Subido por Gina Fabre

Apego y Terapia Narrativa un modelo integrador - Arlene Vetere

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Rudi DALLOS y Arlene VETERE
Apego y terapia narrativa
Un modelo integrador
Traducido por
Roc Filella Escolá
Ediciones Morata, S. L.
Fundada por Javier Morata, Editor, en 1920
C/ Mejía Lequerica, 12 - 28004 - MADRID
[email protected] - www.edmorata.es
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Título original de la obra:
Systhemic Therapy and Attachment Narratives
© 2009 Arlene Vetere & Rudi Dallos
Authorised translation from the English language edition published by Routledge, a
member of Taylor & Francis Group. All rights reserved.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser
realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de
Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún
fragmento de esta obra.
© EDICIONES MORATA, S. L. (2012)
Mejía Lequerica, 12. 28004 - Madrid
www.edmorata.es - [email protected]
Derechos reservados
ISBN: 978-84-7112-689-4
Compuesto por: Sagrario Gallego Simón
Fotografía de la cubierta: La clave está en la llave de Mar del Rey Gómez-Morata
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Indice general
Portada
Portadilla
Créditos
Contenido
Prólogo a la edición española
Prólogo a la edición inglesa
CAPÍTULO PRIMERO
Introducción
Teoría y terapia sistémicas
La teoría y la terapia narrativas
La teoría del apego
CAPÍTULO II
La terapia sistémica y las narrativas de apego
Marco de referencia para la formulación y la terapia
El modelo de terapia narrativa de apego
Fases de la terapia en el sistema TNA
Teoría del cambio
Las formulaciones orientadoras para la intervención
CAPÍTULO III
Las transiciones en el ciclo de vida
y las narrativas de apego
Las teorías individuales del desarrollo emocional y social
Los modelos de cambio y desarrollo basados en el ciclo de vida familiar
Las fases del ciclo de vida familiar y las organizaciones del apego
CAPÍTULO IV
La regulación de los sentimientos
La agresividad, el TDAH y la violencia familiar
Los patrones de apego
Las estrategias de apego como filtro de nuestras experiencias
De la autorregulación a la regulación conjunta de los sentimientos
Los problemas de atención/hiperactividad y agresividad
Implicaciones para la terapia: Una formulación del apego
CAPÍTULO V
El amor y la sexualidad: La terapia sistémica y
las narrativas de apego; aplicaciones a las parejas
Sexualidad y género
Las relaciones de apego adulto y los modelos de funcionamiento interno
La terapia de parejas y la teoría del apego
Implicaciones de la teoría del apego para la terapia sistémica de pareja
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La terapia narrativa de apego con parejas
CAPÍTULO VI
El trauma y la disociación
¿Qué es el trauma?
El trauma, la disociación y la teoría del apego
Los patrones familiares y el trauma
Implicaciones para la terapia
CAPÍTULO VII
La pérdida, la pena y el apego
Los vínculos continuados
Sistemas representacionales y modelos de funcionamiento interno
La pena como proceso
La pérdida de un ser querido, la terapia sistémica y las narrativas de apego
CAPÍTULO VIII
Los problemas de adicción: La dependencia
del alcohol y las dificultades alimentarias
Trabajar con la dependencia del alcohol
Los trastornos alimentarios y las adicciones
CAPÍTULO IX
Formatos para la exploración
1. Para empezar: Trabajar con las relaciones, los apegos y las narrativas de la
familia
2. Exploración de las narrativas de apego mediante el genograma familiar
3. Andamiaje de las conversaciones sobre los sentimientos y los apegos
4. La escultura emocional
5. Explorar los patrones de comunicación
6. Los guiones correctivos y replicativos
7. Explorar los patrones de consuelo
8. Reflexionar en equipo: las narrativas de apego
9. La conversación reflexiva estructurada
10. Exploración de la herida al apego
Resumen
CAPÍTULO X
Reflexiones y conclusiones
Nuestras propias necesidades
La cultura y los contextos
Bibliografía
Índice de nombres y materias
Índice de figuras y tablas
Figuras
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Tablas
Obras de Ediciones Morata
de Psicología y Familia
Sobre los autores
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Prólogo a la edición española
La publicación en castellano de este magnífico libro es un hito y poder escribir
unas palabras introductorias un autentico privilegio. Por más que nos pueda
sorprender en la actualidad, la barrera lingüística, que coincide con el eje nortesur de Europa, supone todavía un problema para dar a conocer determinados
trabajos a un público más general.
Tuve la suerte de conocer a Rudi Dallos a raíz de leer y luego (con el permiso
del autor) traducir un artículo suyo del Journal of family therapy (1997) 19:369399 titulado “Los caminos hacia la patología”, artículo que me impactó por tener
una base profundamente sistémica y un lenguaje sencillo y convincente.
Con Arlene Vetere compartí años de intenso y apasionado trabajo a favor de la
Terapia Familiar Sistémica en Europa, dentro de la Junta directiva de EFTA
(European Family Therapy Association), antes y mientras ella ocupaba la
presidencia de esta Federación, la más importante instancia y referente para los
terapeutas de familia de toda Europa.
Tienen entre manos la conjugación perfecta de dos pensadores sistémicos de
primer orden, cuya práctica diaria asistencial en diferentes contextos, tanto
públicos como privados, ha asegurado la recursividad e interdependencia entre la
teoría y la práctica, tan necesaria para los que trabajamos en las profesiones de
ayuda.
Rudi Dallos es Doctor en Psicología. Ha sido director del programa para
Psicología Clínica en la Universidad de Plymouth, es Supervisor Docente de
Terapia Familiar y especialista en problemas de niños y adolescentes.
Arlene Vetere es Doctora en Psicología. Ha sido profesora de Psicología Clinica
y co-directora del programa de Doctorado en esta especialidad de la Unversidad
de Surrey. Es Supervisora Docente de Terapia Familiar.
En 2010 ambos dieron a conocer su modelo durante un seminario-taller
intensivo en Valencia sobre Terapia Narrativa de Apego.
En palabras de sus autores [cita de: “Systemic therapy and attachment
narratives”, Journal of Family Therapy (2008) 30: 374–385]: Este enfoque ofrece
un marco de cuatro escenarios para pensar sobre el proceso de terapia de pareja
y familia: crear una base segura… explorar narrativas y experiencias de apego
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dentro de un marco sistémico; reducción de patrones inútiles y considerar
alternativas; trabajar hacia el futuro, y mantener una base terapéutica…
No estamos defendiendo esto como un nuevo modelo distinto sino como una
aproximación que capta algunas combinaciones de ideas que son útiles desde
distintas aproximaciones. … Usando una metáfora constructiva, aun teniendo
todo el material disponible no significa que ya podamos construir un palacio.
También necesitamos planes, oportunidades, y el apoyo para practicar y discutir
con otros como manejar “todo el asunto”. La terapia narrativa de apego trata de
ayudar a familias a unir los materiales necesarios juntos y ser capaces de discutir
sus planes —empezando con nosotros y después entre ellos mismos.
Dallos y Vetere despliegan sus dotes docentes con sentido común en cada
capitulo, lo cual hace el texto accesible y útil tanto para profesionales y
estudiantes noveles en la temática narrativa y sistémica como altamente
aprovechable para terapeutas de familia y pareja experimentados, que
(re)conocerán todavía con mas facilidad la extensa documentación y la amplitud
y riqueza de posibilidades prácticas de aplicación del modelo. He encontrado en
su texto algo que he echado en falta en muchos textos de terapia sistémicofamiliar: la apuesta por una atención integral y el reclamo de la posibilidad de
asistencia “a largo plazo”, sin que esto supusiera la renuncia al pensamiento
sistémico en si mismo. La visión sistémica contextual de los problemas humanos
ha alimentando el miedo (no siempre infundado) del terapeuta de convertirse en
cómplice y facilitador de la patología de la familia o del sistema en cuestión.
Dallos y Vetere no renuncian a la advertencia , pero tampoco caen en lo que
Minuchin llamaba “la terrible sobresimplificación”. No toda intervención sistémica
es “breve”, y no toda relación terapéutica mantenida es una dependencia, o una
confirmación de las pautas de interacción disfuncionales. La constante reflexión
sobre su práctica y apertura a la retroalimentación ha llevado a los dos autores a
un modelo de asistencia sistémica mantenida en el tiempo, diferenciándose de
los enfoques de terapia breve o intervenciones estratégicas, sin estar en absoluto
reñido con estas modalidades de tratamiento. El marco del apego y de la terapia
narrativa se ha demostrado útil para los retos de la asistencia a familias en
situaciones de múltiples demandas incluyendo problemas psicopatológicos
graves, toxicomanías y violencia. El profundo respeto por las personas y las
familias que los acompañan inspiran el clima y la actitud de colaboración. Esto
incluye al posible lector, al que animo a darles el Feedback a los autores que lo
solicitan honestamente para seguir mejorando. Sirva este prólogo como inicio.
Annette KREUZ SMOLINSKI
Supervisora Docente, Terapeuta Familiar
Directora Centro Fase 2 Valencia
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9
Prólogo a la edición inglesa
Este libro, junto con el de DALLOS (2006a), ofrece una imagen exhaustiva y
excelente de la práctica terapéutica familiar que abarca y relaciona todas las
dimensiones del apego y la narrativa en un marco sistémico. Es un hito en la
integración que se está desvelando de los apegos familiares en el núcleo de la
terapia familiar.
Después de la Segunda Guerra Mundial, BOWLBY se ocupó en sus escritos del
apego y de las consecuencias del éxodo, que separó a los hijos de sus familias.
Más tarde, en 1949, escribió sobre su trabajo con familias enteras como parte de
la terapia con niños (véase BOWLBY, 1988). Sus ideas sobre el trabajo con la
familia se extendieron a Estados Unidos y contribuyeron al inicio de la terapia
familiar en ese país. Se puede afirmar que empezó la terapia familiar y, con ello,
fue el fundador tanto de ésta como de la teoría del apego. Pasó a dar las
primeras clases en Estados Unidos, donde expuso la teoría de sistemas, que
luego se incorporó a los sistemas de familia. Apoyó la terapia familiar desde el
principio, sabedor de que la investigación debía partir en sus orígenes de la
madre y el hijo, para extenderse después a los apegos familiares. Este libro
incorpora los resultados. BOWLBY habría estado encantado.
En lo que respecta al desarrollo de sus ideas, BOWLBY se benefició mucho de su
propia actividad clínica. Sabía que el trabajo con los clientes era esencial para
desarrollar ideas sobre el apego y técnicas. Se reunía de forma regular en
seminarios con clínicos de diferentes orientaciones y con investigadores. Yo tuve
el privilegio de formar parte de aquel grupo.
Determinados enfoques del apego han entrado hoy en el campo de la terapia,
y en la terapia familiar. En este libro, los autores, Rudi DALLOS y Arlene VETERE,
van más allá con su modelo sistémico, que integra la terapia del apego con otros
oportunos planteamientos de la terapia familiar. Su modelo aúna diversos
aspectos de la narrativa. Los vínculos entre el apego y la narrativa se han
estudiado bien. Para aplicarlo, los autores ilustran la relevancia clínica de los
vínculos entre los apegos seguros y las relaciones. Explican que los apegos
inseguros conducen a una narrativa incoherente de tres tipos: despreciativa,
ambivalente y desorganizada, que guardan relación con diversos problemas.
10
Con el uso de este modelo interconectado, los autores incorporan muchos
aspectos de la vida familiar, por ejemplo, el afecto que, subrayan, es un
importante aspecto del apego, y otras fuerzas impulsoras de la conducta
humana, como el amor, la sexualidad y los ciclos de la vida. Existen vínculos con
los diversos comportamientos asociados a cada uno de estos fenómenos. Todo
ello apunta a unas útiles técnicas y estrategias de familia.
Este libro expone con minucioso detalle las muchas dimensiones del modelo y
sus aplicaciones. Es una obra fascinante y llena de información que me llevó
hacia una perspectiva más amplia. Mi objetivo ha sido ayudar a los terapeutas de
familia a añadir el apego a su sistema de trabajo. Rudi DALLOS y Arlene VETERE
llevan este campo a un nivel nuevo e importante, que engloba una completa
variedad de prácticas terapéuticas. Ofrecen un enfoque de la terapia familiar que
incorpora varias técnicas apropiadas de terapia familiar. Su libro también explica
la forma de colaborar con otros profesionales que se ocupan de situaciones y
problemas concretos.
Los autores tratan el proceso de análisis mutuo, que es posible mediante el
establecimiento de una base terapéutica segura que permita que la familia cree
una base familiar sólida, que posteriormente haga posible el cambio. Todo esto
se puede aplicar a una serie de contextos y técnicas, por ejemplo, al análisis de
los sentimientos que intervienen en el apego, la escultura emocional, la
comunicación mediante genogramas, los guiones y el análisis de los patrones de
consuelo. Los autores explican el debate reflexivo en equipo, la conversación
reflexiva y el tratamiento de la herida al apego.
Se examinan las propias necesidades de los terapeutas y se explica cómo el
análisis que supuso la redacción de este libro generó nuevas ideas. Los autores
exponen sus propias historias de apego que sean relevantes para su trabajo. Su
colaboración se podría denominar como una base segura para el trabajo
intraprofesional, y los autores apuntan que los terapeutas de familia deberían
trabajar también en colaboración.
Este libro es un tesoro y reportará muchos beneficios a los terapeutas de
familia, los investigadores y los estudiantes. He aprendido de él muchas cosas
que han ampliado mis ideas sobre este campo.
John BYNG-HALL
11
CAPÍTULO PRIMERO
Introducción
La emoción es un elemento primordial del sistema que organiza la interacción entre personas
íntimas.
(JOHNSON, 1988, pág. 3.)
En nuestros respectivos contextos terapéuticos clínicos, los dos hemos sentido
la necesidad de poder recurrir a modelos que se ajusten mejor a nuestra
experiencia de trabajo con parejas y familias. En nuestras sesiones, los miembros
de la familia muestran a menudo intensos sentimientos: rompen a llorar, sienten
una profunda vergüenza, se exaltan, se gritan y acusan mutuamente, y a veces
se levantan y se van. En nuestros primeros días, a veces nos preguntábamos qué
sería lo que quizás hacíamos mal para haber suscitado o agravado sus
sentimientos. La formación inicial de Rudi DALOS (RD) seguía el espíritu de
terapias más bien “frías” y posteriormente la de Milán, donde parecía que la
terapia familiar consistía en ser inteligente y participar en una especie de lucha
con las familias. Las primeras ideas de Milán se desarrollaron para trabajar con
problemas extremos, por ejemplo, los trastornos alimentarios prolongados y los
problemas psicóticos duraderos, y se basaban en el supuesto de la
superimplicación de los miembros de la familia. Al mismo tiempo, estos
enfoques, sobre todo en las complejas manos de quienes les dieron vida, como
Paul WATZLAWICK y cols. (1967), el equipo de Milán (PALAZZOLI y cols., 1978), Jay
HALEY (1987) y John WEAKLAND (1982), con frecuencia revelaban también un
profundo sentimiento de impotencia, aceptación, diversión, burla benigna y
comprensión de las familias y sus problemas. Paulo BERTRANDO (2007) lo expresa
bellamente cuando describe lo que a menudo no se dice, sobre todo en las
explicaciones por escrito, de cómo trabajan los terapeutas en los diferentes
modelos de terapia familiar:
El terapeuta especialista en el estilo de Milán nunca olvidaba las experiencias vitales concretas ni
los tonos emocionales de la situación del cliente, y se ajustaba a ellos, pero es difícil transmitir y
enseñar tal sensibilidad únicamente con el lenguaje escrito, donde el sesgo ideológico se hace más
fácil.
12
(BERTRANDO, 2007, pág. 11.)
No decimos que estemos libres de “sesgo ideológico”, pero tomamos nota de
las observaciones de BERTRANDO y esperamos considerar en este libro algo de lo
que no se ha dicho, especialmente en relación con el papel de los sentimientos y
el apego en la psicoterapia de familia y de otros tipos.
La formación inicial de Arlene VETERE (AV) fue en el sistema estructural, que se
desarrolló para ayudar a las familias con problemas de desconexión emocional y
de autoridad parental. Los dos conservamos el interés por la teoría y los métodos
estructurales, en cuyas sesiones no solo se aceptaban más los sentimientos y su
expresión, sino que algunas de sus técnicas, como las de escenificación e
intensificación, iban dirigidas específicamente a despertar sentimientos fuertes
que contribuyeran a provocar y alentar el cambio. Sin embargo, en el Reino
Unido parece que esta forma de trabajar más orientada y emocional estaba
anticuada, aunque posiblemente está mostrando signos de renacimiento. Es
interesante observar que el enfoque estructural guarda relación también con algo
muy importante que hemos experimentado en los años que llevamos trabajando
con familias: las situaciones en que los miembros de la familia intentan no
mostrar sentimientos y no los muestran; más exactamente, aquellas en que
parece que intentan tapar, esconder, negar o camuflar sus sentimientos aunque
nosotros, los terapeutas, podemos sentir físicamente ciertas tensiones no
expresadas pero presentes en la habitación.
Es curioso que lo que se dice con menor frecuencia sea que los primeros
pioneros de diversas escuelas fueron grandes narradores. Quizás la terapia
narrativa no se inventara en los pasados años noventa, sino que todos los
buenos terapeutas adquieren la destreza de escuchar e hilvanar con las personas
y las familias historias que curen.
Este libro se asienta en nuestra integración de ideas de la terapia familiar
sistémica, las terapias narrativas y la teoría del apego (VETERE y DALLOS, 2003;
VETERE y DOWLING, 2005; DALLOS, 2006a). En el capítulo siguiente repasaremos
nuestro intento de aunar estos sistemas, y también algunos avances que hemos
hecho en él. Pero un importante punto de atención de este capítulo es la
consideración de nosotros mismos en el proceso terapéutico: la que podríamos
denominar una postura reflexiva. En las teorías psicodinámicas, nos podemos
referir a los sentimientos que experimentamos al trabajar con familias en
términos de transferencias o proyecciones e identificaciones. En el uso que
hacemos de la teoría del apego, queremos pensar en nuestras propias
experiencias de apego y en cómo configuran nuestra forma de responder
emocional y cognitivamente a las parejas y las familias. Aunque en la teoría del
apego la actitud reflexiva no ocupa un primer plano, con nuestros intentos por
aplicarla a la terapia queremos defender que es muy compatible con ese
13
enfoque. Algunos terapeutas, por ejemplo JOHNSON (2004), consideran que los
sentimientos y su expresión son la dinámica fundamental de la terapia de pareja
y la familiar. Para poder experimentar estos sentimientos, reconocerlos y actuar
sobre ellos, debemos estar físicamente presentes en la habitación: no dejar que
nos abrumen, pero tampoco negarlos ni distanciarnos de ellos. Esta postura tiene
profundas implicaciones para nuestra manera de formar a los terapeutas de
pareja y los de familia. A veces nos damos cuenta de la incomodidad del futuro
terapeuta ante los sentimientos fuertes, un desasosiego que le lleva a intentar
calmar, sosegar y restar importancia demasiado pronto a los sentimientos fuertes,
con lo que se niega a los miembros de la familia la oportunidad de ampliar y
esclarecer su propia respuesta.
Decidimos escribir este libro para complementar Attachment Narrative Therapy
(DALLOS, 2006a). Fue un intento de reunir ideas de las terapias sistémica y
narrativa con ideas de la teoría del apego. Aunque su título sugiera una “nueva”
forma de terapia, la intención no era tanto ésta como la de esbozar una
emergente integración de ideas de los diversos enfoques. En las primeras
páginas del libro de 2006, se perfila una serie de temas clínicos y teóricos como
pau-tas del desarrollo de la terapia narrativa de apego (TNA):
Teoría y terapia sistémicas
Corren el peligro de olvidar la experiencia emocional individual.
Carecen de una perspectiva evolutiva.
Los recientes sistemas narrativos y de terapia familiar descuidan los
patrones de interacción y de comunicación.
Unido a lo anterior, ha habido escaso interés por considerar la relación
que pueda existir entre los patrones o estilos particulares de interacción
familiar y los diferentes tipos de problemas.
Posiblemente, la revolución que la terapia sistémica supuso para el
pensamiento (VETERE y DALLOS, 2003; DALLOS y DRAPER, 2005) nos llevó a poner
tanto énfasis en los patrones y los procesos, que empezamos a pasar por alto la
naturaleza de las experiencias individuales emocionales de las parejas y las
familias, y a no tener en cuenta cómo se desarrollan las diferentes identidades y
personalidades. La persona corre el riesgo de perderse en la complejidad del
debate sobre el contexto, los procesos y los patrones.
La teoría y la terapia narrativas
Como ocurre con la teoría sistémica, los planteamientos de la terapia narrativa
14
generan algunas preguntas engorrosas:
¿Cómo se desarrollan las narrativas de las parejas y las familias?
¿Las personas tienen diferencias evolutivas en su capacidad/”destreza”
narrativa?
¿Cuáles son los vínculos entre las narrativas, los sentimientos, los sucesos
y los patrones familiares?
¿Cómo se conceptualizan las relaciones?
Planteamos algunas preguntas importantes sobre estos sistemas, por ejemplo:
¿el énfasis en el lenguaje y la narrativa presupone que la medida en que somos
capaces de situar nuestras experiencias en las narrativas es una destreza
compleja, que se desarrolla gradualmente a lo largo de la infancia, y necesita ser
alentada y nutrida, y para algunas personas puede ser evolutivamente limitada?
También podemos ver una necesidad de entender los procesos y experiencias de
aprendizaje que fomentan o dificultan el desarrollo de habilidades o estilos
narrativos, por ejemplo, para nosotros es importante considerar el impacto del
trauma continuo en el desarrollo por parte del niño de la capacidad de narrar sus
propias experiencias. Como terapeutas debemos reconocer cómo y por qué los
miembros de la familia han llegado a desarrollar unos estilos narrativos en los
que se excluye la contribución de los sentimientos, los apegos y las relaciones a
los problemas. Tal reconocimiento nos puede ayudar a hablar con ellos para
construir narrativas más abiertas y mantenernos centrados en la importancia de
las relaciones.
La teoría del apego
¿Categorías descriptivas manifiestamente biológicas y deterministas
basadas en la investigación?
¿Culpar a la madre o culpar al cuidador principal?
¿La atención diádica es demasiado simple o de algún modo
descontextualizada?
Abandono de los procesos intergeneracionales y la transmisión de la
reacción de apego.
Se puede considerar que la teoría del apego se limita excesivamente por su
énfasis en los procesos diádicos entre el padre/madre y el hijo, o entre dos
personas íntimas. Peor aún, al tratar el desarrollo de la inseguridad de los niños
pequeños, la atención se ha centrado predominante en los patrones madre-hijo,
con algunas implicaciones del culpar a la madre. La teoría del apego es una
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teoría evolutiva de la regulación social de la emoción, pero tal vez haya adoptado
una visión manifiestamente biológica de la base de los apegos, en lugar de
atender a los procesos socioculturales que configuran lo que se considera una
parentalidad buena y adecuada, unos niveles de vinculación adecuados, el papel
de los padres y las madres, las presiones económicas sobre la familia, etc.
Para nosotros, estas cuestiones son mucho más que preocupaciones
predominantemente teóricas. Conectan con nuestras experiencias clínicas y
también con nuestras propias identidades clínica y personal.
RD: En mi caso, el camino que me llevó al enfoque integrado discurrió por un
período de implicación en la terapia familiar sistémica que abarcó más de treinta
años. Inicialmente, mi inmersión fue más en planteamientos constructivistas que
insistían en el análisis de las creencias e interpretaciones familiares (BATESON,
1972; WATZLAWICK y cols., 1974; PALAZZOLI y cols., 1978; HALEY, 1987).
Posiblemente, estos primeros enfoques, aunque distintos en muchos sentidos,
tenían en común una insistencia en la reconstrucción del sentido de las familias
como componente esencial del cambio. En esa investigación, la idea del
“reencuadre” era esencial para ayudar a las familias a encontrar nuevas maneras
de ver los problemas que las ayudaran a salir de formas que de nada servían,
“atascadas”, de ver sus relaciones y sus dificultades. Al mismo tiempo, también
viví el impacto del movimiento de la terapia familiar estructural (SATIR, 1964;
MINUCHIN y cols., 1978), que ponía mayor énfasis en el trabajo con los
sentimientos y las acciones en la sesión con las familias.
Mirando hacia atrás, observo que, con mis colegas, entretejía aspectos de los
diferentes modelos. Por ejemplo, en los modelos supuestamente “fríos” de Milán
no era infrecuente que en las personas afloraran muchos sentimientos cuando
recibían una anotación positiva o se les asignaba una tarea paradójica.
Respondíamos a esos sentimientos, claro está, pero quizás haya que decir que
carecíamos de lenguaje suficiente para reflexionar sobre estas experiencias. Al
pensar hoy en aquella época de mi primera formación, a veces me muero de
vergüenza por lo ingenuos que éramos entonces en lo que se refiere a los
sentimientos de las personas, por ejemplo, cuando sugeríamos “tareas
paradójicas” como la de incrementar deliberadamente un síntoma.
AV: El camino que me llevó a una síntesis de la teoría del apego con la
psicoterapia sistémica discurrió por una primera formación en la terapia familiar
estructural, la terapia cognitiva conductual y la terapia psicodinámica focal breve
(MALAN, 1979), y la oportunidad de trabajar con parejas durante años. Mi
formación en terapia familiar estructural me introdujo a formas de trabajar con
las parejas y familias que permitían la expresión emocional y el riesgo controlado
en la comunicación, que desembocaban en cambios en las experiencias sentidas
de los miembros de la familia en su mutua relación. De mi formación en terapia
16
cognitiva conductual aprendí la importancia de las creencias en el gobierno de las
decisiones conductuales, y la interconexión del pensamiento, el sentimiento y la
acción. En esa época, en ninguno de estos sistemas se prestaba mucha atención
a los caminos evolutivos en la formación del esquema cognitivo, o los patrones
de comunicación de las familias. Ambos sistemas estaban orientados a trabajar
con las experiencias vividas inmediatas de las personas. Pasé a la teoría de las
relaciones objetales, y en particular a la teoría del apego, para que me ayudaran
a entender y formular con los miembros de la familia cómo se había llegado a
esa determinada situación, por decirlo de alguna manera. Siempre he pensado
que trabajar con la experiencia emocional sentida facilita el cambio a través de
una relación terapéutica de confianza. Así pues, me formé en la terapia
psicodinámica focal breve de MALAN para sentirme más cómoda aún con el
trabajo terapéutico con sentimientos negativos fuertes, como los de enfado,
pena, vergüenza, hostilidad, desprecio e indignación.
En todo este primer período estaba claro que MINUCHIN (1974) era mucho
menos ingenuo sobre los posibles sentimientos que se pudieran provocar, y tenía
mucha mayor capacidad de provocar sentimientos de forma deliberada en las
familias. Entre sus técnicas estaban la de escenificación —se pedía a los
miembros de la familia que representaran en la sala patrones difíciles y
emocionalmente penosos de su vida, con lo que se generaba la oportunidad de
experimentar con distintas reacciones en la seguridad del encuentro terapéutico—
y la de intensificación, que implicaba una intensificación deliberada de los
sentimientos destinada a desbaratar el patrón por el que se habían evitado
repetidamente los sentimientos difíciles. Un ejemplo: se podía observar que la
ansiedad y el conflicto de una pareja se “desviaban” al cambiar de tema y pasar
a hablar de los problemas o el mal comportamiento del hijo. Se ponía el énfasis
en apoyar la acción en la sala, más que en hablar de ella, porque se pensaba que
la mayoría de las personas contaban con los recursos interpersonales necesarios
para asumir riesgos y trascender de sus patrones de respuesta habituales, en la
seguridad de una alianza terapéutica.
No pretendemos decir que los sentimientos hayan estado ausentes en el
campo de la terapia familiar, sino que eran como “ideas que no dejaban de llamar
a la puerta” pero que realmente nunca pasaron y se sentaron a cenar. Una razón
de tal circunstancia podría ser que la terapia familiar sistémica se desarrolló en
oposición a los excesos de los modelos psicodinámicos freudianos y para
contrarrestarlos. Sin embargo, estos modelos también eran los dominantes de la
vida emocional, pero con una visión altamente individualista. Además, con el
abandono por parte de FREUD de la detección del impacto destructivo del abuso
sexual que se produce en las familias, se destruyó un importante puente entre
los estados emocionales internos y las experiencias familiares. Una de nuestras
17
tesis clave en este libro es, por supuesto, que la teoría del apego fue un
contendiente mucho más fuerte como modelo al que pudo haber recurrido la
terapia familia sistémica. Parece que solo ha sido así de forma esporádica, y
quizás no podamos más que adivinar la razón. Una podría ser que se identificaba
en exceso con las teorías psicodinámicas, predominantemente como una versión
más. Visto hoy, se observa que fue una lástima, y que tal vez se debiera a una
errada interpretación de la teoría del apego. BOWLBY (1988) fue un ecléctico que
recurrió a la teoría sistémica, así como a ideas de la teoría evolucionista, la
psicología cognitiva y también, aunque en modo alguno de forma exclusiva, a la
teoría de las relaciones objetales.
Todo esto, claro está, lleva a la historia del discurrir profesional de RD y AV
hacia el desarrollo del enfoque de la terapia narrativa de apego (TNA). Otra
historia más personal está relacionada con el propio devenir familiar de RD y sus
primeras experiencias de apego. RD: Salí de Hungría como refugiado en la
revolución húngara de 1956. Fue una época de ruptura emocional, de mucha
agitación y cierto peligro y ansiedad. Una de las formas que aprendí de afrontar
aquella situación fue contener los sentimientos y, además, al ser el hijo mayor,
tuve que asumir, a una edad muy temprana, el papel de responsable del cuidado
de mi madre y mis hermanos pequeños. Esta inversión de papeles y de posición
como hijo parental (BYNG-HALL, 2008a) está perfectamente documentada, y
posiblemente sea ésta la condición de muchos de los que ejercemos profesiones
de ayuda (CRITTENDEN, 1997). También implica una estrategia de supervivencia
con la que nos podemos distanciar de nuestros propios sentimientos, y es
posible que aliente el interés por los sistemas terapéuticos en los que éstos
quedan relativamente excluidos. Es muy probable que la terapia familiar
estratégica y la de Milán se ajusten muy bien a este perfil y, por supuesto,
mucho más la omnipresente terapia cognitiva conductual. Es curioso que mis
primeros intereses radicaran precisamente en los enfoques sistémicos
estratégicos combinados con la teoría del constructo personal, un planteamiento
elegante pero en esencia semántico. Poco a poco, con los avatares de la vida —
me casé, tuve hijos, me divorcié, me casé de nuevo y me volví a separar—, se
fueron haciendo más claras mis capacidades, o, mejor dicho, la carencia que
tenía de ellas. ¡También se puso de manifiesto que mis queridos modelos de
terapia familiar sistémica no me ayudaban a comprender mi propia vida tanto
como había esperado!
Topamos aquí con una pregunta importante: qué relevancia o importancia
tiene que sepamos utilizar los modelos terapéuticos que decidimos emplear con
los clientes para desenvolvernos en nuestra propia vida. Nuestra tesis es que si
abogamos por un enfoque reflexivo de la terapia y la práctica clínica, la respuesta
debe ser que el planteamiento que elijamos ha de tener necesariamente un
18
sentido personal (SIMON, 1995). Así, en mi propia vida, intentar ser estratégico,
hablar de estar atascado en circularidades y patrones, y considerar las creencias
ocultas, aunque tenían su utilidad, no explicaban por qué, por ejemplo, mi pareja
estaba tan airada conmigo, o yo tanto con ella. En cambio, ideas como las de
repetición de las inseguridades infantiles, comportarse emocionalmente como
hacían mis padres, ser irracionalmente celoso, etc., se aproximaban más a la que
era mi experiencia. Y así, al final, la teoría del apego empezó a explicar cada vez
mejor mis propias experiencias interiores. Al mismo tiempo, mi formación
sistémica me ayudó a sentirme un poco menos culpable y responsable: la culpa
es de los dos, no solo mía.
AV: Mi historia personal es una historia de migración intercontinental, pérdida y
resiliencia. Mi padre murió en un accidente de tráfico cuando yo tenía once años.
Supe qué era la pérdida, y fui testigo de cómo cambió a mi madre y afectó a
nuestras vidas en casa. Mi deseo de ayudar a mi madre me dio la oportunidad de
aprender a escuchar y a sintonizar cuidadosamente con lo que otra persona
sentía. Más tarde, mi querido marido Graham murió de cáncer. Confío en no
haber subestimado nunca el impacto de tal pérdida, del miedo a la pérdida, ni la
capacidad de resiliencia, fuerza y cambio. Para mí, la teoría del apego me habla
con fuerza de mis propias experiencias, y da sentido a mi creencia en que la
accesibilidad y la receptividad en las relaciones son el elemento básico de la
seguridad del apego. La teoría del apego no patologiza la dependencia en la
relación, sino al contrario, la entiende como un resuelto acto de integración. Creo
que una de las razones de que en nuestro campo se tienda a minimizar la
emoción y la experiencia emocional fue una consecuencia imprevista de las
críticas feministas a las teorías y las prácticas de la terapia familiar. En nuestro
deseo de dilucidar la importancia que el poder en las relaciones y las
desigualdades de género tienen en los roles y las oportunidades sociales,
deconstruimos la acusación de que las mujeres utilizan el “poder emocional” para
abrirse paso en unas relaciones de poder desiguales, y de algún modo también
dejamos atrás el sentimiento. Con las parejas, trabajo con el miedo a la pérdida,
el rechazo y el abandono, que mucha veces se manifiesta en forma de enfado,
culpa y celos. En mi caso, me atribuí muchas veces el derecho a exigirle una
disculpa a Graham, cuando lo que realmente quería era un abrazo y la seguridad
de que todo iba bien. ¡Más de treinta años de experiencia con terapia de pareja,
se me dirá, y todavía batallando por cambiar! Me complace decir que a menudo
fue el sentido del humor el que acudió a rescatarme.
19
CAPÍTULO II
La terapia sistémica y las narrativas de apego
Marco de referencia para la formulación y la
terapia
El modelo de terapia narrativa de apego
El enfoque que exponemos en este libro parte del modelo de la terapia
narrativa de apego (TNA) que DALLOS explica en un libro anterior (2006a), donde
se detalla que los conceptos de teoría del apego y terapias sistémica y narrativa
se pueden unir de forma que ofrezca a los tres enfoques un mayor potencial de
extensión. Hablamos de algunas nuevas formas de considerar el trabajo con las
familias, pero también queremos destacar que la TNA y las ideas y aplicaciones
que se explican en esta obra se ofrecen, no como un nueva serie de “técnicas”,
sino como un marco con algunas formas nuevas de ver lo que ya hacemos: un
cristal alternativo con el que mirar las terapias sistémica y narrativa. Para poner
algunos ejemplos, creemos que exteriorizar y debatir resultados exclusivos es
efectivo, no solo, o ni siquiera principalmente, porque ayuda a cuestionar las
historias saturadas de problemas, sino porque contribuye a crear una sensación
de aceptación, seguridad y una base segura con o para las familias. La idea
sistémica de “tanto/como - y más” tal vez capte esta sensación de que cuanto
hacemos con las familias se puede entender que opera de múltiples maneras. Sin
embargo, la forma de describir lo que hacemos tiene importantes implicaciones
para la determinación de las áreas que decidimos explorar con las familias. Un reexamen o un re-conocimiento de los posibles efectos de las técnicas que
emplean las terapias sistémica y narrativa nos pueden dar libertad para analizar
mejor algunos de los dominios emocionales de la experiencia de las familias que
de algún modo se han dejado de lado en nuestra conceptualización y nuestra
formación. No queremos decir con esto que las sesiones familiares se deban
convertir en un debate incesante sobre los sentimientos y apegos de las familias
o su análisis, sino que puede ser útil ser conscientes de la aparición de los
sentimientos, ser capaces en su momento de comentarlos e identificarlos, y
acompañar a las familias en su experiencia. En nuestra opinión, es probable que
20
estos debates surjan en el proceso del trabajo sistémico que ya estamos
desarrollando. No es mayor la necesidad de forzar que los sentimientos
relacionados con el apego afloren que la de no ignorarlos cuando lo hacen.
Partimos de la idea de que las historias que creamos acerca de nuestra vida
son un componente clave de cómo vivimos y también cómo desarrollamos los
problemas y las dificultades de nuestras relaciones. Creamos narrativas sobre lo
que nos ha ocurrido en la vida, unos relatos que contribuyen a configurar lo que
pensamos del pasado y, muy importante también, cómo vemos y abordamos el
futuro. La TNA se centra en un importante conjunto de historias que elaboramos
sobre nuestras conexiones, concretamente nuestras relaciones emocionales y
sexualmente íntimas, nuestros apegos a los demás, por ejemplo, a nuestros
padres e hijos, y nuestras dependencias, experiencias y expectativas de confianza
en nuestras relaciones. La teoría del apego subraya que tenemos una necesidad
fundamental, al parecer basada en un instinto de supervivencia evolutiva, de
entablar relaciones íntimas alimentadas por nuestra urgencia, que arranca en la
infancia de, si aparece el peligro, la pérdida o la adversidad, buscar seguridad y
protección en nuestros padres/cuidadores. Estas primeras interacciones entre los
padres y el hijo generan experiencias que forman el material de las progresivas
narrativas sobre nosotros mismos y los demás. Estas experiencias tempranas
posteriormente cobran forma de relatos y conjuntos de expectativas más amplios
que, en un proceso de generalización, aplicamos a otras relaciones ajenas a las
familiares.
Sin embargo, las narrativas no son un registro pasivo del pasado, sino que
constituyen un proceso activo de construcción, reconstrucción y revisión
continuas. Contamos nuestras historias a los demás, y sus preguntas, reacciones,
comentarios, adiciones, revisiones y correcciones hacen que las reconfiguremos
cada vez que las contamos de nuevo. Relatar nuestras historias nos provoca
fuer-tes sentimientos, aunque no hagamos sino musitárnoslas a nosotros
mismos, unos sentimientos que determinan cómo y cuándo las contamos —por
ejemplo, a quién se las relatamos, qué omitimos, de qué nos olvidamos, qué
procuramos no recordar, qué cambiamos, retocamos o corregimos— y, claro está,
por qué las contamos. También las podemos alterar según a quién nos dirijamos
y, por ello, según lo seguros que estemos de que vamos a poder acceder a
nuestros recuerdos de forma sincera, directa y sin prejuicios. Por consiguiente,
nuestro enfoque marco comparte en muy alto grado con las terapias narrativas el
énfasis en trabajar con los relatos y las relaciones de las personas para propiciar
el cambio, la liberación y la exención de sus problemas interpersonales. Pero
nosotros le sumamos una insistencia en el contenido emocional de las historias y
las experiencias aún no relatadas de las personas, como el trauma, y en
particular en cómo gestionan sus sentimientos y apegos, por ejemplo, cómo se
21
reconfortan a sí mismas y reconfortan a los demás en momentos de ansiedad,
desazón y dificultades. Nos interesa cómo aprenden los niños a narrar sus
experiencias y qué les ayuda a desarrollar las destrezas necesarias para una
comunicación abierta, sistemática y coherente de sus experiencias emocionales.
Además, nos centramos en el proceso del relato de las narrativas para considerar
qué tipos de estrategias o defensas de autoprotección utilizan las personas
cuando en su relato surgen recuerdos dolorosos, incómodos y que provocan
ansiedad. Hay en esto ciertas similitudes con los modelos psicodinámicos, en el
sentido de que se reconoce la necesidad de obtener tanto lo explícito como lo
implícito, aquello que nos es más difícil articular. Esto no implica adoptar la
postura del “experto” que tiene mayores conocimientos que las familias que
vemos, sino encontrar la forma de ayudarlas a articular los aspectos más ocultos
y subyugados de las experiencias emocionales de sus relaciones, y las estrategias
autoprotectoras que puedan estar utilizando. En este sentido, es fundamental
crear para las familias un contexto de seguridad y confianza que pueda ayudar a
acceder a este material, esclarecerlo, ampliarlo, expresarlo y procesarlo.
Fases de la terapia en el sistema TNA
La TNA en general fija cuatro fases en el proceso de cambio y el trabajo
terapéutico (DALLOS, 2006a):
Crear una base segura
La característica fundamental de la primera fase de la terapia es crear una
situación de seguridad emocional y confianza para las familias. Éstas pueden
percibir, en la idea de seguir una terapia, una situación amenazadora y que
provoque ansiedad, a la que se pueden enfrentar con el uso de sus patrones
familiares característicos. Por ejemplo, algunos miembros de la familia se pueden
mostrar extremadamente esquivos y recelosos, y otros, en cambio, quizás vean
en la terapia la oportunidad de expresar sus sentimientos de forma rápida y sin
cortapisas. Asimismo, la reunión inicial puede provocar ansiedad al terapeuta,
como puede ocurrir con cualquier tipo de encuentro. El terapeuta (y el equipo) y
la familia han de saber crear conjuntamente una sensación de seguridad y
confianza mutua. A continuación relacionamos algunos componentes de este
proceso, y explicamos que algunas técnicas actuales de terapia familiar, por
ejemplo, las de no culpar, exteriorizar los problemas, validar las experiencias de
las personas, proceder con cuidado, etc., pueden contribuir a crear este ambiente
de seguridad. Para algunos miembros de la familia, es posible que esta sea su
primera experiencia de asumir riesgos emocionales en mucho tiempo. El
terapeuta actúa a menudo de puente: ayuda a las personas a redirigirse a otras
22
como fuente de ánimo y seguridad, en lugar de verlas como fuente de amenaza
y peligro emocionales. Ante todo, el terapeuta ha de saber transmitir una
sensación de contención y empatía mediante la interacción sintonizada. Se trata
de algo parecido a las ideas de la intersubjetividad en las interacciones padreshijo que nos permiten mostrar que comprendemos el dolor y las dificultades que
el hijo siente, pero también comunicar que no nos abrumamos por ello. Este
proceso también puede implicar el sometimiento de nuestras propias necesidades
para permanecer integrados y sintonizados. Los padres reconfortan y tranquilizan
al niño pequeño cuando está afligido, y le ayudan a aprender a animarse y
tranquilizarse él mismo, y a buscar ayuda en los demás. Del mismo modo, el
terapeuta es capaz a la vez de sentir parte del dolor y las frustraciones que
puedan sufrir los miembros de la familia, y transmitírselo para que sean
conscientes de ello y sientan esperanza y crean en la posibilidad de cambiar. Un
cliente lo decía bellamente: “Saber tomar prestada del terapeuta la fe en mi
capacidad de cambiar”.
Aclarar el contexto: metas, objetivos, expectativas.
Contención: adoptar y transmitir la idea de que sabemos gestionar los
sentimientos dolorosos, temidos, difíciles y reprimidos. Percibir al
terapeuta como alguien que da seguridad.
Reflexión empática, escuchar y comunicar: mostrar empatía mediante la
comprensión y el esclarecimiento de los sentimientos.
Mapear a la familia, sus recursos, sus sistemas de apoyo, sus sistemas
profesionales.
Adoptar y transmitir una postura de aceptación, sosegada y libre de
acusaciones.
Centrarse en las competencias, exteriorizar los problemas.
Hablar de lo que se dice: qué se considera correcto que se diga; analizar
las normas y los sentimientos de las familias, qué temas de conversación
no son seguros.
Analizar el apego y las narrativas dentro de un marco sistémico
El principal objetivo de esta fase es reunir material que aporte contenidos para
algunas modificaciones o para el desarrollo de historias alternativas. Se asemeja
a lo que hacen el albañil o el pintor que reúnen los materiales que van a emplear
en su obra. Esta fase se asocia también con riesgos, por ejemplo, el de provocar
en las familias sentimientos incómodos cuando se les pregunta por experiencias
o recuerdos suprimidos u olvidados. A veces, incluso recuerdos positivos y felices
pueden provocar sentimientos tristes y dolorosos, lo que puede llevar a las
23
familias a lamentarse de las oportunidades perdidas y las ocasiones
desperdiciadas que hayan podido tener, y servir para recordarles “lo mal que
están hoy las cosas”. En esta fase es importante fomentar la aportación de
material de diversos sistemas representacionales, por ejemplo, preguntar por
recuerdos del pasado que incluyan imágenes, sensaciones, sentimientos, acciones
pasadas y reflexiones de los miembros de la familia acerca de todos ellos.
Muchas veces las familias se centran en el modo semántico o verbal, por
ejemplo, con listas de generalizaciones y etiquetas del tipo “Johnny tiene un
trastorno de déficit de atención con hiperactividad (TDAH), reclama la atención
de los demás, no es sincero, es egoísta y agresivo”. En este sentido, los dibujos,
las esculturas, las fotografías, las descripciones visuales o metafóricas, etc.,
pueden ayudar a reducir la limitación y restricción propias de las generalizaciones
verbales. Muchas técnicas de la terapia familiar pueden ser de utilidad, como los
genogramas, las líneas del tiempo y la representación y el seguimiento de
patrones de interacción. Además, el enfoque de la TNA que aquí exponemos
también atiende a las historias de las familias: de cómo se gestionan los
sentimientos y cómo se puede consolar en momentos de desazón y dificultad, y
qué ocurre cuando no se hace.
Fijarse en los patrones relacionales y los procesos de apego de la familia.
Analizar las creencias sobre los problemas y las ideas sobre cómo
solucionarlos.
Analizar, expandir, validar y procesar los sentimientos positivos y
negativos.
Fomentar la reflexión en los diferentes sistemas relacionales: encarnados
y procedimentales, recuerdos visuales y sensoriales, episodios y
reflexiones.
Regulación del afecto: analizar cómo se ofrecen y se reciben el consuelo
y la calma.
Estudiar los patrones transgeneracionales de relación y apego, los
genogramas.
Reflexionar sobre los sentimientos y cómo se procesan en el transcurso
de la terapia.
Considerar las alternativas
La tarea principal en esta fase es combinar los materiales que se hayan
recogido en las fases anteriores para formar historias nuevas o modificadas. Es
posible que sea una de las partes de la terapia que mayor reto supone, ya que
cuestiona y cambia creencias, explicaciones y expectativas muy asentadas y la
24
sensibilidad a la amenaza interpersonal, por ejemplo, el rechazo y el abandono
percibidos, y las estrategias de autoprotección pueden provocar mucha ansiedad.
Así se observa incluso cuando las estrategias de autoprotección han mantenido
unida a la familia en situaciones dolorosas o difíciles, por ejemplo, un patrón de
utilizar narrativas que subrayen la necesidad de evitar cuestiones relacionales o la
confrontación emocional. Los relatos que han sido esenciales en la configuración
y gestión de las experiencias de las personas pueden ser difíciles de cambiar,
porque nuestras defensas evolucionan con el tiempo y es posible que no formen
parte en su totalidad de nuestra conciencia consciente. Así, pedir a la persona
que intente nuevas formas de pensar, sentir y actuar puede parecer muy
peligroso y potencial o realmente abrumador. En este sentido, como terapeutas
podemos pensar en planes y soluciones, y considerar lo que ha funcionado y las
limitaciones que haya habido. De esta forma, las familias pueden ver estos
cambios como modificaciones, o pasos asequibles, y no como cambios radicales
de lo que han estado haciendo. Por ejemplo, hablar de las excepciones de los
problemas o los “hechos extraordinarios” puede apuntar a sucesos pasados sobre
los que se pueda construir y con ello facilitar el paso a la reorganización de
nuestras narrativas, todo ello de gran utilidad.
En esta fase es importante hablar de los guiones correctivos y duplicados
(BYNG-HALL, 1995), que se ocupan de analizar lo que las personas han aprendido
de las experiencias de su infancia, cuáles desean conservar o repetir, y cuáles
alterar o excluir, en sus relaciones actuales con sus hijos o parejas.
Analizar los guiones correctivos y duplicados.
Hablar de los apegos en un marco relacional: trabajar “dentro” y “entre”.
Considerar explicaciones y relatos alternativos.
Considerar y representar una comunicación de apego abierta y
coherente: construir unas conexiones más seguras.
Hipotético: estudiar las narrativas de apego que se refieran al futuro.
En el discurrir de la terapia, reflexionar sobre los sentimientos y
procesarlos.
Consolidar el cambio y mantener la base terapéutica
En esta fase se trata de acabar o alterar la relación que se haya desarrollado y
conservar lo conseguido. Una de sus características fundamentales es la
consideración de lo que la familia podrá asumir, de qué será capaz de conservar
de las sesiones. Del mismo modo que el niño acaba por interiorizar el consejo, el
consuelo y la sensación de seguridad que sus padres han conseguido
proporcionarle, en la terapia la familia debe ser capaz de recordar para conservar
25
y, cuando sea necesario, recurrir a la conversación y las experiencias que han
tenido con el terapeuta y el equipo. MINUCHIN (1974) se refiere a este hecho
como el “fantasma del terapeuta”. De ahí que la última fase de la terapia pueda
suponer hablar de lo que se ha averiguado, de cómo ha sido la experiencia y de
qué cree la familia que va a recordar de las sesiones para el futuro. En este
sentido, una familia decía que recordaría el hecho de ser capaces de plantear
temas difíciles en las sesiones y hablar sobre ellos de forma que les hizo sentir
orgullosos de que pudieran hacerlo, y que conservarían este recuerdo en el
futuro. Algunos de los riesgos para la familia en esta fase pueden ser que sus
miembros acaben por considerar el trabajo como otro ejemplo de unos
profesionales que se implican en la relación con ellos, pero que después los
abandonan. No es que alentemos la construcción de una dependencia que en
nada ayuda, pero se pueden encontrar formas de mantenerse en contacto o
hacer que la familia sepa que pensaremos en ella como terapeutas. El contacto
ocasional puede ser útil, por ejemplo, la posibilidad de una llamada telefónica si
la familia quiere, o cualquier forma de correspondencia. También es importante
animar a la familia a que reflexione con franqueza sobre lo que le fue más y
menos útil, y a estar abierta a los sentimientos que generó durante el proceso.
Una familia comentaba que eran muy reacios a iniciar la terapia, pero poco a
poco acabaron por considerarla útil y ser capaces de confiar en el proceso. Puede
ser de ayuda que reflexionen sobre sus necesidades futuras, que sigan
sopesando las situaciones con detenimiento, pero también que sepan confiar en
los demás, servirse de la ayuda y hablar de las cuestiones sin tapujos cuando lo
necesiten. En resumen, saber emitir juicios críticos sobre cómo y cuándo
necesitan ayuda y a quién recurrir para conseguirla.
Reflexionar sobre la experiencia de la terapia, considerarla e incorporarla.
Prever las recaídas y planificar la atención posterapéutica.
Reflexionar sobre el apoyo futuro.
Negociar el contacto futuro: la separación de la terapia.
Fomentar la reflexión y la actitud de escuchar: la experiencia de la
terapia.
Reflexionar sobre los sentimientos generados en el proceso de la terapia.
Teoría del cambio
Ideas básicas del cambio
Pasamos a formular brevemente algunas de las premisas fundamentales de
cómo creemos que se produce y se fomenta el cambio en la terapia:
26
1. El cambio se produce mediante alteraciones en la naturaleza de las
relaciones que se dan dentro del sistema de relaciones íntimas en que
participan las personas, y los consiguientes cambios dentro de los
miembros implicados y en su beneficio. Es un proceso circular en el que
los miembros de la familia influyen en la dinámica de la familia a la vez
que reciben su influencia. Una consecuencia lógica de tal circunstancia es
que la terapia debe implicar la participación de la familia u otros miembros
íntimos, aunque también pueda suponer trabajo terapéutico con personas
o subsistemas de una familia (VETERE y DALLOS, 2003).
2. El cambio se produce mediante la ayuda a las personas y sus familias
para que pasen de narrativas en las que se entiende que los problemas
residen fundamentalmente en el interior de cada persona, a narrativas en
las que se los considere también como problemas relacionales. Ayudar a
establecer conexiones entre la experiencia individual y los procesos
relacionales y viceversa puede alentar cambios positivos. Las narrativas se
consideran la forma básica en que las personas pueden entender su vida
y sus experiencias. Pueden estar hechas de recuerdos procedimentales,
episódicos, sensoriales y semánticos, y aunque se expresen de forma
verbal, parten de un proceso no verbal de comunicación de una versión
coherente y sistemática. Al mismo tiempo, miran al futuro y tienen
implicaciones para lo que consideramos nuestro potencial y las decisiones
que podemos tomar. Se puede entender que las familias están
compuestas de individuos que tienen narrativas exclusivas pero que
también comparten otras comunes. En particular, parece que los
problemas van asociados a situaciones en las que los relatos compartidos
de una familia se “saturan de problemas” o se centran en exceso en lo
que va mal, y también, a menudo, en atribuir los problemas a una
persona que es la “causa”. Asimismo, las dificultades relacionales se
pueden expresar como culpa de una persona, y con el relato se repiten y
refuerzan.
3. El cambio se facilita cuando las personas se sienten emocionalmente
seguras, de forma que se liberan y facilitan sus capacidades de pensar,
reflexionar e intentar formas de actuar y relacionarse (BYNG-HALL, 2008b;
JOHNSON, 2008). La idea de que nuestros pensamientos, acciones y
sentimientos están interconectados cuenta con el aval de muchas áreas
de la psicología. Aquí nos basamos en particular en la teoría del apego,
que subraya que, al igual que el niño puede jugar libremente y explorar
cuando se siente seguro, a las personas que componen la familia también
se les da libertad para que puedan pensar de forma creativa y reflexionar
sobre sus propias acciones y las de los demás con mayor eficacia cuando
27
se sienten seguras. De ahí que un elemento característico de la terapia es
ayudar a construir con el terapeuta una base segura y fijar el contexto de
la terapia para que resurjan la creatividad y la capacidad de resolución de
problemas de la familia. También es importante que la terapia sirva para
trasmitir esta sensación de seguridad al contexto de su casa, para que
pase a generalizarse en el resto de su vida.
4. El cambio se produce mediante alteraciones en la forma de pensar, sentir
y actuar entre sí de los miembros de la familia. Los cambios en solo una
de estas áreas no suelen ser suficientes para que se produzca y mantenga
un cambio sustancial. Más en concreto, la teoría del apego y la actual
neurociencia cognitiva destacan que estos diferentes aspectos de la
experiencia humana están inextricablemente conectados. De ahí que la
terapia no se deba limitar a centrarse en las palabras y los procesos
semánticos, ni predominantemente en los sentimientos o las conductas.
Debe abordar todas estas áreas y ayudar a las personas a integrarlas y
reflexionar sobre todas ellas. En especial, es importante que los miembros
de la familia sepan reconocer y tratar las contradicciones que existan
entre los diferentes ámbitos de la experiencia.
5. El cambio se produce mediante el desarrollo de una comunicación sincera
en las familias u otras relaciones importantes, concretamente, cuando se
genera mayor seguridad emocional para hablar de los sentimientos, las
ideas, las acciones y las intenciones que anteriormente había sido difícil
reconocer o debatir. Para que las personas puedan desarrollar unas
narrativas coherentes, detalladas, reflexivas y relativamente no
distorsionadas de las familias, han de poder hablar tanto sobre los
sentimientos positivos como sobre los negativos. También tienen que ser
capaces de compartir y comunicarse sucesos sin pensar que deben
ocultar, tergiversar, disimular, fabricar, negar y en general distorsionar el
recuerdo de ellos. Se trata en sí mismo de un proceso circular, ya que en
las familias donde está presente tal distorsión y se cree que la franqueza
es peligrosa, el proceso puede arraigar con tanta fuerza que las personas
van perdiendo progresivamente la capacidad de experimentar los sucesos
de forma no distorsionada, hasta el punto de que, con el tiempo, se
pueden ignorar o pueden pasar desapercibidos aspectos importantes de
estos.
6. El cambio se produce mediante la revisión de las formas que, a través de
nuestras primeras experiencias infantiles, hemos aprendido a tratar con
una amplia variedad de sentimientos, la aflicción, la amenaza, la ansiedad
y la pérdida. La naturaleza de nuestras primeras y continuadas
experiencias de apego crea patrones de cómo aprendemos a gestionar los
28
sentimientos difíciles, estos llegan a configurar las expectativas que nos
creamos en nuestras relaciones. La terapia debe analizar cuáles son estos
patrones, por ejemplo, cómo se consuelan a sí mismas y mutuamente las
personas de la familia, cómo reaccionan cuando se hieren sus
sentimientos, cómo se calman cuando tienen miedo. Esto implica analizar
sus experiencias y entender cómo gestionan sus sentimientos, pero
también comentarlos cuando surjan en las sesiones, estudiar qué funciona
y considerar y experimentar nuevas maneras de gestionar sus
sentimientos y apegos (HILL y cols., 2003; BYNG-HALL, 2008b).
7. El cambio se produce cuando somos capaces de reflexionar sobre
nuestros patrones de conducta y utilizarlo, basándonos para ello en
nuestros guiones de apego para afrontar los sentimientos difíciles y los
problemas de relación (FONAGY y cols., 1991a: CRITTENDEN, 2006). Se
pueden observar estos patrones en las diferentes generaciones, y su
consideración, por ejemplo, mediante genogramas de la familia puede ser
constructiva (BYNG-HALL, 2008). Una vez más, la terapia se puede centrar
en debates retrospectivos del pasado y en los patrones de las distintas
generaciones y los que actualmente se apliquen. Es importante reconocer
estos patrones en las sesiones, por ejemplo, en momentos en que un
determinado comentario de un miembro de la familia desencadene un
patrón rápido de sentimientos.
8. El cambio se produce trabajando con las personas para ayudarlas a saber
desarrollar sus destrezas de construcción de narrativas sinceras,
coherentes, integradas y reflexivas que efectivamente transmitan los
deseos, sentimientos e intenciones que tengan puestos en sus relaciones
íntimas. Los estudios y la práctica clínica basados en la teoría del apego,
en especial con instrumentos como la Entrevista de Apego Adulto (AAI,
Adult Attachment Interview), los Story Stems y los tests de Ansiedad por
Separación, indican que la persona adquiere formas habituales de
procesado de los sucesos de su vida y, en particular, formas de gestionar
sus experiencias más difíciles y penosas, unas formas que están
relacionadas con su experiencia de apego y los sentimientos profundos
provocados por la experiencia de cómo se han tratado sus necesidades de
apego. Las estrategias autoprotectoras de apego son el tejido de sus
estilos narrativos, de forma que unas personas desarrollan narrativas que
excluyen los sentimientos, y otras, narrativas que están saturadas de
ellos. La terapia debe incorporar puntos de reflexión y una mayor
conciencia sobre los estilos y las defensas que las personas emplean. Pero
también ha de incluir un componente experimental, de forma que se
provoquen, esclarezcan y reprocesen sentimientos peligrosos y
29
espantosos, para que las personas adquieran confianza y la capacidad de
utilizar la amplia diversidad de información disponible, y asimilar estas
experiencias en sus relatos.
Identificar los patrones de apego básicos y la relevancia de
apego de los sucesos interaccionales
Una característica esencial de la TNA es identificar y describir patrones de
acciones y creencias de las relaciones que están impulsadas por procesos de
apego básico (DALLOS, 2006a; VETERE y DALLOS, 2007, 2008). Las emociones,
necesidades, ansiedades y patrones de apego se consideran la fuerza esencial de
los sistemas relacionales, y se entiende que los miedos y las ansiedades de
apego de cada miembro de la pareja o de la familia son los que mantienen lo
que a veces consideramos una rigidez de los patrones de las familias y las
parejas. El núcleo de una familia es la relación entre la pareja —los padres— y el
aprendizaje y las expectativas que cada miembro trae a la relación desde su
propia historia de apego en su familia y sus relaciones anteriores. JOHNSON y BEST
(2003) destacan asimismo que las emociones y los sentimientos relacionados
con el apego están en el centro de la dinámica relacional: son el motor de la
dinámica de la relación.
Debbie tenía ocho años cuando la llevaron a los Servicios de Salud Mental
Infanto-juvenil (CAMHS) por sus sentimientos de enfado, dirigidos habitualmente
a su madrastra (Sarah) o su hermana mayor (Jill). Padecía diabetes y de vez en
cuando se negaba a tomar su medicación, lo que la llevaba a un estado
hipoglucémico: perdía el control, se ponía de muy mal humor y agresiva. Vivía
con su hermana, su padre (George) y su madrastra. Su padre consiguió su
custodia porque se estimó que la madre (Jane) en algunos momentos actuaba
con irresponsabilidad y no se podía confiar en ella. Nuestra primera sesión la
ocuparon predominantemente los defectos de Jane. Esta es parte de su
transcripción:
Sarah:
... Ella [Jane, la madre de Debbie]... su comportamiento no nos hace
ningún bien: se nos dijo que quizás convendría que Debie fuera al
psicopedagogo, que siguiéramos una terapia de familia en la que también
participara ella... se negó... también dijo que Debbie no tiene ningún
problema. Ella no se implica... tiene sus propios problemas... un problema
con el alcohol...
Debbie: No es verdad, nunca...
30
Figura 2.1. Formulación de la TNA: Debbie y su familia.
George: Cuando bebe... alcohol, le cambia la personalidad, y le han aconsejado... es
como Debbie...
Jill:
Cuando se lleva a la niña y pasamos después a recogerla nos hace esperar
mucho, y bebe mucho, da miedo...
Debbie: Sí, da miedo, pero no se puede...
RD:
Permitid me un comentario. Es habitual que el hijo asuma el papel de ser
fiel a los padres, y se diría que Debbie... Siempre que hablamos de Jane
dices de ella cosas positivas, la defiendes. Es una cualidad muy buena, ¿no?
Me gustaría de verdad que mi hijo fuera así. ¿Te supone algún tipo de
problema ponerte de su lado?
Debbie: Sí.
RD:
¿Crees que alguna vez te decepciona?
Debbie: No.
RD:
¿Procuras no pensar que te decepciona?
Debbie: Sí.
RD:
¿Pero otras personas creen que te sientes desengañada?
Debbie: Sí.
RD:
¿Y cómo te sientes? .... cuando otras personas te dicen que te defrauda y tú
no quieres que...
Debbie: A veces me pongo triste, porque la gente dice pues.. dicen que... es difícil
explicarlo.
31
RD:
Debbie:
RD:
Debbie:
RD:
Debbie:
Sarah:
RD:
Sarah:
RD:
Sarah:
RD:
Debbie:
Sarah:
George:
Sarah:
George:
Sarah:
RD:
¿Y qué ocurre con esa tristeza? ¿Se convierte en algo más, se convierte en
otros sentimientos?
Me enfado.
¿Se convierte en enfado?
A veces si me enfado es... como las pocas veces que estoy en mi habitación
y siento un poco de claustrofobia... no me gusta encerrarme en mi
habitación.
¿Qué haces para apartar estos sentimientos, te saben ayudar Sarah, papá,
Jill?
Jill sabe ayudarme.
Lo que ocurre es que cuando está así y quieres ayudarla te dice que es
culpa tuya, es muy violenta con ella, con Jill... cree que no se preocupa de
ella y que en parte es culpa mía, porque estoy aquí y no soy su madre.
Nunca le dice nada a su madre por teléfono, simplemente descuelga... lo
deja y luego se pone hecha una furia.
Debe de ser muy duro. También yo he sido padrastro y sé que es una
situación que no tiene salida, porque no eres su madre y si intentas serlo...
y hagas lo que hagas te rechazan.
Así es, a veces.
¿Qué crees que le gustaría que supierais hacer como padres?
Que la dejáramos con Jane [su madre] para cambiar.
Es como si Debbie... que te enfadas porque piensas ¿por qué los mayores
no se ponen de acuerdo y arreglan las cosas?
Iba a irme con Jane... pero a Jill le repateaba.
Algunas veces Jill se vio obligada... aceptamos pagarle a plazos un viaje a
Alemania y ella [Jane] ni siquiera nos dio para la gasolina, nos mintió, nos
dio un cheque sin fondos... por esto no nos fiamos de ella... desde entonces
no la hemos visto.
Nunca le he pedido dinero para mí... le dije si quería contribuir, en los
gastos de las niñas, pagarles el colegio, darles dinero... y dice que sí, pero
nunca lo hace.... todo son promesas, pero luego...
Luego no viene a recogerlas. Tarda hora y media en autobús, y dice que no
es justo que Marcus [hijo de Joe, la nueva pareja de Jane] se pase tres
horas y media en el autobús.
Nos echa la culpa, a mí y a Sarah, de que no vea a las niñas.
Exige que se las llevemos en coche, y cosas así, nuestra relación no es...
Os escucho y pienso, también por mi experiencia como padre, ¡santo cielo!
sería mejor para todos que no hubiera contacto alguno. No merece la pena,
da muchos problemas. Pero a las niñas les es difícil aceptarlo, ¿quizás
cuando se hagan mayores?
32
George: Por esto lo dejo estar, y creo que Jill ha decidido lo mismo...
RD:
¿Alguno de los dos habéis pasado por algo parecido, vivisteis con alguien
que no fueran vuestros padres?
Sarah:
No.
George: Yo... sí.
RD:
¿Y qué tal? Cuéntanos algo de tu familia.
George: Muy mal... siempre quise ser un padre como debe ser con mis hijas porque
yo no lo tuve... A mis padres nunca les interesó nada de lo que hacía...
RD:
¿Qué pasó? ¿Se separaron?
George: Sí...mi madre y mi padre, pues... riñeron... No me acuerdo, tenía unos siete
años...
Sarah:
Te fuiste con uno de ellos.
George: Me fui a vivir con mi padre.
RD:
Se parece un poco a lo que les ocurrió a tus hijas?
George: Sí, pero mi padre me dejó con mis abuelos, y fueron ellos quienes me
criaron...
Debbie: Eso no está bien [toca con afecto la pierna de su padre].
George: No creo que le importara mucho a mi padre... luego tuve una madrastra
que me odiaba, tenía celos, de lo que mi padre me daba, y era muy
desagradable.
RD:
¿Y tu madre?
George: Pues... fui... cuando tenía más o menos la edad de Jill me fui a vivir de
nuevo con mi madre...
Sarah:
No... no fue así exactamente.
Jill:
¿No era Judith? ... Era la madrastra.
La formulación dentro del marco de la TNA trata de entretejer los elementos
nucleares de los enfoques sistémico, del apego y narrativo (véase la Figura 2.2).
En realidad equivale, en primer lugar, a una consideración de los patrones y
procesos relacionales sistémicos y, en segundo lugar, a una exploración de las
interpretaciones y las narrativas que emplean los miembros de la familia, en
especial en lo que al apego se refiere. Por último, la formulación incluye una
consideración de las necesidades de apego, la importancia de apego de los
sucesos, y los patrones de relaciones emocionales de la familia.
En el breve extracto de la sesión se puede ver un patrón que se repite con el
que Sarah y George critican a Jane, la madre de Debbie. El patrón aparece unas
tres veces, a pesar de que el terapeuta (RD) habla con Debbie de que las críticas
a su madre le pueden disgustar. Parte de la intención era señalar a la familia que
se trataba de un tema difícil para Debbie, que podía contribuir a su enfado y su
tristeza. Sin embargo, parece que es un patrón de mucha fuerza en la dinámica
33
familiar actual, y que Jill, la hermana de Debbie, está de parte de George y Sarah
en esta crítica a Jane, con lo que Debbie se queda atrapada entre el intento de
ser leal tanto a su madre como a su padre. Al parecer se produce una dinámica
similar por la que Debbie no es capaz de enfadarse con su madre, sino que
proyecta sus sentimientos difíciles, como el de sentirse abandonada por su
madre, en Jill o Sarah, por ejemplo cuando vuelve de casa de su madre o
después de hablar por teléfono con ella.
Figura 2.2. Procesos sistémicos.
Las necesidades de apego
Respecto a los patrones de apego de esta familia, las posibles necesidades y
ansiedades son las siguientes:
Debbie y Jill: pérdida del apego a su madre, Jane.
George y Sarah: nueva relación de pareja; necesidades de apego en lo
referente a las inseguridades sobre su relación.
George: experiencias de infancia insegura; intenta satisfacer las
necesidades de apego de su hija.
Sarah: necesidad de ser una “buena” madre; ¿ansias de hacerlo mejor
que Jane?
Jill: aislada; evita pensar en sus necesidades de apego a su madre.
Debbie: diabetes (enfermedad), sentimiento de pérdida sobre su infancia,
pérdida de su salud.
34
Se puede ver que una necesidad de apego primordial de esta familia es la
conexión entre Debbie, Jill y su madre, Jane. La madre suele ser una figura de
apego fundamental, y en esta familia se observa que las dos hijas pueden estar
sintiendo la pérdida en sus vidas de esta importante figura. Sus padres se han
separado, circunstancia que, a su vez, puede representar una pérdida de su
familia y de una base familiar segura. Parece que las hermanas intentan
abordarlo de forma distinta: Debbie trata de mantener la relación con su madre,
en cambio Jill procura distanciarse de ella y quizás empezar a buscar el apego en
su madrastra, Sarah. Así se deduce de cómo intenta Debbie defender a su
madre, mientras que Jill comparte las críticas a su madre al afirmar que da miedo
cuando está ebria. También hay un proceso de apego, en relación con la
enfermedad: la diabetes. Debbie ha perdido realmente su infancia, en el sentido
de que no tiene la libertad ni las facilidades de sus amigos. Al contrario, está
atada a la insulina y debe controlarse la diabetes. Esto requiere el apoyo de sus
padres, un apoyo que posiblemente es más difícil por el hecho de que su padre
haya descubierto hace poco que también él padece la enfermedad, lo cual le
provoca ansiedad. Quizás esta circunstancia le ayude a comprender las
necesidades de Debbie, pero también es posible que le haga más difícil atenderla
y consolarla cuando él mismo está angustiado por su enfermedad.
También hay importantes problemas de apego entre los adultos. Por ejemplo,
George y Sarah tienen una relación relativamente nueva, y es posible que ella
padezca algunas ansiedades por si George conserva algún sentimiento hacia su
ex pareja. En este sentido, Debbie parece próxima a su padre, lo reconforta
físicamente, y tal vez se parezca, física y/o en su forma de ser, a su madre, Jane.
Los hijos más leales al padre o madre ausente se pueden considerar, y ser
considerados, semejantes a él o ella. Esto puede ser motivo de cierta ansiedad
para Sarah. Ésta, además, no tiene hijos propios y quizás se sienta presionada a
demostrarse que es una buena madre, y también a ayudar a George a ofrecer el
“buen” entorno familiar que él dice que no tuvo. Por su parte, George explica la
situación por su infancia dolorosa y problemática, y parece que tiene necesidad
de proporcionar una buena familia y evitar las relaciones maritales conflictivas
que tuvieron sus padres.
Las narrativas/los temas del apego
En relación con las necesidades de apego de los miembros de la familia,
también se puede observar que estos se limitan a una serie de importantes
narrativas o temas que aparecen durante la conversación con la familia del
extracto anterior de la sesión. Algunos se recogen en la Tabla 2.1, junto con
sugerencias sobre los tipos de sentimientos que puedan ir asociados a cada
35
tema.
Una narrativa de mucha fuerza que surge al principio del extracto anterior de la
sesión con la familia es que Jane, la madre de las chicas, es irresponsable, que
no se puede confiar en ella, y que en determinados momentos puede incluso ser
peligrosa para las hijas. El relato se repite en otras partes del extracto y en el
conjunto de la sesión. Por otro lado, parece que George y Sarah asumen la
historia de que son “buenos” padres e intentan hacer todo lo que pueden, pero
Jane les pone las cosas muy difíciles. Esta historia conecta con otras referentes al
papel de los padrastros/madrastras, y el sentimiento de injusticia de Sarah por el
hecho de que, pese a sus esfuerzos, Debbie la convierta en el blanco de su
enojo. Todo esto aparece en la conversación con el terapeuta de una forma más
general, cuando ella afirma que ser madrastra puede resultar a veces una
experiencia frustrante e ingrata. También hay una narrativa de “personalidad”
cuando dicen que Debbie puede ser difícil, y tal vez la implicación de que es
obstinada e irracional, además de la idea de que tal hecho pueda estar agravado
por la conducta irresponsable de su madre. En este sentido, es especialmente
importante que se entiende que Jane defrauda a las chicas, lo cual agrava la
forma que tiene Debbie de reaccionar ante las cosas.
Tabla 2.1. Cuestiones y sentimientos de apego
Cuestiones
Sentimientos
(Sarah en relación con Debbie)
Madre irresponsable
tristeza, enfado, pérdida, miedo
Madrastra
frustración, tristeza, pérdida
Lealtad
enfado, tristeza, pérdida, frustración
Fracaso
tristeza, vergüenza
Personalidad
enfado, tristeza
Enfermedad (diabetes)
enfado, tristeza, pérdida
Me echa la culpa
(El padre de la niña)
enfado, frustración, injusticia
Infancia dolorosa, ignorado, mis padres no se interesaban por mí
tristeza, pérdida, esperanza, fracaso
Combinación de las tres perspectivas
Los patrones y las narrativas transgeneracionales
El extracto acaba con una importante historia de George sobre su propia
infancia. Explica conmovido que sus padres discutían con frecuencia, le
dedicaban muy poco tiempo e interés. Luego se deshicieron de él y le llevaron a
36
vivir con sus abuelos, quienes tampoco tenían mucho tiempo para él, así que al
final volvió con su madre. George afirma que su voluntad es hacer las cosas de
otra manera con sus hijas: ser un padre “entregado”. Así pues, los relatos o
guiones de la familia conectan los sucesos familiares a lo largo del tiempo y entre
las generaciones. Pero es importante que algunos aspectos de la infancia parecen
repetirse: las hijas de George tampoco viven con su madre y han pasado por la
experiencia de un divorcio y un conflicto dolorosos entre sus progenitores.
La teoría del apego apunta que actuamos con nuestros hijos tal como nuestros
padres lo hicieron con nosotros. Se indica que esta transmisión se realiza a través
de modelos de funcionamiento interno, por ejemplo FONAGY (FONAGY y cols.,
1991a) observó que los estilos de apego de las futuras madres en la Adult
Attachment Interview (AAI) indican cuáles van a ser los patrones de apego de
sus hijos a ellas a los dos o tres años. Esto no quiere decir que seamos sin más
víctimas impotentes de los patrones que hemos adquirido en la infancia, sino que
conservamos estas experiencias en nuestras narrativas sobre nosotros mismos y
sobre los demás. Las experiencias inciden en cómo nos vemos y cómo vemos a
los demás, en lo que esperamos de ellos en el ámbito de los sentimientos, y en
lo merecedores de amor y afecto que nos sentimos. Por lo tanto, la formulación
de la TNA intenta analizar cómo desarrollan las personas en sus relaciones
actuales las expectativas que tienen y las historias de su infancia que relatan. De
esta forma se puede conseguir una posición de neutralidad terapéutica en la que
podamos reconocer los patrones que se repiten a lo largo de las generaciones, y
no quedar atrapados en una actitud involuntaria de culpar o buscar fallos en lo
que hacen los padres.
La organización de las narrativas
La formulación de la TNA incluye la consideración no solo del contenido de los
relatos de las personas, sino también de cómo están organizados. Esto da mayor
espacio a la perspectiva narrativa, que puede ser manifiestamente cognitiva,
pasar por alto las características estructurales de las historias, y no prestar
atención suficiente a cómo se desarrolla la habilidad narrativa. Una idea esencial
es la de “competencia narrativa”, es decir, el hecho de que la formulación tiene en
cuenta la experiencia que las personas hayan podido tener al ubicar sucesos
pasados de su vida en narrativas coherentes. Con las familias podemos buscar
cuáles sean los patrones actuales en lo que se refiere a cómo hablan sus
miembros entre sí e intentan buscar explicaciones de sus problemas, y cuál es la
conexión de estos con sus relaciones y sus procesos emocionales. En el nivel
más general, podemos describirlo como pensar en qué medida es sincera su
comunicación, y más en concreto, cómo se organiza ésta en torno a dos
37
principales dimensiones del apego: la restricción de los sentimientos y la
restricción de la cognición. A algunas familias hablar de los sen-timientos les
puede resultar difícil, y para otras lo puede ser formar cogniciones estructuradas,
o en circunstancias extremas y abusivas, puede ser demasiado difícil observar
que alguien que cuida de uno también tiene con él malos propósitos. Lo habitual
es que dentro de la familia haya considerables diferencias en los estilos
emocionales de relacionarse. Puede variar el grado de sinceridad y franqueza
posible. En nuestro ejemplo, aunque parece que George y Sarah intentan analizar
su situación, parece también difícil que Debbie sea capaz de decir que echa de
menos a su madre y que la situación hace que se sienta triste y enojada. De
hecho, puede ser que los intentos de George de actuar de otra forma le hagan
más difícil percatarse de los sentimientos de Debbie y, aunque se queja de que
sus padres no tenían interés alguno por él, se observa que le cuesta escuchar lo
que Debbie tenga que decir. En su lugar, la conversación se centra repetidamente
en culpar a la madre de Debbie, algo que su hija le ha dicho que le resulta difícil
oír.
Las representaciones y las experiencias no resueltas
Esta formulación se puede desarrollar más aún con la consideración de los
sistemas de la memoria y de los procesos defensivos que puedan estar
operando. Puede ocurrir, especialmente en los problemas más graves, que las
diferentes experiencias se sostengan en distintos sistemas de la memoria, sin que
entre ellos haya integración alguna. Por ejemplo, los recuerdos dolorosos o
traumáticos se pueden almacenar en los sistemas sensorial y procedimental de la
memoria, con la aparición o entrometimiento ocasionales de una intensa
imaginería o de patrones repetitivos. Es posible que estos no estén conectados
con un sistema de memoria semántica o episódica, en que los recuerdos se
olvidan o donde prevalecen versiones defendidas de los sucesos. En el caso de
George, es posible que el proceso sea de unos recuerdos de su infancia aún muy
vívidos, posiblemente incluso traumáticos. Cuando en la sesión hablaba de ellos,
se encorvaba y se frotaba las piernas, luego Debbie se le acercó y acariciándole
la rodilla le decía que “no fue muy agradable” para él. Es posible que todos estos
sentimientos no resueltos se mezclen con un guión correctivo, de tal forma que
las intenciones, aunque positivas, se hagan de algún modo inflexibles y
determinen los sentimientos de George con tanta fuerza, que éste pierda de vista
lo que sus hijas realmente sienten en la actualidad, con una falta de sintonía
emocional experimentada.
Las formulaciones orientadoras para la intervención
38
Regular los sentimientos y dar o buscar consuelo
A lo largo de la vida necesitamos recurrir a los demás para que nos ayuden a
gestionar sentimientos, problemas, conflictos, humillaciones y miedos. En las
sesiones de terapia familiar, es habitual que los miembros de la familia cuenten
los problemas que tienen y que, por ejemplo, describan con detalle todo lo que
el hijo hace mal. En algunos casos, como en las conductas autolesivas, se
detallan hasta la exageración los problemas. En muchas de estas conversaciones,
es evidente que los miembros de la familia se pueden sentir impotentes ante los
problemas. Ocurre con frecuencia que se ha llegado a ver los problemas como
una especie de rasgo esencial de un miembro de la familia, por ejemplo, cuando
se habla de un niño “difícil” o incontrolable. La perspectiva del apego se centra
en el proceso por el que los miembros de la familia han llegado a pensar que no
pueden ayudarse ni consolarse mutuamente, ni confiar entre ellos. Hablar de esto
suele ser difícil, porque querer abordarlo con rapidez puede provocar que los
padres insistan en explicar que todos sus esfuerzos por ayudar han sido inútiles
o se han rechazado. Un buen sistema puede ser rastrear patrones
transgeneracionales de consuelo para hablar de la experiencia que los padres
hayan tenido de situaciones similares y lo que han aprendido de sus propias
experiencias. Se suele descubrir con ello que los padres han vivido pocas
experiencias en las que hayan sido consolados. O dicen, sin poder de convicción
alguna, que no tuvieron problemas de este tipo, pero sin aportar pruebas que
avalen lo que tal experiencia pudo suponer. Asimismo, hablar del papel de los
padres, y hacerles preguntas orientadas al futuro sobre lo que esperan de sus
hijos en las relaciones por venir, hace que aparezcan aspiraciones positivas.
Hablar de estos temas requiere que exista una buena relación terapéutica, de lo
contrario es probable que los miembros de la familia se retraigan ante la
sensación de que se les acusa de ser incapaces debido a la educación que ellos
mismo recibieron. Junto con la exploración transgeneracional puede ser útil
analizar las experiencias de la familia actual, por ejemplo, cómo consolaban a los
hijos o, en el caso de las parejas, cómo se consuelan entre sí al principio de la
relación. Es un enfoque que encaja con el de “hechos extraordinarios” o
“solución centrada”, en que se buscan ejemplos de éxitos. En este análisis se
pone de manifiesto que muchas familias han tenido que construir, o ensamblar,
algunas ideas sobre la experiencia de ser consolado.
En algunas de ellas, por ejemplo cuando los padres se han criado en un
horfanato o centros similares, hemos hablado de cómo han adquirido las ideas
acerca de la forma de consolar a los hijos. Esto puede revelar versiones
idealizadas de cómo se produce, pero también posibilita una visión más
comprensiva de los padres y de lo difícil que es esta actuación cuando, para
adquirir tal habilidad, hay que recurrir a libros, revistas, películas, la televisión o la
39
observación de lo que hacen los amigos u otras personas. Esto puede conducir a
una conversación útil sobre la necesidad de que se produzca este aprendizaje a
un nivel emocional y experiencial, y genera en los padres una postura de
comprensión sobre sus buenas intenciones y lo natural que resulta que sientan
angustia cuando no entienden por qué las cosas no van como esperaban. En
parte, la propia relación terapéutica se puede analizar como un elemento más de
este proceso, por ejemplo, para que los miembros de la familia sean capaces de
comentar lo que el terapeuta hace y lo que les ayuda, consuela o da seguridad o
no. Esto implica comprender cómo se siente la seguridad emocional en la
relación terapéutica, y cómo contribuye ésta a un sentimiento progresivo de
confianza en que quienes nos rodean sean receptivos y comprensivos. Y de esta
forma, se puede ayudar a modelar la práctica de tener conversaciones similares
en casa y así dar oportunidades de que se produzcan. Por ejemplo, los padres
pueden analizar con sus hijos qué les resulta útil de su forma de consolarles,
algo que, con toda probabilidad, nadie hizo con ellos. Este tipo de charlas
pueden emocionar mucho a los padres al recordar las heridas que ellos recibieron
en su apego. En un caso, una madre comentaba que en el momento en que se
sentía próxima a su hijo y capaz de darle consuelo se acordaba de los malos
tratos que había sufrido ella en su infancia. Esto le generaba recuerdos
dolorosos, por lo que cambiaba su conducta con el hijo, se retraía y se mostraba
fría, lo cual confundía al niño provocándole angustia y enfado. Esta reacción
generaba en la madre un sentimiento de incapacidad y de no saber hacer las
cosas, con lo que se agravaba su airado retraimiento y el alejamiento de su hijo.
La Figura 2.3 ilustra el proceso.
Volviendo a Debbie y su familia, nos pareció que George quería ser un buen
padre, pero le resultaba una tarea difícil. Él tenía esa intención, pero no había
vivido la experiencia de ser reconfortado, cuidado o contenido emocionalmente
cuando de pequeño estaba triste o enfadado. De ahí que hacerlo con sus hijas le
resultara difícil, ya que no tenía recuerdos procedentes de un nivel encarnado,
visual y emocional que lo ayudaran. Posiblemente intentaba buscar ayuda en
Sarah porque, según ella decía, su infancia había sido segura. Sin embargo, esto
también generaba en ella la presión de tener que hacerlo bien, y el hecho de que
Debbie fuera difícil quizás desmentía la afirmación de Sarah de que disponía de
esas destrezas y que podía servirse de ellas. Hemos visto que, en estas
circunstancias, muchos padres recurren a su pareja para ofrecer apoyo emocional
a los hijos. Pero se trata de un escenario complejo. Debbie y Jill también tienen
lealtades con su propia madre y, a pesar de las mejores intenciones de Sarah, es
40
Figura 2.3. Intrusión de recuerdos traumáticos que afectan en la relación madre-hijo.
posible que no deseen o no puedan responder a ella, ya que podría implicar ser
desleal con su madre y, tal vez, arriesgarse a perderla debido a alguna
“deslealtad”. También es posible que Debbie se sienta mucho más ansiosa por el
miedo de que Mark, el nuevo hijo de su madre, la haya desplazado.
Identificar los momentos emocionales clave
JOHNSON y BEST (2003) se refieren a todo esto con la contundente expresión de
“atrapar la bala emocional”. En el trabajo con parejas y familias, y también
cuando las personas individuales relatan sus historias de los sucesos, se pueden
identificar los procesos que siguen los intentos de cambios emocionales. Por
ejemplo, con una pareja —Louise y Martin— dedicamos parte de una sesión a
que Louise hablara con la terapeuta de cómo se sentía sobre su relación y sus
problemas, mientras Martin y el terapeuta escuchaban. Explicó que la insistencia
de Martin en el contacto sexual, incluso cuando ella había estado enferma, había
empezado a parecerle una especie de violación. Después de escuchar, Martin y
RD hablaron de los pensamientos y sentimientos del primero, que se puso a
llorar y a disculparse porque ella hubiera pensado que la maltrataba. Aunque
todo lo que pasaba parecía ser un importante punto de inflexión y posible causa
de perdón, la reacción de Louise fue decir que no estaba segura de que él llegara
a cambiar su forma de comportarse. Ocurre a menudo que cuando se expresa
remordimiento no siempre se reconoce, como si la persona herida quisiera
también herir. Puede ser una situación emocionalmente peligrosa, ya que la
41
reacción de Martin puede ser la de pensar y sentir que lo rechazan, y
contraatacar con un “¿lo veis?: nunca perdona; ¿qué sentido tiene que estemos
aquí?” JOHNSON y BEST hablan de la importancia de atrapar un momento así y
analizar su importancia de apego, ayudando para ello a las personas a hablar de
cuáles son los sentimientos, cuál el sentimiento de rechazo, abandono o maltrato
que están operando, de lo difícil que puede ser perdonar, y de que se necesita
tiempo para conseguirlo. Se pueden dar en primer lugar pequeños pasos iniciales
para ayudarles a empezar a escucharse mutuamente, a suavizar la actitud
acusadora, y a mostrarse accesibles, receptivos e implicados en la terapia. La
conexión con los apegos de su propia infancia también puede ser útil para hablar
de cuáles de sus ansiedades se activan en tales circunstancias. Concretamente,
puede ser útil determinar qué sucesos se considera que han generado enfado,
pérdida de confianza y diferentes sentimientos mutuos: “las heridas al apego”.
Estimular la coherencia y la integración
En la formulación con una familia o una pareja, incluimos la consideración de
sus estilos narrativos y, como exponíamos antes, podemos partir del análisis de si
su estilo es organizarse con una estrategia de exclusión (excluir los sentimientos
y poner el énfasis en la cognición), o una estrategia preocupada (excluir la
cognición y poner el énfasis en los sentimientos). No se trata de una tipología o
una “diagnosis” rígidas, sino de un punto de partida útil que nos puede permitir
adoptar un enfoque de comprensión que reconozca las dificultades y las virtudes
que pueda tener la familia para desarrollar narrativas de apego coherentes e
integradas. Reconocer las dificultades que puedan tener las personas, derivadas
de sus propios patrones familiares, puede ayudar a adoptar una postura más
comprensiva, pero también indica algunas posibles orientaciones iniciales que
podemos tomar. En general, la orientación terapéutica se puede centrar en
sistemas de fomentar la expresión emocional o la reestructuración cognitiva,
como se muestra en la Tabla 2.2.
El objetivo general de estimular la expresión de los sentimientos es ayudar a
las personas a aproximarse más a lo que sienten, para que abandonen la actitud
de distanciarse que han descubierto que es más segura o que les protege mejor,
aunque limite el desarrollo de la confianza y la intimidad. El resumen que sigue
ilustra una actitud de exclusión ante el sentimiento, cuando Mark habla de las
primeras experiencias de su infancia:
Mark: Creo que las lágrimas eran frecuentes, pero seguramente me iba corriendo a mi madre,
aunque no me acuerdo muy bien. Recuerdo que me hice una herida profunda en la mano
con un cristal y que chillaba desesperado y lo más seguro es que me fuera corriendo a
casa.
42
Entrevistador: ¿Te fuiste corriendo a casa, a buscar a mamá?
Mark: Seguramente; no me acuerdo.
(C RITTENDEN, 2004.)
Tabla 2.2. Enfoques terapéuticos y estilos de apego
De exclusión
Preocupados
Estimular la expresión de los sentimientos
Estimular los procesos cognitivos
Representación terapéutica
Genogramas
Role playing
Guiones de la vida
Preguntas reflexivas de funcionamiento
Rastrear las circularidades
Entrevista al otro interiorizado
Mapear las ciclos de creencias y acciones
Explorar áreas de conflictos
Preguntas progresivamente insistentes
Gestionar el conflicto
Preguntas circulares
Cuidar y consolar
Creencias familiares compartidas
← Equipos de reflexión →
Como podemos ver, los recuerdos de consuelo experimentado por Mark son
vagos e hipotéticos. Parte de la orientación terapéutica para ayudarle a
desarrollar una narrativa más coherente sería acceder a información sobre los
sentimientos. En sentido amplio, con las personas que tienen un estilo
despreciativo y que en sus sentimientos se rigen por patrones emocionalmente
evitativos puede ir bien adoptar, en general, una orientación más experiencial,
recurrir a la role playing, sugerir representaciones terapéuticas o demostraciones
de procesos emocionales, formular preguntas empáticas (cómo se pueden sentir
los demás) y entrevistar al otro interiorizado (TOMM, 1988). Se puede insistir en
el análisis de cuestiones emocionales, por ejemplo, cómo se gestiona el conflicto
y cómo se dan y reciben el cuidado y el consuelo. El objetivo es ayudar a las
personas a elaborar relatos que incorporen sentimientos y emociones, y no
impliquen esa paralización de los sistemas de memoria sensorial y episódica.
Por otro lado, con el estímulo de la expresión de los pensamientos se pretende
ayudar a las personas a distanciarse un tanto de la inmediatez de sus
sentimientos, para evitar la posibilidad de que estos lleguen a abrumarles, por
ejemplo, el miedo y la vergüenza, y a que puedan desarrollar relatos que sitúen
las experiencias en unas conexiones causales y temporales, y reflexionar sobre
ellos. En el siguiente extracto, Lillian sugiere lo que puede significar el estilo
narrativo para las personas que se rijan por un patrón preocupado de reacción
emocional:
Lillian:
43
Cuando de niña te sentías disgustada, ¿qué hacías?
No lo sé, no me acuerdo, salía corriendo, uf... Las cosas se ponían feas, me daba un berrinche, y
aún me dan, sí, todavía, pero (se ríe)... sí, lo tiraba todo, ya sabes, lo que hace un niño
problemático, pero es lo único que recuerdo... me acuerdo de una vez... salía corriendo, pero
siempre volvía, salía corriendo por el patio de atrás porque había un agujero diminuto en la valla que
los gatos utilizaban para entrar y salir, y yo me colaba por allí... (¿Te acuerdas de cuántos años
tenías?) sí, y mi expedición siempre acababa en algún sitio (ríe) (¿cuántos años tenías?)... sí, debía
de tener unos tres años, y me acuerdo de que una vez fui andando y andando y no podía
detenerme porque hacía mucho viento, y acabé al pie de la cuesta, fue una de esas expediciones
mías, salir corriendo enfadada.
(C RITTENDEN, 2004.)
En la terapia con personas con un estilo de apego preocupado, el énfasis se
pone en fortalecer los procesos semánticos. Esto puede suponer una diversidad
de enfoques terapéuticos estructurados, como el uso de genogramas y guiones
de la vida en que se pide a la persona que localice en el tiempo y el espacio
sucesos fundamentales de su vida. Es una estrategia que puede ayudar a
construir un orden más temporal en sus historias, para que estén menos
inconexas en lo que se refiere a la sincronización de los acontecimientos.
Rastrear las circularidades y mapear los ciclos de creencias y acciones pueden
ayudar a fomentar las relaciones informales y temporales entre los sucesos y sus
relatos. Además, se pueden hacer preguntas que propicien descripciones
semánticas sobre cómo ven las personas los sucesos, sus propias creencias y
cogniciones, y preguntas circulares que intenten identificar patrones de respuesta
en sus sistemas (DALLOS y DRAPER, 2005).
Es interesante señalar que esta forma de configurar nuestro estilo terapéutico y
de responder a los patrones de apego de las personas parece que se produce de
manera casi intuitiva. Una reacción típica es intentar introducir cierto sentido del
orden. En el extracto anterior se puede observar que el entrevistador quizás
intenta dar cierta coherencia cognitiva en la exposición de Lillian, por esto le
pregunta repetidamente cuántos años tenía cuando se produjeron los hechos
que describe. En cuanto a Mark, nos produce un fuerte sentimiento de querer
ayudarlo a expresar lo que siente, ayudarlo a superar ese doloroso obstáculo. Sin
embargo, los procesos emocionales pueden tener mucha fuerza, y con estos
patrones nos podemos quedar atrapados y ser de nula utilidad. Por ejemplo,
puede ocurrir que en la sesión con Mark nos comportemos, sin darnos cuenta,
con excesiva racionalidad y una total carencia de afecto. De hecho, es muy fácil
empezar a pensar que las cosas van bastante bien, que “no hay problema, ni por
qué preocuparse”. O sentirse demasiado animado y emocional o totalmente
caótico y descontrolado en el caso de Lillian. No se pretende que este marco sea
una receta estricta para nuestras reacciones y nuestro sentido colectivo de
“encajar”, pero puede haber momentos en que sea importante tanto validar los
44
estilos de Mark y Lillian como no generar ansiedad por cuestionar, deliberada o
inadvertidamente, sus estilos de afrontar la situación. Sin embargo, reconocer
estos estilos nos puede hacer más flexibles y creativos al ayudarles a desarrollar
narrativas más completas, claras y coherentes sobre su vida y sus relaciones. En
los capítulos siguientes desarrollamos estas ideas, y nos fijamos en su aplicación
en diferentes situaciones y relaciones.
45
CAPÍTULO III
Las transiciones en el ciclo de vida
y las narrativas de apego
Las teorías individuales del desarrollo emocional y social
El desarrollo de la teoría y la práctica sistémicas ha conducido a un importante
cambio en la forma de entender la naturaleza y la evolución de los problemas
psicológicos y relacionales. En sus inicios, la teoría sistémica subrayaba que la
experiencia individual estaba relacionada fundamentalmente con la naturaleza del
contexto interpersonal en el que se desarrollan el niño y los otros miembros de la
familia. Tal consideración implica también que el desarrollo se puede entender no
solo en términos de fases individuales, sino también como íntimamente
relacionado con los procesos interpersonales y las transiciones evolutivas de la
familia. Ha habido en psicología toda una serie de modelos evolutivos que
proponen una trayectoria o camino del desarrollo que parte de la infancia, pasa
por la adolescencia y termina en la madurez. La psicología y la psiquiatría clínicas
también contemplan una serie de modelos evolutivos que detallan toda una
diversidad de fases progresivas, y la consiguiente posibilidad de aparición de
problemas psicológicos si se limitan y/o interrumpen las tareas y los objetivos.
Por ejemplo, el modelo psicodinámico de FREUD (1922) señala que el niño avanza
a lo largo de las fases oral, anal, genital y fálica del desarrollo psicológico. La
incapacidad de resolver las demandas en cada una de estas fases genera sus
propias dificultades, por ejemplo, los trastornos obsesivos compulsivos si se
perturba la fase anal, o una personalidad airada y violenta si se tienen problemas
en la fase fálica. FREUD y la consiguiente teoría psicodinámica señalaban que la
progresión a lo largo de estas fases estaba influida por el mundo social y
emocional del niño, y era un suceso clave de su vida.
Aunque se era consciente de la relevancia de los factores familiares, el énfasis
se ponía en la naturaleza del mundo interior en desarrollo del niño, más que en
un análisis de la dinámica de la familia. Posteriormente, los teóricos de las
relaciones objetales (FAIRBAIRN, 1952; MITCHELL, 1986) pasaron a centrar la
atención cada vez más en la importancia que los contextos sociales tienen en la
configuración del mundo interior del niño, por ejemplo las conductas de los
46
padres y la dinámica de la familia. Así, WINNICOTT (1965) desarrolló conceptos
como el de paternidad “suficientemente buena”, para describir la calidad de la
relación que la madre tiene con su hijo. Decía, en concreto, que tal calidad
consiste en un equilibrio realista entre, por un lado, la atención y el cuidado al
hijo y, por otro, la satisfacción de la madre de sus propias necesidades y la
realidad de que a veces no esté disponible. De hecho, se consideraba que la
frustración que supone la no disponibilidad ocasional de la madre era una
característica importante del desarrollo emocional del niño.
Un interesante enfoque evolutivo posterior de gran influencia lo formuló Erik
ERIKSON (1980) en su modelo de fases del desarrollo psicosocial. Decía que, en
su desarrollo, el niño experimenta una secuencia de tensiones o dilemas
emocionales y de maduración que hay que resolver para poder avanzar y
progresar. Y en este sentido, detallaba que existe una importante relación entre el
desarrollo interior del niño, y los conflictos y dilemas inherentes a su mundo
relacional. Su tan citado modelo tiene ocho fases, que se inspiran en las fases del
desarrollo de FREUD, pero las de ERIKSON se sitúan en un contexto interpersonal
más amplio. Las dos primeras fases son:
Confianza contra desconfianza: Se considera que el niño, si está bien
alimentado y cuidado, y si no se le protege ni se le disculpa en exceso,
desarrolla un sano equilibrio entre la confianza y la desconfianza. El
maltrato, el abandono o la crueldad destruyen la confianza y favorecen la
desconfianza, cuyo resultado es el rechazo a asumir riesgos o a explorar.
Por otro lado, la disculpa exagerada y la evitación del riesgo pueden
conducir al fracaso en la percepción de la realidad. Los niños que se crían
en la confianza tienen mayor capacidad de esperar y tener fe en que “en
general las cosas irán bien”.
Autonomía contra vergüenza y duda: Se entiende que la autoconfianza y
la independencia de pensamiento son reacciones relacionadas, y que el
ánimo y la paciencia desempeñan un importante papel en la configuración
de la experiencia del niño y su buena progresión a lo largo de este
período. Es muy importante la reacción parental al adiestramiento en el
uso del orinal, característica esencial de esta fase, y a todos los aspectos
de la exploración y el descubrimiento del niño que se afana en afirmarse
como persona, de corta edad pero por derecho propio (véase a
continuación). Los “terribles dos años” y las “pataletas del niño” son un
par de analogías evidentes que representan las luchas internas y las
batallas parentales. El acto de equilibrio parental es todo un reto, en
especial porque los padres tienen que ocuparse de su propia crisis
psicosocial de asumir la responsabilidad parental.
47
El modelo de ERIKSON hace diversas observaciones sobre los tipos de
interacción entre padres e hijo que, en cada fase, pueden inhibir o estimular el
desarrollo. Por ejemplo, en las culturas occidentales, el niño empieza a sentir una
exigencia social de adiestramiento en el uso del orinal hacia los dieciocho meses.
La capacidad de manejarse exige al niño una independencia de acción de sus
padres. Y en este sentido, se considera que la reacción de los padres es
fundamental. Por ejemplo, se pueden centrar en los logros y estimularlos, y no
hacer caso de los fracasos y “accidentes”, con lo que el niño genera un
progresivo sentimiento de independencia y confianza. En cambio, la atención
excesiva a los fracasos y su crítica puede generar en el niño un sentimiento de
vergüenza y fracaso.
Así pues, el modelo de ERIKSON puede dar algunas ideas interesantes sobre las
posibles conexiones entre los modelos sistémicos y los procesos emocionales
internos. Sin embargo, una forma útil de avanzar en esta línea de pensamiento
es fijarse en las conexiones entre la teoría del apego y la terapia familiar
sistémica desde la perspectiva del ciclo de vida familiar. Es decir, en cómo, con el
paso del tiempo, las exigencias internas y externas de reorganización del sistema
familiar implican intensas demandas de cambio y adaptación emocionales. Esto
genera un potencial de revisión positiva o reorganización de los apegos, y
también la posibilidad de que las personas avancen hacia estrategias menos
seguras y más defendidas.
Los modelos de cambio y desarrollo basados en el ciclo de vida
familiar
La idea de ciclo de vida familiar ha desempeñado un importante papel en el
desarrollo de la terapia familiar sistémica. Erik ERIKSON (1980) fue el primero en
formularla, y posteriormente la desarrollaron CARTER y MC GOLDRICK (1988).
Señalan estos autores que las familias pasan por una serie de importantes
períodos previsibles e imprevisibles de su vida en los que se enfrentan a mayores
exigencias de cambio y reorganización. Estas trascendentales épocas pueden
imponer a los miembros de la familia exigencias diferentes y obligarles a realizar
tareas distintas, dentro y fuera de la familia. Por ejemplo, las exigencias para
quien cuida de su hijo solo, para el padrastro/la madrastra y para los padres
biológicos pueden ser distintas, y es posible que, ya jubilado, uno deba atender
otras exigencias y tareas. ERIKSON (1980) observó que los puntos de transición
en el desarrollo de la familia llevan asociados diversos problemas relacionales,
angustia emocional, e importantes formas de perturbación psiquiátrica. Esta idea
de vínculo entre la aparición de problemas y trastornos psicológicos, y la
exigencia de cambio y readaptación, estaba bien establecida en los modelos
48
individuales de la psicopatología. El primer término que se utilizó para referirse a
la esquizofrenia fue “demencia precoz” (MOREL, 1857), e indicaba la idea de que
la primera aparición de “locura o demencia” en los jóvenes se producía al final de
la adolescencia. Se creía que había una conexión entre las tensiones de la
adolescencia y la entrada en la madurez, y los problemas que llevaban asociados.
La importancia del modelo del ciclo de vida familiar era que la idea de que el
contexto interpersonal y, en especial, el contexto familiar influyen en la aparición
de los problemas que se manifiestan tanto en la familia en su conjunto como en
cada uno de sus miembros. Los primeros modelos del ciclo de vida familiar
decían que la mayoría de las familias (definidas como un sistema de al menos
dos generaciones, pero más en general como de tres o cuatro) pasan por una
serie de fases transicionales clave: el matrimonio y la vida en pareja, la llegada
del hijo, el inicio escolar del hijo, la independencia del hijo, la fase media del
matrimonio, la jubilación, la pérdida y el consiguiente dolor. En estas fases se
acumulan exigencias de cambio y reorganización de las tareas y la relación de la
familia. Se considera que tales exigencias se generan por una mezcla de factores
biológicos, relacionales, culturales y de maduración.
Erik ERIKSON (1980) sostenía que estos cambios en el ciclo de vida familiar se
basan también en valores culturales “dados por supuestos” acerca de lo que es
normal y aceptable, y de cuándo se supone que se han de hacer las cosas. Estas
expectativas se pueden ver encarnadas en toda una diversidad de rituales y
ceremonias culturales, por ejemplo, en las fiestas de despedida de soltero, los
bautizos, las jubilaciones, las graduaciones y, más recientemente, los divorcios.
Estos ejemplos de ritos de iniciación más o menos comunes en toda Europa
occidental integran unas expectativas y unos valores compartidos que a su vez
configuran nuestra vida. Esto tiene serias implicaciones para la teoría del apego,
en el sentido de que tales expectativas guardan una importante relación con el
progreso y el cambio de la naturaleza de nuestras relaciones y nuestros apegos.
Por ejemplo, se puede esperar que el adulto joven europeo pase de tener una
intensa conexión emocional con sus padres/cuidadores/hermanos a tenerla con
una pareja adulta íntima. Esto revela también que nuestras experiencias de
apego están sujetas a las comparaciones sociales que hacemos entre el progreso
de nuestra vida y el de la de los demás: ¿Debo seguir viviendo con mis padres?
¿Debo casarme ya, como hacen mis amigos? ¿Es hora ya de que forme una
familia, como todos mis amigos? Esto no quiere decir que el modelo del ciclo de
vida familiar deba ser preceptivo y normativo, sino considerar que estas
comparaciones culturales también determinan lo que esperamos y pensamos que
podemos necesitar y querer (y puedan necesitar y querer los demás).
Las críticas y revisiones de los modelos del ciclo de vida familiar europeos
occidentales reconocen que la vida familiar es variada y compleja, con muchos
49
grupos familiares que pasan por los períodos de matrimonio y emparejamiento,
con o sin hijos, períodos de monoparentalidad y de formación de segundas
familias. El objetivo no es simplemente aumentar el número de posibles fases del
ciclo de vida para que se adapten mejor a las múltiples formas de vida familiar,
sino centrarse más en la fase transicional de la familia, las exigencias internas y
externas de cambio, y la suma de recursos y resiliencia de los miembros de la
familia para afrontar los retos que los cambios que la propia madurez u otros
tipos de vida plantean. Las teorías del ciclo de vida familiar reconocen que
muchos vivimos en un sistema ensamblado de tres o cuatro generaciones, que
pueden residir o no en la misma casa. Por tanto, todas estas diferencias en lo
que se refiere a las experiencias vividas, las oportunidades educativas, la
alimentación y la asistencia sanitaria, pueden influir en los recursos que podamos
disponer para desenvolvernos, en nuestra actitud ante el cambio, etc. Además,
dado que muchas parejas son homosexuales, la llegada de los hijos a la casa se
puede producir de diversas formas y posiblemente aún más complejas.
En nuestra relación con la teoría del apego, queremos emplear la idea de ciclo
de vida familiar, no en el sentido rígido de unas fases transicionales clave, sino
para llamar la atención sobre los importantes procesos emocionales que se
despliegan cuando en el sistema familiar aparecen las exigencias de cambio.
Cada una de estas transiciones lleva asociados cambios que se puede considerar
que actúan en diversos niveles. Los relacionamos a continuación, con el ejemplo
de una pareja que se encuentra en la fase del embarazo y parto.
Cambios organizativos. Por ejemplo, la pareja tiene que hacer importantes
modificaciones en cómo tienen organizada la vida para prepararse a ser
padres, y cuando llegue el niño tendrán que introducir muchos ajustes.
Empezando por las actividades sociales que posiblemente tengan que
cambiar, tendrán menos oportunidades de socializar, asistir a fiestas,
tomar alcohol, y quizás deban cuidar mejor la dieta, etc. En caso de
adopción, tal vez no dispongan del tiempo que da el embarazo para
empezar a hacerse a la idea de pasar a un “sistema de tres personas”.
Los roles. La pareja debe tomar importantes decisiones sobre sus
respectivas funciones, por ejemplo, sobre las tareas domésticas, la
asistencia pagada y las exigencias profesionales. Además, si la mujer
asume la principal responsabilidad del cuidado, puede depender más de
su pareja para tener quien le ayude en las tareas físicas y le preste
también apoyo emocional; o quizás decidan ocuparse juntos del cuidado.
Es probable que en estas decisiones influyan los discursos de género
acerca de lo que le corresponde al hombre y a la mujer en estos
momentos de adaptación y cambio.
50
Las identidades. Además de estos cambios habrá otro importante en el
autoconcepto, que pasará del de ser adulto al de ser padre o madre, con
lo que cambiará la posición de la persona en el sistema generacional. Esto
conlleva un sentido de responsabilidad del cuidado de un niño
dependiente, y también el reconocimiento por parte de la pareja de la
necesidad de saber trabajar juntos o con otros familiares —por ejemplo,
los abuelos— a la hora de atender al hijo. La consecuencia importante es
que se pasa de una díada a una tríada, y a “hacer sitio al bebé”, física y
emocionalmente.
Los sentimientos y apegos. En esta fase se producen unos profundos e
importantes cambios emocionales. Hasta hace relativamente poco, en las
culturas occidentales el parto era muy peligroso, y lo sigue siendo en la
mayor parte del mundo. Aún mueren muchas mujeres al dar a luz, y
muchos niños, durante el parto o poco después. El parto supone también
dolor e incomodidad, lo cual puede generar miedo. Además, la pareja
quizá sienta la angustia de no saber cómo afrontar las cambios, de si
sabrán qué hacer con el bebé, de si serán buenos padres, de cómo va a
cambiar su relación, etc. Es posible que cambie su intimidad, también la
sexual, cuya consecuencia puede ser un sentimiento de separación y
rencor, y de pérdida de la libertad y la cercanía que antes gozaban. Al
mismo tiempo, se producen profundos cambios biológicos, por ejemplo,
hormonales, que pueden llevar a una inestabilidad sentimental y unas
exigencias emocionales mutuas progresivamente mayores. Todos estos
cambios de rumbo se dan además en un contexto de desasosiego, dolor,
privación del sueño, etc., que pone en tensión todas nuestras capacidades
de afrontar los cambios emocionales.
Así pues, en la base del concepto de ciclo de vida familiar está la idea de que
las diferentes fases y transiciones exigen que se realicen una serie de tareas,
según sean nuestros roles y funciones, por ejemplo, una reorganización de las
relaciones y las expectativas. Y lo más importante es que los miembros de la
familia desarrollen unas soluciones intentadas o formas de procurar que estos
cambios sean posibles. En algunos casos, sin embargo, la solución de hecho
puede abortar o retrasar la transición, porque supone una excesiva amenaza
emocional a las relaciones establecidas, o incluso puede abrumar a la familia y
bloquear su capacidad de gestionar y afrontar el cambio. El ejemplo anterior de
la joven pareja que pasa por el embarazo y el parto da algunas ideas de las
posibles tareas que se le plantean a la familia. Unas tareas que, en resumen,
implican la necesidad de introducir cambios en los patrones de
acción/organización de la familia, en lo que cada uno piensa del otro, y en las
51
expectativas de la familia sobre lo que deba ser la vida. Podemos observar
también que una exigencia o tarea fundamental es hacer cambios emocionales, y
que cada uno de ellos tenga un impacto emocional y relacional.
Las soluciones intentadas y los modelos de funcionamiento
Ante esta necesidad interna y externa de cambio y reorganización, los
miembros de la familia necesitan desarrollar formas de gestionar estos cambios,
a las que se ha llamado “soluciones intentadas”: maneras de intentar adaptarse a
la introducción de cambios necesarios. Por ejemplo, una pareja joven puede
decidir moderar drásticamente sus actividades sociales y centrarse en ser
plenamente conscientes y cuidadosos en sus actuaciones “por bien del bebé”.
Pero esta decisión tiene sus consecuencias, por ejemplo, la de que la pareja
empiece a pensar que está desperdiciando la vida con demasiada rapidez, y que
ésta se está volviendo aburrida. Otra posibilidad es que algunas parejas intenten
afrontar la situación con una especie de estrategia de “como de costumbre”, es
decir, no hay razón para que el bebé deba interrumpir nada, y siguen saliendo
igual que antes. Esta estrategia también tiene consecuencias, por ejemplo,
descu-brir que uno se cansa más de lo habitual, tener sentimientos de culpa por
no prestar atención suficiente al hijo, ser objeto de críticas de los familiares, etc.
Las soluciones intentadas pueden estar influidas por las reacciones de los
miembros de la familia, por ejemplo, de los padres que dan consejos, critican,
desaprueban, apoyan al padre o la madre contra la otra persona, etc. En muchos
sentidos, la joven pareja del ejemplo anterior es novata: no se ha encontrado
antes en esta situación, y aunque pueda orientarse con las costumbres de la
familia, los guiones y otros legados intergeneracionales para la reflexión, el
sentimiento y la acción, la mejor ayuda que pueda tener es aprender de sus
propias experiencias y de las de los demás.
Así pues, observamos aquí un integración en potencia extremadamente
fructífera con conceptos de la terapia de apego. Por un lado, se puede considerar
que las soluciones que adoptan las personas se basan en sus modelos de
funcionamiento, pero también co-construimos soluciones intentadas que
conducen a patrones de interacción, que a su vez configuran nuestros modelos
de funcionamiento interior.
Los períodos de transición pueden suponer una demanda de revisión de
nuestras estrategias de apego y relaciones; y por consiguiente encarnar unas
fuertes corrientes de emociones que pueden ser estimulantes, de gran ayuda,
retadoras y a veces abrumadoras.
La teoría del apego es una versión evolutiva de la regulación social de la
emoción en los grupos familiares. La seguridad y la protección son la clave. Las
52
ideas fundamentales de la teoría del apego indican que acabamos por desarrollar
patrones previsibles de modelos de funcionamiento interior en lo que se refiere a
cómo intentamos abordar la angustia, el peligro, la ansiedad y la incertidumbre.
La estrategia de exclusión consiste en adoptar la postura de que, para resolver
los problemas, no podemos confiar en los demás y tenemos que recurrir a
nosotros mismos: estamos solos. Esto puede significar que físicamente
intentemos encontrar tiempo para estar solos y procurar alejarnos de la situación
y la relación, que pueden ser problemáticas. La estrategia preocupada es que
poco a poco nos vamos excitando emocionalmente e incorporando a los demás
en nuestro intento de abordar los problemas. El uso que hacemos de ellos es a la
vez el de tenerles miedo y depender de ellos, el de criticarlos, atacarlos y
buscarles defectos. La llamada estrategia segura es la capacidad de emplear
aspectos de ambas estrategias de forma equilibrada, para así poder prescindir de
los demás o implicarlos para que nos ayuden a resolver los problemas y hacer los
cambios necesarios. El sentimiento de seguridad en nuestras relaciones
emocionales clave posibilita una efectiva resolución de los problemas, algo que el
curso de los acontecimientos de la vida puede poner en entredicho sin previo
aviso.
Las fases del ciclo de vida familiar y las organizaciones del
apego
Al esbozar las fases seguiremos en general las que muestra Jay HALEY (1973,
1987), pero añadiendo las de divorcio y separación, y reemparejamiento, ya que
hoy son comunes en Europa occidental. Analizaremos cada una de estas fases
desde la perspectiva de las reorganizaciones y los cambios relacionales
necesarios, pero también desde la de las necesidades y capacidades de apego de
las personas implicadas.
De la adolescencia a la madurez joven: La sexualidad y el
cortejo
Para algunas familias, la adolescencia puede representar la idea estereotipada
de un momento de conflicto y angustia. Va cambiando la identidad de la persona
joven, que pasa de niño a adulto y puede exigir más independencia, derechos e
igualdad con sus padres en la toma de decisiones. Una parte importante de este
proceso es que los adultos jóvenes también se dirigen progresivamente hacia su
grupo de amistades como fuente de apoyo emocional, intimidad y apego. Es
importante señalar que la mayoría de los adultos jóvenes siguen queriendo que
sus padres piensen bien y estén orgullosos de ellos, y siguen deseando
53
complacerles. La conexión con los padres cambia, pero no se corta. En esta fase,
los jóvenes, embarcados en el traspaso de las figuras de apego a sus iguales,
también viven la experiencia de que sus amigos empiezan a emparejarse y, en
consecuencia, es posible que tengan períodos de menor disponibilidad emocional
para ellos. Que alguien se enamore perdidamente de otra persona puede generar,
en quien ha sido siempre su amigo, un sentimiento de abandono y traición. Al
mismo tiempo, pueden surgir competencias y rivalidades por posibles
compañeros particularmente admirados o deseados. De ahí que las relaciones
puedan ser muy volátiles, y que el joven sienta que mengua, o crece, su
capacidad de confiar en sus amigos y otras personas, de saber quiénes son sus
“amigos de verdad”. Junto a esto, el joven puede oscilar entre unas
dependencias intensas hacia sus amigos, y el volver a sus padres en busca de
apoyo. No es infrecuente que los padres se puedan sentir culpables de lo que
ocurra y, por ello, que en esta fase sea difícil conseguir el equilibrio necesario
para poder dar seguridad y apoyo.
Una característica importante de esta fase para los jóvenes adultos es la
exploración de la intimidad sexual y la posibilidad de avanzar hacia el encuentro
de una pareja relativamente estable. Esta exploración plantea una serie de
cuestiones que afectan a la familia, por ejemplo, las ideas religiosas y sobre la
castidad de las diferentes generaciones, o que las conexiones de la persona
joven puedan perturbar las intimidades y la proximidad con el padre o la madre.
En algunos casos, la relación de los padres puede ser emocionalmente distante, y
es posible que el joven haya cumplido la función de satisfacer las necesidades de
intimidad emocional y de conexión confiada. Por consiguiente, el joven puede
percibir en sus padres algunos signos de tristeza, y sentirse confuso entre sus
sentimientos de proximidad con su novio o novia, y la sensación de abandonar a
sus padres. Asimismo, a estos les puede desconcertar la eclosión de la sexualidad
del hijo, en especial si la suya está ya en declive. También es posible, claro está,
lo contrario, que los padres estén encantados con la nueva independencia de su
hijo, de la oportunidad de tomarse unas vacaciones románticas, y que dejen en
la persona joven cierta sensación de que lo abandonan, o de vergüenza por la
sexualidad de ellos.
En esta fase, el joven se enfrenta a complejos problemas de apego. Ha de ser
capaz de escoger una pareja adecuada y de asumir riesgos relacionales y
emocionales. Tal actitud ha de estar guiada por su capacidad de utilizar la
información sobre su posible pareja, de forma que no sufra un excesivo dolor
emocional ni peligro físico. Al tomar decisiones, el joven se basa en sus modelos
de funcionamiento interno adquiridos a lo largo de la infancia con sus padres y
los demás. En el Capítulo IV señalamos algunas consecuencias de haber sido
criado en una familia con problemas de violencia doméstica, cuidado por unos
54
padres atemorizados, atemorizantes, o ambos. En la base del modelo del apego
están nuestras expectativas de receptividad y disponibilidad en los demás, pero
también el uso que hacemos de diferentes estrategias para distorsionar la
información en muchos sentidos. Esto significa que el joven con patrones
despreciativos puede ser menos capaz de usar la información sobre los
sentimientos de los demás y los suyos propios. Puede intentar gestionar su
relación de forma lógica o, en casos más extremos, anteponer siempre las
necesidades del otro, entrando tal vez en una relación en la que es explotado por
el otro o debe cuidar de este. Los patrones preocupados también pueden
implicar una atención excesiva a los sentimientos y una incapacidad de utilizar la
información cognitiva de forma eficiente. Por ejemplo, una sensibilidad para “ver”
la amenaza de abandono y rechazo, basada en la experiencia pasada, que a
veces se manifiesta en forma de celos, puede conllevar escenarios de
acusaciones hacia los demás basadas en sus propias ansiedades, y una
incapacidad de ver los patrones y prever las secuencias en su relación para poder
emprender las acciones de remedio necesarias. Puede ser un ciclo de
desencadenamiento de fuertes discusiones, lágrimas, peleas, con frecuentes
rupturas e igualmente intensas reconciliaciones, que pueden servir para reforzar
vigorosamente el ciclo de conducta, de forma que con el tiempo se convierte en
patrón. Así pues, la capacidad de reflexionar sobre el patrón y ver en él al
“enemigo”, y no en la pareja, y de utilizar la información cognitiva para aprender
de la experiencia, se convierte en una tarea fundamental de cualquier terapia o
experiencia “correctiva”.
El deseo de una relación sexual íntima y la expectativa social subcultural de
que en esta fase el joven adulto ha de encontrar pareja, pueden suponer todo un
reto, y la posibilidad de revisar los recursos de apego o de que se deterioren. Por
ejemplo, el joven que ha aprendido a emplear una estrategia de apego
despreciativa característica se puede ver empujado a asumir riesgos y a iniciar
una relación íntima. Si ésta va bien y su pareja se muestra cariñosa y atenta, es
posible que haya mayor confianza en la revisión, se alcance una seguridad
sentida, y se pueda reducir la excesiva dependencia de las estrategias defensivas.
Esto puede exigir que la pareja que haya vivido la experiencia de unos apegos
relativamente seguros en el pasado, sepa comprender la historia y la postura
emocionales de su pareja, y con paciencia esperar que cambien. Otra posibilidad
es que la pareja reaccione con una actitud defensiva similar, de forma que la
relación se haga de un modo u otro distante, y quizás se centre en el sexo como
una de las pocas fuentes de contacto, unión y bienestar o, si no, que la intimidad
disminuya y la relación se haga platónica. Por el contrario, si la pareja muestra
un patrón preocupado, sus sentimientos extremos pueden confundir y abrumar a
los dos.
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Los jóvenes adultos poco a poco van ganando mayor capacidad de reflexionar
sobre sus propias experiencias y sus estrategias de afrontar la vida. Esto puede
ser en sí mismo un medio de reorganización, por ejemplo, el reconocimiento de
que “tiendo a dejar de lado los sentimientos, y debo pensar cuándo he de seguir
haciéndolo, y ponderar si en algunas situaciones me puedo encontrar más
indefenso”. Trabajamos con un joven que decía que era consciente de esto, y se
sentía desengañado porque “la gente cree que no tengo sentimientos. Los tengo,
pero en estos momentos he decidido no mostrarlos”. Esta mayor capacidad
mental para la autorreflexión significa que los jóvenes también adquieren
conciencia de que la relación con alguien diferente es lo que necesitan para que
les ayude a superar algunas de sus defensas. Esto llevaría a una determinada
decisión, tal como lo indica, por ejemplo, el patrón desprecio/preocupado. Una
decisión que puede parecer que actúe durante cierto tiempo, ya que cada
miembro de la pareja cree que ha encontrado en el otro aquello que piensa que
a él le falta. A quien se rige por la estrategia despreciativa, el otro le aporta
emociones y la inmediatez de los sentimientos; y al de estrategia preocupada, el
otro le puede dar cierta regularidad y contención de sus sentimientos. Sin
embargo, es posible que con el tiempo lleguen a pensar que, más que ofrecerse
mutuamente la posibilidad de cambiar el apego, han empezado a encerrar su
relación en estas posiciones de apego.
Esta fase se solapa claramente con la de independizarse de los padres, como
se señala en la obra de HALEY (1973, 1987), un momento en el que la naturaleza
de las relaciones de apego y conexiones emocionales puede ser compleja y
ambivalente. En el cortejo, lo habitual es que el adulto joven traslade su relación
de apego primario a su nueva pareja. En un matrimonio arreglado, el proceso y
el período de cortejo pueden estar regidos por determinados usos estrictos sobre
cómo ir conociéndose mutuamente, pero, desde la perspectiva del apego, las
tareas siguen siendo las mismas. En cierto sentido, el contexto familiar ha
sentado el patrón básico de influencia para los modelos de funcionamiento
interno del joven en lo que se refiere a la seguridad de la relación, y sigue
influyendo en ellos. Pero, al mismo tiempo, hay cierta necesidad de separación y
desapego de los padres, pues si esto no se produce, la pareja puede pensar que
el dominio emocional de los padres es demasiado fuerte, y acabaría por sentirse
resentida con los suegros. Además, la relación de pareja ha de empezar a
generar un sentimiento de equilibrio en la equidad sobre el apego que cada uno
siga teniendo con sus respectivos padres. Según nuestra experiencia, al joven le
ayuda que ambas partes de la familia extendida aprueben su unión y apoyen su
relación. Hay en todo esto ideas implícitas sobre lo que es apropiado, esto
conlleva una comparación cultural y social con sus amigos, parientes, medios de
comunicación, etc.: los relatos o discursos culturales dominantes y compartidos.
56
Sin embargo, el cortejo puede ser un período tormentoso, en el que el joven
viva varias pérdidas de apego o sucesos que sentirá como una experiencia dura.
En particular, el final del primer “gran amor” será una experiencia
extremadamente dolorosa para muchos jóvenes. Por ejemplo, si la persona de
algún modo tiene dificultad en mostrar sus sentimientos a otros, es posible que
se considere traicionada, rechazada y abandonada cuando la pareja a la que ama
y desea la deja sola. En este momento necesitará el apoyo de sus padres, para
que le ayuden a superar esta crisis. Pero es una situación compleja, ya que el
joven ha desarrollado su estrategia de apego sobre todo en relación con sus
padres/cuidadores y, por lo tanto, puede pensar, como ha hecho a lo largo de la
infancia, que no tiene sentido intentar lo que se propone, ya que sus padres no
lo van a entender o no van a poder darle apoyo ni consolarle. Podría barajarse la
promiscuidad como una posible solución, tener relaciones sexuales sin
compromiso alguno, para evitar correr riesgos de nuevo, o “rechazar pronto a los
demás, antes de que puedan rechazarme a mí”. Sin embargo, siempre existen
posibilidades de reorganización individual y sistémica. Por ejemplo que los padres
se den cuenta de que es una oportunidad para cambiar y acercarse más a su
hijo, después de haber sentido cómo la distancia entre ellos se iba haciendo
mayor. Sin embargo, existe el peligro de que el joven se una en exceso a sus
padres, en especial si el apoyo de éstos fuera tan exagerado que no le hubiera
ayudado nada a prepararse para futuras relaciones (Figura 3.1.).
Figura 3.1. Posible aumento de la proximidad después de la pérdida de relación del hijo.
Otra posibilidad para la reorganización es que las personas jóvenes pasen a ser
figuras de apego para sus amigos. Podría ser una extensión de las ideas
originales de BOWLBY, pero dadas las amistades duraderas y a menudo intensas y
confiadas que entablan algunas personas, y en las que puede haber relaciones
sexuales o no, pero que sin duda son de mucho afecto e implican asumir el
cuidado y tener un sentido emocional, incluimos aquí este particular conjunto de
57
relaciones. En las amistades se repetirían patrones de cuidado y de solicitud del
joven, pero también pueden ofrecer oportunidades de vivir la experiencia de ser
cuidado por los amigos, o la de cuidar a los demás. Los padres hablan a menudo
de que, en esta fase, se dan cuenta de las cualidades de su hijo, por ejemplo, la
de tener en cuenta a los demás, que sabían que posiblemente existían, pero no
las habían observado antes. Una realidad que será muy probablemente motivo
de orgullo para los padres. La intensidad de la relación que se produciría en esta
fase tal vez explique por qué en ella el joven se une a movimientos juveniles,
bandas y sectas. Por ejemplo, al pasar a formar parte de una secta el joven
adquirirá una base segura: la aceptación por pertenecer a esos movimientos
ayuda a superar el sentimiento más inmediato de fracaso o de rechazo por parte
de una persona o un grupo familiar. La aceptación por parte del “movimiento”:
un objeto transicional (WINNICOTT, 1965) permanecería, independientemente de
que su último amor le haya rechazado.
El matrimonio/pareja y sus consecuencias
Algunos jóvenes se deciden muy pronto por una pareja, pero para otros el
cortejo será una época de “vivir la vida” mientras se es joven. Hay variaciones
culturales, pero el discurso dominante en las culturas occidentales promueve
dedicar cierto tiempo a explorar, para que la persona no cometa errores y
encuentre una pareja adecuada. Lo más habitual es que los padres aconsejen
sobre las posibles parejas, pero, también en este caso, la naturaleza de las
relaciones de apego determina esa actitud. Por ejemplo, si la relación con los
padres es de rechazo, es posible que el joven intente ocultarles sus miedos y
preocupaciones. Al mismo tiempo, sin embargo, algunos jóvenes también
intentan complacer a sus padres, quienes pueden llegar a influir en el hijo para
que escoja una pareja que les guste, y éste, quizás inconsciente de sus propios
sentimientos, considere que tal actitud de sus padres le sirve de orientación. Otra
posibilidad es que el joven de estilo preocupado con sus padres tenga con ellos
momentos en que rechace con enfado sus opiniones, y luego acudir de nuevo
desconsolado para que le consuelen. Una actitud que también puede suponer
buscar la ayuda de los padres para después culparles de todos los problemas en
su relaciones.
Un aspecto fundamental del apego en el caso de los jóvenes es la capacidad
de asumir el compromiso emocional de mantener una relación estable y duradera
con otra persona. No se trata de algo que venga dado ni de receta alguna, pues
existen muchas diferencias culturales en la forma que tendrán los compromisos
de este tipo. Por ejemplo, algunas culturas aceptan la poligamia (varias culturas
africanas) y la poliandria (en algunas culturas del Tíbet). En las culturas
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occidentales, existe la idea general de que las personas cohabiten con una
pareja, sea del mismo sexo o del opuesto. Sin embargo, dentro de este amplio
acuerdo sobre la cohabitación y la monogamia, hay considerables variaciones.
Para muchas parejas, pese al declarado compromiso de monogamia, pueden
existir relaciones sexuales ocasionales y hasta frecuentes con personas ajenas al
matrimonio. Desde la perspectiva del apego, estas relaciones extramatrimoniales
serían indicio de problemas en la pareja y se convetirían en heridas de apego. En
algunos casos, también existirá un compromiso más explícito de matrimonio
“abierto”, cuyos miembros son libres de mantener relaciones sexuales con otras
personas. BOWLBY (1988) señala que el apego y nuestro deseo de conexión
íntima es un proceso que dura toda la vida. HAZAN y SHAVER (1987)
conceptualizan el apego como apego romántico adulto, y tratan de desarrollar
medidas de tal apego. En sus estudios se apunta que las parejas se convierten
en figuras de apego mutuo, y que los patrones de apego de la infancia
desempeñan un importante papel en la configuración de estas relaciones adultas.
Algunas de las cuestiones están relacionadas con los sentimientos de confianza,
los celos, la posesión y los derechos emocionales. Cuando los dos miembros de
la pareja asumen un compromiso mutuo también han de establecer algunos
acuerdos (a veces implícitos y otras explícitos) sobre los compromisos
emocionales que podrán adquirirse con otras personas, incluidas las posibles
parejas sexuales y los amigos. Esto puede suponer algunos rituales por los que
cada persona acepta reducir el contacto con las anteriores parejas, y prescindir
de los recuerdos, fotografías y regalos. Para algunas personas, tal acuerdo
implicará considerables inseguridades y sentimientos de celos, y otras personas,
en cambio, serán capaces de sentirse relajadas y seguras del compromiso de su
pareja y de su distanciamiento de otras relaciones vividas.
La formación de esta relación comprometida e íntima en el matrimonio o la
pareja puede generar reorganizaciones en los patrones de apego. Las personas
llevan a su relación no solo las estrategias de apego de su infancia, sino también
todo el legado de las anteriores relaciones íntimas que se produjeron en la fase
de cortejo. Como veíamos antes, en esta fase habría oportunidades de revisión
positiva de las estrategias de apego gracias a las experiencias de intimidad, pero
al mismo tiempo existe la posibilidad opuesta de que las relaciones pudieran
haber sido problemáticas y agravado las estrategias anteriores, o incluso
generado mayor inseguridad en las personas de patrones seguros. Una de las
posibilidades en esta fase es que las parejas encuentren mutuo consuelo y
refugio de anteriores patrones de relación hostiles, por ejemplo, al escoger a una
pareja “segura y de confianza” frente a otra anterior más estimulante pero, en
última instancia, despreciativa y en quien no se podía confiar. Estas elecciones
pueden ser viables temporalmente, pero quizás al precio de ser capaz de
59
expresar por igual los sentimientos positivos y los negativos, sin tapujos y con
plena libertad. En este sentido, un discurso habitual es la diferencia entre escoger
para el matrimonio una pareja más “sólida” y de confianza, en oposición a
parejas más “excitantes” para las aventuras sexuales. En este punto, la teoría del
apego debe ir unida a las ideas constructivistas sociales sobre la forma en que
estos discursos dominantes pueden incidir en la configuración de nuestra
elección de pareja y en las expectativas emocionales. Posiblemente, en tal
discurso se basa en ideas que favorecen una orientación despreciativa de apego,
que intenta separar el sexo de los sentimientos de intimidad emocional y posible
vulnerabilidad. A algunos jóvenes les puede sorprender que los sentimientos de
intimidad y proximidad sean los que mejor acompañan y asientan unos elevados
grados de excitación y satisfacción sexuales. Además, las relaciones seguras
pueden dar oportunidad de manifestar los sentimientos tanto positivos como
negativos y, en consecuencia, pueden permitir que siga vivo un sentimiento de
excitación y de apasionada participación emocional. Por otro lado, las relaciones
en las que una persona se siente maltratada o menospreciada por la otra o, al
contrario, excesivamente consentida en sus emociones, es muy probable que
acaben por ser aburridas, insatisfactorias, inaceptables e ingratas.
El nacimiento de los hijos
La llegada del primer hijo a la pareja cambia la dinámica del apego de ésta,
que pasa a convertirse en un trío. Hay, por supuesto, un período previo a esa
llegada, con un embarazo planeado y la decisión de embarcarse en la
maternidad. La adopción, con o sin hijos propios anteriores, genera otro contexto
para el desarrollo de los apegos y, tal vez, la revisión de las estrategias de
afrontamiento y las expectativas de confianza. Las parejas tienen formas muy
diversas de decidir tener hijos. Por ejemplo, en algunas hay un acuerdo común,
en otras una persona puede tomar la decisión y seguir adelante con la esperanza
de que la otra, más reticente, acabe por aceptar el compromiso. La llegada del
hijo implica importantes adaptaciones del apego, no solo en lo que se refiere a la
relación mutua de la pareja y la que tengan con sus padres, sino también en la
relación de cada miembro de la pareja con el hijo. Algunas parejas que tengan ya
algunos problemas de relación, quizás vean en el hijo lo que necesitan para
resolverlos, y piensen de verdad que éste les va a unir más. Otras creerán que es
lo que se espera de ellas, y puede que su decisión sea incluso una respuesta a
sutiles presiones de los suegros, quienes les dan a entender que ya es hora de
que les den un nieto.
En talleres para profesionales de los servicios de sanidad y sociales pedimos a
los participantes que expresen las razones que les llevan a tener hijos, y resulta
60
habitual encontrar en las respuestas iniciales de muchos de ellos, este
sentimiento de obligación o de expectativa cultural. Lo más común es que
pensaran en un grado u otro en sus necesidades emocionales, por ejemplo, con
la esperanza de que un hijo satisficiera algunas de sus necesidades de apego. Un
crudo ejemplo es a veces el de mujeres muy jóvenes que han estado en los
servicios sociales y han vivido una serie de experiencias de malos tratos,
abandono y rechazo con sus padres, y en algunos casos incluso relaciones
fugaces con sus cuidadores. Muchas de ellas buscan tener un hijo para ser
fuente de amor incondicional, y también porque les parece una forma de sentirse
adultas y tenerse mayor respeto.
El nacimiento o la llegada del hijo puede significar importantes cambios de
apego en los miembros de la pareja. Un bebé exige respuestas de apego, que le
consuelen, cuiden, atiendan y se sintonicen emocionalmente con él. Para una
madre que en su familia y con sus iguales haya afrontado las exigencias de la
relación con una estrategia de evitación, la nueva situación puede suponer un
reto contundente. Quizá se sienta atrapada ante la imposibilidad de evitar o
ignorar las demandas emocionales de su hijo, algo que la abruma, confunde y
posiblemente enoja. Al mismo tiempo, estas obligaciones pueden ser motivo de
una reorganización que poco a poco haga que se sienta cómoda con esta nueva
experiencia de intimidad y cuidado. Pero esto, a su vez, puede depender del
apoyo de que disponga, por ejemplo, de si su pareja, sus padres y amigos le
ayuden en estos cambios o no. También se puede ver en el peligro de sentirse
fracasada, intentar retraerse, y que el bebé sienta el abandono emocional y
agudice aún más su inquietud y exigencias. Este ciclo derivaría en los típicos
problemas de abandono y malos tratos infantiles. Un proceso al que contribuyen
los propios padres de la madre, si aún viven. En algunos casos puede ser la
abuela materna quien se imponga y sepa consolar y tratar al niño, y hacer así
que la joven madre se sienta cada vez más incompetente e incapaz. Su pareja la
puede ayudar y servirle de contrafuerte a tal abusiva intervención de su madre o,
también, se sienta aliviada porque se le haya librado de la presión de tener que
contribuir (Figura 3.2.).
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Figura 3.2 Desarrollo de procesos problemáticos de apego madre-bebé.
Las posibles formas de organización y reorganización del apego a lo largo de
este período son muchísimas, también al padre le pueden plantear problemas de
apego. Quizá el bebé influya en él inmediata y emocionalmente menos, aunque
algunos padres se quejan de que se les ha reducido el acceso a su pareja. Por
ejemplo, es posible que la intimidad sexual desparezca durante cierto tiempo, y
que el bebé pase a ocupar una parte mucho mayor de la vida de la madre. Por
otro lado, quizá el padre intente implicarse, y con la madre hayan planeado un
cuidado compartido del bebé, pero el modo en que lo hagan se puede sentir
como una ayuda o como una interferencia inútil. Si ocurre esto último, algunos
padres se pueden retraer emocional y/o físicamente y dejarlo todo en manos de
la madre, iniciando así un camino que les lleve a considerarse secundarios. Estas
demandas, claro está, también se producen en el contexto de unos padres
físicamente exhaustos, normalmente con problemas de sueño y a buen seguro
también para cumplir en el trabajo.
Según nuestra experiencia, la mayoría de las parejas se desenvuelven bien y
con resiliencia en estas exigencias, tareas y cambios, con más o menos ayuda de
la familia extensa y los amigos.
Pero cuando la transición a la paternidad y las exigencias que ésta conlleva
agobian a la pareja, nos centramos en primer lugar en los recursos de
afrontamiento, para pasar después a analizar con tacto sus estilos de apego,
respuestas y expectativas mutuas anteriores y posteriores al nacimiento del hijo.
A veces, cuando trabajamos con parejas mayores, al buscar las fuentes de
infelicidad e insatisfacción, nos remontamos hasta esta época, y analizamos
cómo se gestionó la transición. Descubrimos a menudo que los malentendidos y
las expectativas frustradas se desarrollaron en ese tiempo, sin que se debatieran
ni resolvieran. Parece que estos desengaños tienen la capacidad de permanecer
ocultos (pero vivos) en la relación entre la pareja, tal vez hasta que la
conversación terapéutica entre sus miembros abre un proceso de descubrimiento,
62
iluminación y relectura.
Ejemplo de caso
Trabajamos con una pareja cuya madre era bilingüe y el padre monolingüe y desconocedor de la
lengua materna de ella. Ésta tenía una hija ya mayor de su primer matrimonio que se mudó a casa de
ellos para ayudarles en el cuidado del bebé. La madre y su hija hablaban con el bebé en su lengua
materna, lo cual generaba en el padre un sentimiento de marginación: no las entendía, pensaba que no
lo necesitaban y no sabía qué hacer para ayudarlas. Esta sensación de aislamiento y rechazo del padre
fue creciendo sin que la manifestara, y culminó una noche en una monumental pelea, donde la ira del
padre asustó e intimidó a la madre. En la terapia se estableció un contexto seguro para poder analizar
la experiencia de abandono que ambos habían sentido, tal como ocurrió: la madre echaba de menos al
padre y necesitaba su empuje y apoyo en ese momento, y el padre quería sentir que tenía algo que
ofrecer a su mujer y su hijo.
Para la pareja también se produce un importante cambio en la naturaleza de su
relación, de modo que, en la mayoría de los casos, la mujer pasa por un período
de dependencia física y económica (DALLOS y DALLOS, 1997). Tal circunstancia se
puede aprovechar para construir un sentimiento de intimidad y confianza mutua.
Por otro lado, quizá provoque sentimientos complejos, por ejemplo, en la mujer
un resentimiento por tener que depender de otra persona cuando siempre lo ha
evitado, o una pérdida de rol o estatus en su carrera profesional. También puede
contener complejas capas de obligaciones y expectativas, por ejemplo, la de
“Estoy cuidando de ti”. En algunos casos, también puede producir un profundo
sentimiento de ansiedad por la responsabilidad que deriva del carácter
“irreversible” de la paternidad que resultaría abrumadora y angustiosa, o por si
uno sabrá cuidar del hijo como corresponde. Las parejas se enfrentan, además, a
decisiones complejas sobre si uno de los miembros habrá de “dejar” el trabajo en
parte o por completo para cuidar de los hijos. El poder y el control dentro de la
relación influirán en el proceso de toma de decisiones, o generarán supuestos
automáticos sobre el cambio de roles. Una vez más, todo esto sería una fuente
de satisfacción emocional desde el punto de vista del desarrollo de la intimidad y
la confianza mutua, pero también generaría sentimientos de pérdida por haber
dejado el trabajo remunerado durante un tiempo y, con él, posibles amistades del
trabajo, estatus, roles adultos, etc.
En todas las fases del ciclo vital observamos la influencia de las experiencias de
la infancia y lo que BYNG-HALL (1995) llama guiones correctivos y replicativos. Sin
embargo, probablemente donde encontraremos ejemplos más claros del influjo
de estos guiones sea en el nacimiento del hijo. Puede que la llegada o el
nacimiento del hijo desencadenen en los padres recuerdos de sus propias
experiencias con sus padres o cuidadores, y es previsible que utilicen estos
recuerdos, y las reflexiones sobre ellos, para orientarse en el cuidado del bebé. Y
así los padres pueden decidir que quieren entregarse más, mostrarse más
63
cariñosos y tocar más a su hijo de lo que sus padres hicieron con ellos. Pero es
posible que el contenido de los respectivos guiones correctivos de los dos
miembros de la pareja no sea el mismo. Por ejemplo, que uno quiera establecer
unas normas claras y más rutinas que las que hubo en la vida familiar que vivió.
El otro, si piensa que de niño le trataron con severidad, querrá evitar cualquier
rutina por miedo a ser cruel. No se debe subestimar la capacidad de reflexionar
activamente sobre estas diferencias y procesarlas en un contexto de ayuda y
comprensión. Además, es posible que los dos no tengan un guión correctivo, de
modo que uno esté convencido de que sus padres hicieron un muy buen trabajo
y quiera hacer lo mismo con su hijo. Al principio podrá parecer que se puede
funcionar con la situación de “mis padres fueron horribles” y “los tuyos fueron
estupendos”, pero a la larga provocaría que el padre o la madre asuma un papel
moral superior que restaría poder al otro progenitor. Asimismo, los padres
pueden pensar en los suyos para ver quién siguió trabajando y quién estaba
emocionalmente más cerca de los hijos, y si desean repetir estos patrones o
cambiarlos. Es posible que la consideración de las expectativas culturales o de
género desempeñen un papel en sus reflexiones y decisiones. En nuestro trabajo
con parejas, observamos que, sin darse cuenta, pueden haber “caído” en los
papeles de cuidador y proveedor y, al pensar en ello, se sorprenden del impacto
que a largo plazo esto ha tenido en su intimidad.
Por encima de todo, en esta fase se observa que las cuestiones relativas al
apego se hacen cada vez más complejas. Se trata de un cambio de un período
en el que los problemas de apego se hicieron menos complejos, y donde cada
uno centraba en el otro sus necesidades de seguridad y satisfacción emocional, a
otro en el que tienen un hijo al que cuidar, y han de considerar la complejidad de
las relaciones de apego de éste con el resto de la familia. Todo ello además de
las relaciones que se producen con profesionales de diversos campos, por
ejemplo, los de los servicios de salud. Y así, la experiencia de la joven madre que
pelea para salvar las dificultades de apego e intimidad con su hijo se puede
agravar si cree que un profesional la critica o piensa que es incompetente. No es
ésta, evidentemente, la intención, pero las escuelas de padres, por ejemplo,
pueden transmitir el mensaje de que los padres “lo hacen mal” y hay que
educarles. En el caso de la adopción, el proceso de otras personas que
“observan” las relaciones familiares para, por decirlo de alguna forma, posibilitar
un proceso de asentamiento sería aún más largo; o en el caso del hijo que nace
con alguna discapacidad identificable, esto dará lugar a un prolongado proceso
de intervención de profesionales en la toma de decisiones de los padres. Estos
pueden notar el impacto de compartir el cuidado de uno de sus hijos, pero no
con el resto de ellos, en sus experiencias de vinculación afectiva, y a menudo nos
dicen que, visto lo ocurrido, no están seguros de “haber hecho bien las cosas”.
64
Dilemas matrimoniales y familiares
Con la llegada del hijo —en el caso de algunas familias no serán deseados—,
habría una cantidad considerable de puntos de transición donde haya que revisar
las organizaciones del apego. Entre ellos están el inicio de la escolarización del
hijo, la adopción, el paso a la adolescencia, el divorcio y separación, el
fallecimiento de miembros de la familia, y posiblemente un matrimonio o pareja
nuevos. En esta época de su vida, las familias se organizan de modo que los
padres empiezan a adaptar y desarrollar sus roles, y también a buscar formas de
relacionarse con sus parientes políticos, también en lo que se refiere a su
colaboración en el cuidado de los hijos. Esto puede significar que éstos también
desarrollen fuertes apegos con sus abuelos. En algunos casos, pueden ser una
protección contra apegos menos seguros de los hijos con sus propios padres. En
nuestro trabajo terapéutico hemos observado algunas veces que el nacimiento de
los nietos puede dar a los abuelos la oportunidad de revisar sus guiones como
padres, lo que les daría una “segunda oportunidad”. Sus hijos, los padres de su
nieto, pueden llegar a contar con ellos para que les ayuden, y a reorganizar sus
propios apegos con ellos para acercarse más, discutir menos y, en general,
mostrarse más seguros.
El inicio de la escolaridad
Un suceso de apego importante en este período se produciría cuando los hijos
empiecen a ir a la escuela o la guardería. Muchos lo recordamos como un
momento particularmente doloroso y angustioso en lo que al apego tuvo que ver.
Otros, como un gran día en que se lo pasaron estupendamente con otros niños.
Si el hijo ha sido un factor determinante del bienestar emocional de uno de los
padres, por ejemplo, para una madre que se sienta sola e insatisfecha y cuya
única compañía de verdad ha sido la de su hijo, el inicio de la escuela de éste
puede significar una pérdida y el recordatorio de las oportunidades profesionales
y de otro tipo que ha perdido. El niño se puede dar cuenta de la angustia y
soledad de su madre y desarrollar varios miedos, o “síntomas”, para evitar la
separación y, así, protegerse los dos de la ansiedad que les provoca. En este
sentido, la relación de apego entre el hijo y el padre o la madre puede haber
desarrollado un estilo preocupado, de manera que la separación se haga difícil y
genere ansiedad. En algunos casos, el niño que se encuentra en este rol con el
padre o la madre quizá les parezca a sus iguales de la escuela un “niñito de
mamá”, y sea objeto de burlas. Esto le podría llevar a cierta revisión del apego
que se ha establecido entre ambos y a que, con ayuda y apoyo, se haga de
algún modo más independiente o, al contrario, a rehuir la escuela y enredarse en
una relación dependiente con su madre o padre que le cause enfado y ansiedad.
65
En esta fase, padre y madre han de saber fomentar en el hijo una progresiva
autonomía e independencia, pero conservando al mismo tiempo la cercanía y la
conexión, y transmitiendo el mensaje de que también ellos añoran la intimidad
que tuvieron. Por consiguiente, los padres han de saber disimular o contener en
parte sus propios sentimientos de pérdida y de ansiedad para que el hijo sepa
desenvolverse, aunque no hasta el extremo de que éste se sienta rechazado o no
querido. Todas estas exigencias se plantean igualmente cuando los hijos se van
físicamente de la casa familiar.
Una cuestión fundamental es la capacidad de los padres de trabajar juntos en
ayudarse mutuamente y ayudar al hijo durante esta fase. Asimismo, los padres
que se encuentren en solitario pueden confiar en la ayuda de algún familiar,
amigo o pareja que no conviva con ellos. Por ejemplo, si se encontraran en un
proceso de reorganización de su relación, la situación les ayudará a empezar a
hacer más cosas juntos, o el padre o la madre que desde el nacimiento del hijo
ha permanecido en casa puede empezar a prepararse para volver a un trabajo
parcial o de jornada completa. Una vez más, todas estas posibilidades exigen
cambios en sus propias relaciones y dependencias. También ocurre que muchos
padres se encuentran en esta situación no por propia decisión, sino por
necesidades económicas, pero con la angustia de distanciarse demasiado pronto
de su hijo y, quizás, con el sentimiento de no ser para él unos buenos padres.
La adolescencia
Mucho se ha hablado desde una perspectiva occidental de la adolescencia
como un momento traumático y de crisis, sin embargo, no siempre es éste el
caso (RUTTER, 1980). Algunos niños saben expresar con claridad sus
sentimientos, positivos y negativos, a sus padres y resolver los conflictos. Otros
se pueden sentir cohibidos y temerosos ante sus padres, de modo que no les
manifiesten sentimiento alguno. Pero, en general, en esta fase los hijos pasan
progresivamente la intensidad de sus apegos de sus padres a sus amigos y
posibles amistades de mayor intimidad. Queremos subrayar que, en la mayoría
de los casos, se trata de un cambio, y no de un corte definitivo del apego a los
padres. También es el momento en que muchos empiezan a ensayar hábitos de
las personas adultas: beber, fumar, salir solos, buscarse un trabajo remunerado,
tomar drogas y tener relaciones sexuales. Al padre o la madre que se ha
quedado en casa por el hijo, este cambio le puede generar un sentimiento de
estar de sobra o, como dicen algunos padres, de que el hijo “se toma la casa
como si fuera un hotel”. Ocurrirá también lo contrario: que a los padres les
preocupe que su hijo siga tan unido a ellos y no parezca que haga amigos
íntimos, ni sepa comportarse de forma independiente fuera de casa. Las ideas
66
culturales sobre lo que se espera de los jóvenes en diferentes momentos pueden
variar, pero la reflexión sobre el apego parece indicar que, cualesquiera que sean
los discursos culturales o religiosos sobre las relaciones con los padres y la
adopción de roles adultos, nuestra necesidad de conexión, seguridad y apoyo es
constante, e incluso se interpreta de forma más fluida y múltiple a medida que
envejecemos.
Uno de los procesos de apego básicos durante la adolescencia es el paso del
apego a los padres como figuras de apoyo, al apego a los iguales, pero con
períodos simultáneos de intenso apego a los padres. Cuando las relaciones van
mal, por ejemplo cuando se riñe con los amigos, cuando el primer amor fracasa,
etc., el adolescente necesita que sus padres puedan ayudarle a regular sus
sentimientos, a menudo muy intensos. Durante la infancia, ha exigido a sus
padres que le ayuden a gestionar su desarrollo y regular su afecto, pero,
posiblemente, en la adolescencia esta tarea se hace más difícil, porque el joven
será al mismo tiempo más crítico con sus padres. Éstos pueden estar peleando
con la idea de que las críticas de sus hijos les han dolido mucho y las han
sentido como un rechazo, pero han de mantener una relativa calma y saber
ayudar al hijo a gestionar sus sentimientos. Una vez más, este período llevaría a
unas reorganizaciones positivas en donde los padres descubran, en su capacidad
de ayudarle, una nueva intimidad con su hijo. Pero también ocurrirá que algunos
padres sufran una crisis al verse invadidos por recuerdos de su propia infancia y
de unos progenitores con los que nunca podían contar o que les tenían
abandonados. Los guiones correctivos se pueden desbaratar debido a la vorágine
de sentimientos negativos, la carencia de una buena experiencia en este tipo de
dilemas, la sensación de ser criticado por los hijos adolescentes, etc., de modo
que los padres, pese a sus mejores intenciones, repiten de nuevo lo que a ellos
les hicieron durante su adolescencia. Es éste un momento conmovedor del
trabajo terapéutico, cuando los padres reconocen la promesa que se hicieron de
no repetir los errores de sus padres. Quienes han vivido unos apegos inseguros
en su infancia mantienen guiones coercitivos en un ámbito en gran medida
semántico, ya que no disponen de los recuerdos procedimentales, visuales ni
episódicos de su infancia que les ayuden al revisar los guiones bajo coacción.
Cuando sus hijos eran más pequeños quizás hubiera mayor posibilidad de
contenerles y ayudarles emocionalmente. Sin embargo, ante el mayor poder
intelectual de los adolescentes para criticar a los padres, no solo en lo que se
refiere a su conducta, sino también para debilitar los cimientos semánticos en
que se asientan los guiones coercitivos de los padres, a éstos les puede ser más
difícil ayudar emocionalmente a sus hijos adolescentes.
La adolescencia puede ser también una época en la que el hijo que ha
desempeñado en la familia un papel fundamental en la satisfacción de las
67
necesidades emocionales de sus padres, empiece a reaccionar contra esta
posición. Las expectativas de sus iguales, los impulsos sexuales y las
comparaciones con la vida de los iguales, pueden provocar que el adolescente
intente desplazarse él mismo de su situación en el enredado triángulo emocional
que forma con sus padres, que se comunican entre sí a través de él. Por
ejemplo, Kathy (de diecisiete años) dice de sus padres:
Lo único de que les oigo hablar es de mí, y si no tuviera esto [anorexia], seguramente... todo se
vendría abajo. Al menos tienen de qué hablar, y mientras yo siga con esto no se van a pelear, porque
no haría sino empeorar las cosas. O sea... que no es que tenga lo que se dice el control, pero sí que de
esta forma controlo mejor la situación.
(Kathy.)
Un peligro para el joven que esté en la situación de Kathy es que con este
triángulo que forma con sus padres es incapaz de practicar las relaciones con sus
iguales y aprender de ellas. Esto puede significar que se aleje de sus iguales y
poco a poco se vaya enredando emocionalmente con sus padres.
Cuando el hijo se va de casa
Parece que algunas de las dificultades emocionales más graves van asociadas
al proceso de independencia del hijo (RUTTER, 1980). Que los hijos se vayan de
casa y el momento que eligen para hacerlo, varía mucho entre las diferentes
sociedades. En el Reino Unido, y en gran medida por razones económicas, se ha
producido un progresivo aumento del tiempo que los hijos permanecen en casa
con su familia. Sin embargo, en muchas familias de las sociedades occidentales,
los hijos dejan físicamente la casa entre los veinte y los treinta años. Pero incluso
cuando siguen en casa de los padres se suelen producir cambios importantes en
la organización de la familia. DOWLING y cols. (2005) hablan de los cambios que
se producen en la vida familiar por el hecho de que uno o más hijos adultos
sigan viviendo en casa con sus padres ya mayores, y dicen que se habla menos
de esta serie de circunstancias que, por ejemplo, del propio hecho de
independizarse los hijos. Para las familias, la marcha física de los hijos marca una
importante puntuación de las relaciones de apego de la familia. El hecho puede
representar una crisis para la pareja de padres, en especial para aquellas que se
han distanciado mutuamente, ya que ahora han de enfrentarse a su alejamiento
y al hecho de que ya no pueden confiar en el hijo para satisfacer sus
necesidades emocionales. Si los hijos, como Kathy, han estado muy implicados
en la relación de sus padres su marcha de casa puede ser difícil. Un peligro es
que se aborte el intento de irse, por ejemplo, porque el hijo desarrolle un grave
trastorno emocional. En el caso de Kathy fue un trastorno alimentario —la
anorexia nerviosa— lo que supuso que fuera emocional y físicamente vulnerable.
