El culto de veneración al ancestro Sicán: Una aproximación y evidencias El culto de veneración al ancestro Sicán: Una aproximación y evidencias Sicán Ancestor Veneration Cult: Approach and Evidence Go Matsumoto INTRODUCCIÓN Independientemente de que la representación iconográfica de la Deidad/Señor de Sicán, plasmada en varios soportes, haya sido interpretada como la imagen del progenitor o fundador de la legendaria dinastía Lambayeque (Alva y Alva 1983; Carrión Cachot 1940; Kauffmann-Doig 1983, 1990), las exhaustivas excavaciones de entierros realizadas por el Proyecto Arqueológico Sicán (PAS) desde 1990 han permitido concluir tentativamente que la veneración y conmemoración de los ancestros fue un aspecto central de las creencias religiosas Sicán. En base a múltiples líneas de evidencia derivadas de una serie de análisis interdisciplinarios de las dos tumbas de elite más importantes de la base norte del templo montículo de Huaca Loro (Tumbas Este y Oeste; Figura 1), Shimada y sus colegas (2004) han argumentado convincentemente que algunos de los montículos principales y más grandes de la capital Sicán Medio – Huacas Loro, Lercanlech, Sontillo, La Merced, Las Ventanas y El Corte – fueron el escenario físico central de la veneración a los ancestros efectuada por los diferentes linajes de la elite (ver también Shimada 2009). Los individuos de elite enterrados en la base de Huaca Loro estaban genéticamente emparentados, se distinguían de las clases inferiores en términos de su calidad de vida, y fueron enterrados dentro de un cementerio planificado, en tumbas que fueron objeto de conmemoración durante los banquetes celebrados en la plaza adyacente. Las subsecuentes ampliaciones del montículo piramidal de múltiples niveles resultó en el enterramiento del cementerio debajo de tres fases constructivas, y en la construcción de una superestructura amurallada en la cima del montículo, solamente accesible por Manuscript prepared for “Cultura Sicán: Esplendor Preinca de la Costa Norte” edited by Izumi Shimada PLEASE DO NOT CITE OR CIRCULATE WITHOUT PERMISSION OF THE AUTHORS Go Matsumoto Department of Anthropology, Southern Illinois University at Carbondale [email protected] 1 medio de una rampa que habría funcionado como el lugar para las ceremonias de conmemoración de los venerados. Hasta qué punto nuestros materiales arqueológicos indican que existió la práctica de la veneración a los ancestros, es un problema que necesita ser esclarecido a través de múltiples líneas de evidencia. En su evocativo artículo “Too Many Ancestors”, James Whitley (2002) advierte que muchos arqueólogos tienden a enfocarse solamente en la localización de entierros, desechando de plano concepciones y prácticas que son potencialmente mucho más complejas al incluirlas todas juntas bajo la denominación de “culto al ancestro”. Ha habido muy poco interés en superar este problema crítico de la arqueología andina durante la década pasada. Como una respuesta a los argumentos de Whitley, y en base a las recientes excavaciones del PAS en la capital Sicán Medio, este artículo demostrará cómo deberíamos aproximarnos a la veneración de los ancestros en la prehistoria, y qué evidencia necesitamos para definirla en el registro arqueológico. líneas activas de comunicación que usualmente toman la forma de rituales y sacralizaciones de lugares. Las personas no se convierten necesariamente en ancestros de manera automática después de su muerte (Bradbury 1965; Goody 1962; Ooms 1976). La ancestralidad es más bien una suerte de estatus que se adquiere mediante un proceso de transformación que convierte a los muertos en ancestros (o a los no humanos en ancestros, como en el caso de los progenitores místicos y totémicos) a través de protocolos apropiados realizados por los vivos (e.g., el concepto de proceso ritual tripartito de Van Gennep [1960] y el concepto de liminalidad de Turner [1969]) y que debe ser constantemente reproducido por medio del mantenimiento de la memoria. Planteado así, la veneración al ancestro es un fenómeno más amplio que el ritual mortuorio, en el que se incluyen los ritos funerarios y de enterramiento (Fortes 1965; Morris 1991). Es muy importante notar que el lugar donde se mantiene la memoria de los ancestros no es necesariamente el lugar donde descansan los muertos (Goody 1962; Parker Pearson 2000; Shimada et al. 2007; Whitley 2002). Cuando se convierten en ancestros, los fallecidos pierden sus características personales que tuvieron cuando vivos y pasan a pertenecer a la colectividad (Newell 1976). Los ancestros son categorizados y se les confiere diferentes roles por virtud de sus posiciones relativas en el linaje de veneración (Freedman 1958; Wang 1976). Se cree que algunos ancestros específicos poseen poderes supernaturales, sean benéficos o peligrosos, que afectan directamente a los descendientes vivos (Fortes and Dieterlen 1965; Gough 1958; Pauw 1965; Rehfisch 1969). Kaulicke (1997) plantea un modelo del concepto de la muerte en los Andes centrales basado en fuentes etnohistóricas documentadas desde el siglo XVI hasta el siglo XX, y presenta su aplicabilidad a los tiempos prehistóricos usando datos arqueológicos. Su perspectiva longitudinal sugiere que el concepto de la muerte no ha cambiado mucho del concepto que, él infiere, habría existido en tiempos prehispánicos. LOS ANCESTROS EN LA ETNOGRAFIA Y LA ETNOHISTORIA La veneración al ancestro es un tema con profundas raíces en la reflexión antropológica. Durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX, los antropólogos discutieron su origen y funciones, y definieron sus características mediante comparaciones etnológicas (Durkheim 1961 [1912]; Flügel 1921; Frazer 1933-36, 1968 [1913-24]; Jevons 1902; Malinowski 1948; Phillpotts 1913; Radcliffe-Brown 1948 [1922]; Robertson Smith 1927 [1889]; Spencer 1896; Tylor 1891 [1871]). Aún cuando no hay consenso sobre una generalización particular, podemos proporcionar una definición mínima basada en algunas características comunes: Ancestros son los miembros muertos de una sociedad que son recordados y venerados, periódicamente o intermitentemente, como la fuente de derecho y/o identidad por sus descendientes, a través de 2 Independientemente de su complejidad y variabilidad, el concepto básico de la muerte y su mecanismo orientado a mantener la persistencia física de los muertos habría existido desde 8000 años atrás. De acuerdo a Kaulicke, la muerte en los Andes no es meramente una antinomia de la vida, sino más bien una fase de su secuencia cíclica y transformativa que surge bajo condiciones suprasociales particulares y que eventualmente lleva a la regeneración. Por lo tanto, los muertos y los vivos no pueden ser separados. Para la sociedad que desea permanencia, la muerte es percibida como una crisis que podría alterarla. Ésta es la misma razón por la que los muertos necesitan ser transformados en ancestros a fin de unir una colectividad transgeneracional y eternizar la secuencia cíclica de la sociedad. Durante el Tawantinsuyu, el proceso de convertir a los muertos en ancestros conllevaba que los cuerpos fuesen cuidadosamente embalsamados para ser preservados por años (Cobo 1990 [1653]:39-40). Los cuerpos preservados de los Inkas muertos fueron periódicamente reunidos en las grandes ceremonias públicas y convocados a participar en negociaciones políticas (Gose 1996). De otro lado, se creía que las almas de los muertos dejaban la carne en descomposición, de modo similar como la nueva semilla se separa de las plantas secas (Allen 1982), para ingresar y residir en el mundo subterráneo. Así, se alimentaba a los muertos vertiendo líquidos sobre ellos o sobre el suelo (Arriaga 1968; Betanzos 1996; Cobo 1990 [1653]; Doyle 1988; Duviols 2003). Es en este contexto que la chicha, especialmente aquella hecha de maíz, fue muy apreciada y crucial para las reuniones ceremoniales, tal como ha sido documentado etnohistóricamente en la sierra (Lau 2001, 2002; Murra 1960:397; Rowe 1946:292-293; Salomon 1987; Zuidema 1979). El lugar para derramar la chicha, que a menudo presentaba una estructura de mampostería y/o era deliberadamente adornado con imágenes sagradas del sol y los ancestros (Cieza de León 2010; Guaman Poma de Ayala 1956-66 [1615]; Hyslop 1990:69-101; Moore 1996:792; Rowe 1979:74-75), ha sido bien documentado arqueológica y etnohistóricamente, y se le conoce como ushnu (e.g., los ushnus de Haucaypata, Vilcas Waman, la Isla del Sol, Huánuco Pampa y Jauja Tambo). Citando el testimonio del conquistador español Juan Ruiz de Arce acerca de su visita al Coricancha, MacCormack (1991:66) define ushnu como “una abertura que da acceso a los conductos subterráneos, los cuales canalizan el líquido que se