Carlos Osorio pasaban por el hecho de que, sin
importar el resto de las estadísticas, los dos exámenes preparatorios
directos de cara a aquello para lo cual se le trajo (dar el salto de
calidad en el partido importante frente a una selección del primer
mundo futbolístico), los había reprobado de forma estrepitosa: las
humillaciones frente a Chile y frente a la propia Alemania. Hoy, él y
la hipotética “generación dorada” han empezado a cubrir con
sobresaliente el examen de titulación propiamente dicho.
El partido número cinco (máxime teniendo en manos propias la
opción de terminar como primer puesto del grupo) parece desde
hace algunas horas mucho más próximo y verosímil. Pero ningún
mal le hace al justificado entusiasmo de la celebración recordar que
19
previas gestiones de Felipão y Dunga. Pero tratándose de la verdeamarelha hay que tener mucho cuidado con las palabras y los
slogans publicitarios. Porque sentenciar categóricos “Brasil está de
regreso” parece sugerir en automático la vuelta del “jogo bonito”,
de la belleza sin cortapisas, del futbol ofensivo, del talento a su
máxima potencia.
BRASIL 1, SUIZA 1: DEL NEGRO AL GRIS.
17 de Junio. Estadio Arena de Rostov.
El jugador brasileño trae la magia y el sazón tanto en la genética
como en la cultura. El jogo bonito le brota de los pies hasta cuando
no quiere. Ese cuento de que entre los millones de apasionados
muchachos brasileños de la generación de Neymar él era el único
con semejante disposición y semejantes atributos, constituyó desde
el primer momento una mentira. No estoy diciendo que haya
decenas de Neymares por ahí; Neymar hay sólo uno. Como Pelé
hubo sólo uno; pero durante doce años no le faltaron jamás a “O
Rey” cómplices propicios para sus sobresalientes virtudes y su
inigualable talento. ¿De verdad no había hace cuatro años más que
picapedreros para ponerle alrededor a Neymar? De ningún modo;
Scolari montó una escuadra que le justificará al cien su timorata
mezquindad táctica.
Luego del humillante papelón padecido hace cuatro años en casa,
Brasil está de regreso. No me cabe la menor duda. Así lo
demostraron su eliminatoria mundialista, sus partidos amistosos
contra otras potencias, su comportamiento individual y colectivo
sobre el terreno de juego bajo la dirección de Tite. Se trata para
muchos del máximo favorito al título (no del mío, opino que le lleva
mano España), y no debería extrañarnos ver dentro de unas
semanas a Neymar alzando la Copa del Mundo.
Hoy Neymar se halla mucho mejor acompañado. Ningún hechicero
supremo junto a él, pero varios competentes magos, y hasta los
picapedreros con un bagaje técnico nada despreciable. Brasil vuelve
a verse como aquella selección que durante lustros, a partir del
Mundial de Italia 90, nos acostumbró a verla jugar con la
disposición de quien puede aplastar a todos sus rivales, puede
sacarse un circo completo de la chistera, y que sin embargo prefiere
administrarse usureramente y ganar siempre con lo mínimo,
Pero a mí me interesa preguntarme: ¿cuál es el Brasil que regresó?
Resulta claro que este seleccionado amazónico se ha sacudido
buena parte de las taras y los traumas que adquiriera durante las
20
privilegiando antes el histórico peso de su camiseta que el trato del
balón.
Tras el impresionante remate de Coutinho que le dio la ventaja,
pudo arrollar a Suiza, pudo llenarle a rebosar de goles la canasta.
Pero prefirió sumirse y sumirnos a todos en un medio burocrático
sopor, dando por concluido el partido una hora antes de que el
árbitro mexicano diera el silbatazo final. Cuando Suiza superó el
pánico y le sacó el empate, el Penta quiso regresar y ya no pudo. Le
afloró su histórico talón de Aquiles: la inestabilidad emocional. Un
talón de Aquiles que jamás ha sabido superar a la alemana o la
italiana (desde la enjundia guerrera), sino que sus dioses mayores
revirtieron siempre desde el talento, la creatividad, la sensibilidad
colectiva, la prestidigitación individual.
Seamos honestos. No ha habido Copa Mundial en la que, durante
los últimos casi treinta años, Brasil no haya regalado preciosas dosis
de jogo bonito. Pero la última vez que Brasil intentó convertir el jogo
bonito en ingrediente constitutivo dominante de su sistema de
juego, fue México 86. El camino al Mundial de 1998 nos ilusionó a
muchos: aquella era una generación de jugadores de ensueño
(como imaginarnos hoy tres o cuatro Neymares al unísono). Pero
bastó el primer partido mundialista para que Zagalo los sometiera a
una pragmática grisura táctica, sentenciando tajante “estamos aquí
para ser campeones, no para gustarle a la gente”. Así habían ganado
la copa en 1994, así volverían a alzarla en 2002.
Brasil, contra un rival como Suiza, no tiene derecho de justificarse en
la excusa de que a lo mejor no le marcaron un penal a favor, o a lo
mejor hubo un ligero empujón en el gol del empate. Brasil empató
ayer por lo mucho que dejó de hacer: por conformarse con regresar
del negro al gris.
Los nombres de los jugadores que integraron aquellas selecciones,
así como la distorsionadora y lucrativa reescritura publicitaria a
posteriori, a cargo de FIFA, Nike, Play Sation, Coca Cola y anexas, nos
arrastran a repetir en sonsonete que el de 2002 fue un equipazo y
que jugó maravillosamente. Pero la canarinha campeona de 2002
fue un equipo francamente gris, justo en razón de que su manera de
jugar no tenía nada que ver con el talento de los jugadores que la
conformaban.
Veremos si el tropezón la obliga a ir más allá, en pos de su antiguo
colorido (tiene en su plantilla suficiente materia prima con qué
hacerlo); o si vuelve a instalarse en el mucho más comodino
entendimiento de que, igual que en varias otras ocasiones, es
posible que con el gris le alcance.
Ayer, frente a Suiza, luego del negro episodio que significó la justa
de 2014, Brasil demostró sin duda que está de regreso: de regreso al
gris, de regreso a la sustentada soberbia, de regreso a la calculadora
usura, de regreso a la riesgosa displicencia.
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condiciones de neutralidad ante el Brasil de Pelé y Tostao, y ante la
Alemania de Beckenbauer y Müller, situó debidamente la calidad y
la grandeza de aquella oncena encabezada por Gordon Banks,
Bobby Moore y Bobby Charlton, sin importar que perdiera con
ambas potencias en un par de partidos memorables.
INGLATERRA 2, TÚNEZ 1: THE ENGLISH WAY.
18 de Junio. Arena de Volgogrado.
A partir de ahí, quizá el mejor elogio que pueda hacerse de la
selección de Inglaterra es que ha encontrado un variado repertorio
de maneras de aburrir y decepcionar, siempre en ese orden.
Primero, aquel paréntesis de tedio y violencia que enmarcó durante
dos décadas el período de esplendor de los hooligans, iniciado por la
ausencia inglesa en Alemania 74, y concluido por la ausencia inglesa
en Estados Unidos 94. Luego el advenimiento de la generación
dorada, que auguraba para los británicos toda suerte de venturas, y
que se diluyó sin que pudieran levantar absolutamente ningún título
en los torneos donde participaron; y eso a pesar de que todo el
mundo coincidía en el impresionante potencial de su plantilla,
misma que entre 1998 y 2010 incluyó apellidos como Beckham,
McManaman, Scholes, Ince, Owen, Gerrard, Lampard, Rooney... El
ascenso, esplendor y ocaso de dicha generación, coincidió con el
fenómeno todavía vigente de la Premiere League como la más
democráticamente competitiva, la más unánimemente virtuosa, la
más generalizadamente espectacular de toda la élite europea. Pero
esas virtudes, elogiadas y reconocidas a todo nivel, jamás llegaron a
volverse norma en el representativo nacional; de hecho más bien
brillaban siempre por su ausencia a la hora buena, así en las
Eurocopas como en los Mundiales.
Dice Roger Waters en “Time” que aguardar desde la silenciosa
desesperación es el estilo inglés. No está hablando de futbol, pero
podría perfectamente estarlo haciendo. Al menos podría estar
hablando de la selección inglesa de futbol durante los últimos
cuarenta años.
Aunque se haya coronado por consigna, mediante despojo, por
franca obra de piratería, la selección campeona de 1966 era según
todos los testimonios un cuadro poderoso, ofensivo, digno de
levantar la Copa sin ayuda. Acaso alcanzó su máximo nivel no
durante el Mundial en casa (dada la obligación de ganarlo a como
diera lugar), sino cuatro años después, en México. Medirse en
22
Hace cuatro años parecían soplar vientos favorables para un cambio.
Jubilados los últimos miembros de la generación dorada (ya para
entonces más lastre que estímulo), y contagiadas las principales
potencias del primer mundo futbolístico europeo por la influencia
del exitoso jogo bonito a la española, Inglaterra se presentó en
Brasil con una promoción de nuevos valores, que dieron ante Italia
quizá el mejor partido de toda la primera ronda. Se fueron sin
alcanzar los octavos, pero con los mejores augurios, dada su
juventud; pero el fracaso en la Euro de hace dos años trajo el relevo
en el banquillo técnico, y una situación de inestabilidad, indefinición
y rigidez que hoy fue más que palpable ante los tunecinos.
Veremos si los tres puntos inciden de manera positiva en estos
jugadores y este técnico, les sacan aunque sea algún pálido dejo
marinero a lo John Silver, a lo Francis Drake, a lo Lord Jim. Porque la
verdad es que hoy, cuando la zozobra comenzó a tornárseles
kafkiana, estos muchachos parecían más bien burócratas de banco
londinense, tomando el té con una mezcla de apuro y tedio porque
se les hacía tarde para regresar a la oficina y al reloj checador.
En la Volgograd Arena de la antigua Stalingrado, parecía como si uno
estuviera viendo una repetición del partido del sábado, entre
franceses y australianos, sólo que con los uniformes teñidos.
Resultaba evidente que Inglaterra era mejor por historia y plantilla,
tuvo algunas llegadas, se fue arriba apelando a su eterna seña de
identidad: el juego aéreo. Y luego llegó el pantano. El empate de
Túnez puso a los ingleses contra la pared, o más bien los atrapó en
medio de un asfixiante y monótono laberinto, apuntalado por el
heroísmo de Túnez, pero erigido sobre todo por su propia
impotencia. Obtuvieron la victoria ya sobre el tiempo de
compensación, otra vez mediante un remate de cabeza, cuando a
todas luces la falta de arrebato, la ofuscación creativa, la escasez de
recursos colectivos y de osadía individual, les pincelaba en el rostro
el resignado acatamiento de pasar a ser, lo mismo que en sus
últimos diez ciclos mundialistas, no más que cita fugaz de un tema
de Pink Floyd: another brick in the wall. Otro ladrillo en la misma
monótona e infranqueable pared
23
Lewandoski mismo), dejaron en nada los elogiosos augurios que un
sector de la crítica especializada habían venido deparándole. Y
acabó sumiendo en un pasmo entristecido a la nutrida concurrencia
rojiblanca que se dio cita en la Otkrytie Arena del Spartak de Moscú,
dada la inmediata vecindad entre los territorios polaco y ruso.
Pero los dos goles que consumaron su derrota, si nos atenemos a las
leyes de la probabilidad y de la lógica, no debieron caer jamás.
Enlistar de antemano la suma de accidentes indispensables para ver
realizado sobre todo el segundo de ellos, hubiera violentado la
credulidad hasta de los temperamentos menos escépticos.
Vaya y pase como normal, como habitual, como poco probable pero
siempre potencialmente incluido en la agenda, el tanto que abrió el
marcador. Gueye concluye una intentona ofensiva senegalesa con
un inocuo disparo a puerta, para el cual ni siquiera hubiera sido
necesaria la recostada que sobre su lado derecho amagaba ya el
guardameta Szczesny. Pero en el camino se estrella el manso balón
en la pierna del central Cionek, para cambiar de dirección e irse a
alojar a la red (con lentos y lastimeros botes) pegado al palo
izquierdo. Hemos visto cientos de veces las misma situación, la
misma jugada casi. Y aunque en muchas de ellas cabe atribuirle
cierta dosis de responsabilidad al defensivo, el resto pasa a
convertirse en exclusivo patrimonio de la suerte: mala para quien
recibe el gol, buena para quien lo marca.
SENEGAL 2, POLONIA 1: AZAR OBJETIVO O MAGIA NEGRA.
19 de Junio. Estadio Spartak de Moscú.
Una de las campañas publicitarias más machaconas en palero
respaldo al seleccionado tricolor, viene proclamando desde hace
meses la tramposa engañifa de que la suerte no juega. Filosofía de
bolsillo a la medida del mediocre ideario empresarial en boga, según
la cual la voluntad lo puede todo. Supongo que lo peor que les
puede pasar hoy a los polacos, es que les receten alguno de los
anuncitos esos.
El segundo gol, el que convirtió en invitado de lujo al objetivo azar y
a la negra magia, para jolgorio de los africanos y calvario de los
eslavos, amerita una descripción algo más larga, en agoreros y
cabalísticos trece tiempos:
La verdad es que hoy Polonia no merecía ganar. Su falta de
creatividad, la permanente imprecisión en casi todas las zonas del
campo, así como el plomizo desdibujamiento de los hipotéticos
abastecedores y complementos de Lewandoski (e incluso de
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1. No se han cumplido aún quince minutos de la segunda mitad.
Cerca de la media luna del área polaca, el delantero de Senegal
M’Baye Niang disputa un balón por alto; su marcador rechaza de
cabeza y, de manera accidental, al caer lo pisa en un pie.
7. Se reanuda el partido con el cobro de la falta que acababan de
cometer los africanos, y la acción se concentra en las inmediaciones
de su área grande.
8. El cuerpo arbitral autoriza el reingreso de Niang, quien finalmente
se ha recuperado del pisotón; al ingresar se halla en una zona más
bien remota de donde se concentra en ese instante el flujo del
juego.
2. Niang queda derribado en el sitio del accidente, pero Polonia,
urgida por lanzarse en busca del gol del empate, se niega a echar el
balón afuera. Los senegaleses exigen airados que sus rivales lancen
la pelota por la banda; sus rivales no se dan por aludidos.
9. El rechace de un zaguero de Senegal obliga al mediocampista
polaco Krychowiak a lanzar con algo de apuro un pase de seguridad
hacia su zona de resguardo desde media cancha.
3. Está listo para entrar de cambio un mediocampista en reemplazo
de Mame Diouf, el otro delantero de Senegal.
4. La jugada en curso sólo se interrumpe mediante una falta
cometida por los africanos hacia la banda izquierda de su propio
terreno. Conato de bronca: los de piel negra invocan el fair play, los
de piel blanca aseguran que el caído está fingiendo,
10. El defensor Bednarek (ingresado para la segunda mitad) ve de
inmediato venir el balón, pero tarda un segundo en ver venir, a toda
velocidad, a Niang desde la banda por la que acaba de ingresar.
11. El delantero africano, hace dos parpadeos fuera del partido,
hace un parpadeo lejos de cualquier alternativa de participación en
la jugada, de súbito se encuentra en ventajosa posición para
aprovechar su imprevisto desarrollo.
5. El árbitro asistente enciende la pizarra con el número de Diouf;
Diouf se encamina hacia la banda contraria a la que albergó el
conato de bronca; Niang abandona la cancha para ser atendido, muy
cerca del lugar donde está por realizarse el cambio.
12. Bednarek duda, o tal vez asume que su guardameta está
adecuadamente situado para salir a encontrar el balón. Y así sería, si
no viniera Niang encarrerado en diagonal cual aérea gacela, cual
trepidante antílope, cual león hambriento.
6. Aliou Cissé, entrenador de los senegaleses, pero con más pinta de
estrella del reggae que de otra cosa, en el último momento se
apresura para detener la modificación, hasta no saber cuál es la
situación de su jugador lesionado.
13. Niang gana la pelota entre defensa y portero; soporta el estéril
intento de empujón que Bednarek —entendiendo por fin en la que
25
se ha metido—aventura; deja atrás al guardameta, toca suave sobre
el arco desguarnecido. Gol, gol, gol.
Hoy, la suerte favoreció al que fue mejor (no demasiado), y eso es
de agradecer, pues no olvidemos la cantidad de ocasiones en que ha
elegido las justas mundialistas para vestirse de duende malandro,
favoreciendo a quien menos lo merecía. Senegal, aunque a
cuentagotas, con pequeñas pinceladas, nos ha hecho descansar el
alma a muchos, ya temerosos de que el África negra volviera a irse
de buenas a primeras por la puerta de atrás, terminando de diluir
hasta el perfume de todas las hermosas promesas incumplidas que
algún día nos regaló.
Los polacos, encabezados por Lewandoski, rodearon al árbitro para
reclamarle que hubiera permitido la entrada de Niang, dándole
oportunidad de obtener ventaja de su posición. Supongo que el
árbitro debió contestarles que él autorizó el regreso de Niang
porque a todas luces estaba inhabilitado para poder participar de la
jugada. ¿Por qué no aguardó a que la pelota saliera? Sin duda
porque Polonia estaba atacando, y no había razón para mantener a
los senegaleses en inferioridad numérica cuando procuraban
defenderse tumultuariamente, a piedra y lodo. Acaso el único digno
de algún relativo reproche haya sido Bednarek, sorprendido en
simultáneo por el balón retrasado de improviso desde su medio
campo, y por la veloz reincorporación de Niang. Pero la verdad es
que todo fue cosa de suerte. Mala para el árbitro, para Polonia, para
Bednarek, para Krychowiak; buena para Senegal, para Niang, para
Cissé.
El narrador televisivo manifestó su franca suspicacia ante la lesión
de Niang, dada la carrera que acababa de mandarse, pero la verdad
es que eso no modificaba mayormente los extravagantes términos
de lo ocurrido. Unas cuantas jugadas más tarde, Niang debió
abandonar el partido por obra de otro pisotón, que vino a rematar
los estragos del previo; sí, en el mismo pie.
Y es que la suerte sí juega. Otra cosa es ya dejar íntegra en sus
manos la opción de ganar o no.
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Pero mi secuencia predilecta era sin duda aquella en la que Taras
acepta aliarse por última vez con los traicioneros polacos. Sale de su
pueblo en compañía no más que de sus dos hijos varones, y con
ellos comienza a cabalgar por la estepa. Kilómetro tras kilómetro,
van saliendo a su encuentro grupos cada vez más numerosos, hasta
que aquello ya no son gavillas encontrándose, sino auténticos
escuadrones de jinetes conjuntándose a todo galope, y
reconociéndose por el unísono grito de una sola palabra como
contraseña: ¡Saparosti!
RUSIA 3, EGIPTO 1: ¡SAPAROSTI!
19 de Junio. Estadio Krestovski de San Petersburgo.
La clásica orquestación heroica de los años dorados del cinemascope
hacía el resto. Cuando el ejército cosaco ya reunido rompía en
columna el horizonte de un paisaje infinito (que años después vine a
enterarme corresponde no a Rusia, sino a la pampa argentina donde
la cinta se rodó en 1962) yo ya no sabía si ponerme a saltar, si batir
palmas o si soltarme llorando de la emoción. Qué ganas de salir a la
vida, a la aventura y la batalla gritando a voz en cuello: ¡Saparosti!
Una de mis películas favoritas durante la infancia fue siempre “Taras
Bulba”, libérrima versión hollywoodense de la célebre novela de
Nicolai Gogol, protagonizada por Yul Brynner y Toni Curtis.
El seleccionado ruso se ha terminado de ganar hoy mi absoluta
simpatía. No por su contundente triunfo sobre Egipto, sino por los
argumentos que lo llevaron, con toda justicia, a conseguirlo.
En la escena culminante, Taras (Brynner) mata de un tiro de
pistoleta a su hijo (Curtis) quien ha traicionado al pueblo cosaco
para pasarse al bando enemigo, por amor a una princesa polaca: “Yo
te di la vida, y yo te la quitaré” le dice, o algo así, y dispara. Otra de
las escenas que recuerdo es una orgiástica fiesta cosaca, durante la
cual, si la memoria no me traiciona, un hombre del tamaño de un
oso levanta sobre su espalda un caballo percherón.
¿Exagero? De ningún modo. Opino que técnica y tácticamente la
selección anfitriona es casi tan limitada como nos hizo suponer
durante el tortuoso prólogo iniciado en la pasada Copa
Confederaciones, hace un año. Pero desde el pleno entendimiento
de lo mucho que no tiene, y desde el sólido respaldo de lo poco que
sí tiene (el talento de Golovin, Fernandes, Chéryshev) Rusia se
muestra capaz de sobreponerse a sus carencias con un enorme
27
corazón, con una intensidad emotiva a tope, con un temple
sentimental afirmativo, muy distinto del que hace cuatro años
enmascaraba el devastador pánico escénico de Brasil, y que en dos
partidos ha puesto a la tribuna por completo a sus pies.
impresión de que con el arranque de la segunda mitad terminarían
de encausar el trámite del juego en su provecho.
Sin embargo, la segunda mitad les puso enfrente una locomotora
encabezada por el rústico, gigantesco, incansable y venerado
Dzyuba. Y a los 17 minutos del complemento ya estaba Egipto 3-0
abajo. Si el camino lo abrió un patoso autogol (fruto de la campal y
nada futbolera batalla cuerpo a cuerpo que Dzyuba y su marcador
Fathy venían entablando desde el arranque del compromiso), el
segundo y el tercero fueron sendos golazos. El penal convertido por
Salah le puso cierta dosis de drama al desenlace: apenas la necesaria
para aderezar el triunfo con la estética herida en el rostro del
antihéroe victorioso.
Los reportes periodísticos de los primeros días en tierras
mundialistas, hablaban de una relativa indiferencia por parte de la
afición rusa, y depositaban la expectativa de entusiasmo en la
progresiva afluencia de visitantes. Hoy estoy seguro de que la
temperatura ambiente debe ser muy distinta en las distintas
ciudades sede. El anfitrión se ha convertido por méritos propios en
un protagonista de la competencia; no confundamos: el estatus de
aspirante a metas mayores queda por completo fuera de su órbita
de capacidades. Pero no me cabe la menor duda de que hasta
donde llegue, se tratará de un animador. Y eso le otorga al torneo
un innegable valor añadido.
Hay cierta atmósfera de contingencia, improvisación, derrumbe y
emparchamiento sobre la marcha rodeando al cuadro ruso. Desde la
sustentada incertidumbre sobre si superaría la primera ronda.
Desde las lesiones que fueron dejando en el camino a algunos
jugadores importantes de una plantilla ya de suyo limitada. Hubo
que echar mano de viejas piezas de repuesto para apuntalar el
maltrecho acorazado. Hoy, cuando abandonó la cancha el veterano
Zhirkov, de casi treintaicinco años, ya no podía con su alma, mucho
menos con sus piernas; pero el veteranazo Serguéi Ignashévich, que
en veinte días cumplirá treintainueve, permaneció encabezando la
defensa hasta el silbatazo final.
Hoy, Egipto se dejó arrastrar durante los primeros minutos del
encuentro por ese manifiesto empuje emotivo, así como por sus
propias zozobras (la derrota en el debut, la potencial eliminación
antes de la tercera fecha, el incierto estado de salud de Mohamed
Salah). Recién entonces, con el natural apaciguamiento de
adrenalina de los rusos dado que esta vez no habían conseguido irse
arriba, los africanos comenzaron a percatarse de que tenían mejores
argumentos que su rival, fueron cercándolo con paciencia, fueron
pertrechándolo de a poco en su propio terreno, fueron sumiéndolo
en la impotencia. No armaron grandes jugadas de peligro, pero para
cuando llegó el descanso vivían su mejor momento, y daba la
El acorazado no rehúye la batalla. Saca de ella el combustible que le
escasea, arremete furioso, corre, pelea, busca el arco rival con una
voluntad que de pronto me hace sospechar cierta desconfianza
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hacia su zona de resguardo, por más que sólo haya recibido un gol
en contra (y de penal). La veneración de la tribuna por Dzyuba es
entre ridícula y conmovedora, pero sin duda elocuente. Ese gigante
de amplísimas espaldas junto al cual todos los otros jugadores,
incluso los más altos y fornidos, parecen liluputienses, y que ante
Arabia Saudita ya estaba exhausto a los veinte minutos de haber
ingresado, es el héroe a la medida de este equipo, de esta afición
hoy inesperadamente feliz e ilusionada, de esta cabalgata cosaca
capaz de emocionarnos al puro y rudo alarido de ¡Saparosti!
Una estampa final. Ya con el marcador 3-1, y con los egipcios
volcados más a través de la zozobra que de los argumentos en busca
de acortar distancia, los rusos orquestaron un contraataque por su
banda ofensiva izquierda. El número 11, Zobnin, había iniciado la
jugada, y la acompañó durante un trecho, para luego quedarse a la
zaga del compañero que conducía el balón, y para el cual hubiera
podido funcionar como opción de desahogo. No creo que se
rezagara por falta de voluntad, sino porque las piernas ya no le
daban: había corrido como condenado todo el juego. No obstante,
el entrenador Stanislav Cherchésov (que algo de Taras Bulba tiene
en el temple, el gesto, la calva y el bigote) de plano ingresó por un
instante a la cancha para increparlo y exigirle que avanzara, que
corriera, que sostuviera el ritmo hasta el final.
Casi podría jurar que le estaba gritando: ¡Saparosti!
29
hecho de que esos recursos y esos valores parezcan llevarnos de
regreso a las horas más mezquinas de la escena futbolística mundial
durante la década de los noventa, ya constituye otro tema:
podemos manifestarnos disgustados, enfurecidos, desilusionados,
aburridos, traicionados… pero no podemos garantizar que a
Portugal no vaya a alcanzarle con eso para aspirar a instancias
mayores. Máxime cuando tiene en el campo a ese superdotado
tecnócrata de la alta competencia que es su mediático número 7.
PORTUGAL 1, MARRUECOS 0: AGUAS CON MALÉFICA.
20 de Junio. Estadio Luzhniki de Moscú.
Ante el juego chato, conservador, timorato y rígido de los
portugueses (quienes quedan íntegramente amparados en los
relampagueantes chispazos de su figura), muchos son los que
aseveran que se irán por la puerta de atrás más temprano que
tarde. ¿Pero qué puede encontrarse Portugal de aquí en adelante
por el camino, que sea más difícil que España, como para suscribir
tamaña certidumbre? Yo pienso que si Portugal fue capaz de
sobreponerse al palpable dominio de un equipo futbolísticamente
tan superior a él como la Furia Roja, condicionar favorablemente
para sí el trámite del cotejo durante varios lapsos, y al final salir vivo
en el marcador final, ningún potencial cruce ante Alemania, Brasil,
Bélgica o Francia tiene por qué asustarle.
Me resulta curiosa la manera en que buena parte de los analistas
futboleros que más respeto, en razón de su incondicional simpatía
por el futbol, las maneras, los hábitos y el ideario de la selección
española, dan por sentado que el Portugal de Cristiano Ronaldo no
tiene mayores posibilidades de llegar demasiado lejos dentro de la
competencia.
Hoy, técnica y tácticamente, Portugal jugó un partido lastimero.
Idéntico a los que viene jugando desde hace dos años, cuando se
coronó en la Euro. El tempranero gol de Cristiano, hizo que el
entrenador Fernando Santos se asumiera autorizado a renunciar por
completo a cualquier tentación de creatividad y a cualquier voluntad
ofensiva. Volvió a ofrecernos su especialidad: noventa minutos de
asfixiante tedio. Así dirigió a la selección griega entre 2010 y 2014,
Por supuesto, en el partido que enfrentó a los dos países ibéricos,
España fue muy superior en volumen de juego, en posesión, en
control táctico, en llegadas. Pero el empate de los portugueses no
fue obra de la casualidad. Fue obra de los recursos en que han
elegido resguardarse y de los valores que han elegido defender. El
30
dándole su hasta hoy más destacada participación mundialista. Así
cristalizó el sueño portugués de convertirse en campeones de
Europa, durante un torneo donde sólo fue capaz de ganar un único
partido en tiempo regular (el resto fueron empates, definiciones en
tiempo extra o tandas de penales).
enfrentó el pasado viernes. ¿Será que los tiempos cambiaron para
bien? En parte sí; pero en buena medida se trata sobre todo de la
credibilidad y la confianza que otorga haber ganado.
Aunque España no haya podido doblegar a un equipo que todos
coinciden en dictaminarle inferior, se le concede el beneficio de la
duda: porque ya lo vimos ganar con esos argumentos, y porque
tanto a sus jugadores, a su afición y a su emergente cuerpo técnico
les aflora en la actitud y el gesto esa recientísima memoria
ganadora.
Ese detalle me parece crucial. Portugal juega feo, privilegiando el
orden, la disciplina y la obsesión por no perder. Pero se nota en el
gesto de sus jugadores una seguridad que antaño no tenían. Ya
ganaron. Ya saben que pueden ganar.
Durante la Eurocopa de 1996, realizada en Inglaterra, todas las
selecciones participantes (incluidas la España y la Alemania que hoy
nos seducen, entusiasman y maravillan) jugaron apegadas al mismo
ideario de esta selección portuguesa, sin importar que entre sus filas
descollaran apellidos como Stoichkov, Del Piero, Bergkamp,
Gascoigne, Suker, Djorkaeff, Laudrup.
Eso comparte con España este seleccionado portugués; aunque en
todo lo demás represente su revés extremo. Aunque para
construirse esa misma memoria, parezca estar haciéndolo como
cruenta revancha contra el tiempo que le marchitó a la mala y a la
fea la que probablemente haya sido su mejor generación.
Y si en una de ésas Cristiano llegara a conseguir lo que a Messi
parece ir a cada vuelta de tuerca quedándole más distante, la obra
del malo de la película se vería consumada de modo redondo,
completo, total. Maléfica robándole por entero el protagonismo del
cuento a la Bella Durmiente.
La única excepción fue la selección portuguesa, integrada por un
elenco de artistas que venían de ganarlo todo a nivel juvenil.
Quienes no lo vieron, difícilmente pueden imaginar lo lindo que
jugaba aquel equipo, encabezado por Luis Figo, Joao Pinto, Rui
Costa, Sa Pinto. O al menos lo lindo que intentaba jugar: porque la
belleza no estaba de moda, porque en torno de ella se erigían toda
suerte de triunfales murallas resultadistas, porque sus propicios
cómplices jugaban en otros continentes, imposibilitados para
devenir influyente tendencia en Europa.
Yo creo que España debe ser campeón. Yo querría que España fuera
campeón. Yo desearía que esto terminara en idílico despertarnos
con el beso en los labios de la más hermosa princesa.
Pero aguas con Maléfica, aguas con Cristiano. De verdad: aguas con
Portugal.
“Tocan y tocan, y no sentencian”. “Juegan bonito, pero no ganan”.
Los mismos reproches que hoy podrían hacérsele a la España que los
31
enfrente, aunque con un par de nada despreciables insinuaciones al
contragolpe (las cuales, sumadas a los tres tantos encajados en la
jornada inaugural, hacen preguntarse sobre la efectiva solidez
defensiva de los ibéricos). Y casi le sale. Las opciones claras de gol
para España, no obstante su abrumadora superioridad estratégica,
técnica y de posesión, fueron mínimas, y el tanto de la victoria llegó
de forma por demás fortuita y deslucida. Ya abajo en el marcador,
sólo las imprecisiones propias de la urgencia en el penúltimo toque
impidieron que Irán obtuviera la igualada; el gol correctamente
anulado a Ezatolahi (que había desatado un lindo y emotivo festejo)
no fue la única ocasión clara para ellos. Total que, por voluntad y
argumentos, España mereció ganar, y pudo hacerlo, digamos que
mediante un 2-0, pero no más. Quien haya visto el desarrollo del
juego tiene que admitir que al final un 1-1 no habría resultado
sorpresivo, y quizá ni siquiera injusto. Cada quien pelea con las
armas de que dispone.
DIA DE INVIERNO MUSULMÁN.
Uruguay 1, Arabia Saudita 0.
España 1, Irán 0.
20 de Junio. Estadios: Arena de Rostov, Arena de Kazán.
Quedará la duda de si Marruecos se hubiera visto tan superior a
Portugal, en caso de que Cristiano Ronaldo no hubiese marcado
hacia los cuatro minutos el gol a la postre definitivo, y el técnico
Fernando Santos no hubiese decidido echar a su equipo atrás
durante los noventa restantes (sumando la compensación),
renunciando por completo al ataque. Ese tempranero tanto
condicionó por completo el devenir del juego. Marruecos, ya de
antemano obligado a ofender dada su derrota previa ante Irán, se
lanzó contra el arco portugués poniendo en acción los meritorios
recursos que ya había desplegado en su debut; y, lo mismo que ese
día, se fue sin poder anotar. Sus jugadores tenían rachas de
inspiración y enjundia, períodos de agotamiento mental y confusión
Los tres equipos musulmanes derrotados durante la jornada
mundialista de hoy, merecían quizá mejor suerte. Cada uno con
distintos recursos, cada uno con disposiciones diversas, cada uno
frente a distintos escenarios, dejó en el aire la sensación de que en
vez del descalabro, bien pudo llevarse el empate, o incluso algo más.
Comencemos por Irán, con quien esta última aseveración puede
antojarse más polémica e injustificada. La selección iraní fue
inobjetablemente dominada por España durante casi todo trámite
del encuentro. Como cabía esperar, apeló a un estricto catenaccio
para contrarrestar los argumentos de la potencia que tenía
32
táctica, súbitos amagos de resucitación que no se apaciguaron hasta
el silbatazo final. Ruy Patricio realizó una atajada de antología
cuando ya todo el estadio coreaba el merecidísimo empate. Y
Marruecos, sin merecer la derrota, se vio convertido en el primer
equipo matemáticamente eliminado del Mundial.
ceder la iniciativa, y que si su inicial voluntad de tenencia se había
visto malograda, ningún esfuerzo iba a costarle apelar a lo que
mejor sabe hacer: aguardar, inhabilitar y contragolpear mediante
latigazos en pos de los dos delanteros fuera de serie con que cuenta;
la última media hora fue suya, cansina, canchera, ya sin apenas
apuros; hasta Cavanni pudo por ahí incrementar la ventaja.
En cuanto a Arabia Saudita, la derrota no sólo consumó su
eliminación, sino la del restante seleccionado musulmán en disputa:
Egipto, que sobrevivía aferrado a la remota opción de un triple
empate con tres puntos en el segundo lugar del grupo tras la tercera
jornada.
Quizás la mayor sorpresa y el más amargo sabor de boca en este día
de triste invierno musulmán, los haya patrocinado la selección de
Arabia Saudita. Porque Irán inhabilitó a su rival, pero para hacerlo
tuvo que apelar mayoritariamente a un estilo por demás
conservador, nada espectacular, nada propicio al estético placer. Y
siempre quedará la duda de si Marruecos dominó a Portugal, o si
Portugal consintió que lo dominaran.
Día pues de invierno musulmán, el de hoy. A menos que Irán derrote
el próximo lunes a Portugal, nos habremos quedado sin equipos
islámicos para la segunda fase del torneo; nada que no sea habitual.
Excepto que esta vez los hijos de Sherezada tal vez hubieran
merecido gozar de mejor fortuna.
Arabia dominó a Uruguay. Sobre todo durante los primeros
cuarentaicinco minutos. Y lo hizo con un futbol vistoso, técnico,
imaginativo, pícaro incluso, que tenía a los charrúas francamente
perplejos. Se suponía que la celeste iba a dominar, se suponía que
iba por la goleada para luego cotejar cuentas de diferencia de goles
con los anfitriones, pensando ya en la siguiente ronda. La historia
fue muy distinta. Por momentos, los árabes le pegaron un auténtico
baile. Resultaba increíble para todos los que estábamos mirando el
juego, que aquella fuera la misma escuadra humillada por Rusia en
la inauguración del jueves pasado; para tranquilizarnos o para
decepcionarnos, el guardameta Al-Owais confirmó con una pésima
salida que sí era el portero de aquella escuadra; gol de Suárez y
ventaja uruguaya. Arabia no se amilanó, y hasta los primeros
minutos de la segunda parte seguía perfilando como viable el
empate. Poco a poco Uruguay recordó que jamás le ha incomodado
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cualquier sobre, significativa parte de sus mayores esperanzas, sus
más íntimas confidencias, sus más celosos secretos.
FRANCIA 1, PERÚ 0: LA SERENATA DEL JOVEN AVIADOR.
21 de Junio. Estadio Central de Ekaterimburgo.
Ya trepado de madrugada en el ómnibus de la compañía que lo
conduce al encuentro con su destino, entre trabajadores
administrativos olorosos a archivo, burocracia y modorra, el
narrador se comprende a un tiempo su igual y su hermano, y a la vez
una privilegiada excepción que en unas horas estará encarando nariz
con nariz nubes tormentosas, cráteres de volcanes, kilómetros de
vértigo en caída libre.