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Una tarea fundamental para los padres es la de animar y preparar al joven para
su progresiva independencia como ciudadano adulto y, a la vez, transmitir la idea
de que no le están empujando prematuramente a que se independice. El
pensamiento sobre el apego identifica claramente la autonomía y la dependencia
como las dos caras de una misma moneda del apego: la cuestión evolutiva y
relativa al ciclo de vida es cómo equilibrar emocionalmente estas necesidades,
exigencias y obligaciones, de forma que permitan al joven ocupar su sitio en la
sociedad. HALEY (1973) empleaba la evocadora expresión de “destetar a los
padres de los hijos” para subrayar las dificultades con que los padres se
encuentran en esta fase. Algunos pueden tener también un profundo sentimiento
de pérdida, de que ha concluido esta parte de su vida, y tal vez se lamenten de
no haber dedicado a sus hijos el tiempo que hubieran querido. Nos encontramos
con padres que empiezan a quejarse del mucho tiempo que les robó el trabajo a
expensas del que dedicaron a sus hijos. Por otro lado, el padre o la madre que
se ha quedado en casa puede preocuparse sobre cómo emplear ahora su vida
para que siga siendo útil y productiva. Esto daría oportunidades creativas de
nuevos estudios, afianzar la formación y nuevas actividades, entre ellas la de
seguir con el rol de cuidador con sus familiares mayores o sus nietos, pero
también sería una fuente de ansiedad sobre qué hacer en el futuro. Además,
algunos padres, como en el caso anterior de Kathy, dirán que en realidad han
seguido juntos solo por los hijos, y no obstante siguen estándolo, generando a
veces en los hijos el sentimiento de haber sido utilizados sin necesidad en los
conflictos de los padres. Otra posibilidad es que la pareja se separe y la reacción
de los hijos ante la angustia y la soledad de los padres sea la de implicarse más
e incluso volver a vivir con uno de ellos para cuidar de sus necesidades de
apego.
La jubilación y la vejez
En el Capítulo VII nos ocupamos de la pérdida y el dolor por el fallecimiento
de un ser querido. Pero también la jubilación conllevará importantes cambios en
el apego de la familia. La pareja puede haber organizado su vida laboral de
forma que uno de ellos o ambos pasen una parte importante de su vida en el
lugar de trabajo. La jubilación supondrá el fin de muchas de estas relaciones
condicionadas por el trabajo, y un cambio de roles e incluso una pérdida de
estatus, que en algunos casos puede ser un descanso, pero también implicar un
sentimiento de pérdida y tristeza ante la idea de haber concluido la aportación al
trabajo. Para la pareja es probable que signifique pasar mucho más tiempo
juntos. Habrá que volver a examinar ahora las estrategias de gestión de la
cercanía y la distancia emocionales, y posiblemente habrá que reajustarlas a la
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luz de las nuevas circunstancias. Para algunas parejas, esto significará que se
acerquen más o recuperen la intimidad que tenían en los primeros años. El papel
de los nietos también será importante, de modo que los abuelos pasen más
tiempo con ellos y ayuden a sus propios hijos para que puedan descansar y
tener más tiempo para ellos. Así pues, un mayor apego a los nietos beneficiará a
todos. Al mismo tiempo, las parejas pueden diferir en la preparación que tengan
para esto y para llevarlo a cabo. Por ejemplo, el abuelo o la abuela deseará
dedicar tiempo a sus nietos como forma de evitar tener que dedicárselo al otro.
O uno de los abuelos querrá que el otro le dedique más tiempo, por ejemplo a
unas vacaciones románticas y no a actividades de cuidado de los nietos. Estas
invitaciones amorosas pueden ser fuente de placer o de pavor, y también una
fuente de placer, diversión o incluso vergüenza para los hijos ya mayores.
Las familias en transición: La separación, el divorcio y la vida
en una familia reconstituida
Las familias son sistemas complejos y dinámicos, con miembros que entran y
salen de ellas por nacimiento, adopción, muerte, matrimonio y cohabitación. La
adaptación y el ajuste resultan determinantes para que los grupos familiares
mantengan el equilibrio en medio de las muchas necesidades de cambio interno
y externo. En este apartado nos centramos en los efectos de los procesos de
separación, divorcio y nuevo matrimonio tanto para las personas adultas como
para los hijos. Aunque estas experiencias pueden ser motivo de alivio y
seguridad, una fuente de felicidad y una oportunidad de mejora económica etc.,
nuestra intención es ayudar a articular las experiencias de pérdida que estos
procesos conllevan, pues puede ocurrir que se niegue la existencia de una
pérdida, o que esté oculta o enmascarada. Por ejemplo, desde la perspectiva del
apego, el final del matrimonio indicará una pérdida de conexión y/o pérdida de
anteriores esperanzas y del futuro deseado. En el caso de los hijos, pueden estar
doliéndose aún de la pérdida del padre o la madre que ya no vive con ellos,
mientras que el que se ha ido de casa, se siente feliz por haber encontrado otra
pareja. Todo esto genera la posibilidad de que los miembros de la familia vivan
diferentes experiencias de pérdida en distintos momentos, y si la pérdida no se
puede reconocer de forma directa, se corre el riesgo de que se muestre de
formas veladas que propiciarán interpretaciones manifiestamente equivocadas,
por ejemplo, problemas conductuales en los hijos.
Las seis estaciones del divorcio
BOHANNAN (1970) habla de seis estaciones del divorcio, para referirse a los
70
procesos de múltiples capas que se dan en la separación y el divorcio, para los
diferentes miembros del sistema familiar, y durante un prolongado período. Su
esquema ayuda a descomponer las complejidades de la pérdida, la toma de
decisiones, y las consecuencias relacionales de las acciones, de forma que se
mitiga todo lo que “se da por supuesto”, y nos mantiene en un trabajo
culturalmente sintonizado:
1. El divorcio emocional. Es el proceso por el que el matrimonio/la pareja
pierde su sentido, para uno de sus miembros o para los dos. Puede llevar
años produciéndose, en grado distinto para cada persona, o puede
aparecérsele por sorpresa a una de ellas, y si hay hijos, lo habrán
observado. No nos sorprende que muchos hijos, después del divorcio de
sus padres, alberguen durante años el deseo de que se unan de nuevo
(VISHER y VISHER, 1985). También afecta de forma especial a los hijos la
complejidad que les supone la decisión de su padre o su madre de unirse
a otra pareja, algo que para el padre será motivo de alegría, pero el hijo
sigue doliéndose de la pérdida de la “familia”. Cuando el divorcio es
tormentoso y el hijo nota que no se le permite hablar bien de su padre o
su madre, ni del afecto que siente por uno de ellos, en presencia del otro,
su sentimiento de lealtad dividida, y su incapacidad de complacer a
ninguno de los dos en estas circunstancias, puede provocar un
retraimiento emocional o un paso al acto a nivel conductual.
2. El divorcio comunitario. Es el proceso por el que amigos y familiares
toman partido por uno de los miembros de la pareja, y el otro pierde el
contacto con una serie de personas que podrían darle apoyo; o por el que
la persona que se va de la casa familiar, normalmente el padre, tiene que
cambiar de barrio para encontrar una casa que se pueda permitir, con lo
que inmediatamente pierde el contacto con su antiguo vecindario. A
veces, el divorcio de una pareja puede suponer una amenaza para otra,
que se ve obligada a pensar en las posibles grietas de su propia relación,
y así se diría que algunos amigos simplemente “desaparecen”. Los
familiares pueden desaprobar el divorcio y, a consecuencia de esto,
distanciarse a nivel emocional. Todas estas posibilidades se pueden juntar
y dejar a los divorciados y separados expuestos y solos en un momento
en que el apoyo social y las relaciones que den confianza son aún de
mayor trascendencia.
3. El divorcio psíquico. Se refiere al proceso de adaptación y acomodación al
rol y el estatus de persona “soltera”, después de haber depositado en la
pareja cierto sentido de la propia identidad.
4. El divorcio económico. Durante el divorcio y la separación, hay que tomar
71
muchas decisiones de índole económica sobre la asignación de recursos y
la atención de los hijos. Por ejemplo, la venta de la vivienda familiar para
obtener dos separadas puede suponer mudarse del lugar de residencia,
con múltiples transiciones para los hijos, como las de cambio de escuela,
de amigos y actividades, en un momento en que han de adaptarse a la
pérdida de uno de los padres, que se va a vivir a otro sitio.
5. El divorcio legal. Las condiciones legales de la concesión del divorcio, o la
escenificación de la separación. En estos tiempos en que en Occidente
prevalecen las leyes de divorcio en donde no se culpa a ninguno de los
dos implicados, puede ser menor la humillación pública de que se le
achaque a uno la conducta que provocó la “ruptura” del matrimonio, pero
en el ámbito privado observamos la misma dinámica de pérdida, herida,
humillación y sueños rotos, junto a la posibilidad de alivio y seguridad si
el matrimonio era inseguro. Para los hijos, que pueden verse atrapados en
las continuas disputas de los padres en la “batalla” por el contacto y la
custodia, el dilema de la lealtad dividida plantea una grave crisis evolutiva,
para la que muchas veces no disponen de recursos personales con los
que entender y gestionar el impacto de los conflictos (BLOW y DANIEL,
2002).
6. El divorcio coparental. Se refiere a las decisiones sobre los hijos, por
ejemplo, dónde van a vivir, quién va a cuidar de ellos, cómo van a tener
contacto con el padre y la madre, etc.
Cada una de las fases del divorcio y la separación obliga a tareas de duelo y
tristeza a todos los de la casa y al resto de la familia. El esquema de BOHANNAN
advierte de la posibilidad de que los diferentes miembros de la familia vivan
experiencias distintas de pérdida y pena en momentos y de formas distintas, y
de las dificultades que se plantearán cuando un miembro de la familia espera que
los demás reaccionen como él lo hace.
El divorcio y la separación
En muchas familias —casi un tercio de las del Reino Unido—, el padre, la
madre o ambos han pasado por un divorcio o una separación. Esto significa que
también muchos hijos los han vivido en su familia. El divorcio puede representar
una de las mayores perturbaciones del apego para las familias y los hijos. Va
precedido a menudo de discusiones, conflictos y en algunos casos violencia, algo
que los hijos, y con frecuencia también los padres, vivirán como una experiencia
aterradora. Para el hijo supone miedo y ansiedad, porque ve a sus padres
enfadados, intranquilos y descentrados. Al mismo tiempo, tendrá miedo de
72
perder a uno de los dos, o a ambos, le angustiará pensar adónde y con quién se
va a ir a vivir, cómo va a afrontar el cambio, etc. En algunos casos, lo verá desde
una perspectiva positiva porque confía en que así se acaben la tensión y las
peleas de que ha sido testigo.
Se suponía que se iban a separar el año pasado por estas fechas, tenían todos los papeles del
divorcio y me sentía muy triste, y luego cambiaron de opinión, y me siento como si... me estuvieran
mareando.
(Kathy.)
Los hijos, como en el caso anterior de Kathy, también se pueden sentir
aliviados por no tener que seguir ocupando la posición de mensajeros de sus
padres y poder llevar su propia vida. Sin embargo, ocurre a menudo que en el
proceso del divorcio los hijos se ven empujados a tomar partido:
Me hacían daño porque se aprovechaban... y me decían... que les contara todo lo malo del otro. Y
yo me sentaba y pensaba que tenía la mitad de cada una de esas dos personas, que se odiaban
mutuamente y que quizás también me odiaran. Nunca sabía por quién decidirme...
(Kathy.)
Como ocurre en todas estas fases del ciclo vital, también se pueden producir
reorganizaciones positivas. Por ejemplo, algunos hijos desarrollan un sentido de
la independencia, aprenden a servirse de sus amistades con mayor franqueza y,
en algunos casos, a entablar relaciones más estrechas con el padre y con la
madre. Lo habitual es que en todo este período los padres estén distraídos a
nivel emocional y tengan menor capacidad de ser figuras de apego para sus
hijos. En ocasiones, estos desarrollan un rol de mayor contenido parental y
cuidan de sus padres (BYNG-HALL, 1995).
Otra posibilidad menos documentada es que los hijos también aprendan a
confiar en sus hermanos y que estas relaciones se fortalezcan, en realidad, los
hermanos pueden convertirse en figuras de apego mutuo (DOWLING y GORELL
BARNES, 1999). En un estudio de investigación sobre cómo afrontan el divorcio
los hermanos (ABBEY y DALLOS, 2004) vimos que estos hablaban a menudo de
cambios en sus relaciones mutuas, de forma que se unían más. En algunos
casos, también se veían obligados a tomar partido, y unos lo hacían por el padre,
y otros por la madre. Aunque no se unieran más necesariamente, parecía que los
hijos estaban de acuerdo con esta división, y reconocían que tanto el padre
como la madre necesitaban que se les “cuidara”. Cómo se produzca esto varía
con la edad de los hijos, y puede cambiar también después del divorcio. Por
ejemplo, hay a su vez una tendencia a que los hijos tomen la decisión (DOWLING
y GORELL BARNES, 1999) de cortar las relaciones con el padre o la madre después
del divorcio porque se hace emocionalmente difícil seguir gestionando las
73
tensiones entre uno y otra.
El nuevo matrimonio o pareja
El proceso de transición del divorcio implica a veces pasar de vivir con los dos
padres a hacerlo con solo uno de ellos, o de vivir en una casa donde no reside
uno de los padres a hacerlo con uno que se ha vuelto a casar, con todas las
combinaciones posibles de estas transiciones, y las consiguientes implicaciones
para el desarrollo de apegos seguros dentro de los agrupamientos familiares.
Ocurre a menudo después del divorcio que uno o ambos padres se vuelven a
casar o inician una relación permanente. Antes de esto puede haber relaciones
más breves, que a los hijos les puedan ser difíciles por miedo a vivir de nuevo
los mismos problemas, y porque quieren mantener la paz de la familia y la
cercanía emocional con los padres. Para muchos padres, estas exploraciones y el
asentamiento final pueden significar una relativa distracción emocional las
necesidades de sus hijos. Por ejemplo, al enamorarse de otra persona se sentirán
felices y apasionados, pero sin ser conscientes de que se preocupan más de ellos
mismos que de los hijos. Una situación que es especialmente difícil para éstos,
pues ya han vivido una época de perturbación y la posible indisponibilidad de sus
padres que les llevó al divorcio. Para los adolescentes pueden surgir a su vez
incómodas tensiones por el hecho de que entran en la sexualidad y ven a sus
padres como si estuvieran “en venta”, buscando pareja, y con actitudes más
manifiestamente sexuales de lo que era habitual en la familia original. El padre
distraído con sus propios romances puede llegar a recurrir a su hijo para que le
ayude a regular sus propios sentimientos, altibajos, dudas, celos, etc., en lugar
de estar emocionalmente disponible para su hijo y centrado en él.
Cuando la nueva pareja entra en la familia se inicia un período intenso de
cambio y adaptación emocionales, para los que puede haber una preparación, o
producirse de forma relativamente repentina. Los hijos se encuentran con que
han de compartir su casa y su padre o su madre con una nueva pareja, que
quizás también tenga hijos de una relación anterior. El padre o la madre confiará
en que sus hijos se encariñen con su nueva pareja, pero habrá toda una
diversidad de sentimientos encontrados. Es posible, por ejemplo, que los hijos se
quejen de que alguien se haya entrometido en su vida, culpen a la nueva pareja
de la desaparición de su familia, le reprochen que acapare la atención de su
padre o madre, no se sientan queridos por la nueva pareja, etc. También puede
ocurrir que se requieran ciertas protecciones, por ejemplo, el sentimiento de una
adecuada distancia emocional entre el padrastro y su hijastra adolescente.
Las familias se verán obligadas a aprender a renegociar los nuevos y complejos
roles de apego. Por ejemplo, ¿el padrastro o la madrastra deben ser figuras de
74
apego sustitutas o adoptar un rol más distante, como el del tío o el amigo? En el
caso de la madrastra se puede generar toda una serie de expectativas de género,
en el sentido de que va a ser la “madre” de los hijos de su pareja. Ocurre a
menudo que los padrastros se sienten culpables de que los hijos de su pareja no
disfruten de la relación con el padre o la madre que ha desaparecido de escena,
o de que el contacto con ellos sea mínimo. El nuevo padre o madre se enfrenta a
multitud de dilemas emocionales: tal vez piense que los hijos le reprochan que
no sea tan “bueno”, amable, cariñoso, atento ni inteligente como su padre
biológico. Por otro lado, también ellos se pueden sentir rechazados por ser de
algún modo mejores que el padre que no vive en la casa, circunstancia que
entristece a los hijos por las carencias de éste. Al nuevo padre o madre también
le puede ser difícil afrontar el hecho de que los hijos sigan apegados a un padre
aparentemente irresponsable y despreocupado, cuando ellos, por el contrario,
ponen todo su empeño en estar siempre a su disposición.
No conviene subestimar la complejidad que vivir en una familia reconstituida y
desenvolverse en estas circunstancias evolutivas tiene para los hijos y los padres.
Un resumen de algunas de las implicaciones de apego para las familias
reconstituidas sería el siguiente:
Los hijos y uno de los padres han tenido una relación más prolongada
que la de la nueva pareja, que es la relación más nueva del sistema
familiar, con implicaciones para la lealtad y la fuerza de los vínculos de
apego: en lo que a éste se refiere, el padrastro o madrastra ha de
aprender todo lo relativo a la intimidad, el ritmo y la historia de las
relaciones entre padre/madre e hijos.
Para muchos miembros de la familia, la nueva familia se ha forjado y
formado a través de la pérdida: por la separación o la muerte, con la
posible pérdida de la esperanza, de los sueños, tal vez de la comunidad si
hay que mudarse y, para los hijos, la pérdida muy real del contacto
cotidiano con el padre o la madre que no vive con ellos. Así pues,
mientras la nueva pareja goza de su recién hallada relación, los hijos tal
vez vivan una experiencia de duelo, casi como si la mayor parte del
tiempo estuvieran añorando a alguien.
La nueva relación de pareja puede haber estado precedida de un período
de monoparentalidad, en el que uno o más de los hijos asumieran mayor
responsabilidad y/o fueran el confidente del padre o la madre: lo más
probable es que tal disposición se desbarate con la llegada de la nueva
pareja, y los hijos querrán o no querrán renunciar a esos roles y
responsabilidades.
Los miembros de la nueva pareja traen a la familia tradiciones de sus
75
experiencias anteriores que se deben acomodar y adaptar, en el sentido,
por ejemplo, de cómo se van a celebrar los rituales familiares y culturales,
o de qué es lo que se va a comer que más guste a todos. En la familia
ensamblada, pues, se juntan más tradiciones.
En muchos casos, los hijos son miembros de dos familias, y necesitan
ayuda para entender y poder cumplir las diferentes normas y las formas
de estar en cada casa.
Existe muy poca relación legal (por no decir ninguna) entre el padrastro o
la madrastra y los hijastros, a menos que los adopten.
Las fases del ciclo de vida de la familia reconstituida pueden no ser
coherentes. Por ejemplo, un hombre mayor con hijos de una relación
anterior se puede casar con una mujer joven sin experiencia de cuidar a
los hijos, de modo que una y otros se encuentren con que entre ellos no
hay brecha generacional alguna; y es posible que ella quiera tener sus
propios hijos, pero su pareja, mayor, no.
Así pues, al trabajar con familias en transición, hay que prestar atención a
cómo se ayuda a las personas a adaptarse a los procesos de pérdida y duelo, a
cómo desarrollan la resiliencia y formas de afrontamiento, a cómo interpretan sus
experiencias y las de los demás, y a cómo negocian el conflicto y la diferencia en
el mejor interés de todos los miembros de la familia, en unos momentos en que
los sentimientos pueden estar a flor de piel. Como hemos señalado a lo largo del
capítulo, las fases de transición son a la vez retos y oportunidades de cambio:
creemos que hay que entender estos períodos como momentos en que los
cambios emocionales son también fundamentales, pues son cambios de la
naturaleza de las conexiones entre los miembros de la familia, y también del
mundo interior de cada persona de la familia. En este capítulo no hemos ofrecido
un marco de TNA sobre cómo tratar estos cambios, sino que aportamos esta
prolífica exposición como posible marco en el que considerar los cambios que las
familias deben realizar. Creemos que hablar explícitamente con las familias de
éstos en sus conexiones emocionales puede ayudar mucho al trabajo del que
hablamos en los distintos capítulos de este libro, algo que se puede aplicar
también a una amplia variedad de circunstancias, tareas y problemas familiares.
76
CAPÍTULO IV
La regulación de los sentimientos
La agresividad, el TDAH y la violencia familiar
Nuestro propósito en este capítulo es observar cómo gestionan las personas su
ansiedad y sus sentimientos profundos y negativos. Muchos problemas graves
van asociados a dificultades relativas a la regulación de los sentimientos, por
ejemplo, diversas formas de ansiedad y miedo, incluidos tipos concretos de fobia
y depresión, problemas de gestión del enfado y la agresividad (los llamados
“trastornos de conducta”) y problemas de violencia familiar. También es posible
que uno de los problemas de la infancia que más se diagnostican, el trastorno de
déficit de atención con hiperactividad (TDAH), tenga que ver con la regulación de
los sentimientos. La teoría de apego se ocupa fundamentalmente de cómo los
hijos aprenden, con la ayuda de sus padres, a gestionar sus sentimientos y a
tranquilizarse cuando se sienten irremediablemente inquietos, por lo que
conviene considerar con mayor detalle de qué modo nos pueda esclarecer la
interpretación que hagamos de los problemas anteriores. De hecho, desde la
perspectiva de la teoría del apego, muchos tipos de problemas interpersonales se
pueden entender como problemas de regulación de los sentimientos. No
obstante, en este capítulo nos limitaremos al trabajo con problemas en que el
proceso regulador emocional parece que es fundamental, concretamente, la
agresividad y la violencia, los trastornos del estado de ánimo, y la hiperactividad.
Hablaremos de la regulación emocional en general y de manera más concreta
nos centraremos en la teoría del apego como un modelo de cómo los niños
desarrollan habilidades para gestionar sus sentimientos. Analizaremos los
problemas de déficit de atención/hiperactividad y de agresividad. Por último,
hablaremos de los problemas de violencia en las relaciones íntimas adultas y de
los efectos intergeneracionales en los hijos.
Los patrones de apego
La teoría del apego se puede entender fundamentalmente como una teoría de
la regulación emocional: cuando el niño tiene miedo, está inquieto o ansioso, se
77
dirige a los padres en busca de protección y seguridad. El consuelo de éstos da
seguridad, y como tal tiene un valor para la supervivencia, pero también ayuda al
hijo a aprender a gestionar sus sentimientos. Se considera que la reacción de los
padres a los signos de desazón y ansiedad que les llegan del hijo configura los
patrones de regulación emocional de éste. Para el niño, sus primeras reacciones
son conductas o estrategias de apego primarias con las que intenta directamente
conseguir la seguridad y la protección de los cuidadores. A medida que se hace
mayor, se va haciendo capaz no solo de reaccionar a las figuras de apoyo, sino
de representarlas interiormente y representar sus relaciones con ellas. Con el
desarrollo de este “modelo de funcionamiento” del apego, el niño es capaz de
emplear “estrategias de apego secundarias”. Fundamentalmente son dos los
principales tipos de patrones que aparecen: el seguro y el inseguro. A los
inseguros se los ha llamado evitativos/despreciativos, y ansiosos/ambivalentes.
Los patrones evitativos/despreciativos
Si los niños a lo largo del tiempo tienen la experiencia de que sus padres o
cuidadores no serán receptivos a los signos de desazón o las exigencias de
consuelo, y de que posiblemente sean incluso punitivos ante ellos, la
consecuencia puede ser que el niño desarrolle una estrategia de desactivación
con la que intente bloquear el sistema emocional. Este patrón aparece cuando
buscar la ayuda de los demás se considera una opción inviable y se intenta
reducir el riesgo de frustración o de mayor inquietud por el hecho de que la
figura de apego sea inaccesible. Se señala que la persona generaliza esta
estrategia para distanciarse de cualquier forma de malestar, tenga relación o no
con el apego. Implica una desatención activa a los sucesos amenazadores y a las
vulnerabilidades personales, además de la supresión de los pensamientos y
recuerdos que puedan provocar ansiedad. Si este tipo de estrategia no funciona,
por ejemplo, si, por asociación, se despierta inesperadamente un recuerdo
doloroso, entonces se suprimen o reprimen activamente los pensamientos. En
general, la estrategia también implica alejarse de las relaciones estrechas,
suprimir los recuerdos negativos dolorosos, incapacidad para reconocer los
sentimientos negativos, y negación de los miedos básicos. Se produce una
creencia progresiva en la necesidad de la autoconfianza, que puede favorecer una
negación de las vulnerabilidades de la propia persona. Al contrario de lo que
ocurre con las estrategias de hiperactividad, el mundo interior de la persona
puede estar perfectamente ordenado, pero será un desierto emocional vacío de
toda la mezcolanza de sentimientos, necesidades, ansiedad y otras personas
significativas.
78
Los patrones ansiosos/ambivalentes
En este caso, lo más probable es que los padres se hayan comportado de
forma incoherente e imprevisible en lo que se refiere a su reacción a los signos
de angustia del niño y sus demandas de consuelo. Por consiguiente, es posible
que el hijo mantenga unas manifestaciones excesivas de inquietud y emoción,
pues sabe que al final se les prestará atención. Los niños dicen a veces que
prefieren una atención negativa a que se les ignore. Esto puede significar
también que otras características del entorno puedan asociarse con las
ansiedades y el miedo, ya que el niño permanece en un estado de inquietud
durante largos períodos. Este patrón también incita al niño a ser hipervigilante
para tener la máxima posibilidad de cualquier tipo de atención y cuidado en el
momento en que estén disponibles. En un contexto de incertidumbre, la única
predicción fiable puede ser la propia manifestación de emociones del niño: si
lloro, me enfado y me pongo exigente, acabarán por atender mis necesidades.
Sin embargo, el llanto y las exigencias pueden generar a su vez reacciones de
enfado en los padres, que con su “¡cállate!” provocarán en el hijo mayor
inquietud y enfado.
Hay un proceso que se autointensifica por el que la persona está crónicamente
absorta en los posibles signos de desaprobación, la disminución del interés o el
miedo al posible abandono. Con la adquisición del lenguaje, es probable que los
diálogos interiores se saturen de una visión pesimista del mundo, los demás y los
posibles resultados negativos. También puede haber una idea negativa de
reaccionar con enojo a las traiciones imaginadas de los demás. La activación de
las preocupaciones relacionadas con el apego se puede producir incluso cuando
no existe una auténtica amenaza exterior.
Las estrategias de hiperactividad generan un ciclo de inquietud que se autointensifica, en el que la
activación del sistema de apego crónico interfiere con la ocupación en actividades no relacionadas
con el apego, y hace probable que las nuevas fuentes de malestar se unan a las antiguas, y así se
genere una arquitectura mental caótica e indiferenciada.
(MIKULINCER y cols., 2003, pág. 85.)
Lo importante es que estas dos estrategias inseguras implican que las
necesidades de apego sigan ocupando una gran parte del pensamiento y la
experiencia del niño (KOBAK y COLE, 1994). En efecto, ambos tipos de estrategia
hacen que el niño esté distraído por los apegos y se pueda ocupar menos en
otras actividades. En particular, lo más probable es que provoquen que el niño se
quede atrapado en un bucle de continua lucha por evitar o conseguir el cuidado.
En los patrones seguros, el niño experimenta una respuesta sistemática de los
padres, que le dan el consuelo y la seguridad que les pide, de modo que puede
prever cognitivamente la conducta de los padres y expresar sus sentimientos.
79
Esto abre la posibilidad de que poco a poco el niño vaya sabiendo utilizar la
información para prever los acontecimientos, y también emplear un mayor
repertorio de sentimientos, incluidos los positivos. También puede significar que
sea capaz de considerar que las situaciones son seguras, y que los contextos
nuevos le inquieten menos. Es probable que su experiencia haya sido que
cualquier ansiedad que su exploración de situaciones nuevas haya podido
desencadenar va seguida sistemáticamente del consuelo del padre, la madre o el
cuidador.
Las estrategias de apego como filtro de nuestras experiencias
Las estrategias de apego influyen en cómo reaccionan cognitivamente las
personas a las experiencias emocionales tanto negativas como positivas. Se han
hecho varios estudios en los que se intentaba manipular los sentimientos de los
participantes para ver cómo incidía en sus estilos de apego. Por ejemplo, en un
estudio experimental (PEREG, 2001) se pedía a las personas que leyeran un relato
angustioso de un accidente de tráfico, o una explicación neutral del ensamblaje
de las piezas de un juego. A continuación, se les pedía que hicieran una relación
de las causas de un acto negativo en una relación, por ejemplo: “tu pareja
desvela algo que querías que se mantuviera en secreto”. Los participantes que
mostraban estrategias de hiperactividad (patrones ansiosos/ambivalentes)
recordaban más titulares negativos y veían el problema de la relación desde la
perspectiva de unas causas más generales y duraderas. A los participantes con
estrategias de desactivación no les influía el acto negativo inducido. Sin embargo,
las dos estrategias seguras recordaban más titulares positivos y veían el
problema de la relación desde la perspectiva de causas menos generales y
duraderas. MIKULINCER y cols. (2003, pág. 88) señalan algunos aspectos
importantes de los estudios de este tipo:
Una cosa importante es que tales descubrimientos indicaban que las estrategias de hiperactividad
acababan por atribuir, de forma sesgada y negativa, a uno de los miembros de la pareja efectos de
los que no era la causa. Es decir, se pueden desencadenar cogniciones negativas sobre una de las
dos personas de la relación no solo cuando una se comporta de forma que amenace a ésta, sino
también cuando el afecto negativo procede de otras fuentes irrelevantes para la relación.
Estas conclusiones coinciden con muchas investigaciones y pruebas clínicas,
por ejemplo, en casos de violencia doméstica en los que parece que un miembro
de la pareja preocupado y asustado alberga pensamientos negativos y de recelo
sin que éstos espondan a ninguna acción manifiesta del otro miembro (DUTTON,
2003). El mismo interés tienen las conclusiones sobre las diferencias referentes a
la influencia de las experiencias emocionales positivas. MIKULINCER y SHEFTI (2000)
descubrieron que la inducción de sentimientos negativos podía propiciar una
80
resolución creativa de problemas en personas clasificadas como seguras, y no
producía efecto alguno en las clasificadas como evitativas. De todos modos,
resulta interesante el hecho de que la inducción de un humor positivo podía
entorpecer la resolución de problemas en las personas clasificadas como
ansiosas/ambivalentes. Parece que las personas que muestran un estilo evitativo,
o de desactivación, ignoran por igual los sentimientos negativos y positivos, y
cierran la oportunidad de desarrollar una conciencia de los sentimientos. En
cambio, en las personas de estrategias ansiosas y de hiperactividad, tanto los
pensamientos negativos como los positivos pueden activar sentimientos
negativos. Es muy probable que los sentimientos positivos desencadenen el
recuerdo de que en el pasado muchos de estos mismos sentimientos acabaron
de forma dolorosa o en un profundo resentimiento contra los desaciertos de los
padres. Una realidad que también coincide con la experiencia clínica, donde, por
ejemplo, los recuerdos de tiempos más positivos pueden producir sentimientos
angustiosos. Lo mismo puede ocurrir en parte con las predicciones negativas
sobre el futuro: la idea o la realidad de que la vida seguirá en su trayectoria de
infelicidad. Por ejemplo, Kathy, la muchacha a la que se diagnosticó un trastorno
alimentario y de la que hablábamos en el Capítulo II, decía que “había una
fotografía en que estábamos mi madre y yo cuando yo era pequeña, abrazadas.
Y de niña miraba la imagen y lloraba mucho porque pensaba que mi madre era
mayor que la mayoría de los padres y que se iba a morir pronto”.
De la autorregulación a la regulación conjunta de los
sentimientos
Las conductas de búsqueda de apego son manifiestas no solo en la infancia,
sino a lo largo de toda nuestra vida. La teoría del apego señala que hay patrones
de cómo aprenden los niños a esperar que se les cuide cuando se sienten
ansiosos o angustiados. En sentido más general, lo podemos entender como la
necesidad que todos tenemos de confiar en que los demás nos van a ayudar y
consolar en los momentos no solo de peligro físico, sino también en los de
malestar emocional. A medida que el niño se va haciendo mayor, estas figuras de
apego pueden pasar a ser personas ajenas a la familia más inmediata, por
ejemplo, los amigos y, más tarde, las parejas emocionales y sexuales y, quizás
cada vez más para algunas personas, los orientadores y terapeutas.
La capacidad de utilizar a otras personas para gestionar nuestros sentimientos
está estrechamente relacionada con los estilos de apego. MIKULINCER y cols.
(2003) añaden que el modelo de funcionamiento del desarrollo del niño tiene
dos aspectos: el conocimiento declarativo, que es un conjunto de creencias o
expectativas que encarna su capacidad de confiar en los demás —el grado de
81
confianza que tiene en la buena voluntad de los demás y en su propia capacidad
de gestionar la angustia—, y el conocimiento procedimental, lo que el niño
aprende a hacer. Se considera que el segundo incluye estar dispuesto a mostrar
el miedo y el malestar a los demás, buscar apoyo en ellos y emplearse en la
resolución de problemas para aliviarlos. Las personas relativamente seguras han
descubierto que suelen ser capaces de afrontar ellas solas los problemas, pero
que recurrir a los demás las puede ayudar a hacerlo en caso de necesidad. Es
muy posible que inherente a todo esto haya un ciclo positivo, ya que estas
creencias permiten una mayor exploración y diversión con los demás y, a su vez,
cuidar de ellos además de ser cuidado. Esto ayuda a construir un sentimiento de
competencia y confianza, y a desarrollar más aún la autorregulación de las
capacidades y un sentimiento de autonomía. Estas personas saben decidir
cuándo ser autónomas y cuándo pedir ayuda. A diferencia, por ejemplo, de las
de estilo de apego evitativo, no se sienten empujadas a tratar siempre de
resolver su desazón solas. Así lo dice Kathy, de forma conmovedora:
Nadie. No contaba con nadie... Iba a papá y me decía: “No seas tonta y vuelve a la cama”, y tenía
que volver a la cama. Y después ya no me molestaba en recurrir a él. Me lo tragaba todo y no daba la
lata a nadie.
La exposición de Kathy da la impresión de que ha decidido que la mejor
estrategia es guardárselo todo para ella y no esperar ayuda de nadie.
La dependencia y la independencia
Las diferentes estrategias de apego se pueden entender como un continuo,
uno de cuyos extremos es la independencia, donde el niño poco a poco descubre
que nunca debe depender de los demás —una forma de autoconfianza
compulsiva—, y el otro, un angustioso enredo con los demás. Los estilos
equilibrados o seguros de apego se observan cuando la persona sabe encontrar
la forma de manejar sola sus sentimientos y también recurrir a los demás para
que la ayuden a procesarlos. El niño va pasando de la necesidad inicial de confiar
en gran medida en los padres y cuidadores para que le ayuden a manejar sus
sentimientos, a llegar a consolarse y sosegarse solo. Aprenderá a hacerlo sin
ayuda de nadie y a decidir cuándo y cómo implicar a los demás en esa gestión
cuando sea necesario. Como veíamos antes, el niño desarrolla estrategias
secundarias cuando la auténtica figura de apoyo no está físicamente disponible, y
una parte de esto supone desarrollar representaciones interiores de nuestras
figuras de apoyo y recurrir a ellas:
A medida que la persona adquiere experiencia y avanza cognitivamente, cada vez es mayor la
parte de la función de mejorar la seguridad de la figura de apego que se puede “interiorizar” y pasar
82
a formar parte de una fortaleza y una resiliencia personales. En la madurez, la cuestión de las figuras
de apego teóricas se convierte en una cuestión de adecuación de los recursos interiores y exteriores
relacionados con el apego para afrontar el estrés. En muchos casos, es probable que los recursos
interiores sean suficientes, pero cuando no lo son, la persona con una historia de apego seguro
quiere y puede depender de figuras de apoyo reales que la ayuden.
(MIKULINCER y cols., 2003, págs, 82-83.)
MIKULINCER y cols. (2003) señalan que las situaciones que suponen una
amenaza para los sentimientos, entre ellas, por ejemplo, incluso la experiencia de
leer palabras amenazadoras, despiertan pensamientos relacionados con el apego.
Y a continuación dicen que interiorizamos los roles de nuestras figuras de apego,
y pasamos a aplicarnos lo que recordamos que ellas hicieron en el pasado. Esto
puede significar que imaginemos su actitud en una situación, y lo que harían o
dirían para que nos sintiéramos mejor.
SHAVER y MIKULINCER (2002) indican que los niños pasan de una corregulación
de sus sentimientos a la capacidad de gestionarlos en parte ellos mismos
mediante tres procesos relacionados, el primero de los cuales es la exploración.
Cuando el niño se da cuenta de que es seguro aventurarse a salir al mundo, se
expone a nuevas experiencias y puede descubrir que sabe desenvolverse solo, e
incluso que es capaz de ayudar a los demás con sus sentimientos. El segundo
proceso se describe como una expansión del yo. Cuando un adulto consuela al
niño, las reacciones del primero se sincronizan con las necesidades del segundo.
Esto propiciaría un sentimiento de contacto, de estar juntos y de experimentar al
adulto como parte de uno mismo. Las fuerzas y competencias del adulto se
incorporan así al sentido del yo. Esto puede incluir cómo está emocionalmente el
padre o la madre, cómo afrontan la resolución de problemas y lo que dicen. Por
último, se señala que el niño también es capaz de interiorizar o imitar las
acciones del adulto, por ejemplo, su forma de felicitarle, aprobar y celebrar sus
acciones y sus éxitos. El niño puede pasar a imaginar o repetir en su mente lo
que los padres u otra figura de apoyo le hayan dicho. Cuando estos procesos se
producen de forma positiva, el niño se puede desarrollar con confianza y
capacidad para regular sus propios sentimientos (Figura 4.1.).
83
Figura 4.1. Procesos del desarrollo de la autorregulación de los sentimientos.
¿Pero qué ocurre cuando estos tres procesos no se producen de forma
constructiva? MIKULINCER y cols. (2003) proponen una posible explicación fenomenológica, y señalan que el niño puede sentir dos tipos distintos de dolor
mental. Uno deriva de la insatisfacción de sus necesidades de apego y de su
fracaso en mantenerse próximo a la figura de apego. El segundo es la sensación
del niño de que es incapaz de trabajar junto con la figura de apego en el
tratamiento de la angustia y la ansiedad. En un primer estado de ánimo, la
proximidad de la figura de apego se siente como no gratificante o incluso
punitiva, de modo que el niño teme el castigo si en el futuro busca la atención.
El padre o la madre pueden adoptar diversas conductas que fomenten este
sentimiento, por ejemplo, la desatención sistemática, las amenazas de castigo
por mostrar sentimientos negativos, experiencias de maltrato traumáticas cuando
el niño busca la cercanía, o mensajes explícitos o implícitos que estimulen la
autodependencia y prohíban la expresión de necesidad o la vulnerabilidad. La
figura de apoyo y la proximidad a ella, en vez de ser una fuente de consuelo, se
pueden convertir en las principales fuentes de amenaza. En este caso, el niño
llega a pensar que solo él puede regular sus sentimientos, y que no puede
confiar en los demás.
MIKULINCER y cols. (2003), en cambio, sostienen que, cuando el niño siente que
la incoherencia y el entrometimiento le dejan sin recursos y vulnerable, y que ha
de poner mayor empeño para obtener de la figura de apoyo la protección y
consuelo que necesita, desarrolla un estado de ánimo diferente. En este caso, la
distancia de esa figura se siente como perturbadora. Entre las conductas del
cuidador pueden estar la incoherencia, el entrometimiento y el bloqueo de la
84
autonomía, los mensajes implícitos o explícitos que destaquen la incompetencia,
la vulnerabilidad y la inutilidad del niño, y las experiencias traumáticas o de
malos tratos cuando se separa al niño de la figura de apoyo. La perspectiva de
tener que gestionar sus sentimientos en soledad se percibe, pues, como algo
aterrador, y el niño se encuentra solo e indefenso. En este caso, es previsible que
el niño piense que no podrá desenvolverse por sí mismo y que no cuenta con
ninguna ayuda, pero también se sentirá enfadado si no puede contar con el
padre o la madre para que le ayuden a esclarecer lo que siente por ellos.
Los problemas de atención/hiperactividad y agresividad
Una de las condiciones clínicas más extendidas que parece afectar a los niños,
y que cada vez más se diagnostica a los adultos, está relacionada con la
hiperactividad y la incapacidad de mantenerse atento y concentrado en tareas y
actividades, y con los trastornos de conducta. Además, aunque son varias las
diagnosis de esta condición, también existe la tendencia a verlas relacionadas.
Se han conceptualizado una serie de síntomas que configuran un particular
síndrome o trastorno: el trastorno de déficit de atención con hiperactividad
(TDAH). Se dice que, en el Reino Unido, un porcentaje considerable de escolares
de entre 3 y 9 años tienen este trastorno (NICE, 2006) (y un 1% de ellos con
síntomas graves), una población que puede ocupar alrededor del 15% del
trabajo de los Servicios de Salud Mental del Niño y del Adolescente (CAMHS).
Hay sustanciales diferencias de género, de modo que el diagnóstico de base
clínica es nueve veces superior en los niños que en las niñas, aunque se observa
que, en términos generales, la diferencia es solo de entre dos y cuatro veces
(NICE, 2006). Una diferencia que va asociada a sesgos referenciales, que
seguramente tienen que ver con la posibilidad de que se considere que las
características del TDAH son aspectos más claros del comportamiento del varón,
y no del de la mujer.
Dos son los elementos que definen la condición:
Déficit de atención: a estos niños o adultos les es difícil prestar atención a
su actividad, organizarse el trabajo, terminar una tarea, o seguir una
conversación o unas instrucciones. También se distraen fácilmente u
olvidan detalles de tareas rutinarias, son proclives a perder cosas, y no
parece que les gusten tareas que exijan un esfuerzo mental.
Hiperactividad-impulsividad: estos niños o adultos son, en general,
extremadamente activos y resulta difícil conseguir que se estén quietos o
que dejen de hablar, y juegan y hablan mucho. Los niños más pequeños
corren, saltan, trepan por cualquier sitio y hacen ruido, y suelen
85
interrumpir a los demás y quitarles cosas. También les cuesta seguir un
turno al hablar o en las actividades, y escuchar las explicaciones. Son,
además, más propensos a sufrir accidentes y heridas.
Algunos niños reúnen ambos grupos de características, los criterios
diagnósticos incluyen que los síntomas han de estar presentes más de seis
meses y en más de un enclave social, por ejemplo, en casa y en la escuela.
Para realizar el diagnóstico se utilizan diversos tipos de evaluación, pero la más
extendida son las escalas de valoración para escuelas y padres de CONNERS
(Parent and School Rating Scales) (CONNERS y cols., 1998). El test señala que
estos niños suelen mostrar cambios de humor rápidos y drásticos y “arrebatos de
mal genio, una conducta explosiva e impredecible”. En particular, es posible que
esto último haya llevado a los padres a pensar que el comportamiento airado,
grosero, disruptivo, peligroso o violento pueda ser indicativo del trastorno. Un
problema fundamental, como en otras muchas condiciones diagnósticas, es que
puede haber otras circunstancias que agraven la situación. En concreto, muchos
niños de los que se atienden en los CAMHS (Child and Adolescent Mental Health
Services) también muestran signos de condiciones traumáticas. Por ejemplo, los
que han sufrido violencia doméstica o han sido testigos de ella también pueden
mostrar síntomas de déficit de atención, incapacidad de concentrarse y episodios
inesperados de mal humor (VETERE y COOPER, 2005).
Hoy son muchos y acalorados los debates sobre si el TDAH es, o en qué
medida podría ser, una forma de enfermedad que tenga una base biológica o de
personalidad (SCHORE, 1994; ROY y cols., 2004; NICE, 2006). También resulta
considerable la polémica sobre uno de los aspectos esenciales del tratamiento
actual, que consiste en el uso de metilfenidato (Rubifén o Ritalina), un
tratamiento rápido y efectivo. Su uso se ha multiplicado, por ejemplo, en 1998
se extendieron 220.000 recetas de metilfenidato y dexanfetamina, una cifra que
en 2004 se había cuadruplicado (NICE, 2006). Sin embargo, se han ido
acumulando pruebas de que estos fármacos no son efectivos para todos los
niños a los que se les diagnostica el trastorno y a largo plazo, los efectos pueden
ser insignificantes, y, en el caso de Ritalin se habla del peligro de que se
produzca una sustancial disminución del ritmo de crecimiento (JENSEN, 2007;
SWANSON y cols., 2007). También se reconoce que, como ocurre con muchos
trastornos, se producen efectos secundarios, como la de que los niños
desarrollen una depresión o una baja autoestima, fruto en parte de la
retroalimentación negativa que sobre sus síntomas les llegan de sus iguales y
profesores.
El cuadro clínico es bastante complejo y confuso. No solo existe una tendencia
cada vez mayor a ver en este diagnóstico problemas de agresividad, sino que
86
puede haber un solapamiento con trastornos de estrés postraumático y los
efectos que en los niños produce contemplar una violencia doméstica continuada
(SCHORE, 1994; SPATZ-WISDOM, 2007; VETERE y COOPER, 2006). Los niños que han
sufrido abusos físicos o sexuales, el abandono emocional, la exposición a
contextos familiares espantosos, la violencia doméstica o de otro tipo, o
alteraciones repetidas de la vida familiar debido a separaciones de los padres o a
períodos de internamiento en instituciones, también muestran muchas
características de las conductas que se incluyen en el diagnóstico del TDAH. En
consecuencia, en la exposición clínica que sigue tratamos esta condición como un
amplio espectro de problemas de regulación emocional. Nos centramos en el
término TDAH porque muchas familias viven las consecuencias de tal diagnóstico
y lo utilizan para entender esta condición, y con la esperanza de obtener ayuda
para aliviar y solucionar sus problemas.
Implicaciones para la terapia: Una formulación del apego
No queremos entrar en debates inútiles sobre la medida en que los problemas
asociados al TDAH tienen una base orgánica, en oposición a una base social.
Puede ser que haya componentes biológicos o incluso una predisposición, por
ejemplo, un elevado nivel de activación que favorezca un mayor grado de
inquietud y la necesidad de actividad en algunos niños. Sin embargo, tal vez
convenga adoptar una perspectiva más amplia para contemplar la posibilidad
alternativa de que algunas conductas etiquetadas como “TDAH” puedan ser un
patrón de conducta aprendido (WIENER, 2007), que esté influido también por la
naturaleza de los patrones de apego del contexto familiar o social del niño (LEWIS
y cols., 2007). Posiblemente, fueron patrones de conducta similares los que
BOWLBY (1979) reconoció por primera vez en niños que habían vivido internados.
Decía que eran niños con repetidos fracasos educativos, disruptivos, envueltos en
ocasiones en actividades delictivas, faltos de autocontrol y de la capacidad de
inhibir sus acciones ante la posibilidad de consecuencias negativas. Un estudio
reciente (LEWIS y cols., 2007) avala estas conclusiones iniciales, concretamente la
de que los niños adoptados que habían vivido la inestabilidad eran más
propensos a tener dificultades en una tarea en que se medía la inhibición, y a su
vez mostraban más conductas oposicionistas.
Desde la perspectiva de la teoría del apego también habría dos
conceptualizaciones relacionadas de las conductas que se describen con la
diagnosis de TDAH. En primer lugar, se pueden entender como características
ilustrativas de estrategias de apego ansiosas-ambivalentes. En segundo lugar, se
pueden entender como ilustrativas de características de las estrategias de apego
extremas o “desorganizadas”, donde el niño ha vivido las figuras de apego como
87
confusas, contradictorias y aterradoras (para una explicación más detallada,
véase el Capítulo II, pág. 13).
Los patrones ansiosos-ambivalentes
Como decíamos antes en este capítulo, en estos tipos de interacciones
familiares, lo más probable es que la experiencia del niño haya sido la de unos
padres imprevisibles, a veces inaccesibles, y en otros momentos entrometidos y
perturbadores de los intentos del hijo de actuar con autonomía. En este sentido,
sería significativo que las tasas de TDAH fueran superiores en los niños,
circunstancia que se puede especular que está relacionada con dos tipos de
patrones ansiosos-ambivalentes. Uno es el del niño que adopta una actitud
pasiva e irremediable, con la que parece que, ante el entrometimiento y las
interferencias de los padres, abandona los intentos de ser autónomo. Así, el
llanto persistente, el herirse a sí mismo, el fracaso en las tareas y la búsqueda,
con ello, de la ayuda de los padres, pueden ser una forma de atraer la atención
emocional. En muchas culturas, sin embargo, puede ser un patrón más aceptable
para las niñas. En oposición a este polo ansioso de los patrones de apego
ambivalentes, está el patrón agresivo coercitivo, al parecer más común en los
niños. Es probable que éste conlleve actividades coactivas: gritar, romper cosas,
agredir y, en general, provocar (PATTERSON y cols., 1989). Una parte importante
de los ciclos interaccionales de las familias puede ser que los padres, con el
tiempo, se habitúan a estas actividades y provocan un gradual agravamiento de
las conductas. Cuando los padres se ven envueltos en estos patrones con sus
hijos, lo habitual es que hablen de un fuerte sentimiento de confusión e incluso
de impotencia. Las descripciones de este tipo de peleas inútiles e inacabables son
comunes en los padres de hijos con un diagnóstico, o una sospecha, de TDAH.
De hecho, muchos de los que acuden a los CAMHS parece que desean que exista
el TDAH, para así entender el comportamiento de su hijo.
En la terapia sistémica, estos patrones se han descrito también como
“enredados”: dado que la separación entre los padres y el hijo es ambigua, y
parece que las acciones, los sentimientos y los pensamientos de unos y otro
están entrelazados (MINUCHIN, 1974). Es posible que a los niños con estos
patrones les haya sido difícil pasar a una mayor autorregulación de su afecto. En
cambio, los niños de patrones evitativos han descubierto que solo pueden confiar
en ellos mismos para gestionar sus sentimientos. A los que muestran patrones
ansiosos-ambivalentes, la perspectiva de tener que gestionar sus propios miedos
y angustias les puede provocar una gran ansiedad, algo que podrá parecer
extraño, ya que algunos niños muestran ataques airados a sus padres y un
manifiesto rechazo hacia ellos. Sin embargo, todo esto, a su vez, puede provocar
88
al principio una reacción furiosa de los padres, y en muchos casos el fracaso de
estos en mantener una postura clara frente a posibles capitulaciones ante las
exigencias del hijo. En efecto, uno y otros se pueden ver mutuamente atrapados
en un torbellino en el que se hace muy difícil desarrollar y emplear información
sobre las causas y las consecuencias de los sucesos. En su lugar, ambos acaban
por confiar en la información emocional, el enojo, la impotencia, la ansiedad y la
desazón para manejar su relación.
Esta realidad implica, a su vez, un elevado grado de excitación, como es
habitual en los patrones de apego hiperactivos, y un control vigilante de los
estados emocionales de los padres y los demás. Estos niños pueden emplear un
lenguaje menos desarrollado, ya que su experiencia ha sido que el lenguaje es
menos útil para la predicción de lo que vaya a suceder, pues sus padres muchas
veces no son coherentes con lo que dicen de palabra. Además, cuando los niños
quedan atrapados en ciclos de interacciones de alta carga emocional con sus
padres, se les hace cada vez más difícil procesar cognitivamente los sucesos y, en
consecuencia, igualmente complicado emplear un lenguaje que les ayude a
entender e integrar los diversos aspectos de sus experiencias. Una realidad
importante es, además, que los niños necesitan desarrollar mediante las
conversaciones con sus padres la capacidad de tranquilizarse a sí mismo a través
de las conversaciones interiores. Como VYGOTSKY (1962) explicaba, un aspecto
esencial del desarrollo es la capacidad de utilizar el habla interior para regular
nuestras acciones y nuestros sentimientos. En los patrones de apego ansiososevitativos, no parece que el habla interior se desarrolle de forma eficiente. Al
contrario, el niño permanece enredado con sus padres, muchas veces en
conversaciones de gran carga emocional y cada vez más ásperas, que pueden ser
ataques de airadas acusaciones y contraacusaciones, o una dependencia
pegajosa y angustiada de los padres para que le ayuden a gestionar sus
sentimientos. En ambos casos, el niño desarrolla el sentimiento de que tal
gestión no es ante todo responsabilidad suya, sino de sus padres o de otras
personas: ”tú tienes la culpa de que me sienta así”. La Figura 4.2 muestra un
ejemplo básico de este solapamiento de los yoes de la familia según los
diferentes patrones. En los patrones complejos y “desorganizados” puede haber
una alternancia entre el patrón ansioso-ambivalente y el evitativo, de modo que
el niño pasa de sentirse abandonado y rechazado, a sentirse invadido y
emocionalmente enredado con sus padres.
Crear una base segura
En nuestra experiencia clínica, vemos que muchas familias en cierto sentido
han establecido una relación con la diagnosis como una forma parcial de
89
construir cierta sensación de seguridad ante la agitación que los síntomas que se
describen como TDAH pueden generar. Hablan a menudo de una sensación de
caos, de fracaso, de desesperación e incluso de peligro. Dicen con frecuencia del
hijo que es extremadamente exigente, agresivo, descontrolado e incapaz de
desenvolverse en situaciones que no sean las de casa: en la escuela y con los
amigos. También explican los padres que parece que todo lo que intentan no
hace sino empeorar las cosas. Se encuentran muchas veces en un estado de
oscilación entre explicaciones de las conductas de su hijo como obstinadas,
destructivas y de ataque personal a ellos o, si no, como signos de algún tipo de
enfermedad. Una solución habitual que también se intenta en muchas familias es
probar a utilizar algún tipo de estrategias conductuales. Hay sobre el tema
muchos libros de autoayuda y programas de televisión, como Super Nany, que
utilizan una mezcla de ideas conductistas, evolutivas, psicológicas y, en algunos
casos, sistémicas. Sin embargo, una de las técnicas fundamentales que atrapa la
atención de muchas familias es la de una forma de extinción que se describe
como el “mal paso”. Es la idea de que no se toleran ni recompensan de ningún
modo las “malas” conductas, que quedan perfectamente señaladas con el
alejamiento del niño a un espacio aislado y silencioso de la casa.
Lamentablemente, este tipo de estrategias conductuales, si no se producen en un
marco terapéutico más amplio, suelen ser contraproducentes y causan aún mayor
enojo al niño. Este marco más amplio, por ejemplo, la necesidad de coherencia
de los padres, una respuesta sosegada al niño, unos objetivos y parámetros
claros, un uso del lenguaje que ayude al niño a prever los acontecimientos, etc.,
se puede perder con el uso emocional y reactivo de estas técnicas de “tiempo
fuera” o aislamiento del niño. Además, los padres se quedarían en el nivel de
descripción de las conductas, en lugar de intentar conectar con el mundo interior
del niño: sus intenciones, necesidades, angustias y deseos (HUGHES, 2007).
90
Figura 4.2 Patrones de autorregulación.
Dado este contexto de prolongada experiencia de caos, desazón, enfado y
frustración, junto con la sensación de que se han probado los planteamientos
psicológicos y han fracasado, se entiende que las familias piensen que los
problemas de su hijo son una enfermedad. También se ha visto que tales
diagnósticos pueden producir un efecto beneficioso para los miembros de la
familia, por lo menos a corto plazo. Por ejemplo, permiten que los padres no se
sientan culpables, y eximen al pequeño de la responsabilidad de sus actos, pues
se considera que está “enfermo”. Sin embargo, los padres dicen (LLOYD y DALLOS,
2006) que los aparentes beneficios pueden mermar cuando se dan cuenta de
que algunos de los aspectos más negativos de su hijo tienen su propia etiqueta
psicológica. Por ejemplo, en un estudio (inédito) que realizamos, las madres
decían que sus hijos empezaban a sentirse marginados en la escuela, como
extraños y “chiflados” dependientes del Ritalin, y que acababan por hacerse a la
idea de que ellos deberían tomar medicación el resto de su vida, y cosas
parecidas.
Muchas familias pueden tener un sentimiento de pérdida: sienten que han
perdido un hijo que estaba bien y sano, y aceptan el hecho de que tiene un
91
problema importante que puede arrastrar toda la vida. Asimismo, el niño
experimenta una sensación de pérdida de su infancia y de la normalidad. A
muchos les molesta tener que tomar medicamentos y quieren ser “normales”
como sus amigos. Algunos hablan también de que la medicación hace que se
sientan apartados de su auténtico yo, en una especie de camisa de fuerza
química.
Algunas familias aceptan el diagnóstico pero llega un momento en que la
medicación deja de ser efectiva, y pueden reaccionar de diversas formas. Por
ejemplo, algunas piensan que hay que aumentar la medicación o recurrir a otros
fármacos más fuertes. Otras culpan al niño por no haber tomado la medicación
como debía y con ello haber anulado sus efectos. Otras pueden enfadarse aún
más con el hijo, porque, ante los hechos, consideran que el problema no era
médico, sino culpa de la forma de ser del niño.
Con lo difícil que para padres e hijos ha sido hablar de sus sentimientos y
gestionarlos juntos, es improbable que se procesen estas angustias adicionales.
También podemos considerar los patrones de apego de los padres. Una
posibilidad es que también tengan un historial de síntomas del tipo TDAH. Un
ejemplo conmovedor es el de un padre que nos contaba que de pequeño estaba
tan descontrolado, que llegó un momento en que sus padres lo ataban a una
piedra grande del jardín. Sin embargo, los patrones intergeneracionales son
complejos, por lo que no estamos planteando una simple forma de transmisión
transgeneracional, sino que señalamos algunos patrones que hemos observado:
Como en el caso anterior, los propios padres hablan de una infancia en
que tuvieron problemas similares. No es raro que se describan como
faltos de control emocional y de capacidad de autorregularse y
autososegarse.
Los padres pueden pensar que de niños se les controlaba en exceso y no
se les permitía expresar sus sentimientos. De ahí que quizás sigan un
“guión correctivo” con el que se proponen dejar a sus hijos más espacio
para que manifiesten sus sentimientos, hasta el punto de que tal actitud
sea un problema, porque al hijo le puede confundir que, por una parte, se
le estimule a que exprese lo que siente pero, por otra, los padres se
enfaden y reaccionen mal cuando lo hace o, si no, se muestren pasivos e
incapaces de establecer unos límites claros. Lo último puede ir unido a
una incoherencia entre lo que los padres dicen explícitamente —está bien
mostrar sentimientos negativos— e implícitamente, que realmente están
enfadaos y dolidos aunque lo nieguen.
Otra posibilidad es que los padres hayan vivido en su infancia unos
traumas que les generen mayor ansiedad, enfado y miedo ante las
92
muestras de enojo del hijo. Como veremos en los Capítulos VI y VII, esto
puede producir un profundo sentimiento de ansiedad y confusión en el
niño, y una tendencia a intentar controlar y vigilar extremadamente a sus
padres, para poder prever sus cambios de humor y amoldarse a ellos.
En esta fase, el terapeuta puede tener en cuenta estas posibles dinámicas
familiares como alternativa o complemento de los diagnósticos médicos. Pero lo
más probable es que un elemento esencial de la construcción de una base segura
con las familias sea encontrar la forma de poder trabajar junto con los
procedimientos de etiquetado. En algunos casos, las familias no han recibido un
diagnóstico de TDAH y, en consecuencia, sienten que los servicios de salud
mental las han defraudado, por lo que la terapia familiar puede tener para ellas
algo de ofensa, o pueden pensar que es una forma de convencerlas de que el
problema no es médico, sino que tiene que ver con las relaciones familiares. Sin
embargo, el procedimiento de etiquetaje es en general una característica
especialmente importante del trabajo con el TDAH, en el sentido de que el
proceso de diagnóstico pueda empezar tan pronto para tantos niños. Como
terapeutas podemos sentir cierta tristeza, o incluso enfado, porque se empiece a
medicar o etiquetar a niños tan pequeños. Una consecuencia es que el terapeuta
vea en los padres a sus antagonistas. Por ejemplo, podemos empezar a
simpatizar con el niño y a ofendernos por la insistencia de los padres en buscar
una base médica del problema. Un marco de apego nos recuerda que la
impaciencia y el enfado de los padres tienen inevitablemente otra cara de
vulnerabilidad y desazón. En este sentido, puede ser útil pensar lo desesperados,
impotentes y ansiosos que deben sentirse los padres cuando buscan la solución
y/o el alivio de una etiqueta médica para su hijo.
La comunicación franca: Hablar de la relación terapéutica
Puede ser de utilidad hablar de los temas señalados con la familia al principio,
por ejemplo, para averiguar qué piensan del hecho de que se les remitiera a la
terapia. En este contexto, quizás convenga explicar que los profesionales no
poseemos unos conocimientos definitivos sobre si la condición es de algún modo
orgánica, aprendida, debida a sucesos que hayan ocurrido en la familia y en
otros sitios, etc. Con ello la familia podrá manifestar su enfado, por ejemplo,
porque no se les dé un diagnóstico sin preocuparse de que con tal actitud
puedan ofendernos o atacarnos. Cabe esperar que con ello demos la imagen de
que queremos trabajar con ellos, no en su contra. Tal comunicación sobre sus
sentimientos también puede iniciar un proceso por el que se expresen los
sentimientos difíciles sin que se nos escapen del control, sino que conduzcan a
93
algún tipo de integración y de proceso cognitivo. Una buena narrativa general en
esta fase puede ser que, aunque no sepamos claramente la causa de los
síntomas, sí sabemos que, sea una condición médica o no, puede haber formas
de trabajar con la familia para gestionar el problema a diario.
Esta fase de la terapia es extremadamente delicada y requiere un cuidado
especial. Algunas familias, por mucho que digamos o hagamos, pueden estar
convencidas de que el problema es exclusivamente médico y que asistir a la
terapia familiar es una pérdida de tiempo. Pero no quieren decirlo, porque es
todo lo que tienen, o temen perder la ayuda del sistema profesional.
Trabajar con los subsistemas
Puede ser muy útil que todo lo anterior vaya seguido de una indicación de que
nos hemos dado cuenta de que la familia ya ha intentado solucionar antes los
problemas y que ha tenido que batallar con cierta sensación de fracaso. Una
forma de señalar que somos conscientes de esto puede ser la propuesta de
realizar algún trabajo con el niño además del de que vayamos a hacer con los
padres. Según nuestra experiencia, los padres suelen sentirse aliviados cuando
alguien va a intentar ayudar a su hijo, y no se va a limitar a que lo hagan todo
ellos, ni les va a acusar indirectamente de que lo han hecho todo mal. Esta forma
de trabajar también puede significar un equilibrio entre considerar que el
problema está por completo en el hijo o que es predominantemente un problema
familiar. La experiencia nos dice que también puede ser una oportunidad de
aquietar los sentimientos de la familia, y permite que tanto el hijo como los
padres reciban apoyo y consuelo: el cuidado del equipo de terapia.
Es posible también que al hijo y a los padres les sea más fácil reconocer sus
debilidades, su sensación de herida, pérdida y tristeza por lo que ha pasado y lo
que le ha sucedido en la familia. En las sesiones con los padres y el hijo puede
haber a menudo el peligro de prolongar la catalogación de las acciones del niño.
Estas descripciones pueden estar teñidas de cólera y confusión por parte de los
padres, y de un silencio hosco y airado por la del niño. Más difícil es, en esta
fase, determinar en qué medida unos y otro están tristes por la situación, desean
cambiarla, y temen el rechazo.
Cuando están solos, los padres y el niño suelen hablar de forma muy distinta a
cuando están juntos. Por ejemplo, los padres muchas veces tienen mayor
capacidad de comentar lo que valoran en el niño y de lo tristes que se sienten
por la incapacidad de éste de aprovechar todo su potencial. Paradójicamente,
parece a menudo que los padres piensan que compartir estos sentimientos más
suaves con su hijo va a molestarle. Trabajar con los subsistemas también nos
permite actuar de traductores para los miembros de la familia. Por ejemplo,
94
nosotros solemos acabar la sesión con una puesta en común de toda la familia,
para que sirva de retroalimentación a los padres y al niño sobre lo que han
hablado. Esto da oportunidad de destacar algunas de esas debilidades y empezar
a pensar si puede haber alguna forma de construir sobre estos puntos de
conexión.
Analizar los problemas
Es importante no dejar de comprobar la naturaleza de las conceptualizaciones
sobre las causas de los problemas. CRITTENDEN (2005) describe uno de los estilos
narrativos asociados con los patrones ansiosos-ambivalentes como una forma de
pensamiento reduccionista. Las personas viven la complejidad emocional de los
sucesos y las relaciones pero han desarrollado unas formas relativamente
polarizadas de ver los problemas. Como decíamos antes, lo habitual es que se
trate fundamentalmente de una idea de “enfermedad” médica, frente a una idea
del niño como “malo” o malevolente hacia los padres. Este contraste puede
reflejar las experiencias de apego de la infancia de los propios padres, de manera
que sus patrones de apego encarnen una forma de narrativa que busca reducir la
complejidad cognitiva, carece de integración y reflexión, y se centra en las
respuestas emocionales. Sin embargo, y además, todo esto puede reflejar las
tensiones y polarizaciones más amplias de los discursos profesionales.
Una estrategia de especial importancia es ayudar a las familias a desarrollar
una comunicación y una dinámica más cognitivas y reflexivas, en oposición a
otros estilos emocionalmente reactivos. Nos podemos centrar, por tanto, en
técnicas u orientaciones que ayuden a “enfriar” los sentimientos y estimulen los
procesos cognitivos, por ejemplo, la consideración de las conexiones causales y
temporales de la conducta. Para ello puede servir el uso de diversas técnicas
visuales, como los genogramas, la cronología o línea del tiempo (mostrar cuándo
se produjeron los sucesos) o el mapeado de las circularidades o los patrones de
las interacciones de la familia, para derivar las que se consideran normas de
conducta aceptables. Es importante señalar que para ello se necesita también
considerar la capacidad de los miembros de la familia de empatizar mutuamente
o de entender sus respectivas opiniones. El uso de preguntas empáticas puede
servir para avanzar hacia una conciencia de las creencias y las intenciones de
cada uno, frente a procesos reactivos y de impulso emocional. Para que tal
avance sea más fácil, es útil servirse de papel o pizarra donde mapear las
creencias y posturas de los miembros de la familia (Figura 4.3). Por ejemplo,
podemos dibujar distintas dimensiones para considerar el grado en que los
miembros de la familia comparten los diversos aspectos del problema. Con ello
podemos introducir cierto humor, por ejemplo, incorporar al terapeuta o a los
95
miembros del equipo para transmitir la idea de que no se culpa a nadie.
Figura 4.3. Gradación de los problemas entre los miembros de la familia.
En las exploraciones iniciales, nos es muy útil mapear el contexto profesional
en que está inmersa la familia. Suele desvelar la preponderancia de profesionales
de la medicina, por ejemplo, médicos, pediatras, psiquiatras y personal de
enfermería. Sin embargo, en nuestro caso, quienes más abogan por un modelo
médico pueden ser parientes y amigos que han descubierto o han oído decir que
el diagnóstico y la medicación van muy bien. Esta consideración de los sistemas
profesional y social que rodean a la familia (Figura 4.4) puede llevar a hablar de
distintas explicaciones, aunque en esta fase debemos tener cuidado de no hacer
que la familia piense que les cuestionamos sus creencias sin ningún motivo.
Al dibujar un mapa de los sistemas profesionales en que la familia está situada
también podemos iniciar una conversación sobre cómo quiere la familia que el
equipo de la terapia se ponga en contacto y comunique con los diferentes
grupos profesionales. Hemos observado que muchas familias no tienen muy
claras las funciones de los distintos grupos y agentes profesionales, y pueden
pensar que se les están dando consejos contradictorios. Debemos explicar bien
cómo nos vamos a comunicar con estos distintos profesionales y agentes para
evitar que las familias se angustien entre los diferentes sistemas y, en general,
para propiciar dentro de ellas un proceso de reacciones planificadas, no reactivas.
En realidad, las ayudamos a desenvolverse en toda la red de profesionales y su
funcionamiento, con la esperanza de favorecer unas relaciones de trabajo más
cooperativas.
96
Figura 4.4. Mapeado de los sistemas profesionales y sociales.
Junto a este mapeado y análisis, podemos dibujar el genograma de la familia
para analizar a los otros miembros, la vida de las personas que la integran, y si
alguien más de la familia ha tenido problemas similares. Una buena manera
puede ser preguntar a quién se parece el niño. Se suele descubrir que el padre, la
madre o algún pariente lejano, el “tío Jim”, eran “igualitos” que el niño a su edad.
Esto puede ayudar a desarrollar y fomentar un relato sobre cómo estos
problemas pueden cambiar y mejorar a medida que el niño madura. También se
puede empezar por introducir una terminología menos médica, por ejemplo,
buscando a alguien de la familia que sea particularmente activo, fuerte,
despierto, bullicioso, inquieto, curioso, como el niño.
Todas estas conversaciones conectan también con una exploración de la
diferencia entre ser activo como problema (TDAH) y lo que podría constituir un
comportamiento activo e inquieto normal en un niño de esa edad, y las
correspondientes expectativas de género sobre la conducta de los niños (Figura
4.5). Una vez más, hay que tener cuidado de que no parezca que nos
enfrentamos a la familia, sino que empezamos a desmontar las narrativas
polarizadas de que el niño o está “enfermo” o es “malo”. Al hablar de todo esto a
veces se produce un relato espontáneo sobre algún miembro de la familia al que
se le identificaron problemas similares por los que se le tenía por problemático
pero, al recordarlo ahora, se observa que parte de lo que hacía se consideraba
normal. En algunos casos, esto lleva a que el padre, la madre o ambos desvelen
que estaban angustiados por si el hijo fuera a seguir sus pasos y, por ejemplo,
no terminara los estudios básicos con éxito, le distrajeran otras actividades, no
tuviera unos estudios superiores o no consiguiera encontrar trabajo. Estos
97
guiones correctivos pueden confundir al niño, en especial si recibe con ellos un
mensaje incoherente, por ejemplo, de que su padre es un hombre muy activo
que tiene poco tiempo para estar tranquilo y, sin embargo, apremia a su hijo en
esta dirección. Otra posibilidad es que los padres muestren unas creencias
diferentes y contradictorias sobre el valor de los estudios, y se centren en la
atención y la perseverancia en las tareas. Muchas veces los padres reconocen que
procuran trabajar en equipo y el niño ha aprendido a aprovecharse de ellos, o
uno de ellos habla de agotamiento, de que no cuenta con nadie que le ayude y
le “releve”.
Con este tipo de charlas se pueden ampliar las zonas comunes para que el
TDAH tenga menos atadas sus vidas, pues se da paso a narrativas de algún
modo menos médicas y menos saturadas de problemas. Una actitud que también
encaja con la idea de exteriorizar los problemas y fijarse en los que el TDAH les
ha creado a todos ellos.
Figura 4.5 Mapeado del solapamiento de las conductas “problemáticas” y las “normales”.
También puede ser útil analizar el entorno de la familia, cómo hacen las cosas
sus miembros, si participan en actividades compartidas y agradables, y en qué
centran su atención. Por ejemplo, algunas familias son extremadamente ruidosas,
y todos se afanan en encontrar algún espacio personal en el que poder estar
tranquilos sin hacer nada. Algunos niños hablan de una batalla permanente con
sus hermanos para proteger sus cosas: juguetes, libros, ropa, DVD, etc., y existe
la sensación de que han de estar alerta a las mutuas intromisiones, lo cual
provoca riñas y alborotos constantes en la familia. También puede haber un
patrón por el que el niño, para que se le oiga o se le atienda, ha de ser quien
más grite o encontrar otra manera de llamar la atención, por ejemplo, hiriéndose
a sí mismo o a los demás, enfadarse, etc. Esta conducta puede ser un patrón
familiar, más que simple o predominantemente un problema del niño, es decir, se
trata de una conducta reforzada porque el niño aprende a conseguir con la
insistencia lo que quiere y necesita. También es importante analizar las
98
actividades a las que se dedica la familia y que requieran una atención
permanente. Algunos ejemplos pueden ser las tareas domésticas que cada
miembro de la familia tenga asignadas, el juego estructurado, o leer antes de
dormir. Es frecuente que este análisis revele, por ejemplo, que los niños dedican
mucho tiempo a videojuegos agresivos, una actividad que suele provocar
excitación y frustración, y casi siempre antes de acostarse, con lo que también se
plantean problemas de sueño. Esto, claro está, puede construir un ciclo de
cansancio, irritabilidad, más discusiones, peleas, castigos de los padres, etc.
En todos estos análisis es esencial tener cuidado de no favorecer una
sensación de fracaso en los padres, y de no poner irremediablemente en cuestión
su idea de que se trata de una enfermedad. Estas conversaciones, por el
contrario, se pueden centrar en analizar de qué forma algunas de estas
cuestiones puedan ser relevantes para gestionar el problema y partir de lo que
funcione, si es que hay algo que lo haga, y una vez dicho y hecho todo, y
cualquiera que sea la causa del problema, hay que seguir viviendo con él.
Considerar las alternativas
En todo este tipo de trabajo es importante verificar con las familias que lo que
hagamos satisface sus necesidades. Dada la extendida creencia de que estos
síntomas son signo de una enfermedad, observamos que las familias en cierto
sentido pueden “recaer” en un marco médico y apartarse de cualquier
consideración de la posibilidad de que el entorno, sus relaciones y otros factores
desempeñen un papel importante en su situación. En esta fase, puede ayudar de
forma especial la comprobación de si la familia está dispuesta a continuar y
analizar de qué forma pueden cambiar la situación por lo menos en cierta
medida. Junto a esto, también podemos indagar si valoran los consejos o las
sugerencias que les podamos hacer. A veces las familias comentan que no
hacemos sino preguntarles una y otra vez, sin ofrecerles nunca alguna sugerencia
de verdad, hasta que pasamos a trabajar con nuestras conclusiones y con
experimentos conductuales.
En esta fase, del análisis de los problemas se puede pasar a observar si ha
habido momentos en que el niño haya estado relativamente libre de problemas:
excepciones. Esto puede desvelar, por ejemplo, que las dificultades se agravan
después de algún suceso familiar, por ejemplo, el divorcio, un incidente de
violencia, una pérdida o el fallecimiento de algún ser querido. Al hablar de todo
esto se puede pasar a hacerlo de los sentimientos y las necesidades de la familia,
y a considerar que los síntomas pueden ser formas de distraerse de sentimientos
subyacentes. En sentido más amplio, esto puede llevar a hablar de cómo
abordan las personas los problemas, las dificultades y las debilidades. Puede
99
haber patrones familiares ocultos, por ejemplo, el de que ante los problemas las
personas se inquieten en exceso, se distraigan y cambien continuamente su
centro de atención. Un hecho importante es que se puede hablar de situaciones
en que los síntomas no son tan insoportables, o en que la familia sabe
procurarse momentos de alivio. Por ejemplo, pueden hablar de momentos en los
que participan en cierta actividad estructurada o juegos familiares, o en que
pueden hablar de cosas que les ayudan a resolver los problemas. Las familias
explican a menudo que el hijo se muestra tranquilo y centrado cuando el padre o
la madre le dedican tiempo a él solo. Una realidad que se suele describir como
un problema del hijo: la necesidad de una atención excesiva y la incapacidad de
tolerar que no se la presten los iguales en la escuela u otros hermanos en casa.
Al buscar estos “hechos extraordinarios” es importante, una vez más, conectar
con la posibilidad de que los padres se sientan ya desanimados y piensen que
han fracasado. De ahí que esta actividad de buscar excepciones se puede
enmarcar como una oportunidad de reunir juntos algunas ideas que puedan
ayudar en la “enfermedad”. Todo ello se puede incorporar después a las
conclusiones de la investigación de que descomponer las tareas en fragmentos
más pequeños, recompensar y elogiar a menudo, y ofrecer descansos frecuentes
y modificar el entorno para que propicie menos la distracción es, todo, de suma
utilidad y, evidentemente, a la conclusión de que los padres necesitan que les
felicitemos y ayudemos. Junto a esto, es importante que los padres intenten
identificar las actividades que puedan interesar al hijo, y no las que le puedan
provocar aversión, aburrimiento y un sentimiento de fracaso. Dedicar cierto
tiempo individual al hijo se puede enmarcar también como una ayuda para
identificar qué necesita el niño y facilitar la comunicación entre él y su padre o su
madre.
También es importante centrarse en historias que sean más esperanzadoras y
que además posibiliten que se suavicen la culpa y el sentimiento de ser acusado,
y las opiniones de los padres sobre su hijo, y viceversa. Conviene que los padres
reconozcan que muchos niños con un diagnóstico de TDAH desarrollan una
autoestima extremadamente baja. La reacción a este sentimiento de fracaso
puede ser exteriorizar el enfado en forma de ataques a sus padres. Es posible
que haya que ayudar a estos a conectar con las vulnerabilidades del hijo, pero lo
peligroso puede ser que se pase entonces de la cólera a una tristeza excesiva, las
lágrimas y muestras de desazón, que en nada ayudan a pasar a un proceso de
menos excitación emocional en la familia. Sin embargo, desarrollar narrativas
referentes a las virtudes y capacidades del niño puede estimular la demostración
de sentimientos más cálidos. Se pueden considerar otras formas de ver las
conductas, por ejemplo, como enérgicas y fogosas, y no como hiperactivas; o
como alertas, y no distraídas; o como entusiastas, y no como pasivas.
100
También se puede hablar de la infancia de los padres y de cómo vivieron la
relación con sus progenitores. Y en ello se puede incluir hablar de qué aspectos
de la conducta de su hijo compartían, si es que compartieron alguno, y de cómo
los resolvieron o los gestionaron. En este sentido, un punto importante puede
ser cómo pasaban sus padres el tiempo cuando estaban con ellos, qué
actividades les gustaba realizar juntos, y cómo les ayudaban a fijarse y
concentrarse en las tareas. En algunos casos, los padres cuentan ejemplos de los
que se puede hablar en relación con los intentos de repetirlos con sus propio
hijos. En muchos casos, los padres no recuerdan actividades de este tipo, y
puede ser útil pensar en escenarios hipotéticos sobre qué hubiera cambiado en
su vida si sus padres hubieran sabido realizar con ellos este tipo de actividades.
Estas conversaciones pueden desvelar también que los padres estuvieron
emocionalmente privados, abandonados, sin nadie que se entretuviera con ellos,
etc. En vez de repetir estos patrones, muchos padres tratan activamente de
resarcirse y hacerlo mejor con sus hijos. Sin embargo, al no haber tenido la
experiencia de unos padres que les apoyaran emocionalmente ni de qué son este
tipo de actividades, les es difícil realizarlas con sus hijos, pese a sus mejores
intenciones.
