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Reseña Tras la sombra de mi hermano

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Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Departamento de Letras
Literatura alemana
Profesora: Dra. Soledad Pereyra
Alumna: M. Celeste A. Medina
Legajo: 62976/6
Trabajo práctico Nº 2. Timm, U. (2016). Tras la sombra de mi hermano. San
Martín: UNSAM EDITA.
Consigna 5: En Tras la sombra de mi hermano hay varios fragmentos que nos
relatan el fin de la guerra, la “liberación” y la inmediata posguerra. Ubiquen
algunos de esos fragmentos en la obra, reconstruyan ese ciclo de fin de la
guerra hasta el Milagro Económico alemán y discutan la actitud de los diversos
familiares, sujetos sociales y de Alemania y de los países aliados. Incluyan
todos los aspectos sociales en relación con la posguerra y la ocupación: la
economía, la vuelta a la vida cotidiana, la cultura y la educación, entre otros. No
olviden mencionar la anécdota de la caja de la beneficencia y desarrollen qué
importancia tiene para el escritor/voz principal del texto.
La consigna seleccionada sitúa la situación de la familia y de Alemania en la
posguerra, especialmente en la que a partir de mayo de 1949 se fundará como
la República Federal Alemana, en Hamburgo, ciudad ocupada por las
potencias aliadas, en un principio liberada por los norteamericanos pero más
adelante ocupada y administrada esencialmente por los británicos.
Durante el primer invierno después de finalizada la guerra, la familia recibe un
paquete de beneficencia con alimentos que eran desconocidos para Uwe, el
hijo menor que, evidentemente en su corta vida en contexto de guerra nunca
los había consumido. El paquete también contenía “un par de zapatos, unas
botas negras, nuevas, con suela de piel y tacones de goma con una pieza de
goma roja en el centro, que causaron admiración entre amigos y familiares,
como si de una obra de arte se te tratara” (p. 62)
La fascinación por el estilo y el diseño americano se potencian en el padre que
maldice no haberse marchado a Estados Unidos cuando tuvo la oportunidad de
hacerlo y en el uso ridículo que le da durante todo un verano a los zapatos que
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le quedaban dos números más pequeños, aun cuando el padre no aceptara la
cultura estadounidense: los jeens, el jazz, las películas hollywoodenses y se
indignaba de la reeducación ejercida en las escuelas, que se deja entrever en
el relato de Uwe, quien tenía a un profesor que enseñaba alemán e historia;
reincorporado finalizada la guerra, dado que durante el nazismo había sido
apartado de su trabajo por motivos políticos. Este profesor recalcaba “la
estupidez y los crímenes de los nazis” e inquiría “en los motivos y criticando
con ejemplos la obediencia servil y las inclinaciones militares de los alemanes”
(p. 65). Estados Unidos, a los ojos de Uwe, despertaba admiración, pero
también humillaba a los alemanes, quienes se habían considerado la “raza de
los elegidos para la gloria” (p. 62) Aunque Suecia y Suiza, junto con Estados
Unidos eran, según la perspectiva de Uwe, los países más ricos, éste último
era, también el más poderoso. Ahora Norteamérica humillaba y obligaba a
reeducarse. Aunque el padre de Uwe se indignara por la reeducación impuesta,
su indignación solo podía transformarse en impotencia, nada podía hacer, al
menos en el plano de la vida pública. El modo de vida alemán que amaba y
conocía la primera generación solo podía sostenerse al interior de las casas de
las personas, en una instancia puramente familiar, cotidiana, íntima. Esa
humillación se podía contrarrestar con pequeños gestos, tal como el que el
padre relató haber presenciado en la Francia ocupada por los alemanes
durante la guerra, cuando un soldado alemán ofreció a un niño una manzana;
éste la tomó pero luego la arrojó al suelo con desprecio. El orgullo con el que el
padre la contaba quizás haya sido lo que motivó a Uwe a hacer algo similar
cuando un soldado norteamericano le ofreció un chocolate que él se negó a
aceptar. No es casual que el narrador mencione que este episodio era relatado
por su padre como “si se tratara de un acto heroico” que ‘hubiese sido natural
en su hermano Karl-Heinz’ (p. 65)
Para Uwe la presencia de los soldados estadounidenses es liberadora en
comparación con la presencia de los soldados alemanes: “con olor a cuero, de
las botas tachonadas, de los jawoll y su mal genio, del paso marcial de los
soldados que resonaba por todas las calles”. En cambio, “los vencedores
llegaron con suelas de goma, casi inaudibles. La funcionalidad de un jeep, con
el bidón de gasolina y la pala en la parte trasera. Los parabrisas retractiles. El
olor a una gasolina que olía distinto a la alemana, más dulce. La indolencia con
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que los soldados, con sus uniformes caqui, subían a los jeeps y cómo nos
lanzaban chicles, chocolate y galleta a los niños. Placeres desconocidos”.
(p.63)
Esa imagen de libertadores que reparten placeres dulces a los niños, placeres
que hasta el momento habían sido privativos, cual si fueran Reyes Magos o
Papá Noel, que en lugar de trineo viaja en jeep.
La actitud de los adultos es de humillación ante los aliados, mezclada con
admiración por ellos, por sus productos, por su superioridad. El narrador
describe que la generación adulta entera “vio cómo le arrebataban la autoridad
política, militar e ideológica, y reaccionó ofendida, con orgullo y terquedad” (p.
65).
Uwe
considera
que
los
adultos
alemanes
de
la
posguerra
‘empequeñecieron de un día para otro’ (p. 63), algo que vincula con “el
movimiento antiautoritario de la revuelta estudiantil que se alzó contra la
generación de nuestros padres” (p.64); es decir, deja entrever la actitud
diferente que tiene la segunda generación, la de los hijos y la relaciona a modo
de reacción ante la actitud humillada de esa primera generación.
Se evidencia un cambio externo en la actitud de los adultos, un cambio que los
obliga a reprimir sus opiniones y gustos verdaderos.
El narrador cuenta que, de niño, lo estimulaban a hacer el saludo militar
entrechocando los talones y haciendo reverencias. “Y un día, de repente, los
mayores me hablaron con gran seriedad y me prohibieron hacer lo que
acababa de aprender, chocar los talones. Y nada de decir Heil Hitler. ¡Bajo
ningún concepto!” Se acabó. Eso le dijeron al niño, en voz baja y suplicante.
Era el 23 de abril de 1945 y los soldados americanos acababan de entrar en la
ciudad” (p. 25)
El milagro alemán es relatado desde la historia de la familia en las páginas 23 y
24 y luego a partir de la página 67. La familia se instala en Hamburgo, en el
sótano de una casa semidestruida por los bombardeos previamente relatados
en la historia y del que el hermano Karl había hecho mención en sus cartas,
apiadándose de las víctimas civiles alemanas sin hacer ninguna comparación
con las víctimas civiles de las SS. Allí el padre instala una peletería. Sin
embargo, al cabo de dos años, su padre ya cosía abrigos de pieles costosas y
se pudieron instalar en un departamento. Hasta renovaron el negocio y
contrataron a dos peleteros y seis costureras (pp. 67-69). Para el año 1952, el
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padre contrató incluso un chofer que era una especie de “chico para todo”
(p.73).
En la siguiente cita se pueden observar no solo las referencias al
Wirtschaftswunder (Milagro Económico alemán) sino la posición crítica de Uwe,
como representante de la segunda generación: “Cuando yo tenía dieciséis
años, comenzó entre nosotros una batalla obstinada y cada vez más
encarnizada. Una actitud cerrada e intolerante por su parte un terco silencio por
la mía, provocado por su detestable regulación de la vida cotidiana: nada de
vaqueros, nada de jazz y por las noches a las diez en casa. Todo eran
prohibiciones, exigencias y normas; un sistema de reglas que no me convencía
y cuyas contradicciones me resultaban demasiado evidentes. Ya no era solo
que yo (que me había hecho mayor) comenzara a mirarle de forma crítica, sino
que además nuestras circunstancias vitales habían cambiado. Su porte ya no
era el mismo que a principios de los años cincuenta, cuando las cosas le iban
bien, cuando realmente lo había logrado, entre 1951 y 1954. Durante esos tres
o cuatro años de su vida, lo que era coincidía exactamente con lo que quería
ser. En casa se vivía el milagro económico, lo había logrado, finalmente lo
había logrado. Tenía la vivienda amueblada y un buen coche, un Adler color
verdemar con cuatro puertas, modelo de 1939, con los primeros cambios de
marcha en el volante.” (pp. 23-24)
El milagro económico alemán también queda registrado en la siguiente cita:
“Esa época de improvisación, ingenio y descubrimiento de grandes y pequeños
negocios terminó a mediados de los años cincuenta. Poco a poco los clientes
fueron solicitando abrigos de otra calidad, de pieles raras y caras, de castor,
ocelote o lince, pieles cuyos precios superaban con creces las posibilidades
económicas de mi padre.” (p. 80). Si bien aquí se inicia la decadencia del padre
en su negocio personal, esto tiene que ver con que él, en lo personal no se
aggiorna a los nuevos gustos, mucho más refinados, de alta calidad de los
clientes y las clientas que, entiendo, exigían otra calidad y diseños porque
también tenían la posibilidad de acceder a ellos gracias a la mejora económica
y por la admiración que se tenía del diseño y la moda que ofrecían las
potencias aliadas.
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