Se siente privilegiado, se siente osado, se siente feliz; pero en esa
medida también tiene miedo, zozobra, piensa que aún no está listo.
Hace unos días, luego del incierto debut del seleccionado francés
contra Australia, como analista en un programa televisivo, el ya
mítico Iker Casillas recomendaba con juicioso sentido no olvidar
que, pese a sus rutilantes nombres, sus contratos millonarios, sus
renombrados clubes de élite, la mayoría de los jugadores franceses
son tremendamente jóvenes, y se hallan apenas frente a su primera
experiencia mundialista; una experiencia para la cual no vale a
menudo ninguna antecedente gloria, ningún aprendizaje previo
(pregúntenselo si no al Maradona de España 82).
Uno de los muchos memorables pasajes que integran esa obra
maestra de Antoine de Saint-Exupéry que es “Tierra de hombres”,
describe el temprano periplo preparatorio del piloto a quien la
compañía aérea de correos le ha asignado para esa jornada su
primer vuelo. La noche previa, no bien recibida la noticia, el novicio
va primero en busca de un experimentado compañero, veterano
lobo de los siete vientos, para cobijar la emoción, el susto y la duda
bajo su experiencia, sus alentadoras palabras, sus consejos; y luego
vuelve a casa pensando en las misivas de todos aquellos hombres y
mujeres que se cruzan con él sin saber que, quizás, él llevará
mañana hasta el otro lado del mar (por encima de nevados montes,
mares infinitos, ciudades diminutas, desiertos y valles), guardada en
Francia tiene el primero o segundo promedio de edad más bajo de
todos los equipos participantes en la Copa. Y la verdad es que eso se
nota. Y la verdad es que eso, tanto para bien como para mal, explica
muchas cosas, aunque en última instancia, si la aventura no resulta
bien, a Didier Deschamps no vaya a alcanzarle como excusa para
justificar nada.
34
A esta joven y talentosa tripulación aviadora, aun cuando
consiguiera alzarse con la victoria, le pesó el primer partido. Como el
narrador de “Tierra de hombres”, sus integrantes no se sentían
seguros de sus sabidurías, de sus aprendizajes, de sus ensayos y de
sus recursos.
ejerció casi siempre como tenaz escudero nada menos que del
legendario Zizou), los demás callan, aprenden y se esmeran en
acatar.
A Griezmann le dicen “El Principito”. Pavard juega de lateral
portando todo el tiempo el rostro y el desgarbo de Rimbaud.
Mbappé tiene en los ojos todavía la dulzura de los heroicos
adolescentes dickensianos. Y hay en la zangaruta elegancia de Pogba
no sé qué de intensidad rijosa a lo Huck Finn.
Hoy, ya apurada la indispensable dosis amarga de ese trago inicial,
pudieron mostrar a plenitud el otro lado de la moneda: el
despliegue jubiloso, arrebatado y por momentos hasta socarrón de
sus virtudes. Su juvenil descaro, sus prodigiosas capacidades
técnicas, sus prestidigitadores lapsos de conexión colectiva. Durante
los primeros cuarentaicinco minutos del encuentro han dado un
partidazo, que en automático pasó a reunirse con las presentaciones
de España y México como principalísima prenda de lujo de esta
primera fase. Y tocó justo a su joya de 19 años, Kylian Mbappé,
encabezar el concierto. Sin achicarse frente a una escuadra peruana
que salió a morirse cara al sol, frente a una hinchada
mayoritariamente sudamericana que no cesó de presionar un solo
instante, frente a un Paolo Guerrero que apeló a toda su experiencia
para tratar de violentarlos y sacarlos de quicio.
No sé como vayan a resolver estos muchachos, ya no su primer
vuelo, ya no su primer aterrizaje triunfal, sino su primera auténtica
tormenta, su primera genuina avería en el motor y el fuselaje. No sé
si la presencia, la autoridad y las indicaciones del jefe Deschamps
desde la torre de control alcanzarán entonces para permitirles
solventar esas inclemencias de calado mayor que corresponden a las
instancias decisivas del torneo. O si deberemos aguardar cuatro
años para verlos madurar, para verlos transmutar verano la
prodigiosa primavera que hoy representan, convertidos entonces sí
en inobjetables favoritos al título.
Hoy, como en las mejores páginas de Saint-Exupéry, han
demostrado que son no sólo una bella promesa, sino una promesa
en la que puede creerse.
Para la segunda mitad, estos jóvenes franceses fueron disciplinados.
El jefe Deschamps les indicó bajar la intensidad, tirarse un poco
atrás, aguantar la embestida rojiblanca, amenazar al contragolpe. Y
se les veía en los rostros la aplicación, la concentración, la juventud,
el respeto. Porque, a lo menos a mí, me resulta nítido que el interior
del vestidor galo debe tener algo de salón de clases o de taller de
artesano; y que cuando habla el viejo maestro, el viejo lobo de mar,
el veterano de vuelta de todas las batallas (quien en sus tiempos
35
CROACIA 3, ARGENTINA 0: NO ESPERES NUNCA UNA AYUDA, NI UNA
MANO, NI UN FAVOR.
de quienes completaron ya su segunda jornada; y es que, sin
exageraciones, el juego de hoy valió para ellos por tres, demandó de
ellos lo de tres, exigió de ellos lo de tres.
21 de Junio. Estadio de Nizhni Nóvgorod.
La buena noticia para los balcánicos es que, más allá del cansancio y
del descubrimiento de alguna posible lesión entre sus filas (ambos
contendientes se pegaron hasta hartarse durante los 90 minutos)
han salido de la contienda fortalecidos en una proporción que su
manifiesta superioridad sobre Nigeria jamás les hubiera otorgado,
aunque le marcaran diez goles. Hoy Croacia se ha confirmado desde
todos los puntos de vista como un serio contendiente por el título,
como el auténtico caballo negro que se aseveró sería en otras
ediciones mundialistas, donde a final de cuentas terminó casi
siempre defraudando.
Para que ello ocurriera, para que hoy el mundo asistiera a un
choque que a todos los propósitos y desde todos los ángulos tuvo la
catadura propia de las culminantes instancias de eliminación directa,
fue indispensable que enfrente estuviera Argentina con su drama,
con el angustioso libreto que dispuso su imprevisto empate
inaugural contra Islandia. Argentina y su canción que parece ya no
tango gardeliano, sino plañidera balada de Leonardo Favio.
El tango y su genuina tragedia son todos de Messi, arrullado por
Enrique Santos Discépolo: “Verás que todo es mentira, verás que
nada es amor…”.
Al terminar Croacia su juego de debut frente a Nigeria, bien podría
decirse que llevaba sobre la espalda un partido menos que las
restantes 23 selecciones participantes en Rusia 2018. A tal punto
sencillo el trámite, a tal punto mínima la exigencia, a tal punto
magro el desgaste en todos los sentidos. Menos que encuentro
amistoso, la jornada inaugural tuvo para los croatas la demanda
propia de un entrenamiento.
A lo largo de la historia, Argentina ha tenido siempre entre sus filas
grandes
guardametas,
elegantes
zagueros,
talentosos
mediocampistas, delanteros implacables. Cuando algo de ello
Hoy, tras la campal batalla librada contra los argentinos en Niznhy
Nóvgorod, de principio a fin con la emoción a tope, puede
aseverarse que Croacia lleva encima dos partidos más que el resto
36
escaseaba, nunca era en más de dos líneas; y su falta se suplía y
disimulaba con eficacia mediante un sólido carácter malevo y
pendenciero.
porción del campo en feroz zona de contienda cuerpo a cuerpo,
ambos habían arriesgado de más al intentar salir tocando desde el
fondo. Pero el error de Caballero no fue una causa, sino una
consecuencia. Aunque en algún momento Croacia haya corrido
alarmantes e innecesarios riesgos en la salida, lo cierto es que tanto
su portero como sus defensores estaban capacitados para jugar así,
para convertir el recurso en una norma elegida. Así lo prueba la
cantidad de veces que Subasic, haciendo gala de absoluta solvencia,
controló con los pies un balón retrasado y desahogó por la banda
con Vrsaljko. Cada oportunidad que la misma escena se repetía
entre Caballero y Mercado, la afición pampera tenía que sentir que
el apéndice se le subía a la garganta; porque ninguno de ambos está
capacitado para ello, y si podían apelar al recurso como ocasional
opción de emergencia, imponérselos como una de sus tareas base
era invitarlos al error. Y el error llegó. Exactamente por ahí. Y
Argentina se vino abajo.
Por insólito que parezca, Argentina en este momento tiene a Messi y
poco más. Y cada entrenador del ciclo que hoy amaga rematar
naufragio, ha parecido empecinado en inhabilitar por completo
tanto a Messi como a ese poco más. Y apostrofa Discépolo: “Aunque
te quiebre la vida, aunque te muerda un dolor, no esperes nunca
una ayuda, ni una mano, ni un favor”.
Hoy la pendencia maleva ya no alcanzó para apuntalar o maquillar
siquiera ni las carencias ni los autosabotajes.
La albiceleste saltó a la cancha con el entendimiento de todo aquello
que en términos de calidad futbolística no tiene como equipo.
Aceptó durante los primeros minutos la invitación de jugar a lo
Croacia, tratando bien el balón, privilegiando un juego de ida y
vuelta con alternativas claras en ambos marcos; pero a los veinte
minutos, visto que ello no le había permitido irse arriba, y que
continuar por semejante derrotero acabaría por exhibir su
inferioridad técnica, individual y táctica, respecto del talentoso y
trabajado cuadro que tenía enfrente, modificó por completo la
tesitura. A partir de ahí, el partido se jugó a lo Argentina (a lo que
esta Argentina puede y es). El problema es que también en ese
estilo y en ese terreno Croacia terminó resultando superior.
Podrá argumentarse que, hasta antes de la pifia de Caballero, el
partido estaba parejo, y cualquiera podría haberse ido arriba.
Ambos habían tenido opciones, ambos habían convertido cada
Porque cuando quiso responder, supliendo a través de
temperamento, enjundia y corazón todo lo que le faltaba, Croacia le
opuso un temperamento, una enjundia y un corazón superiores a los
suyos; con el agravante de que seguía disponiendo además a
plenitud de todo lo otro que esta Argentina no tiene. Croacia era, sí,
la feroz entereza guerrera de Mandzukic y Rebic, pero también la
serena claridad de Rakitic, el toque y la visión privilegiados de
Modric.
En una de esas pensó Argentina que, con la ventaja, los croatas se
comportarían como equipo chico, se tirarían atrás, le brindarían
algún chance para la heroica visceral sobre la hora. Pero Croacia se
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comportó como equipo grande. A cinco minutos del final seguía
saliendo a presionar la salida albiceleste hasta tres cuartos de
cancha, disputaba cada dividida como si le fuera en ello el destino,
arremetía en busca del siguiente gol. El 3-0 refleja con absoluta
objetividad no sólo el trámite del encuentro, sino la distancia
existente en este momento entre ambas selecciones.
¿Qué sí tiene Argentina que Croacia no tiene? A Messi. Pero hace
tiempo que a Argentina Messi parece más bien incomodarle,
estorbarle, lo mismo dentro de la cancha que fuera de ella. El futbol
argentino no le perdona a Lio el pecado de que no sea Maradona, en
grotesco disimulo del verdadero pecado: lo lejos que está el futbol
argentino de aquel tiempo en que fue capaz de posibilitar cómplice
la gloria mundialista de Maradona. Que no desesperen, ni el
primitivo nacionalismo, ni la hinchada linchadora, ni el periodismo
rapaz: están a punto de perder a Messi para siempre; bien merecido
se lo tienen.
Mientras tanto, ilusiona volver a ver, ya en octavos de final, a este
poderoso equipo croata. Esta afinada orquesta a la cual no le
estorba ninguno de sus virtuosos solistas.
38
años en Maracaná, cuando la verde-amarelha consiguió llevarse por
primera vez en su historia el oro olímpico, y adormecer (si bien no
sanar) la herida abierta por el papelón en la Copa del Mundo de
2014.
BRASIL 2, COSTA RICA 0: UNA EDUCACIÓN SENTIMENTAL.
22 de Junio. Estadio Krestovski de San Petersburgo.
Los que seguimos el encuentro, hemos vivido un capítulo más en el
arduo proceso de educación sentimental para la máxima estrella
brasileña de la época reciente. El sucesor de Ronaldo y Ronaldinho
ha debido cargar sobre sus hombros, y a menudo casi en solitario,
una expectativa y una responsabilidad que en generaciones pasadas
estuvo mucho más democráticamente repartida. Y el peso
monumental que ello implica le aflora de continuo… quizá en
exceso. Lo mismo en su permanente (a veces incluso medio
neurótica) voluntad de participación dentro del campo, que en su
permanente reclamo contra los rivales y contra los árbitros; lo
mismo en sus desplantes de individualismo genial, que en sus
continuos fingimientos de faltas que no le han cometido.
Sólo Messi está en condiciones de comprender a Neymar. Sólo
Messi puede dimensionar en carne propia lo que representa
convertirse en soporte individual de una camiseta histórica.
Cristiano Ronaldo es por completo ajeno a semejante conflicto:
porque Portugal está muy lejos de medirse bajo los parámetros y las
obligaciones de Brasil y de Argentina, y porque Portugal (su
temperamento, su sentido del dramatismo) está muy lejos de
Sudamérica.
La imagen final de Neymar hecho un mar de llanto al término del
partido en que Brasil derrotó a Costa Rica, y a sólo unos segundos de
haber marcado su primer gol en este Mundial, acaparará y
centralizará sin duda todo lo sucedido hoy en el estadio Krestovski
de San Petersburgo. Y lo hará con relativa justicia, dado que Neymar
es fuera de toda disputa el emblema totalizador de la selección
brasileña desde el pasado ciclo mundialista, dado que se trata de
uno de los tres o cuatro mejores jugadores en activo a nivel global, y
dado que hoy fue uno de los protagonistas centrales del encuentro.
Este epílogo de estallido en lágrimas se incorpora en automático, sin
solución de continuidad, a aquel otro que estelarizó hace un par de
No obstante, yo estimo que Messi debe sentir una enorme envidia
por Neymar. Porque más allá de lo mucho que ambos puedan
compartir en común, hoy ha quedado bien claro que Neymar no
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está solo. Lo acompañan de principio a fin, con aliento, presencia,
iniciativa y sangre, tanto en la inspiración como en la zozobra, tanto
en la bonanza como en la desgracia (no sólo en las declaraciones y
las buenas intenciones), todos sus compañeros y también su
entrenador.
embargo, por encima del resultado, la sensación era que Brasil
estaba haciendo lo correcto, que había elegido el camino adecuado.
Excepto por Neymar; él se consideró de pronto en la obligación de
resolver el problema por su cuenta y del modo que fuera; su clavado
en el área, y el penal que en primera instancia se le señaló a favor,
fueron el remate de una desgastante y en buena medida
injustificada presión por su parte contra el árbitro desde los
primeros minutos.
Me parece que Neymar no se da plena cuenta de ello. Tan
consciente está de los reflectores que le apuntan, tan ensimismado
se halla en sus personales dramas, tanto le pesa en la memoria
aquel 7-1 del que una providencial lesión lo libró, que de pronto
parece no advertir que ya pasaron cuatro años, que ni Felipao ni
Dunga están ya en el banquillo, que este es otro equipo; que las
tragedias pasan, que la vida continúa, que las heridas se vuelven
cicatrices: que sigue siendo lo mejor de Brasil, pero ya no tiene
necesidad de asumir que él es Brasil.
Y corresponde entonces referirse ahora a otro, para cuya educación
sentimental el juego de hoy resultó determinante: el arbitraje
mundial. El silbante holandés Bjorn Kuipers había pitado con temple
ejemplar y de manera impecable un juego para nada sencillo. Tuvo
que afrontar los remanentes de esa posición de víctimas de la
violencia y la injusticia, con la cual los amazónicos trataron de
justificar durante los últimos días su empate en el debut; tuvo que
afrontar la abierta hostilidad de Neymar, incluso en el vestidor
durante el medio tiempo; tuvo que afrontar las grotescas
simulaciones de los ticos hacia la recta final, cuando ya sentían
cercana la providencial orilla del empate y procuraban hacer tiempo
de todos los modos posibles. Y entonces llegó el minuto 78: enésima
jugada ofensiva de Brasil en el complemento, quiebre de Neymar
sobre Giancarlo González para ir a situarse en las narices mismas de
Keylor Navas, caída de espaldas del astro brasileño. El árbitro señala
penal. Luego va a revisar la jugada en la cámara, regresa y enmienda
su decisión: no hubo falta.
El problema del inevitable centralismo mediático en Neymar, es que
corre el riesgo de invisibilizar que hoy fueron varios más quienes
cumplieron otra importante etapa de su propia educación
sentimental.
El primero de ellos, Brasil, que salió dubitativo, incierto, envarado;
temeroso menos de una hipotética impotencia, que de los saldos
finales derivados de esa hipotética impotencia. Si transitó el primer
tiempo de forma por demás deslucida, y hasta con algunas tenues
insinuaciones de naufragio, para la segunda mitad salió a arrollar a
su adversario; y a arrollarlo no con bravuconadas y empujones, sino
mediante calidad, vértigo y futbol; incorporando a Neymar como
pieza central, pero de ninguna manera exclusiva. El gol no caía, y sin
La polémica jugada es hasta ahora la mejor argumentación
explicativa que ha habido en defensa del VAR. Un trabajo arbitral del
40
más alto nivel, sustentado por entero en la capacidad y el
temperamento del juez central, y que a partir de una sola decisión
errónea pudo acabar tirado por la borda, termina por resultar
perfecto gracias a la tecnología.
La provechosa sesión pedagógica del día le alcanzó incluso al
vencido. A pesar de la inevitable tristeza por la derrota, hoy Costa
Rica lo que más debe lamentar es haber perdido su primer partido
contra los serbios. Porque durante el primer tiempo recuperó a
plenitud la memoria, bien pudo irse arriba en el marcador en un
momento dado, y volvió a ser el mismo equipo que hace cuatro
años dejara en el camino a Inglaterra y a Italia. Incluso durante la
segunda mitad, cuando Brasil la encerró en su área y comenzó a
salvarse de milagro, sus jugadores fueron capaces todavía de
peligrosos contragolpes, que sólo el pésimo sentido de ubicación del
ingresado Christian Bolaños (siempre se metía en fuera de juego)
pudo echar a perder.
Pero la propia selección brasileña salió fortalecida de últimas con
esa decisión.
Entiendo que al perpetrar su desprolijo clavado, lo único que
interesaba a Neymar, fuera de cualquier otra consideración y al
mexicanísimo son de “haiga sido como haiga sido”, era otorgar a los
suyos tres puntos que ya sentía escaparse. Sólo que un triunfo a
través de un penal inexistente habría constituido un bochornoso
escándalo, suscitando más dudas que certezas y más irritaciones
que contento.
Buen partido, buena cita.
Mientras tanto, atención todos.
Con el gol sobre la hora (uno más en este Mundial), por completo
justo, obtenido a través de las meritorias vías que propuso Tite y
materializaron sus jugadores, la victoria resulta inobjetable. No nada
más eso: tal gol posee el valor añadido de que no tuvo que
participar en él Neymar, sino tres de los talentosos cómplices que
hoy lo salvan de jugar de náufrago: Firmino, Coutinho, Gabriel Jesús.
Durante los restantes minutos de la compensación, aún hubo
margen para que la ya relajada canarinha (hoy de azul) se diera y
nos diera gusto con un postrer despliegue de jogo bonito
químicamente puro, y hasta para aliviar la egocéntrica y rijosa
angustia de Neymar permitiéndole marcar el segundo y definitivo
gol.
Ahí viene, no Neymar remolcando al Penta.
Ahí viene el Penta con Neymar incluido.
A ritmo todavía no de carnaval, pero sí con prometedores e
inequívocos esbozos de inspirada bossa nova, ahí parece venir ahora
sí Brasil.
41
y acabaría por completo consolidada en dicha posición cinco días
más tarde, luego de que en el flamante estadio Corregidora de
Querétaro derrotara nada menos que a Alemania (la inminente bisubcampeona) por un inobjetable 2-0. No eran pocos los que en ese
momento ya veían la bonita camiseta de los nórdicos en la final,
sugiriendo que lo único por definir era quién sería su rival. Pero
Dinamarca se fue de aquel Mundial en el primer juego de la
segunda ronda, goleado por España en la más grande tarde de gloria
de Emilio Butragueño.
BÉLGICA 5, TÚNEZ 2: MIÉNTEME MÁS.
23 de Junio. Estadio Spartak de Moscú.
La actual selección de Bélgica, por el contrario, venía siendo
candidateada como caballo negro desde antes de que concluyera la
eliminatoria, aparece encumbradísima en el ranking de FIFA y
comparte nicho de privilegio en las casas de apuestas junto a
Alemania, Brasil y España. Y sin embargo, a mí no puede más que
recordarme a aquella Dinamarca.
Bélgica ha goleado en sus dos partidos, regalando estéticas e
inspiradas estampas tanto colectivas como individuales, tiene varios
jugadores que derrochan talento y creatividad, va en camino de
situarse en la ronda de octavos de final con los mejores números del
torneo. Y, a reserva de lo poco o lo mucho que pueda mejorar
Inglaterra para su cita de mañana contra Panamá, no parece que de
momento la tendencia vaya a ser revertida.
Dinamarca llegó en 1986 al Mundial de México sin ningún género de
ruido, sin mayores referencias previas, sin especial cobertura por
parte de la prensa. Su triunfo inaugural ante Escocia no acaparó
demasiados titulares, en razón de lo mucho que había que
cotidianamente decir a propósito de los eternos candidatos y de sus
figuras (Maradona, Zico, Platini, Rossi, Rummenigge). Hasta aquella
tarde del 8 de junio, en el estadio de Neza, cuando hizo pedazos al
Uruguay del “Príncipe” Francescoli y el “Polilla” da Silva al son de 6
por 1, desplegando un futbol espectacular, vistoso, alegre, vertical,
deslumbrante. Los daneses pasaron a convertirse en inesperados
favoritos, en nota principal de los programas deportivos, en
celebradísimo caballo negro propicio a los más favorables augurios;
Sin embargo, yo a Bélgica no le creo. Me gusta, pero no le creo.
Como a alevosa novia de secundaria. Romántico el asunto, pues.
Será por eso que durante todo el trámite del encuentro contra
Túnez me venía una y otra vez a la cabeza la letra de aquel mítico
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bolero: “Voy viviendo ya de tus mentiras, /sé que tu cariño no es
sincero, / sé que mientes al besar / y mientes al decir te quiero”.
bautismo de novatos había sido en Brasil 2014), llegaron en calidad
de favoritos: y se fueron sin pena ni gloria en cuartos, echados por
una selección de Gales que tendrá a Gareth Bale, pero seamos
sinceros, no tiene prácticamente nada más.
Veo a Bélgica sobre la cancha, veo su vocación ofensiva, su técnica
depurada, su privilegiada capacidad para el inspirado cambio de
ritmo en las zonas de creación y de definición. Y quiero creer. Pero
entonces veo también su extrema fragilidad defensiva, la facilidad
con que le llega al área para crearle numerosas ocasiones de peligro
un Túnez para nada malo (digno acompañante de los méritos del
resto de las selecciones musulmanas ya junto con él eliminadas),
pero tampoco nada del otro mundo. Y paso de inmediato a recordar
los tres goles encajados durante el amistoso de hace algunos meses
contra México. Y paso a recordar su tradicional achique con la
llegada de presiones, responsabilidades e instancias mayores.
No obstante todo ello, cuando Bélgica le otorgaba una pausa a sus
bellas, agradabilísimas mentiras; y amagaba bostezar, adormecerse,
mirar el reloj lo mismo que cualquier caprichosa muchacha de
catorce años lista para ir a encontrarse con el siguiente casi-novio de
la lista, había por fuerza que completar la letra de bolero,
impostando una media sonrisa en nuestro rostro, dándole alguna
descuidada palmadita de apapacho al corazón (siempre tan presto a
espejismos): “mas si das a mi vivir / la dicha con tu amor fingido, /
miénteme una eternidad / que me hace tu maldad feliz”.
Y se me reafirma la impresión de que, por más hermosas promesas
de amor que nos prodigue, esta Bélgica no tiene intención alguna de
formalizar noviazgo con nosotros, de que lo que le viene bien es que
quedemos para siempre como amigos.
Y la imposible muchacha enmascarada de posible no se hacía del
rogar. Contestaba siempre, dentro de los estrictos e infranqueables
límites del libreto previamente establecido entre nosotros.
Correspondía con magnanimidad, acaso complacida por nuestra
ingenua devoción, por nuestro fácil contento. Hasta llenarnos de
goles, volátiles prestidigitaciones y vanas promesas los ojos, el
pecho y la canasta.
Y para documentar la suspicacia, la cautela y el platónico suspiro de
resignación, no hace falta en modo alguno retroceder a la
prehistoria, en busca de los apenas plateados días de aquella
selección encabezada por el extraordinario guardameta Jean Marie
Pfaff y el eterno mediocampista Enzo Scifo. Para aceptarle en
calidad de máxima complacencia y máxima recompensa ese beso en
la mejilla con que Bélgica nos roza apenas la esquina de los labios,
basta retroceder nada más dos años, a la Euro de Francia; este
mismo cuadro, estos mismos jugadores, ya para nada inexpertos (su
En instancias mayores la quiero ver.
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primer sitio del grupo. De antemano podía suponerse que el Tricolor
saltaría a la cancha con suplentes, y que ni los verdes ni los amarillos
expondrían gran cosa, ya con la mira puesta en los octavos de final.
MÉXICO Y ALEMANIA 2, COREA Y SUECIA 1: TARDE PERO SEGURO.
23 de Junio. Estadios: Arena de Rostov y Olímpico de Sochi.
El partido fue agónico, sufrido al extremo. La nueva Alemania (la del
toque paciente y educado, la de la inventiva inagotable, la del
elegante juego de conjunto) sólo había aparecido como tal por
lapsos, al inicio de cada uno de los tiempos, arrebatada por la
presión, la urgencia, la creciente angustia; y a semejantes alturas
parecía ya no poder apelar sino a su inconsciente colectivo: esa
inclaudicable vocación guerrera, capaz de remontar las peores
adversidades a puro golpe de temperamento.
El grado de tensión era tal, que Joaquim Loew desde la banca nos
había brindado una gama de expresiones faciales insospechadas,
desconocidas para todos durante sus ya muchos años previos de
gestión a la cabeza de la escuadra teutona. No parecía haber
esperanza. La debacle había amagado comenzar con una pifia del
casi siempre infalible Toni Croos, se había materializado más que
viable conjetura con el gol que puso transitoriamente arriba a los
suecos, y había dado traza de inapelable consumación al minuto 82,
tras la expulsión de Boateng.
Tarde, pero seguro.
Minuto 95 en el estadio Fisht de Sochi. Alemania, la vigente
campeona del mundo, estaba a punto de quedar desahuciada del
torneo. El empate a uno la dejaba en la incómoda, precaria situación
de requerir un obligado triunfo de México sobre Suecia durante la
última jornada, para que (siempre que ella derrotara a su vez a
Corea) una eventual ventaja en la diferencia de goles frente a los
nórdicos le otorgase el pase a la siguiente ronda. El problema era
que en ese partido, a Suecia le hubiera bastado con empatar para
garantizar su propia calificación, y a México (que iba a llegar ya
clasificado) le hubiera bastado con empatar para asegurarse el
Pero, con tal de darle la razón a Gary Lineker en aquello de que el
deporte es un deporte donde se enfrentan once contra once, y
siempre, siempre, siempre…
Toni Kroos, de tiro libre, desde la banda izquierda en relación a su
ataque, marcó un golazo de antología.
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Peccata minuta para Juan Carlos Osorio en cualquier caso. Asunto
del cual ocuparse, pero no del cual preocuparse. Como el ya
insuficiente nivel de Rafa para la alta competencia, pese a su
liderazgo y sus kilómetros andados (hoy repitió una pifia habitual en
su temporada reciente con el Atlas, que casi culmina en gol); como
el también notorio mal momento del Tecatito Corona (tras ingresar
de cambio, casi no la tocó, y se mostraba en exceso temeroso ante
la menor insinuación de un choque); como las inseguridades de
novato que aún dan en aflorarle de pronto a Edson Álvarez… como
no terminar de redondear a plenitud los cierres de partido.
Tarde, pero seguro. Créanle a Gary: siempre gana Alemania.
Tarde, pero seguro.
Minuto 93 en la Rostov Arena. México tocaba el balón de un lado
para otro entre los ensordecedores “ole” de la tribuna, aguardando
el silbatazo final para ver consumado su segundo triunfo de la Copa.
Por fin, bajo la batuta de Rafael Márquez (ingresado al minuto 68
por Guardado) había decidido meter la pelota en la congeladora.
El inicio del cotejo había justificado cierto tramo de toma y daca, de
matar o morir propuesto por la urgencia de puntos que tenían los
coreanos. Pero cuando en el segundo tiempo, y ya arriba en el
marcador gracias a sus limitaciones individuales (evidenciadas no
sólo por la grosera mano que provocó el penal, sino por su
extrarreglamentaria rudeza como casi única herramienta para frenar
al rival), y lo adecuado parecía mesurar la intensidad y el vértigo,
México aceptó entrar en una franca dinámica de medio campo roto
y peligros alternados. Le salió bien, dado que de ese incesante
tobogán surgió el segundo tanto, pero cabe preguntarse si resultaba
indispensable correr el riesgo de que saliera mal.
Peccata minuta, insisto. Peccata minuta, parecía. El Tri estaba
terminando de solventar su trámite contra Corea de manera
correcta, sin dilapidar ni extraviar el crédito obtenido durante su
brillante debut frente a Alemania. Si ante el campeón del mundo lo
más importante era el funcionamiento, y una derrota honrosa no se
hubiera tomado a mal, hoy lo más importante era el resultado: no
ganar como fuese, pero sí hacer valedera en términos numéricos su
condición de favorito. Y México estaba lográndolo. Había sido mejor,
iba a ganar, tenía en sus manos tanto el pase a la siguiente ronda
como el primer lugar de grupo... con una diferencia a favor de tres
goles.
No obstante, ya se conoce su tradicional capacidad —positiva y
negativa—, para volverse siempre del tamaño de su rival en turno,
corresponda al nivel que corresponda. Desde que, hace poco más de
un cuarto de siglo, César Luis Menotti la dispuso en la línea de
actitud y trabajo todavía vigente, la Selección Mexicana siempre ha
sido capaz de agigantarse para jugarle al tú por tú cualquier
potencia, pero también de dejar que rivales inferiores se le pongan
al tú por tú sin que haya necesidad ninguna.
Son Heung-min había sido no sólo el mejor hombre de Corea, y casi
su única arma ofensiva. Son Heung-min había sido la mejor
individualidad sobre la cancha, contabilizando a los jugadores de
ambas selecciones. Justificaba así su condición de estrella en el
Tottenham, y quemaba así quizá su penúltimo cartucho por evitar el
obligatorio servicio militar a que su país está emplazándolo (lo cual
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interrumpiría de tajo su carrera). Y Son Heung-min obtuvo de
últimas su amargo premio de consolación. El gusto que puede
quedarle es que, en una de esas, dicha amargura consigue alcanzar
también a la larga a quienes hoy lo vencieron.
La envalentonada euforia de buena parte de la afición mexicana, así
como de los eternos patrocinadores de la Selección, podrá argüir
que no pasa nada, que ya cambiamos, que ya dimos el salto. Que
México sigue dependiendo de sí mismo para garantizarse tanto la
calificación como el primer lugar de grupo.
La tribuna, mayoritariamente vestida de verde, cantaba. El árbitro
tal vez se había llevado ya el silbato a los labios para decretar la
finalización del encuentro. Son Heung-min, quien regateaba rivales
hacia la esquina izquierda del área grande mexicana, cortó hacia el
centro, sacó un impecable tiro de zurda. Inatajable pese al vuelo de
Ochoa. Gol. Golazo.
Yo opino que la medida de valoración está fija en el quinto partido;
es eso lo único que certificará sin disputa que se ha cambiado, que
se dio el salto. Lo que pudiera venir o no después ya se dispensaría
(por bien que vea a los verdes no los dimensiono aún en un nivel
competitivo y de aspiraciones equivalente al de España o Croacia).
Pero si no se alcanzan los cuartos de final, si no se supera la fase de
grupos, deberá hablarse sin remedio de fracaso; por mucho que se
le haya ganado a Alemania (we play like never, we lost as always).
A las doce del día, tiempo central de la República Mexicana, ese gol
parecía intrascendente, anecdótico. No ponía ya en riesgo el
resultado, dado que el árbitro pitaría apenas volviera a ponerse en
juego la pelota; no opacaba ni la superioridad ni la buena actuación
del Tricolor; no mellaba el hecho de que se hubiera dado otro
consistente pasito más en dirección al quinto partido.
Parecerá que soy un pesimista agorero, deseando la derrota para
regodearme en ella. Nada de eso. Como decía Monsi, se trata de
puro optimismo bien documentado. Demasiados años ya de
mexicano en activo como para no conocernos. Tarde pero seguro, la
angustia.
A las tres de la tarde, tiempo central de la República Mexicana, ese
gol significaba, significa todavía: que si Suecia vence a México el
próximo miércoles por diferencia de una anotación, ambos tendrán
en todo momento —sea cual sea el resultado— la misma cantidad
de goles a favor y la misma cantidad de goles en contra; lo cual
obligaría a pasar al siguiente criterio de desempate: el resultado
directo entre ambos. En resumidas cuentas, si México pierde ante
Suecia, y Alemania lo supera por diferencia de goles luego de su
partido contra Corea, estará fuera del torneo.
Frente a Suecia, México efectivamente tiene en sus manos la
calificación, tanto numéricamente como en función del futbol que
ambas selecciones han respectivamente desplegado. Pero el caso es
que, por algún minúsculo desliz propio, por alguna inoportuna
peripecia ajena, no llegará a esa instancia definitiva en los términos
de tranquilidad que hubiera podido procurarse.
Créanle al “Indio” Fernández: tratándose de México, nada transita
sin pasar más temprano que tarde por el melodrama.
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la táctica fija. Cierto, fue mucho más agradable ver aquel 5 a 2 que
este 6 a 1.
INGLATERRA 6, PANAMÁ 1: CASI UN DEJA VU.
24. de Junio. 21 de Junio. Estadio de Nizhni Nóvgorod.
Pero en lo esencial, tanto en materia certezas y confirmaciones
como en materia de expectativas e incertidumbres, se trató
básicamente del mismo partido.
Apenas como histórica seña distintiva entre los dos cotejos el gol
anotado para los panameños por Felipe Baloy (viejo conocido para
las tierras mexicanas en general y para las michoacanas de la época
reciente en particular). Festejado a lo grande, así entre los jugadores
como en la tribuna y por el propio Bolillo Gómez en la banca, dado
que es el primero de los caribeños en una Copa del Mundo, aunque
con no sé qué de saborcito amargo por ahí. Siempre medio triste, el
festivo fervor que recoge cual migaja el tercer mundo, en medio de
sus derrotas frente a esta o aquella impasible potencia imperial.
Pero volvamos al deja vu. Un rival muy por encima del otro, al que
muchos proponen como candidato para erigirse como la sorpresa
del torneo. Un marcador abultado que impresiona y que no es
injusto, pero que allá debajo deja vigentes muchísimas dudas a
propósito de la efectiva estatura y los efectivos alcances del
vencedor; un marcador de hecho tan abultado, y conseguido hasta
cierto punto con tan extrema facilidad, que en determinado
momento puede operar a manera de nocivo espejismo. Ni Bélgica ni
Inglaterra han afrontado hasta aquí un examen útil para que
podamos dimensionar sus efectivos alcances. Y aunque el duelo que
estelarizarán el próximo jueves para dirimir el primer y segundo
lugar de grupo adelantará sin duda algunas informaciones
¿Qué no es esta la misma película que nos tocó ver ayer, más o
menos a la misma hora?
Tal es la legítima pregunta que pudo hacerse cualquier espectador
ante el partido que hoy ha calificado a los ingleses y eliminado a los
panameños, y que ayer haya visto el partido que calificó a los belgas
y eliminó a los tunecinos.
Cierto, las banderas eran distintas. Cierto, los tunecinos mostraron
dentro de sus limitaciones un nivel bastante superior al de Panamá.
Cierto, Bélgica cimentó su goleada a líricos golpes de caprichosa
inspiración, mientras Inglaterra privilegió la geometría, la disciplina y
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complementarias a ese respecto, lo cierto es que al llegar ya
clasificadas será mucho más lo que ambas selecciones procuren
reservar que lo que arriesguen: ningún rival de miedo que procurar
eludir del grupo H en los octavos de final, como para que la minucia
de terminar como líder o sublíder del sector les quite el sueño.