Mantener el cambio y la integración
Muchas de las familias con las que hemos trabajado muestran un patrón de
abandonar el contacto terapéutico o de inconstancia en la asistencia a las
sesiones. Una realidad, desde luego, que no es exclusiva de este tipo de
problemática, pero que se corresponde con una formulación del apego en que las
familias pueden estar organizadas en torno a un patrón ansioso-ambivalente. Un
aspecto de este patrón puede ser una tendencia a ser emocionalmente reactivo,
de forma que la asistencia de la familia esté impulsada por la crisis y, por
ejemplo, acudan a la terapia cuando los problemas son graves. Con algunas
familias puede ser útil hablar de cómo quieren utilizarnos o cómo desean
terminar su relación terapéutica con nosotros. Una buena estrategia puede ser
proponerles seguir con la intervención, como recurso por si surgieran problemas.
Una proposición que puede encajar en su estrategia emocional general y con la
que, al aceptarla y validarla, también podemos abrirnos la posibilidad de
sugerirles que, aunque los problemas hayan remitido, las reuniones pueden ser
útiles para consolidar los cambios.
También reconocemos que los contextos sociales más amplios, la familia
extensa, los amigos, los medios de comunicación y los sistemas profesionales
pueden retraer a las familias y generar en ellas una idea de contenido más
médico. Entre lo que hablemos con la familia puede haber una reflexión sobre los
101
continuos conflictos que puedan sentir entre una visión médica de los problemas
y otra más psicológica. Puede ser útil volver a nuestro diagrama de los sistemas
profesionales para considerar qué contacto y apoyo desean recibir de los
diferentes sistemas profesionales. Además, podemos preguntarles qué creen que
les convendría que comunicáramos a estos diversos grupos sobre el trabajo que
realizamos con ellos. A veces descubrimos que las familias tienen preocupaciones
muy prácticas, por ejemplo, el deseo de no perder el diagnóstico de TDAH para
poder seguir reclamando las ayudas por discapacidad, o para que el niño pueda
seguir recibiendo apoyo educativo especial como consecuencia del
correspondiente diagnóstico escolar.
Al reflexionar con la familia sobre sus continuas necesidades prácticas, también
podemos encontrar con mayor facilidad algún espacio emocional con ellos para
poder considerar los procesos relacionales y emocionales de la familia y los
beneficios que les ha reportado el trabajo con nosotros. Puede ser muy
importante alguna declaración explícita de cuáles han sido estos beneficios, pues
es posible que algunas familias no hayan integrado nuestras reflexiones en un
marco reflexivo más explícito al que recurrir para abordar problemas futuros. En
concreto, podemos hablar de cuáles creen que serán los retos futuros, y qué
recursos aplicarían de lo que hayamos hecho en las sesiones que les sirva para
tratarlos con mayor efectividad. También pensamos que es muy importante
ofrecer una continuidad del contacto para que podamos ser para ellos un recurso
para hablar de los problemas que surjan, sea en futuras sesiones o, de manera
más informal, mediante el teléfono o el correo electrónico.
Los efectos intergeneracionales de la violencia familiar
La violencia interpersonal, en especial la que experimentan los niños, es la principal causa
individual y prevenible de enfermedad mental. Lo que el tabaco es al resto de la medicina, la violencia
en la primera infancia es a la psiquiatría.
(SCHARFSTEIN, 2006, pág. 2.)
Hasta aquí hemos hablado desde la perspectiva del niño que puede ser
etiquetado y diagnosticado dentro del sistema psiquiátrico, y hemos señalado
que una perspectiva del apego nos ayuda a entender las dificultades del niño, y
nos proporciona un mapa con el que orientarnos para ayudar a las familias a
cambiar sus reacciones mutuas. En este apartado queremos insistir en el impacto
que el trauma continuo produce en los sistemas familiares, y considerar en
particular el dilema evolutivo que se les plantea a los hijos cuando el padre, la
madre, ambos o los cuidadores tienen miedo o lo provocan, e incluso puedan
albergar malas intenciones contra el niño. Cuando los niños o los adultos están
atemorizados ante la pérdida, el abandono, la amenaza y el daño, reales o
102
imaginarios, disminuye su capacidad de procesar las emociones negativas. Pasan
a preocuparse por regular su propia ansiedad y su miedo y pierden voluntad de
leer los signos emocionales y de relación de los demás. En circunstancias más
extremas, cuando los niños sienten una preocupación y un miedo crónicos, es
posible que sean incapaces de estar sentados tranquilos y no soporten hablar de
sus preocupaciones o, aún peor, cabe la posibilidad de que sus cuidadores
quieran hacerles daño. Quizás una forma de resolver este dilema es desvincularse
del sentimiento, o identificarse con el maltratador para dar una falsa sensación
de control.
La violencia familiar se puede definir como cualquier acto u omisión cometidos
en el contexto de la vida familiar que suponga una amenaza o un maltrato a los
demás, por ejemplo, un daño psicológico, físico, sexual, económico o emocional
(Consejo de Europa, 1985). Una definición que, con su énfasis tanto en la acción
como en la omisión, dirige la atención a la seguridad, a cómo aprendemos a
mantenernos y mantener a los demás seguros, al desarrollo de un sentimiento de
derecho a estar y seguir estando seguros, y a lo que ocurre cuando la seguridad
no forma parte de nuestra experiencia vivida. El Department of Health (1995)
calculaba que más de 750.000 niños eran testigos de violencia familiar en
Inglaterra al año. British Crime Survey (Home Office, 1996, 2000) calculaba que
por lo menos un tercio de todos los delitos violentos se producía en el ámbito
familiar, donde las mujeres tenían más probabilidades de sufrir agresiones y
daños por parte de su pareja masculina. MOFFIT y CASPI (1998) estimaban que los
niños eran testigos de más de dos tercios de las agresiones domésticas, y que
los que viven donde existe la violencia doméstica corren entre cuatro y nueve
veces más riesgo de ser agredidos ellos mismos que quienes viven entre adultos
que no se infligen malos tratos. Resumen los riesgos que los niños corren de
desarrollar tanto una interiorización como una exteriorización de problemas y de
mostrar síntomas traumáticos. BROWNE y HERBERT (1997), al hablar desde la
perspectiva del aprendizaje social, resumen así dicho impacto:
Los niños aprenden estilos agresivos de comportamiento.
Los niños aprenden a reprimirse menos y excitarse más ante una
situación de agresión.
Los niños aprenden a desensibilizarse ante la violencia.
Las ideas que tiene el niño sobre la resolución de conflictos se
distorsionan.
Nos parece útil considerar los dilemas conductuales de los niños desde la
perspectiva de la exposición a traumas continuos y los consiguientes problemas
de regulación del afecto, y considerar a los adultos con quienes trabajamos en la
103
terapia como los niños que en su día fueron, de manera que siempre trabajamos
con los legados emocionales intergeneracionales, que en resumen afectan al niño
en:
su
su
su
su
su
su
su
capacidad de confiar en los demás;
capacidad de concentrarse y participar en el aprendizaje;
capacidad de gestionar la ira;
capacidad de regular la emoción y de aprender a autocontrolarse;
capacidad de jugar, explorar y ser curioso;
capacidad de desarrollar un sentimiento de autoestima; y, en general,
desarrollo social y emocional.
El Estudio Dunedin de South Island, en Nueva Zelanda, identificó en su
muestra a un grupo de niños que a los 3 años estuvieron en situación de riesgo,
y los comparó a sus 21 años con los otros jóvenes de la muestra. A los 3 años,
esos niños eran inquietos, negativos y se distraían con facilidad. A los 21, la
mitad de ellos habían maltratado a su pareja, frente a una quinta parte en el
caso de los demás, y se les condenaba por algún delito dos veces y media más
que al otro grupo. En el caso de las mujeres, y en comparación con las del otro
grupo, casi la mitad vivía una relación violenta, y casi un tercio de ellas se
quedaron embarazadas en la adolescencia (SILVA y STANTON, 1996).
El trauma se puede definir como una experiencia excepcional de estímulos
fuertes y peligrosos que inhiben la capacidad del niño de regular sus propios
sentimientos (VAN DER KOLK y cols., 1996). Los niños muestran los mismos signos
de desazón cuando están expuestos a la violencia que cuando la sufren
directamente. Esta conclusión bien comprobada de diversos estudios fue la que
llevó al gobierno británico a ampliar la definición de daño a los niños para incluir
las lesiones sufridas al ver u oír el maltrato infligido a otra persona, en particular
en casa. El Marco Nacional de los Servicios de la Infancia, la Juventud y la
Maternidad (DH y DfES, 2004) expone que la violencia empieza o se agrava
durante el embarazo, y va asociada a una mayor incidencia del aborto
espontáneo, el daño fetal y el parto prematuro.
VETERE y COOPER (2001, 2003, 2005) han escrito profusamente sobre su
trabajo terapéutico con la violencia doméstica. Aquí vamos a subrayar la
importancia de crear un contexto seguro para la práctica terapéutica, y la
necesidad de una metodología para trabajar la seguridad que tanto las familias
como la red de profesionales puedan utilizar como plataforma para la
planificación compartida, la fijación de objetivos y el trabajo colaborativo.
Cuando se sabe o se sospecha que existe violencia doméstica, intervenimos con
la ayuda de un “tercero estable”, para formar un triángulo como nuestra red
104
mínima suficiente para una práctica segura. El tercero estable puede ser la
persona que nos haya remitido a la familia, en especial si es un trabajador social,
o algún adulto de confianza de la comunidad, por ejemplo, el visitante de los
servicios de salud, un dirigente religioso, un abuelo, un trabajador de la
comunidad, etc. El tercero estable se reúne al inicio con nosotros y los padres
para acordar un plan de seguridad, y nos ayuda a monitorizar dicho plan con la
familia. No está presente en todas las sesiones, solo en las que revisamos la
seguridad, con la idea de dar un paso más hacia la rehabilitación o el trabajo
terapéutico. El tercero estable es alguien que conoce a los niños, tiene acceso al
domicilio familiar, y puede corroborar lo que se nos diga relativo a conductas
violentas. También nos ayuda a gestionar la ansiedad de la familia y los sistemas
profesionales por el riesgo de que se repita la violencia.
No nos reunimos con los niños en compañía de los padres/cuidadores hasta
que hacerlo es seguro. Hacemos a los padres responsables de la seguridad de los
hijos, de la de los demás y de la conducta que produzca daño, amenace o
intimide a los otros: deben dar cuenta de todo ello. Al mismo tiempo, recurrimos
a la explicación para esclarecer, ampliar, y reprocesar las experiencias de miedo y
peligro, y normalmente trabajamos con un contrato de no violencia (para una
explicación detallada, véase COOPER y VETERE, 2005). Cuando parece que el
contrato de no violencia funciona, poco a poco pasamos a trabajar
terapéuticamente en torno a la vulnerabilidad emocional y con los legados de
vergüenza, humillación, desengaño, tristeza y miedo que tan a menudo van
asociados a la violencia intergeneracional. Desde la perspectiva del apego, estos
sentimientos se consideran primarios, y muchas veces están ocultos, velados y
negados, mientras que la ira, como el sentimiento secundario ¡es de lo que todos
se dan cuenta y a lo que todos reaccionan!
En cuanto a los adultos de las familias, trabajamos con aquellos cuya violencia
tenga un origen “caliente”, por decirlo de algún modo: el enfado, la frustración, el
resentimiento y sus consiguientes expectativas y legitimidades. No trabajamos
terapéuticamente con adultos que utilicen la violencia de forma fría e impasible,
como instrumento para controlar a los demás. Desarrollamos nuestras terapias de
apego de pareja y familiar para trabajar con personas que muestran cierta
capacidad de empatía. Nuestra responsabilidad como terapeutas es la de ayudar
a las personas a desarrollar más aún esta capacidad y a reaccionar con sintonía
emocional en sus relaciones íntimas. Al evaluar la empatía reconocemos que
cualquiera nos puede decir que sabe que su hijo se puede asustar si, por
ejemplo, se le queda observando. Pero lo que nos interesa es la capacidad de
ponerse en la piel del otro, de eliminar en parte sus propias necesidades
emocionales para apreciar y experimentar las del otro, tanto como sea posible, y
esto implica reconocer que el otro es como nosotros. Se cree que la empatía es
105
el mayor inhibidor individual de la propensión a la violencia (WAVE TRUST, 2005).
Nace de las primeras experiencias de sintonía emocional, por la que la persona
que cuida del niño reacciona emocionalmente a sus necesidades, de forma que
éste se siente comprendido, apoyado y valorado (STERN, 1985; SCHORE, 1994).
Como terapeutas, nos fijamos en cómo hablan las personas de su experiencia
de ira y violencia hacia los demás. Expresiones como: “Perdí el control”, “Me
cegué”, “Paso de cero a cien en segundos” son comunes, y señalan que algunas
personas se encolerizan enseguida, con la consiguiente pérdida de control, y la
sorpresa de los demás. Observamos estas explicaciones, nos detenemos y
aminoramos el ritmo de nuestro trabajo, y animamos a las personas a que
profundicen con nosotros en estas expresiones. También observamos que junto
a estas descripciones de la velocidad de respuesta, otros miembros de la familia
dicen que están todo el día con la sensación de una tensión que no deja de
aumentar. Cuando trabajamos con hombres que han actuado con violencia hacia
los demás, descubrimos muchas veces que tienen muy poca capacidad de
controlar su propia excitación. Parte del trabajo de planificación de la seguridad
que hacemos es ayudarles a aprender a controlar y regular su propio
acaloramiento, y empezar a aprender a sosegarse de forma más constructiva.
Utilizamos algunas ideas cognitivo conductuales sobre la gestión de la ira:
ayudar a las personas a experimentar y prever la acumulación de tensión
en su cuerpo, por ejemplo, la tensión muscular, los cambios en los ritmos
respiratorio y cardíaco, etc.;
ayudarlas a aprender a controlar los mensajes que se da a sí mismo, que
pueden contribuir a que se agrave el conflicto por la reivindicación de
legitimidades, la protección defensiva contra la vergüenza, por ejemplo, al
decir: “¿Cómo se atreve a mirarme así?”, etc.; y
ayudarlas a identificar los desencadenantes de la ira, mediante un
minucioso rastreo del peor episodio de conducta violenta (NOVACO, 1993).
Estos primeros signos de alerta pueden contribuir a planificar la seguridad y el
desarrollo de estrategias de seguridad, por ejemplo, la de recurrir al tiempo fuera.
Es importante lograr el acuerdo de la pareja con el plan de seguridad, pues
hemos observado que muchas mujeres tienen miedo de que los hombres
recurran al tiempo fuera para evitar conversaciones difíciles o importantes, o de
que lo aprovechen para irse y no regresar. Así que nos fijamos en cómo se ponen
de acuerdo y se reconcilian después de un conflicto o una interacción
emocionalmente difícil, en las primeras fases de nuestro trabajo de seguridad, es
posible que lleven el problema al tercero estable, que lo dejen para hablarlo con
nosotros, o que lo lleven a otro adulto de confianza, por ejemplo, un amigo, un
106
pariente o algún responsable religioso.
Según nuestra experiencia, el ensayo de estas estrategias para generar
seguridad es fundamental, pues así es más probable que en futuras situaciones
de acaloramiento las personas las recuerden y las pongan en práctica.
Planificamos qué va a hacer el hombre durante el tiempo fuera: qué hará para
tranquilizarse. Seguimos al detalle su retroalimentación después de que haya
aplicado con éxito una estrategia de seguridad al observar que en la interacción
con su pareja se le agudizaba irremediablemente la excitación: queremos saber
qué notaba al ir tranquilizándose.
Ayudamos a los padres a escuchar a sus hijos, algo que les supone toda una
hazaña cuando ellos mismos pueden estar traumatizados. Oírles hablar de sus
miedos y su inquietud, aprender a hacerlo de forma no defensiva y a aguantar lo
que tengan que decir, a veces requieren una contención y un apoyo terapéuticos
considerables. Y es importante tener en cuenta que todo ello exige que el
terapeuta aguante lo que los niños y los adultos tengan que decir, y que no pase
demasiado deprisa a distraer y consolar, cerrando así la oportunidad de esclarecer,
ampliar y procesar el material traumático.
Los efectos de la exposición a la violencia familiar pueden depender de una
serie de factores no necesariamente relacionados, como la naturaleza de la
violencia, la edad del niño, su familiaridad y dependencia de la víctima o el
maltratador, y las reacciones de la familia extensa y de la comunidad local. Si la
escuela, los vecinos y la familia extensa no guardan silencio ante la violencia, si
se comprometen a ayudar a que ésta no se produzca y a ofrecer a los niños
seguridad, confianza, unas rutinas normales y procedimientos para procesar sus
experiencias, a la larga los niños tienen una experiencia mejor.
La violencia familiar medra en secreto. De modo que cuando observemos en el
niño síntomas somáticos, un juego repetitivo, embotamiento emocional y una
notable incapacidad de tranquilizarse solo, falta de interés por las actividades, un
alto grado de inquietud (movimiento constante y distracción), nuevos temores,
problemas de sueño y/o cambios de conducta, pensemos si la causa de todo
ello, pudieron ser el miedo y la violencia.
107
CAPÍTULO V
El amor y la sexualidad: La terapia sistémica y
las narrativas de apego; aplicaciones a las
parejas
Muchos de los sentimientos más intensos surgen durante la formación, el mantenimiento, la
alteración y la renovación de las relaciones de pareja. La formación de un vínculo afectivo se
describe como enamoramiento; mantener ese vínculo, como amar a alguien; y perder a la pareja,
como llorar a alguien. Asimismo, la amenaza de pérdida provoca ansiedad, y la pérdida real, pena; es
previsible que cualquiera de estas dos situaciones provoque enfado. El mantenimiento de un vínculo
afectivo seguro se siente como una fuente de seguridad, y la renovación de un vínculo, como una
fuente de alegría.
(BOWLBY, 1979, pág. 74.)
En este capítulo analizaremos la relación entre la teoría sistémica y la teoría del
apego en el trabajo con parejas que tienen problemas. El trabajo sistémico con
parejas ha tenido un desarrollo más tardío en el campo de la psicoterapia
sistémica, en comparación con el trabajo con grupos familiares y sistemas de
parientes, y con la aplicación del pensamiento sistémico a los dilemas
organizativos. La teoría sistémica se ha ocupado menos de teorizar sobre el
sentimiento y la experiencia emocional, y en su lugar ha destacado el contexto,
el poder, la circularidad, la retroalimentación, la conexión, el proceso y la
narrativa. En muchos sentidos, el sentimiento y las experiencias emocionales en
las relaciones, han estado implícitas en nuestro trabajo, por ejemplo, en la
interpretación de los efectos de la ansiedad o el enfado en los sistemas
familiares, o el impacto de la pérdida y el trauma, pero quizás hayan estado
menos explícitos como objetivo principal de nuestra atención en nuestras obras
(VETERE y DALLOS, 2003; VETERE y DOWLING, 2005). En toda la literatura
terapéutica de carácter más general ha sido menor el énfasis en la comprensión
de la alegría, la felicidad y la creatividad, en comparación con las experiencias
emocionales más negativas, como la tristeza o la vergüenza. Tal vez no quepa
extrañarse de tal realidad, pues al terapeuta se le pide que ayude a aliviar el
malestar, y necesita entender su origen, los factores que la mantienen, y sus
efectos relacionales. Pero como terapeutas sistémicos necesitamos un mapa que
108
nos ayude a encontrar la forma de que las personas consigan tranquilizarse y
sosegarse a sí mismas y a quienes quieren, a interrumpir la escalada de las
interacciones desazonadoras y destructivas, y a crear otras más satisfactorias y
vinculantes. La teoría del apego ofrece a los profesionales de la terapia sistémica
una forma de entender y fomentar las experiencias de seguridad sentida y el
vínculo emocional (BOWLBY, 1988). Así pues, la inclusión de la experiencia
emocional, y cómo se construye y procesa en las relaciones íntimas, es esencial
para la comprensión sistémica de las relaciones problemáticas, y para saber cómo
ayudar a fomentar un vínculo más positivo. Sue JOHNSON (1988) sostiene que
debemos atender al afecto, y a su impacto en la postura interaccional de la
persona y en sus relaciones. Si no tenemos claro cómo hay que utilizar el
sentimiento en el proceso de cambio, corremos el riesgo de evitarlo. Tal evitación
del afecto, señala la autora, puede bloquear los caminos por los que tenga que
discurrir el cambio terapéutico.
La teoría del apego adulto entiende las relaciones íntimas adultas como
representacionales, es decir: configuradas por la forma en que anteriores
experiencias de apego han sido representadas como expectativas de cuidado,
afecto y sexualidad, y como experiencias encarnadas de afecto, cuidado e
intimidad sexual (HAZAN y SHAVER, 1987). La atención a la sexualidad como
experiencia y expresión de amor de una relación romántica íntima adulta es bien
acogida en el campo del trabajo sistémico con parejas, que curiosamente ha
olvidado este aspecto del amor en la literatura sistémica más amplia. En este
capítulo se establece el vínculo entre la teoría del apego y las interpretaciones
sistémicas de las relaciones de pareja, y se analiza el potencial de la formulación
integradora y colaborativa para la práctica, utilizando el marco de la teoría
narrativa de apego (TNA). Señalamos que la formulación colaborativa nos ofrece,
tanto a nosotros como a las parejas con las que trabajamos, un mapa con el que
orientarnos en la tarea que nos proponemos de ayudar a interrumpir la escalada
de las interacciones desazonadoras y fomentar unas conexiones íntimas más
gratificantes y seguras.
La relación de pareja puede ser para cada uno de sus miembros un recurso
enorme y de gran valor, que puede favorecer la seguridad económica y
proporcionar un firme remanso emocional y una base segura dentro de una
relación confiada (BYNG-HALL, 1995). Se puede entender que la propia relación
favorece o socava la sensación de seguridad de cada miembro de la pareja, y el
pensamiento sobre los sistemas familiares apuntaría que la seguridad sentida en
la relación de pareja contribuye al desarrollo y el bienestar psicológicos de los
hijos de la familia (STEELE y FONAGY, 1995). Hace mucho que se considera que el
acceso a una relación confiada ayuda a los adultos a protegerse de la experiencia
de la depresión (BROWN y HARRIS, 1978).
109
Se ha criticado a la teoría del apego su aparente esencialismo al asumir que las
experiencias de apego son transculturales. En este capítulo, damos por supuesto
que las personas que viven en una relación íntima dan un significado a sus
experiencias sentidas, y que estos significados están influidos tanto por unos
discursos sociales y étnicos más generales, como por el desarrollo psicosocial de
las familias, y que están sometidos al cambio. Por otro lado, la teoría del apego
puede ayudarnos a pensar sobre lo que hay de común en nuestras experiencias
emocionales en las diferentes culturas, y sobre qué es lo que puede unir a las
personas en su experiencia de la pasión, la lealtad, el amor y la pérdida. Es
importante subrayar de nuevo lo que señalábamos al principio de este libro: que
las propias raíces de la teoría del apego se basan en las observaciones
transculturales, por ejemplo, las observaciones pioneras de Mary AINSWORTH de
los niños de Uganda. Intentamos ejercer nuestro oficio con sintonía cultural,
todo lo abiertos que podemos a las interpretaciones de otros y a sus formas de
entender el mundo relacional, y pidiendo información y ayuda cuando no
entendemos. También reconocemos la posibilidad de comunalidades, por
ejemplo, la importancia de la seguridad y la protección, y que dentro o entre las
culturas podemos compartir características comunes de la necesidad de estar
apegados y conectados a los demás. El marco de la TNA destaca la importancia
del análisis de las narrativas y los apegos dentro de un marco sistémico. Del
mismo modo, no presumimos que entendamos las experiencias relacionales por
el solo hecho de que compartamos con las parejas un mismo origen cultural, y
también en este aspecto intentamos permanecer abiertos y curiosos en nuestro
trabajo.
Nuestras estrategias de apego se basan en nuestras observaciones de cómo
reaccionan los demás cuando los necesitamos: cuando estamos molestos,
intranquilos, descontentos o asustados. Todos somos desde que nacemos
observadores partícipes de nuestra propia vida. Una cuestión importante para la
extensión de la teoría del apego al trabajo con parejas es que los adultos, a
diferencia de los niños, poseen un lenguaje complejo y la capacidad de dar forma
abstracta y generalizable a la observación de sí mismos y de sus relaciones. El
niño pequeño responde principalmente a sus padres, pero los adultos de una
relación reaccionan y se incitan a la acción de forma mutua. Estas acciones, a su
vez, se basan en su forma de entender la realidad. Pero una pregunta
fundamental es en qué medida cada miembro de la pareja actúa hacia el otro
desde la perspectiva de patrones de apego aprendidos anteriormente, y en qué
medida estos se configuran o alteran por las observaciones que los miembros de
la pareja hacen de su relación; y también en qué medida sus observaciones están
configuradas y teñidas por sus anteriores experiencias, o transferencias. Por lo
tanto, el lenguaje ofrece a los adultos la posibilidad de reflexionar sobre sus
110
relaciones y explicarlas. Sin embargo, desde una perspectiva del apego también
es obvio que el lenguaje permite una distorsión cada vez más compleja de la
experiencia mutua, por ejemplo, por el uso de sofisticadas formulaciones
verbales cognitivas y semánticas para ocultar los sentimientos o, si no, por el uso
del reduccionismo y el lenguaje de la culpa para simplificar hasta la exageración y
fomentar sentimientos negativos. A su vez, los contextos culturales conforman
las expectativas y las ideas de los adultos, pero al mismo tiempo sus estrategias
de apego pueden funcionar para dirigir selectivamente la atención a
determinadas características del contexto cultural, por ejemplo, para hacer
referencia a lo que es “normal” o de esperar en una madre “decente”, una
“buena” pareja o un padre “responsable”.
Como practicantes sistémicos somos conscientes del contexto familiar y social
de todas las parejas que vemos, y de las influencias mutuas entre la pareja y los
otros subsistemas familiares y de parentesco. También vemos un proceso de
doble sentido de cómo la cultura configura la vida de las parejas, y también de
cómo estas recurren de forma activa y estratégica a discursos culturalmente
compartidos. La teoría del ciclo de vida y los planteamientos intergeneracionales
analizan los puntos de transición como un particular reto al sistema de pareja, ya
que los miembros de ésta buscan restablecer patrones de interacción familiares,
o desarrollar patrones nuevos (CARTER y MC GOLDRICK, 1988). Por ejemplo,
observamos que cuando una o ambas familias extensas no reconocen la unión
de una pareja, se puede generar una carga adicional para los intentos de la
pareja de desarrollar un sentimiento de confianza e intimidad en su relación, para
gestionar el conflicto y reponerse y reconciliarse después de una ruptura. Sin
embargo, se reconozca o no la unión, lo más probable es que en las culturas
occidentales se imponga el discurso de que la relación debe estar basada, por lo
menos en parte, en una atracción emocional mutua. Sin embargo, no ocurre lo
mismo en otras culturas.
Una pareja paquistaní con la que trabajamos, un matrimonio arreglado, parecía
que habían decidido separarse, en el momento en que sus familias les
presionaban para que tuvieran hijos, pero ellos no sabían cómo hablar del tema
con sus familiares, y tenían miedo a la vergüenza y el oprobio. Es interesante
señalar que, desde el punto de vista del apego, esto es lo que ocurre cuando una
estrategia, como la de evitación o la minimización despreciativa de la importancia
del apego, puede desembocar en una crisis. En este caso, a la pareja no solo se
le exige una intimidad sexual, sino que la unión produzca una vida nueva: una
persona a la que deben querer y criar. Si no saben resolver la posible falta de
interés o el desdén mutuos, ¿cómo pueden ser capaces de amar a su hijo, que
es una encarnación de ambos? La pareja fue arrastrada hacia una solución de
evitación y distanciamiento, que era separarse, y nos pedían ayuda para
111
gestionar el proceso de separación. Los dos habían nacido en Pakistán y llegaron
siendo niños al Reino Unido con sus padres. Las familias de ambos vivían en el
mismo pueblo de Pakistán y llevaban muchos años reñidas, por razones que la
pareja creía que se habían olvidado. Decían de ese enfrentamiento que había
sido importante, que cruzó los continentes y definió las relaciones entre las dos
familias. Los mayores de éstas decidieron intentar acabar con la confrontación y
unir a las dos familias mediante un matrimonio arreglado. Se esperaba que
gracias a ese matrimonio naciera el apego entre la pareja, en lugar de dejar que
el apego pudiera llevar al matrimonio. Nos pareció que aquella pareja nunca
había conseguido formar una relación de apego mutuo, y que su situación seguía
siendo semántica, basada en la creencia en los valores del deber y la
responsabilidad. Aunque la pareja había vivido siempre con sus padres en el
Reino Unido, y pese a que la pelea se había originado en otro lugar, los dos
contemplaban el matrimonio con una mezcla de esperanza y espanto. Con el
paso del tiempo, vieron que la exigencia de que acabaran con la riña entre las
dos familias, aunque fuera simbólicamente, era excesiva, sobre todo porque el
enfrentamiento seguía vivo, y se encontraron con que se les pedía que arbitraran
y tomaran partido, y con que, naturalmente, nunca podrían complacer a las dos
familias a la vez. No querían tener hijos en estas circunstancias de riñas y
lealtades divididas.
El estrés y la desazón que sentían en ese contexto de lealtades paralizadas se
habían interiorizado como un problema de su relación, por el que se peleaban a
menudo por las acciones y las intenciones que atribuían a sus respectivas
familias. Posiblemente, esta situación impedía a su vez que supieran construir
conexiones y una intimidad emocional entre ellos. Les ofrecimos empezar por
una serie de reuniones orientativas, en las que analizáramos qué aspectos tenía
en común la interpretación que cada uno hacía de las circunstancias familiares y
cuáles no. Con un genograma modificado, nuestras preguntas se centraron en:
los apegos de la pareja a sus respectivos padres y abuelos;
las relaciones mutuas entre sus respectivos padres y abuelos;
la influencia de estas relaciones sobre ellos cuando eran niños, y en sus
primeros tiempos de pareja;
el legado intergeneracional del conflicto familiar y la experiencia sentida
de vivir con lealtades complejas, rígidas y divididas.
Esta exploración de las enmarañadas lealtades y rupturas emocionales de la
pequeña comunidad de un pueblo, que se habían trasladado a otro tiempo y
lugar, sirvió de base sobre la que la pareja reevaluó su decisión original de
separarse. Convinieron en realizar un trabajo sistémico de pareja, del que derivó
112
su decisión de seguir juntos, y empezaron a hablar de la posibilidad de tener
hijos. Trabajaron con ahínco para contextualizar las riñas familiares y delimitar
qué efectos tenía en la pareja. Se afanaron en mantener una relación respetuosa
con sus padres y parientes, y poco a poco empezaron a hablar con sus padres de
cómo les había afectado la confrontación entre las dos familias. El éxito de este
planteamiento estuvo en el reconocimiento explícito de su padres de la
importancia de que siguieran juntos, y un deseo expreso de ofrecerles mayor
apoyo. Sobre esta base se comprometieron a continuar la terapia de pareja y la
concluyeron en el momento en que se sintieron más seguros de su capacidad
individual y mutua de hablar y escuchar, de dar y recibir ayuda, y de confiar en la
capacidad que tenían ambos de atender a las preocupaciones individuales y
compartidas.
Cualquier intento de integrar la teoría sistémica con la teoría del apego debe
tener en cuenta el contexto social y político en el que trabajamos, y las críticas
postmodernas más generales de la teoría y la práctica. El marco integrador
general del libro y de este capítulo adopta una postura de construccionismo
social, dentro de la cual la teoría de sistemas nos ayuda a comprender los
procesos de relación, los bucles de retroalimentación y demás, mientras que la
teoría del apego nos ayuda a teorizar la experiencia emocional sentida y
construida dentro de las relaciones. Trabajaremos por tanto a nivel interno, pero
también relacional.
Sexualidad y género
Trabajamos con parejas que viven en un contexto cultural occidental, y muchas
de ellas son británicas, blancas y de sexos opuestos. Pero también lo hacemos
con parejas del mismo sexo y con otras en que se mezclan distintas etnias.
Creemos que en muchos sentidos todos habitamos, para emplear la expresión de
FALICOV (1998), en zonas culturales fronterizas, y tenemos experiencia de
distintos roles y expectativas dentro y entre diversos agrupamientos culturales, y
en el caso particular de estos autores, grupos de mujeres y hombres, personas
mayores, personas que migraron en su infancia, de clase trabajadora y
profesionales, etc. Nuestra capacidad de entrar y salir de estos diferentes
agrupamientos, de asumir distintos roles y responsabilidades, es la base sobre la
que nos mantenemos curiosos sobre la competencia cultural de los demás. La
revisión regular con un supervisor formado sistémicamente nos ayuda a
mantener una postura colaborativa. Todos somos competentes en estos
diferentes agrupamientos, y a veces nos encontramos bien definidos, o nos
definimos en relación con los “otros”. En lo que se refiere a consideraciones
sobre la orientación sexual expresada, no damos por supuesto que se trate de
113
descripciones categóricas, pues trabajamos con parejas que han tenido
experiencias de relaciones tanto con personas del mismo sexo como del sexo
opuesto, en momentos distintos de su ciclo de vida, con personas que han
optado por el celibato, y con otras que quizás hayan tenido relaciones sexuales
fuera de su relación de pareja.
También nos interesa la idea de “incrustación cultural”, y pensamos que en los
discursos sobre la naturaleza de las relaciones de pareja y las expectativas que
de ella se tienen, pueden influir unos marcadores contextuales superiores. La
importancia que esta interrelación entre las competencias subculturales y las
influencias culturales para el pensamiento del apego tiene para nuestro trabajo
encuentra su expresión en la obra de algunas pensadoras feministas. Por
ejemplo, el trabajo de Wendy HOLLWAY (1989) con parejas británicas blancas de
sexo opuesto analiza los discursos culturales significativos del desarrollo y
mantenimiento de sus relaciones. Se observó que los discursos de mayor
influencia eran: la fidelidad —”hasta que la muerte os separe”—, la permisividad,
y el discurso del ímpetu sexual del macho. De modo que, cualesquiera que sean
los agrupamientos culturales y la multiplicidad de influencias de las parejas que
vemos, nos preguntamos cómo los discursos de la cultura más generalizada
impregnan las expectativas y la conducta e influyen en ellas a lo largo de las
generaciones. Desde el punto de vista del ciclo de vida, siempre trabajamos con
parejas incrustadas en tres o cuatro sistemas generacionales, a veces con una
marcada diferencia de cohorte en las actitudes y las creencias, por ejemplo, sobre
el significado del amor, o la aceptabilidad del divorcio, o las obligaciones y
responsabilidades en torno a la conducta sexual.
FOUCAULT (1967, 1975), al hablar de la historia de la sexualidad en Europa,
señala que el “sexo” se ha desarrollado como un concepto que de algún modo lo
ha desligado de la intimidad, la sensualidad y demás, para convertirse en una
“tecnología” y una “ciencia”. Ha pasado a ser un bien que se utiliza para vender
productos, y queda enmarcado como una actividad, un deporte, algo relacionado
con el recreo, la diversión y el placer, una competición —algo en lo que somos
buenos o malos— entre quien es o no es “bueno en la cama”, etc. Tal idea puede
individualizar y también “domesticar” el sexo, de forma que se evitan las
angustias de apego relacionadas con la pérdida de nuestras conexiones y la
dependencia del amor de otra persona. Encaja con las observaciones de que la
promiscuidad
parece
ir
asociada
a
unos
patrones
de
apego
evitativos/despreciativos: se diría que pasar de una pareja sexual a otra ayuda a
evitar el peligro de que una de ellas nos rechace. O el contacto sexual “informal”
puede ser nuestra única forma de conseguir afecto y cariño, aunque sea de
personas relativamente extrañas. Desde la perspectiva del apego, como
terapeutas nos encontramos trabajando con algunos hombres, y a veces
114
mujeres, para quienes la forma “aceptable” de expresar su deseo de intimidad es
mediante el sexo: el contexto en que se pueden permitir acariciar y ser
acariciados y participar en una mutua fijación de la mirada. Sin embargo, fijar la
mirada en la pareja sexual puede resultarle más difícil a las personas que solo
saben abordar la intimidad a distancia y a través del sexo, tal vez con un sexo
ruidoso, enérgico y frenético, que pueda evitar la necesidad de ser y sentirse
cariñosos y, en consecuencia, ser vulnerable. El apego y la intimidad se expresan
a través de diversas modalidades: sensorial, visual, olfativa y táctil. Este tipo de
sexo, pues, puede ser una forma de satisfacer determinadas necesidades de
tocar y ser tocado.
En nuestra opinión, no es casual que a veces las parejas necesiten la ayuda de
sustancias psicoactivas como el alcohol para expresar con mayor libertad su
deseo de cercanía. Oímos que el alcohol facilita mucho que la pareja tenga sexo
cuando la conexión emocional les es difícil y/o les intimida. En estas
circunstancias, en la terapia analizamos el significado de intimidad, los orígenes
de la timidez y la autoconciencia, el posible impacto de heridas antiguas en la
relación, las amenazas actuales a la confianza, y el efecto de la bebida en la
relación de la pareja (para más detalles al respecto, véase el Capítulo VIII).
Cuando la pareja se queja de un menor deseo sexual de uno de ellos, o de las
exigencias del otro, solemos empezar por explorar con la pareja lo que
podríamos llamar la “intimidad corriente”. A algunas parejas les sorprende que
hablemos del cariño, la cercanía, el sexo y el tacto como de un continuo de
extraordinaria riqueza que va de la sensualidad a la sexualidad pura. Les
preguntamos sobre formas concretas habituales de tocarse, por ejemplo, darse la
mano, abrazarse, pequeños rituales y rutinas, como la de darse pequeños gustos
mutuamente, o cómo se saludan al llegar a casa o despedirse, quién se sienta al
lado de quién, si duermen en la misma cama o habitación, cómo se consuelan
cuando uno está enfermo o triste, si comparten actividades, aficiones, gustos
artísticos y demás. La mayoría de las parejas parece que desarrollan un lenguaje
común propio y una forma taquigráfica de comunicarse, que puede levantar una
valla provisional de intimidad en torno a su relación cuando, por ejemplo, están
en compañía de otras personas. Puede ser algo humorístico, como un chiste, una
mirada significativa o una forma de describir algo. La construcción de sus
actividades, rituales y rutinas compartidas cotidianas y de un lenguaje común
como expresión de la sensualidad, suele ser el inicio de un proceso de
deconstrucción de esperanzas y deseos incumplidos y de expectativas inútiles
sobre su conducta y la conducta de la pareja. Cabe esperar que ese marco sirva
para rebajar un patrón de demanda y retraimiento, o de retraimiento-retraimiento
en momentos de tensión sexual, pues se puede considerar que un “bajo deseo”
es una experiencia sexual más rica de lo que se había imaginado, y se interpreta
115
que la demanda se contextualiza y satisface en el contexto más amplio de la
intimidad cotidiana. Se valida la aportación de cada persona a la relación. Este
tipo de conversaciones ayudan a deconstruir más aún las expectativas de género
dadas por supuestas, y los patrones contractuales implícitos de obligado
cumplimiento mutuo. Los contratos implícitos pueden reflejar contratos explícitos
para nuestras relaciones íntimas, o pueden ser totalmente opuestos. Nuestros
más profundos deseos para nuestras relaciones de los que quizá no se pueda
hablar tan fácilmente, y menos en el contexto de la reacción emocional y sexual,
se pueden manifestar indirectamente, de modo que el otro no entienda su
propósito. Como terapeutas podemos ayudar a que se intuya lo que no se dice o
no se puede decir.
Enfermamos ante los complejos obstáculos con que se pueda encontrar el amor...
(Juan LINARES, 2007.)
Como ya señalamos antes, los estudios en el campo de las ciencias sociales y
en el de la psicología de la salud avalan en cierta medida las implicaciones de la
teoría del apego para la práctica terapéutica. Los problemas de la pareja se
pueden observar teniendo en cuenta investigaciones recientes. Por ejemplo, AV
participa en una serie de estudios que analizan el vínculo entre el estilo de
afrontamiento represivo y el estilo de apego evitativo adulto (VETERE y MYERS,
2006). Se ha descubierto que las personas que decían tener un apego evitativo
también cumplían los criterios de un estilo de afrontamiento represivo. Se cree
que este estilo es un intento consciente de desactivar la excitación emocional,
casi hasta el punto de que la persona tiene mayor interés en convencerse a sí
misma que a los demás de que no está ansiosa, pese a los datos psicológicos
que indican que está excitada emocionalmente. Así se traduce en una baja
puntuación en las mediciones de rasgos de ansiedad, y una alta puntuación en la
medición de la defensividad psicológica. Algunos estudios longitudinales indican
que el estilo de afrontamiento represivo tiene implicaciones para la salud en una
serie de enfermedades graves, por ejemplo, en algunos tipos de cáncer, las
enfermedades cardíacas, las del sistema inmunológico, etc., (VETERE y MYERS,
2006). KIEKOLT GLASER y NEWTON (2001) han estudiado la relación positiva entre
la satisfacción marital expresada por el propio matrimonio y un mejor
funcionamiento del sistema inmunológico en la recuperación del cáncer. BROWN y
HARRIS (1978), en su estudio de referencia sobre los orígenes sociales de la
depresión, decían que la existencia de una relación de confianza actuaba de
parachoques contra la depresión en mujeres jóvenes con parejas regulares que
criaban a hijos de menos de cinco años y no tenían un trabajo remunerado. La
London Depression Intervention Trial (prueba de intervención contra la
depresión) (LEFF y cols., 2000) descubrió que las mujeres con pareja estable a las
116
que se había diagnosticado una depresión entre moderada y grave mejoraban
significativamente con la terapia sistémica de pareja, decían que sentían menos
dolor cuando su pareja les cogía la mano que cuando lo hacía la enfermera
(JOHNSON, 2004). Los datos que las propias mujeres aportaron quedaron
avalados por los de las resonancias magnéticas. Un efecto opuesto se observó en
el grupo de mujeres que se sentían insatisfechas de su matrimonio. Sue JOHNSON
(2004) resume el estudio que muestra una fuerte relación positiva entre la
seguridad sentida en una relación y:
la regulación del afecto, es decir, menor reactividad emocional,
sobreexcitación e infraexcitación;
más búsqueda de apoyo;
el procesamiento de la información, es decir, más curiosidad, actitud más
abierta a nuevas ideas, mayor tolerancia a la incertidumbre;
la comunicación, es decir, revelar más información personal, manifestar
una actitud más empática y asertiva, y una mayor capacidad de
metacomunicación;
un sentido más sólido del “yo”, es decir, una idea más positiva, mejor
definida y formulada de uno mismo.
Las relaciones de apego adulto y los modelos de
funcionamiento interno
El campo académico de los estudios sobre el apego adulto nos proporciona
ideas muy útiles a los terapeutas de pareja, por ejemplo, el concepto de
“modelos de funcionamiento interno” y sus orígenes evolutivos (SHAVER y
BRENNAN, 1992; CLULOW , 2001). Los modelos de funcionamiento interno de las
relaciones son nuestras creencias y expectativas sobre (a) nuestra propia
conducta y la de otras personas en las relaciones íntimas; (b) las ideas que
tenemos del “yo”, por ejemplo, lo amorosos, respetables, aceptables y
merecedores del cariño de los demás que somos; y (c) la disponibilidad,
receptividad e interés de los demás por atendernos y cuidar de nosotros. Esta
conceptualización de cómo percibimos, construimos y co-construimos una idea
de nosotros mismos, de los demás, y de nosotros en relación con los demás,
encaja bien con el actual pensamiento sistémico y práctica narrativa, pero lo que
la teoría del apego ofrece es una perspectiva evolutiva. Por ejemplo, si el
pensamiento y las reacciones de las personas se pueden caracterizar de esta
forma, ¿cómo se produce? ¿Qué experiencias vamos adquiriendo que nos
enseñen que merecemos el cariño de los demás o, en algunos casos, que somos
indignos y no merecemos ni consuelo ni afecto? Si cuando somos niños nuestro
117
padre o nuestra madre recurre a nosotros en busca de cariño y consuelo, y
confía en nosotros de modo que no le podemos pedir a cambio cariño y
consuelo, podemos aprender a cuidar muy bien de los demás, pero no tanto a
hacerlo de nosotros mismos. BYNG-HALL (1995) habla de desarrollo del cuidado
compulsivo. Se cree que ambos roles evolucionan a lo largo del tiempo, como
resultado de que nuestras necesidades de consuelo y cuidado quedan satisfechas
con el mandamiento de suprimir nuestros sentimientos. Por tanto, no solo
aprendemos a suprimir nuestros propios sentimientos y necesidades, y a simular
que estamos perfectamente, sino también que al prever y satisfacer las
necesidades de los demás nos ganamos por ello la aprobación y cierto consuelo,
por ejemplo, el de sentirnos bien con nosotros mismos. Si la posterior
experiencia de la vida no pone en entredicho ni cambia estas creencias y estos
estilos de respuesta, podemos entrar en nuestras relaciones amorosas adultas en
busca de personas a las que podamos cuidar, y que quieran que las cuiden. Son
unas relaciones, en términos sistémicos, complementarias, en las que los roles
mutuos están más fijados, con menos flexibilidad y capacidad para la adaptación.
Estos roles suelen conllevar mucha responsabilidad y en realidad son de una gran
exigencia emocional, en ausencia de una reciprocidad mutua. En nuestra opinión,
tales posturas a la larga no son sostenibles, y en las relaciones de pareja vemos
intentos desesperados de que a uno le reconozcan y satisfagan sus necesidades,
e incluso casos de depresión en uno de los miembros de la pareja. Esto es lo que
a veces lleva a las parejas a la terapia.
Asimismo, al trabajar terapéuticamente con una pareja, si uno de los dos
piensa que no merece consuelo ni cuidado, es posible que, en momentos de
máxima desazón, sea menos proclive a recurrir a su pareja en busca de ayuda, y
puede llegar incluso a rechazar la que se le ofrezca. Cuando este tipo de reacción
se convierte en patrón, y la pareja intenta evitar estos dolorosos momentos,
puede conducir a malentendidos en la comunicación, a una relación
insatisfactoria y a la soledad. Este miembro de la pareja se puede sentir cada vez
más solo y pensar que no puede contar con nadie que le ayude, al tiempo que el
otro le ve cada vez más distante, frío y engreído, y llega a pensar que no le
necesita. Intentar comprender el sistema de creencias y expectativas particulares
y comunes de la pareja ayuda al terapeuta que trabaja con ella a desarrollar en
ellos comprensión y aprecio profundos, para que ninguno de los dos piense que
la conducta del otro está pensada para herirle deliberadamente, ni que es
irreflexiva, sino consecuencia de la amenaza que se percibe para la relación: el
miedo de uno a que realmente sea innoble e indigno de cariño, y de que su
pareja le quiera menos o pueda abandonarle si averigua la “verdad” sobre él.
Conseguir entender y apreciar estas complejas intenciones estimula la capacidad
de uno de los miembros de la pareja de tolerar en el otro fuertes sentimientos
118
negativos, para que como pareja puedan seguir comunicándose y aclarar los
malentendidos sin recaer en interacciones anteriores de menos utilidad.
Para hacer todo esto, el terapeuta también debe tolerar trabajar con un fuerte
sentimiento en el momento, y no pretender evitarlo ni tranquilizar demasiado
pronto. Si la tendencia del terapeuta es ver en los sentimientos fuertes un signo
de alarma porque las experiencias de su propia familia le han enseñado, por
ejemplo, a cuidar de los demás y no mostrar sus propios sentimientos y deseos,
quizás necesite una detallada supervisión que le ayude a controlar un deseo
reflejo de evitar o impedir la expresión y el esclarecimiento del sentimiento
fuerte. Trabajar así significa que el terapeuta ha de saber ralentizar la interacción,
para que la pareja pueda sortear sus sentimientos y procesar sus reacciones. El
mantenimiento constante de una postura terapéutica semántica no estimula el
reprocesado emocional, que se considera de suma importancia en el trabajo con
el trauma (FOA y KOZAC , 1986). No hablamos en modo alguno de interacciones
abusivas, que requieren del terapeuta una respuesta de seguridad. En este
capítulo no vamos a ocuparnos del trabajo con la conducta abusiva y violenta;
para una exposición exhaustiva de cómo crear seguridad para el trabajo con
parejas y familias después de la violencia, véase COOPER y VETERE (2005).
Aunque los estudios sobre la teoría del apego para niños y padres/cuidadores
y para las relaciones íntimas adultas se ha desarrollado y realizado en campos de
investigación distintos, existe cierto solapamiento útil con la literatura sobre la
evolución a lo largo de toda la vida para los terapeutas de pareja, en el área de
los estilos de reacción en condiciones de amenaza percibida para la relación. No
queremos decir que las relaciones íntimas adultas son lo mismo que las de
padres/hijo en lo que al apego se refiere, sino destacar la idea de desarrollo a lo
largo de toda la vida de BOWLBY (1988), cuando formuló sus tesis sobre el deseo
humano de conexión, y de la necesidad de un remanso y una base seguros en
nuestras relaciones íntimas. Reconocemos que las relaciones de pareja son
sistemas sociales en el sentido más amplio, y están sometidas a fuerzas y
procesos que escapan del alcance explicativo de la teoría del apego, como
veíamos antes en el ejemplo de nuestro trabajo con la pareja paquistaní (BLOM y
DJIK, 2007). Pero creemos que el poder de explicación y predicción de la síntesis
entre la teoría del apego y la psicoterapia sistémica reside en el mapa que nos
ofrece para guiarnos en el cambio hacia interacciones de vinculación afectiva más
positivas (JOHNSON, 2004). Y esta síntesis sitúa el sentimiento a la cabeza de
nuestro pensamiento y nuestra práctica: el sentimiento, tal como que se
construye y se experimenta individualmente, y tal como con el tiempo se
construye en la relación. Así pues, en los momentos de amenaza percibida o real
al apego, cuando las parejas creen que uno de los dos no cuida del otro o le
quiere menos, que está a punto de abandonarle o rechazarle, o que no mostrará
119
interés o disponibilidad emocional en los momentos de necesidad sentida, se
puede decir que prevalecerán determinadas tendencias de reacción, como la de
evitación del sentimiento, o la de sentirse abrumado por la emoción.
Veremos la relevancia de estas ideas en los escenarios típicos con que nos
encontramos en nuestro trabajo terapéutico con familias y parejas. Por ejemplo,
nos podemos encontrar (¿quizás un tanto raro para nosotros como terapeutas?)
con unos adultos que se sirven tanto de sus sentimientos como de sus
cogniciones para interpretar sucesos emocionalmente importantes. Son personas
de las que se puede decir que tienen un estilo de respuesta más seguro porque,
aunque intenten conectar los pensamientos con los sentimientos, son capaces de
integrar y procesar el sentimiento como parte de sus experiencias de relación. En
nuestra experiencia pasada a veces hemos supuesto erróneamente que un
miembro de la pareja es seguro a diferencia del otro cuando muestra una falta
de emociones y resta importancia a los sentimientos o llega incluso a negarlos.
La experiencia de trabajar con parejas nos ha enseñado que de la pareja así
descrita se puede decir que desconfía de los sentimientos, y que muestra un
estilo de respuesta más evitativo en los momentos de dificultad para el apego.
Asimismo, se puede decir que quienes en momentos de peligro para el apego
pueden reaccionar con una sobreexcitación, y persiguen con ansiedad a su pareja
para asegurarse la atención y el cuidado, desconfían de las palabras, es decir, de
lo que podamos decir en respuesta a su malestar. Por último, quienes han vivido
experiencias de apego aterradoras o confusas pueden encontrar difícil desarrollar
y predecir un patrón consistente de cuidado, lo cual puede provocar una
desconfianza tanto en las palabras como en los sentimientos. Según nuestra
experiencia de trabajo con casos de salud mental de adolescentes y adultos de
los Servicios Nacionales de Salud, este patrón de respuesta se puede definir
como “trastorno de personalidad fronteriza”. El pensamiento del apego, en
nuestra opinión, ayuda muchísimo a esclarecer las respuestas confusas y que
inducen a confusión en momentos emocionalmente importantes, y nos ayuda a
los profesionales a asentar nuestras respuestas terapéuticas, como esperamos
explicar en este capítulo.
Las estrategias de apego
Las estrategias conductuales de apego que se puede decir que derivan de
estas reacciones de ansiedad se suelen producir en momentos en que tenemos
miedo y necesitamos el consuelo y el apoyo de una pareja y, más aún, se puede
decir que se rigen por cómo hacemos predicciones para nosotros mismos y para
los demás en estos momentos (utilizando nuestros modelos de funcionamiento
interno).
120
De este modo, los modelos de funcionamiento interno se entienden como un
conjunto de creencias, predicciones y expectativas sobre la accesibilidad, la
receptividad y la valía de nosotros mismos y de quienes participan en nuestras
relaciones íntimas. De estas creencias fluyen nuestros sentimientos, conductas y
acciones en bucles de retroalimentación recursivos, que pueden reforzar o
cuestionar nuestras creencias. Por ejemplo, si predecimos que no podemos
contar emocionalmente con nuestra pareja, o que no tiene sensibilidad hacia
nosotros, puede ocurrir que desarrollemos estrategias de afrontamiento
alternativas, como la de desactivación, por la que no buscamos contacto ni
apoyo, o la de hiperactivación, con la que controlamos estrechamente a nuestra
pareja, aumentamos nuestras exigencias e insistimos en contactar. En esta
evolución en la forma de reaccionar dentro de nuestras actuales relaciones
significativas influirán muchos factores, antiguos y actuales, por ejemplo,
experiencias anteriores de recibir y dar cuidado, cuya importancia variará de una
pareja a otra. Esto demuestra, en nuestra opinión, la necesidad de disponer de
una serie de ideas teóricas que se puedan aportar al hablar con la pareja y
contribuyan a formular nuestra interpretación compartida y a planificar cómo
podemos ayudarles a construir unas interacciones más satisfactorias.
En conclusión, pues, los patrones de apego inseguros en las relaciones de
pareja implican una excitación emocional y fisiológica, unida a una respuesta
evitativa que se esfuerza cognitiva y emocionalmente en emplear estrategias de
distracción, y una respuesta ansiosa que pone el esfuerzo cognitivo y emocional
en controlar continuamente a la pareja. En cambio, quienes poseen una conexión
sentida más segura tienen más capacidad mental para la reflexión, la integración
y el juego y esto es lo que intentamos que las parejas consigan con nuestra
ayuda.
Así pues, al trabajar con parejas en que uno de sus miembros, o los dos, es
probable que reaccionen con la evitación y la negación de la importancia de la
respuesta emocional ante la amenaza percibida al apego, conviene emplear una
orientación experiencial/estructural. La orientación experiencial favorece el
esclarecimiento pausado y detallado de los sentimientos y de la importancia de
las relaciones en las narrativas sobre nosotros mismos y sobre los demás. El
énfasis está más en estar dentro del relato, centrándose para ello en la
experiencia de aquí y ahora, validando esas experiencias y utilizando los
recuerdos episódicos para vincular los sucesos pasados con la experiencia actual.
Se puede hablar de los sentimientos en relación con el terapeuta y el proceso
terapéutico, lo cual ayuda a poner énfasis en una progresiva conciencia del yo
como relacional. Así pues, el enfoque de la TNA en la consideración de las
alternativas tiene como elemento esencial la necesidad de favorecer unas
interacciones de vinculación seguras, utilizando para ello “experimentos
121
familiares” dentro y fuera de la consulta de terapia. Los terapeutas pueden
comentar los procesos que observan en la consulta, y pueden ayudar a modelar
la franqueza, el compromiso de hablar con sinceridad y seguridad al expresar una
mayor diversidad de sentimientos, tanto negativos como positivos.
Pensamos igualmente que, cuando uno o los dos miembros de la pareja
tienden a reaccionar con ambivalencia y preocupación ante la amenaza percibida
al apego, conviene utilizar un estilo más cognitivo (que a menudo se asocia a las
terapias de Milán/pos-Milán, y a adaptaciones de la terapia cognitivo conductual
para trabajar con las parejas). Un estilo que puede verse favorecido por el
énfasis en los pensamientos y los significados que contienen las narrativas de la
relación. Con el uso del planteamiento de la TNA en la consideración de las
alternativas, el terapeuta puede modelar un sistema que aliente la reflexión
pausada, que lleve a pensar a través de las acciones y sus consecuencias, y
ayude a reducir la respuesta impulsiva basada en una ansiedad no procesada. La
atención a los recuerdos semánticos permite vincular los sucesos pasados con los
sentimientos actuales, y abre el camino a la experiencia de estar fuera de la
narrativa, y no dentro de ella y sintiéndose abrumado. El terapeuta ayuda a
centrarse en sucesos actuales, y para ello mapea patrones y posibilita la
predicción. El marco de la TNA estimula la reflexión sobre las narrativas y los
apegos dentro de un marco sistémico. Se analizan los apegos actuales, quizás
mediante un genograma basado en el apego para dirigir la atención a las
tradiciones de apegos transgeneracionales. El énfasis se pone en comprender,
con la ayuda de la estructura, los objetivos y las metas del proceso terapéutico.
Al trabajar con un miembro de la pareja cuya experiencia vital le haya
enseñado a no confiar en las personas, y a no fiarse de sus propios sentimientos
o pensamientos en las relaciones, pueden ser útiles aspectos de los dos enfoques
anteriores. Hay que mantener a lo largo de todo el trabajo un énfasis
contundente en la seguridad emocional de todas las relaciones. Énfasis que
ayuda a construir y estimular cierta previsibilidad dentro y fuera de las sesiones
de terapia (DALLOS, 2006b). La forma de la TNA de enfocar la creación de una
base segura para la terapia se encuentra en el trabajo pionero de BYNG-HALL
(1995), con su énfasis en una comunicación cálida y sincera, y el mapeado del
contexto de la terapia, y la claridad sobre lo que se puede esperar del trabajo.
El campo de la psicoterapia sistémica ha desarrollado diversas técnicas para
estimular la expresión tanto de los sentimientos como de las cogniciones. Las
técnicas de acción, de raíz estructural y gestáltica, estimulan la expresión de los
sentimientos, por ejemplo, el uso de la escenificación, el role playing, el
cuestionamiento empático, las técnicas de entrevista al otro interiorizado, el
estímulo de la gestión del conflicto, y el del cuidado y el consuelo en las
relaciones. Las técnicas reflexivas favorecen la expresión de los pensamientos,
122
por ejemplo, el uso de genogramas, líneas del tiempo o cronologías, el rastreo de
circularidades, el mapeado de relaciones, la gradación de preguntas, las
preguntas circulares y las preguntas que se centran en las creencias compartidas
(VETERE y DALLOS, 2003). Se pueden formar equipos y procesos de reflexión que
favorezcan la expresión tanto de los sentimientos como de los pensamientos
(COOPER y VETERE, 2005). La TNA es un intento de conciliar e integrar las
concepciones de estas principales tradiciones de psicoterapia sistémica, utilizando
como elemento de cohesión la teoría del apego y la atención al sentimiento.
La terapia de parejas y la teoría del apego
La teoría sistémica habla de una influencia mutua entre la pareja y otros
subsistemas de dentro de la familia de origen y del resto de parientes. Se puede
decir que la unidad que forma la pareja anida en unos grupos y relaciones que se
solapan, que dan apoyo, proporcionan recursos, y a veces limitan a la pareja. Es
probable que la resiliencia de los grupos familiares se construya con la intimidad,
el humor compartido, un equilibrio del control, los sentimientos positivos
comunes, unos bajos niveles de conflicto y hostilidad, y un sentimiento de
conexión. Reconocemos la improbabilidad de que se pueda reducir a un proceso
único que implique la seguridad del apego (RUTTER, 1999). Así pues, nuestro
objetivo en este capítulo es muy concreto: nos centramos en la implicación
emocional dentro de la relación de pareja como fuente de malestar, y con la
posibilidad de cura.
En el trabajo de terapia de pareja, la teoría del apego nos hace dirigir la
atención a las necesidades de apego, a cómo los miembros de la pareja se
implican en sus mutuos sentimientos, y a aquellos momentos en que se sienten
desconectados emocionalmente. La emoción y la experiencia emocional son para
nosotros “la música y la danza del apego” (JOHNSON, 1998) y ocupan el primer
plano de nuestro pensamiento. Los momentos de transición pueden suponer un
reto especial para las parejas, pues en ellos sus miembros pretenden o bien
restablecer patrones de reacción familiares, o desarrollar nuevas respuestas. Para
conseguir centrarnos en la emoción en nuestro trabajo, debemos establecer
antes una base segura. Podemos trabajar para construir la confianza terapéutica
en nuestra forma de analizar las quejas y disyuntivas de la pareja, identificando
para ello la excitación inútil y las interacciones que generan malestar. La teoría
sistémica presume que algunas de estas interacciones se habrán vuelto
habituales y habrán pasado a formar un patrón de comportamiento. Si es así, la
tarea consiste en identificar estas interacciones perniciosas con la idea de ayudar
a la pareja a no entrar en ellos de la misma manera, sea evitándolos o
reduciendo su frecuencia e intensidad. Un trabajo que se puede describir como
123
una forma de exteriorización, por el que se considera que el problema es el
patrón de comportamiento, no un miembro de la pareja. La terapia es
colaborativa en la medida en que la pareja identifica las fuentes de su malestar, y
está de acuerdo con la explicación de por qué sus interacciones no les satisfacen.
En cualquier relación de pareja habrá muchas fuentes posibles de estrés y
malestar, algunas de ellas ajenas a la pareja/familia pero que impactan en ella de
forma directa o indirecta. El trabajo centrado en el sentimiento se organiza más
en torno a estas interpretaciones que se sienten insatisfactorias, porque en esos
momentos los miembros de la pareja sienten que el otro no está
emocionalmente disponible, o que ellos mismos no merecen que se les cuide y
consuele. Estas experiencias se pueden producir directamente dentro de la
relación, y en respuesta a fuentes de estrés exteriores. La cuestión para el
terapeuta de parejas es no ignorar la experiencia emocional de sus miembros.
Nos parece interesante que las parejas, cuando dicen que se sienten más seguras
en su relación, aborden a menudo cuestiones pragmáticas y se dediquen a tareas
de resolución de problemas. Parece que éste es el contexto en que se liberan su
creatividad y sus destrezas para solucionar los problemas, de modo que no es
que enseñemos a las parejas a comunicarse o resolver sus problemas, sino que
les ayudamos a analizar y establecer qué es una base segura y qué se siente con
ella, para que puedan desarrollar y favorecer unas interacciones más positivas y
satisfactorias. La terapia pasa a una fase de consolidación, en la que el terapeuta
sigue ayudando a la pareja en sus intentos de reestructurar sus mutuas
reacciones emocionales, de forma que favorezca la vinculación segura.
Implicaciones de la teoría del apego para la terapia sistémica
de pareja
Las implicaciones de la teoría del apego para el trabajo terapéutico sistémico
con parejas son claras (VETERE y DALLOS, 2007):
1. Poner nombre a las emociones y analizarlas: ayudar a las parejas a
acceder a sus experiencias emocionales, esclarecerlas, expandirlas y
reprocesarlas. Por ejemplo, podemos trabajar con la pareja en el análisis
de qué significa estar enojado: el enfado puede ser una respuesta al
temor a la pérdida, o al rechazo. Puede ser esperanzado: “¡qué tengo que
hacer para que me prestes atención!”; o puede ser desesperado: “¡no
sirves para nada!”. Pero en todas sus formas se puede ver un reflejo del
deseo continuo de conexión.
2. Ponerse en la piel emocional del otro: ayudar a las parejas a escucharse
mutuamente, y a aprender a tolerar y soportar sus respectivas
124
excitaciones emocionales cuando uno mismo pueda sentirse
irremediablemente excitado. Y esto implica ayudarles a sentir lo que siente
la otra persona, una actuación de suma importancia.
3. Consolar y autososegarse: ayudar a las parejas a no entrar en la escalada
de patrones de interacción inútiles, a gestionar su excitación emocional en
momentos de conflicto, a buscar y dar consuelo, y a encontrar formas de
encuentro después de un desacuerdo. Esta capacidad de consolar es algo
que conseguimos “llevar encima” para utilizarla cuando sea necesario. Por
ejemplo, en un viaje, lejos de nuestra pareja y en algún lugar nuevo y
solitario, podemos recordar su cariño, la seguridad que nos da y sus
bromas, y al hacerlo nos sentimos consolados y tranquilos. Incluso,
cuando más tarde la llamamos, podemos hablar con ella como si
realmente hubiera dicho todo lo que imaginamos, sin recordar que fue
una conversación interior nuestra en la que no participó.
4. Procesar la información: En momentos de peligro del apego, podemos
temer el abandono o el rechazo. La teoría del trauma establece que el
procesamiento de la información negativa y de carga emocional es más
lento cuando existe el miedo (HERMAN, 1992). A las parejas les preocupa
el control y la regulación de su propio miedo y su excitación, y les es
difícil escuchar lo que el otro dice y “leer” las pautas de relación. Sentirse
escuchado tranquiliza y calma, de ahí que la creación de un espacio
terapéutico seguro sea tan útil en estos momentos.
John BYNG-HALL (1995) describe la terapia como una base segura, como una
posición firme y segura desde la que se pueda explorar y experimentar con el
cambio en las relaciones. La seguridad del espacio terapéutico facilita la
exploración del mundo tanto interior como exterior: las creencias, las
expectativas, la emoción, la reflexión, la empatía y las relaciones. Al trabajar con
parejas, si uno de ellos es propenso a rechazar los sentimientos o a negarlos, le
ayudamos a esclarecer y expandir su experiencia emocional estableciendo
contacto con sentimientos de los que se ha protegido y aislado, fomentando
para ello la expresión y el reprocesamiento emocionales, y estableciendo contacto
con los demás. En algunos casos, podemos imaginar que el terapeuta actúa de
tercero estable que tiende un puente entre las relaciones de la pareja, cuando la
persona aprende a confiar en el terapeuta puede llevarle a volver a relacionarse
con otras personas íntimas. Puede ocurrir con facilidad, que la relación
terapéutica represente la primera conexión emocional de confianza para uno o
ambos miembros de la pareja. Asimismo, cuando uno de ellos se aferra a
respuestas ansiosas, se le puede ayudar a pensar y reflexionar, y a moderar una
excitación emocional inútil, cuyas raíces están a veces en experiencias anteriores
125
de cuidados imprevisibles o no disponibles. Si esa obsesión se manifiesta como
enfado o acusación, es necesario ayudar a la persona a que modere su postura y
se muestre más receptiva cuando su pareja, más retraída, asume el riesgo de
hablar de sus sentimientos. El enfoque de la TNA en la creación y mantenimiento
de una base terapéutica firme, destaca la importancia de generar un contexto de
confianza donde haya tranquilidad y sosiego, que sirva para reducir la escalada
del conflicto y la entrada en patrones inútiles de interacción.
Ejemplo de caso: el trabajo con Claire y Jim
El ciclo de “persecución-distanciamiento” es especialmente importante para
comprender las relaciones de apego de la pareja. Claire y Jim son un ejemplo de
nuestro trabajo. Cuando Claire creía que Jim había herido sus sentimientos de
alguna manera, exigía una disculpa. Ante esta situación, Jim se sentía criticado,
agredido, y triste por haber defraudado de nuevo a Claire (y pensaba a veces en
tomar un trago de vodka para reconfortarse). En esos momentos, le parecía
inseguro hablar con Claire. Ella veía en tal reticencia de Jim y en su retraimiento
emocional una señal de que no la quería lo suficiente como para compartir su
malestar emocional. De modo que insistía más aún en que se disculpara, y lo
acusaba de que no le importaba. Una actitud que hería los sentimientos de Jim,
que ahora ya estaba convencido de que no era seguro hablar con Claire, así que
se retraía aún más. Un retraimiento que Claire consideraba un castigo convencida
de que Jim lo hacía deliberadamente para herirla. Claire se ponía a llorar y le
exigía implacable una respuesta.
Pero si volvemos atrás hasta el “inicio” de la interacción, el propósito de Claire
era asegurarse de que Jim aún la quería, la razón de su exigencia inicial de una
disculpa era el deseo de seguridad y la necesidad de que se la cuidara. La
reacción de distanciamiento de Jim estaba determinada en gran medida por el
sentimiento de que ella lo criticaba y se sentía desengañada. La terapia ayudó a
la pareja a reconocer estas secuencias, y a analizar la experiencia emocional no
manifestada y el deseo no expresado de sentirse reconfortado y tranquilizado. Lo
más probable es que en todas las parejas haya momentos difíciles, y la terapia
también explora cómo se las arreglan para volver a conectar y reconciliarse.
¿Siguen con sus costumbres, dejando de lado malestares anteriores, como si no
importara; están unos días sin hablarse; y/o vuelven al incidente cuando se han
tranquilizado, aclaran los malentendidos e intentan reparar la relación? Como
quiera que gestionen el proceso de reconciliación, si tienen hijos, éstos estarán
expuestos a formas de resolución de conflictos y de consolarse entre parejas de
adultos que más adelante podrán influir en su forma de relacionarse.
126
Ejemplo de caso: el trabajo con Peter y Mary
En otro ejemplo, Peter propone salir solos por las noches. Pero Mary pone
excusas, dice que está cansada. Él se siente rechazado y herido y, para
tranquilizarse, insiste en salir. Mary se siente coaccionada, se enfada y se opone a
las demandas de Peter. Al final los dos acaban enfadados e insatisfechos, y
cuando acuden a la terapia quieren entender por qué se sienten tan frustrados
en su matrimonio. La Figura 5.1 muestra la naturaleza sistémica de estos bucles
de retroalimentación.
Figura 5.1 Bucles sistémicos de retroalimentación impulsados por la emoción.
Si quisiéramos ayudar a Peter y Mary con la TNA, incorporando la teoría del
apego adulto, nos centraríamos en la emoción como una guía para el cambio
(JOHNSON, 2004). En la primera fase del trabajo de pareja, intentaríamos
identificar con ellos los patrones que generan ese sentimiento de distanciamiento
emocional y de insatisfacción en su matrimonio. Podría aparecer así un patrón
como el que representa la Figura 5.1, en cuya inutilidad ambos convinieron que
representara para ellos un ciclo familiar de interacción, y que ambos querrían
cambiar. Esta forma de exteriorización pone de acuerdo a la pareja en que los
dos desean cambiar un patrón (éste), con lo que resultaba menos probable que
se culpen a sí mismos o mutuamente, y más probable que asuman la
responsabilidad de lo que quieren hacer, y empiecen a asumir riesgos
emocionales —algo muy importante en este trabajo—, con la ayuda del proceso
terapéutico. La experiencia nos dice que es útil representar gráficamente estos
patrones tal como se describan y se acuerden, no solo porque las personas
piensan mejor con ayuda de diagramas, sino porque éstos son visuales e
inmediatos, se puede hacer referencia a ellos muchas veces, y se concentran en
el “aquí y ahora” de la relación de pareja. En esta fase, les ayudamos a identificar
patrones inútiles y a desarrollar estrategias para evitarlos o reducir su intensidad
emocional negativa.
La observación y la reflexión
127
A este proceso de desescalada contribuye la capacidad de observarse uno
mismo, de manera que uno o los dos miembros de la pareja, en situaciones de
malestar emocional que provoque ansiedad, puedan contemplar el proceso y
metacomentarlo, a ellos mismos y entre sí. Todo esto ayuda a las personas a ser
reflexivas cuando están tristes, afligidas, irritadas y ansiosas consigo mismas o
con su pareja. En la segunda fase del trabajo, se utilizan ejemplos que les
ayuden a construir y reforzar interacciones de vinculación afectiva más seguras.
En este sentido, todas las técnicas de terapia sistémica de pareja son útiles, por
ejemplo las de reencuadre, atención a la solución (es decir, insistir en lo que sea
satisfactorio), mejorar la accesibilidad y la receptividad, la resolución práctica de
problemas, etc. La fase final del trabajo consolida lo logrado y ayuda a la pareja
a sentirse más segura de su capacidad de inspirar y recibir confianza emocional
ante las dificultades del día a día. Agradecemos a Sue JOHNSON su trabajo pionero
de situar el sentimiento en el centro de la terapia sistémica con parejas (JOHNSON,
2004) y demostrar con su trabajo y estudios que hacerlo facilita el proceso de
cambio.
Así pues, volviendo al ejemplo anterior, tanto Peter como Mary se retraen
emocionalmente, se sienten rechazados y heridos, decepcionados, y piensan que
de cualquier modo han defraudado al otro. Hablaríamos con el miembro de la
pareja que en estos momentos recurra más a culpar al otro (digamos que en
este caso es Peter), y le ayudaríamos a moderar su postura hablando con él
sobre lo que le ocurre en estos momentos: sus pensamientos, sentimientos y
acciones. Ayudaríamos al otro (Mary) a escuchar. Luego hablaríamos con Mary
sobre lo que le ocurre en estos momentos. Y animaríamos a Peter a que
escuchara. Sentirse convenientemente escuchado, validado y tranquilizado
durante este proceso anima a la persona a considerar sus sentimientos y a
interpretar bien lo que le ocurre, y le ayuda a adoptar una perspectiva más
relacional y empática. Y así se prepara el terreno para que los dos asuman
riesgos, y salgan literalmente de su estado de retraimiento, empiecen a confiar
en que su pareja puede ser accesible y receptiva. Se trata de un proceso mutuo,
que se convierte en un ciclo positivo y en el que los dos se dan fuerzas, un
proceso que contribuye a reducir y eliminar el ciclo de herida, enfado, desengaño
y retraimiento que describían al principio. El terapeuta y la pareja han de tener
paciencia y perseverancia. Se necesita tiempo para poco a poco comprender
sentimientos guardados, o para sosegar y calmar una excitación inútil, para
estimular la reflexión ante la amenaza al apego. Si la experiencia anterior ha
enseñado a las personas que es mejor no confiar sus sentimientos a nadie, les va
a costar cierto tiempo volver a conectar emocionalmente de forma diferente y,
cabe esperar, más satisfactoria.
128
Las heridas al apego
La relación de pareja puede favorecer o minar el sentimiento de seguridad de
sus miembros. Como terapeutas de pareja, atendemos a las reacciones
emocionales clave que mantienen el malestar, dentro del compromiso de
seguridad de la terapia. JOHNSON habla de la importancia de ocuparse de los
callejones sin salida emocionales y las “heridas al apego” (JOHNSON y cols., 2001).
La llamada herida al apego se puede haber producido cierto tiempo antes,
cuando un miembro de la pareja sintió una fuerte necesidad de conexión y
reafirmación, y el otro no se dio cuenta y, en consecuencia, no reaccionó como
se le pedía. Una situación que se puede dar en una relación en todo lo demás
satisfactoria. Pero el legado emocional de ese momento de necesidad
desatendida puede persistir y generar un sentimiento de duda que socavaría la
confianza en futuros momentos de necesidad emocional. Es importante analizar
estas dudas y si es posible ayudar a la pareja a curar la “herida”, que puede ser
toda una sorpresa para el otro miembro de la pareja, pero que después le ayuda
a explicar su sensación de que el otro a veces se distancia emocionalmente sin
que supiera el motivo por el que lo hacía.
Un ejemplo de “herida al apego” es la de Bill y Mavis, una pareja de cuarenta y
tantos años y un hijo pequeño. Ambos se recuperaban de años de abuso del
alcohol antes de su relación. Mavis tiene hijos de su anterior matrimonio que aún
viven con su padre. Durante una conversación en la terapia, Bill dijo de pasada
que su reciente cumpleaños había sido una “porquería”. Lo anotamos y después
le preguntamos a qué se refería. Dio su versión del cumpleaños con amargura y
desengaño. Buscamos la razón de tal decepción: pensaba que Mavis no se había
preocupado del cumpleaños (ni, por consiguiente, de él). Se quedó tranquilo
después de haberlo dicho, y manifestó su tristeza. Preguntamos a Mavis qué
pensaba que había ocurrido, y contó algo distinto, y con cierto sentimiento de
culpa (por haber decepcionado a Bill). No disponen de mucho dinero, de modo
que Mavis llevaba meses preparando con detalle la fiesta de Bill y el regalo. Le
había comprado algo personal, donde hizo grabar sus iniciales, pero estaba tan
convencida de que no era suficiente, que cuando se lo dio, lo hizo sin mirarle a la
cara, casi tirándoselo; tal era su ansiedad. Él no se fijó más que en el lenguaje
corporal de ella y su reacción fue la de rasgar el envoltorio y dejar el regalo a un
lado casi sin mirarlo y así quedó fijado el tono de toda la fiesta. Mavis estaba
muy triste mientras daba su versión. Bill se dio cuenta y reaccionó con
amabilidad y cariño. Siguieron hablando de todo lo que ocurrió, y empezaron a
identificar sus sentimientos encontrados y sus malentendidos, de forma que los
dos contribuyeron a curar sus sensaciones particulares y mutuas de haber
recibido una herida.
Dice JOHNSON (2004) que lo importante es el significado que la “herida” tiene
129
para el apego, más que el contenido de la acción en sí misma. El terapeuta
ayuda al miembro de la pareja a hablar de la herida y de su permanente impacto
en la relación. Al otro, a que escuche y reconozca el malestar de quien recibió la
herida, y a que hable después de su experiencia de lo sucedido. A la persona
herida se la ayuda a conectar el relato con sus sentimientos, para que pueda
acceder a sus miedos y necesidades de apego. La otra reconoce su
responsabilidad y manifiesta que lamenta lo ocurrido, sin dejar de participar en la
terapia. Se ayuda a la primera a que pida que se la tranquilice y reconforte, y la
segunda responde en consecuencia. Es un intercambio que, por así decirlo,
puede actuar en ambos sentidos, como en el caso anterior de Bill y Mavis. Esta
reconstrucción ayuda a curar la herida y superar el legado de inseguridad, de
modo que las dos personas puedan redefinir su relación como un remanso
seguro, y construir un relato curativo.
