Denuncia Andrew Reding nuevas modalidades de fraude electoral

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PROCESO #776, 16 de septiembre de 1991, 16-­‐17 Denuncia Andrew Reding nuevas modalidades de fraude electoral en México, observadas por él Por Andrew Reding Andrew Reding es director del Proyecto México del World Policy Institute en la New
School for Social Research en Nueva York. Reding, que ha colaborado en México con
varios medios, entre ellos, New York Times, el Journal of Commerce, Newsday, Christian
Science Monitor, estuvo presente este año en las elecciones de Nuevo León y Guanajuato
y entregó este texto en exclusiva para Proceso.
En julio pasado, por invitación que me hicieron miembros de la fracción panista
independiente del Congreso de Nuevo León, viajé a Monterrey a observar las elecciones
de gobernador y Congreso local. Como lo escribí en Proceso (770), el día de las
elecciones fue tranquilo, siendo esto poco usual tratándose de elecciones en México. Sin
embargo, durante un recorrido de inspección por 20 casillas distribuidas en la zona
metropolitana de Monterrey, me encontré con serias parcialidades estructurales, resultado
de un sistema electoral regido por un solo partido político. En todas las casillas visitadas,
tanto el presidente como el secretario resultaron ser miembros del PRI; aproximadamente
una de cada tres casillas estaba instalada en la casa de algún miembro del partido. En
ninguna de las casillas era posible marcar la boleta con la seguridad de no ser observado.
Alguien nos informó que el PRI estaba sobornando a algunos representantes panistas de
casillas para que no se presentaran; visité cuatro casillas de una lista que contenía a los
supuestos sobornados: en dos de las cuatro los observadores panistas no estaban. Aun así
la ausencia de cualquier signo de intimidación física o entrometimiento contribuía a dar
una impresión generalizada de que en estas elecciones las autoridades habían decidido
jugar limpiamente.
En agosto, de camino a las elecciones en Guanajuato, pasé por Monterrey. Tres miembros
de la fracción independiente del PAN me hicieron llegar dos tomos azules; uno contiene
los resultados oficiales de las elecciones del 7 de julio para gobernador de Monterrey y el
otro los resultados de las elecciones para legisladores. No esperaba encontrarme con nada
especialmente interesante, ya que asumí que la Comisión Estatal Electoral, cómodamente
manipulada por el PRI, ya habría depurado cuidadosamente los resultados para
desaparecer las irregularidades obvias. Al abrir una página al azar descubrí lo contrario:
pronto me encontré clasificando varios patrones de irregularidades que sugerían una
modalidad distinta del fraude. Las más obvias eran las casillas en las que el número de
votos excede el padrón efectivo (padrón menos credenciales no entregadas). A simple
vista había 63 en la elección para gobernador y 53 en la legislativa. Más aún, haciendo un
examen más profundo encontré casos similares que habían sido ocultados por la
anulación masiva de boletas.
En la casilla III-124 del 15 distrito electoral de Monterrey, por ejemplo, había 931 boletas
en las urnas para gobernador, donde el padrón es de 896 y el efectivo de 872. Pero el
51%, o sea 475 boletas, se había anulado, permitiendo que la casilla pareciera ser regular.
Hubo 60 casillas parecidas en la elección para gobernador que, sumadas a las 63 antes
mencionadas, dan un total de 123 casillas en las que el número de votos excede el padrón
efectivo.
Continuando con el análisis encontré otra incongruencia. En otras 43 casillas un gran
número de boletas había sido anulado. Normalmente las boletas son anuladas sólo cuando
el votante las deja en blanco, marca más de un partido, o de alguna otra forma no hace
obvia su decisión. Como este tipo de errores son poco frecuentes, es poco común que la
anulación sobrepase el 5%. Sin embargo en las casillas en cuestión las anulaciones
excedieron el 10% y en general fluctuaron entre el 20 y el 60%.
Por ejemplo, en la casilla X-169, en San Nicolás, 448 de los 1,003 votos, es decir, el
45%, fue anulado, dejando al PRI con una ventaja de 449 a 106. El esquema se repitió en
las casillas vecinas: en la X-168 se anularon 109 boletas, el PRI ganó 396 a 97, y en la
casilla X-170 hay 484 anuladas, el PRI ganó 367 a 102. Gran contraste con la victoria
panista en el resto de esta zona municipal metropolitana de Monterrey.
En la zona rural de Nuevo León el PRI produjo su ahora clásico “zapato”, reclamando el
cien por ciento de los votos en 56 casillas. En el 26 distrito electoral local, cercano a
Aramberri, la distribución de votos culminó en el cien por ciento. De 70 casillas, 17
registraron el 100% para el PRI, once el 99%, ocho el 98%, cinco el 97%, tres el 96%,
cuatro el 95%, tres el 94%, y así sucesivamente.
Ese esquema se repitió en el 70 Distrito local, que incluye a Agualeguas: cinco casillas
con el 100%, cinco con el 99%, una con el 98%, tres con el 97%, tres con el 96%, dos
con el 95%, una con el 94%, etcétera.
Este tipo de esquemas característicos de las elecciones en México y en la Unión Soviética
antes de Gorbachov son inconcebibles en las verdaderas democracias. La Unión Soviética
por lo menos tenía la disculpa de que no había otros partidos en las boletas. Sin embargo,
no se hizo ningún esfuerzo por evitarle al presidente Salinas la vergüenza de tener dos
“zapatos” en Agualeguas, ubicada a tiro de piedra de la frontera con Texas. (Casillas VI4, 124 votos; VI-5, 123 votos).