Habrá pues que esperar los duelos de eliminación directa para
conocer de qué están hechas tanto aquella sensual, seductora y
medio desaliñada dama flamenca del sábado, como esta
encorsetada, correcta, rígida pero no del todo desabrida lady
británica del domingo. A tal punto igualadas, que llegarán al duelo
que las enfrente con el mismo número de victorias, puntos, goles a
favor y goles en contra: como dispuestas frente a un a la vez mágico,
fascinante y tenebroso espejo de novela gótica. Maurice
Maeterlinck y Bram Stoker sonríen a la par, uno desde la Gante
belga en que nació, otro desde el Londres postvictoriano en que
murió, sin que de momento quede muy claro si lo que les hace
sonreír es la ventura, la desventura o el anticipado tedio.
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regresar al presente, provocaba un sostenido aire de impotencia y
angustia. El mismo de “Perdidos en el espacio” (la tripulación
eternamente imposibilitada para volver a la tierra) y de “El hombre
increíble” (David Banner alejándose mochila al hombro con el
término de cada capítulo, entre los mismos acordes de piano
repetidos).
JAPÓN 2, SENEGAL 2: EL TÚNEL DEL TIEMPO.
24 de Junio. Estadio Central de Ekaterimburgo.
Algo de eso tuvo el empate entre Japón y Senegal, verificado en el
estadio de Ekaterimburgo. Algo de esa seducción y algo también de
esa angustia.
Porque era el Senegal del 2018, pero bien podría haber sido aquel
Camerún de 1990, o aquella Nigeria de 1994 y 1998, así como sus
sucesivas herederas (Ghana, Costa de Marfil, la propia Senegal de
2002). El África negra eternamente suspendida en un impredecible
volado a “águila o sol” entre sus prometedoras virtudes y sus
recurrentes, atávicos defectos.
“El túnel del tiempo” es una serie norteamericana de ciencia ficción
de los años sesenta, cuyas voces de doblaje deben estar instaladas a
nivel de jungiano arquetípico en el inconsciente de dos o tres
generaciones de mexicanos, a las cuales tocó verla sucesivamente, si
no mal consigo recordar, en los canales 8, 5, 4, 9...
Porque era el Japón del 2018, pero era la misma cuenta pendiente
de toda la vida, que iguala desde hace ya tantos lustros a nipones y a
coreanos en la condición de supremas potencias asiáticas y a la vez
decorativos complementos menores de la escena futbolística
mundial.
La serie, a lo menos desde mi perspectiva y gusto, resultaba algo
ambigua a la hora de sentimentalmente enjuiciarla. Por un lado, la
idea del viaje retrospectivo en pos de épocas remotas, siempre ha
resultado para la mente infantil por demás seductora. Pero por otro,
el leitmotiv básico para dar sentido a una larga sucesión de
capítulos, es decir, que los protagonistas no consiguieran nunca
Senegal es la misma eterna promesa africana de colorida fiesta,
cabalmente sustentada en el talento individual de varios de sus
jugadores y en unos cuantos luminosos chispazos de juego colectivo.
Pero es también la displicencia irresponsable, la falta de continuidad
durante el transcurso de cada encuentro, la repentina
desorganización generalizada, la inconsistencia táctica.
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Hoy se fue arriba tempranamente y de manera justa, exhibiendo
que hombre por hombre se encontraba muy por encima de su rival,
amagando un potencial triunfo de aplanadora… y luego se
desentendió del encuentro, dio por sentado que ya había ganado,
dejó crecer a Japón, comenzó a ser superado en todas las líneas,
mereció perder la ventaja (y la perdió), mereció irse abajo en el
marcador (y milagrosamente no se fue). Y cuando, ya avanzado el
segundo tiempo, daba la impresión de que a lo máximo que podía
aspirar era a no llevarse la derrota gracias a las limitaciones técnicas
de los japoneses, brotó en el área nipona con una prodigiosa joya,
un derroche de genio y acompañamiento, para consumar un gol por
demás hermoso. Al final Senegal volvió a verse empatada, y la
expresión en el rostro de sus jugadores denotaba que no tenían
demasiado claro cómo había ocurrido: ni lo bueno ni lo malo. Así
mismo nosotros, no tenemos manera de saber qué esperar de ellos
en el siguiente partido: nos gustaría creer en su evidente capacidad
para la magia, pero bien puede ser que su inconstancia y su
tendencia a la desorganización malogren todo ensueño.
de la victoria. Pero le malogra siempre el clímax lo impredecible, lo
no calculable, lo no mesurable. Lo que ninguna avanzada
sofisticación tecnológica ni ninguna esmerada planeación
corporativa puede otorgar: la inspiración artística, la irracional
creatividad, el azar cómico o trágico. Hoy no había manera de
anticipar desde la mecánica previsión ni el pésimo rechace del
portero Kawashima que dio origen al primer gol en contra, ni la
sucesiva improvisación de genialidades que consumó el segundo
(media ruleta de Sabaly, taquito de Niang, incorporación y cierre de
Wagué). Hasta sus dos anotaciones, aunque soportadas por el
respaldo táctico que había colocado el trámite del partido a su favor,
provinieron del terreno de lo impredecible: un balón largo que
controla Nagamoto, pero cuyo remate final le quita con un soberbio
disparo Inui; un centro que el central senegalés le quita a su
guardameta, y que posibilita la segunda jugada donde Inui asiste a
Honda.
Agradable el partido. Dignos de todas nuestras simpatías ambos
equipos —pesar de sus defectos— en razón de su entrega y sus
opuestas virtudes. Pero todo parece indicar que, si la fortuna les
sonríe, a lo más que podrán aspirar es a protagonizar brevemente,
en obvia calidad de víctimas, otra de aquellas célebres series
setenteras: “Tierra de gigantes”.
Japón es el mismo despliegue de tenacidad, orden, constancia y
disciplina de siempre. Y puede decirse que, en lo que corresponde a
preparación, propuesta táctica y planteamiento de partido, ha
avanzado enormidades, amaga acaso proyectarse ya por completo
fuera del túnel del tiempo para proponerse interlocutor hasta del
más pintado en el presente. Pero el túnel del tiempo lo reclama, lo
absorbe, lo devuelve hacia atrás debido la reiterada precariedad
técnica de la inmensa mayoría de sus jugadores. Por trabajo
colectivo, por continuidad de juego, por dominio general en casi
todos los terrenos estadísticos, Japón hubiera sido quizá merecedor
Hasta que dentro de cuatro años, si no se quedan en su eliminatoria
continental, volvamos a verlos de regreso en otro capítulo más de
“El túnel del tiempo”.
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condiciones generales del juego; pero no, la verdad es que se
trataba de un recurso de sorpresa típico en equipos que se asumen
de antemano inferiores al rival, que salen a presionarlo en su área al
primer minuto y le generan varios iniciales apuros defensivos: si la
estrategia resulta, tendrán un gol tempranero a su favor; si no,
abandonarán definitivamente la propuesta al poco rato, y cederán
por completo, sin ningún género de escrúpulo, la iniciativa al otro,
al que por descontado asumen como único capacitado para
sostenerla.
COLOMBIA 3, POLONIA 0: UNA CUMBIA PARA CHOPIN.
24 de Junio. Arena de Kazán.
Por el contrario, Colombia nos ha brindado hoy, por encima de todo,
la agradable sorpresa de hacerse plenamente responsable de su
propio rostro. Sin excusas, sin coartadas, sin falsas humildades. Tras
un inicio incierto, provocado menos por la estrategia polaca ya
descrita, que por su propio recuerdo del juego anterior y del nulo
margen de error de que disponía, aceptó por completo el rol que el
adversario le propuso, se plantó a partir de ahí con una cimentada
actitud de equipo superior, con la disposición de ser ella quien
tomaría el protagonismo y decidiría a lo que se iba a jugar. Y el
encuentro, trabajado con paciencia, con seriedad, pero también con
descaro y arriesgue, sin prisa pero sin pausa, terminó en fiesta
colombiana.
Resulta por demás difícil creer a estas alturas que algunos
postularan a la selección polaca que hoy ha sido eliminada como
una potencial sorpresa, digna de expectativas proporcionales a las
que rodean a Croacia o a la propia Colombia. Porque este día
Polonia ha mostrado poco y nada, ha jugado en todo momento
como un equipo pequeño (en exceso consciente de su pequeñez y
acomplejado por ello), y se ha ido de Rusia 2018 por la más discreta
puerta de atrás.
En términos colectivos, guiada por la mano sabia del argentino José
Pekerman, Colombia está al mismo nivel de México, sólo que
sustentando su zona de creación y definición en sólidas figuras
individuales de la élite mundial con las que el Tricolor no cuenta. Y
eso la coloca según mi juicio, al menos en términos potenciales, un
par de pasos adelante. Como si el Tri tuviera no uno, sino tres
Hoy el único lapso en que Polonia tomó de verdad la iniciativa de
juego, fueron los primeros cinco minutos. Uno se imaginó por un
momento que estaba procurando establecer con autoridad las
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Chuckys Lozano, pero además ya consolidados y maduros. El partido
que se han mandado el día de hoy Radamel Falcao, James Rodríguez
y Juan Guillermo Cuadrado es un partido de gente mayor, de
estrellas de primera línea asumiendo su sitio, comandando el equipo
al mismo tiempo desde la calidad superlativa y desde el carácter.
Pero además soportados por un conjunto que los arropó, que les
otorgó soporte todo el tiempo, que estuvo dispuesto a bailar al
ritmo que le marcaban y les solventó con su respaldo los escasos
momentos de relativa incertidumbre: un conjunto que integran casi
en su totalidad por talentosos jugadores de la línea siguiente (la
línea, ahora sí, de Vela, Herrera, Chícharo).
Pero el caso es que Colombia perdió con Japón. Y saltará al último
encuentro con la obligación de ganar, frente a una escuadra
impredecible lo mismo hacia arriba que hacia abajo. Razones de
sobra para conservar cierto matiz de recelo y duda bajo la franca
admiración; razones de sobra para no perderse bajo ninguna
circunstancia el partido del próximo jueves.
Mientras tanto, más que justificada la festiva melodía que seguro
hasta esta hora debe seguirse escuchando por las calles de Kazán,
como canción de despedida para los tristes polacos.
Muy lejos estuvieron de ese perfil tanto los polacos como
Lewandowski.
Manteniendo semejantes virtudes, Colombia debería despachar sin
demasiados apuros a Senegal en el último partido: un cuadro
talentoso, pero por demás intermitente y algo caótico. El verdadero
enemigo de Colombia será, según mi juicio, como suele pasarle a la
mayoría de las selecciones sudamericanas (incluidas las inobjetables
potencias), su propia sombra. No se explica que un equipo como
este haya perdido ante Japón en su debut, por más que
contabilicemos la ausencia de James por lesión y la expulsión
tempranera. Un equipo capaz de fijar norma el desempeño
excepcional que hoy ha exhibido, no tendría que pasar apuro para
sobreponerse a ese tipo de imponderables ante rivales de
manifiesta jerarquía menor.
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individual. No es que el Maestro, el venerado Óscar Tavárez, no lo
intente: dando indicaciones desde el área técnica con su muleta y su
rostro de viejo sabio de la tribu, tiene no se qué de Pepe Mujica, o
de Benedetti disfrazado de marinero en “El lado oscuro del
corazón”. Y, desde que hace doce años iniciara su segunda etapa
como director técnico de la celeste, viene tratando de reintegrarle a
su proverbial garra la dosis de creatividad y buen futbol que, según
todos los testimonios, la condujo a la gloria en sus ya remotos (y casi
centenarios) años dorados. Bajo esa línea de trabajo la llevó hasta
semifinales en Sudáfrica 2010, y se agenció la Copa América de
Argentina en 2011.
URUGUAY 3, RUSIA 0: LA ESCUELA ESTOICA.
25 de Junio. Estadio Cosmos de Samara.
Pero no hay caso. Carece, entre recuperadores y definidores,
aunque sea de un mediano heredero de Recoba, Francescoli, Forlán.
El Maestro duda en otorgarle semejante responsabilidad al “Pato”
Sánchez o a Urretavizcaya (este último no ha visto ni siquiera un
minuto de juego). Y entonces su escuadra, por instinto y sabiduría, a
pesar de las muchas tentativas y las muchas rotaciones por él
ensayadas, termina siempre jugando a la uruguaya.
Uruguay pareciera no saber jugar bonito. La llegada de la plena
madurez para Cavani y Suárez coincidió con el retiro de Diego
Forlán. Y entre la siempre sólida zona de resguardo (desde toda la
línea defensiva hasta la contención) y sus dos lujosos, temibles
delanteros, se abre no digo yo un abismo, pero sí un territorio
medio árido y conflictivo, por el que en última instancia sabe mejor
pasar ahorrando trámites, lo más rápido posible, saltando la línea.
El segundo tiempo resultó peculiarmente ilustrativo en tal sentido.
Dos goles arriba, con un hombre de más, y evidente desde los cuatro
puntos cardinales que su nivel (no importa cuán cansino, contenido,
onettiano) era superior, que esta vez el empuje cosaco no había
alcanzado para disimular las enormes carencias de Rusia,
correspondía a los uruguayos por elemental lógica y mínimo decoro
tomar la iniciativa. Y es de agradecer que los uruguayos hicieran lo
posible por cumplir el papel, pues cierto estoy de que en su lugar a
otro equipo, pongamos por ejemplo Portugal, le hubiera valido
A fin de cuentas, la capacidad de esos dos killers de élite allá arriba,
da para convertir en servicio y potencial jugada de peligro hasta el
más desprolijo pelotazo, Y a fin de cuentas Uruguay trae en la
historia y la genética esa fealdad tozuda con regia corona de talento
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sorbete y se habría tirado atrás sin pasar del medio campo,
indiferente a nuestra irritación, nuestras súplicas y nuestros
bostezos.
en que sus respectivas estrellas se encuentran distribuidas sobre el
terreno de juego (la multicitada dupla goleadora al frente, los dos
centrales estelares del Atlético de Madrid en la zaga), sino por su
sostenida estabilidad en el estilo y el temple.
Uruguay hizo lo que pudo por tomar el protagonismo. Adelantó
líneas, se acostumbró a iniciar su ataque desde dos tercios del
campo dado el repliegue rival. Pero fue incapaz de abastecer de
balones mínimamente favorables a Cavani y a Suárez. Se notaba
incómodo. Parecía hacerle falta que le quitarán el balón, que lo
obligaran a replegarse, o que alguien fuera a sacar del retiro al
Príncipe Enzo para ponerle algo de imaginación y de sentido a la
penúltima zona. Sólo hacia los quince últimos minutos del
encuentro, ya en el campo el infatigable “Cebolla” Rodríguez, con
los locales tratando de esbozar la heroica y dejando mayores
espacios atrás, consiguió Uruguay convertir en figura al arquero
Akinféyev.
Uruguay no se cae nunca. Hasta en la desesperación y la zozobra es
capaz de mostrarse imperturbable. No hay que dejarse engañar por
los interminables aspavientos de Suárez, los ocasionales desplantes
de Godín, los permanentes reclamos de Cavani: se trata de
ingredientes para aderezar y fijar esa turbulencia quieta, en medio
de la cual los uruguayos se sienten como en casa. Cuando dicha
turbulencia sopla con el viento a favor, el nombre de la contención
uruguaya es sobriedad; cuando sopla con vientos contrarios, se
llama sufrimiento. Y cuando no sopla ningún viento, Uruguay
sencillamente aburre.
“Cebolla” le mejoró mucho la cara a los orientales, tanto entrando
de cambio en el primero y tercer partido, como figurando de titular
en el segundo; pero ya no le da la edad para noventa minutos
completos.
Pero Uruguay, por encima de todo, sabe sufrir, propicia sufrir. No
claudica ni afloja en la adversidad; no desborda ni para mal ni para
bien el vaso, sino en raras ocasiones. No acusa, en fin, esos altibajos
a que el mucho más vistoso y convencionalmente simpático equipo
colombiano es tan propenso.
Ayer manifestaba que, en mi opinión, Colombia aventaja a México
uno o dos pasos, por contar con varias estrellas de primera línea,
incorporadas como titulares a algunos de los más importantes y
protagónicos clubes de Europa. Hoy añadiría que Uruguay, no
obstante sus limitaciones ya enunciadas y su escasa capacidad para
seducir a quienes no son incondicionales suyos, se encuentra a su
vez uno o dos pasos delante de Colombia. No tanto por la manera
Si a alguien le pareció medio gris su manera de someter a los rusos,
pese al tres cero inobjetable, y pese a la inminente goleada que el
guardameta conjuró, debería darle una revisada a la infinidad de
partidos ganados de cabeza, con apenas lo justo y bajo la lluvia, que
le valieron a Uruguay el segundo puesto en la durísima eliminatoria
sudamericana. Debería observar la total ausencia de
melodramatismo en los rostros de los jugadores (reverso radical de
54
sus histriónicos vecinos argentinos) durante el 4-1 que en marzo de
2017, como parte de esa misma eliminatoria, les propinó Brasil en la
mismísima cancha del Estadio Centenario de Montevideo.
Estuvo más que justificada la urgencia de españoles y portugueses
horas más tarde, por quedarse con el primer lugar de su sector y
eludir a los charrúas. Cualquiera de ambas escuadras iba a ser
favorita, cualquiera de ambas iba a acaparar los reflectores. Y, no
obstante, qué alivio no enfrentar a la celeste en octavos si se podía
evitarlo, qué amenazante piedra en el zapato tener que ir a plantarle
cara el próximo sábado.
Como amor de vidalita (vidalita gaucha, vidalita, ay), de este
Uruguay podrás acaso salir vivo, pero corres el elevado riesgo de
terminar, aun cuando ganes, malherido.
55
ESPAÑA 2, MARRUECOS 2. PORTUGAL 1, IRÁN 1: UN OJO AL GATO Y
OTRO AL GARABATO.
transmisión a propósito de lo que sucedía en el otro frente, llegó un
punto donde resultó del todo imposible no bifurcar con una
voluntad medio estrábica la atención, la emoción, el asombro y el
febril cálculo matemático.
25 de Junio. Estadios: Baltika de Kaliningrado
y Mordovia de Saransk.
La mayoría de los medios deportivos se habían permitido augurarle
a la jornada un sabor de puro trámite: España vencería con alguna
holgura a Marruecos, Portugal vencería con lo justo a Irán, y así
pasarían sin apuros como primero y segundo de grupo.
El único elemento de la ecuación que se cumplió fue el último:
España pasó como primero y se medirá con Rusia, Portugal pasó
como segundo y se medirá con Uruguay. Y a algún despistado podrá
parecerle que eso es lo único que importa, pero la verdad es que
hoy las formas exhibidas obligan a reajustar expectativas y
pronósticos. Las dos escuadras ibéricas salen debilitadas de su
respectivo tercer choque, en una proporción que antes del silbatazo
inicial hubiera sido muy difícil de prever.
Sale debilitado Portugal, no porque haya dado un partido más flojo y
timorato que ante los marroquíes, privilegiando una usurera
economía apenas paliada por el exquisito remate de tres dedos
(marca registrada) del veterano Ricardo Quaresma. Ni siquiera
porque en los instantes finales, ya empatado el marcador y lanzados
los iraníes con todo en pos de la victoria, se haya quedado a sólo
unos cuantos centímetros de la eliminación. Portugal sale debilitado
porque su principal (a menudo único) activo para posicionar esa
grisura en pos de los primeros puestos, es decir, la entereza
competitiva y mental de Cristiano Ronaldo, transitó un grave
capítulo de crisis, bajo ningún concepto susceptible de minimizar o
Redactar una crónica digna de lo sucedido en la definición del Grupo
B, exigiría las capacidades polifónicas de un Carlos Fuentes en su
mejor forma. Tal la cantidad de temas narrativos a realzar. Tal la
cantidad de dramas individuales, colectivos y hasta nacionales
involucrados. Tal el desarrollo del argumento mutuamente trenzado
por cuanto en simultáneo sucedía en Kaliningrado y Saransk. Tal el
intenso y sincrónico clímax durante los minutos finales.
Si en principio cada cual habrá elegido sin duda uno de ambos
partidos según sus filias, morbos y fobias, conformándose con ir
recibiendo informaciones complementarias dentro de la misma
56
sacarle la lengua. Si hace dos años el equipo pudo sobreponerse en
la final contra Francia a la lesión tempranera de su astro, hay que
decir que privándole de Cristiano desde cualquiera de las instancias
previas, Portugal jamás habría conseguido ser campeón de Europa. Y
es que lo ha apostado todo a una sola carta: que Cristiano no se
equivoque.
transitaba zozobras, mientras estaba contra la pared, fue capaz de
construir, vuelve absurda la sugerencia de que esta selección no
tiene ataque ni definición. El problema, y grave, son las insólitas
pifias individuales de varios de sus emblemas, su alarmante
fragilidad defensiva, y la absurda necedad de sostener a de Gea en
la portería, cuando resulta a todas luces nítido que el error en el
debut lo hundió anímicamente y no se puede recuperar. La prensa
española sugiere que el partido frente a Portugal fue bueno porque
Lopetegui lo dejó ya diseñado, y que a partir de ahí la nave va
derivando sin timón pese a su tripulación de privilegio. El partido del
domingo contra Rusia parecería una buena, providencial
oportunidad para que España se cimiente en sus virtudes, corrija
errores y ajuste lo que haya que ajustar; no debería tener problemas
para despachar al equipo anfitrión. Pero durante los últimos días
todo el mundo se la pasó repitiendo que no iba a tener ningún
problema con Marruecos.
Hoy, la ya madura y experimentada figura del Real Madrid, volvió a
exhibir flaquezas y desequilibrios propios de su etapa de joven
promesa en el Manchester United. La falla del penalti y la jugada en
que pudo ser expulsado no admiten serle dispensadas, en razón del
rol que él mismo ha aceptado asumir. Son otros, y no Messi, quienes
han establecido que Messi no puede fallar; pero es el propio
Cristiano quien ha establecido que él no puede fallar, y sobre ese
acuerdo ha consentido que Fernando Santos construya íntegro el
actual proyecto de la selección lusitana. ¿Quién puede garantizar a
partir de ahora lo que bajo presiones mayores pueda ocurrirle a
CR7, cuando no estemos hablando del partido definitorio de la fase
de grupos ante Irán, sino de los octavos ante Uruguay, los cuartos
ante Croacia o la semifinal frente a Brasil? Acá no están para cubrir
sus lapsos de desaparición y ausencia ni Bale, ni Kroos, ni Marcelo ,
ni Modric, ni Ramos.
En cuanto al VAR, tengo la impresión de que la propia FIFA está algo
sorprendida de la favorable tensión espectacular que la revisión
arbitral por video es capaz de procurar en determinados casos.
Conocida es de sobra la efectividad dramática y comercial de las
revisiones televisivas en los juegos de la NFL, pero se desconfiaba de
la afectación que un recurso análogo podía representarle a la
continuidad de un deporte tan distinto como el futbol. Y es cierto
que en algunos encuentros el VAR ha sido por instantes más
engorroso que útil; pero en general ha salido favorablemente
librado en la percepción general. Lo de hoy, sin embargo, se cuece
aparte. El azar quiso que, al mismo tiempo, debieran revisarse
sendas jugadas polémicas, con la posición de primero y segundo
Ha salido debilitada España, no por los escasos arribos de gol que
generó durante los últimos dos juegos pese a sus abrumadores
dominios; eso forma parte de una elección y un estilo; se trata de
una seña identitaria que desesperó y disgustó a muchos desde hace
una década, incluso cuando España ganó su Mundial y sus
Eurocopas. Y ver los dos magistrales goles que hoy, mientras
57
lugar de grupo todavía en al aire, y con Irán colocado en la potencial
situación de aguarle la fiesta a alguno de los favoritos: gol anulado
en Kaliningrado a España, posible penal a favor de Irán en Saransk. Y
a saber cuántos millones de espectadores alrededor del mundo, en
ese mismo momento, de ahí hasta el final de ambos partidos, con un
ojo al gato y otro al garabato. Fue emocionante, fue algo nuevo,
contabilizó a partes iguales en beneficio de la justicia y del drama.
Pero quién sabe hasta dónde sean capaces de llevar en un futuro los
dueños del balón (hay que ver la cara de tedio, ignorancia y lejanía
de Infantino en cada estadio donde se presenta a presenciar un
partido), y con cuáles efectos, el potencial lucro recién hallado en el
juguetito.
Una postrer mención a los dos dignísimos equipos que hoy se
despidieron. El futbol árabe, lo mismo de Asia que del norte de
África, y a pesar de su temprana y masiva eliminación en todos los
grupos, ha sido una agradable sorpresa para la Copa.
58
Pero mirando la relajada parsimonia con que los daneses pudieron
permitirse saltar a la cancha, merced a sus cuatro puntos
acumulados en la bolsa, no podía quitarme de la cabeza al Tri y su
partido de mañana, cargado de tensión y de riesgo, a pesar de sus
dos victorias y de que su rendimiento ha sido sin duda muy superior
al de Dinamarca.
FRANCIA 0, DINAMARCA 0: LA COSA ES CALMADA.
26 de Junio. Estadio Luzhniki de Moscú.
Al iniciar la jornada de definición del grupo C, galos y nórdicos
sabían de antemano que un empate les otorgaba en automático la
clasificación a la siguiente ronda, respectivamente como primero y
segundo lugar. El entrenador danés había asegurado que los suyos
saldrían a ganar, porque el que se conforma con el empate suele
llevarse una derrota; el entrenador francés se había indignado ante
las insinuaciones de posible conformismo por parte de algún
reportero, aseverando que él a los suyos les exigía siempre ir en
busca de la victoria. Bonitas frases de circunstancias. Inerciales
adscripciones a la retórica de lo políticamente correcto, siempre
obligada a decir lo que debe decirse aunque no se corresponda en
ningún punto con la realidad.
Primer cero a cero de la Copa, consumado en mitad de un
estruendoso abucheo por parte de la irritada tribuna en el estadio
Luzhniki de Moscú.
Ya desde su alineación inicial, disponiendo un cuadro suplente con
sólo dos titulares indiscutibles (Griezmann y Giroud), indicaba Didier
Deschamps hasta qué punto iba a privilegiar la precaución por
encima de cualquier otra cosa. Si se podía ganar, qué bueno, pero
primero que nada darle descanso a su cuadro base, precaver
cualquier posible lesión, evitar una tarjeta. Más que exigirles ganar,
se diría que Didier se limitó a no prohibírselos; y tengo mis dudas.
Otra para los que opinan que la suerte no juega.
Dejemos de lado a Francia, que aun con remilgos, intermitencias,
lapsos de duda y política general de calculadora usura, había ganado
justamente sus seis puntos, regalándonos incluso en el camino
cuarentaicinco minutos de lujo y belleza durante el primer tiempo
de su juego contra Perú.
59
Desde el otro encuentro del sector, Perú se hizo cargo de ponerle
otro granito de arena a la reinante atmósfera de tregua y calma
chicha, yéndose arriba en el marcador y quitándole a Australia sus
ya de por sí reducidas aspiraciones de igualar en puntos con
Dinamarca.
cierre de la jornada de hoy (monopolizadas casi todas por Argentina
y Messi).
En cualquier caso, la estrategia de disponer los partidos de
definición de grupo a la misma hora, con la finalidad de conjurar
tácitos acuerdos y groseras especulaciones, exhibió hoy que no
existe recurso capaz de descartar al cien por ciento dicho riesgo.
Y no es que Francia y Dinamarca cancelaran en definitiva cualquier
afán de marcarle un gol al rival. Llegadas hubo algunas, intervención
de los arqueros hubo alguna. Pero la verdad es que el resguardo de
lo que a una y otra les interesaba resguardar acabó de modo
previsible determinando cada vez más a qué jugaban y cómo
jugaban.
Pareciera que, amparado en la matemática, hasta el más eufórico
Clavillazo acaba canjeando su entusiasta “pura vida, nomás”, por un
mucho más cauteloso y discreto “la cosa es calmada” (y que los
millennials acudan a wikipedia y a youtube para descifrar la
referencia).
El abucheo del público se lo ganaron a pulso, visto que hasta hoy
ningún partido había visto irse las metas en blanco, pero sobre todo
que siempre había habido por lo menos un equipo sobre el terreno
de juego haciendo lo posible por obtener la victoria. Sin embargo,
más allá del fugaz pundonor exhibido por algún jugador aislado en
los momentos donde la indignada presión del respetable
aumentaba, el contenido gesto dominante, así en la cancha como en
los banquillos, fue sin duda el de un displicente encogimiento de
hombros.
Partido para el olvido, o inesperado homenaje al escenario
mundialista promedio en Italia 90, acaso este par de roscas hayan
cumplido un efecto de remanso terapéutico, desagradable pero
necesario. Un intervalo dietético entre las condimentadas
intensidades que deparó el cierre de la jornada de ayer (repartidas
entre España, Portugal, Irán y Marruecos) y las que auguraba el
60
trató de Messi e Higuaín, ni de Banega y Agüero, ni de Di María y
Pavón. El tanto que consiguió liberar en definitiva la enorme presión
acumulada por la albiceleste y por decenas de millones de
aficionados argentinos de todas las edades durante los últimos días,
ha sido obra de sus dos picapedreros acaso más rústicos, más
rudimentarios, más antiestéticos. Y eso a partir de hoy puede obrar
menos como una penosa limitante que como una amedrentadora
virtud. La imagen de Messi subido a las espaldas del anotador
durante el festejo, resulta por completo ilustrativa. Hoy Argentina
recuperó primero a su semidivino diez (aunque luego las
circunstancias llevaran a sentir que lo extraviaba de nueva cuenta), y
luego, a golpe de víscera, de entraña, de pendenciero y lacrimógeno
tango, recuperó su sitio en el mundial; un sitio que, tratándose de la
camiseta de la cual se trata, mientras siga con vida, corresponde sin
ningún género de reparos al protagonismo, y es capaz de generar
inquietud hasta en el más pintado (motivos tiene de sobra para la
preocupación, a partir de esta noche, el joven equipo francés).
Centro de Gabriel Mercado, remate de Marco Rojo. Gol, gol, gol.
Gol de Argentina, carajo.
ARGENTINA 2, NIGERIA 1: LA HIJA DE LA LÁGRIMA.
26 de Junio. Estadio Krestovski de San Petersburgo.
I
Centro preciso por fin desde la banda, impecable remate por fin en
el corazón del área.
II
Argentina a los octavos de final gracias a un agónico gol en el minuto
87, ya con los circuitos emotivos saturados por completo, las ideas
confusas y revueltas, el hilo de que pende el alma prácticamente
roto.
Considero que ninguna afición mundialista posee un peso potencial
tan influyente sobre ciertos momentos del desarrollo del juego
como la argentina.
La jugada descrita no se cumplimentó desde ninguno de los
nombres que uno anticiparía para realizarla en esta selección. No se
Todos entendemos la presión y el aliento que en cualquier lugar del
planeta tiene la tribuna sobre los jugadores, los cuerpos técnicos, los
61
árbitros, y que su intensidad mayor o menor tiene que ver con
colores, regiones, idiosincrasias, palmarés, etc.
esquina se desperdiciaron uno tras otro de modo patético, la
hinchada consiguió articular varias generalizadas arengas
apaciguadoras como mensaje de respaldo, como apapacho solidario,
como palmadita del manager en el rostro del boxeador, antes de
mandarlo de regreso al centro del ring.
“Los aficionando están poniendo lo suyo” suele decirse cuando el
público asume y encausa de cara al encuentro en turno la dosis de
carga emotiva que de él se espera. Pero convencido estoy que con
los argentinos estamos hablando de un poquito más que eso.
Recuerdo con claridad la emoción de Jorge Valdano como
comentarista de los cuartos de final entre Holanda y la albiceleste
en Francia 98. Los naranjas estaban poniéndoles poco menos que un
baile a los sudamericanos, pese a la transitoria igualdad en el
marcador, pero cualquiera que se hubiera limitado a escuchar el
ambiente en la tribuna habría asegurado sin dudar que era justo al
revés. Valdano confesó que le parecía conmovedor el empuje de la
hinchada, dado que su disposición y sus reacciones no se
correspondían en lo más mínimo con cuanto se desarrollaba en la
cancha.
Como un jugador más, la afición argentina también se fatiga,
también se desconcierta, también le tintinea en los ojos el
desánimo. Pero basta el menor estímulo enviado desde abajo para
que se reagrupe y vuelva a lo suyo. Con la misma pasión que todo el
resto de las aficiones del orbe, pero con un oficio en el que resulta
difícil igualarla.
Dicen que les dijo el inmortal Obdulio Varela a sus compinches
uruguayos en Maracaná, el día que ganaron la final: los mirones son
de palo. Es decir, que los más de 200 mil enfebrecidos brasileños
que colmaban la tribuna, no jugaban.
Me temo que el consejo no hubiera aplicado si, en lugar de en Río
de Janeiro, hubieran estado en Buenos Aires.
Hoy, después de largos días de tensión, de pesimismo generalizado,
de reproches, berrinches y chismes, la afición argentina concurrió a
las graderías del estadio Krestovski de San Petersburgo no sólo para
pintarlas por completo de blanco y de celeste, sino para de alguna
suerte echarle una veterana y tiempista mano a Sanpaoli en uno de
los rubros donde más parece flaquear: el envión sentimental, la
orientación anímica. Y es que la afición argentina no acompaña los
partidos: los trabaja. Como si fuera un jugador más.
Todavía cuando, con el marcador empatado, a los futbolistas
comenzaron a escasearles las ideas y aflorarles los miedos, y Messi
principió a no atinar otra vez ni los pases más cortos, y los tiros de
III
Además del enorme fortalecimiento anímico que Argentina ha
obtenido con su victoria, hay otro aspecto en el funcionamiento
colectivo que merece destacarse con equivalente importancia. Y es
que hoy fueron varios otros, además de Messi, quienes en diversos
lapsos del encuentro demandaron protagonismo ofensivo.
Primero que nada, quiero referirme a Di María. Desde hace años me
62
ha parecido que el “Fideo” sufre en su selección la misma zozobra
que Lío, aunque las responsabilidades que se le atribuyan sean
mucho menores. Y hoy se le vio otra vez, a lo largo de todo el primer
tiempo, con cara de asustado: tropezando, recibiendo cualquier
cantidad de faltas; pero sin desaparecer, sin volverse fantasmal,
pidiendo una y otra vez la pelota, intentando.
suyo la enorme sombra de aquel gol fallado durante la final de hace
cuatro años.
IV
Argentina está en la siguiente ronda.
En la segunda mitad, apenas ingresado, el dolor de cabeza para los
nigerianos fue Cristian Pavón, arribando siempre por la punta
derecha.
Y habrá quien opine que no durará mucho, que pasó a los tumbos y
llorando, que de hecho no paró de llorar durante toda la etapa de
grupos: fuese de ilusión, de desesperación, de despecho, de
incomprensión, de rabia, de alegría.
Pero quien debe acaparar según yo los mayores elogios es Éber
Banega, quien ha jugado un partido de altísimo nivel dando pausa,
abriendo espacios, convirtiéndose en el silencioso hermano menor
de Messi sobre el campo. Banega capitalizaba casi cada contingencia
a la que se veía sometido Di María: donde a éste lo tropezaban,
aquel recibía; donde a éste en multitud lo congestionaban, aquel,
solitario, desahogaba; donde aquel corría (llevándose detrás una
estela de perseguidores), éste permanecía quieto con la pelota en
los pies y encontraba a quién pasar. Y cuando también a él, como a
los otros, comenzaron a extraviársele las ideas y el sosiego, todavía
nos regaló un par de providenciales barridas en sector defensivo. Su
asistencia para el magistral gol de Messi sirve como resumen y
broche de coronación de lo que Banega representó esta tarde en
San Petersburgo.
Yo, por mi parte, no puedo dejar de pensar en lo poco que haría
falta para que terminara cobrando franco parecido con aquella Italia
de 1982, con aquellas albicelestes de inicio también comandadas a
los tumbos por Bilardo en 1986 y 1990.
Y pienso además en aquel oportuno recordatorio de Charly García,
que constituye casi una declaratoria de identidad patria: No te
olvides, no te olvides nunca, que yo soy la Hija de la Lágrima.
Del otro lado de la balanza (el de los melodramas con desenlace
diferido para el próximo episodio), Higuaín sigue alimentando detrás
63
encontrándose todo el tiempo en el mismo sitio exacto donde la
habíamos dejado hace cuatro años, y sus posibles avances, sus
posibles retrocesos, sus fundadas expectativas, su rasero evaluativo
para la misión cumplida o el fracaso, deben dimensionarse desde
ahí. Ni más arriba, ni más abajo. Y paso por paso.
SUECIA 3, MÉXICO 0: FALLASTE, CORAZÓN.
27 de Junio. Estadio Central de Ekaterimburgo.
“Y, cruel y despiadado, de todo te reías. Hoy imploras cariño aunque
sea por piedad”.