vierte como un sacrificio a la tierra y que por consiguiente propicia la vigencia de sus poderes” (ver también Zuidema 1979). La fuente es una portada a los canales subterráneos imaginarios que unían los cuerpos de agua (e.g., el Lago Titicaca) y formaban parte de los grandes sistemas de circulación del agua del mundo (Bastien 1978; Sherbondy 1992; Urton 1981). Se creía que los ancestros viajaban a través de estos canales para emerger a la superficie y establecer sus ayllus y lugares de origen (o pacarinas). LOS ANCESTROS EN EL REGISTRO ARQUEOLÓGICO Los estudios arqueológicos tradicionales de las creencias religiosas y rituales prehispánicos en los Andes se han focalizado principalmente en la arquitectura ceremonial, las fuentes etnohistóricas, la iconografía, y/o las prácticas mortuorias. Sin considerar los avances teóricos y metodológicos en la arqueología mortuoria desde mediados de los ochentas (Conlee 2006, 2007; DeLeonardis 2000; Dwyer and Dwyer 1975; Hecker and Hecker 1984, 1992a, b; Isbell 1997; Klaus 2003; Lau 2002; Millaire 2002, 2004; Nelson 1998; Proulx 2001; Santoro et al. 2005; Segura et al. 2006), se observa el problema que estas aproximaciones han tendido a minimizar el potencial de la arqueología de campo. Por el contrario, yo más bien argumentaría a favor de una aproximación más integrativa, y enfatizaría la importancia de los datos arqueológicos que han sido relegados a una posición secundaria. Sostengo, por lo tanto, que es urgente la restitución 3 de una arqueología de campo orientada a clarificar los procesos de formación de los sitios, siendo de máxima prioridad las observaciones de primera mano de los microcontextos en los que se encuentran los materiales arqueológicos (e.g., Ascher 1968; Schiffer 1976, 1983, 1987; Walker 1995, 1998). Tomando en cuenta una serie de características notables de los ancestros andinos descritos anteriormente, así como los de otras partes del mundo, sugiero que algunos de los factores y condiciones esenciales para la transformación de los muertos en ancestros serían: (1) algunas pertenencias benéficas de los muertos que ayuden a adquirir y a mantener el bienestar de su grupo (e.g., propiedad o derechos de uso de los recursos y su papel como fuente y símbolo de la identidad grupal); (2) la presencia de su/s sucesor/es que controla/n aquellas pertenencias; (3) lazos genealógicos de legitimación entre los muertos y los sucesores vivos; (4) rituales de transformación para convertir a los muertos en ancestros, los cuales podrían incluir la momificación y curación del cuerpo, su exhibición e inclusión en los asuntos políticos; (5) un lugar y una estructura para el enterramiento final del cuerpo preservado, y (6) servicios y atenciones rituales, continuos o periódicos, ofrecidos por los descendientes en los sitios de entierro y en otros lugares. Descubriendo los vestigios materiales de las prácticas humanas que expresan estos factores y condiciones sería posible definir arqueológicamente la veneración a los ancestros. Las últimas tres condiciones mencionadas parecen ser más prometedoras en la medida que existe una mayor probabilidad de que dejen huellas materiales. Como ha sido observado en los fardos funerarios recientemente descubiertos en las excavaciones en el Complejo El Brujo y Huaca Las Ventanas (Elera 2009; Franco 2009), los cuerpos de los individuos de elite Sicán parecen haber sido envueltos con varias capas de telas y adornados con cabezas falsas o máscaras antes de su entierro final, aunque los textiles no siempre pueden ser reconocidos. Esta clase de práctica para preservar físicamente a los individuos muertos es una de las evidencias más convincentes de la veneración a los ancestros. Los vestigios materiales de una serie de tratamientos secundarios y terciarios del cuerpo (e.g., el reempaquetamiento de los fardos funerarios), tal como la pérdida de huesos y la desarticulación de las junturas en estos mismos fardos funerarios también serían una evidencia contundente de la prácticas rituales continuas puntualizadas por Kaulicke (ver Shimada et al. 2010:143). Las expresiones simbólicas del programa mortuorio Sicán parecen conllevar dos objetivos: el enmascaramiento y el realce de la individualidad. De un lado, se solía cubrir los rostros de los miembros muertos de la elite Sicán con máscaras de metal que exhiben rasgos estandarizados (e.g. ojos en forma de coma invertidos). El enmascaramiento de su individualidad parece haber permitido a estos miembros de la elite adquirir la condición de ancestro, unir a la colectividad, y transformarse ellos mismos en seres sobrenaturales. De otro lado, sus individualidades fueron reflejadas simultáneamente en los tres componentes funerarios básicos de Kaulicke (1997): la estructura funeraria, el tratamiento del cuerpo, y los objetos asociados. Estos componentes parecen haber expresado el rol social premortem de los muertos reconocido por los vivos, y los deseos e intenciones de éstos últimos (e.g., las diferencias en el acondicionamiento funerario entre la las Tumbas Este y Oeste de Huaca Loro; Shimada et al. 2004). Consecuentemente, los entierros de los ancestros Sicán podrían ser identificados mediante: (1) una máscara usada por el individuo enterrado como el símbolo de la colectividad transgeneracional; (2) un tratamiento especial del cuerpo para preservarlo (e.g., haciendo un fardo); (3) rituales y fiestas postenterramiento para conmemorar a los muertos y reforzar los vínculos con ellos; (4) la alteración y renovación del cuerpo preservado (e.g., reempaquetamiento y exhumación de algunas 4 partes del cuerpo); y (5) vínculos genéticos estrechos con otros individuos enterrados en las cercanías. Más importante aún, en cuanto a la evidencia que relacionaría las actividades funerarias con las actividades rituales separadas espacialmente y denominadas veneración a los ancestros, sostengo que el procedimiento más prometedor sería la confrontación de los componentes artefactuales y ecofactuales de los contextos rituales con los de los contextos funerarios. Si los artefactos y ecofactos que han sido hallados sólo dentro de los entierros son hallados también en los sitios rituales, se puede inferir un vínculo simbólico entre ambos lugares y la existencia de prácticas relacionadas a la generación de los ancestros más allá de los contextos funerarios. Así, los marcadores vinculantes posibles podrían incluir materiales para preservar, vestir, y decorar el cuerpo y convertir a los muertos en ancestros (e.g., cinabrio, plumas, y textiles para pintar, decorar, y envolver el cuerpo), cuidarlos como tales (e.g. ofreciendo y compartiendo alimentos y bebidas), y renovar el cuerpo preservado. reducido dramáticamente las probabilidades de los arqueólogos de detectar entierros y actividades post-enterramiento intactos dentro de profundas secuencias estratigráficas; sin embargo, una serie de prospecciones con un radar de penetración de suelos (GPR por sus siglas en inglés) junto con excavaciones asociadas nos han permitido localizar entierros y contextos rituales intactos alrededor del templo montículo de Huaca Loro. Consecuentemente, como uno de sus objetivos principales de las excavaciones intensivas del 2006 y 2008 (nota 1), el PAS buscó delinear la trayectoria de las interacciones durables entre los muertos y los vivos a través de una perspectiva más prolongada y amplia, y planeó la excavación de varios contextos de entierro y rituales en el sitio (Figura 1). EL PAS 2006 Las excavaciones del año 2006 revelaron una serie de actividades mortuorias en el suelo funerario Sicán Medio (PASHL’06, Trincheras 1-3, denominado Cementerio Oeste) que incluyeron las Tumbas 1 y 2, otras estructuras funerarias mas pequeñas y simples, y dos cuerpos sacrificados (Shimada et al. 2007; Figura 2). La mayoría de los entierros parece haber sido ordenada alrededor de las Tumbas 1 y 2 sin dañarlas, aunque dos de los entierros rectangulares habían sido disturbados por las deposiciones secuenciales posteriores de los dos individuos sacrificados (T2-B6; Figura 3). De los 30 entierros y tumbas documentados se recuperaron siete máscaras hechas de diferentes clases de metal (e.g., aleaciones de cobre-arsenical, de cobrearsenical-plateado, y de cobre-arsenical-dorado) halladas en distintas partes del cementerio (nota 2). En muchos casos se identificaron huellas de enfardelamiento de los cuerpos que se encontraban sentados y con las piernas cruzadas o flexionadas. Es remarcable que en 12 de los 24 entierros que contuvieron restos humanos (nota 3), el cuerpo se hallara extendido en decúbito dorsal con la cabeza al sur, lo cual replica el antiguo LAS TEMPORADAS DE CAMPO DEL PAS 2006 Y 2008 A diferencia de un mero culto