Subido por iyabar

Pulgarcito

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Cuento infantil Pulgarcito
Había una vez una pareja de campesinos que deseaba tener hijos. Todas las
noches, sentados junto al hogar, conversaban entre ellos:
–¡Qué triste es esta casa sin niños correteando!– decía el hombre
–¡Cuánto silencio, mientras en las otras casas todo es alegría!– respondía la
mujer
Sucedió al fin, que después de tanta espera y tantas plegarias, la mujer dió a
luz a un niño, bellísimo y perfecto, pero pequeñito como un dedo pulgar.
A los padres no les importó. Lo amaban con todo el corazón, y en razón de su
tamaño, le llamaron Pulgarcito.
Los campesinos lo alimentaban lo mejor que podían, pero el niño no crecía.
Pasaron algunos años, pero el pequeñín seguía siendo tan alto como un
pulgar. A pesar de ello, era un niño muy listo, era capaz de conseguir lo que se
proponía gracias a su astucia, más allá de su tamaño.
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Un día su padre debía ir al mercado del pueblo para vender algunas gallinas y
hortalizas. No podía llevar las gallinas y los vegetales de una sola vez, por lo
que tendría que hacer dos fatigosos viajes. En eso estaba pensando cuando
dijo para sí, hablando en voz baja:
–¡Ojalá tuviera alguien que me pudiera llevar el carro con las gallinas más
tarde!
Pulgarcito lo escuchó y quiso ayudar a su padre:
–¡No te preocupes papá! Yo te llevaré el carro a la hora que tú me digas
El campesino, riendo, le respondió:
–Eres demasiado pequeño para llevar las riendas, ¡nunca lo lograrías!
Pero el niño estaba muy seguro de sí mismo, y le dijo al hombre que si su
madre le ayudaba a enganchar las riendas, él se subiría a la oreja del caballo y
lo conduciría al pueblo sin problemas. El campesino pensó que con probar no
perderían nada, y aceptó.
De camino al pueblo
A la hora establecida, la madre enganchó el caballo al carro y Pulgarcito se
sentó en la oreja del animal. Desde allí le iba dando órdenes: «¡Arre! ¡Soo!».
Todo iba según los planes del pequeño, hasta que con el carro cogió el camino
que atravesaba el bosque. Allí se topó con dos forasteros, que sorprendidos,
vieron pasar un carro y escucharon la voz del carretero, pero no lograron verlo
por ninguna parte.
–¡Aquí sucede algo extraño! Vamos a seguir al carro a ver si lo descubrimos–
dijo uno de los forasteros.
Finalmente el carro llegó al mercado, y cuando Pulgarcito vio a su padre le
gritó:
-¡Papá estoy aquí, ayúdame a bajar!
El campesino acercó su mano a la oreja del caballo, y el niño saltó en ella. Al
verlo, los forasteros no podían dar crédito a sus ojos. Pensaron que podrían
hacerse ricos exhibiendo al niño en miniatura de ciudad en ciudad, y se
dirijieron al campesino para hacerle una oferta:
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