Resulta comprensible, dada la presión que ha acompañado casi todo
el proceso de Juan Carlos Osorio, que tras el prometedor debut
frente al todavía vigente campeón del mundo, los seleccionados
nacionales cedieran en alguna medida a la tentación de
envalentonarse. La mesura promedio impuesta a las declaraciones
de sus hombres por el inteligente estratega colombiano, no
consiguió enmascarar del todo durante los últimos diez días cierta
socarronería: la habitual actitud de aquellos a quienes urge hacer
sentir que están “callando bocas”.
Acompañemos la crónica de hoy con las siempre sabias, siempre
atinadas, siempre pertinentes palabras del maestro Cuco Sánchez.
“¿Adónde está tu orgullo? ¿Adónde está el coraje?”.
“Y tú que te creías el rey de todo el mundo. Y tú que nunca fuiste
capaz de perdonar”.
Y también resulta comprensible el radical viraje oportunista de
muchos implacables críticos, para los cuales el Tri antes de Alemania
era una vergüenza, imposibilitado de antemano siquiera para el
cuarto partido, y después de Alemania se convirtió de golpe y
porrazo en potencial candidato al título.
Si en vísperas del Mundial casi todos los augurios para el equipo
mexicano eran catastróficos, la victoria frente a Alemania disparó
los entusiasmos fuera de toda medida, fuera de toda proporción,
asumiendo realidad testimonial los artificiales y lucrativos
panegíricos de toneladas de patrocinadores. Pero tan excesiva la
anticipada declaratoria de naufragio como la posterior profecía de
ya inevitables glorias. La selección mexicana ha seguido
“¿Por qué hoy, que estás vencido, mendigas caridad?”.
64
Yo prefiero mantenerme en mis trece: el equipo de Osorio siempre
tuvo el potencial para igualar lo conseguido por los anteriores
representativos nacionales desde 1994; hoy lo ha demostrado, hoy
ha vuelto a superar la primera ronda, hoy se ha proyectado una vez
más a los octavos de final. Pero su desempeño vuelve por completo
imposible predecir si dispone de mayores argumentos respecto de
sus predecesores para alcanzar los cuartos, para pasar la frontera
largamente infranqueable e instalarse por fin en el quinto partido. Y
ése deberá ser el parámetro a partir del cual, en último término, se
le evalúe.
triunfo de Corea ante los germanos, hará seguro renacer el
escepticismo terminal de la mayoría, en idéntica proporción a las
cuentas alegres que provocó el triunfo 1-0 del día 17. Pero lo cierto
es que México, aunque con diferente tobogán emotivo a cada turno,
tiene a su afición en el mismo exacto sitio que ante Bulgaria en
Estados Unidos 94, ante Alemania en Francia 98, ante Estados
Unidos en Corea-Japón 2002, ante Argentina en Alemania 2006 y
Sudáfrica 2010, ante Holanda en Brasil 2014.
“Maldito corazón, me alegro que ahora sufras. Que llores y te
humilles ante este gran amor”.
“Ya ves que no es lo mismo amar que ser amado. Hoy que estás
acabado, qué lástima me das”.
Hace una semana, la estatura de México se medía por haberle
hecho la vida difícil a Alemania. Pero a Alemania le hizo también
difícil la vida Suecia el pasado sábado, aunque perdiera. Y a
Alemania le ha hecho la vida imposible hoy Corea, derrotándola por
un gol de diferencia más que el Tricolor. Y ya desde ahora puede
garantizarse que ésta será recordada como la peor Alemania en
toda la historia de los mundiales, dado que nunca antes, ni en sus
versiones más grises, se había quedado en la ronda de grupos. Esta
historia la vivimos en todas y cada una de las Copas del Mundo: el
gigante que de entrada todos ponderan invencible, y al que de
últimas todos aseveran que ya sabían inservible. No tiene sentido
meterse a debatir en demasía si la Alemania contra la cual jugó
México contabilizaba todavía como gigante invencible, o
contabilizaba ya como piltrafa inservible. En la numerología y en los
logros, México derrotó por vez primera en un Mundial a un
campeón vigente, y eso tiene su indebatible mérito, eso entraña en
sí mismo un pasito (pasito nomás) hacia adelante. Sólo que México
La pregunta que en este momento debe bullir en la cabeza de
muchos aficionados, en la sala de redacción de múltiples medios
informativos, y en interminables mesas de análisis, es cuál podrá ser
el verdadero rostro de la Selección Mexicana. ¿El que mostró frente
a Alemania, o el que mostró frente a Suecia? La verdad es que son
los dos. Y en ese sentido, tal vez el más fiel y completo testimonio
de la realidad del futbol mexicano haya que buscarlo no en los
anómalos extremos consumados ante sus rivales europeos dentro
del grupo, sino en el juego contra Corea del Sur. México puede llegar
a jugar tan bien como jugó contra los alemanes, y tan mal como jugó
contra los suecos, pero la verdad es que su rendimiento promedio
más sostenido se corresponde antes bien con lo que exhibió ante los
coreanos. Si eso alcanza o no para superar la primera ronda de
eliminación directa, es algo que en este instante nadie puede
responder con certeza. El pase de panzazo adeudado al heroico
65
no vino a Rusia para eso, y muchos se congratularon olvidándolo.
México vino a Rusia para instalarse entre los mejores ocho del
torneo.
máximo todas sus conquistadas virtudes, este papelón —por pura
fortuna no definitivo— ha permitido desnudar hasta el último de sus
vigentes defectos.
“La vida es la ruleta en que apostamos todos”.
“Fallaste, corazón: no vuelvas a apostar”.
Quizá el rasgo más alarmante durante la derrota mexicana de hoy
en Ekaterimburgo, corresponda al derrumbe anímico del equipo. La
presión comenzó a comerse al Tricolor desde la primera mitad. Y si
bien por algunos lapsos daba la impresión de que iba consiguiendo
revertirla a partir de la recuperación de su futbol, bastaba un
manotazo sueco sobre la mesa para que el temor se recobrara
íntegro. Y el temor devino franco miedo con el primer gol. Y el
miedo devino pánico con el segundo. Y con el tercero se pasó del
pánico a una desolación medio resignada. El temple emotivo, la
mentalidad, el carácter, que esta generación de jugadores ha
proclamado como su más ostentosa seña de identidad, quedó
reducido a nada durante los últimos quince minutos de juego.
“Y a ti te había tocado nomás la de ganar. Pero hoy tu buena suerte
la espalda te ha volteado”.
Sería erróneo que mañana jugadores y cuerpo técnico comenzaran a
evaluar íntegro su paso por la primera ronda a partir de la derrota
contra Suecia. Pero sería peor (y a este equipo tiende a darle más
bien en automático por ese lado) minimizarla, aseverar que no borra
todo lo bueno que se había hecho, que se trató de un mero
accidente, de una irrepetible anomalía. Hoy Suecia no se limitó a
ganarle a México; hoy Suecia le pasó por encima en todos los
órdenes. Y si el juego inicial frente a Alemania sirvió para exhibir al
66
variados: la vieja y ruda escuela de que la letra sólo con sangre
entra, propia de Argentina; la total incertidumbre de futuro, trazada
con franca insinuación de línea descendente por México; la tersa y
medio anodina amabilidad de escuela activa, propia de Dinamarca,
sin mayores conflictos o sobresaltos en el camino, pero quién sabe
qué tan útil frente a un horizonte turbulento; el usurero
conservadurismo de apariencia juvenil y mentirosa envoltura
progre, propio de Emmanuel Macron… quiero decir, de la selección
francesa.
BRASIL 2, SERBIA 0: ME DIJERON QUE ACÁ VIVÍA MI PADRE.
27 de Junio. Estadio Spartak de Moscú.
Dentro de semejante variedad de cataduras, quien en lo que va de
esta Copa del Mundo mejor se ajusta a un perfil formativo
convencionalmente ideal, quien más capaz se ha mostrado de
convertir el siguiente paso en sólida instancia de avance y ascenso
respecto del paso precedente, ha sido para mí (junto con Croacia)
Brasil.
Brasil ha venido aprendiendo partido tras partido. Brasil ha venido
depurándose, partido tras partido. Brasil ha sido cada vez mejor,
partido tras partido.
Más acá de enseñanzas de mayor alcance, correspondientes al
mediano y al largo plazo históricos, un Mundial representa en sí
mismo, para cada una de las selecciones que participan en él, un
ciclo de aprendizaje completo. Implementación de estrategias
didácticas, debate de escuelas pedagógicas, progresiva acumulación
de experiencias y sapiencias, obligadas y vertiginosas maduraciones
de partido a partido.
Brasil ha ido acumulando aprendizajes, ha corregido errores, ha
ejercido la memoria, le ha dado continuidad a los hallazgos, se ha
sobrepuesto con progresiva autoridad a las adversidades.
Durante el partido de debut ante Suiza, su propia soberbia y su
propia pereza le malograron tanto la actuación como el resultado;
primero pudo golear, luego le empataron, y cuando intentó retomar
el control era ya demasiado tarde. Hoy, frente a Serbia, el trámite
del encuentro pareció sugerir en algún punto la reiteración del
Conforme las jornadas de resolución de grupos se encargan de
cumplir con la labor discriminatoria que les corresponde,
reduciendo a la mitad el número de participantes, entre las
selecciones que sobreviven podemos observar los perfiles más
67
mismo libreto; al inicio de la segunda mitad, ya con ventaja en el
marcador, la verde amarelha aminoró la intensidad, y los balcánicos
se le vinieron encima con varias jugadas peligrosas; el empate
parecía inminente, pero esta vez Brasil plantó cara, retomó el
protagonismo, amplió la ventaja y, asumiendo en toda la línea su
condición de equipo grande, de potencia, de favorito, terminó
ofreciendo un grato despliegue de técnica, de habilidad y de belleza:
otra medida pero agradecible dosis de jogo bonito, más amplia y
más serena que la brindada durante la compensación frente a Costa
Rica.
los tres partidos. Hoy se sumaron a la dupla desde el principio
Paulinho y Gabriel Jesús; el único que sigue desentonado y no
termina de participar en el concierto, es Willian.
El cierre ante los centroamericanos había permitido a su vez la
liberación de Neymar; el gol final rematado en llanto despejó de sus
espaldas el enorme peso que sentía cargar. Y esa liberación se vio
nítida hoy sobre la cancha. Nada de tropezones; nada de histéricos
reclamos por un protagonismo individual que en cualquier caso
terminó siendo suyo aunque no anotara; nada de confrontaciones
con el rival, pese a que el juego tuvo sus lapsos de dureza; nada de
reclamos contra el árbitro. Neymar se integró como pieza de
privilegio a la cada vez mejor aceitada maquinaria amazónica;
participó activo y entusiasta hasta el último instante (a dos minutos
del final seguía generando oportunidades y corriendo a todo tren en
busca de su gol); regaló dos o tres desplantes técnicos como para
enmarcarlos…
Nada garantiza que este aplicado aprendizaje brasileño, con su
progresivo ascenso peldaño a peldaño, vaya a alzarse con el título.
Otros, a través de devenires muy distintos, y aún opuestos,
ingresarán a la ronda de eliminación directa con aspiraciones y
argumentos proporcionales a los suyos. Pienso por ejemplo en la
Argentina de Messi, que subió a tientas y con dificultad el primer
escalón, se cayó de la escalera apenas amagó el segundo paso, pero
remontó mediante un desesperado y postrer salto el margen de
ascenso perdido que parecía haberla exiliado ya del torneo;
tratándose de la albiceleste, quién sabe hasta donde pueda
alcanzarle semejante envión.
Apenas transcurridos unos cuantos minutos, Marcelo tuvo que
abandonar el campo por lesión, y dada la influyente presencia del
carismático lateral del Real Madrid tanto en la zaga como en la
ofensiva de la canarinha, se presentía algún descontrol, alguna
zozobra, alguna inquietud. En su lugar ingresó Filipe Luís, para
ofrecer una actuación inspirada, impecable.
Pero el hecho es que este Brasil asusta. Hubiera asustado aunque
viniéramos recién salidos del triunfo contra Alemania. Cuánto más
no asustará hoy, que México parece haberse convertido por
enésima vez en Juan Preciado: nada más que un huérfano
extraviado en busca del implacable fantasma de su padre.
Neymar, pues, se ve fuerte, se ve conectado, se ve feliz. Pero lo más
importante es que se ve muy bien acompañado. El puesto del mejor
hombre de Brasil en lo que va de la Copa se lo disputa Philippe
Coutinho, quien ha mantenido un nivel inspirado y parejo durante
68
Por supuesto, para sostener el símil, habría que aclarar que los
cafetaleros serían respecto al Tri un hermano ligeramente mayor
(no demasiado), con el cuerpo algo más embarnecido y la pelusilla
adolescente bajo la nariz ya algo menos rala. Hace unos días
aseveraba yo que la selección mexicana debía situarse en un escalón
inmediato inferior respecto de la colombiana, en virtud de la
divergente jerarquía de calidad entre sus respectivas estrellas
principales; y lo sigo creyendo. Pese a la innegable calidad de varios
de sus jugadores, nada al interior del Tri puede articular un tridente
proporcional al que conforman James, Cuadrado y Falcao.
COLOMBIA 1, SENEGAL 0: AIRE DE FAMILIA.
28 de Junio. Estadio Cosmos de Samara.
Sin embargo, Colombia no parece terminar de creerse esa ligera
mayoría de edad, y hoy, más allá de la misión cumplida de instalarse
en los octavos de final, estimo que experimentó un significativo
retroceso en su funcionamiento y su confianza (como México ante
Suecia). La Colombia que derrotó a Polonia (como el México que
derrotó a Alemania), pintaba como un indeseable y peligroso sinodal
en los partidos de eliminación directa. Esta Colombia de hoy no
podrá saltar sino en calidad de víctima ante los ingleses (como
México ante Brasil).
A partir del equinoccio de verano, cumplimentado el pasado día 21,
concluyó el ciclo solar tradicionalmente contemplado por la
astrología para los signos primaverales, y comenzó el ciclo
correspondiente a los signos estivales (Cáncer, Leo, Virgo).
En vísperas del Mundial se suscitó una escaramuza algo grosera
entre mexicanos y colombianos. Durante el partido de despedida del
Tri en el estadio Azteca, frente a Escocia, la tribuna, enardecida de
inconformidad por el rendimiento de los verdes, clamó durante
largos minutos por la salida de Juan Carlos Osorio. Algunos en
Colombia, comenzando por el Club Millonarios de Bogotá, se
sintieron en obligación de restituir con declaraciones pendencieras
el honor patrio que se les antojaba mancillado a través de la figura
Sin embargo, mientras se desarrollaban las acciones entre
colombianos y sengaleses en la Cosmos Arena de Samara, yo no
podía desprenderme de la sostenida impresión de que nos
hallábamos aún de alguna suerte bajo el signo de Géminis. Y es que
Colombia da de pronto en parecerse tanto a México, se halla a tal
punto próxima a él en tantas múltiples facetas, sobre todo
conductuales y emotivas.
69
de su connacional; y para rematar tan lamentable despropósito, más
de algún periodista en México se consideró a su vez obligado a
corresponderles en idénticos términos.
feliz, porque James saltó a la cancha decidido y feliz. Y cómo hoy
James salió abrumado a partes iguales por la eventual eliminación
del equipo, y por su lesión no del todo superada (a pesar del
magistral encuentro que brindó ante los polacos); y como en muy
temprana instancia James tuvo que abandonar el campo por las
presentidas secuelas de dicha lesión; y como la propia tribuna se ha
contado como un cuento bonito, pero la verdad bastante inútil, esa
James-dependencia, Colombia se transformó durante más de tres
cuartos de partido en una pálida caricatura de sí misma.
Semejante tipo de polémicas terminan siendo todas iguales. Que si
México no había alcanzado los logros de Colombia (su Copa
América, sus títulos en la Libertadores, su histórica goleada en el
Monumental de River, su aún inolvidable generación dorada de los
90, sus principales figuras repartidas desde hace tiempo en varios de
los mejores clubes de la élite europea). Que si Colombia (su
generación dorada bajándose desde la primera ronda en el 94 y el
98, su no clasificación durante las tres Copas del Mundo siguientes)
pese a esos logros, ya quisiera la continuidad mundialista de México:
esa sostenida presencia suya en las últimas siete ediciones, llegando
siempre a los octavos de final.
Una caricatura tan pálida como el México del día de ayer.
De hecho, podría decirse que el partido comenzó recién al minuto
75.
Colombia (como México ayer) dependía de sí mismo para
garantizarse el pase. Debía ganar. Pero si en una de esas se
mostraba incompetente para hacer su trabajo (como México ayer),
restaba la opción de que le echaran la mano desde el otro partido
del grupo que en ese mismo instante estaba desarrollándose (como
a México ayer). Así que sus aficionados en el estadio (como los de
México ayer), seguían a través de sus teléfonos celulares cuanto
estaba ocurriendo entre los otros rivales del sector.
El típico pleito entre dos hermanos que se parecen demasiado, y a
los cuales les cuesta un enorme trabajo reconocerlo y aceptarlo.
Desespera un poco la inconstancia de Colombia. La falta de
confianza en sí misma que es capaz de experimentar. La enfermiza
convicción de dependencia que ha construido en torno a James
Rodríguez. James no es Messi, James no es Cristiano: pero no
tendría siquiera que plantearse serlo, dado que posee alrededor un
consistente equipo, sabiamente trabajado por Pekerman, con un
potencial que no mengua catastróficamente cuando él falta. Sin
embargo, no hay caso; Colombia se ha convencido de que no puede
ser la misma sin James; James se ha convencido de que Colombia no
puede ser la misma sin él. Ante Polonia, Colombia salió decidida y
Hacia el minuto 60, una ovación estalló en la tribuna: Polonia, ya
eliminado, acababa de anotarle a Japón, y eso permitía que a
Colombia le alcanzara con no perder. Por alguna extraña razón, los
senegaleses, quienes desde el arranque habían tomado la iniciativa,
dominando a un adversario impreciso, inoperante y medio
sonámbulo, al enterarse de la noticia (no alteradora del hecho de
70
que a ellos les había bastado todo el tiempo con el empate) dejaron
de ofender, se tiraron atrás, comenzaron a hacer tiempo,
propiciaron que un cuadro colombiano ya algo menos tenso
comenzara a forzar tiros de esquina. Vinieron quince minutos que
ambos, gustosos, se habrían ahorrado junto con el resto del trámite.
Al 74, no obstante, Colombia capitalizó uno de esos tiros de esquina,
asegurándose no sólo la calificación sino el primer lugar del grupo. Y
sólo entonces, repito, comenzó propiamente el partido.
anotaran. Y como Polonia tampoco mostró interés en incrementar la
ventaja, los últimos diez minutos en el estadio de Volgogrado
consistieron en dos equipos que peloteaban sin traspasar jamás la
media cancha. Actitud de los nipones que les merecería pasar a la
siguiente ronda por su fair play (sic).
Las mismas muestras de agradecimiento que hubo ayer en la
embajada coreana en México, pudieron presentarse hoy en la
embajada colombiana en Tokio.
Senegal se lanzó al ataque con tanto ímpetu como escasa idea.
Colombia contragolpeó un par de veces, pero luego prefirió
acumular todas las dilaciones concebibles, por cuarenta centímetros
más o menos en el cobro de una falta, por el cambio de gafete de
capitán, o por lesiones que podían ser lo mismo reales que fingidas,
indiferente al hecho de que con esas vulgares estratagemas adquiría
franco talante de equipo chico. Total, así mismo había dirimido en
Lima con Perú su pase al Mundial en octubre del año pasado: el
empate le garantizaba a ella la clasificación, y a los anfitriones el
repechaje contra Oceanía, y a partir del minuto 77, tras un autogol
que emparejaba 1-1 los cartones, ambos cuadros renunciaron por
completo a jugar, dejando que el partido se acabara.
Y aunque ayer los mexicanos salieron cabizbajos y apesadumbrados,
y hoy los colombianos salieron exultantes y eufóricos, y aunque en
el caso de Colombia (como en el caso de México) resulte imposible
anticipar si saldrán a jugar con la sólida fisonomía mostrada ante
Polonia (ante Alemania) o la pacata fisonomía mostrada ante
Senegal (ante Suecia), no cabe duda que ambos han cobrado, de
cara a los octavos de final, un inconfundible aire de familia.
En homenaje a esa ratonil efeméride, aquí al final (como ayer entre
México y Corea) todo quedó entre latinoamericanos y asiáticos.
Enterados de lo que acontecía en Samara, los japoneses dejaron
atacar, y comenzaron a dejar que el tiempo transcurriera; perdían,
sí, pero si en su intento de alcanzar el empate les encajaban otro
tanto los polacos, iban a quedar debajo de Senegal en la diferencia
de goles; así que lo apostaron todo a que los senegaleses no
71
ÉPICA Y TRAGEDIA DE LA SEGUNDA RONDA
72
claridad a su turno Francia, Dinamarca, Colombia, Senegal, Japón.
Partidos definitorios programados a la misma hora para conjurar
toda especulación sospechosa, y que sin embargo arrojan como
saldo a una selección capaz de echar por la borda el más elemental
sentido de deportivismo (atrincherado en su propia mitad del
campo con el marcador 1-0 en contra, Japón se conformó con
aguardar que su rival en puntos no marcara gol), y que en premio
obtuvo el paso a la siguiente ronda gracias a un criterio denominado
“fair play”.
DIVAGARES DEL PRIMER ASUETO: ÉPICA Y ÉTICA.
29 de Junio.
No está mal, repito. Se trata de un debate consustancial al futbol. La
ética contradicción donde se trenzan y reproblematizan
interminablemente miedo y osadía, devenir y resultado, interés
lucrativo y espíritu lúdico, mafiosa especulación en la calculadora y
dignidad poética en la punta del pie. Y parte del sentido y la
enseñanza implícitos en semejante dialéctica, aun cuando duela,
pasan por la latente alternativa de que no siempre ganen los más
buenos, los más bellos y los más dignos. Pero pasan también por las
múltiples, irredentas, impredecibles modalidades que virtud, belleza
y dignidad encuentran siempre para reivindicarse margen real,
vigente utopía, opción a lo posible.
Buen Mundial hasta ahora. Con memorables cúspides climáticas,
propias de primera ronda (aperitivos para el plato fuerte que es la
eliminación directa). Y con grises simas para el olvido, como no
puede ser distinto en un torneo cuatrianual de semejante magnitud.
Pero con una media de partidos y de equipos que han procurado en
general, de acuerdo a sus respectivos recursos y argumentos,
privilegiar el espíritu esencial del juego: la búsqueda del triunfo, el
esfuerzo por marcar un gol antes que la precaución por no recibirlo.
La mezquindad resultará siempre inconjurable al cien por ciento, y
considero que es bueno que así ocurra. Si a alguien no le interesa
jugar, no jugará, por más estrategias reglamentarias que se le
impongan a fin de obligarle a ello. Así lo demostraron con palmaria
Según algunos testimonios, semejante debate está dirimiéndose
ahora mismo, de modo privilegiado, al interior de la selección
española: una de las grandes favoritas para alzarse con la Copa.
Entre la defensa de una idea, respetuosa de las jerarquías pero
madurada en igualitaria comunidad durante años, o su potencial y
progresiva subordinación a algunas figuras individuales, dirime la
Furia Roja no solamente su propio futuro sino (dada la decisiva
73
influencia planetaria de su escuela durante los últimos quince años),
hasta cierto punto, el destino del futbol profesional en el corto y el
mediano plazos.
Los detractores de España llevan casi tres lustros quejándose porque
amasa y amasa. Pero como no hay escuela ganadora hacia la cual
retroceder, el futbol hispánico parece contar con garantía de
continuidad para esta misma línea (no importa de momento qué tan
pura o qué tan pervertida en el porvenir inmediato).
Alemania, por el contrario, tiene un vasto pasado triunfador donde
con recurrencia le tocaba ser el villano, donde los panaderos
amasaban enfrente; donde la técnica, la elegancia y la belleza le
pertenecían siempre al rival. Para muestra, dos de sus botones de
lujo: el triunfo en la final de 1954 sobre la rapsodia húngara de
Puskas, el triunfo en la final de 1974 sobre el Futbol Total de la
Naranja holandesa y Cruyff. Tradicionalmente, lo importante
tratándose de Brasil era cómo ganaba, mientras lo importante
tratándose de Alemania era que siempre ganaba (y el “cómo”
pasaba en automático a segundo término).
La inesperada eliminación de Alemania pasa a incorporarse de
inmediato a ese mismo debate. Demasiado frescos se hallan todavía
en la retina mediática el título de hace cuatro años, así como el
futbol desplegado para conseguirlo, pero no son escasas ni menores
las bocas ávidas de trasladar hacia el estilo de juego los reproches
que actualmente se concentran en los jugadores y el cuerpo técnico.
En España pervive hasta la fecha quien se empecina en minimizar o
de plano negar el legado de Cruyff y del Barcelona (“el pretendido
Dream Team le debe su cadena de ligas al Tenerife antes que a sí
mismo”, “nada de Guardiola, nada de Masía, nada de Messi, pura
casualidad, espejismo y marketing”).
Se lamenta Eduardo Galeano en “El futbol a sol y sombra” por el
modo en que tanto la exigencia muscular y atlética como la
mesurabilidad cuantitativa (ese miope empeño por pretender
establecer en términos de porcentaje estadístico la calidad de un
jugador) terminó por convertir la gambeta, llamada moña por los
uruguayos, en poco menos que una especie en extinción:
¿Cuánto va a tardar la mediocre convicción de que ganar es lo único
en reconquistar la identidad de naciones futbolísticas
históricamente propensas a ella, disponiendo como algo secundario
el de qué manera y desde cuál lugar se gana, tal quedó erigido
dominante paradigma durante el último cuarto del siglo pasado?
De momento sigue pesando en demasía la contundente lección
española de que siempre está más cerca de ganar el que juega
mejor, y de que jugar bien deriva más temprano que tarde en jugar
bonito. La belleza siempre se ha vendido bien, y si gana se vende
todavía mejor, pero que no nos engañe la armoniosa dualidad que
belleza y victoria han tendido a integrar en la época reciente (como
lo hiciera entre 1958 y 1970 de la mano de Brasil). Lo normal ha sido
que se les tome como términos más bien contrapuestos, que exigen
“—Para amasar, a la panadería.
La moña no sólo era una travesura permitida: era una alegría exigida.
Hoy en día están prohibidas, o al menos vigiladas bajo grave sospecha,
estas orfebrerías…”.
74
optar de modo excluyente por uno o por el otro. Aunque todavía
entre dientes y sin aventurarse al franco envalentonamiento, ya
vuelven a menudear por aquí y por allá los resucitadores del cretino
conformismo como sinónimo de sentido común: “dirán lo que
quieran, pero el vigente campeón de Europa no es ninguno de los
que intentan jugar bonito, sino el que se descaró y descara para
jugar más feo”.
Por importante que sea, desde una Eurocopa aislada resulta difícil
marcar tendencia. Pero donde en una de esas acabe coronándose
campeón mundial un Portugal jugando a la actual portuguesa (o
cualquier cuadro con esa misma tendencia), los vampiros volverán a
salir de las catacumbas, exultantes.
Comienzan las rondas de eliminación directa. Comienza pues la
épica. Pero convendría que su intensidad no invisibilizara el debate
ético en torno a su propia identidad futura, que el futbol mundial
estará acometiendo partido a partido con ella; desde el primer
choque de los octavos, hasta el día de la final en el estadio Luzhnikí
de Moscú.
75
la vida, situada quizá a la zaga de Brasil, de Argentina y de la
transitoria maravilla en turno (Chile hasta antes de quedar fuera del
presente Mundial), pero aun así dominante en varias estadísticas
clave pese a sus malas rachas: nadie como Uruguay acumula, por
ejemplo, tantos títulos de la Copa América, el más añejo torneo de
naciones del orbe.
OCTAVOS DE FINAL
URUGUAY 2, PORTUGAL 1: MEMORIA DE LARGO PLAZO.
30 de Junio. Estadio Olímpico de Sochi.
Podrá argüirse que eso carece de cualquier importancia. Estados
Unidos, pese a su vigente crisis, es al lado de México (aunque
seguido cada vez más de cerca por Costa Rica) un indisputable
gigante de la Concacaf, sin que ello redunde en ninguna relevante
consecuencia más allá de su zona eliminatoria. Y no se tiene noticia
de que haya alguien aguardando que uno de estos días los húngaros
vayan milagrosamente a restituir algún género de continuidad con
su mítico equipo de los años 50.
Pero es justamente esto último lo que coloca a Uruguay en una
repisa diferente.
Hacia la primera mitad de la década de 1930, aunque con las
limitaciones propias de los mass media de la época, la selección
austriaca, denominada “el equipo maravilla”, deslumbró al mundo.
El mismísimo Rinus Michels, artífice de la Naranja Mecánica desde el
banquillo de director técnico holandés en 1974, reconoció que
aquella escuadra había sido su inspiración y su modelo: la primera
en practicar, si bien dentro de un contexto competitivo muy
diferente, el llamado Futbol Total. ¿Queda en la estirpe, el afán, la
evocación o hasta la voluntad imitativa del futbolista austriaco
contemporáneo algo de aquello? Lo dudo. Por diversas razones,
Fuera de Sudamérica, el legado histórico de Uruguay suele
considerarse una reliquia del más remoto pasado futbolero.
Arqueológicos despojos de una antigüedad que pudo acontecer o no
con la gloria que le atribuyen los libros, pero que en cualquier caso
nada tendría ya que ver con el presente, como no sea para
alimentarle la nostalgia a su particular feligresía.
Sin embargo, cuando uno se aproxima a la perspectiva general con
que en sudamericanas tierras se mira a los charrúas, las cosas
cambian. La celeste sigue siendo la misma vigente potencia de toda
76
entre las cuales no deben minimizarse los devastadores saldos de la
Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría, las líneas de
continuidad con su prodigioso pasado futbolístico se desvanecieron
por completo tanto para Austria como para Hungría; ninguna de
ellas prevalece en el presente.
sustentarle. Pero creo que al final, sin mezquindad, sin dramas, sin
histerias, el Maestro ha terminado por aceptar que Uruguay
irremediablemente va a terminar jugando siempre a la uruguaya. Y
que es desde esa histórica disposición (ceder la iniciativa, controlar
defensivamente el devenir del encuentro, favorecer de principio a
fin y sin arrugarse el roce físico, sacarle un rédito superlativo a sus
estrellas en las zonas del talento creativo y de la definición, aceptar
inevitables trances de sufrimiento) que ha de entenderse y
aventurarse toda innovación, toda osadía.
Con el uruguayo pasa justo lo contrario. No digo yo que salte a la
cancha con la cabeza puesta en aquel mítico ciclo inaugurado por su
primer oro olímpico en París 1924, y rematado por su segundo
Campeonato del Mundo en Brasil 1950. No, no salta a la cancha
llevando eso en la cabeza, pero sí arropándolo en la sangre, en el
pecho, en el ahínco, en el orgullo: en la convicción de que igual —en
una de ésas— va perder, pero que puede perfectamente ganar.
Uruguay juega a lo mismo a lo que jugaba en 1986, pero ahora lo
juega bien.
Hoy, en Sochi, daría la impresión de que ambos rivales saltaron al
terreno de juego del estadio Fisht con el mismo plan de juego.
Ofender de entrada al rival, buscando un gol tempranero. Si uno de
ambos lo conseguía, iba a poder controlar las acciones desde el
ámbito que mejor domina: el repliegue defensivo. Si no hubiera
caído ningún gol, seguro estoy que los dos equipos, en idéntica
proporción, habrían optado por replegarse. Pero marcó Uruguay . Y
el partido se desarrolló a partir de ahí a la uruguaya.
Durante largo tiempo en lo que hace a sus citas mundialistas, esa
consistente memoria de largo plazo operó negativamente para la
selección charrúa; abrumada más que impulsada por el peso de la
herencia recibida, se iba invariablemente por la puerta de atrás, o ni
siquiera conseguía superar la dura eliminatoria de la Conmebol.
Durante los últimos años, Óscar Tavarez no ha cambiado los
ingredientes con que tradicionalmente venía cocinándose el estilo
uruguayo de jugar al futbol. Se ha limitado a ajustar sus porciones, a
armonizarlas con sabiduría, a sacarles con esmero el mayor
provecho posible. Tal apuntábamos hace unos días (en ocasión de su
contundente victoria sobre los anfitriones rusos), algún esbozo ha
aventurado de disposición propositiva sobre el campo, a través de la
depurada factura técnica de varios de sus jugadores, así como del
entendimiento de conjunto que los más compenetrados pueden
¿Qué tan distinto habría resultado el trámite del encuentro si
hubiera marcado Portugal, y se hubiera jugado a la portuguesa (a
esta portuguesa)? No lo sé. Admito que mi incondicional aprecio
sentimental por Uruguay me lleva a dispensar cosas que quizá con
otro no dispensaría. Pero a mí me gustó Uruguay, y lo considero
merecido ganador.
Abonaré un único argumento a ese respecto.
77
Aunque dependiendo en ataque casi por completo de lo que por su
cuenta sean capaces de inventar Cavani y Suárez, se trata de un
equipo en toda la amplitud del término, que vive cada capítulo de la
novela en turno desde la solidaridad colectiva; nadie está nunca solo
en Uruguay. (El revés extremo pues de sus vecinos argentinos: hace
cuatro años, el problema central para la albiceleste parecía la
soledad de Messi, pero hoy, más allá del milagrero amago de épica y
del engañoso 4-3, parecían estar solos todos, comenzando por
Sampaoli).
resulta de gravedad y lo margina del partido. Pero yo creo que
Uruguay lleva al menos un elemento de ventaja, no menor cuando
de jugar mundiales se trata.
Francia está tratando apenas de consolidar una memoria de
mediano plazo entre la ganadora generación de Didier Deschamps y
la prometedora generación de jóvenes talentos que actualmente
posee. Uruguay parece haber hecho por fin definitivas paces con su
memoria de largo plazo, y juega ya no bajo la presión sentirse
obligada a ganar como ganaron sus ancestros, sino con la convicción
de que puede otra vez ganar perfectamente: como ganaron sus
ancestros, y a la uruguaya.
Portugal no fue jamás en el torneo un equipo. Era lo que quedaba
después de que el talento individual de Cristiano Ronaldo decidiera.
Y hoy Cristiano Ronaldo no pudo decidir. Uruguay lo inhabilitó con
una marca impecable.
Los titulares resaltarán sin duda la figura de Cavani, con sus dos
decisivos goles (el primero una bella estampa de conjunto, el
segundo una postal emblemática de su impresionante talento
individual). Yo situaría en idéntico nivel a las otras tres máximas
estrellas celestes: la sostenida labor de sacrificio de Luis Suárez, y la
cátedra defensiva que se encargaron de impartir Chema Giménez y
Diego Godín.
Se va Cristiano, se va Messi: dos que no pudieron, no supieron o no
quisieron encontrar equipo. Se queda Uruguay: se queda un equipo
donde las máximas figuras son las primeras en entender que no
pueden jugar solas.
Saltará frente a Francia en franco papel de víctima, dada la calidad
de cada plantel hombre por hombre. Máxime si la lesión de Cavani
78
ibéricos, resultaban íntegramente atribuibles a la tensión
consustancial a los inicios de partido en la eliminación directa. Y,
cumplida esa necesaria etapa de trámite, llegaba la normalidad. En
una jugada a balón parado, no obstante el flagrante penalti que
estaban cometiéndole, y apelando a su indomable carácter, Sergio
Ramos había sacado (al parecer) un remate increíble, cayendo de
espaldas y con el recio veterano Ignashévich encima.
OCTAVOS DE FINAL
RUSIA 1(4), ESPAÑA 1(3): LÁGRIMAS EN LA LLUVIA.
1 de Julio. Estadio Luzhniki de Moscú.
Todo en orden hasta ahí en apariencia, repito. España pareció por
unos breves instantes comenzar a jugar mejor; Rusia pareció
resignarse a cuanto de antemano traía agendado como inevitable; la
tribuna comenzó a hacer la ola, decidida a mantener el ánimo
festivo para agradecer que los suyos hubieran llegado más lejos de
lo que jamás nadie imaginó.
“Sabías hacer turismo / al borde del abismo”.
Pero bastó que la televisión repitiera con tomas a detalle las
incidencias del gol, para que comenzáramos todos a entender cuál
cosa era la que estábamos realmente viendo, y cuán lejos estaba de
lo que habíamos creído ver: cuán distantes iban a quedar hasta el fin
de la jornada nuestras suposiciones y los hechos. No había sido
Ramos quien había mandado la pelota al fondo de las redes, sino el
propio Ignashévic con el talón, mientras lo fauleaba .
Que nos acompañe en la crónica, la meditación y el estupor Joaquín
Sabina:
“No voy a negarte que has marcado estilo, / que has patentado un
modo de andar. / Sin despeinarte por el agudísimo filo / de la navaja
de esta espídica ciudad”.
Y el gol no propició que España procediera a jugar finalmente como
España, sino justo lo contrario. España procedió a jugar a partir de
ahí como lo habría hecho cualquiera que no fuera ella. Tocaba y
tocaba el balón, pero sin ningún género de ambición, imaginación ni
de trascendencia, como si lo que le interesara fuera más bien
Cuando apenas al minuto 12, y sin que al partido le pasara
demasiado, cayó el gol que le daba a España la ventaja en el
marcador, parecía que todo estaba en su sitio. El empantanamiento,
los fallos en los pases, la escasa creatividad y la imprecisión de los
79
contribuir burocráticamente a que los minutos transcurrieran con la
mayor tersura posible en pos del silbatazo final.
minutos del final del primer tiempo; penalti bien marcado; gol de
Dzyuba.
“Pero creo que, de un tiempo a esta parte, / te has deslizado al lado
marrón. / Tú, que eras un maestro en el difícil arte / de no mojarte
bajo un chaparrón”.
1-1 al descanso. Y la sorpresa en el rostro de los aficionados rusos
antes como intriga que como estupor (no hablemos ya de
esperanza). Todos asumimos que la normalidad quedaría restituida
a poco de reiniciada la segunda mitad y, si acaso, nos conformamos
con agradecerle a Dzyuba que sus osadías fueran a obligar a España
a salir de la modorra, de la fealdad, de la comodidad, del tedio.
La inoperante monotonía de los españoles nada debía a peculiares
méritos defensivos por parte de su adversario; ni a masivos
amontonamientos que durante anteriores versiones la Furia Roja
no hubiera tenido ya que enfrentar, no se hubiera ya mostrado
solvente para superar y resolver. Las reducidas virtudes y las
enormes limitaciones de Rusia habían sido expuestos a plenitud
durante la primera ronda, y no es que en esta oportunidad haya
revelado algún valor añadido, alguna sorpresiva novedad. Durante
sus dos primeros encuentros (ante Arabia y Egipto), Rusia mostró a
tope para lo poco que le alcanza, mientras que en su tercer
encuentro Uruguay se encargó de exhibir de sobra lo mucho para lo
que no.
“Buscando en la basura / un gramo de locura”.
Y España intentó reaccionar en el segundo tiempo. Pero no como el
artista a quien una imprevista conmoción lleva a acometer con
renovados bríos la obra inconclusa. Más bien con el enfado de la
hermosa secretaria a quien, ya aprestándose para la hora de salida,
le han llenado el escritorio con una no prevista pila de papeles para
llenar y organizar, y quien desde la distancia le dedica una rencorosa
mirada al reloj checador.
En México, Javier Hernández suele convertirse en un delantero que
estorba más que ayuda en su afán de participar del juego. España
tuvo todo el torneo en Diego Costa al delantero que estorba más
que ayuda por su absoluta incapacidad para participar del juego. Si,
apenas ingresó Andrés Iniesta, la Furia Roja comenzó a recuperar
varios de sus rasgos reconocibles más entrañables, fue la sustitución
de Costa por Aspas lo que consiguió que España volviera a tener otra
vez el rostro de España. Pero a esas alturas (corría el minuto 80)
había dejado ya transcurrir demasiados minutos, había dejado irse
ya demasiado partido. Los rusos, así en la cancha como en la
El único que, con cierto aire de involuntaria comicidad, parecía
tomarse en serio y en solitario alguna opción para la epopeya local,
era el simpático gigantón Dzyuba (ya una de las obligadas estampas
emblemáticas de esta Copa), enfrascado cuerpo a cuerpo en franca
riña de taberna moscovita con Ramos, cada que algún balonazo le
era lanzado desde la zona de resguardo de su equipo.
Hasta que, entre la indolencia burocrática del previsto cazador, y el
aislado, humorístico antiheroísmo de la prevista presa, hizo su
aparición el accidente. Mano de Piqué dentro del área a cinco
80
tribuna, aun cuando sus veteranos tuvieran toda la traza, como
edificio estalinista, de estarse cayendo a pedazos, comenzaban a
creer tímidamente en el milagro; y ella misma comenzaba a ver
planear, dentro y encima de su cabeza, nubarrones de catástrofe.
Pronto empezaría a llover.
Impensable fiesta rusa. La modesta y vetusta caballería cosaca
continúa al galope por su mundial.
Dicen que el vestuario español estaba por completo dividido, desde
antes incluso que la telenovela Lopetegui encendiera las alarmas.
Sin embargo, hoy todos por igual, jóvenes y veteranos, madridistas o
barceloneses, pro-Hierro o anti-Hierro, Iniesta o Ramos, Alba o Isko,
terminaron por agradecer al unísono (aun cuando cada cual llorara
por su lado) el generoso disimulo que les brindó la lluvia.
“Dime que es falso que ya nunca escribes, / que has empeñado el
reloj de Raquel, / que tu corazón no halla quién lo motive, / que has
perdido siete kilos en un mes”.
Y llovió como dicen que llueve en Moscú. De súbito y a cántaros.
Como para enmarcar las mayores tragedias y las más insólitas
hazañas. Como para que los cuerpos de los vencedores se fundan
anegados en un estatuario abrazo de desaliño y júbilo. Como para
que las cortinas de agua les pongan telón de fondo a los cuerpos
caídos y al cabizbajo abatimiento de los vencidos, concediéndoles la
merced de que el agua les disimule en el rostro las lágrimas.
“¿Cómo te has dejado llevar a un callejón sin salida / el mejor
dotado de los conductores suicidas?”
La repleta tribuna se pobló de plásticos, paraguas e impermeables. Y
algo de infantil, serena insinuación de homenaje a la escalinata de
“El acorazado Potemkin” de Eisenstein procedió a invadirla a medida
que los minutos del alargue se consumían.
España intentó aún, de últimas, forzar a la mala lo que no había sido
capaz de erigir a la buena; reclamando a los gritos una falta dentro
del área; acaso con la intención de justificar a posteriori, frente al
tribunal de las cámaras, su extravío y su naufragio bajo pretexto de
un despojo. Luego sólo hubo tiempo para que De Gea, desde los
once pasos, le pusiera el cerrojo a la catástrofe con la estadística de
su personal drama: doce tiros al arco, diez goles recibidos.
81
Croacia llegó a Rusia rodeada de halagüeños augurios, en razón
tanto de la privilegiada calidad técnica de varias de sus figuras, como
de las insinuaciones que su dispositivo táctico habían permitido
presentir desde la eliminatoria. Tiene ya varios años que se hizo
acreedora al piropo, a un tiempo
tan elogioso y tan
comprometedor, de “el Brasil europeo”. Pero la verdad es que, a
pesar de que desde los días de su generación dorada (con la cual
llegó hasta la semifinal mundialista hace veinte años) ha contado
con individualidades prodigiosas, dignas de concederle el beneficio
de la duda a semejante calificativo, su juego de conjunto rara vez se
prestó a la comparación.
OCTAVOS DE FINAL
CROACIA 1(3), DINAMARCA 1(2): LAS LLAMARADAS Y EL PETATE.
1 de Julio. Estadio de Nizhni Nóvgorod.
Esta es la primera vez desde que yo recuerdo (y mi recuerdo se
remonta hasta los años de la siempre prometedora y siempre
decepcionante Yugoslavia), en que los talentosos creativos croatas
son contemplados como el soporte fundamental de su modo de
jugar, y no como la excepción de emergencia en un equipo
exactamente igual a los otros. Y eso provocó que se le asumiera de
entrada, casi por unanimidad, como un potencial y casi seguro
animador; pero resultaban más bien escasos quienes se atrevían a
postularlo bien a las claras como protagonista.
Un animador que levanta la mano con intención de reivindicarse
protagonista, admite someterse a una serie de iniciáticas pruebas,
de las cuales corre el riesgo de no salir bien librado; las cuales a
menudo gustan recompensarle la osadía no más que con ridículo, y
despacharlo a las primeras de cambio en calidad de puro fugaz
espejismo, pura llamarada de petate.
El juego contra Argentina cambió la perspectiva de modo radical. No
obstante el desastroso culebrón de cafetera desarmándose en que
la albiceleste venía envuelta desde el inicio de la Copa, y la
temprana confirmación de los más funestos augurios tras su empate
inicial con Islandia, ante los croatas saltó a la cancha en condición de
favorita en razón de su historia, de sus nombres propios en la
plantilla y, sobre todo, de su número 10. Pero los croatas dieron un
Nos referimos, justo, al relieve que en este momento hermana en la
insegura ilusión y la justificada zozobra a mexicanos y colombianos.
Pero no sólo a ellos (como hoy ha quedado de manifiesto).
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golpe de autoridad: superándola en toda la línea y en todas las
líneas, ofrecieron un inapelable partido de equipo adulto y con altas
miras.
llegado todavía al minuto cinco y el marcador ya estaba 1-1,
resultado de dos jugadas tan atropelladas por el ímpetu como poco
memorables en sí mismas, más allá de su inmediato reflejo en el
marcador. Tal zafarrancho nada más traspuesta la puerta de
entrada, predispuso a ambos cuadros a una cautela extrema, que no
se interrumpió sino cuando se avistaba ya sólo a unos cuantos
metros la puerta de salida. Literal.
Garantizada con seis puntos su calificación, el triunfo ante Islandia,
utilizando una abrumadora mayoría de suplentes, casi que no
importa. La confirmación de lo visto ante los argentinos, quedó
diferida para el día de hoy. Hoy, ante Dinamarca, tocaba a Croacia
demostrar que aquello no había sido una transitoria noche de
inspiración, un espejismo con la obsolescencia anticipadamente
programada, una deslumbrante y brevísima llamarada de petate.
No es que entre el minuto 5 y el minuto 115 no haya sucedido nada.
Croatas y daneses tuvieron sus oportunidades aisladas. Sufrieron
ese intensísimo desgaste que provoca esforzarse por contener y
conjurar durante más de noventa minutos todo desborde de
intensidad. Aburrieron como parecería imperdonable aburrir en
unos cuartos de final. Durante seis cuartos de hora parecieron un
solo equipo ante el espejo, sin diferencia sustancial como no fuera
por la configuración nórdica o eslava en el nombre de sus
respectivos integrantes. De hecho, las mejores jugadas de pared en
corto sobre las áreas (dos a lo sumo), fueron obra de Dinamarca y
no de Croacia.
El problema es que (como México ante Suecia) hoy Croacia, por su
propio rendimiento, su propia mano alzada, su propio “esta boca es
mía”, quedaba relevada de la condición de víctima y saltaba al
terreno de juego en calidad de favorita. Y eso le pesó, no supo cómo
manejarlo, le trabó tanto la maquinaria colectiva como los más
elementales circuitos del rendimiento y la confianza individuales.
La distancia que más temprano tuvo que desandar España para
ponerse al alcance de Rusia, fue grandísima. La distancia entre
croatas y daneses no es tan amplia, Croacia tenía que retroceder
menos; así que, inhabilitado el talento individual de sus estrellas y el
rendimiento grupal que de él se deriva (debido al pánico escénico y
a la estrambótica vorágine de los cuatro primeros minutos)
quedaron frente a frente sobre el campo dos equipos prácticamente
idénticos, sin sobresalientes señas reconocibles ni en uno ni en otro.
Uno se preguntaba si los croatas iban a ser capaces de forzar el
trance a lo máximo, sin recuperar aunque fuera un poquito la
memoria. Tampoco es que le tocara retomar una memoria histórica
de varias décadas, sino apenas siquiera una chispita de la memoria
individual de dos juegos atrás. Cuando parecía que la amnesia era
ya irremediable, que la ansiada épica de ballenas y tiburones iba a
quedarse en parodia trágica de “Buscando a Dory”, Luca Modric
recordó de súbito y con absoluta lucidez quién es, habilitando a
Juego pues digno de primera fase de la Eurocopa, y que estuviera
disputándose entre equipos avocados a irse pronto. No habíamos
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través de un magistral pase a profundidad a Rebic, y forzando a la
falta dentro del área.
sido alto. Se llama convicción, se llama autoestima. El rival en turno
es el anfitrión, no tiene nada qué perder, y acaba de cargarse a lo
que —contra todo pronóstico— resultó una de las más grandes
llamaradas de petate del torneo.
Y entonces, sólo entonces, vino la etapa emotiva del partido, digna
de este nivel y de estas instancias. Tal vez Modric fue inhabilitado
otra vez por su propio olvido, pero tal vez sucumbió a otro tipo de
memoria, igual de poderosa cuando le toca concurrir a
determinadas citas: la memoria familiar, la herencia filial. Desde un
palco, el mítico “Gran Danés” Peter Schmeichel (considerado el
mejor portero del mundo durante una larga temporada hacia finales
del pasado siglo) contempló primero cómo su hijo Kasper atajaba
ese penalti en las postrimerías del segundo tiempo extra, y luego lo
miró detener dos más durante la tanda definitiva de cinco.
Pero si Croacia aprende a no perder la memoria y a hacerse
responsable de su rostro, el camino hacia la final semejaría ir
quedando para ella algo más que despejado.
El cierre desde los once pasos resultó igual de estrambótico que el
arranque de dos goles en menos de cinco minutos. Daba no tanto la
impresión de que los guardametas se estaban luciendo, sino de que
los cobradores no querían ganar. Hasta que Modric y Rakitic, los que
tenían que hacerlo, recuperaron en definitiva y con peso de
definición la conciencia de quiénes eran. Modric, pese al penal
previamente fallado, tomó la pelota con autoridad y carácter para
marcar el segundo de Croacia. Y Rakitic, indiferente por igual al
malabarístico drama con que se había desarrollado la tanda (tanto si
anotabas o no) y al apellido del gigante rubio que tenía enfrente,
apeló a su depurada capacidad técnica para definir sin
contratiempos.
Superado pues para los croatas el trance de cargar sobre sus
espaldas el peso de verse considerados favoritos. Pero el precio ha
84
promisorio (caramba, qué coincidencia). Sino invisibilizando también
una lectura en más amplia perspectiva, de acuerdo con la cual, sin
espacio para polémicas, Holanda sigue formando parte de una élite
de selecciones nacionales a la que México no pertenece: frente a la
cual México se halla todavía bastante lejos de poder reclamar
pertenencia.
OCTAVOS DE FINAL
BRASIL 2, MÉXICO 0: AQUELLAS PEQUEÑAS COSAS.
2 de Julio. Estadio Cosmos de Samara.
Hoy, la lectura macro estaba clara de antemano, y a final de cuentas
el desarrollo del trámite no ha hecho más que confirmarla: Brasil es
infinitamente superior a México, Brasil está en Rusia para buscar su
sexto título como campeón del mundo, y México estaba en Rusia
apenas para tratar de alcanzar los cuartos de final por primera
ocasión fuera de casa.
Pero la confirmación de semejante diagnóstico en amplia escala
puede (acaso debe) rastrearse detalle a detalle en aquellas
pequeñas cosas que fueron tejiendo, minuto tras minuto, el dos por
cero con el cual la Selección Mexicana ha quedado fuera de la Copa
del Mundo en octavos de final por séptima ocasión consecutiva.
“Le bon Dieu est dans le détail”. El buen Dios está en los detalles.
Un minuto antes de la inspirada oleada ofensiva con que los
amazónicos se fueron arriba en el marcador, Jesús Gallardo
acometió una jugada que testimonia la justificada autoestima, el
sobresaliente crecimiento cualitativo que el Mundial representó
para él a título personal (como para Edson Álvarez, pese a sus
pifias). Partiendo de su propio campo, avanzó a toda carrera con el
balón en los pies, hasta instalarse a unos cuantos metros del área
brasileña; el Chucky Lozano se le había abierto con ventaja por la
izquierda, pero él eligió tirar a puerta; lo cual no hubiera parecido
Hace cuatro años, un detalle monopolizó a los ojos de la afición
mexicana las razones de la derrota ante la Holanda de Robben: el
dudoso penal que en última instancia definió el partido. No sólo
invisibilizando otros detalles tanto o más significativos durante el
trámite de aquel encuentro, como un claro penal no marcado a la
misma figura en el primer tiempo, una tarjeta roja perdonada a
Moreno, o el abrumador dominio al que los naranjas (actualmente
de capa caída) sometieron al Tri luego de un arranque por demás
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tan mala idea si su remate al menos hubiera llevado dirección de
portería. ¿Pequeño detalle? ¿Buen intento y ahí para la otra? ¿O
más bien los eternos diez centavos que a México le faltan siempre a
la hora buena para llegar al peso? Dicen que gol errado, gol recibido:
a la jugada siguiente, ni Neymar ni Willian fallaron su oportunidad.
Tite había entendido a plenitud un partido de noventa minutos,
antes incluso de comenzar a jugarlo; así lo mostró su decisión de no
incluir a Marcelo en el cuadro titular, pensando que el formidable
lateral del Real Madrid podría estar a lo sumo para rendir la mitad
de ese tiempo, en un juego con potencial opción de irse al alargue.
Osorio, como consecuencia de su decisión de no traer al torneo
ningún medio de contención natural, debió echar mano de quien en
su plantilla cumple con mayor solvencia esas funciones, por más que
su veteranía le pusiera un obligado tiempo límite al recurso;
actualmente, Rafa Márquez en un buen día está para rendir
adecuadamente un tercio del tiempo regular de juego: justo el
tercio de juego donde hoy México, aun cuando sin llegada, pudo
verse mejor que Brasil.
El control territorial mexicano durante los primeros 25 minutos no
arrojó como resultado ninguna memorable acción de peligro para
Alisson; y, por más gratificante y sorpresivo que en sí mismo haya
parecido, bastaron dos arremetidas brasileñas para disolverlo por
completo, convirtiendo a partir de ahí a Ochoa en la figura mexicana
del partido.
Lozano pareció tomar equivocada una y otra vez la última decisión.
Vela pareció tomar equivocada una y otra vez la penúltima decisión.
Guardado y Herrera terminaron desbordados por la impotencia;
Layún entró desde el principio (para el arranque de la segunda
mitad) desbordado por la impotencia. Hernández de plano
desapareció apenas el juego dio en ponerse cuesta arriba.
La obligada, previsible salida de Márquez durante el entretiempo,
obligó no sólo a quemar por anticipado un cambio, sino a improvisar
por enésima vez a nivel posicional; luego, con el gol brasileño,
Osorio pareció entrar en franco pánico. A los 60 minutos ya había
quemado todas sus posibilidades de modificación, sin que de ello
derivara mejora alguna en el rendimiento. El creciente, desmedido
enojo frente a las decisiones arbitrales (mismas que en el recuento
bajo ningún concepto cabría tachar de tendenciosas), inició en el
banquillo y se contagió a partir de ahí a los jugadores; jugadores de
pronto más interesados en pelearse con Neymar que en lanzarse a
la búsqueda del solitario gol que les hubiera hecho falta.
Y, sin embargo, la moneda seguía ahí, en el aire. Porque a pesar de
su manifiesta superioridad dentro del campo, de los ya
innumerables arribos que había ido acumulando, de la casi nula
respuesta que México aventuraba en su área, Brasil a diez minutos
del final ganaba sólo por un gol de diferencia.
Según mi apreciación, ahí es donde se evidenciaron con mayor
claridad aquellas pequeñas cosas, aquellos detalles tan mínimos
pero al cabo tan esenciales, donde se finca el abismo entre una
realidad consumada y una eterna promesa.
Brasil era mejor. Brasil siempre fue mejor. Brasil probablemente
siempre será mejor. Pero estaba a solamente un gol, y los únicos
que daban la impresión de no percatarse de ello eran Osorio y sus
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hombres. Con excepción de Ochoa, al que sin embargo hubiera sido
inhumano pedirle resolver algo más de lo que ya de suyo estaba
resolviendo.
¿Qué acotar a modo de epitafio?
Tal vez aquella letra de Serrat: uno se cree que las mató el tiempo y
la ausencia, pero su tren vendió boleto de ida y vuelta. Era el 2018
en la Arena de Samara, pero bien podía ser perfectamente el 2014
en el Castelao de Fortaleza, el 2010 en el Soccer City de
Johannesburgo, el 2006 en la Red Bull Arena de Leipzig, el 2002 en el
Mundialista de Jeonju, 1998 en el Stade de la Mosson en
Montpellier, o 1994 en el Giants Stadium de Nueva York.
La tribuna verde no amainaba el apoyo, y quedaba aún la posibilidad
de un chispazo aislado, de un accidente. Así debía entenderlo Tite,
quien se aguantó hasta el minuto 80 para realizar el primer cambio,
pese al abrumador dominio que desde hacía ya rato los suyos
habían establecido.
Pero al final el buen Dios está siempre en los detalles. Porque sí: el
lapidario dominio, y la historia acumulada, y las cinco Copas
Mundiales en la vitrina, y Neymar; y Ronaldinho, y Ronaldo, y
Roberto Carlos, y Romario, y Zico, y Pelé, y Garrincha; y hasta, si
quieren ustedes, todas las garotas imaginables e inimaginables
paseando entre nuestra agradecida imaginación y la playa de
Ipanema. Pero no puedes regalar un balón en media cancha como el
que regaló Ayala al minuto 88, para obsequiarle a Brasil el
contragolpe del segundo gol consumado por Firmino.
Cero y van siete. Como los enanitos de Blanca Nieves. Y contando.
México se marcha pues sin ese quinto partido que constituyó todo
el tiempo su única sensata meta, más allá de todos esos desplantes
publicitarios, por fortuna a partir de mañana fuera del aire.
Brasil sigue, convertido ya sin ambages en el máximo favorito para
ser campeón. Haciendo de cada nuevo paso un paso al frente, un
peldaño ascendido. Hoy, lo más destacado para la canarinha creo
que tiene que ver con la incorporación protagónica de dos titulares
que habían estado hasta ahora apagados y como en segunda línea:
Fagner y, sobre todo, Wilian (la indiscutible estrella del partido).
87
menos, lamenté el tanto conseguido en el último minuto de la
compensación por Chadli, con el cual conjuró los tiempos extras que
seguro ya todos los entretenidos espectadores nos saboreábamos.
OCTAVOS DE FINAL
BÉLGICA 3, JAPÓN 2: HARAKIRI DE ÚLTIMO MINUTO.
2 de Julio. Estadio Arena de Rostov.
Y eso que antes del silbatazo inicial traía yo acumuladas en la boca
crecidas dosis de amarga hiel contra los orientales. Su mezquina,
cínica aun cuando no antirreglamentaria manera de asegurarse el
acceso a la segunda ronda (conservando metidos atrás un marcador
en contra de uno cero, amparados a que los senegaleses no le
anotaran a Colombia durante los últimos diez minutos, y
consiguiendo el pase por presunto fair play) me había llenado de
indignación.
A estas horas, los japoneses tendrían que ser la envidia de varios,
comenzando por los mexicanos. Porque a pesar de que ambas
escuadras se han ido eliminadas frente a equipos que claramente
eran superiores a ellas, Japón se marcha con la sensación de que en
la última instancia llegó a su tope, entregó su cien por ciento, puso
en reales aprietos a su adversario hasta el último minuto, pudo
perfectamente ganar, y se va del cuarto partido con la cara en alto.
No cabe duda que, por calidad de planteles y por talentos
individuales, el Brasil-Bélgica que ha quedado establecido para los
cuartos de final es la mejor noticia futbolística que le pudo pasar al
Mundial de Rusia.
México se fue del cuarto partido tratando de que fuera el recuerdo
de su debut contra Alemania lo que le permitiera mantener la cara
levantada.
Sin embargo debo confesar que, luego del emocionante trámite que
permitió a los Diablos Rojos acceder al quinto partido por tercera
vez en su historia, luego de mirar el corazón, la valentía, la
generosidad y la falta de complejos con que Japón salió a plantarles
cara, lamenté profundamente la eliminación de los nipones. Por lo
Habrá que ver si esta prueba, la primera real que Bélgica ha debido
afrontar en el torneo, y que le ha merecido el más grande e
inesperado de los sustos, no llegó demasiado tarde; si no hubiera
resultado preciso para ella al menos otro ensayo de la misma o
parecida naturaleza, a fin de templarle los argumentos lo justo antes
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de medirse con una potencia tan consolidada y en ascenso como la
verde-amarelha. Hoy se lleva sobrados motivos de reflexión, y
multiplicadas alarmas preventivas. Su elegante y sólido reparto de
estelares fue capaz de remontar un 2-0 adverso, y eso habla de
temple. Pero yo la verdad opino que lo más preocupante para los
belgas vino justamente con el empate: pues cuando parecía que la
inercia del encuentro les favorecería por completo, y tenían todo en
sus manos para consumar la obra ante un rival en lógico trance de
derrumbamiento, Japón no sólo siguió respondiéndoles al tú por tú,
sino que puede decirse que tuvo las opciones más claras y mejor
construidas.
Lo que vino entonces, puede tomarse indistintamente como un
harakiri de último minuto, o como un muy oportuno homenaje a la
selección mexicana dirigida por Nacho Trelles en el Mundial de Chile
1962. Selección a la que se consideró durante muchos lustros el
mejor representativo tricolor de la historia: su generación dorada.
México enfrentaba a España, y estaban empatando sobre el final.
México obtuvo un córner en las postrimerías del partido. Cuenta la
leyenda que don Nacho le arrebató a quién sabe quién su cámara
(una de aquellas enormes cámaras de la década del 60), para
fingirse fotógrafo y poder aproximarse corre que te corre hasta
donde estaba por realizarse el cobro, a fin de indicarle a del Águila
que echara el balón a la tribuna para consumir los últimos segundos.
Venían de perder con Brasil, y un empate con los ibéricos dejaba
opción para el último juego contra Checoslovaquia (a la que México
derrotaría 3-1, obteniendo su primera victoria mundialista de la
historia). Del Águila desobedeció, centró la pelota propiciando un
fulminante contraataque y abriendo la puerta para el agónico gol
español.
Eso fue lo más seductor de los nipones durante los emotivos,
movidos, vertiginosos segundos cuarentaicinco minutos del cotejo:
que nunca renunciaron al ataque. Y que hoy, al buen trabajo táctico
y de articulación colectiva que exhibieran ante Colombia y Senegal,
sumaron una cuota de técnica y creatividad individual tan sorpresiva
como grata. Quien hubiera sintonizado el partido hacia el minuto 80,
sin referencias previas a propósito de quiénes eran los que se
estaban enfrentando, difícilmente habría podido decir que los de
rojo eran el tercer mejor equipo rankeado por la FIFA, y los de azul
uno de los eternos pendientes del tercer mundo futbolístico. A tal
punto equilibradas las alternativas, los atrevimientos, los recursos
estratégicos.
Hoy el entrenador Akira Nishino, quien de pie fuera de su banca
parece en todo momento una versión japonesa de Joan Manuel
Serrat, no tuvo tiempo ni de buscar un camarógrafo a quién
despojar, ni de correr en pos de la esquina. Pero la verdad es que no
parecía necesario. La pizarra electrónica había indicado cuatro
protocolarios minutos de descuento, y tras la atajada de Courtois
había comenzado ya a correr el minuto 94. El sentido común
indicaba retener la pelota, no arriesgar, dejar que los segundos se
agotaran en el rincón de la cancha, y proceder cuanto antes al breve
Al final, el único reproche aplicable a Japón tendría que ver con su
exceso de osadía, con su inocencia. Ya sobre tiempo añadido, el extuzo Honda cobró de modo impecable un tiro de larga distancia, que
obligó a Courtois a emplearse a fondo para enviar a tiro de esquina.
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descanso y a la mínima planeación de los tiempos extras. Honda
prefirió cobrar. Los belgas correspondieron con un contragolpe
fulminante, voraz, preciso, inapelable.
Hasta la vista, Japón. Gracias por abandonar aquel feo traje de
tecnócrata de multinacional asiática, exhibido ante los polacos, y por
venir a despedirte de nosotros con esta traza de joven samurái a lo
Kurosawa. Una sincera inclinación de cabeza con las manos unidas
para ti.
Y mientras tanto: Brasil contra Bélgica. En el papel y en los momios
de las casas de apuestas, una final adelantada. En el estómago, la
esperanzada expectativa de una jornada inolvidable; que así merito
sea.
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Ninguno de esos privilegiados adelantos técnicos formó parte de las
naves vikingas.
OCTAVOS DE FINAL
SUECIA 1, SUIZA 0: LOS REMEROS VIKINGOS.
La pequeña, maniobrable, femenina y redondeada carabela
portuguesa, al aventurarse en las cálidas aguas sudamericanas,
parecía en alguna medida estar adelantando ya de suyo el seductor
talento gambetero del jugador brasileño promedio.
3 de Julio. Estadio Krestovski de San Petersburgo.
Los barcos vikingos, que asolaron y asombraron durante largo
tiempo los inhóspitos mares del norte de Europa, y desde el viejo
continente consiguieron arribar antes que nadie a aquello que a la
vuelta de los siglos se convertiría en América, eran también a su
manera una maravilla de ingeniería, pero de muy diferente y aun
contrapuesta estirpe. Su titánica catadura, su bárbara belleza, su
trazo más bien rectilíneo, revelan la extrema rudeza y las escasas
sutilezas trasminadas por el paisaje natural de aquellas latitudes a
los hombres y mujeres a quienes tocó afrontarlas, habitarlas,
humanizarlas.
La actual selección sueca de futbol es una tripulación vikinga en toda
forma, y sólo sabe de una: remar. Remar hacia el frente, como hoy
durante los primeros quince minutos, donde sin mayores ideas
(pero con obcecación tenaz) adelantó líneas y confinó a los suizos
dentro de su propio campo, invirtiendo los roles que de inicio todos
habíamos presupuestado en razón del mejor (corrijamos: menos
malo) manejo técnico de los helvéticos. O remar hacia atrás, a una
sola estentórea voz todos, sólidos, compactos, pétreos cual peñasco,
trasladando a la cancha (aunque con mucha menos simpática gracia)
el ya célebre modo islandés de animar desde la tribuna. O remar
Para la historia de la navegación en general, y de la ingeniería naval
en específico, un punto de inflexión decisivo pasa por los aportes
que realizaron árabes y chinos hacia la última parte del Medievo.
Desde la incorporación de la brújula, hasta la sofisticada
combinación de diferentes velas para aprovechar todo tipo de
vientos, las revolucionarias innovaciones en materia de construcción
y manejo de barcos durante dicho período abrieron la puerta para
convertir la navegación transoceánica en una opción normal para
cualquier potencia marítima, y ya no en la excepción delirante y
medio suicida que había representado hasta entonces.
91
rápido, como lo exhibió aquel arranque en que atropellaron a los
para su fortuna ese día del todo atropellables mexicanos; o aquellos
temibles pero nada creativos contragolpes que tantos dolores de
cabeza provocaron en los alemanes.
cosa) que no llevaba ningún género de peligro, que iba a acabar
refugiándose mansamente en el regazo del guardameta Sommer ya
inclinado para recibirlo, pero en cuya trayectoria se cruzó por reflejo
el infortunado pie derecho del central Akanji. Gol al minuto 66.
Pero sobre todo remar lento, en medio de la densa niebla,
precaviendo al máximo cualquier inoportuno escollo. Concentrados,
atentos y rudimentarios. Listos a partes iguales para el asalto contra
la indefensa abadía de pronto advertida en el horizonte, o contra el
inesperado dragón que dé en salirles desde el fondo de las aguas. La
vida vikinga se poetiza desde la épica terminal, pero se vive desde la
obcecada y poco espectacular voluntad de supervivencia.
Y a partir de ahí una Suiza que agudizó la intensidad, pero se mostró
por completo incapaz de enriquecer sus reducidos argumentos.
Como si estuviera limitándose a poner en subrayado y con negritas
una confesión de impotencia ya de antemano firmada.
Sigue adelante la tripulación vikinga. Rema que rema. Antes del
mundial renunció a su más mítico pero más insoportable caudillo (su
más privilegiada pero también más conflictiva prenda de excepción),
en beneficio de esta arcaica, monótona y medio brutal democracia
comunitaria. Hasta ahora le va saliendo. Serán en todo caso el
paisaje y sus nunca elegibles inclemencias los que puedan en un
momento dado disponerla en tesitura épica; por sí misma, no
dispone de herramientas para ello: en su mundo nadie sabe todavía
que ya se inventaron las carabelas.
Hoy el partido no parecía dispuesto a tolerar ningún atisbo de saga
nórdica. Una vez establecido el monótono ritmo remero de
cotidianidad superviviente por parte de los suecos, Suiza jugó a
buscar el ligero protagonismo que se le había augurado desde la
víspera… sin encontrarlo jamás. Jugando a perfil cambiado, su
menuda, fortachona y hábil estrella Shaqiri se extravió todo el
partido, hasta ahogarse, pegado a la banda izquierda. En la banda
contraria, jugando también a perfil cambiado, Rodríguez hurgaba en
sus orígenes chileno-españoles en pos de algún rescoldo de
distinción creativa al cual apelar, pero equivocando siempre el gesto
decisivo a la hora del regate, el pase o el remate.
La tenue dosis emotiva de este sosegado y tosco navegar vikingo en
calma chicha, provino del accidente, de un azar más bien feo y
desangelado. Disparo de Forsberg desde fuera del área (más por
sacarse el compromiso ante la falta de otra opción que por otra
92
del gato, mediante recursos tan añejos como tirarse atrás, ceder
toda la iniciativa, no atacar casi nunca (y al hacerlo dar toda la
impresión de que lo que más urge es regresar cuanto antes al
terreno propio), abusar del juego brusco, confrontar cada dos
segundos —con airada estridencia pendenciera— al cuerpo arbitral
y a los rivales. Aun cuando, visto en las sucesivas repeticiones, el
penalti con que se fue abajo en el marcador al minuto 57 pudiera
prestarse a alguna polémica, la verdad es que el mediocampista de
contención Wilmar Barrios (falta en contra dentro del área incluida)
debió haberse ido expulsado desde el primer tiempo. Al cumplirse el
minuto 90, Colombia no había realizado un solo disparo peligroso a
portería.
OCTAVOS DE FINAL
INGLATERRA 1(4), COLOMBIA 1(3): SIEMPRE PUEDES OLVIDAR.
3 de Julio. Estadio Spartak de Moscú.
Pero también Inglaterra saltó a la cancha con la socarrona y más
bien injustificada certeza de que era superior, insinuando todo el
rato en sus labios una imperial sonrisa de desprecio. Remitiéndose
al supuesto (colocado en entredicho casi a diario durante la actual
Copa del Mundo) de que las camisetas ganan solas. Asumiendo, sí, la
responsabilidad de ir hacia el frente mientras persistió el 0-0, pero
encogiéndose de hombros apenas consiguió la ventaja. Y a partir de
ahí perdiendo el tiempo, fingiendo faltas, reservándose como si el
interlocutor en turno no ameritara ya ningún interés, como si
hubiera que despachar entre pedantes bostezos de gentleman el
resto del trámite. Puro reservar fuerzas, puro no mostrar armas,
como si su atención estuviera ya puesta en el siguiente partido.
Fueron necesarios más de noventa minutos de juego para que
Colombia aceptara por fin que, aun sin James Rodríguez, era del
mismo tamaño que Inglaterra. Fueron necesarios más de noventa
minutos de juego para que Inglaterra se percatara de que Colombia
era de su mismo tamaño.
Porque Colombia saltó a la cancha del estadio del Spartak
convencida de que era más chica, de que incluso con James habría
sido más chica. Y puesto que James no estaba siquiera contemplado
como opción de recambio en el banquillo, Colombia se asumió
obligada al rol de equipo chico, de víctima confesa: ratón sin otra
alternativa que prolongar lo más posible su agonía entre las patas
Sólo que la memoria histórica en que los ingleses estaban
amparando su socarronería no les pertenece. No aún, cuando
menos. Les pertenecerá cuando hayan demostrado ser distintos a
93
aquellos que, vistiendo la camiseta del equipo de la rosa a nivel de
selección mayor, fueron incapaces de ganar algún título durante los
últimos cincuenta años. Esta escuadra no es la de Charlton, Moore,
Banks, Robson. Es apenas una joven generación de jugadores
tratando de brindarle al futbol inglés un positivo borrón y cuenta
nueva, a partir de incorporar dentro de su estilo de juego
innovaciones similares a las implementadas exitosamente por el
representativo alemán.
Y los emocionantes tiempos extra fueron la instancia para que
ambos contendientes advirtieran hasta qué punto eran de la misma
estatura, hasta qué punto ganar o perder este partido (pero sobre
todo la manera de ganar o de perder este partido) les representaba
a ambos el mismo culminante examen de credibilidad, la misma
decisiva coyuntura: para perseverar en el camino, o para tirarlo todo
por la borda y volver a iniciar, otra vez, desde cero.
Colombia se dio el plazo y el gusto de admirar en el espejo el sólido,
cadencioso y vertical conjunto que con o sin James puede por
principio ser siempre. Inglaterra se dio margen para recordar,
encarar, arropar y revertir tanto la novatez de su actual plantel,
como la herencia histórica inmediata de acumulados fracasos que
viene cargando sobre sus espaldas.