a los muertos (Gluckman 1937; Goody 1962; Hertz 1960 [1905-06]; Morris 1991), la secuencia de crear y recordar a los ancestros a través de las interacciones entre los vivos y los muertos se expresa en un sistema complejo de rituales, los cuales empiezan incluso antes de la muerte física y son repetidos durante un largo periodo de tiempo después de la disposición final de los restos del individuo fallecido. Estas prácticas rituales podrían estar expresadas materialmente en varios contextos –temporalmente profundos y espacialmente amplios. Así, a fin de explorar arqueológicamente la naturaleza de la veneración al ancestro, es esencial estudiar las manifestaciones materiales de un rango más amplio de contextos donde los rituales correspondientes podrían haber ocurrido. Las actividades devastadoras de saqueo de larga data en esta área han 5 patrón de enterramiento Mochica (Donnan and Mackey 1978). La persistencia de la etnicidad Mochica reflejada en programas de entierro también ha sido reportada por Klaus y sus colegas en el área adyacente (Klaus 2008; 2009, en prensa). Muchos entierros estuvieron acompañados por cráneos y/o patas de camélidos y ofrendas de alimentos en ollas pequeñas de cocina y en botellas finas de cerámica. En la Tumba 2 se recuperaron más de 1200 vasijas funerarias en miniatura (frecuentemente llamadas crisoles), indicativas de las ofrendas y/o libaciones rituales que fueron parte de las ceremonias funerarias. Los análisis de estas vasijas sugieren que fueron hechas apresuradamente o con muy poco cuidado en diversos lugares, y que contuvieron bebidas tipo chicha y algún tipo de comida preparada a base de maíz, ají, y cierta clase de tubérculo (Cervantes et al. 2011, en prensa). Estas vasijas parecen haber sido hechas y/o traídas por la gente numerosa que participó en los funerales, presumiblemente individuos pertenecientes a diferentes grupos sociales y de diferentes lugares. Sin embargo, debido a su pobre cocción, las vasijas en miniatura no pudieron contener ningún tipo de liquido por mucho tiempo; siendo más probablemente que hayan sido usadas para localizar simbólicamente las ofrendas en la tumba. Sobre este cementerio hubo un mínimo de 14 superficies de ocupación abarcando más de 400 años (Figura 4). Cada nivel presentó evidencia de superficies quemadas, artículos quemados (e.g., maíz y textiles), concentraciones de ceniza, fogatas, ollas enterradas, fogones de cocina revestidos con adobes, huesos desarticulados de animales (e.g., cuyes y pumas), etc. Las superficies quemadas, sobre las que la gente parece haber prendido fogatas de poña –el término local para los desperdicios arbóreos del algarrobo, fueron encontradas en toda el área de Huaca Loro. Estas superficies presentando actividades de quema estuvieron delimitadas hacia arriba y hacia abajo por gruesos depósitos aluviales de arena y arcilla, los cuales probablemente sean resultado de intensas lluvias e inundaciones subsecuentes. El examen cuidadoso de los contextos de quema reveló que las actividades que los originaron ocurrieron inmediatamente después de que las capas aluviales se secaran (Figura 5), una secuencia que se asemeja al caso de los rituales de sacrificio Moche Tardío documentados en la Plaza 3A de la Huaca de la Luna (Bourget 2001). En algunos casos, se hallaron trozos de poña y carbón parcialmente incrustados en las superficies arcillosas o de limo fino. También se observaron algunas improntas de alimentos en una superficie que estuvo anegada. EL PAS 2008 Ya que las excavaciones del PAS 2006 revelaron una estratigrafía profunda e intacta de vestigios materiales que sugieren interacciones prolongadas entre los vivos y los muertos desde el periodo Sicán Medio, intentamos ampliar nuestra perspectiva y procedimos a muestrear un área más grande. Durante la temporada del 2008, el PAS excavó 8 áreas (PASHL’08 Áreas 1-8) que presentaron un total de 8 contextos funerarios (Shimada y Elera 2010). A fin de expandir nuestro conocimiento del rango y la naturaleza de las actividades en la llamada Gran Plaza, se emprendió la excavación en HL’08-Área 3, en realidad una ampliación de la excavación del año 1990, con el propósito de clarificar el contexto más amplio de las actividades rituales inferidas a partir de los datos obtenidos durante la temporada de campo del PAS de aquel año. La excavación de esta área proporcionó tres grandes hallazgos en la Gran Plaza. En primer lugar, documentamos un fogón revestido de adobes de 3 por 3 m fechado en el periodo Sicán Medio, ca. 1000 d.C. (Superficie Ocupacional 7). Dentro y alrededor de este fogón hallamos una deposición gruesa de tierra ceniza (> 20 cm) conteniendo una gran variedad de restos alimenticios (e.g., huesos de animales y pescados, conchas y semillas), vasijas fragmentadas de cocinar y servir, artículos 6 exóticos (e.g., pequeñas concentraciones de cinabrio y Conus fergusoni), herramientas de producción artesanal (e.g., torteros en forma de disco y agujas de coser), y algunos huesos humanos (Figura 6). El PAS también encontró una serie de fogones grandes en la plaza asociados con abundantes restos de alimentos y vasijas fragmentadas (e.g., PAS’90-T7 y PAS-HL’08-Área 4). Los grandes fogones usados para preparar una sustancial cantidad de alimentos simultáneamente parecen hallarse esparcidos en toda el área de la Gran Plaza. La alta frecuencia de huesos de camélidos –exceptuando el cráneo y las patas que usualmente se empleaban como ofrendas en los entierros- parece indicar que el resto del cuerpo fue procesado para su consumo directo (ver Shimada y Shimada 1997). Dentro de los depósitos de tierra ceniza inmediatamente al este del fogón de cocina del Área 3, descubrimos un ícono de cerámica del Señor de Sicán. La cara con los ojos en forma de coma invertidos, un rasgo típico de las representaciones del Señor/Deidad Sicán, pudiera ser una parte de un cántaro con cara gollete separada y recortada con habilidad (Figura 7). Este ícono pudo haber funcionado como un mecanismo nemónico que mantuvo vigente el recuerdo de un individuo o grupo particular de la elite Sicán, a la vez que habría servido para exhibir la identidad social/religiosa de este miembro o grupo social. La diversidad de los artefactos acompañantes hallados en y alrededor del fogón podría ser un indicador de las actividades múltiples y simultáneas que ocurrían en la plaza, tal como la preparación de alimentos, los rituales que incluían la exhumación de algunas partes de los cuerpos enterrados o la preparación de los fardos funerarios (e.g., esqueletos pintados con cinabrio), y la producción artesanal. Con relación a esto último, en la esquina noreste de Huaca Loro, PAS-HL’08-Área 5, se halló una gran área de trabajo de metal Sicán Medio (más de 8 x 8 m de extensión) asociada con desechos de láminas de oro, cinceles, fragmentos de toberas y acumulaciones de escoria (Figura 8). En segundo lugar, documentamos un canal, que inferimos fue ritual (22-48 cm de ancho y 20-30 cm de profundidad) en un nivel posterior (Superficie de Ocupación 6) a la superficie con el fogón de cocina que hemos descrito. Este canal que cortaba la plataforma de adobe asociada con el fogón, fue construido en forma de T con el brazo central corriendo de sur (río La Leche) a norte (Huaca Colorada) y con un canal más pequeño y menos profundo orientándose hacia el oeste (Huaca Loro) (Figura 9). Las paredes interiores de la parte sur del canal principal estuvieron revestidas con adobes y mortero de arcilla. De manera interesante, algunas medidas de elevación tomadas a lo largo del canal sugieren que el agua fue conducida desde las huacas hacia el curso actual del río La Leche al sur. Esta dirección, totalmente opuesta a lo que se esperaría de acuerdo a las acequias ordinarias –esto es, de la fuente de agua como un río hacia un área de uso como una huaca- sugiere un uso ritual del canal (e.g., el derrame ritual de chicha asociado con el ushnu). La excavación de una tumba cerca de la esquina noroeste de Huaca Loro (PASHL’08-Área 1) proporcionó una serie de ofrendas de vasijas que se hallaban dispuestas a lo largo del borde erosionado del lado norte del templo (Figura 10). Estos cántaros habían sido colocados cuidadosamente en el extremo distal de las canaletas naturales formadas por el flujo del agua de lluvia que descendía por los flancos del templo montículo de Huaca Loro. Junto con la función ritual del canal descrito anteriormente, el flujo de líquido descendiendo desde las huacas parece haber tenido un fuerte significado simbólico (Shimada y Matsumoto 2011). Finalmente, hallamos una serie de cinco superficies ocupacionales con evidencias de quema superpuestas al canal ritual. Estas superficies fueron muy semejantes a las documentadas el 2006 y 2008 alrededor del montículo de Huaca Loro. Las quemas fueron hechas a base de poña y estuvieron asociadas con muy pocos restos culturales. 