Moderar los sentimientos
En todo el trabajo alienta el reconocimiento de que cuando las parejas acuden
a nosotros en busca de ayuda suelen mostrar sentimientos de cólera, se acusan
mutuamente, a veces en una escalada interminable, quieren vengarse, etc. La
idea del apego nos ayuda a reconocer que dentro o por debajo de estas
protestas están la herida, la vulnerabilidad, el miedo, el desengaño, y el deseo y
la necesidad de amor, consuelo y conexión. Las experiencias de apego siempre
tienen esta dialéctica: el niño está enfadado por no poder contar con su
madre/cuidador a la vez que es desesperadamente vulnerable y necesita de ella.
Asimismo, cuando en las parejas observamos una cólera explícita, las ayudamos
a ver la otra cara: los sentimientos más ocultos de herida y la necesidad de
cuidado, cariño y conexión. Empezamos por comprender y validar las posturas de
uno y otro. Si vemos que uno es más crítico y acusador en sus reacciones, o que
los dos se acusan mutuamente, ponemos todo el empeño en que antes de nada
moderen sus actitudes, pues sabemos por experiencia que la persona más
retraída de las dos no asumirá riesgos emocionales ni se mostrará vulnerable
hasta que se sienta lo bastante segura para hacerlo. En estos primeros
momentos tenemos que ayudarles, ya que es muy probable que la persona que
tiende a acusar cuando la hieren también lo haga cuando la otra se muestre
vulnerable, casi como si mostrara su herida con enojo por el rechazo real o
imaginario de la otra.
Encontramos un ejemplo en nuestro trabajo con Claire y Jim del que
hablábamos antes. Jim quería que Claire cuidara de él y atendiera sus
necesidades emocionales después de años, como él decía, de apoyarla y de
ayudarla a superar sus problemas con el alcohol. Se lo pedía directamente. En
130
ese momento, ella apartó la cabeza, miró por la ventana y se le llenaron los ojos
de lágrimas. Jim observó cómo giraba la cabeza, y cuando lo miró a la cara para
decirle que quería cuidarlo, él reaccionó airado: “Otra vez con las mismas, a llorar
y llorar...” Claire dejó caer la cabeza. Es importante que el terapeuta legitime a los
dos, al tiempo que “sostiene” al que se muestra herido, seguirá atento y
ayudándoles a seguir sintonizados, siempre disponible y escuchando. Este
trabajo inicial puede ocupar algunas sesiones, en las que vamos validando y
esclareciendo la experiencia, despacio y con cuidado, ayudando a la persona a
escuchar y trabajando en que no entren en escalada las interacciones que sean
peligrosas e inútiles. Se nos pregunta a menudo si se puede hacer este trabajo
con parejas en las que se haya producido una violencia mutua. Nuestra
experiencia es que en primer lugar conviene trabajar en la seguridad y después
evaluar si se puede seguir con el trabajo de pareja (para una exposición detallada
de una metodología de seguridad que incluye las ideas del apego, véase COOPER
y VETERE, 2005). En cualquier caso, al empezar a trabajar siempre nos reunimos
con los dos miembros de la pareja juntos y por separado; por ejemplo, cuando
uno de los dos tiene una aventura amorosa y se niega a desvelarla o a
terminarla, es posible que no sigamos con el trabajo de pareja.
Un grado u otro de reconocimiento de que el otro se siente herido y está
necesitado es, evidentemente, lo que mantiene a muchas parejas juntas en los
períodos de mutuo enfado. Recuerdan, más o menos, los momentos de ternura y
dependencia mutuas a los que les gustaría volver. En las primeras terapias
sistémicas, técnicas como la del reencuadre y la de la connotación positiva
podían abarcar también este aspecto aunque lo llamaran y hablaran de él de otra
forma. De hecho, el reencuadre clásico del mutuo enfado de la pareja como
expresión de la pasión que siente el uno por el otro concuerda bien con la
perspectiva del apego que resalta la fuerza de la esperanza y un deseo de
conexión. Sin embargo, en las primeras terapias sistémicas y estratégicas se
reconocía menos que un buen reencuadre poseía también la cualidad de moderar
los sentimientos, porque se ocupaba menos quién era el culpable y no se
centraba tanto en estas importantes ideas del apego.
La terapia narrativa de apego con parejas
La terapia narrativa con parejas se puede organizar en cuatro fases, que son,
en sentido amplio: crear una base segura, analizar los apegos y las narrativas en
un marco sistémico, considerar las alternativas, y mantener la base terapéutica.
Estas fases reflejan el entretejido del pensamiento del apego y las prácticas
narrativas. Hablaremos de ellas en este orden, con la idea evolutiva del
andamiaje para informar la práctica.
131
La terapia como andamiaje: emocional y cognitivo
Según VYGOTSKY (1962), el desarrollo de la competencia social se produce con
el aprendizaje de lo que podemos hacer con ayuda de otra persona. El desarrollo
social está alentado por un proceso de asumir retos y riesgos, que se despliega
en la zona de lo no demasiado familiar y lo no demasiado distinto. Se puede
decir que el aprendizaje es un proceso de delicado andamiaje en el que se
desarrollan las competencias existentes y se aprenden otras nuevas. Las
conversaciones sobre el desarrollo de la competencia social se interiorizan, y nos
ayudan a prever la acción y la interacción en el momento y para el futuro. Más
recientemente, la práctica narrativa de la psicoterapia ha adaptado las ideas de
VYGOTSKY, y ha analizado de qué forma las preguntas y la estimulación
terapéuticas pueden ayudar a las personas a cuestionar ideas inútiles sobre su
competencia social y sus recursos sociales, y a desarrollar sus opciones de acción
efectiva (WHITE y EPSTON, 1990). En un marco de narrativa de apego, las
implicaciones del andamiaje para el trabajo con parejas son muchas, entre ellas:
utilizar la confianza en el proceso terapéutico de base para desarrollar
sentimientos mutuos de seguridad, y para reducir los patrones de
excitación negativos;
ayudar a identificar y regular los sentimientos negativos fuertes, como el
miedo y la cólera;
estimular la capacidad de reflexividad, por ejemplo, la de “ponerse en la
piel emocional del otro”;
explorar los procesos de consuelo y autocalmarse en diferentes
circunstancias;
analizar las expectativas de intimidad;
ayudar a integrar sentimientos y sucesos; y
contribuir a la coherencia, por ejemplo, ayudando a las parejas a
desarrollar una narrativa de cómo curaron su relación.
Crear una base segura
En este enfoque de la terapia, crear una base segura en el trabajo terapéutico
con parejas es la tarea fundamental, el principal objetivo de la primera parte del
trabajo, y sigue sosteniendo con fuerza el trabajo posterior. Es el vehículo con el
que se lleva a cabo el cambio terapéutico. Al empezar a trabajar, hacemos una
evaluación de cuatro sesiones, dos con la pareja y las otras dos con cada uno de
sus miembros por separado. Esto nos permite hacer preguntas sobre el riesgo y
la seguridad. Procuramos implicarnos con calidez con ambas personas,
reflexionando sobre nuestra propia experiencia si hace falta. Reflexionamos sobre
132
el proceso de la relación que se produce en la consulta, de las dos personas de la
pareja entre sí, y de ésta con nosotros, con la intención de modelar una
comunicación segura y sincera. Procuramos trabajar de forma colaborativa, sin
actitud acusadora. Cuando la pareja se muestra defensiva y habituada a patrones
de acusación y contraacusación, les ayudamos a identificarlos y a que vean en
ellos, y no en el otro, al enemigo. Lo hacemos con un proceso lento, suave,
cuidadoso y detallado de identificación de los patrones y centrándonos en las
experiencias emocionales sentidas que cada miembro de la pareja ha vivido con
el patrón, mientras ayudamos al otro miembro de la pareja a que escuche. Con
cuidado ponemos el sentimiento en primer plano, al tiempo que estimulamos el
análisis de las creencias y las explicaciones. No trabajamos directamente por el
cambio como tal, sino que alentamos la moderación de la actitud acusadora
mediante la validación de las experiencias de esa persona. Una vez que se ha
suavizado la actitud acusadora, consideramos que es más seguro animar al
miembro de la pareja más retraído y emocionalmente distante a que acceda a su
experiencia emocional, la expanda y reprocese. En este sentido, debemos señalar
que para que se produzca esa moderación es necesario que las parejas sean
capaces de expresar su enfado y su frustración. No pretendemos evitar ni
detener tal expresión, como tal vez tienden más a hacer otros enfoques que se
centran en la solución. Pero tampoco queremos saturarnos de problemas ni
quedar atrapados en las arenas movedizas de la culpa y la cólera.
La validación de la experiencia se hace mientras el otro miembro de la pareja
escucha, y se le ayuda a escuchar. Cuando parece que la situación es más
segura, animamos a las dos personas a que se pidan mutuamente consuelo y
seguridad. El enfado remite y el miedo se hace más evidente: el miedo a la
pérdida, al rechazo y al abandono. Este proceso de análisis detallado, pausado y
cuidadoso ayuda a que patrones de interacción inservibles entren en desescalada.
Según nuestra experiencia, los terapeutas en general y los que empiezan con la
terapia sistémica a veces se precipitan en esta parte del trabajo. Nosotros
fomentamos que las personas trabajen despacio y con cuidado. De esta forma,
las dos personas de la pareja pueden, en el mejor de los casos, predecir con
mayor facilidad esos patrones y evitarlos, y experimentar con respuestas
alternativas (JOHNSON, 2004).
Analizar las narrativas y los apegos en un marco sistémico
Se analizan los apegos actuales y pasados, a menudo con la ayuda de un
genograma de la familia (LIEBERMAN, 1979), por ejemplo, los patrones
transgeneracionales de apego, de intimidad y distanciamiento en las relaciones,
de dar y recibir consuelo, de ruptura y reconexión emocionales, de guiones
133
correctivos y replicativos, y de experiencias relacionales correctivas. Si los dos
miembros de la pareja reaccionan con desprecio, empezamos con preguntas
circulares y avanzamos hacia otras más directas que permitan esclarecer la
experiencia interior en relación con los demás. Si las personas tienden a
reaccionar con ansiedad, nos servimos más de preguntas circulares para
favorecer que permanezcan centradas en la reflexión, y procuramos ayudarlas a
tranquilizarse y desescalar su excitación. Hemos observado que la exploración de
las narrativas de apego propicia la expresión de curiosidad, socialidad y empatía.
Como profesionales sistémicos, intentamos no perder de vista el impacto del
problema de la pareja en las relaciones familiares más amplias, y viceversa. Tal
análisis estimula la conciencia del yo y del otro en las relaciones íntimas, y nos
permite trabajar terapéuticamente “dentro y entre”.
Considerar las alternativas
Las otras posibles explicaciones narrativas y formas de adscribir significado a
las experiencias de las parejas (como parejas y como personas individuales
dentro de ellas), a la relación de la pareja y a las relaciones familiares más
amplias, se generan y desarrollan dentro de la conversación terapéutica, y se
ensayan fuera de la terapia. Los psicoterapeutas sistémicos se sirven de distintas
técnicas y formas de preguntar para ayudar a las parejas a esclarecer, procesar de
nuevo la experiencia, y a probar conexiones relacionales más positivas. En gran
parte de este trabajo media un lenguaje informado por la teoría del apego y la
práctica narrativa, por ejemplo, buscar resultados singulares como pilares básicos
de la seguridad de la relación, y mover la conversación entre narrativas
intrapersonales e interpersonales de afecto, intimidad, cuidado y vínculo.
Respaldar el deseo de conexión, y poco a poco y con cuidado ayudar a las
parejas a asumir riesgos emocionales en el sentido de pedir y dar ayuda,
afirmación y consuelo, ante una menor actitud defensiva y acusadora, ayuda a
promover un sentimiento de vínculo afectivo seguro.
La exploración de alternativas puede avanzar y retroceder en el tiempo. Por
ejemplo, muchas parejas tienen la imagen de una “edad de oro” en que todo era
estupendo entre ellos, y ansían regresar a esa época. Podemos analizarla, pero
también cómo las cosas cambian y pueden ser distintas, quizás incluso mejores
que en aquellos primeros días de lujuria, drogas, alcohol y múltiples coqueteos,
embriagadores pero muchas veces inseguros.
El futuro y el mantenimiento de la base terapéutica
La finalidad de esta fase del trabajo es ayudar a las parejas a consolidar el
cambio terapéutico, contemplando para ello los futuros deseados, ensayando lo
134
conseguido, y planificando la forma de abordar futuras decepciones. Ayudan a
ello las preguntas sistémicas sobre el futuro, por ejemplo: ¿cómo veis vuestra
relación dentro de un año?, ¿qué os va a ayudar a conseguir/mantener esto?,
¿qué esperáis cada uno para sí mismo y para ambos?, etc. El final de la terapia
puede provocar sentimientos de pérdida y separación. Se puede negociar el final,
para que incluya encuentros de seguimiento y revisión, o para ir acabando con
las sesiones más despacio, según se prefiera. Anticipar pronto el final del trabajo
puede ayudar a las parejas a gestionar las conclusiones con confianza. Por su
propia naturaleza, el trabajo de parejas engendra una conexión íntima entre el
terapeuta y la pareja. Al terapeuta se le permite observar las esperanzas y los
miedos más profundamente sentidos de la pareja, y se espera de él que la ayude
a regresar a casa por caminos más seguros. Es evidente que no todo trabajo de
pareja consigue una vinculación segura. Algunas parejas acuden a la terapia en
busca de ayuda para que su separación sea más tranquila, y cuando intervienen
los hijos, en busca de apoyo para ejercer la paternidad de forma más
cooperativa. A veces uno de los miembros de la pareja ha decidido dejar la
relación y viene a la terapia con la esperanza de que el terapeuta cuide del otro.
Cualesquiera que sean los deseos y las intenciones, la conexión terapéutica tiene
el potencial de estimular la intimidad y propiciar una seguridad sentida para el
futuro, aunque sea en otra relación.
Al concluir este capítulo, resumimos los beneficios de la teoría del apego y la
idea de estilos de apego para los psicoterapeutas sistémicos en su formulación y
sus intervenciones con parejas con problemas. Intentamos tener en cuenta a los
dos miembros de la pareja, de modo que los estilos pueden ser a la vez
parecidos y distintos, y trabajar con ambos estilos, constructiva y
simultáneamente. Algunas de las características fundamentales son:
propiciar una base terapéutica segura;
ayudar a identificar y a que no se entre en una escalada a través de
patrones de interacción negativos, moderar las reacciones emocionales,
utilizar y modelar prácticas afirmativas, escuchar con atención y cuidado,
y usar la connotación positiva, el reencuadre y la exteriorización;
ayudar a promocionar y desarrollar más interacciones de vinculación
segura;
consolidar las experiencias de vinculación afectiva segura y desarrollar una
narrativa compartida de lo que ayudó y por qué, para impedir un
retroceso a patrones de reacción inseguros y reducir la probabilidad de
percepción de amenaza al apego, cuando tal vez no haya ninguna.
135
136
CAPÍTULO VI
El trauma y la disociación
La idea de trauma y de estar traumatizado se utiliza cada vez más en el
lenguaje cotidiano y también en la práctica clínica. Muchas personas hablan de
que sienten que les ha “traumatizado” un suceso, o de que algunas situaciones
son “traumáticas”. Una afirmación que equivale a menudo a la de que la
experiencia fue espantosa y terrible y que sigue obsesionando a la persona, que
no puede dejar de pensar en ella o, si no, que los pensamientos sobre lo
ocurrido irrumpen en su proceso reflexivo de forma desagradable y sin que lo
pueda controlar. Un aspecto de estas afirmaciones es que aunque el suceso no
esté conscientemente en nuestra mente, sus recuerdos dolorosos pueden volver
debido a desencadenantes fortuitos, por ejemplo, el olor del abrillantador de
suelos del hospital, o el sonido de la puerta del coche al cerrarse, que nos
recuerdan una enfermedad o un accidente. Estas afirmaciones parten de la idea
de que hay algunas cualidades de los sucesos que son traumáticas en sí mismas,
y que invariablemente producen un estado traumático. En este sentido, hay que
señalar la posibilidad de que los sucesos no induzcan por sí mismos al trauma,
sino que se produce un proceso por el que llegan a provocarlo. Contrasta esto
con las explicaciones que se basan en la vulnerabilidad individual, por ejemplo,
las que dicen que algunas personas son propensas a traumatizarse, que de algún
modo son vulnerables o que padecen algún tipo de “debilidad”. Posiblemente
surgió de este pensamiento la idea de que solo algunos soldados eran propensos
a la neurosis por su experiencia en las guerras.
A lo largo de este libro adoptamos la perspectiva de que las experiencias y la
naturaleza de diversos problemas se pueden entender como conectadas con
cómo hemos aprendido a procesar los sucesos, que a su vez puede estar muy
influido por las estrategias de apego. Al mismo tiempo, señalamos que
interpretamos los sucesos con la ayuda emocional de quienes están más
próximos a nosotros, en particular los miembros de la familia y nuestra pareja,
ellos también nos ayudan a afrontar el peligro y el miedo, algo muy importante.
Además, podemos pensar en el trauma que afecta no solo a personas
individuales, sino también a grupos familiares afligidos por experiencias
137
peligrosas, amenazadoras y dolorosas. En este contexto, y tal vez de forma
contraintuitiva, podemos empezar a ver que afirmaciones del tipo “Estoy
traumatizado” pueden significar que el individuo, aunque alterado aún por los
sucesos, interviene en dos procesos afines que pueden contribuir a superar los
efectos negativos de la experiencia difícil. En primer lugar, puede estar mostrando
cierta conciencia del impacto de esta experiencia en su funcionamiento, en
afirmaciones como “Es que no puedo dejar de pensar en ello”. Esto puede indicar
que se encuentra en un proceso de interpretación de la experiencia. Aunque siga
aún el dolor, parece que tiene lugar el primer proceso de comprender la
experiencia. En este sentido, es especialmente importante que esta narración de
la experiencia le ayude a desarrollar estrategias para prever sucesos futuros y
abordarlos. En segundo lugar, al expresar sus experiencias, puede atraer el apoyo
y la ayuda de gente cercana que la socorran en este proceso. En particular, la
ayuda de otros para regular o controlar sentimientos difíciles y dolorosos puede
darle oportunidad de seguir los procesos necesarios para superar el impacto de la
experiencia angustiante. En este sentido, le puede ser útil conectar con otros que
hayan tenido experiencias similares, de modo que los intentos de ayudarles
también contribuyan a sus propios procesos de reflexión e integración y
propicien el desarrollo de sus estrategias de afrontamiento.
¿Qué es el trauma?
Existe una amplia variedad de sucesos de los que experimentamos que nos
pueden traumatizar. Entre ellos están las formas extremas de peligro para la
propia persona, como las agresiones físicas, los accidentes y las heridas. También
sucesos que les ocurren a otros —traumas indirectos—, y posiblemente uno de
los más angustiosos son las agresiones o las heridas a quienes nos son más
próximos: nuestros hijos, parejas, padres, hermanos o amigos. El trauma puede
también ser consecuencia de esas pérdidas naturales e inevitables que todos
vivimos, por ejemplo, la muerte de familiares, amigos y amantes. Sin embargo,
esta lista empieza a apuntar a algunas paradojas manifiestas respecto al trauma.
Por un lado, todos los sucesos peligrosos de la relación anterior no llevan
necesariamente al trauma. Más aún, en algunos casos, lo que la mayoría de
personas quizás consideraremos sucesos relativamente sin importancia, como los
de la separación o la ruptura de una relación, o la pérdida de algún animal de
compañía, pueden generar reacciones o estados traumáticos. Así pues, el suceso
no es en sí mismo inherentemente traumático: muchas personas viven la
experiencia de la violencia, de heridas graves, de abusos sexuales o de violación,
y no desarrollan trauma alguno. Además, es posible que ni siquiera necesitemos
vivir directamente un suceso para que nos traumatice. Por ejemplo, podemos
138
responder indirectamente a lo que le haya ocurrido a alguien que nos sea muy
querido, o incluso imaginar y prever algún suceso peligroso.
Las definiciones clínicas de trauma subrayan que lo puede desencadenar algún
suceso concreto que suponga un peligro para la vida. Sin embargo, revisiones de
esta definición tienen en cuenta que los estados traumáticos también se pueden
desarrollar como consecuencia de la acumulación de sucesos cotidianos, por
ejemplo, el dolor por la muerte de seres queridos, el acoso psicológico, el
conflicto interpersonal, las desavenencias conyugales, los fracasos profesionales,
o trabajar en servicios de urgencia (véase Diagnostic and Statistical Manual of
Mental Disorders [DSM], American Psychiatric Association, 2007). Las reacciones
a los sucesos desencadenantes se suelen dividir en dos grupos:
obsesivas: la persona vive recuerdos recurrentes del suceso, sueños y
pesadillas, escenas retrospectivas, reacciones intensas a una amplia
diversidad de pautas asociadas con el suceso.
evitativas: la persona puede realizar esfuerzos continuados para evitar
pensar en lo ocurrido, huir de actividades asociadas a ello, ser incapaz de
recordar aspectos importantes del suceso, retraerse y en general bajar el
nivel de actividad y bloquear sus sentimientos.
Los patrones de reacción obsesiva o evitativa pueden encerrar estados de
mayor excitación, que se manifiestan en dificultades para dormir y para
concentrarse, en hipervigilancia y estallidos o irrupciones de cólera. Se ha
observado que estos síntomas permanecen cierto tiempo (más de un mes) y
provocan un considerable trastorno del funcionamiento social, ocupacional y
relacional, con los consiguientes niveles de malestar que esto supone.
Los estados traumáticos tienen, entre otras, la importante característica de que
pueden inutilizar el procesado psicológico y la capacidad de protegerse a uno
mismo y a los seres queridos en el futuro, circunstancia esta última de suma
importancia. Como indica la definición anterior del DSM, parece que la naturaleza
de las reacciones y los procesos psicológicos relacionados con ellas tienen dos
formas principales:
Los recuerdos y sentimientos asociados a un suceso nos siguen
obsesionando y nos ocupan la mente, de modo que somos incapaces de
pensar con coherencia en otros aspectos de nuestra vida. Podemos llegar
incluso a ser incapaces de atender nuestras propias necesidades básicas
como son alimentarnos y cuidar de nosotros mismos. Esto puede
significar, además, que nos volvamos igualmente incapaces de cuidar de
los demás, y nos obsesionemos con la angustia por nuestra propia
139
seguridad. Absortos continuamente en pensar en el suceso doloroso, no
desarrollamos ninguna idea coherente de cómo nos podemos proteger en
el futuro. En su lugar, nos obsesionamos con todos y cada uno de los
detalles de lo sucedido, y en general generamos terror a muchos y muy
diversos detalles irrelevantes. En caso de agresiones violentas, por
ejemplo, la agresión física o la violación, podemos volvernos desconfiados
y, con ello, incapaces de recurrir a la ayuda adecuada para hacernos con
la seguridad futura.
La otra posibilidad es que reaccionemos para borrar de nuestro
pensamiento consciente la experiencia vivida. Lo que puede ocurrir en
este caso es que se nos entrometan en la conciencia retazos de recuerdos
de lo vivido, por ejemplo, imágenes visuales, sensaciones y sentimientos
negativos. Puede ser que durante una conversación o en diversas
actividades nos distraigamos o ausentemos de la interacción, por los
fragmentos de recuerdos intrusos que nos acaparan la atención. A su vez,
estos estados de distracción los pueden desencadenar sin que nos demos
cuenta, por ejemplo, imágenes, olores, sonidos y tonos de voz.
Las funciones del trauma
En las definiciones diagnósticas anteriores anida la idea de que el trauma se
puede entender como los polos extremos de dos tipos de reacciones. Por un
lado, podemos prepararnos a defendernos sea con la lucha y el contraataque, o
con la huida y la evitación del peligro. Esto significa permanecer en un estado de
vigilancia e hiperactivación. Es posible que en las situaciones de peligro
permanente, como en la guerra, este estado desempeñe la función protectora de
evitar el peligro inmediato y estar preparados para actuar rápidamente si es
necesario. Por otro lado, podemos desarrollar un estado en que neguemos o
minimicemos el peligro, en un intento de mantener alguna forma de vida.
También en las situaciones de guerra, evitamos pensar en el peligro, o
intentamos minimizarlo, para poder emprender acciones (correr riesgos)
necesarias para seguir vivos. Si evaluáramos correctamente los peligros es muy
probable, por ejemplo, que nunca cruzáramos la carretera por el miedo
(fundado) de que nos maten de un disparo. De manera que, en determinadas
situaciones, se puede considerar que ambas reacciones son funcionales y
adaptativas. Sin embargo, parece que las dos implican un considerable coste
emocional y, a la larga, pueden llevar a situaciones rígidas y desadaptativas. Un
ejemplo claro es el de las tropas que regresan a casa y a una relativa seguridad
procedentes de guerras (por ejemplo, las de Vietnam o de Irak), y conservan una
de estas estrategias o ambas, que les merman la capacidad de funcionar en
140
condiciones seguras donde se requieren reacciones más consideradas y menos
extremas. En efecto, lo que se ha aprendido como forma de supervivencia en un
contexto, puede no ser funcional o adecuado en otro.
El trauma, la disociación y la teoría del apego
El trauma y la disociación han sido fundamentales desde el principio en la
teoría del apego. El peligro y la amenaza son las bases desde las que se formula
esta teoría en el sentido de que la función de los padres consiste en dar
protección y consuelo al bebé cuando está en peligro. La teoría del apego
considera que el peligro es inevitable y de trascendental relevancia en la vida, y
no algo inusual o excepcional. A la vez explica que los seres humanos y los
animales hemos evolucionado hasta ser capaces de abordar con eficacia el
peligro y la amenaza. Para poder sobrevivir, la especie ha de desarrollar
estrategias adecuadas para abordar con eficiencia elevados niveles de peligro y
amenaza, la primera y principal de las cuales es el instinto de atacar a los demás
para protegerse. Un elemento común de todas estas estrategias son las
reacciones de atacar o escapar (y, en algunas circunstancias, la de quedarse
quieto), pero el niño, a medida que su psicología se hace progresivamente más
compleja, desarrolla capacidades que le permiten prever y anticiparse a los
peligros, y buscar soluciones o estrategias para abordarlos. Esto significa en
esencia que ha de ser capaz de aprender de las situaciones de peligro para reunir
información sobre lo ocurrido, sus circunstancias, el enclave donde se produjo,
las personas implicadas, cómo fue que estaban ahí, etc., para saber prever y
evitar el peligro en el futuro. Necesita aprender qué información relativa al suceso
es relevante y se puede generalizar para la seguridad futura, y cuál no es
relevante para sucesos por venir, sino exclusiva o específica de ese suceso
particular. Para poner un ejemplo, los motivos del papel pintado de la habitación
en que la joven fue víctima de abusos sexuales pueden actuar de
desencadenantes del recuerdo del abuso, pero sin que cumplan ninguna función
autoprotectora en el futuro. En cambio, prestar atención a los detalles del barrio,
las caras de las personas, el tipo de drogas que se consumieron, el hecho de que
algunas llevaran armas, nos puede ayudar a evitar que nos ataquen de nuevo en
una “fiesta”.
En este sentido, las reacciones al trauma se pueden definir como la capacidad
de emplear en la vida la información que sacamos de las situaciones vividas. Para
seguir con el ejemplo anterior de la mujer que sufre una violación, preocuparse
por todos y los más mínimos detalles de la acaecido puede provocar un trauma
obsesivo que lleve a temer y recelar de cualquiera de esos detalles de lo sucedido
anteriormente, incluido el color del papel pintado. Una reacción, sin embargo,
141
que en última instancia puede ser disfuncional, ya que la persona puede
obsesionarse en pautas erróneas o intentar alejarse por completo de cualquier
contacto social. Otra forma despreciativa de reacción al trauma puede ser la de
tratar de bloquear la conciencia contra prácticamente todos los aspectos de la
experiencia. Esto pone a la persona en situación de vulnerabilidad, pues se puede
encontrar con una situación similar por no prestar atención a las pistas que
indican el peligro. La persona se comporta como si no hubiera pasado nada y
realmente no ha aprendido de la experiencia. En los casos de violencia
doméstica, la mujer se puede apegar a otra pareja violenta que la maltrate.
BOWLBY (1980, 1988) dice que los apegos se representan en diferentes
modalidades como información conductual, sensorial, visual y semántica. Para el
bebé que aún no sabe hablar, las experiencias de apego se corresponden con
respuestas condicionadas, por ejemplo, descubre que los pasos de la madre
anuncian la comida que llega. También puede aprender a asociar el olor y el tacto
de la madre con la comida y la tranquilidad. A medida que se hace mayor, va
siendo capaz de representar estas experiencias con imágenes más complejas, y
luego de forma verbal como habla interior o pensamiento semántico. A su vez,
estas conexiones, imágenes e impresiones sensoriales empiezan a construirse en
historias o episodios breves que más adelante se pueden convertir en narrativas
más complejas sobre nuestras experiencias. Junto a esto, el niño va aprendiendo
a integrar sus procesos mentales y a reflexionar sobre ellos. Así, por ejemplo,
puede llegar a reconocer que no dispone de una imagen de un suceso y
preguntarse por qué, o incluso que después de decir que disfrutó de la
experiencia con una pareja la imagen que de ello surge lo contradiga.
BOWLBY (1988) describe este proceso como “No saber lo que se sabe y saber
lo que no se sabe”. Con ello quiere decir que los padres pueden enseñar al hijo a
negar sus propias experiencias y recuerdos: a llevar a cuestas la historia o la
política familiares y a aceptar una determinada versión de los hechos, por
ejemplo, ante el recuerdo incorporado del niño de que sus padres le provocaron
dolor y heridas, pueden hacerle creer que fueron cariñosos y no lo maltrataron.
Cuando intentamos recordar experiencias tempranas de la infancia, muchos nos
encontramos con algunos momentos en que no estamos seguros de si realmente
recordamos el suceso en sí o una historia que nos han contado nuestros padres.
Es un proceso normal e inevitable, ya que en la infancia nuestra capacidad
lingüística es limitada y necesitamos que los padres nos ayuden a poner en
palabras lo que ocurre. Necesitamos incluso que ellos nos ayuden a interpretar
nuestros estados físicos internos y encontrar la forma de expresarlos (STERN,
1998). BOWLBY (1980) hacía la importante observación de que se trata de un
proceso de negociación y co-construcción entre el hijo y los padres, y cuando
éstos distorsionan los hechos para ajustarlos a sus propósitos, el niño queda en
142
una posición de particular confusión y vulnerabilidad. Para desmentir la versión
de los hechos del adulto, es posible que el niño necesite falsear su propia
experiencia, o que para sacar provecho de ésta, tenga que rechazar la versión de
la realidad de su figura de apego. Puede ocurrir que la experiencia extrema y
continuada de estos procesos genere en el niño un sentimiento de pérdida de la
realidad o incluso estados psicóticos. Los teóricos del apego sostienen que el
apego seguro consiste en nuestra capacidad de entretejer estos diferentes
sistemas de recuerdo en un todo coherente para poder entender nuestras
experiencias. Esto implica una comunicación sincera con nuestros padres para
que se puedan resolver las lagunas, las discrepancias y las incoherencias.
Los patrones familiares y el trauma
Como respuesta a acontecimientos que puedan ser traumáticos, la persona
inicia dos procesos gemelos: primero, se produce una reacción de supervivencia
de intentar garantizar su seguridad y, segundo y unido a lo anterior, hay un
intento de interpretar la experiencia, con la esperanza de aprender de ella para
saber evitar o afrontar peligros similares en el futuro. Parece que la persona tiene
tres formas principales de organizar sus narrativas sobre la amenaza y el peligro.
La primera es desarrollar relatos que la ayuden a despreciar o minimizar el
peligro. La segunda, obsesionarse cada vez más con el peligro y temerlo. La
tercera, lograr un equilibrio con el que pueda evaluar de forma realista lo
ocurrido, pero decidir también cómo priorizar las posibles fuentes de peligro, y
hacer planes que le permitan organizarse para estar segura en el futuro sin por
ello dejar de seguir con su vida diaria. Las familias, los amigos y otros que tienen
una relación estrecha con la persona participan en el proceso de ayudarla a
interpretar los sucesos dolorosos y peligrosos (HARVEY y cols., 1992). Un
elemento fundamental de esta resolución es que otros estén dispuestos a
reconocer y aceptar las experiencias de la persona y además le den apoyo y
ayuda para continuar con su vida. CRITTENDEN (1997) explica que sufrió un
“pequeño atraco” en el metro de París, y se pasó los días siguientes alternando
entre despreciar la experiencia para afrontar los sucesos inmediatos, y
obsesionarse con ella, para aprender lo que debía de lo sucedido. Asimismo, las
conversaciones con amigos que al principio parecen ser una forma de cavilación
pueden ayudar a determinar qué elementos de la experiencia necesita aprender la
persona en el futuro. Es posible que este proceso tenga que ser repetitivo y
exhaustivo, para que la persona no pierda pistas esenciales. Por otro lado, los
amigos y miembros de la familia también pueden ayudar a dejar de lado esta
reflexión para seguir con otras actividades y recuperar un sentimiento de
confianza y competencia.
143
La forma que la persona ha aprendido de afrontar sucesos dolorosos y
peligrosos —sus estrategias de apego— determina de qué modo podrá
interpretar esas experiencias. En este sentido, es esencial el modo en que la
persona es capaz de desarrollar sus narrativas de estas experiencias. Estos
relatos son representaciones de múltiples niveles de los sucesos, y cumplen
diversas funciones psicológicas para ayudar a proteger a los miembros de la
familia. Sin embargo, se puede considerar que las familias están conectadas con
los sucesos traumáticos de dos formas. Por un lado, hay familias que reaccionan
a las amenazas y las agresiones exteriores, cuando se les imponen sucesos
peligrosos desde “fuera”. Por otro lado, las hay que provocan sucesos
traumáticos, peligro y agresiones mutuas desde “dentro”, donde la fuente del
peligro parece estar claramente en el interior de la familia. No se trata de una
distinción así de exacta, ya que puede ocurrir que las personas arrastren al
corazón de la familia experiencias suyas anteriores de malos tratos, abandono y
agresión, por ejemplo, de su infancia.
La familia como fuente de protección y el desarrollo del
significado
El trauma y la pérdida son, en cierto sentido, los extremos del proceso general
por el que los hijos de las familias piden que se les reconforte y tranquilice.
Aprender a consolarse y sosegarse requiere la ayuda de los padres, de cuya
forma de reaccionar el hijo aprende no solo a recuperar un estado más tranquilo,
sino también a interiorizar el proceso (MIKULINCER y cols., 2003; MIKULINCER y
SHAVER, 2007). La forma que los padres tienen de ayudar al niño a tranquilizarse,
mediante las palabras de consuelo, la reafirmación, el contacto físico, las caricias,
la distracción con una actividad agradable, dejando que el niño exprese sus
temores, formando planes para situaciones futuras similares, etc., se interioriza y
acaba por formar parte del repertorio del niño. En efecto, éste aprende a hacer
consigo lo que ve, siente y oye que sus padres le hacen. Además, también
aprende de forma indirecta con la observación de cómo tranquilizan sus padres a
sus hermanos y de cómo se consuelan uno al otro. Una parte importante de este
proceso se puede definir como “contención” (WINNICOTT, 1965; FONAGY y cols.,
1991b), que se refiere a la capacidad de los padres de mostrar empatía y
conciencia de cómo se siente el niño, sin dar a entender al mismo tiempo que
también ellos se sienten abrumados o incapacitados por los sentimientos. Por
ejemplo, si al responder a la experiencia del niño se angustian en exceso, puede
ocurrir que, en lugar de tranquilizarlo, agraven su desazón. A los niños pequeños
les puede dar miedo que los padres sean demasiado vulnerables, y los mayores
se pueden sentir culpables de haber hecho que se preocupen, y quizás también
144
enfadados y decepcionados por tener que acabar por ser ellos quienes protejan a
sus padres cuando les piden ayuda. En el extremo opuesto, los padres pueden
aparentar excesiva calma y distanciamiento en su forma de reaccionar, de forma
que el hijo no se sienta conectado ni comprendido, y eche de menos la empatía
de los padres. Por ejemplo, una muchacha era víctima de constantes agresiones
sexuales de un chico de la escuela, pero pensaba que no se lo podía contar a sus
padres, por el disgusto que tendría su madre y porque su padre la podría acusar
de ser provocadora, o empeorar las cosas si se enfrentaba a la escuela. Parecía
que sus intentos de gestionar sus sentimientos producían más malestar y la
sensación de estar sola con su problema, hasta el punto de que ingirió una
peligrosa sobredosis de medicamentos.
En circunstancias más extremas de peligro y amenaza graves, los niños
requieren de los padres que, para poder a afrontar sucesos potencialmente
traumáticos, les ayuden a dar significado a la experiencia y procesarla, y a
desarrollar juntos estrategias que garanticen la seguridad. Para una buena
gestión de los problemas que se hayan podido producir fuera de la familia, como
agresiones o accidentes, es esencial saber cómo se han producido y si las figuras
de apego son capaces de consolar, animar y empoderar a los hijos o sus parejas
que hayan vivido sucesos que pueden generar algún trauma. HARVEY y cols.
(1992) señalan que las reacciones positivas de los miembros de la familia, como
el reconocimiento del dolor, la comprensión, el ofrecimiento de apoyo y la
disposición a hablar de lo sucedido, son esenciales para determinar si la
experiencia degenera en un estado traumático no resuelto. En particular, unos
padres que se negaban a reconocer que se había producido un suceso, el abuso
sexual por parte del abuelo, provocaron que la persona se sintiera sola,
desamparada y atrapada en su aflicción.
La familia como fuente de peligro
Reconocemos de entrada en este apartado que los padres que pueden ser un
peligro para sus hijos muchas veces han estado ellos mismos traumatizados. Es
una realidad de suma importancia. De ahí que en nuestra conceptualización y
nuestro trabajo clínico intentemos ayudar a los padres al mismo tiempo que
escuchamos las experiencias de sus hijos.
En algunas situaciones, la propia figura de apego se puede convertir en un
peligro para el niño, todo lo contrario de la función que se le supone de darle
tranquilidad y seguridad: son las situaciones de malos tratos físicos o abusos
sexuales intrafamiliares (BENTOVIM, 1992). En este caso, los padres y otras figuras
familiares cuya protección, seguridad y tranquilidad necesita el niño, se
convierten en fuentes de peligro, miedo y desasosiego. BOWLBY (1980) dice que
145
en estas circunstancias el niño no solo vive una experiencia de peligro, sino que
el hecho de encontrarse en esta situación insegura con sus padres obstaculiza su
capacidad de procesar y dar sentido de diversas formas a los sucesos peligrosos.
Se refiere a que el niño desarrolla “modelos múltiples”, por ejemplo, en el ámbito
personal y sensorial recuerda actos espantosos y de abuso, pero que los padres
pueden desautorizar y desmentir, de modo que en el ámbito semántico al niño se
le exige que crea que era responsable de esos actos por su “mal”
comportamiento, o peor aún, que no ocurrió nada de lo dicho y que son una
familia cariñosa en la que reina la armonía. BENTOVIM (1992) subraya que estos
abusos familiares a menudo son un proceso continuado, más que un suceso
traumático aislado. Con el tiempo el niño aprende que no hay posibilidad de
escapar de esos sucesos, ni siquiera de mitigarlos. Puede reaccionar de diversas
formas, pero posiblemente a muchos niños el abanico de posibilidades les será
limitado, y en algunos casos se sienten atenazados por el miedo y las amenazas.
En este sentido, es posible que algunas formas de conducta, como las de
autolesionarse, sean un modo de distracción e incluso de alivio emocional. Otra
posibilidad similar es que el niño entre en una especie de autohipnosis, estados
disociativos, un estado de ensoñación en que deja de vivir en el presente. Una
versión ampliada de lo mismo pueden ser formas de personalidades múltiples, en
donde el estado disociativo se hace más complejo y extenso. Por ejemplo, la
niña puede desarrollar un autoestado en que sea la víctima de los abusos, y otro
en que sea una niña mala que disfruta del abuso sexual y de algún modo es
responsable de que se produzca. Se puede ver también que los procesos se
parecen a las explicaciones de SELIGMAN (1975) de la indefensión aprendida,
donde la persona, con el tiempo y como reacción a hechos incontrolables e
insoportables, se sume en la pasividad, la impotencia y la depresión.
También LIOTTI (2004) explica que, en una situación de abuso por parte de los
padres, el niño puede vivir un dilema agudo e irresoluble: ante el peligro, se
dirige a la figura de apoyo en busca de seguridad y sosiego, pero a la vez se
encuentra en una situación difícil cuando la misma figura segura es la causa del
peligro, por ejemplo, en el caso del padre o la madre que le inflige abusos físicos
o sexuales (Figura 6.1).
146
Figura 6.1 Dilema del niño en un patrón de apego de maltrato.
LIOTTI (2004) subraya que en estas situaciones de abuso el niño se encuentra
en una disyuntiva ineludible, porque la necesidad de estar apegado al padre, la
madre o la figura de apego, y de buscar en ellas cariño y consuelo, es
fundamental. En esta situación, no puede confiar en la tranquilidad que le
proporcione el padre o la madre que asuste o/y esté asustado. El niño no puede
eliminar la necesidad de estar apegado, por lo que, en la anterior circunstancia de
abuso, se encuentra ante un dilema o una situación que no puede desembocar
en nada bueno, porque, haga lo que haga, lo probable es que reciba más malos
tratos que le causen más dolor. Si recurre al padre o la madre, es posible que se
le agrave la herida y no reciba consuelo alguno, y si no lo hace, se puede sentir
abandonado y rechazado. Más probable aún es que se le castigue por mal
comportamiento, por no atender a las necesidades de sus padres, o incluso por
hacer que éstos se enfaden. En la relación de pareja puede ocurrir que uno de
los dos resuelva por lo menos en parte este dilema teniendo conciencia de él y
buscando ayuda, dirigiéndose a los demás en busca de apoyo, etc. El niño, en
cambio, tiene pocas opciones. Como veíamos antes, las respuestas pueden ser
los estados disociativos, la depresión y las autolesiones. LIOTTI (2004) resume la
situación del niño como un intento de eliminar los recuerdos de los malos tratos
sufridos a manos de los padres, por ejemplo, mediante la disociación o la pérdida
de la memoria. Esto le ayuda a mantener, o por lo menos a intentar mantener, la
necesidad de apego a sus padres. Al mismo tiempo, para protegerse de
147
posteriores abusos, también trata de negar su necesidad de apego (Figura 6.2).
Figura 6.2 Dilema relacional del niño que intenta mantener los apegos.
Podemos ver en este proceso que el niño construye un modelo de
funcionamiento interno que le puede plantear cada vez mayores problemas. En
las relaciones entre adultos, por ejemplo, esta tendencia a evitar los recuerdos de
abusos puede significar que la persona no desarrolle estrategias para prever
escenarios de abuso posibles o reales y alejarse de ellos. Además, al intentar
negar sus necesidades, puede que no sea consciente de qué es lo que le lleva a
implicarse en unas relaciones potencialmente difíciles y peligrosas.
Otro aspecto importante es que los padres maltratadores pueden haber estado
expuestos ellos mismos al maltrato y haberlo sufrido en su infancia. Esto
significaría que también padezcan estados traumáticos. Una posible consecuencia
para el hijo es que la relación con sus padres sea aún más compleja y confusa,
por ejemplo, que los padres no solo le den miedo, sino que ellos mismos a veces
lo tengan y se sientan vulnerables (COOPER y VETERE, 2005) (Figura 6.3).
Figura 6.3 Roles múltiples y contradictorios para el hijo en un sistema traumático.
148
El niño, por ejemplo, en relación con unos padres que hayan sufrido malos
tratos, puede sentir que ellos tienen miedo y son vulnerables, y reaccionar con
un intento de reconfortarles y tranquilizarles. De hecho, puede llegar a sentir que
sus propias acciones de requerir atención o de mostrar cierto enfado hacia los
padres son abusivas. La reacción de los padres, a su vez, puede ser la de llorar o
asustarse como víctimas del aparente “ataque” que reciben del hijo. Esta
vulnerabilidad se puede convertir en cólera en el padre/madre, en enfado que se
traduzca en un ataque al niño por “hacer” que los padres experimenten estos
malos sentimientos. Es posible que nadie se dé cuenta de que el niño no ha
provocado estos sentimientos, sino que los han desencadenado las experiencias
no resueltas de los padres: el trauma. Otras veces, los padres pueden actuar con
cariño y atención para que el niño se pueda sentir cuidado y querido, aunque sea
temporalmente. Al niño le puede ser difícil comprender y resolver esta mezcla de
experiencias contradictorias. Además, es probable que desarrolle el sentimiento
de que no puede entender lo que sucede, y que alterne entre el autoodio, la
cólera, el retraimiento y la depresión. A esta mezcla se la ha llamado un proceso
de apego “desorganizado” (MAIN y cols., 1985; FONAGY y cols., 1996). También se
puede considerar que conecta con la primera formulación de “doble vínculo” de
BATESON, quien entendía por tal un proceso en el que la madre muestra rechazo
por el hijo y a la vez se siente angustiada porque éste la pueda rechazar. A su
vez, la reacción del hijo es distinguir su necesidad y cariño por los padres, de
modo que se construye un ciclo mutuo por el que ni uno ni otros son capaces de
expresar sus necesidades y sentimientos con claridad y sin ambigüedades.
La reacción de los padres puede desbaratar los intentos del niño de entender
estas experiencias. Así, el padre/madre puede falsear o reprimir la experiencia del
niño, por ejemplo, cuando le dice que aquello que le pareció emocionalmente
aterrador en realidad era una muestra de cariño, o incluso que está en un error y
que, por ejemplo, no se produjo violencia doméstica alguna. También se puede
aleccionar al niño para que no mencione determinados sucesos, cuya
consecuencia es que no pueda ver emocionalmente validadas sus experiencias ni
asignarles un significado. Asimismo, los propios padres pueden sentirse
exageradamente ansiosos por un suceso y por ello mantener al hijo en continuo
estado de vigilancia y angustia en relación con él.
Implicaciones para la terapia
En nuestro planteamiento es fundamental la creación de una base segura para
que las familias puedan volver a experimentar, procesar y negociar reacciones y
las dificultades interpersonales. En todo lo dicho hasta ahora sobre el trauma y la
pérdida, hemos visto que el primero no es simple ni predominantemente un
149
estado interior e individual, sino que se entreteje en la dinámica emocional de la
familia. Como explicábamos antes, así lo podemos ver en uno o dos sentidos.
Primero, uno o varios sucesos exteriores han provocado un proceso traumático
en la familia, de modo que sus miembros ya no son capaces de cuidarse y
reconfortarse mutuamente. Segundo, la propia familia es la fuente del peligro y
el trauma para sus miembros. Estas dos series de circunstancias, sin embargo, no
están perfectamente separadas, ya que es posible que los padres, por ejemplo,
vivieran el trauma de niños, lo que les dificulta responder a las necesidades de
sus hijos o su pareja.
Crear una base segura
Por lo que hemos expuesto hasta ahora resulta evidente que las familias en las
que el trauma es un elemento esencial pelean por poder proporcionarse
mutuamente una base segura. En algunos casos, parecería que de hecho actúan
de tal forma que lo que ocurre es todo lo contrario de crear seguridad, y que lo
que se crea son niveles cada vez superiores de miedo y peligro. Al hablar de
“familias” en este sentido, hemos de tener cuidado también de dejar claro que en
muchos casos ocurrirá que un miembro de la familia sea particularmente
peligroso para los demás. En el ámbito de las ideas sistémicas se han debatido
temas referentes al poder, pero HALEY (1987) y MINUCHIN (1974) fueron dos de
los primeros en sostener que el poder es fundamental en la vida familiar, y que
todas y cada una de las comunicaciones familiares transmiten un mensaje
respecto a qué punto de vista sobre la realidad es el dominante y se impone
entre todos los de los miembros de la familia. Puede haber casos también en
donde el peligro sea imaginario, sin que haya ninguna agresión física ni ningún
otro indicador directo de peligro real. Por ejemplo:
Se odiaban tanto [los padres], que me daba terror que uno de los dos hiciera alguna
tontería, odiaba tener que volver a casa, por si había ocurrido algo. Y es que los dos
tienen un carácter horrible, también papá... el de papá es... lo entiendo... pero es malo
de verdad...
(Kate, de 17 años y con anorexia.)
Kate hablaba de la ansiedad que sentía por sus padres, pero nunca les había
visto físicamente violentos el uno con el otro.
Ejemplo de caso
James, de doce años, producía en su madrastra Claire la sensación de que era agresivo en extremo y
potencialmente muy peligroso. El niño había estado viviendo con su madre, que inició una nueva relación
con un hombre al que se había condenado en cierta ocasión por abusos sexuales. En los Servicios
Sociales estaban muy preocupados y pidieron al padre de James que se lo llevara con su nueva familia. El
150
niño hablaba poco de su madre y tenía poco contacto con ella, se comportaba como si no quisiera saber
lo que ocurría e intentaba olvidar todo lo que tuviera que ver con ella.
Nos sorprendieron las descripciones que hacía de su cólera y su violencia, pues era un niño delgado y
pequeño, extremadamente amable, un poco triste y siempre dispuesto a complacer en las sesiones
familiares y en las individuales. Cuando estaba presente la madrastra, la miraba de reojo continuamente,
como si quisiera comprobar que lo que él decía era aceptable. Ella hablaba con frialdad y determinación
de sus ideas sobre la gestión conductual de las pataletas del niño: eran necesarias medidas como el
aislamiento, la recompensa y el castigo, y la fijación de unos límites estrictos. Al mismo tiempo, a veces se
mostraba sumamente triste, desesperada y vulnerable sobre sus experiencias y frustraciones en sus
intentos de afrontar la situación. Nos pareció un punto de inflexión en nuestro trabajo con Claire y James
cuando ella, por propia voluntad, desveló que había sufrido abusos físicos y emocionales de su padrastro,
y que a veces James le recordaba esas experiencias. No quería ver en su vida a ningún otro hombre que
la acosara, asustara, hiciera sentirse insegura, y provocara que se sintieran inseguras sus otras hijas.
Cambiamos nuestra hipótesis y empezamos a ver a Claire de distinta forma, no como una madrastra
severa e implacable, sino como una mujer vulnerable y traumatizada que hacía cuanto sabía para ayudar a
su marido a educar a su hijo, pese al hecho de que éste le despertaba recuerdos extremadamente
angustiosos. Conseguimos que James interviniera en la conversación, que lo ayudó a comprender por qué
sus actos producían tan fuertes reacciones en su madrastra. Después disminuyó la intensidad de las
reacciones de Claire al mal comportamiento del niño, como disminuyeron también la agresividad y la
persistencia de sus conductas.
Crear una base segura es un elemento esencial de nuestro sistema de trabajo
en todos los tipos de problemas y de malestar, pero posiblemente lo sea más aún
para las familias en las que el trauma es evidente. Y es que estas familias no solo
se sienten inseguras, sino que desconfían de los intentos de reconfortarles y
darles seguridad y cariño. Como hemos visto, los problemas pueden estar
enraizados a su vez en experiencias transgeneracionales. Cada familia es única en
cierto sentido, pero nuestra opinión es que cuando el trauma es un elemento
decisivo de la experiencia familiar, todo lo anterior es un dilema para ella. De
hecho, ante este dilema, debemos considerar con mucho cuidado la razón de que
la familia o parte de ella haya acudido a la terapia.
La invitación terapéutica
Una pregunta fundamental que enmarca nuestro trabajo con este tipo de
familias es qué pensarán de la terapia y qué sentimiento les producirá asistir a las
sesiones. Nuestra formulación general es que vivirán el dilema esencial anterior,
porque sus experiencias les habrán enseñado que las personas que debían
consolarlas en realidad les hicieron daño, y que lo mejor es procurar negar
cualquier necesidad y vulnerabilidad emocionales. En este marco, cuanto más nos
empeñemos en ofrecerles seguridad y tranquilizarlas, es posible que más se
agudicen sus recelos de que se trata en esencia de una trampa o un montaje
para castigarles y maltratarles. ¿Por qué íbamos a esperar nosotros (los
terapeutas) que inmediatamente nos consideren distintos de la que hasta hoy ha
151
sido la suma de sus experiencias en la vida? En cambio, sabemos que algunas
familias en donde el trauma no tiene gran incidencia son relativamente capaces
de confiar enseguida en la terapia y de aprovechar la ayuda que les brinda el
equipo terapéutico. Si el terapeuta cuenta con un equipo, un buen sistema puede
ser subrayar que éste pueda ayudarle tanto a él como a la familia. Una
insistencia que puede ser especialmente importante, porque quizá la familia
piense que el equipo está para juzgarla, evaluarla, conspirar contra ella y demás,
y no para ser fuente de ayuda emocional para ellos y para el terapeuta. Esto
significaría a su vez, que en este tipo de familias no sea adecuado el equipo
silencioso que observa detrás del espejo, o que tengamos que encontrar formas
de disponer tal estrategia para que despierte menos recelos, por ejemplo,
mediante una presentación cálida del equipo, invitando a la familia a que nos
observen desde el otro lado de la pantalla cuando hablamos de sus problemas, o
mediante un proceso reflexivo con un terapeuta que dirija y la presencia de un
asesor (COOPER y VETERE, 2005).
A este proceso inicial con las familias lo hemos llamado “hablar del hablar”, que
conecta con el énfasis que la terapia sistémica familiar pone en la importancia
que tiene hablar con la familia de lo que les ha decidido a acudir a la terapia, y
de lo que piensan y esperan de ella. Esta conversación con la familia incluye la
posibilidad de que no quieran hablar directamente de sus problemas o, al
contrario, de que deseen abordarlos de inmediato. En esta charla podemos
aclarar cómo nos darán a entender que se sienten incómodos al hablar de ciertas
cosas, y qué convendrá hacer: un receso, cambiar de tema, etc. Ante todo, la
conversación debe transmitir a la familia que el terapeuta respeta que la
comunicación pueda ser difícil y dolorosa, y que no se les va a engañar,
convencer ni forzar a que desvelen nada que pueda entrañar algún peligro y
tener consecuencias negativas fuera de la consulta de la terapia. También es
importante insistir en que los terapeutas podemos entender mal las cosas y que
sabemos disculparnos si así ocurre.
En nuestro sistema también es fundamental adoptar una actitud de no acusar,
centrarse en las competencias y en nuestra voluntad de interpretar las cosas
desde su punto de vista. Si el proceso familiar se organiza en torno a la
acusación y la culpa, tanto para las víctimas de los abusos como para sus
perpetradores, unos y otros serán más propensos a considerarse acusados y
juzgados. Con ello la familia se sentirá muy inestable y emocionalmente insegura,
un estado en el que les será muy difícil empezar a pensar e integrar, revisar,
contar de nuevo sus experiencias negativas y trascenderlas. La estrategia de
exteriorizar los problemas, es decir, de generar conversaciones, por ejemplo,
sobre cómo se ha dejado que la cólera entre en la vida familiar y dañe sus
relaciones, puede ser un buen punto de partida. También puede ayudar cuando
152
se empiece a crear una relación terapéutica en que se considere que el equipo de
terapia trabaja junto con la familia, y no en su contra. Esta postura también
puede facilitar que los problemas parezcan más gestionables emocionalmente, y
nos permita pensar.
Una circunstancia importante es que un enfoque que reduce la acusación,
destaca la responsabilidad y empieza por exteriorizar los problemas puede crear
un espacio más seguro para que las familias empiecen a interpretar los sucesos.
Una vez que se haya acordado un plan de seguridad, podemos trabajar con la
familia para mantener la seguridad física y generar y alentar su sentimiento de
seguridad emocional.
La conversación se centra, por ejemplo, en cómo ha llegado a formar parte de la vida familiar un patrón de
violencia, tanto en la actualidad como a lo largo de generaciones.
Esta exteriorización reduce el sentimiento de culpa que puedan tener los miembros de la familia, pero hay que
tener cuidado de no diluir la responsabilidad.
Se puede producir cierta actitud emocional de ansiedad y un intento de defender el yo, que conduzca a un mejor
sentido de la responsabilidad de las decisiones y los actos.
Los miembros de la familia pueden ver en el terapeuta a una persona que no les acusa sino que comprende el
problema, al tiempo que defiende las ideas de responsabilidad y de tener que dar cuentas.
Esto puede proporcionar a la familia una experiencia indirecta de seguridad: ven que el terapeuta no les acusa
y les comprende.
De ahí puede surgir un sentimiento de seguridad emocional y de contención. Este trabajo se puede hacer con
cada uno de los miembros de la familia y con grupos familiares, juntos y por separado, según la evaluación que se
haga del posible riesgo.
Esto permite que la familia empiece a participar en la búsqueda del apego y de la tranquilidad en el
terapeuta
Cuando el trauma es consecuencia de las acciones que se producen en el
interior de la familia, por ejemplo, de los malos tratos del padre, la madre o
ambos, es obvio que existe el peligro de que una actitud exteriorizadora pueda
parecer que se contradiga con los abusos. Por ejemplo, la víctima de éstos puede
estar convencida de que fue culpa de su padre, y éste ha de asumir la
responsabilidad. Por consiguiente, en esta fase es importante que el terapeuta
sepa recordarles que comprende lo que sienten del malestar, la cólera y el miedo
153
que puedan estar sintiendo, y demostrar que no deja de tener presente el
contexto legal y la red de profesionales. En algunos casos puede ser útil hablar
de cómo el padre o la madre que infligió los malos tratos se puede sentir
atrapado por ellos, quiere parar pero no sabe cómo. Hay que hacer todo esto
con cuidado, y al principio con los perpetradores solos, para después pasar
quizás a una reunión de toda la familia, y sin señalar que la explicación reduce ni
elimina la responsabilidad de los actos que hieren, asustan e intimidan a los
demás. También resulta necesario reconocer con la familia que pueden tener la
impresión de que no quieren albergar falsas esperanzas para verlas después
incumplidas, como ocurrió en el pasado.
Analizar los problemas: La comunicación y los sistemas
representacionales
Una piedra angular de la teoría del apego es que los apegos inseguros generan
diversos tipos de dificultades en la comunicación interpersonal, en lo que se
refiere a lo que las personas son capaces de comunicar tanto a sí mismas como
entre ellas. El trauma produce una escisión entre los distintos sistemas
representacionales, de modo que las experiencias encarnadas y sensoriales se
desconectan de las semánticas y episódicas. Por ejemplo, la persona puede
experimentar escenas retrospectivas, arrebatos de cólera y miedo, y no ser
consciente de cuáles son las causas de tales experiencias. Esta desconexión
puede plantear muchos problemas para la comunicación de las familias, porque
tanto la persona que adopta la conducta como la que reacciona a ella pueden
estar distorsionando el significado fundamental que subyace en ella y las causas
de todos sus traumas. Por esto, en la primera sesión resulta fundamental
centrarse en la comunicación, analizar con detalle cómo reaccionan las personas,
y considerar qué atribuciones mutuas se hacen sobre sus actos. En el caso
anterior, parecía que la madrastra de James construía la cólera de éste como una
cólera abusiva: como la de su padre. A su vez, las acciones de su madrastra
posiblemente a James le recordaban el doloroso rechazo de su madre y el riesgo
al que ésta lo había expuesto con su compañero pedófilo.
Este proceso lleva inherente la consideración con la familia de lo que se
comunica en los diferentes sistemas representacionales. En el caso de James, al
principio a su madrastra le suponía una amenaza excesiva hablar de que los
actos de James, especialmente su enfado, pudieran ser una forma de protesta
por su propio sentimiento de pérdida. Sin embargo, con el uso de las
representaciones visuales del niño, como el dibujo, fue posible comunicar con el
lado vulnerable y más tierno de su madrastra. El uso del material visual puede
ayudar no solo a niños como James a expresar sus sentimientos y a establecer
154
conexiones, sino también a los padres a conectar con sus hijos y con sus propias
experiencias de la infancia. Por ejemplo, cuando los padres ven los dibujos de
sus hijos pueden relacionarlos con sus representaciones visuales de la infancia,
de ser pequeños y vulnerables y de tener miedo. El material visual contiene y a
veces transmite sentimientos que se niegan en el ámbito lingüístico y semántico,
y pueden ayudar a personas como Claire a conectar con la vulnerabilidad del
niño en lugar de aferrarse a la idea de que éste es malo, peligroso y demás. El
terapeuta también puede ser útil en este proceso si propicia el uso de múltiples
representaciones en la familia, por ejemplo, haciendo preguntas sobre cómo eran
las cosas y cómo se sentían, pidiendo a las personas ejemplos de episodios o
historias que describan sus experiencias. Se puede hacer de forma reflexiva en la
sesión: el terapeuta habla de las imágenes que les vengan a la memoria,
comenta aquellas que puedan haber observado de la familia, y les ayuda a
establecer conexiones entre los sentimientos, las imágenes, las palabras, las
historias y las teorías y explicaciones de la familia (integración).
Con esta exploración también empezamos a poder considerar cómo perciben
los problemas los miembros de la familia. Como en el caso de Claire y James,
puede ser importante intentar rastrear con la familia los patrones
transgeneracionales de relacionarse. La herramienta más común para facilitarlo es
el genograma familiar, que puede revelar cuestiones importantes que se repiten
en las distintas generaciones. Desde la perspectiva del apego, parte de este
análisis puede ser considerar el peligro, el miedo y el consuelo de la familia. Será
para ésta una tarea especialmente delicada, porque puede pasar enseguida a
sentirse acusada, y existe la posibilidad de que se activen sentimientos muy
dolorosos, por ejemplo, de la infancia de los padres. De hecho, puede ser útil
que el terapeuta reflexione con la familia que está de acuerdo en andar con
mucho cuidado y en que pueden aparecer “minas”, pero hay que confiar en que
no se van a pisar muchas.
Analizar las alternativas y el cambio
A las familias con trauma les puede resultar difícil pasar a considerar las
alternativas y, por ejemplo, hablar de resultados únicos. Hablar, pongamos por
caso, de que las cosas hubieran podido ser distintas para los padres y los hijos, o
de momentos en que fueron buenas, puede provocar unos fuertes sentimientos
defensivos. Asimismo, hablar de momentos de la familia actual en los que las
cosas van bien puede provocar que se diga que es cuando el niño que recibe los
malos tratos cumple y no se queja, cuando no plantea problemas. En el caso de
James, podrían ser los momentos en que estaba más deprimido pero, por lo
menos, tranquilo y sin dar problemas a su madrastra y su padre. Por
155
consiguiente, para analizar los resultados únicos es necesario pasar a estudiar
cuándo las personas se sentían realmente seguras y tranquilas o, si no es
posible, recordar hipotéticamente qué se pudiera haber sentido. También puede
ser útil incorporar este proceso a la consulta de la terapia, para analizar lo
ocurrido y cuáles han sido los momentos en que ha habido un sentimiento de
seguridad, cómo ocurrió, y qué podría ayudar a que volviera a darse en la sesión
y, si fuera posible, acabar por producirse también fuera de ella. Sabemos por
experiencia que es fundamental validar las experiencias de las personas y sus
intentos de hacer las cosas de otra forma, y reconocérselo.
También utilizamos la idea de los diferentes sistemas relacionales para propiciar
en la familia experiencias de relación en distintos sistemas sensoriales, por
ejemplo, con el uso de materiales visuales como el dibujo, facilitando varios tipos
de respuesta emocional en la sesión y sugiriendo cambios estructurales. Con
James y su madrastra Claire, un aspecto de esto era la sugerencia de que nos
dividiéramos en dos grupos para parte de la sesión: James hablaba a una mitad
del equipo, y su madrastra a la otra. Trabajar por separado con las dos partes del
sistema familiar nos permitía tener una conversación más tranquila y reposada
con cada una. Después, cuando nos reuníamos de nuevo en un solo grupo,
podíamos compartir la información positiva de esas conversaciones. Todo esto
facilitaba una interacción más cariñosa, sosegada y positiva entre James y Claire
al final de la sesión.
Es posible que Claire en esencia enmarcara (semánticamente) esto como algo
que se hacía a, y para, James para que se sintiera mejor, pero era evidente que
también apreciaba el apoyo que ella misma podía recibir. La sensación de que se
prestaba atención y se tranquilizaba a ambos creaba un resultado único: un
espacio seguro en que intentaran acercarse y confiar más el uno en el otro. La
experiencia de una forma más cálida de estar juntos pudo haber creado otra
situación más cálida para ambos en un nivel encarnado y emocional. Este tipo de
intervenciones estructurales pueden crear oportunidades de experiencias en
distintos niveles sensoriales, y generar cierto potencial para el cambio. Por
ejemplo, la nueva experiencia de Claire y James, cuando éste observaba que le
sonreía y lo tocaba cuando le contamos a ella lo que James nos había dicho de
lo mucho que apreciaba todo lo que ella intentaba hacer por él. Estas
interacciones pueden ayudar a fomentar interacciones gratificantes de vinculación
afectiva. Como decían WATZLAWICK y cols. (1974): “Nada convence más que el
éxito”.
Los guiones correctivos y replicativos
Un aspecto importante del trabajo en esta fase es el análisis de los guiones
156
correctivos y replicativos. Nos volvemos a encontrar con una importante capa
adicional en la que hay un trauma importante. En concreto, puede ocurrir que los
procesos correctivos y replicativos actúen con especial fuerza y, a veces,
inflexibilidad. Las experiencias de dolor emocional de la primera infancia de los
padres pueden significar que estén más que dispuestos a hacer las cosas de
forma distinta de como ellos las vivieron. Sin embargo, en algunos casos es
posible que no sean conscientes de qué es lo que les empuja a hacer las cosas
de otro modo, porque bloquean el acceso de la conciencia deliberada a los malos
tratos, o la idea de que éstos informan también su vida. Además, el proceso
puede ser que, aunque semánticamente hayan determinado hacer las cosas de
otra manera, en el nivel incorporado los recuerdos, visualmente y en lo que se
refiere a la conciencia y la capacidad de recordar episodios de lo que vivieron y
sintieron, pueden estar bloqueados. Otra consecuencia puede ser que los padres
experimenten parte de toda la fuerza de las ansiedades y el dolor que sufrieron
de niños, una sensación similar de impotencia. Una vez más, parecía que todo
esto era relevante para Claire, en el sentido de que sus esfuerzos por ser una
buena madre, considerada, organizada y previsible para James, parecía que
llevaban al mismo tipo de violencia que ella había vivido. En efecto, otra vez
intentaba ser una “buena chica” y la consecuencia eran la violencia y los malos
tratos, como le había ocurrido de niña. Para los padres puede ser un duro golpe
la retraumatización que supone el intento de un guión correctivo. Es improbable
que dispongan de recursos emocionales, de la experiencia de ser apoyados y
ayudados, o de cómo tratar los sentimientos difíciles del hijo sin enfadarse ni
maltratarle. En consecuencia, sus guiones se basan en un intento semántico, sin
una experiencia emocional de apoyo a la que puedan recurrir.
En una familia, el padre que entonces era actor y había pasado su infancia en
diversos hogares infantiles, explicaba que había intentado aprender a ser padre
como si se tratara de un papel que tuviera que representar. Había leído libros,
había visto películas y obras de teatro, había hablado con amigos: se había
aprendido el papel, pero tener que llevarlo a la práctica con su hija y su esposa
había sido muy difícil, porque carecía de experiencias emocionales que le
sirvieran de referencia.
La integración y el mantenimiento del contacto
La integración de las experiencias, y desde nuestra perspectiva del apego la
capacidad de integrar las experiencias adquiridas de los diferentes sistemas
representacionales, es fundamental para la terapia. Las dificultades de este
proceso nacen también de problemas relacionados con el trauma. Tal vez se trate
de una característica fundamental, en el sentido de que la integración, también
157
llamada a veces “funcionamiento reflexivo” (FONAGY y cols., 1991b), es
especialmente difícil. Para que los miembros de la familia puedan defenderse del
dolor que les producen los hechos traumáticos, es posible que se eliminen estos
recuerdos o que se produzcan frecuentes disociaciones. FONAGY (1991) advierte
de posibles efectos iatrogénicos, de modo que los intentos apresurados de
integrar las experiencias y de emprender una completa evaluación reflexiva de las
propias experiencias y relaciones puede abrumar a algunas personas, sobre todo
a las que tengan “trastornos de personalidad” relacionados con abusos graves.
La integración es un proceso que se desarrolla a lo largo de la terapia, pero a
medida que avanza, la familia debe intentar reflexionar sobre sus experiencias de
forma cada vez menos distorsionada y más completa posible, utilizando material
de todos los sistemas representacionales. Una manera relativamente delicada de
propiciarlo es que el terapeuta reflexione sobre su relación con la familia, hablar
de su propia familia y sus circunstancias y de las conexiones con las experiencias
de la familia de la terapia. Es una estrategia que le puede servir a la familia de
ejemplo o modelo de cómo desarrollar historias integradoras, pero también para
comunicarle que es seguro hacerlo. Sin embargo, estas familias pueden haber
decidido no comunicar o no integrar determinadas experiencias muy negativas y
dolorosas. Puede ser útil hablarlo abiertamente con la familia, quizás diciéndoles
que al reconocer el impacto de algunos sucesos traumáticos deciden no hablar
de ellos de momento, pero que es posible que los consideren más adelante.
Esto, en efecto, ayuda a llevar a la familia a una posición diferente, en la que
están menos a merced de los sucesos traumáticos y optan más por utilizar
algunos tipos de medidas defensivas. Posiblemente, los apegos seguros
constituyen este tipo de decisión o flexibilidad, porque podemos decidir, por
ejemplo, adoptar en determinados momentos una estrategia despreciativa y
evitativa. Sin embargo, la usamos de forma deliberada como estrategia, y en
consecuencia no nos vemos atrapados ni obligados a ceñirnos a ella si, en una
fase posterior, demuestra que es ineficaz o inadecuada.
Por último, otra cuestión fundamental para estas familias es que sus
experiencias de apego y confianza han sido muy inestables. El “final” de la
terapia puede reactivar vivamente el sentimiento de que en cuanto establecen un
apego o la confianza en alguien, ambos se destruyen, y ellos quedan
abandonados o, peor aún, con la sensación de que todo fue un timo. El
terapeuta cobró por unos servicios que no aprovecharon para nada. Una actitud
que se agrava por un discurso dominante en el ámbito de la salud mental que
advierte de la “dependencia” y del peligro de que la sufran los clientes. Es un
discurso especialmente inapropiado como idea orientadora si consideramos que
muchas familias con trauma han pasado por los servicios de atención social y
han vivido una cadena de apegos rotos a los cuidadores. Si la terapia reproduce
158
esta experiencia de desarrollar una confianza para que después se rompa, puede
contribuir a que todo sea completamente inútil, incluso a que la familia se sienta
peor, en el sentido de que confíe mucho menos. Por lo tanto, es importante que
el terapeuta hable de todo lo referente a la separación que supone el final de la
terapia. Además, puede ser muy útil que proponga formas de seguir en contacto:
de demostrar a la familia que seguimos pensando en ella. En este sentido,
resulta interesante considerar nuestras propias necesidades como terapeutas,
pues podría ser que algunos evitemos contactos posteriores con nuestros clientes
por miedo a que recaigan y demuestren que nuestro trabajo no sirvió de mucho.
Según nuestra experiencia, es un auténtico placer que la familia nos diga que les
va muy bien y que les fuimos de gran ayuda. Por otro lado, es importante
reconocer que queremos y necesitamos sentirlo así, y que nos preocuparía y
deprimiría oír lo contrario.
159
CAPÍTULO VII
La pérdida, la pena y el apego
Muchos de los sentimientos más intensos surgen durante la formación, el mantenimiento, la
alteración y la renovación de las relaciones de pareja. La formación de un vínculo afectivo se
describe como enamoramiento; mantener ese vínculo, como amar a alguien; y perder a la pareja,
como llorar a alguien. Asimismo, la amenaza de pérdida provoca ansiedad, y la pérdida real, pena; y
lo previsible es que cualquiera de estas dos situaciones provoque enfado. El mantenimiento
incontestado de un vínculo de afecto se siente como una fuente de seguridad, y la renovación de
un vínculo, como una fuente de alegría.
(BOWLBY, 1979, pág. 74.)
Hermosas palabras. La descripción de BOWLBY evoca la relación dinámica entre
la alegría y la pena, en la que media nuestra experiencia del amor. En palabras de
la querida esposa de C. S. LEWIS, Helen: “forma parte del acuerdo...”. En palabras
de C. L. LEWIS, a raíz del fallecimiento de ella: “Nadie me dijo jamás que la pena
se pareciera al miedo” (LEWIS, 1961, pág. 2). Esto es lo que hemos observado,
tanto en nuestra práctica clínica como en nuestra experiencia en la vida: que
todavía existe una interpretación profundamente equivocada de la naturaleza de
la pena, un deseo de negar el impacto y la duración del proceso del penar y una
tendencia a patologizar lo que, después de todo, es un proceso emocional
cotidiano. Nos oponemos a la descripción de la pena como una dolencia o una
enfermedad, o a la búsqueda de su curación. Vemos que las personas acuden a
nosotros porque sienten un malestar o un dolor emocional, como más se le suele
llamar, y reconocen que viven y funcionan por debajo de su capacidad óptima.
Quieren funcionar mejor en su forma de afrontar los dilemas y los retos de la
vida actual, y confían en mejorar la calidad sentida de sus relaciones
interpersonales. Pero no nos piden que las ayudemos a encontrar determinación
ni aceptación. Al contrario, nos dicen que las ayudemos a enfrentarse a las
amenazas de su vida, a ayudarse mutuamente, y a aprender a vivir con su pesar.
En este capítulo, nos vamos a centrar más en el pesar, en su aparición en las
relaciones y en cómo encuentra su expresión particular en la pena, y en los
procesos culturales que rodean al duelo. Analizaremos la contribución del
pensamiento del apego a la práctica sistémica al trabajar con personas que lloran
160
por un ser querido, y con otras que sufren pérdidas de muchos tipos, entre ellas
las que experimentan los miembros de la familia durante los procesos de
separación, divorcio y la formación de familias reconstituidas. Nos centramos
aquí en el dolor por la pérdida y el duelo, mientras que el Capítulo III subraya el
impacto relacional de la pérdida para los hijos y los adultos durante la separación
y el divorcio. Todos sentimos, como parte inevitable de la vida, la pena y la
pérdida, y así será siempre. La pena y la pérdida adoptan muchas formas. La
más evidente es cuando fallece alguien muy cercano a nosotros. Sin embargo,
hay muchas variaciones: la pérdida del amor de la pareja, un divorcio, la
separación de un amigo o un colega íntimos, una enfermedad o un accidente
graves que cambian tanto a alguien muy allegado que en cierto sentido le
perdemos tal como le conocíamos. También podemos experimentar la pérdida
cuando un amigo sucumbe al alcohol o parece que cambia o rechaza los valores
que nos habían unido. Y al revés, para algunas personas, con el fallecimiento de
un familiar a quien la enfermedad tuviera gravemente incapacitado, el dolor y el
sufrimiento se pueden sentir más como un alivio que una pérdida, como el final
de un padecimiento. En realidad, lo que constituye la pérdida es una
construcción tanto personal como social, depende de cada persona, y tenemos
mucho en común en nuestra forma de sentir la pena y la compasión.
Así pues, no queremos señalar que pueda haber una forma correcta o
incorrecta de abordar la pena. No postulamos una terapia de la pena ni una
terapia para la pena. Al contrario, queremos considerar cómo podemos responder
terapéuticamente cuando los miembros de la familia dicen de sus reacciones a la
pena que son complicadas, inactivas, preocupadas o traumatizadas (MURRAY
PARKES, 2006). Con nuestra lente del apego, analizaremos formas de trabajar con
la pérdida y con quien la llora, que se ajusten a los procesos del pesar y ayuden
a hacerlo más explicable y soportable, y con ejemplos de nuestra propia práctica,
mostraremos cómo reformular la depresión y la ansiedad como tristeza, pena y
duelo, cuando así convenga. Fue BION quien dijo que es nuestra capacidad de
sufrir el dolor emocional, y la consiguiente ansiedad por nuestras “verdades”
emocionales, la que nos permite aprender de la experiencia (GROTSTEIN, 2007). Si
conseguimos encontrar la forma, o se nos puede ayudar a encontrarla, para
soportar el dolor emocional de la pérdida y las consiguientes ansiedades en esta
confrontación con la experiencia de la vida, si conseguimos integrar los diversos
elementos de esta experiencia: los pensamientos, los sentimientos, los recuerdos
y los sueños; entonces se nos abre la posibilidad de tener presente en nuestro
pensamiento a la persona que hemos perdido, y de relacionarnos con los demás,
ayudarles y quererles.
Los vínculos continuados
161
La pérdida, real o percibida, se manifiesta en diferentes tipos de relaciones
íntimas, en distintos momentos y en torno a diversos sucesos. La experiencia de
la pérdida puede estar mediada por el legado relacional del pasado, en la misma
medida que por nuestras experiencias en las relaciones actuales. La configuran
también nuestros modelos de funcionamiento interno de las relaciones y las
expectativas que tenemos sobre nosotros mismos y sobre los demás, que a su
vez determinan cómo podemos utilizar los recursos de que disponemos. Al
insistir en que la pérdida es más un proceso que un suceso, señalamos que,
aunque la relación pueda cambiar drásticamente, no obstante continuamos
teniendo una relación con la persona que ha fallecido o de la que nos hemos
separado. En el caso de acabar una relación, por ejemplo con el divorcio,
seguimos relacionándonos, físicamente en la mayoría de los casos, pero también
en las conversaciones y en las interacciones imaginadas que podamos seguir
teniendo con la persona. Todo esto, evidentemente, aparte de la situación
frecuente en que la comunicación deba seguir para poder continuar con nuestra
función de padres con los hijos que compartimos. Además, muchas personas
cuentan que la relación anterior puede seguir afectando a las nuevas como
“guiones correctivos”, por ejemplo, cuando intentan desesperadamente evitar los
patrones, los conflictos y los desengaños de la relación anterior.