En cualquier caso, ya los británicos aprestaban el postrer ademán de
arrogancia sobre el inminente caído. Ya los sudamericanos
asimilaban a la resignación sus desorbitados ojos y sus desencajados
rostros. Estaba a tres minutos de cumplirse la compensación de
cinco añadida por el árbitro. Y entonces, el todavía americanista
Mateus Uribe, ingresado de cambio al 79, sacó a la desesperada y
como desde el país de Nunca Jamás un cañonazo inverosímil con
dirección al ángulo, obligando a la espectacular atajada del
guardameta Pickford para enviar al tiro de esquina. Córner pues de
último suspiro, lo mismo que ayer en el Bélgica-Japón. Y lo mismo
que ayer, lo mismo que en ya tantos partidos de esta Copa, gol que
aquí no fue de último suspiro, que aquí no conjuró los tiempos
extras, sino los incorporó al orden del día cuando ya prácticamente
nadie los contemplaba. Gol marcado con absoluta justicia
ultraterrena (como él mismo se encargó de inmediato en reconocer)
por Yerry Mina, el mejor colombiano sobre la cancha, el mejor
colombiano del Mundial, el único que junto a Cuadrado había hecho
por darle a su equipo pausa con el marcador empatado, e
inteligencia con el marcador en contra.
Entendiendo con admirable sabiduría el impacto emotivo y de
desconfianza que el gol encajado había producido en sus
muchachos, Gareth Southgate dispuso que la primera mitad del
alargue la jugaran echados atrás, aguantando la recobrada
seguridad y el natural envión anímico de los colombianos; durante
esos quince minutos, el equipo inglés se vio en efecto confuso,
extraviado, impreciso, con amagos de fragata maltrecha a punto de
irse a pique, y pudo sin duda perder: pero aguantó. Y si algunos nos
consentimos la sospecha de que esa sería la línea hasta el final (una
graciosa huida conforme con transitar como fuera en pos de la
tanda de penales), para el segundo tiempo la joven tripulación
inglesa se lanzó otra vez al abordaje, echando mano de lo mejor de
sí misma; y pudo ganar. Sólo que enfrente ya no tuvo al timorato
equipo chico del tiempo regular, sino a una escuadra tan repuesta
94
como ella misma de sus respectivas insuficiencias y sus respectivos
temores.
Alguno debía quedarse en la instancia. Y por un instante, gracias a la
espectacular atajada de Ospina a Henderson en el tercer cobro
inglés, el destino pareció decidido. Pero era como si Mateus Uribe
hubiera sido señalado para convertirse no en el héroe ni en el
villano, sino en el modesto responsable de abrir y cerrar un
paréntesis de emotiva lucidez para todos. No fue él quien marcó el
gol colombiano, pero fue quien forzó la hasta ese momento
improbable jugada que lo provocó; no fue él quien falló el penalti
decisivo, pero con su yerro dejó el escenario puesto para los
protagonistas del final del drama: Pickford atajándole a Bacca, Dier
venciendo a Ospina.
Al final, se trató de un saludable, arduo y generalizado ejercicio de
memoria.
Inglaterra recordó: no quién fue hace cincuenta años, cuando
ostentaba el título de campeona del mundo; no quién era hace una
década, cuando, marginada de la Eurocopa, una de las más pródigas
y exquisitas generaciones de su historia vio culminado su largo y
trágico naufragio. Recordó quién es hoy, desde sus promisorias
virtudes y sus aún significativos pendientes.
Colombia recordó: recordó quién, haciéndose de una vez por todas
responsable de su cara, acaso está llamada a ser.
Nos vemos el sábado. Nos vemos en cuatro años. No tiren al olvido.
95
DIVAGARES DEL
MUNDIALISTA (I)
SEGUNDO
ASUETO:
UNA
AUTOBIOGRAFÍA
Durante el Mundial de Alemania 1974 era yo demasiado pequeño
para que la efeméride dejara algún tipo de huella en mí, como no
fuese un bello futbolín dispuesto junto a mi zapato la madrugada de
algún posterior Día de Reyes, y cuyos jugadores vestían
respectivamente los colores de la Naranja holandesa y la
Mannschaft germana.
4 y 5 de Julio.
En 1978, a mis siete años, vivía en un edificio repleto de argentinos a
los que la dictadura de Videla había orillado al exilio, que entendían
el Mundial de ese año como grotesca estratagema política y
publicitaria de la junta militar, y que por tanto se mantuvieron
indiferentes a las incidencias del torneo en general, y a los progresos
específicos (fueran a la buena o a la mala) de la albiceleste dirigida
por César Luis Menotti. La única excepción, curiosamente, la
aportaba el espigado marido de una de nuestras vecinas
sudamericanas, que aunque yugoslavo era quien más pinta de
argentino tenía, y cuyos estentóreos gritos de gol estremecieron el
edificio aquel día en que Mario Kempes y un poste le concedieron a
los anfitriones su primera Copa del Mundo. Recuerdo el álbum
conmemorativo que mi papá compró, y que no terminamos nunca
de llenar; la estampa que más veces nos salió repetida fue la de la
estrella peruana Teófilo Cubillas. Recuerdo unas enormes
calcomanías que pegamos en la puerta de la recámara, y que luego
ya no hubo modo de remover; como salían no sé en qué producto,
sin opción de escogerlas, una era de Túnez, otra de Hungría, otra de
Escocia, y otra de Gauchito (la mascota del campeonato). Recuerdo
lo extraña que me pareció la playera de la selección mexicana el día
de su primer papelón, justo ante Túnez. Recuerdo como entre
brumas los otros dos papelones, ante polacos y alemanes. Recuerdo
Nací justo un año después del partido del siglo. El 17 de junio de
1971 se cumplía el primer aniversario de aquel épico, estrambótico
encuentro de semifinales, disputado entre Italia y Alemania en el
Estadio Azteca, y que alcanzó inmortal memoria eternizado por la
imagen de Franz Beckenbauer con el brazo en cabestrillo. Me gusta
pensar que algo de augural oráculo hubo de por medio en la
coincidencia, predisponiéndome ya desde ahí a la devoción
futbolera que hasta hoy sigo cultivando y ejerciendo.
96
un juego de mesa lanzado por Coca-Cola, que se jugaba con
corcholatas, y que hacía nuestras delicias cuando me reunía con mis
primos. Recuerdo el cabello al viento de Dirceu cuando Brasil, único
cuadro invicto de la competición, le ganó Italia el juego por el tercer
lugar; en ese Mundial nació mi eterno (si bien no acrítico, ni exento
de vicisitudes) amor por Brasil. Pero la verdad es que a esa edad
todavía me costaba aguantar completos frente a la televisión los
noventa minutos de un partido; el día de la final, a la hora de los
tiempos extras (con mi vecino yugoslavo desgañitándose de
felicidad desde el departamento cinco) yo deambulaba solitario por
el patio del edificio, pedaleando mi siempre fiel triciclo Apache.
Francisco, al mismísimo Franz Beckenbauer, a la sazón entrenador
de la escuadra teutona. Faltaban pocos días para el inicio del torneo,
y Alemania había venido a prepararse a Morelia, disputando incluso
un amistoso con los míticos, sufridísimos e inolvidables Canarios de
la Tota, Tapia, Osorio, Roon, el Mudo, Macario. El Mundial de
México fue el de mi salida de la secundaria, el de mi primer álbum
personal armado con recortes de periódico, el de mis pleitos a
palmada limpia con un televisor en blanco y negro (al cual se le
ocurría de pronto perder la imagen durante los partidos más
cruciales). Tenía roto el corazón, un cuerpo y una cara que no
soportaba, y ningún amigo: esto último básicamente porque, igual
que hasta hoy, era difícil aguantarme. Como cualquier adolescente
mexicano promedio de aquellos días, más de una noche consagré mi
febril duermevela previa al sueño, en ceremonial ofrenda para la
Chiquitibum; la mano de Dios, que le llaman.
El Mundial de España 1982 fue sin duda el primero que viví ya a
plenitud. Guardo con especial nitidez en el recuerdo numerosos
pasajes de la segunda ronda, vivida en su inmensa mayoría hombro
a hombro junto a mi papá. Por algún peculiar azar, el episodio más
significativo lo afronté no obstante sin él, a solas; convertido (sí, no
estoy exagerando) en un mar de lágrimas. El Brasil más hermoso
que jamás me haya tocado ver, el de (y hay que ponerse de pie para
recordar esa galería de nombres inolvidables) Zico, Sócrates, Falcao,
Eder, Junior, Toninho Cerezo, acababa de ser eliminado por la
azzurra de Paolo Rossi, a la postre campeona. Y yo, muchos años
antes de conocer a Esquilo, a Shakespeare y a García Lorca, estaba
descubriendo y entendiendo por vez primera en toda su amplitud de
qué sutiles, elevados e implacables designios está hecha la tragedia.
Por accidentadas razones académicas de las cuales no quiero
acordarme, el Mundial de Italia 1990 coincidió, en geométrica
correspondencia respecto al previo, con mi salida de la preparatoria.
Pero a diferencia de mi sufrida condición monacal de cuatro años
antes, a los 19 era yo todo un ejecutivo, con la agenda por demás
ocupada, y el futbol transitoriamente relegado a la repisa de las
debilidades vergonzosas en nombre de la Historia, el Arte, el
Pensamiento, las Humanidades, la Literatura, el Teatro. Había
decidido no ver un solo encuentro, por aquello de no seguir
haciéndole el juego al capitalismo y a la idiotizante cultura de masas,
pero el día del partido inaugural abandoné corriendo a la hora
señalada mi salón de clase, y fui a unirme a la multitud que
contemplaba la televisión en una tienda de aparatos electrónicos ya
La anécdota más bonita del Mundial México 1986 no es mía, sino de
la abuela de mi mejor amigo, que casi se desmaya el día que vio
pasar, ahí nada más afuera de su negocio frente a la Plaza de San
97
hace tiempo desaparecida, frente al templo de Las Monjas. Durante
la definición de la primera ronda mundialista andaba haciendo yo el
ridículo en el puerto de Veracruz, integrado a un foro denominado
“Hacia una política cultural para los jóvenes”, que convocaba el
entonces flamante Conaculta de Salinas de Gortari; mi chafísima
ponencia de bachiller provinciano ni la quise leer, de pura pena
luego de escuchar la de varios de los otros participantes; el mítico
gol de Freddy Rincón a Alemania lo vi a hurtadillas, escapándome de
una mesa de trabajo para encender a toda prisa el televisor de mi
cuarto de hotel. Durante la ronda de eliminación directa andaba yo
por la Ciudad de México, en un movido encuentro nacional de los
Bachilleratos de Arte del INBA; el histórico partido resuelto hasta los
tiempos extras, donde Camerún estuvo a nada de eliminar a
Inglaterra para instalarse en semifinales, ni lo vi ni lo oí. Pero la
cardiaca definición napolitana desde los once pasos, donde
Maradona y Goycochea echaron a los italianos para instalarse en la
final, casi me cuesta el infarto, pues me tocó seguirla en una casa
donde no había televisión. Pude así dimensionar las pasiones
futboleras de generaciones a las que tocó asomarse a las incidencias
de las más cruciales batallas a través de las ondas de radio. Poética e
ilustrativa la experiencia, pero no se lo deseo a nadie (“Baggio se
perfila, disparaaaaa…” y medio minuto de espera entre el
indescifrable clamor de la tribuna, para que el narrador se decidiera
a aclararte si el balón había entrado o no).
paradas a comer o algún asueto, la verdad es que numerosos juegos
nos iban a pescar a media carretera, en quién sabe cuál rincón de la
patria geografía del centro-occidente. Así que mi mejor amigo (el de
la abuela y Beckenbauer) y yo, conseguimos una televisión portátil
en blanco y negro, que con un cable especial podía conectarse al
lado del volante de la camioneta donde nos trasladábamos. Un
absoluto fiasco. La señal se iba casi todo el tiempo, sin importar los
malabares que hiciéramos con la antena. Recuerdo que vimos
México-Noruega en Tepatitlán, Argentina-Nigeria en Tequisquiapan,
México-Irlanda en Querétaro. Por fortuna, la gira terminó antes de
las semifinales. El día que aquel histórico Tricolor dirigido por Miguel
Mejía Barón se jugaba el pase a la siguiente ronda frente a Italia, la
hora del partido nos agarró en algún tramo carretero de San Luis
Potosí; hicimos todo lo humana e inhumanamente posible para que
la malhadada televisión nos brindara aunque fuera el más pálido
informe a propósito de cuanto estaba sucediendo en el Memorial
Stadium de Washington, hasta resignarnos con el consuelo de que,
apenas llegáramos al siguiente punto habitado, la disposición de la
gente revelaría por sí sola la verdad; no recuerdo cuál fue el
siguiente pueblo, pero sí que al entrar en él nos acogió una
fantasmal desolación, una desierta polvareda enseñoreada de las
calles; “perdimos” fue la automática conclusión que brotó de
nuestros labios, segundos antes de que un impresionante clamor
viniera a disiparla: todos los habitantes estaban reunidos en la plaza
principal, celebrando todavía el gol de Marcelino Bernal contra los
italianos, que había proyectado a México hasta los octavos de final,
por primera vez fuera de casa.
Durante significativa parte del Mundial de Estados Unidos 1994
anduve de gira, como parte del elenco de una obra de teatro para
niños. Cambiábamos de ciudad todos los días, y aunque iba a haber
veces en que podríamos hacer coincidir determinados partidos con
98
certifique otra cosa; un calculador de edades se las habría visto
negras si le hubiesen encargado establecer cuántos años tenía
Rimbaud a los diecisiete, mirando nada más que sus ojos).
CUARTOS DE FINAL
FRANCIA 2, URUGUAY 0: NIÑOS, TORMENTAS Y PIRATAS.
6 de Julio. Estadio de Nizhni Nóvgorod.
Tratándose de Francia, la saga de iniciación de su juvenil
seleccionado durante el presente Mundial habría probablemente
que atribuírsela a Julio Verne. Pero la verdad es que, aun cuando
pudiera parecer un sacrilegio, a mí me remite más bien a un escritor
nativo de Inglaterra (histórico rival de los galos en tantos rubros a lo
largo de los siglos). El seleccionado francés en tierras rusas cada vez
me hace pensar más en Jim Hawkins y “La isla del tesoro”, de Robert
Louis Stevenson.
La torpe petulancia valentona de Mbappé durante uno de los
episodios de la segunda parte, cuando pretendió humillar primero
con jugada de taquito a un Uruguay ya herido de muerte, y luego,
tumbado sobre el césped, exagerar con cinismo propio de viejo lobo
de mar un mínimo contacto de Cebolla Rodríguez (él sí con siete
mares en las espaldas), bien puede servir de punto de partida para
introducirnos en la bonita novela de aventuras que los franceses
continúan prolongando capítulo a capítulo, partido tras partido,
ronda tras ronda. Porque ahí la joven estrella francesa de diecinueve
años era el pequeño Jim pretendiendo pasar como uno más entre
los veteranos piratas de John Silver, poniéndose en el ojo un parche
que no necesitaba, echándose al gaznate un trago de aguardiente
que seguro lo habría hecho toser, diciendo palabrotas, eructando y
tratando de improvisar alguna patosa trampa con los naipes. Pero
para semejantes alturas del partido el joven héroe, el iniciático
novicio, el aventajado aprendiz en trance de maestría, susceptible
Las mejores novelas de aventuras son todas novelas de iniciación.
Tránsitos donde lo que es arriba es como lo que está abajo, y a
través de los cuales el alma joven va gradualmente templándose
cual fruto en la rama, madurándose cual espada en la fragua.
Cuanto acontece en la peripecia y el paisaje acontece también en el
espíritu. Al final de la inolvidable jornada, el adolescente que se
levantó todavía con corazón de niño se va a dormir ya con un
corazón de hombre: ganado bien a pulso, pese al momentáneo
retraso que el vértigo de lo aprendido provocará por fuerza en los
calendarios y los papeles del registro civil (porque el cuerpo seguirá
siendo de muchacho un rato aún, aunque la hondura del mirar
99
de llamarse lo mismo Kylian Hawkins que Jim Mbappé, ya había
mostrado su capacidad para —cuando fuera preciso— tomar él solo
al abordaje la más temible nave corsaria, dar sin mapa con el
escondrijo del tesoro perdido más inaccesible; y llenar, si no de
supersticioso pánico, sí de alarmada atención a la más experta tropa
filibustera.
grande, de jefe, de realidad plenamente consumada. Incluso el hasta
ahora único silencioso semiausente dentro de este afinado coro de
niños cantores, Pogba, tuvo sus mejores minutos del torneo.
Didier Deschamps, quien siendo jugador fue siempre sobre todo un
disciplinado trabajador, un aplicado operario de soporte para que
las piezas de privilegio del seleccionado francés hicieran magia, en el
banquillo de entrenador se ha convertido en un viejo sabio. Y con
sabiduría ha conseguido apuntalar y arropar desde la experiencia a
sus niños prodigio. Los veteranos, ubicados en puestos clave, se han
mandado un partidazo ante Uruguay. Lloris supervisa desde el arco
no sólo al aparato defensivo, sino el dispositivo completo de salida y
repliegue; Kanté imparte cátedra (qué juego, el suyo de hoy) en la
contención y en la recuperación; Giroud sacrifica todo protagonismo
como delantero en aras de otros, chocando una y otra vez, abriendo
espacios, dando a veces la impresión de que es malísimo, pero con
una sapiencia física y posicional de muchísimas millas recorridas.
El temple, la personalidad, la entereza y el descaro de este bisoño
jugador, de esta novísima joya, impresionan por sí solos. Pero la
verdad es que hay que reconocer esos rasgos como una especie de
resumen quintaesenciado de todos los méritos individuales y
colectivos que Didier Deschamps ha ido bruñendo y pulimentando
desde la dirección técnica (desde una banca que más parece taller
de orfebre) sin prisa pero sin pausa, con esmero y con sabiduría
infinita. He tenido oportunidad de ver cada uno de los partidos de
Francia en la Copa. Y por arrimar algún ejemplo complementario al
quizá demasiado obvio de Mbappé, señalaría el impresionante
crecimiento que el lateral Benjamin Pavard, de veintidós años, ha
experimentado desde su titubeante debut contra Australia, hasta el
día de hoy, donde arrostró, soportó y superó, durante buena parte
del trámite, una ardua, ruda y para nada sencilla contingencia de
combate: se ha hecho adulto en cosa de veinte días. El talento letal,
la frescura ofensiva y la punzante creatividad de Antoine Grieszman
los conocemos de sobra: los prodiga cada semana en el Atlético de
Madrid; pero lo que ha hecho hoy durante el segundo tiempo,
convirtiéndose en el director de orquesta de su equipo, bajando el
ritmo, presidiendo la pausa, apoderándose del balón, conjurando
con sereno oficio cualquier riesgoso atisbo de heroica rebeldía o
pendenciera impotencia charrúa, ha sido sin lugar a dudas de gente
En las iniciáticas novelas juveniles de aventuras, la buena estrella y
la diosa fortuna acuden siempre en determinado momento para
echarle una manita al héroe en su camino. El paisaje hostil
condesciende benignos augurios propicios para que el joven que va
rumbo de sí mismo llegue a la hora de la verdad en plenitud de
condiciones. Hoy Francia ya era favorita de antemano por la
ausencia de Cavani; una ausencia que se notó sobre el terreno de
juego durante los noventa minutos. Pero el juego no fue sencillo, el
partido no lo jugaron a modo (sino hasta que la insólita pifia de
Muslera provocó el segundo gol). Hoy el joven equipo francés tuvo
que echar mano de lo mejor de sí mismo para despachar a un
100
Uruguay que procuró primero vivir, luego sobrevivir, y por último
morirse, siendo siempre Uruguay.
En lo que a mí respecta, estos jóvenes franceses me inspiran toda la
simpatía que nomás no puedo sentir por los jóvenes ingleses de la
otra llave. No veo a Jim Hawkins en ninguno de ellos. En cambio
estoy seguro que, desde su impotente papel de testigo, hasta
Edinson Cavani, ese John Silver al que hoy la pata de palo dejó en la
banca, se permitió alguna paternal sonrisa para el genio, el arrojo, la
alegría y la fallida petulancia (el deficiente oficio marrullero) del
joven pirata Mbappé.
101
provocados por nuestra noche de bodas. Y si me atrevo a tamaño
despliegue de impudicia, es porque a esa hora precisa estaba
haciendo lo mismo con millones aparte de mí, alrededor de todo el
mundo. Electrizados lo mismo en la tribuna que ante la pantalla.
CUARTOS DE FINAL
BÉLGICA 2, BRASIL 1: NOCHE DE BODAS.
6 de Julio. Estadio Arena de Kazán.
Aun cuando resten en la agenda todavía media docena de
encuentros por disputarse, es altamente probable que hayamos
asistido hoy a lo que a la postre resulte ser el mejor partido de toda
la Copa del Mundo Rusia 2018. Dos selecciones de la élite mundial
prodigándose a plenitud, regalándonos un duelo de alternativas en
ambas áreas; donde todos sus respectivos astros tuvieron algún
margen para exhibir de lo que son capaces, pero donde cada
contendiente privilegió un juego de conjunto, desde sus propios
recursos y desde el script que el desarrollo de las acciones por sí
mismo fue configurando.
Entiendo que Brasil pertenece a esa franja de representativos
nacionales en que se supone que no ser campeón equivale a
fracaso, pero a mí me parece que una vez superado el amargo y
durísimo trago de quedar fuera en cuartos de final, lo mejor que
podría hacer es darle continuidad al proyecto de Tite. Errores y
detalles para corregir los habrá siempre, pero hoy quedó patente
una abismal y positiva distancia entre la canarinha que hace cuatro
años fue humillada en Belo Horizonte por los alemanes, y la que han
vencido los belgas en la Arena de Kazán.
Hace unos días dije que Bélgica me gustaba, pero que no le creía,
que todas sus tentadoras promesas me resultaban sospechosas de
falsía, que me daba la impresión de que no tenía ningunas
intenciones de cumplirme, de que me iba a dejar con un palmo de
narices a la hora buena. Hoy, aunque se trate de una grosera
indiscreción (equivalente por inmoral mal gusto, pero no por vuelos
líricos, a la perpetrada por Leonard Cohen con Janis Joplin en una de
sus más maravillosas canciones), quiero anunciar públicamente que
le creo, que no eran promesas, que me ha finalmente cumplido, que
traigo todavía en el pecho y en la boca los venturosos estragos
Brasil tuvo momentos de incertidumbre, zozobra y extravío sobre la
cancha, pero a final de cuentas se fue generando una buena
cantidad de llegadas contra la meta adversaria, que construyó
102
apelando a un repertorio para nada repetitivo, y que sólo la
inspiradísima actuación de Thibaut Courtois impidió que quedaran
plasmadas en el marcador con mayor amplitud. Si algún reparo cabe
oponerle al Scratch, tendrá que ver sobre todo con fortaleza mental
y actitud en ciertos momentos cruciales: un rasgo que no es
privativo de este conjunto, sino consustancial a toda la historia del
futbol brasileño (no olvidemos que el siempre artístico balompié
amazónico demoró cinco mundiales antes de asentarse como
hegemónica potencia global). Hoy, la adversa circunstancia que
representó el 2-0 dio en hacerle aflorar los fantasmas, los malos
recuerdos y las insuficiencias de temperamento a casi todos; pero
mientras hubo algunos que se mostraron capaces de revertir
semejante inercia (Coutinho, Neymar, Fernandinho, Marcelo) otros
fueron devorados por ella, y de manera lógica terminaron por ser
relevados del campo (Willian, Gabriel Jesús, Paulinho), en cambios
que a la postre resultaron atinadísimos. Lo peor que podría hacer
Brasil es, arrebatado por el impacto emotivo y la frustración,
desestimar las formas y concentrarse en el resultado (“perdimos,
qué más da cómo”). El camino hacia la Copa no queda ya a una
semana, sino otra vez a cuatro años, pero bien vale la pena echar
una miradita por encima del hombro para valorar el larguísimo
trecho cuesta arriba que Tite y su equipo han sabido remontar
desde el vergonzoso Mundial en casa hasta aquí.
olvidemos que enfrente tenía a un Brasil con chispazos de
aplanadora en urgencia). El triunfo es justo, no porque Bélgica no
hubiera podido perder, sino porque supo ganar; y supo ganar
echando mano de todo lo que nos había prometido previamente, sin
que hubiéramos tenido ocasión de mirarlo sino a cuentagotas.
Incluso fue capaz de agregar alguna inesperada prenda de virtud
más, como por ejemplo esos trechos donde supo desplegar un sabio
juego defensivo con el balón en los pies, lejos de ambas porterías,
sin necesidad de fingir faltas, sacando de quicio al penta,
asomándolo al precipicio de la impotencia y la desolación.
Dicen que esta Bélgica busca emular a la de 1986. No estoy de
acuerdo. En términos estrictamente numéricos, acaba de igualarla
(lo peor que le puede pasar de aquí en adelante es quedar cuarta,
como esa vez). Sin embargo, yo vi jugar a aquella Bélgica. Tenía
elementos muy carismáticos, comenzando por su mítico arquero
Jean-Marie Pfaff, así como una tozudez inquebrantable, pero
practicaba un futbol para el olvido. No se parecía en casi nada a esta
elegante, seductora, cadenciosa y sensual dama flamenca, tan sabia
en la administración de las intensidades, tan propicia al súbito e
impredecible frenesí.
Por fin le creo, pues. Como he ido aprendiendo a creerle a Francia. Si
algún partido podrá superar, o al menos igualar a éste en el futuro
como el mejor de la Copa, es esa semifinal del martes. Igual que si se
tratara del más promisorio de los lechos, argumentos sobre la
cancha sobrarán para ello.
Enfrente, Bélgica, que como apuntaba de inicio ha dado esta noche
en Kazán un salto de credibilidad monumental, contundente, sólido,
certero. No es un equipo perfecto, y hoy se le puede reprochar que
durante alguna parte del segundo tiempo su pertrecharse atrás
careció de casi cualquier complemento ofensivo (siempre que no
103
Será cosa pues de comenzarlo desde ahora mismo a rezar a dúo
junto a Joaquín Sabina: Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel.
104
Inglaterra lleva ya varios años (al menos desde el Mundial anterior)
procurando incorporar inéditas modificaciones a su tradicional estilo
de juego: privilegiar talentos individuales más técnicos y menos
físicos, apostar por un futbol más elaborado en la construcción, no
ser tan esquemática en el desarrollo táctico, darle prioridad a la
pausa y el toque. Pero tan novedosa Inglaterra ha no obstante
marcado prácticamente todos los goles que lleva en la Copa desde el
ortodoxo apego a su más añeja estirpe: remates de cabeza
propiciados a partir de la táctica fija. Y el personaje individual que
mejor la expresa no es en absoluto el talentoso delantero Harry
Kane (a la vez definidor temible y colaborador de amplios recursos
para la elaboración creativa) sino antes bien el temperamental
defensa Harry Maguire.
CUARTOS DE FINAL
INGLATERRA 2, SUECIA 0: ¿DÉJALO SER?
7 de Julio. Estadio Cosmos de Samara.
Será que la sangre llama. Del mismo modo en que Uruguay no
puede jugar más que a la uruguaya (aunque siempre con la fecunda
opción de enriquecer esa dominante identidad desde el matiz, como
no se ha cansado de ejemplificar torneo tras torneo el Maestro
Óscar Tavarez), Inglaterra termina siempre, tarde o temprano, de
uno o de otro modo, jugando a la inglesa.
Paul McCartney no me ha inspirado jamás el menor género de
simpatía. Pero soy perfectamente capaz de reconocer su talento
musical, admirar su obra, y hasta experimentar franca devoción por
alguna significativa parte de su legado.
Ello de ninguna manera significa que su pretendida renovación
constituya una engañifa. Esta parece de verdad una Inglaterra
nueva, justo acaso por lo que tiene de vieja. La última vez que los
representantes británicos habían alcanzado la instancia de
semifinales, fue en Italia 90. Es decir, en el último Mundial previo a
la irrupción de su generación dorada, dado que el equipo de la rosa
no asistió a Estados Unidos 94. Lo cual significa que el período que
va de 1998 a 2014, tan pródigo en estelares nombres propios
Buen pie, creo, para tratar de expresar mis sentimientos hacia la
selección inglesa de futbol que se encuentra ya instalada, con franca
y ventajosa condición de favorita, en las semifinales.
Hay un hecho a este último respecto que no deja de resultar
llamativo. Y es que existe consenso más o menos pleno de que esta
105
(Beckham, Scholes, Owen, Cole, Gerard, Terry, Lampard, Rooney),
quedará en lo sucesivo como un paréntesis medio tétrico en la ya de
suyo penumbrosa, gótica y friolenta historia del balompié inglés a
nivel de selección mayor. Fue necesario que hasta los últimos
veteranos de aquel malogrado dream team acabaran de jubilarse,
para que Inglaterra volviera a verse instalada en la antesala de una
final mundialista.
entre otros muchos síntomas. Esta Inglaterra ha aceptado el papel
de villano, como lo aceptara en su momento Paul frente a la casi
arcangélica profesión de virtud de John. Nadie puede, por ejemplo,
probar que se haya dejado ganar por Bélgica en el último partido de
la primera ronda, para evitar la llave más ardua y conflictiva; y sin
embargo todo el mundo se la pasa diciendo todo el tiempo que se
dejó ganar por Bélgica en el último partido de la primera ronda, para
evitar la llave más ardua y conflictiva; y hay quien le elogia tan
visionaria picardía, desestimando la verosímil hipótesis de que,
perpetrada por una selección sudamericana, africana o asiática,
hubiera dado pie en una de esas a la irritada protesta de alguno de
sus mismos integrantes (“nunca habíamos enfrentado a un equipo
tan desleal y contrario al espíritu del juego”).
¿Que por qué no me simpatiza esta Inglaterra? Ya lo dije de entrada:
porque se parece a Paul McCartney. Es más, observen
alternativamente con atención una foto de Paul y otra del zaguero
Maguire; y van a sentir en un momento dado cómo se mimetizan:
no tanto por los rasgos, como por la actitud. Hay en ambos todo el
tiempo una suerte de remilgoso arrugamiento de nariz; una suerte
de imperial altivez, tan presta a indignarse hasta la declaración de
guerra por el codo de un rival en la nuca (en nombre del sacrosanto
fair play), como de mantener con absoluto cinismo la más cándida
de las expresiones en el rostro al demorarse en la realización de un
cambio.
Sin embargo, como en el caso de Paul, ahí está la música. Una cosa
era elegir la ruta que cruzaba con colombianos y suecos por
relativamente más sencilla, y otra ya muy distinta exhibir de qué
argumentos ibas a echar mano para solventarla, con qué semblante
ibas a arrostrar llegado el momento las instancias definitivas. Si no
que se lo pregunten a Croacia, a la que sus campales, inesperadas
batallas contra Dinamarca y Rusia, en teoría rivales a modo, parecen
haberle socavado gravemente cuanto de promisorio cosechara tras
su triunfo sobre Argentina.
El desgarramiento de ropas posterior a su enfrentamiento con
Colombia (donde algún jugador llegó incluso a aseverar que nunca
en la vida había enfrentado a un equipo tan sucio), a despecho de
los hipócritas protocolos antirracismo o anti-grito mexicano de la
FIFA, tiene un tufillo desagradablemente próximo al que en 1966
llevó al entrenador Alf Ramsey a prohibir que sus hombres
intercambiaran camisetas con los argentinos, porque ellos “no
intercambiaban camisetas con animales”. Ningún interés tengo en
magnificar el desliz, pero considero que se trata de apenas uno
Inglaterra derrotó con justicia a Colombia, sobreponiéndose tanto a
las virtudes que los cafetaleros le pusieron delante (aunque fuera de
modo tardío), como a sus propias desidias y soberbias. Y sacó
provecho de la lección. Hoy, ante Suecia, asumió de principio a fin,
sin sacarle la vuelta, el rol de favorito, de equipo grande, de
106
obligado propositor del encuentro. Y su juego de conjunto lució
aceitado, sólido, potente, como flamante locomotora del siglo XIX
que hiciera su entrada triunfal en el andén. Y, con excepción de
Sterling, dotado de un exasperante tino para equivocar siempre la
última jugada, sus individualidades se mostraron a punto. Hasta el
saldamiento de un pendiente legado por la generación dorada, con
su eterna carencia de un gran arquero en la meta, pareció aventajar
hoy a través de la impresionante, monumental actuación de
Pickford (y le bastaron sólo tres atajadas).
Aunque nadie puede asegurar que Inglaterra vaya a ser campeona
del mundo, creo que hoy, por primera vez, vale decir que a nadie le
extrañaría si así fuera.
Ignoro cómo sería una Inglaterra John, una Inglaterra George, una
Inglaterra Ringo. Ignoro si le alcanzaría para aspirar a la Copa tanto
desgarrado sentido de utopía, tanto problemático misticismo, tanta
feliz inocencia. Hoy, nos guste o no nos guste (nos guste lo que nos
guste, y no nos guste lo que no nos guste) tenemos sin duda una
Inglaterra Paul. Tan genial como poco simpática. Tan competente
para el calculador marketing como para el prodigio lírico. Tan
propicia para la impostada nostalgia como para la legítima fiesta.
Y la mera verdad es que, si se da, tampoco es que vaya a estar tan
mal. A quién no le gusta rematar tres horas de concierto, en una
inmensa plaza a reventar, coreando a voz en cuello junto a miles de
desconocidos “Hey Jude”.
107
donde Brasil perdió de antemano al perder a Ronaldo, las recientes
confesiones de Michel Platini en el sentido de que el calendario se
manipuló a fin de que pasara lo que pasara galos y amazónicos sólo
pudieran encontrarse como finalistas, o las declaraciones de
Emmanuel Petit (autor del tercer gol para los campeones en el juego
definitivo) hace un par de años: “Hace algunas semanas que me
digo: ¿De verdad ganamos la Copa del Mundo en 1998? Y ¿no fue
algo arreglado? Yo no sé nada. Nosotros, en el pasto, dimos todo,
hicimos todo para ganar, nos preparamos para todo. Pero, con todo
lo que está pasando hoy en día, me llegué a preguntar eso. [...]
¿Seguro que no fuimos marionetas para que la economía fuera
adelante? No sé si me estaré volviendo paranoico”.
CUARTOS DE FINAL
CROACIA 2 (4), RUSIA 2 (3): GUÁRDAME UN TROZO DE VIOLENTA
ESPUMA.
7 de Julio. Estadio Olímpico de Sochi.
El penoso episodio del campeonato 2002 (donde Corea del Sur, uno
de los co-anfitriones, logró colarse hasta semifinales por descarada
ayuda arbitral, en detrimento de una España todavía sin título
mundial) llevó a la FIFA, no por un virtuosismo deportivo que jamás
la ha caracterizado, sino por bien del negocio, a tomar cartas en el
asunto. Ignoramos lo que pueda suceder en el futuro; en una de
esas, los diligentes directivos mexicanos logran a través de sus
gestiones sobre la mesa, durante el Mundial “en casa” de dentro de
ocho años, el quinto partido que jugadores y técnicos se han
mostrado tan incapacitados para materializar; pero hoy han pasado
a cumplirse cinco Copas del Mundo donde el anfitrión debió
rascarse con sus propias uñas, sin sospechosos apuntalamientos
extra.
Rusia se ha ido de su Mundial sin deberle nada a nadie.
Las Copas del Mundo acumulan un dilatado historial negro, como
para deprimir hasta a su más fiel devoto, en materia de descarada
ayuda al anfitrión. Desde los testimonios de amenazas contra
algunos jugadores argentinos si se atrevían a ganar la final contra
sus vecinos uruguayos en Montevideo, allá en el remoto año de
1930. Hasta el ya no tan distante 1998; ahí quedan la extrañísima
(jamás debidamente esclarecida) noche de pesadilla previa a la final,
Entiendo que en términos de mercadotecnia se trata de un riesgo,
sobre todo para el país organizador, encargado de dilapidar
108
cuantiosos recursos en la realización del evento. A la FIFA, con la
cabeza puesta antes bien en patrocinios globales y derechos de
transmisión, seguro que le preocupan y duelen más las
eliminaciones de los grandes favoritos mediáticos. Pero las ciudades
sede de un país que ha quedado fuera de la competición acusan de
inmediato un negativo efecto anímico y comercial, por muchos
turistas extranjeros (y al reducirse el número de partidos van
quedando cada vez menos) que continúen en sus calles. Ahora bien,
cuando, como es el caso, un equipo anfitrión no sólo se mantiene
vivo en razón exclusiva de sus propios méritos, sino que alcanza a
proyectar con absoluta legitimidad sus expectativas de avance hasta
unas alturas que nadie nunca imaginó, las cosas deben resultar
harto distintas.
asomados a cualquier ventana a través de la cual estuviera
transmitiéndose el partido.