7 DISCUSIÓN Retomemos la lista de las manifestaciones materiales que indicarían una veneración al ancestro entre los Sicán, tal como fue discutido páginas atrás. Con relación al primer indicador, contamos con siete máscaras hechas de diferentes clases de metal provenientes de entierros, aunque estos objetos no siempre fueron usados por los individuos enterrados o incluso no se asociaron espacialmente con ninguno de ellos (e.g., T1-B7 y T2/3-B12). Respecto de los siguientes dos indicadores, las diferentes actividades documentadas en la Gran Plaza parecen reflejar las prácticas de veneración al ancestro a mediados de Sicán Medio. Es bastante probable que la gente haya producido artículos (e.g., textiles y objetos de metal) para preparar y adornar los fardos funerarios. Los fardos antiguos pudieron haber sido reennfardelados periódicamente. Los participantes en estas actividades también pudieron haber consumido una gran cantidad de alimentos. Un esqueleto incompleto, preservado en lo que parece fue un textil, es compatible con nuestro cuarto indicador. Este hallazgo señalaría claramente la posibilidad de la exhumación de algunas partes del cuerpo y su enterramiento secundario, aunque no hay evidencia directa de reempaquetamiento de los fardos funerarios. El quinto indicador será evaluado con los resultados de los análisis genéticos que actualmente están en proceso. Si bien las actividades descritas se hallan espacialmente separadas –prácticas mortuorias en el área de Huaca Loro y otras actividades en la Gran Plaza- podría existir un vínculo entre ellas manifestado en las prácticas alimenticias que serían parte de la veneración al ancestro. Nuestras excavaciones sugieren la posibilidad de que durante las ceremonias funerarias y conmemorativas de los muertos, los muertos enterrados y los vivos participantes de las fiestas en la Plaza hayan compartido la carne de los camélidos, más específicamente, las cabezas y patas habrían sido destinadas a los primeros y el resto del cuerpo consumidos por los segundos. Tradicionalmente, los arqueólogos dedicados al estudio de las prácticas mortuorias interpretan los huesos de camélidos de los entierros como ofrendas a los muertos, pero raramente presentan cómo fue procesado el resto del cuerpo de estos animales. Esta hipótesis de trabajo todavía espera su examen mediante el análisis zooarqueológico de los huesos de camélidos a fin de no solamente identificar la especie, edad, sexo y región anatómica de cada resto y compararlo con las proporciones relativas de dichas variables entre ambos grupos, sino también de determinar la posibilidad de que las partes de cuerpo de camélidos de estos dos contextos son mutuamente exclusivas. Similarmente, la recuperación de alimentos y bebidas especiales en los eventos de consumo de la Gran Plaza podrían proporcionar una clara evidencia de las fiestas relacionadas con los ancestros. Recientemente Cutright (2005a, b; 2007) ha intentado reconstruir las prácticas Sicán de la preparación de alimentos (foodways; e.g. elecciones culturalmente construidas de ingredientes, preparaciones y equipo culinario) relacionadas con los muertos. Para ello ha examinado los restos macrobotánicos y faunísticos de 31 entierros Sicán del sitio de Farfán en el valle bajo de Jequetepeque. Su trabajo ha mostrado que las vasijas usadas para comida frecuentemente contuvieron solo una especie, básicamente maíz, y que algunas especies como el maíz, los frijoles, y los pescados pequeños pero enteros tendieron a concurrir. La frecuencia de maíz, ya sea las mazorcas con los granos o los granos sueltos, fue incomparablemente alto (87%). Estos resultados parecen apoyar la generalización panandina de que la libación de cerveza de maíz es uno de los componentes más importantes de las ceremonias rituales (e.g., Abercrombie 1998; Arriaga 1968; Betanzos 1996; Cobo 1990 [1653]). A fin de proceder a una comparación con los materiales de Cutright provenientes de Farfán, actualmente se encuentra en proceso una serie de análisis de restos micro y macrobotánicos (e.g., polen, 8 fitolitos, y granos de almidón) de nuestras excavaciones. Los resultados también serán comparados con el estudio de Cervantes et al. 2011 (y en prensa) de restos alimenticios en vasijas en miniatura y con las colecciones de ecofactos de los sitios residenciales contemporáneos excavados en las áreas adyacentes (e.g. Huaca del Pueblo Batán Grande, Huaca Sialupe, Pampa Chaparrí, y Túcume). Figura 2: Distribución espacial y secuencia temporal de las tumbas y entierros hallados en las trincheras PAS-HL’06 1, 2 y 3 (cronología cerámica revisada de Shimada 1995: 27, Fig. 12). CONCLUSIONES Mediante una aproximación integral a una serie de modelos etnohistóricos/etnológicos relevantes y a los correlatos materiales correspondientes que han sido observados en el registro arqueológico, he argumentado que la veneración al ancestro puede ser efectivamente definida arqueológicamente en y fuera de los contextos funerarios mismos. La atención exclusiva a la búsqueda de entierros y al uso precipitado y poco cuidadoso del término de “ancestro” –una crítica que justificadamente fue puntualizada por James Whitley- podría ser superada ampliando nuestra perspectiva para estudiar áreas más extensas y profundas y prestando una atención cuidadosa a nuestros datos contextuales. De ser así, podremos estudiar la naturaleza multidimensional de las prácticas religiosas y determinar quiénes estuvieron involucrados en ellas y qué, cuándo y cómo ellos hicieron lo que hicieron y en qué contextos. Esto, sin embargo, será incompleto sin la restitución de la arqueología de campo. Figura 4: La Superficie Ocupacional 5 en PAS-HL'06-T2 mostrando varios rasgos y áreas quemadas a lo largo del borde oeste de la Terraza Basal del templo montículo de Huaca Loro. Foto de Go Matsumoto. Leyendas de figuras Figura 1: Principales tumbas y trincheras excavadas hasta el presente por el proyecto Arqueológico Sicán en el templo montículo de Huaca Loro y la Gran Plaza adyacente en la capital Sicán Medio, costa norte del Perú. Figura 7: Ícono de cerámica del Señor de Sicán que habría sido removido de un cántaro con cara gollete. Foto de Go Matsumoto. Figura 3: Dos individuos sacrificados, Individuos 1 (A) y 2 (B) hallados en la Trinchera 2, Entierro 6. Nótese que el Individuo 2 había sido decapitado (Foto de Go Matsumoto). Figura 5: Vista de detalle del contexto de quema en la Superficie Ocupacional 5 del PAS-HL'06-T3. Nótese que la poña (el término local para las ramas de algarrobo) se encuentra parcialmente incrustada en las superficies arcillosas o de limo fino. Foto de Izumi Shimada. Figura 6: Fogón de 3 por 3 m revestido de adobes y utilizado durante el periodo Sicán Medio medio (950-1050 d.C.). Los trabajos de prospección con un radar de penetración de suelos de Hirokatsu Watanabe revelaron que en la mitad oeste del fogón se prolongaba por debajo del perfil oeste de la trinchera por casi 2.5 m (Foto de Go Matsumoto) Figura 8: Restos de metal (e.g. residuos de laminas de oro, cinceles, y escoria) asociados con un área de trabajo de metal Sicán Medio en PAS-HL’08-Área 5, otra unidad de excavación del trabajo de campo del PAS 2008 en la esquina noreste de Huaca Loro. Foto de Izumi Shimada. 9 2) Tres estuvieron localizados sobre la cara (T-1-B10, T-2/3-B17) y el pecho (T-1-B4) de los cuerpos enterrados, dos estuvieron cerca del cuerpo (T-1-Tumba 1, T-1-B6), y dos fueron enterrados juntos con otros objetos funerarios pero sin ningún resto humano (T-1-B7, T-2/3-B12). No se pudieron reconocer variaciones significativas en la frecuencia a través de los diferentes periodos de tiempo. De las siete máscaras, cuatro datan de Sicán Medio temprano (4/14=0.29%), uno de Sicán Medio medio (1/8=0.13%), uno de Sicán Medio tardío (1/3=0.33%), y uno de un periodo desconocido (1/5=0.20%). Figura 9: Canal ritual de la Superficie Ocupacional 6, PASHL'08-Área 3. Las medidas de elevación revelaron que el líquido fluía desde las Huacas (norte) hacia el río La Leche (sur). Figura 10: Ofrendas de vasijas cuidadosamente localizadas en los extremos dístales de las canaletas naturales formadas por el agua de lluvia que descendía por los flancos empinados de Huaca Loro (PAS-HL'08-Área 1). Foto de Izumi Shimada. Agradecimientos: Antes que nada, agradezco a mi asesor Dr. Izumi Shimada por proporcionarme la magnífica oportunidad de participar en su proyecto para mi investigación doctoral. Las temporadas de campo 2006 y 2008 fueron financiadas por becas de The Tokyo Broadcasting System, Japan. Estoy agradecido por su apoyo. También agradezco a todos los miembros del proyecto – Dr. Carlos Elera, Gabriela Cervantes, Dr. Ursel Wagner, Dr. Ken-ichi Shinoda, Dr. Katsutomo Kato, Melody Shimada, Hirokatsu Watanabe, Dr. Aniko Bezur, Elvis Mondragón, and Kayeleigh Sharp – y a los trabajadores locales por su trabajo altamente calificado tanto en el campo como en laboratorio. 3) Consistentes de cinco de Sicán Medio temprano (T1-B2, T1B3, T1-B8, T2/3-B8, y T2/3-B13), tres de Sicán Medio medio (T1-B5, T2/3-B1, y T2/3-B10), dos de Sicán Medio tardío (T1B6 y T1-B9), y dos entierros de periodo desconocido (T2/3-B14 y T2/3-B17). Notas: 1) Los objetivos principales de las temporadas de campo del PAS 2006 y 2008 incluyeron: (1) incrementar la muestra funeraria para examinar mejor la hipótesis de que los entierros alrededor y debajo de Huaca Loro fueron planeados y distribuidos en dos grupos; (2) determinar si la estructura social Sicán Medio estuvo reflejada en los patrones funerarios en el espacio y en la variación del tratamiento funerario; y (3) documentar las relaciones prolongadas entre los vivos y los muertos. 10 In his evocative article “Too Many Ancestors”, James Whitley (2002) warned that many archaeologists tend to focus solely on burial locations and give short shrift to potentially much more complicated conceptions and practices by simply lumping them together under the heading of “ancestor cult.” There has been very little attempt to get over this critical problem in Andean archaeology during the last decade. As a response to Whitley’s arguments, in this article, I will demonstrate how we should approach prehistoric ancestor veneration and what evidence we need to define it in the archaeological record, referring to recent excavations by the SAP at the Middle Sicán capital. Sicán Ancestor Veneration Cult: Approach and Evidence Go Matsumoto INTRODUCTION Independent of conventional iconographic interpretations of the Sicán Deity/Lord represented on various media as the progenitor or the founder of the legendary Lambayeque dynasty (Alva and Alva 1983; Carrión Cachot 1940; Kauffmann-Doig 1983, 1990), the comprehensive burial excavations by the Sicán Archaeological Project (SAP) since 1990 has reached a tentative conclusion that central to the Sicán religious beliefs was the ancestor veneration and commemoration. Based on multiple lines of evidence gained from interdisciplinary analyses of two major elite shaft tombs at the north base of the Huaca Loro temple mound (East and West Tombs; Figure 1), Shimada and his colleagues (2004) cogently argue that some of the large-scale principal mounds at the Middle Sicán capital – Huacas Loro, Lercanlech, Sontillo, La Merced, Las Ventanas, and El Corte – were the physical foci of ancestor veneration by different elite lineages (also see Shimada 2009). At the base of Huaca Loro, genetically close elite individuals, distinguished from the masses in terms of quality of life, were interred in the tombs arranged in a planned cemetery and commemorated during feasting activities held in the adjacent plaza area. Subsequently, the multi-level pyramidal mound was expanded and thus covered the cemetery ground through inferred three construction phases, and the walled superstructure on top of the mound only accessible by the ramp is considered to have functioned as the locus for commemoration ceremonies for the venerated. The judgment of whether our archaeological materials represent the existence of ancestor veneration needs to be made through multiple lines of evidence. ANCESTORS IN ETHNOGRAPHY AND ETHNOHISTORY Ancestor veneration is a theme with deep roots in anthropological thoughts. Anthropologists during the late 19th and the early 20th centuries discussed its origin, functions, and defining characteristics for ethnological comparisons (Durkheim 1961 [1912]; Flügel 1921; Frazer 1933-36, 1968 [1913-24]; Jevons 1902; Malinowski 1948; Phillpotts 1913; Radcliffe-Brown 1948 [1922]; Robertson Smith 1927 [1889]; Spencer 1896; Tylor 1891 [1871]). Even though there is no singular generalization that can be agreed upon everywhere, we can provide a minimal definition based on some common characteristics: Ancestors are the dead members of society who are remembered and venerated as the source of entitlement and/or identity by their descendents, periodically or intermittently, through active lines of communication usually in the form of rituals and sacralization of places. People do not necessarily become ancestors automatically after they die (Bradbury 1965; Goody 1962; Ooms 1976). Ancestorhood is rather a sort of status to be gained from a transformational process of making ancestor of the dead (or nonhuman such as totemistic and mystical progenitors) through appropriate protocols by the living (e.g., Van Gennep’s [1960] concept of tripartite ritual process and Turner’s [1969] concept of liminality) and to be constantly reproduced by means of 11 remembering. In this regard, ancestor veneration goes beyond mortuary ritual such as interment and funerary rites (Fortes 1965; Morris 1991). It is very important to note that the place of remembering does not necessarily correspond to the resting place of the dead (Goody 1962; Parker Pearson 2000; Shimada et al. 2007; Whitley 2002). When becoming ancestors, the deceased lose their in-life personal characters and belong to a collectivity (Newell 1976). They are categorized and given different roles by virtue of their positions in the lineage relative to the venerating (Freedman 1958; Wang 1976). Specific ancestors are believed to possess supernatural powers, if beneficial or hazardous, which directly affect the living descendents (Fortes and Dieterlen 1965; Gough 1958; Pauw 1965; Rehfisch 1969). Kaulicke (1997) presents a model of the concept of death in Central Andes based on ethnohistorical sources recorded from the 16th to 20th centuries and shows its applicability to prehistoric times using archaeological data. His longitudinal overview suggests that the concept of death has not changed very much from that which he infers in prehispanic times. Regardless of its complexity and variability, the basic concept of death and its mechanism oriented to maintaining physical persistence of the dead have existed since 8000 years ago. According to Kaulicke, the death in the Andes is not merely an antonym of life, but rather a state of its cyclical, transformational sequence that comes into existence under super-societal conditions and eventually leads to regeneration. Therefore, the dead and the living cannot be separated. For the society that wishes for permanence, the death is perceived as a crisis that could disturb it. This is the very reason why the deceased need to be transformed into ancestor so as to join a transgenerational collectivity and eternize the cyclical sequence of society. In the course of making an ancestor of the deceased in Tawantinsuyu, the dead body was carefully embalmed to be preserved for years (Cobo 1990 [1653]:39-40). The preserved bodies of the dead Inkas were periodically summoned to major public ceremonies and participated in political negotiations (Gose 1996). The souls of the deceased, on the other hand, were believed to come out of the deteriorating flesh, just as living seeds break away from desiccating plants (Allen 1982), and to enter and reside in the underground world. Thus, they were fed by pouring liquid onto or into the ground (Arriaga 1968; Betanzos 1996; Cobo 1990 [1653]; Doyle 1988; Duviols 2003). It is in this context that chicha, especially those made out of maize, was highly esteemed and critical for ceremonial gatherings, as recorded ethnohistorically in the highlands (Lau 2001, 2002; Murra 1960:397; Rowe 1946:292-293; Salomon 1987; Zuidema 1979). The locus for pouring chicha, which is oftentimes accompanied by an altar-like masonry structure and/or elaborately adorned sacred images of the Sun and ancestors (Cieza de León 2010; Guaman Poma de Ayala 1956-66 [1615]; Hyslop 1990:69-101; Moore 1996:792; Rowe 1979:74-75), has been ethnohistorically and archaeologically well-documented and known as ushnu (e.g., those at Haucaypata, Vilcas Waman, Island of the Sun, Huánuco Pampa, and Jauja Tambo). Quoting a Spanish conquistador Juan Ruiz de Arce’s chronicle on his visit to Coricancha, the central courtyard of Tawantinsuyu, MacCormack (1991:66) defines ushnu as a “an opening giving access to the underground drains that channeled liquids poured as sacrifice into the earth, thereby sustaining its powers” (also see Zuidema 1979). The fountain is a gateway to the imaginary underground canals that linked water sources (e.g., Lake Titicaca) and formed a part