En resumen, aproximadamente 360 de las 2,082 casillas aparecen en el recuento oficial
con una combinación de votos irregulares, anulación sospechosa de boletas y el 95% o
más de los votos recibidos a favor del PRI.
Sin embargo, esto es seguramente sólo la punta del iceberg. Por cada casilla en la que los
rellenadores de urnas accidentalmente excedieron el padrón, cuántas habrá en las que
fueron más cautelosos y borraron cualquier rastro de fraude. La casilla IX-124, en
Guadalupe, por ejemplo, no parece tener ninguna irregularidad en los resultados finales:
se hicieron 509 votos de un padrón efectivo de 821; sin embargo, un reportero del diario
El Norte, que estuvo durante la votación a la entrada de esta casilla, contó sólo 315
personas que entraron a votar.
Únicamente 50 de las casillas obviamente fraudulentas, aquéllas en las que el número de
votos recibidos sobrepasaba el padrón efectivo por más del 10%, fueron anuladas por las
autoridades. Sin embargo, según diputados de la fracción independiente, un emisario de
Sócrates Rizzo se les acercó para hacerles una curiosa oferta justo antes de que votaran
como Colegio Electoral para certificar los resultados. La oferta era: si los diputados
acordaban certificar la elección de Rizzo en un veredicto unánime, Rizzo por su parte
aceptaría la anulación de 300 casillas seleccionadas por ellos. Pero estas casillas sólo se
anularían para la elección de gobernador, no para la legislativa, a pesar de que los
resultados demuestran esquemas de irregularidades casi idénticos.
El cálculo político detrás de la oferta era obvio: Rizzo sabía que podía sacrificar 300
casillas sin arriesgar su triunfo como gobernador; sin embargo, esta alteración en el
resultado de la Legislatura le podía costar el control sobre un par de curules, faltándole al
PRI sólo una curul para lograr la mayoría de dos terceras partes en Nuevo León. La
avaricia en la oferta de Rizzo demuestra todo menos un compromiso de lograr pluralidad
electoral.
La fracción independiente rechazó la oferta y votó contra la certificación de las
elecciones, Fue hasta un día después de esta votación y semanas más tarde de que se
cumplió el plazo para apelar, cuando los diputados recibieron las copias de los resultados
oficiales, que contienen el desglose casilla por casilla, que ahora se encuentran en mis
manos.
El 16 de agosto volé a León, Guanajuato. Al día siguiente, al final de la conferencia de
prensa, le mostró al candidato panista a gobernador de Guanajuato, Vicente Fox, el tomo
con los resultados electorales de Nuevo León, compartiendo con él los descubrimientos
en los esquemas de irregularidades. Muchos de éstos eran nuevos para él y dijo que los
reforzaba el no aceptar las actas de escrutinio como definitivas, ya que era obvio que el
fraude estaba siendo incorporado a muchas de las actas en sí. Ahora el equipo de Fox ha
documentado estos patronos de fraude en mayor escala en Guanajuato.
La noche previa a las elecciones, a las cuatro de la mañana, recibí una llamada telefónica
amenazándome de muerte. La persona que me llamó fingiendo un acento francés me dijo:
“Sabemos que hablas francés”. Entre lo poco que alcancé entenderle dijo después algo así
como que él había matado antes y lo podría volver a hacer.
Aunque no he hablado francés en años, pasé mis primeros nueve en Ginebra y Bruselas,
hecho que sólo puede ser conocido por personas con acceso a un expediente de mi
persona. Sabiendo que Gobernación monitorea rutinariamente las conferencias de prensa
de oposición, sólo puedo preguntarme si la llamada fue producida por mi indiscreción al
compartir los resultados de Nuevo León con Vicente Fox.
Este incidente lo relaté al día siguiente a Tim Langford, de la embajada de Estados
Unidos en México, a los diarios La Jornada y El Norte, de México, y al corresponsal de
Associated Press, entre otros. También informé a la oficina de Americas Watch en
Washington y al Comité para la Protección de Periodistas en Nueva York.
Habiendo observado elecciones en otros países latinoamericanos durante los últimos siete
años, es difícil tomar en serio las mexicanas. En la mayoría de los países
latinoamericanos, las elecciones son organizadas por una cuarta rama del gobierno, con
reglamentos institucionales que previenen que ningún grupo o partido controle la
maquinaria electoral. Nunca, durante las observaciones electorales que he hecho en
países con autoridades electorales independientes, me he encontrado con irregularidades
como las antes mencionadas.
Por ejemplo, el año pasado en las elecciones nicaragüenses, el Consejo Supremo
Electoral se componía de dos magistrados elegidos por el FSLN, dos elegidos por la
oposición y un miembro considerado imparcial por ambas partes. Esta estructura se
extendía a las casillas, en las que por lo menos un funcionario, no un observador, tenía
que ser nombrado por la oposición. El gobierno, absolutamente confiado en la
transparencia del proceso electoral, invitó a las Naciones Unidas y a la OEA a que
enviaran equipos de observadores. Todos conocemos el resultado: una mayoría de los
votantes, avalados por el voto secreto, dieron el mensaje que no se atrevieron a dar a los
encuestadores. Similarmente es interesante anotar que el único estado que no está
controlado por el PRI, Baja California Norte, es también el único estado donde el PRI no
pudo pretender ganar las elecciones, caracterizadas en otras partes por el “de todas,
todas”.
Después de estas experiencias puedo simpatizar con la negativa del presidente Salinas a
considerar invitar a observadores internacionales de organismos multilaterales como la
OEA y la ONU a las elecciones mexicanas. Tiene, después de todo, mucho que ocultar.
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