CAZADOR BLANCO, CORAZÓN NEGRO “John Huston era un

Anuncio
CAZADOR BLANCO, CORAZÓN NEGRO
“John Huston era un brillante cineasta que mandaba al carajo a los demás y
violaba continuamente todas las leyes tácitas del mundo del cine. Pero tenía la
mágica y casi divina habilidad de salir siempre airoso.”
Peter Viertel.
Autor de la novela y el guión de “Cazador Blanco, corazón negro”.
En la historia del cine ha habido algunos directores que han estado más allá, casi
por encima de su propia filmografía, convirtiéndose ellos mismos en parte
fundacional de la mitología que rodea al mundo de Hollywood.
Indiscutiblemente, John Huston fue uno de ellos.
Más allá de filias y fobias cinematográficas, varias de las películas de Huston
están entre las más conocidas y reconocidas del Hollywood legendario, de los
llamados Años Prodigiosos en los que todo estaba por hacer y los cineastas eran,
también, hombres de acción, escritores, pintores, músicos, viajeros... Años
protagonizados por sujetos como Ernest Hemingway, Howard Hawks o Paul
Bowles. Tipos proteicos cuyas agitadas y tempestuosas vidas estaban a la altura
de las biografías que narraban en sus novelas y sus películas.
Tipos que si contaban la historia de un aviador, no sólo habían compartido tragos
con pilotos de verdad en alguna remota cantina de Sudamérica, escuchando sus
historias, sino que también se habían sentado junto a ellos en la carlinga de
cualquier desvencijado avión, para experimentar en primera persona, en vivo y
en directo, las emociones que, después, trasladarían a sus cuentos, novelas y
películas.
Y éste es el contexto en que tenemos que interpretar “Cazador Blanco, corazón
negro”, una de las películas más singulares de un director tan fértil, versátil y
prolífico como es Clint Eastwood.
Empecemos por el final de la película. Paradójicamente, las últimas palabras que
pronuncia el personaje de John Wilson, interpretado por el propio Eastwood y
que es un trasunto apenas disimulado del referido John Huston, son: “Luces.
Cámara y... acción”. Pero “acción” suena en voz muy baja, sin el más mínimo
énfasis o emoción, muy lejos del habitualmente exclamativo, alegre y optimista
que tantas veces hemos escuchado.
¿Cómo es posible que el rodaje de una de las películas de aventuras más
coloristas, optimistas y divertidas de la historia del cine, “La reina de África”,
arrancara de una forma tan triste y miserable?
Eso es lo que cuenta, precisamente, “Cazador blanco, corazón negro”: el proceso
creativo que condujo a la filmación de un filme que acabaría ganando varios
Oscar, recaudando millones de dólares y figurando en los listados de películas
favoritas de millones de espectadores de los cinco continentes.
Toda película parte de un guión y la película de Clint Eastwood comienza con el
personaje de Wilson/Huston, un afamado director de cine, intentando terminar el
libreto de una película, para lo que pide ayuda y colaboración a un escritor amigo
suyo: Peter Verrill, interpretado por Jeff Fahey, otro ser proteico, osado,
aventurero, mujeriego y deportista que, en la realidad, se llamaba Peter Viertel.
La escritura del guión progresa a la vez que los protagonistas hacen los
preparativos para el viaje al lugar en que se filmará la película: África. Porque, en
realidad, y si hacemos caso a la novela de Peter Viertel en que se basa su propio
guión, Huston puso en marcha “La reina de África” con el único y prioritario fin
de viajar al continente negro. Y de hacerlo, única y exclusivamente, con el
propósito de ir de safari para cazar un elefante. En sus memorias, el propio
Huston confesaba su obsesión por cazar un animal. En primer lugar pensó en
abatir un leopardo, uno de los más esquivos de los Cinco Grandes africanos. Pero
la charla con un guía al que uno de esos felinos le había matado a un hijo, le hizo
optar por el elefante.
La obsesión era tal que,
cuando el productor de
“La reina de África”
plantea filmarla en
estudio, Huston se
niega taxativamente: o
filman en Uganda o no
hay película.
Poco a poco, la relación entre el director y el escritor se va enturbiando.
“Cazador blanco, corazón negro”, además de bucear en el interior del ser humano
y de hacernos reflexionar sobre la relación del hombre con la naturaleza, nos
permite adentrarnos en las entrañas del proceso creativo y cinematográfico.