of great water circulation systems of the world (Bastien 1978; Sherbondy 1992; Urton 1981). Ancestors were believed to travel through these canals and to have emerged and established their ayllus and homelands (or pacarina). ANCESTORS IN ARCHAEOLOGICAL RECORD Traditional archaeological studies of prehispanic religious beliefs and rituals in the Andes have focused primarily on 12 ceremonial architecture, ethnohistorical resources, iconography, and/or mortuary practices. Aside from theoretical and methodological advancements in the mortuary archaeology since the mid 80s (Conlee 2006, 2007; DeLeonardis 2000; Dwyer and Dwyer 1975; Hecker and Hecker 1984, 1992a, b; Isbell 1997; Klaus 2003; Lau 2002; Millaire 2002, 2004; Nelson 1998; Proulx 2001; Santoro et al. 2005; Segura et al. 2006), these approaches have tended to largely downplay the potential of field archaeology. Contrarily, I would rather argue for a more integrative approach and emphasize the importance of archaeological data that have been relegated to a subservient position. I strongly urge the reinstatement of field archaeology that is aiming at clarifying site formational processes with maximum priority placed on the firsthand observations of micro-contexts of archaeological materials in the field (e.g., Ascher 1968; Schiffer 1976, 1983, 1987; Walker 1995, 1998). Taking into account a series of salient characteristics of Andean ancestors described above as well as those in other parts of the world, critical defining factors and conditions for the deceased to become an ancestor would include: (1) some beneficial belongings of the deceased that helps to gain and maintain the well-being of his/her group (e.g., proprietary or use rights of resources and his/her role as the source and symbol of group identity); (2) the presence of his/her successor(s) who take over those belongings; (3) legitimizable, genealogical linkage between the dead and the living successor(s); (4) transformational rituals for making the deceased an ancestor, which may include mummification of the corpse and its curation, display, and involvement in political affairs; (5) the place and structure for final interment of the preserved corpse; and (6) periodical or continuous ritual services and tendance, which are to be provided by the descendants not only at the burial location, but also at some other place(s). By finding out material vestiges of human practices through which these factors and conditions are embodied, it would be possible to define ancestor veneration archaeologically. Especially the latter three above are more promising because there is a better chance that they leave material traces. As seen in the anthropomorphic funerary bundles (or fardos) recently recovered from the excavations at El Brujo Complex and Huaca Las Ventanas (Elera 2009; Franco 2009), the remains of Sicán dead elites seem to have been wrapped in textile bundles and given a false face or mask before final interment, although the textiles cannot always be well recognized. This sort of practice to preserve physical persistence of the deceased individual is one of the most compelling evidence for ancestor veneration. Vestiges of secondary or tertiary body treatments (e.g., rewrapping of funerary bundles) indicated by material evidence such as loss of bones and disarticulation of joints in those funerary bundles would also be strong evidence for the continuous ritual practices that Kaulicke pointed out (see Shimada et al. 2010:143). The symbolic expressions of Sicán mortuary program seem to be twofold: masking and highlighting individuality. On one hand, faces of Sicán dead elites were covered with metal mask with standardized features (e.g., inverted comma eyes). By masking their individualities, they seem to have been able to gain ancestorhood, join the collectivity, and transform into a supernatural being. On the other hand, their individualities were concurrently expressed by Kaulicke’s (1997) three basic funerary components: funerary structure, body treatment, and associated objects. These seem to have expressed the premortem social role by which the living recognized the dead individual and the desires and intentions of the living (e.g., distinctions in burial furniture between Huaca Loro East and West Tombs; Shimada et al. 2004). Consequently, the burials of Sicán ancestors may be identified by: (1) a mask as the symbol of transgenerational collectivity worn by the interred individual; (2) special body treatment for 13 preserving the corpse (e.g., making fardo); (3) post-interment rituals and feasts to commemorate the deceased and reinforce the linkages to them; (4) alteration and renewal of the preserved corpse (e.g., rewrapping and exhumation of body parts); and (5) close genetic affiliations with other individuals interred nearby. More importantly, for the evidence that links funerary activities and spatially separated ritual activities under the name of ancestor veneration, I argue, contrasting artifactual and ecofactual components of the ritual contexts with those of funerary contexts would be most promising avenue to pursue. If artifacts and ecofacts that have been found only within burials are recovered in the ritual sites, a symbolic linkage can be inferred between those two loci and may indicate the existence of ancestorveneration-related practices away from the funerary contexts. Thus, possible linkage markers may involve materials for preserving, dressing, and decorating the corpse to make an ancestor of the deceased (e.g., cinnabar, feathers, and textiles to paint, decorate, and wrap the corpse), caring the ancestor (e.g., food and drink to offer and share), and renewing the preserved body. intact burials and post-interment activities within deep stratigraphic sequences; however, a series of Ground Penetrating Radar (GPR) surveys and accompanying test excavations enabled us to locate intact burials and ritual contexts around the Huaca Loro temple mound. Consequently, as one of the primary objectives of its intensive excavations in 2006 and 2008 i, the SAP aimed to delineate the trajectory of the protracted interactions between the dead and the living by means of a longer and wider perspective and chose to excavate several burial/ritual contexts at the site (Figure 1). SAP 2006 The excavation in 2006 revealed mortuary activities in the Middle Sicán burial ground (SAP-HL’06 Trenches 1-3; designated the West Cemetery) that consisted of Tombs 1 and 2, other smaller and simpler funerary structures, and two sacrificed bodies (Shimada et al. 2007; Figure 2). Most of the burials seem to have been arranged later around the two tombs without damaging them, although two of the rectangular burials had been disturbed by the later sequential depositions of the two sacrificed individuals (T2-B6; Figure 3). Out of 30 burials and tombs were recovered seven metal masks made of different kinds of metal (e.g., copper-arsenic, copper-arsenic and silver alloy, and gilt copper-arsenic) and placed in different locations ii. Many burials showed some vestige of wrapping of the flexed or cross-legged and seated body. It is very remarkable that in 12 out of 24 burials that contained human remainsiii, the body was placed extended on the back with the head toward the south, which replicates the earlier Mochica burial pattern (Donnan and Mackey 1978). The persistence of the Mochica ethnicity manifested in burial program has also been reported by Klaus and his colleague (2008; 2009, in press) in adjacent area. Many burials were accompanied by camelid crania and/or limbs and food offerings in small cooking necked ollas as well as fine ceramic bottles. From Tomb 2 were recovered over 1200 SAP 2006 AND 2008 FIELD SEASONS As opposed to a mere cult of the dead (Gluckman 1937; Goody 1962; Hertz 1960 [1905-06]; Morris 1991), the sequence of making and remembering ancestor through dead-living interactions is expressed in a complex system of rituals that begin even before physical death and are repeated over a long period of time after the final placement of remains of the deceased individual. These ritual practices may be expressed materially in various contexts – temporally deep and spatially wide. Thus, in order to archaeologically explore the nature of ancestor veneration, it is essential to study those material manifestations in a broader range of contexts where related rituals may have taken place. The devastating looting activities of long standing in this area have made it difficult for archaeologists to fully capture both 14 miniature funerary vessels (oftentimes called crisoles), indicative of ritual offerings and/or libations at the funeral ceremonies. The analyses of