Incluso cuando fallece la persona a la que hemos estado apegados, seguimos
teniendo con ella una relación en nuestra mente. Nos seguimos relacionando y
no dejamos de hacerlo (NEIMEYER, 2006). La pena es, en muchos aspectos, un
proceso de dar significado, y cuando perdemos el sentido de finalidad y
experimentamos una ruptura en nuestras creencias personales, empezar de
nuevo puede llevar mucho tiempo. De hecho, la teoría del apego puede ser
especialmente de ayuda en este sentido, para esclarecer los diferentes tipos de
relaciones que las personas puedan tener. Por ejemplo, las personas de estilo
despreciativo pueden intentar perfectamente alejar los recuerdos, imágenes,
conversaciones y recuerdos sensoriales de la persona querida, porque tolerarlos
produce mucho dolor. O, por otro lado, las de estilo preocupado pueden estar
saturadas o continuamente abrumadas con tales recuerdos, que también pueden
configurar y perturbar las interacciones con nuevos amigos y posibles parejas.
Una estrategia segura puede ayudar a encontrar el equilibrio entre seguir
sintiendo los recuerdos como fuentes de alegría, y poder tolerar el dolor de la
pérdida. Mientras las relaciones permanecen en la mente, hay un equilibrio entre
estar conectado con los sentimientos y buscar un espacio cuando sea necesario
continuar con otras actividades. Un proceso que se ha descrito como el “proceso
dual” de la pena: la capacidad de permanecer relacionado y conservar en la
mente los recuerdos de la persona perdida, pero también la capacidad de
dedicarse a otras actividades necesarias para seguir con la propia vida y la
162
seguridad de uno.
Esta conexión teórica entre el estilo de apego y la pena a raíz de la muerte del
cónyuge se analizó en un estudio con setenta y siete viudas y viudos (WASKOWITZ
y CHARTIER, 2003). En sus autoinformes, las personas que habían sido clasificadas
como “de apego seguro” en oposición a las de “apego inseguro” eran menos
proclives a mostrarse enojadas después de la muerte del marido o la esposa,
hablaban menos de aislamiento social, manifestaban menos sentimientos de
culpa, menos desesperación, menos angustia por la muerte, menos
despersonalización, y había entre ellas menos casos de síntomas somáticos y de
cavilaciones. Se vio también que las personas catalogadas como de “apego
seguro” tendían menos a rememorar los viejos tiempos pasados con su ser
querido, y más a seguir intercambiando con él o ella.
Sistemas representacionales y modelos de funcionamiento
interno
En el contexto del trabajo con parejas, familias y cuidadores, y con grupos
residenciales, es útil pensar en la pena desde la perspectiva de nuestros sistemas
representacionales: nuestras imágenes de la pena; nuestras creencias y
cogniciones sobre la pena; nuestras historias de penar; y nuestra capacidad de
reflexionar sobre nuestra experiencia de la pena y de, con el tiempo, integrar
pensamiento, sentimiento y acción. Es posible que, al principio, nuestras
respuestas terapéuticas se rijan por la facilidad y la disposición de los miembros
de la familia a responder en un sistema representacional en detrimento de otro.
Por ejemplo, algunas personas afrontan los hechos con estilo esencialmente
semántico, mediante palabras y conceptos para gestionar su pérdida: intento no
pensar mucho en ello; hay que seguir; él/ella querría que continuara con mi vida;
etc. Otros siguen anegados de imágenes y fuertes sensaciones, que les
recuerdan constantemente la pérdida en tan gran medida, que no pueden
imaginar ni encontrar la forma de gestionar las cosas cotidianas de la vida. Un
elemento fundamental de nuestro marco de la TNA es ofrecer oportunidades de
explorar los diferentes sistemas representacionales preferidos por los miembros
de la familia. Un elemento que puede formar parte del intento de convenir con
ellos las tareas y los objetivos dentro de ellas, incluido si quieren tratar ahora de
sus reacciones de pena, o quizás más adelante. Podemos decir, en muchos
sentidos, que lo que consideramos en la terapia son las consecuencias racionales
de la pérdida y la pena, más que la pena y el duelo en sí mismos.
En este capítulo distinguiremos entre la pérdida por la muerte del padre o la
madre, un hijo o un nieto, y la pérdida de la pareja/cónyuge. En el Capítulo III
nos fijábamos en las pérdidas que se generan con el proceso de separación,
163
divorcio y formación de una familia reconstituida. En muchos sentidos, en los
grupos y en la comunidad estas experiencias de pérdida se ocultan. La terapia
narrativa de apego (TNA) intenta considerar cómo se desarrollan y expresan las
narrativas de pérdida y, si es posible, interpretarlas, y cómo se puedan resolver
las dificultades interpersonales en circunstancias complejas, por ejemplo, cuando
unos miembros de la familia viven el duelo mientras otros se alegran de la
muerte del fallecido, como ocurre a menudo, por ejemplo, en los primeros
momentos de la formación de una familia ensamblada.
La pena como proceso
Hace ya mucho que se reconoce que la pena es un proceso: incorporado,
representacional, relacional y evolutivo (HARE MUSTIN, 1979; BOWLBY-WEST, 1983;
RAPHAEL,1984; MURRAY PARKES, 1996). En este apartado adoptamos una
perspectiva evolutiva de la conciencia de la pena y la receptividad a ella a lo largo
de la vida, para propiciar un enfoque sistémico reflexivo del andamiaje de las
conversaciones terapéuticas en torno a la experiencia de la pérdida.
Los niños y la pérdida de un ser querido
En los estudios y la literatura teórica se encuentran visiones opuestas sobre la
capacidad de los niños para el duelo y el pesar por el fallecimiento de alguien
querido, y sobre las posibles consecuencias a largo plazo de una experiencia
temprana de pérdida de un ser querido. Nosotros volvemos una y otra vez a las
ideas de BOWLBY (1988) porque coinciden perfectamente con nuestras propias
observaciones y nuestra experiencia práctica. Resumiremos a continuación el
desarrollo de la conciencia de la muerte y la receptividad emocional de los niños.
No existen pruebas claras de precursores del pesar y el duelo en niños
pequeños, más allá de la observación de una desazón no específica ante la
ausencia de un cuidador. La posterior interpretación de la muerte puede darle
significado. En los niños mayores observamos una respuesta a la muerte en
términos de separación: protesta, desesperación y desapego (BOWLBY, 1980). La
respuesta de separación persiste a menos que alguien se ocupe de forma
constante del cuidado del niño. El cuidado podría ser menos que adecuado si los
adultos piensan que el niño es demasiado pequeño para que le afecte la muerte.
Así pues, se ven los inicios de la pena y el duelo, aunque el niño sea incapaz de
conceptualizar la permanencia de la muerte. La capacidad de los niños pequeños
para el lenguaje y la representación simbólica es aún elemental, de modo que la
pena se manifestará más a través de acciones y de estados somáticos, y después
visualmente. Padres, cuidadores, hermanos mayores y otros desempeñan un
importante papel en el proceso de ayudar al niño a expresar e integrar estos
164
diferentes niveles de experiencia y en el de reconfortarle y tranquilizarle, cuando
puede parecer que el niño sea inconsolable cualquiera que sea su forma de
expresar la pena. Esta tarea evolutiva, en cuyo andamiaje intervienen otras
personas, ayuda al niño a asignar significado a sus experiencias. Este significado
está a la vez sintonizado culturalmente y mediado por las perspectivas y los
valores del grupo familiar.
A su vez, al ayudar a los niños más pequeños a procesar sus respuestas
emocionales a la pérdida de alguien querido, quienes lo hacen se ayudan a sí
mismos a gestionar y procesar sus propias reacciones de pesar. Todo lo anterior
presupone, claro está, que los miembros de la familia sean capaces de expresar
sus sentimientos con claridad, sensibilidad y de forma relativamente espontánea.
No todos los grupos familiares comunican así sus estados y respuestas
emocionales. Una de las tareas de la terapia suele ser analizar cómo se puede
lograr una comunicación más espontánea que sea coherente con los valores y las
necesidades de los miembros de la familia.
Existen pocos estudios sistemáticos sobre la reacción de los niños pequeños
ante la muerte, pero parece que a medida que sus relaciones se hacen más
variadas y tienen experiencia de más separaciones y reuniones, aprenden a
confiar en que los padres volverán. Normalmente llegan a comprender la
permanencia de la muerte a través de experiencias con pájaros y animales, y en
sus juegos se puede observar la proyección de la muerte. Su comprensión es
concreta, pero puede ser complicada si los adultos quieren protegerles del
conocimiento de la muerte, incluso excluyéndoles de todos lo ritos funerarios.
Cuando muere el padre o la madre, la experiencia del hijo puede ser la de la
desazón y la indisponibilidad emocional del padre o la madre que sigue vivo, con
personas extrañas en casa, una ausencia del fallecido, y tal vez el impacto de
pasar a estar al cuidado de otros.
Cuando muere un hermano, lo más probable es que las reacciones del niño
estén influidas por la calidad de la relación que ambos tenían. Los niños más
pequeños pueden tener una limitada capacidad para expresar con palabras sus
sentimientos y recuerdos, pero su pena y su duelo necesitan una respuesta
segura por parte de los adultos, por ejemplo, en forma de información clara y
verídica, consuelo y reconocimiento de la importancia de los objetos pasajeros, y
la tolerancia de las preguntas angustiadas del niño, su ansiedad y su
comportamiento inquisitivo. Es posible que el niño experimente un sentimiento
más general de ansiedad y/o de enfado debido a que se ha perturbado su
seguridad fundamental. La respuesta del adulto crea el contexto en el que el niño
empieza a asignar significado a sus experiencias.
Estas experiencias están revestidas de un significado emocional que puede
cambiar con la posterior madurez y reflexión. La TNA propone un análisis
165
detenido de cómo se da y se recibe consuelo y tranquilidad, y de cómo se piden
y se devuelven en el contexto de la pérdida y la pena, y a lo largo del tiempo, y
de cómo la idea que el niño tiene de sí mismo como merecedor del cuidado
puede estar determinada por la receptividad que los demás le demuestren.
Asimismo, las otras personas de la familia pueden encontrar sentido y propósito
en el cuidado que prodigan. Cuidar de los demás en momentos de pesar por la
pérdida de alguien querido, y también ser una parte necesaria de la vida, pueden
servir de distracción pasajera pero positiva de los propios sentimientos
personales de tristeza y desesperanza. Un proceso, sin embargo, que puede
hacerse difícil. Por ejemplo, en una familia murió inesperadamente de un infarto
el padre , que había sido bombero. El centro de atención de toda la familia pasó
a ser la reacción de la hija de 7 años, y se inició un proceso por el que, por
ejemplo, muchos aspectos de la curiosidad habitual de los niños de esta edad
sobre la muerte pasaron a considerarse unos signos más del malestar “anormal”
de la niña. Nos pareció que tal atención a la niña funcionaba como distracción de
la enormidad de la desazón insoportable que la madre, la suegra y otros
miembros de la familia sentían. Puede ocurrir, pues, que las necesidades de
consuelo y cuidado del niño y las de consuelo, de cuidado y de cuidar de los
demás del padre/madre o cuidador, se conviertan en complementarias y, con el
tiempo, se entretejen hasta formar un patrón. La pregunta difícil siempre es
cómo creen los miembros de la familia que equilibran sus necesidades de
autonomía y conexión, y cómo puede cambiar tal comportamiento en el contexto
de la pérdida de un ser querido. Siempre indagamos en qué medida piensan los
miembros de la familia que han mejorado su compasión y competencia sociales,
y en qué grado pueden haberse sentido cargados emocionalmente con el peso
de la responsabilidad del cuidado de los demás.
Los niños de edad escolar tienen unas redes sociales más amplias, y saben
utilizar tanto las palabras como los símbolos para organizar sus recuerdos. A los
8 años, la mayoría de los niños entienden la muerte como la entienden los
adultos: no es reversible, puede ocurrirle a cualquiera, también a ellos, y es el
resultado de un proceso natural. Han desarrollado una conciencia y experimentan
sentimientos de culpa, y a veces consideran que su comportamiento es una
causa de la muerte. Se puede recurrir a la negación como defensa. Una reacción
que puede hacer que los demás piensen que la persona no está afectada por la
pérdida, por lo que no es objeto de consuelo ni se le entiende su necesidad de
duelo. Pueden pensar que han de ocultar las lágrimas; la socialización de género
puede ser un problema para que los chicos puedan mostrarse tristes. La
tendencia a inhibir el pesar, unida a la fuerte necesidad de ser cuidado, pueden
evolucionar hacia un patrón de atención a los demás y autodependencia
compulsivas. Los procesos de idealización e identificación se pueden entender
166
como intentos de recuperar a la persona perdida, sobre todo mediante conductas
de búsqueda de consuelo, por ejemplo, la de ponerse ropa de la persona
fallecida, buscar lugares de significado especial, hablar con el padre o la madre
fallecidos, sentir su presencia, mirar fotografías suyas, etc. En la escuela, puede
parecer que los niños que han sufrido la pérdida de alguien querido han
cambiado de identidad debido a esa muerte. Pueden aparecer miedos por la
vulnerabilidad del padre o la madre viva, y habrá que entenderlos, analizarlos y
procesarlos.
Los niños preadolescentes comprenden mejor lo que la pérdida puede
significar en el futuro. Su interpretación de la muerte es similar a la del adulto,
como lo son sus reacciones emocionales de conmoción, ofuscación, negación,
malestar y ansiedad, y su capacidad de desarrollar miedos relacionados con la
muerte. A esta edad, se pueden esperar comportamientos y roles de contenido
cultural distintos en niños y niñas. El estado de irritabilidad general se puede
etiquetar erróneamente de comportamiento difícil. Es posible que las reacciones
calladas y de retraimiento ante el fallecimiento de un ser querido no llamen la
atención del adulto tanto como otras de agresividad más manifiesta. Puede
ocurrir que al niño no se le reconozcan su pesar y su duelo, aunque ver la pena
del padre o la madre que sigue viva y la posibilidad de hablar de ella, le ayudan a
reaccionar al dolor. Sirva de ejemplo el de una niña de 10 años que nos decía
que intentaba enseñar a su abuela paterna su fotografía preferida de su padre
recién fallecido. Contaba que su abuela la apartaba y parecía muy angustiada.
Enseguida iban otros familiares y se la llevaban. La dejaban con una profunda
sensación de haber hecho algo terriblemente malo por inquietar así a su abuela.
La consecuencia fue que no quiso volver a hablar con la familia más: sabía que
no era seguro para ella.
Cuando muere un hermano, algunas de las reacciones pueden ser las de culpa,
autocastigo, retraimiento, conductas de riesgo y un reconocimiento aterrador de
que los niños se pueden morir. El libro de Judith GUEST Gente corriente analiza el
impacto que provoca en un adolescente el reciente suicidio de su hermano.
Aunque en los niños no hay una asociación clara entre el pesar y los problemas
psicosomáticos, somos partidarios de explorar con delicadeza el impacto de la
muerte de un ser querido y la expresión de la pena. Por ejemplo, nos reunimos
con una niña de 9 años y su madre a petición de un pediatra que iba a remitir a
la niña a que le hicieran unos análisis preoperatorios de la rodilla. Desde la
muerte de su padre fue perdiendo capacidad para andar, hasta el punto de que
no iba a la escuela y su madre era quien la llevaba en un enorme cochecito.
Cuando nos reunimos, me quedé asombrado por cómo dejaba colgar la cabeza,
y por sus diminutos pasos similares a los del bebé. El pediatra no encontraba la
causa de esa dificultad para caminar y no quería recomendar la intervención
167
quirúrgica hasta que se analizaran los “aspectos psicológicos colaboradores”,
como él los llamaba. Al hablar a solas con la madre de la niña, nos enteramos de
que el padre se había ahorcado, y de que a la niña no se le había dicho cómo
había muerto. Trabajando con la premisa de que los niños muchas veces
conocen estos “secretos” de familia, ayudamos a la madre para que hablara con
su hija de la muerte del padre, para averiguar qué era lo que sabía, y para
devolver a sus vidas el recuerdo del padre. La energía emocional necesaria para
evitar que la niña supiera lo sucedido, y los consiguientes sentimientos de
vergüenza, habían provocado que se inhibiera todo duelo compartido, por temor
a que se desvelara el secreto. Era interesante observar cómo la niña iba
adquiriendo más firmeza y seguridad al andar a medida que ella y su madre
empezaron a hablar y a compartir sus recuerdos. La niña fue irguiendo el cuerpo,
recuperó las amistades y, gracias a la sensibilidad de la escuela y de su madre,
volvió con sus compañeros. No decimos que hubiera un vínculo causal directo
entre la pena callada, el lenguaje mudo y el hecho de que la niña “hablara con su
cuerpo”, pero creemos que en el contexto de la pérdida de un ser querido de la
familia es muy útil explorar el potencial del duelo y la expresión de la pena.
La literatura sobre las experiencias adolescentes de la pena y el duelo también
es, como la de los niños, diversa y escasa. Parece que hay cierto acuerdo en que
la pérdida general de salud no parece que se produzca del mismo modo que en
los adultos. Los adolescentes pueden correr peligro de depresión, y de ideas y
conductas suicidas. No hay duda de que la reacción del padre o la madre que
siguen vivos tendrá su impacto en la adaptación del adolescente. Es posible que
se observen fuertes efectos de género, con una conducta antisocial que
enmascara la depresión y la tristeza, y una incapacidad para afrontar la pérdida y
la muerte. Los adolescentes pueden estar en mayor peligro de necesitar adoptar
los roles que han quedado vacíos con la muerte del padre o la madre, de atender
las necesidades de otros miembros de la familia.
Ejemplo de caso
Trabajamos con un hombre cuyo padre había muerto repentinamente cuando él tenía doce años. Su
familia había emigrado al Reino Unido, de modo que su familia extensa vivía muy lejos. Recordaba la
reacción de su madre a la muerte de su padre como la de “ocultarse bajo el edredón” durante más o
menos un año. La suya fue la de cuidar de su hermano pequeño (de 7 años), comprobando que se
arreglaba para ir al colegio, que se llevaba la comida, el equipo de gimnasia limpio, etc. De mayor, se
casó con una mujer que batallaba por superar la dependencia del alcohol y recuperarse de los efectos de
los abusos sexuales que había sufrido en su infancia. Decía el hombre que había continuado con su rol de
cuidador toda la vida, y estaba orgulloso de lo bien que lo hacía y de lo útil que era para los demás. A
medida que su esposa se fue recuperando y ganando confianza, le pedía que fuera ella ahora quien
cuidara de él. Cuando ella se le acercaba en un esfuerzo por responder como le pedía, él la rechazaba.
Ninguno de los dos podía entender este patrón, y sus reacciones mutuas les desconcertaban y herían
profundamente. Llegados a ese punto, recurrieron a la orientación de pareja.
168
La terapia formuló el patrón, y ralentizó el proceso para que ambos pudieran detenerse en su
experiencia emocional, a la vista del otro, y contar con el apoyo de la relación terapéutica y una
progresiva confianza con el terapeuta. Los dos tenían miedo al rechazo y el abandono, y cuando el
marido moderó su postura, a la mujer le fue más fácil tenderle la mano de nuevo. Esta vez él reaccionó
también con muestras recíprocas de cariño, la tocaba y se apoyaba en ella, aunque fue un proceso lento y
doloroso. Eso hizo posible que ella sintiera que se le podía acercar, y que tenía derecho a hacerlo (en
lugar de considerarse indigna de él y pensar que no se lo merecía) y, lo más importante, que tuviera algo
bueno y atento que ofrecerle, y que él lo quisiera. A medida que fueron confiando el uno en el otro,
empezaron a asumir más riesgos emocionales y a entregarse más mutuamente, sin miedo al rechazo:
seguros en la repetida experiencia de ser escuchados atentamente, como se había modelado en el
proceso terapéutico. Su sensación de logro y de orgullo de sí mismos, su relación y su vida familiar fueron
creciendo al mismo tiempo, de modo que pudieron afrontar los desengaños y las contrariedades y
superarlos. Acabaron la terapia después de veinte sesiones, con unas pocas reuniones de seguimiento
para ayudarles a consolidar sus importantes logros.
Los adultos y la pena por el fallecimiento de un ser querido
MURRAY PARKES (1996) calcula que en los seis primeros meses posteriores a la
muerte del cónyuge, el que sobrevive corre un riesgo mayor de mortalidad en
comparación con la población general de entre un 40 y un 70%. Es evidente que
la pena supone un peligro para la salud y el bienestar. La pena del adulto se ha
conceptualizado como un proceso de conmoción, protesta, desorganización y
reorganización en un complejo entretejido de sentimiento, pensamiento y acción,
que puede ir más allá de las palabras y el tiempo (WORDEN, 2003). La persona
que vive la conmoción la puede sentir como un embotamiento, o un sosiego
estoico, que puede durar de minutos a mucho tiempo, y no es raro que se
prolongue por lo menos un año después del fallecimiento de la persona querida
(MURRAY PARKES, 1996). Los miembros de las familias nos cuentan a menudo que
el embotamiento emocional es protector, como ir con el “piloto automático”, y les
permite organizar el funeral, seguir con las tareas diarias, cuidar de los hijos,
volver a la escuela y demás. Sin embargo, ese embotamiento puede estar
salpicado de momentos de agudo malestar y protesta, con una sensación de
irrealidad e incredulidad sobre lo que ha ocurrido.
Los procesos defensivos y distorsionantes
La negación como defensa emocional puede ser útil o inútil en la valoración de
un proceso de adaptación lento. En esos momentos, se puede sentir enfado,
culpa, ansiedad y una profunda tristeza. Las personas parecerán desordenadas y
tener dificultad para concentrarse y hacer planes. Adoptarán una conducta de
búsqueda e inquieta hiperactividad, con algún problema para dormir y comer de
forma regular. Una consecuencia habitual es la irritabilidad. Se podría decir que, a
169
medida que empieza una lenta reducción de la frecuencia y la intensidad de los
picos de mayor desazón, se inicia un proceso de adaptación a la pérdida.
Empiezan a mejorar poco a poco el sueño y el apetito. A veces se pueden
desarrollar nuevos roles y conductas como parte del proceso de reorganización.
La pena compleja o complicada
Observamos en nuestro trabajo algunas similitudes claras en cómo reaccionan
las personas en las primeras fases de la pena por la muerte de un ser querido y
después de otros sucesos traumáticos, por ejemplo, el paso incontrolable del
embotamiento a una desazón agobiante. Si conceptualizamos el trauma como
una experiencia fuerte/peligrosa que confunde la capacidad del niño o el adulto
de regular sus sentimientos, entonces la ausencia de un ser querido se puede
entender como una crisis emocional y un ataque al marco en que construimos las
suposiciones que nos hacemos sobre nosotros mismos, el mundo y el futuro. Las
reacciones al trauma y las reacciones a la pena compleja pueden parecer
similares, por ejemplo, con períodos prolongados de embotamiento salpicados de
un agudo malestar, dificultades para dormir y de regulación emocional,
irritabilidad y la invasión de pensamientos y recuerdos negativos.
La experiencia de la pena puede vivirse con mayor dificultad si la persona
piensa que su relación con el fallecido fue de algún modo desventurada y
complicada: quizás la persona murió mientras su pareja tenía una aventura
amorosa, o la relación entre padre e hijo fue conflictiva, etc. Esto puede dejar a
las personas hundidas en la lamentación y la recriminación, el desasosiego, la
ansiedad y la búsqueda, enojadas, bloqueadas emocionalmente, castigándose y
castigando a los demás, y con sentimientos de culpa del que sobrevive. Los
estudios sobre personas que viven la pérdida de alguien querido muestran que,
aunque todos podamos sentir estas reacciones en algunos momentos del
proceso de la pena, lo característico de un patrón de pena más complicado es
tanto el grado como la duración del pesar en relación con las expectativas de la
familia de la persona fallecida y de la comunidad acerca de lo que debe ser el
duelo (MURRAY PARKES, 2006). La pena que se complica puede acabar en una
dificultad prolongada y continuada para ocuparse de los hijos, o para mantener e
incluso establecer la intimidad con otras personas, o en una menor capacidad
duradera de sobrevivir económicamente y de cuidar de uno mismo. Estas
complejidades también pueden hacer difícil a la familia como grupo vivir el pesar
de forma coherente y relacionada, por ejemplo, cuando hay secretos a voces
sobres aventuras amorosas, y cuando sentimientos encontrados y ambivalentes
del grupo pueden prohibir la expresión del pesar, y dar y recibir solaz y consuelo.
Entre otras posibles complicaciones está una especie de pena desplazada
170
(CRITTENDEN, 1995) como forma extrema de una estrategia de distanciamiento y
de desactivación emocional, por ejemplo, fijarse en la tristeza de otro miembro
de la familia. En este sentido, nos contaba una mujer: “Cuando murió papá, mi
hermano se pasó muchísimo tiempo enfadado de verdad”. Un hombre nos decía
que había superado el “tránsito” de su padre, pero no podía soportar decir ni
escuchar las palabras “muerto” ni “muerte”: le producían un arrebato de cólera,
que no podía comprender. Una exploración más detallada le permitió
experimentar la ansiedad y la pérdida que sentía al decir u oír las palabras
“muerte” y “muerto”. La cólera había ocultado durante mucho tiempo estas
respuestas dolorosas y, aunque le había servido de protección, le sobrevino en
un momento intemporal, por así decirlo, de forma que cuando le conocimos doce
años después de la muerte de su padre no había procesado aún su enorme
sentimiento de pérdida. Otra posibilidad es que el proceso se haga muy
preocupante, con una atención agravada y obsesiva por los detalles y las
circunstancias de la muerte, de manera que la persona está continuamente
abrumada por imágenes visuales y sensoriales que tampoco han sido procesadas
emocionalmente. Podemos ver aquí cómo la tranquilidad que determinados
sistemas representacionales nos dan, y en los que confiamos cuando nos
sentimos en peligro emocional, por ejemplo, una amenaza al apego, pueden
determinar nuestra primera reacción a la pérdida, y si no va a haber ni se va a
dar oportunidad para que se produzca el procesado emocional, la persona se
puede quedar atascada, por decirlo de algún modo, en un patrón de respuesta
que al principio quizás fuera protector, pero que después no hace sino dificultar
más aún el establecimiento de futuras relaciones seguras y en las que se pueda
confiar.
No es difícil ver los posibles solapamientos con las respuestas traumáticas más
generales. En el Capítulo VI hablábamos de que el trauma y la pérdida se pueden
considerar dos procesos diferentes pero afines: uno, como un intento
despreciativo de desligarse de los sentimientos de la pérdida y, el otro, como una
preocupación constante y una incapacidad de conseguir distanciarse
emocionalmente de la experiencia. Así que a medida que las reacciones iniciales
se asientan pueden distorsionarse, con una negación continua y excesiva de la
importancia y el impacto de la pérdida, la minimización y la evitación de todo lo
que recuerde al fallecido con intromisiones permanentes y angustiantes, por
ejemplo, pensamientos, imágenes y experiencias sensoriales desagradables y que
generen preocupación. Ninguno de estos patrones es más ni menos efectivo, y
no intentamos emitir juicio alguno sobre ellos. Las personas afrontan la realidad
de formas diversas y complejas, y lo más probable es que sea necesaria una
mezcla de estrategias despreciativas y preocupadas. Podemos utilizar una
estrategia despreciativa para seguir con la vida cotidiana, y otra segura o
171
preocupada que nos ayude a recordar aspectos de la relación, experiencias de
cariño, lugares que compartimos, etc., todo lo cual ayuda a integrar y configurar
narrativas que sirven para mantener la relación. La forma en que las personas
alcanzan este equilibrio de estrategias, cuándo una predomina y durante cuánto
tiempo, varía y es exclusiva de cada persona.
Los procesos positivos y transformadores
Se podría decir que, a medida que empieza una lenta reducción de la
frecuencia y la intensidad de los picos de mayor desazón, se inicia un proceso de
adaptación a la pérdida y de aprender a vivir con ella. Poco a poco pueden
mejorar el sueño y el apetito. Con la recuperación de las fuerzas, se pueden
desarrollar nuevos roles, nuevas relaciones y nuevas conductas, como parte de
un proceso de reorganización de la vida y de vivir después de la pérdida. Los
apegos infantiles y adultos pueden influir en el apoyo y el desarrollo de la
capacidad de aprender de la experiencia y de cambiar sucesos tristes en
oportunidades que estimulen el crecimiento personal, pero no tienen por qué
hacerlo ellos solos. La TNA puede ayudar a crear un contexto para explorar y
esclarecer las tendencias tanto útiles como inútiles hacia la confianza y la
seguridad interpersonales. Por ejemplo, impulsar narrativas de curación y
recuperación, y favorecer el placer del recuerdo determinan a su vez nuestra
capacidad de mirar atrás y reflexionar, etc. Así pues, la clave está en la capacidad
de interpretar nuestras experiencias emocionales y las de los demás. Por ejemplo,
como padre o madre que sufre la ausencia del hijo podemos experimentar una
profunda sensación de pérdida en nosotros mismos mientras, al mismo tiempo,
seguimos siendo capaces de observar el pesar de los demás, por ejemplo, de un
hermano, de nuestra pareja o de un abuelo. De modo que la capacidad de
consolar y apoyar a los otros, cuando nosotros mismos nos sentimos
inconsolables, está en la base de nuestra capacidad de expresar de palabra y con
relatos nuestra pena y las experiencias de curación vividas e incorporadas.
Pueden ser unas narrativas perfectamente provisionales, cuando no calladas al
principio, pero la experiencia repetida de reflexión y la consiguiente acción, con la
ayuda de los demás, contribuyen a que resurjan los hilos de la narración de la
pérdida y de la vida. Aquí es donde puede ser fundamental el apoyo terapéutico:
en ayudar a ensamblar los fragmentos de la memoria, en cuestionar con
suavidad la tendencia a encerrarse en uno mismo a lamentarse y sentir
remordimientos, en normalizar los sentimientos de desesperanza y protesta, y en
dar expresión a los pensamientos y sentimientos difíciles de forma que ilumine el
proceso, lo haga explicable, ayude a aprovechar los días de buena energía y sitúe
la experiencia en un marco culturalmente adecuado del flujo y reflujo de la vida.
172
Habrá momentos del proceso de la pena en que algunos miembros de la familia
quizás batallen por seguir con un sentimiento de propósito en su vida, por lo que
es muy conveniente que las personas tengan una estructura y una rutina que
deriven de las obligaciones de su trabajo, con los hijos, etc., pero lo que
queremos destacar aquí es que, al articular estas razones “para seguir”, es que
esa estructura y esas rutinas no solo validan un sentido renovado de propósito,
sino que ayudan a contar la historia de la recuperación y la curación. MURRAY
PARKES (1996), en su estudio pionero sobre las viudas, observó que éstas, al
hablar del pasado en perspectiva, decían que este proceso duraba entre dos y
cinco años. No es difícil entender, pues, que los profesionales de la salud mental
y otros, como los miembros de la familia, puedan olvidar o interpretar
erróneamente los duraderos efectos de la ausencia de un ser querido y las
reacciones a la pérdida en sus múltiples formas. Además, podemos pasar por alto
el impacto sobre los otros miembros de la familia que comparten la pena de esa
persona, e incluso la posibilidad de que otros miembros de la familia vivan un
proceso traumático a través de la pérdida que vive la otra persona.
La pérdida de un ser querido, la terapia sistémica y las
narrativas de apego
Una formulación de la TNA
Desde una perspectiva del apego, el esclarecimiento de la experiencia
emocional de la pena se rige por si la persona que sufre la ausencia tiende más a
un planteamiento preocupado de su experiencia o más a uno despreciativo. Para
la persona preocupada, es probable que sea útil ayudarla a estructurar sus
experiencias, a desarrollar un marco de significado (quizás utilizando las fases del
modelo del duelo), a regular sus respuestas emocionales, a sosegarse a sí misma
y a trabajar en su sistema de memoria semántica para dar sentido cognitivo a
sus recuerdos. Para la persona con un estilo más despreciativo, es posible que
convenga crear un contexto seguro para la exploración y la expansión de las
respuestas emocionales tanto a sí misma como a los demás, un contexto que
permita una comunicación más directa de los pensamientos y los sentimientos,
para cuya creación, por ejemplo, se pueden traer a la conciencia los recuerdos
visuales y sensoriales suprimidos que se están bloqueando pero que pueden
irrumpir cuando menos se espere.
Se postula este enfoque con el supuesto de que si no se permite que, con el
tiempo, la pena se exprese de forma directa, entendiéndose por tal la manera en
que lo haga la persona afectada, encontrará su expresión de formas indirectas.
Esa expresión indirecta puede ponerla en peligro de que se la malinterprete y se
la etiquete de forma que en nada la ayude.
173
En el avance hacia el recuerdo placentero, donde el dolor de la pérdida queda
reemplazado más a menudo por una sonrisa o por la alegría, o donde la pena y
la alegría se pueden vivir simultáneamente en la familia, la gratitud puede tener
su papel. Creemos que es un marcador de un contexto emocional superior para
la recuperación posterior a la pérdida. Los estudios empíricos sobre la gratitud
están en sus inicios, y no existe un acuerdo sobre si es un estado emocional o
disposicional, o tal vez ambos. Sin embargo, las primeras investigaciones indican
que gran parte de la gratitud que se siente en una situación dada puede estar
determinada por atribuciones referentes al valor de la ayuda prestada, lo que
costó darla y si se dio de forma altruista. Se especula que las personas que
sienten más gratitud en su vida pueden tener unas relaciones sociales mejores,
más estrechas, y mayor reciprocidad en su apoyo social. Una idea que se basa en
la premisa de que, si recibimos la ayuda con gratitud, es más probable que
reaccionemos de la misma forma, con la creación de ciclos mutuos de influencia
positiva (WOOD y cols., 2007).
En nuestro trabajo terapéutico con personas que sufren la ausencia de un ser
querido, observamos que la pena y la gratitud pueden coexistir, que las personas,
incluso en los momentos más desgarradores, son capaces de seguir hablando de
su gratitud por haber conocido a la persona que han querido y perdido, por su
legado emocional e interpersonal, por ejemplo, por haberles ayudado a sentirse
satisfechas de sí mismas: un proceso de liberación y realización. Los miembros
de la familia que sufren la pena por la pérdida de alguien querido valoran el
tiempo que pasaron junto a esa persona y lo que significó, pese al profundo
pesar y la añoranza permanente. Los primeros estudios apuntan a que, en
general, quienes sienten mayor gratitud son mucho más proclives a tener grados
superiores de felicidad e inferiores de estrés y depresión (WATKINS y cols., 2003;
MC CULLOUGH y cols., 2004). Lo importante para nosotros es que parece que la
gratitud tiene una más estrecha relación con la salud mental y la satisfacción vital
que cualquier otra variable de personalidad. Y la gratitud puede estar relacionada
con el apego, en el sentido de que necesitamos ser relativamente “libres” para
pensar en la pérdida, y no solo alejarla, para alcanzar el grado que sea de
agradecimiento por lo que fue y por el consiguiente legado. Por ejemplo, con
una respuesta despreciativa sostenida, y una tendencia a la desactivación, es
posible que el vínculo permanente con la persona fallecida ni siquiera llegue a
aparecer en el mapa relacional y narrativo. Una respuesta emocional fuerte de
esta naturaleza en un miembro influyente de la familia puede determinar lo que
es posible compartir, esclarecer, procesar y volver a procesar en el grupo familiar.
Hace poco nos pidieron que habláramos a un grupo de trabajadores de una
residencia para personas con discapacidades intelectuales, tres de cuyos
residentes habían fallecido de enfermedades relacionadas con la edad. La
174
solicitud llegó después de una larga y prolongada negociación entre el personal,
el director y los servicios de salud mental locales. El director consideró
innecesario que todo el personal compartiera colectivamente su pesar y quería
que reanudaran sus tareas sin ese reconocimiento explícito de su desazón. Como
suele ocurrir en situaciones como ésta, las posturas enseguida se polarizaron y se
creó otro nivel de malestar y ansiedad. Nos pidieron asesoramiento, y no nos
sorprendió encontrarnos con un personal enojado y un director un tanto molesto
y a la defensiva. Nos reunimos con ellos primero por separado, y después con
todos juntos. El resultado de una serie de reuniones fue celebrar un acto en
memoria de los fallecidos, dedicarles un banco del parque de la residencia y
colocar más fotografías de los residentes y del personal por toda la casa.
Un tema de carácter más general, que se repite en los otros capítulos de este
libro, es que los procesos de apego no son cuestiones simple ni
predominantemente personales, ni siquiera familiares. Hay una serie de normas
culturales, creencias religiosas, rituales y ceremonias que condicionan el pesar.
Unos discursos sobre qué es apropiado sentir, cómo debemos manifestar
nuestros sentimientos, cuánto tiempo hemos de sentir la pena y demás,
determinan nuestros procesos emocionales y de apego. Son unas ideas que
pueden estar en conflicto con nuestras estrategias de apego básicas, de modo
que los demás pueden pensar que una respuesta despreciativa o preocupada es
inapropiada, disfuncional, etc. Asimismo, para la persona que sufre la ausencia
pueden ser pensamientos que la confundan y comunicaciones que le llegan de
los demás sobre cómo se debe sentir. Por esto insistimos a lo largo del libro en
una formulación de múltiples niveles que reconozca esta compleja interconexión
de los niveles individual, familiar y cultural.
La TNA: Crear una base segura
En los primeros meses de duelo, resulta más probable que la persona que lo
sufre “esté con el fallecido”. Representa una profunda diferencia fenomenológica
para las otras personas que puedan servir de ayuda, como los amigos, la familia
y los colegas, que “están con el vivo”. No hay que subestimar la soledad, la
tristeza a veces insoportable, y el deseo de consuelo y de que algo o alguien
haga que desaparezca el dolor emocional. Un ingrediente importante en la
estimulación de la relación terapéutica puede ser el reconocimiento de la
singularidad de la pena de esa persona, pero también de la parte que otros
puedan compartir de ese dolor y malestar que la persona siente. Quizás lo que
pueda ser más útil es subrayar que tanto los patrones despreciativos como los
preocupados son importantes, y que nuestra función como terapeutas no es
emitir juicios sobre qué es o no es adecuado. Tal vez con la validación de los
175
aspectos potencialmente positivos de ambos patrones se pueda ayudar a las
personas a que se sientan menos obligadas a “superarlo”, o a que dejen de
pensar que son frías e insensibles porque no sienten ni muestran suficiente pena.
Esto está relacionado también con los modelos “de proceso dual” del duelo, que
destacan la necesidad de atender a esos dos aspectos del pesar.
El ofrecimiento de ayuda práctica suele ser bien recibida en los primeros días
de la ausencia, pero es posible que no sea necesario después. Las personas,
deseosas de ayudar preguntan si pueden hacer algo, y a menudo se sienten
impotentes porque saben que no pueden devolver a la persona fallecida, y a
veces parece que su disponibilidad y accesibilidad se esfuman. Muchas veces
basta con ayudar a los demás a que se den cuenta de que todo lo que han de
hacer es estar ahí: escuchar si se les pide, y si no, aceptar el proceso en el que
se encuentra la persona que sufre la pena por la ausencia de un ser querido.
Aprender a tolerar y soportar el malestar emocional de una persona querida es
una destreza vital fundamental, y hay que desarrollarla a lo largo de la vida. Del
mismo modo, esta capacidad de tolerar la desazón extrema y a veces sostenida
de los demás se debe abordar de forma regular en los programas dirigidos a los
profesionales de la salud mental, y en la supervisión y el asesoramiento
habituales. En las ideas del apego se destaca la importancia que tienen las
creencias para nuestra propia capacidad de despertar cariño y afecto, y de
merecer el cuidado y la atención de los demás, y la importancia de nuestra
percepción de que los demás nos resultan emocionalmente accesibles y
disponibles. Aquí es donde la intervención puede ser de mayor utilidad. Una
alianza terapéutica bien gestionada tiene un enorme poder curativo (BACHELOR y
HORVATH, 1999) tanto para explicar la naturaleza intersubjetiva del duelo y la
pérdida, como para recuperar los puntos de apoyo y un sentimiento de
propósito. Esto no tiene por qué suponer ninguna infidelidad a la memoria de la
persona fallecida, una infidelidad que a veces temen las personas que sufren la
pérdida y la pena y que la expresan así: si estoy contenta y me olvido de forma
espontánea, ¿significa que nuestro amor ha perdido importancia o que las
personas a las que quiero dan por supuesto que así es? Si se quiere que el
proceso terapéutico esclarezca y expanda este tipo de significados y los
consiguientes sentimientos, es fundamental que exista una relación segura y de
confianza con el terapeuta.
La TNA: Analizar las narrativas y los apegos en un marco
sistémico
Lo tengo por verdad, ocurra lo que ocurra,
Lo siento, cuando más apenado estoy:
Es mejor haber vivido el amor y perderlo
176
Que no haber amado jamás.
Alfred TENNYSON (1850)
In Memoriam: A. H. A. Prólogo
Analizar las narrativas y los procesos familiares
Para ello hay que intentar mapear la idea, las creencias y la explicación que las
personas tienen de la pérdida y de cómo la viven. A veces, hablar de lo que
ocurrió cuando fallecieron otros miembros de la familia, por ejemplo, cómo
reaccionaron las personas cuando murió su abuela y qué les fue de ayuda puede
esclarecer las ideas que las personas tienen sobre qué es adecuado sentir o no
sentir, y sobre cómo deben actuar.
La muerte es una experiencia sumamente personal pero también una
experiencia que está delimitada por rituales, creencias, principios religiosos,
tradiciones familiares y demás, que pueden configurar lo que las personas crean
que es apropiado y también lo que piensen que pueden esperar en lo que se
refiere a la ayuda de los demás miembros de la familia, los amigos, etc. En este
sentido, también observamos que existen unas ideas culturalmente compartidas,
por ejemplo, sobre el “tiempo adecuado de duelo”: ¿Cuánto tiempo hay que
sentirse apenado? ¿Cuánto tiempo es insuficiente (irrespetuoso) o excesivo
(obsesivo)? ¿Qué tiempo es el adecuado para pensar en otra posible pareja, o
para sentirse atraído por ella? Unas expectativas que, si no se formulan ni
analizan, pueden provocar malestar, confusión, autoculpa y antagonismo entre
los miembros de la familia. Es posible que un patrón habitual de familiares
enfrentados por las propiedades, el testamento y demás tenga que ver con
desacuerdos y desaprobaciones sobre si se estima que las personas se
comportan o no como corresponde.
Al hablar de estos temas con las familias, estas suelen identificar la dualidad
del duelo, es decir, el reconocimiento de la pérdida y la pena, pero también el de
que la vida puede y debe seguir, y de que esto sería incluso lo que la persona
fallecida hubiera deseado. Las creencias y las historias que tienen sobre el
fallecido están relacionadas con las historias que se puedan desarrollar sobre las
posibilidades de su vida futura. Las creencias y la comunicación de las familias
afectan a la adaptación a las circunstancias posteriores a la pena por la persona
ausente. La muerte puede ser también un tema tabú en la familia, en función de
si el estilo emocional de ésta es más “cerrado” o “abierto” (BOWLBY, 1980;
BRETHERTON, 1995) y, como tal, está enraizada en unas relaciones de evitación
emocional, o en la vergüenza y la incertidumbre que rodean a la muerte, o en la
forma de ésta, por ejemplo, el suicidio. En algunos sentidos, los miembros de la
familia viven la pena como si no tuvieran derecho a sentirla, o como un pesar del
que no se puede hablar. Pueden ser creencias que hayan pasado de una
177
generación a otra y que limitan la franqueza y la posibilidad de compartir los
sentimientos, actitudes como las de “hay que seguir como antes”, “perder
significa caos”, o “tenemos que hacer lo que corresponde”. Puede ocurrir que sea
imposible cuestionar estas creencias, que se pueden expresar de forma más o
menos rígida como si fuesen normas familiares, por temor a provocar heridas o
al rechazo del grupo. La intervención terapéutica puede crear el contexto para un
análisis seguro de estas “normas” familiares sobre la pena y el duelo. Por
ejemplo: ¿Cuál es su origen? ¿Tienen una importancia intergeneracional? ¿Quién
las puede cuestionar? ¿A quién se pretende defender con ellas? ¿Qué ocurriría si
se pusieran en entredicho? ¿Cómo sería el futuro de la familia si las normas se
cambiaran de un modo u otro?
En la resiliencia de los grupos familiares influye la interacción de muchos
factores internos y externos. Las causas y las circunstancias de la muerte
afectarán a la adaptación de la familia, y a los niños les afectará lo que se les
diga, las oportunidades que se les den de preguntar por lo ocurrido, y lo que
vaya a significar para el futuro. Los patrones de las relaciones dentro de la
familia anteriores a la pérdida incidirán en las relaciones familiares después de
ésta, en particular en la calidad de la relación entre los padres y entre ellos y los
hijos.
Ejemplo de caso
Trabajamos con una familia reconstituida compuesta de madre y padre, dos hijos de su relación y
otros dos mayores del primer matrimonio de la madre. Uno de los pequeños murió repentinamente, de
una enfermedad irreversible. El padre y la madre se sentían culpables por no haberse dado cuenta antes
de que algo le pasaba a su hijo, por mucho que los médicos les habían asegurado que fue una
enfermedad que no daba señales visibles. Su tristeza estaba imbuida del conocimiento de que su hijo no
hubiera tenido futuro: sentían que se le había arrebatado injustamente, y deberían haber sido ellos los
castigados por el destino. La pena empezó a afectar a su matrimonio. Se resentía su sentimiento de
consuelo y confianza mutuos y se daban cuenta de que les costaba más dar y recibir consuelo y
comprensión, en parte porque pensaban que no se lo merecían dadas las circunstancias. Anteriores
problemas de su relación empezaron a emerger en forma de recriminación en unos momentos en que los
dos se sentían vulnerables.
El trabajo terapéutico se concentró en ayudarles a volver a conectar como pareja, y a seguir unidos,
aunque su estilo y manera de afrontar la pena hacían que en ocasiones se encontraran alejados. Esta
atención a la intimidad de la pareja iba acompañada de ayuda para que trabajaran juntos en su
cometido de padres con los demás hijos, que se afanaban en encontrar sentido a los sucesos recientes y
sufrían tanto por la pérdida de su hermano como por la pérdida inmediata de la atención de sus padres.
La TNA: Considerar las alternativas
Según lo expuesto con anterioridad, observamos que cualquier intento de
cuestionar las creencias y prácticas previo a considerar las alternativas debe estar
178
asentado en una base terapéutica segura, donde se hayan establecido o
reestablecido la accesibilidad y la receptividad después de la pérdida.
Como padres y amantes, cuando amamos y la persona que queremos muere,
no dejamos de quererla. Así es cómo, con la pena, podemos recurrir a nuestro
amor y nuestros recuerdos para que nos sostengan y ayuden a soportar la
profunda desazón y la prolongada tristeza del pesar. Como escribió Caitlin
Thomas, viuda de Dylan Thomas: “Se puede superar la muerte, pero nunca se
llega a superar al hombre” (The Guardian, 8 de noviembre de 2005). Las formas
preferidas de afrontamiento pueden ayudar a las personas en esos momentos,
pero quizás sea necesario estimularlas para que adapten y exploren formas
alternativas de afrontar las circunstancias. La idea de la teoría del apego de tener
un vínculo continuado con el fallecido evoca la idea sistémica de invocar el
“espíritu” de los antepasados y los seres queridos en momentos de crisis
emocional, cuando puede ser útil explorar su legado como fuente de apoyo y de
alimento emocional. Por ejemplo: ¿Qué hubiera dicho mi abuela si supiera que
me desespera la pérdida? ¿Qué me hubiera aconsejado mi padre si yo estuviera
luchando por consolar a mi hijo por la muerte de su padre? Concebir así los
“vínculos continuados” posibilita que la persona elabore, reelabore y vuelva a
elaborar sus reacciones a la pérdida al mismo tiempo que desarrolla un sentido
más equilibrado de su relación con la persona querida, de modo que no sea
necesario descartar otras relaciones en el futuro. La teoría del apego indica que
las respuestas de apego preferidas en condiciones de peligro emocional, es decir,
de pérdida real y con sentimientos de impotencia, pueden predecir el tipo de
relación que la persona viva intenta mantener con la fallecida. Así, por ejemplo,
un estilo más ansioso puede llevar al cónyuge que vive la ausencia a sentirse
preocupado por vivir con la relación tal como es/fue, y esto puede conducir a
algún tipo de irremediable inflexibilidad en la formas futuras de pensar y de
reaccionar. O un estilo más evitativo puede llevar al cónyuge apenado a
minimizar la importancia emocional del apego, a intentar ocultar en un plano
muy alejado los recuerdos y los sentimientos. El marco de la TNA apoya la
exploración de alternativas: otras formas de pensar y sentir que puedan conducir
al desarrollo de versiones narrativas diferentes del yo-en-la-relación.
Junto con esta forma más directa de sostenimiento emocional, hay un
importante proceso de sostenimiento indirecto, facilitado por la estructura y la
rutina de la vida cotidiana. Ocurre a menudo que la persona que sufre la pérdida
de un ser querido habla de lo desmotivada que se siente para seguir con sus
tareas de todos los días. Si tiene responsabilidades y ha de cuidar de otros, por
ejemplo, personas de su familia, estas obligaciones generan una rutina y una
estructura, una especie de motivación externa, si así se prefiere, cuando es difícil
motivarse uno mismo para seguir con el quehacer diario. Asimismo, el trabajo
179
profesional proporciona este tipo de estructura, con planes, obligaciones y
colegas con los que interactuar. Sin embargo, hay momentos en que la mejor
intervención puede ser ayudar a la persona que sufre la pena a devolver la
estructura a su vida, lo cual, aunque al principio pueda no aportar sentido ni
propósito como tales, sí proporciona una forma de contención emocional que
permite que la persona siga con su vida.
Se puede aconsejar a los amigos y colegas que sean francos con la persona
apenada, que comprueben cómo prefiere gestionar el proceso de esa pena, por
ejemplo, hablando de la persona fallecida, o preguntándole cómo se siente, en
lugar de evitar estos temas por temor a provocarle mayor disgusto. La evitación
por parte de los demás, por muy buenas que sean las intenciones, puede hacer
que la persona que sufre la pérdida se sienta como si representara la muerte,
siempre despertando los miedos atávicos de los demás.
La TNA: El futuro - continuar y consolidar
Parte del trabajo con los miembros de la familia puede incluir también hablar
de cómo va a seguir la relación con el fallecido. Por ejemplo, algunas personas
pueden pensar que lo que hay que hacer es superar la pena, y aquí se acabó
todo, o que la tristeza seguirá pero también discurrirá otra vida paralela. Estas
ideas pueden ser también en parte el reflejo de cómo va a seguir la relación con
el terapeuta, por ejemplo, si aquí se acaba el trabajo, o si hay un período de un
progresivo espaciamiento de las reuniones, o si se programan visitas de revisión
y seguimiento para el futuro.
La pena hay que entenderla en su contexto. Al escribir este capítulo,
reflexionamos sobre la esencial inadecuación del lenguaje para transmitir la
variedad de experiencias que se describen como amor y pena. El lenguaje tiene
el poder de ayudar a esclarecer y expandir la comprensión, y la conversación
ayuda y a la vez es una experiencia vivida, pero no aprehenden la naturaleza
profunda de la pena. Por ejemplo, NIEMEYER (2006) dice que su obra reciente
pone en entredicho el tan asentado supuesto de que una parte necesaria del
duelo es el “dejarlo estar”. Su opinión es que la función del duelo es fomentar un
vínculo constructivo y continuado con la persona fallecida. Es otro ejemplo de
cómo los supuestos culturales compartidos, que en parte emanan de la
psicología popular, configuran lo que pensamos que es adecuado sentir y cómo
deben cambiar nuestros apegos. Posiblemente, esta idea de “dejar estar”
pertenece, en términos de la teoría del apego, a un discurso esencialmente
despreciativo en el que se sustenta gran parte del pensamiento científico de la
psicología, que ha procurado ser una “disciplina” racional, y no apasionada.
La idea constructivista de NIEMEYER es de algún modo similar a la nuestra del
180
apego, en el sentido de que ambas postulan un énfasis en los vínculos
constructivos y continuados mediante el recuerdo de los buenos momentos, la
creación y mantenimiento de un diálogo interior con las personas queridas,
pensar en ellas de forma regular, imaginar sus reacciones y respuestas a las cosas
importantes de todos los días. Se cree que el empoderamiento procede de una
completa experiencia del proceso del duelo, de modo que, como ocurre con el
trauma, la única forma de superarla es atravesarlo.
181
CAPÍTULO VIII
Los problemas de adicción: La dependencia
del alcohol y las dificultades alimentarias
Trabajar con la dependencia del alcohol
“Bebo para olvidar. El alcohol me anestesia, me quita el dolor emocional. Uno
puede confiar en la botella, siempre está ahí. Cuando las cosas se ponen mal,
voy por la botella”... Y así sigue...
“Ahogar la penas” es una expresión habitual y cargada de significado como
discurso cultural europeo occidental. Este capítulo trata de las circunstancias que
nos llevan al alcohol o a otras conductas en busca de sosiego y tranquilidad, en
lugar de recurrir a nuestros seres queridos para obtener ayuda emocional.
Primero hablaremos de los problemas con el alcohol, y después de los trastornos
alimentarios.
Muchas son, evidentemente, las razones por las que las personas toman
alcohol: por placer, para animarse, para ayudarse a gestionar el estrés y la
ansiedad social, para eludir responsabilidades difíciles, por la falta de supervisión
parental en el caso de los niños, o tal vez como parte de una conducta social y
de grupo de iguales. Sin embargo, las razones por las que empezamos a beber
alcohol de forma regular pueden no ser las mismas por las que seguimos
bebiendo. Para los casos en que se puede decir que la dependencia del alcohol
se antepone a otras personas, y en los que el bebedor, su pareja y otros
miembros de la familia quieren cambiar la calidad de su experiencia emocional
vivida, analizaremos aquí de qué forma la integración de las ideas del apego y la
práctica sistémica pueden abordar las cuestiones de confianza e intimidad como
medio para forjar nuevas relaciones emocionales.
La teoría del apego no patologiza la dependencia emocional, todo lo contrario,
afirma que todos necesitamos unas conexiones positivas con otras personas para
asegurarnos nuestro bienestar continuado a lo largo de la vida. ¿Qué ocurre,
entonces, cuando el alcohol es un compañero de mayor confianza que otras
personas, cuando la bebida o el mal uso de sustancias es la forma preferida de
afrontar sentimientos incontrolables e insufribles? ¿Cómo se llega a esta
situación? ¿Y cómo podemos trabajar de forma centrada en los sentimientos,
182
cuando es posible que la persona diga que no confía en la relación humana ni
desea buscarla? La teoría del apego postula que nuestro deseo de conexión
sigue ahí, aunque esté enterrado, metafóricamente hablando, o en algunos casos
transformado como consecuencia de anteriores experiencias interrelaciones de
abandono, maltrato y negación de ayuda. Los problemas con la bebida pueden
aparecer en el trabajo terapéutico de todos los servicios de salud mental. En
algunos casos quizás sea aconsejable remitir a la personas a los servicios
especializados en adicciones, pero escribimos este capítulo para ayudar a la
formulación y la intervención al trabajar con personas individuales, parejas y
familias de una amplia variedad de servicios de salud mental.
Es evidente que en una primera evaluación hay que determinar de qué
sustancia se abusa y en qué medida, en cualquier servicio de salud que se
trabaje. Si la persona o las personas nos dicen que beben en exceso, habrá que
saber cuánto beben, con qué frecuencia y cuándo; cuánto les cuesta la bebida, y
qué finalidad cumple. Saber cómo se emplea el alcohol como forma de
afrontamiento abre el camino para hablar de otras formas de atender las
necesidades de la persona y las de los demás. Nunca es aceptable tener una
reunión terapéutica mientras alguien está bajo los efectos del alcohol, porque la
persona puede decir cosas que no diría de estar sobria, y corre unos riesgos para
los que no está preparada. Pero hablar de por qué se acudió a la terapia aún
bajo la influencia del alcohol ayuda a planificar el trabajo futuro, la intención
comunicativa de esa conducta, y un reconocimiento de que, aunque el uso del
alcohol puede tener solución, ya no funciona y provoca problemas también para
las personas que uno quiere. Según nuestra experiencia, podemos trabajar con
las parejas y las familias en las que alguien sigue un tratamiento contra el abuso
de sustancias adictivas, siempre y cuando la persona tenga momentos de
sobriedad, y si no puede expresar con palabras sus sentimientos y necesidades,
siempre podremos orientar y ayudar a los miembros de su familia.
Los muchos costes de la bebida
El Departamento de Salud del Reino Unido calcula que la dependencia del
alcohol afecta a un 4,7% de la población adulta, con más o menos un 27% de
varones que beben más de 21 unidades de alcohol a la semana, y en torno a un
14% de mujeres que toman más de 14 unidades a la semana (DH, 1999). La
Oficina de Estadística Nacional calcula que el 21% de los varones y el 8% de las
mujeres beben regularmente el doble de lo recomendado. El abuso del alcohol va
asociado a problemas de salud física, vulnerabilidad a la depresión, ansiedad,
suicidio, dificultades en el trabajo, problemas económicos, desempleo, desorden
público y violencia en las relaciones, entre otros problemas (ORFORD y HARWIN,
183
1982). Está documentado que algunos de los efectos de la bebida en la vida
familiar, y de la bebida de los padres en el bienestar de los hijo son:
disrupción de las rutinas, rituales y celebraciones de la familia;
cambios y adaptaciones en los roles de los miembros de la familia;
cambios en las oportunidades y los estilos de comunicación; y
un impacto en la vida social y las finanzas (VELLEMAN, 1992; VETERE y
HENLEY, 2001).
Estos efectos tienen profundas implicaciones para las experiencias emocionales
vividas y las relaciones íntimas de los miembros de la familia, y constituyen el
contexto y el vehículo de lo que los hijos aprenden sobre la seguridad y la
dependencia en las relaciones. Por ejemplo: ¿Están seguros los niños de que
alguien les irá a buscar a la escuela? ¿Pueden traer a sus amigos a casa? ¿De
qué se puede hablar cuando el padre o la madre están bebidos, o después,
cuando están sobrios? ¿Qué aprenden sobre la gestión de la excitación
emocional? ¿Cómo entienden los procesos de sentirse avergonzado y avergonzar
en la familia más amplia y en la comunidad? ¿Destruye el alcohol a la familia y
los rituales culturales?
Al trabajar con personas que tengan problemas con el alcohol, sea en los
servicios de salud mental de adultos o en los servicios de drogodependencia de
la comunidad, el objetivo de la intervención terapéutica preferida puede olvidar,
sin darse cuenta, de los problemas y las responsabilidades parentales referentes
al cuidado emocional de los hijos, aunque se aborde la cuestión de su
protección. Se pueden adaptar los sistemas conductuales cognitivos y la
entrevista motivacional para centrarse más en los sentimientos, por ejemplo,
considerando si el abuso del alcohol es estable, caótico, con vaivenes entre
estados de intoxicación y períodos de abstinencia, y su impacto sobre la
regulación emocional, la accesibilidad del padre o la madre para el hijo, y el
efecto en la seguridad emocional del niño y su aprendizaje sobre la dependencia
y la coherencia emocionales. Si el consumo de alcohol va acompañado de algún
trastorno psicológico, como depresión y ansiedad, seguir el impacto en el estado
emocional del padre o la madre y sus juicios sobre el hijo puede ser de mucha
utilidad en la toma de decisiones sobre la protección de éste.
Ejemplo de caso
Susan, una mujer británica, blanca de 30 años, intentaba cuidar de sus cinco hijos. Cada uno era de un
padre distinto y, en ocasiones, cada padre vivía en la casa y asumía las obligaciones y las
responsabilidades como padrastro de los otros niños. El trabajador social había intentado ayudar a Susan
como madre, pero al equipo le preocupaba mucho que los niños estuvieran abandonados y fueran
testigos de violencia contra su madre por parte de los padres. Éstos eran, en muchos sentidos, invisibles
184
en el sistema profesional de servicios sociales, y nunca se les pidió cuenta de comportamientos violentos
contra Susan, del impacto que ser testigos de ella pudiera tener en los hijos, ni de no observar ni actuar
ante efectos acumulados del abandono del bienestar de los niños. Susan era la responsable, dentro del
sistema profesional, del impacto del abuso emocional sobre el funcionamiento y el desarrollo de sus hijos.
Al final los niños fueron retirados del cuidado de Susan y alojados en familias. Parecía que Susan recurría
al alcohol para poder afrontar el estrés y la angustia de las frecuentes agresiones físicas, una dependencia
que a su vez llevaba a mayor violencia contra ella. Cuando conocimos a Susan, estaba abrumada por el
miedo y la ansiedad y parecía incapaz de razonar, cosa nada extraña. Se diría que era incapaz de
entender las necesidades de sus hijos con cierta coherencia, no sabía administrar el dinero ni la comida, ni
acostarse y levantarse de forma regular con los niños. Decía que se sentía perseguida y, paradójicamente,
solo se encontraba segura en casa, el escenario de muchas de las agresiones que sufría. Pensamos que
sus narrativas sobre su capacidad de afrontar sus problemas con el alcohol indicaban una distorsión
coherente con su estrategia de apego despreciativa y evitativa que se había desarrollado durante su
infancia de abusos, y en sus peligrosas e inseguras relaciones íntimas adultas. Tenía que enfrentarse al
hecho de que no podía cuidar de sus hijos y reconocer que se había equivocado al pensar que podía
controlar sola el consumo de alcohol.
La propia Susan se había criado en un hogar infantil, después de anteriores experiencias adversas en
su familia de origen. La separaron de sus hermanos y creció sin conocerles. En un intento por reelaborar
estas experiencias, había desarrollado un guión correctivo en el que se prometía que inculcaría a sus hijos
el deseo de estar siempre unidos y ayudarse mutuamente. Conocía la importancia que las relaciones con
los hermanos tenían para toda la vida, algo que ella había vivido con todas sus consecuencias.
Trabajamos con Susan más de dos años para ayudarla a reencontrarse, a reencontrar el sentimiento de
autoestima, y a seguir absteniéndose del alcohol. Desarrollamos con ella una serie de cuestiones
colaborativas que estimulaban su competencia, determinación, autoestima y autoridad parental, unas
cuestiones pensadas para ayudarla y estimularla a desprenderse de la idea que tenía de sí misma de
persona fracasada, y a reelaborar su imagen de mujer competente. Entre otras cosas:
insistimos en su derecho a la seguridad;
reconocimos su necesidad de cambiar y cuestionar sus sentimientos de fracaso preguntándole
para ello cómo se las había arreglado para conseguir esa idea de familia para sus hijos, y los
consiguientes sentimientos de fraternidad de estos;
le preguntamos por sus relaciones con sus hijos y lo que deseaba para ellos en el futuro;
destacamos y apoyamos su derecho a la seguridad en las relaciones íntimas;
la animamos a hablar de los aspectos relacionales de ella misma, en oposición a su agobiante
sentimiento de responsabilidad individual;
le pedimos que hablara sinceramente de las relaciones con sus parejas, de cómo se
desarrollaban y qué decisiones tomaban juntos;
nos negamos a aceptar la invisibilidad de sus parejas y esperamos de ellos que asumieran la
responsabilidad que tenían con ella y con sus hijos;
la ayudamos a diferenciar entre sus ideas y sus sentimientos sobre el hecho de ser a la vez
víctima y superviviente; y
destacamos la importancia de su cooperación y de la adquisición de competencia en el trabajo
con los servicios sociales y con los diferentes cuidadores de sus hijos (COOPER y VETERE,
2005).
Susan mantenía unas estrechas relaciones con sus hijos y, aunque no era su primera cuidadora,
desarrolló unas buenas relaciones de trabajo con los cuidadores y, a medida que los hijos se hicieron
185
mayores, pudo asumir una función más relevante en su vida. Posteriormente estableció una relación íntima
con un hombre que la trataba bien y respetaba su resiliencia y su fuerza.
Relaciones entre el consumo de alcohol y la agresión física
En el Capítulo IV hablábamos de cómo adaptar y hacer seguro un enfoque
centrado en la emoción al trabajar terapéuticamente con parejas que han
acordado un contrato de no violencia después de una agresión violenta. Aquí
repasamos brevemente los estudios sobre las relaciones entre el consumo de
alcohol y la agresividad física en las relaciones íntimas de pareja. Son muchas las
causas de que se utilice la agresión física contra la pareja, pero el consumo de
alcohol en el momento de la agresión acentúa su función causal. En muestras de
la comunidad, se ha observado que la borrachera va más asociada a la agresión
física a la pareja que la cantidad absoluta de alcohol que se consuma en una
semana o un mes. El British Crime Survey (1996, 2000) decía que el 30% de la
delincuencia violenta eran agresiones domésticas, y en un tercio de todos los
casos denunciados intervenía el alcohol. En el Censo de Niños Necesitados
realizado en Chesire, en el Reino Unido, se descubrió que en el 41% de todos los
casos del departamento de servicios sociales, un factor era la violencia doméstica
(DCFS y DIUS, 2006). Esos niños tenían el doble de probabilidades de sufrir ellos
mismos problemas de salud mental y de vivir con padres/cuidadores con
problemas de salud mental. Un dato de especial importancia era que esos niños
tenían cinco veces más probabilidades de vivir en familias en que se abusaba de
sustancias psicoactivas.
Así pues, toda práctica de salud mental, con niños adolescentes o adultos, ha
de partir de una minuciosa evaluación del riesgo, indagando en la posible
existencia de casos de conducta violenta y analizando la seguridad. (Para una
detallada exposición de cómo establecer una base para una práctica de salud
mental segura al trabajar con personas individuales, parejas y familias donde la
violencia sea un problema, véase COOPER y VETERE, 2005).
La implicación de la familia en el tratamiento
La “hibernación humana” es una metáfora que muestra la sensación de
alejamiento y desconexión emocional de los demás que se pueden producir
cuando un miembro de la familia desarrolla con el tiempo una fuerte
dependencia psicológica del alcohol. Los otros miembros de la familia son
esenciales. En algunos sentidos pueden haber pasado a formar parte del
problema, o del sistema determinado por el problema, pero es mucho más útil
considerarlos parte de la solución. Los estudios sobre resultados demuestran que
los miembros de la familia pueden ser fundamentales, por ejemplo, para motivar
186
a la persona que tiene el problema de la bebida a que siga programas de
tratamiento contra el alcohol, que los tratamientos en los que se implica la
familia son mucho más efectivos que el tratamiento individual, y que cuando la
familia participa en él se observan moderados beneficios para evitar la recaída
(EDWARD y STEINGLASS, 1995). En estos efectos del tratamiento pueden mediar
tres factores:
el sexo de la persona que tiene el problema con el alcohol: la mayoría de
los estudios se han realizado con varones, por lo que aquí consideraremos
también el impacto del problema de la bebida para las mujeres y sus
relaciones;
la inversión emocional que los miembros de la familia hacen en sus
relaciones: vemos aquí la importancia de la conexión emocional y del
deseo de conexión como contexto para la ayuda y también como vehículo
para el cambio; y
la percepción que quien abusa del alcohol tiene de la ayuda que le presta
su pareja para abstenerse del alcohol: un factor que recuerda los estudios
sobre la importancia que las redes sociales de apoyo tienen para el
bienestar continuado a lo largo de toda la vida, y que es fundamental la
percepción de que las relaciones son de apoyo, aunque en realidad tal vez
no lo sean (BROWN y HARRIS, 1989).
La implicación
Hemos trabajado en muy diversos servicios de salud mental, en el National
Health Service (NHS), en los servicios sociales, en el sector privado y del
voluntariado, pero, según nuestra experiencia, los servicios de tratamiento del
alcohol son únicos, en el sentido de que exigen un período prolongado de
implicación en el tratamiento. Las razones son múltiples, y no es la menor la
dependencia del alcohol para encontrar consuelo y tranquilidad, y la regulación
de la excitación emocional. Cuando a uno se le pide que se implique en los
servicios de tratamiento, y con un determinado “trabajador de referencia” *, se le
pide que asuma un riesgo: el de confiar en los demás. Y en el momento en que
le pedimos éste, la persona, recuerda todas las razones para no hacerlo. En
términos dinámicos, la relación o el apego primario son con el alcohol. De modo
que establecer un pacto con quien se vaya a responsabilizar del problema suele
ser el primer paso esencial para reconectar a las personas, y el puente necesario
para analizar la posible remisión a la terapia sistémica de pareja y familiar (VETERE
y HENLEY, 2001).
La orientación sistémica ofrece un contexto emocionalmente menos excitante
187
para una exploración provisional de la implicación, tanto para quien bebe como
para los miembros de la familia, que muchas veces se toman el tratamiento con
la idea de que el problema está en quien bebe, o de que una vez que se consiga
que se abstenga la vida familiar volverá a la normalidad. La experiencia nos dice
que dejar de beber muchas veces pone a la pareja en una situación límite, en la
que han de decidir si siguen juntos y desarrollar una relación más segura, o se
separan. Cualquiera que sea la decisión, trabajamos con ellos para crear un
vínculo emocionalmente más seguro y satisfactorio, o para ayudarles a entender
por qué no duró su relación, pensando en relaciones futuras, y/o ayudarles a
conseguir un parentazgo cooperativo después de la separación.
La pareja y los familiares pueden ayudar a que quien bebe se enfrente a la
bebida, pero para que su implicación tenga éxito, también han de saber
reflexionar sobre las adaptaciones y los ajustes que hayan hecho, tanto mientras
la bebida era un problema, como cuando fue un legado. Por ejemplo, mientras
dura la adicción a la bebida, el miembro de la pareja que no bebe se puede
haber convertido en un hábil detective, siempre en busca de la botella escondida
en la casa y el jardín, para vaciarla en el fregadero, y quizás avergonzando al
adicto por su falta de control, el consiguiente efecto adverso en la familia y la
comunidad, etc. La persona que no bebe quizás hable de profundos sentimientos
de miedo ante cualquier observación de que quien bebe pueda volver a hacerlo,
por ejemplo, en algún acto social donde se sirva alcohol, muchos meses, incluso
años, después de haber dejado de beber. Un miedo que puede ser al rechazo y el
abandono que a menudo se siente y del que se habla cuando no se puede
contar emocionalmente con la persona si está bajo los efectos del alcohol. Un
miedo que puede ser la causa de la cólera y la indignación que tan de inmediato
se expresan ante la indicación de posibles recaídas en la bebida. Si la adicción se
entiende como una conducta que hay que comprender y analizar, es útil indagar
sobre las veces que se ha recurrido al alcohol, o se quiso recurrir pero no se hizo.
Por ejemplo, ¿se utiliza como forma de retraerse cuando la persona se siente
criticada, abrumada por sus sentimientos, o cree que ha decepcionado a su
pareja? La misma complejidad tienen los patrones entre parejas en que la bebida
moderada facilita la expresión emocional positiva y los sentimientos de afecto y
sexualidad, deseados por ambos, pero que se complican cuando se pasa a beber
más, con lo que se arruinan los sentimientos de proximidad, y quizás se intente
regular y gestionar la distancia emocional que empieza a parecer demasiado
evidente y abrumadora, como puede ocurrir con patrones más temibles de
relación de apego.
Igualmente peligrosos son los patrones en los que el miembro de la pareja que
habitualmente no bebe lo hace con el que bebe con el propósito de espaciar e
intentar controlar la cantidad de alcohol que consuma. Son unos patrones, sin
188
embargo, que suelen evolucionar, muchas veces debido a fuertes sentimientos y
deseos de apego, que pueden estar alimentados por un sentido de legitimidad
moral para criticar y tratar de controlar la conducta del miembro de la pareja que
bebe. Este sentimiento de legitimidad moral puede hacer aún más difícil que
quien no bebe se implique con actitud reflexiva en sus mutuos ajustes como
pareja, analice los miedos y las angustias de apego ocultas, y estudie las
adaptaciones necesarias que les ayuden a vivir con el impacto de la bebida en su
relación y en su estilo de comunicación emocional.
La orientación crea oportunidades de “exteriorizar” el problema de la bebida,
de analizar y validar los recursos, las soluciones y los deseos de los miembros de
la familia, de reenmarcar los intentos de controlar la bebida como intentos de
resolver el problema y de apreciar que la persona lo intente, y de estudiar los
tipos de tratamiento disponibles. Observamos que los miembros de las familias
muchas veces ven el consumo excesivo de alcohol como una conducta
irresponsable y, a la vez, como una enfermedad, que se puede controlar o no.
Utilizar la orientación de contexto para rastrear, poco a poco y con cuidado, los
efectos del consumo de alcohol sobre las relaciones y el impacto que los estilos y
los patrones de relación producen en él, tanto históricamente como en la
actualidad, crea la oportunidad de hablar de estos patrones de conducta y
aborda la bebida de forma que ayude a los miembros de la familia a no sentirse
culpables de “producir” un mayor consumo. Así se allana el camino para que los
miembros de la familia empiecen a hablar de cómo han llegado a quedar
atrapados en la bebida y de cómo sus reacciones, aunque se reconozca que son
inútiles, muchas veces se repiten una y otra vez porque no ven otra alternativa.
La orientación también crea oportunidades de explorar las implicaciones de
participar en el trabajo de pareja y familiar. Como terapeutas hacemos preguntas
del estilo: ¿De quién surgió la idea de hablar con nosotros? ¿A quién le gustó
/quien temió más la idea? ¿Cómo fue que decidieron acudir a nosotros? ¿Qué
han observado desde que decidieron venir? ¿Qué esperan de la reunión? ¿Cómo
decidirán volver o no? La teoría de la atracción social (ZAJONC , 1968) indica que
la proximidad facilita el desarrollo de una alianza terapéutica, es decir, cuanto
más vemos a una persona, más positivas se hacen nuestras actitudes hacia ella.
Esta exposición repetida y amable crea el contexto en que podemos empezar a
acordar los objetivos y los medios para alcanzarlos. De ahí surge una experiencia
intersubjetiva de empatía, donde podemos mostrar que intentaremos
comprender sus sentimientos y su malestar, haciendo todo lo posible para
ponernos en su caso.
Así pues, no buscamos un contrato terapéutico, sino que ofrecemos una
orientación sistémica y brindamos múltiples oportunidades para que las personas
se reúnan con nosotros antes de asumir el riesgo de comprometerse a compartir
189
una experiencia terapéutica que exigirá hablar de sentimientos y los despertará.
La terapia puede suponer una amenaza porque nos centramos en unas relaciones
que no son, ni mucho menos, las óptimas de la familia, y aunque apoyemos y
estimulemos la resiliencia, la capacidad de encontrar recursos y el deseo de
cambio, debemos tener en cuenta las tensiones implícitas de este dilema. El
triángulo terapéutico formado entre nosotros como terapeutas sistémicos, la
pareja y/o los miembros de la familia y el “trabajador de referencia”, es
fundamental para crear una sensación de seguridad, de manera que las personas
puedan empezar a asumir de nuevo riesgos emocionales, y a poner en
entredicho ideas profundamente arraigadas sobre sí mismas de personas
indignas del cariño, el consuelo y el cuidado de los demás, y/o las ideas sobre
los demás de personas insensibles, inaccesibles y, en última instancia, en las que
no se puede confiar. El salto emocional que implica pasar de una relación
primaria con el alcohol a trabajar con problemas de pareja y de familia es tan
grande, que la persona que bebe ha de haber tenido un grado u otro de éxito
con la abstinencia para poder afrontar las exigencias de la transición. El
“trabajador clave” del alcohol actúa de nuestro “tercero estable”, y ayuda a
gestionar y comprender la ansiedad y el miedo que provoca la indicación de que
pasamos de la orientación a la terapia.
Los intentos de implicación fallidos
Si aceptamos el papel central de la alianza terapéutica en el proceso de
cambio, los intentos fallidos de implicación pueden contribuir a una pronta
conclusión del trabajo terapéutico. Parece que es mayor la variedad de resultados
entre terapeutas que usan el mismo enfoque terapéutico, que entre los de las
diferentes modalidades de tratamiento (DUNCAN y MILLER, 2000). Puede ser un
indicio de que es más importante quién es el terapeuta, y el ajuste relacional
entre él y el cliente, que cuál sea el tipo de intervención. Los estudios realizados
en el campo del tratamiento de la dependencia del alcohol sobre el desarrollo de
la alianza terapéutica, indican que la comunicación de formas de hostilidad sutiles
y complementarias y/o los intentos de controlar, pueden ir unidos a unos pobres
resultados o a una alianza terapéutica más endeble o menos comprometida. La
entrevista motivacional intenta implicar a quien bebe en un intento colaborativo
de identificar las razones del cambio, de forma que se evite la confrontación
directa e inútil (MILLER y ROLLNICK, 1991).
Hablábamos en otras páginas de este libro del papel que la orientación y la
supervisión desempeñan para el terapeuta cuando trabaja centrado en el
sentimiento, no solo como una buena práctica de exigencia, sino como requisito
previo para analizar y esclarecer nuestra propia receptividad emocional cuando
190
nos enfrentamos a críticas, hostilidad y sutiles amenazas a nuestra autoestima.
Para nuestros clientes, la defensividad y la evitación emocional pueden ser
formas ensayadas de protegerse cuando tienen miedo, por ejemplo, cuando
temen el posible rechazo de los demás, que los vean necesitados, que se sientan
decepcionados con ellos, etc. La ausencia de un proceso interpersonal negativo
en la terapia no basta para el cambio terapéutico, pero parece que la presencia
de unos bajos niveles de conducta terapéutica negativa es suficiente para
impedirlo. Los clientes hablan de menores niveles de esperanza terapéutica y de
compromiso con la participación cuando perciben que el terapeuta es crítico con
ellos, no se interesa por ellos, y no se muestra dispuesto a facilitar información.