Verrill trabaja en el guión mientras Wilson revisa el armamento y le critica a su
amigo que esté complicando la historia. De hecho, a él le importa poco la
película. Él sólo quiere viajar a África. Para cazar.
Entre la localización de exteriores, la probatura del barco que usarán los
protagonistas y las broncas por la redacción definitiva del desenlace de la historia
transcurre la parte central de “Cazador blanco, corazón negro”. Hasta que llega la
célebre discusión por el final que debería tener la película protagonizada por
Bogart y Hepburn. Para el escritor, después de tanto sufrimiento y padecimiento,
los personajes se merecen tener un final feliz. Para el director, por contra, el final
tenía que ser necesariamente amargo. De hecho, Huston se caracterizó por sus
finales tristes y desesperanzadores, abonado a la estética del fracaso. Ya sabemos
que “El halcón maltés” estaba fabricado del material del que están hechos los
sueños y que el oro “El tesoro de Sierra Madre” terminó volatilizado en el aire,
perdiéndose como lágrimas entre las gotas de lluvia.
En la parte final de la película asistimos al definitivo divorcio entre los amigos.
El escritor, más profesional, no entiende la obsesión del director, rayana en la
insania. De hecho, cuando Verrill le dice que es un delito el matar a “una de las
criaturas más nobles y raras que vagan por este planeta”, Wilson le contesta con
una de las frases que mejor definen a su personaje al decirle que no. Que no es un
delito. Que matar a un elefante es un pecado. Uno de los pocos que se pueden
cometer comprando una licencia.
Vidas tempestuosas, desaforadas y al límite, las que algunas de las
personalidades más atractivas de aquel Hollywood en el que no había diferencias
entre el arte y la vida, entre la lectura, la escritura, el cine, la pintura, la caza, la
pesca, el esquí, la escalada o los largos y peligrosos viajes por los confines más
remotos del globo.
El final de la película, después de haber admirado y odiado al personaje de
Wilson, que al principio resulta tan atractivo como repulsivo, después; es trágico.
Durante la cacería, un accidente mata a unos de los nativos que acompañan a
Wilson. Entonces suenan los tambores, que comienzan a transmitir la noticia.
Una noticia que siempre comienza de la misma manera: Cazador Blanco,
Corazón Negro.
Y es por ello que “La reina de África” termina teniendo un final feliz. Como
reconoce Wilson, derrotado, antes de pronunciar el referido “Luces, cámara...
acción”, el final que él defendía resultaba inapropiado. Casi tanto como el que
Peter Viertel había previsto tanto en su novela como en el guión original de
“Cazador Blanco, Corazón Negro”, no en vano, para terminar de componer el
más cruel de los retratos posible de Huston/Wilson, éste hubiera acabado por
matar al elefante, culminando el delito, el nefando pecado que le había tenido
obsesionado.
Eastwood se mostró humano con el recuerdo de Huston (que tampoco es que
salga precisamente bien parado en la cinta) y le hace desistir de la cacería, tras el
accidente sufrido por el nativo, del que se había hecho muy amigo. La realidad
de la historia, por su parte, es equidistante entre las dos versiones: tras el
accidente, el intrépido director no cumplió su sueño, lisa y llanamente, porque
agotó las posibilidades de cazar el elefante, sin conseguir abatirlo. Al final,
Huston no cometió su pecado, pero en ello no influyeron los escrúpulos morales
o los remordimientos de conciencia, precisamente.
Y, si tenemos en cuenta que Peter Viertel volvería a colaborar con Huston en el
guión de otra de sus posteriores películas, tampoco parece que el “infierno”
vivido en el continente negro durante los preparativos de “La reina de África”
hubiese sido terrible y abrasador.
El arte, sublimación, estilización y exageración de la vida, por supuesto.
Terminemos por recordar que Peter Viertel, casado con la actriz Deborah Kerr,
residió muchos años en España. De hecho, tuvo su domicilio en Marbella hasta
que murió, en 2007. Y, entre los legados que dejó en nuestro país, además de sus
libros y guiones para películas, está el haber sido en introductor del surf, pionero
cabalgador sobre las olas, en las frías aguas del Cantábrico.
Pero ésa es otra historia...
Descargar