these vessels all suggests that they were either hastily or poorly made and fired in diverse locations and contained chicha-like drink and stew-like substance made of maize, chili pepper, and certain kind of root crop (Cervantes et al. in press a, b). They appear to have been made and/or brought by many people who participated in the funerals, presumably of different social groups in different locations. However, because of poor firing, they were not able to hold liquids of any sort for a long time; more likely, they were used to symbolically place offerings in the tomb. Above this cemetery were a minimum of 14 occupational surfaces together spanning over 400 years (Figure 4). Each revealed evidence of burnt surfaces, burnt items (e.g., maize and textile), ash concentrations, fire pits, buried ollas, adobe-lined hearths, disarticulated animal bones (e.g., guinea pigs and puma), and so forth. The burnt surfaces, on which people seem to have set fire to poña – the local term for algarrobo tree litter, were extensively found throughout the Huaca Loro area. These occupational surfaces of burning activities were sandwiched between thick alluvial deposits of sand and clay most probably due to heavy rains and subsequent floods. A close look at each burning activity revealed that the activities took place immediately after alluvial events before the ground surface was dry (Figure 5), as was the case with the sacrificial rituals documented during the Late Moche at Plaza 3A, Huaca de la Luna (Bourget 2001). In some cases, poña and charcoal bits were found partially embedded in fine silt or clayish surfaces. Some foot prints were also observed on a freshly waterlain surface. Sicán period, we attempted to broaden our perspective and sample a wider area. In 2008, the SAP excavated eight areas (SAP-HL’08 Areas 1-8) that involved a total of eight funerary contexts (Shimada and Elera 2010). In order to expand our knowledge of the range and nature of activities in the Great Plaza, the excavation at HL’08-Area 3, which was an extension of the limited excavation in 1990, was aimed at clarifying the broader context of ritual activities inferred from the data collected during the SAP1990 field season. During this excavation, we made three major findings in the Great Plaza. First, we documented a 3-by-3 m adobe-lined hearth that pertained to the middle Middle Sicán, ca. 1000 C.E. (Occupational Surface [OS] 7). In and around the hearth we found a thick ashy soil deposition (> 20 cm) containing a whole variety of food remains (e.g., animal and fish bones, shells, and seeds), fragmented serving and cooking vessels, exotic items (e.g., cinnabar bits and a Conus fergusoni), craft production tools (e.g., spindle whirls and sewing needles), and some human bones (Figure 6). The SAP has found a series of large hearths in the plaza, associated with abundant food remains and vessel fragments (e.g., SAP’90-T7 and SAP-HL’08-Area 4). The Great Plaza seems to have been dotted with large hearths used to prepare substantial amount of food at a time. The high frequency of camelid bones – other than the skull and limbs usually devoted to burial offerings – seem to indicate that the rest of the body was processed for consumption (See Shimada and Shimada 1997). Within the ashy soil deposits immediately east of the cooking hearth in the Area 3, we recovered a ceramic Sicán Lord icon. The face with the inverted-comma eyes, typical of the Sicán Deity/Lord representations, had been cut out most likely from a face-neck jar and neatly trimmed (Figure 7). This face icon may have functioned as a mnemonic device that revived memories of a certain individual or a group of Sicán elite and have been carried to display his or her social/religious identity. The diversity SAP 2008 Now that the SAP2006 excavation revealed an undisturbed deep stratigraphy of material vestiges that suggest protracted interactions between the dead and the living since the Middle 15 of accompanying artifacts found in and around the hearth may be a telltale sign for simultaneous, multiple activities occurring in the plaza such as cooking, rituals involving exhumed body parts or preparing of the funerary bundles (e.g., cinnabar-painting skeletons), and craft production. In regard to the last, an extensive Middle Sicán metalworking area (over 8 x 8m in extent) was indeed found associated with scraps of gold sheets, chisels, tuyere fragments, and slag lumps in another excavation unit at the northeast corner of Huaca Loro, SAP-HL’08-Area 5 (Figure 8). Second, we documented an inferred ritual canal (22-48 cm wide and 20-30cm deep) on one level above the surface associated with the aforementioned cooking hearth (OS 6). Cutting through the adobe platform associated with the hearth, it was dug in a T-shape with the main channel running from the south (La Leche River) to the north (Huaca Colorada) and a smaller, shallower channel diverging towards the west (Huaca Loro) (Figure 9). Adobe bricks lined the southern part of the main channel and clay mortar plastered all of the interior walls. Interestingly, some elevation measurements taken along the canal suggest that it flowed from the huacas towards the present-day course of the La Leche River just to the south. This direction, totally opposite from that expected for ordinary canals – namely from water source to use areas – suggests a more ritual use of this construction (e.g., ritual pouring of chicha akin to the ushnu). The tomb excavation around the northwest corner of Huaca Loro (SAP-HL’08-Area 1) recovered a series of vessel offerings placed along the north edge of the eroded temple (Figure 10). These cantaros were carefully placed at the distal termini of natural gutters formed by rainwater that cascaded down the steep slopes of the Huaca Loro temple mound. Together with the inferred ritual function of the canal above, the flow of liquid coming from the Huacas seems to have had a strong symbolic meaning (Shimada and Matsumoto 2011). Third, on five occupational surfaces above the inferred ritual canal, we found a series of burnt occupational surfaces just like those documented in 2006 and 2008 all around the Huaca Loro mound. The surfaces were simply burnt using poña and were associated with very few cultural remains. DISCUSSION Now, recall the aforementioned list of material manifestations expected for Sicán ancestor veneration. Regarding the first, seven masks made of different kinds of metal were found in burials, although they were not always worn by the interred individuals or did not even accompanied any individual (e.g., T1-B7 and T2/3B12). In regard to the second and the third, various activities documented in the Great Plaza seem to support ancestor veneration practices during the middle Middle Sicán. People produced craft items (e.g., textile and metal) most likely to prepare and attire funerary bundles. Old bundles may have been rewrapped periodically. A large amount of food may have been served for those who were involved in these activities. The fourth is also suggested by an incomplete skeletal remain preserved in what seemed to be textile, which clearly illuminates the possibility of exhumation of body parts and secondary burial, although there is no direct evidence of rewrapping of funerary bundles. The fifth awaits the results of genetic analyses that are under way. Spatially separated sets activities – mortuary practices in the Huaca Loro area and other various activities in the Grand Plaza – may be linked by food practices under the name of ancestor veneration. Our excavations raised the possibility that during the inferred funerary and commemorative ceremonies of the deceased, camelid meats were shared between the deceased interred in burials and the living participants of the feasts in the Plaza, more specifically head and limbs for the former and the rest of the body for the latter. Mortuary archaeologists have traditionally considered camelid bones found in burials to be offerings to the deceased, but hardly agued how the rest of the 16 body was processed. This working hypothesis is yet to be tested by zooarchaeological examinations of camelid bones that are aimed not only at identifying the species, age, sex, and body region of each remain and comparing the relative proportions of those variables between the two groups, but also at determining the possibility that the body parts of these two contexts are mutually exclusive. Furthermore, the recovery of special food and drink in the consumption activities documented at the Great Plaza may also be a strong evidence for ancestor-related feasts. Cutright (2005a, b; 2007) recently attempted to reconstruct the foodways for the Sicán