La teoría del trauma señala que el miedo ralentiza el procesado de la información
y nuestra capacidad de procesar el material de carga emocional (MEICHENBAUM,
1994). De ahí que las diferencias en la efectividad de la terapia puedan estar
relacionadas con nuestra capacidad de mantener una postura facilitadora ante la
defensividad y/o la hostilidad de la persona que tiene problemas con el alcohol
y/o los miembros de su familia, de modo que poco a poco podamos animar a las
personas a decidir sus propias respuestas emocionales, a ampliar sus opciones y
a reflexionar sobre la construcción de una implicación emocional paso a paso.
Asimismo, sin embargo, el miedo puede ralentizar la capacidad de ser útil del
terapeuta, y si nos hacemos eco emocionalmente de los miedos interpersonales
de nuestros clientes, es posible que nos alteremos inútilmente y que perdamos
capacidad facilitadora.
Nosotros, como terapeutas, trabajamos en pareja, y utilizamos la orientación
en consulta como vehículo para la práctica reflexiva (VETERE y HENLEY, 2001). A
veces observamos que al orientador de consulta le va bien suscitar temas
controvertidos, o comentar con ánimo positivo el proceso terapéutico en marcha
de forma que proteja y preserve la emergente alianza terapéutica. Con ello, el
terapeuta principal y el cliente o los clientes pueden comentar desde la posición
del observador, de modo que si una idea surge demasiado pronto, se puede
ajustar el ritmo convenientemente. La teoría analítica de grupo indica que en las
familias se pueden producir procesos de reflejo, de modo que sus miembros
actúan de espejos deformantes o de espejos rugosos (PINES, 1982). Los procesos
de reflexión pueden producir un reflejo más amable o menos deformante que
puede facilitar a los miembros de la familia que expresen y escuchen
pensamientos y sentimientos antes callados.
Un ejemplo de intento fallido de implicación en nuestro trabajo fue el caso de
Kate y Bob, una pareja de jubilados de sesenta y tantos años. Bob había ejercido
un cargo de alto nivel durante la mayor parte de su vida de trabajo remunerado,
y había estado esperando la jubilación para poder viajar y disfrutar de su familia
y sus nietos. Kate había dedicado la mayor parte de su vida laboral a la casa, a la
191
crianza de sus tres hijos. A los 50 años se puso a trabajar de bibliotecaria, cuyo
resultado, decía, fue que descubrió el feminismo. Nos contaba que quería hablar
con Bob del poder y el control en su relación, pero que él no quería tener tal
conversación. Ella había tomado alcohol la mayor parte de su vida adulta. Lo que
había empezado como una bebida social se agravó hasta convertirse en una
dependencia que la dejaba ebria varios días seguidos, y había llegado al punto
de que sus hijos mayores y sus parejas le decían que no estaba en condiciones
de estar con sus hijos/sus nietos. Fue este ultimátum de sus hijos lo que la
impulsó a acudir a los servicios contra la dependencia del alcohol de la
comunidad. Con la ayuda de su “trabajador de referencia”, consiguió que se la
remitiera a un equipo de terapia familiar. Bob nos dijo que venía solo para ayudar
a Kate a solucionar sus problemas con el alcohol. Les ofrecimos cuatro sesiones
de orientación, más una de revisión. Kate nos dijo que quería que Bob participara
en una conversación sobre su relación y sobre qué podían hacer para mejorarla.
Él se describía como una persona jovial, accesible y simpática, muy apreciada
socialmente, mientras que de Kate decía que era solitaria, de pocos amigos. Nos
pareció interesante observar que reconfortábamos a Kate y vimos que Bob era
de estilo más despreciativo en su forma de comunicarse. Unos minutos antes de
empezar nuestra tercera sesión de orientación, el terapeuta principal (TP) tuvo
que irse por una emergencia familiar. El orientador de la consulta decidió, con el
acuerdo del TP, ofrecer a Kate y Bob la sesión de orientación, si querían, pues
era ya demasiado tarde para cancelar la cita. Parecía que la sesión iba bien. Al
principio de la cuarta sesión, antes de acomodarnos en nuestros asientos, Kate
anunció que el orientador de la consulta le parecía mucho mejor terapeuta que el
TP. Podía ser perfectamente que así fuera, pero lo formulamos desde la
perspectiva del apego. Posiblemente habíamos subestimado la fuerza del vínculo
de Kate con el TP y su sentimiento de desengaño por haber sido relegada por la
familia del TP, es decir, porque el TP se había ido de su trabajo para atender a su
propia familia, con lo que reforzaba la idea de Kate de que no se podía confiar
en los demás, que siempre la abandonaban y dejaban sola, y en este caso
parecía que Kate sentía una aguda sensación de rechazo.
Durante esa reunión, Kate nos contó que había decidido no seguir con más
sesiones, y se retiró por completo de los servicios contra el alcohol. Prometió que
nos escribiría una carta. Posteriormente explicó que le era demasiado doloroso
asistir a las reuniones con Bob, que nuestro planteamiento había hecho que
albergara esperanzas de que él pudiera participar en el trabajo conjunto sobre su
relación, para encontrarse después con que no podía contar con él ni le era
accesible emocionalmente. No se podía permitir concedernos tiempo para ver si
había posibilidad de que sus esperanzas se hicieran realidad.
192
Las cuestiones de la comunicación y la relación
El entretejido de las ideas del apego y la terapia sistémica ofrece un marco
para analizar la intersección de patrones asentados de abuso del alcohol y
patrones en la comunicación, en las relaciones y, con el tiempo, en el contexto de
la interpretación intergeneracional de la cultura familiar, en especial en lo que se
refiere a las actitudes en torno al consumo de alcohol (VETERE y HENLEY, 2001).
Los guiones repetitivos y correctivos entre las generaciones en torno al consumo
de alcohol y el impacto de la bebida a largo plazo están contextualizados por las
actitudes sociales y religiosas ante la bebida, que a su vez forman parte de una
respuesta comunitaria.
Las relaciones y las destrezas de establecimiento de relaciones se pueden
haber deteriorado debido a la forma de comportarse de la persona que bebe para
asegurarse el suministro de alcohol. Cuando el bebedor se preocupa por el
alcohol y la necesidad de conseguirlo, todo lo demás corre peligro de quedar
relegado por esa necesidad. Mentir para ocultar el lugar donde se guarda el
alcohol, o negar que se bebe, se pueden haber convertido en algo habitual. La
terapia sistémica va dirigida a ayudar a los miembros de la familia a “hablar
claro” y a comunicar de forma precisa y efectiva sus necesidades, sus acciones,
sus deseos y sus temores. En los períodos de bebida, y en los de abstinencia, se
pueden haber fijado normas sobre lo que se puede decir, y cómo y cuándo
decirlo. Hay que determinar y esclarecer el análisis de la comunicación, y todas la
diferencias de conducta en condiciones de consumo y de abstinencia. Por
ejemplo, cuando la esposa se niega rotundamente a hablar con su marido
cuando éste bebe, o el deseo del marido de intimidad emocional mediante el
sexo cuando consume alcohol, y su evitación de la intimidad cuando está sobrio,
pueden confundir, inquietar y preocupar a su pareja, y conducir a un ciclo de
acoso grave y retraimiento emocional. La teoría de la penetración social señala
que tenemos una idea del yo de múltiples capas, de modo que decidimos
mostrar aspectos distintos de nosotros mismos, que van de los corrientes y
fácilmente conocidos y expuestos, a los miedos, heridas y deseos profundos y
que a menudo ocultamos (TAYLOR y ALTMAN, 1987). Es un sentimiento de
vulnerabilidad que se nos puede ocultar, y se puede ocultar a los demás,
mediante el consumo de alcohol como estrategia de afrontamiento, cuyo efecto a
largo plazo para la pareja puede ser una drástica restricción de aquello de que se
pueda hablar sin correr peligro. Cuando nos reunimos con las parejas y las
familias, en las que la bebida y la reacción a la bebida con el tiempo ha
organizado la interacción familiar, y a veces con patrones de conducta
intergeneracionales, analizamos con mucho cuidado, con una continua
comprobación y siempre explicando por qué preguntamos, el sentido afianzado
de lo que es posible saber y desvelar, y de lo que se pueda hablar, en un
193
contexto interaccional, que en sí mismo también abre la posibilidad de nuevas
descripciones, definiciones del yo y de los demás, y la consiguiente experiencia
sentida. Que no haya una escalada de los patrones de interacción negativos y el
apoyo a lo que va bien, crean un sentimiento de confianza y esperanza en que el
cambio es posible, y precede al desarrollo y fortalecimiento de intercambios
interaccionales más positivos y vinculantes.
En el pensamiento sistémico el sentimiento de vergüenza se entiende tanto en
sentido nominal como en sentido verbal: es una descripción de toda la persona,
y es algo que hacemos a los componentes de las familias y de las comunidades.
La vergüenza es una experiencia emocional de muchas capas que proporciona
información sobre el estatus y la posición de la persona en la familia y la
comunidad. Se exacerba tanto como se alivia en nuestras relaciones estrechas e
importantes. El miembro de la pareja que no bebe puede saber perfectamente
cuándo no lo hace su pareja, pero porque le es difícil confiar en que no lo vaya a
hacer de nuevo, este conocimiento también puede impedir el desarrollo de la
franqueza y la sinceridad en su comunicación. Por ejemplo, si el que bebe
acostumbra a esconder la bebida por toda la casa, o intenta ocultar que
consume, ponemos todo el empeño en ayudarles a ser sinceros sobre sus
intenciones y su comportamiento, como base para reconstruir la confianza en lo
que se dice. Los procesos de reflexión sistémica pueden ser muy útiles para
abordar estas delicadas cuestiones de procedimiento para que no se genere
ningún sentimiento de culpa.
En nuestro trabajo con las parejas y las familias, cuando nos centramos en el
problema de la bebida, raramente vemos unas relaciones íntimas de las que se
pueda decir que ante todo proporcionan una seguridad de apego, y raramente
vemos relaciones de pareja que se puedan describir como recíprocas en términos
sistémicos (BATESON, 1972; VETERE y DALLOS, 2003). Al contrario, solemos ver
relaciones que se caracterizan por unos manifiestos patrones complementarios,
patrones evidentes de escalada simétrica, o relaciones francamente asimétricas,
cuyas parejas compiten por el poder y la influencia, una competencia que se
manifiesta, por ejemplo, como quién dice la última palabra, o quién sabe más, o
qué descripción de la realidad prevalece.
Cuando es la mujer (pareja o madre) la que tiene el problema de la bebida, a
veces nos encontramos con que los otros miembros de la familia sienten como
agresivos sus primeros intentos de afirmar sus deseos, necesidades e
intenciones, lo que, a su vez, se utiliza en contra de la mujer, de tal forma que se
refuerza el sentimiento de vergüenza de ésta por ser una “mala madre/esposa”, y
se mantiene un patrón de vergüenza y contravergüenza. Pedir a las personas que
corran riesgos emocionales e interpersonales es peligroso, pero la terapia puede
crear un contexto suficientemente seguro para que asuman estos riesgos, yendo
194
más allá de sus parámetros conocidos y aceptados de responder, para salirse de
patrones limitadores y forjar juntos nuevas experiencias, a menudo con la
recuperación de lo que en su momento tuvieron, o que saben que siempre
quisieron. Solemos iniciar estas conversaciones con una exploración del futuro
suponiendo que el consumo de bebida pueda seguir o no. Un enfoque centrado
en la solución, y adoptado de forma provisional, puede estimular a las personas
a que piensen en la bebida como elemento que les organiza la vida familiar
(MILLER y BERG, 1995). Hablar con las personas con cierto sentido hipotético a
veces ayuda a reducir la defensividad, y las pone en relación con sus fuertes
deseos positivos de un bienestar futuro para sus hijos. Algunas de las preguntas
pueden ser: como madre/padre, ¿qué esperas para tus hijos dentro de cinco
años? ¿Qué deseas que aprendan tus hijos de ti sobre la capacidad de relajarte y
buscar consuelo de forma segura? ¿Qué crees que les puedes estar enseñando a
tus hijos sobre la forma de desenvolverse en las relaciones íntimas? Observamos
que cuando la mujer puede mostrarse más decidida sobre sus propios deseos y
necesidades, y pide con mayor claridad lo que quiere de los demás, el hombre
acepta trabajar por una relación más recíproca que proporcione a ambos una
sensación de seguridad que se perciba como diferente. La mayor parte de
nuestra experiencia ha sido con parejas de sexo opuesto, pero utilizamos
también estos patrones de pensamiento cuando trabajamos con parejas del
mismo sexo, aunque procuramos contextualizar los problemas de su relación en
un marco más amplio de transparencia o de confidencialidad, según sean sus
posiciones relativas en la familia y en las redes de la comunidad.
El trabajo sistémico teniendo en cuenta el apego puede ayudar a gestionar la
recaída, dando para ello ayuda y estímulo ante una situación de decepción,
ralentizando la reacción precipitada y ayudando a calmar la excitación emocional
que de nada sirve y, al mismo tiempo, considerando el impacto de la recaída en
los miembros de la familia y en sus relaciones. Otros sistemas de abordar y
afrontar las causas del estrés y la infelicidad no siempre se desarrollan
fácilmente. Nuestro propósito es ayudar a promover una diversidad de
respuestas adaptativas y a reducir la dependencia del alcohol como principal
apego, en el contexto de unos intercambios vinculantes más positivos entre los
miembros de la familia. Apoyamos lo que va bien, ayudamos a identificar y
ampliar las respuestas resilientes y a reencuadrar los intentos de afrontar el
sentimiento desagradable como lo que son: intentos de afrontar.
Ejemplo de caso
El caso de Mark y Julia ilustra que el alcohol se puede utilizar como medio para afrontar la
insatisfacción y el malestar de una relación, y que se pueden desarrollar formas de afrontamiento
alternativas y más constructivas mediante la reconstrucción de un sentimiento de confianza en el valor de
uno mismo y en poder contar con la accesibilidad y el apoyo de los demás. Mark y Sheila llevan casados
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más de treinta años. Han criado a tres hijos, uno de los cuales vive con ellos y estudia en un centro de
formación profesional local. Sheila siempre ha trabajado en casa, cuidando de los hijos, y Mark en una
empresa, un trabajo que le exige tratar con personal y colegas de otras empresas y agasajarles. En cierto
sentido, podríamos describir a Sheila como esposa “corporativa”, en cuanto las decisiones sobre dónde
conviene que resida la familia y la presión que recibe para que atienda a los colegas de Mark y asista a
los actos sociales han estado visiblemente presentes en su vida (CARTER y MCGOLDRICK, 1988). Tanto
Mark como Sheila se describen como asiduos bebedores sociales en las primeras fases de su
matrimonio. Mark fue reduciendo la bebida con el paso de los años, pero Sheila la aumentó. Nos decía
ella que su reacción a la presión que le suponía asistir a los actos sociales de Mark era beber en exceso,
con un profundo sentimiento de vergüenza para ambos, y mucha recriminación mutua. Pese a esto, Mark
nunca renunció a su deseo de “tener a su mujer a su lado”. Sheila fue bebiendo más y más, hasta el punto
de que raramente estaba sobria. Él intentaba desesperado controlarla. Ella nos decía que siempre había
sentido que Mark la trataba como a una niña. Éste se esforzaba por entenderlo, y le decía que siempre
había intentado que participara en las decisiones familiares.
Siendo niña, Sheila había sufrido abusos sexuales por parte de su padrastro en varias ocasiones. Decía
que los abusos cesaron cuando amenazó con contarlo todo a su madre. Nunca se lo ha dicho. Se lo
contó a Mark cuando se conocieron y se casaron, y le agradeció que fuera sensible y comprensivo por
los efectos que aquellos hechos habían tenido sobre ella, pero decía que nunca deseó el sexo ni disfrutó
con él. Antes de reunirnos con ellos como pareja, Sheila había estado trabajando con un “trabajador
clave” para problemas de alcohol unos cinco años, durante los cuales había conseguida mantenerse
sobria durante períodos de tres meses seguidos, antes de recaer en la bebida, para gran decepción suya.
Le costaba mucho valorar esas épocas de sobriedad porque pensaba que la “recaída” era signo de
debilidad y demostraba una falta de autocontrol. Vemos, pues, que las construcciones sociales de la
bebida pueden retroalimentar la idea que tiene la persona de sí misma e informar el juicio que se hace
sobre cómo la ven los demás. Durante estos períodos de sobriedad, Mark observaba que Sheila era
tierna y cariñosa con él, pero cuando volvía a beber la encontraba distante e insensible. Decía que en los
períodos de bebida mantenía la esperanza pensando que cuando ella dejara de beber volvería a ser
amable y afectuosa con él. Pero se desesperaba en sus intentos por controlarla cuando la veía ir inquieta
buscando la botella por todos los rincones de la casa. Estas acciones enfurecían y a la vez angustiaban a
Sheila. Ambos reconocían estos patrones de poder y control y se esforzaban cuanto podían por
esclarecer y entender las consecuencias relacionales y emocionales de la bebida y del vivir con esos
desequilibrios de poder y control.
La terapia de pareja abordó los siguientes asuntos:
los intentos de Mark de controlar la bebida de Sheila;
el deseo de Sheila de asumir personalmente la responsabilidad de sus necesidades y su
comportamiento;
el deseo de cariño e intimidad física de Mark, y el reconocimiento del impacto de su carácter
posesivo y su inseguridad sentida en la relación de ambos;
el impacto del abuso sexual, el secretismo y la vergüenza en el sentimiento de Sheila de su
propio valor, y su derecho al cuidado y el consuelo;
las decisiones sobre la economía familiar;
el desarrollo de un compromiso de los dos con una comunicación clara y sincera sobre lo que
deseaban y esperaban de su relación, y también con sus hijos adultos, y el impacto de la bebida
de Sheila sobre éstos y sus relaciones con sus padres;
ayudar a la pareja a desarrollar unas interacciones satisfactorias y vinculantes, en el contexto de
la elaboración de una narrativa compartida de cómo contribuir ambos a sanar su relación. Esta
196
narrativa curativa incluía elementos compartidos de vulnerabilidad emocional que mutuamente se
habían reconocido, se habían escuchado y se habían entendido a la perfección; y de cómo los
dos habían puesto todo su empeño en desarrollar la capacidad de tolerarse su respectiva
desazón y apoyarse en sus esfuerzos y logros en emplearse en asumir riesgos emocionales. Esto
generó al principio un nuevo sentimiento de confianza y seguridad sentida que posibilitó unos
encuentros entre ellos más satisfactorios y de una intimidad progresivamente mayor.
Las transiciones en el ciclo vital y el impacto de todo lo que en ella acontece
nos ayudan a explicar que pasemos en primer lugar a hablar de la bebida, y la
consiguiente solicitud de ayuda, aunque a menudo sea por el ultimátum de algún
miembro de la familia que sufra la crisis. Veíamos en el ejemplo anterior de Kate
y Bob que su jubilación conjunta generaba un nivel distinto de preocupación por
la bebida de ella. El deseo de Bob de pasar la jubilación con sus nietos se vio
desbaratado por el rechazo de sus propios hijos de dejar que los nietos vieran
bebida a su abuela, o arriesgarse a dejarlos a su cuidado. Estar en casa todo el
día significaba para Bob que ya no podía ignorar el grado en que ella dependía
del alcohol, y para Kate, que no podía escapar fácilmente de las insatisfacciones
de la relación entre ambos. Un análisis minucioso de la interacción entre las
exigencias y las tareas del ciclo vital, el impacto de los sucesos de la vida y la
crisis que provocaba el alcohol, nos daba oportunidad a todos de reflexionar
sobre cómo la vida familiar se había organizado en torno a la persona que bebía
y la bebida. Esos momentos también constituían un reto a las estrategias
preferidas de apego de la pareja en su relación mutua, de manera que la
obligación de pasar más tiempo juntos planteó el crítico dilema de si estrechar su
relación o separarse.
Algunos miembros de las familias explican su experiencia de vivir en un
sistema íntimo determinado por problemas como un “ir siempre con pies de
plomo” (ANDERSON y cols., 1986). Con el tiempo, se pueden haber hecho
habituales conductas dirigidas a proteger a otros de los efectos de la bebida, o a
minimizar o negar sus efectos, dentro y fuera de la familia, o a aislar a la persona
que bebe. De modo que la crisis que se genera en torno a la bebida ofrece la
oportunidad de rastrear y sacar a la luz estos patrones determinados por el
problema, sin ánimo acusatorio, mediante el apoyo de las buenas intenciones, y
el reencuadre de aspectos de las motivaciones y la conducta de los miembros de
la familia como intentos de proteger y de afrontar los problemas. En el marco de
la TNA, les ayudamos a elaborar relatos con la idea de guiones correctivos y
generativos de BYNG-HALL (1995), y exponiendo las intenciones positivas que se
esconden en las exposiciones narrativas que hacen de sí mismos y de sus
relaciones. En estos momentos en que los sentimientos de vergüenza pueden
estar a flor de piel, observamos que suele ser útil recoger ideas y sentimientos de
apoyo de la cultura inmediata de la familia, de las relaciones positivas, actuales y
197
pasadas, para respaldar el deseo de cambio.
Consideraciones finales
En resumen, señalamos que es más probable que se avance con la terapia si a)
el miembro de la pareja que no bebe sabe reconectar positivamente y con un
progresivo sentimiento de confianza con las otras personas, y perder su principal
apego al alcohol; y b) si el miembro de la pareja que no bebe puede dejar de
pensar —la narrativa dominante— que se alcanzará la felicidad en cuanto su
pareja deje de beber, y se hace a la idea de que los dos deben hacer cambios,
aunque al principio sean provisionales. La teoría del apego señala la dirección del
cambio terapéutico desde una interrupción de la escalada de los intercambios
negativos y hostiles, que solo sirven para generar inseguridad en el apego, hacia
la extensión de unas interacciones más positivas y vinculantes que ayuden a
restablecer la confianza y la seguridad de la expresión emocional. Ayudar a las
familias a crear nuevas narrativas de su esfuerzo conjunto por sanar sus
relaciones significa dar el valor a aquello que lo merece.
La bebida se interpone en la pareja. A veces, cuando se consigue la
abstinencia, deciden separarse. Nuestro trabajo consiste en ayudarles a hacerlo
de forma segura y, si tienen hijos, en que consideren el impacto permanente que
la separación va a tener sobre ellos. En algunos casos, la persona que bebe,
después de un largo período de abstinencia, recae en la bebida, o nunca llega a
controlarla, de modo que la separación familiar es casi inevitable. Ante el
desengaño, nuestro compromiso con las ideas del apego significa que siempre
albergamos la esperanza de que el cambio sea posible, porque creemos que
todos deseamos la conexión, por muy extraños que a veces nos podamos sentir,
y aunque no sepamos muy bien qué es el sentimiento de seguridad.
Los trastornos alimentarios y las adicciones
De alguna manera, puede parecer que los trastornos alimentarios son
radicalmente distintos de los problemas con el alcohol. Sin embargo, hay algunas
similitudes evidentes. Ambos provocan problemas físicos relacionados con el
consumo de sustancias. Los dos implican un considerable sentimiento de pérdida
del control o de estar superado por el problema. A lo largo del libro hemos
repetido que un elemento esencial de la teoría del apego es la cuestión de cómo
gestionar, coordinar y controlar nuestros sentimientos. En este sentido, es
fundamental cómo nos auto-reconfortamos y reconfortamos a los demás: qué
hemos aprendido de cómo se nos reconfortó, qué hemos interiorizado que nos
ayude a cuidarnos y animarnos. MIKULINCER y SHAVER (2007) señalan que
aprendemos este autocontrol emocional a través de diversos procesos que
198
implican la observación de cómo actúan nuestros padres con nosotros, y también
cómo vemos que gestionan sus propios sentimientos. Interiorizamos, por
ejemplo, la forma que tienen de hablarse, pero también cómo dialogan con
nosotros.
En la teoría del apego, la diferencia fundamental está en las estrategias con
que, por un lado, hemos aprendido que no podemos ni debemos recurrir a los
demás cuando necesitamos ánimo —en momentos de crisis, ansiedad, miedo,
pérdida y otras diversas formas de dolor emocional, debemos recurrir de forma
predominante, si no exclusiva, a nosotros mismos—, y con que, por otro lado,
hemos aprendido que no es nuestra responsabilidad ejercer el control de
nuestros sentimientos, sino de los demás, que deben ayudarnos en este
cometido, e incluso que nuestros sentimientos no son única ni principalmente
responsabilidad nuestra: ¡mira cómo me has hecho enfadar! Las experiencias de
apego seguro posiblemente nos permiten utilizar versiones de ambas estrategias
según convenga: podemos solucionar solos las cosas, pero también invitar a los
demás a que nos ayuden y animen.
Hemos hablado del uso del alcohol como forma de intentar gestionar y dirigir
nuestros sentimientos. Es posible que los efectos de la bebida excesiva no sean
solo problemas para controlar los sentimientos difíciles, sino que haga, también
que se agraven, que se pierda el control y que todo desemboque en acciones
que tengan consecuencias negativas: vergüenza de uno mismo, para la familia y
los amigos, y daño a los demás y a la propia persona. En el caso de los
trastornos alimentarios, por ejemplo, la anorexia nerviosa, aunque los procesos
tal vez sean menos claros, también se puede observar que producen estados
alterados de conciencia, con un cambio emocional para que actúe de medio para
afrontar los sentimientos difíciles. Sin embargo, todos sabemos que el alcohol
produce una cálida emoción positiva que ayuda a aliviar los problemas, por lo
menos de forma temporal, pero los efectos de la inanición son menos claros a
primera vista. No obstante, las personas que sufren esta condición hablan de
sentimientos que no son distintos del de intoxicación como efecto del ayuno. Al
mismo tiempo, ambas condiciones conllevan dolor, por ejemplo, en el caso del
alcohol, resaca, náuseas y dolor de estómago, y en el caso del ayuno, el malestar
que provoca el hambre, dolores intestinales y de otro tipo, problemas
dermatológicos, llagas y otros efectos secundarios. Otra manera de verlo es que
tal vez el dolor autoinfligido es uno de los mejores distractores del dolor
emocional profundo relativo a las necesidades de apego.
En las primeras relaciones con nuestros padres cuando tenemos miedo o
estamos ansiosos buscamos ayuda y seguridad, pero con esto descubrimos no
solo si están disponibles, sino también qué capacidad tenemos de influir en los
demás. Desarrollamos un sentido de influencia respecto a los demás y también
199
de las formas en que podemos ejercer esta influencia. Parece que los niños que
experimentan repetidamente que sus padres no les van a dar seguridad aprenden
a cesar en su empeño y abandonar las ideas de que pueden influir en los demás
para que les ayuden. En un extremo, la consecuencia puede ser una postura
defensiva en la que pasan a asumir que nada de lo que puedan hacer influye en
que los demás les quieran y cuiden. También aprenden que es únicamente su yo
el que pueden y deben controlar. En el otro extremo, descubrirán que no pueden
controlar su yo pero sí influir en los demás con un apremio continuo e
incansable, suplicándoles y forzándoles a que atiendan sus necesidades: que les
ayuden, que hagan lo que quieran para satisfacer sus necesidades.
En lugar de pensar a cuál de estos dos principales estilos de apego
corresponden los trastornos adictivos, podemos considerar de qué formas
distintas estos estilos pueden incorporar el uso del alcohol o un trastorno
alimentario como una estrategia que después se puede hacer progresivamente
resiliente al cambio. Se han hecho varios estudios en los que se ha intentado
vincular los trastornos alimentarios con los estilos de apego (WARD y cols., 2000;
RINGER y CRITTENDDEN, 2006). Una proposición es que los trastornos alimentarios
restrictivos son esencialmente una estrategia evitativa con la que la persona
intenta distanciarse de los sentimientos negativos sobre la falta de disponibilidad
emocional de sus padres, y para ello centra su atención en el cuerpo, el peso, la
comida, la dieta, la ingestión de calorías, etc. Es evidente que muchas personas
con diagnóstico de anorexia parece que pasan una parte considerable de su vida
preocupadas por los cálculos sobre el contenido calórico de los alimentos y por
su peso, por no hablar de la sensación de inanición que experimentan.
Posiblemente se trata de formas contundentes de alejar o reducir los
sentimientos de apego o los miedos incómodos.
Por otro lado, estos trastornos alimentarios también se han conceptualizado
como un estilo de apego ansioso-evitativo, en el sentido de que el trastorno
provoca que la persona joven quede ligada a sus padres, necesitada de cuidados,
atención, intervención médica y apoyo. En realidad se puede ver como una forma
implícita de obligar a los padres a prestar atención y cuidados. Sin embargo,
también vemos a menudo posturas explícitas de inculpación, acusación y ligazón
emocional con los padres, características todas ellas de los estilos de apego
ansioso-ambivalente.
En un estudio de RINGER y CRITTENDEN (2006) se observó que en el caso de la
anorexia la estrategia de apego dominante era una mezcla de aspectos de
ambas: un intento de retraimiento emocional, y también una pre-ocupación
ansiosa emocional, que incluía la inculpación airada, la acusación y la exigencia a
los padres. Lo importante del estudio es que también apuntaba que las
estrategias de apego de la persona joven estaban igualmente complicadas por
200
trau-mas y pérdidas no resueltas. En muchos casos, se vio que se trataba de
traumas “complejos”, por ejemplo, una acumulación de ansiedad como
consecuencia de peligros o amenazas imaginarias o supuestas para la familia o
en otro sentido. En nuestros estudios sobre los trastornos alimentarios hemos
observado patrones que guardan relación con el estudio de RINGER y CRITTENDEN
(2006). En entrevistas a jóvenes con diagnóstico de anorexia y a miembros de
su familia, hemos observado una mezcla de patrones de apego de retraimiento y
también de implicación emocional ansiosa/airada (DALLOS y DENFORD, 2008).
Entrevistamos a familias utilizando una versión de la Entrevista de Apego Adulto
(AAI) con algunas preguntas añadidas sobre la experiencia de las horas de comer
a lo largo de las generaciones, los patrones de consuelo y, en especial, el papel
de la comida como fuente de consuelo y placer. Lo más importante fue que en
las entrevistas con los padres vimos patrones transgeneracionales con los que
éstos hablaban de las horas de comer como experiencias desagradables, nada
gratificantes e incluso como momentos de malos tratos. Por ejemplo, un padre
contaba que el suyo tenía por costumbre humillarlo en las comidas. Una madre
explicaba que la suya la avergonzaba en esas horas señalándole y hasta
apretándole un grano delante de toda la familia.
Así pues, observamos que los padres de nuestro estudio de investigación
tenían pocas experiencias de sentirse consolados, ayudados en la regulación de
sus propias necesidades y sentimientos, o en general de contar con apoyo de
forma sintonizada. Parecía que en sus relaciones con sus propios hijos habían
irrumpido experiencias negativas, acusatorias y hasta traumáticas. En muchos
casos, también vimos ejemplos de fuertes guiones “correctivos” (BYNG-HALL,
1995; DALLOS, 2006a) con los que los padres deseaban un relación más cálida o
de mayor conexión emocional con sus hijos. Sin embargo, muchas veces carecían
de experiencias emocionales de su propia infancia para poder ofrecer esa relación
a sus hijos. En muchos casos se veía que las dificultades se habían agravado en
la adolescencia, cuando sus hijos empezaban a mostrar comportamientos
emocionales más provocadores, y también los típicos procesos ambivalentes de
búsqueda de la independencia de sus padres y centrarse en las relaciones con los
iguales y, a la vez, de seguir vinculados a los padres y necesitados de su ayuda
emocional. Se vio que el hecho de que los padres ca-recieran de experiencias de
apoyo y contención emocionales en esas fases de su propia infancia les hacía
más difícil ayudar a contener y apoyar a sus hijos en esas difíciles exigencias
emocionales de la adolescencia.
Una particular configuración que hemos visto tanto en nuestros estudios como
en nuestro trabajo clínico con familias con trastornos alimentarios, es que las
acciones de las padres están determinadas por una mezcla de “guiones
correctivos” dirigidos a ofrecer a sus hijos una relación de apego mejor de la que
201
ellos tuvieron con sus padres. Sin embargo, se entrometen problemas no
resueltos y recuerdos traumáticos de su infancia que posiblemente lleven a una
aplicación más rígida e inflexible de los guiones correctivos a sus propios hijos.
Por ejemplo, en una sesión de terapia familiar, mientras los padres hablaban de
su voluntad de ser con sus hijos más accesibles, sensibles y estar más
sintonizados emocionalmente que sus padres lo habían estado con ellos, nos
dimos cuenta de que todos nos olvidábamos del malestar, las lágrimas y las
protestas de su hija, que quería acabar ya la sesión. Además, los padres
intentaban refugiarse en patrones de enfrentamiento airado y en la triste
desconexión con su hija similares a los que acababan de exponer referidos a sus
padres, cuando reaccionaban con enfado o se retraían de ellos. La Figura 8.1
resume la dinámica fundamental que hemos observado en muchas familias a uno
de cuyos miembros se le ha diagnosticado anorexia.
Por último, también hemos observado que los hijos pueden ocupar una
posición emocional de particular importancia en la familia. En algunos casos,
puede aparecer como un rol triangulado con el que la conducta del hijo sirve
para ayudar a regular sentimientos y dinámicas difíciles y conflictivas en la
relación de los padres (BYNG-HALL, 2008a). Esta inmersión y enmarañamiento en
la relación entre los padres puede dificultar aún más que el niño aprenda formas
efectivas de gestionar sus propios sentimientos y necesidades. Es posible que la
característica ampliamente documentada de “exceso de control” de la anorexia
esté relacionada con los intentos del hijo de ejercer cierto control en el sistema
emocional triangular al que sus padres le han obligado sin darse cuenta.
202
Figura 8.1 Ciclo de los guiones correctivos y los patrones transgeneracionales no resueltos.
Ejemplo de caso: Julie y su familia
Julie llevaba más de tres años sufriendo anorexia. Vivía con su madre Mary, su padre Albert y su
hermano menor David. Padecía un tipo grave de anorexia nerviosa diagnosticada y la habían ingresado en
una unidad especializada en trastornos alimentarios. RD vio en terapia a Julie y su familia, y realizó una
entrevista de investigación con Julie y sus padres.
Formulación e intervenciones
Parecía que Julie y su madre personificaban muchos de los elementos fundamentales de lo que hemos
dicho sobre los trastornos alimentarios.
TRIANGULACIÓN DEL APEGO
En la entrevista individual y la terapia con RD, Julie decía con dolor que se sentía atrapada entre sus
padres y su función reguladora de la relación de sus padres. Desveló que se llevaba mejor con su padre
que con su madre, y hacía planes para irse a vivir a un piso con su padre cuando llegara el día en que por
fin él y su madre se separaran. Los padres no se ponían de acuerdo sobre la mejor forma de responder a
los problemas de Julie: Albert se dedicaba a registrar hasta el más mínimo detalle y adoptó una especie
de postura de médico especialista, mientras que Mary pensaba que había problemas entre ellos y que su
marido era emocionalmente inaccesible más allá de esas exageradas reacciones entrometidas para
“ayudar” a Julie. El padre parecía muy preocupado por el bienestar de Julie, y visitaba más que la madre
la unidad de trastornos alimentarios en que ella estaba ingresada.
A medida que avanzaban las sesiones de terapia familiar, se expresaban con más claridad las
dificultades conyugales, y Mary decía que estaba pensando en dejar la relación. Sugerimos a los padres
de Julie verlos en algunas sesiones de pareja. Aceptaron y en una serie de sesiones pudieron hablar de
sus primeras relaciones y de sus problemas. Incluimos en la sesión una exploración de sus apegos
mediante el genograma familiar (véase el Capítulo IX, “Formatos para la exploración”) con el que
analizaban sus apegos y relaciones familiares. Nos sorprendió descubrir que, contrariamente a nuestra
suposición de que la historia de Mary había sido en cierto modo privilegiada, ella hablaba de unos
orígenes de extrema privación económica y emocional. Su infancia fue sumamente caótica e inestable, su
madre había tenido siete hijos de tres relaciones distintas, y explicaba que habían sido todos unos niños
más bien salvajes que se las tenían que arreglar solos. Albert hablaba de una infancia donde se había
sentido poco cuidado y atendido, abandonado también y teniendo que valerse por sí mismo. Describía a
sus padres como personas distantes, y explicaba que se fue de casa en cuanto pudo y que había
mantenido poco contacto con ellos.
Así pues, tanto Mary como Albert habían vivido unas relaciones difíciles con sus padres y ninguno de
los dos había sido testigo de relaciones positivas y de cariño entre ellos. Parecía que cuando su propia
relación empezaba a deteriorarse les era difícil conseguir negociar y hablar del problema. Daba la
impresión de que Julie acabó por desempeñar un papel importante en su relación, y Albert hablaba del
período de su relación con Mary cuando nació Julie. Decía que Mary estaba muy contenta de tener a la
hija que tanto había deseado, y que había querido ser para ella mejor madre que la que ella tuvo. Esto
apuntaba a que Julie representaba un papel extremadamente importante no solo a la hora de atender las
necesidades de Mary, sino también para las necesidades emocionales de la relación de sus padres.
Parecía que actualmente Julie consideraba que también era función suya la de cuidar emocionalmente de
su padre. En este sentido, el profundo conocimiento que el padre tenía del cuerpo y de los detalles de la
203
enfermedad de Julie nos provocaba cierta incomodidad. Nos preguntábamos si, dado el distanciamiento
emocional de la relación conyugal, cabía la posibilidad de que Julie tuviera que satisfacer no solo algunas
de las necesidades emocionales de su padre, sino también sexuales. Posiblemente, el ingreso en una
unidad de trastornos alimentarios le sirvió a Julie para escapar del contexto tan complejo de su familia.
En esa época, Julie pasó a recibir atención terapéutica individual por parte del psicólogo clínico, y era
evidente que realmente apreciaba que sus padres pasaran a ocuparse de sus problemas, cuya
consecuencia fue que se sintiera más capaz de ser más independiente emocional y físicamente.
PATRONES DE APEGO COM PLEJOS A LO LARGO DE LAS GENERACIONES
En el transcurso de la terapia familiar, Julie mostraba un patrón ambivalente, por un lado intentaba
retraerse emocionalmente y, por ejemplo, hablaba de un deseo de distanciarse de su madre pero, por
otro lado, tenía una implicación exagerada en la relación de sus padres, como se veía en su deseo de
cuidar de su padre. Por otro lado, a veces se veía arrastrada a una escalada de acusaciones con su
madre. Parecía que estas exigencias de tomar partido que se le hacían le dificultaban el uso coherente de
un estilo o patrón evitativo/despreciativo de relacionarse en momentos emocionalmente tensos y difíciles.
Las preocupaciones por la relación de sus padres podían haber contribuido a la intromisión de
sentimientos e imágenes que perturbaban sus intentos de autorregular sus emociones y tranquilizarse.
Hablamos de algunas de las relaciones familiares fundamentales a lo largo de las generaciones, e
intentamos establecer conexiones con los patrones de relación familiar actuales. Por ejemplo, Mary
expresó que su madre le había sido inaccesible en toda su infancia. La habían distraído sus diversas
relaciones y aventuras con los hombres, y Mary pensaba que su madre fue irresponsable, promiscua y
que se había avergonzado de ella en su infancia. Albert, por su parte, también había hablado de una
infancia en una familia emocionalmente distante. Decía que su propia madre había sido una mujer fría, que
realmente no se preocupaba de él ni de sus hermanos, y recordaba que les hacía comidas indigeribles
que, además, muchas veces se le quemaban, y no cuidaba bien de ellos. Ni el padre ni la madre habían
vivido unas relaciones estrechas ni el cariño de sus padres, comentamos en qué medida tal circunstancia
había afectado a su capacidad y seguridad de responder a sus propios hijos y gestionar su relación
conyugal.
GUIONES CORRECTIVOS
En esta conversación sobre sus experiencias infantiles, Mary y Albert expresaban el deseo de tener
una relación mejor con sus hijos y entre la pareja. Ella decía que quería ser una madre mejor para sus
hijos y también más responsable y entregada en su relación matrimonial. Había querido tener con Julie
una relación más estrecha de la que había sido posible con su madre. Asimismo, Albert decía que su
padre había sido una figura distante, que a veces se encolerizaba y daba miedo. En consecuencia, había
querido ser para su hija un padre menos severo y que infundiera menos miedo. Sin embargo, parecía que
ni Albert ni Mary eran capaces de reflexionar sobre sus primeras experiencias emocionales e integrarlas,
y en su lugar se diría que eran esas experiencias las que irrumpían en su relación con Julie. A veces, daba
la impresión de que Albert repetía algunas reacciones despreciativas y de enfado de su padre. Del mismo
modo, Mary actuaba en ocasiones de forma retraída y crítica, dando a entender que Albert no era
emocionalmente consciente, y tal vez repitiendo de una forma u otra algunos aspectos del patrón de su
madre, en el sentido de que rechazaba a los hombres de su vida. Pudimos hablar con la familia de que
intentaban hacer las cosas de otra forma, y de las intenciones positivas que tenían para su relación con
Julie. En estas conversaciones, había momentos en que Julie conseguía avalar que su madre había
intentado hacer las cosas mejor, porque a veces Mary podía reflexionar sobre por qué las horas de
204
comer y ser una madre “excelente” eran tan importantes para ella. Pensaba que esto quizás la había
hecho particularmente sensible y ansiosa sobre las horas de la comida, algo que pudo haber contribuido a
crear un ambiente tenso. Y Albert entendía que su retraimiento era doloroso para Mary, porque para ella
significaba mucho tener una “buena familia”, y él se daba cuenta de que repetía guiones de su propio
padre y de que quizás no había estado atento a las necesidades de Mary y se había mostrado insensible a
ellas. Llegaron a considerar la posibilidad de que estas tensiones y conflictos no resueltos se hubieran
desbordado en sus horas de comer, y que llenaban esos momentos de angustia, lo cual pudo haber
contribuido a los problemas alimentarios. El foco de estas conversaciones seguía estando en las
intenciones positivas de los padres, más que en derivar a disgresiones sobre qué era lo que no funcionaba
actualmente y los repetidos intentos de “arreglar” la anorexia de Julie. Poco a poco, tanto Mary como
Albert pudieron identificar algunos aspectos de sus relaciones que hubieran sido positivos, y que podían
desarrollar más.
EL CONSUELO Y EL PAPEL DE LA COM IDAS
Tanto en las familias de origen de los padres como en la familia actual, el consuelo y el reconfortar eran
un tema difícil:
Mi madre simplemente no estaba... nos las teníamos que arreglar solos. Recuerdo que había veces
en que no había nada para comer en casa, y no sabíamos cuándo sería la próxima comida... Estaba
demasiado ocupada en ir detrás de los hombres para pensar en nosotros... Nunca quise que mi familia
fuera así...
(Mary.)
Albert hablaba también de un patrón de falta de consuelo por la inaccesibilidad de su madre y por el
miedo que a veces le daba su padre. Era interesante que los dos pensaran que las horas de comer
despertaban una sensación de falta de cariño y de apoyo emocional en sus familias: ambos tenían
recuerdos negativos de las comidas y una profunda sensación de falta de consuelo en su infancia.
Concretamente, en relación con la comida habían tenido pocas experiencias de que se utilizara en el
pasado y en la familia actual como fuente de consuelo, cariño o placer.
En estas conversaciones pudimos establecer conexiones entre el consuelo, sus propias historias y el
papel de la comida. Como parte de esas charlas, el terapeuta (RD) podía comentar y compartir aspectos
de sus propias experiencias infantiles para ayudar a establecer conexiones con la familia y a mitigar la
sensación de culpa o inadecuación.
Con Julie y su familia y con otras en las que aparecen trastornos alimentarios, nos ha parecido útil
hablar del papel de la comida en relación con problemas de consuelo más generales. Esto nos ha
permitido incluir una atención a los problemas alimentarios y también dar cierta libertad para alejarse de
lo que se puede convertir en una atención obsesiva a la comida. Según nuestra experiencia, los jóvenes
con trastornos alimentarios muchas veces no quieren hablar de ello, mientras que lo que angustia a los
padres es que en las sesiones se soslayen estos problemas.
En este capítulo hemos intentado considerar los problemas con el alcohol y los
trastornos alimentarios como ejemplos de problemas más amplios que se han
llamado trastornos adictivos. En nuestro marco, estos están relacionados con
problemas difíciles de apego y, en particular, con problemas de regulación de los
sentimientos y de gestión de la excitación. La capacidad de gestionar los
205
sentimientos pasa de una infancia en la que podemos confiar plenamente en que
nuestros padres nos van a ayudar, a una situación en la madurez en donde
necesitamos haber desarrollado formas de hacerlo nosotros mismos. Sin
embargo, hemos argumentado en este capítulo que es un error presumir que
esto significa que debemos ser totalmente autosuficientes; al contrario,
necesitamos aprender a pedir ayuda cuando la precisemos y, a la vez, a saber
ofrecerla a los demás. Vemos con frecuencia que los niños que batallan por
gestionar este proceso pueden pasar a desarrollar problemas de regulación
emocional y dificultades con la relación íntima interpersonal. En estas dos
condiciones es posible que las personas hayan tenido experiencias muy difíciles
en el aprendizaje de esta autorregulación. Y, lo más importante, hemos señalado
que esto se debe en gran parte a los problemas que sus propios padres tuvieron,
lo cual les hace difícil ofrecer a sus propios hijos un contexto de apego
sintonizado emocionalmente y empático que luego les permita desarrollar esta
doble capacidad de autorregularse y de instar a los demás a que les ayuden a
hacerlo. Ocurre, por el contrario, que sus sen-timientos oscilan y requieren del
alcohol o de otras drogas para gestionar sus sentimientos, o el uso de la
distracción mediante el hambre y la autonegación.
* Empleado público que presta algún tipo de servicio esencial. (N. del T.)
206
CAPÍTULO IX
Formatos para la exploración
En este capítulo queremos reunir una serie de formatos o plantillas para el
trabajo con personas individuales, parejas y familias desde la perspectiva de la
narrativa de apego. Los hemos llamado “formatos para la exploración” para
reflejar la idea de que implican que trabajemos junto con las familias para
explorar tanto el contenido de las narrativas de apego, los patrones de relación y
los temas que se suceden a lo largo de las generaciones, como también el
proceso de las narrativas de apego en cuanto formas de intentar facilitar la
capacidad de los miembros de la familia de construir, desarrollar y perfeccionar
sus narrativas. Los formatos adoptan también una idea general de intentar
ayudar en el desarrollo de narrativas en el sentido de seleccionar y pulir material
procedente de diversos sistemas de la memoria representacional. Como ocurre
con la mayoría de formas de terapia, los formatos también incorporan la idea
fundamental de tratar de ayudar a las personas a desarrollar narrativas más
integradoras y reflexivas sobre ellas mismas, sobre los demás y sobre sus
relaciones. Se trata de un proceso que entendemos como interactivo y en el que
los formatos facilitan la obtención de información de los diversos sistemas
representacionales, ésta contribuye a su vez a facilitar material para construir la
capacidad de las personas de desarrollar narrativas integradas, coherentes y
reflexivas. A medida que se desarrolla esta capacidad, las personas pueden
generar a partir de sus sistemas de memoria más información, que hasta
entonces ha estado oculta, sumergida o defendida. Ante todo, los formatos
pretenden dar una sensación subyacente de exploración segura y contribuir a la
creación y el mantenimiento de una base firme para el trabajo terapéutico con
los miembros de la familia.
Para empezar, presentamos un formato que es fundamental para cualquier
proceso terapéutico y que conlleva una especificación de los objetivos, fines y
métodos del trabajo terapéutico. Lo podríamos llamar el contrato terapéutico, y
destaca nuestro compromiso con la franqueza en el trabajo con las personas y
sus familias.
207
1. Para empezar: Trabajar con las relaciones, los apegos y las
narrativas de la familia
Cuando nos ponemos en contacto por primera vez con las personas y su
familia, todas suelen sentir curiosidad y a veces ansiedad por lo que pueda
suponer la terapia. Lo que sigue puede formar la base de un folleto informativo,
una carta o una conversación con la familia para explicar cómo nos gustaría
trabajar con ellos. En concreto, exponemos con claridad que nuestro trabajo
implica observar sus relaciones, su apego mutuo y sus explicaciones y narrativas
que lo unifican todo. El folleto informativo que exponemos a continuación se
puede utilizar al principio de la terapia o en algún otro momento durante otras
formas de tratamiento para indicar nuestra intención de trabajar con ellos de forma integrada.
Pautas para el trabajo con las relaciones, los apegos y las
narrativas
Es probable que ya dispongan de algún tipo de información general sobre la
terapia familiar, ahora nos gustaría subrayarles con más insistencia lo que
pensamos que nos puede ayudar bastante a trabajar juntos en las dificultades
que tienen actualmente. Como saben, hay muchos tipos y estilos diferentes de
terapia, y escoger entre ellos puede ser un tanto confuso. A continuación les
informamos sobre una forma de trabajar que se centra en las relaciones, los
sentimientos y los apegos de la familia. Hablaremos de todo ello con mayor
amplitud si deciden estudiar un momento esta forma de trabajar. Pero, para
poder decidir bien si creen que es útil o no, suele ser necesario probar el sistema
durante un tiempo. Queremos destacar que este tipo de trabajo se puede
entender como una “exploración”, y si están de acuerdo en probarlo, después, en
cualquier momento, pueden decidir no seguir con esta forma de trabajar.
Las siguientes son algunas de las principales características del sistema que
quisiéramos utilizar con ustedes y su familia. Nos gustaría:
explorar juntos lo que ha ido bien en su familia y cómo pueden trabajar
juntos para ayudarse, animarse y darse seguridad mutuamente en el
futuro;
explorar juntos los sentimientos que les generan las dificultades a las que
se enfrentan actualmente y las explicaciones que les dan;
considerar las relaciones entre los miembros de su familia y cómo influyen
en los problemas que tienen y cómo son influidas por ellos;
observar juntos los apegos —las conexiones emocionales— que tienen
entre ustedes y cómo han cambiado a lo largo del tiempo y en relación
208
con los problemas;
explorar juntos los patrones a lo largo de las generaciones, por ejemplo,
desde el punto de vista de qué han aprendido las personas sobre la forma
de abordar los problemas y los sentimientos difíciles, y de cómo se
relacionan mutuamente entre ellas.
observar sus “guiones de familia”: lo que las personas desean repetir o
cambiar de los aspectos de su propia relación con sus padres o de las
relaciones de los padres entre sí;
considerar con ustedes los patrones de consuelo y ánimo: cómo se
cuidan, atienden y animan mutuamente los miembros de la familia en
momentos de dificultad, ansiedad, crisis o enfermedad;
explorar sus patrones de comunicación, por ejemplo, de qué forma
pueden mostrarse mutuamente sus sentimientos las personas desde la
perspectiva de cómo se sienten y qué necesitan;
observar juntos el grado de sintonía de las personas con los sentimientos
de los demás, y si creen que lo que necesitan en este momento es un
poco más de espacio emocional, y no más intimidad.
Queremos insistir en lo siguiente sobre cómo nos gustará trabajar con ustedes:
Serán ustedes quienes determinen el ritmo en que analicemos los temas.
Podrán cambiar de dirección y hablar de otras cuestiones si así lo desean.
Cambiaremos el foco de nuestra atención siempre que quieran.
En ningún sentido intentaremos culpar a nadie ni criticar a los miembros
actuales o pasados de su familia.
2. Exploración de las narrativas de apego mediante el
genograma familiar
Explorar los apegos de los padres
Elaboramos un genograma familiar con la familia. Se puede hacer con los hijos
presentes y pedirles que escuchen y participen. Les podemos invitar a que
dibujen el árbol genealógico familiar en un papel y que le añadan dibujos, lo
coloreen, etc. A veces los niños hacen comentarios o preguntas de forma
espontánea, pero también se les puede invitar a que comenten y expliquen las
preguntas. Después de la entrevista con los padres, podemos pedir a los niños
que hablen de lo que piensan de las historias de sus padres y, por ejemplo, del
sentido que tienen las formas que tienen los padres de relacionarse entre ellos y
con ellos, sus hijos. ¿Han oído hoy algo nuevo? Y, por supuesto, reconocemos
las múltiples formas en que como niños nos pueden cuidar nuestros padres y
209
cuidadores: padrastros, padres de acogida, familiares, padres adoptivos, etc.
Algunos tipos de preguntas relacionados con este tema pueden ser los
siguientes:
Explorar el ambiente emocional de la familia de los padres
¿Cómo describiríais el ambiente emocional de vuestra familia, por
ejemplo, frío, cálido, distante, previsible, seguro?
¿En qué grado es cariñosa vuestra familia, qué recordáis de contactos
físicos, abrazos y besos?
¿Cómo se trataban el malestar, el dolor, la tristeza y el desengaño?
Explorar la naturaleza de los apegos de los padres con los
abuelos
¿Cómo describirías la relación con vuestra madre/padre?
¿A quién estabais más unidos, a vuestra madre o a vuestro padre?
¿Cambió la cercanía al haceros mayores?
¿Podéis dar ejemplos de cercanía o distancia?
Explorar las relaciones entre los abuelos
Las preguntas sobre la relación de los abuelos pueden alumbrar historias sobre
experiencias infantiles de los padres y propiciar la consideración de cómo viven
sus propios hijos la relación de ellos (madre y padre).
¿Cómo describiríais la relación de vuestros padres: fría, cálida, distante,
apasionada, conflictiva, segura?
¿Qué diferencias observáis entre las relaciones de vuestros abuelos
maternos y los abuelos paternos?
¿En qué sentido las relaciones de unos u otros de vuestros padres son
similares a las vuestras?
Explorar la influencia de la relación de los padres con sus
propios hijos
Pueden ser útiles las preguntas que inviten a los padres a considerar de qué
forma sus experiencias han influido consciente o inconscientemente en las
relaciones con sus hijos y las han configurado.
210
¿Qué pensáis de la relación (la madre y el padre, uno después del otro)
con vuestros hijos?
¿En qué sentido os comportáis con vuestros hijos de manera diferente a
como vuestros padres/cuidadores fueron con vosotros?
¿Creéis que estáis más cerca o más lejos de vuestros hijos de lo que
vuestros padres lo estuvieron de vosotros?
3. Andamiaje de las conversaciones sobre los sentimientos y los
apegos
Esta actividad se asienta en la idea (VYGOTSKY, 1986; BRUNER, 1990; WHITE,
2006) de que la formación de narrativas o relatos sobre nuestras experiencias
emocionales y de apego con los demás es una tarea evolutiva compleja que
puede requerir la ayuda del terapeuta y de otros miembros de la familia. Los
miembros de la familia, en especial los niños, es posible que necesiten el apoyo y
el ánimo del terapeuta o los terapeutas para ser capaces de hablar de
sentimientos difíciles y pasarlos después a relatos coherentes. VYGOTSKY (1986)
dice del aprendizaje de los niños que tiene lugar en su zona de desarrollo
próximo. Se trata de un ámbito que no es ni demasiado fácil o familiar, ni
demasiado difícil o extraño. Un ejemplo sería cuando ayudamos al niño pequeño
a aprender a andar, y le servimos de andamiaje en su aprendizaje al situarlo a un
paso de nosotros y le estimulamos para que venga hacia nosotros, al principio,
quizás, dejando sencillamente que caiga seguro en nuestros brazos. Una vez
conseguido esto, le podemos colocar a dos pasos, luego a tres, y así
sucesivamente, aumentando poco a poco la distancia. Es algo muy parecido al
refuerzo conductual, y a la idea de construir sobre el éxito. Asimismo, en las
conversaciones de la terapia es posible que necesitemos hacer preguntas o
sugerencias que no se alejan mucho de lo que la familia sabe, pero que tampoco
resulten demasiado familiares para que sean poco diferentes o supongan un reto
menor. BATESON (1972) lo llamaba lo “no demasiado diferente” y lo no
“demasiado similar”.
Las conversaciones se pueden considerar en este marco del andamiaje con el
que ayudamos a los miembros de la familia a construir historias o explicaciones
cada vez más complejas, detalladas, reflexivas e integradoras que les puedan
ayudar mejor a prever y solucionar sucesos y problemas futuros. El andamiaje se
puede describir como una serie de pasos (adaptado de HAYWARD, 2006) que,
aunque los relacionemos a continuación en un orden, no son jerárquicos:
durante las sesiones, el orden puede pasar de ascendente a descendente o
viceversa.
211
Poner nombre a los sentimientos: una descripción de los problemas o los
síntomas con la petición de que se identifiquen o se ponga nombre a los
sentimientos que las personas tienen, por ejemplo: ¿qué se siente al tener
en la familia el problema de la anorexia? Podría ser, por ejemplo, un
sentimiento de impotencia o de tristeza relacionada con “la anorexia”, o
de frustración y una sensación de pérdida y tristeza relacionada con “la
depresión”.
Pensar en nombres alternativos y en opuestos: un intento de pulir los
sentimientos y sacar a la luz otros que hayan estado ocultos por la
respuesta dominante, por ejemplo: ¿entonces creéis que lo que hemos
estado llamando enfado quizás se parece más a... frustración, soledad,
sensación de agobio y de confusión por no poder acercarse a los demás y
por sentirse incomprendido? También puede implicar la consideración de
los sentimientos desde la perspectiva de opuestos, por ejemplo, que el
enfado puede ser la otra cara de la tristeza: ¿el enojo se convierte en otra
cosa: tristeza, lamentaciones, duda...?
Excepciones o sentimientos/resultados únicos: una consideración de las
excepciones o de los “resultados únicos”, por ejemplo: imagino que os
será difícil hacerlo ahora mismo, porque os sentís desesperados,
enfadados... pero me pregunto si recordáis algún momento en que James
no estuviera enfadado por la mañana antes de ir a la escuela, sino
relajado, contento, alegre. O partiendo de una excepción que dé la propia
familia, por ejemplo, que James puede estar muy sensible, y no
enfadado.
Ponerse mutuamente en la piel emocional del otro: invitaciones a
“ponerse mutuamente en la piel emocional del otro”, por ejemplo: ya sé
que os puede ser difícil considerarlo en este momento, pero me pregunto
cómo pensáis que ve las cosas James ahora mismo. ¿Cómo creéis que se
siente... enfadado consigo mismo, frustrado porque la gente no le
escucha, preocupado por lo que está ocurriendo en la familia, triste
porque su padre se ha ido? Ofrecer diversos términos emocionales que
los miembros de la familia puedan utilizar de contraste para seleccionar
sus términos preferidos, o invitar a delimitarlos mejor puede ser de mucha
utilidad. Sabéis que James puede ser muy sensible: ¿cómo imagináis que
se siente al pensar que lo veis como este tipo de joven, de niño, de
persona?
Integrar las emociones y las relaciones: un intento de conectar los
sentimientos con las relaciones, por ejemplo: ¿cómo creéis que influye en
las dificultades que tiene James su forma de comportarse con otras
personas, con los miembros de la familia? ¿Pensáis que se siente peor
212
cuando se encuentra inseguro o solo? ¿Creéis que actúa de otra forma si
piensa que puede hablaros con franqueza sobre cómo se siente? ¿Qué
creéis que pueden hacer los demás para ayudarlo a sentirse mejor
consigo mismo? ¿Cómo reacciona cuando las otras personas están
disgustadas o no se llevan bien entre sí?
La acción y la decisión futuras: desarrollar historias sobre el yo y la
identidad lleva a considerar las implicaciones que uno y otra tienen para la
toma de decisiones y la acción futuras, por ejemplo: al repasar todo lo
ocurrido hasta ahora, ¿qué habéis aprendido y qué lamentáis de lo que ha
pasado? ¿Qué queréis sentir y hacer igual o de otra forma en el futuro?
Cabe preguntar cómo pueden recabarse mutuamente ayuda, ánimo y
apoyo los miembros de la familia, por ejemplo: James, ¿cómo piensas
que puedes pedir ayuda cuando la necesites? ¿Que seguridad o qué
ánimo creéis que puede necesitar James de las otras personas en el
futuro, para que pueda seguir el camino que se ha propuesto y llegar a
ser el tipo de persona que desea ser?
4. La escultura emocional
La escultura puede ser una excelente forma de ilustrar las relaciones de la
familia y los sentimientos entre sus miembros. Podemos considerar dos
variaciones de escultura que quizás pueden producir efectos distintos:
Escultura con los miembros de la familia: en este caso, los miembros de
la familia, con ayuda del terapeuta, adoptan una postura física que se
corresponda con la percepción que tienen de sus relaciones: se ponen de
pie, se inclinan, se agachan, se tocan o se sujetan mutuamente. La
escultura la pueden realizar varios miembros de la familia de forma
sucesiva, dejando suficiente tiempo para poder reflexionar sobre cada
uno. Esto puede generar unas respuestas emocionales de mucha fuerza, y
sería especialmente útil para las familias que de un modo u otro tienen
bloqueada la expresión emocional. Pero “dentro” de la escultura es difícil
hacerse una idea conceptual de su relación y, en su lugar, se puede
producir una sensación más inmediata de lo que se siente en su postura.
En este caso, las pautas pueden ir destinadas a desencadenar
sentimientos y conciencia de los apegos:
—
—
—
—
¿Qué se siente al estar en el centro, al borde, entre tus padres?
¿Qué sientes ahora que John y Phil están más unidos?
Si tuvieras que unirte más a Peter, ¿qué sentirías?
¿Cómo crees que se siente Mary al estar alejada de John?
213
Escultura con objetos: botones, monedas, piedras, etc. Aquí los miembros
de la familia escogen un objeto que les representa y luego lo colocan de
forma que exprese las diferencias que haya entre ellos, sus patrones
familiares, cualquier cambio que se haya observado con el paso del
tiempo, por ejemplo, antes y después de que empezaran los problemas,
en las transiciones, las incorporaciones a la familia y las salidas de ellas,
etc. Esta versión posibilita mejor una imagen “a vista de pájaro” en la que
los miembros de la familia pueden ver con un poco más de claridad los
patrones generales de la familia a medida que cambian con el tiempo, y
no solo su propia posición. Es una técnica que puede ser útil para las
familias más preocupadas y ansiosas, emocionalmente “acaloradas”, y que
se pueden beneficiar de una actitud más cognitiva y del distanciamiento
de su conexión emocional. En este caso, las preguntas se pueden centrar
más en las interpretaciones y las cogniciones:
— ¿Qué cambios se pueden observar en los patrones de la familia a través
de lo que ha ocurrido en ella? ¿Qué patrones creen que seguirán en el
futuro?
— ¿Cómo creen que interpreta John lo que Peter siente por estar entre su
papá y su mamá?
— Cuando Peter y Mary se unen más, ¿qué pasa con la relación de John con
ellos?
5. Explorar los patrones de comunicación
La comunicación entre los miembros de la familia puede utilizar diversos
patrones que se corresponden con los estilos de apego dominantes en ella:
Patrones evitativos/despreciativos: se puede desalentar la expresión de
los sentimientos de muchas formas implícitas y también explícitas.
Patrones familiares preocupados/ansiosos/ambivalentes: pueden mostrar
una escalada en la expresión de los sentimientos, que impliquen
expresiones de llanto, miedo o enfado.
Las preguntas y el trabajo terapéuticos siguientes invitan a considerar la
comunicación de las familias, y podemos adaptar unas y otro según sean los
patrones de apego familiar y el actual estado emocional de la familia.
Hablar del hablar
A las familias y al proceso terapéutico les puede ser útil y esclarecedor hablar
214
de cómo nos debemos comunicar todos en la sesión. Esta conversación puede
desvelar también el estilo de comunicación preferido de la familia y sus estilos de
apego, a los que podemos ajustar nuestra forma de comunicarnos con la familia,
por ejemplo, fomentando poco a poco más comunicación sobre los sentimientos
cuando la familia muestre un estilo despreciativo o, en caso opuesto, si el estilo
es de pronunciada escalada emocional, estimulando la comunicación reflexiva
sobre cuándo y por qué les ocurren las cosas a la familia.
La conversación puede incluir preguntas del tipo: ¿cómo sabrán el
terapeuta/los miembros de la familia si alguien se siente molesto, nervioso o
enfadado? ¿Qué debemos hacer al respecto: detenernos, hacer un receso,
cambiar de tema? ¿Qué ocurre en casa: hay alguien que se sienta molesto, se
vaya, se enfade, cambie de tema? ¿Debemos hacer lo mismo aquí? ¿Qué normas
hemos de fijar para cuando hablemos? ¿Pedir turno? ¿Hablar todos a la vez?
Reglas de la conversación con el terapeuta
Invitar a la reflexión sobre la comunicación entre la familia y el terapeuta
implícitamente puede suscitar ideas sobre cómo se detectan los pensamientos y
se responde a ellos en la familia, por ejemplo: ¿hay alguien a quien le moleste la
conversación o que la encuentre demasiado difícil? ¿Quién es el primero en
reconocerlo? ¿Quién me dirá que “he metido la pata” por preguntar algo que
pueda molestar en exceso? ¿Qué deberemos hacer si alguien se molesta? ¿Parar,
ignorarlo, pensar por qué ha sucedido? ¿Cómo se puede confortar y dar
confianza a la persona que se haya disgustado? ¿Quién lo va a hacer aquí?
¿Quién lo hace en casa?
Explorar el estilo comunicativo de la familia
Consiste en explorar si el estilo de la familia es muy abierto o muy cerrado, y
las diferencias en los modos de comunicación:
¿Como describiríais vuestro estilo de comunicaros como familia: abierto,
cerrado, con tendencia a discutir, emocional, lógico, inmediato, represor
de los sentimientos? ¿En qué difieren los estilos de comunicación de cada
uno? ¿Quién es el más/menos expresivo, proclive a reprimir los
sentimientos, reservado, racional?
¿Ha cambiado vuestro estilo comunicativo? ¿Qué hace que cambie?
¿Cómo creéis que cambiará en el futuro?
¿Cómo describiríais los modos de comunicación de vuestra familia? ¿En
qué grado se comunican las personas mediante la expresión de los
sentimientos, con su postura, sus gestos, visualmente, con palabras y
215
conceptos, a través de historias?
¿Quién es el más/menos táctil, visual, sensorial, lógico, contador de
historias?
¿Qué formas de comunicarse pensáis que os funcionan mejor? ¿Expresar
los sentimientos? ¿Ser racional?
¿De qué forma resolvéis los problemas como familia? ¿Procuráis mantener
la calma y ser razonables? ¿Con la expresión de los sentimientos?
¿Discutís y gritáis? ¿Os frenáis y dejáis que el tiempo aclare las cosas?
¿Qué formas de comunicaros para intentar solucionar los problemas creéis
que os van mejor/peor? ¿Cómo pensáis que se podría cambiar/mejorar
vuestro estilo?
6. Los guiones correctivos y replicativos
Se utilizan aquí ideas de BYNG-HALL (1995), en el sentido de que, a lo largo de
las generaciones, las familias establecen comparaciones sobre las similitudes y las
diferencias entre cómo nuestros padres se trataban mutuamente y nos trataban
(a los hijos), y cómo esto se repite o cambia en la siguiente generación. Lo
importante de esta estrategia es que nos permite trabajar con la familia en un
marco positivo en el que podemos construir positivamente las intenciones de los
padres, es decir: han procurado repetir lo que era bueno y/o corregir lo que
creyeron que fue malo de sus propias experiencias. De ahí se puede pasar a
hablar de si tales intentos han tenido éxito o no, y posiblemente de cómo se
podrían cambiar, fortalecer, perfeccionar, etc.
¿Creéis que vuestras relaciones mutuas y con vuestros hijos son
semejantes o diferentes de las relaciones de vuestras padres/cuidadores
(abuelos)?
¿Qué habías intentado repetir o evitar de esas relaciones?
¿Qué valoráis o qué criticáis de las relaciones con vuestro padre y con
vuestra madre?
¿Funciona lo que habéis intentado cambiar? ¿Hay algo que deseéis
cambiar, reforzar, abandonar en lo que hayáis estado intentando repetir o
cambiar?
7. Explorar los patrones de consuelo
Las siguientes preguntas se pueden utilizar en el trabajo con personas
individuales, parejas o familias. En el caso de las parejas, se habla con una
persona, mientras la otra escucha. A algunas personas les es difícil recordar
incidentes, por lo que pueden necesitar ayuda. A otras quizás habrá que
216
ayudarlas a escuchar. En algunos casos, es posible que las preguntas deban ser
más hipotéticas, por ejemplo: ¿qué crees que ocurrió? ¿Qué te hubiera gustado
que ocurriera? ¿Cómo crees que te hubieras sentido si te hubiesen animado,
tenido en cuenta, apoyado, etc.? Después, las preguntas pueden ser más
integradoras, por ejemplo, sobre lo que se ha aprendido de las experiencias, qué
interpretación se ha hecho de lo sucedido y de lo que sucede, desde la
perspectiva de su relevancia para las relaciones actuales; por qué crees que tus
padres se comportaron como lo hicieron, etc. Con los niños más pequeños, la
exploración puede incluir el uso de dibujos, juguetes y marionetas para mostrar
cómo se les daba, o se les podría dar ánimo.
Cuando de niño te sentías disgustado o asustado, ¿qué ocurría?
¿Cómo llegabas a sentirte mejor? ¿Quién te ayudaba a que te sintieras
mejor? ¿Cómo lo hacían?
¿Qué imaginas que se sentiría al verse confortado? ¿Cómo crees que se
pudiera haber hecho contigo? ¿Qué se siente al pensar en ello ahora?
¿Cómo has aprendido a animarte y tranquilizarte tú mismo?
¿Qué has aprendido de tu infancia sobre cómo consolar y ser consolado?
¿Cómo se consuelan o animan mutuamente las personas de tu
familia/relación?
¿Qué quieres hacer ahora de la misma forma o de otra distinta en tu
propia familia, con tus hijos, con tu pareja?
¿Cómo consuelas y animas a tus hijos?
¿Cómo te consuelan y animan ellos a ti?
8. Reflexionar en equipo: las narrativas de apego
En este aspecto, el formato habitual es el de los equipos de reflexión que
señalan Tom ANDERSEN y otros (ANDERSEN, 1990). Sin embargo, se añade la
atención a la corrección de los temas de apego y los procesos emocionales de la
familia. Esto puede incluir preguntas y reflexiones referentes a los procesos de
apego actuales, los patrones transgeneracionales, los patrones de consuelo, las
disrupciones del apego y sus “heridas”, las conversaciones orientadas al futuro
sobre cómo pueden evolucionar y cambiar los apegos en las conversaciones
futuras e integradoras. A continuación exponemos algunos ejemplos del tipo de
preguntas y conversaciones que con ello se pueden generar:
Me pregunto en qué medida creen los padres que han sabido hacer las
cosas de igual forma o de otra que sus padres.¿Qué han descubierto al
reflexionar sobre esto? ¿Les ha ayudado a pensar, actuar o sentir de otro
modo?
217
Si pudieran cambiar la forma que tienen de consolarse mutuamente, ¿qué
cambios harían? ¿Qué podría ayudar a que así ocurriera? ¿Cómo podría
cambiar en el futuro?
¿Qué piensan los miembros de la familia de esto (la situación de la
terapia)? ¿Cómo ha cambiado? ¿Qué les ayuda a poder confiar en
nosotros y qué lo dificulta?
¿Qué han descubierto sobre los patrones de apego del pasado? ¿Creen
que se debe repetir las historia? ¿Qué podría ayudar a impedir que la
historia se repita?
Al pensar en los sucesos en pasado, ¿cómo creen que han contribuido a
hacerles la familia que son?
¿De qué modo harán los hijos las cosas de forma diferente en el futuro?
¿Quieren que su familia, cuando la tengan y si la tienen, sea más
cariñosa? ¿Más independiente y autosuficiente?
9. La conversación reflexiva estructurada
El objetivo es ayudar a los miembros de la familia o a la pareja a saber
escucharse mutuamente sin interrupciones ni patrones de acusación,
contraacusación o inculpación. En el caso de la pareja hay en la habitación dos
terapeutas. Uno se sienta con uno de sus miembros, normalmente de su mismo
sexo. El otro habla con el otro miembro de la pareja. La conversación se puede
estructurar, por ejemplo, en torno a una entrevista transgeneracional, explorando
patrones de consuelo o ejemplos de ruptura o herida al apego. Después de una
conversación, normalmente de entre cinco y quince minutos, el otro terapeuta y
el otro miembro de la pareja hablan del mismo tema. A continuación, cada
miembro de la pareja reflexiona (si hace falta, con la ayuda del terapeuta) sobre
lo que ha oído. Por último, se habla abiertamente de lo que han generado las
conversaciones.
Se pueden hacer variaciones según sean las familias, por ejemplo, con los
padres como un grupo y los hijos como otro, con agrupamientos por sexo, etc.,
y pueden implicar lo siguiente (véase la Figura 9.1):
la familia o pareja;
los coterapeutas;
hablar con la familia sobre el valor potencial de una conversación
reflexiva;
dos conjuntos de conversación: el grupo A habla y el grupo B escucha; el
grupo B habla y el grupo A escucha;
conversación reflexiva entre los dos grupos.
218
Figura 9.1. La conversación reflexiva estructurada.
10. Exploración de la herida al apego
Este formato se basa en el trabajo de Sue JOHNSON (2004) y su desarrollo de la
terapia centrada en la emoción. JOHNSON conceptualiza la herida al apego como
una traición percibida a la confianza y/o un abandono en un momento crucial de
necesidad de una relación íntima. Se considera que es una forma de trauma en la
relación, y un momento decisivo de ésta, pues la define como insegura. La herida
y la falta de confianza inherentes en este proceso pueden permanecer en la
mente durante muchos meses y años, y si no se reconocen ni se procesan
emocionalmente, pueden bloquear la posibilidad de cambio y crecimiento
terapéuticos. JOHNSON señala que la importancia que la herida tiene para el apego
es la clave, no el contenido, y que, como cualquier tipo de trauma, debe ser
procesada, ya que, como ella dice, la única forma de salir de la herida es pasar
por ella.
Las heridas al apego normalmente se hacen evidentes hacia la mitad de la
terapia, y muchas veces cuando tanto las familias como los terapeutas están en
un proceso terapéutico que se considera estancado. La tarea del terapeuta es
ayudar a la persona herida a formular el daño que ha recibido y el impacto
continuo que tiene en su relación, desde la perspectiva de la confianza, las
creencias sobre la accesibilidad y receptividad de su pareja, las creencias sobre su
derecho a que la cuiden, etc. El terapeuta reconoce el malestar de la persona
herida y elabora la interpretación compartida de lo sucedido, al tiempo que ayuda
al otro miembro de la pareja a escuchar. Se anima a la persona herida a que
conecte su relato del suceso, con sus sentimientos del momento, y con los de
ahora, y a que reflexione sobre la importancia del apego en su relación. Es
posible que el otro miembro de la pareja no sea consciente de la herida o que,
aunque recuerde lo sucedido, no tenga mucha idea de la importancia que pueda
219
tener para su pareja. Se anima al otro miembro de la pareja a que escuche,
reconozca el malestar de su pareja y a que se mantenga emocionalmente
sintonizado y conectado. Es un proceso que puede costar cierto tiempo de iniciar,
reconocer, explorar y esclarecer, y es importante que el terapeuta no lo fuerce con
excesiva insistencia en ninguno de los miembros de la pareja. Es necesario un
control permanente. Al tiempo que la otra persona escucha y reconoce la herida
de su pareja, se anima a quien esté dolida a que busque comprensión y
consuelo. Se ayuda a la otra persona a que reaccione de forma solidaria y
receptiva. Este proceso permite redefinir la relación de las dos personas como un
remanso seguro, y la pareja puede desarrollar una nueva narrativa: un relato de
curación compartida.
Las historias de heridas suelen surgir de forma espontánea en las
conversaciones, pero lo que sigue puede ser útil cuando un miembro de la pareja
o de la familia insinúa alguna antigua herida, para propiciar cierto reconocimiento
inicial de lo sucedido y que se hable de ello, al tiempo que se sigue el proceso
antes señalado:
¿Recordáis alguna época, algún momento, algún incidente particular en
que vuestras relaciones emocionales cambiaran o se deterioraran de
forma importante?
¿Podrías hablar de algún momento en que sintierais que habíais perdido
en muy alto grado la confianza o la fe en vuestra pareja? ¿Sabríais
explicar con detalle qué ocurrió, cómo os sentisteis, qué pensasteis y qué
hicisteis en aquel momento?
Algunas personas describen esos sucesos dolorosos en sus relaciones
como una “herida al apego”. Puede ser útil que encontréis vuestra propia
forma de llamarlos: ¿sabríais poner nombre a lo que ocurrió?
¿De qué forma lo sucedido ha cambiado vuestra relación?
¿Sabrías explicar qué pasaba entre vosotros para que ocurriera tal cosa?
¿Se daba cuenta tu pareja de que ese suceso había sido particularmente
importante, significativo y doloroso para ti?
¿Qué te gustaría que dijera tu pareja sobre este suceso o episodio? ¿Qué
sería útil o qué no lo sería?
A veces se requiere bastante tiempo para curar este sentimiento de
herida, decepción y pérdida de confianza. ¿Qué creéis que puede facilitar
este proceso o ayudar a ponerlo en marcha?
¿Cómo pensáis que podría ser vuestra relación si consiguierais superar
esta “herida”?
Resumen
220
Hemos propuesto estos formatos para la exploración como orientaciones que
pueden ser de utilidad al terapeuta. Como tales, no decimos que se deban utilizar
en un determinado orden. Sin embargo, hay una secuencia lógica, por ejemplo,
en los pasos iniciales y el esclarecimiento del contexto terapéutico. Queremos
insistir en que es extremadamente importante hacerlo así y no pasar
precipitadamente a explorar los problemas, ya que, si no se dedica tiempo a
establecer y analizar el contexto, puede quedar una sensación de incertidumbre
insegura que reduzca el impacto del trabajo que se realice después. MASON
(1993) dice que la idea de seguridad y certeza son fundamentales en la empresa
terapéutica, y esperamos que estos formatos nos ayuden a crear una posición de
incertidumbre segura que MASON considera esencial para un contexto terapéutico
constructivo.