Lo cual no representa poca cosa si tomamos en cuenta que, a pocos
días del inicio del torneo, la sensación general entre los
corresponsales internacionales era la de un país indiferente, con
quién sabe cuántas disciplinas deportivas predilectas por encima del
futbol.
Rusia y Croacia no han disputado en términos tácticos y técnicos un
gran juego. Pero sí, sin duda, el más inolvidable y agradecible hasta
ahora en toda la Copa por su carga emotiva, por su épico aliento,
por su guerrera definición en el límite. Y es que el futbol también es
esto: dos equipos con para entonces casi doscientos cuarenta
minutos de segunda ronda acumulados sobre las espaldas (durante
sólo dos partidos), ya exhaustas en idéntica proporción tanto las
piernas como las ideas, pero lanzados con cuanto les quedaba de
aliento en pos de la victoria a apenas unos segundos de que el
árbitro pitara la finalización del alargue (cuando la mayoría opta por
dejar que el tiempo se vaya, para que los penales decidan); el
frenético tobogán sentimental del respetable en la tribuna; las
reiteradas arengas desde la banca a cargo de Cherchesov,
convertido de pronto ya no nada más en el director del equipo rojo
sobre la cancha, sino del estadio entero. Hay que festejar batiendo
palmas (y hasta con un nudo en la garganta, si uno es muy
sentimental), lo mismo que si se tratara de una espectacular chilena
o un tiro a la horquilla, la carrera que la estrella Luka Modric fue
capaz de mandarse hacia el minuto ciento diez, con el marcador a
favor, para evitar que escapara por la línea un largo pelotazo sin
No soy, como bien puede advertirse, ningún especialista en industria
turística, ni menos en la psicología social del pueblo ruso durante la
segunda década del tercer milenio. Pero tomando en cuenta lo
visto, leído y escuchado durante las últimas semanas, creo que a
partir de aquí la gente en Rusia acompañará el Mundial hasta su
término, involucrada, festiva, entusiasta y satisfecha. Ayer, durante
el primer trámite de la jornada, entre Inglaterra y Suecia, la tribuna
del estadio de Samara estaba colmada no de británicos y nórdicos,
para quienes trasladarse y conseguir boletos había resultado toda
una odisea (a pesar del poder adquisitivo y de la cercanía
geográfica), sino de alegres y bulliciosos rusos. Y según diversos
testimonios, la enorme nación se paralizó entera a la hora en que
Dzyuba y compañía dirimían una nueva, hipotética, inverosímil y casi
consumada hazaña ante los croatas, viendo el juego donde se
pudiera, pegados en multitudinaria expectación a las pantallas,
109
ninguna trascendencia. O al guardameta Subasik, lesionado al punto
de no poder despejar los saques de meta, y convirtiéndose no
obstante una vez más en el héroe durante la tanda definitoria desde
los once pasos. Los ojos atónitos de Fernandes, reflejando los de
todos los espectadores en el estadio, tras el segundo gol de los
locales.
Conmueve este equipo ruso capaz de presentar, sostener y colocar
en trance de victoria tamañas batallas desde la precariedad, desde
la resistencia, desde algo que en el papel se lee como sinónimo
futbolístico de casi nada (el talento de Chéryshev, la clase de
Golovin, la seguridad de Akinféyev, la experiencia de Samédov, poco
más). Guardada toda proporción, uno entiende por qué en estas
tierras toparon con su límite impasable, y con el inicio de sus
respectivas debacles, las ofensivas napoleónica y nazi. Y entiende
uno también por tanto el arrebato sentimental que llevara a Neruda
un día a escribir, tras los días de heroica resistencia en Stalingrado:
“Guárdame un trozo de violenta espuma, / guárdame un rifle,
guárdame un arado, / y que lo pongan en mi sepultura / con una
espiga roja de tu estado, / para que sepan, si hay alguna duda, / que
he muerto amándote y que me has amado”.
Se va pues Rusia. La misma Rusia a la que todos (incluso ellos
mismos) augurábamos una penosa retirada por la puerta de atrás
durante la primera ronda. Se va por la puerta grande, a nada de
haber podido grabar su nombre entre la élite de los cuatro
semifinalistas. Se va, lo mismo que si se tratara de los Reyes Magos
en noche de casa pobre, dejándonos tres imprevistos regalos: una
selección, un pueblo anfitrión y un Mundial inolvidables.
110
DIVAGARES DEL
MUNDIALISTA (II)
TERCER
ASUETO:
UNA
AUTOBIOGRAFÍA
imperio, y el trabajo periodístico se solventaba de cara a la página
impresa, con pase todavía obligado por la sala de redacción. Así que
había de dos alternativas: trasladarte hasta el periódico, ver ahí
mismo (en una televisión instalada ex profeso) el partido que te
tocaba, y luego redactar tu crónica en una de sus computadoras; o
escribir en tu casa, y luego trasladarte con tu crónica guardada en
un disquete de 3½ para que la bajaran los siempre atareados
responsables de captura, diagramación y diseño. Dado que vivía yo a
cinco minutos caminando de las instalaciones del diario, opté
invariablemente por la segunda opción. Y escribí mucho. Y aprendí
más. Y me divertí como enano, mientras a la vuelta de la esquina el
siglo, el país, la existencia y el mundo, tal y como yo los había
conocido, se aprestaban a desaparecer para siempre.
8 y 9 de Julio.
Al arribar el año 2002, el universo entero, y hasta el inminente
Mundial de Futbol (a realizarse por vez primera en sede compartida,
del otro lado del planeta) estaban de cabeza. Demasiadas cosas
venidas abajo durante un lapso de tiempo demasiado breve, así en
la tierra como en el cielo, así en la situación mundial como en la vida
personal, así en la cabeza como en la historia, así en el corazón
como en la patria. Al iniciarse el año humeaban todavía en la retina
de todos los inquietantes sobreentendidos globales (aún hoy
vigentes) del ataque contra las Torres Gemelas, hasta los más
cándidos entusiastas del año 2000 habían podido ya darse sobrada
cuenta de qué y quién era en realidad Vicente Fox, y yo a título
privado no tenía la menor idea de cómo iba a ser mi vida de ahí en
adelante. No sabía ni siquiera si iba a poder ver el Mundial, puesto
que los partidos en Corea y Japón serían de madrugada para el
horario mexicano, y puesto que harían su debut las transmisiones
El Mundial de Francia 1998 posee una peculiar importancia para mí,
porque fue el primero donde me atreví a escribir disciplinadamente
sobre futbol, gracias al proyecto de un suplemento en un periódico
local, que se planteaba seguir la competencia completa, partido a
partido, antes con una perspectiva literario-cultural que
estrictamente deportiva. Una nutrida plana de colaboradores, entre
periodistas y escritores morelianos (fuera por cuna o por elección)
nos sorteamos los juegos de la primera ronda para ir escribiendo la
correspondiente crónica de cada uno, y dejamos que las deserciones
por cansancio fueran haciendo lo suyo conforme el torneo
avanzaba. Internet aún no establecía su a poco omnipotente
111
mayoritarias acaparadas por la televisión restringida. Pero tengo una
hermana capaz de echarse sobre la espalda los más peliagudos
saldos de derrumbe, las más amenazadoras inminencias de
naufragio, con fortaleza, habilidad, paciencia, esmero y necedad
dignos de Florence Nightingale. Compró una televisión nueva,
contrató un pertinente sistema de cable, improvisó una cama para
mí en su departamento. Resultó una experiencia de reconfiguración
integral medio alucinante: nos acostábamos a dormir a las diez de la
noche, nos levantábamos a ver el juego de la una de la mañana,
tomábamos una variable siesta complementaria según el siguiente
partido fuera a las cuatro o a las seis. Mi sobrina de ni siquiera tres
años roncaba a nuestro lado hecha un ovillo. Y luego yo me iba a dar
clases con las ojeras más varonilmente seductoras que se hubieran
visto desde que Germán Robles se convirtió en el vampiro oficial del
cine mexicano. Y aunque el Mundial de Corea-Japón fue más bien
malo, para cuando Brasil alzó la copa gracias a una grosera pifia de
Oliver Kahn, la cabeza, el corazón y el horizonte se habían puesto
otra vez al derecho, y el tren comenzaba a avanzar otra vez sobre la
vía. Me casaría en menos de un año.
mano la temperatura de la leche en el biberón. Y había que parar
bien la oreja para saber si había sido o no falta, mientras lidiabas con
un pañal. Y había que gritar los goles como con sordina, para no
despertarlo. Y había que asumir que en determinados momentos,
acurrucado contra tu pecho, te iba a robar la más idiota y
enternecida mirada de devoción paterna, por más que enfrente
estuviera viviendo el juego sus momentos cumbre. El día del crucial
encuentro entre México y Argentina, estaba de visita en casa mi
suegro, que había venido desde la Ciudad de México para darle el
visto bueno al flamante nieto con tres meses de nacido. Mi hermana
(mi Florence Nightingale), que durante los partidos tensos ha
prodigado siempre un vocabulario como para ruborizar a cualquier
machetero de la central de abastos, se las vio negras para
contenerse y mantener la compostura aquella tarde (del “¡eres un
pendejo!” al “qué tonto se vio”).
El de Sudáfrica en 2010 fue el Mundial del centenario y del
bicentenario. Llevaba meses trabajando como parte del equipo de
guionistas de una serie de doce capítulos, producida por la televisión
estatal, en torno a la Independencia y la Revolución. Nos
acercábamos a la fecha de estreno a marchas forzadas, y la llegada
de la Copa del Mundo me sorprendió con el sueño, el ensueño y la
vigilia completamente arrebatados por los insurgentes de 1810 y la
bola de 1910. Leía con la compulsión de un tesista atrasado en
vísperas de su examen recepcional. Me desvelaba dos días sí, y los
otros tres también, hasta las últimas horas de la madrugada,
proponiendo, debatiendo, divagando. Lo más sensato hubiera sido
no pensar siquiera en escribir además sobre futbol, pero escribí, y
escribí mucho, incorporado a un proyecto que medio resucitaba en
El Mundial de Alemania 2006 lo viví con los brazos ocupados, y ha
sido sin duda el que más me ha exigido en materia de mimetismo a
distancia con los jugadores que saltan al campo de juego en busca
de su correspondiente y harto diversa porción de gloria. Porque
había que gambetear de un lado a otro de la estancia con un ojo en
la pantalla de la televisión, y el otro atento a los diminutos párpados
que a lo mejor por fin habían condescendido a cerrarse. Y había que
no perder de vista el avance de la estrella en turno, se apellidara
Henry, Villa, Kaká o Rooney, mientras atajabas con el dorso de la
112
formato virtual la idea aquella de 1998. Y en el recuerdo, la verdad
dan en agrupárseme de pronto y hasta cierto sacrílego punto Andrés
Iniesta y Francisco Javier Mina, Felipe Ángeles y Andrea Pirlo, Diego
Forlán y Vicente Guerrero, Rafael Buelna y Franck Ribery, como
parte de la misma cabalgata, de la misma enloquecida escaramuza,
de la misma dolorosa y recurrente derrota, de la misma irredenta
esperanza.
favor del tabasqueño. También, y por encima de todo, en razón de
mi propia elección: la elección de sustraerme a las al parecer
obligatorias urgencias declarativas de la vorágine pre-electoral,
electoral y post-electoral. Me gusta ver futbol; me gusta escribir
sobre futbol. Y este año (aprovechando las inéditas posibilidades
que la web ofrece para soltar cual mensaje en botella mis crónicas y
mis divagaciones, con la ilusionada esperanza de que alguien se
anime a leerlas), me atreví a aventurarme en solitario y por puro
amor al arte en el acompañamiento integral de la Copa: tratar de
reseñar todos los partidos, o la mayor cantidad de ellos que fuera
posible, deslizando además entre uno y otro, a manera de
complemento, apuntes misceláneos como este que ahora estoy
cerca de concluir. ¿Retos disciplinarios que depuran el oficio?
¿Gratuitas exigencias auto-impuestas, que adquieren sui generis
modalidades de rigurosa seriedad al materializarse espacio y tiempo
frente a la pantalla de la computadora? ¿Juegos que han de respetar
hasta su término las arbitrarias pero el cabo estrictas reglas que les
dieron forma? Sí, todo eso. Pero, por encima de todo, una estrategia
de mediación, un salvoconducto de distancia, un atajo medio
kamikaze hacia el afán de lucidez. Yo recordaré mañana, dentro de
seis meses, dentro de cuatro años, dentro de un sexenio, que justo
durante aquellas semanas en que escribir sobre las elecciones
presidenciales (se tratara de un meme o de un artículo) parecía
quién sabe si un imperativo cívico, una responsabilidad moral, o el
vistoso modelo de temporada para el frívolo desfile de modas de lo
políticamente correcto, yo me la pasé reseñando y meditando el
Mundial.
Brasil 2014 me restituyó con bastante menos vorágine de por medio
la posibilidad de ir acompañando palmo a palmo desde mi escritura
el devenir del torneo. Varios veteranos supervivientes del
suplemento cultural-futbolero del 98 se impusieron ahora sí la tarea
de resucitar la idea original con todas las de la ley, aunque sin
ningún género de restricciones de espacio, dadas las bondades
acumulativas del universo virtual. Pero me resulta difícil hablar de la
experiencia. Demasiado próximo todo todavía, como para
consignarlo con equivalentes ensalmos de épica, comedia o tragedia
a los que me admiten otras ediciones. Llega una edad donde uno
empieza a recordar con mayor claridad justo aquello que va
quedando más lejano.
Sin embargo, entiendo que a su turno el Mundial de Rusia 2018
quedará necesariamente enmarcado para mí en el proceso de
sucesión presidencial que llevó al triunfo a Andrés Manuel López
Obrador, luego de dos previas intentonas fallidas. Y no sólo por los
azares calendáricos que así lo dispusieron, provocando por ejemplo
que la eliminación del seleccionado nacional frente a Brasil (sin
superar el ya atávico estigma del quinto partido) ocurriera a muy
pocas horas de la declaratoria oficial de tendencia irreversible a
113
El derecho al entusiasmo y el derecho a la decepción son por
completo respetables, pero según yo hay derechos más perentorios
y esenciales cuando estás hablando de historia, de política, de
democracia, y no de futbol. Priorizar el derecho al entusiasmo es
aceptar plantarse sobre el más inestable, volátil y voluble de los
terrenos. Y si alguna lección nos ha dado el último cuarto de siglo en
esta ciudad, en esta entidad, en este país, es que todo desengaño se
erige sobre la aquiescencia de alguien que estuvo dispuesto a
engañarse, casi siempre con las mejores intenciones, casi siempre
con el mejor de los conceptos de sí mismo. Así que yo he preferido
excusarme de mi porción de derecho al entusiasmo, para mantener
intacta mi modesta capacidad crítica y autocrítica, mi hipotético
sentido de ubicación histórica, los escasos o nulos alcances de mi
discernimiento. Porque los voy a necesitar. Y no voy a ser el único.
Al igual que cualquiera, puedo por supuesto equivocarme. Pero no
nací ayer. Nací justo un año después del partido del siglo, disputado
entre Italia y Alemania: nací pues sabiendo que ni Alemania ni Italia
habían sido campeones.
114
Y hoy, cuando en el segundo tiempo, ya con el marcador a favor (y
habiéndonos regalado para entonces un selecto popurrí de
atrevimientos, asistencias, desmarques, gambetas y carreras),
Mbappé, en los linderos del área grande belga, de espaldas a la
portería, recibió de Matuidi con la derecha y cedió de izquierda,
hacia atrás, con precisión y ventaja, para un Giroud al que no tenía
forma de ver, volví a ponerme de pie, impulsado por el mismo
jubiloso estupor.
SEMIFINALES
FRANCIA 1, BÉLGICA 0: BESOS DE JUDAS.
10 de Julio. Estadio Krestovski de San Petersburgo.
El partido, en términos generales, pareció por momentos más una
semifinal de tae kwon do que de Copa Mundial de Futbol: esa
extrema paridad que se sostiene tensa, contenida, en el límite,
durante buena parte del curso de la pelea, a la espera de un único
golpe; un único golpe susceptible a su vez de provenir de cualquiera
de ambos contendientes, no sencillo de predecir en términos de
quién lo encajará, pero que en cuanto aparezca condicionará el
trámite decisiva e irreversiblemente en beneficio de uno y en
perjuicio del otro.
El día que vi por vez primera, en algún programa televisivo, aquella
jugada en blanco y negro correspondiente a la final de 1958, entre
Brasil y Suecia, donde Pelé la baja con el pecho cerca del manchón
penal, se saca con un sombrerito la marca de un defensa sueco, y
luego (sin dejar que la pelota vuelva a tocar el suelo), culmina con
un fulminante disparo de derecha, inatajable para el arquero
Svensson, me puse de pie: sin postizos protocolos, sin histriónicas
impostaciones; me puse en pie de un salto, impulsado a partes
iguales por el asombro y la felicidad.
Partido acaso no tan emotivo como algunos de sus inmediatos
antecedentes en los cuartos de final, pero de un altísimo nivel
futbolístico durante varios de sus pasajes. Mientras el marcador se
mantuvo 0-0, el que proponía, el que ofendía, el que intentaba,
imponía de inmediato condiciones sobre el terreno de juego, a
diferencia de otros cotejos donde quien manda es el que espera, el
que cede la iniciativa, el que se agazapa para contragolpear; a
diferencia, pues, de este mismo partido apenas cayó el gol.
115
La primera cuarta parte de los noventa minutos le correspondió a
Bélgica. Encabezada por Hazard, echando mano de sus argumentos
mejor madurados a lo largo del torneo (y puestos a punto durante
su victoria contra Brasil), acorraló a Francia en su propia área, con
amagos de asfixia. Luego vino el turno de los galos; un par de
peligrosas pinceladas ofensivas, con Mbappé siempre de
indispensable artífice mozartiano en la última o penúltima jugada,
pero cimentadas en el impecable trabajo defensivo de Varane, en el
paulatino despertar más defensivo que ofensivo de Pogba, en el
brutal sacrificio de Giroud, en la confiable presencia de Lloris allá al
fondo.
Mertens al 60 fue una bocanada de viento fresco que les duró a los
flamencos como veinte minutos, dando seria impresión de que
podían alcanzar la igualada, mientras los franceses se quedaban sin
reacción. Pero hacia el 80 agotaron los rojos su último aliento serio
de rebeldía, con un potente disparo de Vitsel que Lloris rechazó. A
partir de ahí, los belgas parecieron dar la batalla por perdida, y los
franceses metieron el juego al congelador, pudiendo en una de esas
ampliar incluso la ventaja sobre la hora.
Y yo ahora me encuentro en un pequeño lío. ¿Cómo establecer un
equitativo balance entre los impetuosos arrebatos de júbilo que me
provoca Mbappé, y la calculadora dosificación empresarial adoptada
por Francia cada vez que se entiende con el viento ya
definitivamente a favor? ¿Cómo equilibrar mi simpatía por este
entrañable escuadrón de jóvenes pilotos galos, a los que he visto
crecer y madurar partido a partido, y la irritación que me producen
los lapsos de canchero pragmatismo donde de plano renuncian a
jugar? ¿Cómo explicar que en el banquillo Didier se me figura a
veces la reencarnación misma de Jean Gabin interpretando al
comisario Maigret, y otras una mera versión rubia y rechoncha de
Emmanuel Macron (envoltura de progre contracultural, pero helado
corazón y alma vendida de conservador ortodoxo)?
Pero lo decisivo fue que Griezmann entrara en contacto con la
pelota y se retrasara algunos metros para colaborar en la
construcción, otorgándole sincopada pausa al ataque francés; el
argumento de la novela pasó a alterarse por completo, y lo mejor
que pudo ocurrirle a los belgas fue que el primer tiempo terminara
con su meta el blanco.
El arranque de la segunda mitad auguraba la repetición del guión ya
visto, con una Bélgica lanzada al frente y una Francia aguardando su
turno. Pero el gol en pelota parada de Umtiti, apenas cumplido el
minuto 50, condicionó de forma ya irreversible cuanto sucedería en
adelante. Bélgica se mostraba falta de ideas para generarle peligro a
unos bleus ya cómodos dentro de su propio terreno, y tuvo que
recurrir a faltas sistemáticas para conjurar sus amenazantes
insinuaciones de contragolpe. Fellaini y Dembelé comenzaron a
estorbar más que a ayudar, y un De Bruyne medio pasmado le
dejaba todo el trabajo a Hazard, quien solo no podía. La entrada de
Pasé muchos días debatiendo con Bélgica, tipificándola como una
novia bonita y deseable a la que no había que creerle demasiado sus
promesas, hasta que no ofreciera fehacientes indicios de estar
dispuesta a cumplirlas. Quién iba a decir que me estaba esperando
para el final de la juerga esta Francia, todo el tiempo con un ojo
116
puesto en las manecillas del reloj sobre la cómoda, y con el otro en
la cantidad de billetes que me quedan en la cartera…
Pero es que besa tan bien. Y suenan tan de verdad los «je t'aime»
que jamás escatima, aunque igual y no los sienta en absoluto. Como
diría (otra vez) Joaquín Sabina: Por eso a veces tengo dudas, ¿no
será un tal Judas el que le enseñó a besar?
Se fue la novia voluble, remilgosa y al final entregada, justo cuando
nos hallábamos dispuestos a amarla para toda la vida (bueno, al
menos para toda la Copa). Quedó la femme fatal. Alevosa,
calculadora, pero capaz de hacernos perder la cabeza, llevarnos al
borde del precipicio y hasta, en una de esas, tirarse al vacío junto
con nosotros (porque sí, porque es su vida y ella sabe lo que hace). Y
en esa misma medida capaz también de detenerse en el último
momento, para mirar sonriente cómo nos precipitamos de cabeza
por ella hacia el fondo del abismo.
¿Qué hacer, si no promete nada, pero de súbito todo nos lo da?
Venga, Sabina; dilo tú: Cuanto más me doy, ella menos se da; por
eso necesito ayuda: aunque sean de Judas, bésame un poco más.
117
Hoy, por ejemplo, Croacia pudo demostrar de últimas haber
aprovechado al máximo los arduos aprendizajes que el Mundial le
deparó. Mientras que Inglaterra gozó hasta su límite el indeseable
privilegio de demostrar justo lo contrario. Pero la tentación de
establecer parámetros comparativos entre ambas selecciones casi
podría decirse que termina ahí. A tal punto distinto lo que ambas
aprendieron, a tal punto diversas las peculiares incidencias que las
llevaron a entenderlo, a tal punto opuesto el resultado final de sus
respectivas responsabilidades e irresponsabilidades. A tal punto el
abismo entre alguien que alcanza una final de Copa del Mundo (con
el destino por fin a cuatro palpables días de distancia posible) y
alguien que se queda en la orilla (con el destino otra vez a cuatro
larguísimos años de difuso imposible).
SEMIFINALES
CROACIA 2, INGLATERRA 1: DIEZ DÍAS QUE CONMOVIERON AL
MUNDO.
11 de Julio. Estadio Luzhniki de Moscú.
Todo admite aprenderse. Hasta lo más improbable. Hoy, por
ejemplo, Croacia en general y su entrenador Zlatko Dalić en
específico, presumieron título de doctorado en materia de tiempos
extras. Podrá decirse que eso era obvio, natural, previsible, puesto
que les tocó acabalar tres partidos consecutivos en diez días,
prolongados hasta el alargue (de modo que, de treinta minutos en
treinta minutos, resulta perfectamente lícito aseverar que Croacia
no ha jugado tres, sino cuatro partidos). Yo opino que hay que
enfocar el asunto justo desde la perspectiva contraria. La carga
física, emocional y mental que por sí sola exigen semejantes
instancias, a medida que sobre-acumula minutos se antoja obligada
inhabilitadora de toda opción de lucidez, a menos que se le difiera
para otro torneo (la Euro que viene, el Mundial de Qatar), otro
formato (las copas de clubes, con al menos dos semanas de
distancia entre una ronda y la siguiente), otro momento. Cuando el
Cada ruta de vida tiene sus propios aprendizajes, sus propios
desafíos, sus propios retos de olvido. Por supuesto, siempre
ofrecerá cierto margen formativo e informativo mirar de reojo la
acera de al lado, la acera de enfrente, la acera de ayer: interesarse
por el modo en que el prójimo ha afrontado determinados trances
que de pronto parecieran rimar en cierto sentido con los nuestros.
Sin embargo, como bien saben todas las abuelitas desde hace una
eternidad, nadie escarmienta en cabeza ajena; de modo que el
balance de cada singular travesía terminará resultando en buena
medida tan autorreferencial como intransferible.
118
árbitro turco Cüneyt Çakir pitó la finalización de los primeros
noventa minutos, la impresión general fue que se trataba de una
ventaja para los ingleses, en razón de que habían tenido un desgaste
menor al de sus adversarios; no resultó así: los croatas sacaron
ventaja de lo aprendido ante daneses y rusos, y a los ingleses no les
sirvió de gran cosa tener en teoría un poquito de más piernas.
administración de los cambios desde la banca: otro directo fruto del
aprendizaje de los últimos diez días.
Pero no es eso lo único que Croacia (esta Croacia a partir de aquí,
pase lo que pase el próximo domingo, ya histórica) aprendió. Yo
opino que, ante Inglaterra, Croacia aprendió por encima de todo a
aceptar su estatura y a hacerse responsable de su rostro. Porque a
Dinamarca y a Rusia, equipos muy inferiores a ella, les ganó en el
límite, antes que nada por arrebato emotivo y por chispazos
individuales (Modrić, Subašić, Rakitić). Hoy, tras 60 minutos donde
una Inglaterra con un poquito menos de soberbia y un poquito más
de hambre la hubiera enviado de regreso a casa sin ningún género
de apelaciones, y cuando ya nos resignábamos a que quizá se había
tratado sólo de un espejismo, Croacia recuperó por fin la poderosa
identidad colectiva que mostrara frente a Argentina. La segunda
hora de partido fue toda suya, aun cuando, como ya quedó dicho,
durante el primer tiempo extra provocara la equívoca impresión de
haber arrojado la toalla.
Al iniciar hoy los tiempos extra, y al ver que Croacia se tiraba atrás,
sin pasar de su medio campo, sin esforzarse demasiado por ganar el
balón ni sumar efectivos al frente cuando su zaga despejaba,
muchos pensaron que ya no daban para más, y que había decidido
conformarse con la definición por penales; demasiado esfuerzo
parecía haber representado para ella alcanzar el empate y, una vez
conseguido, lanzarse con todo al frente en el afán de consumar la
victoria dentro del tiempo regular. Sin embargo, el arranque del
segundo tiempo extra cambió radicalmente el panorama,
haciéndonos entender que Dalić había aprovechado los quince
minutos anteriores para darles descanso a los suyos (por absurdo
que así dicho pueda sonar), para dosificar al máximo recursos y
energías por supuesto menguados, y para aguantar el previsible
arranque de emberrinchada rebeldía que intentaría Inglaterra.
Apenas volvió a rodar la pelota, Croacia salió a atacar, Croacia salió a
proponer, Croacia salió a ganar. Y, en último término, quien se
quedó con un hombre menos por el cansancio y las lesiones fue
Inglaterra. Croacia (aunque tras el silbatazo definitivo su mejor
hombre de hoy, el impresionante Perišić, no pudiera ni levantarse
del césped) terminó con sus once gladiadores de pie. Esto último, en
buena medida, merced a la sabia, paciente, inteligentísima
¿Qué decir de los ingleses? Tras una ronda de grupos tersa y a
modo, durante los octavos de final Colombia los puso por vez
primera frente a un predicamento serio; en razón, sí, de las
evidentes virtudes de la escuadra sudamericana, pero sobre todo en
razón de la propia indolencia británica: tras irse arriba en el
marcador determinaron que el trámite no ameritaba para ellos
mayor interés ni compromiso, se preocuparon apenas por fingir
faltas y hacer tiempo, y luego se vieron obligados a remontar una
tanda de penales que empezaba a ponérseles de nueva cuenta
(como en tantas otras oportunidades durante las últimas décadas)
119
cuesta arriba. Frente a Suecia nos hicieron creer que habían
aprendido la lección; fueron igual de petulantes, en un momento
dado determinaron que el trámite no ameritaba para ellos mayor
interés ni compromiso, se preocuparon apenas por fingir faltas y
hacer tiempo… pero sólo cuando ya tenían una bien asegurada y
merecidísima ventaja de tres goles.
desde el modesto libro del balompié, ya que no del de la Historia
con mayúscula, han sin duda (con perdón de Lenin y John Reed)
conmovido al mundo.
Hoy, tras el gol tempranero de Trippier (conseguido, como suele
decirse, antes de merecerlo), Inglaterra dispuso de una hora
completa para finiquitar el partido; y durante la mitad de ese tiempo
cabe reconocer que mantuvo serio interés por conseguirlo, frente a
unos croatas prematuramente frustrados y como al borde del
desahucio. Luego, sintiendo quizá a su rival demasiado abajo,
demasiado indigno para dedicarle algo más que altivas y perezosas
miradas de reojo, dio a todas luces la grosera impresión de estar con
la mente puesta ya en Francia. Cuando despertó de su imperial
modorra, sorprendiéndose obligada, en urgencia, a mirar otra vez a
Croacia a la cara, ya sólo pudo hacerlo de abajo hacia arriba.
Digno juego semifinal de Copa del Mundo. Capítulo de inolvidable
leyenda para el recuento futuro. El ansiado, celebrable regreso del
futbol de Europa Oriental a la instancia definitoria que antaño le
fuera tan habitual (Checoslovaquia en 1934 y 1962, Hungría en 1938
y 1954). Aun cuando no podamos anticipar el desenlace de la final a
disputarse en cuatro días, resulta lógico pensar que Croacia saltará
en obvia calidad de víctima frente a los franceses. Sin embargo, nada
hará olvidar ya jamás, con todos sus capítulos de épica y duda,
zozobra y júbilo, amnesia y resurrección, estos diez días, estos 360
minutos. Díez días croatas en tierras rusas. Díez días que, al menos
120
No obstante, entre resumen y resumen, entre nota informativa y
nota informativa, venían por supuesto los infaltables e inefables
segmentos de puro entretenimiento: ni cómicos ni musicales,
aunque con hipotética intención de ser una o ambas cosas a la vez.
Lo que llamó mi atención, es que el infumable reality-sketch que
estaba yo viendo lo protagonizara uno de los jugadores de la
selección mexicana; no semanas atrás, sino hacía apenas unas
horas. Es decir, con el equipo ya concentrado, entrenando,
evaluando el partido previo y preparando el siguiente.
DIVAGARES DEL ÚLTIMO ASUETO: EL REALITY TRICOLOR.
12 y 13 de Julio.
Por masoquista morbo, al día siguiente volví a sintonizar el televisor
a la misma hora en el mismo canal. El segmento de reality-sketch se
repetía, ahora con otro par de jugadores, pero siempre haciendo
énfasis en el mismo sentido de actualidad y de exclusiva (“nosotros,
acompañando al Tri día tras día desde su intimidad, durante toda su
estancia en Rusia” o algo por el estilo). Y lo mismo la siguiente tarde,
y la siguiente. Día tras día, desde el interior de sus habitaciones,
desde el comedor, antes o después de un entrenamiento, o
paseando durante algún asueto, los jugadores mexicanos y hasta el
entrenador Juan Carlos Osorio, atendían diligentes a la juvenil y más
bien elemental conductora, ya fuera in situ o por vía virtual, para
cantar, contar chistes, relatar anécdotas: para certificar, en fin, en
cadena nacional, cómo ellos y la empresa monopólica que ha
usufructuado mayoritariamente los derechos de explotación del
representativo tricolor durante medio siglo, forman parte de un
único equipo, de un mismo proyecto, de una sola familia.
I
Hace un par de semanas, en plena ascendente efervescencia la
primera ronda del Mundial, me topé por azar en la televisión uno de
los programas vespertinos implementados por Televisa para
acompañar el evento. No una de esas atiborradas revistas
misceláneas de dos horas o más, con la que ellos y TvAzteca sobreexplotan hasta la náusea el exitoso formato creado por José Ramón
Fernández con Los Protagonistas durante la segunda mitad de los
años ochenta. Se trataba de un programa de sólo treinta minutos,
concebido sobre todo para ofrecer un breve resumen de los
encuentros de la jornada a la hora de la comida.
No dio mi morbo para ponerme a indagar el cariz que adquiría el
asunto en los programas estelares de formato largo, concebidos
121
para romper records de rating. Tal vez Televisa, empresa
responsable y consciente de lo perjudiciales que pueden resultar las
distracciones inútiles para un conjunto deportivo de alto
rendimiento estando en curso su más importante desafío
competitivo, había decidido utilizar las mismas cápsulas vespertinas
para su programa nocturno; sin ceder a la tentación de agregar
interacciones extra entre la Selección y su propio repertorio de
estrellas principales (entre comentaristas, conductores, cómicos,
reporteros, merolicos). ¿O no?
el mundo se queja de que apenas si hay el tiempo justo para realizar
un mínimo trabajo de acoplamiento grupal y de orquestación
táctica.
En esos días a los que me estoy refiriendo, el equipo mexicano, su
afición y sus siempre atingentes patrocinadores, transitaban aún las
ebrias secuelas del inesperado triunfo contra Alemania. De modo
que bastaba cualquier corte comercial en cualquiera de los canales
pertenecientes al duopolio televisivo dominante dentro de la señal
abierta nacional, para hacerse una idea de la exorbitante suma de
sesiones a que los integrantes del Tri tuvieron que concurrir —ya
fuera individual o colectivamente— con el fin de atender a cada una
de las empresas con suficientes recursos para sufragárselos en
calidad de lucrativa imagen de temporada. Y preguntarse si
cualquiera de tales empresas habría estado dispuesta a que, por
razones deportivas, alguno de los rostros clave de tan planificadas y
costosas campañas de marketing no apareciera en el último
momento integrado a la lista definitiva de convocados del
entrenador para Rusia 2018.
Por esos mismos días, un anuncio de Banamex, protagonizado por
varios de los hombres y nombres más emblemáticos del actual
seleccionado nacional, llamó mi atención lo suficiente como para
ponerme a rastrear en la web la campaña publicitaria completa. Un
par de cosas cabía deducir bien a las claras a partir de cápsulas,
slogans, audios y fotografías: uno, que por eficiente que hubiera
sido el equipo de producción y dirección a cargo, y por diestros que
se hubieran mostrado los futbolistas ante la cámara y ante el
micrófono, de ninguna manera cabía garantizar que las sesiones de
grabación hubieran sido sencillas y breves; dos, que puesto que
varias imágenes y secuencias (por muchos recursos de copy-paste
que ofrezcan los avances de la tecnología digital) mostraban
inequívocamente reunidas a varias de las principales figuras que el
Tricolor tiene diseminadas por el extranjero, y puesto que el
sostenido bombardeo de varias campañas de ese mismo género
había dado inicio antes de que sus respectivos clubes de Holanda,
España, Alemania, Portugal o Bélgica los liberaran para el Mundial,
era obvio que tales sesiones habían tenido lugar en ocasión de
alguna fecha FIFA previa: sí, una de esas mismas fechas donde todo
Cada que alguien se atreve a insinuar que la alineación de la
Selección Nacional no está determinada por razones futbolísticas,
sino por intereses de patrocinio, saltan indignados a desgarrarse las
vestiduras tanto federativos como sponsors, jugadores, cuerpo
técnico y dueños de equipos. Parecieran ampararse por acto reflejo
bajo el resguardo de un supuesto código de honor empresarial, que
en los hechos simple y llanamente no existe ni ha existido jamás. En
términos empresariales lo que existen son cláusulas de
obligatoriedad y de silencio, compromisos y sanciones por contrato:
122
hipócritas coerciones y cínicos robos en despoblado que se
enmascaran de legalidad al amparo de la letra chiquita. Bien lo
demostró en toda su amplitud, hace apenas unos meses, la cláusula
de renovación automática de derechos televisivos, invocada por la
Federación Mexicana de Futbol como elemento clave para
mantener durante ocho años más (de aquí a la próxima añagaza del
“haiga sido como haiga sido”) el control del seleccionado tricolor en
manos de Televisa y TvAzteca.
cómodos y abundantes dólares que proporciona jugar, sin grandes
exigencias competitivas en territorio estadunidense).
II
En mis ya demasiados años como espectador de futbol, me ha
tocado en suerte presenciar magistrales demostraciones defensivas.
Partidos por norma poco espectaculares, donde la disposición
táctica propuesta por un entrenador, así como el destacado
rendimiento individual y colectivo de los jugadores encargados de
llevarla a efecto, inhabilitan por completo el potencial ofensivo del
rival, y sacan máximo provecho de sus austeros pero efectivos
deslices al ataque, para acabar obteniendo la victoria. Bajo ninguna
circunstancia pretendería decir que me gusta, ni que se trata del
estilo más idóneo para desplegar los valores fundamentales que
considero asociados a este y a cualquier otro juego; pero puedo
reconocer cuando está bien hecho, cuando se trata del virtuoso
fruto de una idea conseguida, trabajada y cristalizada a pulso.