dead (e.g., culturally constructed choices of ingredients, preparations, and culinary equipment) from the macrobotanical and faunal remains from 31 Sicán burials at the site of Farfán in the lower Jequetepeque Valley. She revealed that the interred food vessels oftentimes contained only one species, primarily maize, and that such species as maize, beans, and small whole fish tended to co-occur. The frequency of maize, either cobs with kernels attached or loose kernels, was incomparably high (87%). These results seem to support the pan-Andean generalization that libation of maize beer is one of the most critical components of ritual ceremonies (e.g., Abercrombie 1998; Arriaga 1968; Betanzos 1996; Cobo 1990 [1653]). For a comparison with Cutright’s report from Farfán, paleoethnobotanical analyses of macro and micro remains (e.g., pollens, phytoliths, and starch grains) from our excavations are now under way. The results will also be compared with Cervantes et al.’s (in press a, b) study of food remains in miniature vessels and the ecofactual assemblages from the contemporaneous residential sites ever excavated in the adjacent areas (e.g., Huaca del Pueblo Batán Grande, Huaca Sialupe, Pampa de Chaparrí, and Túcume). correlates observed in archaeological record, I have argued that ancestor veneration can indeed be defined archaeologically in and away from funerary contexts. The exclusive focus on burial locations and the hasty, uncritical use of the term “ancestors” – which James Whitley justifiably pointed out – may be relinquished by broadening our perspective to cover wider and deeper areas and carefully looking at our contextual data. We can further develop the study of multifaceted religious practices through the inquiries of who got involved and what, when, and how they did in what contexts. This is incomplete without the reinstatement of field archaeology. Captions for Figures Figure 1: Major tombs and trenches excavated thus far by the Sicán Archaeological Project around the Huaca Loro temple mound and in the adjacent Great Plaza at the Middle Sicán capital, northern North Coast of Peru. Figure 2: Spatial distribution and temporal sequence of tombs and burials found in PAS-HL’06 Trenches 1 through 3 (ceramic chronology revised from Shimada 1995:27, Fig. 12). Figure 3: Two sacrificed individuals, Individuals 1 (A) and 2 (B), recovered from Trench 2 Burial 6. Note that the Individual 2 had been decapitated. Photo by Go Matsumoto. Figure 4: The Occupational Surface 5 in PAS-HL'06-T2 accompanied by various features and burnt areas along the west edge of the Basal Terrace of the Huaca Loro temple mound. Photo by Go Matsumoto. Figure 5: A close look at the burning activity on the Occupational Surface 5 in PAS-HL'06-T3. Note that poña, the local term for CONCLUSION Employing an integrated approach to relevant ethnohistorical/ethnological models and corresponding material 17 algarrobo tree litter, was found partially embedded in fine silt or clayish surfaces. Photo by Izumi Shimada. project members – Dr. Carlos Elera, Gabriela Cervantes, Dr. Ursel Wagner, Dr. Ken-ichi Shinoda, Dr. Katsutomo Kato, Melody Shimada, Hirokatsu Watanabe, Dr. Aniko Bezur, Elvis Mondragón, and Kayeleigh Sharp – and local field crews for their high-quality works both in the field and in the laboratory. Figure 6: A 3-by-3 m adobe-lined hearth utilized during the middle Middle Sicán period (950-1050 C.E.). A Ground Penetrating Radar survey by Hirokatsu Watanabe revealed that the west half of the hearth went into the west profile of the trench about 2.5m. Photo by Go Matsumoto. Notes 1) The primary objectives of the PAS 2006 and 2008 field seasons included: (1) expanding our funerary sample to better test the hypothesized planning and bipartionining of the burials around and under Huaca Loro; (2) determining if the Middle Sicán social structure was reflected in funerary patterns in space and variation in funerary treatment; and (3) documenting the protracted relationships between the living and the dead. Figure 7: A ceramic Sicán Lord icon most likely removed from a face-neck jar. Photo by Go Matsumoto. Figure 8: Metal artifacts (e.g., scraps of gold sheets, chisels, and slag lumps) associated with a Middle Sicán metalworking area in PAS-HL’08-Area 5, another excavation unit of the PAS 2008 field season at the northeast corner of Huaca Loro. Photo by Izumi Shimada. 2) Three were placed over either the face (T-1-B10, T-2/3-B17) or the chest (T-1-B4) of the interred body, two near the body (T1-Tomb 1, T-1-B6), and two buried together with other grave goods but without any human remain (T-1-B7, T-2/3-B12). Any significant frequency variation through different time periods could not be recognized. Out of the seven masks, four came from early Middle Sicán (4/14=0.29%), one from middle Middle Sicán (1/8=0.13%), one from late Middle Sicán (1/3=0.33%), and one from unknown period (1/5=0.20%). Figure 9: An inferred ritual canal on the Occupational Surface 6, PAS-HL'08 Area 3. The elevation measurements revealed that the liquid in the canal should have flowed from the Huacas (north) towards the La Leche River (south). Figure 10: Vessel offerings carefully placed at the distal termini of natural gutters formed by rainwater that cascaded down the steep slopes of Huaca Loro (PAS-HL'08 Area 1). Photo by Izumi Shimada. 3) They consist of five early Middle Sicán (T1-B2, T1-B3, T1-B8, T2/3-B8, and T2/3-B13), three middle Middle Sicán (T1-B5, T2/3-B1, and T2/3-B10), two late Middle Sicán (T1-B6 and T1B9), and two burials of unknown period (T2/3-B14 and T2/3B17). Acknowledgements First of all, I thank my academic advisor Dr. Izumi Shimada for providing me with wonderful opportunities to participate in his project for my dissertation research. The 2006 and 2008 field seasons were supported by grants from the Tokyo Broadcasting System, Japan. I am grateful for their support. I also thank all of 18 Figure 1: Major tombs and trenches excavated thus far by the Sicán Archaeological Project around the Huaca Loro temple mound and in the adjacent Great Plaza at the Middle Sicán capital, northern North Coast of Peru. 19 Figure 2: Spatial distribution and temporal sequence of tombs and burials found in PAS-HL’06 Trenches 1 through 3 (ceramic chronology revised from Shimada 1995:27, Fig. 12). 20 Figure 3: Two sacrificed individuals, Individuals 1 (A) and 2 (B), recovered from Trench 2 Burial 6. Note that the Individual 2 had been decapitated. Photo by Go Matsumoto. 21 Figure 4: The Occupational Surface 5 in PAS-HL'06-T2 accompanied by various features and burnt areas along the west edge of the Basal Terrace of the Huaca Loro temple mound. Photo by Go Matsumoto. 22 Figure 5: A close look at the burning activity on the Occupational Surface 5 in PAS-HL'06-T3. Note that poña, the local term for algarrobo tree litter, was found partially embedded in fine silt or clayish surfaces. Photo by Izumi Shimada. 23 Figure 6: A 3-by-3 m adobe-lined hearth utilized during the middle Middle Sicán period (950-1050 C.E.). A Ground Penetrating Radar survey by Hirokatsu Watanabe revealed that the west half of the hearth went into the west profile of the trench about 2.5m. Photo by Go Matsumoto. 24 Figure 7: A ceramic Sicán Lord icon most likely removed from a face-neck jar. Photo by Go Matsumoto. Figure 8: Metal artifacts (e.g., scraps of gold sheets, chisels, and slag lumps) associated with a Middle Sicán metalworking area in PAS-HL’08-Area 5, another excavation unit of the PAS 2008 field season at the northeast corner of Huaca Loro. Photo by Izumi Shimada. 25 Figure 9: An inferred ritual canal on the Occupational Surface 6, PAS-HL'08 Area 3. The elevation measurements revealed that the liquid in the canal should have flowed from the Huacas (north) towards the La Leche River (south). 26 Figure 10: Vessel offerings carefully placed at the distal termini of natural gutters formed by rainwater that cascaded down the steep slopes of Huaca Loro (PAS-HL'08 Area 1). Photo by Izumi Shimada. 27 REFERENCES/REFERENCIAS Abercrombie, T. A. 1998 Pathways of Memory and Power: Ethnography and History among an Andean People. University of Wisconsin Press, Madison, WI. 1965 Father and Senior Son in Edo Mortuary Ritual. En African Systems of Thought: Studies presented and discussed at the third International African Seminar in Salisbury, December, 1960, editado por M. Fortes y G. Dieterlen, pp. 96-121. Oxford University Press, London. Allen, C. J. 1982 Body and Soul in Quechua Thought. Journal of Latin American Lore 8(2):179-196. Carrión Cachot, R. 1940 La Luna y su personificación ornitomorfa en el arte Chimú. 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