Los formatos se pueden desarrollar, modificar y combinar a juicio del lector. Por
ejemplo, nos encontramos muchas veces con que hablar a través de un
genograma genera una conversación de guiones transgeneracionales y también
patrones de cuidado y regulación emocional en las familias. Sin embargo,
también esperamos que los formatos sirvan para centrar la atención y nos
estimulen a hablar de estas importantes áreas de experiencia con un poco más
de detalle. Resultan de utilidad a su vez para insistir en la naturaleza colaborativa
del trabajo, de modo que se pueden dar copias a las familias para que piensen
en algunas de las preguntas, e incluso quizás para que los usen como tarea para
que traigan sus respuestas a la próxima sesión, en la que se hablará de ellas.
También se pueden usar para ayudar a las familias a estar concentradas mientras
ven la grabación de las sesiones. Esperamos que estos formatos se puedan usar
de múltiples formas y con muy diversos propósitos, e invitamos al lector a que
comparta con nosotros el uso que les dé, en nuestra web:
www.fahs.surrey.ac.uk/ant/
221
CAPÍTULO X
Reflexiones y conclusiones
Nuestras propias necesidades
En el Capítulo Primero exponíamos algunos de nuestros propios contextos y
problemas. En el viaje que ha sido la redacción de este libro, hemos dedicado
tiempo para reflexionar sobre el impacto que las ideas que hemos expuesto han
tenido sobre nuestro trabajo profesional y nuestra vida personal. Por ejemplo, al
ir avanzando desarrollamos toda una serie de ideas. Inicialmente no nos
habíamos propuesto dedicar un capítulo exclusivo a los apegos a lo largo del
ciclo de vida individual y familiar. Sin embargo, mientras íbamos redactando el
libro nos asombró que las diversas exigencias de cambio y adaptación que se les
hacen a las personas y a sus familias conllevan exigencias fundamentales y de
mucha fuerza de adaptación y desarrollo emocionales. En lugar de considerar las
fases del ciclo de vida familiar como posibles puntos de transición, afrontamiento
y crisis, pasamos a pensar que son momentos de un gran potencial, aunque a
menudo desaprovechado, de cambio y reorganización positivos. Y esto hizo
también que nos remontáramos al propio núcleo de las conexiones que hemos
estado intentando establecer entre los sistemas sistémico, del apego y narrativo.
En nuestro trabajo con las familias, las transiciones son momentos de grandes
posibilidades de cambio. Pero, tradicionalmente, el lenguaje que se ha utilizado
para describir estos cambios ha tendido a centrarse más en características
sistémicas, relacionales y organizativas, como las tareas, las soluciones
intentadas, la reorganización, la claridad de los roles y los límites, etc.
Esto también hizo que volviéramos a nuestras experiencias personales. Muchas
fueron las resonancias esperadas e inesperadas. Tanto RD como AV recordamos
cuando el primer hijo se independizó, fue todo un trauma emocional para ambos,
en sus familias separadas, con sentimientos mezclados de esperanza y
entusiasmo sobre la nueva vida de sus hijos, unido todo a lamentaciones por el
tiempo que se había pasado rápido y las oportunidades perdidas de estar
próximos a sus hijos. Asimismo, nos asaltaron muchos recuerdos mientras
escribíamos el capítulo sobre el amor y la sexualidad, el trauma y la disociación, y
222
la pérdida, la pena y el apego, de cómo sucesos que podemos haber pasado por
alto pueden desempeñar un papel inmenso en la configuración de nuestras
experiencias y sentimientos. Por ejemplo, RD recordaba sus primeros fracasos
amorosos, y a sus hijos cuando pasaron por sufrimientos similares. El marido de
AV había muerto el año antes de que empezáramos a escribir este libro, y la
redacción de estos capítulos, del principio al final, fue para ella una experiencia
terapéutica, y la ayudó a sortear sus sentimientos de pérdida y tristeza. Vimos
cada vez con mayor claridad que, a medida que escribíamos estos capítulos, las
primeras ideas sistémicas que iban surgiendo a partir de una gradual
acumulación de intentos fallidos de resolver las dificultades, se podían ver mucho
mejor a la luz de las apremiantes necesidades y sentimientos de apego. Ocuparse
de las dificultades del niño en su primera relación, por ejemplo, no es una tarea
exenta de emociones y pasiones. Lo que sentimos por nuestros hijos nos
recuerda mucho nuestra infancia y, en ocasiones, nos pueden distraer nuestros
propios problemas u otras cuestiones. Aunque este libro trata, desde el principio,
de cómo los sentimientos, las narrativas o relatos y las acciones están
inextricablemente interconectados, hemos aprendido mucho de nosotros mismos
al ir mapeando estas conexiones entre las diversas áreas de relación íntima de las
familias. La coherencia y la integración son para nosotros tan importantes como
las familias con las que trabajamos.
Decidimos ya de salida organizar el libro desde la perspectiva de los temas de
apego, más que centrarnos específicamente en los tipos de problemas. Creemos
que la terapia narrativa de apego (TNA) que exponemos aquí ofrece algunas
formas alternativas de considerar/formular los diferentes tipos de dificultades
psicológicas e interpersonales. De ahí que, al hablar sobre aspectos de nuestro
trabajo terapéutico, no quisiéramos seguir un modelo diagnóstico psiquiátrico
habitual: DSM ni el CIE. Como decimos en algún otro lugar del libro, para
nosotros, el atractivo del pensamiento del apego está en que no patologiza la
dependencia en las relaciones, al contrario, considera que la dependencia y la
autonomía son dos caras distintas de la misma moneda del apego. Es algo que
forma parte de una empresa mayor, y creemos que la teoría del apego puede
aportar mucho a un modelo psicológico alternativo de formulación de los
problemas, un modelo que se pueda ofrecer al uso actual de los sistemas
diagnósticos. Sin embargo, también reconocemos en todo esto cierta tensión, ya
que gran parte de la literatura clínica empieza con la etiqueta diagnóstica
estándar. Además, estamos atrapados en el espíritu de los tiempos, que tanta
importancia da a la evidencia y que intenta dirigir a los médicos a que sigan las
formas “más eficaces” de tratamiento para cada trastorno específico, según lo
que determinen las pruebas obtenidas con las investigaciones. En este marco, se
valoran mucho las pruebas que se basan en estudios sobre resultados de
223
tratamiento por ensayo aleatorio controlado (RCT, en sus siglas inglesas). No
ofrecemos aquí estos estudios para nuestra tesis, aunque nuestra práctica
sistémica parte de una considerable base de evidencias. Esto no significa decir
que los RCT no puedan tener valor ni ser necesarios. Sin embargo, asumimos la
idea de que hay que desarrollar nuevas formas de trabajar a partir de las
prácticas actuales, y esto se produce mediante la curiosidad, el análisis y la
retroalimentación. También señalamos que cualquier investigación sobre
psicoterapia debe contemplar con detenimiento los procesos de lo que ocurre en
el encuentro íntimo entre las personas, que es lo que a nuestro entender es la
terapia. En algún otro escrito (VETERE y DALLOS, 2003; DALLOS y VETERE, 2005)
hemos señalado que mucha parte de las investigaciones de gran relevancia e
importancia se acumula gracias a las pruebas “basadas en la práctica”, a lo que
los profesionales descubren a través de los procesos de implicación en la terapia.
Hemos intentado ofrecer a lo largo de este libro ejemplos clínicos de evidencia
“basada en la práctica”. Con ellos queríamos ilustrar cómo utilizamos estas ideas
de nuestra propia práctica, pero también ofrecer una forma de evidencia que
invite al lector a juzgar si el enfoque tiene sentido, si las explicaciones que
damos de nuestro trabajo y las citas que extraemos de la intervención con
nuestras familias son convincentes, y si esta pueda ser una forma de trabajar
útil.
Ante todo, hemos insistido en que el enfoque señalado ofrece no única ni
predominantemente una nueva manera de actuar, sino también un conjunto
integrado de lentes para observar lo que ya hacíamos. A través de la lente de la
TNA hemos señalado que muchas técnicas compartidas de entre las diferentes
terapias sistémicas, por ejemplo, la exteriorización, le re-narración, la búsqueda
de excepciones/resultados únicos, los genogramas y las conclusiones
compartidas con la familia, también se pueden considerar desde la perspectiva
del apego. Hemos indicado repetidamente, por ejemplo, que la utilidad de estas
técnicas puede deberse tanto a que ayudan a construir confianza y a desarrollar
la relación terapéutica, como a los cambios conceptuales específicos que intentan
producir. Se considera que la accesibilidad y la receptividad son los elementos
básicos de un sentimiento de seguridad en las relaciones, y facilitan la resolución
efectiva de los problemas.
La cultura y los contextos
Aunque no hemos incluido un capítulo específico dedicado a los temas de la
cultura, la diferencia y la diversidad, confiamos en que todas ellas se vean
discurrir a lo largo del libro. Desde sus inicios, la teoría del apego adoptó una
perspectiva transcultural e incluso transespecies. John BOWLBY (1988) decía que
224
buscar la protección de los padres en momentos de peligro es algo habitual no
solo en todas las culturas humanas, sino en todas las especies. Esto implica el
supuesto darwiniano y evolutivo de que el instinto ha evolucionado para ayudar
a proteger y asegurar la supervivencia de cada especie. Cuando este proceso de
apego protector falla, es ineficaz o no consigue adaptarse, la especie sufre y
puede llegar a extinguirse.
Se han encontrado patrones de apego en todas las culturas humanas. Como
hemos expuesto, la primera observación del apego se realizó en continentes
distintos, América y África, y el énfasis en la exploración de las diferencias
culturales sigue presente en la teoría del apego. Sin embargo, también se puede
acusar a ésta de una forma ingenua de panculturalismo, de que busca las
semejanzas en bruto y tiende a ignorar la variación y la diferencia. Una crítica
que puede ser un tanto injusta, porque se han realizado muchos estudios entre
culturas diferentes y se han analizado también distintas configuraciones del
apego, por ejemplo, las comunas y los kibutz israelíes. Asumimos la idea de que
la importancia y los significados relativos a la respuesta emocional en nuestras
relaciones fundamentales y sus prácticas familiares asociadas, pueden estar
sometidas a una variación intracultural y transcultural. También nos hemos
ocupado con insistencia en si los equilibrios de estilos de apego son diferentes
en las distintas culturas. Es una cuestión de interés, pero en nuestra opinión
quizás sea más relevante observar que las culturas viven períodos de peligro e
inestabilidad, que obligan a las personas a adoptar formas de gestionar sus
sentimientos y de cuidarse mutuamente. Como ejemplo, de niño RD vivió en la
Hungría estalinista, en la década de 1950. Allí, adoptar una forma de apego
seguro, que fuera ingenua y confiada, hubiera podido derivar en un gran peligro,
y la gente acababa por reservarse sus sentimientos, pensamientos y opiniones
para poder sobrevivir. Del mismo modo, en algunas partes del mundo, por
ejemplo, Irak o Afganistán en la actualidad, estar hipervigilante, ansioso o alerta
puede ser adaptativo en el contexto de un peligro siempre presente y actos
altamente impredecibles, por ejemplo, los ataques suicidas. Otro ejemplo, la
madre de AV fue evacuada durante la Segunda Guerra Mundial y su padre luchó
con el ejército británico durante toda la guerra. Sus padres eran pobres y se
mudaron a Canadá como emigrantes económicos a principios de los pasados
años cincuenta. No es de extrañar que en su infancia para AV lo importante fuera
sobrevivir, afrontar la realidad con estoicismo y seguir adelante.
En este libro nos hemos referido, a menudo mediante ejemplos de nuestro
trabajo con familias y parejas, a las variaciones culturales de los apegos. Un
ejemplo importante del Capítulo V (sobre el amor y la sexualidad) es una
exploración de los problemas que aparecen en los matrimonios arreglados. Esto
suscita interesantes cuestiones sobre cómo se forma la conexión de apego, por
225
ejemplo, sobre si la expectativa cultural es que sea algo que crecerá a medida
que la pareja empiece a conocerse mutuamente, contrariamente a los supuestos
occidentales de que debe ser un requisito previo o una base a partir de la cual
madura la relación. Entre otros ejemplos que se pueden encontrar en los
diferentes capítulos está la consideración de supuestos más específicos de las
distintas culturas. Por ejemplo, existen ideas normativas sobre lo que debe durar
el impacto de la pérdida de una persona querida, o sobre cuánto ha de tardar el
niño en superar el divorcio de sus padres como suceso traumático. Estas ideas
sobre lo que es “normal” o lo que cabe esperar establecen vínculos significativos
entre las ideas del apego y de la narrativa. En este sentido, el punto importante
que queremos añadir es que la teoría del apego no patologiza la dependencia.
Con ello señalamos a lo largo de los capítulos que la teoría del apego aclara que
a medida que nos desarrollamos aprendemos a ser capaces de recurrir a nosotros
mismos en busca de sosiego y tranquilidad y para gestionar nuestros
sentimientos. Y, algo muy importante, la capacidad de recurrir a los demás es
adaptativa y garantiza la seguridad y la protección, de ahí que muchas personas
con las que trabajamos descubran que no pueden confiar en los demás,
depender de ellos, contar con ellos, y/o que ellos mismos no merecen cuidado ni
atención. Con esto no queremos decir que defendamos que las personas caigan
en la ansiedad y la inseguridad de pensar que no pueden funcionar sin una total
dependencia de los demás. Es un tema estrechamente relacionado con otro más
general, que ha sido la tendencia a sobrevalorar la autodependencia, el control
de las emociones y el estoicismo, particularmente en las culturas occidentales.
Concretamente, estamos influidos por autores feministas que han formulado que
la emocionalidad se ha empleado de forma peyorativa para hacer de las mujeres
y de minorías raciales, como las culturas negra y asiática, seres débiles,
descontrolados, fáciles de manipular, impulsivos y de sentimientos inestables
(GILLIGAN, 1982; DALLOS, 1996). La teoría del apego nos ayuda a considerar la
emocionalidad y su expresión de una forma que, en nuestra opinión, no margina
los sentimientos, sino que los sitúa en el centro de la experiencia y de las
relaciones humanas. Contribuye igualmente a subrayar el papel no solo de los
sentimientos negativos y dolorosos, sino también el de los positivos. Con esta
sensación de estar protegidos y cuidados llegamos a experimentar placer y
alegría, y ante la pérdida nos puede sostener el recuerdo:
Muchos de los sentimientos más intensos surgen durante la formación, el mantenimiento, la
alteración y la renovación de las relaciones de pareja. La formación de un vínculo afectivo se
describe como enamoramiento; mantener ese vínculo, como amar a alguien; y perder a la pareja,
como llorar a alguien. Asimismo, la amenaza de pérdida provoca ansiedad, y la pérdida real, pena; y
lo previsible es que cualquiera de estas dos situaciones provoque enfado. El mantenimiento
incontestado de un vínculo de afecto se siente como una fuente de seguridad, y la renovación de
un vínculo, como una fuente de alegría.
226
(BOWLBY, 1979, pág. 74.)
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235
Índice de nombres y materias
AAI (Entrevista de Apego adulto), 30, 36-37, 195.
Abandono. Sentimientos de/miedo al, 20, 41, 53-56, 130.
—. Sentimientos de miedo. Afrontar la muerte, 163.
Abuelos, 64, 68.
Abuso de alcohol, 176-177, 191-192.
— — —. Abandono. Sentimientos de miedo al, 182.
— — —. Agresividad física, 108, 181.
— — —. Apoyo, 181.
— — —. Asumir la responsabilidad, 191.
— — —. Autocalmarse, 182.
— — —. Cambios de rol, 177.
— — —. Contención de los sentimientos, 194.
— — —. Coste de la bebida, 177, 178.
— — —. Culpa, 189.
— — —. Depresión, 177-178.
— — —. Distorsión, 186.
— — —. Ejemplos de caso, 178-180.
— — —. Empatía, 183.
— — —. Estrategias de afrontamiento, 177, 188, 189, 190.
— — — — — evitación, 184.
— — — — defensivas, 184.
— — —. Exteriorización, 183.
— — —. Franqueza, 186, 187.
Abuso de alcohol. Género, 181.
— — —. Guiones correctivos, 177-178, 187, 192.
— — — — replicativos, 187.
— — —. No culpar, estrategia de, 183, 192.
— — —. Participación en terapia, 181.
— — —. Patrones transgeneracionales, 186, 189.
— — —. Perspectivas culturales, 187.
— — —. Rechazo, 182.
— — —. Regulación emocional, 178, 194.
— — —. Relación terapéutica, 182, 183.
— — —. Relaciones padres-hijo, 179.
— — —. Retraimiento emocional, 182.
— — —. Riesgos para la salud, 177.
— — —. Separación, 193.
— — —. Seguridad, 178, 181.
236
— — —. Suicidio, 177.
— — —. Temas/estilos de comunicación, 177.
— — —. Terapia de pareja, 126-127.
— — — — familiar, 181.
— — —. Vergüenza, 187, 189, 192.
— — — y género, 181.
Acción/es. Pensamientos/sentimientos, 28-29, 53-55, 119.
Aceptación, 21, 24.
Acoso crítico. Ciclos de, 188.
Adaptación, 68-69, 172, 189, 217, 220-221.
Adiestramiento en el orinal, 47-48.
Adolescencia/madurez joven. Fases del ciclo de vida, 53-57, 65-68.
—. Identidad, 53.
Adolescente. Dependencia, 53.
Adopción, 86.
Afganistán, 220.
África, 220.
Afrontamiento. Estilos y estrategias de, 44.
— — — —. Abuso de alcohol, 177, 188, 189, 190.
— — — — de apego seguro, 81.
— — — — — enfermedad, 114.
— — — — — fases del ciclo de vida familiar, 75.
— — — — — figuras de apego interior, 82.
— — — — — reflexión sobre, 54-55.
— semántico. Estilos y estrategias, 158.
Afrontar la muerte. Identidad, 162.
— — —. Patrones transgeneracionales, 163-164.
— — —. Retraimiento emocional, 162.
Agresividad, 76, 84, 88, 180-181.
Alcohol, 112.
Alegría, 155, 221.
Alianza terapéutica, 18, 19, 122, 126.
Alternativas. Consideración de, 207.
Amenaza. Figura de apego, 84.
— provocada por la terapia, 24, 27, 183.
Amigos. Apego a los, 57.
Amor, 155.
—. Enamoramiento, 155, 220, 221.
— incondicional, 60.
— parental, 73.
Análisis. Figuras de apego interior, 82.
—. Narrativas, 130-131, 172-174.
—. TDAH, 93-94.
Andamiaje, 129, 158, 160, 206-208.
Andar con pies de plomo, 192.
Ansiedad. Abuso de alcohol, 177, 178.
—. Estrategias defensivas, 114.
—. Pérdida, 106.
— por separación. Tests de, 30.
237
—. Procesado de la, 119.
— provocada por la separación, 64-65.
— — — — terapia, 23, 37, 183.
Ansiedad. Reformulado, 156.
—. Regulación emocional, 76.
Apego, 14, 16.
— a los amigos, 57.
—. Activación del sistema, 78.
—. Ajustes, 58-61, 65-68.
— al terapeuta, 81.
—. Amenaza de, 117, 118, 121-122, 132.
— ansioso ambivalente, 77-78, 79.
— — —. Exploración, 209.
— — —. Patrones de razonamiendo reduc-cionista, 93-94.
— — —. TDHA, 86-88.
— — — unido a la terapia, 99.
— — — y trastornos alimentarios, 195.
— — evitativo, 195.
—. Contenido del, 203.
— inseguro. Culpar a la madre, 16.
— desorganizado/a, 144.
—. Dimensiones, 38.
—. Estrategias de autoprotección, 30.
— —/estilos de, 132.
— — — — dependencia/independencia, 81.
— — —. Filtros a la experiencia, 79-80.
— — — y formulaciones de intervención, 43.
— — — — modelos de funcionamiento in-terno, 118-120.
— — — — trastornos alimentarios, 194, 195.
— — — — trauma de, 133, 139-140.
— evitativo, 34-35, 59, 77, 79, 80.
— —. Estilos de respuesta, 117, 118.
— —. Exploración, 209.
— —. Muerte/duelo, 172.
— — y embarazo/parto, 60.
— — — estilos de afrontamiento, 114.
— — — promiscuidad, 111-112.
— — — trastornos alimentarios, 194.
—. Expectativas, 30.
—. Guiones, 30.
—. Exploración de la herida, 41, 58, 126-127, 215-216.
— inseguro, 19, 35, 77.
— —. Parejas, 118.
— — y final de la terapia, 153-154.
Apego. Modalidades, 138.
—. Modelos internos, 82.
—. Narrativas, 36-37, 168-169, 203, 204, 212-213.
—. Necesidades, 30, 35-36, 121.
—. Perspectiva de, 127, 151, 219-220.
238
— — evolutiva, 138-139.
—. Procesos de, 203.
—. Temas, 36, 218.
—. Teoría del, 14, 15, 30.
—. Triangulación, 197-199.
— y embarazo/parto, 50-51, 63.
Apetito, y pérdida de un ser querido, 165, 167.
Apoyo, 81.
— a padres con hijos hiperactivos, 92-93.
— en la posterapia, 27, 99-100, 153-154.
—. Obtención, 81, 82, 134.
Atención negativa, 78.
Atracción social. Teoría de la, 183.
Atrapar la bala emocional, 41.
Atribución de los problemas, 28, 39.
Autocalmarse, 129, 140.
—. Ausencia, 104.
—. Conversaciones interiores, 88.
—. Desarrollo/competencia del lenguaje, 87-88.
—. Ejemplo de caso, 199.
—. Terapia de pareja, 122.
Autoconciencia, 112-113.
Autoconversación, 103.
Autodaño, 142, 143, 194.
Autoestima, 85, 98, 102, 170.
Autohipnosis, 142.
Autonomía, 72, 77, 81, 86, 220-221.
—. Estímulo de, 64, 67-68.
—. Necesidades, 160.
—. Vergüenza/duda, 47-48.
Autoodio, 144.
Autoridad parental, 14.
Aventuras extramatrimoniales, 58, 165, 166.
Bases seguras. Crear, 121, 123, 202.
— —. Modelo TNA, 23-24, 129-130, 132.
BION, W., 156.
BOWLBY, J., 19, 57, 107, 117, 138-142, 155, 156, 159, 219, 221.
Bucles de retroalimentación, 118, 123-124.
Calmar, 126, 220-221.
Calmarse, 29, 123.
Cambio organizativo, 50.
Cambios hormonales, embarazo/parto, 50-51.
CAMHS (Servicios de Salud Mental del Niño y del Adolescente), 31, 84, 87.
Cavilaciones, 140, 157.
Celos, 19, 55, 58.
Ceremonias, 49.
Certeza, 216.
Ciclo persecución-distanciamiento, 123.
Coactivos. Guiones, 66.
239
Cognitivo. Esquema, 18.
—. Terapia conductual, 18, 19, 103-104, 114.
Coherencia. Estímulo, 42-45, 129.
— y apego seguro, 138-139.
Comida. Papel en el consuelo, 195, 200-201.
Competencia social: perspectiva evolutiva, 129.
Concentración, 101.
Conceptualización, 16.
Conciencia de los sentimientos, 21.
Confianza, 27, 42-43, 80, 119.
—. Abuso de alcohol, 192, 193.
—. Desconfianza, 47.
— en el terapeuta, 163.
—. Pérdida y pena, 167.
—. Relación terapéutica, 170, 219-220.
—. Uso en el proceso terapéutico, 129.
Conflicto, 103-104, 121.
—. Gestión, 42, 43, 119.
—. Perspectiva evolutiva, 47.
—. Resolución del, 123.
Conocimiento declarativo, 81.
— procedimental, 81.
Consideración de alternativas. Modelo TNA, 25, 131.
— — —. TDAH, 96-98.
Construccionismo social, 59, 110-111.
Consuelo. Conductas de búsqueda de, 161.
Contacto terapéutico, 203.
Contención, 24, 66, 128.
—. Pérdida y pena, 174.
— terapéutica, 104, 164.
—. Terapia familiar, 149.
—. Sentimientos de los hijos, 140-141.
— y abuso de alcohol, 194.
Continuos de la sensualidad a la sexualidad, 113.
Contratos de no violencia, 102, 180.
Conversación reflexiva, 213-216.
— — estructurada. Formatos para la explo-ración, 213-216.
— — —. Terapia familiar estructurada, movi-miento de la, 213-216.
Conversaciones. Andamiaje, 206-208.
— en equipo, 213.
— internas, 88.
—. Normas/límites, 25, 210.
— terapéuticas, 158.
Cortejo, 53-57.
Creatividad, 28-29, 79, 106, 118, 122.
Crecimiento. Proceso de, 167.
Creencias, 18, 130.
— compartidas, 43, 119.
— en el propio merecimiento, 170.
240
—. Mapeado, 43, 44.
—. Pérdida y pena, 172-173, 175.
—. Sobre los problemas, 24.
Crítica, 124.
— de los padres, 66.
— por el terapeuta, 184.
Cuidado, 119.
— compulsivo, 115, 162.
Culpa, 19, 195.
—. Abuso de alcohol, 189.
— del que sobrevive, 165.
—. Parejas, 123, 125, 127-128, 130.
Cultos, 57.
Curación. Narrativas, 191.
—. Proceso encarnado, 67.
— terapéutica, 170.
— y gratitud, 168, 169.
Curiosidad, 130.
Dar sentido, 17, 140, 1157.
Debbie (ejemplo de caso), 31-39, 36, 40-41.
Declaraciones educativas, 100.
“Dejar estar”, 175.
Delincuencia. Estudio Británico sobre la, 101, 180.
Departamento de Salud, 101.
Dependencia, 88.
—. Como saludable, 176, 218, 220-221.
— económica, 62, 65.
—. Independencia de los hijos, 67.
—. Regulación emocional, 81-83.
—. Relación terapéutica/terapeuta, 27, 153-154.
—. Trastornos adictivos, 178, 201.
Depresión de los hijos, 144.
— enmascarada, 163.
—. Nombrar/explorar los sentimientos, 206.
— oculta, 163.
—. Protegerse de la, 107, 114.
—. Reformulación, 156.
— y pérdida de un ser querido, 169.
— — regulación emocional, 76.
— — TDAH, 85.
Desactivación. Estrategias de, 77, 79, 114, 118, 166.
Desafío, 129.
Desarrollo próximo. Zona de, 206.
Desatención como proceso activo, 77.
— y TDAH, 84.
Desconexión emocional, 14, 123-125.
Desencadenantes, 103, 134-135.
Desengaño. Reprocesado del, 61.
Destetar a los padres de los hijos, 67-68.
241
Diabetes. Ejemplo de caso, 31-39, 36, 40-41.
Dilemas relacionales, 143, 147.
Dinámica del poder, 19, 121, 152, 186.
— — —. Embarazo/parto, 62.
— — —. Familias, 145.
— — —. Intimidad, 187.
— — —. Relaciones íntimas, 188.
— familiar, 195-196, 197.
Disociación, 100, 136-139, 142, 143.
Disrupción. Rituales, 177, 178.
Distanciamiento. Estrategias de, 77, 109, 166.
Distorsión, 54.
— de los sucesos, 138.
—. Recuerdos, 28-29.
— y lenguaje, 108.
Divorcio, 69-70.
— comunitario, 70.
— coparental, 71.
— económico, 71.
—. Efecto en los hijos, 71-73.
— emocional, 70.
—. Fases del ciclo de vida familiar, 69-73.
—. Inversión de papeles, 72, 74.
— legal, 71.
— psíquico, 70.
—. Puesta en acto, 69-70.
—. Separación. Fases del ciclo de vida de las familias, 69-73.
— —. Seis estaciones del, 70-71.
—. Vínculos continuados, 157.
— y pena, 70, 156, 157, 158.
— — TDAH, 97.
Doble vínculo, 144-145.
Dolor emocional, 156.
Dos años terribles, 47.
Duelo, 71, 75.
Edad de oro de las relaciones, 131.
Efectos iatrogénicos, 153.
Ejemplos de caso, 62.
— — —. Bill/Mavis, 126-127.
— — —. Claire/James, 146-147, 150, 151-152.
— — —. Claire/Jim, 123-124, 128.
— — —. Debbie, 31-35, 36, 40-41.
— — —. Desórdenes alimenticios, 197-201.
— — —. Guiones correctivos, 179, 199-200.
— — —. Julie, 197-201.
— — —. Kate, 146.
— — —. Kate/Bob, 186, 191.
— — —. Kathy, 67-68, 72, 80, 81.
— — —. Lilian, 44.
242
Ejemplos de caso. Louise/Martin, 41.
— — —. Mark, 42-43, 44.
— — —. Mark/Sheila, 190-191.
— — —. Peter/Mary, 124-126.
— — —. Susan, 178, 179.
Embarazo/parto, 62.
— —. Abandono. Sentimientos de miedo al, 62.
— —. Afrontamiento, estilos de/estrategias, 59.
— —. Confianza, 59.
— —. Expectativas culturales, 60, 62-63.
— —. Fases del ciclo de vida familiar, 50-51, 59-64.
— —. Patrones transgeneracionales, 60, 63.
— —. Sentimientos de abandono, 62.
— —. Violencia familiar, 102-103.
Embotamiento emocional, 104, 162, 164.
Emociones. Centro de la atención, 120-121, 124.
— compartidas, 120, 121.
—. Darles nombre/analizarlas, 122, 206.
—. Negación, 102, 114, 150, 152, 220.
—. Papel, 13, 19, 107, 221.
—. Procesado de las, 104, 138, 140, 166.
—. Tolerar las fuertes, 116.
— y embarazo/parto, 50-51.
— — relaciones, 107, 208.
Empatía, 43, 93-94, 122, 126, 129-130.
— del terapeuta, 24-26, 119.
— parental, 140.
—. Violencia familiar, 103.
Enamoramiento, 155, 220-221.
Encaprichamiento ideológico, 13-14.
Enfado, 18, 19, 31, 122.
—. Desencadenantes, 103.
—. Dialéctica, 127.
— emocional, 76-77.
—. Ejemplos de caso, 32-34, 38.
—. Expresión de, 130.
—. Pérdida del amor/la sexualidad, 106.
—. Relaciones padres-hijo, 64.
— y pasión, 128.
— — TDAH, 85.
Enfermedad y estilos represivos de afrontamiento, 114.
Enfoque constructivista, 16, 175.
— marco, 21, 22, 25.
Enredo, 13, 57.
—. Relaciones padres-hijo, 66-67.
—. TDAH, 87-88.
—. Trastornos alimentarios, 195.
Ensayos aleatorios controlados (RCT), 219.
Entrevista de Apego adulto (AAI), 30, 37, 195.
243
— motivacional, 187.
Entrevistar al otro interiorizado, 42, 43, 119.
ERIKSON, Erik, 47-49.
Escalas de Valoración para Padres y Escuelas, de CONNERS, 85.
Escenas retrospectivas, 166.
Escenificación. Técnica de, 14, 18, 43, 44, 120.
Escolaridad. Inicio de la, 64-66.
Escuchar, 27, 104, 122, 124, 130.
Escultura emocional, 208-209.
Espacio terapéutico, 123.
Esquemas cognitivos, 18.
Estados psicóticos, 138.
Estados Unidos de América, 220.
Estilos de afrontamiento semánticos, 158.
— — —. Vejez/jubilación, 68-69.
— — respuesta, 117-118, 135-139.
— — —. Parejas, 117, 118.
Estímulo de la coherencia/integración. Formulaciones de intervención, 42-45, 129.
Estoicismo, 220.
Estrategia de no culpar, 23, 93-94, 129, 170, 205.
Estrategias conductuales, 88-89.
—. Evitación, 39, 153, 184, 194.
— de apego secundarias, 77, 82.
— — distracción, 118.
— defensivas, 22, 25, 29, 30, 43.
— —. Abuso de alcohol, 184, 185, 189.
— —. Amor/sexualidad, 130-131.
— —. Ejemplo de caso, 44.
— —. Memoria, 38.
— —. Patrones de comunicación, 26.
— —. Transiciones del ciclo de vida, 48, 55.
Estrategias conductuales y ansiedad, 114.
— defensivas y trauma, 153.
— — — vergüenza, 103-104.
— despreciativas, 43, 44, 122, 130.
— —. Ejemplo de caso, 186, 191, 199.
— preocupadas, 43, 44.
— —. Adolescencia/madurez joven, 54-56.
— —. Exploración, 208.
— —. Inicio de la escolaridad, 64.
— —. Trastornos alimentarios, 195.
Estrés por pérdida de un ser querido, 169.
— postraumático, 85.
Estidio Dunedin, 102.
Etiquetas, 25.
—. TDAH, 89-90, 91, 95-96,98.
Evolución a lo largo de la vida. Terapia de pareja de, 116-117.
Expectativas, 67.
—. Adolescencia/madurez joven, 67.
244
—. Apego, 59.
—. Frustradas, 61.
—. Intimidad, 129.
—. Terapia de pareja, 116.
Experiencias, 79.
—. Contarlas, 134.
—. Filtros de las, 79.
— indirectas, 149.
Experimentos conductuales, 96-97.
— —. TDAH (trastorno de déficit de atención con hiperactividad), 96-97.
— familiares, 119.
Expresión emocional, 119-120, 130.
— — en la terapia, 14, 19.
— —. Estimular la, 122.
— —. Frustración, 130.
— —. Posibilitar, 17.
— — y seguridad, 193.
— narrativa, 167.
Exteriorización, 21, 132.
— de problemas, 23, 24, 95.
—. Patrones de hábito, 120-121,
—. Perspectiva del apego, 219-220.
Familias. Adaptación, 69.
—. Como fuente de peligro, 140-146, 142, 143, 144.
Familias. Como fuente de protección, 140-141.
—. Desconexión emocional, 14.
—. Dinámica del poder, 145.
—. Experimentos, 119.
— extendidas, 61, 109.
—. Mapeado, 24.
—. Patrones de, 139-140.
— — — comunicación, 15, 18.
—. Procesos, 172-173.
—. Secretos, 163.
— y trastornos alimentarios, 196, 197.
Fantasma del terapeuta, 27.
Fases del ciclo de vida de las familias, 48-53.
— — — — — — — —. Adolescencia/ma-durez joven, 53-57, 65-68.
— — — — — — — —. Amor/sexualidad, 108, 111.
— — — — — — — —. Dilemas matrimonia-les/familiares, 64.
— — — — — — — —. Embarazo/parto, 50-51, 59-63.
— — — — — — — —. Independencia de los hijos, 67-68.
— — — — — — — —. Inicio de la escolaridad, 64-65.
— — — — — — — —. Matrimonio/parejas, 57-59.
— — — — — — — —. Nuevo matrimonio, 73-75.
— — — — — — — —. Potencial de cambio, 217.
— — — — — — — —. Reorganización del apego, 75.
— — — — — — — —. Terapia narrativa de apego (TNA), 75.
Felicidad, 106, 169.
245
Fidelidad, 111.
— a los padres, 31-32, 34-35, 41, 74.
— al fallecido, 170.
— y amor/sexualidad, 107.
Final de la terapia, 153-154.
— — —. Abandono, sentimientos de/miedo al, 253-154.
Final de la terapia. Confianza, 153-154.
Fobias, 76.
Formación de los terapeutas, 14.
Formatos para la exploración, 202, 215-216.
— — — —. Andamiaje de las conversaciones, 206-208.
— — — —. Trabajo con las relaciones/ape-gos/narrativas familiares, 202-203.
— — — —. Escultura emocional, 208.
— — — —. Genogramas, 204.
— — — —. Guiones correctivos/replicativos, 211.
— — — —. Herida al apego, 214-215.
— — — —. Patrones de comunicación, 209-211.
— — — — — — consuelo, 211-212.
— — — —. Reflexiones en equipo. Narrativas de apego, 212-213.
— transgeneracionales. Genogramas, 205, 215.
Formulaciones de intervención, 42.
— — —. Identificación de los momentos emocionales clave, 41.
— — —. Regulación de las emociones, 39-42.
— — — y estilos de apego, 42.
FOUCAULT, M., 112.
Fracaso. Sentimientos de, 89-90, 96-97.
Franqueza, 27, 119.
—. Comunicación, 29, 38, 119, 129.
—. Contar historias, 22, 26, 30.
—. TDAH, 91-92.
FREUD, S., 18, 46, 47.
Frustración, 47, 130.
Funerales, 152, 164, 169.
Generalizaciones, 25.
Género. Expectativas, 112-113, 162, 163.
—. Roles, 19.
— y TDAH, 84, 87.
Genogramas, 25, 26, 30, 42.
—. Amor y sexualidad, 120, 130.
—. Apegos parentales, 204.
—. Ejemplo de caso, 198.
Genogramas. Familias, 205.
—. Formatos transgeneracionales, 215-216.
—. Matrimonios arreglados, 110-111.
—. Patrones de apego, 220.
—. Regulación emocional, 93-94.
—. Relaciones familiares, 205.
— — padres-hijo, 204.
Gestalt, 119.
246
Gestión. Enfado, 102.
—. Niveles de excitación sexual, 120, 122, 126, 130, 201.
Gradación, 94.
— de los problemas, 94.
—. Preguntas, 42-43, 120.
Gratitud y salud mental, 168, 169.
Guest, Judith. Gente corriente, 162.
Guiones, 37.
— coercitivos, 66.
— correctivos, 26, 62-63, 130.
— —. Adolescencia/madurez joven, 66.
— —. Exploración, 211.
— —. TDAH, 90-91, 95-96.
— de apego, 29.
—. Exploración, 203.
— generativos, 192.
— replicativos, 26, 62, 130.
— —. Exploración, 211.
Habla interna, 87-88.
Hablar, 103.
— de legitimidades, 103.
— del hablar, 148, 209.
Herida, 127.
Hermanos, 179.
— como figuras de apego, 72.
Hijo parental, 115.
Hijos. Censo de niños necesitados, 180.
—. Depresión, 144.
—. Dolor crónico, 114.
—. Experiencias contradictorias, 143, 144.
—. Fidelidad a los padres, 31-32, 34-35, 41, 74.
—. Preguntas circulares, 42, 44, 119, 130.
—. Proximidad/distancia, 69, 130.
—. Seguridad, 107.
Hijos. Sentimientos, contención de los, 140-141.
— y pérdida de un ser querido, 159-164.
Hiperactividad, 84, 104, 118.
Hiperexcitación, 117.
—. Niveles de excitación sexual, 117.
Hipervigilancia, 220.
—. Estrategias, 79, 80, 88.
—. Maltrato físico/abuso sexual, 145.
—. Patrones transgeneracionales, 91.
—. Trauma, 135, 136.
—. Valor adaptativo, 220.
Historias/contar historias, 14, 21-22, 26, 134, 153.
— integradoras, 153.
Hostilidad, 18.
Humor. Uso del, 19, 93-94, 121, 122.
247
Hungría, 220.
Idealización de la muerte, 161.
Identidad, 53.
—. Divorcio/separación, 70.
— parental, 50-51.
—. Pérdida de un ser querido, 165, 167.
Identificación, 14, 162.
Implicación en la terapia y abuso de al-cohol, 182-185.
— — — — — apego ansioso ambivalente, 99.
Implícita/s. Emociones, 22-23, 150, 152.
Implícito/s. Contratos, 113.
—. Estrategias de autoprotección, 26.
Impotencia, 87, 142.
— adquirida, 142.
Impulso sexual del macho, 111.
Incrustación cultural, 111.
Independencia de los hijos, 67-68, 217.
Indignación, 18.
Insistencia en la solución, 125, 189.
Instituciones. Niños criados en, 86.
Integración, 15, 17, 18.
—. Emociones/relaciones, 207.
—. Estimulación, 129.
—. Experiencias, 134.
—. Formulaciones de intervención, 42-45, 129.
Integración. Narrativas, 203.
—. Perspectiva evolutiva, 138.
— y apego seguro, 138.
Intensificación. Técnica de, 14, 18.
Interiorización, 27.
Intersubjetividad, 23, 170.
Intimidad, 120-121.
—. Contar historias, 21-22.
— y abuso sexual, 41.
— — apego seguro, 187.
— — franqueza, 30.
— — sexo, 111.
Inversión de papeles, 19.
— — —. Divorcio/separación, 72, 74.
— — —. Regulación emocional, 198.
— — —. Relaciones padres-hijo, 115.
Invitación terapéutica, 147-149.
Irak, 221.
Irritabilidad, 165.
Israel, 220.
JOHNSON, Sue, 125, 126, 127, 214.
Jubilación, 68.
Juego, 102, 105.
— repetitivo, 104.
248
Kibutz, 220.
Lectura antes de dormir, 97.
Legitimidades, 103.
Lenguaje, 88.
—. Afrontar la muerte, 158, 159.
—. Apego, 138.
—. Desarrollo, 16, 87-88.
—. Pérdida, 175.
— y distorsión, 108.
— — TDAH, 88.
LEWIS, C. S., 155.
LINARES, J., 113.
London Depression Intervention Trial, 114.
Lucha o huida. Reacciones de, 136.
Madre. Culpar a la, 16.
Mal paso, 89-90.
Maltrato, físico/sexual, 19, 41, 190, 191.
— — —. Ejemplo, 14-147, 150.
Maltrato, físico/sexual. Hipervigilancia, 145.
— — —. Patrones de apego, 141-144.
— — — y TDAH, 86.
—. Modelos de funcionamiento interno, 143.
—. Patrones transgeneracionales, 146-147.
—. Retraimiento emocional, 143.
Mantener el contacto/la integración terapéutica. Dar significado, 140.
Mapeado, 120.
—. Circularidades, 93-94.
Mapeado. Creencias/ciclos de la acción, 43.
—. Familia, 24.
—. Relaciones, 120.
—. Sistemas/redes profesionales, 95.
— — sociales, 95.
Marco Nacional de los Servicios de la Infancia, la Juventud y la Maternidad, 102.
Marcos relacionales, 26.
Matrimonio/parejas. Fases del ciclo de vida, 57-59, 64.
Matrimonios abiertos, 58.
— arreglados, 109-110.
Medicación (TDAH), 85, 91.
Memoria episódica. Casos de, 118.
Metilfenidato, 85, 90.
Miedo. Rechazo al, 19.
—. Negación, 77.
—. Regulación emocional, 76.
—. Violencia familiar, 102-103.
— y procesado de la información, 185.
Milán. Sistema terapéutico de, 13, 17, 19.
Modalidades de apego, 138.
Modelo TNA. Pérdida, 159, 160, 166, 167.
Modelos de funcionamiento interno, 51-54, 56, 115-118.
249
— — — —. Amor/sexualidad, 115-120.
— — — —. Conocimiento declarativo/procedimental, 81.
— — — —. Modelo TNA, 37.
— — ——. Negativos, 78-80.
— — — — —/pesimistas, 78-80.
Modelos de funcionamiento interno. Pérdida de los, 156, 158.
— — — —. Terapia narrativa de apego (TNA), 36-37.
— — — — y estrategias de apego, 118-120.
— diagnósticos, 86, 92, 218.
— médicos, 17.
— —. TDAH, 85-86, 91-92, 94, 96-97, 99.
— múltiples, 142.
Moderar los sentimientos, 130, 132, 151, 152, 164.
Modificaciones ambientales, 98.
Monoparentalidad, 96.
Movimientos juveniles, 57.
Muerte. Ansiedad al afrontarla, 160, 162, 165, 166.
—/duelo. Perspectivas culturales, 172.
—. Enfado al afrontarla, 160, 165, 166.
—. Franqueza, 172.
—. Hermanos, 160, 161, 174.
—. Inversión de papeles al afrontarla, 163, 165, 167.
—. Pérdida de un ser querido. Afrontamiento, estilos de/estrategias de, 159-167.
—. Rituales, 159, 172.
—. Tabúes, 172.
“Música de la danza del apego”, 120.
Narrativa ambivalente, 166.
— compartida, 28, 132.
— del trauma, 138, 139.
—. Estilos, 16, 30.
— no distorsionada, 29.
—. Organización, 37-38.
—. Problemas de relación, 21-22.
— reflexiva, 203.
— y recuerdos, 28.
— — teoría sistémica, 217.
Narrativas, 28, 132.
—. Desarrollo de habilidades, 16, 21-22.
—. Organización de las, 37-38.
Naturaleza-crianza, 86, 89-90, 91, 93-94.
Necesidades de conexión, 120-121, 123.
— — —. Amor y sexualidad, 108, 117, 127, 132.
Necesidades de conexión. Exploración, 203.
— — —. Problemas de adicción, 176, 181.
— emocionales, 126.
— —. Para el tacto, 113.
— — — seguridad, 117.
— — y satisfacción marital, 116.
Negación, 13, 19, 38, 43, 70, 122.
250
—. Emociones, 102, 114, 116, 150, 152, 220-221.
—. Pérdida, 70, 160, 161, 165, 166.
—. Recuerdos/pensamientos, 38, 42-45, 78, 152, 153.
—. Violencia familiar, 102, 142, 143, 145.
Neurociencia, 29.
Niveles de excitación sexual, 86, 87, 189.
— — — —. Gestión, 120-121, 126, 130, 201.
— — ——. Monitorización, 103.
— — — —. Patrones negativos, 129.
Niños pequeños, 47.
Nuevo matrimonio, 73-75.
Objetos transicionales, 57.
Observación, 125-126.
Ordinary People (Guest, Judith), 162.
Organización de las narrativas. Terapia narrativa de apego (TNA), 37-38.
Orientaciones de futuro, 26, 39, 207.
Padrastro/madrastra, 33, 35-36, 73-75, 146-147, 158.
— —. Fidelidad a los padres, 74.
— —. Pérdida, 74.
— —. Rituales familiares, 74.
Padre. Embarazo/parto, 61.
Padres, 61.
—. Apoyo a los, 92.
—. Autoridad, 14.
—. Críticas, 66.
—. Empatía, 140.
—. Identidad, 50.
—. Proximidad/distancia, 69.
—. Roles de los, 16, 50, 51, 62.
—. Separación, 69, 86.
—. Sexualidad, 73.
Padres suficientemente buenos, 4-47, 65.
Pakistán, 109-110, 117.
Parejas. Apego inseguro, 132.
—. Familias extendidas, 109.
Parentalidad incoherente, 77-78, 84, 86, 90-91.
Pasión, 128.
Pataletas, 47.
Paternalidad impredecible, 77-78, 84, 86, 90-91.
Patologización, 152-156.
—. Dependencia, 176, 218, 220-221.
Patrones de apego, 30-34, 76-79.
— — — ansioso evitativo, 195.
— — — coactivo, 87.
— — — desorganizado, 144.
— — —. Ejemplo de caso, 35.
— — — evitativos/despreciativos, 77.
— — —. Matrimonio/parejas, 59.
— — — transgeneracionales, 16, 93-94, 119, 130, 199.
251
— — — y estilo terapéutico, 44.
— — — — maltrato físico/abuso sexual, 141-144.
— — — — regulación emocional, 77-79, 86-88, 89.
— — — — TDAH, 86-88.
— — comunicación, 15, 25, 150-151.
— — —. Coherencia, 22, 26.
— — — defensivos, 26.
— — —. Exploración, 204, 209-211.
— — —. Familia, 18.
— — —. Franqueza, 29, 38, 119, 129.
— — —. Mapeado, 93-94.
— — —. Reactividad emocional, 93-94.
— — —. Relación terapéutica, 23.
— — —. Reflexión, 93-94.
— — —. Transgeneracional, 30.
— — — y abuso de alcohol, 177, 187-192.
— — — — muerte/duelo, 173.
— — — — seguridad, 115.
— — consuelo, 22, 25, 29, 43, 44, 130.
— — —. Ejemplos de casos, 35-36, 42-43.
— — —. Exploración, 203-204, 211-212.
— — —. Formulaciones de intervención, 39-42.
Patrones de consuelo. Patrones transgeneracionales, 39-42.
— — —. Terapia de pareja, 121-122.
— — — y trastornos alimentarios, 192, 195, 200-201.
— — hábito, 30, 121.
— — pensamiento reduccionista, 93-94.
— — repetición/repetitivos, 34, 37, 66.
—. Evitación, 43, 109, 175, 199.
— transgeneracionales, 49.
— —. Adolescencia/madurez joven, 66.
— —. Amor/sexualidad, 108, 110, 111.
— —. Apego, 16, 93-94, 119, 130, 199.
— — de comunicación, 30.
— — — consuelo, 39-41.
— — — relación, 25, 151.
— —. Ejemplo de caso, 32-38, 40-41.
— —. Exploración, 203.
— —. Hipervigilancia, 91.
— —. Regulación emocional, 90-91, 100-105.
— —. Relación terapéutica, 39.
— —. Representaciones/experiencias no resueltas, 38.
— —. Sentimientos, 30.
— —. TDAH, 90-91, 94-95, 98-99.
— —. Teoría del cambio, 37.
— —. Trastornos alimentarios, 195-196, 197.
— —. Trauma, 40-41, 91, 139-140, 144.
— —. Violencia familiar, 100-105.
Peligro. Familias como fuente de, 140-146, 143, 144.
252
Pena, 18, 155, 156.
— como proceso, 159.
—. Complejo/complicado, 165-168.
—. Creencias, 172-173.
—. Cuidado compulsivo, 162.
— desplazada, 166.
—. Divorcio/separación, 71.
—. Estrategias de desactivación, 166.
—. Expectativas culturales, 169.
— — de género, 161, 163.
—. Negación de la, 155, 162, 169.
—. Patologización, 155, 156, 167.
—. Proceso dual, 157, 170, 171.
Pena. Rituales, 169.
— y trauma, 165, 166, 175.
Penetración social, 188.
Pensamiento, 18, 119, 129.
—. Acciones/sentimientos, 28-29, 53-55, 119.
— reduccionista, 93-94.
—. Represión/restricción, 38, 42-45.
Pérdida, 19, 68, 106-107.
—. Adaptación a la, 167.
—. Amenaza de, 106, 155.
—. Análisis de las narrativas, 172-174.
—. Considerar las alternativas, 173-175.
—. Consolidar el cambio, 175.
—. Crear una base segura, 170.
— de apego, 35, 221.
— — la realidad, 138.
— — un ser querido, 69.
— — — — —. Adaptación a la, 172.
— — — — —. Adulto, 164-168.
— — — — —. Estrategias de afrontamiento, 174.
— — — — —. Estrés, 169.
— — — — —. Expectativas culturales, 220.
— — — — —. Hijos, 52-56.
— — — — —. Riesgos para la salud, 164.
— — — — —. Síntomas somáticos, 161-165, 167.
— — — — —. Terapia sistémica/narrativas de apego, 168-169.
— — — — — y estilos de apego, 157, 166.
— — — — — — relaciones, 173.
— — — — — — TDAH, 97.
— — — — — — vergüenza, 169.
—. Divorcio/separación, 70, 156, 157, 158.
—. Ejemplo de caso, 163-164, 173.
—. Estrategias despreciativas, 157, 166, 169, 170, 175.
— — preocupadas, 157, 166, 170.
—. Fases del ciclo de vida familiar, 75.
—. Independencia de los hijos, 67.
253
—. Inicio de la escolaridad, 64-65.
—. Miedo de la, 19, 130.
— de los modelos de funcionamiento interno, 156, 158.
—. Muerte, 157, 158.
Pérdida no resuelta, 195.
—. Patrones evitativos, 175.
—. Perspectiva evolutiva, 158, 159-160.
—. Procesos de crecimiento, 167.
— — defensivos/distorsionantes, 164.
— — familiares, 172-173.
— — positivos/transformativos, 167-168.
—. Relación, 56-57, 58.
— — terapéutica, 170.
—. Sistemas representacionales, 158.
— de los vínculos continuados, 157-158, 169, 174-175.
— y pena. Apego, estrategias/estilos de, 157, 166, 174.
— — —. Consideración de alternativas, 173-175.
— — —. Crear bases seguras, 170.
— — —. Distorsión, 165.
— — —. Ejemplos de caso, 163-164, 173.
— — —. Estrategias defensivas, 161, 163.
— — — — despreciativas, 157, 166, 169, 170, 175.
— — — — preocupadas, 157, 166, 170.
— — —. Necesidades de conexión, 160.
— — —. Padrastro/madrastra, 156.
— — —. Procesos encarnados, 159.
— — —. Relación terapéutica, 170.
— — —. Seguridad/apego seguro, 157.
— — —. Sentimientos de, 159.
— — —. Terapia narrativa de apego (TNA), modelo, 159, 160, 167, 170-175.
— — seguridad, 157.
— — TDAH, 91, 93.
Permisividad, 111.
Perspectiva evolutiva, 15, 18.
— —. Apego, 16, 115.
— —. Competencia social, 129.
— —. Conflicto, 47.
— —. Contar historias, 22.
— —. Fases del desarrollo, 46-48.
— —. Modelos, 46.
— — — de funcionamiento interno, 115.
— —. Pérdida y pena, 158, 159-164.
— —. Procesos interpersonales, 46.
— —. Reflexión, 138.
— — sistémica, 15.
— —. Terapia de pareja, 116-117.
Perspectiva evolutiva. Trauma, 101.
Perspectivas contextuales, 219-222.
— culturales, 49, 108-111, 219-222.
254
— —. Amor/sexualidad, 111.
— —. Embarazo/parto, 60, 62.
— —. Matrimonio/parejas, 57-58.
— — — arreglados, 220-221.
— —. Pena, 169.
— —. Pérdida de un ser querido/pena, 220.
— feministas, 19, 111, 186, 220.
— —. Sexualidad y amor, 111.
— racionales, 125.
Placer, 221.
Planes de seguridad, 102-103.
—. Derechos, 179, 180.
Plazos, 24, 93.
Piel emocional del otro. Ponerse en la, 122, 129, 208.
Postura defensiva, 194.
— reflexiva, 14, 19, 129, 202-203.
Potencial de cambio, 217.
— curador. Relación terapéutica, 170.
Práctica basada en la evidencia, 219.
Predicción, 128.
Preguntas, 43.
— circulares, 43, 44, 118, 130.
— empáticas, 119.
— terapéuticas, 129.
Presiones económicas, 17.
Problemas. Atribución de, 28, 39.
—. Exteriorización de los, 23, 24, 96.
—. Gestión, 93, 97.
—. Gradación, 93-94.
—. Resolución de, 28-29, 80, 122.
Procesado de la información, 122-123.
— — — — y miedo, 184, 185.
— — — — — seguridad, 115.
Proceso dual. Modelo de la pena del, 157, 170, 171.
Procesos diádicos, 16.
— encarnados. Curación, 167.
— socioculturales, 16.
— intergeneracionales. TDAH (trastorno de déficit de atención con hiperactividad), 98-99.
— transformadores, 167-168, 169.
Procesos transformadores. Teoría del cam-bio, 167-168, 169.
Profesional. Colaboración, 94, 99.
—. Sistemas/redes, 94-95, 99.
Promiscuidad, 111-112.
Promulgación. Técnica de, 219-220.
— — — y TDAH, 96-97.
Propósito. Sentido de, 143, 175.
Protegerse de la depresión, 107, 114.
Proyección, 14.
Psicología, 19.
255
Puntos de transición, 121, 192, 217.
— — —. Teoría del cambio, 120-121, 192, 217.
Racional/es, 143.
Ralentizar las interacciones, 116, 130, 164, 186, 189, 216.
Rastrear las circularidades, 43, 44, 119.
Reacción ansiosa, 118.
— impulsiva, 119.
— reactiva, 93-94, 99, 100.
Recaída, 27, 154, 189.
Rechazo, 56.
—. Abuso de alcohol, 182.
—. Miedo al, 163.
Reciprocidad mutua, 115-116, 168.
Reconexión, 123, 130.
Recuerdos, 118.
—. Distorsión, 28-29.
—. Episódicos, 118.
—. Patrones, 54.
—. Procesos encarnados, 152.
—. Reflexión, 25.
—. Semánticos, 152.
—. Supresión de los, 38, 42-45, 77, 152, 153.
—. Traumáticos, 40-41.
— y narrativas, 28.
“Reencuadre”, 17, 125, 128, 132.
Reenmarcado. Terapia de pareja, 128.
Reflejo. Procesos de, 180.
Reflexión, 63, 100, 119, 125.
—. Patrones de comunicación, 93-94.
—. Pensamientos/acciones/sentimientos, 29.
Reflexión. Perspectiva evolutiva, 137-138.
—. Recuerdos, 25.
—. Sentimientos, 26.
— sobre la terapia, 27.
Reflexiones en equipo, 212-213.
Reflexivo. Funcionamiento, 42-43, 153-154.
Reformulación, 156.
Regulación conjunta de los sentimientos, 80.
— emocional, 25, 52, 66, 101.
— —. Dependencia/independencia, 81-83.
— —. Formulaciones de intervención, 39-42.
— —. Inversión de papeles, 198.
— —. Modelo de funcionamiento, 77.
— —. Patrones, 88.
— — —/estrategias de apego, 76-81, 86-88, 89.
— — — transgeneracionales, 90-91, 100-105.
— —. Trastornos adictivos, 201.
— — — alimentarios, 193.
— —. TDAH, 76, 84-85, 87, 88.
256
— — y seguridad, 115.
— —. Confianza terapéutica, 163, 170, 219-220.
— —. Dentro y entre, 130.
— —. Dependencia de la, 153-154.
— —. Mantenimiento, 163.
— —. Patrones de interacción, 22.
— — segura, 170.
Relaciones complementarias, 115.
— con el mismo sexo, 110, 111, 189.
—. Efectos de la pérdida de un ser querido, 173.
—. Formación, 221.
—. Guiones correctivos, 157.
— íntimas. Franqueza, 30.
— —. Seguridad/apego seguro, 188.
—. Mapeado, 120.
— padres-hijo, 22, 23, 57.
— — —. Adolescencia/madurez joven, 52- 53, 65-68.
— — — enmarañadas, 66.
— — —. Estrategias despreciativas/pre-ocupadas, 58.
Relaciones padres-hijo. Estrategias pre-ocupadas, 58.
— — —. Inversión de papeles, 115.
— — —. Problemas, 60, 61.
— — —. Reorganización, 65-66.
— — —. Segundas oportunidades, 64.
— — —. Tiempo individual, 98.
—. Problemas, 58.
—. Receptividad, 20.
— recíprocas, 188, 189.
—. Seguridad, 35.
— solapadas, 121.
—. Vínculos continuados, 157-158, 169, 174, 175-176.
— y afecto, 107.
— — patrones de apego, 29, 30-31.
Re-narración, 219.
Reorganización, 59.
—. Divorcio/separación, 72.
—. Patrones de apego, 51.
—. Relaciones parentales, 65-66.
Representación de roles, 42, 43, 120.
Representaciones, 38.
—. Amor/sexualidad, 107.
—. Internas, 81-82.
— —. Figuras de apego, 82, 83.
—. Modelo TNA, 38.
—. Patrones transgeneracionales, 38, 39-41.
— visuales, 150, 151.
Reprocesado emocional, 30, 61.
Repromulgación, 127.
Resiliencia, 20.
257
Resonancia magnética. Estudios con, 114.
Responsabilidad. Asumir la, 149, 180, 191, 192.
Respuesta de sintonía emocional, 103.
Respuestas no adaptativas, 136, 160.
Resultados únicos, 151, 152, 206, 219.
Retraimiento emocional, 124, 125-126.
— —. Divorcio/separación, 70.
— —. Embarazo/parto, 60.
— —. Relaciones, 77.
Riesgos. Asumir, 17, 129.
— para la salud. Abuso de alcohol, 177.
Ritalin (metilfenidato), 85, 90.
Ritos de iniciación, 49.
Rituales, 49, 58, 74.
— compartidos, 112-113.
Roles parentales, 17, 50, 51, 62.
Salud mental, 168, 180.
Satisfacción marital, 114, 116.
Secretos de familia, 162.
Segundas oportunidades, 64.
Seguridad, 21, 23, 129, 216.
—. Amor/sexualidad, 108.
—/apego seguro, 19, 20, 35.
— — —. Amor/sexualidad, 106, 107, 132.
— — —. Coherencia/integración de los recuerdos, 138.
— — —. Construir, 26.
— — —. Creatividad, 28-29, 79, 118, 122.
— — —. Estilos de respuesta, 117.
— — —. Hijos, 107.
— — —. Necesidad de, 117.
— — —. Patrones, 78, 79.
— — —. Procesado de la información, 115.
— — —. Relación terapéutica, 170.
— — —. Sentido del yo, 115.
— — — y cambio, 28.
— — — — comunicación, 115.
— — — — regulación emocional, 77-81.
— — — — resolución de problemas, 122.
— — — — satisfacción marital, 114.
—. Derechos a la, 179, 180.
—. Emocional, 119.
—. Espacio terapéutico, 122.
—. Estrategias, 103-104.
—. Expresión emocional, 192.
—. Planes, 102-103.
—. Violencia familiar, 100-101, 102.
— y cambio, 28.
— — creatividad, 28-29.
Sentido del yo, 114.
258
Sentimientos, 17.
—. Análisis de los, 24, 122, 206.
—. Conciencia de los, 21.
— de fracaso, 89-90, 96-97.
—. Dimensiones del apego, 38.
— en la terapia, 13, 91.
—. Estilos narrativos, 30.
Sentimientos. Evocación/reprocesado, 22, 30.
–. Expresión, 119-120.
—. Identificar los negativos, 129.
—. Impacto en los estilos narrativos, 16.
— implícitos, 22-23.
—. Integración, 129.
—. Nombrar los, 122, 206.
— —/explorar los, 206.
—. Ocultación/negación, 13, 19.
—. Patrones transgeneracionales, 30.
—. Pensamientos/acciones, 28-29, 53-55, 119.
—. Reconocimiento, 129.
—. Reflexión sobre los, 26.
—. Regulación de los, 66.
—. Responsabilidad de los, 192-193.
—. Sistema terapéutico de Milán, 17.
—. Terapeuta, 15.
—. Validación, 25.
Separación, 56.
—. Ansiedad/amenaza provocada por la, 64-65.
—. Modelo TNA, 132.
—. Muerte como, 159.
— parental, 69, 86.
—. Pérdida y pena, 156.
— segura, 132.
Servicios de Salud Mentl del Niño y del Adolescente (CAMHS), 31, 84, 87.
Sexualidad/amor, 106-110.
— —. Adolescencia, 53-57.
— —. Contratos implícitos, 112-113.
— —. Cuidado compulsivo, 115.
— —. Diferencias culturales, 107, 109-111.
— —. Estrategias de apego, 118-120.
— — — — distanciamiento, 109-110.
— —. Matrimonio/parejas, 59.
— —. Modelo TNA, 107, 108, 119, 120.
— —. Modelos de funcionamiento interno, 115-120.
— —. Patones evitativos, 109-110.
— —. Reciprocidad mutua, 115-116.
— —. Representaciones, 107.
— — y embarazo/parto, 50-51, 61.
— — — género, 110-114.
Shock, 162, 164.
259
Síntomas somáticos, 105, 157, 161-162.
Sintonía, 23, 38.
Sistema inmunológico. Funcionamiento, 114.
Sistemas culturales europeos occidentales, 49-58.
— representacionales, 150-151, 158, 202-203.
— sociales. Mapeado, 95.
Socialidad, 130.
Soledad, 71.
Soluciones intentadas, 51-52.
Story Stems, 30.
Sueño, 50-51, 61, 104, 165, 167.
Suicidio, 163, 172, 177.
Super Nanny, 89.
Superviviente. Culpa del, 165.
Tabúes, 172.
Tacto. Necesidad del, 113.
“Tanto/como - y más”, 21.
“Tareas paradójicas”, 17.
TDAH (trastorno de déficit de atención con hiperactividad), 84-86.
—. Agresividad/violencia, 88.
—. Análisis del problema, 93-97.
—. Crear bases seguras, 88.
—. Como patrón de conducta aprendida, 86, 88, 91, 93-94.
—. Componentes, 84, 85.
—. Considerar las alternativas, 97-99.
—. Diagnosis, 85, 86, 91, 99.
—. Enredo, 87-88.
—. Estrategia de no culpar, 93-94, 95-96.
—. Etiquetas/terminología, 88-90, 91, 95-96, 98.
—. Gestión, 92, 93.
—. Mantenimiento del cambio/integración, 99-100.
—. Modelo médico, 85-86, 91-92, 94, 96-97, 99.
—. No culpar. Estrategia de, 93-94, 95-96.
—. Patrones de apego, 86-88.
—. Regulación emocional, 76, 84-85, 87, 88.
—. Sesgos de género, 84, 85.
TENNYSON, Alfred, 171.
Tensión muscular, 103.
Teoría de las relaciones objetales, 18, 19, 46.
— del apego, 19.
— — —. Disociación, 136-139.
— — —. Falsa interpretación, 18.
— — —. Perspectiva evolutiva, 16, 115.
— — —. Regulación emocional, 52, 76.
— — —. Seguridad, 28.
— — —. Temas/limitaciones, 16-19.
— — — y psicoterapia sistémica, 17, 18.
— — — — terapia de pareja, 114, 120-123.
— — — — trauma, 137-138.
260
— — aprendizaje social, 101.
— — cambio. Consolidación, 26, 131-132, 175.
— — —. Ideas básicas, 28-30.
— — —. Mantenimiento, 99-100, 153-154.
— — —. Narrativas de apego, 35-36.
— — —. Necesidades de apego, 35-36.
— — — organizativo, 50.
— — —. Patrones/importancia de apego, 30-35.
— — —. Potencial de cambio, 217.
— — — terapéutico, 151-154.
— — — y emoción, 107.
— — — — seguridad, 28.
— — constructo personal, 19.
— evolucionista, 19, 219-220.
— narrativa, 15-16.
— psicodinámica, 14, 17-18, 22, 46-47.
— — focal breve, 17.
— sistémica, 17, 18.
— —. Modelo TNA, 25-26, 34, 130-131.
— — y narrativas de apego, 168-169.
Terapeuta. Apego al, 81.
—. Crítico, 184.
—. Empatía, 24, 26.
—. Experiencias de apego, 14, 44.
—. Formación del, 14.
—. Interacción sintonizada, 24.
—. Postura reflexiva, 14.
—. Reflexiones en equipo, 212-213.
—. Reglas de conversación, 210.
Terapeuta. Sentimientos, 15.
—. Separación del, 27, 153-154.
—. Tercero estable, 102-103, 104, 122, 183-184.
Terapia. Ansiedad provocada por la, 23, 27, 183.
— de orientación experiencial, 118.
— — pareja. Ansiedad, 130.
— — —. Apego emocional, 120-121.
— — —. Bucles de retroalimentación, 118, 124-125.
— — —. Ejemplos de caso, 122-128.
— — —. Expectativas, 116.
— — —. Expresión emocional, 14, 15.
— — —. Herida al apego, 126-127.
— — —. Marco TNA, 123, 124-125, 128, 132.
— — —. Moderar los sentimientos, 127-128.
— — —. Observación/reflexión, 125-126.
— — —. Orientación experiencial, 118.
— — —. Patrones de consuelo, 122.
— — —. Reflexión, 125-126.
— — —. Seguridad, 128.
— — —. Teoría sistémica, 106, 120.
261
— — —. Terapia narrativa, 129.
— — — y depresión, 114.
— — — — teoría del apego, 113-114, 120-123.
—. Expresión emocional en la, 18.
— familiar. Abuso de alcohol, 181.
— —. Confianza
— —. Estrategia de no culpar, 148-149.
— — estratégica, 19.
— —. Expresión emocional, 14, 20.
— —. Hablar, 21.
— —. Mantenimiento del contacto terapéutico, 99.
— —. Modas/enfoques, 13, 14.
— —. Relación terapéutica, 148.
— —. Semtimientos implicados en la, 13, 92.
— — y apego, 14, 151.
—. Final de la, 153-154.
—. Implicación en la, 41, 121, 129, 149.
Terapia. Narrativa, 14-15, 128, 129.
— —. Análisis, 12, 130-131, 172-174.
— — de apego (TNA). Abuso de alcohol, 192.
— — — —. Amor/sexualidad, 107, 108, 120, 121.
— — — —. Andamiaje, 129.
— — — —. Considerar las alternativas, 26, 131-132.
— — — —. Consolidar el cambio, 26, 131-132.
— — — —. Crear una base segura, 23-24, 129-130, 132.
— — — —. Ejemplo de caso, formulación, 31, 34.
— — — —. Modelo, 3, 19, 21-23, 218.
— — — —. Moderar los sentimientos, 132.
— — — —. Procesos sistémicos, 34.
— — — —. Terapia de pareja, 122, 124-125, 128-132.
— — — — y teoría sistémica, 25, 130-131.
— —. Experiencia, 16.
— —. Perspectiva evolutiva, 15-16.
— —. Trauma, 16.
—. Reflexión sobre la, 27.
— sistémica, 14, 15, 20.
— —. Adicción, 176, 186.
— —. Amor/sexualidad, 106, 110, 117, 120.
— —. Narrativa, 217.
— —. Pérdida y pena, 168-169.
—. Trauma, 144-147, 149.
Tercero estable, 102, 104, 122, 183-184.
Thomas, Caitlin (esposa de Dylan), 174.
Tiempo fuera, 104.
— individual, 98.
Timidez, 113.
Tradiciones familiares, 74.
Transferencia, 14, 108.
Transiciones del ciclo de vida. Estrategias despreciativas, 53-56, 58, 59.
262
— — — — —. Seguridad/apego seguro, 48, 52, 55.
Trastorno límite de la personalidad, 117-118, 125.
Trastornos adictivos, 201.
— —. Autocalmarse, 193, 201.
— alimentarios, 67-68, 80, 192-196.
— —. Autocalmarse, 193.
— —. Guiones correctivos, 195-197.
— de conducta, 76.
— — personalidad, 117-118, 153.
— del humor, 76.
— obsesivo-compulsivos, 46.
Tristeza, 92, 102, 164.
Trauma, 133-134, 175-176, 184.
—. Análisis del problema, 150-151.
—. Consideración de alternativas, 151-154.
—. Considerar las alternativas/el cambio, 151-154.
—. Crear una base segura, 144-147.
—. Definición, 101-102, 134-136.
—. Desencadenantes del, 134-135.
—. Disociación, 142, 143.
—. Ejemplo de caso, 146-147, 150, 151-152.
—. Estilos de respuesta, 135-136, 138.
—. Estrategias despreciativas, 135-136, 138, 139, 153.
— — preocupadas, 135, 137, 138, 139, 140.
—. Familia como fuente de peligro, 140-145.
— — — — — protección, 140-141.
—. Funciones, 136.
—. Genogramas, 151.
—. Guiones correctivos, 152-153.
— — —/replicativos, 151-153.
— — replicativos, 152-153.
—. Implicaciones terapéuticas, 144.
—. Invitación terapéutica, 147-149.
—. Mantener el contacto/la integración te-rapéutica, 153-154.
—. Narrativas, 138, 139.
—. Niveles de excitación sexual, 135.
— no resuelto, 22, 195.
—. Patrones familiares, 139-140.
— — transgeneracionales, 40-41, 91, 140, 141.
Trauma. Perspectiva evolutiva, 101.
— procesado, 104, 138, 140, 166.
—. Representaciones/experiencias no re-sueltas, 38.
—. Reprocesado emocional, 116.
—. Respuesta de supervivencia, 138, 139.
—. Seguridad/apego seguro, 153.
—. Teoría del apego/disociación, 137-139.
—. Violencia familiar, 101-102.
— y estrategias de apego, 133, 139, 153.
— — pena, 165, 166, 175.
263
— — TDAH, 85.
Uganda, 108.
Validación, 23, 25, 126-129, 130.
Vejez/jubilación, 68-69.
— —. Fases del ciclo de vida de las familias, 68-69.
Vergüenza, 18, 30, 172.
—. Defensas contra, 104.
Vida. Cronología, 119.
—. Guiones, 42.
Videojuegos, 97.
Vinculación, 17, 63.
—. Interacciones, 125.
— segura, 132, 133.
Vínculos continuados de las relaciones, 157-158, 169, 173, 174, 175-176.
Violencia, 76.
— familiar, 54.
— —. Confianza, 101.
— —. Defensas contra la, 102-103.
— —. Definiciones, 100-102, 134-136.
— —. Disociación, 100.
— —. Embarazo, 102.
— —. Empatía, 103.
— —. Hiperactividad, 104.
— —. Miedo, 102-103.
— —. Negación, 142, 143, 145.
— — — de las emociones, 102.
— —. Perspectiva del aprendizaje social, 102.
— —. Seguridad, 100-101, 102.
— —. Señales de alerta, 104.
Violencia familiar. Terapia de pareja, 116.
— —. Tercero estable, 102-103.
— — y TDAH, 85, 86, 96-97.
Viudas. Estudio sobre, 164, 167.
“Vivir la vida”, 57.
Vulnerabilidad, 127.
WINNICOTT, Donald, 47.
Yo relacional, 118.
Zona de desarrollo próximo, 206.
Zonas culturales fronterizas, 110.
264
Índice de figuras y tablas
Figuras
2.1. Formulación de la TNA: Debbie y su familia
2.2. Procesos sistémicos
2.3. Intrusión de recuerdos traumáticos que afectan en la relación madre-hijo
3.1. Posible aumento de la proximidad después de la pérdida de relación del hijo
3.2. Desarrollo de procesos problemáticos de apego madre-bebé
4.1. Procesos del desarrollo de la autorregulación de los sentimientos
4.2. Patrones de autorregulación
4.3. Gradación de los problemas entre los miembros de la familia
4.4. Mapeado de los sistemas profesionales y sociales
4.5. Mapeado del solapamiento de las conductas “problemáticas” y las “normales”
5.1. Bucles sistémicos de retroalimentación impulsados por la emoción
6.1. Dilema del niño en un patrón de apego de maltrato
6.2. Dilema relacional del niño que intenta mantener los apegos
6.3. Roles múltiples y contradictorios para el hijo en un sistema traumático
8.1. Ciclo de los guiones correctivos y los patrones transgeneracionales no resueltos
9.1. La conversación reflexiva estructurada
Tablas
2.1. Cuestiones y sentimientos de apego
2.2. Enfoques terapéuticos y estilos de apego
265
Obras de Ediciones Morata
de Psicología y Familia
266
267
268
269
Sobre los autores
Arlene Vetere es Ayudante de dirección del doctorado de psicología clínica en la
Universidad de Surrey y terapeuta de familia. Durante unos años ha sido
presidenta de la Asociación Europea de Terapia de Familia.
Rudi Dallos es Director del programa de doctorado en psicología clínica de la
Universidad de Plymouth , también trabaja como psicólogo clínico y está
especializado en la intervención con adolescentes y sus familias.
270
Índice
Portadilla
Créditos
Contenido
Prólogo a la edición española
Prólogo a la edición inglesa
CAPÍTULO PRIMERO: Introducción
Teoría y terapia sistémicas
La teoría y la terapia narrativas
La teoría del apego
2
3
4
7
10
12
14
14
15
CAPÍTULO II: La terapia sistémica y las narrativas de apego.
Marco de referencia para la formulación y la terapia
El modelo de terapia narrativa de apego
Fases de la terapia en el sistema TNA
Teoría del cambio
Las formulaciones orientadoras para la intervención
CAPÍTULO III: Las transiciones en el ciclo de vida y las narrativas
de apego
Las teorías individuales del desarrollo emocional y social
Los modelos de cambio y desarrollo basados en el ciclo de vida familiar
Las fases del ciclo de vida familiar y las organizaciones del apego
CAPÍTULO IV. La regulación de los sentimientos. La agresividad,
el TDAH y la violencia familiar
Los patrones de apego
Las estrategias de apego como filtro de nuestras experiencias
De la autorregulación a la regulación conjunta de los sentimientos
Los problemas de atención/hiperactividad y agresividad
Implicaciones para la terapia: Una formulación del apego
CAPÍTULO V: El amor y la sexualidad: La terapia sistémica y las
narrativas de apego; aplicaciones a las parejas
Sexualidad y género
Las relaciones de apego adulto y los modelos de funcionamiento interno
271
20
20
22
26
38
46
46
48
53
77
77
80
81
85
87
108
113
117
La terapia de parejas y la teoría del apego
Implicaciones de la teoría del apego para la terapia sistémica de pareja
La terapia narrativa de apego con parejas
CAPÍTULO VI: El trauma y la disociación
¿Qué es el trauma?
El trauma, la disociación y la teoría del apego
Los patrones familiares y el trauma
Implicaciones para la terapia
CAPÍTULO VII: La pérdida, la pena y el apego
123
124
131
137
138
141
143
149
160
Los vínculos continuados
Sistemas representacionales y modelos de funcionamiento interno
La pena como proceso
La pérdida de un ser querido, la terapia sistémica y las narrativas de apego
161
163
164
173
CAPÍTULO VIII: Los problemas de adicción: La dependencia del
alcohol y las dificultades alimentarias
182
Trabajar con la dependencia del alcohol
Los trastornos alimentarios y las adicciones
CAPÍTULO IX: Formatos para la exploración
1. Para empezar: Trabajar con las relaciones, los apegos y las narrativas de la
familia
2. Exploración de las narrativas de apego mediante el genograma familiar
3. Andamiaje de las conversaciones sobre los sentimientos y los apegos
4. La escultura emocional
5. Explorar los patrones de comunicación
6. Los guiones correctivos y replicativos
7. Explorar los patrones de consuelo
8. Reflexionar en equipo: las narrativas de apego
9. La conversación reflexiva estructurada
10. Exploración de la herida al apego
Resumen
CAPÍTULO X: Reflexiones y conclusiones
Nuestras propias necesidades
La cultura y los contextos
182
198
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209
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216
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220
222
222
224
Bibliografía
228
272
Índices de nombres y materias, figuras y tablas
Índice de nombres y materias
Figuras
Tablas
236
265
265
265
Obras de Ediciones Morata de Psicología y Familia
Sobre los autores
273
266
270
Descargar
Colecciones de estudio