Algún alma cándida podrá aseverar que no se trata del control del
Tricolor, sino sólo de los derechos exclusivos de transmisión de sus
partidos, sean amistosos o en torneos oficiales; sin advertir todavía
que esta última es la medida definitoria del control económico,
empresarial, político (y hasta social y cultural) del Tricolor.
La Selección Mexicana de Futbol no es un negocio deportivo, que
por razones de contexto, fortalecimiento, desarrollo y marketing,
diversifique
determinados
contenidos
de
su
perfil
circunscribiéndolos a la lógica de diversos shows televisivos, incluido
el reality. La Selección Méxicana es un negocio televisivo (a estas
alturas ya íntegramente circunscrito a la lógica del reality), cuyos
contenidos y objetivos correspondientes al estricto orden deportivo
quedan subordinados y condicionados, de forma por completo
discrecional, a dicha lógica.
Y lo menciono porque, de la misma forma, y en una proporción sin
duda mayor, me ha tocado ver partidos ganados por un equipo que
no se defendió bien, al que no le anotaron de milagro (debido por
completo a las pifias del oponente, y no a ningún mérito de
contención propio), que consiguieron un gol por obra de inmerecida
casualidad, de grosero accidente; pero que al término del partido
adoptan el talante de un demiurgo que hubiera tenido todo el
tiempo los hilos bajo su entero control, se ufanan de que “su
propuesta” les permitió alcanzar el objetivo, y se arropan por
Palmarias prendas de evidencia al respecto: de manera indirecta, la
renuncia a la Copa Libertadores y la eliminación del descenso en el
torneo de primera división; de manera directa, el abandono de la
Copa América, la prolongación de la supremacía para el duopolio
televisivo, y la interesada sumisión a Concacaf (mejor dicho, a los
123
completo en el irresponsable manto de que quien gana no da
explicaciones. No se excusan de usufructuar los réditos de
autoestima consustanciales a todo ganador, aun cuando no hayan
sido capaces de reivindicar sobre la cancha las mínimas formas que
en teoría legitiman cualquier expectativa de ganar; y no resulta
atípico que a partir de ahí, y hasta donde les den su dura cara y la
favorable fortuna, se envalentonen para quedar amparados ya de
fijo en la misma inalterable “fórmula”: si ya salió una vez, por qué no
habría de salir para la próxima.
ejemplo, sin que ello suponga ninguna profesión de santidad, de
desinterés ni de altruismo para nadie (ni menos disculpe las
perversas prácticas de fondo que en cada caso pueda haber de por
medio), la diferencia entre proyectos deportivo-empresariales como
los de Tigres, Monterrey o Pachuca, y los de equipos bajo eterna
amenaza de extinción, cambio de sede, insolvencia financiera y
escándalos de toda índole, como Veracruz, Jaguares, Querétaro y el
larguísimo etcétera que les acompaña.
Tigres representa sin lugar a dudas, y por encima de todo, un
lucrativo negocio, con múltiples aristas censurables y debatibles.
Pero un negocio que, a partir de determinado momento, eligió
sustentar íntegras sus expectativas de éxito comercial en el éxito
deportivo de mediano y largo plazo. Los resultados están a la vista.
Así, apelando a este último espíritu, es como los federativos
mexicanos aspiran alcanzar un día la instancia de cuartos de final en
una Copa del Mundo disputada fuera del país. Las voces alzadas
para impugnar que se priorice lo económico sobre lo deportivo no
cesan de multiplicarse al término de cada nuevo ciclo mundialista;
pero al arrancar el siguiente ya estamos instalados en la misma
inercia crónica, en la misma cínica quejumbre justificatoria de que el
dinero no les alcanza (que de hecho le pierden, pero se mantienen
al pie del cañón por puro amor al arte, por pura filantropía, por puro
desinteresado y loco afecto hacia el futbol), y de que eso obliga a
atar al representativo nacional mayor a toda suerte de compromisos
en la Unión Americana, sin ninguna relevancia para su desarrollo
futbolístico y su crecimiento competitivo.
La selección mexicana funciona exactamente al revés: lleva lustros
subordinando íntegras sus expectativas de éxito deportivo al éxito
comercial inmediato. Cualquiera pensaría que sus usufructuarios
serían los primeros interesados en priorizar, por encima de cualquier
otra cosa, su progresiva consolidación competitiva, para aproximarla
con verosímiles miras de incorporación a los representativos
nacionales de élite (que tan lejos le siguen quedando todavía);
imaginar los potenciales beneficios económicos de semejante
escenario, es como para encandilar a cualquiera.
No me parece suficiente decir, escéptico encogimiento de hombros
mediante, que todo el mundo sabe hasta qué punto el futbol
profesional es antes que nada un negocio. En el futbol, como
supongo que en todo lo demás, hay de negocios a negocios.
Restringiéndonos al ámbito local, cualquiera puede percatarse por
Pero la verdad es que los dueños del balón en nuestro país no están
dispuestos a renunciar a los beneficios de corto plazo que el
funcionamiento del Tri, tal como está actualmente diseñado, les
garantiza. Es decir, no les molestaría que el Tri alcanzara el quinto
124
partido y probara llegar tan lejos como proclaman los anuncios de
sus patrocinadores, tan lejos como pide ilusionarse la retórica
motivacional de algunas de sus máximas estrellas; pero no les
interesa asumir la disminución de ganancias instantáneas que
aspirar a ello con efectivo sustento necesariamente supondría.
Tendrían que renunciar a sus jugosos acuerdos por un número anual
obligatorio de partidos en Estados Unidos, contra versiones b y c de
selecciones extranjeras armadas al vapor (en campos más propicios
para lesionarse que para manejar la pelota); tendrían que renunciar
a la sustanciosa remuneración que representa garantizarle a este y
aquel patrocinador que la estrella elegida como imagen para su
campaña publicitaria será convocada y alineará (aunque esté fuera
de ritmo, aunque viaje lesionado, aunque no juegue en su club,
aunque tenga gravísimos y no resueltos problemas legales con el
imperio más poderoso de la tierra); tendría que disciplinar a sus
jugadores para que durante las fechas FIFA se concentren en cuanto
futbolísticamente les compete, aunque no les quede tiempo para
grabar comerciales; tendrían que dejar de concebir al representativo
nacional como un reality show producido por Televisa: un reality
show como cualquier otro, salvo por el peculiar detalle de que sus
protagonistas, en medio de infinidad de obligaciones extracancha
por derecho de exclusividad (cantar, bailar, chatear, contar chistes,
ventilar en cadena nacional sus intimidades familiares) resulta que
también juegan al futbol.
perdieron ante Suecia, quién sabe por qué). Nada de evaluaciones
objetivas de cara a lo que se consiguió o no se consiguió, nada de
diagnósticos consistentes y serios, nada de proyectos deportivos. Lo
que importa es que ya están en puerta los últimos partidos del
contrato de este año en Estados Unidos (por eso urge definir al
técnico), y hay que empezar a negociar los términos del contrato
para el año siguiente. Todos felices, como parte de una gran familia,
de una fraterna hermandad en la que no hay quien no se ponga la
camiseta, despidiendo a Decio de María con un abrazo porque
durante su gestión incrementó los ingresos en una medida sin
precedentes.
Sí se puede. Sí se puede. Si se pudo ir a Brasil 2014 después de
haberlo hecho todo mal durante la eliminatoria entera. Si siempre
se puede volver a ganar la siguiente Copa de Oro después de haber
hecho el ridículo en la anterior. Si ofrecerles una y otra vez partidos
de vergüenza no evita que los connacionales abarroten a más no
poder cualquier estadio del otro lado de la frontera. Si el trabajo que
estrategas y jugadores han sabido desarrollar a pesar de (y no
gracias a) la estructura federativa, nos ha mantenido durante un
cuarto de siglo sin retroceder de los octavos de final en las citas
mundialistas. Si fuimos el país que más afición no rusa movilizó
durante el Mundial que está por concluir. Si la fórmula tal como está
les rinde cada vez más réditos a los mismos de siempre, ¿para qué
cambiar?
Demasiado dinero por perder. Mejor apostarle a la suerte, mientras
pones cara de circunstancias para aseverar que la suerte no juega.
En una de esas ganan, quién sabe por qué (como le ganaron a
Alemania, quién sabe por qué); en una de esas no pierden (como
Seguro estoy que se conforman con imaginar que un venidero día
(quién sabe por qué) el entrenador no se guardará los cambios, se
ganará la serie desde los once pasos (quién sabe por qué), el árbitro
125
o el VAR (quién sabe por qué) decidirán que no era penal, o se podrá
jugar el tercer partido tan bien como se jugó el primero (quién sabe
por qué). Y entonces sí, por fin, ellos podrán no sólo sentirse felices
con el exponencial incremento de unas ganancias obtenidas sin
haber sacrificado las precedentes: sino que podrán salir a atribuirse
íntegro el resultado, adoptando el talante de un demiurgo que
hubiera tenido todo el tiempo los hilos bajo su entero control,
ufanándose de que “su propuesta” les permitió alcanzar el objetivo,
y arropándose por completo en el irresponsable manto de que
quien gana no da explicaciones. No se excusarán de usufructuar los
réditos de autoestima consustanciales a todo ganador, aun cuando
no hayan sido capaces de reivindicar las mínimas formas que en
teoría legitiman cualquier expectativa de ganar; y no resultará
novedoso que a partir de ahí, y hasta donde les den su dura cara y la
favorable fortuna, se envalentonen para quedar amparados ya de
fijo en la misma inalterable “fórmula”: si ya salió una vez, por qué no
habría de salir para la próxima. Sueña cosas chingonas: pasar del
“jugamos como nunca, perdimos como siempre” al “ganamos como
nunca, y ni quién se fije que jugamos peor que siempre”.
cuarto partido mundialista. Ese cuarto partido que hoy sigue
constituyendo tanto su máxima prenda de gloria, como su más
dolorosa prenda de inconsumación.
Mientras se mantenga la estructura vigente, el futbol mexicano no
cambiará. No olvidemos que el último gran salto cualitativo para él
(salto cualitativo del cual sigue beneficiándose hasta la fecha)
sobrevino justo a partir de ese breve paréntesis en que Televisa, tras
el escándalo de los cachirules, se vio obligada a abandonar
transitoriamente el control de la FMF. Fue ese paréntesis el que
propició la llegada de César Luis Menotti al banquillo tricolor; y fue
César Luis Menotti quien propició el impulso que llevaría a la
selección mayor, de donde sea que estuviera en ese momento, al
126
derechos, se muestra por completo audaz y flexible a los mayores
malabares logísticos, a los mayores sacrificios con la agenda, a las
más arriesgadas improvisaciones con el horario. Pero apenas esa
misma cresta va a romperse contra la playa, y principia a recogerse
resaca de mansa espuma sobre sí misma, descubrimos sin sorpresa,
ni pudor, ni casi tristeza, que los tiempos ya no coinciden, que las
rutinas no cuadran, que resulta imposible materializar una cita.
Todo acaba resuelto a partir de los consabidos seguimos en
contacto, tenemos nuestros números, ahí nos ponemos de acuerdo
para vernos; como dos comerciantes sin ya nada que venderse el
uno al otro.
EL TERCER LUGAR.
BÉLGICA 2, INGLATERRA 0: PROMETIMOS NO LLORAR.
14 de Julio. Estadio Krestovski de San Petersburgo.
(“Que otra vez será, que otra vez será, tierno amanecer, sé que
nunca más” está cantando ahora mismo Leonardo Favio aquí al lado
mío, en la rockola a la que alguien decidió echarle unas monedas).
Así que no, no pude ir a verte. Alguien se enteró del resultado a
través de su teléfono celular, y me informó. Bélgica 2, Inglaterra 0.
Felicidades. Te lo mereces. Bien ganado el tercer lugar. En ciertos
aspectos, y sabes perfectamente que mis palabras no esconden
ninguna segunda intención (ya para qué), has sido la más bonita de
todo el verano. Así que no importaría si hoy no hubieras jugado
bien; se comprende; a fin de cuentas, por más maduros que
queramos mostrarnos, alguna ilusión hubo, algún alocado plan
admitimos los dos alborotándonos el ensueño, alguna temblona
humedad de nostalgia se nos insinúa todavía de pronto en los ojos,
pensando en lo que pudo ser y no fue.
Querida Bélgica:
No pude seguir las incidencias del encuentro contra los ingleses, que
ha pasado a cristalizar tu más destacada participación mundialista
ya no sólo en el rendimiento y el estilo, sino también en los
resultados.
No pude, de verdad. Las ocupaciones, las responsabilidades, la vida;
ya tú sabes. Cuando la marítima cresta de la pasión, del cariño y de
la libido marcha en sentido ascendente, todo personaje con alguna
expectativa de acceder a la categoría de novio, amante o amigo con
127
Siempre lleva su desangelada dosis de tristeza este partido, esta
fiesta de la consolación previa al verdadero festín, al encuentro más
esperado, a la cita que por sí sola tiene ya, desde antes de
cumplirse, garantizado sitio en la leyenda y la epopeya. Durante
largo tiempo se ha propuesto incluso que el juego por el tercer lugar
desaparezca. Pero por una o por otra razón se sigue conservando.
Para algunos no está mal; de hecho, y perdona si te ofendo, para ti
no está nada mal. Era necesaria la fiesta de la consolación para darte
tu sitio, para señalar cuán especial fuiste. Como si te hubieran
galardonado con la banda de “Señorita Fotogenia” durante el
concurso de belleza que alguna otra ganó en lugar tuyo (y ahora
quien canta en la rockola es la Rocío Durcal de los años 60: “más
bonita que ninguna”).
tres palos; la verdad es que se la pasó recibiendo goles todo el
Mundial (trece en siete partidos), pero conquistó el corazón de
muchos porque aceptaba posar para que los fotógrafos lo retrataran
con el balón en juego, y sobre todo porque en las semifinales,
cuando Maradona le anotó un inolvidable golazo de antología, el
primero en ir a felicitarlo fue él.
A pesar de que perdiste, la fiesta de consolación del verano 1986 fue
toda tuya. Hasta a los alicaídos franceses conseguiste de últimas
arrancarles alguna fatigada sonrisa, tras mandar el partido a
inesperados tiempos extras y obligarlos a tomarse el baile aunque
fuera un poco en serio. 4-2 fue el marcador final. Y pese a que no
eras nada bonita (¿estoy reiterándolo de más?) a todos nos
terminaste por caer bien (en la rockola es el turno de Julissa: “quiero
ser, la consentida de mi profesor”).
No, Señorita Simpatía no. Ese título ya lo habías ganado en 1986,
cuando te quedaste con el cuarto puesto en el Mundial de México.
Seguro no me recuerdas, pero yo estaba ahí ese día, frente a la
pantalla en blanco y negro de la televisión de mi tía, la de Puebla.
Perdón una vez más, si sueno descortés e impertinente, pero no
eras nada bonita; la belleza estaba toda del otro lado, con grado
superlativo, en la Francia de Platini, Girese, Tigana, Genghini,
Rocheteau, quienes por cierto no disputaron el partido por el tercer
lugar, pues estaban muy decepcionados tras caer con Alemania, y su
entrenador decidió alinear a los suplentes. Así que disculpa la
sinceridad: no eras nada bonita. Aunque eso sí, nadie resultaba más
simpática que tú. A tu mítico portero Jean-Marie Pfaff le dieron el
título de mejor guardameta de aquel torneo justo por su sangre
ligera, por su buena onda, porque era divertidísimo y fácil de querer,
no tanto en razón de su por lo demás indebatible talento bajo los
Hoy ya no eres cuarta. Hoy eres ya tercera. Justicia estadística,
porque eres mucho mejor, mucho más bonita, mucho más buena
que entonces; y espero que la palabra “buena” puesta aquí no
adquiera ningún equívoco sentido capaz de molestarte. Si así fuera,
dispénsame (ya perdí la cuenta de cuántas disculpas llevo). Sé que
este tercer lugar no palia ni restaña lo que sea que hayamos perdido
con tu no llegada a la final, pero lo cierto es que a ti te hacía más
falta que a Inglaterra. Ella, pese a haber acumulado un desalentador
capítulo más dentro de su dilatada telenovela privada, a fin de
cuentas inventó el futbol, y a fin de cuentas ya se coronó campeona
del mundo, sin importar que desde entonces haya pasado una
eternidad. Pero además casi todos coincidimos en que dentro de
cuatro años Inglaterra estará de regreso, que esta es una generación
128
harto promisoria y que, dada la juventud de su plantel, Rusia 2014
contaba antes que nada como plataforma preparatoria para
presentarse en Qatar como uno de los principales aspirantes al
título.
histórica hermana naranja, que no vayas a extraviarte tú, pequeña y
recientísima diablilla roja).
Por eso, mejor despedirnos. Por eso, mejor quedar como amigos.
Me llevo tus mentirosas promesas y tus ya no tan mentirosos
coqueteos. Te llevas mis permanentes dudas y mi tardía credulidad.
Nos llevamos los dos, como un secreto compartido ya imborrable,
aquella noche de entrega y de delirio ante Brasil, aquel arranque
impetuoso contra Francia (aquellos eternos minutos de mirarte y
creer que todo era verdad). No seas tonta, toma el pañuelo y
límpiate los ojos. ¿No ves que hasta Palito Ortega lo está diciendo en
la rockola? Prometimos no llorar.
En cuanto a ti, seamos honestos: nadie tiene la menor idea de en
donde estarás dentro de cuatro años (“vendrán otros veranos,
vendrán otros amores” canta ahora en la rockola Roberto Jordán).
Hay varios entusiastas proclamando que debemos contemplarte
desde ya como candidata número uno para la Eurocopa 2020; y yo
ni lo niego, ni lo dudo, ni lo menosprecio. Pero los Mundiales son
otra cosa. La Euro la han ganado antaño hasta tu prima la danesa y
tu prima la griega, por no hablar de tu bastante poco agraciada
prima portuguesa de la actualidad; así que, por mucho que se diga,
hay que contabilizarla en una repisa distinta.
Si me lo preguntan (si me lo preguntas), puedo por supuesto
imaginar que el siguiente verano mundialista volveré a encontrarte,
más madura, más asentada, más plena, más propicia a hacer de las
promesas perdurable carne, imborrable aliento y beso definitivo.
Pero puedo imaginar con mucha más verosímil nitidez que se llega la
cita y no te reconozco, no me reconoces: que el momento pasó.
Como pasó aquella simpatía de 1986, volviéndote tan fea como
poco agradable entre 1990 y 2002, hasta que de plano tuviste que
dejar pasar completos dos veranos mundialistas en ausencia para
renacer, para reinventarte, para venir a dar con este rostro: este
rostro que tanto nos ha gustado a todos, pero al que nadie se
atrevería a proclamarle garantía de perdurabilidad (si se extravió tu
129
El pánico no aparece nunca al imaginar que, por obra de poético
milagro, aquel muchacho capaz de irse caminando desde su pueblo
hasta la capital francesa para contemplar los saldos de la Comuna de
París ya destrozada, voltea y nos mira, confirmándonos desde la
indómita claridad de sus ojos azules cuanto sus páginas no han
dejado de insinuarnos con la más saludable de las provocaciones
desde el primer día. El pánico está en imaginarnos que un infausto
ensueño nos coloca años más tarde, en vísperas de que la pierna
comenzara a gangrenársele, delante de aquel anodino mercader
capaz de negociar lo mismo con marfil, con café o con armas; que
condesciende a levantar por un segundo la vista de su libro de
cuentas, y que nos mira sin que en sus ojos haya ni la más remota
huella de su poesía: ni la más pálida sombra (y que suene Procol
Harum).
LA FINAL
FRANCIA 4, CROACIA 2: LOS OJOS DE RIMBAUD.
15 de Julio. Estadio Luzhniki de Moscú.
¿Con qué ojos lloraba hoy Griezmann al término del encuentro? No
lo sé. Tal vez no quiero saberlo. Y escojo en específico a Griezmann
para pensar los ojos de Rimbaud, sobre todo por dos razones.
Porque aun cuando —dada su experiencia como estrella en el
Atlético de Madrid— su mirada no es ya la inocente y socarrona de
Mbappé, dada su relativa juventud —27 años— no es tampoco la
veterana y medio cínica de Deschamps; está en medio, justo en
medio. Y porque hoy, al igual que frente a Uruguay, al igual que
frente a Bélgica, tomó en un momento dado la decisión individual
que a la postre condicionaría todo el trámite del encuentro. La
diferencia estriba en que, frente a uruguayos y belgas, esa decisión
consistió en tirarse unos metros atrás de la zona de ataque para
convertirse en el inspirado armador de la escuadra francesa,
Todo rimbaudiano sabe perfectamente que el verdadero corazón de
las tinieblas, el verdadero territorio donde lo innombrable
condesciende a enunciar su misterio con los más escalofriantes
términos (“ah, el horror, el horror”), no está en la mirada del joven
Jean-Arthur, cuando sin haber cumplido aún 20 años, escribía “Las
iluminaciones” o “Una temporada en el infierno”; sino antes bien en
la de aquel oscuro comerciante que moriría recién cumplidos los 37,
sin conservar en sí el menor rastro del adolescente flamígero y
prodigioso que había sido.
130
mientras que hoy la decisión consistió en tirarse un clavado para
fingir una falta inexistente.
venideros. Casi tanto bien como si hoy hubiera ganado el mejor; casi
tanto bien como si hoy hubiera ganado Croacia.
Se indignará al punto cualquiera de aquellos a quienes el triunfo de
Francia haya puesto contentos. Y apelará presuroso a las sentencias
que los apólogos de la victoria a cualquier costo comenzaron a
prodigar desde antes de que el juego concluyera. Que una sola
jugada no puede condicionar por sí sola todo el curso de un partido.
Que al marcar cuatro goles es peccata minuta si detrás de uno de
ellos hay algo debatible. Que si el reglamento no contempla revisar
ese tipo de jugadas en el VAR. Que si las potencias siempre saben
ganar, haiga sido como haiga sido. Que si la justicia es un concepto
debatible. Que si el que gana no da explicaciones. Que si Francia es
un digno campeón.
En la semifinal, Francia no fue mejor que Bélgica, pero tampoco
inferior. Tuvimos una casi absoluta paridad sobre el terreno de
juego. Los belgas tomaron la iniciativa, los franceses al cabo de un
rato se las arrebataron (con talento, con trabajo, con iniciativa, con
futbol), luego los belgas la recuperaron; el gol pudo caer de
cualquier lado. Así que merecido ganador. Tan merecido como si el
solitario gol definitorio, en lugar de galo, hubiera sido belga.
Hoy Francia para mí no jugó en absoluto. Jugaron sus
individualidades, con desigual fortuna en cada caso: partidazo de
Umtiti, resolviendo una y otra vez en emergencia; naufragio de
Varane, Kanté y Lloris, que tan inapelables y sólidos habían venido
siendo; Pogba y Mbappé finiquitando a lo llanero solitario cuanto en
colectivo los bleus jamás atinaron a articular ni construir; Pavard,
Matuidi, Lucas y Giroud, cumplidores aunque con altibajos, desde un
segundo plano. Y el fiel de la balanza: otra vez Griezmann.
Francia es un digno campeón, no lo debato. El más constante a lo
largo del torneo, entre los dos equipos que alcanzaron la final, si es
que queremos dictaminarlo por encima de Croacia (que hoy fue
mejor de principio a fin). El que al término de las cuentas ganó el
partido que en su llave determinaba quién pasaba a la final, si
queremos dictaminarlo por encima de Bélgica (que ya contrastando
completos, jornada tras jornada hasta hoy, los siete partidos que a
cada equipo tocó disputar, fue más constante, más regular, más
estable, y jugó mejor más tiempo). Pero hoy Francia no merecía
ganar, aunque al final haya ganado. Y a mí me hubiera gustado que
ganara mereciéndolo, dado que tiene los recursos para hacerlo: le
habría hecho muy bien al Mundial, le habría hecho mucho bien a
ella misma, le habría hecho mucho bien al futbol de los años
En trámites de partido como los del futbol actual, tan cerrados en su
urdimbre, tan apretados en sus íntimos ciclos de causa-efecto, por
supuesto que una sola jugada puede trastocar decisivamente cuanto
venía sucediendo, cuanto estaba por suceder: la alteración de una
sola pieza te modifica todo el mecanismo de relojería del encuentro.
Nadie por supuesto puede aseverar que, sin el clavado de
Griezmann, Croacia se habría ido arriba en el marcador; pero
cualquiera con dos ojos en la cara, aunque no sean los de Rimbaud,
deberá aceptar que antes del clavado de Griezmann el partido se
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hallaba encaminado con toda claridad en esa dirección. Croacia
estaba trabajando para conseguirlo con paciencia, con elegancia,
con sabiduría, con grandeza digna de esta instancia. Y tenía a los
franceses sumidos en la perplejidad, en la ofuscación, en el temor.
¿Qué es lo que yo hubiera querido? ¿Que la FIFA en sus reglamentos
sobre el VAR hubiera contemplado como revisable cualquier jugada
antecedente directamente involucrada en la consumación de un
gol? ¿Que los encargados del VAR hubieran violentado el
reglamento en razón de la decisiva instancia culminante en que nos
encontrábamos? ¿Que al revisar la mano de Perišić en el VAR,
aunque el árbitro Pitana la considerase penalti, no la marcara, en
compensación por su yerro previo? ¿Que hubieran designado otro
árbitro en lugar de Pitana? No, la verdad, nada de eso. Lo que
hubiera querido es algo mucho más simple, más sencillo.
Hace rato escuchaba a alguien decir que el pecado de Croacia había
sido no reflejar su dominio en el marcador; que si a Francia no la
matas te acabas lamentando. El argumento resultaría válido si al irse
abajo 1-0 los croatas hubieran llevado alguna pifia acumulada en
delantera, si hubieran visto diluirse en la impotencia un dominio
estéril, si los franceses (como ante Bélgica) les hubieran robado la
iniciativa; incluso si los franceses se les hubieran ido arriba por un
golpe de inspiración individual o por un accidente. El clavado de
Griezmann no fue un accidente ni un golpe de inspiración individual:
fue una sinvergüenzada.
(Por más neuróticas disposiciones que tomes para conjurar lo
imponderable, siempre algo acabará escapando a tu previsión y a tu
control. Ya ven la ceremonia de premiación, planeada con tanto
protocolario cuidado, y al final resuelta como caótica escena final de
película de Fellini, entre el aguacero torrencial, los interminables
abrazos de la presidenta croata, la empapada calva de Infantino, y el
gigantesco paraguas privado que Putin no le prestaba a nadie).
Otro más dirá que un centro a balón parado desde fuera del área es
una jugada intrascendente, excesiva como para ensañarse con el
árbitro o con el fingidor de la falta; pero quien así opine seguro no
habrá visto este mundial en general (donde casi todos los equipos
convirtieron la táctica fija en su principal arma ofensiva), ni a esta
Francia en específico (que por esa misma vía superó las dos
instancias previas). Del hipotético fuera de lugar de Pogba en el
autogol de Mandžukić, así como de la mano de Perišić sancionada
como penalti, no tengo nada que decir; se trata de jugadas tan
apretadas, que cualquier decisión decretada por los jueces hay que
darla por buena.
Lo que hubiera querido, lo que me hubiera gustado, es nada más
una cosa que antes del juego me parecía obvia, natural, por
descontada (ahora la verdad ya no sé qué pensar): que Griezmann
no se tirara. Tirándose, no es que el espejo donde hoy Francia se
contempla campeona se haya roto, ni siquiera rajado. Pero según mi
juicio, sí que se empañó.
Mejor así. Quién sabe cuáles sean los ojos de Rimbaud que observan
a Griezmann desde el otro lado del cristal.
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distorsionadoras estrategias de olvido diseñadas por la publicidad,
sino también y antes que nada de ritos consustanciales a la liturgia
futbolera.
ÚLTIMO DIVAGAR MUNDIALISTA: LAS LÁGRIMAS DE MISHA.
16 de Julio.
Los primeros días posteriores a la final resultan sin embargo
distintos. No olvidemos que se trata del período correspondiente a
la resaca de una larga borrachera, de algo más de un mes de
duración (contando la expectativa preparatoria). Que la final haya
sido final con beso, que haya consistido en la carnavalesca
coronación del rey feo, o que haya constituido un fatigoso camino
de vuelta a casa en solitario y bajo el frío, lo condiciona todo.
Recuerdo, por ejemplo, la desasosegada perplejidad el día posterior
a que Francia obtuviera su primer título del mundo; nadie tenía
claro lo que había sucedido, aunque todos entendiéramos el tamaño
de jugador que era Zidane, el tamaño de leyenda en que acababa de
convertirse, y eso nos alegrara supongo que por unanimidad. La
fantasmal, irreconocible fisonomía de un Ronaldo que había venido
arrasando la Copa, el desencajado talante de los demás brasileños,
así como la indefinible atmósfera de sospecha flotando en el aire,
nos amargaron a varios el retorno a la normalidad (futbolera y no)
durante varias semanas.
Todo Mundial hacia su término experimenta cierta dosis de
melancolía, que en buena medida encuentra resolución, broche de
hojalata o de oro, banda luctuosa o moño de regalo, de acuerdo al
modo en que se haya desarrollado el partido final. A la vuelta de los
meses y los años, dicho partido devendrá natural e inapelablemente
prenda de epopeya, cromo para la posteridad, sin importar ya
demasiado qué tan bueno o qué tan malo, qué tan emotivo o tan
soporífero, que tan digno o tan indignante haya resultado sobre la
cancha.
En el extremo opuesto de la balanza, la honda saudade provocada
por acá al término del Mundial de México 86, la aminoró sin duda
ver coronarse a Maradona, gracias a un inspirado pase suyo de
último minuto, en un juego que estuvo a nada de prolongarse hasta
los tiempos extras. En nuestro país, haber gozado el privilegio de
mirar campeones en plenitud a Pelé y a Diego Armando siguen
Toda final de Copa del Mundo cobra en distante perspectiva un aire
mítico. Y me parece justo que así sea: se trata no sólo de
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constituyendo motivo de orgullosa satisfacción hasta entre quienes
no habían nacido todavía; cuánto más no lo serían apenas a la
semana siguiente de que uno y otro torneo concluyeran.
Europea se reúnen para definir en simultáneo el destino del
planeta).
Un poco más allá, pero todavía dentro de los dominios del estricto
interés balompédico, quedará esforzarse por valorar en su justa
dimensión competitiva, ética y estilística, cuanto sucedió en Rusia
2018. Parece haber consenso en que el futbol mundial está en
trance de experimentar un giro, luego del sello que vino a imprimirle
la sucesiva coronación, primero de España, y luego de una Alemania
a la española. Los primeros balances son que, en este Mundial, a
pesar de la buena salud del futbol cadencioso, estético y ofensivo
representada por Bélgica y por los mejores momentos de Croacia y
Brasil, están de regreso el juego defensivo, la fortaleza física y la
subordinación del talento individual de los jugadores a la voluntad
suprema del entrenador. Esa fue la escuela que ganó, y el ganador
suele volverse en automático el modelo dominante a seguir.
Veremos. Habrá tiempo de sobra para darle su lugar, desde el
debate futbolístico en perspectiva, tanto al Mundial como a las
secuelas que de él resulten.
Cada quien se reintegra a la cotidianidad como puede. Esta vez,
dado que transitamos la era de las redes virtuales (con su
automática propensión al linchamiento tras protocolarios tres
intercambios de diálogo cortés), una alternativa ha consistido en
empecinarse en demostrar, por facebook o por twitter, cuál de los
dos países que llegaron a la final resulta más deleznable en materia
política, y por tanto cuán imbécil tiene que resultar por fuerza
cualquiera que declare que le gusta cómo juegan al futbol sus
respectivas selecciones nacionales. Yo seré sin duda imbécil por
partida doble, pues con sus respectivos matices, y aunque no le
perdone a Griezmann su clavado, me gustan las dos.
En terrenos menos mesiánicos y hostiles, los no aficionados que se
asomaron al Mundial por tratarse del obligado punto de encuentro
temático y social para el inicio del verano, ya enfocan su atención,
sin ningún traumático escrúpulo de por medio, en otras direcciones.
Mientras los futboleros habituales debemos implementar toda
suerte de ejercicios de descompresión y reconfiguración, antes de
aceptar que es hora de dejar de pensar en Bélgica y en Modric, para
ponernos a pensar en el Cruz Azul y el Gulit Peña (y sí, no se
alarmen, nos quedan tiempo, cerebro y sentido cívico suficientes
para percatarnos de que AMLO es presidente en funciones cinco
meses antes de tomar posesión, que el EZLN no le dio el visto
bueno, o que de un lado Putin y Trump y del otro China y la Unión
Como primera apreciación general, me pareció un buen torneo; en
modo alguno desmerecedor de lo que ofrecieron las dos ediciones
previas. Me resulta sorprendente que algunos analistas se muestren
categóricos al aseverar que bajaron mucho el nivel y la propuesta,
como si en Sudáfrica y Brasil hubiera habido una media dominante
de equipos imitando a españoles y alemanes. Esta vez no tuvimos un
campeón que fuera el que jugaba más bonito, es cierto; pero
tampoco recuerdo que hace cuatro años haya habido novedades
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virtuosas tan sólidas como lo fueron ahora los belgas y los croatas,
situándose entre los cuatro primeros lugares.
colores más pequeños. Recordemos que se trataba de una época
previa todavía a los beneficios que en materia de espectáculos
masivos brindarían más tarde robótica y multimedia. El Misha
gigante avanzó hacia el centro del campo, agitando los brazos,
despidiéndose de cuantos lo contemplaban en las gradas del estadio
y desde las pantallas de sus televisores a lo largo y a lo ancho del
mundo (incluso en los numerosos países que, alineados con Estados
Unidos, habían boicoteado la justa deportiva). Un sector de la
tribuna, valiéndose de las típicas láminas aún hoy utilizadas en
efemérides semejantes, hizo aparecer enorme el rostro de Misha, y
simular que derramaba un par de lágrimas. El globo gigante de
Misha comenzó a elevarse, a elevarse, jalado por su montón de
globitos de colores. Las cámaras enfocaban numerosos rostros entre
los asistentes, llorando de emoción.
Por lo que hace al balance organizativo, todas las voces apuntan al
reconocimiento de una edición impecable; una edición que, más allá
de la vulgar retórica autoelogiosa, justificaría hasta cierto punto (y
sólo en ese sentido) la aseveración de Infantino de que se trató del
mejor de la historia. Lo único que les reprocharía yo a los rusos
dentro de ese rubro, sería no habernos regalado ninguna estampa
emotiva a la antigua usanza durante el show de despedida previo a
la final, para llevárnosla con nosotros; dado que el corporativismo
neoliberal todo lo homogeniza, tocó recetarse el mismo reiterado
número musical de siempre, aderezado con algún convencional y
postizo matiz folklórico. Y tuvo que ser la lluvia moscovita, filtrando
como bajo una sordina de niebla el resplandor de los fuegos
artificiales desde la toma aérea, la que insinuara por azar una postal
equivalente a la de, por ejemplo, aquella inolvidable ceremonia de
clausura de los Juegos Olímpicos de Moscú, en 1980.
Algún medio aseveró más tarde que esos que lloraban eran gentes
enviadas exprofeso, para fingirse conmovidas, quién sabe si por la
KGB o directamente por Leonid Brézhnev (a la sazón secretario
general del comité central del Partido Comunista soviético).
Como servicio público para sentimentales, ofrezco la alternativa de
apropiarnos el momento más efectista y efectivo de aquella lejana
ceremonia, para despedir hoy, aquí, un día después, el Mundial de
Rusia. Los que vieron la ceremonia, pueden apelar a la memoria. Los
que no, pueden apelar a la imaginación; y, si no es su fuerte, a
youtube.
Lo que esa información no aclaraba, era cómo había Brézhnev
instruido exprofeso a los millones de niños que como yo (tenía
nueve años), llorábamos en ese mismo instante en la salas de
nuestras respectivas casas, diciéndole adiós a Misha.
Cuentan que, semanas más tarde, todavía hubo quienes divisaron a
Misha con sus globos en algún confín del enorme imperio (enorme y
moribundo, aunque no lo supiera). Yo digo que no le hacemos mal a
nadie si nos ponemos de acuerdo y contamos que ayer, mientras
La mascota de la Olimpiada era un oso llamado Misha. Para rematar
la ceremonia, los organizadores hicieron ingresar al estadio un globo
monumental con su figura, coronado por otro montón de globos de
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explotaban los juegos pirotécnicos y el cielo de Moscú se caía a
cántaros, fugazmente alcanzaron a divisarse entre las sombras su
gigantesco perfil de oso y el conmovido destello de sus lágrimas:
diciéndonos adiós.
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