Cuento infantil Pulgarcito Había una vez una pareja de campesinos que deseaba tener hijos. Todas las noches, sentados junto al hogar, conversaban entre ellos: –¡Qué triste es esta casa sin niños correteando!– decía el hombre –¡Cuánto silencio, mientras en las otras casas todo es alegría!– respondía la mujer Sucedió al fin, que después de tanta espera y tantas plegarias, la mujer dió a luz a un niño, bellísimo y perfecto, pero pequeñito como un dedo pulgar. A los padres no les importó. Lo amaban con todo el corazón, y en razón de su tamaño, le llamaron Pulgarcito. Los campesinos lo alimentaban lo mejor que podían, pero el niño no crecía. Pasaron algunos años, pero el pequeñín seguía siendo tan alto como un pulgar. A pesar de ello, era un niño muy listo, era capaz de conseguir lo que se proponía gracias a su astucia, más allá de su tamaño. <img class="aligncenter size-full wp-image-35527" src="https://www.pequeocio.com/wp-content/uploads/2018/12/pulgarcitocuento.jpg" alt="Cuento Pulgarcito" width="800" height="750" srcset="https://www.pequeocio.com/wp-content/uploads/2018/12/pulgarcitocuento.jpg 800w, https://www.pequeocio.com/wpcontent/uploads/2018/12/pulgarcito-cuento-300x281.jpg 300w, https://www.pequeocio.com/wp-content/uploads/2018/12/pulgarcito-cuento768x720.jpg 768w, https://www.pequeocio.com/wpcontent/uploads/2018/12/pulgarcito-cuento-550x516.jpg 550w" sizes="(maxwidth: 800px) 100vw, 800px" /> Un día su padre debía ir al mercado del pueblo para vender algunas gallinas y hortalizas. No podía llevar las gallinas y los vegetales de una sola vez, por lo que tendría que hacer dos fatigosos viajes. En eso estaba pensando cuando dijo para sí, hablando en voz baja: –¡Ojalá tuviera alguien que me pudiera llevar el carro con las gallinas más tarde! Pulgarcito lo escuchó y quiso ayudar a su padre: –¡No te preocupes papá! Yo te llevaré el carro a la hora que tú me digas El campesino, riendo, le respondió: –Eres demasiado pequeño para llevar las riendas, ¡nunca lo lograrías! Pero el niño estaba muy seguro de sí mismo, y le dijo al hombre que si su madre le ayudaba a enganchar las riendas, él se subiría a la oreja del caballo y lo conduciría al pueblo sin problemas. El campesino pensó que con probar no perderían nada, y aceptó. De camino al pueblo A la hora establecida, la madre enganchó el caballo al carro y Pulgarcito se sentó en la oreja del animal. Desde allí le iba dando órdenes: «¡Arre! ¡Soo!». Todo iba según los planes del pequeño, hasta que con el carro cogió el camino que atravesaba el bosque. Allí se topó con dos forasteros, que sorprendidos, vieron pasar un carro y escucharon la voz del carretero, pero no lograron verlo por ninguna parte. –¡Aquí sucede algo extraño! Vamos a seguir al carro a ver si lo descubrimos– dijo uno de los forasteros. Finalmente el carro llegó al mercado, y cuando Pulgarcito vio a su padre le gritó: -¡Papá estoy aquí, ayúdame a bajar! El campesino acercó su mano a la oreja del caballo, y el niño saltó en ella. Al verlo, los forasteros no podían dar crédito a sus ojos. Pensaron que podrían hacerse ricos exhibiendo al niño en miniatura de ciudad en ciudad, y se dirijieron al campesino para hacerle una oferta: